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  • Estudios de sueloInterculturalidad y sujetos en resistencia

  • Estudios de sueloInterculturalidad y sujetos en resistencia

    Jos Rafael Rosero Morales (Comp)

    Sentipensar Editores2013

  • Maestra en tica y Filosofa Poltica, 2013 De los autoresJos Rafael Rosero Morales (Comp), 2013Sofa C. Reding BlaseJohan Mndez ReyesDiego Jaramillo SalgadoLino Morn Beltrn Isabela Figueroa SabbadiniMatilde Eljach Mario Armado Valencia Cardona Jos Antonio Caicedo OrtizCarlos Enrique Corredor Jimnez Cicern Erazo Cruz Zulma Zorayda Toro Muoz Adolfo Albn Achinte

    Primera edicinMayo de 2013 Sentipensar Editorese-mail: [email protected]

    Diseo de cartula:Mara Fernanda Martnez ParedesDiagramacin:Mara Fernanda Martnez ParedesFoto cartula:Transitar el TerritorioRodrigo Grajales

    Copy Left.Esta publicacin puede ser reproducida total o parcialmente, siempre y cuando se cite fuente y sea utilizada con fines acadmicos y no lucrativos. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.

    ISBN: 978-958-46-2534-2

    Impreso en:

    E-mail: [email protected]: 315-5786204 Popayn, Colombia.

  • Agradecimientos 9

    Presentacin 11

    Parte I. De sujetos y resistencias

    Una opcin libertadora: sujetos en resistenciaDiego Jaramillo Salgado 21

    Una lectura decolonial y transmoderna de los movimientos sociales latinoamericanos: ms all del anlisis eurocntrico de los sujetosCicern Erazo Cruz 41

    Territorio-lugar: espacio de resistencia y lucha de los movimientos socialesZulma Zorayda Toro Muoz 63

    Territorio, lugar y ecologa poltica: voces campesinas en el Cauca.Carlos Enrique Corredor Jimnez 81

    Parte II. Del multiculturalismo a la interculturalidad

    Diversidad, diferencia e interculturalidad: tensiones e incertidumbresAdolfo Albn Achinte 105

    ndice

    Pag.

  • Visiones latinoamericanistas en torno a la interculturalidadSofa Reding Blase 133

    Gramtica crtica y representacin epistticaMario Armando Valencia Cardona 151

    Filosofa pluriversal: Europeos pobres, dijo Jorge Luis BorgesJos Rafael Rosero Morales - Mario Armando Valencia C. 183

    Parte III. Las voces de los otros y las vctimas

    Filosofa y emancipacin en la sociedad venezolana del siglo XIXLino Morn Beltrn - Johan Mndez Reyes 209

    Amir Smith Crdoba: pensamiento y militancia de un intelectual afrocntricoJos Antonio Caicedo Ortiz 229

    Diferencias extremas y percepcin del mundo: la consulta previa con los pueblos indgenas en ColombiaIsabela Figueroa Sabbadini 249

    Lumbal triste por el almasombra de BojayMatilde Eljach 267

    Sobre los autores 283

  • Queremos expresar el agradecimiento al programa de Maestra en tica y Filosofa Poltica de la Universidad del Cauca, por el invaluable apoyo acadmico y la financiacin que le brind a este proyecto editorial. Nuestro particular agradecimiento al director del Centro de Posgrados de la Universidad del Cauca, Dr. Edgar Velsquez Rivera, por el respaldo y disposicin para poner lo administrativo al servicio de los desarrollos acadmicos e investigativos del grupo y el programa.

    Jos Rafael Rosero Morales Director Grupo de investigacin Cultura y PolticaCoordinador Maestra en tica y Filosofa Poltica

    Universidad del Cauca, Colombia.

    Agradecimientos

  • El Grupo de investigacin Cultura y Poltica y el programa de Maestra en tica y Filosofa Poltica de la Universidad del Cauca, entregan a la comunidad acadmica y al pblico lector un nuevo ttulo de la Coleccin Cultura y Poltica, cuyo horizonte de reflexin se inscribe en la lnea de investigacin en Sujetos, Cultura y Poltica.

    El ttulo general del libro, Estudios de suelo. Interculturalidad y sujetos en resistencia, quiere expresar precisamente su contenido: temas y problemas pensados en y desde el topos latinoamericano; cuya variedad y diversidad de horizontes de anlisis, resalta el carcter contextual y especfico de la relacintensin que establecen los sujetos, la cultura y la poltica. De modo particular, a travs de abordajes que develan sus relaciones de proximidad y lejana, sus vnculos y autonomas, sus continuidades y discontinuidades en contextos histricos determinados. En otras palabras, desde voces y miradas inter y extradisciplinarias que permiten dar cuenta del papel de los sujetos en relacin con el poder y las resistencias (contrapoderes, disidencias, re-existencias), en el marco de sociedades tnica, lingstica y culturalmente diferenciadas.

    Presentacin

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    Presentacin

    Hemos dividido en tres partes esta obra colectiva. En la primera, titulada De sujetos y resistencias, el lector encontrar cuatro reflexiones, cuyas perspectivas y contenidos, se plantean la discusin sobre los sujetos en Amrica Latina y las resistencias. As, el ensayo de Diego Jaramillo Salgado, parte de la premisa de que Amrica Latina ha demostrado histricamente que la construccin del sujeto es inherente a las diversas prcticas que viven las comunidades dentro de procesos diferenciados y que por tanto, la discusin que impona la visin centrada en el ejercicio de la ciudadana, ha sido superada. Segn Jaramillo, si bien la pregunta por el sujeto no excluye la opcin individual, la construccin desde lo social y comunitario implica la realizacin de sus prcticas. En este sentido, concluye, que los procesos de resistencia de comunidades y movimientos sociales de Amrica Latina han producido seas de otras opciones en funcin de una accin liberadora. Proceso que desde la perspectiva del autor, se acenta con la crisis que vive el capitalismo y que ha conducido a plantear una inminente crisis civilizatoria.

    Desde otra perspectiva, Cicern Erazo Cruz, retoma en su ensayo, el problema de los sujetos (movimientos sociales latinoamericanos) y las resistencias en el marco de la teora decolonial, a partir de la perspectiva terica que ofrece Juliana Flrez Flrez. Para ello, procede en primer lugar, a justificar por qu descolonizar antes que subjetivar los movimientos sociales (el sujeto). En segundo lugar, a presentar algunas consideraciones sobre el sujeto o los movimientos sociales de la teora decolonial. En ese marco, Erazo Cruz examina la posible relacin entre el Programa de Investigacin Modernidad/Colonialidad y la Transmodernidad, as como tambin, la efervescencia y el desencanto de las lecturas (eurocntricas) de los movimientos sociales en la dcada de los ochenta, como expresin de la negacin del sujeto latinoamericano en tanto no moderno. Finalmente, el autor expone algunos planteamientos orientados hacia la afirmacin de aquel sujeto negado (y sus luchas), ms all y ms ac de la modernidad.

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    Estudios de suelo

    Por su parte, el ensayo de Zulma Zorayda Toro, centra su reflexin en la distincin existente entre dos lgicas opuestas y en conflicto sobre la concepcin del territorio. De una parte, aquella que le es propia a la lgica moderna y capitalista, cuyo desarrollo argumentativo, la autora lo hace desde dos perspectivas: la epistmica y la econmica. Por otra parte, aquella que se inscribe en el mbito de las utopas; es decir, ligada a la construccin de territorio-lugar como escenario de resistencia y lucha en Amrica Latina.

    En esta misma direccin, el ensayo de Carlos Enrique Corredor Jimnez, reflexiona sobre una experiencia comunitaria alternativa en el territorio campesino del sur del Cauca (Colombia). De modo particular, sobre la forma cmo acta la colonialidad en la vida cotidiana y como tambin se lucha por el significado de lo qu se hace, siempre en permanente relacintensin con el modelo hegemnico que opera en todos los espacios de la vida. Segn Corredor Jimnez, se trata de iniciativas que le apuestan a dignificar la vida, a desprenderse e insistir en formas de ser y estar en el mundo de manera autnoma, las cuales van ms all de la retrica formal de la academia; es decir, donde se reivindica la vida diaria de hombres y mujeres que luchan por recobrar la autodependencia en su existencia.

    En la segunda parte de este libro, titulada Del multi-culturalismo a la Interculturalidad, encontramos cuatro reflexiones orientadas a intentar dar cuenta del complejo entramado de posibilidades de comprensin o incomprensin, que suscitan conceptos como diversidad, diferencia cultural, multiculturalismo e interculturalidad, al ser asumidos como condiciones naturales de la estructura y de las formas de relacionamiento social. As, el ensayo de Adolfo Albn Achinte, examina los problemas que plantea la naturalizacin de dichos conceptos, a la hora de recurrir a ellos para nombrar nuestras sociedades. Albn parte de dos afirmaciones contundentes que le permiten asomarse con ms cuidado a este

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    Presentacin

    complejo panorama de nuestro presente convulso e incierto, permeado por la corrupcin, las guerras y la impunidad: la primera, el interrogante planteado por el historiador afrocolombiano Santiago Arboleda el reconocimiento para qu? y la segunda, la inquietante frase de la pedagoga Norteamericano-ecuatoriana Catherine Walsh al decir que [] la interculturalidad an no existe. En este marco, segn Albn, aflorarn las tensiones y las incertidumbres que la diversidad, la diferencia y la interculturalidad contienen.

    En esta misma direccin pero desde una perspectiva diferente, el ensayo de Sofa Reding Blase, centra su reflexin sobre algunas posiciones de cara a la necesidad de establecer relaciones interculturales que se ubiquen ms all de los posicionamientos tericos que reducen el fenmeno de la diversidad cultural al multiculturalismo, pues steen trminos de la autora, favorece el contraste pero no el entrecruzamiento, y se establecen relaciones de hegemona y subalternidad. Esta situacin, segn Reding, impide objetivamente la realizacin de los derechos humanos y trae consigo conflictos sumamente graves derivados de la exclusin.

    Por su parte, Mario Armando Valencia Cardona, desarrolla la tesis segn la cual, las posibilidades de un autntico pensamiento intercultural debe partir de un desgarre episttico que someta a crisis el sistema de pensamiento lgico-categorial de tradicin helnica (llamado protocategorial) para poder transitar hacia un escenario de conocimiento y de expresin desde el que la realidad no quede sometida al yugo de este lenguaje, a su lgica y a sus representaciones. Segn Valencia, se trata de un trabajo que se sita en el contexto del pensamiento crtico latinoamericano, para desde all, dialogar crticamente con la epistemologa, la hermenutica y la semitica de tradicin euro-usa-centrada. Su objetivo es encontrar posibilidades de abrir un espacio otro de produccin y representacin del conocimiento; un espacio articulado coherentemente a unas gramticas (entendida como estructura

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    Estudios de suelo

    lgica de un sistema de pensamiento) pertinentes con la naturaleza de los problemas centrales de los que se ocupa el pensamiento intercultural.

    Jos Rafael Rosero y Mario Armando Valencia, cierran esta segunda parte del libro con un ensayo que busca cuestionar los referentes euro-usa-centrados que particularizan el quehacer filosfico como prctica de la colonialidad occidental. En este empeo, Rosero y Valencia proponen la construccin de una nueva humanidad y dignidad filosfica, consistente en pensar la no- colonialidad de la filosofa en relacin a la superacin de la diferencia colonial euro-usa-centrada, basada en la polaridad humanitas vs anthropos que se ha impuesto a lo largo de la historia de filosofa latinoamericana. En correspondencia con ello, los autores, plantean la necesidad de un riguroso trabajo de respeto y compromiso con los paradigmas y tradiciones de distintas racionalidades, as como tambin, una seria determinacin de sumergirse en el trabajo con comunidad y con movimientos sociales, culturales y polticos de distinta ndole, buscando desarrollar un programa filosfico intercultural.

    Finalmente, en la tercera parte de este libro titulada Las voces de los otros y las vctimas, el lector encontrar cuatro ensayos a modo de estrategias de resistencia al silenciamiento y los olvidos histricos. Voces que escapan al rgimen del control y administracin de la palabra, para dar lugar a la fractura de experiencias de pensamiento, de disidencia y de terror, encubiertas por las maniobras del poder, el silencio y la fragmentacin existencial. En correspondencia con ello, Lino Morn Beltrn y Johan Mndez Reyes, recorren brevemente en su ensayo, la aventura de las ideas filosficas venezolanas del siglo XIX, intentando destacar la vertiente crtica y emancipatoria de sus postulados. Para ello, con apoyo en la hermenutica, abordan textos y proclamas que esbozan el espritu de la poca y que son muestra de una preocupacin conceptual que, si bien se aparta de la disciplinada filosofa

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    Presentacin

    europea de la modernidad, son la expresin de una cultura que ha expresado con verbo propio su ser histrico.

    Por su parte, el ensayo de Jos Antonio Caicedo Ortiz, resume, analiza y comenta los argumentos de uno de los ms destacados lderes e intelectuales afrocolombianos. Se trata de Amir Smith Crdoba, socilogo y periodista de oficio, cuya postura frente a las problemticas del negro en Colombia lo ubica en la memoria de la dispora intelectual afrocolombiana como uno de los pioneros en la etapa moderna de la batalla por los derechos civiles y polticos de estas comunidades. Pensador chocoano sobre quien la efervescencia poltica, ideolgica y cultural de la dcada de los sesenta del siglo XX, influir notablemente en su biografa intelectual, particularmente, las ideas de los filsofos existencialistas y los socilogos marxistas con sus consignas de batalla contra el imperialismo y, los ecos de las luchas anticolonialistas de los africanos, al igual que la tenue sombra de la solidaridad internacional socialista de Cuba en Argelia.

    Isabela Figueroa Sabbadini, presenta dos casos, correspon-dientes a dos pueblos indgenas que en Colombia estn resistiendo a la explotacin de petrleo y minera en sus tierras (el caso Uwa y el caso Embera) y, como la Corte Constitucional ha decidido sobre estas cuestiones. De acuerdo con Figueroa, mientras la Corte colombiana ha desarrollado jurisprudencia significante respecto al deber del Estado de consultar con los pueblos indgenas, ha ignorado el corazn de estas cuestiones; es decir, lo relacionado con los distintos sistemas de propiedad, la autodeterminacin indgena y los conflictos de autoridad.

    El libro termina con el ensayo de Matilde Eljach, quin describe y analiza el trgico caso de la masacre de Bojay, Choc (Colombia), crnica de terror que dej un saldo importante de muertos de la poblacin afrocolombiana. Para ello, Eljach recurre a la identificacin de algunos elementos

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    Estudios de suelo

    fundantes de la cosmovisin de los afrocolombianos: la selva, los ancestros, el ritual funerario, a fin de aproximarse a comprender el ejercicio de la venganza espiritual y colmar as, los vacos que el orden legal vigente, les ha dejado. Segn Eljach, la tragedia de Bojay contiene suficientes elementos para el anlisis de los comportamientos sociales, culturales y polticos de diversidad de actores, entre los cuales vale la pena resaltar a la comunidad de afrodescendientes, la guerrilla, los paramilitares y el Estado; todos inscritos en unas dinmicas culturales antagnicas, desconocidas para el caso de las poblaciones afrocolombianas y, las cuales, sin embargo, emergen de la noche primigenia, a enarbolar sus rituales como armas de defensa frente a la violencia.

    Jos Rafael Rosero Morales, Compilador Popayn, mayo de 2013.

  • Parte I. De sujetos y resistencias

  • Una opcin liberadora: sujetos en resistencia1

    Diego Jaramillo Salgado

    Introduccin

    El debate sobre el sujeto en Amrica Latina ha superado la discusin que impona una visin centrada en quien ejerca la ciudadana. Amrica Latina ha demostrado histricamente que la construccin del sujeto es inherente a las prcticas que viven comunidades dentro de procesos diferenciados. No solamente agrarias si no tambin urbanas. Si bien la pregunta por el sujeto no excluye la opcin individual, la construccin desde lo social y comunitario implica la realizacin de sus prcticas. Los procesos de resistencia de comunidades y movimientos sociales de Amrica Latina han producido seas de otras opciones en funcin de una accin liberadora. Proceso que se acenta con la crisis que vive el capitalismo y que ha conducido a plantear una inminente crisis civilizatoria.

    1 Una primera versin de este texto fue presentada como ponencia en el marco del VII Congreso de Internacional de Pensamiento Latinoamericano. Universidad de Nario, Colombia. Ciudad de Pasto, noviembre 2 al 4 de 2011.

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    Una opcin liberadora: sujetos en resistencia

    El modelo que se desvanece

    En las dcadas del sesenta y setenta del siglo pasado se volvi imperante el marxismo en las luchas polticas de la izquierda latinoamericana. La confrontacin al capitalismo se situaba en los parmetros que haba establecido la guerra fra. La apelacin a una opcin socialista en esta direccin no era ms que el eco de las orientaciones soviticas o chinas. Cuando a finales de la dcada del ochenta se cuestion radicalmente la imposicin del neoliberalismo; aun se segua adscribiendo esta crtica dentro de esa polarizacin. Igualmente, la controversia poltica e ideolgica de la izquierda se situaba dentro de la disputa entre reforma y revolucin. El sujeto social por antonomasia era el proletariado, y los dems actores sociales de los procesos no eran ms que aliados de este en la lucha por la transformacin. Cualquier otra perspectiva era reformista, pequeo burguesa o defensora de los intereses de las clases dominantes.

    La consolidacin del capitalismo, bajo su forma radical del neoliberalismo, profundiz la concentracin de la riqueza, las desigualdades sociales, la pobreza y miseria en el mundo. El entusiasmo inicial, proferido por los defensores del mercado y del consumismo a nivel internacional, no logr llegar siquiera a las tres dcadas de existencia. El fin de la historia planteado por Fukuyama como la consagracin inevitable del capitalismo no fue ms que el toque de una trompeta echada al viento en un momento de morbosidad histrica. La cada del muro de Berln, como smbolo del fenecimiento de los proyectos socialistas, auguraba que a la humanidad no le sera posible otra forma de sociedad ms all de aquella que consagra al individuo dentro de las leyes del mercado. La consideracin de que all se producira una autoregulacin que conducira al bienestar y la felicidad de la humanidad no fue ms que una propaganda ideolgica con la cual se enmascaraba la fragmentacin que se produca en la base social. El rito de la consagracin de esta mirada fue puesto en escena a travs de diferentes espacios que los poderosos

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    Estudios de suelo

    fueron creando. El consenso de Washington. La Organizacin Mundial de Comercio. Las reuniones de los ocho pases ms poderosos; o de los veinte, en otras. Cada uno de ellos legitimndose as mismo como los nicos espacios del devenir de la humanidad.

    La disminucin del Estado condujo a la reduccin de los aportes a la educacin, la salud, y la seguridad social. La poltica de abandonar en las leyes del mercado la regulacin de la economa de la sociedad condujo a desatender planes de vivienda, infraestructura para sectores sociales de bajos recursos y a relegar las polticas agrarias. El predominio del capital financiero y la concentracin de la produccin en grandes monopolios econmicos pusieron en la calle cantidades de trabajadores y trabajadoras. Pequeas, medianas, y hasta grandes empresas fueron cerradas por la turtuosa y a asimtrica insercin en la competencia. Inicialmente los pases industrializados parecan embriagados por el crecimiento inusitado de sus empresas ms fuertes. Ante los ojos de los magnates de los grandes monopolios econmicos y de los polticos de sus pases difcilmente se podra aceptar que esa complacencia fuera de corto plazo. Las protestas de Davos, Seattle, y Praga no eran ms que los viejos cantos de sirena de predicadores de ideas que la historia ya haba condenado. El Foro de Porto Alegre y el Foro Social Mundial, en sus diferentes menciones, ni siquiera fue para ellos una alerta o una premonicin de que la crisis tocaba sus espaldas.

    No obstante, la historia de la humanidad ha demostrado que los pueblos no se resignan a permanecer bajo el predominio de una tirana o de un sistema social que le niegue condiciones mnimas para su supervivencia. Los ecos de las luchas revolucionarias otrora dirigidas por el marxismo, dieron paso a la protesta social bajo el signo de la resistencia. No necesariamente bajo la renuncia a hacer la revolucin. Ms bien, como la creacin de espacios en los cuales aquella sea reinventada. Ahora, de una manera muy especial, porque nuevos sujetos y nuevos problemas aparecen

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    Una opcin liberadora: sujetos en resistencia

    en los escenarios de sus movilizaciones. Muchas veces con un mensaje de la inevitabilidad de una lucha universal otras, como producto de procesos especficos que no slo responden al desenvolvimiento de la confrontacin al capital y a su hegemona cultural, sino tambin a la acumulacin histrica de procesos sociales o a la reaccin frente a polticas de las elites y clases dominantes de diferentes pases.

    Qu se puede decantar como principios o supuestos bsicos de este tipo de resistencia? Es posible pensar que no hay un solo modelo de resistencia si no mltiples prcticas que se acreditan como tales? Cules son los sujetos de la resistencia y cules sus perspectivas? Es posible construir desde all opciones de liberacin que vayan ms all de las reivindicaciones inmediatas? Cuestionamientos que conducen a retomar el debate entre reforma y revolucin pero ahora articulados dentro de un proyecto actual. Quiere decir esto, con los principios y fundamentos que se derivan de las movilizaciones actuales y de su articulacin a las grandes utopas en que se ha debatido la humanidad. Pues no basta con la confrontacin inmediata a los lastres del capitalismo si no se decantan las posibilidades estructurales que conduzcan a la trasformacin social. Ejercicio en que se inscribe esta bsqueda. Una ms entre las muchas que hoy se abordan en Amrica latina.

    Los sujetos del Imperio rompen el silencio

    Cuando se produjo la destruccin de las torres gemelas en el 2011 toda la reaccin Norteamericana se produjo contra el que se consideraba su enemigo exterior. La lucha contra el terrorismo se presentaba como la extirpacin de un cncer que carcoma la opcin de futuro de la humanidad. La arremetida suicida contra el smbolo del poder capitalista mundial no fue vista como la forma extrema de la condena a un sistema mundial que anegaba a amplios sectores de la poblacin en la pobreza y en la miseria. Fue visto ms bien como un signo del mal que de no contenerlo militarmente se

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    Estudios de suelo

    impondra sobre la mayora de las sociedades. Lejos se estaba de advertir y de intuir que la condena a ese acto de barbarie y la confrontacin a sus autores no ocultaba la crisis que ya se estaba incubando en los grandes pases industrializados. Slo siete aos despus, Estados Unidos se encontrara al borde del abismo en una de las ms profundas de su historia, despus de la que viviera en 1929.

    Precedida de la que pocos aos antes haban tenido pases Asiticos, sta arrastr consigo a gran parte de los pases europeos. Nuevas movilizaciones y protestas, y nuevos actores sociales se desplegaron por doquier. Las de inmigrantes tanto en Europa como en Estados Unidos. Las de damnificados por los cierres de fbricas y por los recortes de los servicios sociales del Estado. Las de los afectados por las pensiones. La mayor parte de ellas en Europa; sin que el centro del capitalismo mundial fuera afectado. Sin embargo, Septiembre de 2011 pasar a la historia como el momento en el cual en pleno siglo XXI los propios habitantes del imperio confrontan el sistema econmico y social que lo configur como tal. Al recuerdo de los diez aos del estremecimiento de Wall Street le sigui la toma de sus calles por hombres y mujeres, jvenes y adultos mendigos y sin trabajo. No en acciones suicidas ni con el uso de ningn tipo de armamento; slo denuncias y palabras, y la conviccin de que este tipo de sociedad ha llegado a su lmite.

    Que el origen de la protesta se produjera en el centro econmico mundial de mayor reconocimiento, no hace ms que ratificar la justeza de los procesos de resistencia que se han configurado en el mundo. La tesis de una inminente crisis civilizatoria toma fuerza. No slo por la protesta, muchas veces encaminada a garantizar la sobrevivencia, sino tambin porque todos los intentos de oxigenar el sistema han sido fallidos. Las luchas de resistencia se convierten, entonces, en una especie de esperanza para quienes se han negado a aceptar que slo el capitalismo sea la sociedad deseable. As lo expresa una de las movilizadas, Eva Mallony, en Wall Street:

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    Una opcin liberadora: sujetos en resistencia

    Para muchos pensar en que se puede corregir el sistema es una utopa, pero para los que estamos aqu, hereja sera no morir en el intento (Corzo, 2011: 24).

    De lo cual se deduce que estas acciones colectivas decantan procesos que la humanidad acumul en la historia del capitalismo. No simplemente se movilizan por la recuperacin inmediata del trabajo, o de la casa que se perdi en la hipoteca. Van mucho ms all identificando aspectos estructurales que se requieren transformar para lograr una sociedad diferente:

    Adems de que se depure el sistema debemos reformular el sentido de riqueza que tenemos como sociedad. En el momento en que encontremos la felicidad por fuera del consumo dejaremos la ansiedad por acumular ms y ms (Corzo, 2011: 24).

    Cambiando los parmetros en relacin con los sujetos polticos y sociales; pues se asumen de una manera que incluye al conjunto de la sociedad: Somos una revolucin inclusiva donde todos tienen que proponer y eso toma tiempo. Y agregan: Porque no se trata de si usted es rico, pobre, mujer, homosexual, residente, inmigrante, gringo, ruso o peruano, esta es una lucha del noventa y nueve por ciento por desterrar el cncer del inters corporativo de nuestra sociedad (Corzo, 2011: 25). Articulndose as a los principios que recorren muchos pases europeos, y, en parte, desde otra orilla, pregonados por pueblos del Oriente Medio. Y no de menor manera, a los que levantaron los pueblos de Amrica Latina al acceder a los gobiernos o incidir en ellos, y a la mirada de sujetos sociales que optan por una accin liberadora.

    Surcos de resistencias en Amrica Latina

    Amrica Latina entr en los procesos de resistencia de manera dismil y asimtrica. La revolucin Cubana en 1959, el triunfo de Allende y su gobierno socialista, al iniciar la dcada del

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    Estudios de suelo

    setenta, y la revolucin Nicaragense en 1979 establecieron hitos en los procesos de la lucha poltica y del desarrollo intelectual. De la misma manera, el militarismo que se produjo en diferentes pases dej una secuela inolvidable en la menora histrica, pero a la vez, oblig a una trasformacin de la representacin que la izquierda se haca del Estado y de la democracia (cfr. Dagnino 2001).2 De tal manera que las experiencias socialistas aportaron fundamentos relacionados con la construccin de la democracia como la complejidad de la relacin entre el poder y el Estado, y la resignificacin de los sujetos de la trasformacin. El trnsito de las dictaduras a la democracia introdujo nuevos significados de la institucionalidad, una revaloracin de los llamados pactos sociales pregonados por el contractualismo y una irrupcin de sujetos sociales como nunca antes se haba visto en el continente. El foro de Porto Alegre, entonces, no es solamente la reaccin a los impactos del neoliberalismo si no tambin, un resultado de la dinmica de los pueblos de la regin.

    Los procesos de Amrica Latina no se restringen al marco anteriormente expresado. Sociedades y pases con una alta composicin indgena como Bolivia, Ecuador, Guatemala, Per y Mxico registran en su memoria cultural y poltica, procesos de resistencia desde la invasin espaola a estos territorios. Lo hicieron tambin grupos tnicos de menor poblacin en todos los pases renunciando a ser arrasados por la hegemona colonial y explotadora. Pueblos y culturas que se negaron a interiorizar y adoptar las formas de dominacin colonial que les impusieron. Comunidades que se aliaron con la cruz para evadir el flujo arrollador de la Iglesia Catlica. Logrando mantener su lengua, su relacin cosmognica con la que calificaron la madre tierra, y mltiples smbolos y ritos que pervivieron a pesar de la barbarie y de la devastacin. Su voz por

    2 En la direccin propia de la percepcin que la izquierda se hizo sobre los Derechos Humanos por la persecucin en los regmenes militares est el artculo de Joaquim Falcao Democratizacin y servicios legales en Amrica Latina. Vase: Falcao, Joaqum t al. 1986. Los Abogados y la Democracia en Amrica Latina. Quito: ILSA.

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    Una opcin liberadora: sujetos en resistencia

    tantos aos acallada se hizo palabra y accin a lo largo de estas dos ltimas dcadas. Si antes sus reivindicaciones y principios se diluyeron en la conjugacin que hacan con los procesos de la izquierda latinoamericana, ahora emergan con signos y banderas propias. Sin que con ello exprese su marginacin del caudal de las resistencias que fluyen por doquier.

    Un pregn mexicano

    En el amanecer de 1994 se lanz un grito que se hizo eco replicado en mltiples rincones del planeta. No solamente se tomaba como smbolo de confrontacin al neoliberalismo, al hacerse justamente el da en que Mxico suscriba acuerdos para el Tratado de Libre Comercio con Canad y Estados Unidos. El EZLN iz sus banderas a nombre de las comunidades indgenas mexicanas cuyo rostro era ignorado e invisivilizado. Los pasamontaas dejando entrever slo su mirada puesta en el horizonte de una sociedad posible, y sus labios que proclamaban al mundo la vigencia de su palabra, se aunaban al grito de guerra que se declaraba desde el Sur de la nacin Mexicana. Sabedores de que su lucha no poda darse aislada de aquellas otras que hilvanaban muchos pueblos en el universo, hicieron de su nicho un ncleo de la protesta mundial. Pues a la confrontacin del neoliberalismo le fue congruente el cuestionamiento de la forma de democracia que imperaba en su pas. Primero porque consideraba que la de su pas no lo era, o slo lo era a medias. A la vez, porque lo que se eriga como democracia haba entronizado el neoliberalismo como signo de muerte y de destruccin. La centralizacin en que se cimentaba no haca ms que desconocer la participacin comunitaria y ciudadana y la pluralidad tnica, cultural y regional. A nombre de ella se haba construido todo tipo de autoritarismo y de verticalidad. Por ello proclamaban Democracia, libertad y justicia para todos los mexicanos. Con su grito se despertaron los sueos que recrean utopas, se avivaron esperanzas de que otro mundo es posible.

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    Estudios de suelo

    Aqu el sujeto de la resistencia pareciera refundirse en su origen. Pueblos indgenas que vacan la memoria de sus resistencias acumuladas. La tierra, sus culturas, sus saberes, puestas en igual plano de aquellas que asumieron que slo las suyas podan existir. Prcticas comunitarias milenarias expuestas ante el mundo como formas posibles de profundizacin de la democracia. Aquella que viene desde abajo. Esa que luego aplicaron en los municipios de los caracoles zapatistas. El cambio permanente de autoridades realizado en los municipios que estn bajo su control. Una versin permanente de la pluralidad. De lenguas, de vestidos, de colores, de ritos, de artesanas. Un arco iris fluyendo en el devenir cotidiano se sus vidas. Una relacin con la naturaleza, no de conquista, no de utilidad, no de mutilacin, no de devastacin. Una naturaleza que dialoga con los sujetos que la habitan y que nutre y que se hace sujeto de derechos.

    Slo esto bastara para admitir que sus seas oxigenan los procesos de las trasformaciones posibles. No obstante ello, sin teorizar sobre la interculturalidad, la hacen efectiva. Pues, admiten que slo en el encuentro, en el dilogo con otras prcticas y culturas, se hace posible la realizacin de sus propsitos. Y no solamente frente al inmediato hermano de su propia sobrevivencia: el campesino. Sino tambin frente a ese torrente de hombres y mujeres, de negros y mestizos, de obreros y destechados, de lesbianas y homosexuales, de ecologistas y pobladores urbanos. Son aquellas que define como,

    Bolsas de resistencia que se multiplican. Cada una de ellas tiene su propia historia, sus diferencias, sus igualdades, sus demandas sus luchas, sus logros. Si la humanidad tiene todava esperanzas de supervivencia, de ser mejor, esas esperanzas estn en las bolsas que forman los excluidos, los sobrantes, los desechables. [] Hay tantos modelos como resistencias y como mundos hay en el mundo En esto de las bolsas, como en las resistencias, la diversidad es riqueza (EZLN. Siete piezas sueltas del rompecabezas mundial, 1997).

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    El encuentro con los otros y las otras da cabida a la estructuracin de principios que van ms all de las reivindicaciones o propsitos de las comunidades en que se origina la resistencia. Abre el espacio para darle contenido a un proyecto que puede inscribirse dentro de la construccin de una utopa de liberacin. Pues no se trata solamente de lograr paliativos para reformar la forma hegemnica de dominacin cultural, poltica y econmica. Es la puesta en juego de principios y valores de los cuales puede devenir un nuevo proyecto social. Es la consideracin que sin trasformaciones radicales de nuestras sociedades no podran darse seales de que los pueblos marchan haca formas de vida ms equitativas e igualitarias. Es la aceptacin de que el individuo sin entorno social, sin comunidad pierde su razn de ser como ser social. Los acuerdos iniciales con el grupo insurgente as lo resaltaba: Debe considerarse la naturaleza colectiva de los derechos de los pueblos indgenas, dimensin que no puede incluirse en los derechos individuales.3 Es la admisin de que las leyes del mercado solo regulan relaciones entre cosas, bienes, mercancas. Que el consumismo al cual nos arroja no hace ms que relegar la dimensin humana de las relaciones entre las personas. Invierte la apropiacin de los bienes para darle sentido y significado a la vida humana por la de una conducta delirante en que el sujeto nunca se sacia con las ofertas constantes y cambiantes que le ofrece el desarrollo de la tecnologa y de la industrializacin. Es la radical propuesta de que la depredacin de la naturaleza llego a su fin, porque de no aceptarlo sera el fin de la misma humanidad. No es entonces una liberacin que se circunscriba a un sujeto, el proletariado, para su realizacin. Es aquella que no lo excluye pero reivindica la multiplicidad de sujetos que pueden lograrla. El cmo y el cundo no son prescritos a priori, ni tampoco los sujetos susceptibles de entrar en ella.

    3 Vase: Iniciativa de Ley COCOPA, presentada por Jaime Martnez Veloz en la Tribuna del Congreso de la Unin, el 9 de Abril del 2002, con el respaldo de 168 Diputados Federales del PRD, PRI, PT, PC, PVEM y PAS.

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    El rastro del sur

    Queda consignada as la existencia de mltiples resistencias. Aun de aquellas protagonizadas por comunidades y organizaciones indgenas. En efecto, si nos detuviramos en las que se produjeron en Ecuador, y Bolivia, encontraramos sus diferencias, pero igualmente, sus proximidades. Un movimiento ecuatoriano cuya expresin visible se produjo con las movilizaciones que condujeron a la renuncia o destierro de varios gobernantes. Detrs de s estaba la confrontacin centenaria a mltiples formas de colonialismo, racismo y explotacin. En sus movilizaciones se perciba la fuerza de culturas que haban trascendido la herrumbre de los tiempos. En sus prcticas devenan mltiples formas de organizacin comunitaria que dejaban atnitos a quienes desde la cultura occidental observaban el despliegue de miles y miles de indgenas que parecan enjambres en los cuales no haba lugar para el tropiezo ni la prdida de sus caminos.

    La confrontacin al autoritarismo, la corrupcin, la aristo-cracia, el patrimonialismo de Estado, buscaban desestructurar una hegemona que histricamente nunca los incluy en su proyecto de nacin. Esbozaba principios que le dan un nuevo contenido a la democracia. Ms bien, postulaban la opcin de construccin de otra democracia. Aquella que tiene en cuenta la plurietnicidad y la pluriculturalidad. De all parti tambin la lucha por la plurinacionalidad. Principio que luego fuera incorporado como mandato constitucional. Una democracia incluyente que rompa con las formas de colonialidad y racialidad predominantes. Que genere formas de participacin en que la pluralidad sea incluida.

    Inscritos en las luchas de resistencia internacional al neo-liberalismo, el movimiento indgena Ecuatoriano confront en 2004 los acuerdos tendientes a establecer un tratado de libre comercio con los Estados Unidos. Desde el 2000 se haban opuesto al Plan Colombia que identificaban como

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    una forma de militarizacin de la regin, bajo el mando del imperio norteamericano y con ello la posibilidad de propiciar la ejecucin de macroproyectos favorables al gran capital y una ampliacin del control de toda el rea amaznica. Ya desde 1999 el comando sur de los Estados Unidos haba instalado una base militar en su pas, en Manta, sustituta de la que exista en el canal de Panam, desalojada por presiones del gobierno panameo. De tal manera que su confrontacin al capital, a travs de su modelo neoliberal no slo se ocupaba de sus implicaciones econmicas, en un pas exportador de petrleo, sino tambin de las polticas y acciones militares producidas desde la mxima potencia econmica y militar mundial. La asociacin entre economa y poltica era clave porque daba cuenta de que la regulacin econmica del mercado iba acompaada de una siniestra estrategia militar. Implicaba tambin un claro contenido humano por la paz. Es decir, el reconocimiento de que la opcin de la trasformacin social obliga al establecimiento de reglas de juego que posibiliten la solucin negociada de los conflictos.

    Le es comn a los otros procesos de resistencia el principio de una relacin equitativa con la naturaleza. La tierra, concebida como la pacha mama, es el centro de su cosmogona de su visin del mundo. Y a travs de ella el conjunto de la naturaleza adquiere vida, y en ella una repuesta a la degradacin a que ha sido sometida por el imperio de la utilidad en las relaciones de mercado. Desde all se deriva otro horizonte en relacin con los proyectos y programas que deben realizarse para producir un buen vivir. La propia nocin de desarrollo entra en conflicto porque se descarta el sometimiento de la naturaleza. No se concibe como una linealidad o un proceso evolutivo al que la humanidad homogneamente debe llegar. El buen vivir proviene de una relacin equitativa con la naturaleza e igualmente con aquellos que conforman la sociedad. Se da por descontado descartar que un grupo determinado de la sociedad imponga a los dems lo que considere que sea vlido para ella. Su criterio de la felicidad no puede ser el del conjunto de la sociedad. Tampoco quiere decir que se niegue

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    la opcin del reconocimiento de unos mnimos en que se posibilite la convivencia.

    Desde esta perspectiva se identifica claramente una deuda con procesos de la izquierda marxista al reconocer que una sociedad en que predomina el capital, inevitablemente tendr a gran parte de la poblacin bajo formas de explotacin. En cuanto tal, en el ejercicio de resistencia se producir su participacin en cuanto la conforma como tal. Es decir, de una manera diferenciada. A la vez, como parte de un proceso en que los principios y estrategias de otros tambin pueden confluir en un proyecto comn. No se trata pues de una perspectiva que muchos pudieran calificar de indigenista. Es ms bien la incorporacin de procesos que alientan su propia lucha y la adscripcin a prcticas que fortaleciendo las luchas de otros dinamiza la suya propia. Esta consideracin hace que en ese proceso se incorporen sindicatos y organizaciones gremiales que en su lucha contra el capital convergen con aquellas en que ellos tambin la efectan. De all que su participacin en diferentes sesiones del foro social mundial y su articulacin con los encuentros regionales que se enfrentan a los tratados de libre comercio, sean parte significativa de su propio proceso de resistencia.

    De igual manera, el paso de una lucha contestataria contra el capital y las formas excluyentes, coloniales y autoritarias del Estado, al establecimiento de alianzas con un gobierno amigo en un principio, el de Rafael Correa, y su participacin en una asamblea nacional constituyente los sita en condiciones diferentes en relacin con la resistencia. Aun con los conflictos que el movimiento indgena ecuatoriano tiene hoy con el gobierno de Correa hay una diferencia del proceso en cuanto, quirase o no, hay una forma ms directa de interlocucin con el Estado. No sin mayores problemas, porque hay sectores del mismo movimiento indgena que han sido asimilados a las dinmicas institucionales del gobierno. Lo cual comporta contradicciones en su interior que necesariamente conducen a fraccionamientos dentro de sus propias organizaciones.

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    Pareciera que el mismo gobierno estuviera interesado en ello. Por lo menos eso es lo que se interpreta desde la direccin de los movimientos sociales. Explicable si se tiene en cuenta que en el ejercicio del control del Estado, como en todas las prcticas sociales, se ponen en juego relaciones de poder. Evidentes en este caso; pues si bien Correa accedi a la presidencia como producto de las movilizaciones indgenas efectuadas en aos anteriores a su eleccin, su candidatura no se produjo a nombre de su mxima organizacin, la CONAIE. De igual manera, al mandatario no se le conoce vinculaciones a procesos sociales de mayor importancia. Por eso su proclamacin de un gobierno dirigido por el llamado socialismo del siglo XXI no tiene un precedente en su propia formacin acadmica, ni tampoco una valoracin precisa de la pluriculturalidad y de la interculturalidad.

    Por lo tanto, es un juego de fuerzas en que en una direccin se impone la lgica de la centralidad del Estado y, en otra, la de las fuerzas sociales desde la vida y organizacin propias de las comunidades. Para el gobernante es imperativo establecer dilogos con las fuerzas sociales porque hacerlo legitima su reivindicacin de un socialismo. Sin embargo, las reglas del ejercicio del gobierno no se circunscriben nicamente a las demandas y posibilidades internas del pas, por lo cual efecta restricciones a las exigencias de los movimientos sociales. De igual manera, las alianzas para mantenerse en el gobierno van ms all del respaldo que ellos puedan brindar. La trasformacin de la institucionalidad no necesariamente incorpora las trasformaciones que la base social est exigiendo. La resistencia entonces sigue producindose en cuanto tal; puesto que el acceso a la institucionalidad del Estado solamente proporciona fragmentos de aquello que es su razn de ser.

    Cabra incluso preguntarse si le es inherente a todo tipo de Estado y de sociedad la existencia de diferentes tipos de resistencia; pues el orden estatal y los intereses generales de una sociedad subordinan o relegan muchas de las expresiones

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    propias de su carcter plural. El fracaso de la pretensin de homogenizar a la sociedad producida por el modernismo y el liberalismo europeos as lo confirman. El origen y desarrollo plural de las sociedades no han hecho ms que hacer emerger mltiples derechos que se inscriben en la especificidad propia de sus demandantes, no necesariamente identificadas con un proceso u ordenamiento colectivos.

    Qu significa entonces resistir. En este mbito hay un espacio autnomo en que se efecta su propio ejercicio. Aqul que proviene de una memoria histrica y cultural en que confrontaron el ejercicio de dominacin, pero a la vez produjeron y reprodujeron sus propias condiciones de vida cultural y comunitaria. Por eso no sera reexistencia, porque no se trata de volver a existir. No es la vuelta a un pasado que arcaicamente se quiera recrear en el presente. Tampoco es la aceptacin de una inexistencia en los perodos ms cruentos de su subordinacin. Al contrario, si hay resistencia es porque hay vida porque se existe. Porque se tiene la fuerza suficiente para enfrentar o eludir al dominador y para producir y reproducir aquello que se quiere eliminar.

    Una resistencia dentro del Estado y contra el Estado

    Es, quiz, el proceso boliviano el que puede dar pautas ms definidas acerca de los procesos de resistencia que acceden al control del Estado. En una sociedad mayoritariamente indgena, sometida a ejercicios de dominacin coloniales desde la invasin espaola la memoria cultural y social fluye en mltiples direcciones. En muchas de ellas, similares a los otros procesos de resistencia que comprometen a comunidades indgenas. De all la defensa de principios como la autonoma, la autodeterminacin, el territorio, la cultura. En un aspecto ms especfico, la plurinacionalidad. En otras, se articula con los procesos que confrontan al capital y a su expresin actual al neoliberalismo. En ese pas el movimiento sindical fue abanderado de significativas luchas; lo cual hizo inevitable

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    su encuentro con los movimientos polticos marxistas. Por eso varias organizaciones y grupos indgenas a un hoy son deudoras de sus postulados.

    Su tradicin cocalera en su vida cultural fue utilizada por el narcotrfico internacional para el abastecimiento de sus mercados. A la vez, la confrontacin efectuada por el imperio estadunidense a los productores de coca y a los miembros de las redes internacionales del narcotrfico condujo a las luchas de los cocaleros indgenas por la defensa de su cultivo ancestral. De esa manera, la lucha contra el imperio fue prctica. La experiencia directa les permiti vivir cunto puede hacer un imperio para imponerse. A su vez, condujo al fortalecimiento de sus comunidades y de sus formas organizativas. Articulado con la lucha contra la venta del agua a empresas extranjeras y con la defensa de los recursos naturales los colocaba directamente en una confrontacin contra el capital. La resistencia, entonces, integraba sus propias demandas como grupos indgenas con aquellas que confrontaban directamente al capital y al imperio.

    Dentro del acumulado histrico no puede dejarse de lado la experiencia nacionalista de la dcada del cincuenta del siglo pasado. Pues, desde 1952, []la historia del poder es tambin la historia de conglomerados populares, de los sindicatos, pero nunca como modo de aplicacin misma del poder, sino tan slo como regulacin de sus atribuciones, de su extensin, de su eficacia (Garca Linera, 2008: 141). Quiebre en la historia que se constituy en una gran experiencia para el movimiento indgena y los movimientos populares. Ampliadas posteriormente con las constantes movilizaciones y confrontaciones en las luchas de los cocaleros. Experiencias que se refrendaran en 2006 cuando las organizaciones indgenas logran una mayora en el congreso. Prembulo para el acceso mayoritario al gobierno en cabeza del lder indgena Evo Morales.

    La resistencia comunitaria indgena adquiere as una connotacin particular porque no solamente se queda en el nivel

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    contestatario, sino que logra el acceso a la instancia mxima de poder. Los principios y reivindicaciones se convierten en un elemento bsico de construccin de poder. Ya no es slo el ideal o la utopa es la opcin de concretar aquello que fue el centro de la resistencia. En este caso, con los aspectos bsicos que se materializan en un proceso constitucional. En efecto en l se materializ la autodeterminacin, el autogobierno, la plurinacionalidad, la interculturalidad, el valor del poder comunitario, la participacin y la descolonialidad. Se consagraron las libertades que la humanidad ha conquistado, y se declar la independencia del Estado de todo tipo de religin.

    El acceso al poder del Estado no garantiza por s la realizacin de los principios y programas que motivaron la resistencia. Mucho ms si se tiene en cuenta que obtenerlo no fue a travs de un proyecto revolucionario que se impusiera sobre el conjunto del Estado y de la sociedad. El hecho de que la mayora de la sociedad boliviana sea indgena no le otorga al gobierno el poder de imponer una hegemona avasalladora. La misma diversidad de grupos indgenas obliga al establecimiento de consensos, no fciles de lograr entre grupos con experiencias tan radicales. La existencia de campesinos, clase media y sectores empresariales obliga a comprender que se gobierna para todos ellos y que inevitablemente quedaran por satisfacerse muchos de los principios y reivindicaciones que harn obligatoria la vigencia de la resistencia. Cabra incluso plantearse si bajo esta modalidad, habrn fuerzas sociales que trasladan al gobernante la realizacin de formas de resistencia ante las asimetras que se producen en la geopoltica y la economa internacional.

    S el acceso al gobierno por la va institucional no garantiza la realizacin total de los objetivos de la resistencia, y s aun un triunfo revolucionario tampoco los concreta, podra afirmarse que aquella es inherente a la propia condicin humana. La insatisfaccin individual y colectiva la mantiene. La subyugacin, sometimiento o subordinacin, la hacen imprescindible. En el campo poltico de las relaciones de

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    fuerza, de las luchas por el poder, el ejercicio de la resistencia se constituir en factor indispensable para garantizar la no permanencia de las hegemonas. En un mundo con predominio del mercado en que hasta los mismos seres humanos son tratados como cosas habr reacciones de quienes se niegan a entrar en sus redes.

    Se trasciende as el campo restringido de la resistencia a actores sociales circunscritos en grupos tnicos. Ms bien, sus demandas y su memoria histrica y cultural sern factor suficiente para incentivar otras luchas y procesos. As lo han demostrado las dinmicas de Amrica Latina. Con disimiles experiencias, pero concurrentes en muchos de los objetivos que se proponen. Coincidentes con la confrontacin al capitalismo y a su modalidad actual el neoliberalismo. Dejan de lado las propuestas de los partidos. Coadyuvan ms bien a su fenecimiento. No se sienten representados en ellos. Son ms bien el signo de la corrupcin y del agotamiento del Estado. Se expresan entonces a travs de los movimientos sociales que le dieron vida y sostenibilidad. Su formacin diversa hace que diversos sean sus caminos y mltiples sus propsitos. Lo cual conlleva a dificultades para su unidad y, contradictoriamente, a una fuerza inusitada cuando la logran. A su vez es fuente de recreacin permanente de mltiples opciones para darle continuidad. Factores que explican el poder de que se han hecho dueos.

    Las seas que abren camino

    La filosofa poltica se recrea permanentemente con los discursos y saberes que emanan de sus diferentes procesos. Repensar la comunidad no nos circunscribe a aquellas centradas en los grupos tnicos. S hasta el liberalismo ha pensado lo comunitario como una forma de reformular el Estado (cfr. Dworkin, 1996: 133-185), podra concluirse que lo comunitario tambin se produce en poblaciones campesinas y urbanas con caractersticas claramente diferenciadas

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    y diferenciadoras. Referencia que reinventa el ejercicio de la ciudadana en cuanto que desde all se propicia una participacin directa en la definicin de polticas estatales y, por tanto, la preeminencia de funciones colectivas por sobre las individuales o de grupo. El campo propio del poder es cuestionado; pues se descentra el Estado para multiplicarlo por la pluralidad de espacios en los que devienen los individuos, las organizaciones, y las comunidades. El mandar obedeciendo zapatista es un replanteamiento del poder que rompe con la burocratizacin y la centralizacin del ejercicio del poder estatal. Lo disemina, a su vez en la pluralidad de opciones que la misma sociedad presenta. Sin que necesariamente conduzca a la anarqua porque los principios de unidad y de cohesin social prevalecen garantizando los fines colectivos. Lo mismo podra decirse de la autonoma. S bien la referencia inmediata se dirige a la que reclaman las comunidades indgenas, tambin se orienta a la que reivindican muchos sectores organizados de las sociedades. La interculturalidad se desprende a su vez de la afirmacin de la pluralidad y de la plurinacionalidad. La misma constitucin boliviana la incorpora como un mandato. Lo cual la inscribe dentro de la institucionalidad estatal, otorgando con ello una fuerza que la generaliza al conjunto de la sociedad. El reconocimiento del otro no es simplemente un imperativo tico, lo es tambin poltico puesto que implica aceptarse en la diferencia, y, en cuanto tal, asumir que cada cultura tiene derecho a existir y que ninguna puede sobreponerse sobre las dems.

    Se concluye, entonces, que no hay un cierre a las opciones de liberacin. Al contrario. Lo que nos ensean estos procesos es que son mltiples los insumos para su construccin. No para hacer borrn y cuenta nueva, como muchos quieren pregonarlo. Ms bien es la posibilidad de recrear lo que los pueblos crean da a da en su lucha contra las injusticias, la miseria, la pobreza, la explotacin y la hegemona colonial. En esa direccin Amrica Latina dejo de ser copia, rplica de Europa, para asumir su propio destino. Retomando a Maritegui: Creacin heroica.

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    Referencias Bibliogrficas

    Corzo V, lvaro. 2011 Una noche en la plaza de la Libertad. El fin de una

    generacin aptica sin esperanza en el futuro y mucho menos en su destino poltico, podra estar a la vuelta de la esquina. Da 22 de la ocupacin de Wall Street. En: El Espectador, octubre 9. Bogot.

    Dagnino, Evelina. 2001 Cultura, Ciudadana y Democracia: los discursos y

    prcticas cambiantes de la izquierda latinoamericana. En: Arturo Escobar, Sonia E. lvarez y Evelina Dagnino (eds.), Poltica cultural & cultura poltica: una nueva mirada sobre los movimientos sociales latinoamericanos. Bogot: Taurus-Icanh.

    Dworkin, Ronald. 1996 La comunidad liberal. Bogot: Siglo del Hombre Editores

    Facultad de Derecho, Universidad de los Andes.

    EZLN. 1997 Siete piezas sueltas del rompecabezas mundial. El

    neoliberalismo como rompecabezas: La intil unidad mundial que fragmenta y destruye naciones. Mxico: Ediciones del Frente Zapatista de Liberacin Nacional.

    Garca Linera, lvaro. 2008 La potencia plebeya. Accin colectiva e identidades

    indgenas, obreras y populares en Bolivia. Buenos Aires: CLACSO - Prometeo Libros.

  • Una lectura decolonial y transmoderna de los movimientos sociales

    latinoamericanos: ms all del anlisis eurocntrico de los sujetos1

    Cicern Erazo Cruz

    No fueron dioses, sino hombres, mujeres, que necesitaban comer

    pan, vivir, hacer hijos [] No fueron perfectos ni mucho menos []

    Pero haba una luz que caa de sus frentes sudadas, rojas, arrugadas,

    pensando como batir al enemigo []

    Juan Gelman Ya Caminando (1994).

    Introduccin

    Este trabajo tiene como propsito exponer algunas ideas y reflexiones en torno a la nocin de sujeto (movimientos sociales latinoamericanos) en el marco de la teora decolonial,

    1 Una primera versin de este texto fue presentada como ponencia en el marco del VII Congreso de Internacional de Pensamiento Latinoamericano. Universidad de Nario, Colombia. Ciudad de Pasto, noviembre 2 al 4 de 2011.

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    a partir de la perspectiva terica ofrecida por Juliana Flrez Flrez en Lecturas emergentes. Decolonialidad y subjetividad en las teoras de los movimientos sociales (2010). Dos apartados conforman el desarrollo argumentativo. El primero, procura justificar por qu descolonizar antes que subjetivar los movimientos sociales (el sujeto). En el segundo, se presentan algunas consideraciones sobre el sujeto o los movimientos sociales de la teora decolonial. En ese marco, se examina la posible relacin entre el programa de investigacin Modernidad/Colonialidad y la Transmodernidad, as como tambin, se evala la efervescencia y el desencanto de las lecturas (eurocntricas) de los movimientos sociales en la dcada de los ochenta, como expresin de la negacin del sujeto latinoamericano en tanto no moderno. Finalmente, se exponen algunos planteamientos orientados hacia la afirmacin de este sujeto negado (y sus luchas), ms all y ms ac de la modernidad.

    Descolonizar antes que subjetivar al sujeto: aclaraciones introductorias

    Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la

    copa cargada de flor, restallando o zumbando, segn la acaricie el

    capricho de la luz, o la tundan o talen las tempestades; los rboles se han de poner en fila, para que no pase el

    gigante de siete leguas!

    Jos Mart (2008:54).

    El libro de Juliana Flrez Flrez: Lecturas emergentes. Decolonialidad y subjetividad en las teoras de los movimientos sociales, es el referente terico (y conceptual) de este trabajo. Lo esbozado en el subttulo de la obra permite entender de antemano los dos grandes temas desarrollados por la autora y que han sido explorados marginalmente, segn ella, por los estudios de los movimientos sociales.

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    Estudios de suelo

    La subjetividad, segn la autora, permite dar cuenta de la manera como los movimientos sociales gestionan a su favor las relaciones de poder, en todo caso asimtricas, que surgen a su interior. Es decir, all se evidencia que mientras, por una parte, los movimientos se conciben como lugares de resistencia, por otra, son escenarios donde se recrean relaciones de poder. Esto es lo que le permite a Flrez argir que los movimientos sociales son tanto hroes como antihroes de la accin colectiva. Puesto en otros trminos, el estudio de la subjetividad propuesto por Flrez implica la exploracin de las controversias propias de la cotidianidad de los movimientos sociales, que se instalan ms all (sin que ello suponga su desconocimiento) del anlisis de la dimensin subjetiva de la accin colectiva, de aquello que posibilita que los individuos hagan parte de un proyecto comn (la solidaridad, la amistad, lealtad).

    En palabras de la autora: Los movimientos sociales se mantienen dinmicos en la medida que dan cabida al disenso, como un ejercicio que acompaa y posibilita la bsqueda del consenso de sus principios de lucha (Flrez, 2010: 20). En ese mismo sentido, se seala que: Los movimientos logran gestionar sus disensos mediante continuas tcticas de des-sujecin que desplazan los lmites que definen su identidad poltica (Flrez, 2010: 21). Las disputas al interior de los movimientos no necesariamente son resueltas en el plano de la racionalidad, y de esa manera se prioriza lo pasional, para argumentar finalmente que el sujeto poltico de los movimientos sociales, ms que un sujeto de derecho o un sujeto identitario, es un sujeto de deseo. En sntesis, la segunda parte del libro de Juliana Flrez, intenta atajar estos tpicos olvidados y hasta ocultados [por las teoras eurocntricas de los movimientos sociales], quiz por considerarlos temas de tab (Flrez, 2010: 17); trata de subjetivar los movimientos sociales.

    Por otro lado, la lectura decolonial del sujeto, afirma la autora, evidencia que los movimientos sociales latinoamericanos

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    escapan al anlisis o teorizacin hecha sobre los otros movimientos contemporneos (occidentales), en tanto estos ltimos procuran mostrar los lmites de la modernidad, tarea imposible de ser realizada por los movimientos latinoamericanos, ya que estn afincados en la premodernidad, o lo que es lo mismo: Estn todava pataleando para alcanzar la modernidad. Afirmar que el punto de partida de los movimientos del Norte es el de llegada de los del Sur (Flrez, 2010: 16), muestra el carcter o sesgo eurocntrico de estas lecturas. No obstante, la tarea de Juliana Flrez en este punto, no es afirmar lo autntico o extico de los procesos latinoamericanos, tampoco desconocer las teoras contemporneas de los movimientos sociales por el mero hecho de ser eurocntricas. El propsito es: Impulsar el giro decolonial en las teoras de los movimientos sociales (2010: 16); descolonizar o decolonizar al sujeto.

    Promover El giro decolonial en las teoras de movimientos sociales (nombre de la primera parte del libro) implica valorar el potencial de los movimientos latinoamericanos para colocar lmites al pensamiento decimonnico; tambin supone evaluar la decepcin o el desencanto de las lecturas de los movimientos, en tanto parece que sus luchas quedan presas de la ilustracin; y, fundamentalmente, presume hacer una lectura decolonial de los movimientos sociales latinoamericanos. O como lo dice Flrez: se requiere argumentar que estos movimientos (los latinoamericanos), han subvertido los lmites de la modernidad, pero de la modernidad tal y como se ha instalado en esa regin (Flrez, 2010: 19).

    Estos comentarios se introducen con el propsito de precisar que este trabajo se centra, como ya se advirti, en el anlisis y la reflexin de los movimientos sociales latinoamericanos desde la mirada de la decolonialidad; y en ese sentido, es obviado el anlisis de la subjetividad. Esto se hace atendiendo a dos razones. La primera, para la autora el inters por descolonizar las teoras de los movimientos sociales precede al inters por subjetivarlas (Flrez, 2010:18). La segunda y

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    tal vez ms importante, la decolonialidad es un tema central a la hora de dar cuenta de la Transmodernidad.

    Giro decolonial y transmodernidad: el sujeto (los movimientos sociales latinoamericanos) ms all de la modernidad eurocntrica

    Si bien no es fcil ofrecer una definicin del trmino Giro decolonial, como asegura Flrez, de acuerdo con Walsh, ste es asumido como el hecho de identificar, visibilizar y alentar lugares de exterioridad a la modernidad, como una lucha continua y de absoluta vigencia. Ms an: Supone impulsar interrelacionamientos que no tienen la pretensin de asumir la perspectiva del otro, sino de permitir que la diferencia intervenga en uno. El Giro decolonial en trminos de Mignolo, tambin supone reinscribir en la genealoga del pensamiento a intelectuales que por la colonialidad del saber fueron suprimidos (Flrez, 2010: 91). En ese mismo horizonte argumentativo, algunos autores (Castro-Gmez) relacionan el Giro decolonial con el Programa de Investigacin Modernidad/Colonialidad o PM/C. Juliana Flrez considera que el PM/C procura hablar, sobre y desde un paradigma distinto al eurocntrico; esto es: Desde las perspectivas coloniales latinoamericanas y del Caribe; sobre y desde las historias locales a las que les fue negado potencial epistmico (Flrez, 2010: 85). As, el Programa o la Red cuenta con diversas corrientes crticas inscritas:

    Marxismo heterodoxo, teologa y filosofa de la liberacin, estudios culturales, escuela de la dependencia, estudios posdesarrollistas, debates latinoamericanos sobre la modernidad y la Colonialidad, anlisis foucaultianos, estudios subalternos, literatura subalternizada, etc. (Flrez, 2010: 85).

    Mientras tanto, de la Transmodernidad se puede argumentar que se trata de un ms all transcendente a la Modernidad y la

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    Postmodernidad occidentales; un proyecto filosfico, tico y poltico surgido en la periferia que asume, valora y potencializa lo despreciado y considerado como nada por el Centro. En ese sentido, procura la superacin de los complejos de inferioridad, el sometimiento colonial, la consideracin del pensamiento y la reflexin filosfica y tica propia, como demasiado verncula, desprolija y oscura segn la tradicin filosfica europea; pero sobre todo, resalta la necesidad de respetar el pensar y el actuar popular, procura potencializar esa nada despreciada. Definitivamente, la Transmodernidad evidencia la existencia de culturas actuales y anteriores a la Modernidad hegemnica, culturas y proyectos desarrollados junto a la modernidad y que cuentan con un potencial de humanidad suficiente para ejecutar planes alternos al capitalismo. Estas expresiones (culturales, polticas, organizativas), ignoradas o negadas por el euro-anglocentrismo tienen suficiente creatividad no solo para retar a la modernidad, sino para garantizar la sobrevivencia de la humanidad: sus prcticas cotidianas, en la mayora de los casos, desconocen la sobreexplotacin de los recursos naturales; adems, el solipsismo es reemplazado por relaciones interpersonales y comunitarias solidarias, entre otras muchas caractersticas.

    Definidas parcialmente las dos propuestas encontramos mltiples relaciones. No obstante, es necesario puntualizar, teniendo en cuenta nuestro propsito, al menos dos. Primero, la Transmodernidad se relaciona con el Programa de Investigacin Modernidad/Colonialidad o Giro decolonial, en tanto ambos ejercicios ponen al descubierto algo que muchos no queran ver: a la modernidad le es inherente y constitutiva la Colonialidad. Y en ese sentido, segundo, las lecturas decoloniales al igual que las transmodernas alimentan la exterioridad que no ha sido subsumida y que se constituye en fuente de resistencia ms all y ms ac de la Modernidad europea (la ilustracin y el pensamiento decimonnico). La Transmodernidad y la Decolonialidad, a mi modo de ver, afirman la razn del Otro, de las vctimas, del otro sujeto (los movimientos sociales latinoamericanos).

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    De la efervescencia al desencanto: algunas lecturas eurocntricas de los movimientos sociales latinoamericanos

    La proliferacin de Nuevos Movimientos Sociales es evidente en las ltimas dcadas del siglo XX. Adems de la histrica lucha de clases, surgen otros mbitos de conflicto que permiten reconocer en los nuevos movimientos sociales el actual sujeto de la transformacin poltica y social.2 Ms all de las reivindicaciones o luchas econmicas surgen conflictos alrededor del territorio, de la sexualidad y el gnero, de la paz y la defensa de la naturaleza, de la etnia, de los jvenes, los urbanos y los sin. No obstante, advierte Flrez, si bien en Amrica latina los movimientos sociales proliferan en la dcada de los ochenta al igual que en otras regiones del planeta, estos, a primera vista (lecturas eurocntricas), no retan los lmites de la modernidad y por tanto no ofrecen alternativas a sta. Dicho esto surgen algunos interrogantes: Por qu los movimientos latinoamericanos no son considerados actores crticos de la modernidad? Por qu los movimientos en Latinoamrica no se configuran en movimientos sociales propiamente dichos y son calificados como sociohistricos, culturales o populares?

    La dcada de los ochenta, reitero, es la dcada de la transformacin (mundial) de la accin colectiva. El hasta entonces sujeto revolucionario o actor de la trasformacin poltica, econmica y social (la clase obrera) es desplazado (ms no negado) por un nuevo sujeto poltico (identitario) ubicado ms all de la fbrica, de los mbitos laboral y jurdico. Los Nuevos Movimientos Sociales (NMS) permiten dar

    2 Segn Touraine, despus del mayo del 68: La oposicin se da menos entre el capital y el trabajo, que entre los aparatos de decisin econmica y poltica y quienes estn sometidos a una participacin dependiente. [Por ende] las luchas de maana no sern la reanudacin o la modernizacin de las luchas de ayer (Touraine, 1969). La dominacin transciende la mera explotacin econmica y se instala en la manipulacin cultural de las necesidades y actitudes.

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    cuenta de una accin colectiva independiente de los partidos polticos3 e incluso del mismo Estado, ya que su interlocutor directo adems de ste, es la Sociedad Civil (independiente, de alguna manera, del aparato estatal). Respecto a los NMS escribe Juliana Flrez:

    Sus objetivos ya no estaban orientados a controlar el Estado (como productor de lo social), sino a promover ante l una democracia igualitaria y participativa. Sus demandas haban pasado del mbito econmico-material al cultural-simblico; la produccin como principal esfera de accin haba sido reemplazada por la distribucin y el consumo. Su estructura organizativa era ms reticular, horizontal, fluida, participativa y descentralizada, que jerrquica y centralizada. Sus estrategias se desplegaban en los espacios micro de la vida cotidiana. Su escenario de accin haba pasado de la fbrica y el campo a las ciudades (Flrez, 2010: 36-37).

    Los Nuevos Movimientos Sociales (europeos) de los aos ochenta retan los enfoques funcionalistas (o desarrollistas) y marxistas modernos predominantes hasta la dcada de los setenta. Es as como el nfasis deja de ser el desarrollo (material) de las sociedades o su transformacin revolucionaria, pues pareciese que esas frmulas se quedan cortas o no responden a las nuevas exigencias.4 Del mismo modo, los NMS, ms que la ya anunciada superacin de la identidad de clase, suponen un reto a la modernidad, en tanto se anteponen a la separacin

    3 Tradicionalmente, los partidos polticos hacen las veces de puente entre la Sociedad Civil y el Estado. Los partidos son los canales privilegiados para llevar y traer informacin, demandas o reivindicaciones, polticas, etc. Los partidos (los mejores cuadros) son tambin la vanguardia de los procesos polticos (y revolucionarios).

    4 Los NMS del Norte parecen enfocar sus luchas en reivindicaciones no propiamente econmico-materiales, en tanto las necesidades bsicas de la mayora de sus miembros (si no de todos) estn cubiertas (Estado Social Benefactor). Esto les permite hacer nfasis en las luchas identitarias, de gnero o tnicas, por solo colocar dos ejemplos, que no originaran una revolucin propiamente dicha.

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    economa-poltica, al colapso ecolgico, a la universalizacin de los derechos del hombre; esto es, a la homogenizacin, al reinado moderno del Uno: le apuestan a las diversidades identitarias. Los Nuevos Movimientos Sociales son una afrenta al pensamiento decimonnico, un desafo al augurado progreso ilustrado. En pocas palabras, el surgimiento de los NMS es la respuesta a los lmites de seguir pensando el futuro de la humanidad en trminos modernos. Pero no solo eso, los Nuevos Movimientos Sociales ofrecen alternativas a la modernidad, a la racionalidad decimonnica (o ilustrada). Es as que:

    Los movimientos obreros ofreceran alternativas a la acumulacin de capital en el actual contexto de mercados competitivos; los ecologistas lo haran frente a la transformacin industrial de la naturaleza [ensayan modos de produccin que subvierten la lgica desarrollista del progreso]; los movimientos pacifistas, ante el control militar de los medios de violencia; y, por ltimo, los movimientos democrticos seran los llamados a dar alternativas al control de la informacin y la falta de supervisin social [van ms all de la poltica moderna entendida como democracia representativa] (Flrez, 2010: 42).

    Estas precisiones permiten perfilar las posibles respuestas a los interrogantes antes formulados y que pretenden ser el hilo conductor de esta parte del ejercicio. Flrez aclara que los linderos entre los viejos (los clasistas) y los nuevos movimientos (los identitarios) se hacen difusos en Nuestra Amrica. Los movimientos de Amrica latina a pesar de centrarse en la esfera de la distribucin y el consumo, no podan considerarse NMS, pues sus demandas seguan ancladas al mbito material (Flrez, 2010: 42). En los movimientos latinoamericanos no es clara la dicotoma cultura-economa, en tanto confluyen las demandas ancladas en el mbito cultural y simblico y las exigencias econmico-materiales. Por otra parte, la reclamada autonoma de los NMS de los aos ochenta respecto a los partidos y el Estado

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    tampoco es evidente en esta parte del globo. Los movimientos latinoamericanos parecen adherirse, en algunos momentos, a partidos polticos que responden o reivindican, de cierta forma, sus exigencias. Con el Estado sucede lo mismo en tanto tienden a contar con l al reproducir dinmicas clientelistas, de fraude electoral y de corrupcin; y cuando no negocian con el Estado tampoco salvan su autonoma, pues proliferaron en regmenes dictatoriales y/o autoritarios que impiden la formacin de una sociedad civil de la cual aquellos tendran que emerger (Flrez, 2010: 42). Es decir, el primer problema que enfrentan los movimientos latinoamericanos es la no dicotoma economa-cultura y su falta de autonoma respecto de los partidos polticos y el Estado, sea por una u otra razn.

    La posibilidad que tienen los Nuevos Movimientos Sociales del Norte, como lo acabamos de ver, de retar y hacer propuestas alternas a la modernidad, no parece ser propia de los movimientos latinoamericanos. Este hecho, arguye Flrez, da lugar al desencanto de las teoras de los movimientos sociales latinoamericanos, o lo que es lo mismo, a las lecturas eurocentradas, que no solo niegan su carcter crtico de la modernidad en tanto anclados en la ilustracin, sino que se les niega la condicin misma de movimiento social (de sujetos de transformacin social).

    La lectura de Touraine, hecha por Juliana Flrez, permite suponer que los movimientos sociales en cuanto tal, deben combinar tres condiciones bsicas: la lucha de clases, la liberacin nacional y la modernizacin social. En ese horizonte, Touraine concluye:

    En las sociedades dependientes, un movimiento dominado por la lucha de clases, por la voluntad de liberacin o por un esfuerzo de modernizacin econmica y social, est condenado a no ser importante o incluso a hacer una cosa diferente de los que se supone debera hacer (Flrez, 2010: 63).

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    Las acciones colectivas latinoamericanas no cumplen con estas condiciones impuestas y, en ese sentido, quedan por fuera de lo que se denomina movimiento social. Los movimientos de los pases dependientes no cuentas con el instrumental suficiente para configurarse como movimientos sociales Qu son entonces? Segn Touraine, debido a la dependencia econmica de estas regiones (perifricas) y a la ya citada intervencin del Estado en todas las esferas de la vida social:

    Las acciones colectivas de esas regiones terminan conformando, sobre todo, movimientos sociohistricos, en el sentido de que son acciones colectivas que buscan un proceso de cambio histrico y de desarrollo, orientado hacia la obtencin de una mayor participacin en el sistema poltico (Flrez, 2010: 65).

    Movimientos culturales es el otro calificativo de los movimientos latinoamericanos. Culturales y no sociales en tanto se acenta lo cultural al interior de la sociedad; es decir, se resalta lo diverso y contradictorio del conjunto social y su relacin con el poder. Lo fundamental es este punto es sealar que, segn Touraine, en Latinoamrica y el Sur global en general:

    Estamos, pues, frente a los movimientos sociohistricos o culturales, pero nunca ante movimientos sociales, dado que la accin colectiva latinoamericana no ha conducido a una participacin en el sistema poltico que haya trazado su propia historicidad, como si lo han hecho los movimientos sociales de las democracias de los pases desarrollados. Sus demandas siguen ancladas en la ilustracin: aumentar la participacin poltica, alcanzar el desarrollo, etc. (Flrez, 2010: 66).

    Por otro lado, encontramos las lecturas de Laclau y Mouffe. Para estos autores, las luchas de los movimientos sociales del

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    Centro son luchas democrticas a diferencia de las luchas populares de los movimientos de la Periferia. Esto significa que en la periferia la diversidad de luchas propias del centro se reducen a su mnima expresin, en tanto quedan ancladas en cierto economicismo,5 lo que hace que los movimientos, en estas regiones, ms que sociales sean Movimientos Populares. Los autores sealan claramente:

    En los pases del Tercer Mundo la explotacin imperialista y el predominio de formas brutales y centralizadas de dominacin tendera desde el comienzo a dotar a la lucha popular de un centro, de un enemigo claramente definido y nico [y por ende] la diversidad de las luchas es ms reducida (Flrez, 2010:70).

    Lo que importa resaltar en esta lectura es la limitacin de las luchas perifricas en tanto, supuestamente, no han atravesado el umbral de las sociedades desarrolladas: las revoluciones democrticas, y siguen ancladas en ciertos autoritarismos o democracias dbiles.

    Dicho esquemticamente, Flrez plantea que tanto la lectura de Touraine, como la de Laclau y Mouffe, hacen profundas objeciones al potencial de los movimientos sociales latino-americanos y del Sur en general. Para los autores citados:

    5 Hegemona y estrategia socialista: hacia una radicalizacin de la democracia, la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe referenciada por Juliana Flrez, deja claro la multiplicidad de puntos antagnicos de las complejas sociedades del Centro, que permiten dar cuenta de la emergencia de variados movimientos sociales que difcilmente pueden converger en la categora de pueblo (sus luchas son democrticas y no populares). Flrez seala que uno de los grandes aportes de esta obra de Mouffe y Laclau fue: Abandonar el determinismo economicista que el marxismo ortodoxo haba clavado en las ciencias sociales. En otras palabras, esta obra ofreci una lectura amplia de las contradicciones de las sociedades capitalistas; desde entonces, adems de la contradiccin entre capital y trabajo, es importante considerar otro tipo de contradicciones (la contradiccin entre capital y naturaleza, entre capital y gnero o entre capital y raza, por nombrar algunas) (Flrez, 2010: 69).

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    En las regiones donde todava no ha terminado de llegar la modernidad, poco pueden hacer sus movimientos para cuestionarla. Sus acciones, si acaso, son para alcanzarla. Estamos, pues, frente a luchas perifricas, ancladas en la ilustracin, luchas que se limitan a cubrir necesidades bsicas, ganar autonoma frente al estado, alcanzar el desarrollo econmico, consolidar las dbiles democracias (Flrez, 2010:71).

    De acuerdo con dicha perspectiva, los movimientos latinoamericanos deberan, primero, alcanzar la modernidad ilustrada y luego superarla. Esa es su tarea histrica. No obstante, abandonar la premodernidad supone olvidar las tradiciones; o lo que es lo mismo, subsumirlas o doblegarlas en aras de inscribirse en la modernidad Estn los movimientos latinoamericanos dispuestos a hacerlo? Ms aun Es posible en Latinoamrica atravesar la frontera hacia la modernidad o acaso ya se hizo? La globalizacin6 (modernizadora) terminar por doblegar la alteridad de las identidades colectivas perifricas? O, en trminos de Melucci: Tarde o temprano de ser el otro se pasara a ser el mismo?

    Ms que responder los interrogantes y antes de pasar al acpite final, resulta necesario plantear que la tarea de los movimientos latinoamericanos no es esperar la llegada y la realizacin en la periferia del proyecto decimonnico que hoy trae la globalizacin neoliberal. Es irrisorio e iluso esperar la llegada y el anclaje en la modernidad para desarrollar el potencial que tienen los movimientos sociales perifricos (latinoamericanos). No hay nada que esperar, ya que desde la periferia no solo se ha cuestionado y se est cuestionando

    6 Segn las lecturas eurocntricas sealadas, la globalizacin permitira la llegada del proyecto moderno a la Periferia (atrasada o premoderna). Una vez se instale la modernidad (nexo globalizacin-modernidad) los movimientos tercermundistas (populares, sociohistricos, culturales) tendrn la posibilidad real de retar a la modernidad (de convertirse en movimientos sociales). En todo caso, segn estas lecturas, la resistencia solo es posible dentro de la modernidad (de la modernidad eurocntrica) y nunca fuera de ella.

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    la modernidad, se est, adems, proponiendo alternativas a la misma. Entonces Es posible hacer otra lectura de los movimientos sociales latinoamericanos? Es plausible cambiar los trminos de la discusin?

    Lectura no eurocntrica de los movimientos sociales o la afirmacin del sujeto latinoamericano desde la decolonialidad

    La decolonialidad supone [] subvertir el patrn de poder colonial,

    aun luego de que el colonialismo ha sido quebrado.

    Eduardo Restrepo (2010: 17).

    Las lecturas anteriores, en todo caso eurocentradas, obligan a dar cuenta o a realizar una lectura decolonial de los movimientos sociales latinoamericanos; o lo que es lo mismo, a superar la visin eurocntrica de la modernidad. Miremos entonces en qu consiste la lectura decolonial (y transmoderna, segn qued expuesto en los primeros prrafos de esta segunda parte) de los movimientos sociales en la perspectiva de Juliana Flrez. La autora seala seis claves que permiten una lectura decolonial de los movimientos sociales; no obstante, en este anlisis solo me detendr en las dos primeras: la Redefinicin espacio-temporal de la modernidad y la colonialidad como la otra cara de la modernidad, en tanto, a mi modo de ver, estas dos dan cuenta de las cuatro7 siguientes.

    7 Doble gobernabilidad moderna y Colonialidad del poder, la tercera y cuarta clave, muestran elementos dejados de lado por las lecturas eurocntricas de los movimientos sociales que dan cuenta de las bregas del Centro por homogenizar, tanto las metrpolis como las colonias. En ese horizonte, Flrez habla tanto de gobernabilidad hacia afuera como de las Constituciones. La autora resalta que los movimientos latinoamericanos resisten, al igual que los NMS del Centro, a la pretendida homogeneidad tanto colonial como republicana (e incluso la del socialismo real) en tanto han sido objeto histricamente de ella. En: Provincializar Europa (quinta clave) se procura: Descentrar una figura imaginaria que habita

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    El primer paso, en procura de descentrar a Europa y superar el anlisis eurocntrico de los movimientos sociales, lo da Enrique Dussel. El Proyecto Transmoderno de la Filosofa de la Liberacin pone al descubierto lo inadvertido por los anlisis de los movimientos sociales antes expuestos: La primera modernidad. Dussel analiza dos paradigmas de la modernidad: desde un horizonte eurocntrico y desde un horizonte mundial. El primero supone lo descrito por Hegel, a saber: el desarrollo y la superioridad europea se debe a condiciones intrnsecas o caractersticas internas de su cultura. El desarrollo de Europa (Estados Unidos, Japn) no le debe nada a nadie. El segundo horizonte es el que realmente interesa en la configuracin una lectura decolonial de los movimientos sociales latinoamericanos. Europa, seala Dussel, no es un sistema independiente, es una parte del sistema mundo,8 su Centro. En efecto,

    nuestra cotidianidad, que tiene una presencia callada, pero omnipresente en nuestras prcticas diarias (Flrez, 2010: 102). Descentrar Europa supone tambin, entender que las ideas pretendidamente universales surgieron en tradiciones muy particulares; adems, requiere entender que el eurocentrismo no es exclusivo de Europa, que es reproducido por los nacionalismos perifricos. En cuanto al tema que nos convoca, es preciso sealar que esta clave hace nfasis en la contextualizacin de la accin colectiva; es decir, deja sin piso los anlisis que se enfocan en el desarrollo, la dependencia, el umbral democrtico (Laclau y Mouffe). La sexta y ltima clave: Hermenutica del surgimiento, ser abordada en las conclusiones de este ejercicio.

    8 Aqu, se hace alusin a la teora del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein. Wallerstein propone tomar como unidades del anlisis histrico no a los pueblos o a las naciones, sino a los as llamados sistemas-mundo. En ese horizonte, argumenta que desde fines del siglo XV (1492), el capitalismo se ha desarrollado hasta convertirse en la primera economa-mundo de alcance efectivamente mundial. La teora del sistema mundo permite argir que: El capitalismo no naci en Europa y fue expandindose al resto del mundo, as que su acumulacin y desarrollo, desde el principio involucro al mundo entero (Flrez, 2010: 85). Ahora bien, el pensamiento decolonial retoma la metfora del sistema-mundo moderno para abordar el anlisis del capitalismo contemporneo; no obstante, denuncia el reduccionismo econmico del mismo. Para los decolonialistas ms all de lo econmico, debe tenerse en cuenta la subalternizacin y el sometimiento de todo pueblo y cultura diferentes. Al respecto escribe Flrez: El PM/C reconoce que

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    La centralidad de Europa en el sistema mundo no es fruto solo de una superioridad interna acumulada en la Edad Media europea sobre las otras culturas, sino tambin el efecto del simple hecho del descubrimiento, conquista, colonizacin e integracin de Amerindia que le dar a Europa ventaja comparativa determinante sobre el mundo otomano-musulmn, la India o la China (Dussel, 1998: 51).

    El hecho de que haya sido Espaa el pas invasor de Amrica, ms que evidenciar la centralidad histrica europea, ratifica que Europa (occidental) hasta 1492 era periferia del sistema interregional asitico-afro-mediterrneo, cuyo centro era la India.9

    La modernidad eurocntrica (la supuesta supremaca autopoitica europea) se logra en la medida que este suceso (la invasin de 1492), es decir la modernidad hispnica (primera modernidad), es relegada por la segunda modernidad (Renacimiento, Reforma, Ilustracin, Revolucin Francesa e Industrial, etc.). Dicho de otra manera, la expresin de Descartes del ego cogito en 1636 (segunda modernidad) ser el resultado ontolgico del proceso que estamos describiendo: el ego, origen absoluto de un discurso solipsista y encubridor

    los imaginarios, las epistemes, los discursos, las prcticas sociales etc. son todos elementos constitutivos de lo poltico (Flrez, 2010: 86).

    9 China no llega a Amerindia, sostiene Dussel, no por incapacidad tcnica o econmica; no lo hace simplemente porque el centro comercial estaba en su cercano occidente. Nada motiva a los chinos a explorar el extremo occidente o el oriente. Portugal no descubre el nuevo continente simplemente porque el Centro del sistema interregional se encuentra a su oriente cursando el Mediterrneo o bordeando el frica, no hay razn para buscar un camino por el occidente. Espaa inicia el sistema-mundo y la modernidad europea por las mismas razones que le impidieron a China y Portugal hacerlo, a saber: el Centro comercial (India) est en el oriente, el camino por el este est monopolizado por los portugueses (Mediterrneo y Atlntico sur), solo queda una ruta: el occidente. No perdamos de vista que el propsito de Cristbal Colon, cuando zarp del Puerto de Palos de la Frontera (Golfo de Cdiz-Ocano Atlntico) el 3 de agosto de 1492, era llegar a la India (el centro del sistema interregional). Es decir, arribar a Asia por el Occidente.

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    de la Otredad perifrica colonizada desde 1492. Reconocer la Primera modernidad supone, entonces, el reconocimiento de los otros sujetos (los amerindios, los negros, la mujer violentada). Hablar de 1942 como la fecha del nacimiento de la modernidad presume que los movimientos sociales latinoamericanos, con sus luchas (contra la esclavitud, la colonizacin, la muerte), siempre ha enfre