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Día21

Misadeljuevesdela6ªsemanadePascua

Homilía LA EUCARISTÍA ES ENTREGA

Queridos hermanos:

Una escena que provoca siempre una delicada ternura es la de una madre dando de mamar a su bebé. Ella le ha preparado la leche, que es el mejor alimento que puede tomar su bebé, el más completo, el más sano, el más natural. Y con la leche le da su ternura, sus caricias, su protección. Y el bebé, a su manera, lo siente maravillosamente.

Teniendo esta imagen ante los ojos, recordemos unas palabras estremecedoras de Jesús: "Tomad, comed: esto es mi Cuerpo. Bebed todos: porque esta es mi Sangre de la alianza" (cfr. Mateo 26,26-28).

La madre dice a su bebé: “Toma y bebe esta leche que te entrego, para que vivas y te desarrolles”.

Siguiendo esta comparación, la actitud de Jesús tiene mucho de maternal, al darnos su Cuerpo y su Sangre para que tengamos vida. Al Pan de la Eucaristía, que recibimos en la Comunión, lo llamamos precisamente Pan de Vida.

Apliquemos esto a nuestra vida diaria. Jesús en la Eucaristía, en la Comunión, nos entrega su Cuerpo y su Sangre. Todo aquel que entrega a los demás su cuerpo, su salud, su trabajo, su sonrisa, su saludo, su dinero, su consejo, está haciendo un gesto eucarístico, está obrando como Jesús. Mejor dicho, Jesús está continuando su entrega a través de la entrega de esa persona.

En la Comunión recibimos el Cuerpo entregado de Jesús. Al salir a la calle, hemos de entregar nuestro cuerpo, salud, trabajo, sonrisa, saludo, dinero, nuestro consejo, para hacer el bien a los demás, especialmente a los que más lo necesitan.

Pero el Cuerpo entregado de Cristo tiene además otra dimensión importante. Hay un canto eucarístico en latín, el Ave verum, que nos lo recuerda: Ave verum Corpus natum de Maria Virgine. O sea: “Salve, Cuerpo de Cristo, nacido de María Virgen”.

El Hijo de Dios, para hacerse hombre, se preparó una Madre y tomó de Ella la carne y la sangre. María lo llevó en su seno durante nueve meses, le dio la leche de sus pechos, lo rodeó de cariño, de cuidados. En definitiva, María dio todo lo que tenía a su Hijo.

Y este Hijo es el que en la Cruz entregó su Cuerpo y su Sangre por nuestra salvación. Y este Hijo es el que cada día en la Eucaristía nos invita: "Tomad, comed: esto es mi Cuerpo. Bebed todos: porque esta es mi Sangre de la alianza" (cfr. Mateo 26,26-28).

O sea, María, por ser madre, entregó su cuerpo y su sangre a Jesús. Y Jesús nos entrega a todos su Cuerpo y su Sangre. La Eucaristía es el mejor regalo que nos hace Jesús. Es el signo, la expresión de su entrega personal: “Comed mi Cuerpo, bebed mi Sangre” (cfr. Mateo 26,26-28).

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Esto no lo entienden los egoístas, que lo quieren todo para sí. No lo entienden los ladrones, que solo saben robar a los demás, sin darles nada. No lo entienden los materialistas, que solo dan dinero para comprar, pero no se dan a sí mismos generosamente.

Comulgar no es una costumbre, no es recibir un trocito de pan. Comulgar es un hecho que nos compromete hasta el fondo de nuestra vida, porque nos pide darlo todo, hasta la propia vida, nuestro cuerpo y nuestra sangre, si fuera necesario. Como hizo Jesús.

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En la primera lectura de hoy, hemos escuchado cómo San Pablo predicaba el Evangelio

en medio de dificultades y discusiones. ¿Quién le daba la fuerza y la sabiduría para seguir adelante? Jesús le había prometido a él y a nosotros: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos" (Mateo 28,20). Jesús, presente sobre todo en la Eucaristía, es el que le daba fuerza y esperanza. Y a nosotros también. ¿Por qué hemos de tener miedo, si Jesús está con nosotros?

En el evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús se despidió de sus Apóstoles en la Cena del Jueves Santo, la Última Cena. Les dijo: "Dentro de poco, ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver" (Juan 16,16). O sea, mañana, Viernes Santo ya no me veréis, porque moriré y me enterrarán en el sepulcro. Pero el Domingo de Pascua por la mañana, me volveréis a ver, pero resucitado.

Y añadió: "En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre" (Juan 16,20). Eso sucedió al morir Jesús en la Cruz. Los Apóstoles lloraron, pero los enemigos de Jesús se alegraron. Jesús concluyó sus palabras: "Pero vuestra tristeza se convertirá en alegría" (Juan 16,20). Cuando Jesús resucitó, los Apóstoles se alegraron, pero los enemigos de Jesús se asustaron y temieron.

Esas palabras de Jesús se aplicaron maravillosamente a la Virgen, la Madre de Jesús. Ella lloró y se lamentó al pie de la Cruz. Pero el domingo de Pascua su tristeza se convirtió en alegría desbordante. Jesús resucitado cambió a su Madre Dolorosa en Virgen de la Alegría, Virgen de la Pascua.

En la Comunión recibimos a Jesús resucitado, por eso su Cuerpo eucarístico no ocupa ni lugar ni tiempo. Él es cada día para nosotros la fuente de la alegría, que nos prepara para la alegría definitiva y eterna, que gozaremos en el Cielo.

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Moniciones para la celebración SALUDO. Cristo resucitado, el Hijo de María, esté con vosotros. AMBIENTACIÓN. La Eucaristía es entrega. La Eucaristía nos compromete. Si Jesús nos da

su Cuerpo y su Sangre, o sea, toda su vida, no podemos nosotros quedar indiferentes, como si nada hubiera pasado. San Juan nos dice: "En esto hemos conocido el Amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos" (1ª Juan 3,16). En la Eucaristía Jesús nos dice: "Tomad mi Cuerpo que se entrega". Al salir de la Eucaristía, también nosotros hemos de ser generosos para entregar nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestro tiempo, nuestro amor por otros, imitando a Jesús. Mejor dicho, es Jesús el que sigue amando y entregándose a otros por medio nuestro. Gracias al don de la Eucaristía, también nuestra vida se convierte en pan partido para nuestros hermanos.

ACTO PENITENCIAL. No siempre hemos sido generosos en nuestra entrega, imitando a

Jesús. Pidamos perdón:

– Jesús, Tú entregaste tu vida para salvarnos. Señor, ten piedad. – Jesús, Tú nos sigues entregando tu Cuerpo y Sangre en cada Eucaristía. Cristo, ten

piedad. – Jesús, Tú quieres seguir entregándote a todos por medio de nosotros. Señor, ten

piedad.

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

1ª LECTURA. San Pablo, a pesar de la oposición de los judíos, predicaba en Corinto

valientemente el Evangelio. Así, muchos corintios se convirtieron a la fe. ORAD, HERMANOS. Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable

a Dios, Padre todopoderoso.

PREFACIO PASCUAL, II. PLEGARIA EUCARÍSTICA, II. PADRENUESTRO. Dios Padre nos ha regalado a su Hijo y a su Espíritu. Y nos pide que

nosotros nos entreguemos al bien de todos. Oremos al Padre común: "Padre nuestro". COMUNIÓN. Comulgar no es solo una buena costumbre, no es solo recibir un trocito de

pan. Comulgar es un hecho que nos compromete hasta el fondo de nuestra vida, porque nos pide darlo todo, hasta la propia vida, si fuera necesario. Como hizo Jesús. ”Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados a esta mesa”.

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Oración de los fieles Confiando en Cristo, que, con su Muerte y Resurrección, ha salvado al mundo, presentemos nuestras súplicas al Padre: – Para que todos los miembros de la Iglesia caminemos por la vida con la fuerza que recibimos en la Eucaristía. Roguemos al Señor: – Para que los gobernantes trabajen por el progreso y la paz de todos los pueblos del mundo. Roguemos al Señor: – Para que los pueblos en vías de desarrollo vean reconocida su dignidad y reciban el apoyo que necesitan. Roguemos al Señor: – Para que sintamos cada día el Auxilio de la Virgen María, que vivió unida a Jesús, muerto y resucitado. Roguemos al Señor: Dios y Padre nuestro, acoge con bondad estas súplicas y danos la alegría de Jesús resucitado, que nada ni nadie nos pueda quitar. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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