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variaciones sobre la imagenLa escritura de Mario Bellatin
Carlos Walker · Santiago · 2010
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Tal vez la imagen no deba pensarse
radicalmente sino más allá de la oposición
canónica de lo visible y lo legible.
georges Didi- Huberman
Primera
El eminente escritor y traductor oriental Shiki Nagaoka, retratado por Mario Bellatin
en uno de sus libros, dedicó gran parte de su vida a desarrollar las potencialidades nar-
rativas de la fotografía, y a traducir la caligrafía occidental a ideogramas orientales,
esto último lo llevaba a cabo con el único fin de verificar las posibilidades artísticas de
una obra. Su último libro es un ensayo que ahonda en las relaciones entre la escritura
y los defectos físicos.
Escritura e imágenes, letras e ideogramas, escritura y deformación.
Estos pares adquieren otro sentido a la luz de la obra póstuma de Shiki Nagaoka. El cu-
erpo deforme, propuesto como secreto bastión de su escritura, se erige como una clave
de sentido que permite abordar el resto de su producción. El intersticio entre imágenes
y escritura, y la tarea de transformar letras en ideogramas, pueden ser comprendidos
como deudores de un mismo gesto: un cuerpo visible, en permanente deformación, in-
terroga por las modalidades en las que se despliega la literatura.
segunDa
Si se quisiera caracterizar la literatura de Bellatin prescindiendo de las lecturas
alegóricas que sus textos parecieran convocar, se podría decir que hay en ella una con-
stante reflexión sobre los medios que constituyen su quehacer literario, y dentro de
esa vertiente, el sesgo más explotado en sus ficciones, y en el que aquí me detendré, se
dirige hacia la relación entre literatura e imagen.
Ahora bien, preguntarse por el papel que juega lo visual en la obra de Bellatin implica
poner de relieve al menos dos características de su producción. En primer lugar una
constatación: varios de sus libros están integrados por series fotográficas o por peque-
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ños dibujos. En segundo lugar, es preciso afirmar que más allá de esta constatación, la
construcción de gran parte de sus textos contiene una permanente reflexión sobre el
potencial visual de la literatura.
Para avanzar en este asunto recurriré brevemente a un artículo que Alan Pauls dedicará
a la obra del mexicano, pues precisamente allí se encuentra la línea argumentativa que
intento sortear al concebir un permanente pensamiento de la imagen que atraviesa
la obra de quien escribiera Poeta ciego. Pauls sugiere que le resulta difícil concebir a
Mario Bellatin como un escritor, debido a que éste incluye en su producción un “otro or-
den” que sacaría de quicio a la literatura, otro orden que se encarnaría en la presencia
de imágenes dentro de sus libros: “Lo escrito se delata como insuficiente y llama a la
imagen; la imagen nunca alcanza y añora lo escrito.”
El problema de la lógica argumentativa de Pauls es que a la base de su lectura se en-
cuentra una concepción que establece una división tajante entre lo visible y lo legible,
y que tal separación sólo se comprende como estando destinada a señalar la insuficien-
cia de uno y otro1.
No se trata en la literatura de Bellatin de remarcar las penurias e insuficiencias de la
representación, sino más bien de una desestabilización permanente del objeto medi-
ante el cual la ficción es presentada. Esta operación ubica a lo visible y a lo legible más
allá de la evidencia tautológica que los muestra como meras imágenes o palabras, redu-
cidas cada una a su elemento. Hay aquí, por el contrario, un régimen de asociación entre
imagen y palabra que, al tiempo que desbarata todo esfuerzo por separarlas, conduce a
una interrogación detenida por la manera en que estas ficciones se dan a ver.
Tercera
Para llevar a cabo una primera aproximación al despliegue heterogéneo de la imagen en
las ficciones de Bellatin, me detendré sucintamente en dos de sus libros: Perros héroes
(2003) y Jacobo el mutante (2006). Ambos libros contienen series fotográficas, las que
a primera vista responden a lógicas disímiles al momento de abarcar la composición de
cada libro.
El hombre inmóvil, eximio entrenador canino, vive con su madre, su hermana, el en-
fermero-entrenador, y treinta perros Pastor Belga Malinois adiestrados para matar de
un solo mordisco en la yugular. El hombre inmóvil emite sonidos casi imperceptibles
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con los que domina el accionar de los perros.
Perros héroes presenta en breves fragmentos los avatares que tienen lugar en torno
al hombre inmóvil. Concluye con una serie de diecinueve fotografías designadas como
“Instalación”, las que a través de pequeñas variaciones alteran lo escrito, y dejan a su
vez en suspenso el valor que se le ha de designar a tales imágenes. Uno de los pocos
abordajes críticos que ha puesto atención sobre la función de estas fotos es el realizado
por Ariel Schettini, quien no duda en adjudicarles un valor documental a la secuencia
de imágenes presentadas como “Instalación”. Cito el pasaje donde se refiere puntual-
mente a Perros héroes, pues intentaré luego establecer un contrapunto con esta pro-
puesta. Dice Schettini:
“Hay un régimen de asociación extraño entre el lenguaje y las imágenes en la obra de
Bellatin. En algunas de sus novelas, las imágenes vienen a darle verosimilitud documen-
tal a la extrañeza de la narración. Es sólo a partir de las imágenes que sabemos que El
Hombre Inmóvil de la novela Perros héroes es, verdaderamente, un hombre en silla de
ruedas.”(17)
¿El hombre inmóvil es verdaderamente un hombre en silla de ruedas? ¿Se trata enton-
ces, de imágenes que sólo complementan lo escrito, solucionando así algunos equívocos
poco documentados?
En primer lugar, es necesario aclarar que el personaje designado como el hombre in-
móvil no sale jamás de su habitación ubicada en la planta superior de su casa, y las fotos
que según Schettini presentan al “verdadero” hombre inmóvil son imágenes tomadas en
un patio del que se alcanza a distinguir la calle que pasa a sus espaldas. Sin embargo,
extenderse en esta línea de discusión podría conducir a plantear una lectura similar,
pero invertida: el hombre en silla de ruedas que aparece en las fotos con las que con-
cluye el libro, no sería “verdaderamente” el hombre inmóvil.
De ahí entonces, que el segundo paso sea ir más allá del carácter documental de las
imágenes que allí se presentan, y así dirigirse hacia la zona en que la secuencia fotográ-
fica introduce una serie de alteraciones en el entramado del libro. Las diecinueve fotos
aluden a algunos elementos presentes en el texto que las antecede, están los perros, las
jaulas vacías, el ave de cetrería en versión doble (es un afiche pegado a una pared y un
halcón posado sobre un tronco), etc. Las fotografías parecen así invitar a ver el valor
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documental señalado por Schettini. Pero a contrapelo de la certeza documental, las imá-
genes se instalan como objetos-pregunta (¿es este el hombre inmóvil y aquel que sale de
espalda el enfermero entrenador?, ¿por qué la primera foto retrata una pared vacía?, o
antes ¿por qué designar esta secuencia como “Instalación”?.).
El recurso al encuentro ilusionista entre texto y fotos produce así una especial atención
al detalle, que deriva en la dislocación de la identidad sugerida, el exceso de analogía al
que invitan las imágenes termina por alterar tanto el texto como a las propias fotos, en
la medida que la figuración de los personajes en objetos visuales se presenta como una
versión deformada de los mismos. No ya porque ellos no coincidan punto por punto con
sus descripciones, sino más bien porque lo que se cuestiona es el valor de identidad, de
fijeza, sea de la imagen, o de su versión escrita. Se produce aquí una paradoja similar a
la que Didi-Huberman señalara a propósito de la escisión de la superficie visual: “…la
imagen misma juega, juega con la imitación: no la utiliza más que para subvertirla, no
la convoca más que para expulsarla fuera de su vista.”(55). En la pretendida identidad
de las fotografías, y en las disyunciones que establecen con respecto a lo escrito, surge
un espacio que evidencia lo que Didi-Huberman designara como el poder de alteración
de la imagen visual. Para comprender lo anterior, retomo una diferencia establecida
por este autor entre “imagen visual” y “objeto visible”, donde la particularidad de esa
imagen estaría dada por su capacidad de convertir al objeto visible (las fotos en este
caso) en la desfiguración de aquello que muestra. De esta manera, las fotografías inclui-
das en Perros héroes ponen en cuestión la evidencia de aquello que exhiben y la uni-
dad del texto que las antecede. Las fotos no funcionan, como sugiriera Schettini como
explicaciones desplazadas de lo omitido en el texto, sino que vienen a desestabilizar lo
escrito, no ya como mero suplemento, sino más bien bajo el modo de una deformación
permanente del cuerpo visible.
Hasta aquí con Perros héroes, a continuación algunos desarrollos sobre Jacobo el mutante.
Jacobo Pliniak, casi rabino de un pueblo, se dedica, en las horas que su cantina le deja
libre, a ayudar a cruzar la frontera de forma clandestina a grupos de judíos que escapan
de los progrom rusos. Ya en Estados Unidos, país al que emigró luego que su mujer lo
abandonara, le ocurrió que un buen día, luego de realizadas sus abluciones diarias, salió
del lago convertido en su hija ya anciana.
Esta sería, a grosso modo, la historia que el narrador glosa a partir de una novela in-
édita del austriaco Joseph Roth, de la que sólo se habrían conservado manuscritos in-
completos. El narrador, a medio camino entre el relato de la historia y al análisis liter-
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ario de la misma, va dando cuenta de las sucesivas mutaciones que afectan al texto y
a los personajes que lo componen. Intercaladas con el texto se presentan una serie de
fotografías que a primera vista no tienen ninguna relación evidente con los avatares del
libro apócrifo de Roth.
Veintisiete fotografías componen esta secuencia de imágenes que integran Jacobo el
mutante, no hay en ellas el menor atisbo de identidad con el relato. La mayoría de las
fotos son de paisajes desiertos, montes, caminos, agua, y hacia el final aparecen en ellas
primeros planos de objetos que yacen sobre dichos paisajes, a veces los mismos lugares
y objetos enfocados desde distancias disímiles: un botón en medio del pasto, diaposi-
tivas flotando, un collar en medio de la tierra, entre otros. Sin embargo, a pesar de la
sustracción a la evidencia de las imágenes, su aspecto carente de indicios provoca un
efecto sobre lo escrito que, al tiempo que prefigura el carácter ilusorio y apócrifo del
libro de Roth que allí se comenta, introduce una nueva reflexión sobre el aspecto visual
de esta literatura: el intersticio que se genera entre el sin sentido de las imágenes y la
inestabilidad de los personajes del relato, hace a un lado las certezas con respecto al
objeto visible y a la materia de la narración. La recurrencia de las últimas imágenes con
el primer plano fotográfico insiste en la deformación del material visible, aplicada a su
vez sobre el personaje y la pretendida novela de Roth.
La noción de imagen visual referida previamente, bien puede ser una manera de com-
prender el papel de lo visual en esta escritura, pues ella permite evidenciar la perma-
nente transformación de los cuerpos que pueblan la producción literaria de Bellatin. Al
respecto es elocuente que el primer párrafo y el último de Jacobo el mutante presenten
entre sí una notoria variación temporal: “Las figuras quedaron en suspenso.” dice al
comienzo del libro, y hacia el final: “Las figuras quedan en suspenso.” , como si el
tránsito del libro actualizara lo que en un comienzo era pasado y deformara a su vez el
tiempo en el que se desenvuelve.
La imagen, defecto o alteración de la escritura, expone una de las maneras privilegiadas
donde de hecho trabaja la literatura de Bellatin.
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carlos Walker es licenciado en psicología. Actualmente realiza su doctorado en la Uni-
versidad de Buenos Aires. Su investigación, radicada en el Instituto de Literatura His-
panoamericana y financiada por Conicet, aborda las imágenes del horror en la literatu-
ra latinoamericana de finales del siglo XX, deteniéndose específicamente en las obras
de Juan José Saer, Roberto Bolaño y Mario Bellatin. Ha publicado diversos artículos en
revistas específicas de psicoanálisis y crítica literaria.
Carlos Walker · Santiago · 2010