2016.01.16. sylvia iparraguirre

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  • 8/15/2019 2016.01.16. Sylvia Iparraguirre

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    El cuento por su autor

    Efectos lateralesde los trópicosDiario del Reverendo Reginald Pirinius (Annodomini 1723)

    Por Sylvia Iparraguirre

    SAB 16.01.16

    ■ “Efectos laterales de los trópicos- Diario del reverendo Regi-

    nald Pirinius (Anno Dominis 1723)”, es un texto que pertenece a

    la tercera parte del libro Del día y de la noche: “Caballeros anti-

    guos”. En este apartado conviven personajes reales, nacidos del

    cruce entre una lectura donde la sorpresa de un hallazgo (una

    frase, una anécdota) me manda al humor, con otros personajespuramente imaginarios. Este último es el caso del reverendo Re-

    ginald Pirinius, que lleva un diario de viaje con la intención de

    anotar su misión pastoral de convertir a los naturales a la fe, pero

    que termina siendo un relato de su compulsión a vigilar, corregir

    y acusar a sus compañeros de a bordo, mientras él mismo no

    puede evadirse de algunas sensaciones extrañas que lo acosan.

    Mi intención fue que el lector sepa lo que le pasa al personaje,

    mientras él no lo sabe.

    De algún modo el reverendo está construido y escrito desde el

    reverso de una cantidad de libros que leí sobre navegantes y bar-

    cos del siglo XVIII y XIX. Desde Robinson Crusoe, leído a los do-

    ce años, y poco más tarde Moby Dick , mi apego por ese tipo de

    libros terminó transformándose en una inclinación que sigue has-

    ta hoy. Supongo que tiene que ver con mi fascinación por la His-

    toria. El caso es que los libros sobre navegantes y viajeros ocu-

    pan un lugar bastante amplio en mi biblioteca. De esos textos, de

    su decantación residual, de su costado no heroico, es que está

    hecho Reginald Pirinius, embarcado un poco para sacárselo deencima, un poco para cumplir la formalidad oficial de llevar “un

    hombre de fe” en el viaje.

    El anacronismo de poner a este personaje afectado, pagado

    de sí mismo, alcahuete y muy formal en medio de una tripulación

    de hombres rudos y soeces, por no decir brutales, me causó gra-

    cia. Otro de los hilos del humor fue el tono, las palabras que usa.

    El tono, en este texto y en otros, actúa como si me pusiera un

    disfraz: una vez que encuentro el tono en el que Reginald Pirinius

    habla y piensa, todo sigue fácil y las palabras fluyen en su direc-

    ción. Ahí es donde yo me divierto, utilizando esas situaciones y

    esos anacronismos pomposos.

    Espero que al lector le pase lo mismo.

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    ✒DIA 1º: Anoche avistamos tierra. Al albarogué al honorable señor Peckwood que reu-niera la tripulación en el castillo de proa paraelevar un himno de agradecimiento. Hubo pe-reza y displicencia y hasta alguna murmura-ción soez. Aveces pienso que la evangeliza-ción debería comenzar por los peones de a bordo, Dios me perdone. Aunque con gestohumilde, encontré el modo de hacerles saber que he vivido entre gentes de alcurnia, que hesido preceptor en casa de un hidalgo de Nor-

    thumberland; pero estas noticias no han hechomella en espíritus tan bastos. Lo que no dijees que, por propia decisión, llevaré registro deeste viaje como informe al Almirantazgo. En-tendí este designio cuando Lord Duggan, ac-cediendo al fin a las súplicas del diácono Pea- body y mirándome de soslayo, permitió queme embarcara diciendo: “En fin, ubiquémosloen el barco y que vaya un hombre de fe”. Co-sa que no agradó al capitán Peckwood, como pude advertir. Al menos ahora entre el señor Peckwood y yo ha quedado restituida ciertaamistad, y he decidido borrar de mi memoriaaquellas palabras de endeble lechuguino quele oí durante la tormenta. Dios ha dispuestoen mí su Designio y lo cumpliré en estas tie-rras ignotas para mayor gloria de Su Nombrey para informe de mis superiores. Apesar detodo, creo que la tripulación ha quedado im- presionada con mi determinación.

    DIA 2: Para mi regocijo a la tarde aparecie-ron los primeros naturales que hemos visto enestas islas adornadas doquier por grupos de palmas. Visiblemente sorprendidos por el ta-maño de nuestro bergantín, dieron voces unlargo rato, luego, en completo silencio, gira-ron sus canoas varias veces alrededor del bar-co. Abriéndome paso entre los marineros, meesforcé por medio de gritos y de gestos enaveriguar si tienen alguna idea de un Ser Di-

    vino, pero no obtuve signos claros. Horas mástarde, inesperadamente, unos cuantos hom- bres muy fornidos y del todo desnudos, salvounas plumas de colores, treparon a bordo. A pesar de la inquietud del señor Peckwood –losnaturales traían arpones–, insistí en pronun-ciar La Palabra Divina y me situé frente aellos; leí de viva voz un capítulo de las Sagra-das Escrituras. Quedaron atónitos y prestaronla mayor atención mirándome de arriba abajo.Uno de ellos avanzó hacia mí. Peckwood to-

    mó mi brazo como para apartarme. Me desasícon firmeza y permanecí en mi puesto. El na-tural se acercó más y puso su oreja sobre elLibro Santo pues parecía creer que era de allíde dónde provenía la voz y que el libro habla- ba. Se generalizó gran gritería y me rodearon.Continué leyendo y se calmaron al momento, para repetir, cada vez que me detenía, ese ex-traño concierto de voces. Cayó el sol y misfuerzas flaqueaban. El señor Peckwood man-dó que me encendieran un candil y me alcan-zaran un jarro con agua. Casi a la medianochelos naturales abandonaron el barco. He queda-do con la voz atiplada, pero tomo lo ocurridocomo un Signo Promisorio. Los nativos sonincansables en su deseo de escuchar La Pala- bra de Dios.

    DIA 3: Los naturales van completamente des-nudos y son en todo lampiños. Asimismo lasmujeres no conocen el pudor. El calor es sofo-cante. Algunos jovencitos, de cuerpos esbel-tos, son de lo más graciosos. El capitán man-dó levantar campamento en tierra. Serrucha-mos árboles, lo que divierte a estos seres demanera un tanto desquiciada. Ríen como loseuropeos, sólo que van del todo desnudos yalgunos de ellos se doblan sobre las rodillasgolpeándoselas con las manos en una especiede acceso mientras nos miran serruchar. Loque más les ha llamado la atención, además

    del Libro Sagrado, es el serrucho, y ya han in-tentado apoderarse de uno. He consignado es-te interés en mi informe confidencial al Almi-rantazgo.

    DIA 4: En la playa, me acerqué amistosamen-te a un nativo joven y de buen porte, comple-tamente desnudo. Se quedó tieso realizandoextraños gestos que al principio no compren-dí. Luego creí entender que eran gestos referi-

    dos a nuestras barbas, que les llaman la aten-ción. Ami vez enarbolé la Biblia con la inten-ción de leerle unos versículos. De inmediato ycomo si hubiera visto algo de espanto, despa-reció tras una colina. ¿Qué nos deparará eldestino en medio de estas tierras donde resue-na por primera vez La Palabra Santa? El calor no ceja. No he vuelto a ver a esos graciosos jovencitos. Todos van desnudos. No distraigoa lord Duggan anotando esta minucia que puede ofender su pudor.

    DIA 5: Los nativos se muestran caprichososcomo niños malcriados. Dada la orden del se-ñor Peckwood, debí despojarme de mi paletóy mis zapatos y ofrecérselos a un aborigen poco agraciado que, durante todo el día, meestuvo siguiendo doquier yo iba. Yhasta seatrevió a propinarme unos manotones con el propósito de palpar mis ropas mientras habla- ba en su jerga incomprensible.

    DIA 10: Por momentos, mi ánimo decae. Estagente es salvaje y desasistida de todo sentidocomún. Roban, aunque el señor Peckwood in-sista en que no saben lo que esa palabra signi-fica. Roban flejes, jarros, clavos, botones. Los botones poseen para estos pobres seres unatractivo irresistible. Mi paletó ha quedadosin un solo alamar y ningún botón y ya no re-

    cuperaré mi sombrero. Sería necesario que es-tos naturales comprendieran a un tiempo or-den y religión, pero de día y de noche vancompletamente desnudos y hay que ver qué buenos cuerpos tienen, qué armoniosos y for-nidos. Para ganarme su confianza, sobre todola del muchachito tan gracioso y gentil quevolvió a aparecer por cubierta con unos ami-guitos, les mostré algunas chucherías que su puerilidad eleva a magnificencia.

    DIA 15: Prosiguen nuestros acercamientosamistosos a los naturales que van desprovis-tos de todo vestido. El calor abochorna y has-ta yo me veo en la obligación de andar sin ca-misa y en calzón corto. Estas gentes no cono-cen reglas ni maneras. Si se encuentran reuni-dos a bordo en su cansador pedido de chuche-rías y uno de ellos siente el apremio de hacer sus necesidades menores, lo hace de inmedia-to, incluso sobre otro, si es que el que está allado no se aleja, como me sucedió. Ponenmás empeño en obtener cabos de velas quechupan con fruición cual si fueran golosinas,que en aprender La Palabra Divina. Algunosmarineros andan levantiscos por el impudor de las mujeres que muestran todos los flancosdesnudos como si no conocieran el pecado.Igual que hombres y jovencitos que van sin elmás mínimo atuendo. Sólo los hombres ma-yores llevan un taparrabos. Estos naturalesson muy complacientes, especialmente las na-tivas. Anoche, una chalupa abandonó el barcoy volvió de madrugada en medio de gran al-gazara. Atisbé desde cubierta e intenté hablar-les, inculcarles el buen sentido y el temor a perderse en las llamas del infierno, pero lagente de mar es soez y todos estaban ebrios.

    DIA 17: He observado gestos de lascivia enel señor Peckwood destinados a las nativas,

    que lo alientan con su indolencia. Debo vigi-lar y reprender estos desórdenes que se propa-gan a bordo más temibles que el fuego. Ayer noche, sin poder dormir a causa del calor y deuna inquietud que no sé bien a qué atribuir,salí a cubierta a refrescarme con la b risa noc-turna. No lo hubiera hecho. Ciertos rumoresextraños dirigieron mis pasos hacia el castillode popa, donde tropecé, en medio de la oscu-ridad, con unos cuerpos entremezclados alabrigo del pañol entre los que creí entrever las

     piernas de unas mujeres. Inicié de inmediatounas palabras condenatorias de toda concupis-cencia, haciendo un llamado a observar losmandamientos del Señor so pena de conde-narse para toda la eternidad. Las frases salíana borbotones de mi ardiente pecho mientrastrataba de atisbar los cuerpos. Pero estos inde-centes marinos sólo insistían en que me retira-ra, profiriendo chistidos y palabras que no osorepetir. No lo consentí. Permanecí asido al pa-lo mayor, fiel a mi misión, en el puesto queme ha sido asignado en este b arco y elevaréestos procederes al Almirantazgo. Sólo alamanecer, agotado pero con mi deber cumpli-do, bajé y me deslicé en mi cucheta.

    DIA 19: La tripulación se muestra distendiday solazada e insiste en quedarse por estas tie-rras. Debo decir que no sé qué pensar de estaidea. Hoy subieron a cubierta mujeres y ni-ños, también algunos jovencitos, todos desnu-dos, entre ellos aquel apuesto muchachito deunos catorce o quince años a quien he bauti-zado Patroclo por su belleza, con quien megustaría quedarme ya que me mira con con-fianza. Las mujeres no son del todo feas, bas-tantes redondeadas y lampiñas. Peckwood pa-sa las tardes con dos o tres de ellas encerradoen su camarote. Señalo a los marineros que lalujuria es pecado mortal. El calor sofoca enestas tierras y enciende la carne con pensa-

    mientos malsanos. Mandé a mi muchachito aque me echara baldes de agua de mar.

    Informo a lord Duggan datos de vientos ycorrientes marinas.

    DIA 26: Patroclo es inteligente y muy amis-toso y hoy ha traído a un amiguito de largas pestañas todo desnudo. Me siguen como misombra y su devoción hacia mí es conmove-dora. Han insistido en frotarme el cuerpo con

    un aceite aromático de nombre gracioso: co-co. Les he enseñado algunas palabras ennuestra lengua que aprenden con facilidad. Alde las pestañas he decidido llamarlo como elungüento: Coco; son ahora mis dos protegi-dos: Coco y Patroclo. El campamento noavanza, dado el calor. Esperamos tranquilos laestación de las lluvias. Cierro por ahora mi in-forme confidencial; no oso distraer con estosdetalles sin importancia la atención del atare-ado lord Duggan.

    SIN FECHA: Ha pasado la estación de laslluvias y, ayudados por el buen tiempo, loshombres se han dado a construir cabañas cer-ca de la playa. El señor Peckwood opina quemejor esperar hasta que el tiempo se asiente.El señor Peckwood ha desechado definitiva-mente sus vestidos europeos y su atuendo esahora un taparrabos como el que usan algunosnativos; va coronado con guirnaldas de floresque las mujeres trenzan para él. Coco y Patro-clo me suplican que hagamos nuestra propiacabaña en la playa y también quieren coro nar-me. Tal vez les dé el gusto. Parece que no puedo negarles nada a estos robustos mucha-chitos de parejos encantos. Se me ha hechocostumbre la friega de coco que practican adúo. Tal vez lo de la cabaña no sea mala idea.Al menos hasta que se asiente el tiempo y elseñor Peckwood decida cuándo zarpar.

    Por Sylvia Iparraguirre

    Efectoslaterales delos trópicosDiario del Reverendo Reginald

    Pirinius (Annodomini 1723)

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