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Estas son algunas tesis de orientación experimental. Es-tamos concientes de sus limitaciones, así como de las posibili-dades de desarrollar cada una de ellas de forma más extensa y completa. Sin embargo, dejamos en claro que no nos interesa generar una caracterización detallada o enciclopédica de cada problema, sino más bien una mirada global del conflicto, la cual supere las parcialidades propias de un mundo dominado por el espectáculo, lo superficial y el entendimiento de la realidad como un grupo de esferas separadas e inconexas. Realizamos este ejercicio para comprender las repercusiones y contradic-ciones profundas que se generan en los momentos históricos que vivimos. Intentamos ir a la raíz de los problemas, en vez de abordarlos superficialmente cómo lo hacen los tecnócratas del capital: a través de la ciencia y otros prismas de la ideología do-minante, es decir de forma parcelada y mediante especialistas. Consideramos que para un análisis completo es indispensable volver a tomar la perspectiva global de nuestra realidad, la cual es siempre compleja y está en constante transformación.

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1- Los últimos sucesos no son catástrofes naturales Por más que lo repitan los medios y el gobierno, las consecuencias del Terremoto del Norte Grande y el incendio de Valparaíso no fueron causadas por la “naturaleza”, fueron causadas por la configuración capi-talista del espacio afectado. Sabemos que los terremotos y tsunamis son eventos que han moldeado nuestra geografía durante millones de años. Y que durante varios miles de años, nuestros pueblos originarios han vivido en este territorio con la concepción integrada del cambio permanente, con los terremotos y maremotos formando parte indisoluble de sus activi-dades, estando integrados en la cultura íntima de sus habitantes, quienes siempre supieron adaptarse al medio leyendo e interpretando las señales de su ambiente.

Sin embargo, el hecho cultural (no natural) de que las casas en el norte estén mal construidas y sucumban ante el temblor, o que la gente viva apiñada en los cerros de Valparaiso, en zonas con propensión a los incendios, no es producto de razones “naturales”, sino relacionadas con la específica forma en que se estructura nuestra sociedad: eso que lla-mamos economía y sistema político. El ejemplo más claro para graficar esto es que cuando se produce un terremoto, una avalancha u otro hecho violento en una parte del planeta que no está habitada por humanos, ahí nadie habla de “catástrofe”.

Es solo cuando personas se ven involucradas en un hecho así que se habla de catástrofe, y las personas no viven en el aire, viven en un de-terminado modelo de sociedad, por tanto la manera en que se estructure esta sociedad determinará las consecuencias de un incendio, un terremo-to o un maremoto. Un ejemplo simple es comparar las magnitudes de los sismos: un terremoto de 7 grados como el de Haití en 2010 puede causar cientos de miles de muertos en el país más pobre de América Latina, pero en Chile un movimiento de esa magnitud probablemente no causaría tan-tos daños ni víctimas como en Haití. Los millones de muertos de las inun-daciones en China debido a las crecidas naturales y luego a las colosales obras del Estado modificando la irrigación de los grandes cauces del Rio Amarillo durante todo el siglo XX son un ejemplo aún más brutal. Y es que las sociedades humanas actuales, las que se desarrollan bajo la óptica de la satisfacción de la producción de mercancías y no de las necesidades humanas reales, son probablemente las más fragiles de toda la historia.

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Nunca antes hemos estado tan a merced de una tragedia constante: la hambruna y las carencias de un tercio de la humanidad, las enfermedades totalmente curables que siguen matando a millones (como la diarrea) y la violencia producto de la miseria que hacen estragos en el cinturón ecua-torial y en las barriadas periféricas de todas las megalópolis del mundo. El capitalismo reproduce a la propia población humana de forma vertigino-sa, incrementándola hasta niveles jamás vistos en la historia[1], y así, pe-queños cambios en los sistemas climáticos o bien los eventos periódicos como terremotos o tifones provocarán mayor cantidad de víctimas fatales de forma directa por el evento en si, y de forma indirecta por el colapso

de los frágiles sistemas de soporte de vida de la mayor proporción de la población del planeta. Cada vez el proletariado* mundial está más y más indefenso y desprovisto ante una naturaleza que esta separada brutalmente de su realidad. Y de-bido a esto, su capacidad para so-brevivir a un evento imprevisto, o de desarrollarse como un ser autó-nomo fuera de los frágiles circuitos de mercancías de las sociedades actuales disminuye notoriamente.

Con respecto a los incendios peri-urbanos o rurales, su proba-bilidad de ocurrencia durante un año seco siempre es alta, sin em-bargo, durante las últimas décadas ésta ha sido incrementada debido al avance de los monocultivos agrí-colas y forestales que degradan los suelos e influyen en los climas lo-

*Cuando hablamos de proletariado nos referimos a la abrumadora parte de la población mundial, es decir, casi la totalidad de la humanidad. Por eso, cuando decimos proletaria-do no estamos hablando únicamente de los operarios de las industrias, ya sean privadas o estatales. Nosotros definimos al proletariado como la proporción de la población hu-mana que no dispone de su propio tiempo vital pues debe vender su fuerza de trabajo (el proletariado no se define por trabajar en una fábrica, proletarios pueden trabajar vendiendo mercancías en un mall, en una oficina e incluso pueden ser profesionales) para sobrevivir en el mundo que ha creado la Burguesía, aquella clase minoritaria en tér-minos númericos, pero que posee todos los medios de producción además del poder po-lítico-ideológico que reproduce al propio proletariado y sus condiciones de explotación.

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cales, secando las fuentes de agua y propiciando las condiciones físicas y químicas para que las plantaciones industriales, abarrotadas de árboles hacinados y sin cortafuegos adecuados, ardan descontroladamente. Asi-mismo, la mayor parte de las periferías urbanas del centro sur de Chile, es decir, la gente más pobre de cada ciudad o pueblo, es vecina directa de estos peligrosos árboles-clones de propiedad de las familias Angelini (Forestal Arauco) y Matte (Forestal Mininco-CMPC) y por ende, está en constante peligro de incendios. Desde el río Mataquito hasta Valdivia, las plantaciones ahogan los territorios. El incendio de Quillón en enero de 2012 dejó la muerte de dos personas, más de mil damnificados, la des-trucción de más de 224 viviendas, y la quema de más de 28 mil hectáreas de bosque nativo, plantaciones, pastizales y matorrales e incluso hasta la propia área de Paneles de la planta de Celulosa estrella de Angelini (Nue-va Aldea) resultó destruída.

Lo que queremos decir es que lo verdaderamente catastrófico no fue la escala de magnitud del terremoto en Iquique o la voracidad del fuego en Valparaiso, lo verdaderamente catastrófico es vivir en una sociedad que permite que miles de personas vivan abandonadas a su suerte frente a este tipo de sucesos. La catástrofe no es nunca “natural”, la catástrofe es siempre social.

2- Es inevitable hacer un análisis de clase Ya que dejamos claro que no estamos ante catástrofes “naturales”, sino que sociales, es fácil ver como las consecuencias de estos desastres repercuten según cómo está estructurada una sociedad. En nuestro caso vivimos en sociedades capitalistas en donde conviven diferentes clases sociales, en tal sentido el “nivel catastrófico” de estos eventos es distinto para cada grupo social. Los pobres son los que sin duda viven con mayor dolor estos sucesos, mientras que los mega-empresarios pueden ver en estos hechos una increíble oportunidad para hacer negocios (recordemos las gift-card canjeables en las mega-empresas del Retail o las licitaciones para las inmobiliarias por los nuevos terrenos disponibles, ahora libres del populacho). Sabemos de restaurantes caros que seguían funcionando después del terremoto en el Norte, a pesar de la falta de agua en algunas poblaciones de la periferia. Sabemos que al sector del barrio universitario de Concepción se les arreglaron los problemas de inundación el mismo

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2010 mientras en otras partes, como en Dichato (donde estaba el cam-pamento más grande de chile post-terremoto), tuvieron que cortar la ruta y enfrentarse a los pacos para que se les diera importancia.

Otro ejemplo de que las catástrofes son producidas socialmente puede emerger del análisis del paso de los frecuentes huracanes en el Caribe y el Golfo de México. En 2005, el gigantesco huracán Katrina golpeó la costa del sur de Es-tados Unidos, causando gra-visimos daños, inundaciones y varios miles de muertos, especialmente en la pobla-ción más pobre y vulnerable en localidades como Nueva Orleans o Misisipi. El más pre-parado y moderno ejército del planeta no quiso -y probablemen-te tampoco hubiese podido- rescatar a sus compatriotas que perecieron ahogados, de hambre o de falta de atención médica. Las autoridades de la administración Bush II hicieron gala de una incompetencia ejemplar durante la crisis. Luego, los suculentos negocios en la reconstrucción favorecieron la nueva planificación capitalista de la ciudad, marginando a los latinos y negros (los principales afectados) a ghettos mas alejados. Sin embargo, hay una diferencia sustancial con otro Estado capitalista de la región cuya configuración político-social es muy distinta. En Cuba, la economía planificada y los planes de contingencia y reconstrucción estuvieron siempre mejor preparados que la sociedad en extremo mercantil en Nueva Orleans por poner un ejemplo. No hacemos una apología al régimen cubano, pero reconocemos que las iniciativas de planificación funcionaron de forma más eficiente que las de su vecino del norte, demostrando una vez más que las consecuencias de las catástrofes siempre están relacionadas diréctamente con el modelo político imperan-

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te en el territorio.

Que un hecho sea o no sea catastrófico depende de tu clase so-cial y tu nivel de poder e influencias, esto es una realidad que nos vuelve a demostrar que no estamos ante catástrofes “naturales”, sino sociales.

3- Los militares no están para ayudar, están para proteger la normalidad capitalista Muchas y muchos ya hemos podido darnos cuenta para qué sir-ven los militares al ver en qué se gastan gran parte del presupuesto del Estado: armas para matar, cursos de guerra y estrategias de vigilancia y control, etc. Es obvio que la institución militar no existe para ayudar, sino principalmente para asesinar y dominar, pues está evidentemente estruc-turada y prepara para esto. Sin embargo, no está de más derrumbar este mito cuando aún mucha gente cree que podrían ser “útiles” en otros as-pectos, sobre todo en las llamadas catástrofes “naturales”. El hecho con-creto que demuestra que esto es falso ocurrió después del mega-terre-moto que vivimos en el centro-sur de la región chilena en 2010. Después del evento cientos de miles en esta zona quedaron sin electricidad, agua, combustibles o alimentos, mientras que otros miles sin hogar. Algunos murieron bajo los escombros o tragados por el tsunami. Pese a todo, los militares no salieron a ayudar a nadie, ni siquiera a repartir una botella de agua. Lo que verdaderamente gatilló la salida de los militares el 2010 no fue la ayuda que necesitaba la población civil, sino los saqueos a las mega-estructuras del Retail. Fue sólo cuando miles se abalanzaron a ex-propiar alimentos y otras mercancías a la burguesía comercial, cuando los militares salieron a las calles con la principal misión de proteger la propie-dad privada, no de “ayudar” a la gente. El hecho de que la ayuda solidaria tras el incendio de Valparaiso esté siendo llevada a cabo principalmente por civiles de la comunidad, refuerza el hecho de que los militares no es-tán tanto para proteger a la gente, sino que para proteger la normalidad capitalista, la libre circulación de personas y mercancías, y por supuesto para la protección sagrada de la propiedad privada de la burguesía, ame-nazada con mayor énfasis en estos contextos de catástrofe.

Si los militares son capaces de poner un hospital de campaña en Iquique, es exclusivamente porque tienen el monopolio para ejercer este

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tipo de acciones ¿quién más tendría la capacidad para hacer esto? Por otro lado, esos hospitales de campa-

ña no fueron adquiridos para ayudar a la gente, sino principalmente para ser utilizados en la guerra, si no fuera así los militares no los tendrían. Ponerlos a “disposición” de la gente en estos con-textos les sirve como ejercicio de prepa-ración militar y para aumentar su legiti-midad como institución a “nivel civil”.

Las catástrofes son además una gran oportunidad para los militares. Pue-den realizar sus juegos de guerra: ocupar ciudades, dipararle a gente indefensa (una de sus principales actividades cuando en-tran en “combate” durante una guerra real),

movilizar material, pertrechos, buques hacia las caletas del norte, etc, etc. Y así lo han hecho

antes también. Luego del terremoto que detru-yó Valparaíso en 1906, un marino, llamado Gómez

Carreño se dedicó a fusilar a los saqueadores, hoy hay un barrio en esa misma ciudad que lleva su nombre. Casi cien años después, la mañana del 10 de marzo de 2010, Daniel David Riquelme Ruiz, de 45 años, fue encon-trado muerto en la cancha de fútbol próxima a la población El Triángulo de Hualpén (8va región del Bio-bío). De acuerdo a la autopsia del Servicio Médico Legal, el recolector de cartones fue brutalmente golpeado y las lesiones eran compatibles con las botas y las culatas de las armas que portaban los cinco infantes de Marina detenidos tras diligencias de la PDI. Ejemplos como estos hay muchos y probablemente caerán en el olvido.

Además, otro hecho poco conocido es que las fuerzas armadas se olvidan muy rápidamente de ese pueblo que juran defender, pero que en la práctica se transforma muy fácilmente en su enemigo cuando la situación lo requiere. “Durante el tsunami del 27F, la Marina en Talcahua-no tenía información de lo que sucedía. Las naves que habían salido del puerto le informaron sobre la inminencia del desastre. Por eso, ordenó el desalojo de la Base Naval de Talcahuano, lugar en el que permanecieron dos personas que, posteriormente, perecieron ahogadas. Sin embargo, los efectivos de la Armada no alertaron a la población acerca del peligro. Y

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eso no fue casual. Los minutos vividos por la tripulación del submarino ‘Scorpene General Carrera’ (SS-22) ilustran con propiedad lo que sucedió en esos momentos”.[2] ¿Cuanto hubiese costado hacer sonar las alarmas de los buques? ¿o disparar una salva de municiones para avisar a la pobla-ción? No, los buques de guerra partieron silenciosamente hacia alta mar para capear las olas del tsunami, dejando a la población del puerto a su suerte.

4- Los medios transforman las catástrofes en mercan-cía vendible como rating El principal objetivo de los medios de comunicación dominantes no es informar, sino construir una “opinión pública” que permita a sus dueños (burgueses en general, liberales o conservadores) seguir gene-rando ganancias (por la publicidad o por la reafirmación de este sistema). Cuando ocurren catástrofes esto no cambia, por eso si los medios en con-junto se ponen a transmitir sobre las catástrofes no es por altruismo o

una vocación por ayudar al prójimo informando lo qué ocurre, sino principalmente para aumentar sus niveles de audiencia, y por tanto subir sus ganancias[3]. Esto se vio claramente cuando los medios, después del incendio de Valparaíso, ol-vidaron completamente lo sucedido en el norte, actitud mo-tivada por su inmediatismo y su necesidad de buscar algo más llamativo para atraer más consumidores a sus produc-

tos culturales inocuos (noticieros, matinales, programas de entrevistas y más programación que lucra con

estos hechos). Por eso al encontrar una catás-trofe que “vendiera más”, olvidaron a todas

y todos los del norte de un chispazo.

Los medios están al tanto de que estos hechos generan gran expecta-

ción y por tanto los explotan al máximo, porque la sangre que los hace vivir es el rating. Por supuesto, dentro de sus “paque-

tes informativos” no comunican las causas profundas de las catástrofes:

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segregación de sectores populares a las periferias y cerros, pobreza de las viviendas, mala estructuración urbana, inoperancia del sistema político, etc. No hacen jamás una crítica estructural al problema, porque esto sig-nificaría criticarse a ellos mismos (sólo son capaces de generar un discur-so más cuestionador cuando esto les implica rating, es decir, una mercan-cía comunicativa vendible y que genere ganancias, o cuando la “opinión pública” se amplía y ellos deben recuperarla para encaminarla por donde necesitan). Es por eso que frente a la incapacidad de generar un discurso crítico global, se preocupan siempre de lo micro, así evaden dar explica-ciones muy complejas y cuestionar el modelo. Por eso ponen el foco en preguntarle una y otra vez a los niños que se quedaron sin hogar “¿se te quemaron todos tus juguetes?”, o hacer una nota de 10 minutos sobre el caso específico e individual de una abuelita que “perdió todo”, haciendo gala de su supuesta “sensibilidad periodística”, que no es más que una es-trategia morbosa para vender una mercancía comunicativa, con primeros planos en los rostros llenos de pena, música que evoque tristeza y dema-ses formulas mil veces ultrajadas, pero que lamentablemente funcionan. Por otro lado, los medios se beneficiarán de lo ocurrido, como sucedió en la 8va región. Después del maremoto que asoló Dichato en 2010, los medios montaron un espectáculo con el supuesto objetivo de ayudar a la gente. Ya han pasado 4 años del terremoto y el famoso “Viva Dichato” sigue transmitiéndose, transformándose así en una lucrativa franquicia del canal privado de TV “Mega”.

5- Las catástrofes pueden ser un excelente negocio para la burguesía Después de estos eventos, el Poder comenzará con el tramposo discurso de la reconstrucción. Para ellos, éste significará siempre la re-construcción de sus propios intereses. Como después del 27F, el Estado y los privados intentarán apropiarse de muchas tierras valiosas. Inmo-biliarias querrán ocupar zonas afectadas con alto valor, mientras que el Estado verá en la catástrofe una excelente oportunidad para apartar a los pobres hacia zonas aún más periféricas, alejando así la “suciedad” y el “subdesarrollo” de sus centros comerciales, financieros y turísticos. Aquellos pobladores que no cuentan con títulos de dominio de las tierras que habitaban antes de la catástrofe se verán con la amenaza de quedarse

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sin lugar donde volver a levantar sus viviendas, ya que el Estado o los priva-dos buscarán apropiarse de muchos de esos te-rrenos. En el centro de Talca, por ejemplo, en donde aún habitaban sectores populares en ca-sas antiguas que durante el 27F se cayeron, aho-ra hay enormes edificios inmobiliarios. En el Gran Concepción, poblacio-nes como Villa Futuro o Aurora de Chile, que no sufrieron daños con el te-rremoto, han sido objeto de presiones para que se desplacen bajo supuestos argumentos técnicos de inhabitabilidad y engaños de todo tipo, ya que sus tierras valen mucho dinero. En Dichato, se aprovechó la destrucción del borde costero, para que intereses turísticos y estatales se apropiaran del mismo. Esta no es una dinámica del Estado chileno, es una tendencia del Capitalismo a nivel mundial. El mega-maremoto de 2004 en India también sirvió para expulsar a los pobres de las zonas costeras con alto valor comercial, en donde hoy podemos ver circuitos turísticos y grandes hoteles.

No solamente los empresarios se benefician. Los tecnócratas tam-bién esperan las catástrofes de este tipo para replantear sus mecanismos de control y para probar otros. Son las oportunidades precisas para re-configurar la asistencia estatal a los flujos mercantiles en el territorio, para erradicar poblaciones, idear nuevas normas y protocolos de seguri-dad etc. Así es como los mecanismos de respuesta de organismos como la ONEMI aprenden de cada evento para aplicarlo en el futuro. Un ejemplo

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destacado por ellos mismos ha sido la no ocurrencia de saqueos durante el último terremoto en el norte, probablemente potenciada por la satani-zación mediática durante los eventos post 27F.

6- Frente a la catástrofe, el poder grita: Caridad, caridad, caridad!

El Estado buscará que sus “ciudadanos” interven-gan en el problema a través de una forma especifica: la ca-ridad. Llamarán a “ayudar” a través del consumo y siempre con la mediación del dinero (como ocurre con la Teletón). “Done dinero en esta cuenta”, “compre en este centro co-

mercial que está aportando a los vecinos”, “deje sus dona-ciones en este centro de acopio”, vociferarán los medios

de desinformación. Las acciones que trasciendan al di-nero como medio de acción serán desestimadas por considerárselas ineficientes, ilegales o poco efectivas, como ya se ha visto en Valparaiso. Los medios dirán por ejemplo que no hacen falta voluntarios, cuestión desmentida por muchos solidarios que están hoy en día limpiando el desastre y ayudando a los y las pobladoras (luego de estas críticas los medios han vuelto a decir que sí son necesarios voluntarios). En realidad a lo que se refieren los medios es que no se necesitan más voluntarios autónomos, sino enrola-dos en las ONGs respectivas. Para el Estado, la ma-nera correcta de ayuda, aparte de la donación de dinero, será el voluntariado institucional fomen-

tado por ONGs vinculadas al empresaria-do como por ejemplo: “TECHO”, un espacio

para que las y los jovenes de buena situación puedan aportar de manera legal, siempre dentro

de la lógica vertical de la caridad, para la autocompla-cencia (“¡Mirenme! estoy ayudando, me gane un pedazo

de cielo ayudando a los pobres”) o simplemente para comenzar su carrera política en las juventudes de algún Partido. El Estado buscará tener todo bajo control y por su arrogancia (y obviamente por sus necesidades) no

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creerá posible que pueda haber una organización espontánea por parte de la población civil. Quienes se embarquen en una acción de solidari-dad autónoma más allá del dinero y estas instituciones, verán rápida-mente las contradicciones y entenderán que el problema no es cuantita-tivo, es decir que no se soluciona con más plata o mediaguas, sino que hay problemas estructurales y más profundos, cualitativos. Frente a esta denuncia, el voluntariado autónomo será incluso reprimido por el Estado como se vio en la “marcha de las palas” en Valparaiso, en donde fueron atacados por la policia, lo cual, dicho sea de paso, refuerza la tesis N°3 de este escrito.

7- Lo realmente catastrófi-co es el urbanismo capita-lista Las ciudades actuales son habitadas por nosotros, pero diseñadas por otros. Nuestro único grado de participación en la construcción de las mismas es habitarlas y punto. El desarrollo inmobiliario y los planes del Estado son los que deciden qué, cómo y cuándo construir. Esto ha provo-cado una ciudad altamente segregada, en donde el desarrollo es equiva-lente a la construcción de mega-carreteras, puentes, centros comercia-les, clínicas y hospitales, casinos, etc. Los pobres deben estar alejados lo máximo posible de ésto. Mientras sus casas no se vean, da igual, pueden vivir con las migajas de este “desarrollo”. El territorio es ocupado así, de forma diferenciada por las clases sociales, y las más bajas serán siempre las que se lleven las peores consecuencias de cualquier imprevisto (inunda-ciones, incendios, terremotos, tsunamis, aluviones, etc), por-que están abandonadas a su suerte. Sin embargo, la crítica al urbanismo capitalista no puede quedarse en una mera denun-cia de la desigualdad, hay una pobreza cualitativa en las formas de vivir que trasciende a todas las clases sociales (obviamente afec-

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tándolas diferenciadamente).

La ciudad actual mantiene a las multitudes aisladas unas de otras, encerradas en una circulación incesante del trabajo a sus casas, en largos viajes que ocupan parte importante del tiempo de la vida. Lo que se estila como aspiración es cada vez más la figura del ciudadano ais-lado en su automóvil, con su iphone en la mano y viviendo en un seguro y funcional departamento inmobiliario en donde no tiene que conocer a ninguno de sus vecinos para poder subsistir. Se han roto las relaciones comunitarias que alguna vez existieron dentro de algunos espacios de las urbes.

El individualismo y la desconfianza en “el otro” son extremos, quizás como nunca en la historia. El único lugar en donde estos lazos co-munitarios aún persisten, aunque sea a niveles cada vez menores, es en las poblaciones más marginales, ya que sus habitantes aún necesitan de sus vecinas y vecinos para sobrevivir (desde pedir una taza de azúcar, cui-dar a las niñas y niños, hacer una protesta contra una megacarretera que pasará por sobre sus casas, hasta colgarse en conjunto a la red de elec-tricidad). A pesar de todo, aunque el urbanismo capitalista aliena a la po-blación en general, son los pobres los más dispuestos a combatirlo. Esto no se deriva del hecho de que tengan una conciencia más revolucionaria, o de un esencialismo que pregona sobre un “pueblo” que es en esencia más combativo y noble (como si el hecho de ser explotado ennobleciera a la gente y tuviésemos que estar orgullosos de ser esclavos). Sino que se deriva de un simple hecho material, que es que el urbanismo capitalista choca directamente con sus intereses, porque éste cada vez ansía más los territorios de los pobres para generar mayor desarrollo inmobiliario, una de las fuentes de alimentación de la economía capitalista.

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8- Las catástrofes tensio-nan el modelo y develan sus contradicciones (tesis de conclusión) El sistema economico-político-social actual incrementa constan-temente la vulnerabilidad del proletariado mundial, despojándolo de su capacidad humana natural para hacer frente a cualquier tipo de cambio considerado normal en su ambiente. La tecnologización constante de las funciones humanas, de los pensamientos y las emociones, la dependen-cia absoluta al sistema comercial-especulativo y su evolución hacia abs-tracciones técnicas cada vez más complejas, se han propuesto erradicar todo aquel modo de vida que mantenga relaciones no mercantiles con su territorio y esté conectado a él mediante sus conocimientos culturales ancestrales.

Las últimas catástrofes nos demuestran que, al igual que en tiem-pos pasados (e incluso pareciera que cada vez peor) nuestras ciudades son frágiles ante determinados sucesos. Más allá de nuestros viajes al espa-cio, celulares con súper tecnología, maquinas de televigilancia voladoras, cirugías estéticas y otras “maravillas” de nuestra civilización, aún millones viven en la absoluta desprotección en todo el mundo. Por otro lado, ve-mos la dependencia extrema al aparato industrial que nos ha transforma-do en seres totalmente dependientes (o estúpidos, basta con vernos en el WhatsApp, el Facebook, Twitter o frente a la tele por horas, o incluso días enteros). Basta imaginarse qué pasaría con nuestra civilización urbana mundial con un mes sin suministro de agua potable o electricidad, o aún más catastrófico, sin petróleo. Incluso podríamos caer en un caos mun-dial sin telefonía e internet por unas cuantas semanas. Es paradójico que la “tecnosfera” hiper-desarrollada que nos envuelve constituye a la vez nuestro mayor “orgullo” como civilización y nuestro mayor peligro. Fren-te a su caída quedaríamos miles de millones totalmente desamparados, como desconectados del útero artificial que nos contiene. Hay que admitir que pocos de nosotros/as saben hacer algo tan básico como plantar y co-sechar alimentos, o bien algo un poco más complejo pero imprescindible como construir una casa. El monopolio de la técnica y la dependencia al aparato tecno-industrial han destruido conocimientos colectivos ances-trales que la mayoría de la población podía poner en práctica hace algún tiempo, y en ese sentido conservar cierta autonomía del Estado y quie-

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nes monopolizan la técnica, el conocimiento y el poder. Por algo la conformación del Capitalismo[4] como modelo único necesitó (y necesita siempre) qui-tarle el suelo a las comu-nidades, arrebatarle el conocimiento ancestral sobre el entono natural y sobre sus cuerpos a mu-jeres y hombres, medicar para normalizar y atacar los síntomas -stress, an-siedad, depresión- en vez de las causas de estas problemáticas.

Por otro lado, vemos como estos hechos develan algunos patrones del sistema. Por ejemplo la fusión económico-estatal, o la falta de antagonismo entre intereses estatales y privados. Esto se vio claramente con las famosas Gift-Card que entregó el gobierno a través de las grandes empresas de venta de mercancías. Ahí se demuestra que Estado y mercado son colaborativos y se desmienten las tesis de un nuevo izquierdismo-ciudadanista que as-pira a acrecentar al Estado como supuesto antagonista de los intereses mercantiles, por mucho que algunos sectores del pueblo organizado bus-quen manipular y dirigir las intenciones y necesidades de eso que llaman “las masas”. Un crecimiento económico del Estado no implicaría que la gente adquiriera más capacidad de decisión sobre los asuntos que la ro-dean, a lo sumo podría redistribuir de forma más igualitaria las mercan-cías, pero en ningún caso aboliría la cultura del consumo y la dictadura de la economía sobre el resto de las esferas humanas. Es decir, estaría-mos frente a un remake del reformismo que lejos de debilitar el modelo, podría darle nuevos bríos. Como si el actual sistema se pudiera parchar y seguir andando en su frenesí de destrucción de las relaciones sociales y de sometimiento de las mayorías, que ven como sus vidas pasan frente a sus ojos como si fueran verdaderos espectadores de una obra teatral en la que no han tenido ni tendrán nunca ninguna participación, pero en don-de sí podrán siempre obtener una zapatilla marca NIKE, un super-celular

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inteligente o incluso una cámara para grabar y fotografiar su propia obra individual y subjetiva para “compartirla” por las redes sociales. Todo lo cual es parte indisociable de la miseria mundial de la dictadura el dinero.

Pese a este mensaje algo pesimista, también podemos decir que la esperanza brota en nuestros pensamientos cuando vemos que el poder del mercado y el Estado no son omnipresentes, por lo menos en el lla-mado proceso de “reconstrucción” que está viviendo Valparaíso, ya que hemos visto como la propia comunidad, los voluntarios, las vecinas y ve-cinos, y la gente en general es la que quita los escombros y ocupa nueva-mente el territorio. No son ni el Estado, ni el mercado, sino las relaciones históricas de comunidad las que salvaguardan a los afectados. La burocra-cia estatal y la avaricia empresarial no podrán solucionar un imprevisto como este, es sólo la propia gente la que realiza las verdaderas acciones de solidaridad (en sentido horizontal, a diferencia de la caridad que como decíamos se da de arriba hacia abajo). Esto nos revitaliza al menos por el momento, porque demuestra la ineptitud, ineficiencia y estupidez de un sistema que es inútil para enfrentar estos sucesos. Solo la comunidad ayuda a la comunidad.

Si bien la clase dominante aprovecha hoy las instancias de preca-riedad del pueblo durante las catástrofes para avanzar en sus intereses, el violento avance puntual de las placas tectónicas cada cierto tiempo nos recuerda que nada es inamovible, que las estructuras del Poder pueden caer con mucha facilidad y las relaciones comunitarias pueden recobrar inusitada fuerza en esos momentos críticos.

Sin embargo, esto es solo un calmante, porque es notorio que las relaciones comunitarias están siendo destruidas día a día y no parece posible que se reconstruyan tan fácilmente. De cualquier forma nuestra fuerza estará avocada a ese camino, fortalecer las prácticas que recons-truyan los lazos de solidaridad cotidianos que el capitalismo ha procurado destruir.

Reapropiarnos de nuestra vida. Descubrir la certeza oculta de que esta sociedad no puede darnos lo que necesitamos para desarrollarnos y vivir en plenitud nuestro tiempo, sino que sus mecanismos nos roban la vida (trabajo, ocio en el mall, tiempo familiar frente a la tele o indivi-dual frente al facebook, etc). Para combatir esto necesitamos dejar de ser “masas” acarreables por este o este otro partido o pseudo-partido (con poder o con aspiración a tenerlo) y constituirnos como seres pensantes

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que, junto con cuestionar y críticar esta realidad, nos organizamos con nuestros pares para tomarnos las tierras, recuperar la autonomía sobre nuestra alimentación, rehacer nuestra educación, nuestro lenguaje y las formas como compartimos, nos divertimos, nos amamos, para, de esta forma, recuperar y reconstruir una existencia digna, libre de dominación o explotación.

El “progreso” es un cancer que se expande, mata la tierra y por ende, nos mata a nosotrxs. No tiene un “lado bueno” el cual podamos ocupar para emanciparnos como se creía a principios de la modernidad, incluso por los revolucionarios. Su lógica[5] requiere siempre abrir cerros, estupidizarnos con sus nuevos chiches técnológicos, envenenar el agua y la tierra, cosificar todo a su paso[6], constituir rutinas y alienarnos para servirle.

Muchas y muchos creemos que esta sociedad está construida so-bre falsedades y cimientos podridos. Y sobre éstos no se puede levantar algo nuevo pues cederá prontamente. Todo está por construir.

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[1] A diferencia de lo que se suele creer, de que la “sobrepoblación” es la causan-te de las hambrunas y problemas ambientales, la historiografia ha demostrado que el aumento estrepitoso de la población va de la mano con el auge del ca-pitalismo en su fase industrial (y más aún en nuestra epoca actual), lo cual nos afirma que este fenomeno es una necesidad del capitalismo.

[2]¿Casualidad? ¿Coincidencia? ¿O enemigo en acción? por Manuel Acuña Asenjo (Chile) JUEVES, 08 DE ABRIL DE 2010.

[3] Debemos dejar claro que, al igual que cuando hablamos de burgueses o proletarios, somos categóricos no por un afán de “generalizar” como se podria acusar, sino por entender cómo operan los dispositivos y cuál es el rol que cum-plen. Por eso cuando decimos que los medios funcionan de tal manera, no nos referimos a que las “individualidades” que componen estos grupos (periodis-tas, editores, redactores y demases profesionales de la información) sean seres malvados y tengan malas intenciones. Claramente un periodista puede sentir y pensar, desde su ingenuidad y su burbuja profesional, que aporta a la sociedad informando, pero esto no tiene relación con el rol estructural que cumplen los medios, más allá de las pretensiones personales. Asi tambien un latifundista o un empresario puede tratar bien a sus trabajadores, ser un gran padre o amigo y hasta cuidar el medioambiente, pero su voluntad subjetiva no se corresponde con el rol a nivel global que cumple su clase social como reafirmación y repro-ducción de la propiedad privada, la explotación y la dominación.

[4] Con Capitalismo no nos referimos solamente al sector liberal de la economía, con EEUU a la cabeza, sino a la noción de “progreso” moderno y la dictadura del valor, el cual se manifestó a nivel histórico tanto en el sector occidental del mundo como en lo que conocemos como “comunismo” (China, URSS, Korea del Norte, Cuba, etc) lo cual no fue mas que el Capitalismo desde el Estado, con políticas a veces mucho mas genocidas. Sería un buen y sano ejercicio entonces dejar de llamar “comunismo” a las dictaduras de partidos de estos distintos pai-ses, y dejar de decirles “comunistas” a los organismos socialdemócratas que hoy participan en el gobierno y se coordinan con carabineros para guardar el orden de sus rituales democráticos y autoritarios (marchas y/o actos ordenados, con dirigentes vociferando que “es la hora… de que se unan a nuestro programa”)

[5] La cual es obviamente la lógica de la burguesia, pero trasciende a esta: es la dictadura de lo inmaterial (dinero, valor, datos, cifras, estadísticas) por sobre la vida material (nosotrxs, nuestro entorno, nuestras relaciones). Tiene vida pro-pia y se consume a si misma, autodestruyéndose constatemente pero siempre reinventándose a través de nuestras mercancías, tecnologías y mecanismos de control.

[6] Uno de los conceptos principales de esta realidad: transformar en cosas todo a su paso. Ya sea la naturaleza (ahora vista como “recursos”), las relaciones como la comunicación, el amor o la sexualidad, el cuerpo y las necesidades vita-les como la salud o la vivienda.

20Concepción, Mayo 2014 MetiendoRuido.com