5. formativo cap iv dolmatoff

22
ARQUEOLOGIA DE COLOMBIA: Un texto Introductorio. Gerardo Reichel-Dolmatoff. Capítulo IV LA ETAPA FORMATIVA Aproximadamente 7.000 a. de C. se inició en Colom-bia un período caracterizado por un clima más templa- do; este cambio afectó todos los, aspectos ecológicos y, junto con ellos, las formas particulares de adapta-ción humana a un mundo en lenta transformación. Las grandes especies de la megafauna fueron desapare-ciendo, en parte porque su forraje comenzó a esca- sear debido a las sequías prolongadas, en parte por-que mejores técnicas de cacería especializada y el au-mento de la población contribuían a la extinción de muchas especies que hasta entonces habían constitui-do parte de la base del sustento de los indígenas. A-unque es muy posible que algunos ejemplares de la fauna del Pleistoceno Tardío hubieran sobrevivido en Colombia, en nichos ecológicos aislados, prolongando su supervivencia por más tiempo que la de sus seme-jantes en Norteamérica, donde la desecación progresó más rápidamente, la extinción general de la fauna de los grandes mamíferos fue más bien abrupta y proba-blemente aceleró los procesos que llevaron a nuevas formas de adaptación de las bandas nómadas de ca-zadores. No se sabe prácticamente nada acerca de la naturaleza y cronología de estos eventos en Colom-bia, excepto en las tierras altas cundiboyacenses, pero es probable que los tres o cuatro mil años del comien-zo del Holoceno fueron un período crucial durante el cual la gente tuvo que desarrollar nuevos recursos pa-ra su supervivencia, los cuales eventualmente llegaron a formar los fundamentos para una vida sedentaria y para el proceso de la producción de alimentos, en lu-gar de su mera recolección. Hacia 4000 a. de C., ya aparecen en la Costa Caribe de Colombia varias pautas bien definidas de asenta-mientos humanos. Dichos asentamientos se distin- guen por estar ubicados en situaciones que permitían el acceso a una variedad de recursos alimenticios, es decir, se encuentran cerca del litoral, en la vecindad de lagunas, de pequeños ríos y de bosques interrum-pidos por sabanas. Designamos el conjunto de estas culturas como Etapa Formativa. Esta etapa de desarrollo cultural, como cualquier o-tra, no está restringida estrictamente en tiempo y es-pacio, sino forma un largo proceso desde fines de la Etapa Arcaica, que pertenece a un ambiente pleistocé-nico tardío, hasta el período de cazadores de presas menores, de pescadores, de recolectores, que en 1

Upload: tatanjpl

Post on 01-Oct-2015

6 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Periodo Formativo

TRANSCRIPT

ARQUEOLOGIA DE COLOMBIA:

ARQUEOLOGIA DE COLOMBIA:

Un texto Introductorio.Gerardo Reichel-Dolmatoff.Captulo IV

LA ETAPA FORMATIVAAproximadamente 7.000 a. de C. se inici en Colom-bia un perodo caracterizado por un clima ms templa-do; este cambio afect todos los, aspectos ecolgicos y, junto con ellos, las formas particulares de adapta-cin humana a un mundo en lenta transformacin. Las grandes especies de la megafauna fueron desapare-ciendo, en parte porque su forraje comenz a esca-sear debido a las sequas prolongadas, en parte por-que mejores tcnicas de cacera especializada y el au-mento de la poblacin contribuan a la extincin de muchas especies que hasta entonces haban constitui-do parte de la base del sustento de los indgenas. A-unque es muy posible que algunos ejemplares de la fauna del Pleistoceno Tardo hubieran sobrevivido en Colombia, en nichos ecolgicos aislados, prolongando su supervivencia por ms tiempo que la de sus seme-jantes en Norteamrica, donde la desecacin progres ms rpidamente, la extincin general de la fauna de los grandes mamferos fue ms bien abrupta y proba-blemente aceler los procesos que llevaron a nuevas formas de adaptacin de las bandas nmadas de ca-zadores. No se sabe prcticamente nada acerca de la naturaleza y cronologa de estos eventos en Colom-bia, excepto en las tierras altas cundiboyacenses, pero es probable que los tres o cuatro mil aos del comien-zo del Holoceno fueron un perodo crucial durante el cual la gente tuvo que desarrollar nuevos recursos pa-ra su supervivencia, los cuales eventualmente llegaron a formar los fundamentos para una vida sedentaria y para el proceso de la produccin de alimentos, en lu-gar de su mera recoleccin.

Hacia 4000 a. de C., ya aparecen en la Costa Caribe de Colombia varias pautas bien definidas de asenta-mientos humanos. Dichos asentamientos se distin-guen por estar ubicados en situaciones que permitan el acceso a una variedad de recursos alimenticios, es decir, se encuentran cerca del litoral, en la vecindad de lagunas, de pequeos ros y de bosques interrum-pidos por sabanas. Designamos el conjunto de estas culturas como Etapa Formativa.

Esta etapa de desarrollo cultural, como cualquier o-tra, no est restringida estrictamente en tiempo y es-pacio, sino forma un largo proceso desde fines de la Etapa Arcaica, que pertenece a un ambiente pleistoc-nico tardo, hasta el perodo de cazadores de presas menores, de pescadores, de recolectores, que en mu-chas ocasiones combinaban estas actividades con la agricultura y la vida sedentaria, ya en condiciones cli-mticas parecidas a las actuales. La duracin total de esta etapa puede haber sido tal vez de unos 6.000 a-os, desde 7.000 hasta el primer milenio a. de C.

Para comienzos de la Etapa Formativa nosotros descubrimos en la Costa Caribe de Colombia formas culturales muy diversificadas. Probablemente ya antes de 4000 a. de C. existan en la regin del Canal del Di-que asentamientos comunales del tipo maloca, es de-cir de grandes casas habitadas por varias familias nu-cleares. Este tipo de habitacin indica una vida semi-sedentaria y la utilizacin de un foco concentrado de recursos naturales, muy probablemente se practicaba ya una forma eficaz de horticultura itinerante y de agri-cultura. Quizs al mismo tiempo con estas malocas exista tambin una pauta de campamentos semiper-manentes o de temporada, donde vivan grupos huma-nos ms o menos numerosos en cobertizos, y se dedi-caban all a la recoleccin de moluscos o de variedad de los recursos locales. Algunos de estos grupos vi-vian encima de los montculos de basura y de detritus que se iban acumulando con el tiempo y estos en oca-siones parecen haber formado verdaderas aldeas de chozas y enramadas. En zonas donde se concentra-ban importantes fuentes alimenticias, tales acumula-ciones de basuras se formaron a travs de siglos y aun de milenios. La gran diversidad de estrategias a-daptativas es muy marcada ya en los comienzos de la Etapa Formativa...y constituye un aspecto dinmico que merece toda nuestra atencin.

Las amplias y calurosas tierras bajas de la Costa Caribe, con sus lentos y tortuosos ros, sus intrincados mosaicos de canales y madre viejas, sirvi durante mi-lenios de escenario a la evolucin de formas culturales que, paso a paso, crecieron hasta formar unidades co-herentes. Para aquellos cazadores, pescadores, reco-lectores y agricultores, las tierras costeas del Caribe ofrecieron grandes ventajas; all estaba el mar con sus abundantes recursos de peces, moluscos y algas co-mestibles; estaban los ros, esteros y lagunas, con sus riberas cubiertas de selva o de juncales, habitados por toda clase de animales, desde aves acuticas y tortu-gas, hasta venados y jabalies. Haba caimanes y co-codrilos, iguanas y otros lagartos grandes; roedores, monos, cangrejos y almejas, muchsimas frutas silves-tres; en fin, una tierra de abundancia.

Alrededor de 3.000 a. de C., el clima de la Costa Ca-ribe era probablamente algo ms seco de lo que es hoy en da, pero de ah en adelante se fue volviendo ms hmedo y as continu hasta bien avanzada nu-estra era, de manera que lo que hoy son sabanas inter fluviales, entonces muy probablemente eran selvas hmedas. De todos modos, aqu el registro arqueol-gico demuestra secuencias bien definidas y se aprecia una profundidad cronolgica muy considerable. Debe de haber sido una zona privilegiada y muy atractiva para sociedades de tecnologa an rudimentaria, a-costumbradas a una vida errante, mucho antes de que una existencia ms sedentaria hubiera sido posible.

Los montculos, basureros, conchales, establecidos en el cuarto y tercer milenio a. de C., en diferentes partes de la Costa Caribe de Colombia, constituyen los primeros vestigios de culturas cermicas, y nues-tras excavaciones efectuadas en estos sitios han des-cubierto muchos detalles sobre la vida diaria, en aque-llos milenios antes de la Era Cristiana.

El principal yacimiento arqueolgico, que hasta aho-ra ha producido las datacones ms antiguas, es el montculo de Mons, situado cerca de la desemboca-dura del Canal del Dique, en las cercanas de Carta-gena. Este canal, probablemente un antiguo brazo del ro Magdalena, corre por 115 kilmetros aproxima-damente hacia el oeste, desde el curso inferior del gran ro y desemboca luego en la Baha de Cartage-na. En sus riberas encontramos muchos sitios arque-olgicos y el de Mons es el ms occidental de ellos. Consiste en una lometa baja formada por una acumu-lacin de tierra, arena y basura; esta ltima constituida por fragmentos de cermicas, huesos, piedras y con-chas marinas. Los Reichel-Dolmatoff excavamos este montculo, que mide hasta 100 metros de dimetro y hallamos una serie de pisos de vivienda, es decir, de superficies consolidadas cubiertas de fragmentos ce-rmicos pisoteados, junto con restos de fogones y a-cumulaciones dispersas de barreduras.

La gente que vivi en Mons, y lentamente acumul el montculo, practicaba una economa mixta, tal como lo comprueban los diversos vestigios que examina-mos. Muy posiblemente los habitantes del estrato ms antiguo ya practicaban una forma rudimentaria de agri-cultura, probablemente de yuca y otras raices. Ellos tambin eran pescadores de mar y ro; por otro lado se dedicaban a la caza de presas que encontraban en los ms variados medioambientes vecinos. As mismo ellos eran recolectores de pepas y frutos de palmas, recogan tortugas, cangrejos y moluscos, en fin, apro-vechaban al mximo los recursos del mar, de los rios, las lagunas y esteros, de los bosques ribereos y las sabanas. En el fondo del montculo, en su estrato ms bajo y ms antiguo, hallamos los vestigios de grandes postes de madera, hasta de 28 centmetros de dimetro, que indican parte de una construccin con planta ovalada. La cermica asociada con esta vivienda es gris o roji-za y est cubierta con una decoracin profundamente excisa o incisa, formando volutas, crculos, semicrcu-los, lneas onduladas e hileras de puntos impresos. Superpuestos siguen luego varios pisos de vivienda bien definidos, que dividen el montculo en una se-cuencia cultural de cinco grandes perodos, que deno-minamos de abajo hacia arriba: Turbana, Mons, Pan-gola, Macav y Barlovento. Obtuvimos una fecha de radiocarbono para el Perodo Mons, subsiguiente al de Turbana y es de 3.350 a. de C., lo que actual-mente constituye la fecha ms antigua conocida para cermica en el Nuevo Mundo. Ya que el Perodo Tur-bana es anterior a esta fecha, los comienzos de la a-cumulacin de vestigios culturales deben remontarse hasta el V milenio a. de C. El montculo de Mons es pues de extraordinaria importancia para la arqueloga colombiana (por no decir americana), pues su edad y su secuencia constituyen un patrn, una escala, con la cual hay la posibilidad de comparar otros sitos arque-olgicos, cercanos y alejados.En Mons, el desarrollo tecnolgico y esttico de la cermica es notable. La forma predominante es la de la tradicin llamada tecomate, o sea recipientes apro-ximadamente globulares, sin pie y sin cuello, con un borde volteado hacia adentro y formando una amplia abertura. Son esencialmente ollas de cocina, y en mu-chos casos la parte superior, entre la abertura y la pe-riferia mxima del recipiente, est decorada con inci-siones. Estos dibujos muestran una exuberancia de motivos trazados con maestra y gran desenvoltura. Dicha expresin de arte, que se remonta en parte al V milenio a. de C., es la primera manifestacin esttica, expresada aqu en objetos de uso diario, como lo son las ollas tecomate. En la excavacin no hallamos ni una vasija entera sino miles de pequeos fragmentos, los cuales permiten apreciar las lneas firmes y carac-tersticas de diversos estilos artsticos.

Los complejos lticos consisten en piedras planas para moler o triturar, manos, martillos y una variedad de astillas cuarzosas en forma de raspadores. El nfa-sis est en puntas agudas y en filos cortantes; no hay puntas de proyectil.

Ahora bien: el perodo ms reciente del montculo de Mons lo hemos denominado Barlovento, nombre de un sitio arqueolgico (tambin excavado por los Rei-chel-D.) ubicado al nordeste de Cartagena, pues resul-ta que se trata de un mismo complejo cermico. La e-dad del sitio tipo (el del nordeste) est entre 1.500 y 1.000 aos a. de C., como lo veremos ms adelante, mientras que las fechas para el Perodo Barlovento (u-bicado ms all de de la Boquilla) en el montculo de mons, son de 1.300 a. de C.; se trata pues de desarro-llos coetneos. Eso lleva a una observacin interesan-te: mientras que en el sitio tipo de Barlovento la base alimenticia eran moluscos marinos, en el Perodo Bar-lovento del montculo de Mons se hallaron grandes a-zadas hechas de una concha grande (Strombus gi-gas). Algunos de estos utensilios probablemente fue-ron encabados en un mango acodado, mientras que o-tros parecen haber sido usados en la prolongacin de una gruesa vara verticalmente manejada, como para aflojar la tierra. De todos modos, estos instrumentos son testimonios de agricultura y demuestran adems que grupos vecinos, contemporneos y pertenecientes a una misma cultura, bien pueden haber tenido bases econmicas muy diferentes. A propsito, segn el de-cir de los pescadores actuales del litoral de Mons, las conchas de Strombus se encuentran slo a bastante profundidad, en las cercanas de las Islas de San Ber-nardo y del Rosario, de manera que su recoleccin im-plic no slo un conocimiento adecuado de navega-cin martima, sino tambin pericia de expertos buzos. Un indicio adicional de que la gente de Barlovento y, quizs tambin las de los perodos anteriores, hubie-ran sido buenos navegantes, consiste en los restos -seos de peces de especies pelgicas y en la existen-cia de azuelas de filo muy cortante, hechas de gran-des conchas, que parecen haber sido usadas en la manufactura de canoas.

Otro sitio arqueolgico de la Etapa Formativa, que ha producido cermicas muy antiguas, es el de Puer-to Hormiga, tambin sobre el Canal del Dique y a muy poca distancia de Mons. Puerto Hormiga es un con-chal situado en terrenos bajos, a pocos metros sobre el nivel del mar y consiste en una acumulacin circular de conchas de moluscos marinos. El sitio mide aproxi-madamente 80 metros de dimetro. El montculo est formado por una serie de depsitos que consisten en conchas mezcladas con fragmentos cermicos, arte-factos de piedra, y huesos de animales de presa. Tal como ocurri en el caso de Mons, durante varias -pocas los indgenas vivieron sobre el montculo, lo que observamos claramente debido a los fogones y a las superficies pisoteadas. La estructura del montculo in-dica que sus habitantes, desde los primeros comien-zos, vivieron en un gran crculo donde cada unidad fa-miliar lleg a acumular un pequeo montculo de des-perdicios que, en su base, comenz a traslapar con los montculos vecinos, formndose de ese modo un amplio anillo elevado.

Nuevamente, un rasgo muy caracterstico es la cer-mica. En los diferentes estratos de conchas encontra-mos grandes cantidades de fragmentos cermicos y comprobamos claramente que stos estaban presen-tes, ya desde los primeros comienzos de la ocupacin del sitio. Hallamos varios tipos de cermica; el uno contiene un desgrasante de fibras vegetales en forma de largos y delgados tallos parecido a musgo. Durante el proceso de la coccin este material vegetal se car-boniz y desapareci dejando innumerables canales tubulares en la greda cocida y dndole una consisten-cia esponjosa. Los fragmentos son livianos, porosos y se desmoronan fcilmente si se les aplica alguna pre-sin. Otro tipo de cermica con desgrasante de fibras contiene abundantes fragmentos de hojas secas, apa-rentemente una especie de gramnea que fue triturada y mezclada con la greda que dej espacios vacos du-rante el proceso de la coccin. Los recipientes en ge-neral son globulares y de paredes gruesas; estn ma-nufacturados de un modo bastante rudimentario, ha-biendo sido quemados a una temperatura baja. Las superficies de estas cermicas son toscas, rojizas o carmelitas, carecen de toda decoracin y dan la impre-sin de una fase inicial y experimental del arte alfare-ro. Esta impresin sin embargo es engaosa, pues, asociados con esta cermica tan primitiva, existen otros tipos que contienen un desgrasante de arena y estn manufacturados en una tcnica ms avanzada. Aunque prevalecen los recipientes en forma de teco-mate o semiglobulares, algunos de ellos estn decora-dos con acanaladuras pandas, que a veces contienen un relleno de ocre con el cual han sido impregnadas o pintadas las zonas hundidas. El borde dentado de un bivalvo marino fue usado como sello, que produjo mar-cas espaciadas repetidas, y algunos recipientes estn decorados con adornos zoomorfos toscamente mode-lados. El borde ancho de una gran bandeja tiene la re-presentacin de una cara humana, en parte modelada, en parte incisa; los enormes ojos estn formados por varios crculos concntricos. Esta cara, por cierto muy expresiva, es la representacin artstica ms antigua, de una cara humana, conocida en la prehistoria del pas. Aparte de esta pieza extraordinaria, Puerto Hor-miga demuestra un desarrollo artstico muy notable y un estilo bien definido.

Un considerable nmero de artefactos no cermicos refleja, en parte, la economa bsica de la gente de Puerto Hormiga. La recoleccin de moluscos estuvo combinada con la pesca y la caza de presas menores, pero parece que esas actividades se limitaron a aves, reptiles, algunos roedores pequeos y a peces de los riachuelos y esteros vecinos; no encontramos huesos de mamferos grandes, tales como venados o sanos.

Hallamos muchos pequeos yunques, piedras con una depresin ovalada, acompaados de pesadas pie-dras golpeadoras, usados para romper las semillas duras de palmas; yunques parecidos observamos tam-bin en Mons. En cambio, la presencia de piedras planas acompaadas de manos para triturar indica el uso de otros alimentos vegetales. En efecto, hay nu-merosas lajas planas y delgadas, as como manos, que quizs fueron usadas para molero machacar pe-pas o semillas. La gente de Puerto Hormiga parece haber sido autnticos recolectores, pero sus costum-bres alimenticias claramente incluyeron cierta cantidad de recursos vegetales y es posible que practicasen al-guna forma de agricultura. Piedras toscamente astilla-das, as como lascas con talla rudimentania, fueron u-sadas como instrumentos para cercenar o raspar. E-xisti el arte de la cestera, pues encontramos impre-siones de tejido de esteras en trozos de barro quema-do.Las fechas de radiocarbono, para Puerto Hormiga, van desde aproximadamente 3.100 hasta 2.500 a. de C.. Marcan un espacio de tiempo durante el cual el vecino montculo de Mons no estaba habitado, razn por la cual la cermica de Puerto Hormiga no aparece representada en la secuencia de ese sitio vecino. Se trata aqu del perodo extremadamente seco, del Hip-sitermal, el cual est representado en la secuencia de Mons, por el estrato de caliche.

Los modos de vida descritos para los agricultores de Mons los cazadores, pescadores, recolectores y qui-zs incipientes horticultores de Puerto Hormiga, sobre sus grandes basureros, continan luego en buena par-te de las tierras bajas de la Costa Caribe y se desarro-llan durante ms de veinte siglos, sin cambios verda-deramente fundamentales. Los sitios que atestiguan esta etapa cultural los localizamos dispersos sobre u-na amplia zona del litoral, de las lagunas y de los cur-sos bajos de los ros que desembocan en el Caribe. En Canapote, un barrio de Cartagena, una serie de conchales, fechados en aproximadamente 2.000 a. de C., contenan un complejo cermico relacionado tanto con Puerto Hormiga como con Mons, aunque enton-ces la cermica con desgrasante de fibra ya estaba re-emplazada por cermica con un desgrasante de are-na, y decorada con lineas incisas, anchas y pandas.

Otro grupo de grandes conchales, algunos de ellos hasta con 6 metros de altura, los encontramos en Bar-lovento, una zona cienagosa al nordeste de Cartage-na, como ya lo mencionamos.La excavacin de estos montculos, fechados entre aproximadamente 1.500 y 1.000 a. de C., produjo gran cantidad de cermica que, en sus formas y tcnicas decorativas, continuaban las tradiciones incisas ante-riores. No hallamos vasijas enteras pero, estudiando los fragmentos, se deduce que las formas predomi-nantes eran vasijas del tipo tecomate, semiglobulares o levemente ovaladas yen ocasiones provistas de pe-queas agarraderas que salen del borde del recipien-te. La parte superior de estas vasijas est decorada con motivos geomtricos sencillos, tales como lineas paralelas rectas o curvas, elementos espirales, ele-mentos sigmoideos, hileras de puntos, anillos impre-sos con el extremo de un instrumento tubular, y otros ms. Ocasionalmente las incisiones estn rellenas con un pigmento ocre rojizo. Entre los artefactos lticos hay piedras burdas, con escotaduras en la superficie, co-mo para agarrarlos con dos palitos manejados a ma-nera de pinzas; ya que muestran marcas de fuego di-recto, parece que se trate de piedras para cocinar, es decir, de piedras que se calentaban y luego se echa-ban al recipiente de cermica, prctica que parece ha-ber sido comn. En efecto, la ausencia de fragmentos basales, cubiertos con una costra requemada, sugiere que las vasijas no fueron usadas directamente sobre el fuego abierto, aunque se encontraron varios fogo-nes en medio de acumulaciones de fragmentos.

No menos interesantes son varios otros yacimientos del mismo complejo de Barlovento, que se encuentran en la Costa al nordeste de Cartagena, hacia Barran-quilla, y en algunas islas cerca del litoral. Por cierto, como ya mencionamos, el montculo de Mons fue ocupado durante su ltimo perodo, por gentes de Bar-lovento, en una fecha aproximadamente 1.300 a. C. Otros vestigios de Barlovento los encontramos en las islas de Bar y Tierra Bomba, al sur de Cartagena, as como en el Golfo de Morrosquillo, entre Cartagena y el Golfo de Urab.

Parece que entre 3.000 y 2.000 a. de C. se oper u-na considerable expansin humana hacia el sur, su-biendo el curso bajo del ro Mngdalena, casi hasta las primeras estribaciones de las cordilleras. En Bucarelia, cerca de Zambrano, encontramos fragmentos de cer-mica con desgrasante de fibras, con elementos deco-rativos reminiscentes de Puerto Hormiga. Un complejo cermico parecido a Barlovento, en cambio, lo halla-mos en la llamada Isla de los Indios, en la Laguna de Zapatosa, en la confluencia de los ros Magdalena y Cesar, a 150 kilmetros del litoral. Parece pues que algunos grupos se estaban extendiendo sobre la gran cuenca cienagosa del Bajo Magdalena, y seguramente ms all de ella.

Hasta la fecha no se conocen an suficientes vesti-gios de la Etapa Formativa de otras zonas del pas. Con toda seguridad, existen pero an no se han des-cubierto (o publicado) y slo podemos juzgar su exten-sin y naturaleza, de acuerdo con los resultados de las investigaciones efectuadas en la Costa Caribe. All, en cambio, el Formativo Temprano constituye un he-cho histrico de extraordinario inters. Antes de seguir adelante es importante recalcar la posicin cronol-gica de los hallazgos de Mons Puerto hormiga, Cana-pote y Barlovento. No cabe duda de que estas rimeras cermicas colombianas, que son principalmente de la tradicin tecomate preceden por ms de un milenio a las primeras cermicas de Mesoamrica y de los An-des Centrales. Segn los resultados de nuestras in-vestigaciones, a partir del descubrimiento de Puerto Hormiga, la Costa Caribe de Colombia es el lugar de origen, o de dispersin masiva del arte alfarero en to-do el Continente Americano.

Las nicas culturas cermicas fuera del pas que, por su posicin cronolgica muy temprana, se han comparado con el Formativo Temprano de la Costa Caribe de Colombia, son algunos complejos de la ho-ya del ro Guayas, en la Costa Pacfica del Ecuador. En Valdivia los arquelogos norteamericanos Clifford Evans y Betty Meggers, en compaa del ecuatoriano Emilio Estrada Icaza, obtuvieron fechas de 2.600 a 2.500 a. de C., para las fases iniciales de ese comple-jo y, lo que es ms, postularon para Valdivia un origen japons. En efecto, trataron de correlacionar una se-rie de formas y modos decorativos de Valdivia, con manifestaciones del Perodo Jomon, del Neoltico ja-pons. Esta ltima hiptesis no ha tenido aceptacin general por parte de los arquelogos americanistas pero en nuestra opinin, no se puede descartar del to-do, pues una antigua influencia transpacfica, por dbil y espordica que haya sido, cae dentro de las posibi-lidades de la navegacin asitica de aquel entonces o puede haberse producido a travs de tripulaciones de barcos que se encontrasen a la deriva.

En nuestro caso, el problema se plantea sobre un nivel cronolgico y comparativo. No se puede negar que haya ciertas semejanzas entre algunos tipos cer-micos de Valdivia y ciertos otros de la secuencia de Mons, pero la cermica ms antigua de Mons, indu-dablemente precede a la de los niveles ms bajos de Valdivia. An los recientes hallazgos de complejos ce-rmicos ecuatorianos subyacentes a Valdivia, como lo son San Pedro, Loma Alta y Real Alto, no alcanzan la antigedad de los comienzos del montculo de Mons, pues tienen fechas de apenas 2.750, 3.000 y 3.200 a. de C., respectivamente.

Un problema comparativo que merece toda nuestra atencin, se refiere a laposibilidad de relaciones cultu-rales prehistricas, entre la Costa Caribe de Colombia, las Antillas y el surdeste de los Estados Unidos. Varios complejos cermicos, tanto de Florida, como del bajo ro Misisipp, parecen relacionarse con la cermica de Puerto Hormiga y la de sectores de Mons. Sobre to-do en la hoya del ro Yazoo, los complejos de Marks-ville, Issaquena y otros, muestran notables semejan-zas con estos materiales colombianos. Ya que las fe-chas radiocarbnicas norteamericanas son consisten-temente ms tardas que las colombianas, se debe pensar en una difusin de Suramrica a Norteamrica, probablemente por va martima y pasando por las An-tillas. Esta hiptesis abre una nueva perspectiva a las investigaciones arqueolgicas colombianas y cier-tamente debera ser tema de discusin con nuestros colegas de pases circuncaribes.

Mientras que en la Costa Caribe de Colombia las manifestaciones del Formativo Temprano llegaron a su fase final, aproximadamente alrededor del ao 1.000 a. de C., en otras zonas de la misma Costa sur-gieron nuevos desarrollos. Parece que en aquella po-ca el cultivo de races se volvi de una importancia pri-mordial en el plan alimenticio, llevando a una vida mu-cho ms sedentaria que antes, lo que desde luego tu-vo repercusiones sociales.Las tierras bajas de Suramrica son el hbitat de muchas races comestibles. Mientras que en Mesoa-mrica y en los Andes Centrales originalmente se cul-tivaron con preferencia plantas con semillas comesti-bles, los grupos selvticos tropicales domesticaron ci-ertas races, ante todo algunas variedades de yuca, una de las muchas especies del gnero Manihot, que es originario del Hemisferio Occidental. Las grandes races de esta planta constituyen una fuente importan-te de carbohidratos, y la planta tiene muchas caracte-rsticas que hacen de ella un cultivo atractivo para hor-ticultores selvticos pues la yuca se cultiva fcilmente por reproduccin vegetal de tallos que luego necesitan muy poco cuidado; el rendimiento es abundante, la planta es relativamente resistente contra plagas y en-fermedades y adems se presta a varias formas de hi-bridacin. Hay dos especies cultivadas de Manihot: la yuca "dulce" y la yuca "amarga" o "brava", que tienen caractersticas morfolgicas muy similares pero se di-ferencian por su contenido de cido cianhdrico. Mien-tras que en la variedad dulce el contenido de este ci-do es muy bajo, y las races pueden comerse crudas o cocidas, las otras variedades, que tienen un alto por-centaje de cido prsico, tiene un sabor amargo y el componente venenoso debe eliminarse a travs de un proceso tcnico muy ingenioso, antes de que las ra-ces puedan ser comestibles. Para lograr esto, los in-dios suramericanos inventaron un artefacto especial, el sebucn o tipit, que es un tejido tubular alargado, hecho de espartos largos entretejidos al sesgo y que tiene as gran elasticidad. Este objeto de cestera, de forma tubular, es semejante a una manga y se expan-de al ser rellenado con la masa rallada de la yuca; el jugo venenoso puede entonces exprimirse al compri-mir el tubo. Se trata pues de una tcnica bastante compleja que es an practicada por muchas tribus del Amazonas y norte de Suramrica. Los horticultores y los agricultores incipientes de la poca prehistrica probablemente tuvieron tcnicas ms sencillas para extraer el zumo venenoso, o tal vez prefirieron la va-riedad dulce, que en Colombia es tpica para las tie-rras bajas y subtropicales, que se extienden hacia el oriente de la Cordillera Oriental. El uso del sebucn fue probablemente una adaptacin posterior a un am-biente de selva pluvial amaznica.

La yuca puede comerse cocinada o asada, pero en-tre los indgenas hay dos modos principales para pre-pararla: como manioco o farinha, es decir una harina de grano burdo, o como cazabe, que es una torta del-gada, parecida a pan seco. Para ambas preparaciones la masa fnamente rallada se extiende sobre un gran disco cermico, de unos 60 cms de dimetro. En los Llanos colombianos este artefacto se llama comn-mente budare y se designa como comal, en Mesoa-mrica. Este budare se coloca sobre el fuego abierto, estando sostenido por varios soportes de piedra o de barro. Al revolver la masa de yuca con un meneador de madera, se obtiene una harina granulosa que se puede usar en la sopa, o simplemente diluyndola en agua; en cambio, al aplanarla y dejarla consolidar, for-ma una especie de torta grande, delgada y ms bien seca. Ambos de estos productos procesados tienen un alto valor econmico, porque tanto la harina como las tortas pueden almacenarse por meses y constituyen as un importante medio de comercio.

Sin embargo, en tiempos actuales y ya desde el si-glo XVI, las tribus colombianas que vivan al occidente de la Cordillera Oriental, no usaban estas tcnicas de preparacin y conservacin, las cuales eventualmente estaban restringidas a los Llanos del Orinoco, a la Costa Caribe el rea amaznica y a algunas de las is-las del Caribe.

Lo arriba expuesto plantea un problema interesante, no slo para el etnlogo y el etnobotnico, sino tam-bin para el arquelogo. Es un hecho que fragmentos de budares, tales como los que se emplearan en la preparacin de la yuca amarga, los hallamos en con-textos arqueolgicos costeos ms bien antiguos, mi-entras que durante las fases posteriores, caracteriza-das por una agricultira algo ms avanzada, hay slo poca evidencia para objetos de esta forma cermica y el uso que ella conlleva. Al juzgar por los datos dispo-nibles, an muy fragmentarios, parece entonces que la yuca amarga s fue usada en la Costa y en el interior del pas pero eventualmente fue reemplazada por la yuca dulce, mientras que el importante complejo de conservacin y comercio de harina (maoco) y tortas (cazabe) se desarroll al este de los Andes, en las cuencas del Orinoco y Amazonas.

En la actualidad, los campesinos de la zona de Mon-s dicen distinguir localmente unas veinte variedades de yuca, una de las cuales ellos denominan "yuca montaera". Ahora bien, los principales especialistas en yuca, David J. Rogers y S. G. Appan (1.973, pp. 122 -127) escriben en algn detalle acerca de Manihot carthagenensis, una especie muy antigua y hoy en da silvestre, conocida, segn estos dos autores, bajo los nombres vernaculares de "yuca de monte" o "yuca ci-marrona". La distribucin geogrfica de esta especie de yuca cubre el rea costea de Colombia y Vene-zuela y se extiende hasta algo ms all del bajo ro Orinoco. Esta distribucin de una especie conocida como muy antigua corresponde en detalle al rea de dispersin de las culturas cermicas ms antiguas de la Costa Caribe de Colombia y Venezuela. Rogers y Appan no mencionan su uso como alimento, en cam-bio el gran gegrafo y botnico Carl O. Sauer (1.969, pp. 127-128) afirma que Manihot carthagenensis s es comestible y traza su distribucin hasta cubriendo el -rea de la costa occidental de Norteamrica. Parece pues muy probable que la yuca "montaera" de la gente actual de Mons sea la misma descrita por los dos cientficos arriba citados.

Por otro lado, los botnicos colombianos Luis Lpez Jaramillo y Hctor Herrera Enciso (1.970), quienes es-cribieron antes de Rogers y Appan (pero no citan a Sauer), discuten Manihot carthagenensis, examinn-dola en varias localidades de la Costa Caribe de Co-lombia. Los dos autores dicen: "En nuestro pas no he-mos podido comprobar que la especie (M. carthage-nensis) reciba actualmente utilizacin alguna. Cabe sin embargo la posibilidad de que haya podido ser ob-jeto de consumo humano durante el perodo precolom-bino; adems existen datos de que en la regin de Ta-malameque se cultivaba una "Yuca Brava", la cual no ha sido identificada taxonniicamente" (Lpez y Herre-ra, 1.970, p. 10). Es obvio que los dos autores se refie-ren al informe de Rodrguez de Medina et al. (1.983), escrito en el siglo XVI, en el cual, al hablar de los in-dios de Tamalameque, se anota acerca de la yuca (sin especificar si se trata de yuca silvestre o domestica-da): "Hay dos gneros, una que llamamos comnmen-te brava porque mata al que la come cruda, y otra que se puede comer sin ningn dao..." (Rodrguez de Me-dina et al., 1.983).

De todos modos, el problema es de gran inters y concuerdo personalmente con Lpez y Herrera acerca de la posibilidad, o, mejor dicho, probabilidad, de que Manihot carthagenensis fuese consumida en tiempos prehistricos. Los autores mencionados, despus de analizar la composicin qumica de las races, llegan a la conclusin siguiente: "M. carthagenensis ofrece al-gunas posibilidades llamativas para fitomejoramiento, como son la tolerancia a un rgimen biestacional de sequa, en condiciones de suelos arenosos-arcillosos o aun semisalinos y con precipitaciones anuales que pueden ser apenas de 200-250 mm, y por el elevado contenido proteico de sus races" (Lpez y Herrera, 1970, pp. 12-13). En efecto, mientras que el contenido proteico de Manihot esculenta, la especie dulce co-mnmente consumida en el pas, es de 5.06, el de M. Carthagenensis es de 13.81. Podemos aceptar que la distribucin geogrfica de M. carthagenensis es el re-sultado de un proceso cultural y que esta especie fue cultivada en pocas muy antiguas, que bien pueden remontarse al menos al IV milenio a. de C.

Esta larga digresin se justifica ya que un conoci-miento de la base econmica y del aprovechamiento de los recursos, naturalmente es fundamental para comprender el desarrollo y avance de las sociedades indgenas. El cultivo de la yuca, primero experimental y luego a mayor escala, debe haber jugado un papel decisivo en el proceso que llev hacia una vida se-dentaria y formacin de aldeas. Sin embargo, hay que tener en cuenta tambin cier-tos otros factores ecolgicos que incidieron, en el caso de la Costa Caribe colombiana, como alternativas lo-cales de adaptacin y sedentarismos. La vida riberea y lacustre en aquellas pocas ya del Formativo Tardo fue muy difererente de la que llevaban los recolectores estacionales de moluscos, que se establecan al borde de bahas y esteros. Aunque este recurso marino si-gui en uso ocasional, a travs.de los siglos posterio-res, los nuevos modos de vida se basaron en una agri-cultura ms y ms eficiente, tuvieron lugar en un am-biente ribereo y de las orillas de las innumerables la-gunas y cinagas, cuyos recursos abundantes resulta-ron ser otra fuente de alimentos. Fue sobre estas ribe-ras donde se desarroll una pauta de vida aldeana se-dentaria, y para poder apreciar la verdadera importan-cia de este paso, es til insistir en el tema y hacer re-ferencia de nuevo, en las bases econmicas de aque-llas culturas indgenas.

Los numerosos y grandes ros de la regin interandi-na colombiana son muy ricos en peces y ciertas espe-cies tales como el bagre (Pseudoplatystomafasciatum) y el bocachico (Prochilodus reticulatus magdalenae), en pocas de ovulacin ("subida"), se renen en canti-dades inmensas, sobre todo en el bajo ro Magdalena. Aun en la actualidad, no obstante la poblacin densa de pescadores y campesinos que conocen tcnicas de pesca bastante eficaces, los ros continan siendo pa-ra ellos una fuente muy considerable de peces de la mejor calidad. Pero no menos importantes son los rep-tiles de los ros y lagunas de la llanura nortea aluvial, a saber: los cocodrilos, caimanes, tortugas, iguanas y lagartos. Aquellas regiones abundan en muchas espe-cies diferentes de tortugas, algunas de ellas de gran tamao. Si pensamos en estos ros, en trminos de una fuente perenne de protenas, podernos concluir que la vida sedentaria en estas regiones, desde sus primeros comienzos, tuvo una marcada orientacin ri-berea, y que la agricultura tal vez no era un factor tan determinante para la poblacin como lo fue, por ejem-plo, en el Valle de Mxico, en Guatemala o en los va-lles costaneros del Per, donde faltaba esta abundan-cia de reptiles. En realidad en la Costa Caribe de Co-lombia la vida sedentaria aldeana, con una poblacin activa y creciente, podra haber sido factible con un mnimo de cultivos sistemticos. Parece que la pesca y caza ribereas combinadas con los cultivos de ra-ces, fueron desde una fecha muy temprana, los facto-res que dieron estabilidad a las sociedades indgenas del trpico colombiano.Los vestigios que estas sociedades prehistricas han dejado se caracterizan por una configuracin de ciertos rasgos econmicos, tecnolgicos y sociales. En primer lugar, esta adaptacin ecolgica, ya algo a-lejada del litoral propiamente dicho, llev a una forma bien definida de asentamientos. Se encuentran aldeas permanentes ubicadas en las orillas planas de lagunas y madreviejas. La concentracin, variedad y gran pro-fundidad de los despojos, de ocupacin, que frecuen-temente forman depsitos de varios metros de profun-didad, indican que se trata de sitios de habitacin de sociedades estables, que haban logrado un alto nivel de eficiencia en la explotacin de los recursos de sus respectivos microambientes. En el bajo ro Sin, para dar un ejemplo, encontramos, en un solo corte, ms de 18.000 fragmentos de concha de tortuga y en ste y otros sitios hallamos cantidades de huesos de cai-manes, mamferos grandes y restos de muchas espe-cies de peces y aves acuticas.

Hay muchos sitios de este tipo en la llanura aluvial de la Costa Caribe. Los hallamos a lo largo de los ros Magdalena, Sin y San Jorge; sobre las lagunas de las zonas interfluviales y en las orillas del Golfo de Urab, hacia la frontera con Panam.

Estos desarrollos, que abarcan las Etapas Formativa Media y Tarda, estn bien ejemplificados, en su pri-mera parte, por la Tradicin Malambo, descubierta y excavada por Carlos Angulo Valds. Malambo es un sitio ubicado sobre una cinaga del bajo ro Magdale-na, a poca distancia de la ciudad de Barranquilla. El sitio se compone de depsitos formados por basuras, desechos y algunos entierros, que cubren una amplia zona; los desechos consisten en fragmentos cermi-cos y restos faunsticos. Los numerosos fragmentos de budares sugieren el cultivo de la yuca; no hay indi-cios directos del cultivo del maz. Parece que no con-suman moluscos, aunque stos abundan, tanto en el litoral como en las cinagas vecinas.La cermica de Malambo, que es elaborada con un desgrasante de arena y se distingue por sus superfi-cies bien pulidas, es mucho ms rica en formas y tc-nicas decorativas que la de la Etapa Formativa Tem-prana. A los recipientes globulares comunes en los complejos anteriores, se aaden muchas formas nue-vas, a saber, vasijas con hombros salientes, platos y budares planos, vasijas con bases anulares, otras pro-vistas de soportes en forma de patas cilndricas cor-tas, y cazuelas con un bien marcado ngulo perifrico. Muchos de estos recipientes estn decorados con una combinacin de incisiones y modelaje; hay agarrade-ras y adornos zoomorfos que estn ornamentados con lineas y acanaladuras, y los bordes llevan a veces pe-queas protuberancias semiglobulares o peloticas a-plicadas de arcilla. Pequeas mscaras que represen-tan caras humanas fueron hechas de cermica y ates-tiguan un notable avance esttico escultrico. La Tra-dicin consta de dos fases: Malambo y Los Mangos.

Todos estos elementos de decoracin modelada de Malambo, junto con la costumbre de realzar las partes prominentes, enmarcndolas con mltiples lineas inci-sas, recuerdan ciertos motivos decorativos de Puerto Hormiga y Bucarelia, pero tecnolgicamente Malambo est mucho ms avanzado y muestra formas ms va-riadas. La principal diferencia, por cierto, entre Malam-bo y los complejos culturales anteriores, yace en su base econmica. La abundancia de fragmentos de bu-dares en la Fase Malambo, indican el uso comn de la yuca en forma de maoco y cazabe, mientras que la ausencia de conchas de moluscos podra sugerir la poca importancia de este recurso. Las fechas de ra-diocarbono, de 1.120 a. de C. a 70 d. de C., demues-tran que Malambo fue posterior a Barlovento.La cermica de Malambo se ha comparado con la serie Barrancoide, de Venezuela, un complejo cermi-co que se desarroll aproximadamente en la misma -poca en el Bajo Orinoco, de donde con el tiempo se extendi sobre el litoral venezolano; este complejo comparte muchos rasgos estilsticos con Malambo y se puede suponer que haya habido un nexo histrico entre los dos grupos. Las fechas para Malambo pare-cen concordar con las de Venezuela, las cuales colo-can la Serie Barrancoide en la parte superior del Pe-rodo II de la cronologa venezolana, con una exten-sin temporal de aproximadamente 1.000 a. de C. a 350 d. de C. Por otro lado, nuestra fecha terminal para Barlovento esde 1.032 a. de C., es decir que Barloven-to fue contemporneo a los comienzos de Malambo. No obstante, la cermica de ambos sitios tiene pocos rasgos en comn; la de Malambo estilstica y tecnol-gicamente es muy superior a la de Barlovento. Esto en s, parece indicar que Malambo sea esencialmente un desarrollo secundario venezolano, aunque es muy probable que los orgenes de la cermica venezolana se derivan inicialmente del norte de Colombia, pero unos 2.000 aos antes de los comienzos de la serie Barrancoide, o sea que provienen de los comienzos de la secuencia de Mons. Segn los conocimientos actuales, en Colombia la Tradicin Malambo est re-presentada por pocos sitios. Uno de ellos est ubicado en la boca del ro Crdoba, cerca a la ciudad de Ci-naga, donde se han hallado vasijas zoomorfas con la caracterstica decoracin incisa; pequeos adornos modelados y mascarillas se conocen tambin de la re-gin de Papare entre Cinaga y Santa Marta, y de Zambrano, en el bajo ro Magdalena.

Un sitio Formativo Tardo, donde efectuamos exca-vaciones intensivas, es Momil, localizado a orillas de una gran laguna del bajo ro Sin. A continuacin ha-remos una breve descripcin de las caractersticas principales de este hallazgo, con el fin de lograr am-pliar la comprensin del desarrollo cultural en la Etapa Formativa Media y Tarda. La gente de Momil, tal como la de Malambo, vivi permanentemente en una aldea, en la planada ubica-da entre el borde de la laguna y una pequea hilera de colinas bajas. La acumulacin de basuras en Momil alcanz a 3 metros de profundidad y se extendi sobre un rea aproximada de 10.000 m. Los objetos exca-vados en el centro de la zona poblada incluyen miles de fragmentos cermicos (en efecto, ms de 300.000 fragmentos), artefactos lticos, objetos de hueso y con-cha, y gran cantidad de restos faunsticos. Tanto la su-perposicin fsica como la variacin en la distribucin vertical de los despojos culturales indican una sequen-cia evolutiva continua, con una interrupcin aproxima-damente a la mitad del depsito. Con base en ciertas caractersticas del material, as como de la distribucin cuantitativa y cualitativa de tipos cermicos, tcnicas decorativas y otros criterios, el total del contenido cul-tural se divide en dos grandes perodos que hemos designado como Momil I y Momil II.

Realmente, observamos en Momil una cultura mu-chsimo ms compleja que en los sitios del Formativo Temprano. Las formas cermicas caractersticas de Momil I, es decir del perodo ms antiguo, incluyen va-sijas globulares (no de tipo tecomate) con cuello res-tringido y ancho borde volteado hacia afuera, vasijas semiglobulares con borde vertical recto, varios tipos de copas semiglobulares y de silueta compuesta, con hombros pronunciados; vasijas globulares con un an-cho borde volteado hacia abajo en un fuerte ngulo. Algunas formas de Momil II continan esta tradicin, tal como las vasijas semiglobulares y de silueta com-puesta, pero aparecen ahora muchas formas nuevas. Son muy caractersticas para Momil II las grandes ti-najas globulares para almacenar lquidos; vasijas en forma de pera con borde volteado hacia afuera, as co-mo pequeas vasijas semiesfricas y vasijas con re-borde basal. Tambin hay vasijas trpodes, pero las bases cnicas bajas de Momil I estn reemplazadas en Momil II por soportes mamiformes, slidos o hue-cos.

En lo que se refiere a la decoracin, podemos decir que predominan los motivos incisos, en todos los es-tratos. Es comn en ambos perodos de Moniil la de-coracin estampada, con una ruedita dentada que, al correrse sobre la superficie maleable, dej una hilera de punticos impresos. La decoracin incisa propia-mente dicha incluye acanaladuras pandas, incisiones lineares finas y acanaladuras con cortas lineas cru-zadas. Elementos incisos, curvilineares aparecen tar-damente en Momil II, siendo escasos en los estratos ms tempranos. En Momil II hay cermicas con de-coracin zonificada de reas rojas que se delimitan por lineas incisas, mientras que en Momil I hay lneas o zonas punteadas y zonas decoradas con tiras o pe-loticas aplicadas. Un rasgo muy frecuente en la cer-mica incisa o dentada de Momil es un relleno de pig-mento blanco; en Momil II se observa a veces un relle-no rojo en incisiones anchas pandas.

Momil cuenta con una de las primeras cermicas pintadas encontradas en Colombia. La pintura bicro-mada (negro sobre blanco, negro sobre rojo) y policro-mada (negro y rojo sobre blanco) comienza en Momil I y contina a travs de Momil II. Ambos tipos de deco-racin pintada se encuentran principalmente en el lado interior de platos pandos o en la parte superior externa de pequeas vasijas semiesfricas. Tambin segn los conocimientos actuales es aqu, por primera vez en la prehistoria colombiana, donde aparece la deco-racin pintada negativa y se distinguen dos tipos: el primero ocurre solo en Momil I y consiste en lneas y manchas grisceas, algo desteidas, mientras que el segundo tipo se encuentra solo en Momil II y muestra una tcnica negativa de negro sobre rojo.

Fuera de los recipientes cermicos, son muy carac-tersticas de Momil las figurinas humanas, modeladas de barro. En efecto, dichas figurinas son bastante tipi-cas para todo este horizonte arqueolgico, del Forma-tivo Medio y Tardo. En Momil I las figurinas son sli-das y tienen una base en forma de herradura, de mo-do que parecen estar sentadas, con las piernas abier-tas; los brazos estn en jarra y la cabeza plana casi carece de rasgos faciales realmente detallados. En Momil II hay un cambio abrupto; casi todas las figuri-nas son huecas; algunas estn sentadas, tienen pier-nas gruesas y abombadas; otras aparecen en posicin de pie y con piernas delgadas, en forma de S.

Aparte de estas figurinas existe gran nmero de ob-jetos miscelneos de barro cocido. En Momil II halla-mos sellos o pintaderas planas, con motivos geomtri-cos profundamente excisos y en Momil II rodillos ciln-dricos. Ocarinas zoomorfas, inicialmente bastante ru-dimentarias pero luego bien modeladas, son tpicas para Momil II, pero estn ausentes en Momil I. Hay pendientes en forma de barra horizontal y diminutas maracas con manija cilndrica, as como discos muy pulidos y decorados con motivos curvilineares en Mo-mil I. Un adorno de doble cara, que sugiere un con-cepto de dualismo, proviene del comienzo de Momil II. Volantes de huso encontramos slo en los niveles su-periores de este mismo perodo. Adornos biomorfos modelados, que representan cabezas de aves, son frecuentes en Momil II pero no aparecen en Momil I.

Artefactos lticos abundan en ambos perodos, Mo-ml I se caracteriza por una industria de slex, que evi-dencia tanto una tcnica de percusin como de pre-sin controlada. No encontramos artefactos nucleares pero se hallaron varios ncleos con plataforma de cho-que preparada. Raspadores laterales sencillos y pun-tas (perforadores?) microlticas, son comunes; las l-timas tienen generalmente una seccin hexagonal o rectangular, con retoques secundarios en los filos. Es-tos microlitos miden mximo un centmetro de largo. Las tantas astillas de slex que encontramos en la ba-sura probablemente estaban incrustadas en rallos he-chos de tablas de madera, similares a los que los ac-tuales indios de Guayana y Amazonas usan para rallar la yuca.

Instrumentos de piedras areniscas y calcreas, des-tinados a raspar o pulir, aparecen bajo mltiples for-mas. Tambin hay golpeadores, martillos y lascas de diferentes formas. De especial inters, sin embargo, es el hecho de que metates planos y ahuecados, con manos para triturar, aparecen slo a partir del inicio de Momil II. Objetos de concha estn representados, en-tre otros, por picos, discos perforados, cuencos, cu-charas, botones, todos hechos de la concha o del eje de Strombus.

En ambos perodos encontramos leznas y punzones de hueso, agujas (sin ojo), punzones hechos de astas de venado, discos y botones y muchos otros fragmen-tos seos, todos con marcas de uso, con cortes, perfo-raciones o superficies pulidas. La presencia de volan-tes de huso, de cermica y de hueso, indica el empleo del algodn y un conocimiento de textiles.

A travs de toda la secuencia hallamos miles de fragmentos de caparazones de tortugas terrestres, as como huesos de mamferos y espinas de pescados.

Puede que la anterior lista de objetos materiales ha-ya sido tediosa para algunos lectores, pero se justifica en vista de la gran importancia que tiene el yacimiento de Momil para la arqueologa colombiana. Tomando a Momil como punto de partida, debemos examinar aho-ra algunos aspectos econmicos y sociales de esta e-tapa cultural. En primer lugar, no cabe duda acerca de la naturaleza sedentaria de la sociedad, en esta fase de desarrollo, hecho basado en una combinacin de agricultura con los recursos ribereos y lacustres; Mo-mil fue una aldea cuya ocupacin debi durar muchos siglos.Adems, y aqu nos acercamos a un problema espe-cialmente interesante, Momil muestra indicios de lo que parece ser una secuencia en el desarrollo de los recursos econmicos bsicos. En Momil I no observa-mos una evidencia clara del cultivo por medio de se-millas; los pesados metates y manos de moler apare-cen sbitamente en Momil II. En Momil I, en cambio, se observa un elemento cultural muy caracterstico, que parece asociarse con el cultivo de races, a saber, budares grandes, con un pequeo borde vertical.

Esto parece sugerir que el sitio de Momil sea repre-sentativo de una transicin del cultivo por medio de ta-llos, al cultivo por semillas. Un tal paso, naturalmente, no significa que haya habido un abrupto reemplazo de un alimento por otro, sino, ante todo, en un cambio fundamental en las prcticas agrcolas, a saber, el pa-so de la reproduccin vegetativa a la siembra propia-mente dicha y todo lo que aquello conlleva en trmi-nos de un conocimiento edfico, as como la prepara-cin y seleccin de semillas, de ciclos vegetativos y o-tros aspectos ms.

El maz, segn parece, fue domesticado original-mente en Mxico o en Per, donde las primeras razas cultivadas datan de varios miles de aos antes de Cristo. En Colombia, en la llanura del Caribe, an no hay evidencia para el cultivo del maz en los sitios de la Etapa Formativa Temprana, ni tampoco durante el primer perodo de Momil, poca en la cual la agricultu-ra parece estar ya bastante desarrollada. Slo al co-mienzo de Momil II fue cuando encontramos los uten-silios caractersticos de la molienda, as como las for-mas cermicas y lticas usualmente asociadas con el cultivo del maz, a saber: metates en forma de artesa, manos de moler de diferentes formas y tamaos, pe-queos platos planos de barro para tostar arepas, grandes tinajas para la chicha, y otros. En el perodo Momil I, como hemos dicho, no aparecen estos ele-mentos pero, en cambio, abundan los grandes buda-res y los raspadores de slex, que parecen indicar el cultivo de races. Por Cierto, las inferencias basadas en formas cermicas u otros objetos, acerca de su uso, pueden ser errneas, y la ausencia de metates y manos, en ciertos contextos arqueolgicos, no com-prueba necesariamente el desconocimiento o la au-sencia del maz. Lo mismo puede decirse sobre la yu-ca que, en ciertos casos, puede prepararse sin la ayu-da de budares.La hiptesis de una secuencia yuca/maz tambin nos parece corroborada por ciertas evidencias adicio-nales. En primer lugar, la aparicin de metates y ma-nos demoler, en Momil II, est claramente acompaa-da por la introduccin de una serie de rasgos nuevos que sugieren un contacto mesoamericano, a saber: vasijas con reborde basal, recipientes trpodes altos, soportes maniiforines, ocarinas omitomorfas y otros elementos. En segundo lugar, la evidencia de una se-cuencia similar, de yuca/maz, se ha observado en al-gunos sitios de Venezuela que, por lo dems, estilisti-camente estn relacionados con Colombia. La se-cuencia temporal de dos grandes sistemas agrcolas americanos, el de los cultivadores de maz de Mesoa-mrica (Per?) y el de los cultivadores de races, de Suramrica tropical, ha sido postulada por los fitoge-grafos desde tiempos atrs, pero falta an una mayor comprobacin arqueolgica en todos sus detalles.Un punto importante que queda por discutir, al tratar de las bases econmicas de la Etapa Formativa, se refiere al fenmeno de que el maz hubiera sido intro-ducido a la Costa Caribe colombiana, en una fecha tan tarda (lo que naturalmente no excluye la posibilidad de que haya sido cultivado ya antes en otras zonas del territorio colombiano). Parece que la contestacin, en parte por lo menos, sea que las necesidades dietti-cas de los aldeanos tempranos estaban satisfechas por la combinacin del consumo de races feculosas, con las protenas y grasas obtenidas de los recursos ribereos y que esta base alimenticia hizo que el maz inicialmente fuese un producto poco apetecido; sin embargo, al aumentar la poblacin y, tal vez, tambin, al disminuir gradualmente las frentes proteicas, el ma-z fue quizs aceptado para restablecer el balance de la dieta. Una razn adicional para esta supuesta apari-cin tarda del cultivo del maz se puede atribuir al marcado cambio climtico que, de acuerdo con recien-tes anlisis de polen, se oper entonces en la llanura aluvial del norte del pas. Alrededor de 700 a. de C., el clima prevalente seco y continental de la Costa parece haberse vuelto notablemente ms hmedo, debido a un fuerte aumento de la precipitacin pluvial. Esto, na-turalmente, produjo un ambiente propicio para el cul-tivo eficiente del maz, y bien puede haber sido un fac-tor decisivo en la consecutiva rpida dispersin geo-grfica de esta planta.Antes de proceder en nuestra bsqueda de los vesti-gios de la adaptacin ambiental del indio colombiano y de su evolucin cultural, regresemos una vez ms a tratar de Momil, para evaluar algunas de las consecu-encias sociales del aumento de produccin de alimen-tos y del subsiguiente crecimiento demogrfico. En muchos aspectos, el paso de una agricultura de races a una de semillas puede constituir un momento crucial para la organizacin de la sociedad. Las races cultiva-das, tales como la yuca, la arracacha o la batata, no se pueden almacenar por largo tiempo, para lograr un uso posterior; deben consumirse casi tan pronto como se extraen de la tierra y, adems, se daan si se dejan por largo tiempo enterradas; aun el cazabe y el mao-co tienden a daarse pronto, especialmente en condi-ciones de humedad atmosfrica. As, el agricultor de races no puede fcilmente acumular un excedente vo-luminoso, ni almacenar comida para consumirla duran-te perodos en que dedicar sus energas a activida-des distintas a las de la mera subsistencia. El cultiva-dor de maz, en cambio, se encuentra en una situacin muy superior en este sentido. Con dos, y aun tres co-sechas anuales y gastando muy poco tiempo en el cui-dado del cultivo, puede disponer de granos que es po-sible almacenar, usar como artculo de comercio, o convertir en preparaciones de alto valor nutricional. Hay pues una marcada diferencia entre la gente que debe atender todo el ao su cultivo de races, y aque-llos que tienen el zarzo lleno de maz y quienes ahora pueden dedicarse a otras actividades. El cultivo del maz, pues, probablemente jug un papel decisivo en la organizacin social de las comunidades indgenas.

En las excavaciones de Momil no encontramos en-tierros cuyo ajuar pueda indicar un tratamiento diferen-cial de los muertos, pero s hallamos indicios de una especializacin por lo menos artesanal. La similitud de muchas vasijas decoradas, de figurinas u otros arte-factos decorados, indica la presencia de alfareros ex-pertos quienes produjeron objetos que formaban ca-tegoras bien definidas. Adems, las diferencias que pueden observarse en la calidad de adornos persona-les tales como cuentas de collar, pendientes o aque-llos que llevan las figurinas de barro, tambin indican diferencias de rango. Momil probablamente representa una sociedad de rango as como de especialistas en las diversas artesanias.Las figurinas y un nmero de otros artefactos dimi-nutos tales como banquitos, maracas de barro cocido, discos decorados y recipientes minsculos, probable-mente se relacionan con prcticas chamansticas y constituyen as las primeras manifestaciones de una religin formalizada. En Momil encontramos 1.700 fragmentos de figurinas antropomorfas, y es sa la pri-mera vez que se halla un tal complejo en un contexto arqueolgico total, pero es bien posible que el uso de figurinas date de pocas muy anteriores. En todo ca-so, las figurinas antropomorfas son bastante caracte-rsticas para muchos complejos culturales de tipo for-mativo, desde Mxico hasta el Ecuador, como tambin en otras reas. Generalmente stas se encuentran mezcladas con la basura casera y se han lanzado mu-chas teoras acerca de la posible funcin que estos objetos pudieran haber tenido. Algunos autores las to-man por meros juguetes, pero la mayora se inclina a ver en ellos objetos ceremoniales conectados con ritos de fertilidad. Ese puede ser el caso en ciertos contex-tos culturales, pero en algunas sociedades colombia-nas a partir de Momil, se podra pensar en una expli-cacin alternativa, a saber, el uso de figurinas en ritos de curacin. Con alguna frecuencia estas pequeas efigies humanas representan mujeres embarazadas, o personas con impedimentos o anomalas fsicas; hay jorobados, caras con ojos llorantes o personas que se agarran la cabeza con ambas manos. Las enfermeda-des y malestares fsicos, en el sentido ms amplio, in-cluyendo menstruacin, gravidez, parto, dolores de muela y de cabeza, dolor de estmago, mordeduras de culebras, etc., bien podran haber ofrecido las oca-siones recurrentes para ritos institucionalizados de cri-sis, en los cuales cierto equipo de objetos materiales fuese puesto en uso prominente. Una vez que estos objetos hubiesen llenado su funcin del momento, ellos fueron descartados en la basura, manufacturn-dose nuevamente con ocasin de cada ritual. Entre los actuales Cuna y los indios Ember y Noanam del Choc, un conjunto de figuras talladas de madera for-ma parte esencial de casi todas las prcticas chama-nsticas, que se relacionan con curaciones o con la prevencin de enfermedades. Una vez pasado el ri-tual, estas figuras pierden su carcter mgico y se bo-tan entre la basura de la casa. Si esta correlacin ar-queoetnogrfica tiene validez y si la hiptesis del uso de las figurinas del Formativo, en ritos curativos, se a-cepta, ntonces la gran cantidad de pequeos objetos "problemticos" se volvera ms inteligible. Este con-junto identificado en Momil parece pues constituir una de las primeras evidencias de prcticas chamansticas entre los agricultores del Formativo. Cabe aadir la si-guiente observacin: la serie de artefactos diminutos banquitos, ollitas y ciertos tubos muy finos hechos de cermica bien podran relacionarse con el uso en drogas alucingenas. Tambin es de notar que se ha-llaron varias pequeas figuras de personas totalmente demacradas, sentadas en cuclillas, representacin ca-racterstica de un chamn esqueltico con sus visio-nes alucinatorias.

El canibalismo, otro rasgo de posible significado ri-tual, lo observamos por primera vez en Mons y luego tambin en Momil. La evidencia consiste en huesos humanos desarticulados, que se encontraron disper-sos entre la basura y que de ningn modo pertenecie-ron a sepulturas.

Aunque no encontramos objetos metlicos en Momil, es muy probable que la orfebrera ya se practicase en aquella poca; en Cinaga de Oro, un extenso sitio cercano geogrficamente y relacionado con Momil, ha-llamos pequeas cuentas tubulares de oro martillado y lo mismo observamos en otras zonas del ro Sin.

Debemos ocuparnos ahora del problema de las rela-ciones internas y externas de Momil. Fragmentos ce-rmicos superficiales (es decir, encontrados en la su-perficie de terrenos y no en una excavacin) con ras-gos emparentados con Momil, los hemos localizado en una zona muy amplia, entre el bajo ro Magdalena, el Golfo de Urab y la regin de Ayapel sobre el ro San Jorge. No se han efectuado an excavaciones siste-mticas en estos yacimientos, pero no es de dudar que el complejo de Momil cubra una gran extensin de la llanura del Caribe. Sin embargo, el origen de Momil plantea una serie de problemas que, en el estado ac-tual de nuestros conocimientos, an no se pueden so-lucionar a plena satisfaccin. Visto en retrospectiva, como eventual producto de una larga secuencia que se inicia en Mons, Momil atestigua un carcter dife-rente. El complejo excavado en el sitio tipo es tan rico y variado, tan abundante en pequeos y diversos arte-factos, finamente hechos, que surgen muchas pregun-tas acerca de los orgenes locales de estos elementos. Hay algunas semejanzas con Malambo, tanto en for-mas cermicas como en la decoracin con anchas l-neas incisas y por modelaje biomorfo, pero Momil lo-gr un nivel tecnolgico ms alto y, si podemos juzgar por la gran cantidad de figuras antropomorfas, exista all un sistema chamanstico ms desarrollado. Hay pues una solucin de continuidad entre Malambo y Momil, no tanto enun sentido cronolgico sino en lo que se refiere a contenido y nfasis. Debe tenerse en cuenta que no tienen precedentes locales los diminu-tos objetos de cermica, ni la manufactura de microli-tos.

Tenemos tres fechas de radiocarbono, para Momil 1, todas aproximadamente de 200 a. de C.. Esta posi-cin cronolgica se reafirma si trazamos algunas rela-ciones estilsticas con Mesoamrica y Centroamrica. Hay una marcada semejanza entre Momil y la parte temprana del sitio de Morett, en la Costa Colima, de Mxico Occidental. Otros sitios mesoamericanos que comparten muchos rasgos con Momil, son Tlatilco, Playa de los Muertos y Yarumela. Los rasgos comu-nes son: rebordes basales, soportes mamiformes, tr-podes slidos altos, vertederas tubulares, decoracin incisa-zonificada roja, acanaladuras pandas, bordes con perfil en Z, relleno de pigmento rojo en lneas inci-sas, figurinas antropomorfas, sellos planos y cilndri-cos, ocarinas zoomorfas, vasijas con acanaladuras verticales, y aun otros ms. Desde luego, la direccin de esta difusin es discutible; hay que tener presente que la cermica se difundi originalmente de Colombia a Mesoamrica.

Lo que ocurri entonces fue que en Mesoamrica se desarrollaron a travs del tiempo los diversos rasgos mencionados, y que stos fueron luego reintroducidos a territorio colombiano, por la difusin en sentido in-verso.

En la zona central de Costa Rica, la cermica del si-tio de El Molino muestra marcadas semejanzas con Momil, sobre todo en la Fase Pavas, que data entre 300 a. de C. y 300 d. de C.. En la vertiente Atlntica del mismo pas, el complejo de El Bosque tambin muestra relaciones con Momil, y ya que El Bosque tie-ne parentesco con el complejo de Aguas Buenas de Panam, las relaciones entre Momil y Centroamrica quedan ampliamente comprobadas. Los nexos con Venezuela son algo dudosos, pero rasgos estilsticos similares existen ocasionalmente. En el caso del Per, semejanzas entre Momil y las cermicas de Waira-Jir-ca y Kotosh han sido mencionadas por los especialis-tas en aquella rea de los Andes.

En la Etapa Formativa de la Costa Caribe de Colom-bia, en varios sitios existe una cermica muy bien aca-bada y bien decorada que plantea nuevamente el pro-blema de las relaciones con los antiguos horizontes cermicos de la Costa Ecuatoriana, en tanto que nu-estra cermica parece ser ancestral del complejo e-cuatoriano. La cermica en cuestin es de color gris claro o negruzco y la hemos localizado en sitios ribere-os, sobre todo en las zonas de Zambrano, Plato y Pinto, en el bajo ro Magdalena, pero tambin en el ro Sin, en la zona de Montera. Una forma caractersti-ca, que tiene muchas variantes es la de una cazuela baja, de gran abertura, base redondeada, casi plana, y un fuerte ngulo en la periferia mxima. Otras formas muy caractersticas consisten en vasijas con vertedera doble o vertedera en forma de estribo. La decoracin es ante todo incisa fina y cubre la parte superior del recipiente, entre la boca y la periferia mxima. Los mo-tivos decorativos de todas estas vasijas son geomtri-cos, con frecuencia triangulares y fueron incisos con gran precisin cuando la greda de la superficie ya es-taba bastante seca. Otros motivos consisten en pe-queas zonas hachuradas, lneas rectas paralelas o hileras de pequeas muescas impresas sobre el n-gulo perifrico o sobre el borde. Ocasionalmente se observan zonas de pintura roja, a veces en el borde.

No cabe duda de que esta cermica de la Costa Ca-ribe de Colombia se relaciona muy estrechamente con la cermica ecuatoriana costea de la llamada Fase Machaliula. Es sobre todo con el tipo Ayangue Inci-sa, con el cual se relaciona el material de Zambrano y alrededores. En el Ecuador, la fase Machalilla se ha fechado entre 1.500 y 1.000 a. de C.; infortunadamen-te no tenemos fechas para Colombia, ya que no he-mos podido hacer excavaciones estratigrficas en e-sos sitios. Sin embargo, las comparaciones estilsticas son suficientemente dicientes como para afirmar con toda certeza el parentesco colombiano con la Fase Machalilla.

En el Ecuador parece que Machalilla no tenga pre-cedentes; en efecto, all se le considera como un complejo intruso, probablemente de origen norteo. De nuestra parte estamos inclinados a pensar que Ma-chalilia es de origen colombiano y que tiene sus races en la llanura del Caribe. En realidad, la presencia de la Fase Machaliula se extiende luego tanto en Colombia, y muestra tanta profundidad temporal, que propone-mos denominar sus manifestaciones colombianas co-mo Tradicin Zambrano, incluyendo en ella Las diver-sas formas y modos decorativos que, en el Ecuador, se designan como Fase Machalilla.

En el norte de Colombia, La tradicin Zambraro la observamos en muchos yacimientos arqueolgicos de la llanura aluvial del Magdalena, as como a Lo largo del ro Sin y hacia el Golfo de Urab. No cabe duda acerca de su relacin con Momil y tambin existen se-mejanzas formales con la hoya del ro Ranchera.

Para dar unos ejemplos de la presencia de esta tra-dicin colombo-ecuatoriana en otras regiones de Co-lombia, se pueden citar los siguientes: a lo largo del ro Magdalena hemos hallado varios sitios que se rela-cionan con esta tradicin. Cerca de Honda, en el sitio de Arrancaplumas, encontramos abundantes frag-mentos de cazuelas y vasijas con vertederas, que mu-estran fuertes semejanzas con la Tradicin Zambrano, y a poca distancia ro arriba, en El Guamo, hallamos vasijas que tambin pertenecen a esta tradicin. La cermica del Perodo Horqueta, definido por nosotros en la zona arqueolgica de San Agustn, tambin comparte rasgos con la Tradicin Zambrano. Hacia la Cordillera Oriental, esta tradicin se observa en la re-gin de Guaduas y tambin en la de Tocaima. En la Sabana de Bogot, esa tradicin est representada por el tipo cermico denominado Mosquera Incisa, as como por varios tipos cermicos de las salinas de Zipaquir, Cha y Zipacn. Adems, en colecciones cermicas, de materiales procedentes de la Cordillera Central, son frecuentes las piezas de indudable filia-cin con la Tradicin Zambrano. Con toda seguridad en el futuro se descubrirn muchsimos sitios ms que atestigen la gran extensin de esta tradicin cermi-ca que, al parecer, no es de origen ecuatoriano sino netamente colombiano. Este hecho, por cierto, no es de sorprender sise tiene en cuenta que la cermica del Complejo Valdivia, ms antiguo que Machalihla, se di-fundi hasta el norte de Mxico, donde aparece en la regin de Quertaro.

Quisiera aadir aqu una breve consideracin meto-dolgica. Me parece que en la Etapa Formativa en Co-lombia se pueden distinguir dos amplios horizontes ce-rmicos, que se caractenzan por ciertos elementos de forma y decoracin. Propongo designar estos dos con-juntos como Primer Horizonte Inciso y Segundo Hori-zonte Inciso. En el primero se trata esencialmente de recipientes de forma de tecomate, es decir, aproxima-damente globulares y sin cuello, con decoracin exci-sa, incisa de lneas anchas, pandas o profundas, y tra-zadas con una soltura que conlleva cierta irregularidad en la ejecucin. Ejemplos, seran muchos, tipos cer-micos de Mons, Puerto Hormiga, Canapote y Barlo-vento. El Segundo Horizonte Inciso, que es cronolgi-camente posterior, se caracteriza por formas ms va-riadas, principalmente por cazuelas con un marcado ngulo perifrico, decoradas con motivos incisos zoni-ficados de lneas finas y trazado geomtrico muy cui-dadoso. Son frecuentes las zonas hachuradas (trin-gulos, semicfrculos, rectngulos). Como ejemplo se pueden citar Momil y la Tradicin Zambrano. Hay des-de luego cermicas con decoracin incisa que no caen directamente dentro de estas dos categoras, sobre to-do aquellas que se desarrollan a partir de los primeros siglos despus de nuestra era, pero en trminos gene-rales es bastante clara la distincin entre los dos Hori-zontes Incisos de la Etapa Formativa. Como es evi-dente, estos dos horizontes corresponden a las Fases Valdivia y Machalilla, en el Ecuador.

Al resumir este captulo cabe una observacin final. El Formativo, obviamente, es una etapa dinmica de gran experimentacin en las estrategias de adaptacin ambiental, de recursos alimenticios y de avances tec-nolgicos. Parece que haya sido la etapa que marc los comienzos de una sociedad organizada por ran-gos, por la especializacin artesanal y por la consoli-dacin de un modo de vida aldeana. Definitivamente, fue una etapa en que se establecieron las bases para ms complejos desarrollos, para formas sociales y econmicas ms elaboradas.Gerardo Reichel-Dolmatoff

ARQUEOLOGIA DE COLOMBIA

Un texto IntroductorioPresidencia de la repblica.

Fundacin Segunda Expedicin Botnica.

Editorial Arco

Bogot 1.986

TABLA I:

ALGUNAS FECHAS DE RADIOCARBONO DE LA ETAPA FORMATIVA EN LA COSTA CARIBE

SitioNmeroFecha

Antes del

PresenteFecha

a.C/d.CComentariosReferencia

MomilGrN-72982.120 35170 a. C.I, Nivel-9Van der Hammen, it lit.12.V.1975

MomilGrN-69082.125 35175 a. CI, Nivel-12Van der hammen, it lit.16.XI.1973

MomilTK-1312.150 60200 a. CI, Nivel-10Terada,in lit.4.I.1974

MalamboM-11751.890 20060 a. CFase tardaAngulo, 1962, 1981

MalamboM-11763.070 2001.120 a. CFase tempranaAngulo, 1962, 1981

BarloventoUSGS-W2.910 1201.030 a. CFase mediaReichel-Dolmatoff, 1955

Mons741TK-625a3.240 601.290 a. CPerodo Barlovento en Mons A-4Terada, in lit.10. XII.1984

Barlovento3.510 1001.560 a. CSitio tipo, excavacin BischofRouse, in lit.22. VII. 1963

CanapoteY-13183.890 1001.940 a. CFase tardaRouse, in lit 22. VII. 1963

MonsY-13174.175 702.225 a. CPerodo Barlovento en MonsBerger, in lit.15. II. 1985

MonsUCLA 2568A4.200 802.250 a. CPerodo Pangola, encima del calicheBerger, in lit. 13. VI. 1978

MonsUCLA4.270 802.320 a. CPerodo Pangola, encima del calicheBerger, in lit. 15. II. 1985

Puerto HormigaUCLA

256504.515 2502.552 a. CFase mediaReichel-Dolmatoff, 1965

Puerto HormigaI-11235.040 703.090 a. CFase tempranaBerger, in lit. 13.VI.1978

MonsSI-153UCLA 2149C5.300 803.350 a. CFinal del Perodo Mons, debajo del caliche

Abreviaturas: grN=Groningen, TK=Tokio, M=Michigan, USGS=United States Geological Service, =Yale, UCLA=University of California Los Angeles, I=Isotopes, SI=Smithsonian Institution.

Reichel-Dolmatoff, G., Mons: Un sitio arqueolgico de La Etapta Formativa Temprana, Biblioteca Banco Popular, Bogot, 1.985. En 1.977, cuando escrib el captulo para el Manual de Historia de Co-lombia (1.978, pp. 31-115) an no haba recibido las fechas radio-carbnicas para el montculo de Mons y coloqu toda la secuencia despus de Puerto Hormiga. Slo al contar con las fechas, result que la primera parte, es decir los perodos Turbana y Mons, era ms antigua que Puerto Hormiga. Adems, posteriormente opt por cambiar la nomenclatura de la secuencia de Mons, dividindola en cinco perodos, en lugar de tres.

Ybot, Len Antonio, La arteria histrica del Nuevo Reino de Gra-nada. Los trabajadores del ro Magdalena y el Canal del Dique, se-gn documentos del Archivo General de Indias, Editorial ABC, Bo-got, 1.952

El nombre de Mons aparece ocasionalmente en documentos del siglo XVIII. En 1.776, el espaol don Agustn Martnez de Len era dueo de la Hacienda de San Cayetano de Mons (vase Bossa Herazo, Donaldo, Nomenclator cartagenero, Banco de la Repblica, Bogot, 1.952).

Los nombres de los perodos fueron arbitrariamente tomados de la toponimia local.

La referencia exacta es UCLA-2149C. 5.30080 aos antes de presente (antes de 1.950), es decir, 3.350 aos antes de Cristo. Pa-ra otras fechas, vase Reichel-Dolmatoff, supra, Nota 1.

Reichel-Dolmatoff, G., "Excavaciones arqueolgicas en Puerto Hormiga (departamento de Bolvar)", Antropologa 2, Universidad de los Andes, Bogot, 1.965. En aos recientes las autoridades locales cambiaron el nombre de Puerto Hormiga por Puerto Badel. Fue ex-cavado por G. y A. Reichel-Dolmatoff.

Crusoe, Daniel L. Fiber-Tempered Ceramic Fabrics and Late Ar-chaic Culture Historical Problema. Ponencia presentada en la Sout-heastern Archaeological Conference, Macon, Georgia, 1.971.

Reichel-Dolmatoff, G., supra, Nota 6. La fecha ms antigua para el conchal de Puerto Hormiga es 5040 70 antes de presente, es de-cir 3.090 aos a. de C., y no 4875 170,2925 a. de C., como apare-ce errneamente en Angulo (vase Angulo Valds, Carlos, Arqueo-loga de la Cinaga Grande de Santa Marta, Fondo de Investigacio-nes Arqueolgicas Nacionales, Banco de la Repblica, Bogot, 1.978, p. 164). Rojas de Perdomo comete otro error an ms grande al decir que la fecha ms antigua de Puerto Hormiga es 3.500 aos a. de C. (vase Rojas de Perdomo, Luca, Manual de Arqueologa colombiana, Bogot, 1.979, p. 21).

El sitio de Canapote fue descubierto por G. y A. Rcichel-Dolmatoff, pero fue luego excavado por Henning Bischof; vase: "Canapote: An Early Ceramic Site ni Northern Colombia Preliminary Report", Actas y Memorias del XXXVI Congreso Internacional de Americanis-tas, Espaa, 1.964, Vol. 1, pp. 483-491, Sevilla, 1.966.

Reichel-Dolmatoff, G. "Excavaciones en los conchales de la Costa de Barlovento", Revista Colombiana de Antropologa, Vol. IV, pp. 247 - 272, Bogot, 1.955.

Reichel-Dolmatoff, Gerardo y Alicia, "Investigaciones arqueolgi-cas en el departamento del Magdalena: 1.946 1.950. Parte III. Ar-queologa del Bajo Magdalena", Divulgaciones Etnolgicas, Vol. III, N 4, pp. 1-98, Universidad del Atlntico, Barranquilla. 1.953.

Estrada, Emilio, "Valdivia, un sitio arqueolgico formativo de la Costa de la Provincia del Guayas". Publicacin del Museo Vctor E-milio Estrada, N 1, Guayaquil, 1.956; Meggers. Betty J., Clifford E-vans & Emilio Estrada, Early Formative Period of Coastal Ecuador: The Valdivia and Machalilla Phases, Smithsonian Contributions to Anthropology, Vol. 1, Smithsonian Institution. Washington, 1.965; Ford, James A. A Comparison of Formative Cultures in the Ameri-cas; Difussion or the Psychic Unity of Man, Smithsoman Contribu-tions, to Anthropology. Vol. 11, Smithsonian Institution, Washington, 1.969; Hill, Betsy D. "A New Chronology of the Valdivia Ceramic Complex from the Coastal Zane of Guayas Province, Ecuador", awpa Pacha, Nos. 10-12, pp. 1-32, Institute of Andean Studies, University of California, Berkeley, 1972-1974; Lyon, Patricia J.. "Ear-ly Formative Period of Coastal Ecuador: Where is the Evidence?" awpa Pacha, Nos. 10-12, pp. 33-48, Institute of Andean Studies, University of California, Berkeley, 1.972 1.974.

Bischof, Henning, "The origins of pottery in South America: Recent radiocarbon dates from southwest Ecuador", Atti, Congreso Interna-zionale degli Americanisti, Roma-Gnova, 1.972, Vol. 1, pp. 269-281, Gnova, 1.973; id., "San Pedro und Valdivia: Frhe Keramik-Komplexe att der Kste Sdwest-Ekuadors", Beitrge zur Allgemei-nen und Vergleichenden Archologie, Band 1, Deutsches Archolo-gisches Institut, s.f.; Lathrap, Donald W., Donald Collier & Helen Chandra, Ancient Ecuador: Culture, Clay and Creativity 3000-300 B.C. Field Museum of Natural History, Chicago, 1.975; Lathrap, Do-nald W., Jorge Marcos y J. Zeidler, "Real Alto - An Ancient Ceremo-nial Center", Archaeology. Vol. 30, N" 1, pp. 2-13, New York, 1.977.

Bullen, Ripley P. & James Stoltman (editores), "Fiber-Tempered Pottety in South-Eastern United States and Northern Colombia: Its Origins, Contexts and Significance", The Florida Anthropologist, Vol. 25. N 2, Pan. 2, 1.972; Ford, James A. & George I. Quimhy, "The Tschefuncte Culture, an Early Occupation of the Lower Mississippi Valley", Memoirs of the Society for American Archaeology, N 2. Me-nasha, 1.945; Philips. Philip, "Archaeological Survey of the Lower Yazoo Basin, Mississippi, 1949-1955", Papers of the Peabody Mu-seum of Archaeology and Ethnology, Vol. 60,2 Vol., Harvard Uni-versity, Mass., 1.970; Reichel Dolmatoff, G., supra, Nota. 6.

Vanse, entre otras publicaciones, las siguientes: Lpez Jarami-llo, Luis & Hctor Herrera Enciso, Manihot carthagenensis: Una yuca silvestre con alto contenido proteico; ponencia presentada a la VIII Conferencia de fitotcnica, Bogot, 1.970; Field, B. S., Manioc (Ma-nihot esculenta Crantz and its role in the native agnicultune of tro-pical lowland South America; disertacin doctoral, University of Lon-don, 1.970; Mangelsdorf, Paul C., "The Mystery of Corn: New Pers-pectives", Proceedings of the American Philosophical Society, Vol. 127, N 4, pp. 215-247, Philadelphia, 1.983; Roberta, L. M., U. J. Grant. R. Ramrez E., W. H. Hatherway & D. L. Smith, with P.C. Mangelsdorf, "Races of Maize in Colombia", National Academy of S-cience-National Research Council Publication 510, Washington, 1.957; Rodrguez de Medina et al., Relaciones Geogrficas de la Nueva Granada, vase Patio, Vctor Manuel (editor), Cespedesia, Suplemento N 4, Cali, 1.983; Rogers, David J. & S. G. Appan, Ma-nihot (Manihotoides Euphorbiaceae), Flora Neotrpica, Monograph 13, Hafner Press, New York, 1.973; Roosevelt, Anna Curtenius, Parmana: Prehistonic Maize and Manioc Subsistence Along the A-mazon and Orinoco, Academic Press, New York, 1.980; Sauer, Carl O., Seeds, Spades, Hearths and Herds: The Domestication of Ani-mals and Foodstuffs, 2 edicin, MIT Press, Cambridge, Masa.. 1969: Spath, Carl D., The Toxicity of Manioc as a Factor in the Settlement Patterns of Lowland South America; ponencia presentada al simpo-sio sobre "Manioc in Lowland South America"; 10th Annual Meeting of the American Anthropological Society, New York, 1.971. Algunos arquelogos estn introduciendo el trmino "agroalfareros", designa-cin que no me parece aceptable ya que no veo relacin obligatoria entre la agricultura y la alfarera.

Angulo Valds, Carlos. "Evidencias de la Serie Barrancoide en el Norte de Colombia",Revista Colombiana de Antropologa, Vol. XI, pp. 73-88, Bogot, 1.962; d., La Tradicin Malambo: Un Complejo Temprano en el Noroeste de Suramnica, Fundacin de Investiga-ciones Arqueolgicas Nacionales, Banco de la Repblica, Bogot, 1.981 .Rojas de Perdomo (Cf. supra, Nota 8; 1.979, p. 26) me atribu-ye errneamente las excavaciones en Malambo. El sitio de Malam-bo fue descubierto y excavado por Carlos Angulo Valds.

Reichel-Dolmatoff, Gerardo y Alicia, "Momil: Excavaciones en el ro Sin", Revista Colombiana de Antropologa, Vol. V, pp. 111-333, Bogot, 1.956; id., "Momil: Dos fechas de radiocarbono", Revista Colombiana de Antropologa, Vol. XVII, p. 187, Bogot, 1.974.

vase, por ejemplo, Reichel-Dolmatoff, G., "Anthropomorpbic Fi-gurines from Colombia: Their Magic and Art", en: Essays in Pre-Co-lumbian Art and Archaeology (Samuel K. Lothrop, editor), pp. 229-241, Harvard Umversity Press, Cambridge, Mass. 1.961.

Para las referencias exactas, vase la tabla de fechas.

Meighan, Clement W., Archaeology of the Morett Site, Colimo. U-niversity of California Publications in Anthropology, Berkeley & Los Angeles, 1.972.

Aguilar, Carlos, "El Molino: Un sitio de la Fase Pavas en Cartago", vnculos, Vol. 1, N 11, pp. 18-56, Museo Nacional, San Jos, 1.975; Snarskis, Michael J. "Excavaciones estratigrficas en la Vertiente A-tlntica de Costa Rica". Vnculos, Vol. 1, N 1, pp. 2-17, Museo Na-cional. San Jos, 1975; id., "La Vertiente Atlntica de Costa Rica", vnculos, Vol. 2, N 1, pp. 101-114, San Jos, 1.976.

Kano, Chiaki, "Pre-Chavn Cultures in the Central Highlands of Per: New Evidence from Shillacoto, Hunuco", en: The Cult of the Feline: A Conference in Pre-Columbian Iconography (Elizabeth P. Benson, editor), pp. 139-152, Dumbarton Oaks, Washington, 1.972.

Meggers, Betty J., Clifford Evans & Emilio Estrada, 1.965; supra, Nota 12.

Reicbel-Dolmatoff, Gerardo y Alicia, "Las urnas funerarias en la cuenca del ro Magdalena", Revista del Instituto Etnolgico Nacio-nal, Vol. 1, N" 1. pp. 209-281, Bogot, 1.943 (Cf. pp. 234-239).

Reichel-Dolmatoff, Gerardo y Alicia, 1.943; indito.

Reichel-Dolmatoff, G., Contribuciones al conocimiento de la estra-tigrafa cermica de San Agustn, Colombia, Biblioteca Banco Po-pular, Bogot, 1.975 (Cf. pp. 19-22, 87-91).

Rojas de Perdomo, Luca, "Excavaciones en la zona Panche, Gu-aduas, Cundinamarca", Revista Colombiana de Antropologa, Vol. XIX. pp. 247-302, Bogot, 1.975. No estoy de acuerdo con la autora de este artculo, quien identifica sus hallazgos con los indios Pan-che, una tribu histrica del siglo XVI, de la regin de Guaduas, ya que estilfsticatnente se trata de un complejo cermico mucho ms antiguo y relacionado con el Segundo Horizonte Inciso.

Cardale de Schrimpff, Marianne. "Investigaciones arqueolgicas en la zona de Pubenza. Tocaima, Cundinamarca", Revista Colom-biana de Antropologa, Vol. XX, pp. 335496. Bogot, 1.976 (vanse las comparaciones de esta autora, pp. 4 16-422).

Cardale de Schrimpff, Marianne, Las Salinas de Zipaquir: Su Ex-plotacin Indgena, Fundacin de Investigaciones Arqueolgicas Na-cionales, Banco de la Repblica, Bogot, 1.981. Vase, por ejemplo, Cardale de Schrimpff, supra, 1.981, Lmina VI-1; este tipo es bas-tante frecuente en la regin de Fusagasug y Pasca, sobre la ver-tiente hacia el valle del Magdalena. Algunos investigadores estn u-sando el tnnino "premuisca"o "Perodo Herrera", para designar es-tos complejos cermicos. denominacin que me parece demasiado imprecisa. Propongo, en lugar de ella, el trmino Formativo, para designar los desarrollos anteriores ala cermica tipolgicamente muisca. Posteriormente este trmino se podr subdividiren For-mativo Temprano, Medio y Tardo.

Cardale de Schrimpff, supra, 1.981, pasim. Vase Ardile, 1.984; Cardale de Schrimpff, Marianne, "Ocupaciones humanas en el Alti-plano Cundiboyacense: La Etapa Cermica vista desde Zipaquir", Boletn Museo del Oro, ao 4. pp. 1-20. Banco de la Repblica, Bo-got, 1.981; Correal Urrego, Gonzalo y Mara Pinto, Investigaciones Arqueolgicas en el Municipio de Zipacn, Cundinamarca, Funda-cin de Investigaciones Arqueolgicas Nacionales, Banco de la Re-pblica, Bogot, 1.983. Sobre las primeras definiciones de la cer-mica "premuisca", vase Broadbent, Sylvia M. "Reconocimientos ar-queolgicos de la Laguna de La Herrera ", Revista Colombiana de Antropologa, Vol. XV, pp. 17 1-213, Bogot, 1.970 - 1.971.

Langesnscheidt, Adolphus, Minera Prehispnica en la Sierra de Quertaro, Secretara del Patrimonio Nacional, Mxico, 1.970.

PAGE 4