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Claudia Salaris P or su dimensión total y planetaria, la iniciativa turista tenía que reservar un sitio a la moda. «Se piensa y se actúa como se viste», escribe Balla, remitien- do así a lo que constituye la preocupación cons- tante de los turistas en este capítulo: el valor semiológico de la ropa. Precisemos que en el campo de la moda como en el del comporta- miento o en el modo de vivir, la «reconstrucción turista» persigue un doble objetivo: si apunta a la liberación de los instintos y de la naturali- dad, se propone recuperar este potencial de pri- mitivismo al servicio de una nueva realidad arti- ficial, precisamente la que nace del gusto tu- rista. Toda intervención en este terreno tendrá como presupuesto la ridiculización de la ropa burguesa, ligada a la asunción de una especie de «desnudez cultural», condición esencial para una estética del vestir y del parecer que pide vi- vir bajo el signo de la creatividad liberada, de la extrañeza sistemática y de la individualidad. Nos Giacomo Baila. Bocetos de jes. 1930. 56 es posible, en suma, expresar lo que somos a . través de la ropa misma, casi como a través de una segunda piel. Esta reasunción del elemento primordial y clowesco es practicada por los turistas italia- nos y por los rusos. En diciembre de 1913, La- rionov y Zdanevic publican el manifiesto r qué nos peinamos, con el propósito de lanzar un nuevo lenguaje artístico del cuerpo, capaz de ex- tenderse en la calle y en la vida. Y como lo re- cuerda Livsic, Larionov escandaliza a los mosco- vitas deambulando con el rostro estriado de co- lores. El mismo año, Marinetti lanzó el mani- fiesto sobre el Teatro de variedad, en el cual, en- tre otras cosas, sugiere a las cantantes teñirse el pecho de azul, los brazos de violeta, el pelo de verde y el moño de naranja, para ser más seduc- toras. Irritar a los bien-pensantes, esto es lo que lleva a Majakovski a ponerse una blusa amarilla sin cuello, un sombrero de copa y un abrigo ver- de manzana, y a los cubo-turistas a exhibir rostros yesosos, cucharones en el ojal y chalecos chillones. En Italia, Balla se pasea con ropa a cuadros, con polainas blancas y pajarita de celu- loide, como un personaje de café-concierto, mientras que el jovencísimo Nelson Morpurgo utiliza tarjetas de visita «néticas y automoto- ras», lleva una raya que le atraviesa el cráneo de izquierda a derecha, dermándolo asimétrica- mente y se pone en el ojal una col de Bruselas.

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Page 1: 45C-6e-20181123130940entre fu turista y de d' Annunzio. Y a Evola quien, durante el período de aprendizaje futuris ta, pre-dadaísta, evocando el recuerdo de su amiga Fulvia Giuliani,

Claudia Salaris

Por su dimensión total y planetaria, la iniciativa fu turista tenía que reservar un sitio a la moda. «Se piensa y se actúa como se viste», escribe Balla, remitien­

do así a lo que constituye la preocupación cons­tante de los futuristas en este capítulo: el valor semiológico de la ropa. Precisemos que en el campo de la moda como en el del comporta­miento o en el modo de vivir, la «reconstrucción futurista» persigue un doble objetivo: si apunta a la liberación de los instintos y de la naturali­dad, se propone recuperar este potencial de pri­mitivismo al servicio de una nueva realidad arti­ficial, precisamente la que nace del gusto futu­rista. Toda intervención en este terreno tendrá como presupuesto la ridiculización de la ropa burguesa, ligada a la asunción de una especie de «desnudez cultural», condición esencial para una estética del vestir y del parecer que pide vi­vir bajo el signo de la creatividad liberada, de la extrañeza sistemática y de la individualidad. Nos

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es posible, en suma, expresar lo que somos a . través de la ropa misma, casi como a través de una segunda piel.

Esta reasunción del elemento primordial y clowesco es practicada por los futuristas italia­nos y por los rusos. En diciembre de 1913, La­rionov y Zdanevic publican el manifiesto Por qué nos peinamos, con el propósito de lanzar un nuevo lenguaje artístico del cuerpo, capaz de ex­tenderse en la calle y en la vida. Y como lo re­cuerda Livsic, Larionov escandaliza a los mosco­vitas deambulando con el rostro estriado de co­lores. El mismo año, Marinetti lanzó el mani­fiesto sobre el Teatro de variedad, en el cual, en­tre otras cosas, sugiere a las cantantes teñirse el pecho de azul, los brazos de violeta, el pelo de verde y el moño de naranja, para ser más seduc­toras. Irritar a los bien-pensantes, esto es lo que lleva a Majakovski a ponerse una blusa amarilla sin cuello, un sombrero de copa y un abrigo ver­de manzana, y a los cubo-futuristas a exhibir rostros yesosos, cucharones en el ojal y chalecos chillones. En Italia, Balla se pasea con ropa a cuadros, con polainas blancas y pajarita de celu­loide, como un personaje de café-concierto, mientras que el jovencísimo Nelson Morpurgo utiliza tarjetas de visita «fonéticas y automoto­ras», lleva una raya que le atraviesa el cráneo de izquierda a derecha, deformándolo asimétrica­mente y se pone en el ojal una col de Bruselas.

Page 2: 45C-6e-20181123130940entre fu turista y de d' Annunzio. Y a Evola quien, durante el período de aprendizaje futuris ta, pre-dadaísta, evocando el recuerdo de su amiga Fulvia Giuliani,

La moda se convierte así en un modo de com­portarse. No se puede olvidar, a este respecto, al piloto futurista Guido Keller (famoso por haber tirado desde el avión un orinal sobre Montecito­rio) quien, en plena ocupación de Fiume, lanza la moda del fez rojo y, a los mandos de su avión, luce una túnica oriental, lleva una calavera so­bre sus rodillas y declama poemas en un estilo entre fu turista y de d' Annunzio. Y a Evola quien, durante el período de aprendizaje futuris­ta, pre-dadaísta, evocando el recuerdo de su amiga Fulvia Giuliani, «actriz sintética», exhibe unas uñas pintadas de verde.

La moda futurista nace entre 1912 y 1913 con los estudios de Balla sobre la ropa y los tejidos, que anuncian ya tanto los proyectos de ropas constructivistas -con los dibujos de tela que los acompañan-:- puestos a punto por los soviéticos Alexandra Exter, Ljubov Popova, Varvara Ste­paneva, en los años veinte, como las ropas «si­multáneas» de Sonia Delaunay. En el manifies­to La ropa anti-neutralidad (11 de septiembre de 1914) -que toma, bajo la presión de Marinetti, un carácter intervencionista- Balla define la ro­pa masculina como liberación de la estrechez del vestir burgués, de su monotonía. Las ropas futuristas concebidas para el placer del cuerpo, deben ser dinámicas, sencillas y prácticas, ale­gres en sus «colores musculares, muy-violetas, muy-rojos, muy-azules, muy-verdes, extremada-

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mente amarillos, extremadamente naranjas, ex­tremadamente bermellón», e incluso deben ser luminosas, de corte asimétrico, y con la posibili­dad de variar por el efecto de «modificadores», o aplicaciones de piezas de tela «para disponer cuando se quiera y donde se quiera, sobre cual­quier parte de la ropa, gracias a botones neumá­ticos». El sombrero asimétrico y los zapatos di­ferentes el uno del otro por la forma y el color completan el conjunto. Es ya el preludio a esa ley de «descubrimiento-invención sistemática infinita» enunciada por Baila y Depero en el ma­nifiesto Reconstrucción futurista del universo (11 de marzo de 1915) en términos que son de una auténtica teatralidad: «la necesidad de cambiar muy a menudo de medio, y el deporte nos ha­cen presentir la Ropa transformable (aplicacio­nes de piezas de mecánica, sorpresas, trucajes, escamoteo de personas)».

Balla anuncia, además, un manifiesto dedica­do al vestido femenino, que sin embargo no sal­drá nunca a la luz. Algunos años más tarde este capítulo será abordado por Volt en su Manifiesto de la modafemeninafuturista (1920), donde afir­ma, extravagantemente: «Haremos escotes en zigzag, mangas diferentes unas de otras, zapatos de color y de altura diferentes. Crearemos trajes ilusionistas, sarcásticos, sonoros, ruidosos, mor­tales, explosivos: trajes con gatillo, con sorpresa con transformación, adornados con resortes,

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aguijones, objetivos fotográficos, corrientes eléctricas, reflectores, fuentes perfumadas, fue­gos artificiales». En suma, la mujer como obra de arte. Pero además, para esta nueva moda, Volt sugiere la utilización de materiales «po­bres», que en cierta medida evocan ya algunas innovaciones «pop» de los años sesenta («abri­remos las puertas de los talleres de moda al papel, al cartón, al vidrio, al papel de aluminio, al aluminio, a la loza, al caucho, a la piel de pez, al papel de embalaje, a la estopa, al cáñamo, a los gases, a las plantas frescas y a los animales vivos»).

Siguiendo los pasos de Balla, Depero concibe al principio de los años veinte el chaleco multi­color en patchwork, mientras que Ernesto Thayaht proyecta una combinación «de líneas rectas» (1920), que recuerda la funcionalidad de los constructivistas soviéticos (pienso en la com­binación de Rodcenko de 1922), y A. G. Dal­monte propone «figurillas de moda femenina fu turista».

Marinetti por su parte, sigue un itinerario di­ferente, cuya meta es siempre teórica, polémica, ideológica. La irritación frente a los esnobismos esterófilos y a los refinamientos que reprimen el instinto («La mujer desnuda es leal. La mujer vestida es siempre un poco falsa») está acompa­ñada de una apología del militarismo durante

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los años de la guerra, en la cual mitifica el vesti­do del combatiente como alternativa al cliché burgués («Las polainas, las espuelas y la bando­lera son esenciales al amor. Mientras que la cha­queta, el frac, el smoking y la levita están he­chos para la silla y el sillón, evocan la biblioteca ( ... ) el aliento fétido de los moralistas, de los profesores, de los críticos, de los filósofos y de los pedantes»). Es el período en el que los futu­ristas creen en la «guerra-fiesta» como derroche de energías liberadoras.

En el manifiesto Contra el lujo femenino (1920), Marinetti ataca varias veces la «trajeti­tis», «manía enfermiza» que «provoca en la mu­jer una hinchazón estúpida de la vanidad, la des­vía del macho y la dirige hacia el banquero». Se­gún el líder futurista, cada mujer debería al con­trario «inventar su propio estilo de ropa y cortar­la ella misma, haciendo así con su cuerpo, ador­nado sencillamente, un poema vivo muy origi­nal». (Poco después, en un relato publicado en Los amores futuristas, por pura paradoja propon­drá la abolición de las ropas, «últimos escudos de la Humanidad»: El único adorno permitido a las vírgenes: dos puros encendidos apretados bajo las axilas, humeantes y rojos al lado de las flores rojas de los senos»).

Entre las curiosidades, vale la pena recordar que en la época de la primera guerra mundial

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Arnaldo Ginna, en un artículo de inspiración nacionalista, había llegado incluso a sugerir a las mujeres pintarse los labios de rojo y de verde, para formar con el blanco de los dientes, un be­llo conjunto tricolor. Varios años más tarde, Ma­rinetti, convertido en académico, dará el mismo consejo a las chicas italianas, en el curso de una conferencia ... y la declaración será recogida has­ta en un periódico brasileño, en un artículo so­bre los «labios tricolores».

En los años treinta, para defender un sector de la industria italiana y combatir la costumbre de salir con la cabeza descubierta, Marinetti lan­za una campaña para la renovación del sombre­ro. La revista Futurismo acoge en efecto en 1933 un manifiesto especialmente concebido para la ocasión que lleva la firma del líder futurista, de Prampolini, Semenzi y Monarchi, y anuncia un concurso para el nuevo sombrero italiano, que suscita pronto la adhesión de las firmas Borsali­no y Barbisio. Entre los modelos más originales: «el sombrero luminoso, el polipráctico, el som­brero de defensa, el antigas y el simultáneo», e incluso el sombrero auto-saludo provisto de rayos, que permite saludar sin mover el brazo para levantar el sombrero.

En esa época, Renato Di Bosso e Ignazio Scurto firman el Manifiesto sobre la corbata ita­liana (1933), presentando la «anticorbata metáli-

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ca», que responde al mito de la época, la avia­ción, y brilla precisamente como «un ala de ae­roplano al sol».

Y -mientras Tulio Crali vuelve a poner de moda la chaqueta sin cuello, reminiscencia ma­jakovskjana- Marinetti publica en un periódico francés de 1935 un manifiesto, La humanidad seaburre, tan divertido como original, en el cual, como pasatiempo, sugiere entre los nuevos pla­ceres latinos para el cuerpo «la ropa metafórica, táctil y sonora, regulada con la hora, el día, la es­tación y el temperamento para dar las sensacio­nes de la aurora, del mediodía, de la tarde, de la noche, de la primavera, del verano, del invierno, del otoño, de la ambición, del amor, etc.» La ro­pa se convierte en juego.

Este componente lúdico permanece pues pre­sente a lo largo de la historia de la relación entre el futurismo y la moda, incluso en el momento de las tentaciones autárcicas y nacionalistas. Pe­ro de un modo más general, del arte futurista, de sus formas y de sus colores nace la renovación del gusto bajo el signo de lo � moderno y del espíritu de vanguardia. �•

(Traducción: Carmen Fernández Sánchez.)