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PRESENTACIÓN

Con el propósito de colaborar en la implantación de la Nueva Evangelización, con todas sus exigencias e implicaciones, así como en preparación del 48º Congreso Eucarístico Internacional, la Comisión Diocesana de Arte Sacro de Guadalajara, Jalisco, ha preparado este material que ahora tengo el gusto de presentar, y que concreta las orientaciones del Santo Padre Juan Pablo II en su más reciente encíclica, Eclesia de Eucaristía (EE), expresadas magistralmente en el capítulo V, «Decoro de la Celebración Eucarística». El Papa escribe: «El arte sagrado ha de distinguirse por su capacidad de expresar adecuadamente el Misterio» (EE, 50), y nosotros tenemos la enorme y grata responsabilidad de que, en efecto, así se lleve a cabo, en todo su esplendor, reflejado de la forma más adecuada la belleza que el Creador quiso plasmar en toda su obra. A la belleza se añade el misterio; ambos elementos se pueden y deben conjugarse en el arte que nos habla de Dios, y en la liturgia que nos acerca a Él. El Señor nos ofrece los mismos dones que nos dan vida y nos fortalecen, como la Eucaristía, que ha sido motivo, a lo largo de los siglos, de gran inspiración para arquitectos, escultores pintores y músicos. Si las artes se dejan guiar por el misterio cristiano, la Eucaristía siempre será fuente inagotable de gracia y creatividad para los artistas (cfr. EE, 49). Sin duda que los temas aquí desarrollados serán de mucha ayuda tanto para los responsables del culto como para los fieles, par que, encontrando verdaderas manifestaciones de belleza, orden y limpieza en los lugares y objetos sagrados, profundicen en los misterios de salvación que nuestros ojos no alcanzan a ver, especialmente ne la Eucaristía. La expresión armónica de lo externo debe conducir a un permanente renacimiento del orden interior. De esta forma, el arte sagrado se convierte en elemento que nutre la vida espiritual de cada creyente. Recordemos que «nada será bastante para expresar de modo adecuado la acogida del don de sí mismo que el Esposo divino hace continuamente a la Iglesia Esposa» (EE, 48), por lo que poner todo el entusiasmo por conservar bellos, limpios, y ordenados los lugares y objetos sagrados, así como las creaciones de arte sacro, siempre será algo en que valga la pena invertir tiempo, creatividad y recursos. Que el soplo del Espíritu Santo siga despertando el interés en todos los artistas y en los fieles cristianos, incrementado nuestro amor por la Eucaristía, para que lo bello y bueno siempre nos conduzcan a Dios.

+ J. Trinidad González Rodríguez Obispo Auxiliar de Guadalajara.

Presidente de la Comisión Teológica y de Impresos para el 48º Congreso Eucarístico Internacional.

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Arte Sacro

OBJETIVO

Valorar y dignificar el espacio celebrativo y de adoración de la Eucaristía.

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1 LA BELLEZA Y DIOS*

1.1 DIOS MISMO ES LA FUENTE DE TODA BELLEZA

La belleza entra en la categoría del misterio. Así la concibió Platón, quien en uno de sus Diálogos presenta a Sócrates volviendo loco con sus preguntas al pobre de Hipias, exigiéndole una definición de la belleza. Hipias respondía:

¯¡Esa yegua es hermosa! Y esa muchacha también.... Y ¡esa vasija!, quizá modelada por Fidias.....

¯ No, no ¯ le replicaba con ironía el sabio Sócrates. Lo que quiero que me digas es qué es eso por lo que sea yegua, esa muchacha y esa vasija son bellos. Y, naturalmente, el sofista no sabía elevarse hacia el concepto de belleza. Y tampoco nosotros. Al cabo de 24 siglos, seguimos preguntándonos qué es la belleza. Lo único en que parece que nos ponemos de acuerdo, es en los efectos que produce: a veces, adivinamos que la belleza está ahí, ante nosotros, como un ser misterioso y oculto, y advertimos su presencia escuchando una sinfonía de Beethoven o contemplando un lienzo de Rembrandt. Pero el ojo de nuestro entendimiento no alcanza a ver el rostro de la belleza, y tal vez por ese hablamos de «la belleza de Dios».

Presentimos o adivinamos la presencia de lo bello como algo indefinible e insustituible, porque como decía Platón, en el reino de las ideas sólo la idea «belleza» ostenta un cierto resplandor. Nosotros lo identificamos por los efectos que nos produce. Acudamos a nuestra memoria al hablar de la experiencia estética: el asombro, el placer, la emoción hasta las lágrimas, el embeleso, el desinterés, la paralización de los instintos egoístas....

Pero, aquí y precisamente hablando de dios y de la belleza de la Liturgia, habría que añadir un rasgo más: lo que se ha llamado «el carácter escatológico» de la belleza y el arte.

La belleza y el arte nos hacen gozar y sufrir al mismo tiempo, haciéndonos sentir nuestra condición, nuestro destino de desterrados...... Fundido en el gozo contemplativo, o quizá emergiendo en intermitencias (porque la precariedad es quizá otra condición esencial de la vivencia estética), surge un irresistible anhelo, testimonio de un ser creado para un destino superior. El espíritu que contempla la belleza creada y se siente fascinado, en privilegiados instantes presiente vagamente que allí no está su término. La belleza trasfigura el mundo que el hombre soporta, y esta transfiguración contiene indicios y promesas de otro mundo que no acaba de revelarse, o que momentáneamente revelado, se desvanece súbitamente. A ellos probablemente se refería el gran poeta Rubén Darío cuando hablaba de «la tristeza inmortal del ser divino». Esta limitación de la belleza la había expresado antes, con vernos inmortales, San Juan de la Cruz: «¡Ay, quien podrá sanarme! Acaba de entregarse ya de vero,

no quieras enviarme

* JUAN PLAZAOLA ARTOLA, S.J. es maestro de arte sacro en diversas universidades europeas. Invitado frecuente en México por la Comisión Nacional de Arte Sacro. Ésta es la última parta (apartado 5) de la conferencia magistral dictada en el Segundo Congreso Arquidiocesano de Arte Sacro, celebrado en la ciudad de México, en noviembre de 2001.

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de hoy ya más mensajero, que no saben decirme lo que quiero».

Y ¿no ocurre lo mismo en la vivencia religiosa y litúrgica? La esencia de la Liturgia suele decirse que es la conjunción de un iam con un nondum (de un «ya» con un «todavía no»). El misterio litúrgico es ya la hacer presente la Pascua eterna, es ya la felicidad de la posesión de Dios; pero todavía no es la posesión completa. De ese modo, comprobarnos una vez más el parentesco de arte con la divina Liturgia. La experiencia estética y artística se convierte así en una especie de parábola de la Liturgia y de sus carácter «profético».

Todo esto me lleva a añadir una sugerencia respecto al tema de la belleza en relación con Dios. ¿Podemos predicar la belleza en Dios, como lo hacemos, aunque siempre analógicamente, con la bondad y con la verdad? ¿No habrá qué definir la esencia de lo bello por ese carácter sensible y material sobre el que parecer resplandecer un misterio que creemos divino?

¿No será la belleza, en su más profunda esencia, el oasis que Dios nos ha dejado en le desierto de nuestra peregrinación? Y ¿no habrá qué definirla precisamente por esa limitación esencial que la vincula formalmente con los seres sensibles? Aquí, donde Dios sigue siendo perennemente deseado, y perennemente inalcanzable, poseemos la belleza, y esa posesión aviva constantemente el sentimiento de la realidad que nos falta. Según esta concepción de la belleza que es a la que yo prefiero, habría que decir que Dios no es la belleza misma, porque.... está «más allá» de la belleza. en algún otro libro mío sobre el arte, escribí: «La belleza y el arte sólo te conducen hasta las playas de Dios. Avanzar y adentrarte en el océano, es gracias». Supuesta esta «estética teológica», sería trágico que para algunos seres humanos la visión y la fruición de la belleza fueran la que les llevara al olvido de Dios.

Concluyo con una parábola de esa añoranza de Dios, la belleza que encontramos y disfrutamos en esta vida terrenal.

Cuenta el escritor griego Jenofonte la aventura de los diez mil soldados mercenarios griegos que Ciro el Joven contrató para que lo ayudaran a destronar a su hermano Artajerjes, en Persia. La empresa fracasó al ser Ciro derrotado y muerto. Jenofonte tuvo que organizar la llamada retirada de los diez mil desde Persia hasta las costas helénicas: cuatro mil Kilómetros de recorrido a través de países enemigos, sufriendo toda clase de penalidades y soñando siempre con alcanzar un día la patria. Tuvieron que atravesar muchos ríos, y sus aguas, que desembocaban en el Mar Egeo, les hacían recordar su patria y sus hogares. Después de mil aventuras, un grupo de los que iban en vanguardia empezó a lanzar gritos, de tal manera que Jenofonte pensó que se trataba de una sedición. No era tal, sino lo contrario: era que aquellos hombres habían divisado el mar desde una colina, y locos de alegría habían empezado a gritar ¡thalassa! ¡thalassa! («¡el mar, el mar!»). Fue un momento de inenarrable emoción, como el de aquellos aventureros que acompañaron a Cristóbal Colón, quienes al divisar la isla de Guanahni empezaron a gritar «¡tierra, tierra!» Los mercenarios de Jenofonte eran hijos del mar, hijos de Grecia, una península en que el mar penetra por mil ensenadas, cuyas costas miden cuatro mil kilómetros y que cuenta con centenares de islas. ¡Thalassa ¡thalassa!.... En realidad la patria aún estaba lejos. Lo que habían divisado era el Helesponto, un mar, pero uno que los acercaba a su patria.

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Pues bien, en esta aventura de la vida terrenal atravesamos de vez en cuando ríos y torrentes que nos seducen y encantan, porque llevamos dentro un inconsciente recuerdo de nuestro origen, una nostalgia que nos lleva a añorar el mar, el océano de la divinidad.

A veces creemos haberlo visto. Y enloquecidos por el anhelo y la añoranza gritamos también «¡el mar, el mar!» Imaginamos a Dios como un océano de belleza suprema e infinita. Pero Dios es algo más y algo diferente de lo que hemos experimentado y vivido en este destierro. Lo podemos imaginar como un océano inabarcable de eso que Dios nos ha regalado en esta vida. Pero tal vez Dios no sea el océano de lo que hemos vivido. Dios es siempre «otra cosa».

2 EL ESPACIO DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA*

La arquitectura del templo debe germinar bella a partir de la Liturgia, y por tanto no debe iniciar su diseño con una forma preestablecida, impuesta de fuera, sino más bien atendido al funcionamiento integral de la misma Liturgia en consonancia con la técnica actual. También es conveniente pensar cómo nuestras peculiares circunstancias socioeconómicas, de tiempo y lugar, nos piden expresiones y matices adecuados, diferentes de otros momentos históricos.

Conviene valorar lo que nos dice la Instrucción General del Misal Romano en el n. 253: «Para la celebración de la Eucaristía, el Pueblo de Dios se congrega generalmente en la iglesia, o cuando no la haya, en algún lugar honesto que parezca digno de tan gran ministerio. Las iglesias, por consiguiente, y los demás sitios, sean aptos para la realización de la acción sagrada y para que se obtenga una activa participación de los fieles. el mismo edificio sagrado y los objetos que pertenecen al culto divino, sean en verdad dignos y bellos, signos y símbolos de las realidades celestiales»

Asimismo, señala en el n. 1254:

«De ahí que la Iglesia busque siempre el noble servicio de las artes, y acepte toda clase de significado artístico de los diversos pueblos y regiones. Más aún, así como se esfuerza por conservar las obras de arte y los tesoros elevados en siglos pretéritos y, en cuanto es necesario, adaptarlos a las nuevas necesidades, trata también de promover las nuevas formas de arte adaptadas a cada tiempo»

Para los primeros cristianos lo importante era el Cristo vivo, el triunfador de la muerte, el que nos planteó otro concepto de templo, ya que Él mismo es el Templo, el espacio, el lugar, donde el Padre y el hombre se encuentran, donde la comunidad, pueblo peregrino, llega a la meta. Por tanto la eucaristía (celebración) que culmina en comunión con Cristo,

• PBRO. RAFAEL URIBE PÉREZ. Coordinador de la Comisión Diocesana de Arte Sacro de la

Arquidiócesis de Guadalajara.

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Arte Sacro

es anticipo –pues aún estamos ante el velo de la fe- de lo que en el día final se logrará –cara a cara, sin velo alguno- en plenitud.

Los edificios, aunque necesarios, no son los espacios que Dios busca, sino a la

comunidad que bajo su techo se cobija. Los que ocupamos edificio somos nosotros, la Iglesia o comunidad que formamos el Nuevo Pueblo de Dios y que necesitamos redescubrir a Cristo vivo mediante la Celebración Litúrgica, no sólo en los signos sacramentales o en la Palabra, sino también en nuestros hermanos. Por eso, decía ya en el siglo II Minucio Félix: «No tenemos templos ni altares», y las Constitucionales de los Apóstoles: «no es el lugar el que santifica al hombre, sino el hombre el que santifica al lugar» (VIII, 34,8).

La sabiduría conciliar, aplicada a nuestro tema concreto, nos llama fuertemente a que comprendamos que la Celebración Litúrgica «es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia..... no la iguala otra acción de la Iglesia» (SC, 7) y por tanto debe considerarse como «cumbre, a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo, es la fuente de donde emana toda su fuerza» (SC, 10).

De aquí tomamos conciencia de que el servicio pastoral que debe realizarse en un territorio, debe ser también de inmensa responsabilidad, cuidado y esmero de ese planteamiento, en que se destaca a la Liturgia como el centro a donde «se deben dirigir y derivar» (SC, 13) las demás acciones.

El signo fundamental y básico de la Liturgia es la Asamblea, es decir, la reunión de cristianos que, aun teniendo origen distinto de cristianos que, aun teniendo origen distinto y diversas circunstancias de vida, están unidos por la fe y se reúnen para expresarla y profundizarla.

Debemos proyectar el espacio para la Celebración Eucarística con al menos tres criterios:

1. UNIDAD. Por su distribución en el espacio propio de la Liturgia, debe

manifestarse la asamblea como la familia de Dios, que e s una en comunión con Él –unidad íntima y coherente-. Por lo tanto, el acomodo debe estar, de ser posible, prácticamente en el mismo nivel y en un espacio unitario, donde al menos con la vista y demás sentidos ubiquemos este signo. Fuera de este criterio quedan los proyectos de templo donde la asamblea se ubica en uno o varios balcones, o en diferentes espacios donde haya muros que interrumpan el sentido de la unidad, como puede suceder con los cruceros, donde no se descubre quiénes participan ahí.

2. RADIALIDAD. Son tres polos de atención en la Celebración Eucarística: altar, ambón y sede, pues son signo de Cristo en sus tres ministerios pastorales. El altar es signo de Cristo Sacerdote; el ambón, de Cristo Profeta, y la sede, de Cristo Rey Servidor. Independientemente de cuál sea el concepto arquitectónico elegido, se debe colocar la asamblea de manera radial respecto a estos elementos, que de suyo deben quedar en el santuario celebrativo, llamado también presbiterio. Fuera de este criterio quedan los acomodos que enfatizan el encuentro de la Asamblea consigo misma, quedando los fieles unos frente a otros y con el santuario celebrativo en una posición lateral. Este orden radial

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parece lo más conveniente, puesto que quienes participan quedan más equidistantes y la comunicación dentro de la Celebración se facilita gracias a esta cercanía, y propicia que sea vivida más intensamente.

3. COMUNICACIÓN. Las soluciones técnicas iluminadas por este criterio deben ayudar a que los signos y símbolos litúrgicos destaquen y exista objetivamente la oportunidad de comunicarlos a el Asamblea.

La dignidad de la Palabra de Dios y del pan y el vino consagrados, que son signo de la

presencia de Cristo, no solamente piden un lugar adecuado, sino también un contacto visual con la Asamblea.

Debemos desconfiar de propuestas que ubiquen estos signos sobre elevaciones exageradas, o de aquellas en que la asamblea queda demasiado alejada de ellos, dadas las dimensiones del templo. Dígase lo mismo de la persona del Sacerdote que preside la Celebración, ya que él actúa en la persona de Cristo.

En esta misma línea, el arquitecto debe abordar profesionalmente los problemas de acústica que plantea su proyecto, pues en el diseño del espacio influyen mucho la cubierta (techo), los enjarres, pisos y otros materiales exteriores, que deben ser valorados en razón de la calidad con que amplifican o difunden el sonido.

Avalamos estos tres criterios por lo ya dicho en le n. 253 de la Instrucción General del Misal Romano: deben ser espacios «aptos para la realización de la acción sagrada y para que se obtenga la participación activa de los fieles», lo cual plantea un orden notablemente distinto al de quienes asistan a una obra teatral o musical como meros espectadores, puesto que, en la Liturgia, todos somos actores.

Debemos considerar como superada una solución arquitectónica de templo originada en concepciones monumentales o esculturales, aunque ciertamente, en el entorno urbano conviene dar carácter propio a la casa de Dios y de su Pueblo, y por tanto se nos hable de que los templos sean «dignos y bellos símbolos de las realidades celestiales» (SC, 122, 124). Por tanto, es necesario que la Comisión de Arte Sacro oriente a los arquitectos desde el inicio de su proyecto, para que una vez aprobado se lleve al Obispo diocesano, teniendo en cuenta también la viabilidad legal y económica de la construcción.

3 EL ALTAR, LUGAR CELEBRATIVO DE LA EUCARISTÍA.*

3.1 INTRODUCCIÓN

Durante muchos siglos, toda Misa tuvo como inicio la profesión de fe que inicia con las palabras Introibo ad altare Dei: «Me acercaré al altar de dios al Dios de mi alegría».

El altar es el lugar de Su presencia; si hay un misterio y una mística del altar, no son otros que el de ser un aspecto del misterio de Dios, y de aquella vida mística por la cual todo cristiano se une a Dios, por la fe, en los santos Sacramentos.

* PBRO. RAFAEL URIBE PÉREZ

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De hecho Él se nos da por medio del altar, porque es allí donde se realiza el misterio de la Eucaristía. La Misa es, esencialmente, «el sacrificio del altar».

Porque existe la Eucaristía, es necesario un altar en la Iglesia, y dado que la Eucaristía está en el centro de todo, es la fuente de todo, el altar también es el corazón de la Iglesia; el lugar en que se encuentra su aliento, el principio de toda sus vida (cfr. El misterio del altar).

El misterio del altar viene determinado por tres elementos que definen nuestras relaciones con Dios:

1. Ante todo, un encuentro en la fe por medio del sacrificio en la Iglesia de Cristo. 2. Un encuentro de re-unión, pues Dios y el hombre se hallaban desunidos. 3. Se hace necesario un caminar recíproco, en el cual el mismo Dios tiene la

iniciativa y, naturalmente, exige nuestra respuesta. Dios da el paso más grande: desciende para elevarnos. Pero espera de nosotros un

salir a su encuentro: una llamada, un gesto, una ofrenda. Introibo ad altare Dei... Y el encuentro tiene lugar en un símbolo, exige un acto de fe.

En el Paraíso no había necesidad de altar alguno, Dios y el hombre se hablaban sin velos; Dios no estaba escondido y el hombre tampoco se escondía, permanecía unido a Dios, vuelto hacia Él, de quien es imagen. Recibía de Él directamente un reflejo de la única imagen, y era por su misma naturaleza una acción de gracias.

Pero cuando la ruptura tiene lugar, la reconciliación exige del hombre un sacrificio. La reconciliación misma es un sacrificio, que queda expresado en el altar. El altar aparece en la Biblia sólo después del pecado. El altar es el primero de los dones que Dios hace al hombre pecador; se trata, pues, del «altar de Dios». El hombre puede ahora ir hacia Dios, re-unirse con Él, para saber de Él su gozo y re-encontrar en Él su «primera juventud». Pero este ascenso pasa por el sacrificio. Es necesario que el hombre renuncie a su pecado para que Dios acepte mirarlo de nuevo como a un hijo, restituirle la imagen de sus Hijo. Es necesario que el hombre ofrezca y sacrifique alguna cosa, que le represente algo de sí mismo, pero también se hace necesario un signo de Dios que responda.

Abel ofrecía a Dios sus mejores corderos. En la Antigua Alianza, siempre se eligió lo mejor para Dios. Mas no bastaba. Este sacrificio es perfecto en Cristo, que se ha hecho pecado en nosotros, en su totalidad. El es la única víctima de Dios, y así como el sacrificio perfecto, también es el altar: es el único «Altar de Dios». Él ha cargado con nuestros pecados, en Él la humanidad se ofrece ese inmola para ser aceptada por Dios: en el Verbo encarnado se cumple definitivamente el encuentro de Dios con la humanidad.

La Iglesia misma es un altar, porque ella es Cristo; es la obra de Cristo que continúa en nosotros. Es mediadora de los dones de Dios al hombre, de los sacrificios del hombre a Dios; no hay salvación fuera de ella, ninguna oración es aceptable sino en ella. Ella es el altar donde se ofrece continuamente el sacrificio de la cruz. «Hasta que vuelva» Cristo, la Iglesia anunciará la muerte del Señor. En ella el hombre pecador es re-unido definitivamente con su Creador.

Así pues, el altar es por sí mismo un símbolo de la unión entre Dios y el hombre y de todo lo que la realiza: tan como es la Eucaristía. Después de esta valoración, conviene ver

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los criterios más apropiados para su diseño; un cuádruple análisis nos permitirá entresacarlos (cfr. op. cit).

3.2 ASPECTO BÍBLICO

3.2.1 ANTIGUO TESTAMENTO

Un antiguo texto del Éxodo conserva la primitiva reglamentación sobre la erección de

altares: «Me levantarás un altar de tierra y en él me ofrecerás tus holocaustos....»(Ex 20, 24-26).

Estas prescripciones coinciden con la más vieja costumbre de Israel., y la ratifican. Su instinto religioso llevó a los hebreos a dejar señales en los lugares donde habían vivido alguna experiencia de Dios: un sueño (Jacob, cfr. Gen 35, 7), el feliz resultado de un viaje (Jacob, cfr. Gen 33,20), una victoria (Moisés, cfr. Ex 17, 15), son diferentes epifanías cuyo lugar se intenta fijar. Un altar se convierte así en hito de conmemoración y acción de gracias.

Estos altares rústicos están vinculados evidentemente con la más antiguas tradiciones religiosas de la humanidad; por ejemplo, la prohibición de emplear el cincel atestigua la fidelidad a las épocas anteriores al bronce.

Dentro del régimen de pluralidad de altares supuesto en el libro del Éxodo, no todos habrían tenido la misma importancia. El altar bíblico está inscrito en el contexto de memorial de un hecho divino, lugar de acceso a una Presencia, medio de explicación de los pecados y de comunión con Dios. Pero hay algunos que se consideran privilegiados: aquellos en los que se consolida la unión, la alianza de Israel. Moisés construyó uno en el Sinaí (cfr. Ex 24, 4-8); de la sangre de los sacrificios que en él se ofrecieron, hizo dos partes: una fue entregada a Yahvé, del que el altar era como una embajada; la otra fue entregada al pueblo.

La existencia de un solo altar es el programa que encontramos tres siglos más tarde, en labios del Rey Exequias (cfr. 2Cr 32,12). Mas no valió el prestigio de David o Salomón para que esto aceptara; fueron precisas la derrota y la reflexión del destierro. De este modo, cuando se construyó el altar del Segundo Templo, fue de acuerdo con las prescripciones antiguas (cfr. 2Cr 4, 1). Templo, altar y sacrificios, encierran valores religiosos conexos (cfr. El altar en el Antiguo Testamento).

3.2.2 NUEVO TESTAMENTO

Ahora bien, nada de eso aparece en el Nuevo Testamento. La muerte de Cristo en la

cruz es fundamento de una Alianza nueva (cfr. Mc 14, 24), pero a decir verdad, aparece sublimado y por ello mismo, toma un relieve más sobresaliente en la fe y la reflexión de la

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Iglesia apostólica. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el templo ni con el altar; el tema está silenciado en San Marcos y en los Hechos de los Apóstoles, en el Evangelio y Cartas de San Juan, así como en la mayor parte de las Epístolas paulinas y católicas. Los especialistas Sagrada Escritura nos explican este hecho basados en que la Iglesia

primitiva albergaba dos tendencias divergentes; por un lado, la de los conversos palestinos, y por otro, los fieles de la diáspora.

Los primeros dan un valor notablemente escaso al templo y el altar, debido a su formalismo exagerado; contra ellos, el Cristo que retrasa San Mateo mantiene, por así decirlo, los supremos valores religiosos.

Más éste no fue el punto de vista de los helenistas; el templo y el altar ocuparon un lugar destacado en su fe y su piedad. En los primeros capítulos del Evangelio de San Lucas, es en el templo, más especialmente alrededor del altar, donde se encuentran de alguna manera los representantes del «Resto de Israel», germen del «pueblo nuevo». Mejor aún, es en la ciudad del santuario donde el autor del segundo capítulo de los Hechos (cfr. vv. 1-21; 22-41) ubica los acontecimientos decisivos de Pentecostés. Asimismo, es en el templo y su culto donde, según San Lucas (cfr. 24, 52 – 53) y el Libro de los Hechos (cfr. 2, 46; 3, 1-4, 31; 5, 12-42), está centrada la vida de los primeros discípulos jerosolimitanos (cfr. Petra autem erat Chistus).

INDICACIÓN DE CRITERIOS

1. Debe ser único 2. Sitio de conmemoración y acción de gracias.

3.3 ASPECTO TEOLÓGICO

San Pablo de Tarso, en su primera carta a los corintios (10, 1-4) nos muestra un riqueza: «No quiero que ignoren, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar, y todos fueron bautizados, en Moisés, por la nube y el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que le seguía, y la roca era Cristo»

En esos tiempos escatológicos, para el pensamiento del Apóstol el único valor cultural no es ni el altar, ni siquiera lo que a primera vista aparece como «la mesa del Señor»(cfr. 1Co 10, 21); sino el mismo Cristo, «roca espiritual». San Pablo fundamenta su postura apelado a dos hechos: el histórico y el doctrinal.

El hecho histórico es la presencia de Cristo en medio del pueblo durante el Éxodo. Audaz y magistralmente, San Pablo nos asegura que el éxodo es el «tipo» (cfr. 6, 11) anuncio, boceto, promesa, imagen del orden mesiánico, que además prefigura el Bautismo (cfr. 1-2) y la Eucaristía (cfr. 3-4): la roca (cfr. Ex 17, 1-7) y el maná (cfr. Ex 16, 13-55) son también figuras de grandiosas realidades; el valor salvífico del desierto está patente en ellas.

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Mas en realidad, es el mismo Cristo el que está presente, por aquel calificativo de «espiritual». Éste es el hecho doctrinal aducido por el Apóstol. el epíteto pneumatikós, refiriéndose al Señor del Espíritu, es característico en esa primera Carta a los Corintios (cfr. 15, 44-46), en particular, para subrayar la condición gloriosa de Cristo resucitado.

El Apóstol presenta a Cristo como la suprema realidad de la historia. ¿Qué serían desde entonces el santuario y el altar? Pablo, como teólogo de formación judía, no puede sino avizorar en esta etapa un intermedio preparado a la humanidad para el acontecimiento definitivo de Cristo, y con él, de la fuerza salvífica del Padre.

Así, el altar en particular, intermediario y signo de otros tiempos, es sustituido por Cristo Jesús, por quien el Espíritu santificador del Padre, llena la Creación (cfr. op cit.).

Esta afirmación teológica audaz la encontramos en San Ignacio de Antioquia, quien animado a sus fieles «a amarse unos y otros en Jesucristo» les dijo: «Corran todos a una como a un único templo de Dios, como un único altar, como a un único Jesucristo que salió de un solo Padre, existe para uno solo y regresó a uno solo» (Carta a los Magnesios, 7).

La visión del altar y el templo culmina en los pasajes del Apocalipsis, donde se describe la ciudad nueva, la Jerusalén Celestial (cfr. 21, 1 ss.), en la cual el vidente no ve ningún templo pues «el mismo Señor y el mismo cordero son su templo». Comentando Ex 20, 24, San Cirilo de Alejandría dice «Este altar de tierra, Dios lo llama Emmanuel, pues el Verbo se ha hecho carne, y la naturaleza de la carne es tierra, tomada de la tierra» (LIV, IX).

Si, de acuerdo con otro precepto, el altar es de piedra, éste será Cristo, pues «Cristo es la piedra escogida, la piedra angular, la piedra preciosa» (Sal 117).

La identificación de Cristo con el altar es una noción habitual en la patrística griega, pero también en los padres latinos existen las mismas afirmaciones: en su carta a Simpliciano, San Ambrosio pregunta: «¿No ves tú que es sobre el altar Su pasión donde ha derramado Su sangre, Aquel de cuyo costado brotaron sangre y agua?» Y en otro sitio dirá: «Porque el altar es imagen del cuerpo de Cristo».

En Cuestiones sobre los Evangelios, su primer libro, San Agustín pregunta (cuestión 34): «¿Qué es más importante, dice el Señor a los judíos, el oro o el templo que santifica el oro? Y aún ¿qué hay que valorar más, la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? Por el templo y el altar, dice San Agustín, hay que entender al mismo Cristo, porque es Cristo el que santifica las ofrendas (cfr. Cristo y el altar).

INDICACIÓN DE CRITERIOS

3. Si es de piedra, evoca la imagen del cuerpo de Cristo. 4. Si es de madera, evoca la mesa de Cristo.

3.4 ASPECTO HISTÓRICO

Los primeros cristianos dieron poca importancia al altar, en contraste con los israelitas y los pueblos paganos. En el siglo II, Minucio Félix escribió: «No tenemos altares», y lo

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decía con toda verdad; los apologetas respondían a filósofos paganos que los cristianos tenían por altar su alma.

Para los cristianos el único altar válido, en el sentido sacrificial que lo entendían los paganos, era Cristo Jesús, y más concretamente su Santísima humanidad (cfr. San Ignacio de Antioquia). La perfecta identidad en Cristo entre sacerdote, altar y víctima, garantizaba la santidad, unidad y la eficacia del sacrificio.

Los primeros altares cristianos eran muebles sencillos de madera, con espacio suficiente para poner los elementos de la Eucaristía; tenían la ventaja de pasar inadvertidos por los paganos. En los primeros siglos, cuando aún era común ese mueble, se le empezó a adornar con manteles preciosos. No se ponía aún sobre el altar la adoración al Santísimo Sacramento («píxide»), por tanto tan honroso decoro se debía solamente al sacrificio que sobre él se celebraba.

Cuando en la primeras basílicas se empezaron a poner altares de piedra. éstos se veneraron como figura del mismo Cristo.

Y cuando se propagaron estos altares de piedra, se fue imponiendo la costumbre de asociarlos a los sepulcros de los mártires.

Era natural que, siendo el altar símbolo de Cristo y de los mártires, las reliquias de estos últimos estuvieran llenas de devociones. Con el correr del tiempo hubo abusos, ya que con base en dichas devociones se colocaban reliquias sobre el mismo altar. Entonces se decretó que nada podía colocarse ahí si no era empleado directamente en el Sacrificio.

La veneración en que desde entonces se tuvo al altar suscitó el deseo de rodearlo de elegancia y riqueza; el Liber Pontificalis cuenta de altares recubiertos con láminas de oro y plata. Otras iglesias más modestas lo adornaron con ricas telas, y desde entonces, a lo largo de las Edades Media y Moderna, se propagaron los frontales, bien fuera de metales preciosos o de ricos tejidos, enmarcados con mármoles cincelados. La colocación de reliquias detrás del altar, llevó a integrarlo con el fondo del ábside.

Esto abrió el camino para la evolución de los retablos, los trípticos o polípticos renacentistas, y más tarde a las superestructuras barrocas.

En los siglos XVII y XVIII, el retablo pictórico ensanchó sus dimensiones, dando lugar a que los artistas crearan un marco arquitectónico de mármol o estuco, con columnas, cornisas y tímpanos, además de esculturas que parecían estar en movimiento, e hicieron del retablo un verdadero monumento.

A la luz de esta historia, se comprende la obligación de darle al altar su primacía, perdida en siglos pasados, cuando fue «capturado» en el retablo. Todavía en pleno siglo XVI, San Carlos Barromeo aconsejaba que se colocara el altar exento, mas una «moda», sin tener mayor fundamento, fue la que dominó.

Otro aspecto de esta historia, es la multiplicidad de altares que se suscitó en las iglesias. La costumbre de no erigir ni consagrar altares sin reliquias de mártires, terminó por funcionar en sentido inverso, y allí donde se querían venerar reliquias se hicieron altares, colocados en los sitios más honrosos. San Gregorio Mano (+604) hablaba de una iglesia que tenía trece altares.

La multiplicación de altares planteó un serio problema litúrgico y arquitectónico. El sentido románico dio origen en Francia la corona de capillas absidales, sistema que adoptó después el gótico. En momentos posteriores, se ofrecieron más espacios aptos para hacer

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capillas laterales, entre los contrafuertes que sostenían la estructura. Al final de la Edad Media, las familias importantes y los gremios se sentían con el derecho de tener su propio altar. En la Catedral de Magdeburgo, por ejemplo, llegó a haber 48 altares antes del año 1500.

En el mismo siglo XVI, San Carlos Barromeo también se opuso a esa costumbre, y en su tiempo logró quitar algunos altares en la misma catedral de Milán, mas sus conceptos influyeron poco.

Muchos años después, Pío XII censura en la Mediator Dei las actitudes exageradas (Dezinger Emchyr Simbol, 1531). Mas es evidente que en este tiempo no se tenía una línea litúrgica fuerte, sino fue la motivación de arqueología litúrgica la que lo propició (cfr. «Historia del altar», en El arte sacro actual).

INDICACIÓN DE CRITERIOS

5. Por el material que se opte, se convertirá en sepulcro de mártires (para la consagración del altar, se pedirá que tenga cubierta pétrea de una pieza).

6. En los templos antiguos, se deben retirar los manteles de otros altares que no sean el de la Celebración.

3.5 ASPECTOS PASTORAL

El altar es un lugar presidencial por excelencia, además de sede, ya que es el centro de la acción eucarística y de la Iglesia (cfr. OGMR, 259 y 262). Junto al altar, el presidente eleva a Dios la Plegaria Eucarística, después de haber preparado los dones del pan y el vino, y de haber invitado a los fieles a unirse a él en la ofrenda del Santo Sacrificio. Del altar, toma el Cuerpo y la Sangre para distribuirlos en la Comunión.

Al comienzo de la Celebración, el presidente besa el altar, y, si es el caso, lo inciensa, como expresión de respecto y de la santidad de la acción que se ha de desarrollar sobre él; durante el ofertorio puede ser incensado nuevamente, tras colocar las ofrendas, «para significar de este modo que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso» (OGMR, 51). El presidente y el pueblo pueden ser incensados también.

Aunque después de la Comunión es conveniente que el presidente vuelva a la sede para hacer oración silenciosa, que se cante un salmo o himno de alabanza y para la oración postcomunión, el altar sigue siendo el lugar más coherente con la función presidencial en estos momentos finales de la Eucaristía

Al retirarse es muy recomendable besar el altar nuevamente y hacer una profunda reverencia, en la que acompañan los demás ministros (cfr. «El presidente de la Celebración», Directorio Litúrgico Pastoral, 132. PPC, Madrid).

Todo esto ayuda al pueblo a entender que el altar es un sitio sagrado muy importante y a la vez centro de lo que ahí se celebra. Sin embargo, conviene que las mismas dimensiones del altar, largo y ancho, definan mejor su significación: Cristo, que para salvarnos, es sacerdote, víctima, y altar donde nos ofrecemos con Él. Evítense, por tanto, los altares

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alargados y poco anchos, ya que se pueden ver como simple «barra de servicio» Asimismo, la altura debería fluctuar entre 90 y 95 centímetros.

Ayuda más a su significación que no sea del todo transparente (por ejemplo, que sólo tenga apoyos laterales), ya que alguna simbología eucarística presente en el centro de su diseño frontal, le dará más carácter.

INDICACIÓN DE CRITERIOS

7. El carácter simbólico del altar se manifiesta mejor con uno o varios símbolo eucarísticos que tengan buen diseño y ejecución artística.

8. Evítense los pecados contra el altar:

a). Usar mantel de color en el momento de la Celebración (debe ser blanco), o que cubra la parte frontal, si hay símbolos eucarísticos.

b). Emplear adornos monumentales con flores al frente, que distraigan la atención la presencial del altar.

c). Colocar encima de él velas, floreros u otros objetos no litúrgicos. d). Convertir el altar en credencia o cómoda donde se guardan objetos, libros

litúrgicos o aparatos de sonido. e). Falta de aseo en molduras o adornos artísticos, sean del mismo o en el

entorno.

Bibliografía Aranda, Alberto, MSpS: Manantial y cumbre. Editorial la Buena Prensa. Directorio Litúrgico Pastoral, 132. Promoción Popular Cristiana, Madrid Gelín, Albert: El altar en el antiguo testamento. Cuadernos Phase, 67. Leclercq, Jean, OSB: El misterio del altar: Cuadernos Phase, 67. Plazaola, Juan, SJ: El arte sacro actual. Editorial BAC. Rosseau, Olivier: Cristo y el altar: Cuadernos Phase, 67 Schmitt, Joseph: Petra autem erat Christus. Cuadernos Phase, 7 Schmitt, Joseph: Petra autem erat Christus. Cuadernos Phase, 67. Teología de la liturgia. Cuadernos Phase, 8.

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4 LA CAPILLA DEL SANTÍSIMO*

La capilla del Santísimo, que con más propiedad podemos llamar «Capilla de la Reserva Eucarística», la dispone el Papa Paulo VI desde la primera Instrucción General del Misal Romano, en el n. 276, en donde se nos dice: «Es muy de recomendar que el lugar destinado para la conservación de la Santísima Eucaristía sea una capilla adecuada para la oración privada de los fieles». Esta propuesta se reafirma en la Instrucción Eucharisticum Mysterium (25 de mayo de 1967):

53. «Por eso se recomienda que el Sagrario, en cuanto sea posible, se coloque en na capilla que esté separada de la nave central del templo, sobre todo en las iglesias en que se celebran más frecuentemente matrimonios y funerales, y en los lugares que son muy visitados por razón de los tesoros del arte y de la historia». 55. «Así que, por razón del signo, es más propio de la naturaleza de la Celebración sagrada que la presencia eucarística de Cristo, fruto de la Consagración, y que como tal debe aparecer en cuanto sea posible, no se tenga ya desde el principio por la reserva de las especies sagradas en el altar en que se celebra la Misa». 56. «Conviene que en la construcción de nuevas iglesias se tengan en cuenta los principios establecidos en el n. 52 que habla del sagrario inviolable y el n. 54».

En fecha reciente ()febrero de 2003), el Emmo. Sr. Cardenal Juan Sandoval Iñiguez emitió el folleto Orientaciones pastorales para la celebración de los Sacramentos, destinado al Presbiterio de la Arquidiócesis de Guadalajara, cuyo n. 90 asume los criterios de la Iglesia y hace la siguiente puntualización pastoral, la cual transcribimos íntegra.

El Lugar de la conservación de la Santísima Eucaristía.- Cuando ya se tiene un buen retablo en el templo y está ya colocado el Sagrario en el centro, no es necesario hacer una nueva capilla para el Santísimo y menos cuando ya está acostumbrada la comunidad de ese lugar. “Según la estructura de cada iglesia y las legítimas costumbres de cada lugar, el Santísimo Sacramento deberá conservarse en un Sagrario colocado en un sitio de la iglesia que sea muy digno, importante, visible, debidamente ornamentado y apto para la oración” (OGMR 2000, 314).

* PBRO. RAFAEL URIBE PÉREZ

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Arte Sacro

“Por razón del signo, es mas conveniente que sobre el altar en que se celebra la Misa no se encuentre el sagrario en que se conserva la Santísima Eucaristía.

Es preferible por tanto colocar el Sagrario, a juicio del Obispo diocesano:

a). En el presbiterio, fuera del altar de la Celebración, en la manera y lugar más

conveniente, sin excluir el antiguo altar que ya no se utiliza. b). En alguna capilla apta para la adoración y oración privada de los fieles, que

esté conectada orgánicamente con la iglesia y sea visible para los fieles” (OGMR 2000, 315).

“Según la costumbre tradicional, junto al Sagrario debe estar encendida perennemente una lámpara especial, que se alimente con aceite o cera, con la que se indique y se honre la presencia de Cristo” (OGMR 2000, 316)».

Atendiendo a estos textos que iluminan la materia y teniendo en cuenta que en nuestra

Diócesis se construyen varios Conjuntos de Pastoral, es conveniente destacar algunos criterios que se deben tener en cuenta al diseñar esta capilla, que por si importancia debe tener el mayo decoro y belleza, con una vinculación al lugar de la asamblea, así como la cercana distancia al presbiterio del templo.

Las dimensiones de este espacio pueden variar, pero es recomendable que dé alojamiento al menos a 25 personas, que puedan estar de rodillas con relativa comodidad, de ser posible en forma radial respecto a la base donde se ubique el sagrario.

Asimismo, debemos tener en cuenta que nuestro pueblo, cuando descubre la presencia eucarística de Cristo Buen Pastor Resucitado, desea encenderle cirios y ponerle flores, por lo que arquitecto debe prevenir sitios adecuados para ello. La luminosidad natural, además de la artificial, debe crear un ambiente luminoso y cuidar la ventilación adecuada. La seguridad que requiere el sagrario, tanto en su puerta como en la base, exige que esté totalmente fijo, y por tanto, la instalación debe ser revisada por algún perito que asigne la Secretaría del Arzobispado. Es conveniente que dicha capilla tenga también acceso desde la calle por medio de un vestíbulo intermedio, para que no impida la visita al Santísimo; el acceso obligatorio por la nave del templo, en momentos de aseo o inmediatamente después de éste, puede provocar dificultades a quienes quiera ingresar.

Los símbolos eucarísticos que indiquen la presencia real de Cristo en el Sagrario, seguirán siendo la lámpara de aceite y el conopeo o velo del sagrario.

Dado que en este sitio se encuentra la presencia sacramental y auténtica de Cristo, debe quedar prohibido todo lenguaje de falsedad o apariencia, como serían las flores artificiales o las velas simuladas por tubos blancos; todo ello, y en particular las lámparas eléctricas que simulan una llama, violentan el sentido de ofrenda que poseen el aceite y las flores naturales, al consumirse en la presencia del Santísimo.

Es necesario que se descubra con facilidad la ubicación de esta capilla. Por tanto, procúrese que en el diseño de la puerta de acceso haya texto o simbología propia, pero

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además su presencia se indicará con un especial símbolo eucarístico diseñado con carácter, por su contenido y tamaño.

5 EL SAGRARIO*

El jueves Santo, Jesucristo quiso prolongarse en el tiempo y el espacio; dejarnos en herencia, junto con el Mandamiento Nuevo y su Sacerdocio, el sacramento de la Eucaristía. Desde entonces la Iglesia, depositaria e este magnífico don, ha adorado, valorado, custodiado y difundido las riquezas que este misterio entraña.

5.1 DESARROLLO HISTÓRICO

Para conservar tan gran tesoro, la Iglesia elaboró un receptáculo que poco a poco fue evolucionando, hasta constituirse en el sagrario que ahora conocemos.

En los primeros siglos, los mismos cristianos custodiaban el Tesoro Eucarístico en sus hogares, practica que fue sustituida en el siglo IV por el Secretarium o Pastophorium, y que era un lugar seguro (a manera de armario) para guardar todo lo santo. Este giro se dio a raíz de la construcción de las basílicas y espacios públicos para el culto católico.

Para el siglo IX la conservación de la Eucaristía evolucionó de colocarse en una píxede o capsa, recipiente que contenía pocas hostias para la comunión de los enfermos y moribundos, a colocarse en un recipiente más grande, de madera o metal, en forma de paloma, al cual con toda razón se le llamó «paloma eucarística», la cual ya pendía del baldaquín sobre el altar en el siglo XI.

Fue en el siglo XVI que, a iniciativa de Mateo Ghiberti de Verona, se colocó el sagrario sobre el altar, acción secundada por San Carlos Borromeo y establecida para Roma en 1614 por el Papa Pablo IV, siendo decretada al mundo católico por un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos en 1863.

Como hemos visto, el culto a la Eucaristía siempre ha tenido relación estrecha con el altar, lugar donde se actualiza el memorial del Señor resucitado.

5.2 TEXTOS BÁSICOS

5.2.1 EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

En su n. 938, el CIC habla sobre este tema:

1. «Habitualmente, la Santísima Eucaristía estará reservada en un solo sagrario de la iglesia u oratorio.

* PBRO. EDUARDO SALCEDO BECERRA. Integrante de la Comisión Diocesana de Arte Sacro, Arquidiócesis de Guadalajara.

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2. El Sagrario en el que se reserva la Santísima Eucaristía ha de estar colocado en una parte de la iglesia u oratorio verdaderamente noble, destacada, convenientemente adornada, y apropiada para la oración.

3. El Sagrario en el que se reserva habitualmente la Santísima Eucaristía debe ser inamovible, hecho de materia sólida no transparente, y cerrado de manera que se evite al máximo el peligro de profanación.

4. Por causa grave, se puede reservar la Santísima Eucaristía en oro lugar digno y más seguro, sobre todo durante la noche.

5. Quien cuida de la iglesia u oratorio ha de proveer a que se guarde con la mayor diligencia la llave del sagrario en el que está reservada la Santísima Eucaristía»

5.2.2 LA INSTRUCCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

Textualmente, el n. 277 de la IGMR dice: «Consérvese la Santísima Eucaristía

solamente en un sagrario, sólido e inviolable. Por consiguiente, como norma general, en cada iglesia no habrá más que un tabernáculo».

5.2.3 LA INSTRUCCIÓN “DON INESTIMABLE”

La Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, en abril de 1980

entregó una Instrucción con algunas normas acerca del culto de Misterio Eucarístico, titulada «Don inestimable». Sobre este tema, dice:

«24. El tabernáculo en el que se conserva la Eucaristía, puede ser colocado en un altar o fuerza de él, un lugar de la iglesia bien visible, verdaderamente digno y debidamente adornado, o en una capilla apta para la oración privada y para la adoración de los fieles. 25. El tabernáculo debe ser sólido, inviolable y no transparente. Ante él, donde la presencia de la Eucaristía estará señalada por el conopeo o por otro medio idóneo establecido por la autoridad competente, debe arder perennemente una lámpara, como signo de honor tributado al Señor».

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5.2.4 EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Respecto a este tema, el CEC enseña:

«1183. El tabernáculo debe estar situado “dentro de las iglesias en un lugar de los más dignos, con el mayor honor» (MF). La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo eucarístico (SC, 128) deben favorecer la adoración del Señor realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar». «1379. El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la Misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia: debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el Santo Sacramento».

5.3 CARACTERÍSTICAS DEL SAGRADO

A apartir de estos criterios de la Iglesia Universal que hemos enumerado, conviene hacer un listado de elementos que se deben tener en cuenta para cuando se toque el tema del sagrario. No pretende ser exhaustiva, pero si ilustrativa:

a). Solidez. Que el material del que está hecho no sea frágil ni trasparente, de

modo que no pueda sufrir violaciones. b). Seguridad. No sólo que el acceso al interior de éste sea confiable en cuanto

al modelo de chapa, sino que la instalación se fija, mediante sistemas que no sean desmontables desde el exterior.

c). Ubicación. Debe tenerse en cuenta la altura del lugar donde se colocará el sagrario, para evitar que sacerdotes o ministros de escasa estatura tengan problemas para usarlo. Una ménsula para sostener el sagrario no es lo más adecuado.

d). Estética. Cuidar el decoro y la belleza del diseño, y de ser posible, que éste siga el estilo del templo.

e). Decoro interno. Así como hay cuidado en la belleza externa del tabernáculo, con mayor razón se pide la hermosura interna, ya que es ahí donde el Señor Jesús, fiel a su promesa de permanecer entre nosotros (cfr. Mt. 28, 20), espera la compañía de los fieles. Por tal motivo, merece un cuidado especial, no sólo que se vea libre de polvo o insectos, sino que por su decoración y limpieza, manifieste la dignidad de Quien lo habita.

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f). Dignidad. Que por su solo dimensión material, el sagrario capte la atención de los fieles, y que el material que lo recubre y su luminosidad insten a la trascendencia divina.

g). Capacidad. La Iglesia recomienda en diferentes documentos, como en la Mediator Dei, que los fieles comulguen con hostias consagradas en la misma Celebración, por lo tanto es suficiente que el sagrario almacene uno o máximo dos copones, y un viril para la exposición.

h). Unicidad. Solamente debe haber un tabernáculo en el templo y su uso es exclusivo para la reserva del Santísimo. No son recomendables los sagrarios con expositorio, ya que es conveniente que al exponer al Santísimo, no pierda su relación con el Altar y la misma Celebración Litúrgica. Tampoco, que habiendo capilla de la Reserva Eucaristía vinculada al templo, se tenga además otro sagrario en el presbiterio.

i). Cristología. Que la decoración tenga referencias sólo a Cristo o a la Eucaristía, para que la lectura de este símbolo centre en la presencia sacramentada de Jesús.

j). Iluminación. Debe dársele la apropiada, ya que es el principal en la capilla del Santísimo. Si su ubicación está en el retablo, se debe destacar con una correcta iluminación.

k). Sobre el sagrario no puede colocarse el Crucifijo, otra imagen o ni otro objeto alguno; esto denigra su vocación.

l). Conopeo. Si el diseño del sagrario permite el uso de conopeo, sería deseable que fuera del color litúrgico del día y que no cubra lo artístico del tabernáculo. Junto con la lámpara del Santísimo, este lienzo es la señal más segura de que el sagrario está ocupado por el Señor Sacramentado. Si el diseño del sagrario está trabajando artísticamente, se recomienda que el conopeo sea de tejido trasparente.

6 LA CUSTODIA Y EL MANIFESTADOR*

Desde los primeros siglos, la celebración de la Eucaristía ha sido centro de la vida cristiana; es la fuente y fin de todo compromiso cristiano, y la Iglesia exhorta a pastores y a fieles a vivirla así.

El fin primero de conservar la Eucaristía es que se pueda administrar el viático; aunque

también es para distribuir de la comunión fuera de la Misa y para la adoración de nuestro Señor Jesucristo, presente bajo las especies sacramentales. Esta acción de adoración divina ha sido fuente de inspiración humana, y así se han creado instrumentos que ayudan a realizar esta acción espiritual. Nuestro estudio puntualiza ahora sobre uno de estos instrumentos, que surgido en el siglo XIII, todavía hoy presta su servicio y sigue evolucionando.

* PBRO. EDUARDO SALCEDO BECERRA.

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6.1 DESARROLLO HISTÓRICO

6.1.1 CONCEPTOS FUNDAMENTALES

Custodiar consiste en guardar, mostrar, proteger y defender algo con valor. La Liturgia

designa con el nombre de “custodia “ al vaso sagrado en que se coloca el Santísimo Sacramento para la adoración de los fieles o para llevarlo en procesión solemne. Se le llama también «ostensorio», por el verbo latino ostendere, «mostrar». Entendemos por «expositorio» el lugar donde se colocaban estos vasos sagrados una vez que se introdujo la costumbre de exponer sin cendales, a la vista de los fieles, la hostia consagrada; así los fieles pudieron contemplar y adorar a Jesús Sacramentado, apartir del siglo XIII.

6.1.2 SIGNOS DE ADORACIÓN

El Ordo I narra cómo el obispo entraba en la iglesia para celebrar la Misa y saludaba

una reverencia la capsa que contenía la reserva de la Misa anterior. En el siglo XI, a raíz de las disputas eucarísticas, se introdujo la GENUFLEXIÓN ante el

Santísimo. Un siglo más tarde se adoptó la costumbre de mantener permanentemente encendida una lámpara ante el lugar en que se depositaba el pan consagrado, la «lámpara del Santísimo», que con su flama y vaso rojo es signo de la presencia de Jesús.

6.1.3 FIESTA DEL CORPUS CHISTI

Santa Juliana de Lieja difundió la idea de crear una fiesta eucarística, pensamiento a tono con las prácticas piadosas del tiempo. La primera celebración del Corpus Chisti fue en la ciudad de Lieja, el año 1246, y en 1264 el Papa Urbano IV extendió la festividad a toda la Iglesia.

La preeminencia dada a la «visión salvadora» del pan Eucarístico y el gusto medieval por los desfiles públicos, dieron lugar a que el día del Corpus Chisti la Eucaristía fuese conducida triunfalmente en una fastuosa procesión. el pan consagrado se exhibía en el ostensorium o custodia.

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6.1.4 LA “EXPOSICIÓN” DEL SANTÍSIMO

Esta fiesta propició otra nueva costumbre: la «exposición del Santísimo», pues antes y

después de la procesión había que depositar la custodia sobre el altar, con lo cual dio origen a una nueva práctica piadosa entre los fieles.

6.1.5 DESARROLLO DE LA CUSTODIA U OSTENSORIO

En un principio, se utilizó el ciborium para llevar al altar las hostias y consagrarlas.

Proviso de una base desde la Baja Edad Media, el ciborium asumió en el barroco la forma de «un cáliz más amplio, para portar el alimento» y su tapa se convirtió en una especie de torre que cubría al copón en forma de cáliz.

La custodia, que originalmente era similar a un relicario, se adoptó para exponer el Pan Eucarístico con un dispositivo de cristal. Probablemente en un principio sirvió el mismo copón, pero muy pronto se sintió la necesidad de construir un artículo a propósito, en el cual la hostia fuera colocada en la concavidad de una luneta y fuera más visible. A partir de esta idease desarrollo el concepto de custodia que hasta hoy tenemos.

La ornamentación y construcción de custodias monumentales se impulsó con la procesión del Corpus Chisti, en el siglo XIV. Al principio, el Cuerpo del Señor era llevado dentro de una cápsula o píxide cerrada, cubierta con un paño. Más tarde se quiso ver la hostia, y para ello se construyeron custodias procesionales. Las primeras custodias, como tales, parecen haber surgido en Alemania oriental.

Hacia fines del siglo XIV, los testimonios alusivos a las custodias abundan en todas partes, mientras adoptan tipos y formas diferentes. Entre las más antiguas hallamos las de estilo gótico, en forma de torre poligonal con ventanas de vidrios policromos, como las de Bari (s. XIV) y Molfetta. Otras presentaban forma de Cruz, llevando en el centro el cristal o viril; otras se reducían a estatuitas de la Virgen con el Niño, o de Cristo en cuya frente o pecho se colocaba el viril: otras más, a partir del siglo XVI, eran a modo de sol radiante en cuyo centro se exponía la sagrada hostia.

6.1.6 DESARROLLO DEL MANIFESTADOR

La devoción al Sacramento del Altar fue desarrollándose entre los católicos como signo

distintivo de una confesión militante de la propia fe. En el siglo XVI, los templos romanos de nueva construcción tuviesen sobre el altar

mayor un recipiente para guardar el Santísimo, al que se llamó tabernáculo («tienda», y por eso se le cubrió con un conopeo, para que le diese la apariencia de una tienda de campaña. En 1614, el nuevo Ritual Romano lo prescribía para toda la Iglesia.

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Mientras los jansenistas pedían moderación en el culto sacramental, los jesuitas propagaron más aún la devoción a la Eucaristía, la cual alcanzó su cenit esplendoroso con las nuevas iglesias de estilo barroco.

Los retablos que se construyeron sobre el altar mayor de estos templos, fueron suntuosos espacios para la exposición. La denominación que se le dio a este lugar como «trono», indica que en este tiempo la veneración cultural de la Eucaristía asimiló las formas ceremoniales de las cortes principescas.

De este modo, el presbiterio se convirtió en una «sala del trono» cuyo muro testero era cubierto con una enorme construcción sobre el altar, la mayoría es arquitectónicamente grandiosa. En un recinto así, la mesa del Sacrificio desempeñaba un papel ópticamente secundario, y llegó a resultar un simple detalle, una base perdida al pie del tabenáculo y el trono de exposición.

El diseño de los templos procuraba que desde todos los sitios se pudiera contemplar la hostia en el ostensorio, y que cada visitante fuera visto por el Augusto Sacramento.

6.2 Textos Básicos

6.2.1 CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

En su n. 941, el CIC dedica a este tema dos parágrafos, mencionando que sólo esté la

Reserva eucarística, que la exposición se puede hacer tanto con el copón como con la custodia, y que durante la celebración de la Misa, no haya exposición.

6.2.2 INSTRUCCIÓN “DON INESTIMABLE”

En el n. 20 de la Instrucción “Don inestimable”, de la Sagrada Congregación para los

Sacramentos y el culto Divino, recomienda la devoción tanto pública como privada hacia la Santísima Eucaristía, incluso fuera de la Misa.

6.2.3 CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El CEC se expresa de la siguiente manera:

«1378. El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la Misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. “La Iglesia Católica ha dado y continúa dando

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Arte Sacro

este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente durante la Misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión” (MF, 56)». «1418. Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar, es preciso honrarlo con culto de adoración “La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor” (MF)»

6.2.4 INSTRUCCIÓN EUCHARISTICUM MYSTERIUM

La instrucción Eucharisticum Mysterium (25 de mayo de 1967) de la Sagrada

Congregación de Ritos y el Concilium, acerca de este tema dice:

«IV Las procesiones eucarísticas 59. El pueblo cristiano da un testimonio público de fe y de piedad hacia este Sacramento con las procesiones en que se lleva la Eucaristía por las calles con solemnidad y cantos, particularmente en la fiesta del Corpus Chisti. Corresponde, sin embargo, al Ordinario del lugar juzgar sobre la oportunidad en las circunstancias actuales, y sobre el lugar y la organización de tales procesiones, para que se lleven a cabo con dignidad y sin menoscabo de la reverencia debida a este Santísimo Sacramento». V. La exposición de la Santísima 60. La exposición de la Santísima Eucaristía, sea en el copón, sea en la custodia, lleva a los fieles a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y los invita a la comunión de corazón con Él. Así fomenta muy bien el culto en espíritu y en verdad que le es debido. Hay que procurar que en tales exposiciones el culto del Santísimo Sacramento manifieste en signos su relación con la Misa. Conviene, pues, que la exposición cuando es más solemne y prolongada, tenga lugar al terminar la Misa en que se consagra la hostia que se ha de exponer a la adoración. Esta Misa termine con el Benedicamus Domino, sin bendición. En los adornos y en el modo de la exposición, evítese cuidadosamente todo lo que puede oscurecer el deseo de Cristo, que instituyó la Eucaristía, ante todo, para que fuese nuestro alimento, nuestro consuelo y nuestro remedio».

Es aconsejable atender las orientaciones que este mismo documento prescribe para la exposición del Santísimo, en los nn. 61-62 y 66.

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6.3 CARACTERÍSTICAS DE LA CUSTODIA

De estos datos que se han revisado, estacamos algunos elementos que en la actualidad se deben tener en cuenta. Al igual que en el tema del sagrario, este enlistado no se pretende ser exhaustivo, pero si ilustrativo:

a). Material. Por ser donde se expondrá a la adoración el Santísimo

Sacramento, se pide que el material sea preciso o en su defecto noble, para que inste a la trascendencia divina.

b). Solidez. que el material del que está hecha la custodia no sea frágil, de modo que evite los daños provocados por el uso.

c). Seguridad. que la base de sea confiable, es decir, que sostenga y equilibre su mismo peso.

d). Ligereza. No se debe olvidar que, en ocasiones, la custodia es sostenida por el mismo sacerdote durante las procesiones.

e). Estética. Cuidar la belleza del diseño, y de ser posible que éste sea acorde con el estilo arquitectónico del templo.

f). Decoro. Se pide hermosura en la custodia, ya que es ahí donde el Señor Jesús atiende sacramentalmente la compañía de los fieles.

g). Dignidad. Que la dimensión material de la custodia capte la atención de los fieles.

h). Cristología. Que la decoración tenga referencias sólo a Cristo o la Eucaristía, para que la lectura de los símbolos mostrados centre en la presencia sacramentada de Jesús.

i). Ubicación. Si la exposición es breve, ya sea en el templo o en la capilla de la Reserva, el copón o el ostensorio se coloca sobre el altar, de modo que no se pierda su relación simbólica, festiva y sacrificial, con la misma Celebración litúrgica. Aun si la exposición fuera en la capilla de la Reserva Eucarística, se pide hacerla en el mismo altar diseñado para la capilla. Si la exposición se prolonga durante algún tiempo, se puede utilizar, si se tiene y por seguridad, el expositorio o manifestador, situando en un lugar más eminente, pero evítese que esté demasiado alto y distante de los fieles.

j). Seguridad. Se debe tener cuidado con las profanaciones o robos tanto del Santísimo como de la custodia. Ser cuidada por los fieles es signo de confianza, mas no siempre se garantiza su presencia ni su valentía para defender el Sacramento. Por tal motivo, se debe diseñar algún dispositivo de seguridad para que no peligren la Eucaristía ni la custodia.

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Arte Sacro

7 ORDEN Y DECORO DEL ESPACIO CELEBRATIVO DE LA EUCARISTÍA*

Aunque parezca innecesario insistir sobre este tema, el amor y el respecto que el Pueblo de Dios siente por la Eucaristía deben reflejarse en el lugar celebrativo. Además, la Ecucharisticum Mysterium hace la recomendación al mismo presbítero:

«La casa de oración en que se celebra y se guarda la Sagrada eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta ara la oración y para las funciones sagradas (cfr. PO, 5)»

Se presenta este listado como una ayuda para que el equipo de Pastoral Litúrgica Parroquial evalúe lo que se viene logrando y a prever lo más urgente.

7.1 LIMPIEZA METICULOSA Y EL ORDEN DEBIDO

§ Remota: pisos, bancas, puertas, ventanas muros y columnas, etcétera: imágenes, cepos, veladoras, focos, etcétera.

§ Próxima; en sábados, antes de ceremonias y actividades hasta muy tarde; en celebraciones dominicales, desde temprano hasta la noche.

7.2 DECORO

§ Altar: mantel, cirios, tapete, hoja de intenciones, flores. § Ambón: ornato según el tiempo litúrgico y el mensaje del domingo;

leccionario (misal, hoja), micrófono, tapete. § Sede: ornato (color litúrgico catedrae velatae), tapete. § Credencia: diseño, tamaño, ubicación. § Ofrendas: sitio, canastas para la colecta. § Sitio de los ministros: acólitos, lectores, ministros extraordinarios del la

Comunión, monitor.

7.3 FUNCIONAMIENTO LITÚRGICO

§ Circulación de los ministros. § Circulación durante la Comunión.

• PBRO. RAFAEL URIBE PÉREZ

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§ Circulación durante la colecta. § Lugar de los lectores, acólitos y ministros extraordinarios. § Aseo de los ornamentos. § Aseo del cáliz, patena, platillo de la Comunión, vinajeras, purificadores y

corporales. § Mesa de las ofrendas. § Lugar para los misales, hojas, etcétera.

7.4 FUNCIONAMIENTO TÉCNICO

§ Ventilación: control de ventanas, temperatura y ventiladores, en caso de haberlos.

§ Sonido: pureza del canal, acústica del templo. § Iluminación: natural, especial y artificial. § Puertas: espacio de abatimiento; atención del sobrecupo.

7.5 VARIOS

§ Coro. § Vendedores. § Niños inquietos. § Asistentes a ceremonias y fotógrafos. § Tableros de avisos. § Tableros de exhortos matrimoniales. § Espacios de recepción y encuentro humano.

8 EL “ANTES “ Y EL “DESPUÉS” DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA*

8.1 PROPUESTAS CONCILIAR

La primera de las cuatro Constituciones del Vaticano II, nació madura y nos aporta desde sus primeras líneas el planteamiento pastoral integral que la Iglesia necesitaba para cumplir la única tarea que Jesús le encomendó: «Vayan por todo el mundo y lleven la buena noticia» (Mc 16, 15).

Por eso, la Sacrosanctum Concilium inicia así:

* PBRO. RAFAEL URIBE PÉREZ.

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Arte Sacro

«Este Sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana.... Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la liturgia» (SC, 1).

Y más adelante indica:

«Toda celebración litúrgica, por se obra de Cristo cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no lo iguala ninguna otra acción de la Iglesia.... Por tanto, la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC, 7, 10).

8.2 CONSECUENCIA

La fuerza de este planteamiento, al proponer la liturgia como cumbrey fuente, nos hace pensar que es muy importante.

Una cumbre no se alcanza sin una preparación anterior, y una fuente no cumple su cometido por existir, sino por lo que después derive de ella.

Por tanto, en las mismas palabras del planteamiento conciliar se esboza la necesidad de analizar un «antes» y un «después» de la acción litúrgica, para vivir con profundo sentido el «en» de la Celebración.

8.3 EL «ANTES» DE LA CELEBRACIÓN

Si, de suyo, en la búsqueda de cualquier objetivo el éxito dependerá de la preparación remota o próxima que se tenga, con cuánta mayor razón ocurre así en la búsqueda de un objetivo trascendente.

La mayor motivación para participar en la Liturgia debe nacer del deseo de descubrir la «Buena Noticia» el Evangelio como planteamiento o proyecto de vida, porque una fiesta se celebra sólo cuando hay motivo.

No basta para esto que el Evangelio sea un simple noticia, sino que debe convertirse en una auténtica vivencia, prolongada y profunda, que lleve a captar la fuerza del amor de Dios por el hombre mediante todo un proyecto sumamente atractivo (Kerygma). Visto así, con cuánta razón aparece el estado de ánimo como origen de la esa problemática que se ve en las familias, adolescentes, jóvenes e incluso adultos, de no querer asistir a Misa: «Yo voy cuando tengo ganas» o «cuando me nazca».... Y resulta que casi nunca existe ese «buen estado de ánimo».

Pero no. La verdadera causa de estos problemas está en que no se ha recibido Kerygma; imaginamos que por estar bautizados ya estamos evangelizados. necesitamos experimenta a Dios, vivo, presente, amoroso y comprensivo, con todo su proyecto para darnos vida y que la muerte no nos dañe para siempre.

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Organizar una vivencia del Kerygma o dar el primer anuncio del Evangelio a un grupo de cristianos, planea el reto de contar con espacios adecuados para ello.

Los sacrificios y esfuerzos por llevarlo a cabo, dan resultados. el fruto se obtiene gracias a la vivencia de fe; no sólo queda la disposición, sino que se siembra la motivación para participar y ahondar en la Pastoral Profética.

En una parroquia esto se va haciendo inaplazable, sobre todo con las consecuencias inmediatas de reflexionar en esta vivencia: es necesario tener salones que permitan la capacitación continua en el conocimiento del proyecto de Dios en Cristo Jesús; gozar de un buen auditorio para actividades múltiples, sobre todo destinadas a los jóvenes; tener biblioteca o videoteca para consultas y estudio, etcétera.

El «antes» de la Liturgia, el Concilio Vaticano II lo plantea con profundidad y exactitud en la Constitución Dei Verbum (Sobre la divina revelación); mas existe un «antes» todavía más próximo a la Celebración, que presupone ciertamente el «antes» remoto, ya analizado someramente. Nos referimos a un espacio que, por sus características amables, invite a quienes sentimos la necesidad de expresar nuestra fe en la Fiesta Eucarística, que es la fiesta de la Vida. Necesitamos un espacio amplio que nos invite a re-unirnos como hermanos y a enterarnos, de ser posible, no sólo de los nombres, sino de las necesidades o gozos que apremian, y de los motivos de fe que impulsan el estar presentes. Dicho de otro modo: se necesita un gran patio amplio y ambientado, de preferencia interno, fuera del contexto de la calle, máxime si estamos en contexto de Pastoral Urbana.

Esta vivencia presentaría la oportunidad a quien presidirá la Celebración de encarnarla en la misma realidad de la comunidad que participa y conducirla, por medio de la Liturgia, a la cumbre deseada, para que sacie su hambre y sed en el encuentro con el Dios de nuestro padres, el Dios de la vida y del amor, encarnado en nosotros.

8.4 EL «DESPUÉS» DE LA CELEBRACIÓN

La fiesta litúrgica es fiesta fraterna que enciende la fe y el amor, ya que es el fruto de dar gracias al padre por su admirable proyecto para darnos Vida. Es una fiesta de familia que trasciende a los que asisten, ya que la voluntad salvífica del Padre Dios es universal.

Las necesidades materiales, tanto de quienes asisten como de quienes están ausente por diversos motivos, reclaman los ecos de la Palabra: «Denles ustedes de comer» (Mc 6-37), o aquello de «tuve hambre...... tuve sed.... estaba desnudo....» (Mt 27, 35).

Esa motivación, al ascender a la cumbre que permite gozar una común-unión con el mismo Dios, genera la fuente que lleva a hacer el bien más allá de las fronteras o límites humanos: «Pero ¿qué es eso para tanta gente?... ni doscientos denarios bastarían...» (Mc 6, 37) «Tomó Jesús los cinco panes y los dos pescados.... y sombraron doce canastos» (Mc 6, 42).

Es esencial la motivación de la fe, ya que sin ella nos quedamos sin «lo mejor». La comunión con Cristo nos lleva a «la cumbre», donde encontramos «la fuente» que nos llena de gozo y esperanza.

Es muy buena la filantropía, pero sin comparación, es mejor es mejor la caridad, ya que superamos los límites humanos al ser conscientes de los bienes divinos recibidos, y nos

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motiva descubrir también parte de aquel misterio: «Lo que hiciste con ellos.... conmigo lo hiciste» (Mt 25, 40).

La ganancia va más allá. El fruto concreto impulsa y retroalimenta el «antes» de la Celebración; son hechos concretos «por sus frutos los conocerán» (Mt 7, 15) los que llevan a exclamar «miren cómo se aman» (Hech 2, 46). Lo sabemos bien: un testimonio convence más que mil palabras. Esta «fuente» inagotable de amor de Cristo nos compromete a imitarlo sin cansancio, sin esperar recompensa humana.

El «después» de la Celebración no debe plantearse desde un escritorio. Debemos obtener el diagnóstico socioeconómico y cultural de la comunidad concreta, o al menos el plan comparativo de otras similares. La misma realidad interpela la atención de prioridades en lo asistencial. Debemos visualizar también en la línea promocional lo que más ayude a «lanzar» planes que trasformen la realidad.

La Construcción Gaudium et Spes pide en los discípulos de Cristo no haya nada verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón (cfr. n. 1), y así nos marca el amplísimo horizonte hacia el que debemos dirigirnos.