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50 Concurso Coca-Cola Jóvenes Talentos Premio Relato Corto 17 Relatos finalistas 2009/2010

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50 Concurso Coca-Cola Jóvenes Talentos Premio Relato Corto

17 Relatos finalistas 2009/2010

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ÍNDICE

Los seis primeros clasificados: Página

1ª clasificada

Sara Castaño Díaz, del IES Vaguada de la Palma, Salamanca (Castilla y León)

Aurial, el ángel de los libros……………………………………………………………………………………….…. 3

2ª clasificada

Marina Marquín Hierro , del Colegio Vizcaya, Vizcaya (País Vasco)

Cárcel Blanca……………………………………………………………………………………..…………………….…. 7

3ª clasificada

Francisco Javier Puchol Rodrigo, del Colegio Alemán, Valencia (Comunidad Valenciana)

El atardecer en el jardín………………………………………………………………………..………………..…... 11

4ª clasificada

Julia García Felipe, del IES Algarb, Ibiza (Islas Baleares)

Un refugio en el jardín………………………………………………………………………..………………….…... 14

5º clasificado

María Pomares Aragunde, del IES Ramón Cabanillas, Pontevedra (Galicia)

El juego de la metamorfosis………………………………………………………………………..…….…………. 21

6º clasificado

Teresa Huertas Roldán, del Colegio Lux Mundi, Granada (Andalucía)

La misión de Colmillo………………………………………………………………………..…………………...…... 24

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El resto de finalistas estatales, ganadores en sus comunidades autónomas,

ordenados alfabéticamente:

Aragón: Ana Antón Salvador, del IES Francés de Arnada, Teruel

El bailarín sin nombre………………………………………………………………………..………….……….…... 29

Asturias: Esther Barrios Crespo, del IES Al-Andalus, Oviedo

Sin título………………………………………………………………………..……………………………….…….…... 32

Cantabria: Andrea Palacios Carrera, del Colegio Cumbres de Santander, Santander

Sin título………………………………………………………………………..……………………………….…….…... 34

Castilla-La Mancha: Raquel Ugena García, del IES Alfonso VIII, Cuenca

Sin título………………………………………………………………………..……………………….…………….…... 38

Cataluña: Andrea Zapata Alfonso, del L'Escola Verge de las Neus, Barcelona

Sin título………………………………………………………………………..…………………………….…..….……. 41

Comunidad de Madrid: Elisa Bautista Martín, del Colegio La Inmaculada, Madrid

Sin título………………………………………………………………………..………………………………………..... 44

Extremadura: Jaime Galiana Nieves, del IES Bioclimático, Badajoz

Sin título………………………………………………………………………..…………………………………..……... 48

Islas Canarias: Mónica López Pérez, del Colegio La Salle Arucas, Las Palmas de Gran Canaria

Y reflejos dorados………………………………………………………………………..………………..……...…... 52

La Rioja: Nerea Silva Obama, del Colegio Escuelas Pias, Logroño

Mil lágrimas………………………………………………………………………..………………………………..….... 54

Navarra: Guillermo Pimoulier Gómez, del Colegio Irabia, Pamplona

Sin título………………………………………………………………………..………………………………..….…..... 56

Región de Murcia: Silvia Domínguez Sánchez, del IES Juan Carlos I, Murcia

Cambios………………………………………………………………………..…………………………………….…..... 58

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PRIMER CLASIFICADO

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AURIAL, EL ÁNGEL DE LOS LIBROS

Sara Castaño Díaz (Castilla y León)

“El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil”, leyó Aurial.

Sujetaba el libro entre sus manos con delicadeza, como si estuviese hecho

con pan de oro. Pasaba las hojas con movimientos gráciles de sus finos

dedos y su voz articulaba las palabras como si de una canción se tratase.

Las frases resonaban en la estancia dejando un suave eco, que rebotaba en

las paredes de la cúpula. Cerró el libro y desplegó sus blancas alas, de

plumas brillantes cual marfil, con un sutil movimiento. Su túnica violeta se

agitó con el viento provocado al elevarse.

Llegó hasta una estantería en lo alto de la cúpula, en la cual se podía ver el

hueco del libro, y lo colocó entre los demás. Sus ojos recorrieron la enorme

biblioteca en busca de algo nuevo que leer. Las paredes del lugar, hechas

de un material más puro y blanco que cualquier mineral, se encontraban

recubiertas por completo de estanterías que se elevaban hasta lo más alto

de la cúpula.

Allí había una estancia de cristal que rodeaba las paredes formando un

corredor. Este espacio albergaba cientos de cuadernos con sus respectivas

plumas. Todos tenían diferente aspecto, pero con algo en común: sus hojas

estaban grisáceas y sus plumas yacían inertes sobre ellas.

Aurial se acercó, sobrevolando los miles y miles de libros hasta el corredor

de cristal. Su rostro mostró una expresión entristecida al ver la tinta seca y

resquebrajada de las plumas y el color apagado de las hojas de los

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PRIMER CLASIFICADO AURIAL, EL ÁNGEL DE LOS LIBROS

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cuadernos. Añoraba los años en los que una pluma se erguía sobre el papel

de hojas luminosas y comenzaba a escribir una nueva e intrigante historia

para que ella la leyese.

En aquella biblioteca estaban guardados todos los libros que los humanos

habían escrito, y ella había visto el comienzo y la evolución de todos y cada

uno de ellos. Pero hacía mucho que nadie escribía un libro, y ella temía que

los humanos se les hubiera acabado la inspiración.

Antiguamente, cuando alguien tenía una nueva idea, las hojas de uno de los

cuadernos se iluminaban, llamando a la pequeña ángel e invitándola a leer;

y cuando alguien comenzaba a escribir, la pluma se detenía en el comienzo

de la hoja y dibujaba las palabras con su trazo fino y negro. Ver cientos de

cuadernos de hojas como el sol escribiendo a la vez era un espectáculo

maravilloso.

Aurial disfrutaba leyendo aquellas historias, y se entristecía cuando el

humano que las escribía tenía que dejarlo para otro momento, porque tenía

que dormir. Aurial no dormía, y al principio no le gustaba que los humanos

cortasen su inspiración para descansar, pero pronto descubrió que ellos

también se inspiraban mientras dormían. Mientras soñaban.

Los sueños no se archivaban de la misma forma que los libros, pero

también se guardaban en aquella biblioteca. En el extremo opuesto al

corredor, en el suelo, había un pequeño mueble con forma de estrella de

once puntas. Era mitad blanco y mitad negro. Tenía dos cajones cerrados

con llave. En el cajón blanco había sueños de todos los tipos: caóticos,

hermosos, realistas, extraños… En el cajón negro, por el contrario, había

otro tipo de sueños, a los que los humanos llamaban pesadillas, y les daban

miedo.

Aurial no lo entendía. A ella le gustaban los dos tipos de sueño. Todos eran

diferentes e interesantes. No comprendía por qué a los humanos les

provocaban esas sensaciones las pesadillas.

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PRIMER CLASIFICADO AURIAL, EL ÁNGEL DE LOS LIBROS

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Cuando no había nada nuevo que leer, Aurial cogía su llave de los sueños,

decorada con filigranas y llena de engranajes, y abría los cajones para que

las imágenes flotasen por la estancia. Le divertía ver los sueños, porque le

ayudaban a comprender a los humanos. Al fin y al cabo, no eran tan

diferentes.

Desvió la vista del cuaderno y descendió haciendo espirales hasta el mueble

de sueños. Sacó la llave y abrió los cajones, pero su expresión no mejoró.

Los sueños que tenían ahora los humanos eran tristes y grises; y muy

aburridos. Aurial no comprendía. ¿Qué les pasaba a los humanos? No

soñaban igual que antes, y ni siquiera escribían. ¿Qué estaba mal? ¿Qué

ocurría?

Ella era el espíritu de los libros, de los sueños, de la imaginación… y se

estaba muriendo.

Una pluma se desprendió de sus alas. Brillaba con luz propia, como hecha

con un rayo de luna que se filtraba por las ventanas. Aurial observó su lenta

caída hasta el suelo, y su rostro se iluminó. Era una idea descabellada. La

única regla que siempre había tenido el ángel era no interferir, y, por tanto,

no tocar los cuadernos. Sería como firmar su propia sentencia, y desconocía

las consecuencias, pero debía hacerlo.

Cogió su pluma y voló de nuevo hasta lo alto de la biblioteca. Se colocó

junto al corredor de cristal y por su cara cruzó una expresión de duda, pero

se disipó con una sola mirada a las grisáceas hojas de los cuadernos.

Tomó impulso y se lanzó sin miedo contra la transparente superficie, que se

rompió en mil esquirlas punzantes que se precipitaron hacia el suelo. Aurial

cogió uno de los cuadernos y descendió hasta posarse junto al mueble

estrellado.

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PRIMER CLASIFICADO AURIAL, EL ÁNGEL DE LOS LIBROS

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Se sentó, pluma en mano, con un grácil movimiento, dispuesta a escribir.

Las hojas del cuaderno se iluminaron, con ese brillo tan especial, pero

Aurial se detuvo. ¿Y la tinta? ¿Cómo iba a escribir sin tinta? Entonces, en la

hoja ahora blanca del cuaderno apareció una mancha roja, y otra, y otra

más. Aurial no supo de dónde salían hasta que se miró la mano, y luego el

brazo, y el resto de su cuerpo. Estaba sangrando, llena de cortes y

magulladuras. Sus alas se había teñido de rojo intenso y todo su cuerpo

estaba goteando. Aún tenía trozos del cristal clavados en su piel. Pero no le

dolía. Ni siquiera lo sentía. Cogió de nuevo su pluma y la empapó de su

propia sangre y comenzó a escribir. Las hojas brillaban más intensamente

que nunca y las letras escarlata de trazo fino y delicado surcaron el papel.

Aurial escribió con su propia sangre su propia historia. Ya no le importaba

morir, puesto que tampoco vivía si no había historias que contar.

Estuvo varios días seguidos escribiendo, y cuando terminó, metió el

cuaderno en el mueble de los sueños, entre los dos cajones. Así los

humanos soñarían con su historia y, tal vez, quién sabe, alguien volvería a

inspirarse y la escribiría.

Cerró los ojos y, aún con la pluma en la mano, se durmió por primera vez…

y última.

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SEGUNDO CLASIFICADO

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CÁRCEL BLANCA

Marina Marquín Hierro (País Vasco)

Un día, después de un sueño inquieto, se despertó convertido en una

pequeña lechuza de ojos amarillos. Giró la cabeza hasta casi verse la

espalda. Bueno, o lo que antes hubiese sido la parte de atrás de su esbelto

cuerpo. Antes… Ahora esa palabra significaba algo demasiado lejano para

él.

Antes de sufrir esas convulsiones en el cuerpo, antes de oír las palabras

sosegadas y tranquilizadoras de su madre, diciéndole con esa cálida voz

suya que tan bien conocía, palabras de consuelo. Había cerrado los ojos,

intentando no gritar, haciendo todo lo posible para dormirse y conseguir

que el dolor acuciante que le oprimía el pecho, que le hacía encorvarse, que

producía que enormes torrentes de lágrimas se deslizasen por sus mejillas,

parara. Tuvo la sensación de que sus ojos iban a salirle disparados, y

cuando los abriera a la mañana siguiente sus cuencas estarían vacías.

La angustia y el dolor eran una mala combinación. Estaba cambiando, lo

sabía tan bien como la certeza de que acabaría. En algún momento dejaría

de pensar y se sumiría en ese profundo sueño que tanto anhelaba, para

despertarse a la mañana siguiente convertido en otro ser completamente

diferente.

Y ese momento por fin había llegado. Ahora se encontraba en el hospital,

mirando con sus ojos saltones a los demás niños dormidos, víctimas del

mismo experimento. La chica que había a su lado tampoco había

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SEGUNDO CLASIFICADO CÁRCEL BLANCA

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despertado, pero no era muy difícil adivinar que se había convertido en una

ninfa de pelo verde y labios carnosos.

Un poco más lejos había un chico cuyo aspecto se asemejaba al de un

águila real. Kevin sintió que la angustia que creía expulsada junto con su

cuerpo humano había regresado al de lechuza. Aquel muchacho era un

hermoso pájaro, grande y vigoroso. Él era una simple lechuza gris e

insignificante.

Paseó sus ojos por toda la habitación, de paredes blancas, camas blancas,

cortinas blancas y suelo blanco. Kevin quiso sonreír, pero notó la boca

rígida como un pedrusco. Maldijo la voz sosegada de su madre, sus cálidas

manos y sus ojos enternecedores. Le había vendido a la ciencia para que

experimentaran con él. Era verdad que de no haberlo hecho no habría visto

un nuevo amanecer. La leucemia se había llevado casi por completo su

cuerpo humano. Sabía que su madre lo había hecho para arrancarle de las

garras de la muerte, que tan rápido lo arrastraba hacia su mundo inhóspito.

Pero ahora preferiría haber muerto a pasarse el resto de su vida atrapado

dentro de un ser que nada tenía que ver con su cuerpo humano, hermoso y

fuerte al principio, hasta que la leucemia lo había alcanzado y doblegado.

Iba a echar de menos las tardes pasadas en el parque, recostado en su

vieja hamaca de madera gastada, permitiendo que los rayos del sol le

acariciaran la piel mejorando su aspecto pálido y demacrado.

Pero eso ya solo serían recuerdos.

Ahora estaba atrapado entre cuatro paredes blancas, convertido en conejillo

de indias para los científicos, y se sentía peor que si le hubieran dado con

un martillo en la cabeza. Entonces descubrió que las lechuzas podían llorar.

Estaba tan absorto en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que una

señora de bata, también blanca y se había arrodillado al lado de un precioso

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SEGUNDO CLASIFICADO CÁRCEL BLANCA

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caballo blanco. Pestañeó para disipar las lágrimas y poder contemplar la

escena que tenía ante sí.

El ser todavía estaba sufriendo convulsiones y gemía al notar cómo se le

agujereaba la cabeza. En la parte frontal del cráneo le estaba empezando a

salir un pequeño pincho con forma espiral. El caballo resoplaba de dolor

mientras la enfermera le daba unas pastillas que Kevin imaginó, sería

calmantes.

Al cabo de diez minutos hicieron su efecto y la estancia volvió a quedarse

en silencio. Kevin cerró los ojos de nuevo y esperó.

Horas más tarde la puerta se volvió a abrir. Kevin pegó un brinco, lo que

hizo que los latidos de su corazón se convirtieran en un murmullo

constante.

Los demás niños ya se había despertado y conversaban animadamente

entre ellos. Kevin volvió a mirarse las plumas y decidió quedarse donde

estaba.

-¡Eh, tú!

Se removió inquieto y ocultó la cabeza debajo de las alas. No quería saber

nada del mundo. Tal vez, pensó, si cerrara los ojos todo desaparecería.

-¡Tú, la lechuza gris!

Kevin quiso soltar un gruñido para hacerle ver que no quería hablar con

nadie. Pero no funcionó. En su lugar le salió un desagradable chirrido que

resultó absolutamente ridículo. Se encogió aun más, avergonzado de su

situación. Abrió un ojo, pero lo que tenía ante sí merecía ser observado con

los dos bien abiertos: un grandioso unicornio blanco, de pelo brillante y

pezuñas doradas le miraba fijamente. Los ojos amarillos de Kevin se

posaron en la cola de aquel extraordinario ser y fueron recorriendo el

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SEGUNDO CLASIFICADO CÁRCEL BLANCA

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esbelto cuerpo del animal con el pico abierto, para terminar posándolos en

sus hermosos ojos azules del color del océano más profundo.

-¡Vaya!, por fin decides enfrentarte a lo que te rodea. Soy Meila. Me gustan

tus ojos. Son del color del fuego cuando está muy caliente.

-¿Mis ojos? ¡Son grandes y saltones!

-Pero preciosos, ¡caray! Tu plumaje es del color del arco iris cuando te da el

sol.

Kevin extendió un ala y comprobó que tenía razón. Los tímidos rayos del

atardecer se filtraban por la venta y hacían que sus plumas brillaran como

trozos de cristales de diversos colores.

-¡Tú eres mucho más hermosa que yo! Ya me hubiera gustado a mí

convertirme en un unicornio.

-¡Pero qué dices! ¡No sabes la suerte que tienes! Tú podrás surcar los cielos

cuando quieras, extender tus alas y planear, o recogerlas y descender en

picado. Podrás notar el viento en tu cara y disfrutar de la libertad.

-Eso si consigo salir de aquí.

-¿Pero no te das cuenta de nada? Eren tan pequeño que pasarás

desapercibido y podrás escaparte por cualquier rincón. A veces las cosas

más pequeñas pueden ser las más grandes.

Entonces Kevin empezó a pensar que esa nueva vida quizá no fuera tan

mala, sólo quizá… Y su nuevo corazón se llenó de alegría por primera vez.

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TERCER CLASIFICADO

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ATARDECER EN EL JARDÍN

Francisco Javier Puchol Rodrigo (Comunidad Valenciana)

El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. La vejez era

cruel y sádica. Iba destruyendo lentamente el cuerpo de su víctima, sin

piedad. El hombre, Pedro, siempre había sido delgado, pero ahora había

llegado hasta un punto crítico. El sol se ponía y la antitética luna de plata

ocupaba ya su lugar.

¿Qué importaba el atardecer cuando te estabas muriendo?

Los hijos de Pedro lo habían instalado en una residencia para ancianos.

Aquél era un acto despiadado. Quizá el edificio estuviese pintado con

colores alegres y vivos y, a la vez, decorado con todo tipo de plantas y

cuadros, pero dentro de la residencia olía a putrefacción.

Además, Pedro se deprimía en aquella estancia. La gente de allí era incapaz

de sostener una conversación congruente. Recordaba cuando, al

preguntarle el nombre a una mujer, ésta había empezado a contar hasta

diez. Definitivamente, aquello parecía un manicomio.

Se asomó a la ventana para contemplar absorto la bóveda celeste tintada

de un rojo amoratado y el sincronismo del astro y el satélite que la

recorrían parsimoniosamente. La belleza del cielo inundó de tal forma la

visión de Pedro que, por unos momentos, sintió una leve opresión en el

pecho y le pareció que el aire no le llegaba a los pulmones.

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TERCER CLASIFICADO EL ATARDECER EN EL JARDÍN

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El atardecer acaecía sobre el jardín de la residencia. Lirios, amapolas,

pensamientos, nomeolvides, camelias y otras variedades de flores en sus

respectivas macetas formaban una mezcolanza de variopintos colores y

formas. De repente, Pedro encontró en aquel jardín la solución a sus

problemas.

Hacía poco que habían despedido al jardinero. Al parecer, era alcohólico y,

cuando estaba ebrio, empezaba a gritar como un descosido y molestaba a

los ancianos.

Pedro bajó a trompicones por las escaleras. Mientras cruzaba el pasillo,

pudo oír una extraña letanía. Supo que era Marcial, un señor interno en la

residencia que se pasaba el día hablando en un lenguaje indescifrable. Fue

fácil convencer a los enfermos; ahora él era el nuevo jardinero.

Pedro acabó encariñándose con las plantas. Les narraba todas sus penurias

a falta de oídos humanas dispuestos a escucharlas. Y cada día Pedro se

encontraba mejor. Más sano, más robusto y más feliz. Fueron

transcurriendo los años.

La pesadez de sus extremidades fue reduciéndose. Su vista y su oído

mejoraron notablemente. Cada vez se desplazaba con mayor agilidad.

Aquella lenta evolución era inexplicable. Y lo más extraño fue cuando, al

hacerle una revisión médica, el doctor le comunicó sorprendido que su

aparato excretor, antes gravemente atrofiado, era ahora inmejorable.

Al mismo tiempo, el jardín de la residencia fue convirtiéndose en un vergel

gracias a los cuidados de aquel alegre jardinero. Los colores de los pétalos

nunca antes habían refulgido con tanta intensidad, el verde brillante de

otras plantas fue incluido en el jardín y toda la residencia experimentó una

oleada de euforia provocada por aquella explosión de colorido y perfume.

Lentamente, los ancianos a los que veía en la residencia fueron

desapareciendo. Sus canas se volvieron rubias. Sus arrugas se alisaron. Se

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TERCER CLASIFICADO EL ATARDECER EN EL JARDÍN

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encontró con que ya no era un hombre de la tercera edad enclenque y feo,

sino una persona lozana y fresca.

Aquel disparatado suceso no podía ser obra del ejercicio físico diario.

Decidió pensar que su mejora se debía a que algún perfume vegetal tenía

efector rejuvenecedores.

Alberto y Cristina dedicaron unos minutos de silencio al difunto.

- Y pensar que sólo han pasado cuatro años… - dijo Alberto, el hijo de

Pedro.

- Aún me acuerdo de cuando las enfermeras nos relataron la muerte de tu

padre. Dijeron que estaba mirando desde una ventana el atardecer cuando

le dio el infarto. – comentó Cristina mirando la tumba.

- Bueno - susurró Alberto - ahora seguro que está en un lugar mejor…

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CUARTO CLASIFICADO UN REFUGIO EN EL JARDÍN

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UN REFUGIO EN EL JARDÍN

Julia García Felipe (Islas Baleares)

El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Estaba

claramente nervioso y se tocaba continuamente la cabeza con la palma

derecha. Su bigote, denso y oscuro, impedía detectar que era allí abajo

donde tenía la boca.

La señora Hafelpath estaba sentada en la butaca vieja de la sala de estar,

muy cerca del individuo. Llevaba una copa de whisky en su mano derecha,

y la otra la posaba sobre el brazo de la butaca. Ella no dejaba de temblar.

Sus ojos gris perla estaban completamente enrojecidos, doloridos,

posiblemente de llorar toda la noche. Era incapaz de hablar. Sabía que si lo

hacía se le rompería la voz y su pena volvería a desbocarse.

Tara estaba de pie al lado izquierdo de su madre, con las manos extendidas

a ambos lados de su cintura, y una de ellas, envuelta por la de su marido,

Daniel, que lucía un gesto serio. El pelo rubio de Tara estaba recogido en un

inusual moño caído, y su delgadez extrema se veía aún más marcada por

aquel vestido negro. Sus ojos parecían cansados, inexpresivos, pero era así

como siempre los tenía. No era posible averiguar si éste acontecimiento le

afectaba lo más mínimo.

Al otro lado de la butaca, junto a su madre, el más pequeño de los cuatro

hermanos, Rott, se apoyaba contra una de las puertas del armario caoba.

Sus ojos mostraban mucha más desolación que los de Tara, pero nada

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CUARTO CLASIFICADO UN REFUGIO EN EL JARDÍN

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comparados con los de la señora Hafelpath, su madre. Estaba simplemente

aturdido.

Hacía ya meses que Henry había muerto, pero todos seguían muy

afectados.

El hombre flaco comenzó a hablar:

- Bien… - dijo con la frente sudorosa - Aún esperamos la aparición de un

miembro más, ¿no es cierto?

La señora Hafelpath respiró profundo para contestar, pero Tara se le

adelantó:

- No, - dijo ruda - Kyle no va a venir hoy.

Aquel hombre puso cara de sorpresa, pero luego continuó con los papeles

que habían traído.

- Rott - dijo la señora Hafelpath con un hilo de voz - Ve al jardín a buscar a

tu hermano, somos una familia, tenemos que estar juntos.

El pequeño de los Hafelpath salió de la sala y se dirigió al jardín, donde

desde hacía meses se escondía del dolor su hermano Kyle. Giró a la

derecha, pasó los rosales, y llegó a un pequeño refugio de madera vieja que

rompía por completo la armonía del jardín. Rott tocó la puerta, nadie

contestó. Luego la abrió por su cuenta, ignorando el silencio. Allí dentro,

escondido entre el polvo y la oscuridad, se hallaba Kyle.

Desde que llegó a éste mundo, Kyle, fue diferente a los demás. No por su

inteligencia, muy superior a la de cualquier otra persona, sino por su

manera de afrontar la vida. En ocasiones, Kyle tenía la sensación de haber

pasado toda su vida sufriendo por lo que era, por ser para todos un simple

“estorbo”. Nacer como alguien “superior” en una familia normal no fue algo

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CUARTO CLASIFICADO UN REFUGIO EN EL JARDÍN

16

fácil, pero algunas de las personas que ya convivían con él le apoyaron en

todo momento. Por más que su hermano Henry, el único que le dio el apoyo

y el cariño que necesitó, le hubiera repetido que el don que él poseía no era

de ninguna manera una enfermedad, Kyle no podía sentirlo así. Durante

aquellos años, notó como todos los miembros de su familia, exceptuando a

Henry, se alejaban de su lado, y preferían hacer sus vidas a aceptar que era

diferente. Nadie podía averiguar cuánto le dolió la indiferencia de su madre,

que apenas le dirigía la palabra, o los malos gestos de su hermana, que

incluso se negaba a mirarle. Nadie le apoyaba, nadie le entendía, sólo

Henry, con su tranquilizador rostro, estuvo ahí, siempre, hasta su muerte.

Este hecho había sumido al joven Kyle en la más profunda de las

depresiones, lo que sumado a las continuas y duras peleas con los demás

miembros de su familia, había causado que Kyle se marchara de casa. Pero

como se sentía incapaz de estar lejos de lo que era “suyo”, de adentrarse

en lo desconocido, decidió construir aquella caseta en el jardín donde el

dolor podía torturarle cuanto quisiera, sin estar lejos de lo conocido.

Rott se adentró en el refugio, caminó despacio y se sentó en el suelo, junto

a Kyle. La piel blanca de su hermano se había vuelto aún más lívida allí

dentro y el encierro había hecho aún más estragos en su cuerpo.

-El hombre ese ha venido – comentó Rott en voz baja – Dice que viene a

decirnos los últimos deseos de Henry…

Nadie respondió.

-Mamá quiere que estés allí – Dijo Rott con desgana.

Rott estaba cansado de insistir día tras día, ese no era su trabajo, así que

se levantó y sin decir nada más se fue, dando un portazo. En la puerta de la

caseta, al salir Rott encontró a Tara, su hermana, que la miró neutra

esperando una respuesta. Que no obtuvo, por supuesto. Tara decidió

entrar. Nada se alteró con la nueva visita.

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CUARTO CLASIFICADO UN REFUGIO EN EL JARDÍN

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-Ya basta Kyle – dijo ruda dese la puerta.

Kyle la miró por un segundo, no iba a dar su brazo a torcer, no hablaría.

Tara le fulminó con la mirada.

-Que pasa, ¿crees que eras el único que le tenía cariño? – preguntó seria

Tara.

Kyle volvió a mirarla, esta vez con dolor en los ojos. Ella no lo entendía.

-También era mi hermano, ¿lo entiendes? – gritó ahora con rabia Tara.

-Tú eres quien no entiende nada – respondió Kyle con un hilo de voz.

-¿Y qué pretendías? ¿Qué lo adivináramos? Pretendías que supiéramos que

era aquello que compartíais cuando ni siquiera os relacionabais con el resto,

eso es imposible Kyle.

Kyle fulminó a su hermana con la mirada.

-Acaso tú… - respondió él - ¿Acaso tú si que lo hacías? ¿Acaso preguntaste

cómo estábamos o que decíamos? Estabas apartada, con tu marido, tu vida

perfecta, tu casa… Nunca estuviste realmente aquí.

Tara endureció el gesto, eran acusaciones muy fuertes.

-¿Crees que no lo sé?, ¿Crees que no tengo ni idea de que no somos una

familia feliz? Ya lo sé Kyle, lo sé. No te pido que lo seamos. Te pido que

finjas por un momento que no eres un superdotado superior a tu familia y

entres en ese salón para leer lo que tu hermano tenía que decirte.

Kyle se levantó, esto ya era demasiado.

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CUARTO CLASIFICADO UN REFUGIO EN EL JARDÍN

18

-¿Crees que me gusta ser diferente? ¿Crees que me gustaba cómo me

mirabais todos? Tú, mamá, Rott o papá. Pues no, no lo soportaba, y él

estuvo ahí, para darme su apoyo y recordarme que siempre estaría a mi

lado. Tú solo se te quedaste callada. Como siempre.

-Vete a la mierda Kyle –dijo ella, y luego salió de la casa y abandonó del

jardín.

Acto seguido alguien más entró en la caseta, era la señora Hafelpath, que

se acercó a su hijo lentamente.

-Siempre fue muy dura… - comenzó - Pero es mi única niña. La adoro.

Kyle bajó el gesto, no podía mirar a su madre.

-Desde que nació el primero de vosotros, Henry, supe lo inmensamente

feliz que mis hijos me iban a hacer. Aunque todavía no sabía cómo, después

descubrí que sería por vuestras diferencias. Cuando te tuve en mis brazos

por primera vez, en cuanto te tuve supe que tú serías el más diferente y

especial de todos. En realidad todos lo supimos. Cuando creciste y fuimos

descubriendo lo que te pasa…

-¡Qué me pasa! – explotó Kyle - ¿Eh? ¿Acaso es una enfermedad? ¿Acaso

estás aquí por compasión? – gritaba.

-¡Pero qué estás diciendo! – respondió la señora Hafelpath mirando a su

hijo a los ojos. -¿Cómo puedes creer algo así? Te quise desde el primer

momento en que te vi, eres mi hijo, lo mejor que me ha pasado en la vida,

todos lo sois, por igual, de la misma manera.

-Las familias que se quieren todas por igual no acaban así – respondió Kyle

con dolor en la voz - Distanciadas, peleadas, rotas en lugar de unidas. ¿Ha

hecho falta que Henry muriera par que nos diéramos cuenta de esto?

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CUARTO CLASIFICADO UN REFUGIO EN EL JARDÍN

19

La señora Hafelpath se acercó aún más a su hijo, le tocó el hombro y con

una lágrima en la cara dijo:

-No somos una familia normal, Kyle, nunca lo hemos sido. Lo he sabido

siempre. Pero no significa que no nos amemos. Os quiero Kyle, y esto solo

ha servido para darme cuenta de lo estúpida que he sido apartándoos de

mí.

Kyle también notó aquella lágrima en su mejilla, y aunque hubiera jurado

que jamás lo haría, abrazó a su madre y lloró en su hombro. Ambos lloraron

juntos, dándose cuenta de cuánto tiempo habían perdido, de todo lo que

podían haber solucionado antes, y no lo hicieron.

-Te quiero – dijo Kyle muy flojo al oído de su madre.

La señora Hafelpath sonrió, por primera vez dese hacía meses.

-Yo también – contestó en un susurro.

Unos minutos después, Kyle y la señora Hafelpath salieron de la casa de

madera, y vieron el deslumbrante sol. Kyle sonrió, lo echaba de menos.

Ambos caminaron de la mano a través del jardín, y entraron a la casa a

través del pasillo. Entonces, la señora Hafelpath abrió la puerta de la sala

de estar. Todos los presentes les miraron, y los demás miembros de la

familia se sorprendieron.

-Puede continuar señor Larandame - dijo la señora Hafelpah – puede

continuar…

Kyle miró por un segundo a su hermana Tara, cogida del brazo de su

marido y le sonrió. Tara notó como una lágrima brotaba de su siempre serio

rostro y para su propia sorpresa, también sonrió.

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CUARTO CLASIFICADO UN REFUGIO EN EL JARDÍN

20

Luego, Kyle miró a su hermano Rott, que también sonreía, y le pidió esa

disculpa en silencio.

Por último, Kyle se sentó en una silla, y suspiró, cogido fuertemente al

brazo de su madre. De su familia.

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QUINTO CLASIFICADO

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EL JUEGO DE LA METAMORFOSIS

María Pomares Aragunde (Galicia)

Un día después de un sueño inquieto, se despertó convertido en…

Era una noche cálida del mes de abril. Bajo un cielo que parecía un cuadro

salpicado por la manchas de un loco que creó luces en el cielo, se

encontraba su cuerpo ligero, que era arrastrado suavemente, como si de un

abrazo se tratara, por las olas de un mar en calma.

En su anterior vida había sido un hombre importante, siempre viajando de

un lado a otro, con su traje de diseño y sus mocasines de piel de cocodrilo.

Había sido una persona totalmente ajena a la felicidad, y su vida se había

convertido en nada más que trabajo. Se creía inmune al sufrimiento de los

más débiles y creía, también, que su corazón era de puro acero; pero se

equivocaba.

Una noche el señor Destino quiso darle su merecido al hombre de negocios,

y mientras este dormía jugó con él al juego de la metamorfosis. Bill

comenzó a tener una pesadilla.

De repente, para hombre de negocios todo estaba oscuro, solo se podía

divisar a lo lejos un rayo de luz. Corrió y corrió pero cada vez el camino se

hacía más doloroso; notaba cómo su aliento se desvanecía, cómo dejaba de

sentir lo poco que sentía, cómo el pecho le ardía tanto que parecía estar a

punto de estallar, cómo en un instante ya no era nada…

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QUINTO CLASIFICADO EL JUEGO DE LA METAMORFOSIS

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Y transcurrió el tiempo, y otra vez el “bum-bum, bum-bum” del latido de su

corazón lo hizo despertar.

Aquello le parecía una broma de mal gusto que alguien le había gastado.

¿Qué diantres hacía un hombre de negocios, en plena noche tirado en la

playa? Bill apenas podía moverse, así que se arrastró hasta la arena y

permaneció inmóvil a la espera de que alguien pasara y le ayudase.

A la mañana siguiente los hombres más madrugadores corrían por la playa

pero ninguno de ellos atendía a Bill, el cual no entendía la razón de su

invisibilidad para todos.

Un rayo de sol asomó entre su tempestad al ver que una niña de corta edad

lo sujetaba.

Sin saber cómo, Bill ahora estaba en el cuarto de la pequeña. Echó un

vistazo a su alrededor y pasó varios minutos observando a la niña, que

bailaba ante un espejo, de ojos tan oscuros como el interior de un pozo sin

fondo, melena larga y ligeramente ondulada. Meditaba sus pasos de baile

como si de una partida de ajedrez se tratara, y Bill no podía dejar de fijarse

en ella.

En cuanto la muchacha dejó de agitar su cuerpo y salió de la habitación, el

que antes fuera un hombre de negocios se quedo atónito ante lo que sus

ojos no podían ver.

Por más que lo intentaba no lograba ver su reflejo en el espejo y a punto

estuvo de desvanecerse al darse cuenta de que ya no quedaba ni rastro del

cuerpo de aquel empresario, y en lo único que se parecía a él era en que

ninguno de ellos tenía sonrisa.

Ahora Bill era un soldadito de madera.

Esa misma noche, sentado al borde de una estantería añoraba con rabia su

trabajo e importancia. Para su sorpresa la niña lo cogió entre sus manos y

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QUINTO CLASIFICADO EL JUEGO DE LA METAMORFOSIS

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lo llevó hasta la cama, donde con los dedos rascó suavemente la carcasa de

madera del soldado, provocándole cosquillas. Bill se sintió raro, incluso

incómodo, jamás se había imaginado así. El día finalizó con un beso de

buenas noches a la par que se apagaba la luz. Le hubiera gustado sonreír.

Día tras día Bill disfrutaba un poco más de las sensaciones nuevas, y

cuando le faltaban las echaba de menos. Por primera vez valoraba los

sentimientos y su corazón logró deshacerse por completo de su armadura.

Meses después la pequeña descubrió algo en él. Su muñeco tenía la boca

recta y rígida, no podía sonreír, y por eso decidió regalarle un pequeño

tesoro.

Lo cogió entre sus manos y lo acarició. Inclinó con cariño un simple lápiz

rojo sobre su áspero rostro, y de lado a lado le dibujó una sonrisa que

mágicamente le endulzó la mirada.

A Bill ya no le importaba ser pequeño e insignificante para algunos. Ahora

sabía que la felicidad no se basa en joyas ni en monedas de oro, sino que

son esos pequeños detalles que te regalan sonrisas los que día a día te

hacen ser feliz.

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SEXTO CLASIFICADO

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LA MISIÓN DE COLMILLO

Teresa Huertas Roldán (Andalucía)

Un día, después de un sueño inquieto, se despertó convertido en una

criatura extraña, muy extraña, que él nunca había visto. Hacía tiempo que

todas las noches sentía un intenso cosquilleo que, poco a poco, le recorría

todo el cuerpo. Por culpa de este, no conseguía dormirse hasta después de

medianoche. Normalmente, se despertaba una y otra vez. Y la causa era un

sueño, siempre el mismo, en el que aparecían criaturas desconocidas y

unos hombres muy extraños. Este sueño rutinario no tenía nada que ver

con el lugar en el que vivía, Arizona.

Arizona es más bien un desierto donde los animales, muy escasos, están

adaptados a la seca y calurosa vida. Encontrar comida es difícil, y más difícil

aún, encontrar agua.

Colmillo era un indio. Tenía la piel oscura, el pelo negro como el ala de un

cuervo y los ojos, negros y penetrantes. Era un chico diferente. No se

parecía a los demás chicos, los cuales eran buenos cazadores. Él ni siquiera

sabía tirar bien una flecha y, cuando fracasaba en el intento, hasta los niños

pequeños se reían y mofaban de él. Incluso su padre, el jefe de los Pies

Blancos, conocido como Águila Blanca, se reía de él a veces, pero en

realidad se sentía avergonzado por tener un hijo incapaz de tirar una flecha.

Y en estas situaciones, Colmillo deseaba desaparecer para siempre. Su

padre sólo se sentía orgulloso de él cuando resolvía problemas que los

demás eran incapaces de solucionar. Porque Colmillo tenía un don: la

inteligencia.

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SEXTO CLASIFICADO LA MISIÓN DE COLMILLO

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Aquel día, después de un sueño inquieto, Colmillo despertó convertido en

un lobo. Pensó que no era el mejor momento para que los espíritus hicieran

cosas extrañas. Estaban en guerra. La tribu de los Pies Sucios había matado

a un miembro de los Pies Blancos, y estos, les habían declarado la guerra.

Dentro de la tienda no había nadie, estaba solo. Consiguió ponerse de pie

después de cinco intentos y aún no se atrevía a moverse. Cuando se sintió

seguro de sí mismo, levanto la pata derecha y dio su primer paso de lobo.

Al salir de la tienda se percató de que todo estaba silencioso y solitario.

Parecía que hacía años que no había nadie. No se veía ni un alma, aunque

las tiendas y lo demás seguía justo donde lo había visto la noche anterior.

Pero de repente, todo quedó sepultado bajo una luz cegadora. De la luz,

salió un águila blanca enorme con águilas más pequeñas acompañándola. El

águila grande aterrizó enfrente y le dijo: “Tu pueblo se ha ido. Los

guerreros se prepararon y fueron a luchar y las mujeres y los niños están a

salvo. Si quieres volver a ser un hombre, demuestra lo que sabes”. Al

terminar de hablar, alzó el vuelo y desapareció en la luz junto a las otras

águilas.

Pasó un tiempo cuando Colmillo despertó. Estaba tendido en el suelo y muy

confuso. No sabía qué hacer. Quería volver a ser un hombre, pero siendo un

lobo, no sabía cómo podría ayudar. ¿Debía ir con las mujeres y los niños o

con los guerreros? Nadie lo reconocería y no sabía si ellos lo entenderían.

Debió de pasar casi un día hasta que se levantó de un salto con una idea en

la cabeza. Descubrió un rastro de pisadas y lo siguió. En esta ocasión, su

agudo olfato lo ayudó cuando las pisadas se dividieron junto al río Colorado.

Esta señal sólo significaba una cosa. Los guerreros iban en dirección al Gran

Cañón, y este era un lugar que dificultaba las posibilidades. Los guerreros le

llevaban un día y medio de ventaja, así que, decidió no pararse y acelerar el

paso.

Debió tardar un día en alcanzarlos.

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SEXTO CLASIFICADO LA MISIÓN DE COLMILLO

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Lo primero que vió Águila Blanca cuando Colmillo se acercaba, fue una

criatura de pelaje grisáceo, orejas puntiagudas y ojos de un azul pálido. El

animal se le acercaba y los demás prepararon sus arcos para dispararle. Y

cuando estaban a punto de hacerlo, el jefe les gritó que no lo hicieran y no

entendían por qué. Pero no tuvieron tiempo de tener respuesta, pues

oyeron un cuervo. El cuervo de los Pies Sucios. Rápidamente, todos

cogieron los arcos y flechas, los escudos y las lanzas y se prepararon.

Colmillo tenía que pensar rápido y, justo en el instante en el que los

enemigos dispararon la primera flecha, Colmillo dio un salto y se interpuso

entre su gente y los Pies Sucios. Estos nunca habían visto un lobo y al ver

sus colmillos afilados y sus enormes garras, volvieron sobre sus pasos y se

marcharon.

En ese momento, el águila más grande apareció mientras una luz muy

blanca los envolvía. Los Pies Blancos se quedaron sorprendidos ante lo que

estaban viendo. El águila rodeó a Colmillo con sus alas, se elevó y dijo:

“Has cumplido con tu cometido. Ya puedes volver a ser un hombre”. Y

desde ese momento, Colmillo volvió a ser un hombre, pero su vida cambió.

Poco a poco se fue convirtiendo en el mejor guerrero de la tribu. Ahora se

sentía entero, pues tenía la inteligencia y la valentía. Ya nadie podía reírse

de él. Años más tarde, Águila Blanca decidió nombrarlo su sucesor y todos

estuvieron de acuerdo porque sabían que era el que mejor lo haría.

Colmillo murió siendo un anciano y su sucesor fue su hijo primogénito.

Desde entonces, los Pies Blancos pintan en sus escudos la cabeza de un

lobo y recuerdan la historia de Colmillo, que los más ancianos le cuentan a

los jóvenes para que no cometan los errores de sus antepasados.

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Aquello le parecía una broma de mal gusto que alguien le había gastado.

¿Qué diantres hacía un hombre de negocios, en plena noche tirado en la

playa? Bill apenas podía moverse, así que se arrastró hasta la arena y

permaneció inmóvil a la espera de que alguien pasara y le ayudase.

A la mañana siguiente los hombres más madrugadores corrían por la playa

pero ninguno de ellos atendía a Bill, el cual no entendía la razón de su

invisibilidad para todos.

Un rayo de sol asomó entre su tempestad al ver que una niña de corta edad

lo sujetaba.

Sin saber cómo, Bill ahora estaba en el cuarto de la pequeña. Echó un

vistazo a su alrededor y pasó varios minutos observando a la niña, que

bailaba ante un espejo, de ojos tan oscuros como el interior de un pozo sin

fondo, melena larga y ligeramente ondulada. Meditaba sus pasos de baile

como si de una partida de ajedrez se tratara, y Bill no podía dejar de fijarse

en ella.

En cuanto la muchacha dejó de agitar su cuerpo y salió de la habitación, el

que antes fuera un hombre de negocios se quedo atónito ante lo que sus

ojos no podían ver.

Por más que lo intentaba no lograba ver su reflejo en el espejo y a punto

estuvo de desvanecerse al darse cuenta de que ya no quedaba ni rastro del

cuerpo de aquel empresario, y en lo único que se parecía a él era en que

ninguno de ellos tenía sonrisa.

Ahora Bill era un soldadito de madera.

Esa misma noche, sentado al borde de una estantería añoraba con rabia su

trabajo e importancia. Para su sorpresa la niña lo cogió entre sus manos y

lo llevó hasta la cama, donde con los dedos rascó suavemente la carcasa de

madera del soldado, provocándole cosquillas. Bill se sintió raro, incluso

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SEXTO CLASIFICADO LA MISIÓN DE COLMILLO

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incómodo, jamás se había imaginado así. El día finalizó con un beso de

buenas noches a la par que se apagaba la luz. Le hubiera gustado sonreír.

Día tras día Bill disfrutaba un poco más de las sensaciones nuevas, y

cuando le faltaban las echaba de menos. Por primera vez valoraba los

sentimientos y su corazón logró deshacerse por completo de su armadura.

Meses después la pequeña descubrió algo en él. Su muñeco tenía la boca

recta y rígida, no podía sonreír, y por eso decidió regalarle un pequeño

tesoro.

Lo cogió entre sus manos y lo acarició. Inclinó con cariño un simple lápiz

rojo sobre su áspero rostro, y de lado a lado le dibujó una sonrisa que

mágicamente le endulzó la mirada.

A Bill ya no le importaba ser pequeño e insignificante para algunos. Ahora

sabía que la felicidad no se basa en joyas ni en monedas de oro, sino que

son esos pequeños detalles que te regalan sonrisas los que día a día te

hacen ser feliz.

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FINALISTA ESTATAL

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EL BAILARÍN SIN NOMBRE

Ana Antón Salvador (Aragón)

El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Llevaba en la

mano, entre sus dedos níveos y largos, un maletín negro. A Elena ese tipo

de daba grima. Tenía la tez blanca como la cal y unos ojos enormes de un

azul intenso. Elena sabía que era un viejo conocido de su padre que había

perdido a su mujer en un accidente de coche. Cuando sus padres le dijeron

que iban a dejarle hospedarse en casa unas noches, Elena se enfadó

mucho. No sabía, que ese hombre iba a ser el tema del primero de sus

libros.

Iba montado en el coche de su madre, enfadadísima.

-Mamá, no quiero compartir mi cuarto con él –dijo Elena, con un escalofrío

al pensar en el hombre.

-Tienes que hacerlo, hija. Sólo será por unas noches –le explicó la madre, a

la que tampoco le gradaba nada aquel viejo amigo de su marido.

Cuando llegaron a su casa, el señor ya estaba sentado en el sofá, con la

mirada perdida en el horizonte. Elena se sentó en el sofá contiguo, con los

labios firmemente fruncidos, sin ni siquiera pensar en dirigirle la palabra. Su

madre entró cargada de bolsas y se dirigió hacia él con un seco “Hola”.

Cuando la cena estuvo lista, Mamá los llamó a la cocina. Fueron unos

momentos de tensión y el hombre no probó bocado.

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FINALISTA ESTATAL EL BAILARÍN SIN NOMBRE

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Cuando se terminó la manzana, Elena se metió en la cama y apagó la luz.

Apenas transcurridos dos minutos, el hombre entró sin encender el

interruptor. Se sentó en la cama de al lado y miró fijamente a Elena.

-Hola –dijo- Mi nombre es Andrés Fernández, tú eres Elena ¿no?

-Sí –contestó esta, extrañada por la gastada voz del hombre.

-Gracias por dejarme dormir en tu cuarto –le dijo con una media sonrisa.

-Ha sido idea de mi padre –respondió Elena, asustada.

-¿Te gustan las historias? –le preguntó.

-Muchísimo –Elena estaba intrigada- ¿Por qué?

-¿Aunque no tengan un final feliz? –inquirió el extraño.

-Claro –dijo Elena, sin saber muy bien dónde quería llegar.

-Está bien, entonces te contaré mi historia:

“Erase una vez, en un pueblo de Asturias, un chico llamado Andrés. A sus

nueve años, su pasión era la danza. Bailaba por todos los pueblos de la

provincia, recibiendo ovaciones del público que iba a verle. Era feliz y

disfrutaba con lo que hacía. Todo el mundo le decía que tenía mucho

talento, pero él no lo creía. Simplemente disfrutaba bailando”.

“Un día, al terminar la actuación, un hombre se acercó a hablar con él. Era

de estatura media, delgado. Iba vestido totalmente de negro. Resultó ser

un cazatalentos de una famosa escuela de danza parisina. Le dijo que era el

mejor bailarín que había visto en mucho tiempo, y le instó a que se fuera a

estudiar a París, donde los más prestigiosos profesores sacarían jugo a su

talento y lo convertirían en un bailarín de fama mundial. Con el

consentimiento de sus padres, que no lo dudaron un solo segundo, partió

hacia París cargado de sueños e ilusiones”.

“Con doce años, ya era todo un niño prodigio conocido por cada habitante

de París, por lo que sus profesores decidieron llevarlo de gira por Europa.

Todo aquel que le veía caía postrado a sus pies. Muchos llegaron a decirle

que era el mejor bailarín de todos los tiempos”.

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FINALISTA ESTATAL EL BAILARÍN SIN NOMBRE

31

“En los diez siguientes años, no paró de recibir llamadas de numerosos

directores de espectáculos, ofreciendo grandes sumas de dinero a cambio

de su presencia. Todo iba rodado. Un día, tras actuar una noche en Praga,

alguien llamó a su camerino. Era una mujer bellísima llamada María. Éste

quedó prendado de ella al instante. Dos años más tarde, contrajeron

matrimonio. Andrés no podía ser más feliz. Todo en su vida le había salido

bien”.

“Se instalaron en París, y Andrés se dedicó a impartir clases en la escuela

de baile en la cual había descubierto su talento para bailar. Pero la carrera

de bailarín es corta. Tras cinco años dejó de recibir llamadas de sus

principales patrocinadores. Sus alumnos ya no querían recibir sus clases,

puesto que no era capaz de realizar los ejercicios más complicados. Su vida

se desmoronaba por instantes, y, poco después, ya nadie recordaba al

famoso bailarín Andrés Fernández. Se ocultó en su mansión y dejó que los

años pasaran, sin que dejaran huella en su vida”.

“Un día, harto de la rutina, decidió hablar con María e ir a España a visitar a

un viejo amigo suyo. Pero una fatídica noche, tuvieron un accidente con el

coche que acabó con la vida de su amada y le dejó a él secuelas

irreparables. Vagando por las calles de Madrid, se dio cuenta de que en él

ya no quedaba rastro de aquella vieja estrella que lo había tenido todo.

Ahora sólo era un vagabundo sin nombre al que no le daba nada”.

“Así que se dirigió a casa de aquel viejo amigo a hacerle esa última visita

antes de desaparecer para siempre en el anonimato”.

El hombre miró a Elena con los ojos llenos de melancolía.

-¿Te ha gustado la historia? –le preguntó.

-Es una historia muy triste –contestó Elena.

-Te advertí que no tenía final feliz –replicó este.

-¿Sabes qué, Andrés? Yo también tengo un sueño –dijo Elena.

-¿Y cuál es?

-Algún día seré una famosa escritora, y le contaré al mundo tu historia.

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FINALISTA ESTATAL

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SIN TÍTULO

Esther Barrios Crespo (Asturias)

El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil, vestía con

elegantes trajes y llamativas corbatas. Vivía en el 1º B, y eran pocas las

veces que, cuando coincidían en el rellano de la escalera, levantaba la vista

y con un sutil, casi invisible movimiento de cabeza daba sus peculiares

“buenos días”. A ojos de quien no quería ver más allá de las meras

apariencias, él era un hombre huraño y solitario. Aquel hombre pasaba

inadvertido, casi una sombra para el bloque de vecinos, pero para él, no.

Desde pequeño, se había fijado en ese hombre por su presencia y su forma

de actuar. Se podría decir, que sentía una mezcla de curiosidad y

admiración hacía el inquilino del 1º B.

Volviendo de sus clases de violín, vio salir a aquel individuo, vistiendo un

impecable traje a rayas, tal vez algo anticuado para los tiempos que corrían

entonces, pero mejor definirlo como un estilo clásico. Entre sus piernas se

escabullía con la misma elegancia que transmitía su dueño, un precioso

galgo, con su mirada fija en el chico, quien analizaba los dos sujetos que se

encontraban delante de él, que si alguien dijo alguna vez que los perros se

parecen a sus dueños, estaba seguro de que conocía a su vecino. Intentó

no reírse de sus propios pensamientos pero no pudo reprimir esa sonrisa

burlona, que ambos, el perro y su dueño, no supieron muy bien cómo

interpretar. Mientras subía la escalera, sin saber cómo, el galgo se escabulló

entre las piernas flacas de su dueño y en un torpe movimiento fue a acabar

entre las del chico, que una torpe reacción dejó caer el estuche dónde

guardaba su violín. Este pronunció su última palabra como un sonido

ahogado y lastimero. El chico cogió su violín o lo que quedaba de él, bajo la

mirada de aquel hombre. Entonces, por primera vez, lo oyó hablar. Su voz

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FINALISTA ESTATAL SIN TÍTULO

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era áspera y arenosa, grave y autoritaria, pero a su vez, amable y en cierto

modo, agradable. Le había dicho que fuese con él, y entre la confusión, eso

hizo. Lo siguió hasta la puerta sobre la que relucía una “B” perfectamente

perfilada, el mismo tipo de letras que todas las demás puerta del edificio,

elegidas personalmente por la siempre perfecta vecina del 3º D. Abrió la

puerta y recorrió el largo pasillo hasta llegar al salón, colgó su sombrero

mientras buscaba algo. Aquel muchacho observó las paredes, todo a su

alrededor era distinto de como se lo imaginaba. En las fotografías, mucho

más joven y sonriente se veía a una persona diferente del viejo solitario que

era ahora, era feliz. Con frágiles movimientos se acercó a él y le mostró su

violín, tal vez el más bonito que había visto nunca. Con nostalgia y tristeza

en los ojos, le regaló su violín.

Nunca olvidará el sonido de esas tarde en casa de su vecino, su amigo, el

sonido de las notas con las que le hizo feliz, con las que le recordó los días

en que tanto añoraba poder convertirse en un gran músico.

Aquel sueño frustrado para aquel viejo, se hizo realidad para la vida de

aquel joven, que siempre recordara a su gran amigo del 1º B.

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FINALISTA ESTATAL

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SIN TÍTULO

Andrea Palacios Carrera (Cantabria)

Un día después de un sueño inquieto, se despertó convertido en un largo

pasillo de grandes dimensiones decorado con esponjosas nubes. Parecía no

tener fin y me daba miedo enfrentarme a él.

A un lateral del pasillo me aguardaba una mujer muy hermosa, su cabello

estaba trenzado grácilmente y sus ropas consistían en una simple túnica

blanca. En su rostro había una expresión tranquila que por primera vez en

mucho tiempo me hizo sentir bien.

Me indicó que me acercara. Yo con mis temblorosos pies descalzos avancé

hacia donde ella se encontraba. Me fijé en una espesa raya color dorado

que dividía aquel suelo. La mujer, con voz tranquilizadora dijo: Vas a

comenzar un viaje, el viaje de tu vida. Has de elegir cinco cosas para

recordarlo, recordar tu mundo, toda tu vida. La mujer cogió cinco hermosos

lazos que ató cuidadosamente uno a uno en mi muñeca. Después acarició

cada uno de ellos y dijo: Cada vez que elijas un recuerdo, has de soltar un

lazo y dejarlo caer, no mires atrás, no cuestiones tu decisión, pues

empezarás a dudar y eso no te va a ayudar.

Por los pasillos encontrarás a gente, son almas que eligen sus recuerdos

como tú. Algunas llevan vagando años e incluso décadas. No saben elegir

sus recuerdos, no los tienen, o se aferran a no elegirlos para no olvidar los

muchos otros que perderán. Es un estado de duda horrible, no dejes que te

confundan, no les ayudes a elegir sus recuerdos. Cada uno hace su viaje

solo. Tu viaje finalizará cuando sueltes todos los lazos, entonces será como

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si formatearan tu memoria, todo aquello que has vivido desaparecerá, sólo

recordarás aquello que tú elegiste.

Buen viaje. Aquí empieza el repaso de tu vida, suerte.

La mujer se disipó como la niebla, ahora estaba sola, sola de verdad.

Ordené a mi cuerpo que cruzara la línea y a mi mente vinieron imágenes.

Era como una película, la película de mi vida.

Aquellos fotogramas eran de mi niñez, yo lloraba. Me hallaba acurrucada en

mi cama. Mi madre estaba conmigo, me besaba y me susurraba al oído que

sólo era una pesadilla.

Abrí mis observé los perfectos lazos de mi muñeca.

Acaricié el primero y lo solté. Estaba segura de mi elección, quería recordar

los sueños, porque a pesar de ser sólo eso, sueños, en ellos están nuestras

ilusiones, deseos y fantasías. ¿Qué sería la vida sin sueños?

El lazo se deslizó lentamente hasta tocar el suelo.

Continué el viaje, las siguientes imágenes eran de mi adolescencia, estaba

en casa de mi tía Cristina, que cada domingo invitaba a sus pomposas

amigas a merendar. Ellas me besuqueaban y me estiraban los mofletes.

Fue entonces cuando decidí mi segundo recuerdo, quería recordar los

besos, pero no cualquier tipo de besos, los besos de verdad, los que se dan

por amor, en los que siente la calidez. Repetí el paso anterior y dejé libre

aquel símbolo de mi pasado.

No sé por qué me vino aquella imagen a la cabeza, pues era triste y oscura.

Yo comenzaba mis estudios lejos de casa. Estaba en la habitación del hotel

y observaba unas fotos, en ellas estaba mi familia y todas las personas a

quien amaba. Yo suspiraba.

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Sonreí, ya sabía lo que quería recordar, eran los suspiros, los suspiros

ahogados por la gente que falta. Ya que si recuerdo los suspiros, recordaré

que suspiré por alguien a quien amé.

Esta vez yo también suspiré al desatar el lazo.

Continué mi viaje, pero no pude recordar nada porque una gran tristeza

oprimió mi corazón, las almas que eligen recuerdos de las que me habló la

mujer estaban allí, solas, vagando por los pasillos.

Una niña de carita dulce me tomó la mano y me dijo que si la podía ayudar

a elegir recuerdos porque ella era pequeña no sabía cómo hacerlo. Esbocé

una lágrima y solté su mano, la sonrisa de la niña se curvó dejando paso a

un triste gesto.

Otro fotograma regresó a mi mente. Yo parecía muy triste. Mi esposo y yo

discutíamos, pero una imagen sucedió a la anterior. Estábamos con un

pequeño retoño de carita inocente, era mi hijita. Parecíamos muy alegres.

Observé mi muñeca, sólo quedaban dos lazos, dos lazos que me unían a mi

vida.

Solté el penúltimo lazo, quería recordar la tristeza, pues no hay tristeza sin

alegría. Valoramos la alegría porque hemos conocido la tristeza. La una

juega al escondite con la otra.

Un último recuerdo acudió a mi mente. Era una imagen familiar, mi esposo,

mi hijita y yo, nos untábamos la nariz con un gélido helado. Todos reíamos.

Sollocé y vi tristemente la desnudez de mi muñeca. Había soltado el último

lazo. Por la risa, que siempre abundó en mi vida y siempre compartí con la

gente.

Muy cerca de mí apareció otra línea dorada. Sonreí y la crucé. Al momento

olvidé todo, bueno, no todo. Aún recordaba los sueños, los besos, los

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suspiros, la tristeza y la risa. Sabía que había elegido bien, esos lazos, eran

mi vida entera.

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Raquel Ugena García (Castilla-La Mancha)

“El hombre era tan alto y tan flaco que parecía siempre de perfil”. Parecía

un buen título para un libro, pensé. Comencé a leer escondida entre las

mantas, oculta del resto del mundo, en mi paraíso de tranquilidad.

[Sonó el despertador. Me levanté de la cama con el objetivo de empezar el

día con buen pie. Me puse la ropa y cuando me miré en el espejo me

encontré mas guapo, quizás menos delgado, o puede que solo fuese mi

buen humor. Cogí mi mochila y abrí la puerta, dispuesto a aventurarme al

mundo exterior…]

- ¡Bajad a cenar! – gritó mi madre desde la cocina.

Estaba tan absorta con ese libro que me había olvidado de que cenábamos

en cinco minutos. Marqué la página rápidamente doblando la esquina con

cuidado y enterré el libro entre las mantas. Después apagué la luz y oculté

mi santuario colocando una sábana sobre él. Bajé a la cocina y en el preciso

instante en el que vi mi gran cuenco de sopa humeante, mi apetito apareció

de nuevo. Cené sin prisa, disfrutando del sabor de la sopa en mi boca y

cuando hube terminado, me despedí de mis padres y regresé al desván,

donde me esperaban libros repletos de historias.

[Llegué al instituto intacto. Los niños que cada día me apedreaban en la

puerta de mi casa no estaban. Cuando me aproximé a la puerta de entrada

no estaban los matones de cada día. Quizás todo hubiera cambiado. Me

hacía demasiadas ilusiones. Cuando giré en el pasillo que daba a mi clase,

vi en la puerta algunas caras familiares. Eran los matones de mi puerta,

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ahora en la puerta de mi aula. Miradas amenazadoras me acosaban. Eché a

correr hacia los lavabos. Parecía que mi gran día se estaba nublando].

La puerta del desván se abrió y mi madre entró en el santuario.

- Deberías irte a dormir – dijo.

- No tengo sueño – repliqué. No quería dejar mi historia en un punto tan

interesante.

- Mañana tienes instituto – dijo. Y se fue hacia su habitación. – Quiero que

estés durmiendo en cinco minutos. Suspiré. No había nada que pudiera

hacer.

Recogí mi escondite y bajé a mi habitación. Cuando entré en mi cuarto

extrañé mi santuario. Abrí la cama y me introduje en ella observando las

fotos colgadas en las paredes. Fotos mías con Helena, mi mejor amiga. La

echaba tanto de menos, que a veces creía que no podría superarlo. Todo

había ido mal desde que ella falleció en un accidente de coche. Antes ella y

yo afrontábamos juntas los problemas y par animarnos disfrutábamos de

tardes enteras viendo películas en mi desván, con palomitas y chocolate,

riendo a carcajadas y nos quedábamos dormidas allí mismo, juntas, en

nuestro santuario.

Pero cuando ella se fue, todo cambió. Mis notas bajaron, todos se metían

conmigo, y la echaba tanto de menos que me pasaba días enteros en

nuestro antiguo santuario, recordándola. No quería dormir, pues no quería

afrontar otro día de instituto sin ella. No quería ver todas esas miradas de

burla, ni esas risas insensibles, y tampoco quería esconderme en los

lavabos para llorar. Casi sin darme cuenta las lágrimas habían inundado mis

ojos azules y resbalaban por mis mejillas nublando mi vista, hasta que, así,

llorando, me quedé dormida.

[Estaba escondido en el lavabo cuando oí sus risas. El miedo me paralizaba

todo el cuerpo, y mis piernas comenzaban a temblar. Debía salir y afrontar

mis miedos, pero no era fácil. Cuando me cercioré de que estaban todos en

la puerta, abrí la ventana trasera y, gracias a mi delgada figura, me

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escabullí a través de ella, y empecé a correr hacia la puerta delantera. Entré

en el instituto de nuevo, y llegué hasta la puerta de mi clase. Llamé con dos

rápidos golpes y abrí la puerta. No se si fue mi mal aspecto, el temblor de

las piernas o la amabilidad innata de la profesora, pero ella me recibió en el

aula con un alegre “Bienvenido” y me invitó a sentarme. Después de esta

experiencia creo que puedo conseguirlo. Creo que, a pesar de mi finísima

figura, puedo ser feliz. Puedo librarme de esos miedos…]

Entonces sonó la alarma. Me levanté y dejé el libro, marcado, sobre la

mesa. Pero después de pensarlo mejor, cogí el libro y lo metí en la mochila,

pues podría necesitarlo. Salí de mi casa y mientras caminaba observé la

antigua casa de Helena, con algo de tristeza en los ojos. Cuando entré en el

instituto observé el grupillo de amigas que cada día se reían de mí con

crueldad. En ese momento me sentí como aquel hombre tan alto y tan flaco

que parecía siempre de perfil, y al recordar la historia que aún no había

terminado, pensé que podría ser como él, y podría enfrentarme a mis

miedos, del mismo modo que él se enfrentó a los suyos. En ese preciso

instante el grupo de chicas se acercó a mí con miradas de superioridad y

sonrisas crueles. Pero ya no me afectaban. Lo superaría, por ese hombre

alto y delgado, por mí y por Helena.

- ¿Ya estás aquí otra vez? – preguntó Sofía, una chica rubia, la líder del

grupo.

- Sí, ¿cuál es el problema? – repliqué con valentía.

- El problema es que molestas a nuestra vista – dijo, furiosa.

- Entonces yo tengo la solución – propuse.

- ¿Ah, sí? – respondió Sofía, confusa.

- Sí, ¡no miréis! – exclamé, eufórica.

Todas se habían quedado sin palabra. Nadie en todo el instituto se había

atrevido a responder así a esas chicas. Pero las cosas habían cambiado.

Cuando volví a casa terminé de leer el libro y me quedé dormida en nuestro

santuario, con el libro entre los brazos, dando gracias por la ayuda que me

había prestado, y supe que jamás volvería a sufrir así, pues, como dijo un

sabio, el poder no proviene de la fuerza, sino de una voluntad inflexible.

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Andrea Zapata Alonso (Cataluña)

El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Problemas

tenía para dar y regalar. Algo tan sencillo como subir las escaleras con la

bolsa de la compra, resultaba una tarea imposible, encontrar pantalones

que no se le cayeran era todo un logro y mejor no hablar de los deportes.

Una vez le asestaron tal puntapié que su cadera se partió en dos.

A pesar de ello, el hombre era enormemente feliz, tenía muy bien aceptado

que jamás sería como los demás y que por mucho que se rieran de él,

Lucas no se rendía.

Todo iba fenomenal hasta que, una mañana soleada, experimentó algo que

nunca había sentido: el amor.

Su débil corazón se encogió de admiración, tras ver a aquella frondosa

mujer. Doscientos kilos por lo menos pesaba aquel monumento, de pelo

rubio y ojos negros cual carbón.

Por la expresión de su cara, se hacía difícil pensar que andaba en busca de

amistades. Pero… ¿Y a Lucas que más le daba? Él sólo sabía que se

encontraba frente a la más bella mujer del planeta o incluso del universo. Él

sólo sabía que de repente su frente comenzaba a sudar y un cosquilleo

recorría sus diminutas tripas.

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-Hola guapa ¿Desde cuándo los monumentos andan? – dijo Lucas tras

acercarse a ella.

La mujer tuvo que inclinarse para poder ver algo más allá de sus carnes.

-¿Y tú quien eres? – preguntó con voz grave.

-Tu admirador secreto – contestó el hombre en tono chulesco - ¿Cuál es tu

nombre?

-Carlota – respondió ella, antes de girarse e irse.

Lucas se quedó perplejo ¿Cómo había podido pasar de él de esa manera?

Pasó días pensando en como conquistarla, escondido tras los matorrales,

simplemente para verla pasar.

Se disfrazó, le compró todo tipo de regalos, recitó poesías… Pero no había

forma de enamorarla. Hasta que sin más se le ocurrió una terrible idea. No

se trataba de algo brillante, pero si resultaba un tanto especial.

Aún sin ser consciente de lo que hacía, Lucas corrió a casa de su amigo con

su enorme globo en el bolsillo.

-¡Eric, Eric! – gritaba entusiasmado - Por favor, ínflame este globo. ¡Te lo

suplico!

-¡Pero si es enorme! – exclamó su amigo – bueno, lo hare, aunque sólo sea

para que me dejes tranquilo.

Eric pasó aproximadamente tres horas inflando el globo, mientras Lucas lo

miraba con atención. Al terminar, se levantó y le arrebató el globo para

colocarlo en su boca.

-¡Ni se te ocurra hacer eso! –Gritaba Eric tras descubrir sus intenciones.

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Todo el aire que contenía el globo comenzó a introducirse en el interior del

esquelético cuerpo. De manera que poco a poco, el hombre comenzó a

inflarse sin parar. Resultando una idea descabellada pero acertada.

-Que, estoy guapo, ¿eh?

-¡Pero si parece que peses trescientos quilos!

-Genial –dijo Lucas- Pues me voy a enamorar a la más bella mujer.

Su amigo alucinaba completamente, mientras él corría para encontrarse a

su enamorada.

Carlota se encontraba junto a la fuente, como siempre, comiendo chocolate

sin parar, sin ser consciente de que un hombretón grande como una

montaña y ligero como una pluma se le acercaba.

-Hola Carlota, se que te parezco muy pesado, pero estoy enamorado de ti,

y no puedo remediarlo, así que he venido para decirle que te quiero.

Los ojos de la mujer se abrieron como platos y sus piernas comenzaron a

flojear.

-Creía que la perfección no existía –susurró Carlota sorprendida.

Lucas tras oír tal piropo comenzó a dar saltos de alegría, ya jamás volvería

a ser el mismo.

Las locuras habían protagonizado parte de su vida, a pesar de ello, nunca

se habría imaginado que podría llegar a hacer tales cosas como las que

hizo. Simplemente, por amor.

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Elisa Bautista Martín (Comunidad de Madrid)

Un día, después de un sueño inquieto, se despertó convertido en un ser

extraño, había pasado varios días encerrado en una habitación que no era

la suya. No estaba atrapado, simplemente no deseaba salir, nada le

impulsaba a hacerlo. No sentía hambre, ni sed… No sentía nada. Pronto

perdió la noción del tiempo, podían haber pasado meses, días, horas o

incluso minutos. Pasaba los ratos muertos observando su nuevo entorno.

Se hallaba en una habitación circular y de techos altos. Las paredes y los

muros eran de piedra. No había ventanas, no había muebles, no había

nada, nada salvo un espejo de cuerpo entero, con un precioso marco de

madera. Se miraba en él todo el tiempo, no es que fuera un chico vanidoso,

simplemente encontraba fascinante el cambio progresivo de su figura.

Había pasado de ser un chico normal, de la media, ni muy alto, ni muy

bajo, ni muy pálido, ni muy moreno y que no destacaba en nada, a…. esto.

Al principio sólo fue el pelo, luego el cuerpo, la piel… Ahora tenía un aspecto

extraño, sobrenatural e intrigante, pero, aún así, atrayente y hermoso en

todos sus aspectos.

Su pelo rubio oscuro, comparable a la arena del desierto, formaba ahora

una densa y delicada cortina sobre su frente y alrededor de su rostro. Su

piel había pasado a ser blanco como la cal y con un siniestro y leve

resplandor emanando de cada uno de sus poros. Pero lo más turbador eran

sus alas. Dos protuberancias grises y apagadas salían desde sus hombros,

cayendo sin vida a lo largo de su espalda hasta rozar el suelo.

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No eran normales… Era como si todas las plumas les hubiesen sido

arrebatadas, como si estuvieran incompletas… les faltaba algo.

Estos cambios le confundían y le asustaban. Solo conservaba la certeza de

que seguía siendo él, Noah, por sus ojos. Aquellos ojos azules, profundos,

indomables y salvajes como el mar seguían presentes en su rostro,

reconfortándole.

Cuando por fin aceptó su metamorfosis, una puerta apreció de la nada en la

tenebrosa habitación. Se podía apreciar la brillante luz al otro lado. Noah

dudó un momento y se mordió el labio inferior, pero por fin se acercó a la

puerta, tomó el pomo con decisión entre sus dedos y la abrió. Al comienzo,

la enorme luz le cegó, pero sus ojos pronto se acostumbraron a la

luminosidad.

Ante él apareció un hermoso prado. Una suave brisa fresca traía olores

suaves e indescifrables y acariciaba el césped, provocando que ondulara a

su compás. El verde manto que cubría el suelo estaba a su vez moteado por

pequeñas flores silvestres de todos los colores. Rojas, azules, blancas,

amarillas, violetas…

Noah se quedó fascinado al ver tanta hermosura, pero no se sintió completo

hasta que no la vio. Allí estaba, perfecta, radiante.

Su pelo negro como el ala de cuervo formaba una suave nube en torno a

sus delicadas facciones y caía por su espalda como si de una cascada se

tratara. Sus labios eran más carnosos que nunca y su piel estaba tan pálida

como la de él, pero por fortuna ella también conservaba los maravillosos

ojos verdes como esmeraldas a los que Noah se asomó una vez, hace lo

que parecía una eternidad, y de los que no puedo escapar. Había caído en

sus redes hacía ya mucho tiempo.

Para él, ella seguía siendo Rachel, la mujer de la que se había enamorado.

Los dos jóvenes corrieron hacia su ansiado reencuentro.

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Se fundieron en un cálido abrazo que reconfortó infinitamente a ambos.

Sus corazones volvían a latir en sincronía. Rachel acarició suavemente las

alas de Noah con los delicados dedos, enroscándolos en las nuevas plumas

que las cubrían. Eran plumas blancas y perfectas, como las suyas.

Se miraron una vez más y sintieron que ya nada más importaba. Ni siquiera

el motivo por el que se hallaban en este lugar, aunque ambos lo recordaban

perfectamente.

Aquel horrible accidente, que habían sufrido quedaría grabado a fuego en

sus memorias, pero sabían que ambos serían más felices si trataban de

olvidarlos.

Si trataban de olvidar el coche, dando vueltas.

El coche, chocando.

El coche, cayendo al vacío…

Un camión se había desviado de su carril y la carga que llevaba en la parte

posterior impactó contra el parabrisas de su coche, dejando a Noah

inconsciente, mientras que Rachel aún veía como el coche daba vueltas, la

desorientaba y por fin, caía. Ella murió al instante.

En ese precio instante Noah comprendió por qué había tardado tanto en

reunirse con su amada. Él había estado librando una batalla contra la

muerte, había estado luchando por su vida… Y había perdido.

No le dio la más mínima importancia, no habría querido vivir en un mundo

sin Rachel, hubiera sido demasiado difícil de soportar, probablemente Noah

habría terminado fallando, renunciando….

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Ella alzó su mano y la colocó sobre la mejilla de Noah. Él apoyó su cara

sobre esta y cerró los ojos, disfrutando del momento. Cuando los abrió de

nuevo se encontró con los ojos de Rachel y con su sonrisa.

Su sonrisa… Cuánto la había echado de menos. En ese momento tuvo la

certeza de que todo iba a ir bien.

Acercaron sus rostros el uno al otro y se besaron una vez más, pero fue

diferente porque sintieron que no solo sus cuerpos entraban en contacto,

sino también sus almas y este era un contacto incomparable.

-Te he echado de menos –susurró Rachel, con su voz suave y musical.

Dulce como la miel.

-Yo también –respondió Noah. Su voz era cálida y acogedora y esto siempre

hacía sentir bien a Rachel.

Se tomaron de la mano y alzaron sus alas majestuosamente. Las batieron

una, dos, tres veces y se elevaron hacia el horizonte, sintiendo el aire

acariciando sus rostros. Juntos por fin.

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Jaime Galiana Nieves (Extremadura)

Un día, después de un sueño inquieto, se despertó convertido en un extraño

ser, propio de una historia de la mitología griega. Un ser bicéfalo y con seis

patas, al igual que tienen las hormigas. Tenía varios cuernos, unos tres o

cuatro y, cada vez que intentaba articular palabras, un gemido seguido de

una bocanada de fuego salía disparada de su horrenda boca de seis hileras

de dientes.

Este personaje, antes de su metamorfosis, era un agraviado jovenzuelo

nacido en el seno de una familia con una buena posición económica. En su

instituto era de los más populares, ya que su gracia al hablar le había

llevado a conquistar las risas de sus compañeros y los corazones de algunas

compañeras. Esta mezcla de halagos hacia él y suspiros por sus huesos le

habían llevado al más absoluto egocentrismo. Eran habituales en él rabietas

y enfados cuando no conseguía lo que deseaba y, sobre todo, estas rabietas

las tomaba con su familia. Lo que le llevó a sufrir la transformación de la

que antes os he hablado ocurrió una noche tranquila de San Juan, un 24 de

junio de 1893.

Él estaba, junto a su pandilla, en la plaza de su pueblo en la que se estaba

celebrando un festival veraniego de música y baile. Llegaban feriantes de

todo el país a exponerse en la feria y, entre ellos, había uno que no

destacaba, no llamaba la atención, no parecía tener un don en concreto que

le hiciera digno de estar junto al resto de los feriantes en aquel festival cuyo

final era la diversión ajena y que él no parecía desear en absoluto. Nuestro

personaje era un hombre de mediana edad cuyo aspecto era el de un

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engendro raquítico y delgado generado por los mismísimos dioses del

infierno. Este hombre se hacía llamar “Juan Francisco el adivino”.

Nuestro amigo del que hablábamos antes, el que sufriría la transformación,

se cruzó con él a la salida de un local de alcohol, de donde salía borracho

junto a sus amigos y al toparse de cara con la discreta caseta y comentó

con sus amigos por qué no entrar a reírse del pobre desgraciado que

regenta aquel local. Entró en la caseta de Juan Francisco el adivino con

claros síntomas de estar ebrio. Todo comenzó con las típicas bromas de

borracho, pero más tarde, tomó un tono más oscuro y empezaron a

propinarle contundentes golpes por todo el cuerpo y, al ver que no

respondía de una forma física, los que aún conservaban una pizca de

sentido común frenaron a los borrachuzos y tomaron el pulso a este

pequeño hombre, descubrieron que habían hecho algo horrible… ¡le habían

matado a patadas y puñetazos! Al tratarse de un feriante, lo que hicieron

fue dejarle tirado en su puesto y esperar a que llegara la policía mientras

ellos huían despavoridos del lugar.

Desde entonces la vida de nuestro personaje cambió para siempre, al

parecer, ese insignificante imitador de mago profirió una maldición antes de

morir, antes de espirar. En las jornadas siguientes empezó a sufrir diversos

dolores por su cuerpo, pero pensó que sería la resaca del día anterior, pero

dejó de pensarlo cuando comenzaron a salirle bultos de la cabeza y del

cuello, cosa que no le preocupó, ya que era alérgico y, según su lógica,

serían reacciones a su alergia. Al entrar en su casa, lo primero que deseaba

era irse a dormir y recuperarse del día anterior. Mientras se lavaba los

dientes, su cara ante el espejo empezó a cambiar, pero no en el monstruo

en el que a continuación metamorfosearía, sino en aquel hombre, de la

feria, que mataron a patadas. Este empezó a escribir en el espejo, con la

sangre que le salía de la boca, palabras y frases que, a nuestro compañero,

traumatizaron por el resto de su existencia como ser humano mortal. Estas

palabras fueron:

“¡Tú! Que tuviste el valor de asesinar a uno de los secuaces del Dios del

infierno, ¡Hades! Por eso estás condenado a ser transformado esta noche en

uno de los maléficos engendros que guían por debajo la barca de Caronte,

el barquero de la laguna Estigia”, “pero solo si te duermes, en cuanto

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duermas…”. Dicho esto la imagen del brujo se desvaneció y volvió a

reflejarse la cara horrorizada de nuestro compañero.

Aquella noche intentó no pegar ojo, pero, al fin y al cabo, por el

agotamiento producido por casi dos días sin dormir cayó a la tentación del

sueño, quedó vencido al peso de la manta de Orfeo. Aquella noche tuvo un

sueño extraño, tras una adolescencia de egocentrismo y egoísmo, por una

vez, soñó en los buenos momentos con sus amigos y amigas, los paseos al

anochecer con sus padres y, por una vez, aunque sea sólo por una vez,

sintió como si llorara porque eso no terminara, por el qué haría si se

convertía en monstruo y sus amigos no le volverían a ver, ¿a dónde iría?,

¿dónde se escondería? Esas eran algunas de las incógnitas que recorrían su

mente mientras aquel tormentoso sueño se alimentaba de sus esperanzas y

destruía sus sueños futuros al verse resignado a un destino de

recogimiento.

Al amanecer, despertó, se sintió extraño pero, algo no cuadraba en todo

esto, no se sentía un monstruo, únicamente por dentro por haber matado a

aquel pobre hombre. Se miró las manos y seguía teniendo manos, se miró

al espejo y seguía igual. Excepto por los bultos que continuaban allí. Estuvo

feliz durante el tiempo que duró su felicidad, disfrutó de sus amigos,

respetó a su familia y vivió feliz. Hasta que un día le diagnosticaron la peste

y a los pocos días falleció.

Ya sé que os habrá extrañado el final, diréis “¿por qué no se transforma en

monstruo?

Y digo yo. ¿Acaso los sueños no se pueden realizar? ¿Acaso los hilos del

destino no pueden descoserse para volverlo a anudar? Eso sí, hay que tener

cuidado porque el guión puede dar un giro inesperado y arrebatarnos todo

lo que más queremos. Y lo bueno puede acabarse en cualquier momento.

Pienso que lo que hay que hacer es disfrutar de lo que se tiene en todo

momento y confiar en los sueños y los deseos también se cumplen.

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FINALISTA ESTATAL SIN TÍTULO

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Por cierto, nuestro amigo no murió, está bien ya que lo que tenía no era la

peste sino como él decía, alergia. Pero volvió a ocurrir lo mismo dado que

tenía fe y lo deseaba con todas sus fuerzas. Desde entonces dejó el

egocentrismo y las rabietas y disfrutó de la vida hasta que sus días

terminaron. ¿O no? Quién sabe, quizás volvió a desear seguir con sus

amigos con todas sus fuerzas y volver a tener esperanza. Quién sabe…

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FINALISTA ESTATAL Y REFLEJOS DORADOS

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Y REFLEJOS DORADOS

Mónica López Pérez (Islas Canarias)

El hombre era tan alto y tan flaco que parecía siempre de perfil, su cabello

desmarañado le caía sobre los hombros; sus ojos oscuros habían perdido su

brillo y su tez, no muy morena, estaba cubierta de polvo y cenizas.

Caminaba despacio, con bastante torpeza. Observaba a su alrededor y todo

era gris, inerte, sin vida. Agudizó el oído y escuchó: gritos, armas,

violencia… de sus ojos explotaron las lágrimas haciendo un suave recorrido

de consuelo por sus mejillas. Chasqueó la lengua y probó con desagrado el

sabor de la sangre. Tocó su costado, y pudo notar el líquido rojo que bullía

de sus heridas.

Había dejado atrás el centro de la ciudad y la noche estaba cerrada, sin

estrellas. Miró hacia el cielo suplicante, no obtuvo respuesta. Sin esperanza,

dirigió sus manos y piernas como pudo, quería vivir. Estaba ya en la

avenida, y las olas le aportaron su frescura en cercanía. Los coches, las

casas, los locales… todo estaba vacío; sólo el olor a putrefacción le animaba

a salir de allí. Un manto de cadáveres yacía en el asfalto. Él se fijó en sus

caras, no lloró, no merecía la pena, no podría hacer nada.

Continuó con su agrio “paseo”, las punzadas de su herida le hacían gemir, y

algo en su cabeza, en sus pensamientos, le deprimía.

Unas calles más arriba pudo distinguir una fachada familiar, se paró ante

ella: era sencilla y muy humilde, de un color tostado ya desgastado por las

cinceladas del tiempo. Una mísera y pequeña sonrisa se formó en sus labios

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FINALISTA ESTATAL Y REFLEJOS DORADOS

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secos. Cómo podía haberla olvidado, cómo el egoísmo le había ganado la

partida. Suspiró. Siguió caminando.

Llegó a lo que era antes un parque y se sentó en un columpio oxidado. Allí,

comenzó a remarse y a reírse, era extraño. Recordaba ese parque: todo

verde y abundante de coloridas flores y aromas. Los niños corriendo felices

y con una chispa de ilusión en su cara. Abrió los ojos y terminó devorándole

aquel recuerdo, pero las sombras de la realidad le marcaban y aumentaban

en cuanto a sus fuerzas. Todo estaba gris.

Caminó hasta dar con una pequeña fuente, de la cual fluía agua clara y

fresca. Dio unos pasos al frente y pudo admirar su rostro, reflejado, roto.

Chapoteó con ira y sus gritos inundaron el silencio de la ciudad. Se arrodilló

herido, fulminado por su derrota. Lloraba.

Ahora su ritmo era más lento y tropezón. Ya no aguantaba el dolor. Pero su

rostro se desfiguró al darse cuenta de adónde le habían llevado sus pasos.

Se dejó llevar sin fuerzas, su respiración era entrecortada y notaba las

cenizas del aire en sus pulmones. Levantó la vista y soltó un grito

suplicante, tampoco obtuvo respuesta. Se dejó caer al atisbar una tumba.

Sus dedos gruesos la palmearon con delicadeza limpiándole el polvo de la

dedicatoria “Juntos siempre, de María y papá”, al leer esto su corazón se

encogió en un puño, Nieves, no podría haberla olvidado. Se agachó con

cuidado, y con mimo plantó un beso en la escritura.

Caminó.

Una tenue luz brilló en el horizonte. Se sentó a contemplar, y dejó de

presionar la herida. El sol se asomó tímido. La sangre fluía de su costado.

La claridad bañó de colores intensos el agua. Su cuerpo calló pesado y sin

vida. Y reflejos dorados brillaban en la superficie del mar.

Y la guerra es, simplemente eso, gris.

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FINALISTA ESTATAL

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MIL LÁGRIMAS

Nerea Silva Obama (La Rioja)

Un día, después de un sueño inquieto, se despertó convertido en lo que era,

en lo que sentía, en cada lágrima, en cada recuerdo….

Se dio cuenta de su sueño, su meta.

La lluvia arañaba los cristales, la nostalgia recorría su interior. Cada

lágrima, cada paso, cada recuerdo, le devolvía a sus brazos.

Habían pasado apenas dos días, desde que su madre se había ido, desde

entonces todo se había acabado para ella, todo su mundo se había

desvanecido en un suspiro, en un llanto. Irene salió de la habitación.

El olor a café recién hecho, inundaba cada esquina de la casa.

Se escuchaban golpes en el salón. Después de cavilar unos segundos,

Irene, se dirigió allí, para ver lo que ocurría. Desde una esquina, observó a

su padre, ebrio por el alcohol.

Irene, se alejó sigilosamente, dejando caer cien lágrimas al vacío, dejando

caer su cuerpo, su mente, su vida y su sueño…

No supo qué hacer, simplemente corrió.

Lejos. Buscando un lugar en el que encontrar la felicidad, un lugar, un lugar

en el que sentir, un lugar para vivir, sólo vivir.

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FINALISTA ESTATAL MIL LÁGRIMAS

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Pero la cruda realidad, le golpeó en la cara y se dio cuenta de que estaba

sola, perdida…

Su madre, era el halo que le sonreía cada noche, pero se había ido para

siempre, esa era la realidad.

En su casa, le esperaba un mundo de llantos, era todo lo que podía ofrecer

su padre, siempre ebrio por el alcohol.

Su mundo lleno de ilusiones, despareció hace apenas dos días, su sueño,

también. Entonces Irene, supo lo que debía hacer, supo que ya no le

quedaba nada, que todo se había terminado para ella, supo que debía irse,

marchar a un lugar en el que cumplir sus sueños.

Le bastaron apenas dos pasos para despedirse de lo que había llamado vida

durante trece años, para marcharse, regalándole, así, un último suspiro a

su corta vida…

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FINALISTA ESTATAL

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SIN TÍTULO

Guillermo Pimoulier Gómez (Navarra)

Un día, después de un sueño inquieto, se despertó convertido en una oruga

que caminaba lentamente hacia el sol, camino del Monte. Por allí cerca se

encontraba una tortuga, la cual le preguntó:

-¿A dónde vas?

-Camino del Monte, he tenido un sueño y me ha gustado lo que veía en él,

he visto toda la villa desde allí – Respondió la oruga sin detenerse.

Ya a unos pocos metros más adelante, se encontró con una ardilla.

-¿A dónde vas? –preguntó la ardilla con ímpetu.

-He tenido un sueño y quiero compartirlo, me dirijo hacia el Monte –

Respondió la oruga.

-Nunca lo conseguirás, déjalo.

La oruga prosiguió su camino hasta encontrarse con una rana.

-¿Hacia dónde te diriges? – pregunto ésta.

-Hacia el monte, he tenido un sueño y lo cumpliré – Contestó la oruga llena

de orgullo.

La rana echó a reír.

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FINALISTA ESTATAL SIN TÍTULO

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-Ni yo, que tengo las patas tan largas lo intentaría – Le advirtió la rana.

Así sucedió con todos los animales que encontró por el camino.

Apenas al principio del Monte, la oruga empezó a sentir cansancio y con sus

últimas fuerzas para buscar un sitio donde morir. Así pues, empezó a

construir una diminuta choza, en la que solo cabía ella, un sitio donde

descansar para siempre. Los animales del pueblo, ya preocupados, iniciaron

una expedición para buscar a la oruga, después de un par de días

buscando, encontraron su tumba, y cómo no, se mofaron de ella. Le

adjuntaron una nota: “Hay sueños imposibles, y el tuyo es uno de ellos”.

Cuando los animales marchaban hacia el pueblo, la tumba de la oruga, que

en realidad era un cascarón, se empezó a abrir, todos se encontraban en

tensión y de aquel feo cascarón empezaron a salir dos hermosas alas, del

color del arco iris. Seguidas de la cabeza y el cuerpo. Aquella oruga ahora

convertida en mariposa, podría cumplir su sueño y observar la villa, con sus

envidiosos y avariciosos animales dentro.

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FINALISTA ESTATAL

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CAMBIOS

Silvia Domínguez Sánchez (Región de Murcia)

“El hombre era flaco y tan alto que parecía siempre de perfil”. Cerré el libro

de golpe y alcé la mirada. Me encontraba en una estancia antigua.

Transmitía una sensación de tranquilidad y me incitaba a permanecer allí

por siempre. A mi alrededor, se alzaban altas y esbeltas estanterías de

madera oscura repletas de libros. Había de todos los colores y tamaños;

algunos más viejos y otros encuadernados en cuero. Inspiré y cerré los

ojos. Allí se paraba el tiempo. No había prisas ni agobios. Me calmaba.

No era, sin embargo, la primera vez que iba a la vieja biblioteca del pueblo.

Había pasado tantas horas deambulando por sus pasillos que me sabía las

baldosas de memoria. Conocía aquel sitio. Formaba parte de mí.

Miré el reloj que descansaba en mi muñeca y suspiré. Dejé el libro en el

sitio exacto donde lo había cogido y me dirigí al mostrador del préstamo,

donde una anciana leía un libro.

-Hasta mañana –me despedí.

-¿Ya te vas? –la anciana me miraba por encima por encima de sus gafas de

montura metálica.

-Sí,… ¿No debería? -titubeé.

La señora Mercedes me sonrió. Y volvió a su libro tranquilamente. Ahora no

podía irme. Fruncí el ceño. La señora Mercedes pocas veces me dirigía la

palabra. La última vez fue cuando Azahara se marchó y se había limitado a

saludarme sin interés.

Sus labios parecían nuevamente preparados para un silencio largo y me

dispuse a salir dándole vueltas a su pregunta.

-Ha llamado –cuando ya no esperaba oírla me llegó su voz y me quedé

paralizado-. Volverá el jueves.

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FINALISTA ESTATAL CAMBIOS

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Salí precipitadamente de la biblioteca con el corazón latiendo descontrolado

en mi pecho. No era posible y sin embargo, Mercedes no hablaba por

hablaba por hablar.

-No puede ser –maldije entre dientes.

Durante meses había esperado este momento y había llegado a admitir que

no volvería nunca. Me froté los ojos. No sabía como actuar y estaba

totalmente desubicado.

Miré el letrerito que marcaba el número de la calle y me encaminé hacia mi

apartamento. Durante los treinta minutos de camino, el bullicio de mi

mente se fue aclarando.

Esa noche soñé con luces de colores, caminos infinitos y un cielo rojo

sangre que se extendía sobre mí.

Los dos días que faltaban para el jueves se sucedieron en un amasijo

descontrolado de horas, minutos y segundos.

Y llegó el jueves.

Me desperté sudando a las seis de la mañana. Es noche había sido

especialmente calurosa y no ayudaban mucho los sueños de manchas de

colores que me habían estado acechando. Me levanté y después de

ducharme y vestirme me quedé mirando el espejo que me devolvía la

mirada desde un rostro con marcadas ojeras. Suspiré y salí del paso.

-¿Lo de siempre? –me preguntó Fernando al entrar dese el otro lado de la

barra.

-Lo de siempre –concedí tomando asiento en un taburete.

El bar seguía igual de acogedor que cada mañana y las tostadas seguían

con aquel toque característico de siempre. Parecía que el único que había

cambiado era yo mismo.

Cuando salí de nuevo a la calle, el calor del verano sacudió mi camisa. Era

temprano, y sin embargo, el aire ya llegaba caliente.

Caminé sin prisas hacia el gran edificio que escondía la nueva piscina

climatizada de la que era socio.

El agua fría me parecía un bálsamo reparador y disfruté un largo rato de

ella antes de hacer los diez largos de cada día.

Una vez hube salido de nuevo a la calle, el sol ya estaba en lo alto,

saludando y descargando todo su potencial sobre el pueblo. Los adoquines

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FINALISTA ESTATAL CAMBIOS

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grises del suelo moldeaban mis zapatillas de deporte mientras la sencilla

puerta de madera se acercaba.

Cuando traspasé el umbral, me inundó el aire frío que conservaba aquellas

gruesas paredes de piedra. Allí siempre hacía fresco. Era la magia del lugar.

La señora Mercedes se encontraba en su habitual silla de cuero al otro lado

del mostrador de préstamo.

-Buenos días –saludé acercándome.

-No pareces nervioso –se limitó a observar y señaló un pasillo a su derecha.

-Gracias.

Seguí la dirección que me había indicado y pronto las sombras oscuras de

las estanterías se cernieron sobe mí. Caminé despacio, anticipándome al

inminente encuentro; intentando calmar mi corazón que se moría alocado

en mi pecho.

Y allí la encontré. Mirando las encuadernaciones antiguas y pensativa. Se

me antojó muy distinta de cómo la recordaba. Su habitual atuendo informal

había sido sustituido por un vestido azul celeste sencillo y una carpeta

negra en su brazo. Las muñecas, antes adornadas con infinidad de cintas

ahora se mostraban desnudas, antecesores de las finas manos con largos

dedos que se deslizaban sobre las lomas de los libros.

Había cambiado tanto por fuera que ya no sabía si seguía siendo la misma

chica que me había mostrado el paraíso de aquellos estantes. Me detuve a

unos tres metros de ella y esperé. Siempre le gustaba tener la primera

palabra y le concedí el honor.

-Cuando le pedía a mi abuela que te avisase, no estaba segura de si

vendrías –me confesó con la mirada fija en un libro negro.

Su voz no había cambiado y cuando se dio la vuelta y me miró

resplandeciente, descubrí que su sonrisa seguía siendo un refuerzo

potencial para mí.

-Pues he venido –le devolvió la sonrisa.

-Ya veo –asintió y ambos compartimos una risa tímida.

-Y… ¿Qué tal? ¿Cómo ha ido todo? Ya veo que has cambiado –señaló su

vestido.

-Sí, así me siento más libre –dio una vuelta sencilla, haciendo que la tela

suave de la falda volase a su alrededor.

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FINALISTA ESTATAL CAMBIOS

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Sonreí contento y le indiqué con un gesto que me acompañase fuera.

Accedió y salimos juntos al sofocante calor veraniego.

-Granada es una ciudad preciosa, llena de vistas al pasado –me contó con

expresión alegre.

-¿Visitaste la Alambra? –pregunté interesado. Siempre le habían encantado

los edificios antiguos que encerraban siglos de historia.

Seguimos charlando entre risas, poniéndonos al corriente de todo lo que

había pasado. A nuestro alrededor, las callejuelas se sucedían lentamente

hasta encontrarnos rodeados de altos árboles. Estábamos en el parque y

nos dirigimos en un viejo y destartalado banco. En él nos habíamos

conocido y era apropiado que volviésemos allí después de tanto tiempo.

Nos sentamos en silencio y contemplamos las altas ramas que luchaban

contra el paso del tiempo.

-¿Te quedarás? –pregunté al fin.

Ella permaneció en silencio durante tanto tiempo que pensé que no iba a

responder.

-Vuelvo dentro de un mes –sonrió clavando sus ojos cristalinos en los míos.

-Entonces nos quedan dos semanas antes de volver a separarnos –confesé

mi intención de ir Madrid a terminar mis estudios.

Me dirigió una mirada de sorpresa y alegría que intentaba ocultar el

desaliento que había cruzado su rostro.

Sonreí tristemente y miré hacia los árboles al otro lado del paseo.

-Me alegro de que cumplas tu sueño –me llegó su voz.

-Aún así, quiero que vengas a verme cuando puedas –la invité contento.

-Claro, te llamaré –asintió.

Un agradable silenció nos envolvió mientras se oían a lo lejos los ruidos del

parque.

A mi lado, Azahara abrió el libro que había sacado de la biblioteca y empezó

a leerlo. Interesado, contemplé la primera frase.

“El hombre era tan alto y tan flaco que parecía siempre de perfil”.

Sorprendido, abrí los ojos y recordé todo lo que había cambiado desde la

primera vez que había leído esas palabras. Realmente, mi vida había dado

un giro brusco. Uno de tantos.

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