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P. Rafael Jácome, L.C. enero-febrero 2015 editorial Director del Centro Sacerdotal Logos 1 En repetidas ocasiones, el Papa Francisco nos ha recordado que la misión del pastor en la Iglesia no es de poder o de dominio, es más bien de servicio. Nunca podemos olvidar que la autoridad del sacerdote es delegada por Cristo mediante la autoridad de la Iglesia, en concreto, por el obispo. Ante las experiencias de autoritarismo y abuso de poder de la sociedad actual, el sacerdote está llamado a ejercer este servicio con grande espíritu, buscando, ante todo, el bien de las perso- nas que Dios ha colocado en el camino de su ministerio. Por ello, es una autoridad que debemos vivir en la responsabilidad ante Dios y ante la misma Iglesia que es madre, y desea que todos sus hijos lleguen a la plenitud de la gracia y del amor. ¿Qué significa hacerse cargo del pueblo de Dios? Ante todo quiere decir ser educadores en la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana o, como dice el Concilio, «procurando personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó» (Presbyterorum ordinis, 6). San Agustín nos recuerda que: «Apacentar el rebaño del Señor ha de ser compromiso de amor»; esta es la norma suprema de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como el del Buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y solícito por los lejanos (cf. S. Agustín, Sermón 340, 1; Sermón 46, 15), delicado con los más débiles, los pequeños, los sencillos, los pecadores, para manifestar la misericordia infinita de Dios con las tranquili- zadoras palabras de la esperanza (cf. id., Carta 95, 1). En estas palabras del santo de Hipona tenemos todo un programa de vida para nosotros, de forma que podamos ser para los demás verdaderos reflejos del único y supremo pastor que es Cristo. Con este ejemplar de la revista Sacerdos cerramos un ciclo importante en la vida de la mis- ma. Después de más de veinte años de servicio al clero de México en su forma impresa, la revista pasa, a partir del siguiente número, a formato digital. Con este nuevo esfuerzo queremos llegar a un mayor número de sacerdotes y colocar a la revista en el mercado digital. Agradezco a todos los suscriptores su apoyo y confianza al permitirnos ofrecerles este servi- cio impreso. Espero que esta nueva etapa de la revista también reciba una buena acogida por parte de todos nuestros asiduos suscriptores. Este nuevo servicio digital será gratuito para todos los sacerdotes. Para quien desee suscribirse, basta con que envíe su dirección de correo electrónico solicitando su revista, a la siguiente dirección: [email protected] La Iglesia es servicio intSac ene-feb 2015.indd 1 05/11/14 16:54

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Formación permanente para presbíteros - México

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P. Rafael Jácome, L.C.

enero-febrero 2015

editorial

Director del Centro Sacerdotal Logos

1

En repetidas ocasiones, el Papa Francisco nos ha recordado que la misión del pastor en la Iglesia no es de poder o de dominio, es más bien de servicio. Nunca podemos olvidar que la autoridad del sacerdote es delegada por Cristo mediante la autoridad de la Iglesia, en concreto, por el obispo.

Ante las experiencias de autoritarismo y abuso de poder de la sociedad actual, el sacerdote está llamado a ejercer este servicio con grande espíritu, buscando, ante todo, el bien de las perso-nas que Dios ha colocado en el camino de su ministerio. Por ello, es una autoridad que debemos vivir en la responsabilidad ante Dios y ante la misma Iglesia que es madre, y desea que todos sus hijos lleguen a la plenitud de la gracia y del amor.

¿Qué significa hacerse cargo del pueblo de Dios? Ante todo quiere decir ser educadores en la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana o, como dice el Concilio, «procurando personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó» (Presbyterorum ordinis, 6).

San Agustín nos recuerda que: «Apacentar el rebaño del Señor ha de ser compromiso de amor»; esta es la norma suprema de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como el del Buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y solícito por los lejanos (cf. S. Agustín, Sermón 340, 1; Sermón 46, 15), delicado con los más débiles, los pequeños, los sencillos, los pecadores, para manifestar la misericordia infinita de Dios con las tranquili-zadoras palabras de la esperanza (cf. id., Carta 95, 1). En estas palabras del santo de Hipona tenemos todo un programa de vida para nosotros, de forma que podamos ser para los demás verdaderos reflejos del único y supremo pastor que es Cristo.

Con este ejemplar de la revista Sacerdos cerramos un ciclo importante en la vida de la mis-ma. Después de más de veinte años de servicio al clero de México en su forma impresa, la revista pasa, a partir del siguiente número, a formato digital. Con este nuevo esfuerzo queremos llegar a un mayor número de sacerdotes y colocar a la revista en el mercado digital.

Agradezco a todos los suscriptores su apoyo y confianza al permitirnos ofrecerles este servi-cio impreso. Espero que esta nueva etapa de la revista también reciba una buena acogida por parte de todos nuestros asiduos suscriptores. Este nuevo servicio digital será gratuito para todos los sacerdotes. Para quien desee suscribirse, basta con que envíe su dirección de correo electrónico solicitando su revista, a la siguiente dirección: [email protected]

La Iglesia es servicio

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contenido

20 REFLEXIÓN Desde el corazón del Evangelio † Mons. Carlos Suárez Cázares

formación permanente

26 EVANGELIZACIÓN El Evento Guadalupano y la inculturación Javier García, L.C.

33 CULTURA Evangelli Gaudium Desafíos culturales Pbro. Carlos Sandoval Rangel

46 libros

comunión sacerdotal

3 RESPETO La fidelidad a las normas litúrgicas P. Edward McNamara LC

8 ACTUALIDAD Misericordia y verdad para los divorciados vueltos a casar Card. Walter Kasper

caridad pastoral

16 RECONCILIACIÓN “Creados por amor y para amar”(parte 2) Pbro. David Muñiz Fortuna

redacción

Director P. Rafael Jácome, L.C.

Editor Responsable de este número Arturo Ramos Pluma

Coordinación Gráfica Elisa López Castañeda

Colaboradores Alberto García, P. Fernando Pascual, L.C., P. Juan Pablo Ledesma, L.C., Antonio Gaspari, Jorge Enrique Mújica, L.C., P. Antonio Rivero, L.C., P. José

Sacerdos, revista de comunión sacerdotal, caridad pastoral y formación permanente, Año XXIII No. 115, enero-febrero 2015, es una publicación bimestral editada por Editorial El Arca, S.A. de C.V. Prado Norte núm. 565, col. Lomas de Chapultepec, C.P. 11000 México, D.F.,

Tel./Fax: (55) 4746-4000 *150 - [email protected]. Editor responsable de este número: Arturo Ramos Pluma. Número de Certificado de Reserva otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor: 04-2012-070513023700-102. Número de Certificado de Licitud de Título: (en trámite). Número de Certificado

de Licitud de Contenido: (en trámite). Se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2015 en los talleres de Heredia & Hernández, S.A. de C.V. Norte 85 núm. 449, col. Electricistas, México, D.F., C.P. 02060, Tel.: 2474-5951

María Antón, L.C., P. Gonzalo Miranda, L.C., P. José Antonio Caballero, L.C., P. Álvaro Correa, L.C.

Distribución en México Grupo El Arca.Oficinas en México Prolongación Ingenieros Militares núm. 156, col. San Lorenzo Tlaltenango, C.P. 11210, México, D.F., Tel./Fax: (55) 4746-4000 *150

Banco de imágenes Thinkstock photos

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P. Edward McNamara L.C.

comunión sacerdotal

Decano de la facultad de Teología. Ateno Regina Apostolorum

enero-febrero 2015

El 11 de febrero de 2013 la Congregación para el Clero publicó una nueva edición del Directorio para el minis-terio y la vida de los presbíteros. Este documento amplio cubre la mayor parte de la vida de los sacerdotes el día de hoy y ofrece preciosas indicaciones para que el ministe-rio continúe, para ser fecundo y santificador en el futuro. En este breve artículo nos limitaremos a considerar cómo presenta el tema de la fidelidad a las normas litúrgicas.

El Directorio encuadra sus indicaciones dentro del aspecto global de la espiritualidad sacerdotal, y concre-tamente en la virtud de la obediencia del sacerdote. Bajo este mismo encabezado se busca dar el fundamento de esta obediencia, su naturaleza jerárquica, la autoridad ejercida con caridad, el respeto a las normas litúrgicas, la unidad en los planes pastorales y la importancia y obligatoriedad del traje eclesiástico.

El tema que nos interesa se encuentra, sobre todo, en el número 59 que reza así:

“59. Entre varios aspectos del problema, hoy mayor-mente relevantes, merece la pena que se ponga en evidencia el del amor y respeto convencido de las normas litúrgicas.”

“La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, «la cumbre hacia la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de la que mana toda su fuerza». Ella constituye un ámbito en el que el sacerdote debe tener particular conciencia de ser ministro, es decir, siervo, y de deber obedecer fielmente a la Iglesia. «Regular la sagrada liturgia compete únicamente a la autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede Apostólica y, según norma de dere-

La fidelidad a las normas litúrgicas

RESPETO

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cho, en el Obispo». El sacerdote, por tanto, en tal materia no añadirá, quitará o cambiará nada por propia iniciativa.”

“Esto vale de modo especial para los sacramentos, que son por excelencia actos de Cristo y de la Iglesia, y

que el sacerdote administra en la persona de Cristo Cabeza y en nombre de la Iglesia, para el bien de los fieles. Éstos tienen verdadero de-recho a participar en las celebraciones litúrgi-cas tal como las quiere la Iglesia, y no según los gustos personales de cada ministro, ni tam-poco según particularismos rituales no apro-bados, expresiones de grupos, que tienden a cerrarse a la universalidad del Pueblo de Dios.”

Apelar a la obediencia es muy válido y ha sido una constante en los documentos de la Santa Sede, en las muchas ocasiones en las cua-les ha tenido que tratar este tema. Sin embar-go, la misma obediencia en este tema tiene un fundamento más profundo y las motivaciones

para ser fiel a la normativa litúrgica son más extensas que la obediencia.

Hace diez años, el 23 de abril de 2004, la Congrega-ción para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramen-tos emitió la Instrucción Redemptionis Sacramentum, bajo el título “Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía”. Con este docu-mento la congregación respondía a los deseos de san Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia de redactar un documento jurídico que corrigiera los notorios abu-sos que se dan dentro de la celebración eucarística.

Este documento, en el fondo jurídico, al mismo tiempo ofreció la posibilidad de cimentar las bases del carácter sagrado de la liturgia y de la necesidad de respe-tar las normas litúrgicas, sobre todo en la celebración de la Eucaristía. Como dice el preámbulo, “El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande «para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respe-taría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal»” (Instrucción n. 11).

Más adelante, el Artículo 5 de la Instrucción subra-ya que la obediencia a las normas litúrgicas no es simple-

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mente conformidad externa, sino que debe unirse a la fe, esperanza y caridad que la misma participación de la Eu-caristía exige:

“La observancia de las normas que han sido promul-gadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón… Las palabras y los ritos litúrgicos son expre-sión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sen-timientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que Él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón.”

Además de los derechos de Dios, el documento pide también el respeto a los derechos de los fieles como moti-vo para esta fidelidad a las normas. El creyente goza del derecho de “celebrar una Liturgia, y especialmente la celebración de la Santa Misa, tal como la Iglesia ha querido y establecido... y que la celebración de la santísima Eucaristía aparezca verdaderamente como sacramento de unidad, excluyendo absolutamente todos los defectos y gestos que puedan manifestar divisiones y facciones en la Iglesia” (Art. 12).

Esto es crítico en los aspectos de la Litur-gia, “establecidos por el propio Cristo… que constituye la parte inmutable de la Liturgia” y “sobre los que la misma Iglesia no tiene nin-guna potestad”. Nota el documento que los abusos en estas áreas causan un grave daño al creyente, no sólo en lo que toca a la validez del sacramento, sino en esos aspectos en los que “la sagrada Liturgia está estrechamente ligada con los principios doctrinales. Por lo que el uso de textos y ritos que no han sido aprobados lleva a que disminuya o desaparez-ca el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi” (Art. 10).

Debido a esto, aquellos que dan rienda suelta a sus inclinaciones dañan a los creyentes en Cristo, en vez de ofrecerles una renovación litúrgica, privándolos de su herencia, dañando la unidad sustancial del Rito Roma-no, introduciendo distorsión y desarmonía en la cele-

“El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande “para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal”...”

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bración eucarística, y produciendo “incertidumbre en materia de doctrina, duda y escándalo para el Pueblo de Dios” (Art. 11).

Los sacerdotes no deben dañar a la Iglesia adulte-rando las celebraciones litúrgicas a través de la alteración, la omisión, las adiciones arbitrarias (Art. 31), o cediendo las cosas propias de su oficio a los no ordenados (Art. 32). Al contrario, deben hacer todo lo que puedan para prevenir cualquiera de estas distorsiones, fomentando activamente la Eucaristía y la vida litúrgica de las almas confiadas a su cuidado (Art. 32-33).

Así, tenemos dos modos complementarios de acer-camos al tema de la fidelidad a las normas litúrgicas, den-tro del contexto de la obediencia sacerdotal, subrayado sobre todo en el Directorio, y un enfoque que podríamos llamar teológico y eclesiológico que está más enfatizado en el Instructivo, aunque también presente en el Directorio.

Quizás podemos decir que con estos dos documen-tos la misma Iglesia funda la importancia de la fidelidad a sus normas en tres derechos. El derecho de Dios en lo que ha establecido como necesario para los sacramentos y de recibir de nosotros todo el infinito amor y respeto que él merece. El derecho de la Iglesia, que respeta lo que ha establecido para la digna celebración de sus propios ritos. El derecho de los fieles de celebrar y participar en una auténtica celebración de la Iglesia Católica.

Para el sacerdote, respetar estos tres derechos no es nada más una obligación de tipo jurídico o de obedien-cia, es mucho más: es un ejercicio de su misión de pastor de Jesucristo y de su Iglesia.

Me parece que con estas reflexiones la Iglesia nos está invitando a superar un contraste que todavía se en-cuentra en algunas partes entre ser fiel y ser pastoral. Pero, ¿vale la pena preguntar si de verdad rige un contras-te tal, si de verdad puede existir una contraposición entre seguir con fidelidad las normas litúrgicas y ser pastoral?

Si de verdad existiese tal contraposición, entonces la Iglesia, al hacer sus normas, estaría yendo contra su propia misión pastoral. Estaría creando obstáculos a la salvación de las almas. ¿Es razonable creer que Dios haya establecido una Iglesia con una doble personalidad?

“Para el sacerdote,

respetar estos tres derechos

no es nada más una obligación

de tipo jurídico o de

obediencia [...] es un ejercicio

de su misión de pastor de Jesucristo...”

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La respuesta es un claro ¡no! No puede existir de verdad un contraste entre fidelidad y pastoral. Es más, se puede decir que, en el fondo, no hay modo más pastoral de actuar que la fidelidad a las normas.

Gran parte de los problemas pastora-les que hoy tenemos son: escasez del clero, pueblos aislados, nuevos retos culturales, falta de formación y formadores, pobreza, injusticia y muchos temas más. Éstos no son realmente nuevos y la Iglesia los ha te-nido que enfrentar y resolver innumerables veces a lo largo de su historia. De hecho, podemos decir que las normas no son más que la codificación de la experiencia pasto-ral plurisecular de la Iglesia entera.

Incluso, en aquellas normas que apa-rentemente limitan la acción pastoral, como el número de misas que se pueden celebrar en un día, es la Iglesia quien cuida de la pas-toral de sus fieles. Por un lado, es respetar los derechos de Dios, de la Iglesia y de los fieles, asegurando una celebración sagrada con un ministro en sus mejores condicio-nes. Por otro lado, es el cuidado pastoral del sacerdote para prevenirle del desgaste físico y espiritual, aunque movido por un auténti-co celo y deseo de servir a las almas.

También la fidelidad es pastoral: es el servicio del sacerdote de educar y guiar a los fieles en la oración. En un mundo con tantas iniciativas y carismas nuevas en el ámbito espiritual, la liturgia, en cuanto es-cuela de oración, ayuda a todos a encontrar la armonía entre una estructura normativa y el dejar espacio para una cierta creatividad. Además, la liturgia ofrece pautas objetivas para discernir lo que puede ser una iniciativa espiritual auténtica, lo que no lo puede ser, o lo que nece-sita de alguna orientación para expresar mejor su identi-dad como parte de la fe católica.

Sin embargo, la liturgia sólo puede servir para esta tarea pastoral de enseñar en la oración cuando ella mis-ma es una fiel y auténtica expresión de la fe.

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Card. Walter Kasper

Presidente emérito del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos

comunión sacerdotal

Misericordia y verdad para los divorciados vueltos a casar

ACTUALIDAD Misericordia y verdadLa misericordia está ligada a la verdad; y viceversa: la verdad está ligada a la misericordia. La misericordia es el principio hermenéutico para interpretar la verdad. Signi-fica que la verdad se realiza en la caridad (Efesios 4, 15). Según la comprensión católica, se debe entender la palabra de Jesús en el contexto de toda la tradición de la Iglesia. En nuestro caso, esta tradición no es, de hecho, tan unili-neal como a menudo se ha afirmado. Existen cuestiones históricas y diferentes opiniones de expertos realmente importantes, de las cuales no podemos simplemente des-embarazarnos. La Iglesia ha buscado continuamente un camino más allá del rigorismo y del laxismo, es decir, ha buscado hacer la verdad en la caridad.

La unicidad de cada persona es un aspecto constitu-tivo fundamental de la antropología cristiana. Ningún ser humano es simplemente un caso de una esencia humana universal, ni puede ser juzgado sólo según una regla ge-neral. Jesús nunca ha hablado de un “-ismo”: ni de indi-vidualismo, ni de consumismo, ni de capitalismo, ni de relativismo, ni de pansexualismo, etc. En una parábola, Jesús habla del Buen Pastor que deja las noventa y nueve ovejas para ir en busca de la única que se ha perdido, para devolverla al redil. Y añade: “de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión” (Lucas, 15, 1-7). En otras palabras: no existen los divor-ciados vueltos a casar; hay, más bien, situaciones muy di-versificadas de divorciados vueltos a casar, que se deben

De “L’Osservatore Romano” del 12 de marzo

de 2014 (texto originalen italiano).

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Presidente emérito del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos distinguir con cuidado. No existe siquiera “la” situación objetiva que se opone a la admisión a la Comunión, sino que hay muchas situaciones muy diferentes. Si, por ejem-plo, una mujer que ha sido abandonada por el marido sin su culpa, y por amor a los hijos tiene necesidad de un hombre o de un padre, y en ese segundo matrimonio, contraído sólo civilmente, busca con honestidad vivir una vida cristiana y educa cristianamente a los hijos, y se compromete ejemplarmente en la parroquia (como suce-de con frecuencia), entonces también esto forma parte de la situación objetiva que debe distinguirse esencialmente de aquella que, por desgracia, nos toca constatar repeti-

damente, en donde una persona, más o menos indiferen-te desde el punto de vista religioso, contrae un segundo matrimonio civil y vive en él más o menos alejado de la Iglesia. Por tanto, no se puede partir de un concepto de la situación objetiva reducida a un único aspecto. Más bien hay que preguntarse con seriedad si creemos real-mente en el perdón de los pecados, como profesamos en el Credo, y si creemos en el arrepentimiento del que ha

“... no existen los divorciados vueltos a casar; hay, más bien, situaciones muy diversificadas [...] que se deben distinguir con cuidado.”

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cometido un error, quien, no pudiéndolo eliminar sin nueva culpa, hace todo lo que le es posible para obtener el perdón de Dios. ¿Y entonces podemos negarle la abso-lución? ¿Sería éste el comportamiento del Buen Pastor y del samaritano misericordioso?

Es verdad que, para estos casos concretos, la tra-dición católica no conoce, a diferencia de las iglesias ortodoxas, el principio de la oikonomía, pero conoce el principio análogo de la epiqueya, del discernimiento de espíritus, del equiprobabilismo (Alfonso María de Ligorio), y también la concepción tomista de la funda-mental virtud de la prudencia, que aplica una norma general en la situación concreta (algo que, en el sentido de Tomás de Aquino, no tiene nada que ver con la éti- ca de la situación).

En concreto: no hay una solución general para todos los casos. No se trata de la “admisión” de los di-vorciados vueltos a casar. Hace falta tomar en serio la unicidad de cada persona y de cada situación y, con cui-dado distinguir y decidir, caso por caso. A tal considera-ción, el camino de la conversión y de la penitencia, tan variado como lo ha conocido la Iglesia antigua, no es el de la gran masa, sino que es el camino de cada cristiano que ha tomado realmente en serio los sacramentos.

El beato John Henry Newman escribió el famoso ensayo On Consulting the Faithful in Matters of Doctrin; en donde ha mostrado que durante la crisis arriana de los siglos iv y v no fueron los obispos, sino los fieles, los que conservaron la fe dentro de la Iglesia. En su tiempo, Newman fue muy criticado, pero así se convirtió en un precursor del Concilio Vaticano II, que de nuevo puso claramente en evidencia la doctrina del sentido de la fe que se dona a cada cristiano a través del Bautismo (Lu-men gentium, 12, 35).

Es necesario considerar el sensus fidei de los fieles precisamente en este tema. Aquí en el consistorio somos todos célibes, mientras que la mayor parte de nuestros fieles viven la fe en el evangelio de la familia, en situacio-nes concretas y a veces difíciles. Por ello, nosotros ten-dremos que escuchar su testimonio y también aquello que los colaboradores y las colaboradoras pastorales y los

“... el camino de la conversión y

de la penitencia [...] no es

el de la gran masa, sino

el camino de cada cristiano

que ha tomado realmente

en serio los sacramentos.”

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consejeros en la pastoral de las fa-milias tienen que decirnos. Y ellos tienen algo que decirnos.

Por tanto, toda la cuestión no puede decidirla únicamente una comisión, de la cual forman parte sólo cardenales y obispos. Eso no excluye que la última palabra en el sínodo esté de acuerdo con el Papa. Respecto a nuestro tema, hay grandes expectativas en la Iglesia. Sin duda, es imposible responder a todas ellas. Pero si repitiéramos solamente las respuestas que pre-sumiblemente ya han sido dadas desde siempre, eso llevaría a cualquiera a una pésima des- ilusión. Como testigos de la esperanza, no podemos dejarnos guiar por una hermenéutica del miedo. Son ne-cesarias la valentía y, sobre todo, la franqueza (parresía) bíblica. Si no lo queremos, entonces no tenemos que te-ner un sínodo sobre ese tema, porque en tal caso la situa-ción sucesiva sería peor que la precedente.

Al abrir la puerta debemos dejar por lo menos un resquicio para la esperanza y las expectativas de las per-sonas. Y dar al menos una señal de que también por nues-tra parte tomamos en serio las esperanzas, las preguntas, los sufrimientos y las lágrimas de tantos cristianos serios.

Cuatro pasosLas consideraciones presentadas en el consistorio han sido precedidas, desde hace algunos años hasta ahora, de diálogos con pastores en cura de almas, consultores ma-trimoniales y familiares, además de con parejas y fami-lias interesadas. Inmediatamente después de la relación, tales conversaciones se han retomado espontáneamente. Sobre todo, muchos hermanos religiosos quieren saber, más bien con rapidez, qué deben o pueden hacer ellos en concreto. Estas preguntas son comprensibles y justi-ficadas. De todos modos, no hay recetas simples. Mucho menos la Iglesia puede imponer determinadas solucio-nes en forma arbitraria o construyendo maquinaciones

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amenazantes. Para llegar a una solución posiblemente unánime es necesario completar muchos pasos. En las cuestiones que se refieren a la sexualidad, el matrimonio y la familia, el primer paso consiste, sobre todo, en ser de nuevo capaces de hablar y de encontrar una vía de salida de la inmovilidad de un enmudecimiento resignado ante las situaciones de hecho. El preguntarse simplemente qué es lícito y qué es, sin embargo, prohibido, no resulta aquí de gran ayuda. Las cuestiones relativas al matrimonio y la familia –entre las cuales la cuestión de los divorciados vueltos a casar es sólo una, si bien sea un problema acu-ciante– forman parte del gran contexto dentro del cual se nos pregunta cómo pueden encontrar las personas la felicidad y la plenitud de su vida.

De este contexto forma parte, esencialmente, el modo responsable y gratificante de relacionarse con el don de la sexualidad, don hecho y confiado por el Creador a los seres humanos. La sexualidad debe hacer salir al ser humano del callejón sin salida y de la soledad que provoca un indivi-dualismo autorreferencial, y conducirlo al tú de otra per-sona y al nosotros de la comunidad humana. El aislamiento de la sexualidad de tales relaciones globalmente humanas y su reducción a sexo no han llevado a la liberación tan ensalzada, sino, más bien, a su banalización y comerciali-zación. La muerte del amor erótico y el envejecimiento de nuestra sociedad occidental son sus consecuencias. Matri-monio y familia son el último nido de resistencia contra una economía y una tecnificación de la vida que calcula todo fríamente y que devora todo. Tenemos todos los mo-tivos para comprometernos lo más posible por el matri-monio y la familia, y, sobre todo, para acompañar y animar a los jóvenes a transitar este camino.

Un segundo paso, dentro de la Iglesia, consiste en una espiritualidad pastoral renovada, que se despide de una mezquina consideración legalista y de un rigo-rismo no cristiano que carga sobre las personas pesos insoportables, y que nosotros mismos, clérigos, no que-remos y ni siquiera sabremos llevar (cfr. Mateo, 23, 4). Las iglesias orientales, con su principio de la oikonomía, han desarrollado un camino más allá de la alternativa entre rigorismo y laxismo, del cual nosotros podemos

“Matrimonio y familia son

el último nido de resistencia

contra una economía y una

tecnificación de la vida que

calcula todo fríamente y que

devora todo.”

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ecuménicamente aprender. En Occidente conocemos la epiqueya, la justicia aplicada a cada caso singular, que se-gún Tomás de Aquino es la mayor justicia.

En la oikonomía, no se trata primariamente de un principio del derecho canónico, sino, más bien, de una actitud fundamental espiritual y pastoral, que aplica el Evangelio según el estilo de un buen padre de familia, entendida como oikonomos, según el modelo de la eco-nomía divina de la salvación. Dios, en su economía de la salvación, ha dado muchos pasos junto con su pueblo, y en el Espíritu Santo ha recorrido un largo camino con la Iglesia. Análogamente, la Iglesia debe acompañar a las personas en su caminar hacia el fin de la vida, y aquí de-bería ser consciente de que también nosotros como pas-tores estamos en camino y que con bastante frecuencia nos equivocamos, debemos comenzar de nuevo y –gra-cias a la misericordia de Dios, que jamás tiene fin– pode-mos también recomenzar siempre.

La oikonomía no es un recorrido, ni siquiera una vía de salida barata. Más bien, hace dar la importancia necesaria al hecho de que, como ya Martín Lutero lo había formulado precisamente en la primera de sus tesis sobre la indulgencia de 1517, toda la vida del cristiano es una penitencia, es decir, un continuo cambio en el modo de pensar y una nueva orientación (metanoia). El hecho de que nosotros con asiduidad lo olvidemos y

“... también nosotros como pastores estamos en camino y [...] nos equivocamos, debemos comenzar de nuevo y [...] podemos también recomenzar siempre.”

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que hayamos descuidado el sacramento de la penitencia como sacramento de la misericordia, es una de las más profundas heridas del cristianismo actual. La vía peni-tencial (via poenitentialis) no es, por tanto, algo para los divorciados vueltos a casar, sino para todos los cristianos. Sólo si en la pastoral nos orientamos nuevamente de este modo profundo y global avanzaremos también en los te-mas concretos que tenemos delante, paso a paso.

Un tercer paso se refiere a la traducción institucio-nal de estas consideraciones antropológicas y espiritua-les. De modo que ni tanto el sacramento del matrimonio ni el sacramento de la eucaristía son únicamente un asunto individual privado: poseen un carácter comu-nitario y público, y por ello, una dimensión jurídica. El matrimonio celebrado en la iglesia debe ser comparti-do por toda la comunidad de la Iglesia, concretamente por la parroquia, y el matrimonio civil está bajo la tu-tela de la Constitución y del ordenamiento jurídico del Estado. Considerados en este contexto más amplio, los procedimientos canónicos en cuestiones matrimoniales necesitan una reorientación espiritual y pastoral. Ya hoy existe un amplio consenso sobre el hecho de que los pro-cedimientos unilateralmente administrativos y legales, según el principio del tuciorismo, no hacen justicia a la salvación ni al bien de las personas ni a su concreta si-tuación de vida, a menudo mal comprendida.

Esto no es un alegato en favor de una gestión más laxista ni por una mayor liberalidad en las declaraciones de nulidad matrimonial, sino, más bien, por una simpli-ficación y aceleración de estos procedimientos y, sobre todo, para situarlos dentro de los coloquios pastorales y espirituales, en el contexto de un asesoramiento pastoral y espiritual en el ánimo del Buen Pastor y del samaritano misericordioso.

Se discute con controversia, sobre todo, un cuarto paso, en referencia a situaciones en las cuales una decla-ración de nulidad del primer matrimonio no es posible o, como sucede en no pocos casos, no es deseada porque se considera no honesta.

La Iglesia debería alentar, acompañar y sostener desde cualquier punto de vista a aquellos que, después

“La Iglesia debería alentar,

acompañar y sostener [...] a aquellos que,

después de una separación

civil, inician el difícil camino de quedarse solos.”

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de una separación civil, inician el difícil camino de que-darse solos.

Aquí, nuevas formas de Iglesias domésticas pueden resultar de gran ayuda y darles una nueva posibilidad de sentirse en casa. El camino para hacer posible el sacra-mento de la penitencia y de la eucaristía a los divorcia-dos que se han vuelto a casar civilmente, en situaciones concretas y después de un período de reorientación, debe recorrerse en cada caso con la tolerancia y con el implí-cito consenso del obispo. Esta discrepancia entre el or-denamiento oficial y la praxis local no es una situación buena ni nueva.

Asimismo, si una casuística no es posible, y ni si-quiera deseable, deberían valer y ser públicamente decla-rados los criterios vinculantes. En mi relación he buscado hacerlo. Este intento puede obviamente mejorarse. De todos modos, la esperanza de muchísimas personas está justificada: la esperanza de que el próximo Sínodo, guia-do por el Espíritu de Dios, después de haber ponderado todos los puntos de vista, pueda indicar un buen y común camino.

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caridad pastoral

Necesitados de la misericordia divina. Nuestra época actual, sumergida en el relativismo gnoseológico y mo-ral, nos ha imbuido la falsa idea de un estilo de vida sub-jetivo, totalmente autónomo, al margen de Dios o de su divina voluntad, de modo que muchos de los más graves pecados de nuestra sociedad materialista derivan de los enormes vacíos de Dios en nuestro corazón. Como un signo claro de lo anterior, el mercado está inundado de una enorme cantidad de ofertas de cursos y procesos di-versos de autoayuda que prometen una especie de pseu-dosalvación, que, por supuesto, no es capaz de rebasar las posibilidades de lo puramente humano. Hay comu-nidades enteras que, por falta de atención diligente de su pastor, tratan de compensar con este tipo de apoyo lo que nosotros con prioridad estamos obligados a pro-digar gratuitamente, en virtud del pastoreo a nosotros encomendado.

Como vemos, los sacerdotes no estamos libres de la grave tentación antes mencionada, quedándonos en los medios de ayuda puramente naturales, por eso ne-cesitamos recuperar, en nuestra comunidad eclesial, la conciencia de lo sagrado y el reconocimiento de nuestra absoluta necesidad del don de Dios por excelencia, que es la vida sobrenatural. Los medios humanos, aunque a veces necesarios, son radicalmente insuficientes para ele-var al hombre a su más alto estado de perfeccionamiento. La comunidad está urgida de encontrar en nosotros, de forma asidua y accesible, los medios que le permitan ser beneficiarios de la misericordia divina.

Pbro. David Muñiz Fortuna

Diócesis de Tampico

RECONCILIACIÓN

“Creados por amor y para amar”(parte 2)

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Por otra parte, se ha ensalzado de tal manera la idea que el ser humano tiene de sí mismo, que aparece ante nuestros ojos como un ser súper potentado, capaz de sal-varse a sí mismo, o peor aún, podemos caer en la preten-sión de ser salvadores de los demás, al margen de la gracia divina. Nada más lejos de nuestra realidad limi-tada; por eso, qué importante es no perder de vista que los sacerdotes somos seres indigentes, tan nece-sitados de la misericordia divina como cualquier otra persona, y de que solamente en la medida en que aceptemos ser objeto de la divina misericordia, seremos capaces de ordenar la propia vida y la de nues-tros hermanos hacia Dios y su plan de amor.

Somos jueces de misericor-dia. Siendo tan limitados, sería absurdo erigirnos como el criterio último de la realidad; sin embargo, éste es un pecado sacerdotal que se da con cierta frecuencia a través de la homilía o de la práctica penitencial. Como sabia-mente nos enseñaba el Papa Benedicto XVI, no podemos ser una Iglesia auto-referencial. Una clara manifestación de lo anterior puede darse cuando nos convertimos, no en jueces de misericordia, sino en severos verdugos de la comunidad e imponemos, como fariseos, a la gente, car-gas que ni nosotros hemos sido capaces de llevar.

Nosotros mismos somos, ante todo y de forma ori-ginaria, oyentes de la palabra, y nuestra vida ha de amol-darse, en primer lugar, a las sanas exigencias de la verdad y del auténtico bien personal –que no se contrapone al bien común–, demandadas por nuestra recta conciencia, y en segundo término, a las más altas prerrogativas de la divina voluntad. La vida de los santos, “evangelios vi-vientes”, dan prueba fidedigna de la enorme perfección y realización a la que puede llegar el ser humano cuando cumple fielmente las más altas exigencias de la voluntad divina, expresadas en su palabra de vida.

“... el mercado está inundado de [...] ofertas de cursos [...] de autoayuda que prometen una especie de pseudosalvación, que [...] no es capaz de rebasar [...] lo puramente humano.”

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Necesitamos ser redimi-dos. La redención implica dos elementos constitutivos funda-mentales, que son posibles gra-cias al don de la reconciliación, que se obra por el sacramento de la penitencia: por una parte, la liberación del daño infligido por el pecado grave o mortal, que nos priva de la gracia divina y del don de la salvación, y por otra, la elevación del alma al es-tado de amistad y comunión con Dios, que nos dispone para reci-bir todo tipo de beneficios espiri-

tuales y celestiales. Al caer en cuenta del excelso don del Padre celestial

que se obra por nuestro medio, los sacerdotes necesita-mos revalorar las maravillas de Dios, que nos ha consi-derado dignos –no obstante nuestras miserias– de ser sus instrumentos de gracia. Sin duda, puede ser desagradable o tedioso escuchar “las mismas faltas de siempre en las mismas personas empedernidas por graves y recurrentes pecados”, pero no podemos quedarnos con esa imagen de nuestra práctica penitencial, sino elevar nuestra mente y corazón al cielo con gratitud y corresponder amorosa-mente a un don tan grande.

Creados para participar y hacer partícipes a los demás, del don de Dios. Dios nos ha reservado a los sacerdotes un lugar especial en su corazón. Como nos enseña Conchita Cabrera de Armida, “el sacerdote ha de salvarse con una gran multitud de creyentes o no se salva”. ¿Cuántas personas habrán perdido la oportunidad de reconciliarse con Dios porque no hemos sido medios disponibles para prodigar la misericordia divina? Decía el papa Juan Pablo II que “la fe nunca crece tanto como cuando se comparte”. Por eso hemos de ser fieles y dili-gentes en el ministerio de la reconciliación, para que el don salvífico de Dios se incremente en nuestra propia vida y ministerio sacerdotal. Seamos conscientes que, “a

“Dios nos ha reservado a los sacerdotes un lugar especial

en su corazón.”

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los que han vivido sin misericordia, se les tratará sin mi-sericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio”.

Llamados a ser ministros de la reconciliación. Como bien sabemos, pertenece exclusivamente a Dios el perdón de los pecados, por eso hemos sido redimidos en Cristo. Los feligreses, al abrir su corazón y su conciencia en la práctica sacramental, nos confían lo más íntimo y sagrado de su persona: el misterio insondable de su ser. Y tenemos en nuestras manos, a criterio personal, la facul-tad de “atar y desatar”.

Es increíble la facultad que nos ha confiado el Señor y Juez de nuestras vidas, al constituirnos, en virtud del orden sacerdotal, en ministros de la reconciliación. Qué grande es el amor de Dios por nosotros, sus sacerdotes, al confiarnos un don tan grande. No perdamos de vista que “a los que más se nos ha confiado, más se nos pedirá cuentas”.

“Los feligreses [...] nos confían lo más íntimo y sagrado de su persona: el misterio insondable de su ser.”

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† Mons. Carlos Suárez Cázares

Obispo Auxiliar de Morelia

caridad pastoral

VERSe dice, con toda razón, que vivimos en un mundo frag-mentado o que estamos inmersos en una cultura de la fragmentación. Esto lo podemos observar en todos los ámbitos de la vida: en el orden de la familia y de la educa-ción, hoy en día no se forma integralmente a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, a las personas en general. Se toman en cuenta solamente algunas dimensiones de la vida, que incluso no son las más importantes. Los padres de familia han perdido la capacidad de transmitir a sus hi-jos una forma de vida determinada, ideales que forjen su personalidad, principios y valores que vayan creando una vida interior que se manifieste en actitudes y en conductas coherentes y en una estructura fundamental en torno a la cual puedan ir construyendo su manera de ser y su pers-pectiva de vida. A muy temprana edad, sencillamente los niños y jóvenes son abandonados, sin más, a la escuela, donde se supone que los educan realmente, y en la propia casa los medios de comunicación influyen cada vez más en las jóvenes generaciones. Lo que resulta, en el mejor de los casos, es que los niños y jóvenes van sabiendo algo, aprendiendo a hacer algo, adquiriendo algunas habilida-des, y hoy en día, especializándose en las redes sociales.

De situaciones como éstas, resulta que nunca llegan a tener lo que se llamaba antes “una visión del mundo”, un perspectiva global de todo lo que son y hacen, un míni-mo sentido de totalidad, que dé razón y unidad a todo lo que van viviendo, aprendiendo, haciendo en los distintos ámbitos de la existencia. A la vida fragmentada, se van

Desde el corazón del Evangelio

REFLEXIÓN

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añadiendo otras condiciones existenciales, como el lla-mado pensamiento débil: cada día se usa menos la mente y la razón para conocer la realidad y para ir adquirien-do esa unidad interior que viene siendo como la raíz que después vivificará y dará frutos.

En el campo de la psicología social, de la psiquiatría, la psicología y en general la cultura o las culturas que pro-liferan, se habla corrientemente de la falta de sentido, de la falta de significado, de la ausencia de utopías. No hay ideales ni horizontes que jaloneen la vida concreta y real de las personas, aunque esto no quiere decir que no se tengan objetivos concretos como, por ejemplo, obtener

un título profesional o pertenecer a alguna organización del tipo que sea; pero, por ejemplo, cuando se trata de ele-gir un estado de vida, hacer una opción definitiva, ir más allá del instante, de lo inmediato, del aquí y ahora, ahí viene la parálisis existencial o sencillamente el rechazo de cualquier responsabilidad; hablar de una vocación o una misión, como quiera que se las entienda, está muy lejos del común de las nuevas generaciones.

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Las causas de situaciones de este tipo son múltiples: la crisis de las instituciones, en la familia, para comenzar el pragmatis-mo y utilitarismo en la educación, que crea habilidades, pero no genera ideas ni, mucho menos, virtudes; la avalancha de la tecnolo-gía que sustituye en muchas operaciones a la mente, a la voluntad, a la libertad misma; los medios de comunicación que van propagan-do modelos de vida superficiales y  carentes de propuestas que hagan pensar y generen un interés verdaderamente humano, social, cultural, político, ya no digamos religioso.

Los fenómenos que de ahí se están dando en la so-ciedad ya tienen alarmados a muchos: carencia de valores, propagación de los vicios y de las drogas, proliferación de grupos sin ubicación en el mundo de las universidades ni en el trabajo, la exacerbación de centros de reunión, de diversión o de simple desfogue de energías reprimidas y mal orientadas, que tienen a las familias de cabeza, a los educadores y maestros perplejos, y a las autoridades in saber qué hacer. 

JUZGAREn el fondo de las cosas, podemos asentar la casi absoluta ausencia de ideas, sistemas de pensamiento, doctrinas filo-sóficas, también propuestas de orden teológico o religioso que sean verdadero alimento para el espíritu, que forjen escuelas de pensamiento o incluso ideologías sustentadas en principios racionales o razonables, que inviten a la in-vestigación, al intercambio y al diálogo, y la búsqueda de categorías que en todo tiempo y lugar han forjado las ci-vilizaciones: la verdad, el bien, la libertad, la búsqueda de lo trascendente, la inevitable pregunta sobre Dios, el más allá, el destino final, la posibilidad de crear mundos nue-vos y nuevas civilizaciones, al final de cuentas.

Este tipo de problemáticas tiene también gran re-percusión en la Iglesia Católica en todos sus niveles, par-tiendo del hecho de que en ella encontraba mucha gente lo que ahora se ha perdido, y con el reconocimiento de que muchas personas lamentablemente no encuentran

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ya en ella su inspiración de vida, ni en las ideas ni en la conductas morales.

El papa Francisco está creando realmente un cam-bio y, hasta cierto punto, una revolución, pero no sólo en el terreno de simplemente la evolución de las sociedades y del acontecer del mundo, sino en una nueva propuesta evangélica sobre la persona, sobre la sociedad misma, so-bre las culturas urbanas, sobre el manejo de la economía y de la política mundial, en una nueva opción por los po-bres del mundo, en orden a la realización del bien común y de la justicia, como condición indispensable para la paz, en orden a una actitud de diálogo entre las diferen-tes concepciones del hombre, en las distintas religiones, entre la teología, la filosofía y las ciencias, y los debates sobre la libertad religiosa y los derechos de los que él lla-ma “los descartados”.

De esta revolución trascendental (no dudo en lla-marla así porque va más allá de lo inmediato, de lo actual, de lo que se ha hecho siempre, de lo que se creía imposi-ble) nadie puede escapar, y esta consigna –casi una procla-ma o un bando– la lanza al mundo entero, a los gobiernos, a las organizaciones mundiales. Y por supuesto, nadie en la Iglesia se puede eximir de estos nuevos torbellinos, que esperamos encuentren cauces de salida, rumbos definidos, soluciones reales, nuevos esquemas de pensamiento y re-novadas estructuras e instituciones a corto y a largo plazo. Y advierte: el Papa no pretende tener la solución a todos los problemas de la humanidad ni tampoco es un experto en todos los campos de la vida del mundo actual, pero destaca con insistencia: espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misio-nera, que no puede dejar las cosas como están. De lo que en seguida hablaré, tiene un sentido pragmático y se deducen consecuencias im-portantes. De la exigencia de una conversión pastoral no se escapa nadie en la iglesia, ¡ni el Papa mismo!: “¡Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado! EG 31,

“De esta revolución trascendental [...] nadie puede escapar, y esta consigna --casi una proclama o un bando-- la lanza al mundo entero...”

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ACTUAREl papa Francisco hace referencia a la Exhor-tación Apostólica “El gozo del Evangelio”, que publicó para sorpresa de todos el 24 de no-viembre del año 2013, en la Clausura del Año de la Fe. Es un documento amplio, profundo, novedoso y también denso, que dará mucho de qué hablar y mucho más qué hacer en la Iglesia de los próximos años.

Como buen latinoamericano, pareciera que el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio, argentino, lanza al mundo entero la proclama de la Iglesia de América Latina en Aparecida, Brasil: hacernos todos discípulos y misioneros de la Nueva Evangelización.

Comentaremos particularmente el nú-mero treinta y cuatro, que se titula: “Desde el corazón del Evangelio”. Como lo hace a lo largo de toda la Exhorta-ción, el papa Francisco parte de ciertos principios, que aquí son: lo esencial tiene primacía ante lo secundario, la totalidad sobre lo particular, lo que permanece sobre lo que es transitorio. Con base en ello, hace consideraciones prácticas e importantes, como dice él.

Debido a las posturas e intereses de los medios de comunicación, con frecuencia se acentúan aspec-tos secundarios del mensaje cristiano que, incluso, son extraídos de su contexto más amplio, por lo que son in-comprendidos o mal enfocados. No es difícil entrever cómo el Papa sobreentiende algunos temas de la praxis de la Iglesia, como el celibato de los sacerdotes, la posibili-dad de la ordenación de mujeres, la unidad e indisolubi-lidad del matrimonio, ciertas posturas eclesiales sobre la vida, el ejercicio de la sexualidad y la moralidad de ciertas conductas, como la homosexualidad, y también los ex-perimentos sobre la vida. Aunque son importantes, estos temas requieren de una más amplia explicación en rela-ción con principios más importantes: la naturaleza del sacerdocio, los fundamentos de la relación del hombre y la mujer a partir de los datos de la Escritura, la dignidad del hombre y de la mujer y las consecuencias de ello para su misión fundamental en el mundo. 

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En otro orden de consideraciones, el papa Francis-co se refiere a algo que es muy común hoy en día: en el campo de la doctrina, se olvidan o se distorsionan al-gunos dogmas de   la verdad de la fe que muchas veces ciertas condiciones históricas la evaden o disfrazan: así, en los tiempos de secularizaciones e inmanentismos tan fuertes como los que vivimos, nos olvidamos de los te-mas llamados “los novísimos”, que nos hablan sobre el fi-nal de la humanidad, de los tiempos y de la vida de cada hombre y mujer. En tiempos en donde se insiste tanto en la necesidad del compromiso cristiano en la transforma-ción del mundo, fácilmente se nos olvida la primacía de la gracia, de la oración y de la interioridad humana. En momentos de gran pluralismo cultural y religioso, se nos difumina de alguna manera lo que es propio y esencial del cristianismo, enfrascados como nos encontramos en la apologética para defender las posturas y prácticas ca-tólicas ante las invasiones sectarias de los evangélicos con sus propios credos, cultos y nuevas costumbres.

Uno de los órdenes de donde arrancan varias situa-ciones como las señaladas más arriba, es la desconexión —que es común hasta en los mismos católicos— entre lo que se cree y lo que se vive, lo que se confiesa y lo que se hace, entre el dogma y la moral. No parece que tenga que ver una cosa con la otra, se aceptan verdades o dog-mas sin referencia ninguna a la moral, y se defienden o atacan determinadas prácticas o costumbres   sin tomar en cuenta las razones de este precepto, de este mandamiento, de esta definición magisterial. En el orden doctrinal, hay un “corpus” de verdades con admirable jerarquía, con armoniosa relación, con gran solidaridad de unas con otras, que permiten hablar de “los artículos” de fe a partir del núcleo central de la fe trinitaria;  e igualmente en el orden de la vida moral o práctica, hay una perfecta orga-nicidad  entre las virtudes, de acuerdo a un orden semejante al teórico —virtudes teologales, virtudes morales, virtudes cardinales— que imprimen en la persona y en el cristiano un sello inconfundible a partir del mandamiento fundamental de la cari-dad.

“... pareciera que el papa Francisco [...] lanza al mundo entero la proclama de la Iglesia de América Latina [...]: hacernos todos discípulos y misioneros de la Nueva Evangelización.”

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Javier García, L.C.

formación permanente

Introducción¿Qué es Guadalupe? El centro de la vida espiritual del pueblo de México y uno de los focos de irradiación re-ligiosa del mundo actual, como Lourdes y Fátima, como Medjugorie y San Giovanni in Rotondo. ¿Qué significa el evento de Guadalupe para México? El hecho más impor-tante de su vida porque marca profundamente su camino en la historia. En efecto, Guadalupe está presente en los hitos más importantes de su vida y en la formación de su fisonomía como pueblo. Repasemos brevemente las eta-pas más importantes de este camino, su nacimiento, su desarrollo, el momento actual.

I. Guadalupe en la historia de México

1. En su nacimiento: la Virgen de Guadalupe está presente en el alumbramiento de México. La conquista del impe-rio azteca en 1521, junto con la muerte del emperador y la de lo más granado de sus nobles y guerreros, con la destrucción de la espléndida ciudad de Tenochtitlán, de sus templos y sus códices, fue un trauma que hizo cim-brar sus raíces culturales y antropológicas. Por lo mismo, los indígenas no querían saber nada de conversión a una religión que, por un lado, predicaba el amor y el perdón y, por el otro, dejaba que sus secuaces se comportasen vio-lenta y arrogantemente, quitándoles sus bienes, violando a sus mujeres, esclavizando a su gente. Ambas partes se miraban con recíproco recelo y odio. Los misioneros es-taban preocupados porque los indígenas no respondían

El Evento Guadalupano y la inculturación

EVANGELIZACIÓN

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a la invitación al bautismo. En sus ánimos se cernía la posibilidad de tornar a España.

En 1531 tienen lugar las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Ella tien-de un puente entre las dos riberas irreconciliables: en su persona, en su rostro mestizo, en su imagen-códice, en la admirable unión de culturas indígenas y del mensaje cris-tiano. Los misioneros, emocionados, informan al empera-dor Carlos V que ahora acuden los indígenas a bautizarse “a banderas desplegadas”, le cuentan de las multitudes que llegan desde sesenta leguas a hacerse bautizar, que se están hasta tres días a la puerta del convento pidiendo el bau-tismo y que lo reciben con muchas lágrimas.

2. En su desarrollo: la Virgen de Guadalupe está presente en el desarrollo y la conformación del pue-blo de México. En el nuevo arte que está naciendo, el plateresco, en las primeras décadas; luego, en el arte y la cultura barrocas, en la rica y exuberante religiosidad, como fiestas populares, peregrinacio-nes, festejos familiares, música, poesía y teatro. Es todo un florecer de poesía que canta a la Virgen de Guadalupe. Hacia mitad del siglo xvii el P. Fran-cisco de Castro, jesuita, compone un hermoso y largo poema de 254 octavas reales, en cinco can-tos, dedicados a la epopeya guadalupana1. Poco después sor Juana Inés de la Cruz, admirada y conmovida ante tal poema, dedica al jesuita uno de sus sonetos más famosos:

La compuesta de flores maravilla,divina Protectora Americana,que a ser se pasa Rosa Mexicana,apareciendo Rosa de Castilla,

la que en vez del dragón —de quien humillacerviz rebelde en Patmos—, huella ufana,

1 Francisco de Castro, La octava Maravilla. Y sin segundo milagro de México, per-petuado en las rosas de Guadalupe y escrito heroicamente en octavas, Edición y notas de Adolfo Pérez-Amador Adam, en FCE, México 2012. Ver también Joaquín Antonio Peñalosa, Flor y Canto de Poesía Guadalupana, ed. Jus, 1ª. ed. 1987.

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hasta aquí inteligencia soberana,de su pura grandeza pura silla;

ya el cielo, que la copia misterioso, segunda vez sus señas celestialesen guarismos de flores claros suma:

pues no menos le dan traslado hermosolas flores de tus versos sin iguales, la maravilla de tu culta pluma”.2

En pintura y escultura en los siglos xvii y xviii se multiplica la representación de la imagen de Guadalupe, como si los artistas quisieran rivalizar entre sí para ver quién representaba más y mejor la estampa de la sobera-na Señora. Miguel Cabrera la copia muchas veces y aun describe en un librito de ocho capítulos, “La Maravilla americana”, lo que contempló su ojo experto de pintor sensible: la pinta en el templo del Pocito, en el Tepeyac, la pinta en uno de los templos más fastuosos, en la Iglesia del Colegio de la Compañía, en Tepotzotlán; la pinta en una de las cumbres del barroco mexicano, en la iglesia de Santa Prisca, de Taxco; y como él, los más grandes artistas de México de los siglos xvii y xviii.

3. De la colonia a la época actual: el pueblo de Mé-xico ha pasado por momentos difíciles, algunos de ellos incluso de violencia, persecución y opresión, con leyes contrarias a su fe, como en la década de 1920, con la supresión del culto, la expulsión de buena parte de los obispos, el asesinato de numerosos sacerdotes y la guerra cristera. A pesar de ello, el pueblo conservó su fe y su cul-tura católica, y la robusteció bajo el manto materno de la Señora del Tepeyac.

En las leyes sancionadas por la reforma, contrarias al pueblo mexicano, católico en su casi totalidad, la Igle-

2 Sor Juana Inés de la Cruz, Obras Completas, Tomo I, Lírica personal, edición, pró-logo y notas de Alfonso Méndez Plancarte, FCE México 1951, n.206, “Alabando un poema del P. Francisco de Castro, S.I.”

“...el pueblo de México ha

pasado por momentos

difíciles, algunos de ellos incluso

de violencia, persecución y opresión, con

leyes contrarias a su fe...”

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sia fue despojada de la propiedad de los templos, no se le concedió voz pública en los diversos ámbitos de la cultura —universidad y centros de enseñanza superior oficiales, medios de comunicación, arte, teatro —; fue privada de su personalidad jurídica, los sacerdotes, privados de sus derechos civiles, no han podido ejercer el derecho al voto sino sólo a partir del año dos mil. De hogar y casa donde se generaba toda manifestación cultural, la Iglesia pasó a ser una suerte de paria en la sociedad ilustrada mexicana. Los pastores perma-necieron al lado del pueblo, acompañán-dolo en sus vicisitudes, en su despojo y en su pobreza; el pueblo ha conservado su fe católica y la ha robustecido gracias a la cercanía de la Virgencita del Tepeyac y a estos pastores expoliados pero resistentes.

II. Guadalupe y la inculturaciónLos hechos más importantes que integran el Evento de Guadalupe son otros tantos capítulos de lo que hoy se denomina en antropología y en misionología como inculturación. Veamos el concepto y alu-damos a los hechos que lo conforman. Juan Pablo II en Santo Domingo (1992) dio una esplén-dida descripción de la inculturación uniéndola a la devo-ción guadalupana:

“América Latina, en Santa María de Guadalupe, ofrece un gran ejemplo de evangelización perfecta-mente inculturada. En la figura de María se encar-naron auténticos valores culturales indígenas. En el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac se resu-me el gran principio de la inculturación: la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo y el en-raizamiento del cristianismo en las varias culturas”.3

3 Juan Pablo II, Discurso inaugural a la IV Conferencia General del Episcopado Lati-noamericano, 12 de octubre de 1992, 24.

“De hogar y casa donde se generaba toda manifestación cultural, la Iglesia pasó a ser una suerte de paria en la sociedad ilustrada mexicana.”

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La inculturación es un movimiento circular en el que el Evangelio se encarna en las culturas de los pueblos, purificándolas y fecundándolas, y los pueblos aportan al cristianismo la variedad y riqueza de sus culturas. Así se entreteje el espléndido tapiz de la cultura católica, una por el Evangelio, múltiple por la variedad de pueblos y culturas.

En diversos documentos del Episcopado Latinoa-mericano se define a Guadalupe como “ejemplo de evan-gelización perfectamente inculturada”.4 Los hitos de esta inculturación son los mismos que integran el Evento Guadalupano, aludimos a ellos de paso: las apariciones, el Nican Mopohua, la imagen o pintura o icono, el mensa-je de la Virgen, el vidente Juan Diego, la “Casita sagrada”, y la religiosidad popular guadalupana. Veamos de cerca estos mismos elementos.

1) Las cuatro apariciones a Juan Diego Cuauhtlatoa-tzin, más la quinta a su tío Juan Bernardino, se realizan en una total inmersión en la cultura indígena: lengua-je, nombres de Dios como Ipalnemohuani (el Dador de vida), Teyocoyani (el Creador de las personas), Ilhuica-hua (el Señor del cielo), Tloque Nahuaque (el Dueño de la inmediación y la cercanía o el Omnipresente), Talti-pacque (Dueño de la tierra); en el concepto doble o difra-sismo, in cuicatl in xochitl o “flores y cantos”, expresión de la poesía y de cuanto más alto puede conocer y expresar el hombre; tono y clima de ternura entre madre e hijo.

2) El Nican Mopohua, “aquí se narra” o narración de las apariciones, está redactada por el noble indio Antonio Valeriano en lenguaje culto o tecpilahtolli —por contra-posición al macehualtolli o lenguaje popular—. Uniendo el universo cultural, imaginario y religioso náhuatl con el mundo conceptual de los misterios cristianos, de nuevo una operación de inculturación.

3) La imagen, pintura o icono de la Virgen se pre-senta en un amoxtli o códice azteca, hecho de signos

4 IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, octubre 12-28 de 1992, 15.

En diversos documentos

del Episcopado Latinoamericano

se define a Guadalupe

como “ejemplo de

evangelización perfectamente

inculturada”.

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uránicos —el Sol, la Luna, las estrellas—, de lenguaje de colores —el azul turquesa del manto, el rosado de la tú-nica—, de las flores, sobre todo del jazmín mexicano de cuatro pétalos o nahui ollin, “cuatro vida y movimiento”, como declaración de la maternidad divina de María. Lo que en Éfeso, en el siglo v, fue la definición dogmática de la maternidad divina de María como Theotókos, en el Tepeyac se traduce en una confesión de fe en esa misma maternidad divina, pero con más belleza y poesía, con una realidad multicolor, como la flor del jazmín: Tonan-tzin Guadalupe es Madre de nahui ollin, puesto sobre su vientre, es decir, engendra al autor del Universo, de la vida, del dinamismo del cosmos.

4) Tanto en el Nican Mopohua como en la imagen pintada se afirma sin ambages el mensa-je de la maternidad, la compasión, la bondad de María sobre los indígenas, los españo-les y sobre todos los pueblos: ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos…?” (v. 119).

5) El vidente o mensajero de la noble Señora no es un príncipe ni una persona de alta alcurnia, sino un indio macehual o gente llana y del pueblo. En él se ven los indí-genas y los pobres de América…”5

6) La Casita sagrada o como ella la llama, Noteocaltzin, “mi er-mita”, está en el centro de las pe-ticiones de la noble Señora a Juan Diego: le indica que pida al obispo se le levante noteocal o “mi templo”, noteocaltzin, “mi casita sagrada”. Para los aztecas, como para muchos pueblos

5 Cf. más ampliamente mi libro La Virgen de Guadalupe y San Juan Diego. Historia y devociones, ed. Porrúa, México 2014, pp. 10, 141 y 258-265.

“¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?”

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antiguos, la construcción de un templo marcaba el inicio de una ciudad y el principio de identidad y agregación de una nación. No podía haber pueblo sin templo. María de Guadalupe con su ermita señala el nacimiento de un pueblo nuevo, como es la nueva sociedad latinoamerica-na que está naciendo. La Basílica de Guadalupe ha llega-do a ser hogar común de todos los mexicanos y de todos

los cristianos de América.

7) La religiosidad popular que ha brotado de Guadalupe: entendemos

el concepto de religiosidad del pue-blo como lo describe el documento de Puebla, es decir, “como el con-junto de hondas creencias, selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan”6 (DP 444). Religiosidad que integra todo lo humano, lo simbólico, lo corpóreo, lo espiritual y lo sensible.

La peregrinación como símbolo y realidad de la existencia que

se encamina a la casa común del Padre, la fiesta y el rito festivo, el canto, la danza, la ofrenda, la manda o el voto7.

Éstos son los hechos principales que integran el Evento Guadalupano y que son expresión de la más genuina inculturación o en- cuentro de la Virgen de Gua-dalupe con la cultura y reali-

dades humanas del pueblo de México y de América Latina.

6 III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla. Comunión y par-ticipación, ed. Bac, Madrid 1982, 444.

7 Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Brasil. Documento Conclusivo, mayo 2007, 258-265.

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Pbro. Carlos Sandoval Rangel

formación permanente

Diócesis de Celaya

Nos dice el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelli Gaudium: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG n. 27). Por tratarse de un sueño misionero en bien del mundo, éste no es posible sin atender la cultura que nos envuelve en la actualidad. Es decir, no podemos pensar en evangelizar el mundo sin atender la realidad con su pasado y con sus valores vigentes en el presente, con el fin de transformar el futuro. Retomando un lenguaje ya conocido, podemos decir que el sueño misionero debe ir acompañado de una auténtica inculturación de la fe en la realidad; pero, el Papa aclara que la inculturación del Evangelio no puede suceder si el predicador no pone un oído en el pueblo, debe entender lo que los fieles necesi-tan escuchar o, podemos decir, lo que los fieles viven. “El predicador es un contemplativo de la Palabra y un con-templativo del pueblo” (EG n. 154).

En ese sentido, si en muchas expresiones eclesiales pareciera que la Iglesia ha trabajado cuidando más de sí misma o en bien de una autopreservación, ahora el Papa la relanza: “la reforma de estructuras que exige la con-versión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más ex-pansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida” (EG n. 27). La Iglesia “en

Evangelli Gaudium Desafíos culturales

CULTURA

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salida” significa retomar el mandato original del Señor: “Vayan por todo el mundo”, enten-diendo que el mundo no es sólo una cuestión geográfica, sino también una pluralidad de si-tuaciones y matices existenciales que vivimos y compartimos todos los seres humanos.

El Papa tiene la convicción de que, para que la Iglesia pueda incursionar en el mun-do actual, de manera que la evangelización pueda ser un verdadero factor de cambio en bien de una cultura más humana, primero debe cambiar la propia cultura eclesial; de ahí la necesidad de un cambio en “las cos-tumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y

toda estructura eclesial”. Si los obispos de México señalan que “uno de los rasgos propios de la actividad humana es convertir todas sus acciones en cultura” (Educar para una nueva sociedad, n. 42), pues qué mejor cuando esas acciones están sustentadas en los principios sólidos del Evangelio, ya que éste encierra la sabiduría que puede llevar a plenitud todo proyecto verdaderamente humano.

Mas, para esta tarea de la Iglesia en el mundo, la cultura actual nos presenta desafíos del todo particula-res, empezando, desde luego, por “verdaderos ataques a la libertad religiosa o en nuevas situaciones de persecu-ción a los cristianos” (EG n. 61). En ese sentido, podemos hablar de los países donde se han alcanzado niveles alar-mantes de odio y violencia, como lo estamos constatan-do con dolor en algunas zonas de Oriente, donde se les persigue y se les mata por el hecho de ser cristianos; pero, de la misma manera, no queda atrás la persecución por algunos medios de comunicación, buscando la desacre-ditación de todo lo que suene a catolicismo.

Pero, como desafío, no es menos grave el subjetivis-mo y “la difusa indiferencia relativista, relacionada con el desencanto y la crisis de las ideologías que se provo-có como reacción contra todo lo que parezca totalitario” (EG n. 61). Sin duda, las ideologías modernas, como el liberalismo y el marxismo, entre otras, suscitaron la ilu-sión de paraísos terrenales llenos de bienestar, igualdad y felicidad, lo cual nunca sucedió; de ahí el desencanto

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social, el nihilismo y, en general, el pensamiento débil que marcó la decadencia de la modernidad, lo cual ha generado para nosotros un rechazo a lo que suene a ins-titucional, a ideas perennes, a principios estables, a lo trascendente, etc.; en esa línea hemos heredado mucho de pensadores como Schopenhauer y Nietzsche. Hoy esas visiones se han convertido en una filosofía de vida, por lo que escuchamos decir que todo es relativo y que todo se juzga según el cristal por el que quieras ver la realidad.

Tratándose de una cultura actual, renuente a ideas perennes, a principios estables y a lo trascendente, se ha propiciado que “el primer lugar está ocupado por lo ex-terior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede lugar a lo provisorio” (EG n. 62). Pero el hombre no puede vivir sólo desde esas dimen-siones, el hombre por naturaleza necesita una referencia más allá de lo mero sensible; signo de eso, aunque sea un camino equivocado, es “la proliferación de movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que parecen proponer una espiritualidad sin Dios. Esto es (en parte) el resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista e individualista… estos movimientos vienen a llenar, dentro del individua-lismo imperante, un vacío dejado por el racionalismo se-cularista” (EG n. 63).

Pero hay un ingrediente más, como señala Aparecida y lo recuerda el papa Francisco: “La realidad social, que descubrimos en su dinámica actual con la pa-labra globalización, impacta, por tanto, antes que cualquier otra dimensión, nuestra cultura y el modo como nos insertamos y apropiamos de ella (Aparecida n. 43). Las ideologías, el materialismo, el hedonismo, la actitud relati-vista, lo superfluo y todos los ingredientes que venimos arrastrando, ahora han encontrado un extraordinario vehículo en la globaliza-ción, lo cual les permite llegar con facilidad a todo el mundo. Hemos permitido que la glo-balización nos marque estilos de vida y modos de relacionarnos. “El individualismo postmo-derno y globalizado, favorece un estilo de vida

“... las ideologías modernas, como el liberalismo y el marxismo... suscitaron la ilusión de paraísos terrenales llenos de bienestar, igualdad y felicidad, lo cual nunca sucedió...”

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que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desna-turaliza los vínculos familiares” (EG n. 67). Es increíble cómo las relaciones interpersonales reales van dando paso a las relaciones inter-personales virtuales, cómo la familia real, igual, deja paso a la familia virtual. Sostene-mos círculos de comunicación con personas de muchas partes del mundo, pero nos cuesta convivir con la que está a nuestro lado. Por desgracia, el avance en las nuevas tecnologías de comunicación no ha favorecido la capaci-dad de comprensión entre las personas y las familias. De ahí que “la familia atraviesa una

crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se tra- ta de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres trasmiten la fe a sus hijos” (EG n. 66).

“Vivimos un cambio de época, cuyo nivel más pro-fundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios. Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo. Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas” (Aparecida n. 44). Marx proclamó que re-construiría la estructura económica, pues en ella estaba la clave de la vida; para lograr tal fin, Lenin ideó la estra-tegia política comunista; pero hoy, lamentablemente, los países que vivieron bajo el yugo del comunismo siguen sufriendo las consecuencias del proyecto que les prome-tieron. Del mismo modo, constatamos cómo el capitalis-mo occidental genera cada día una brecha más distante entre pobres y ricos.

Pero, además del efecto directo a las personas y a la institución familiar, la cultura global ha falsificado la identidad cultural de los pueblos. “Se verifica, a nivel ma-sivo, una especie de nueva colonización cultural por la imposición de culturas artificiales, despreciando las cul-

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turas locales y tendiendo a imponer una cultura homo-genizada en todos los sectores. Esta cultura se caracteriza por la autorreferencia del individuo, que conduce a la in-diferencia por el otro” (Aparecida n. 46).

Sin duda, vivimos en una realidad que nos interpela de muchos modos, partiendo de una reflexión seria que nos lleva a preguntarnos: ¿al irse generando esta cultura híbrida actual, dónde estaba la Iglesia, en qué momento dejamos de caminar y de dialogar de cerca con los agen-tes de una visión diferente de la vida? Lo más erróneo sería sólo criticar y descalificar la inercia pragmática, utilitarista, materialista y hedonista que en gran medida mueve hoy al mundo. Desde el contexto de esta realidad son muchas las periferias existenciales que se suscitan, a las cuales debemos conocer y discernir, con las cuales debemos dialogar y también aprovechar, para luego tras-cenderlas, pues la pastoral toma en cuenta la realidad, parte de ella, pero no se limita a ella. Se encarna en la cultura, pero debe a la vez generar nueva cultura, como lo señala el papa Francisco.

La Iglesia tiene mucho por hacer y, además, no se ini-cia de cero, pues más allá de los que nos sentimos parte de ella, a pesar de la corriente secularista que invade las socie-dades, en muchos países, aún donde el cristianismo es mi-noría, “la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y la preocupación por los más necesitados” (EG n. 65). Pero necesitamos ofrecer mucho más; “es ne-cesario que reconozcamos que si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia de unas estructuras y a un cli-ma poco acogedor en algunas de nuestras parroquias y co-munidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas… en algunos casos hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral” (EG n. 65).

El campo es apto para generar una nueva cultura pues, gracias a Dios, “se manifiesta una sed de participa-ción de numerosos ciudadanos que quieren ser construc-tores del desarrollo social y cultural” (EG n. 67).

Trabajemos y generemos los puentes por el bien del hombre.

“... una reflexión seria que nos lleva a preguntarnos: ¿al irse generando esta cultura híbrida actual, dónde estaba la Iglesia, en qué momento dejamos de caminar y de dialogar de cerca con los agentes de una visión diferente de la vida?”

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Gerhard Lohfink, Jesús de Nazareth. Qué quiso, quién fue, Herder, Barcelona 2013, 608 pp.

El autor, antiguo profesor de exégesis en la Universidad de Tu-binga, es de sobra conocido. Estamos ante una de las mejores ex-posiciones de cristología, densa teológicamente, pero no exenta de unción espiritual. Lohfink muestra cómo, con el método pu-ramente histórico, no podemos conocer al verdadero Jesús, el cual termina siendo un simple profeta, un revolucionario social, un terapeuta extraordinario o un rabí fracasado. La crítica his-tórica es importante porque nos informa sobre el mundo en que vivió Jesús, pone en evidencia la relación entre las fuentes de los evangelistas, pregunta por lo que de hecho sucedió. Muestra, así, que el cristianismo se trata de historia real, no de un mito o de una ideología. Pero sólo desde el conocimiento de la fe de los primeros testigos y transmisores llegamos a Jesús, Hijo de Dios. Especialmente importantes son los capítulos acerca del Reino de Dios, la llamada a su seguimiento, sus milagros y parábolas, la relación de Jesús y el Antiguo Testamento (especialmente la Torá, y su Pasión, muerte y Resurrección).

david f. ford, El futuro de la teología cristiana,

PPC, Madrid 2013, 270 pp.Hay libros, como éste, que sólo pueden escribirse al final de una larga vida dedicada al estudio y la enseñanza. Ford escri-be concisamente, adaptándose a un lector culto, pero no es-pecialista. La idea de fondo (capítulos primero y segundo) es presentar la teología como «sabiduría» que procede de Dios, pero que ilumina todas las realidades humanas. Por ello es es-peculativa y, a la vez, práctica, influye en la vida, la cual es un «drama», donde Dios y el hombre son los protagonistas. En el tercero y cuarto capítulos se propone una teología «dramáti-ca», que responda bíblicamente a los diferentes «gritos» de la modernidad. El quinto capítulo trata de la Iglesia y, el sexto so-bre su relación con la sociedad. Se expone luego un esbozo de teología interreligiosa, especialmente con los judíos y los mu-sulmanes. Los dos capítulos siguientes comentan la situación de la teología en las universidades y la formación del teólogo. Finalmente, en el capítulo décimo, se concluye explicando cómo la Sagrada Escritura es el fundamento de la teología y de la esperanza en el futuro de la teología.

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libros

39enero-febrero 2015

Se han reunido aquí los textos de once conferencias pronun-ciadas por el autor por invitación de diversas instituciones, completadas después para su publicación. Se pueden leer, por ello, de forma independiente, pero abundan las conexiones, de forma que el tema unitario es el recogido en el título. La obra se divide en cuatro partes. La primera, sobre el «animal familiar» la componen tres capítulos acerca del matrimonio, la familia y la autoridad. Otras tres ponencias forman la segunda parte sobre «una antropología del deseo»: su manipulación en la cul-tura del consumo, el significado del ocio y la fiesta, y el influjo de los medios de comunicación, especialmente de la televisión. La tercera parte expone tres temas en relación con la cultura contemporánea: la desaparición del perdón, la ausencia de Dios y el significado del pecado original, y la esperanza como virtud capital. La última parte desarrolla dos cuestiones: la re-lación entre fe y razón, y la universidad. Las ideas, profundas, están expresadas de forma asequible y el estilo es agradable.

San Juan de ÁviLa, Audi, filia, San Pablo, Madrid 2013, 496 pp.

Además de ser una apreciada obra literaria del Siglo de Oro es-pañol, es, sobre todo, un significativo tratado espiritual. Den-tro de la gran producción de san Juan de Ávila (1500-1569) es el único libro en que expone las líneas esenciales de su doctrina espiritual de un modo sistemático. El santo reformador toma pie del salmo 45, 11-12. «Escucha, hija» lo explica, primero, según lo que el alma no debe escuchar (el mundo, la carne y el demonio y sus tentaciones). Luego, lo que debe escuchar con fe: la revelación, las verdades divinas. A continuación expone lo que hay que mirar («mira»): a sí mismo conociéndose con humildad, a Cristo contemplándolo, meditando en su vida e imitándolo, y al prójimo con amor. «Olvida tu pueblo y la casa paterna» lo aplica a huir de las vanidades del mundo y a negar la voluntad propia para cumplir la voluntad de Dios. Termina comentando el significado de «el rey se ha enamorado de tu hermosura», aplicándolo al amor con que Dios nos ama, ma-nifestado especialmente en Cristo crucificado.

hiGinio Marín, El hombre y sus alrededores. Estudios de filosofía del

hombre y de la cultura, Ediciones Cristiandad, Madrid 2013, 270 pp.

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40 libros

El Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria son las oraciones más queridas y repetidas por los cristianos. El Padrenuestro fue la oración que Jesucristo enseñó a sus apóstoles y un compendio de todo lo que estamos llamados a decir a Dios. El Avemaría recoge el saludo del ángel a la Virgen en la Anunciación y las palabras de Isabel a María en la Visitación, con la petición de que interceda por nosotros, sus hijos pecadores. El Gloria es el compendio en forma de alabanza y de adoración del mis-terio central de la fe cristiana. De una forma sencilla y amena Mons. Forte, reconocido teólogo, ofrece un breve comentario teológico-espiritual de estas grandes y bellas oraciones.

euGenio aLburquerque frutoS, Espiritualidad salesiana. 40 palabras clave, CCS, Madrid 2013, 280 pp.

La espiritualidad de cada congregación religiosa es un don de Dios a su Iglesia. Es una forma característica de imitar y se-guir a Jesucristo, de vivir el Evangelio. Este libro presenta la espiritualidad salesiana a partir de una selección de palabras que poseen una resonancia relevante. Aunque los miembros de los distintos grupos de la Familia Salesiana son sus prime-ros destinatarios, estas páginas puede ser muy enriquecedoras, especialmente en temas tan centrales para el cristiano como la caridad, la esperanza, el Espíritu Santo, la Eucaristía, la humil-dad, la Iglesia, María, la oración, la Providencia, la santidad, la virtud, por poner sólo algunos ejemplos.

aLfredo aLonSo - aLLende, La amistad del cristiano,

Rialp, Madrid 2013, 240 pp. Parece que no deberíamos explicar un concepto tan común como la amistad. Son, sin embargo, estos términos tan usados los que requieren, por su riqueza, una reflexión que evite el que a fuerza de repetirlos pierdan su contenido. Los autores, aprovechando muchas ideas de Benedicto XVI y de san Josemaría Escrivá ex-plican quiénes son –y quiénes pueden ser– los verdaderos ami-gos, la diferencia entre los buenos y los malos amigos, y cómo los mejores amigos, potencialmente, son los que se esfuerzan por ser buenos cristianos, es decir, buenos amigos de Jesucristo.

bruno forte, Pater, Ave, Gloria. Un comentario espiritual a las grandes oraciones cristianas, San Pablo, Madrid 2013, 104 pp.

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