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Crónicas de los primeros años de los reinos hispano-cristianos. Historiografía cristiana1.

La crisis producida por la conquista musulmana se extendió a todos los órdenes de la vida, y, como es natural, tenía que afectar también al orden cultural: se extinguen las escuelas famosas de la época visigoda, callan las plumas, se deshacen las bibliotecas, y en medio del espanto general apenas hay otra preocupación que la de salvar la vida.

Y lo mismo que los teólogos, los gramáticos y los exégetas, desaparecen los historiadores. No obstante, como un eco de la cultura isidoriana, encontramos todavía entre los mozárabes de la primera hora un escritor anónimo que hasta con su silencio puede interesar al investigador de los orígenes del reino de Asturias2. Es el autor de la Crónica mozárabe de 754. El padre Flórez la llamó Crónica del Pacense, e intentó probar que quien la escribió había sido un obispo de Beja, llamado Isidoro, mencionado por Pelayo de Oviedo en el prólogo a su colección historial. Se la ha llamado también Crónica del Anónimo de Córdoba3, por suponer que su autor vivía en Cordoba, lo cual es muy probable; Continuatio Hispana, por considerársela como una continuación de crónicas visigodas4, o simplemente Crónica mozárabe de 7545.

Abarca desde el 611 al 754. El autor es desde luego español, y además clérigo. Se adivina en sus alusiones bíblicas y patrísticas y en la gran participación que da a todo lo eclesiástico. La narración de la conquista de su patria por los árabes enciende sus entusiasmos nacionalistas. Su mirada, sin embargo, está puesta en los sucesos de Al-Andalus más que en los choques de los valíes con los rebeldes del Norte. Hay alguna alusión a ellos, y tiene una como intuición de que la Providencia protege aquellas rebeldías.

En Asturias, durante el siglo VIII, no encontramos apenas más que un escritor: Beato de Liébana, que no se interesa por la Historia, pero que en sus cartas, en su Comentario del Apocalipsis y en su Apologético contra Elipando nos dejó numerosos datos interesantes para el conocimiento de la vida religiosa y política del reino asturiano en sus primeros 1Historia de España dirigida por Menéndez Pidal. Volumen correspondiente a la Alta Edad Media.2 No interesa mencionar aquí la Crónica bizantina-árabe de 741, en la cual sería inútil buscar alusiones a sucesos asturianos, ya que la parte de las noticias españolas que registra es escasísima: Cfr. Flórez, Esp. Sagr. VI, pp. 430-441.3 Tailhan, J., Anonyme de Cordoue, Paris, 1885; el mismo, La Chronique rimée des derniers rois visigoths de Tolède, Paris, 1885.4 Mommsen: M. G. H., Chronica minora, II; Flórez, Esp. Sagr., VIII.5 Schez Albornoz, ¿Una crónica asturiana perdida?, en Rev. de Filol. Hisp., año VII, 2 (1945).

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tiempos. El impulso dado por Alfonso el Casto a las obras de arte debió de extenderse también a los demás sectores de la cultura, y en especial a la historiografía. Por la comparación que se ha hecho entre sí de otras crónicas posteriores, se ha llegado a la conclusión de que en su tiempo se escribió una crónica, hoy desgraciadamente perdida. Alfonso III, y lo hace con tal fervor y extensión que, según algunos, la obra tendría como finalidad principal la glorificación de dicho rey.

En su copia de la Crónica albeldense, el monje Vigila la unió a otro escrito histórico, que nació independientemente, y que después de haber sido editado repetidas veces ha sido al fin separado por la crítica moderna y publicado por Gómez Moreno con el título de Crónica profética. A base de una profecía de Daniel, el autor intenta probar que el dominio de los árabes en España no había de durar más que ciento setenta años desde el momento de la invasión, y, por lo tanto, que acabaría en 883. Como complemento de la argumentación encontramos interesantes noticias, tanto sobre la genealogía de los árabes y sus caudillos como sobre los Estados cristianos.

Al mismo ciclo pertenece otra crónica que abarca desde el reinado de Wamba hasta la muerte de Ordoño (672-866). En torno a ella se han suscitado diversos problemas. Está en primer lugar el problema del autor. Ha sido atribuida por unos a Alfonso III, y por otros a un obispo llamado Sebastián, que sería, no de Salamanca, ciudad despoblada todavía, sino de Arcábica, y luego de Orense. Las dos teorías son compatibles, pues existen dos redacciones: una de estilo más sencillo y casi bárbaro, y otra que pudiéramos llamar literaria o clerical. Según esto, Alfonso III habría escrito la primera redacción, en la cual vemos que se usa más de una vez el pronombre personal mayestático, y se la habría enviado a uno de sus prelados para que hiciese las correcciones de estilo. Existe, efectivamente, una carta preliminar, dirigida Sebastiao nostro, en que se hace ese envío. El corrector no se contentó con hacer que el latín estuviese más conforme con la gramática, sino que suprimió algunas noticias y aprovechó la ocasión para ensalzar a los godos y disculpar al clero. Hasta la época moderna la incorrecta forma primitiva fue más conocida y utilizada que la literaria. No obstante, Villada, al hacer la edición crítica, creyó que la redacción erudita era la más antigua. Se ha discutido también sobre algunas coincidencias literales entre esta crónica alfonsina y la de Albelda, que sólo se explicarían si la una dependiese de la otra, o si las dos procediesen de una fuente común. Se ha escrito mucho sobre esta cuestión, y todos los que admiten la interdependencia coinciden en que los indicios favorecen la anterioridad de la albeldense.

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Es más probable sin embargo que las dos se inspiren en una fuente común, una crónica anterior que fue escrita en tiempo de Alfonso II, lo cual vendría a explicarnos no sólo las coincidencias, sino también las diferencias. Fuera de esto, el autor apenas se sirve más que de la tradición oral, aunque se ve que conoce la historia de los godos de San Isidoro y la obra histórica de San Julián. Por sus páginas corre el optimismo que debía animar a los hombres que hicieron el gran salto repoblador de la segunda mitad del siglo.

A pesar de esto y de su inclinación a los sucesos maravillosos, Villada y Barrau-Dihigo exageran su desconfianza en relación con este escrito. Sánchez-Albornoz se ha detenido a contrastar sus principales afirmaciones contrastándolas con lo que sabemos por las historias árabes, por los diplomas y por los monumentos y de esta confrontación saca una gran confianza con respecto a la veracidad de este escrito. Si en la narración del desastre de Guadalete se muestra francamente antivitizano, es, sin duda, por el ambiente de opinión de la restauración. Es el ambiente que respiramos también en la Crónica de Albelda, que por otra parte, nos ofrece un relato más sencilla, más concreto y menos inclinado a lo fabuloso6.

Para el siglo X tenemos casi como única fuente narrativa en latín la Crónica de Sampiro, un clérigo que vivió entre 970 y 1042, y que después de haber sido notario, consejero y mayordomo de Vermudo II y Alfonso V, fue nombrado obispo de Astorga por Sancho el Mayor. Su relato, escueto y, al parecer desapasionado, se nos presenta como una continuación demasiado esquemática de la Crónica de Alfonso III, y abarca, por tanto, desde el rey Magno hasta los comienzos de Alfonso V (866-1000). Nos ha llegado en dos compilaciones: la del monje de Silos y la de don Pelayo. El primero la reprodujo con plena fidelidad; el segundo hizo en ella diversas correcciones literarias y además metió algunas interpolaciones interesadas, relativas al concilio de Oviedo, y a las iglesias de Oviedo, de Santiago y de León, algo semejante a lo que había hecho en la Crónica de Algonso III, con una gran diferencia: que de la Crónica de Alfonso III nos han llegado manuscritos intactos de

6 Cfr. Gómez Moreno, Las primeras crónicas de la Reconquista. El ciclo de Alfonso III. Bol. Acad. Hist. 1932, pp. 562-232; Cirot, À propos d’une édition récente de la chronique d’Alfonse III. Rev. Fil. Esp., 1919, XXI, 1-8; Barbau-Dihigo, Remarques sur la chronique dite d’Alfonse III. Rev. Filol. Esp. 1919, XXLVI, 323-381; García Villada, Rectificaciones, en Razón y Fe, 1926, LXXIV, 221-232; Sánchez Albornoz, La redacción original de la crónica de Alfonso III, Spanische Forschungen der Görresgesellchaft spaniens, II, 47-66; el mismo, Sobre la autoridad de las crónicas de Albelda y de Alfonso III en Bull. Hisp., 1947, XLIX, 283-298; ediciones: Esp. Sagr., XIII, 464-492; Ramón Cobo y Sampedro, Cronicón de Sebastián, texto latino y traducción castellana, Sevilla, 1870; Z. García Villada, Crónica de Afonso III. Madrid, 1919. Véase B. Sánchez Alonso, Fuentes de Historia española. Madrid, 1952, núm. 641).

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interpolación; de la de Sampiro no tenemos más que las copias hechas en el Silense y en el obispo don Pelayo7.

Para la historia de la España del Norte no interesa el conocimiento de la Chronica Gothorum pseudo-Isidoriana, si no es por su versión popular acerca de don Rodrigo y de la desaparición de la monarquía visigoda (editada en el segundo volumen de Chronica minora de Mommsen, según el original del ms. de París, B. N., 6.113). Fue escrita por un mozárabe de Toledo en la primera mitad del siglo XI. En la España cristiana no encontramos ninguna otra fuente narrativa, hasta que en los primeros años del siglo XII escribe su crónica el monje de Silos. Su autor ha sido objeto de numerosos estudios. Hasta hace pocos años nadie dudó que la Domus seminis, de que habla en la introducción, fuese el monasterio castellano de Santo Domingo de Silos. Por el conocimiento de las fábulas que circulaban en Al-Andalus se ha supuesto que era un mozárabe, y por la interpretación literal de algunas expresiones, han creído algunos que escribiría en León. Rafael Alcocer defendió con buenas razones la tesis tradicional8. El examen de los manuscritos y de su procedencia viene a darle la razón, según puede verse en J. Pérez de Urbel9. Es un hecho que el Silense recogió del ambiente musulmán no sólo fábulas, sino también noticias diversas que sólo pudieron llegar hasta él por el conocimiento de textos árabes, para lo cual tenía un medio a propósito en el monasterio, un poco cosmopolita, de Silos. Por otra parte, su historia tiene ya un carácter literario y polémico, pues no falta en ella la defensa del genio hispánico contra los cluniacenses ni citas o alusiones a Suetonio, Tito Livio o Eginardo y otros autores. Hay que tener en cuenta que lo que el monje de Silos intentó escribir fue, como dice el mismo, la biografía de Alfonso VI. Para eso empezó por recoger materiales, que fue juntando unos con otros, algunos de ellos sin elaborar, como le pasó, por ejemplo, con la Crónica de Sampiro. Por eso en su compilación apenas encontramos más que textos correspondientes a los antepasados navarros, asturianos o leoneses de su héroe. Empieza su relato con la ruina de España y su restauración con Covadonga. Es furioso y antivitizano, aunque recoge ya la versión que encontró en las historias de Al-Andalus, y que atribuye a Rodrigo el estupro de que antes se culpaba a Vitiza. Rebate indignado la glorificación que los cantares de gesta franceses hacían de

7 (Lo publicó por primera vez Sandoval, Historias de Idacio, Pamplona, 1614. Esp. Sagr. XIV, 419-457; otra edición, peor que la de Flórez hizo Ferreras en el tomo XIV de su Historia de España. Últimamente fray Justo Pérez de Urbel, la ha editado en sus dos redacciones, dedicando un largo estudio al autor y a la obra: Sampiro, su crónica y la monarquía leonesa del siglo X, Madrid, 1952.8 La ‘domus seminis’ del Silense, en Rev. Hit. de Valladolid, segunda época, 1925, 1-16, 49-59.9 Sampiro, su crónica y la monarquía leonesa en el siglo X, Madrid, 1952, pp. 202-240.

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la expedición de Carlomagno, aunque sus noticias parecen proceder de las fuentes históricas más que de los cantos populares. Habla con extensión del traslado del cuerpo de San Isidoro de León, y es probable que este relato, lo mismo que la Crónica de Sampiro, no sea más que un escrito independiente incorporado al borrador. No puede decirse otro tanto, a pesar de la autoridad de Cirot y Sánchez-Albornoz, de la larga reseña del reinado de Ordoño II. No se trata de una crónica contemporánea a los sucesos, sino de un relato del biógrafo frustrado de Alfonso VI, como se ve por el estilo, que lleva un sello tan personal, y por diversas frases, que no pudieron escribirse en la primera mitad del siglo X10.

Poco después que el Silense, escribía en Oviedo, el obispo don Pelayo, que gobernó aquella diócesis desde 1101 a 1129, pero que vivió hasta después de 1142. A él se debe otra compilación, que fue perfeccionando gradualmente y de la que hizo por lo menos tres redacciones. En ella se introdujo toda clase de textos de la época visigoda y posteriores: San Isidoro, San Julián, epístolas de escritores del siglo VII, crónicas de Alfonso III, de Albelda, de Sampiro, etc. A estos textos, interpolados por él, añadió otros de procedencia oscura, como la Hitación de Wamba, en el cual hay que ver también una intervención suya más o menos extensa. Pelayo colecciona todas estas obras para hacer pasar, con la autoridad de sus autores, muchas noticias más o menos auténticas, que él quería legar a la posterioridad o que estaban relacionadas con las glorias o con los intereses materiales de su iglesia: división de los obispados, historia del arca de las reliquias de la catedral de la ciudad de Oviedo; expedición de Silo a Mérida para rescatar las reliquias de Santa Eulalia; concilio oventense, dotación de la iglesia de Oviedo y Compostela y restauración de la de León. Hay que recoger también con desconfianza los datos genealógicos y los nombres de reinas que Pelayo añade con frecuencia a la Crónica de Sampiro.

En su compilación introdujo además el obispo una pequeña crónica suya, que abarca desde Vermudo II hasta Alfonso VI, inclusive. Tiene escaso valor, pues acerca del reinado de Fernando I hace una reseña sumamente breve y algo confusa, y la actuación de Alfonso VI resulta incolora y sin relieve. Se diría que lo único que le interesa al cronista es dejar bien

10 Ediciones: Esp. Sagr., XXVII, 256-323; Berganza, Antigüedades de España, II; Francisco Santos Coco, Crónica Silense, Madrid, 1919; Gómez Moreno, Introducción a la Historia Silense, con versión castellana. Madrid, 1921. Pueden consultarse los estudios siguientes: A. Blázquez, Pelayo y el Silense, en Rev. de Arch., Bibl. y Museos, 1908, XVIII, 187-202; el mismo, El Silense, su crónica y sus colaboradores, en Ciudad de Dios, 1925, CXLII, 275-291; J. Horrent, Chroniques espagnoles et chansons de geste. Madrid, 1947, LIII, 271-302.

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sentada su opinión adversa a Vermudo II, para lo cual lo primero que hace es mutilar la Crónica de Sampiro, en que no salía malparada la figura de este rey, para hacer luego su propio retrato a base de hablillas populares que se funden con algún hecho histórico, pero hostilmente interpretado y ridículamente deformado11.

Hay que tener en cuenta que la mayor parte de estas obras pertenecen al tipo de historia oficial, en que, por tanto, no podemos esperar una visión amplia e imparcial de las cosas. Sus autores no quieren ni pueden decirlo todo. Sampiro, por ejemplo, es un historiador fidedigno, pero nos da sus breves biografías de los reyes del siglo X escribiendo en la corte de uno de ellos. Su relato refleja el punto de vista leonés, y, fiel servidor de los Banu Alfonso, no tiene la libertad interior y exterior para hacer una historia del reino más bien que una historia de los reyes. Por otra parte, los autores son clérigos o monjes en su mayoría; y esta condición determina con frecuencia su criterio. Fruela II destierra al obispo de León, y este hecho explica la brevedad de su reinado. Pelayo quiere explicar el porqué de los sufrimientos que trajeron al pueblo cristiano las campañas de Almanzor, y este pensamiento es el que le mueve a hacer de Vermudo en su crónica la pintura de un tirano sombrío.

Un investigador de los primeros siglos de la Reconquista deberá acudir también a las obras de los dos grandes historiadores del siglo XIII: Lucas de Túy, que terminó en 1236 su Chronicon mundi12, y Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, que escribe unos diez años más tarde, hacia 124713. Es verdad que uno y otro siguen, a veces, al pie de la letra, lo que encuentran en las crónicas primitivas, pero es un hecho que hallamos en ellas detalles o interpretaciones que proceden de otras fuentes, hoy acaso perdidas, y no faltan en ellos interpretaciones personales que, por la época en que escribían, pueden tener especial valor. Esto es verdad, sobre

11 Señalaremos la edición de Flórez, Chronicon regum legionensiem, en Esp. Sagr., XIV, 458-475, y la de B. Sánchez, Crónica del obispo don Pelayo, Madrid, 1924; cfr. A. Blázquez, Elogio del obispo don Pelayo, ae Oviedo. MAH, XII, pp. 439-492; el mismo, Pelayo de Oviedo y el Silense en Rev. de Arch. , Bibl. y Museos, 1908, XVIII, pp. 187-202; el mismo, El reinado de Bermudo II en los manuscritos de la crónica del obispo don Pelayo, CUE, 1908, pp. 647-663; J. Pérez de Urbel, Sampiro, su crónica y la monarquía leonesa en el siglo X. Madrid, 1952, pp. 150 ss.12 Chronicon mundi, en Hispania Ilustrata, de A. Schott, IV, pp. 1-116; Crónica de España, primera edición del texto romance conforme a un códice de la Academia de la Historia, preparada y prologada por Juan Puyol , Madrid, 1926.13 Jiménez de Rada, R., Rerumin Hispania gestarum chronicon, Granada, 1945. Fue reimpresa por A. Schott, en Hispania Illustrata II, pp. 25-194, y en los Padres Toledanos, Lorenzana III

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todo, tratándose del arzobispo don Rodrigo, siempre más cuidadoso y mejor documentado.

No puede tampoco olvidarse la Crónica najerense, llamada también leonesa, por haber aparecido en el manuscrito de León, y miscelánea, para indicar el tipo de sus textos y el modo de su formación. Compuesta hacia el año 1160, ha permanecido inédita hasta nuestros días. Mientras que las crónicas anteriores reflejan el ambiente leonés, esta tiene un fuerte sabor castellanista, y se distingue por la importancia que da entre sus fuentes a los cantares de gesta. Para la época que aquí estudiamos interesa muy particularmente el libro segundo, que abarca desde Pelayo hasta Vermudo I. Fuera de un breve fragmento de la Crónica bizantinoárabe de 741 y de la Hitación de Wamba, su texto sigue la redacción vulgar de la Crónica de Alfonso III, con ayuda de la erudita. Conoce también la silense y la de Sampiro, y utiliza, aunque en menor escala, la albeldense, y más ampliamente, para el siglo XI, la de Pelayo14.

Los temas legendarios que incorpora son los de Fernán González, la ‘condesa traidora’, mujer de Garci Fernández, el infante García, los hijos del rey Sancho de Navarra y el cantar de Sancho el Furete hasta su asesinato por Bellido Dolfos15.

Un texto conocido por el autor de la najerense es el de las Genealogías de Meyá llamadas así por haberse encontrado en un manuscrito procedente del monasterio benedictino de Santa María de Meyá, provincia de Lérida. Se le llama también códice de Roda. Es la guía más segura para la historia de Navarra en sus primeros tiempos, y uno de los primeros testimonios que tenemos para deshacer el embrollo de sus orígenes. La parte más extensa se refiere a los reyes navarros, aunque tiene también la serie de los condes de Aragón, de Ribagorza, de Pallars, de Gascuña y de Tolosa. Junto a los datos genealógicos -matrimonios y descendencia- aparecen de vez en cuando fugaces indicaciones biográficas. Publicadas y comentadas estas genealogías repetidas veces, tienen un cuidadoso editor y anotador en José María Lacarra, que ha

14 Cfr. Sánchez Alonso, Fuentes de Historia española, art. 642; W. I. Entivitle, On the carmen de morte Santii regis, en Bull, Hisp., 1928 XXX, pp. 202-229; R. Menéndez Pidal, Relatos poéticos en las crónicas medievales, en Rev. Filol. Esp., X, 1923, pp. 330-352. La edición hecha por Girot, puede verse en Bull. Hisp., XI, 1909.15 (Traggia, en Memorias de la R. A. de la Hist. IV, p. 52; Campión, Ensayo acerca del P. Moret; G. Balparda, Historia crítica de Vizcaya, I, pp. 289 ss.; J. M. Lacarra, Textos navarros del códice de Roda, Zaragoza, 1945. Además de las series condales y reales mencionadas, encontramos en este opúsculo los textos siguientes: De Pampilona, Initium regnum Pampilonam, Nomina y obituario de los obispos de Pamplona; de Laude, Pampilone epistola, Versi domna Leodegundia regina.

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añadido otros textos interesantes para la historia del reino pirenaico, sacados del mismo códice16.

Hay otro género histórico que florece por estos siglos con particular pujanza y que tiene especial valor cronológico: es el de los anales. En ellos tenemos la ventaja de encontrar fechas precisas, cosa que en las crónicas falta con frecuencia, y además nos ofrecen noticias de orden local o regional que difícilmente encontraríamos en otra parte. Como se puede suponer, en estos anales se encuentran los sucesos más impresionantes rápidamente reseñados, por personas contemporáneas casi siempre; un clérigo o un monje los empiezan para llenar el hueco de un códice, y otros los continúan estimulados, tal vez, por la labor del primero. Para la época que aquí estudiamos hay que tener en cuenta los Anales complutenses o Cronicón complutense, que después de hablar de los primeros reyes de Asturias, hasta Mauregato, se ciñe casi exclusivamente a noticias portuguesas17; los Anales compostelanos o Cronicon Compostelano, llamados así porque se encuentran en el códice de la Historia compostelana, que comienza como los anteriores y sigue luego con noticias de los reyes asturleoneses18; los Cronicones conimbricenses I, II y III, y el Chronicon lamecense, poco interesantes para la época asturleonesa; el Chronicon lusitanum o Chronica Gothorum, de no escaso interés por sus manifestaciones de nacionalismo portugués, y aprovechable también por las noticias que trae sobre los reyes de Asturias. Pasando a Castilla, donde por esta época eran los cantares de gesta la verdadera historia, vemos que los monjes se esfuerzan por contemplarlos con estas notas analísticas, de las cuales conservamos algunos textos breves pero muy preciosos: los Anales castellanos primeros, que empiezan con la predicación de Mahoma y terminan con la batalla de Simancas19; los Anales castellanos segundos, cuyo castellanismo es evidente, aunque parece que algunos de sus datos proceden del monasterio asturiano de San Juan de Corias; las Efemérides riojanas20, título en el cual engloba Gómez Moreno las tres piezas antes llamadas Chronicon Ambrosianum, Chronicum Burgense y Annales toledanos, que son una versión

16 Esp. Sagr. XXIII, pp. 298-299 y 316-318. Fueron reimpresos en Monumento Portugaliae Historica, con el título de Chronicon Complutense sive Alcobacense seu Monasterii Sanctae Crucis Conimbricesis).17 Esp. Sagr., XXIII, pp. 300-301 y 3267-329.18 Esp. Sagr., pp. 301-303 y 330-336. Flórez publica aquí los tres Cronicones Conimbrienses, englobándolos en uno solo. El Lamecense se encuentra en Monumento Portugaliae Historica I, pp. 19-20.19 Lo publicó Tailhan con el título de Cronicón de San Isidoro de León, en su libro Anonyme de Cordoue, Paris, 1885, y lo volvió a editar con el título de Anales castellanos primeros, defendiendo su origen castellano Gómez Moreno, en su discurso de ingreso en la Academia de la Historia, Madrid, 1918.20 Esp. Sagr. XXIII, pp. 298-299 y 311-315. La edición de Flórez ha sido corregida por Gómez Moreno en el discurso antes citado.

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castellana de los Castellanos segundo o complutenses, como antes se les llamaba21. Mencionaremos finalmente el Chronicon villarense o Liber regum que, escrito en romance navarro hacia 1200, trae después de la serie de los emperadores romanos una lista, llena de lagunas y errores, de los reyes, visigodos, de los asturianos y castellanos hasta Alfonso VIII, y de los que reinaron en Navarra, Aragón y Francia22.

21 Esp. Sagr. XXIII, pp. 382-401.22 Serrano y Sanz, que lo publicó en el Bol. de la Acad. Esp., 1919, VI, pp. 192-220 y 1921 VIII, pp. 367-382, le dio el nombre de Villarense, derivado del poseedor más antiguo del manuscrito, don Miguel Martínez del Villar. Flórez incluyó las noticias relativas a la reconquista en sus Memorias de las reinas católicas, valiéndose de una segunda redacción castellanizada y aumentada.