03-05-24

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Í )utar de hombre a hombre, pero no derramen a sangre de esos pobres soldados. ¡Infames, con las armas que les he dado me traicionan ahora!» Hablaba con vibración trágica aquel hombre que era casi inculto, transfigurado, casi sublime ante la ingratitud. Sonó: «¡Viva Menéndez!» Eran los soldados de la guardia de honor. Se dice que hasta por parte de los insurrectos que le oyeron, [gritaron también: «¡Viva Menéndez!» El dio unos pasos atrás y cayó, cayó muerto, con la espada en la mano. El doctor Prowe y don Juan Orozco esta- ban cerca de él. Fué levantado y conducido a la secretaría privada que ocupaba su sobri- no el doctor Juan B. Magaña. Prowe dijo que todavía tenia una esperanza de vida; pero po- cos segundos después se convenció de que ya era un cadáver. Entonces sucedió una escena digna de un grupo en bronce o del pincel de un pintor heroico. IN'íenéndez acababa de ex- pirar y unos cuantos soldados de Santa Ana, de los soldados ebrios de aguardiente en su traición victoriosa, con las dagas asestadas, apuñalaban al muerto, se acercaban a la cama en que estaba tendido. Hermann Prowe, Juan B. Magaña y Juan Orosco, armados, no per- mitieron, exponiendo sus vidas, que la solda- desca brutal insultara los restos dé la víctima de los traidores. La muerte del general Menéndez redondea y completa la figura moral de ese personaje venerable. En el primer editorial que publicó el «Diario Oficial», obra según unos de Pas- tor Valle, y según otros del doctor Delgado, se habló de los méritos y virtudes del gran revolucionario de Mayo, se le elevó a las nu- bes y se lamentó su pérdida. ¡A torrentes de- rramaron lágrimas los cocodrilos! En ese ar- tículo se consuelan de que el general Menéndez haya muerto de muerte natural y no por manos de los conjurados. En el pueblo circulaba el rumor de que había muerto de envenenamiento. Parece que Ezeta habló de autopsia para evi- taisc responsabilidades. No se llevó a efecto esa idea. El general Menéndez murió de muerte natural. Pero, ¡qué muerte natural es ésta! ¿Queréis veneno? Ahí está el más corrosivo, el mis ahogador, el más quemante, el veneno de la ingratitud. ¿Queréis estoque? ¡Qué más estocada que ver traidor al jefe de mayor confianza, al más querido! Aun se habló de un suicidio. Sí, así fué: el general fué un Catón que no tuvo necesidad de puñal; se dio lamuerte con la voluntad aquel recto varón desengañado. ¿Cómo murió Marcial? Unos aseguraban al siguiente día que después de tomar la Casa Blanca, había ido a la artillería a ver a Ezeta y que tras tomar unas copas, volvió. Es el caso que en el recinto de la guardia de honor se encontró con fcl comandante Ramírez y le intimidó a que se rindiera. «Está bien —le dijo Ramírez — estoy rendido.» ¡Un abrazo! — ex- clamó Marcial, y abrazó al comandante. Allí estaba su muerte, porque en el momento de estrechar a Ramírez, éste sacó el revólver y le dio un balazo en un costado. Murió. Al día siguiente estaba su cadáver en casa de su fa- milia que lo lloraba desconsolada. De Ramírez se dice que fué llevado preso, que después se le ofreció un buen puesto y rehusó servir a los desleales. De los detenidos, Lansiriaga pidió per- miso para ir a acompañar a su familia a su casa, pero tuvo el juicio de no volver y de ocultarse. Interiano v Castañeda fueron conducidos a la Ar- tillería. De los postres de un almuerzo del 23 salió la orden de libertad de los dos, junto con la de Prieto Alvarez, que también resultó preso. La noche del crimen hasta el amanecer, toda la ciudad estuvo en continua y tremenda alarma. Se oían por todos lados balazos y vivas a Ezeta. El transeúnte que no gritaba: «¡Viva Ezeta!», le hacían fuego. Un señor Men- doza, padre de una señorita estudiante de me- dicina, iba por una calle, no oyó el «¿quién vive?» y le hirieron de un tiro. Al siguiente día expiraba. La familia del general Menéndez estaba con el cadáver en Casa Blanca. Hasta el 23, como a las once, lo llevaron a casa del doctor Me- léndez. El cadáver estaba muy amoratado y con los ojos apretadamente cerrados. Se le vis- tió con traje negro, de levita, y se le pusieron guantes de luto, de hilo. El español, señor Cali, sacó la mascarilla de un parecido perfecto. El 23 ya hervía la indignación en todas par- tes, sorda y contenida. Aquí y allá vagaban soldados y oficiales altaneros. La ciudad es- taba asombrada y aterrorizada. Sólo entre grupos de «ciertas gentes» adictas a Ezeta se oían palabras de aprobación para el hecho horrible. El nuevo presidente se paseaba por las calles con mucho séquito de a caballo. A las doce del día se sabía que ya estaba el minis- terio formado. Ahora bien, ¿quiénes eran los que habían aceptado la mengua de su vergüen- za, presentando la espalda al látigo de la His- toria? Manuel Delgado y Francisco Arrióla, son los que sobre todos hacen resaltar su per- fil en ese cuadro ignominioso. Pocos días hacía que Delgado pu.siera su renuncia de Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Menéndez y Arrióla la suya de encargado del Ministerio de Guerra. Ellos salieron por causa de ser Menéndez amigo del doctor Interiano y partidario de su candidatura. Y éste también el motivo que señala Ezeta para justificar su procedimiento incalificable. Menéndez estaba próximo a dejar el poder y quería poner su patria én buenas manos. Que- ría que el hombre que le sucediera en la obra que le había costado tantos sacrificios y peleas, y deseaba así mismo descender de la silla pre- sidencial con garantías, ir a sus cultivos rurales de Ahuachapán sin temor de que se le persi- guiera y se le ultrajara en pago de los bienes que hizo a El Salvador. Interiano le agradaba para sucesor suyo. Pero ésta era una opinión personal. Desde mu- cho tiempo atrás. Delgado tenía terreno listo para que el árbol de su candidatura brotase lozano y robusto, regado y cuidado por muchos amigos suyos empleados del general Menéndez. El presidente lo sabía y éstas eran sus pala- bras a este respecto: «Delgado me gusta, pero tiene un círculo funesto que le pierde y le hace inútil. Si él gobernara con esa gente, habría necesidad de crear un empleado que estuviera con un garrote a la puerta de la tesorería para no dejar robar a más de un ladrón.» Y señala- ba los nombres de ellos. Naturalmente, todo ese circulo le fué creando

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  • )utar de hombre a hombre, pero no derramen a sangre de esos pobres soldados. Infames, con las armas que les he dado me traicionan ahora! Hablaba con vibracin trgica aquel hombre que era casi inculto, transfigurado, casi sublime ante la ingratitud. Son: Viva Menndez! Eran los soldados de la guardia de honor. Se dice que hasta por parte de los insurrectos que le oyeron, [gritaron tambin: Viva Menndez!

    El dio unos pasos atrs y cay, cay muerto, con la espada en la mano.

    El doctor Prowe y don Juan Orozco esta-ban cerca de l. Fu levantado y conducido a la secretara privada que ocupaba su sobri-no el doctor Juan B. Magaa. Prowe dijo que todava tenia una esperanza de vida; pero po-cos segundos despus se convenci de que ya era un cadver. Entonces sucedi una escena digna de un grupo en bronce o del pincel de un pintor heroico. IN'enndez acababa de ex-pirar y unos cuantos soldados de Santa Ana, de los soldados ebrios de aguardiente en su traicin victoriosa, con las dagas asestadas, apualaban al muerto, se acercaban a la cama en que estaba tendido. Hermann Prowe, Juan B. Magaa y Juan Orosco, armados, no per-mitieron, exponiendo sus vidas, que la solda-desca brutal insultara los restos d la vctima de los traidores.

    La muerte del general Menndez redondea y completa la figura moral de ese personaje venerable. En el primer editorial que public el Diario Oficial, obra segn unos de Pas-tor Valle, y segn otros del doctor Delgado, se habl de los mritos y virtudes del gran revolucionario de Mayo, se le elev a las nu-bes y se lament su prdida. A torrentes de-rramaron lgrimas los cocodrilos! En ese ar-tculo se consuelan de que el general Menndez haya muerto de muerte natural y no por manos de los conjurados. En el pueblo circulaba el rumor de que haba muerto de envenenamiento. Parece que Ezeta habl de autopsia para evi-taisc responsabilidades. No se llev a efecto esa idea. El general Menndez muri de muerte natural. Pero, qu muerte natural es sta! Queris veneno? Ah est el ms corrosivo, el mis ahogador, el ms quemante, el veneno de la ingratitud. Queris estoque? Qu ms estocada que ver traidor al jefe de mayor confianza, al ms querido! Aun se habl de un suicidio. S, as fu: el general fu un Catn que no tuvo necesidad de pual; se dio lamuerte con la voluntad aquel recto varn desengaado. Cmo muri Marcial? Unos aseguraban al siguiente da que despus de tomar la Casa Blanca, haba ido a la artillera a ver a Ezeta y que tras tomar unas copas, volvi. Es el caso que en el recinto de la guardia de honor se encontr con fcl comandante Ramrez y le intimid a que se rindiera. Est bien le dijo Ramrez estoy rendido. Un abrazo! ex-clam Marcial, y abraz al comandante. All estaba su muerte, porque en el momento de estrechar a Ramrez, ste sac el revlver y le dio un balazo en un costado. Muri. Al da siguiente estaba su cadver en casa de su fa-milia que lo lloraba desconsolada. De Ramrez se dice que fu llevado preso, que despus se le ofreci un buen puesto y rehus servir a los

    desleales. De los detenidos, Lansiriaga pidi per-miso para ir a acompaar a su familia a su casa, pero tuvo el juicio de no volver y de ocultarse. Interiano v Castaeda fueron conducidos a la Ar-tillera. De los postres de un almuerzo del 23 sali la orden de libertad de los dos, junto con la de Prieto Alvarez, que tambin result preso.

    La noche del crimen hasta el amanecer, toda la ciudad estuvo en continua y tremenda alarma. Se oan por todos lados balazos y vivas a Ezeta. El transente que no gritaba: Viva Ezeta!, le hacan fuego. Un seor Men-doza, padre de una seorita estudiante de me-dicina, iba por una calle, no oy el quin vive? y le hirieron de un tiro. Al siguiente da expiraba.

    La familia del general Menndez estaba con el cadver en Casa Blanca. Hasta el 23, como a las once, lo llevaron a casa del doctor Me-lndez. El cadver estaba muy amoratado y con los ojos apretadamente cerrados. Se le vis-ti con traje negro, de levita, y se le pusieron guantes de luto, de hilo. El espaol, seor Cali, sac la mascarilla de un parecido perfecto.

    El 23 ya herva la indignacin en todas par-tes, sorda y contenida. Aqu y all vagaban soldados y oficiales altaneros. La ciudad es-taba asombrada y aterrorizada. Slo entre grupos de ciertas gentes adictas a Ezeta se oan palabras de aprobacin para el hecho horrible. El nuevo presidente se paseaba por las calles con mucho squito de a caballo. A las doce del da se saba que ya estaba el minis-terio formado. Ahora bien, quines eran los que haban aceptado la mengua de su vergen-za, presentando la espalda al ltigo de la His-toria? Manuel Delgado y Francisco Arrila, son los que sobre todos hacen resaltar su per-fil en ese cuadro ignominioso. Pocos das haca que Delgado pu.siera su renuncia de Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Menndez y Arrila la suya de encargado del Ministerio de Guerra. Ellos salieron por causa de ser Menndez amigo del doctor Interiano y partidario de su candidatura. Y ste tambin el motivo que seala Ezeta para justificar su procedimiento incalificable.

    Menndez estaba prximo a dejar el poder y quera poner su patria n buenas manos. Que-ra que el hombre que le sucediera en la obra que le haba costado tantos sacrificios y peleas, y deseaba as mismo descender de la silla pre-sidencial con garantas, ir a sus cultivos rurales de Ahuachapn sin temor de que se le persi-guiera y se le ultrajara en pago de los bienes que hizo a El Salvador.

    Interiano le agradaba para sucesor suyo. Pero sta era una opinin personal. Desde mu-cho tiempo atrs. Delgado tena terreno listo para que el rbol de su candidatura brotase lozano y robusto, regado y cuidado por muchos amigos suyos empleados del general Menndez.

    El presidente lo saba y stas eran sus pala-bras a este respecto: Delgado me gusta, pero tiene un crculo funesto que le pierde y le hace intil. Si l gobernara con esa gente, habra necesidad de crear un empleado que estuviera con un garrote a la puerta de la tesorera para no dejar robar a ms de un ladrn. Y seala-ba los nombres de ellos.

    Naturalmente, todo ese circulo le fu creando