2.1.4.18 clase-18 s10

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Jacques Lacan Seminario 10 1962-1963 LA ANGUSTIA 18 15 de MAYO de 1963 1 Si partimos de la función del objeto en la teoría freudiana, obje- to oral, objeto anal, objeto fálico ustedes saben que yo pongo en duda que el objeto genital sea homogéneo a la serie todo lo que ya he esbozado, tanto en mi enseñanza pasada como más especialmente en la del año pasado, les indica que este objeto definido en su función por su lugar como a, el resto de la dialéctica del sujeto con el Otro, que la lista de estos objetos debe ser completada. El a, objeto que fun- ciona como resto de esta dialéctica, desde luego que tenemos que defi- nirlo en el campo del deseo, a otros niveles, de los que les he indicado bastante al respecto para que ustedes sientan, si quieren, que, grosera- mente, es algún corte que sobreviene en el campo del ojo y del que es función el deseo vinculado a la imagen. Otra cosa, más allá de lo que 1 Para los criterios que rigieron la confección de la presente versión, consultar nuestro prefacio: Sobre esta traducción. Para las abreviaturas que remiten a los di- ferentes textos-fuente de esta traducción, véase, al final de esta clase, el Anexo 1.

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  • Jacques Lacan Seminario 10 1962-1963 LA ANGUSTIA 18 15 de MAYO de 19631

    Si partimos de la funcin del objeto en la teora freudiana, obje-to oral, objeto anal, objeto flico ustedes saben que yo pongo en duda que el objeto genital sea homogneo a la serie todo lo que ya he esbozado, tanto en mi enseanza pasada como ms especialmente en la del ao pasado, les indica que este objeto definido en su funcin por su lugar como a, el resto de la dialctica del sujeto con el Otro, que la lista de estos objetos debe ser completada. El a, objeto que fun-ciona como resto de esta dialctica, desde luego que tenemos que defi-nirlo en el campo del deseo, a otros niveles, de los que les he indicado bastante al respecto para que ustedes sientan, si quieren, que, grosera-mente, es algn corte que sobreviene en el campo del ojo y del que es funcin el deseo vinculado a la imagen. Otra cosa, ms all de lo que 1 Para los criterios que rigieron la confeccin de la presente versin, consultar nuestro prefacio: Sobre esta traduccin. Para las abreviaturas que remiten a los di-ferentes textos-fuente de esta traduccin, vase, al final de esta clase, el Anexo 1.

  • Seminario 10: La angustia Clase 18: 15 de Mayo de 1963

    ya conocemos y donde encontraremos ese carcter de certeza funda-mental ya localizado por la filosofa tradicional y articulado por Kant bajo la forma de la conciencia, es ah que este modo de abordaje, bajo *la forma*2 del a, nos permitir situar en su lugar lo que hasta aqu se present como enigmtico bajo la forma de cierto imperativo llamado categrico.

    El camino por donde procedemos, que revivifica toda esta dia-lctica por el abordaje mismo que es el nuestro, a saber, el deseo, este camino por donde procedemos este ao, que es la angustia, lo he ele-gido porque es el nico que nos permite hacer, introducir una nueva claridad en cuanto a la funcin del objeto por relacin al deseo.

    Cmo esto es lo que mi leccin de la vez pasada quiso pre-sentificar ante ustedes cmo todo un campo de la experiencia hu-mana, experiencia que se propone como la de una forma, una especie de salvacin, la experiencia bdica, ha podido postular en su principio que el deseo es ilusin? Qu quiere decir esto? Es fcil sonrer por la rapidez de la asercin de que todo no es nada. Tambin, les dije, no es de eso que se trata en el budismo.

    Pero si, para nuestra experiencia, esta asercin de que el deseo no es ms que ilusin puede tambin tener un sentido, se trata de saber por dnde puede introducirse el sentido y, para decirlo de una vez, dnde est el seuelo.

    El deseo, yo les enseo a localizarlo, a ligarlo a la funcin del corte, a ponerlo en cierta relacin con la funcin del resto. Ese resto es lo que lo sostiene, lo que lo anima, y eso es lo que enseamos a locali-zar en la funcin analtica del objeto parcial.

    Sin embargo, otra cosa es la falta a la que est ligada la satisfac-cin. Esa distancia del lugar de la falta en su relacin con el deseo co-mo estructurado por el fantasma, por la vacilacin del sujeto en su re-lacin con el objeto parcial, esa no coincidencia de la falta que est en juego con la funcin del deseo, si puedo decir, en acto, eso es lo que crea la angustia, y slo la angustia resulta que apunta a la verdad de esa falta. Es por eso que en cada nivel, en cada etapa de la estructura- 2 *el ngulo*

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    cin del deseo, si queremos comprender de qu se trata en esa funcin que es la del deseo, debemos localizar lo que llamar el punto de an-gustia.

    Esto va a hacernos volver atrs, y, en un movimiento comanda-do por toda nuestra experiencia, puesto que todo sucede como si, ha-bindose llegado con la experiencia de Freud a toparse con un impase, impase que yo promuevo como no siendo ms que aparente y hasta aqu jams franqueado, el del complejo de castracin, todo sucede co-mo si este escollo que queda por explicar lo que quizs nos permi-tir concluir hoy sobre alguna afirmacin concerniente a lo que quiere decir la obstinacin de Freud sobre el complejo de castracin y por el momento, recordemos su consecuencia en la teora analtica: algo como un reflujo, como un retorno que lleva a la teora a buscar en lti-ma instancia el funcionamiento ms radical de la pulsin en el nivel oral.

    Es singular que un anlisis, que un punto de vista que, inaugu-ralmente, ha sido el de la funcin nodal en toda la formacin del deseo de lo que es propiamente sexual, haya sido en el curso de su evolucin histrica cada vez ms conducido a buscar el origen de todos los acci-dentes, de todas las anomalas, de todas las hiancias que pueden pro-ducirse a nivel de la estructuracin del deseo en algo de lo que no es decir todo que es cronolgicamente original, la pulsin oral, sino de lo que todava hay que justificar que sea estructuralmente original; es a ella que, al fin de cuentas, debemos reconducir el origen y la etiologa de todos los obstculos con que tenemos que vrnoslas.

    Tambin he abordado ya lo que, creo, debe reabrir para nosotros la cuestin de esta reduccin a la pulsin oral, mostrando en ella esa manera con que, actualmente, funciona, a saber, como un modo meta-frico de abordar lo que sucede a nivel del objeto flico, una metfora que permite eludir lo que hay de impase creado por el hecho, que ja-ms fue resuelto por Freud, en ltimo trmino, lo que es el funciona-miento del complejo de castracin, lo que de alguna manera lo vela, lo que permite hablar de l sin encontrar el impase.

    Pero si la metfora es justa, debemos, en su nivel propio, ver el esbozo de lo que est en juego, de aquello por lo cual ella no es aqu ms que metfora. Y es por eso que es en el nivel de esta pulsin oral

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  • Seminario 10: La angustia Clase 18: 15 de Mayo de 1963

    que, ya una vez, trat de retomar la funcin relativa del corte del obje-to, del lugar de la satisfaccin y del de la angustia. Para dar el paso que ahora nos es propuesto, a donde los llev la vez pasada, es decir, el punto de confluencia entre el a funcionando como (-), es decir, el complejo de castracin, y ese nivel que llamaremos visual o espacial, segn la cara por donde vayamos a considerarlo, que es, hablando con propiedad, aquel donde podemos ver mejor lo que quiere decir el se-uelo del deseo. Para poder hacer funcionar ese pasaje que es nuestro fin hoy, debemos trasladarnos por un momento hacia atrs, volver al anlisis de la pulsin oral, para preguntarnos, para precisar bien dnde est, a ese nivel, la funcin del corte.

    El lactante y el seno, he ah aquello alrededor de lo cual han ve-nido a *concentrarse*3 para nosotros todas las nubes de la dramaturgia del anlisis, el origen de las primeras pulsiones agresivas, de su refle-xin, incluso de su *retorsin*4, la fuente de las cojeras ms funda-mentales en el desarrollo libidinal del sujeto.

    Retomemos pues esta temtica que no conviene olvidarlo est fundada sobre un acto original, esencial para la subsistencia bio-lgica del sujeto en el orden de los mamferos, el de la succin.

    Qu hay, qu es lo que funciona en la succin? Aparentemen-te, los labios, los labios donde volvemos a encontrar el funcionamien-to de lo que nos ha aparecido como esencial en la estructura de la ero-geneidad, la funcin de un borde.

    Que el labio presente el aspecto de algo que es, de alguna mane-ra, la imagen misma del borde, del corte, ah tenemos en efecto algo que debe indicarnos, despus que el ao pasado he tratado de figurar para ustedes, en la topologa, definir para ustedes a, ah hay algo que debe hacernos sentir que estamos en un terreno seguro.

    Tambin, est claro que el labio, l mismo encarnacin, si pode-mos decir, de un corte, que el labio singularmente nos evoca lo que tendr, en un nivel muy diferente, en el nivel de la articulacin signifi- 3 *confrontarse* 4 *retencin*

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    cante, en el nivel de los fonemas ms fundamentales, los ms ligados al corte, los elementos consonnticos del fonema, suspensin de un corte, estando para su stock ms basal esencialmente modulados a ni-vel de los labios.

    Volver quiz, si tenemos tiempo, sobre lo que ya he indicado varias veces de la cuestin de las palabras fundamentales y de su espe-cificidad aparente, mam y pap. Estas son articulaciones, en todo caso, labiales, incluso si algo puede poner en duda su reparticin, apa-rentemente especfica, aparentemente general, si no universal.

    Que el labio, por otra parte, sea el lugar donde, simblicamente, puede ser *retomada*5, bajo forma de ritual, la funcin del corte, que el labio sea algo que pueda ser, a nivel de los ritos de iniciacin, per-forado, estirado, triturado de mil formas, eso es tambin lo que nos da la seal de que estamos en un campo vivo y, desde hace mucho tiem-po, en las praxis humanas, reconocido.

    Eso es todo? Hay tras el labio lo que Homero llama el recinto de los dientes y la mordedura. Es alrededor de eso que hacemos ju-gar, en la manera con que actuamos con la dialctica de la pulsin oral, su temtica agresiva, el aislamiento fantasmtico de la extremi-dad del seno, del pezn, esa virtual mordedura, implicada por la exis-tencia de una denticin llamada lactal, es alrededor de eso que hemos hecho girar la posibilidad del fantasma de la extremidad del seno co-mo aislada, algo que ya se presenta como un objeto no solamente par-cial sino seccionado. Es por ah que se introducen, en los primeros fantasmas que me permiten concebir la funcin del despedazamiento como inaugurante, es con eso que, en verdad, nos hemos contentado hasta ahora.

    Esto quiere decir que podamos mantener esa posicin? Ustedes lo saben, porque, ya, en un seminario que es, si mal no recuerdo, el que d el 6 de marzo, acentu cmo toda la dialctica llamada del des-tete, de la separacin, deba ser retomada, en funcin misma de lo que, en nuestra experiencia, nos permiti ampliarla, de lo que se nos pre-sent como sus resonancias, sus repercusiones naturales, a saber, *el

    5 *tomada*

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    destete y la separacin primordial, a saber, la del nacimiento.*6 Y la del nacimiento, si la consideramos con atencin, si ponemos en ella un poco ms de fisiologa, es muy apropiada para esclarecernos.

    El corte, les dije, est en otra parte que all donde lo ponemos. No est condicionado por la agresin sobre el cuerpo materno. El cor-te, como nos lo ensea el anlisis, si sostenemos y justificadamente si hemos reconocido en nuestra experiencia que hay analoga entre el destete oral y el destete del nacimiento, el corte es interior a la uni-dad individual, primordial, tal como sta se presenta a nivel del naci-miento, donde el corte se produce entre lo que va a convertirse en el individuo arrojado al mundo exterior y sus envolturas, las que forman parte de l mismo, las que son, en tanto que elementos del huevo, ho-mogneas a lo que se ha producido en el desarrollo ovular, las que son prolongacin directa de su ectodermo, como de su endodermo, las que forman parte de l mismo. La separacin se produce en el interior de la unidad que es la del huevo.

    Ahora bien, el acento que entiendo que estoy poniendo aqu, se sostiene en la especificidad en la estructura organsmica de la organi-zacin llamada mamfera. Lo que, para la casi totalidad de los mam-feros, especifica el desarrollo del huevo, es la existencia de la placen-ta, e incluso de una placenta completamente especial, la que se llama corio-alantoidea, aquella por medio de la cual, bajo toda una faz de su desarrollo, el huevo, en su posicin intrauterina, se presenta en una re-lacin semi-parasitaria con el organismo de la madre.

    Algo en el estudio del conjunto de esta organizacin mamfera, algo es para nosotros *sugestivo*7, indicativo. A cierto nivel de la aparicin de esta estructura organsmica, especialmente el de dos r-denes, si podemos decir, como se los llama, los ms primitivos del conjunto de los mamferos, especialmente el de los monotremas y el de los marsupiales, tenemos la nocin, en los marsupiales, de la exis-tencia de otro tipo de placenta, no corio-alantoidea, sino corio-vitelina. No nos detenemos en este matiz; pero en los monotremas pienso que, desde la infancia, tienen ustedes al menos la imagen, bajo la for-

    6 *la del nacimiento.* 7 {suggestif} *subjetivo {subjectif}*

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    ma de esos animales que, en el Petit Larousse, hormiguean en pandi-llas, como apretujndose a la puerta de una nueva arca de No, es de-cir, que hay dos de ellos, algunas veces solamente uno por especie, us-tedes tienen la imagen del ornitorrinco, y tambin la imagen de lo que se llama el tipo equidna.

    Son mamferos. Son mamferos en los cuales el huevo, aunque puesto en un tero, no tiene ninguna relacin placentaria con el orga-nismo materno. La mama sin embargo ya existe. La mama, en su rela-cin esencial, como definiendo la relacin del retoo con la madre, la mama ya existe a nivel del monotrema, del ornitorrinco, y hace ver mejor en este nivel cul es su funcin original.

    Para aclarar inmediatamente lo que entiendo decir aqu, dir que la mama se presenta como algo intermediario, y que es entre la mama y el organismo materno que tenemos que concebir que reside el corte. Antes incluso de que la placenta nos manifieste que la relacin nutri-cia, a un cierto nivel del organismo vivo, se prolonga ms all de la funcin del huevo que, cargado con todo el bagaje que permite su de-sarrollo, har reunirse al hijo con sus genitores, en una experiencia co-mn de bsqueda de alimento, tenemos esa funcin de relacin, que he llamado parasitaria, esa funcin ambigua donde interviene este r-gano amboceptor; la relacin del nio, dicho de otro modo, con la ma-ma, es homolgica y lo que nos permite decirlo, es que es ms pri-mitiva que la aparicin de la placenta es homolgica a algo que ha-ce que haya, de un lado, el nio y la mama, y que la mama est de al-guna manera aplicada, implantada sobre la madre; esto es lo que per-mite a la mama funcionar estructuralmente a nivel del a.

    Es porque el a es algo de lo que el nio est separado de una manera en cierto modo interna a la esfera de su existencia propia, que es verdaderamente el a minscula.

    Van a ver lo que resulta como consecuencia de esto: el lazo de la pulsin oral se produce con este objeto amboceptor. Lo que consti-tuye el objeto de la pulsin oral, es lo que habitualmente llamamos el objeto parcial, el seno de la madre. Dnde est, a ese nivel, lo que ha-ce un rato llam el punto de angustia? Est justamente ms all de esta esfera, pues el punto de angustia est a nivel de la madre. La angustia de la falta de la madre en el nio, es la angustia del agotamiento del

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    seno. El punto de angustia no se confunde con el lugar de la relacin con el objeto del deseo.

    La cosa est singularmente figurada por esos animales que, de una manera completamente inesperada, hice surgir ah, bajo el aspecto de esos representantes del orden de los monotremas. Efectivamente, todo ocurre como si esta imagen de organizacin biolgica hubiera si-do fabricada por algn creador previsor, para manifestarnos la verda-dera relacin que existe a nivel de la pulsin oral con ese objeto privi-legiado que es la mama. Pues, lo sepan ustedes o no, el pequeo orni-torrinco, tras su nacimiento, permanece un cierto tiempo fuera de la cloaca, en un lugar situado sobre el vientre de la madre, llamado incu-batorium. En ese momento est todava dentro de las envolturas, que son las envolturas de una suerte de huevo duro, de donde l sale, de donde l sale con la ayuda de un diente llamado diente de eclosin, doblado, puesto que hay que ser precisos, por algo que se sita a nivel de su labio superior y que se llama carncula.

    Estos rganos no le son especficos. Ya existen antes de la apa-ricin de los mamferos. Esos rganos que permiten a un feto salir del huevo existen ya a nivel de la serpiente, donde son especializados, no teniendo las serpientes, si mal no recuerdo, ms que el diente llamado de eclosin, mientras que otras variedades, reptiles, ms exactamente

    no son serpientes especialmente las tortugas y los cocodrilos, slo tienen la carncula.

    Lo importante es esto: es que parece que la mama, la mama de la madre del ornitorrinco, tuviera necesidad de la estimulacin de esa punta incluso armada que presenta el hocico del pequeo ornitorrinco, para desencadenar, si podemos decir, su organizacin y su funcin, y que parece que, durante unos ocho das, fuera preciso que ese pequeo ornitorrinco se dedique al desencadenamiento de lo que parece mucho ms suspendido a su presencia, a su actividad, que a algo que se sos-tenga tambin en el organismo de la madre; tambin, por otra parte, nos da curiosamente la imagen de una relacin, de alguna manera, in-vertida con la de la protuberancia mamaria, puesto que esas mamas del ornitorrinco son mamas en cierto modo en hueco, donde el pico del pequeo se inserta. Es aqu, ms o menos, donde estaran los ele-mentos glandulares, los lbulos productores de la leche. Es ah que ese

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    hocico ya armado, que todava no se ha endurecido bajo la forma de un pico, como ocurrir ms tarde, que ese hocico viene a alojarse.

    La existencia, entonces, de la distincin de dos puntos origina-les, en la organizacin mamfera, la relacin con la mama, como tal, que seguir siendo estructurante para la subsistencia, el sostn, de la relacin con el deseo, por el mantenimiento de la mama, especialmen-te, como objeto que ulteriormente se convertir en el objeto fantasm-tico, y por otro lado, la situacin en otra parte, en el *Otro*8, a nivel de la madre y de alguna manera no coincidente, deportado, del punto de angustia como siendo aquel donde el sujeto tiene relacin con lo que est en juego, con su falta, con aquello a lo que est suspendido.

    La existencia del organismo de la madre, ah est lo que nos es-t permitido estructurar de una manera ms articulada por esta sola consideracin de una fisiologa que nos muestra que el a es un objeto separado del organismo del nio, que la relacin con la madre es, a ese nivel, una relacin sin duda esencial, que, por relacin a esa totali-dad organsmica donde el a se separa, se asla y es desconocido ade-ms como tal, como habindose aislado de ese organismo, esa relacin con la madre, la relacin de falta, se sita ms all del lugar donde se ha jugado la distincin del objeto parcial como funcionando en la rela-cin del deseo.

    Desde luego, la relacin es ms compleja todava, y la existen-cia en la funcin de la succin, al lado de los labios, la existencia de ese rgano enigmtico y desde hace mucho tiempo situado como tal acurdense de la fbula de Esopo que es la lengua, nos permite igualmente hacer intervenir a ese nivel algo que, en las subyacencias de nuestro anlisis, est ah para alimentar la homologa con la fun-cin flica y su disimetra singular, aquella sobre la cual vamos a vol-ver en seguida, esto es, a saber, que la lengua desempea a la vez, en la succin, ese papel esencial de funcionar por medio de lo que pode-mos llamar aspiracin, sostn de un vaco, cuya potencia de llamado es esencialmente lo que permite a la funcin ser efectiva, y, por otra parte, ser algo que puede darnos la imagen de la salida de eso ms n-timo, de ese secreto de la succin, darnos, bajo una primera forma, al-go que quedar se los he sealado en estado de fantasma, en el 8 *otro*

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    fondo, todo lo que podemos articular alrededor de la funcin flica, a saber, el volverse del revs del guante, la posibilidad de una eversin de lo que est en lo ms profundo del secreto del interior.

    Que el punto de angustia est ms all del lugar donde juega la funcin, ms all del lugar donde se asegura el fantasma en su rela-cin esencial con el objeto parcial, esto es lo que aparece en esa pro-longacin del fantasma que hace imagen, que siempre permanece ms o menos subyacente al crdito que damos a cierto modo de la relacin oral, el que se expresa bajo la imagen de la funcin llamada del vam-pirismo.

    Es verdad que el nio, si es, en tal modo de su relacin con la madre, un pequeo vampiro, si se plantea como organismo suspendido por un tiempo en posicin parasitaria, no es menos cierto sin embargo que tampoco es ese vampiro, a saber, que en ningn momento es ni con sus dientes, ni en la fuente, que va a buscar en la madre, la fuente viva y clida de su alimento.

    Sin embargo, la imagen del vampiro, por mtica que sea, est ah para revelarnos, por el aura de angustia que la rodea, la verdad de esa relacin ms all, que se perfila en la relacin del mensaje, la que le da su acento ms profundo, el que aade la dimensin de una posi-bilidad de la falta realizada ms all de lo que la angustia encubre de temores virtuales el agotamiento del seno. Lo que cuestiona como tal la funcin de la madre es una relacin que se distingue, en tanto que se perfila en la imagen del vampirismo, que se distingue como una relacin angustiante. Distincin, por lo tanto, lo subrayo bien, de la realidad del funcionamiento organsmico con lo que se esboza de l ms all. Eso es lo que nos permite distinguir el punto de angustia del punto de deseo. Lo que nos muestra que a nivel de la pulsin oral el punto de angustia est a nivel del *Otro*9, es que es ah que lo experi-mentamos.

    9 *otro* la versin JL siempre transcribe otro donde las otras versiones suelen transcribir Otro.

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    Freud nos dice: La anatoma es el destino.10 Ustedes lo saben, yo me he, he podido, en ciertos momentos, sublevarme contra esta fr-mula por lo que puede tener de incompleto. Ella se vuelve verdadera, ustedes lo ven, si damos al trmino anatoma su sentido estricto y, si puedo decir, etimolgico, el que pone de relieve ana-toma la funcin del corte, aquello por lo cual todo lo que conocemos de la anatoma est ligado a la viviseccin. Y en tanto que es concebible ese despedazamiento, ese corte del cuerpo propio que ah es lugar de los momentos elegidos de funcionamiento, es en tanto que el destino, es decir, la relacin del hombre con esa funcin que se llama el deseo, to-ma toda su animacin.

    La separticin {spartition} fundamental, no separacin {spa-ration}, sino particin {partition} en el interior, he ah lo que se en-cuentra, desde el origen y desde el nivel de la pulsin oral, inscripto en lo que ser estructuracin del deseo. De dnde el asombro, en con-secuencia, de que hayamos llegado a ese nivel para encontrar alguna imagen ms accesible para lo que ha quedado para nosotros por qu? siempre, hasta hoy, como paradoja, a saber que, en el funcio-namiento flico, en el que est ligado a la copulacin, est tambin la imagen de un corte, de una separacin, de lo que impropiamente lla-mamos castracin, puesto que es una imagen de eviracin la que fun-ciona. Sin duda no es por azar, ni, sin duda, inoportunamente, que ha-yamos ido a buscar, en los fantasmas ms antiguos, la justificacin de lo que no sabamos muy bien cmo justificar a nivel de la fase flica; conviene sealar, sin embargo, que a este nivel se ha producido algo que va a permitirnos ubicarnos en toda la dialctica ulterior. 10 La exigencia feminista de igualdad entre los sexos no tiene aqu mucha vigen-cia; la diferencia morfolgica tiene que exteriorizarse en diversidades del desarro-llo psquico. Parafraseando una sentencia de Napolen, la anatoma es el desti-no. cf. Sigmund FREUD, El sepultamiento del complejo de Edipo (1924), en Obras Completas, Volumen 19, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, p. 185. Pero la referencia a Napolen no slo argumenta en Freud las consecuencias psquicas de la diferencia anatmica entre los sexos: Lo excrementicio forma con lo sexual una urdimbre demasiado ntima e inseparable, la posicin de los genita-les inter urinas et faeces sigue siendo el factor decisivo e inmutable. Podra decirse aqu, parodiando un famoso dicho del gran Napolen: La anatoma es el destino. cf. Sigmund FREUD, Sobre la ms generalizada degradacin de la vida amorosa (Contribuciones a la psicologa del amor, II) (1912), en Obras Completas, Volumen 11, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, p. 183.

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    Cmo, en efecto, tal como acabo de enuncirselos, cmo, en efecto, ha ocurrido la reparticin {rpartition}, en el nivel topolgico que les he enseado a distinguir, del deseo, de su funcin, y de la an-gustia? A

    angustia

    S a

    A angustia

    El punto de angustia est a nivel del *Otro*11, a nivel del cuerpo de la madre. El funcionamiento del deseo, es decir del fantasma, de la vaci-lacin que une estrechamente al sujeto con el a, aquello por lo cual el sujeto se encuentra esencialmente suspendido, identificado a ese a, resto, resto siempre elidido, siempre oculto, que nos es preciso detec-tar, subyacente a toda relacin del sujeto con un objeto cualquiera, us-tedes lo ven aqu, y, para llamar arbitrariamente aqu S al nivel del su-jeto, lo que, en mi esquema, si ustedes quieren, mi esquema del florero reflejado en el espejo del Otro, se encuentra ms ac de ese espejo, he ah dnde, a nivel de la pulsin oral, se encuentran las relaciones.

    El corte, les dije, es *interno al*12 campo del sujeto. El deseo funciona ah volvemos a encontrar la nocin freudiana de auto-ero-tismo en el interior de un mundo que, aunque estallado, lleva la huella de su primera clausura, en el interior de lo que resta, imagina-rio, virtual, de la envoltura del huevo.

    11 *otro* 12 *un trmino en el*

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    Qu va a ser de eso en el nivel donde se produce el complejo de castracin? En este nivel asistimos a una verdadera inversin, del punto de deseo y del lugar de la angustia.

    Si algo es promovido por el modo, sin duda todava imperfecto, pero cargado con todo el relieve de una penosa conquista, hecha paso a paso, esto desde el origen del descubrimiento freudiano, que lo reve-l en la estructura, es la relacin estrecha de la castracin, de la rela-cin con el objeto, en la relacin flica, como continente implcito de la privacin del rgano.

    Si no hubiera Otro y poco importa que aqu a ese otro lo lla-memos la madre castradora o el padre de la interdiccin original no habra castracin.

    La relacin esencial de esta castracin, en adelante, con todo el funcionamiento copulatorio, nos ha incitado aqu, de ahora en ms, a ensayar despus de todo, segn la indicacin del propio Freud, quien precisamente nos dice que a ese nivel, sin que nada lo justifique sin embargo, es con cierta roca biolgica que nos topamos nos ha incitado as a articular como yaciendo en una particularidad de la fun-cin del rgano copulatorio en determinado nivel biolgico se los hice observar a otros niveles, en otros rdenes, en otras ramas anima-les, el rgano copulatorio es un gancho, es un rgano de fijacin, y puede ser llamado rgano macho de la manera ms sumariamente ana-lgica nos indica suficientemente que conviene distinguir el fun-cionamiento particular, a nivel de organizaciones animales llamadas superiores, de ese rgano copulatorio. Es esencial no confundir *sus*13 avatares, especialmente el mecanismo de la tumescencia y de la detumescencia, con algo que, por s, sea esencial para el orgasmo.

    Sin ninguna duda, nos hallamos ah, si puedo decir, en lo que podemos llamar *la limitacin*14 de la experiencia. Ya les dije que no vamos a tratar de concebir lo que puede ser el orgasmo en una relacin copulatoria estructurada de otro modo. Por lo dems, hay suficientes espectculos naturales impresionantes *en los que* a ustedes les al-

    13 {ses} *estos {ces}* 14 {la limitation} *la imitacin {limitation}*

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    canza con pasearse a la tarde por el borde de un estanque, para ver vo-lar, estrechamente anudadas, a dos liblulas, y este espectculo nico puede decir bastante sobre lo que podemos concebir como siendo un largo-orgasmo, si me permiten construir un trmino, metiendo en ste un guin. E igualmente, no es por nada que evoqu la imagen, aqu, fantasmtica del vampiro, que no es soada ni concebida de otro modo, por la imaginacin humana, que como ese modo de fusin o de sustraccin primera a la fuente misma de la vida, donde el sujeto agre-sor puede encontrar la fuente de su goce. Seguramente, la existencia misma del mecanismo de la detumescencia en la copulacin de los or-ganismos ms anlogos al organismo humano, basta ya por s sola pa-ra marcar el vnculo del orgasmo con algo que se presenta verdadera-mente como la primera imagen, el esbozo de lo que podemos llamar el corte, separacin, aflojamiento, afanisis, desaparicin en determinado momento de la funcin del rgano.

    Pero entonces, si tomamos las cosas por este sesgo, reconocere-mos que el homlogo del punto de angustia, en este caso, se encuentra en una posicin estrictamente invertida a aquella donde se encontraba a nivel de la pulsin oral. El homlogo del punto de angustia, es el or-gasmo mismo, como experiencia subjetiva. Y esto es lo que nos per-mite justificar lo que la clnica nos muestra de manera muy frecuente, a saber, la suerte de equivalencia fundamental que hay entre el orgas-mo y al menos algunas formas de la angustia. La posibilidad de la pro-duccin de un orgasmo en la cima de una situacin angustiante, la ero-tizacin, se nos dice por todas partes, la erotizacin eventual de una si-tuacin angustiante buscada como tal, e inversamente, un modo de es-clarecer lo que constituye, si creemos en el testimonio humano univer-salmente renovado vale la pena, despus de todo, sealar que al-guien, y alguien del nivel de Freud, se atreve a escribirlo la atesta-cin de este hecho de que no hay nada que sea, al fin de cuentas, que represente, al fin de cuentas, para el ser humano, mayor satisfaccin que el orgasmo mismo, una satisfaccin que seguramente supera, para poder ser articulada as, no solamente ser sopesada, sino ser puesta en funcin de primaca y de prelacin, por relacin a todo lo que le puede ser dado experimentar al hombre, si la funcin del orgasmo puede al-canzar esa eminencia, acaso no es porque en el fondo del orgasmo realizado hay algo que he llamado la certeza ligada a la angustia? Acaso no es porque en la medida en que el orgasmo es la realizacin misma de lo que la angustia indica como referencia, como direccin

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    del lugar de la certeza, que el orgasmo, de todas las angustias, es la nica que, realmente, se acaba? Del mismo modo, es precisamente por eso que el orgasmo no es tan comn de alcanzar, y que, si nos est permitido indicar su eventual funcin en el sexo donde justamente no hay realidad flica ms que bajo la forma *de una sombra*15, es tam-bin en ese mismo sexo que el orgasmo sigue siendo para nosotros lo ms enigmtico, lo ms cerrado, quiz hasta ahora jams autntica-mente situado en su ltima esencia.

    Qu nos indica este paralelo, esta simetra, esta *reversin*16 establecida en la relacin del punto de angustia y del punto de deseo, sino que en ninguno de los dos casos ellos coinciden? Y es aqu, sin duda, que debemos ver la fuente del enigma que nos es legado por la experiencia freudiana.

    En toda la medida en que la situacin del deseo, virtualmente implicada en nuestra experiencia, cuya trama entera, si puedo decir, no est sin embargo verdaderamente articulada en Freud, el fin del anli-sis tropieza sobre algo que hace tomar la forma del signo implicado en la relacin flica, el (), en tanto que funciona estructuralmente como (-), que le hace tomar esta forma al ser el correlato esencial de la sa-tisfaccin.

    Si, al fin del anlisis freudiano, el paciente, como quiera que sea, varn o hembra, nos reclama el falo que le debemos, es en fun-cin de algo insuficiente por lo cual, la relacin del deseo con el obje-to que es fundamental, no es distinguida a cada nivel de lo que est en juego como falta constituyente de la satisfaccin.

    El deseo es ilusorio. Por qu? Porque siempre se dirige a otra parte, a un resto, a un resto constituido por la relacin del sujeto con el *Otro*17 que viene all a sustituirse.

    15 {dune ombre} *del nmero {du nombre}* 16 {rversion} *reserva {rservation}* 17 *otro*

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    Pero esto deja abierto el lugar donde puede ser encontrado lo que designamos con el nombre de certeza. Ningn falo para siempre, ningn falo omnipotente es de una naturaleza tal como para cerrar la dialctica de la relacin del sujeto con el Otro y con lo real, por algo cualquiera que sea de un orden apaciguante. Esto quiere decir que si ah tocamos la funcin estructurante del seuelo, debiramos atener-nos a ella, confesar que nuestra impotencia, nuestro lmite es el punto donde se quiebra la distincin del anlisis finito con el anlisis indefi-nido? Creo que no es nada de eso. Y es aqu que interviene lo que est oculto en el nervio ms secreto de lo que anticip hace mucho tiempo ante ustedes, bajo las especies del estadio del espejo, y lo que nos obliga a tratar de ordenar, en la misma relacin, deseo, objeto y punto de angustia, lo que est en juego cuando interviene ese nuevo objeto a del que la ltima leccin era la introduccin, la puesta en juego, a sa-ber, el ojo.

    Desde luego, este objeto parcial no es nuevo en el anlisis, y aqu no tendr ms que evocar el artculo del autor ms clsico, el ms universalmente aceptado en el anlisis, concretamente el seor Feni-chel, sobre el tema de las relaciones de la funcin escoptoflica con la identificacin e incluso las homologas que va a descubrir entre las re-laciones de esa funcin con la relacin oral.18

    Sin embargo, todo lo que ha sido dicho sobre este tema puede con motivo parecer insuficiente. El ojo no es un asunto que nos remita slo al origen de los mamferos, ni siquiera de los vertebrados, ni si-quiera de los cordados; el ojo aparece en la escala animal de una ma-nera extraordinariamente diferenciada, y en toda su apariencia anat-mica, semejante esencialmente a aquel del que somos portadores, a ni-vel de organismos que no tienen con nosotros nada en comn.

    No hay necesidad ya lo he repetido muchas veces, y las im-genes que aqu he tratado de volver funcionales de recordar que el ojo existe a nivel de la mantis religiosa, pero tambin a nivel, igual-mente, del pulpo. Quiero decir, el ojo, con esta particularidad de la que debemos, desde el principio, introducir esta observacin: que es

    18 Otto FENICHEL, The Scoptophilic Instinct and Identification, International Journal of Psychoanalysis, Vol. 18, 1937. Informacin proporcionada por Dia-na Estrin, Lacan da por da, editorial pieatierra, Buenos Aires, 2002.

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    un rgano siempre doble, y un rgano que funciona, en general, en de-pendencia de un quiasma, es decir, que est ligado al nudo entrecruza-do que liga dos partes que llamamos simtricas del cuerpo.

    La relacin del ojo con una simetra al menos aparente pues ningn organismo es integralmente simtrico es algo que para no-sotros debe entrar eminentemente en consideracin. Si hay algo que mis reflexiones de la vez pasada, acurdense de ellas, a saber, la fun-cin radical del espejismo, que est incluida desde el primer funciona-miento del ojo, ese hecho de que el ojo es ya espejo e implica, de al-guna manera, ya *en* su estructura, el fundamento, si podemos decir, esttico trascendental de un espacio constituido, es algo que debe ceder el lugar a esto: que, cuando hablamos de esa estructura trascen-dental, del espacio, como de un dato irreductible de la aprehensin es-ttica de cierto campo del mundo, esa estructura no excluye ms que una cosa: la de la funcin del propio ojo, de lo que l es.

    De lo que se trata es de encontrar las huellas de esta funcin excluida que ya se indica suficientemente para nosotros como hom-loga de la funcin del a en la fenomenologa de la visin misma. Es aqu que no podemos proceder sino por puntuacin, indicacin, obser-vacin.

    Seguramente, desde hace mucho tiempo, todos aqullos, espe-cialmente los msticos, que se dedicaron a lo que yo podra llamar el realismo del deseo, para quienes toda tentativa de alcanzar lo esencial se indic como superando algo enviscante que hay en una apariencia que nunca es concebida ms que como apariencia visual, aqullos ya nos pusieron en la va de algo de lo que tambin testimonian todo tipo de fenmenos naturales, a saber ste que, fuera de un registro tal, per-manece enigmtico, a saber, dije, las apariencias llamadas mimticas que se manifiestan en la escala animal exactamente en el mismo nivel, en el mismo punto en que aparece el ojo. En el nivel de los insectos, donde podemos asombrarnos por qu no de que un par de ojos sea un par hecho como el nuestro, en ese mismo nivel, aparece esta existencia de una doble mancha con la que los fisilogos, sean evolu-cionistas o no lo sean, se rompen la cabeza preguntndose qu es lo que precisamente puede condicionar algo cuyo funcionamiento, en to-do caso, es el de, sobre el otro, predador o no, el de una fascinacin.

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    La relacin del par de ojos y, si ustedes quieren, de la mirada con un elemento de fascinacin, en s mismo enigmtico, con ese pun-to intermediario, donde toda subsistencia subjetiva parece perderse, y absorberse, salir del mundo, esto es precisamente lo que llamamos fas-cinacin, en la funcin de la mirada. Ah est el punto, si puedo decir, de irradiacin, que nos permite cuestionar, de una manera ms apro-piada, lo que nos revela, en la funcin del deseo, el campo de la vi-sin. Es igualmente llamativo que, en la tentativa de aprehender, de razonar, de logicizar el misterio del ojo, y esto a nivel de todos aqu-llos que se dedicaron a esta forma de captura mayor del deseo huma-no, el fantasma del tercer ojo se manifieste por doquier. No tengo ne-cesidad de decirles que sobre las imagenes de Buda que puse de mani-fiesto la vez pasada, el tercer ojo, de alguna manera, est siempre indi-cado. Tengo necesidad de recordarles que ese tercer ojo que es pro-mulgado, promovido, articulado en la ms antigua tradicin mgico-religiosa, que ese tercer ojo rebota hasta a nivel de Descartes? quien, cosa curiosa, no va a encontrar su sustrato sino en un rgano re-gresivo, rudimentario, el de la epfisis, de la que quiz podamos decir que en un punto de la escala animal algo aparece, se realiza, que lleva-ra la huella de una antigua emergencia. Pero esto no es, despus de todo, otra cosa que ensoacin. No tenemos ningn testimonio, fsil u otro, de la existencia de una emergencia de ese aparato llamado ter-cer ojo.

    En este modo de abordaje de la funcin del objeto parcial, que es el ojo, en este nuevo campo de su relacin con el deseo, lo que apa-rece como correlativo del a minscula, funcin del objeto del fantas-ma, es algo que podemos llamar un punto cero, cuyo despliegue por todo el campo de la visin es lo que da a ese campo, fuente para noso-tros de una suerte de apaciguamiento traducido desde hace mucho, desde siempre, con el trmino de contemplacin, de suspensin del desgarramiento del deseo, suspensin por cierto frgil, tan frgil como un teln siempre pronto a replegarse para desenmascarar el misterio que oculta. Ese punto cero hacia el cual la imagen bdica parece lle-varnos en la medida misma en que sus prpados bajos nos preservan de la fascinacin de la mirada aun indicndonosla, esa figura que, en lo visible, est enteramente vuelta hacia lo invisible, pero que nos lo ahorra, esta figura, para decirlo de una vez, que toma aqu el punto de angustia enteramente a su cargo, tampoco es por nada que ella suspen-de, que ella anula, aparentemente, el misterio de la castracin.

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    Esto es lo que quise indicarles la vez pasada con mis observa-

    ciones y la pequea encuesta que haba hecho sobre la aparente ambi-gedad psicolgica de esas figuras. Esto equivale a decir que, de al-guna manera, haya posibilidad de confiarse, de asegurarse, en una suerte de campo que se ha llamado apolneo, vanlo tambin notico, contemplativo, donde el deseo podra soportarse de una suerte de anu-lacin *puntiforme*19 de su punto central, de una identificacin de a con ese punto cero entre los dos ojos, que es el nico lugar de inquie-tud que queda, en nuestra relacin con el mundo, cuando ese mundo es un mundo espacial? Seguramente no, puesto que resta justamente ese punto cero que nos impide hallar, en la frmula del deseo-ilusin, el ltimo trmino de la experiencia.

    Aqu, el punto de deseo y el punto de angustia coinciden, pero no se confunden. No solamente no se confunden, sino que dejan, para nosotros, abierto, ese sin embargo sobre el cual rebota eternamente la dialctica de nuestra aprehensin del mundo. Y siempre la vemos resurgir en nuestros pacientes. Y sin embargo he buscado un poco cmo se dice sin embargo en hebreo,20 eso los divertir y sin em-bargo, ese deseo que, aqu, se resume en la nulificacin de su objeto central, no es sin ese otro objeto que llama la angustia: l no es sin ob-jeto. No es por nada que en este no sin les he dado la frmula, la arti-culacin esencial, de la identificacin al deseo. Es ms all de l no es sin objeto que se plantea para nosotros la cuestin de saber dnde puede ser franqueado el impase del complejo de castracin. Es lo que abordaremos la vez que viene. establecimiento del texto, traduccin y notas:

    19 {punctiforme} *dont il forme* 20 Y puesto que alguien se ha divertido al presentar mi nombre en ese debate, por qu no divertirnos un poco? Puesto que Jacques, por un lado, es Israel, del que ha hablado uno de nuestros testigos en el seminario cerrado, Lacan, eso quiere decir lacen, en hebreo, es decir el nombre que conserva las tres consonantes anti-guas que se escriben ms o menos as. Y bien, eso quiere decir, y sin embargo {et pourtant}! cf. Jacques LACAN, Seminario 12, Problemas cruciales para el psicoanlisis, clase del 7 de Abril de 1965 (la traduccin es ma).

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    RICARDO E. RODRGUEZ PONTE para circulacin interna de la ESCUELA FREUDIANA DE BUENOS AIRES

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    Anexo 1: FUENTES PARA EL ESTABLECIMIENTO DEL TEXTO, TRADUCCIN Y NOTAS DE ESTA 18 SESIN DEL SEMINARIO AFI Jacques LACAN, Langoisse, Sminaire 1962-1963. Publication hors

    commerce. Document interne lAssociation freudienne internationale et des-tin a ses membres. Paris, 1998.

    JL Jacques LACAN, Langoisse, Sminaire 1962-1963. Versin dactilo-

    grafiada, reproducida en la pgina web de lcole lacanienne de psychanalyse: http://www.ecole-lacanienne.net/index.php3

    FF/1 Jacques LACAN, Langoisse, Sminaire 1962-1963. Fuente fotoco-

    piada todava no clasificada, se encuentra en la Biblioteca de la E.F.B.A. codi-ficada como CG-181/1 y CG-181/2.

    IA Jacques LACAN, Seminario 10, La angustia, impreso exclusivamente

    para circulacin interna de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, Traduccin: Irene M. Agoff, Revisin Tcnica: Equipo de Traductores de la E.F.B.A. y la colaboracin de Isidoro Vegh y Juan Carlos Cosentino. Esta versin publicada originalmente en fichas, cuya fuente francesa es FF/1, se encuentra en la Bi-blioteca de la E.F.B.A. codificada como C-0698/01.

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