22 · que, humedecidos por las grietas de las mal carenadas na

5
El ballestero de la tripulación de Colón que di- jo haber visto a los indios cubanos con raras vestiduras blancas, brinda uno de los datos más interesantes del derrotero del gran Descubridor. Fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias, sitúa el suceso, como ya hemos dicho, en la fecha del 3 de junio de 1494. Volvamos ahora a este tema. El lugar donde ocurrió la aparición de los aborígenes en trajes talares no lo da a conocer ninguno de los testigos o de los ·cronis- tas de la época. Creemos que ese punto sea la zona bañada por el Río Mayabeque, a la que Colón, según se deduce del mapa de Juan de la Cosa, dio el nombre de C. Mangui, por confundirla con la provincia contigua a la de Catay, que aparece en el mapa de Toscanelli, conocido y usado por Colón. Por su parte, Pedro Mártir de 'Anglería describe la escena no de tres indios vestidos, como dice Fernando Colón, o de uno, co- mo afirma Las Casas, sino de unos treinta aborígenes "cubiertos con vestidos" y al describir el paisaje introduce elementos botáni- cos importantísimos: un palmar y un pinar. Narra así la presencia en tierra cubana de los indocubanos supuestamente vestidos: 1 p. 38. Cuando por fin salieron a mar ancho a las ochenta mi- !las, echó de ver otro monte altísimo, y sefué allá para ha- 22 cer aguada y coger madera. Entre palmerales y pinares al- tísimos halló dos fuentes nativas de aguas dulces. Mientras cortaban maderos y llenaron los barriles, uno de nuestros ballesteros se entró en la selva a cazar; allí un hombre, ves- tido con una túnica blanca, se le presentó tan de improviso, que a primera vista creyó que era un fraile del orden de Santa María de la Merced, que el Almirante llevaba consi- go sacerdote; pero, al punto, a aquel le siguieron otros dos salidos del bosque; después a lo lejos vió un pelotón que ve- nía como de treinta hombres, cubiertos con vestidos; mas entonces, volviendo la espalda y dando voces, huyó a las naves corriendo cuanto podía. Aquellos de las túnicas se es- forzaban de todos modos por mostrársele agradables y per- suadir/e que no recelara, pero sin embargo el arquero huía. Contando esto al Almirante, alegrándose de haber en- contrado gente culta, al punto envió a tierra hombres ar- mados con orden de que, si era menester, se internaran cuarenta millas en la isla hasta que encontraran aquellos de las túnicas u otros indígenas, buscándolos con toda dili- gencia. Habiendo cruzado el bosque, encontraron una vasta planicie cubierta de hierba, en la cual ni vestigio de senda hubo jamás. Esforzándose en andar por la hierba, se vieron · tan embarazados que apenas anduvieron una milla, pues, la hierba no era menor que nuestras mieses espigadas; can- sados, pues, se volvieron sin encontrar senda. Al día siguiente envió veinticinco hombres armados, a los cuales mandó que explorasen diligentemente qué gente habitaba aquella tierra. Estos, habiendo observado no lejos de la costa ciertos vestigios recientes de animales grandes, entre los cuales les pareció que había leones, llenos de mie- do se volvieron. Al regresar encontraron una selva llena de vides, criadas naturalmente y entrelazadas a cada paso con altos árboles, y de otros muchos árboles que dan frutos aromáticos. Trajeron a España racimos de mucho peso y muy jugosos. Mas de otras frutas que echaron, como no po- dían cómodamente en las naves hacerse pasas, no trajeron ninguna, pues se pudrieron todas, y corrompidas las tira- ron al mar. En los prados de aquellos bosques cuentan que vieron bandadas de grullas dobles mayores que las nues- tras1. Después de visitar estas tierras, Colón sigue recorriendo la costa Sur de Cuba, que Mártir describe, para después citar el des- cubrimiento de la tierra del Evangelista: 147

Upload: lamxuyen

Post on 03-Jul-2018

216 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

El ballestero de la tripulación de Colón que di­jo haber visto a los indios cubanos con raras

vestiduras blancas, brinda uno de los datos más interesantes del derrotero del gran Descubridor. Fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias, sitúa el suceso, como ya hemos dicho, en la fecha del 3 de junio de 1494. Volvamos ahora a este tema.

El lugar donde ocurrió la aparición de los aborígenes en trajes talares no lo da a conocer ninguno de los testigos o de los· cronis­tas de la época. Creemos que ese punto sea la zona bañada por el Río Mayabeque, a la que Colón, según se deduce del mapa de Juan de la Cosa, dio el nombre de C. Mangui, por confundirla con la provincia contigua a la de Catay, que aparece en el mapa de Toscanelli, conocido y usado por Colón.

Por su parte, Pedro Mártir de 'Anglería describe la escena no de tres indios vestidos, como dice Fernando Colón, o de uno, co­mo afirma Las Casas, sino de unos treinta aborígenes "cubiertos con vestidos" y al describir el paisaje introduce elementos botáni­cos importantísimos: un palmar y un pinar. Narra así la presencia en tierra cubana de los indocubanos supuestamente vestidos:

1 p. 38. Cuando por fin salieron a mar ancho a las ochenta mi-

!las, echó de ver otro monte altísimo, y sefué allá para ha- 22 cer aguada y coger madera. Entre palmerales y pinares al-tísimos halló dos fuentes nativas de aguas dulces. Mientras cortaban maderos y llenaron los barriles, uno de nuestros ballesteros se entró en la selva a cazar; allí un hombre, ves-tido con una túnica blanca, se le presentó tan de improviso, que a primera vista creyó que era un fraile del orden de Santa María de la Merced, que el Almirante llevaba consi-go sacerdote; pero, al punto, a aquel le siguieron otros dos salidos del bosque; después a lo lejos vió un pelotón que ve-nía como de treinta hombres, cubiertos con vestidos; mas entonces, volviendo la espalda y dando voces, huyó a las naves corriendo cuanto podía. Aquellos de las túnicas se es-forzaban de todos modos por mostrársele agradables y per-suadir/e que no recelara, pero sin embargo el arquero huía.

Contando esto al Almirante, alegrándose de haber en­contrado gente culta, al punto envió a tierra hombres ar­mados con orden de que, si era menester, se internaran cuarenta millas en la isla hasta que encontraran aquellos de las túnicas u otros indígenas, buscándolos con toda dili­gencia.

Habiendo cruzado el bosque, encontraron una vasta planicie cubierta de hierba, en la cual ni vestigio de senda hubo jamás. Esforzándose en andar por la hierba, se vieron · tan embarazados que apenas anduvieron una milla, pues, la hierba no era menor que nuestras mieses espigadas; can­sados, pues, se volvieron sin encontrar senda.

Al día siguiente envió veinticinco hombres armados, a los cuales mandó que explorasen diligentemente qué gente habitaba aquella tierra. Estos, habiendo observado no lejos de la costa ciertos vestigios recientes de animales grandes, entre los cuales les pareció que había leones, llenos de mie­do se volvieron. Al regresar encontraron una selva llena de vides, criadas naturalmente y entrelazadas a cada paso con altos árboles, y de otros muchos árboles que dan frutos aromáticos. Trajeron a España racimos de mucho peso y muy jugosos. Mas de otras frutas que echaron, como no po­dían cómodamente en las naves hacerse pasas, no trajeron ninguna, pues se pudrieron todas, y corrompidas las tira­ron al mar. En los prados de aquellos bosques cuentan que vieron bandadas de grullas dobles mayores que las nues­tras1.

Después de visitar estas tierras, Colón sigue recorriendo la costa Sur de Cuba, que Mártir describe, para después citar el des­cubrimiento de la tierra del Evangelista:

147

Las costas se le inclinaban, tan pronto al Sur, tan pronto al Sudoeste, y el mar por todas partes estaba cuaja­do de islas. Aquí, pues las quillas, que muchas veces habían barrido la tierra, por los mares vadosos quebrantadas; las cuerdas, velas y demás jarcias ya podridas; los alimentos, que, humedecidos por las grietas de las mal carenadas na­ves, se habían enmohecido, y principalmente la galleta, que se había corrompido, obligaron al Almirante a volver proas atrás. A esta última costa, a que llegó del existimado conti­nente, la llamó Evangelista 2

La conjunción de pinares y palmares entre otros factores geo­gráficos como cerros y pantanos, en el escenario donde, según di­ce Mártir, sucede lo del ballestero, sirvió a Ramírez Corría para tratar de identificar la Evangelista colombina con Isla de Pinos, pués, efectivamente, ninguna otra isla cubana salvo de la propia de Cuba, posee conjuntamente pinos y palmas.

"En toda la mitad occidental de la costa Sur de Cuba no hay más que esta isla (de Pinos) que pueda presentar conjuntamente, montañas, pinares y palmares próximos al mar"\ pero la combi­nación de tales accidentes geobotánicos sí existen en otros puntos claves del derrotero colombino, como La Coloma y Cortés, don­de a más de pinos y palmas, se ven los picos de la Sierra de los Organos como telón de fondo.

_ Además, de todos los cronistas e historiadores contemporá­neos de Cristóbal Colón, el único que habla de los pinos en aquel ambiente es Pedro Mártir de Angleria, que no es por cierto un tes­tigo presencial del acontecimiento, pues ni Michael de Cúneo, que si estuvo allí con el Almirante, ni Fernando Colón, que copia del diario de su padre, ni Las Casas ni Bernáldez, que hacen otro tan­to, mencionan la palabra pino o pinar al hablar del paisaje, donde sobresalían las palmas, que vieron el día 3 de junio al desembar­car en una costa al parecer solitaria, a tal punto que el ballestero se aventuró a cazar solo sin la prudente compañía de otros caza­dores.

La asociación de pinares y palmares en Isla de Pinos llamó siempre la atención de muchos viajeros: Dionisia Franco en 1792 dijo que "toda la isla está cubierta de pinos interpolados con algu­nas palmas"\ y Ramón Zambrana, en 1863, decía al referirse a Santa Fe: "el pueblo viejo que aparece entre palmas, pinos( ... )" s.

Ramírez Corría en su citado libro, como ya dijimos, afirma que Isla de Pinos fue descubierta el día martes 3 de junio de 1494. El Almirante, según dicho autor, y basándose en datos de Cúneo, después de la recalada en la Bahía de Jagua, salió de este puerto con rumbo Oeste-sudoeste, haciendo una "corta exploración de la

148

bahía de Cochinos", y acercándose a los bajos de Diego Pérez, para luego tomar el rumbo Sur-sudoeste y divisar los cerros de Is­la de Pinos.

Si una nave sale de la Bahía de Jagua en la dirección señalada no llegaría a Isla de Pinos. Al leer atentamente los rumbos ex­puestos por Michael de Cúneo, vemos que el joven compañero de Colón dice en su famosa carta a Gerónimo Annari que, después de Jagua, navegaron "cerca de la costa entre poniente y lebeche", es decir, entre el Oeste y el Sudoeste sin apartarse de la vista del litoral como dice bien claro y por lo tanto sin dirigirse a Isla de Pinos. A continuación dice el propio Cúneo:

Después de restaurarnos volvimos a nuestro navegar, costeando rumbo al suroeste la tierra que el Almirante creía firme; pero al encontrar un golfo al norte de nuestra proa juzgamos que era una isla. Retomamos el rumbo su­roeste, y unas sesenta leguas más adelante vimos de nuevo tierra, que pensamos ser firme. Yendo luego hacia noroeste, para hallar el Catay, según la opinión del señor Almirante, nos dimos cuenta de que nos hallábamos en un golfo. Di­mos entonces la vuelta y retomamos nuestra derrota, cos­teando un poco a la izquierda y un poco a la derecha, y en­contramos otro archipiélago blanco parecido al primero. Seguimos la costa, siempre habitada, pero no encontramos nada nuevo 6•

Como cualquier otro autor o cronista de su tiempo, de los que relatan el segundo viaje por el Sur de Cuba, es casi imposible con­ciliar con la realidad todos los rumbos y distancias dadas, pero lo dicho basta para demostrar que con los rumbos expuestos a par­tir de Jagua no se puede llegar a Isla de Pinos, y por lo tanto la arribada el día 3 de junio debió ser, como ya expusimos, en la costa meridional de La Habana, en la boca del Río Mayabeque, allí donde el ballestero dijo haber visto a los aborígenes vestidos 7

Analicemos ahora el relato acerca de esos enigmáticos y su­puestos aborígenes vestidos a manera de los frailes de la orden de Santa María de la Merced.

Es necesario tecordar que toda esta historia la cuenta un solo cazador asustado que se había aventurado solitariamente por el bosque costero. Los esfuerzos del Almirante por localizar a tan extraños hombres resultan baldíos, a pesar de que para lograrlo envía un destacamento armado que recorre toda aquella tierra en busca de esos indios tan supuestamente distintos a los desnudos taínos y ciboneyes que hasta entonces había visto en Cuba.

No olvidemos que el episodio contado por el ballestero tiene

. .

1 Ibídem, p. 40. 1 Ramírez Corría, 1959, p. 116. 4 p. 351 5 Op. cit. 6 p. 58. 7 Es de recordar aquí que el cronl.wn Fernández de Oviedo, al hablar ,¡,¡ juego de pelottt d~ lo• indios antilla11os, dice que las mqjeres CII.WIIIIIN usaban falfla.t largas: u ... tratll revuelta una mn11tllln de algorltln al C'liU'fM; desde la riiiiiiNI ha.tla mrd/o mu.tlo ( .. J ", Y ?.grega Ovi,t/111

... porquM lttl cae/ca~ ; "',.,.,.. prlnclpal~tl l'iii;H#M'

triiM •~"'.' nqm t mn111a1 d11lll lit data lt111t1t flt tlrrra ( .. ,) ", HÍRWil aenor111 y ilílllilíll ilt la• hulla1, 111M t Tierra Plrlftf, -

..

8 op. cit., pp. 92-93. 9 Ibídem, p. 39. 10 J. de la Pezuela, 1842, P- 8.

lugar en un mundo realmente nuevo para los europeos recién sali­dos del Medioevo, donde lo misterioso campea hasta en las men­tes más preparadas y bien pudiera ser lo narrado uno de los mu­chos acontecimientos fabulosos, como aquellos hombres con cola de los que el Almirante creyó oír hablar a los indios de la costa Nordeste de Cuba; es el mundo doncJe Cubanacán se confunde con el Gran Khan; es este "otro mundo" donde hombres rena­centistas como Pedro Mártir de Anglería, al hablar de las prime­ras iguanas en las costas de Guantánamo, las cree serpientes; en que Cuba es primero confundida con Japón y luego con China; o el extremo occidental de Pinar del Río es identificado con el Cher­sonesus Aureus, como se llamó en el siglo XIV a la Península de Malaca; es el Nuevo Mundo donde los españoles, al ver las hue­llas de los cocodrilos o de las caguamas en las arenas costeras, afirman que son de fantásticos leones.

¿Tendría algo de raro que en ese ambiente el ballestero con­fundiese, en la lejanía y entre la vegetación lujuriante del lugar, una alba grulla con un hombre vestido de blanco? Esta opinión no es nueva.

Uno de los primeros historiadores que señaló la posible equi­vocación del ballestero, diciendo que en vez de hombres vestidos

Coral de los Cananeos: Mycetophyl/ia tamarckiana forma a/iciae. (Foto : Korda.)

había visto cigüeñas, fue Washington Irving en su citado libro Vi­da y viajes de Cristóbal Colón, donde dice: ~ 22 t;.

o

Como jamás se llegaron a descubrir en Cuba tribus ~ ningunas que llevasen vestidos, es probable que el cuento de ~ los hombres blancos tuvo origen en algún error del bailes te- e ro, que penetrado de la idea de los misteriosos habitantes de Mango podía haberse sobresaltado en su solitario paseo por las florestas, a vista de una de las manadas de cigüeñas que abundaban en ella. Estas aves, como los flamencos, co­men juntas, colocándose una de ellas de centinela á cierta distancia . Cuando se ven por las aberturas de los bosques, formadas en líneas en un prado, parecen a primera vista fi­guras humanas 8•

Igualmente, Washington Irving, al relatar el viaje de Colón por la costa Nordeste de Cuba, escribió:

.. . y los flamencos, ó fenicópteros escarlatas, que suelen verse también por las aberturas de la floresta en algún dis­tante llano, formados en escuadrón como guerreros, con una escucha alerta para dar noticia del cercano peligro, y podrá concebirse toda la belleza de aquel cuadro 9•

Por su parte, Jacobo de la Pezuela en su Ensayo histórico de la Isla de Cuba muchos años antes que Mártir, hizo acontecer la escena del ballestero en Batabanó e identifica a los sacerdotes de hábitos blancos con las cigüeñas. Al escribir sobre el grupo de hombres armados enviados por el Almirante en busca de los ra­ros hombres, dice :

Anduvo esta partida alguna distancia por lo interior, pero retrocedió á las carabelas, rendidas de cansancio por haber tenido que andar siempre entre pantanosas espesu­ras sin descubrir otra cosa en su fatigante correría que una naturaleza inculta y salvaje pero de espléndida vegetación. Los hombres vestidos de blanco que se habían aparecido en el bosque no eran sino cigüeñas que por allí abundaban, y á cierta distancia parecían personas 10

.

Hay una vieja tradición de comparar las altas y erguidas gru­llas con los hombres. Así en los relatos de mi abuela Julia de la Osa se cuenta que cuando estaba en Isla de Pinos a fines del siglo

149

22 ~ pasado, mi abuelo cazaba grullas: "Una grulla es tan grande que -:::: cuando está muerta, si tú le pisas las patas y le levantas el pescue­~ zo, alcanza hasta la altura de un hombre" u. ~ En Atures, Venezuela, a principios del siglo pasado, todavía .ll los indios se asustaban cuando veían los flamencos y garzas a ~ distancia, a los que confundían con bravos guerreros. El relato es-8 tá avalado por la autoridad de Alejandro de Humboldt y A. Bon­~ pland en su libro Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo .,¡¡ Continente: .,.

Las rocas, colocadas de distancia en distancia, están compuestas de bloques amontonados o divididos en cama­das regulares y horizontales. Cuando están muy próximas al Orinoco, los Flamencos, los Soldados (especie de gran­des garzas) y otras aves pescadoras, descansan en las ci­mas y parece como si fueran hombres apostados de centine­la. Este parecido es a veces tan grande, que a lo que cuen­tan varios testigos oculares, los habitantes de Angostura, poco después de la fundación de ésta se alarmaron seria­mente un día con la súbita aparición de soldados y de gar­zas sobre un monte situado al Sur. Creyeron verse amena­zados con el ataque de Indios monteros (Indios bravos); y a despecho de la opinión de algunos hombres acostumbrados a esta suerte de ilusión, no se tranquilizó completamente el pueblo hasta que volaron al aire las aves para continuar su migración hacia las bocas del Orinoco.

Humboldt en su estudio del derrotero de Colón por la costa Sur de Cuba identifica a los sacerdotes vestidos de blanco vistos por el cazador español, con airosas y altas grullas, según escribió en su libro sobre la historia crítica de la geografía de América, donde cautelosamente expresa que el mencionado episodio debió ocurrir entre la Bahía de J agua y la Isla de Pinos.

A lo anterior debemos agregar que no sólo en la boca del Mayabeque (según opinión nuestra) o en Isla de Pinos (de acuer­do con Ramírez Corría) los cronistas hablaron de aborígenes con sotana, pues en el Puerto de Misa (Cienfuegos) o en la costa meri­dional del Occidente, son varios los relatos de Bartolomé de las Casas, Bernáldez, Fernando Colón y Pedro Mártir en los que se refieren a indios en trajes talares, los que comienzan a aparecer como por arte de magia, a partir del 3 de junio, a pesar de que no se había hablado de ninguno de ellos en el largo viaje entre Maisí y la Punta del Serafín (Punta Gorda) en la Península de Zapata.

Y a de regreso de Isla de Pinos, en el Puerto de Misa y en el momento en que el Almirante asistía al rito cristiano, se le acercó

150

un cacique viejo y le "significó por señas y como mejor pudo", entre otras cosas, "que había andado mucho hacia el Occidente de Cuba, y que el cacique de aquella tierra se vestía como sacer­dote" 12

, según transcribe el hijo del Descubridor, mientras Las Casas, que copia de aquél, añade:

diz que también, como había estado en la isla Española y en la de Jamaica, y que había ido la isla abajo de Cuba y que el seiior de aquella parte andaba como sacerdote vesti­do. Todo esto entendió el Almirante, según le pudieron in­terpretar los indios que desta isla llevaba, mayormente Die­go Colón que había sido llevado y tornado de Castilla 13 •

Sobre el enigmático cacique vestido, Pedro Mártir de Angle­ría da una tercera versión, bien distinta de las de Fernando y Las Casas. Después de narrar la historia del ballestero y del aborigen vestido, cuenta el hijo del Almirante:

En el curso de la navegación, dirigiendo las velas hacia otros ciertos montes, no encontró más que un solo hombre en dos chozas que vio en la playa, el cual, llevado a las na­ves, con la cabeza, con los dedos, y de todos modos quepo­día, daba a entender que la tierra que caía al otro lado de aquellos montes estaba muy poblada.

Al arribar el Almirante a aquellas playas, le salieron al encuentro muchas canoas, y se trataron mutuamente por seiias con mucha afabilidad. Ni el Diego aquel que a la en­trada de Cuba había aprendido la lengua de los indígenas los entendía a éstos, pues averiguaron que son varios los idiomas en las varias provincias de Cuba, y decían que en lo interior de la provincia había un rey potentísimo, que iba vestido. Dice que esta región está toda sumergida y cubier­ta de agua, y sus costas cenagosas, llenas de árboles, como nuestras lagunas ( .. J 14

.

Como hemos visto, tanto Fernando Colón como Las Casas coincidieron en que la escena del viejo que habló del cacique ves­tido tuvo lugar el día "! de julio de 1494 y dijeron que fue en oca­sión de la misa que ordenó decir el Almirante, por lo que fue en el Puerto de Misa (Jagua o Cienfuegos). Ahora vemos que Mártir también escribe sobre otro cacique, "Rey potentísimo, que iba vestido" 1

\ pero coloca el episodio en la zona identificada por no­sotros como Guanímar, es decir, a 52 kilómetros al Oeste de la boca del Mayabeque, por lo que puede inferirse:

a) Que se trate de versiones distintás de lo hablado por dos

. .

u .A. Núñez Jiménez, 1973, p. 211. 12 Fernando Colón, t. l,p. 404. 13 T. 1, p. 400. 14 p. 39. 15 Ibídem.

indios: el de Fernando Colón y el de Las Casas, por una parte; y el de Mártir, por otra.

b) Que se trate de un error de Mártir al colocar el episodio del citado rey vestido en zona diferente a aquélla donde debió su­ceder: el Puerto de Misa.

¿Existieron de veras en algún lugar del Occidente de Cuba ta­les aborígenes vestidos? Los que dijo ver el ballestero ¿fueron grullas o verdaderos indios cubiertos por largas túnicas?

Ramírez Corría en su folleto Esclarecimiento al enigmático bautizo de la Isla Evangelista expone la tesis de que el indio vesti­do fue una confusión del ballestero con el sacerdote evangelista de las naves colombinas 16

Por su parte, Juan Manzano Manzano, en su obra Colón y su secreto, argumenta, sin convencer a nadie, que los hombres vesti­dos de largo que según dicen vieron los descubridores en el Occi­dente de Cuba fueron los descendientes de los náufragos europeos que precedieron a Cristóbal Colón en el descubrimientq de Amé-rica 17 . ·

Ninguno de los testigos tales como Cristóbal Colón -a tra­vés de cuyo Diario escribe su hijo Fernando y su amigo Bernál­dez- ni los cronistas contemporáneos, como Las Casas y Pedro Mártir, coinciden eri muchos aspectos de estos curiosos episodios y, sobre todo, hay que destacar que, a pesar de los esfuerzos del Almirante y de sus hombres que buscaron y rebuscaron en el lu­gar señalado por el anónimo ballestero, no se pudo descubrir ni siquiera a uno de los aborígenes vestidos.

También resulta rarísimo que en todas las exploraciones de Colón por la región oriental de Cuba, donde se desarrolló la más adelantada cultura indocubana, nunca se oyó hablar de indios vestidos, mientras que las historias y leyendas sobre estos curio­sos personajes comenzaron a aparecer sólo después del cuento del solitario ballestero y que aquéllas tuvieron lugar en el Occi­dente, tierra de las culturas aborígenes más atrasadas, territorio inclusive de los guanahatabeyes, que tanto Fernando Colón como Las Casas, Velázquez y otros descubridores y colonizadores des­cribieron como salvajes desnudos que vivían en la etapa recolec­tora y que hablaban lengua distinta a la de los taínos, agricultores del Oriente y del centro del país.

La escena de aquellos indios y reyes o caciques de gran poder, el episodio de los aborígenes vestidos como frailes de la orden de Santa María de la Merced, o de guerreros cubiertos de túnicas, quedará, tal vez para siempre, envuelto en el mismo misterio que rodea otras tantas historias o más bien leyendas de los tiempos en

1• p. 2• que los europeos se adentraron en el otro mundo que descubriera 17 p. 509. don Cristóbal Colón.

Fray Bartolomé de las Casas escribió en su Histona de las Indias que vivió en un caserío de indios llamado Canarreos, a orillas del Río Arimao.

151