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1 HEROÍNAS Y GUERRILLEROS Gral.Brig. (SP) Luis F. Sánchez Guzmán Introducción Sabido es que los pueblos, organizados en estados, han recurrido siempre a la historia para definir mejor sus identidades; para conocer de dónde vienen, cómo fue su pasado y quiénes protagonizaron los hechos que marcaron su derrotero a través del tiempo. Y es en ese ámbito, el histórico, en el que Bolivia puede preciarse de poseer los pergaminos más ricos en contenido, numerosos en cantidad y mejores en calidad, del continente. Baste, para sostener esa ponencia, decir, que es el único estado entre sus hermanos americanos que vio la luz de la independencia tras 16 años de guerra continua (sin contar las grandes sublevaciones indígenas), a un costo en vidas que superaría -en estimación- el 10% de su población total. Ningún país del continente puede aproximarse siquiera, a esas cifras. En la epopeya aquella, cúpoles a los hijos del valle cochabambino tener un rol protagónico, merced a su coraje, renunciamiento y espíritu de sacrificio colectivo; virtudes debidamente aleccionadas y motivadas por el ideal libertario que, poco a poco, había ido fijándose en la mente de los líderes charquenses primero, y las masas populares, después. La incubación de tales ideas, expresadas durante décadas por los enciclopedistas, había generado dos enormes fenómenos: la independencia de los Estados Unidos; y, la revolución francesa. Ambos a costa del poder establecido en las dos mayores potencias de entonces: Gran Bretaña y Francia. Ese virus libertario no demoró en cundir entre la juventud hispano americana estudiante en los claustros universitarios, en especial, el de San Francisco Javier de Chuquisaca. Un proceso que sería lento y con génesis y peculiaridades propias. Primeros levantamientos Los tres siglos de oprobio y humillaciones para la surgente población americana, despertaron los instintos guerreros heredados de las dos razas mezcladas. La mansedumbre con que habían sido recibidos los españoles, fue tornándose inicialmente en resistencia solapada, pasando luego a convertirse en odio y rechazo, manifestados en un sinnúmero de levantamientos y sublevaciones populares armadas. Una de las pioneras, ocurrida en la Real Audiencia de Charcas, fue la de Alejo Calatayud en la ciudad de Cochabamba, el año 1730. Los sublevados, después de batir en combate a una tropa de realistas a los pies de la coronilla de San Sebastián, cometieron una serie de desmanes contra los vecinos “chapetones” consiguiendo que el corregidor transija con sus peticiones, quedando Calatayud como alcalde de la ciudad. Apaciguados los ánimos, el corregidor Rodríguez Carrasco, pretextando un supuesto nuevo complot y aprovechando las carnestolendas de 1731, ordenó apresar a Calatayud haciéndolo ejecutar y descuartizar su cadáver para exponerlo en diversos lugares, como escarmiento. Estallaron en consecuencia varias sublevaciones posteriores en la Real Audiencia de Charcas (más conocida como Alto Perú) y de diferente magnitud, algunas de ellas en los mismos valles cochabambinos. La de Quillacollo fue dirigida por Nicolás Flores y resultó sangrientamente sofocada, también se dio lo mismo en Tarata y Pocona, con similares resultados. Las sublevaciones indígenas de medio siglo después, empero, fueron las de mayor trascendencia; siendo su marco geográfico principal las tierras de la Real Audiencia de Charcas. La primera de ellas fue liderada por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II), en la región de Azángaro (hoy Perú). La hueste indígena sitió el Cusco para después retirarse y ser batida en marzo de

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HEROÍNAS Y GUERRILLEROS

Gral.Brig. (SP) Luis F. Sánchez Guzmán

Introducción

Sabido es que los pueblos, organizados en estados, han recurrido siempre a la historia para definir mejor

sus identidades; para conocer de dónde vienen, cómo fue su pasado y quiénes protagonizaron los hechos

que marcaron su derrotero a través del tiempo. Y es en ese ámbito, el histórico, en el que Bolivia puede

preciarse de poseer los pergaminos más ricos en contenido, numerosos en cantidad y mejores en calidad,

del continente. Baste, para sostener esa ponencia, decir, que es el único estado entre sus hermanos

americanos que vio la luz de la independencia tras 16 años de guerra continua (sin contar las grandes

sublevaciones indígenas), a un costo en vidas que superaría -en estimación- el 10% de su población total.

Ningún país del continente puede aproximarse siquiera, a esas cifras. En la epopeya aquella, cúpoles a los

hijos del valle cochabambino tener un rol protagónico, merced a su coraje, renunciamiento y espíritu de

sacrificio colectivo; virtudes debidamente aleccionadas y motivadas por el ideal libertario que, poco a poco,

había ido fijándose en la mente de los líderes charquenses primero, y las masas populares, después.

La incubación de tales ideas, expresadas durante décadas por los enciclopedistas, había generado dos

enormes fenómenos: la independencia de los Estados Unidos; y, la revolución francesa. Ambos a costa del

poder establecido en las dos mayores potencias de entonces: Gran Bretaña y Francia. Ese virus libertario no

demoró en cundir entre la juventud hispano americana estudiante en los claustros universitarios, en

especial, el de San Francisco Javier de Chuquisaca. Un proceso que sería lento y con génesis y

peculiaridades propias.

Primeros levantamientos

Los tres siglos de oprobio y humillaciones para la surgente población americana, despertaron los instintos

guerreros heredados de las dos razas mezcladas. La mansedumbre con que habían sido recibidos los

españoles, fue tornándose inicialmente en resistencia solapada, pasando luego a convertirse en odio y

rechazo, manifestados en un sinnúmero de levantamientos y sublevaciones populares armadas.

Una de las pioneras, ocurrida en la Real Audiencia de Charcas, fue la de Alejo Calatayud en la ciudad de

Cochabamba, el año 1730. Los sublevados, después de batir en combate a una tropa de realistas a los pies

de la coronilla de San Sebastián, cometieron una serie de desmanes contra los vecinos “chapetones”

consiguiendo que el corregidor transija con sus peticiones, quedando Calatayud como alcalde de la ciudad.

Apaciguados los ánimos, el corregidor Rodríguez Carrasco, pretextando un supuesto nuevo complot y

aprovechando las carnestolendas de 1731, ordenó apresar a Calatayud haciéndolo ejecutar y descuartizar su

cadáver para exponerlo en diversos lugares, como escarmiento. Estallaron en consecuencia varias

sublevaciones posteriores en la Real Audiencia de Charcas (más conocida como Alto Perú) y de diferente

magnitud, algunas de ellas en los mismos valles cochabambinos. La de Quillacollo fue dirigida por Nicolás

Flores y resultó sangrientamente sofocada, también se dio lo mismo en Tarata y Pocona, con similares

resultados.

Las sublevaciones indígenas de medio siglo después, empero, fueron las de mayor trascendencia; siendo su

marco geográfico principal las tierras de la Real Audiencia de Charcas.

La primera de ellas fue liderada por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II), en la región de

Azángaro (hoy Perú). La hueste indígena sitió el Cusco para después retirarse y ser batida en marzo de

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1781. Entretanto y previa coordinación, se dieron las sublevaciones de: Chayanta, que culminó con la

muerte de su líder Tomás Katari el 15 de enero de 1781; Oruro, el 10 de febrero de ese año, cuando una

turbamulta dirigida por Sebastián Pagador se rebeló también con el mismo y trágico fin que los anteriores;

y, la del Valle Alto cochabambino en los carnavales de 1781 liderizada por el rico cacique cliceño Martín

Uchu, que fue derrotado en Lacambaya, para luego ser descuartizado en Toco ese 25 de mayo.

Mas, pese a haber tenido coordinaciones con Amaru -por su condición de comerciante-, la heroica rebelión

del cacique Uchu coincidiría, en realidad, con el más furibundo, sangriento y duradero levantamiento

indígena altoperuano, el liderado por Julián Apaza (Túpac Katari) y su esposa Bartolina Sisa. El 19 de

marzo de 1781 la pareja acompañada de 40.000 adherentes sitió a la ciudad de La Paz, con el propósito de

pasar a cuchillo a sus 25.000 habitantes. Para dirigir la defensa fue designado el Brigadier Sebastián de

Segurola. Después de más de tres meses de asedio, se dio un respiro a la ciudad cuando una fuerza al

mando de Ignacio Flores, logró romper de momento el cerco el 30 de junio de ese año, para reanudarlo el 5

de agosto. Finalmente, las tropas reales encabezadas por Reseguín, atacaron a las huestes kataristas

derrotándolas por completo el 17 de octubre.

Apresados a causa de una delación de los indios de Chicani, los líderes fueron juzgados y condenados,

siendo Túpac Katari descuartizado en Peñas el 14 de noviembre de 1781.

Antecedentes inmediatos

La Guerra de la Independencia americana fue iniciada en Chuquisaca el 25 de mayo de 1809, ocasión en

que los conjurados pertenecientes a la Academia Carolina de la Universidad Mayor de San Francisco

Javier, apresaron al presidente de la Real Audiencia, don Ramón García Pizarro, al grito de: “¡Viva el rey,

muera el mal gobierno!”. Se mandaron emisarios a todas las ciudades del virreinato de La Plata.

La revolución alcanzaría su mayoría de edad en La Paz, el 16 de julio de ese mismo año. Los patriotas

paceños después de deponer a las autoridades españolas constituyeron una Junta Tuitiva, la cual lanzó una

proclama que estremeció los cimientos del imperio español, por lo franca y decisiva, que comenzaba así:

“Hasta aquí hemos aguantado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria......”. La

proclama fue por su inequívoca y manifiesta intención, el hito diferencial con los levantamientos acaecidos

antes.

La reacción española vino de la mano del Brigadier arequipeño José Manuel Goyeneche, quien al mando

de 5.000 soldados marchó sobre La Paz derrotando a los patriotas en el combate de Chacaltaya, el 25 de

octubre; para después conseguir destruir los incipientes focos guerrilleros de los Yungas.

Seguidamente Pedro Domingo Murillo, y varios otros líderes del alzamiento fueron juzgados y condenados

a la horca. La sentencia se cumplió el 29 de enero de 1810 en plena plaza de armas de la ciudad.

Revolución del 14 de septiembre

Hasta Buenos Aires y Montevideo habían llegado los emisarios de Chuquisaca. Allí, en la capital del

virreinato, el 25 de mayo de 1810 se derrocó al Virrey Liniers pasándose luego a organizar una Junta de

Gobierno. Presidiendo esa Primera Junta bonaerense se encontraba también un militar de origen

altoperuano: don Cornelio Saavedra. Una de las primeras decisiones de esa Primera Junta fue la de enviar

un ejército auxiliar a las provincias del Alto Perú, al mando del Gral. Antonio González de Balcarce y Juan

José Castelli, éste con mucho mayor poder efectivo por ser el representante político de las nuevas

autoridades.

Entretanto, el ejemplo de los paceños había inspirado a los patriotas del valle cochabambino, quienes,

anoticiados del levantamiento bonaerense y de la aproximación de ese primer Ejército Auxiliar que enviaba

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la Junta de Buenos Aires, el 14 de septiembre del año 1810 depusieron a las autoridades realistas y se

sublevaron, siguiendo las consignas de independencia que proclamaba la junta revolucionaria.

Después de organizarse bajo el mando de los militares Francisco de Rivero, Esteban Arze (ambos oficiales

realistas hasta esos días) y el abogado Melchor Guzmán, alias “El Quitón”; los revolucionarios de la ciudad

del valle pusieron de inmediato manos a la obra en organizar un ejército de patriotas voluntarios, para lo

cual no faltaron adhesiones entusiastas del pueblo, ni iniciativa para equipar y armar a las tropas.

Pocos días tardaron los cruceños en hacer lo propio, el 24 de septiembre, con participación de los enviados

de Chuquisaca Lemoine y Seoane. Los orureños fueron los siguientes en adherirse a la causa

emancipadora, al mando de Tomás Barrón, sublevándose el 6 de octubre de ese mismo año de 1810;

pidiendo luego auxilio a Cochabamba, al enterarse que una columna realista había salido de La Paz para

atacar a los revolucionarios de esa población minera.

Entretanto los cochabambinos habían consolidado su revolución y acelerado los preparativos para la

campaña por venir, aun desconociendo que las tropas argentinas estaban ya ingresando en el Alto Perú para

confrontar a las fuerzas realistas, lo que consiguieron hacer, derrotándolas en la batalla de Suipacha el 7 de

noviembre de 1810. Como consecuencia de esta victoria argentina se había dado el alzamiento del pueblo

potosino contra sus autoridades, tres días después, es decir el 10 de noviembre. En el ínterin, atendiendo el

pedido de los líderes orureños, las tropas del valle reforzadas por partidas de patriotas de otras comarcas;

todos bajo el mando de don Esteban Arze, Melchor Guzmán y Francisco de Rivero, que mandaba la

caballería; partieron con dirección a Oruro arribando a esa ciudad el 22 de octubre. Los orureños se

pusieron de inmediato bajo las órdenes de Arze, aportando además un contingente de 200 voluntarios y dos

cañones de estaño que, sumados a los que se habían llevado desde el valle, hacían un total de diez piezas,

todas fabricadas artesanalmente.

Queriendo combatir a la columna enemiga lo más al norte posible, en dirección a La Paz; Arze y los

principales líderes patriotas decidieron tomar la iniciativa saliendo al encuentro de las tropas españolas.

Marchaban éstas engreídas y seguras de repetir los triunfos que habían tenido contra los desorganizados

patriotas paceños en Chacaltaya y Chulumani. Después de algunas jornadas de marcha, los exploradores

patriotas de la caballería de Rivero avistaron a las tropas enemigas en los campos de Aroma, marchando

con dirección al tambo de Panduro.

Batalla de Aroma

Era el 14 de noviembre de 1810. A la vista del enemigo, los hombres de Arze avanzaron en su encuentro

agazapados entre los altos tholares de la zona, esperando sorprender a los marchantes que les habían visto,

pero que no creían correr peligro alguno por la evidente superioridad que poseían en organización, equipo y

armamento. En la época, las armas de fuego funcionaban a chispa limitando mucho la cadencia de fuego,

por lo que se podían hacer muy pocos disparos antes de combatir cuerpo a cuerpo; esto era de conocimiento

de Arze, por lo cual dispuso aprovechar los enormes campos de tholares que habían entre su pequeño

ejército y las filas enemigas, para que sus infantes se aproximaran -lo más posible- al enemigo, sin mostrar

evidencias de su superioridad en número.

El sol se encontraba cerca del cenit cuando los patriotas que se habían acercado, pese a las descargas del

enemigo, salieron de los tholares sorprendiendo su masa y acometividad a los soldados del Coronel

Francisco Piérola, todos ellos veteranos fogueados y confiados en la gran ventaja que, su armamento y

organización, les daba sobre esa masa variopinta de patriotas altoperuanos que marchaba contra sus

posiciones.

Aprovechando ese momento crítico, Arze ordenó el asalto a sus entusiastas 1.000 hombres, arengándoles:

“¡Valerosos cochabambinos, ante vuestras makanas tiembla el enemigo ....!”.

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Los cañones artesanales de bronce y estaño abrieron fuego entonces desde unas alturas que, a la derecha del

campo, discurrían paralelas al camino real; causando algunas brechas en las filas albiazules de los soldados

del rey. Después de la típica descarga de los pocos rifleros cochabambinos, se dio la feroz arremetida de los

infantes a pura arma blanca. Tras de cada arbusto de thola -muy grandes en el lugar, sobrepasando muchos

la altura de un hombre-, aparecía súbitamente un furioso guerrero emponchado. El desconcierto cundió

entre los chapetones, lo que fue debidamente aprovechado por los patriotas que –a garrote limpio-

comenzaron a dar cuenta de los soldados de Piérola cada vez que estos se ponían a recargar sus fusiles

después de una descarga.

Como corolario, poco después, Francisco de Rivero, que había estado maniobrando por el lado oeste del

camino, lanzó su caballería sobre el camino hacia La Paz donde estaba la retaguardia realista, causando su

dispersión y huida desordenada hacia la población de Sica Sica. La victoria de la hueste patriota, la

primera lograda por altoperuanos en la guerra que había comenzado (puesto que la de Suipacha había sido

lograda por tropas argentinas), influyó grandemente en la moral de las noveles tropas; pero mayor aún fue

su efecto sicológico entre la población civil que se enteró casi simultáneamente de ambos hechos de armas

exitosos, de modo que en las ciudades y villorios se esperaba con gran regocijo a ambas fuerzas que, se

creía, se reunirían para marchar hacia La Paz y llevar después los pendones de la revolución hasta las

tierras del Bajo Perú. Casi nadie pensaba que la guerra fuera a durar mucho tiempo, de modo que poca

importancia se dio por entonces a los comentarios sobre los abusos que los argentinos empezaban a realizar

en contra de sus supuestos “compatriotas” altoperuanos.

Pero no habíase dado de inmediato tal unión de fuerzas, después de la batalla. Los patriotas, después de

replegarse a Oruro y Cochabamba para atender a sus heridos y cubrir otras necesidades, se habían

desbandado en buen número acudiendo recién, nuevamente al llamado de Castelli, cuando éste pasaba por

Oruro a inicios del año 1811 en su marcha hacia el norte.

Campaña de 1811

Las tropas argentinas de Balcarce, al partir de Oruro en procura de llevar la revolución hasta el Bajo Perú,

lo hicieron pasadas las lluvias y ya con centenares de entusiastas altoperuanos puestos bajo sus órdenes, la

mayor parte de ellos vencedores en Aroma incluyendo a sus líderes Arze y Rivero, a más de una

considerable masa de miles de indígenas aymaras y quechuas, modalidad que perviviría a lo largo de toda

la contienda. Así marcharon a La Paz, ciudad que ocuparon en plena Semana Santa y desde la cual, a

solicitud del comandante realista José Manuel Goyeneche que había establecido su Cuartel General en la

población de Zepita, pactaron con éste una tregua de 40 días. Antes de expirar este plazo continuó Balcarce

su marcha hacia el pueblo de Guaqui donde esperaba pasar algún tiempo mientras enviaba a la caballería

cochabambina de Rivero hacia el Desaguadero, cosa que hizo el valluno incursionando hasta el otro lado

del río, para volver después. No sabían los patriotas que, por esa acción, Goyeneche había interpretado

roto el armisticio y decidido mover sus fuerzas para atacarles.

Habiendo cruzado el río Desaguadero durante la noche del 19 y desplegado sus 6.500 hombres en dos

columnas: la principal al norte, por la región de Azafranal; y la otra al sur, con dirección a Jesús de

Machaca. Los realistas marcharon así hacia el este, en busca de los 6.000 patriotas que habían acampado en

Guaqui y que apenas tuvieron tiempo para adoptar su formación de batalla.

La batalla -en los dos sectores de lucha- duró varias horas y de nada valió el coraje y denuedo con que

combatieron los patriotas, contra la organización, entrenamiento y equipo de los realistas. Hacia el

mediodía la derrota de las tropas de Balcarce era un hecho. La caballería de Rivero, que había hecho un

amague hacia el sector sur, donde las tropas del Gral. Viamonte se defendían, quiso proteger después la

retirada general, pero ésta se convirtió en desbande en varias direcciones, en especial hacia La Paz. Los

españoles ocuparon Guaqui y Jesús de Machaca ese mismo día en horas de la tarde. El resto del ejército

argentino al mando de don Eustoquio Díaz Vélez, después de pasar por La Paz donde sus hombres,

convertidos en fieras, cometieron todo tipo de tropelías, violaciones y abusos sin distinciones de posición

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política; se replegó hacia el valle de Cochabamba con las tropas españolas pisándoles los talones. El

comportamiento de los rioplatenses, agudizado después en otras ciudades y poblaciones fue la causa directa

para que la causa realista se fortaleciera y pudiera aguantar aún varios años, merced al apoyo conseguido en

buena parte de la población que, hasta hacía muy poco, había creído en verdad condenada a corto plazo la

presencia española en América.

Finalmente el día 13 de agosto de 1811 descendieron los realistas de la serranía de Tres Cruces en la

planicie de Sipe Sipe, para atacar el poblado y cañonear después las alturas de Hamiraya, donde se habían

refugiado las fuerzas patriotas, muy mal organizadas y mal comandadas por Eustoquio Díaz Vélez. El

resultado fue otro desastre para las armas americanas, por lo que los argentinos abandonaron

apresuradamente la región con dirección al sur y escapando los patriotas altoperuanos hacia las montañas o

hacia otras regiones del valle. Al caer la noche, junto con la noticia de la derrota llegaba a Cochabamba el

patriota Jacinto Gómez quien, pese a balacera y confusión existentes, había salvado la imagen de la Virgen

de las Mercedes, aunque mutilada de los dedos de una mano.

Goyeneche tuvo el tino de no permitir abusos contra la población de Cochabamba, como también había

hecho en La Paz. No intuyó que en los cochabambinos se había arraigado definitivamente el ansia de

independencia.

Segunda revolución de Cochabamba

Como consecuencia de la derrota de Guaqui, Castelli, que había retornado a su país, fue destituido; y

cuando Cornelio Saavedra -Presidente de la Primera Junta- nombraba a Francisco de Rivero en su lugar,

llegó a Buenos Aires la noticia de que éste había pactado con Goyeneche después de Hamiraya, quedando

sin efecto la medida. Para entonces, Goyeneche, después de posesionar al gobernador Allende, se

encontraba en plena marcha victoriosa hacia el sur.

Esteban Arze, de su parte, no reconoció el acuerdo y se dedicó a reclutar combatientes en el Valle Alto. A

mediados de octubre proclamó una nueva insurrección en el valle, comenzando la marcha hacia

Cochabamba. Para esas fechas Goyeneche y su ejército se encontraban bien al sur, en Tupiza, preparando

la invasión a las provincias bajas para cuya defensa sólo se contaba con unos pocos centenares de soldados

mal equipados. Así, el 29 de octubre de 1811 los revolucionarios tomaron Cochabamba, deponiendo a

Allende y poniendo en su lugar a Mariano Antezana, dando parte de inmediato a las autoridades de Buenos

Aires. Desde allí llegaron las órdenes para capturar a Rivero por traición, órdenes que no pudieron ser

cumplidas por no encontrarse éste en Cochabamba, además de los sucesos posteriores. En ese mismo

despacho, el 25 de noviembre de 1811, Esteban Arze fue nombrado presidente de la Junta Revolucionaria

de la provincia.

Durante la estación lluviosa Arze efectuó varias operaciones ofensivas con miras a desorganizar la

retaguardia realista, cuyo grueso se aprestaba para invadir las provincias bajas del virreinato de La Plata.

Entre ellas destaca el asalto perpetrado sobre Oruro el 16 de noviembre de 1811, al mando de 3.500

hombres. La imprudente consigna del nuevo jefe había sido: “pasar a degüello a todos los mayores de 7

años”; consigna que provocó la resistencia de toda la población al mando del coronel Indalecio Gonzales.

Entre los niños que huyeron con los patriotas por haber perdido a su familia, se encontraba José Santos

Vargas, futuro guerrillero y el primer cronista sobre la Guerra de la Independencia de Bolivia.

El fracaso no arredró los ímpetus de los cochabambinos de Arze, el 16 de enero de 1812 derrotaron en

Huanuni a una columna de Granaderos del Cuzco que marchaba desde Chayanta en auxilio de los sitiados

de Oruro. Después de esta derrota realista, Chayanta fue ocupada por los patriotas de Arze, consiguiendo

así fracturar gravemente la organización de la retaguardia de Goyeneche. El premio para Arze no se hizo

esperar, fue ascendido al grado de Coronel por la Junta de Buenos Aires, además de confirmarle su

liderazgo sobre los patriotas del Alto Perú. Entre sus primeras decisiones políticas estuvo la de poner orden

entre los surgentes partidarios de Inquisivi/Ayopaya que intentaba organizar José Miguel Lanza,

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obstaculizado por algunos caudillos anárquicos como el caso de José Manuel Cáceres, quien propugnaba

una guerra racial contra los blancos, y a quien Arze juzgó y ordenó ejecutar “...por haber decapitado a

varios americanos y entre ellos a los Elgueros azogueros de Sicasica. Dicen que su sistema era de dejar

únicamente a los indios y de matar todo hombre de cara blanca.” (“La Gaceta de Buenos Aires”, 22 de

mayo de 1812).

Fue enorme la furia de Goyeneche al saber que Oruro estaba sitiado, el camino a La Paz cortado en

Sicasica, y las ciudades de Potosí y La Plata amagadas desde Chayanta; y todo por no haber sabido

escarmentar en su momento a los cochabambinos. Justo cuando estaba a un paso de destruir a las débiles

fuerzas argentinas que había frente a él, entre Tucumán y Salta.

Maniobra y batalla de Pocona

El retorno de Goyeneche al interior del Alto Perú se dio a marchas forzadas. Antes había ordenado la

concentración de varias fuerzas sobre Cochabamba. Ya en La Plata lanzó una Proclama a sus soldados:

“Seréís dueños de vidas y haciendas”; y continuó su trayectoria por Mizque. Para enfrentarlo, Arze decidió

esperarlo en Vilavila y marchó de Paredones (Anzaldo) hacia Sacabamba; pero a poco cambió su dirección

hacia Vacas, ya que los realistas habían seguido la ruta a Pocona. El día 23 de mayo, temprano, sus tropas

reforzadas por la partida guerrillera de Totora al mando de “Curitu” Rojas, llegaron a Pocona, ocupando las

alturas de Quewiñal, sobre el camino. Los patriotas alcanzaban a 4000 hombres mal armados, pese a contar

con 18 cañones de bronce fundidos en Tarata, con más ruido y servidumbre que eficiencia, por sólo

disparar vidrio y piedras a muy corta distancia. Arze había escalonado sus fuerzas en tres líneas: una

primera en la que estaban sus 18 cañones, de emplazamiento fijo y sin cureña; una segunda línea a una

legua de la primera, craso error táctico; y un tercer escalón de reserva. En las alturas pululaban miles de

indígenas de apoyo, sin miras de participación directa en la batalla.

El 24 de mayo de 1812, la vanguardia realista, un batallón comandado por “El Feroz” Imas, apareció frente

a Quewiñal y, viendo éste el pésimo despliegue de las tropas de Arze, decidió no esperar al grueso e inició

el combate con un intenso fuego de artillería que no sólo silenció a los cañoncitos patriotas, sino que

desbarató la primera línea defensiva de modo que, cuando la infantería real inició el asalto los patriotas

comenzaron un repliegue que -a poco- se convirtió en desordenada retirada por la legua de separación con

la segunda línea. En vano fueron los gritos de Arze y los oficiales; la derrota se consumó cuando los indios

de las alturas se retiraron con gran alboroto, lo que provocó un efecto dominó con el resto.

Arze y lo que pudo reunir de su fuerza se encontraban cerca a Punata después de haber marchado toda la

noche, con intenciones de establecer una nueva línea de resistencia, cuando arribó a la zona Mariano

Antezana (mañana del 25 de mayo) pidiéndole que abandone la lucha momentáneamente. Hubo graves

discusiones entre ambos y con muchos gritos, por lo que sus desavenencias pasaron a conocimiento de la

gente. Antezana tenía sus razones para evitar más confrontaciones: no quería ligarse a la belicosidad de

Arze. Como corolario de las discusiones quedó acordada una división de fuerzas y responsabilidades:

Antezana se encargaría de la situación en Cochabamba y el Valle Bajo; mientras que Esteban Arze quedaba

responsabilizado de operar en el Valle Alto, no sin antes dar cumplimiento a la tregua o armisticio que

Antezana buscaría para evitar desmanes en la capital del valle. Por tal motivo Arze y sus tropas marcharon

a Anzaldo donde el caudillo tenía una hacienda; dicho de forma más clara: obedeció, pero a regañadientes,

y no le faltaba razón, habida cuenta de lo que ocurrió dos días después.

Apoyando a las fuerzas realistas que marchaban contra Cochabamba, se encontraba la hueste de miles de

indios cusqueños al mando del cacique Mateo García Pumacahua, por esos años realista convencido y

católico fanático. A lo largo de todo el recorrido, estos feroces cusqueños, desde Puno, pasando por La Paz,

Oruro y el valle de Arque, habían sembrado muerte, terror y desolación “en el nombre del rey”. Era una

especie de preámbulo o anunciación de lo que vendría a ocurrir después en la capital del valle.

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“Si no hay hombres, aquí estamos las mujeres....”

Las órdenes del Conde de Guaqui (Goyeneche) para concentrar fuerzas, fueron cumplidas al punto. Desde

Oruro y Santa Cruz partieron sendas columnas para converger, con él, sobre el valle cochabambino. La

fuerza cruceña -por la distancia- no alcanzaría a participar en el asalto realista, pero sí la orureña, reforzada

por los cusqueños, cuyo comandante era ya experimentado en ese tipo de operaciones bélicas contra

civiles y bandas de rebeldes semi armados y organizados.

La tarde del 25 de mayo Mariano Antezana retornaba de Punata a Cochabamba, donde se puso a reunir

refuerzos que apenas alcanzaron a mil hombres, los únicos que quedaban en la ciudad. Con ese pequeño

contingente intuyó que era imposible garantizar una tregua y peor realizar una defensa de la ciudad por lo

que, después de enviar a un clérigo y un abogado como emisarios ante Goyeneche ofreciendo rendición,

convocó a cabildo y comunicó sus intenciones, ordenando que los voluntarios se retiren y guarden las

armas en el parque. Tal proceder generó una serie de rumores y actitudes contra él de parte de sus paisanos,

que aflorarían pocas horas después. Al amanecer del día siguiente, el gobernador Antezana se dirigía a

Colcapirhua, con otra delegación, para entrevistarse con el General Lombera, comandante de la fuerza

proveniente de Oruro, sobre cuya presencia en Quillacollo había sido alertado la noche anterior.

Entretanto, los primeros emisarios de Antezana eran recibidos por Goyeneche en Tarata, la mañana del 26,

“bajo la sombra de un añoso algarrobo”, al decir de un historiador.

Los emisarios de las corporaciones cochabambinas ofrecieron la capitulación de la ciudad a cambio de

evitar hechos de violencia. El Conde de Guaqui les contestó aceptando el ofrecimiento “pese al antecedente

negativo del año anterior, después de Hamiraya”. Nada se mencionó sobre las demás poblaciones y

villorios del Valle Alto que habían sido o, en ese mismo momento, estaban siendo saqueadas e incendiadas

y sus habitantes vejados -de mil maneras- por los realistas; desmanes que -a su vez- provocaban crueles

represalias en su retaguardia, ejecutadas por las partidas guerrilleras de Taboada en Mizque, “Curitu” Rojas

en Totora y Arze en Anzaldo, aunque estas dos últimas apenas recuperándose del desastre anterior. A la

cabeza de la soldadesca realista estaba el vencedor de Pocona, el desalmado Coronel Juan Imas con sus

pantagruélicas y lujuriosas costumbres. El mismo momento en que los emisarios conversaban con

Goyeneche, los soldados de Imas asaltaban, en La Angostura, la finca de Esteban Arze denominada “La

Pajcha”, pese a los denodados esfuerzos de la esposa de este, doña Manuela Rodríguez de Arze, para evitar

el saqueo e incendio de su propiedad.

Las noticias sobre los asaltos en el Valle Alto arribaron a Cochabamba por medio, precisamente, de doña

Manuela y otros fugitivos. Poco después, al atardecer del 26 retornaron los emisarios con sus “novedades”,

quienes -de inmediato- fueron maltratados por la muchedumbre enterada ya que Antezana había salido de

la ciudad hacia Colcapirhua. Los desmanes de la turba comenzaron entonces, agravándose cuando se soltó

a los presos de la cárcel pública. Así, la noche del 26 transcurrió en medio de caos y zozobra por los

desmanes de la gente enfurecida.

Al amanecer del 27 se dieron tumultos masivos. La masa buscaba a Antezana que había vuelto de

Colcapirhua, pero éste no pudo ser habido por haberse refugiado en el convento de La Recoleta. Llegó

entonces la noticia: Goyeneche ya estaba en La Tamborada y las campanas de las iglesias tocaron a rebato

ininterrumpido, mientras el grueso de los agitadores asaltaba el parque de armamento para después

dirigirse, sin orden ni concierto, a las alturas al este de Jaihuayco a fin de enfrentar al enemigo.

Simultáneamente, un grupo de mujeres -mejor organizadas bajo el liderazgo de la anciana Josefa

Gandarillas- decidió batallar en defensa de sus hogares y honra, arguyendo: “Si ya no hay hombres, aquí

estamos las mujeres”. La multitud fue engrosándose con la incorporación de mujeres de todas las clases

sociales, aunque con una mayoría de vendedoras del mercado de abasto (hoy Cancha San Antonio)

popularmente conocidas como “chifleras”, hasta superar los tres centenares. Munidas de algunas armas de

fuego, machetes, mazos y tres cañones casi inservibles, decidieron posicionarse en la Coronilla de San

Sebastián. Con ellas, para acompañarlas en el martirologio, marchaban varias decenas de ancianos y niños.

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La masa de mujeres, así motivada pero casi desarmada, avanzaba desde el norte de la ciudad con gran

aparato por la calle San Juan de Dios para dirigirse al punto elegido cuando, al pasar por la puerta de la

Iglesia Matriz, pidióse a gritos la presencia de la Virgen Patriota, la Virgen de Las Mercedes mutilada en

Hamiraya, para llevarla al lugar donde se desarrollaría la batalla, a lo que se opusieron los sacerdotes; de

ese modo hubo sólo una bendición en la puerta del templo. Concluida la emotiva y corta ceremonia, la

heterogénea muchedumbre continuó la marcha al sur, hacia su cita con el destino y la historia.

Epopeya del 27 de mayo Seguro es que debió ser grande la sorpresa de Goyeneche cuando, después de abandonar La Tamborada y

mientras se acercaban sus tropas formadas en columna de desfile a la ciudad, recibieron fuego proveniente

de las alturas de Jaihuayco (cuya ladera oriental da a la laguna Alalay); y seguro también que debió ser

enorme su indignación. Su decisión fue, pues, proporcional a su estado de ánimo, más aún al observar a la

otra masa hostil que desde las cumbres de San Sebastián empezaba a hostigar a su vanguardia: ataque

frontal y sin miramientos de ninguna clase, fue la orden dada. Después, las vidas y haciendas de los

cochabambinos estarían a merced de la hueste realista, en cuya vanguardia estaba el cruel Imas.

Antes de proseguir, el Conde de Guaqui, que ya había establecido contacto con Gerónimo Marrón de

Lombera que estaba en Colcapirhua, le envió un estafeta indicando el cambio de órdenes para atacar la

ciudad. Después dispuso el asalto por dos columnas bajo la protección de la artillería avanzando él por el

centro. En realidad el único problema que tuvieron sus soldados fue la fatiga del ascenso hasta la cumbre.

El asalto a la Coronilla tuvo que ser muy breve, porque no es -para fuerzas aguerridas y veteranas- muy

difícil ni complicado masacrar mujeres, ancianos y niños. Casi no hubo disparos, los soldados sólo

necesitaron de sus bayonetas para acabar con la resistencia; pese a ello el fuego se mantuvo aún por otra

hora.

Era Marrón de Lombera que entraba a la ciudad por el camino de Quillacollo, sembrando la muerte, dolor y

destrucción a su paso. Acabado el martirio de las heroínas en la Coronilla, le tocaba al resto de la ciudad

sufrir los desmanes y abusos sin límite de la soldadesca.

Esa tarde se vivió otro episodio de terror y muerte en la ciudad de Cochabamba, en realidad, el clímax. La

soldadesca, azuzada por el ejemplo de sus oficiales y jefes, especialmente del cruel Juan Imas; se dirigió al

centro urbano a consumar su ansia de saqueo y destrucción, tal y como les había sido ofrecido por su jefe

en Chuquisaca. Hasta las iglesias fueron profanadas. El mismo Goyeneche, en un momento dado, arremetió

a sablazos contra el ex oidor charquense López Andreu en el atrio de la iglesia matriz, donde había buscado

asilo eclesiástico junto a su colega Ussoz y Mosi, pese a ser ambos realistas.

El fresco de la noche no atemperó los ánimos. Los soldados incendiaron las casas de los patriotas y aún de

los sospechosos y simpatizantes, haciendo arder buena parte de la ciudad. El pueblo enloquecido de

espanto se protegía en los sótanos de las casas o los templos, en busca de seguridad y asilo. Un escenario

que mostraba todos los horrores de una guerra de devastación y hacía olvidar -de momento- el sacrificio de

hombres y mujeres en la Coronilla esa mañana; gesto en apariencia temerario e inútil. Goyeneche había

vencido de nuevo, pero sus empañados y sucios laureles de victoria se marchitaron tempranamente, esa

misma noche, por el bochorno de los incendios. Hacia la madrugada, las calles de la ciudad estaban

iluminadas todavía por las llamas y las luces de la alborada generaban tonalidades doradas en el humo que

se elevaba al otoñal cielo azul valluno.

La acción de la Coronilla, así como los hechos posteriores, sería relatada después por el ex-soldado

Francisco Turpín; mientras que el campo de batalla era dibujado por el técnico Andrés María Alvarez,

quien viajaba junto a Goyeneche y tenía la misión de dibujar los escenarios donde se realizaban todos los

eventos bélicos.

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El día 28 era Corpus Christi, festividad religiosa de mucha importancia en la época. Sea por ello o

simplemente por el cargo de conciencia de lo sucedido, ese día Goyeneche ordenó cesar con el pillaje y

actos de violencia, a más de dictar un indulto favorable a los patriotas. Vana medida, porque pese al

indulto, ese mismo día, eran capturados, sumariamente juzgados y ejecutados los patriotas: Lozano,

Ferrufino, Ascui, Gandarillas, Zapata, Padilla, Quiroga, Pizarro y Luján. La cacería de los líderes de la

pasada jornada y de la segunda revolución de Cochabamba, continuó toda la tarde.

La más destacable acaeció hacia el mediodía cuando Mariano Antezana fue encontrado en el convento de

La Recoleta, con hábito de monje y el cabello recortado a ese estilo. Conducido de inmediato a presencia

de Goyeneche, se negó a abjurar de sus ideas libertarias a cambio del perdón que le fue ofrecido; acto de

coraje y patriotismo -similar al del paceño Murillo- que desmentía categóricamente las acusaciones de

cobardía que se le endilgaron entonces, así como las varias versiones escritas después en ese sentido. Como

consecuencia de su actitud, Antezana fue cruelmente torturado y decapitado en la Plaza de Armas; su

cabeza puesta en una pica durante una semana. Posteriormente su cuerpo sería enterrado a los pies del altar

de la Virgen Patriota.

Arze que había huido por Paredón (Anzaldo) hasta Capinota donde se enteró del sacrificio de su esposa y la

pérdida de sus bienes, lideró después otros hechos de armas, antes de incorporarse al ejército del General

Belgrano.

Consecuencias Belgrano tomó conocimiento oficial de lo acaecido en Cochabamba a través de la carta que le envió

Esteban Arze, aún afectado por la muerte de su esposa: “No puedo tomar la pluma, pero lo hago para

informarle.....”, comenzaba Arze la misiva que impactó tanto al comandante argentino que, esa misma

noche y a modo de resaltar el sacrificio de las mujeres cochabambinas, en el parte de retreta de su

campamento improvisó una célebre modalidad ceremonial recordatoria, preguntando a sus hombres:

“¿Dónde están las mujeres de Cochabamba?”; respondiendo la tropa al unísono: “¡Todas murieron en el

campo de batalla!”. Cabe suponer la emoción de todos ese momento y que se repitió después en todo el ex

virreinato, como sentenció después “La Gaceta” de Buenos Aires: “El Alto Perú será libre porque

Cochabamba quiere que lo sea”.

El sacrificio de Cochabamba, “la Numancia Americana” no fue en vano. Los meses que le llevó a

Goyeneche reprimir el alzamiento, fueron aprovechados por los argentinos para organizarse y poder

presentar batalla cuando aquel remprendió la ofensiva. Así, la exitosa batalla de Tucumán, rematada al año

siguiente con otra victoria en Salta; aparte de evitar la invasión, dieron lugar al repliegue hacia el norte de

lo que quedaba de las tropas del rey y al pedido de retiro del Conde de Guaqui, quien sería remplazado por

el General Joaquín de la Pezuela, hábil estratega.

Años después, el Coronel Nataniel Aguirre haría conocer al mundo estos sucesos en su obra “Juan de La

Rosa”, considerada por el insigne literato y crítico español, don Benito Pérez Galdós, como “la mejor

novela americana del siglo XIX”

En España, el proceso emancipador en América del sur -sumado a otros antecedentes- influyó en la

promulgación de la Constitución de 1812, generando un grave cisma entre liberales y absolutistas. Dicha

división peninsular interna, que acabaría en guerra civil, no perjudicó aún la campaña militar en el Alto

Perú, donde los pendones reales batirían con sorpresivo éxito al Segundo Ejército Auxiliar argentino en la

Batalla de Vilcapujio, en octubre de 1813, y poco después en los campos de Ayohuma. Para esa fracasada

expedición del -hasta entonces- victorioso General Belgrano; Arze, Lanza, Padilla, Camargo, Uriondo y

demás caudillos altoperuanos se habían subordinado por completo a los argentinos en aras del esfuerzo

común, entregando su armamento (duramente conseguido en combate) y acudiendo en persona, y con su

gente, para la lucha.

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Mal acogido fue ese noble gesto de renunciamiento. Los rioplatenses les despojaron de armas, equipo y

cabalgaduras, para después -en gesto de abierto desprecio- enviarlos a retaguardia para ayudar como

auxiliares logísticos. Interpretada la medida como de “soberbia porteña” fue de inmediato acerbamente

criticada por los ofendidos caudillos altoperuanos. Empero, no serían los únicos en recibir agravios y

delitos de parte de la gente de Belgrano, igual a los que antes habían hecho los de Castelli. Lo prueba el

frustrado intento de voladura de la Casa de la Moneda de Potosí (con buena parte de la ciudad también),

que las tropas de Belgrano en retirada, intentaron, acabando de empañar el ya menguado prestigio que los

“abajeños” tenían en estas tierras.

Tras la derrota en Ayohuma, Arze fue sometido a un Consejo de Guerra dispuesto por las autoridades de

Buenos Aires. ¿La causa? Haber representado airadamente la designación del argentino Álvarez de

Arenales como Gobernador de Cochabamba, arguyendo además que los porteños trataban con desprecio a

los patriotas tomando para si los empleos y mandos. Sin embargo, la acusación fue formulada más grave,

para justificar su segura condena: “buscar un entendimiento con el general Pezuela y pronunciar dichos

adversos a Buenos Aires”. El 12 de enero de 1814 finalizó el proceso. Los gobernadores de Cochabamba y

Santa Cruz de la Sierra, Álvarez de Arenales e Ignacio Warnes, respectivamente, lo condenaron al

destierro en la población moxeña de Santa Ana del Yacuma.

Surgen las guerrillas Si bien el primer guerrillero altoperuano fue Victorio G. Lanza en los Yungas paceños, entre 1809 y 1810;

el pionero en la región -propiamente- fue José Buenaventura Zárate, designado por Castelli el 21 Junio de

1811 como jefe guerrillero de Cavari (límite entre Inquisivi y Ayopaya), haciendo lo propio después con

Santiago Fajardo en Morochata. Por otra parte a partir de ese mismo año, después de Hamiraya, Esteban

Arze se constituyó de hecho en el principal entre los comandantes guerrilleros del Alto Perú, no tanto por la

magnitud o cantidad de hechos de armas que lideró, sino por su antigüedad jerárquica. Era Coronel del

ejército argentino, por lo que tenía una gran ascendencia y hasta autoridad ante los demás caudillos del Alto

Perú que habían reconocido la autoridad política de la Junta de Buenos Aires.

En ese escenario fue que, en enero de 1812 y también por órdenes argentinas, se internó en la región el Tte.

José Miguel Lanza (oficial del ejército de Castelli), para organizar -junto con Alejo Castillo- una guerrilla

en Inquisivi, coordinando con el cacique indígena Baltasar Cárdenas, que haría lo mismo en Sicasica,

importante nudo caminero y centro minero colonial. No fue Cárdenas el único jefe indígena en plegarse a la

causa patriota, miles y miles de naturales hicieron lo propio en todo el territorio charquense, alentados por

las proclamas revolucionarias de justicia e igualdad para ellos. Entre los principales jefes estaba el cacique

chiriguano Cumbay, señor de las selvas del Ingre, Cuevo y Abapó; cuyos guerreros apoyaron -por años- a

varios caudillos guerrilleros.

En los albores de 1812, ya las comandancias o capitanías guerrilleras eran numerosas, aunque en ningún

lugar se alcanzara todavía las características de una republiqueta: organización política con liderazgo

definido, deliberaciones colectivas y -al menos- un modelo administrativo de la zona.

En abril de 1812, las partidas empezaron a operar en el partido (así se denominaban a las actuales

provincias) de Sicasica. Coincidiendo con la segunda revolución cochabambina, miles de indígenas al

mando de Baltasar Cárdenas fueron masacrados en la Batalla de Belén por una fuerza proveniente de

Sicasica, al mando de nuestro conocido: Gerónimo Marrón de Lombera.

Casi de inmediato, el 2 de junio, Lanza y Castillo atacaban el pueblo de Sicasica desde Inquisivi. Siendo

derrotado, Lanza huyó herido internándose entre las breñas de la región de Quime. En represalia por esta

ofensiva, desde el 26 de junio dióse una expedición punitiva al mando de Juan Imas, el mismo masacrador

de Cochabamba. De resultas apareció preso Lanza, pero no por mucho tiempo, merced a un escape audaz

de la cárcel de Oruro.

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Huir para reorganizar su guerrilla aprovechando la temporada de lluvias, fue lo que hizo Lanza en

Inquisivi. Así, reapareció el 14 de marzo 1813, tomando la población de Palca (hoy Villa de

Independencia), para abandonarla de inmediato y continuar actuando en otros sectores. En esas

circunstancias llegó hasta él la excelente noticia de la partida del Ejército del Norte hacia el Alto Perú,

merced a las grandes victorias patriotas en Tucumán y Salta de meses atrás. Así, en su calidad de miembro

regular de ese ejército, en julio de 1813 Lanza se incorporó a las tropas de Belgrano con toda su gente,

ascendiendo luego a Capitán.

La aproximación del ejército de Belgrano alborotó el avispero de las otras republiquetas en proceso de

formación. Según Bartolomé Mitre eran 102 los caudillos o líderes guerrilleros actuantes en la

independencia del Alto Perú, lo que no significa que haya sido ese el número de republiquetas. Fueron tan

sólo diez, agrupando -cada una de ellas- a varios caudillos de partidas guerrilleras; siendo, empero, el

liderazgo único, un hito decisivo en su conformación. Por tal motivo, hacia 1813, la republiqueta de La

Laguna fue la más importante por tener el mando único de Manuel Ascencio Padilla, seguida por la de

Vallegrande con Álvarez de Arenales. Ambas contaron con el importante apoyo del cacique Cumbay, señor

de los chiriguanos. Pero no hubo óbice ni distinción en el apoyo a Belgrano. Como ya se ha relatado, la

incorporación al ejército argentino de los caudillos guerrilleros con sus tropas, fue frustrante para estos.

El único caudillo al que se le permitió guerrear con su propia gente fue Baltasar Cárdenas quien, misionado

para proteger la vanguardia de Belgrano, fue derrotado en Pequereque, cerca a Challapata, como preludio a

la desastrosa derrota de Vilcapujio el 1 de octubre de 1813, seguida por otro contraste de Lanza con una

partida rehecha con Cárdenas, en Ancacato el 3 de noviembre, para finalizar con la derrota definitiva

argentina en Ayohuma el 14 de noviembre. Lanza se retiró después con Belgrano y pudo presenciar los

nuevos desmanes argentinos, destacando el fallido -y criminal- intento de volar la Casa de la Moneda.

En 1814 el victorioso General Pezuela, preparaba otra vez la invasión de Argentina que resultó impedida

por una nueva sublevación en La Paz, seguida del asalto de las huestes del -ahora patriota- cacique

cusqueño Pumacahua, al mando de Pinelo y el cura Muñecas; y la batalla de La Florida, gran victoria de las

tropas patriotas de Vallegrande y Santa Cruz. Sería aquella sin embargo, la nueva revuelta paceña, la que

dió lugar al fracaso de los planes realistas y la creación de la Republiqueta de Larecaja, al mando del

presbítero Ildefonso de las Muñecas, la cual -por su magnitud, ubicación estratégica y férreo liderazgo-

llevaría el protagonismo durante el año 1815 y buena parte de 1816, otorgando así un respiro para la

reorganización de las otras partidas guerrilleras.

Los caudillos de Inquisivi/Ayopaya Retornado a la región de Inquisivi a fines de 1814, Lanza, ya con el grado de Mayor, reasumió el mando

de su partida, ante la caída momentánea de Güemes, con quien había estado todo el año anterior, le

acompañaba como lugarteniente José Manuel Chinchilla. En el ínterin otro caudillo, Eusebio Lira, se había

hecho con el mando de la parida de Ayopaya, existiendo además otros capitanes o caudillos en la región,

toda vez que el titular, Zárate, hacía tiempo que dejara el liderazgo operativo. Ese caudillazgo múltiple en

la republiqueta en formación, resultó positiva para la supervivencia del movimiento, toda vez que se hacía

más difícil su descabezamiento definitivo por los realistas.

De ese modo se dieron importantes operaciones: la toma de Palca en enero de 1815; el combate de La

Llave, el 25 de febrero; y, la toma de Sicasica en abril. Pasada la temporada de lluvias, llegaron desde Salta

las noticias de la nueva ofensiva del Ejército del Norte (Tercer Ejército Auxiliar) al mando del Gral. José

Rondeau. Obviamente, llegaron también las órdenes para apoyar ese nuevo esfuerzo.

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Como Lanza y Chinchilla eran miembros regulares de ese ejército, se apresuraron en marchar, para

incorporarse a la fuerza argentina cuando, en el trayecto hacia Potosí, Lanza fue identificado y cayó preso

de una patrulla realista. Llevado a esa ciudad, poco tardó en huir de forma espectacular, como la vez

anterior, ayudado en esta oportunidad por su lugarteniente Chinchilla, que no había caído con él. Así,

cuando Rondeau llegó a Potosí, el 10 de mayo, se encontró con Lanza en esa ciudad. No fue cordial el

encuentro por ser Rondeau rival político del defenestrado Güemes y Lanza seguidor de éste; de modo que,

lejos de incorporar a Lanza entre sus oficiales, como había hecho Belgrano un bienio atrás, le fue ordenado

al jefe guerrillero volver a Inquisivi “para traer a su gente”. Una especie de sorda recriminación. Entretanto,

los demás caudillos (comandantes y capitanes) de Ayopaya, así como los de las otras republiquetas,

excepto Muñecas, que soportaba la ofensiva de varias columnas realistas, se unieron también a los

argentinos, incluyendo a los vencedores de La Florida. El recibimiento de éstos fue diferente (Arenales y

Warnes eran argentinos y también militares de carrera): Arenales ejercía como gobernador de Cochabamba

y Warnes de Santa Cruz; todo mientras el Cnl. Esteban Arze, el gran ausente en la cita, agonizaba

desterrado en Santa Ana de Yacuma.

El Tercer Ejército auxiliar argentino, al mando de Rondeau, se diferenció del anterior en dos aspectos: los

abusos, saqueos y desmanes contra los civiles “arribeños” comenzaron desde el momento de su ingreso al

Alto Perú (las tropas de Belgrano se habían portado bien al principio); y, los desfiles y festejos de todo tipo.

En cuanto a los guerrilleros incorporados, no hubo variación en el trato: desarmados y desmontados, fueron

destinados a trabajos de limpieza de cuarteles y campamentos, cocina, transporte de acémilas y llamas, etc.

Con todo y desprecios, empero, asumieron éstos con entusiasmo las ordenanzas argentinas y sus labores,

así como hicieron suya la bandera y escarapela de colores celeste y blanco, como representación de la

“Patria Grande”.

La campaña de Rondeau Estando ahí el ejército patriota, en Potosí, se conoció el fallecimiento en combate del caudillo Miguel

Betanzos y, más grave, el de Esteban Arze por “fiebres tropicales”, el 24 de febrero de 1815. Este último

deceso, hecho público, provocó justa indignación entre los jefes guerrilleros sobre varios de los cuales cayó

también la férrea “mano disciplinadora” argentina. No tardaron en ser presos los caudillos Cáceres y

Centeno, poco después los tribunales sentenciaron cárcel para Padilla, todos por supuesta rebeldía e

insubordinación ante las arbitrariedades de Rondeau y sus lugartenientes.

Pese a esas noticias y a su peligrosa situación ante Rondeau, ya que éste había resultado ser más peligroso

que los propios realistas, Lanza marchaba en junio con sus tropas hacia el sur, en procura de unirse a

Rondeau, cuando fue alcanzado y batido por una columna realista en Tapacarí. En su huida se internó en

las breñas boscosas del norte. Reaparecería el 16 de noviembre atacando Irupana, región fundamental para

el financiamiento guerrillero, habida cuenta del comercio de la coca. Entretanto, Rondeau era derrotado en

Venta y Media el 20 de octubre, y otra vez en Viloma el 27 de noviembre, muy cerca a Cochabamba.

Ocurrida la catástrofe los “abajeños” se retiraron hacia el sur, asolando todo en su camino, incluyendo -otra

vez- un nuevo saqueo en la Casa de la Moneda de Potosí. De su parte, la mayoría de los caudillos

guerrilleros retornaron a sus territorios.

Padilla, que se encontraba en plena -y apresurada- reorganización de su partida recibió, al igual que los

demás caudillos, órdenes de Rondeau para proteger la retirada: “Usted que ha prestado a la causa de la

patria tan constantes y distinguidos servicios, debe ahora redoblar los esfuerzos para hostilizar al

enemigo....” La carta/respuesta de Padilla a Rondeau fechada el 21 de diciembre de 1815, es célebre por su

contenido recriminatorio: “...La prisión de los coroneles Centeno y Cárdenas por haber hostilizado a

Goyeneche...... la pena impuesta a los vallegrandinos por haber propuesto destruir a los enemigos..... la

prisión de mi persona por haber pedido se me designe un puesto para hostilizar a Pezuela....” ....continúa

..... “¿Para qué haberme destinado al mando de esta provincia amiga sin los soldados que hice entre las

balas y los fusiles que compré a costa de torrentes de sangre?” ........ “¿Y ahora que el enemigo ventajoso

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inclina su espada sobre los que corren despavoridos y saqueando, debemos salir nosotros sin armas a

cubrir sus excesos y cobardía?”.....; concluyendo después: “Vaya V.S. seguro de que el enemigo no tendrá

un solo momento de quietud. Todas las provincias se moverán para hostilizarlo; y cuando a costa de

hombres nos hagamos las armas, los destruiremos para que V.S. vuelva entre sus hermanos...” terminaba,

con finísimo sarcasmo, la misiva.

Se intensificó así, casi sin medios, el accionar guerrillero para proteger la retirada argentina que, ni aún por

ello, dejó de saquear y violar en los pueblos por los que pasaba. Con los argentinos se retiró

definitivamente Álvarez de Arenales, dejando solo a Warnes en el oriente altoperuano, ya con las partidas

de Vallegrande y Santa Cruz unificadas. Los vallegrandinos habían intentado antes organizarse, cuando su

jefe se había marchado a Cochabamba pero, como se pede verificar en la carta anterior, fueron duramente

sancionados por Rondeau.

Los triunfos de Pezuela coincidieron con la consolidación de la casa de Borbón, reinante en España,

merced a la derrota de Napoleón comenzada en Leipzig (Prusia) y terminada en Waterloo (Bélgica). Con

la caída del emperador francés, acabaron las pretensiones de su hermano José en la península, de la cual

había ya huido a principios de 1814.

1816, el año funesto

Consolidado en el trono el “bien amado” Fernando VII, que resultó un déspota superior a sus antecesores,

se valió de los tratados de Viena y la Santa Alianza para intentar escarmentar a los independentistas

americanos. Por esta causa, 1816 resultó ser año fatídico para las guerrillas, cuando cuatro de las ocho

republiquetas que quedaban, fueron violentamente descabezadas; toda vez que las de Vallegrande y Porco

habían dejado de accionar el año anterior, por abandono (Arenales) y muerte (Betanzos) de sus líderes.

De los llamados a la gloria ese año, fue Vicente Camargo, el caudillo de la republiqueta de Cinti, el primero

en ser muerto el 3 de abril de 1816, en plena faena combativa protectora de la retaguardia argentina en

retirada. Después, en el mes de julio, corrió la misma suerte el esforzado Ildefonso de las Muñecas,

caudillo de Larecaja, preso y ejecutado, y su “Batallón Sagrado” aniquilado por las tropas del entonces

realista, Cnl. Agustín Gamarra. Dos meses después, el 13 de septiembre, seguiría la senda gloriosa el Cnl.

Manuel Ascencio Padilla muerto en el combate de La Laguna por dos oficiales del jefe realista cruceño,

Francisco Javier Aguilera, al tratar de salvar a su esposa Juana Azurduy de caer presa y después de haberse

dado la dispersión del “Batallón Leales” que ésta comandaba. Finalmente se cerraría el ciclo mortal para

las partidas patriotas, cuando al Cnl. Ignacio Warnes tocóle rendir la vida en la batalla de Pari, contra el

mismo verdugo de Padilla, Aguilera, el 21 de noviembre de ese año crucial.

Ese mismo año, y sin mediar combate o muerte específica alguna, sumieron también las republiquetas de

Tomina, al mando del feroz y carismático individualista Vicente Umaña; y, Chayanta, que estuviera

encabezada por José Ignacio Zárate. Sólo quedaron Santa Cruz/Vallegrande, que logró rehacerse después

de la debacle, liderada esta vez por el comandante Juan Manuel Mercado; Tarija al mando de los caudillos

Uriondo y Méndez, en ese orden de importancia todavía; y, Ayopaya/Inquisivi, con su dualidad geográfica

y ausencia de liderazgo único. Esta era, sin duda, la más fuerte y extensa aunque, como se ha dicho, con

doble liderazgo principal, beneficioso en cuanto a su posibilidad de sobrevivencia, pero perjudicial en lo

que hace a coordinación: Lanza en Inquisivi y Eusebio Lira en Palca/Mohoza (Ayopaya, propiamente

dicha).

Sin embargo, no se dieron descanso las partidas de Ayopaya en su afán de hostilizar al enemigo, cortar sus

vías de comunicación y áreas de retaguardia; produciéndose en consecuencia los combates de Piñami, el 14

de junio; Orurovillque, cerca a Colquiri el 21; y, Mohoza, el 29 del mismo mes de junio. Aun así, era

notorio el “reposo guerrero” en las otras regiones del país hasta entonces muy activas bélicamente. Pero, y

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en esto es muy importante hacer hincapié, ese declinar de las republiquetas altoperuanas en 1816, no fue

resultado tan sólo de la gran ofensiva realista en todas las provincias altoperuanas (hoy departamentos) y

sus respectivos partidos (hoy provincias), sino también a la conclusión de los debates del Congreso de

Tucumán, convocado tiempo atrás y en el cual estaban varios delegados del Alto Perú, ocasión en que se

proclamó la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, ese 9 de julio de 1816.

Combatiendo solos

Rotos oficialmente los lazos políticos con España, mudó radicalmente la estrategia militar del gobierno de

Buenos Aires. El esfuerzo argentino se dirigiría a partir de entonces, prioritariamente, hacia otras latitudes,

abandonando al Alto Perú en la lucha de los partidarios; aunque -es obvio-, sin dejar de mantenerlos bajo

su control mediante las órdenes y disposiciones de la gobernación de Salta.

El 27 de agosto (20 según la versión de Luis Crespo) la guerrilla dio una prueba de coordinación, cuando

Lanza cayó sobre Charapaya mientras Lira hacía lo propio en Sojaraca, a escasos kilómetros. Después,

aquel se marchó a Salta, llamado por Güemes, quedándose solo Lira en la región, dirigiendo el combate del

27 de agosto en Saquispaya y otro, el 6 de noviembre, en el pueblo de Tapacarí.

La crisis de liderazgo tendría al cabo de un tiempo, un giro impensado en Ayopaya. Mientras por órdenes

de Güemes y ya con el grado de Teniente Coronel, Lanza intentaba desde Salta, en noviembre de 1816, una

incursión al norte, siendo derrotado en Mojo por la poderosa guarnición realista de Cotagaita; en Palca se

armaba una confabulación contra el solitario líder, Lira. Las acusaciones en su contra obligaron a

desempolvar la figura de Buenaventura Zárate, Jefe Máximo desde los tiempos de Castelli y que no ejercía

su jefatura, lográndose, el 2 de noviembre, que Lira exponga su defensa para rebatir las acusaciones de

traición. Finalmente, asumió Lira la comandancia general de las partidas guerrilleras; naciendo así, recién,

la republiqueta propiamente dicha.

Dos elementos novedosos habían aparecido en el proceso mencionado, y a cual más indicadores de las

características que tendrían las acciones futuras: las decisiones habían sido tomadas en asamblea (sin

participación alguna de las autoridades argentinas); y, en ella habían tenido participación -y voz definitoria,

ojo-, los caciques y hilakatas indígenas.

1817 sería un año más prolífico en acciones. El Comandante en Jefe Lira se estrenaba redoblando

esfuerzos. El 8 de enero en Curupaya, el 21 de febrero en Chalani, el 8 de marzo en Aramani y el 16 de

marzo en Alto de Cavari. Mientras, una nueva ofensiva realista al mando del Gral. La Serna llegaba hasta

Salta y un cuarto Ejército Auxiliar argentino, más por propia iniciativa de su jefe, Gregorio Araoz de La

Madrid, que por planificación superior, incursionó en el Alto Perú triunfando en la batalla de La Tablada

(Tarija) ese 15 de abril; para atacar después -sin éxito- Chuquisaca. Los caudillos tarijeños “Moto” Méndez

(chapaco) y Uriondo (argentino), habían jugado papel protagónico en la campaña de La Madrid, que acabó

poco después derrotado en Sopachuy, antes repliegarse hacia las tierras de Tucumán. Ambos hechos habían

revuelto el avispero de las guerrillas, esperanzadas éstas en ese supuesto “nuevo y definitivo esfuerzo

argentino hacia el norte”.

En Ayopaya los combates no habían cesado: el 25 de abril, toma de Inquisivi; el 2 de mayo, Ajamarca, al

norte de Araca; el 18 de mayo, Chuchuata; el 14 de junio, en Charapajsi; el 19 de agosto, Cejal, al sudeste

de Irupana; el 13 de septiembre, Quillacollo; a los seis días, La Rinconada; y, el 16 de octubre, Parangani,

al este de Morochata. Ese fragor de los combates, marchas y contramarchas, había servido a algunos

ambiciosos de poder, para disimular un nuevo complot contra Lira quien, acusado de traición y juzgado con

testigos y pruebas amañadas, fue ejecutado en diciembre, provocando un gran descontento de los caciques

indígenas. Estos, indignados por el asesinato, amenazaron de tal forma a los complotados, que les obligaron

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a convocar a una nueva elección en asamblea; de la cual emergió Santiago Fajardo en remplazo de Lira, y

José Manuel Chinchilla (Comandante de Inquisivi, por ausencia de Lanza) como segundo en el mando.

Nueva orientación de los esfuerzos

Muy poco duró el binomio elegido, porque las presiones indígenas terminaron haciendo de Chinchilla,

Comandante en Jefe el 15 de marzo de 1818, en una nueva asamblea. La dejación del cargo, de parte de

Fajardo es relatada en el “Diario” del Tambor José Santos Vargas: “Quítase o desármase el sable y lo

cruza en la bandera que era bicolor del pabellón argentino....”. Chinchilla era gran amigo y subordinado

de Lanza y conocido crítico contra los argentinos.

Pese a sus antipatías, no dudó Chinchilla en orientar los esfuerzos ofensivos hacia el occidente de la

republiqueta, para perjudicar las comunicaciones realistas en la vía Oruro-La Paz; a fin de seguir

entorpeciendo las intenciones realistas de invadir las provincias bajas del sur. Así, a los cinco días de su

posesión, se daba el 2o combate de Orurovillque; el 24 de abril, el combate de Ivira, en los altos de

Mohoza; y, el 7 de mayo, el 2o ataque a Tapacarí. Fue entonces que se tuvo noticia de que Lanza había

retornado y reorganizaba su partida en Inquisivi; y que a ella se había incorporado un joven teniente: José

Ballivián. Recordemos que Chinchilla había sido lugarteniente de Lanza y éste era Teniente Coronel,

superior en grado. Una nueva bicefalia en el liderazgo se estaba dando, pero tan sólo en teoría, porque en la

práctica Chinchilla obedecía las órdenes de Lanza para operaciones conjuntas, pese a ser el Comandante en

Jefe -legítimo- de la republiqueta.

En el invierno de 1818 se dio una gran ofensiva española por medio de la expedición del Gral. Baldomero

Espartero, una de cuyas unidades fue atacada por Lanza en Puri (cerca de Irupana) en julio; para después -

en agosto- acometer en Capiñata a una fuerte columna de Espartero, y destruirla en batalla campal. Por este

triunfo fue ascendido a Coronel, desde Buenos Aires, despacho que recibió Lanza mientras se replegaba a

las montañas para evitar el contra ataque del grueso de la división de Espartero quien, impotente para

alcanzarlo, permaneció en la zona hasta marzo de 1819, saqueando todo el ganado viviente. Después, sin

haber podido batir o -por lo menos- desarticular a la guerrilla, las fuerzas de Espartero abandonaban la

región, en momentos en que se conocían en ésta, las noticias sobre la independencia de Chile y la victoria

de los grancolombianos en Boyacá.

Pero lo que quedaba de 1819 sería un período de mucha confrontación todavía. El 24 de marzo de 1819,

toma de Panduro, en pleno camino; 8 de junio, Alto de Palca; 28 de junio, Ovejasuyu, una legua al este de

Leque camino a Cochabamba; 12 de julio, Altos de Leque; 27 de septiembre, Amachuma al E. de

Caracollo; y otros de menor magnitud. Hacia octubre ocurrió otra ofensiva general realista con tres

columnas desde La Paz, Oruro y Cochabamba, con 1.600 hombres. La operación concluyó esta vez con

desastre para los patriotas en Miguillas, por lo cual Lanza huyó a Covendo, sin poder evitar el caer preso,

por tercera vez; pudiendo, empero, escapar en La Paz ayudado por su hermana, Josefina Lanza de Mantilla.

De su parte Chinchilla huyó hacia el Isiboro teniendo su partida, el 27 de noviembre, otra grave derrota en

Arcopongo, salvando la vida Chinchilla y algunos de sus oficiales, merced a un espectacular escape.

Hasta el año siguiente (1820) tardaron en reorganizarse las partidas de Ayopaya. El 27 de marzo reaparecía

Chinchilla combatiendo en Ichoca; el 7 de junio en Malpaso, al sur de Colquiri; y, el 12 de junio en los

Altos de Sihisihi. Después de otro receso, nuevamente el 13 de octubre en el 2o combate de Ichoca. Casi a

fines de año, reapareció recién Lanza combatiendo en la toma de Palca, oportunidad en la que cayó preso

Ballivián, aunque por poco tiempo. El caudillo había tardado más en rehacerse, por la magnitud del

desastre de Miguillas y su captura.

Reorganización definitiva

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La heroica y esforzada gestión de Chinchilla se ensombreció, con gravedad, a causa de una cruel y masiva

masacre (con saqueo y violaciones contra la población en general) realizada en Paria a fines de ese año, por

el jefe de la partida de Mohoza, Cap. Moreno, al cual Chinchilla protegía; y, los sangrientos abusos de él

mismo -en varios lugares- contra civiles e indios, por asuntos personales; hechos que fueron de

conocimiento de Buenos Aires. A ello se sumó la pública rebeldía de Chinchilla contra los argentinos y su

abierta protección a los confabulados para el asesinato de Lira. Cuando Lanza y Guemes se entrevistaron

en Salta los primeros días de 1821, la suerte de Chinchilla estaba echada; amén de la necesidad urgente de

unificar el liderazgo en la republiqueta por la magnitud de las operaciones militares que se avizoraban.

Nada de ello sospechaba el caudillo, cuando Lanza le comunicó que iba a tomar el mando total de la

republiqueta, a lo que Chinchilla accedió sin rechistar el 13 febrero de 1821. Una vez reconocido como

líder por los demás caudillos, Lanza ordenó apresar e hizo juzgar a Chinchilla, siendo éste ejecutado en

marzo. La medida, aunque excesiva en severidad, sirvió para hacer indiscutible la autoridad militar del

nuevo Comandante en Jefe ante los demás caudillos; y, principalmente, cortar de raíz los abusos que

algunas de las partidas habían comenzado a cometer en ese período, contra la población civil de los

villorios y, principalmente, contra los indios, aliados fieles y base de sustentación fundamental de la

guerrilla.

Frenético y urgente fue el afán de Lanza en optimizar la reorganización militar y administrativa de la

republiqueta, a esas alturas mosaico de todo el Alto Perú y sus clases sociales. Para ello jugó papel

fundamental el financiamiento merced a impuestos, con excepción de los indios; y, con prioridad, el

comercio de la coca yungueña, que representaba (por entonces y según un informe oficial de 1826) el 60%

de las exportaciones del Alto Perú.

Igual fue el esfuerzo en los ámbitos de instrucción militar y reglamentos (varios ya habían sido implantados

antes); consejos de guerra, con una especie de Estado Mayor; mantenimiento y fabricación de armamento y

municiones en la maestranza de reparaciones establecida en la localidad de Machaca, anterior hacienda de

Eusebio Lira.

Como resultado indirecto, la vida en la zona dominada adquirió sus propias peculiaridades. Los guerrilleros

habitaban allí, por lo general, con sus familias; y, con ellas se daba especial realce a las festividades

tradicionales, amenizadas por las “cajas” y “vientos” (tambores, pífanos y flautas) de los músicos militares

habientes en cada partida. Ya por entonces la cueca, netamente mestiza y conocida por los patriotas como

“la danza de la libertad”, desde la revolución paceña de 1809 (según publicaciones de la UMSA), era el

baile de moda.

Fue en ese periodo que la republiqueta comenzó a cortar los lazos políticos con Buenos Aires, cuando se

supo que el Ejército del Norte había desaparecido oficialmente. De su parte, los españoles también se

habían reorganizado, manteniendo más de 7.000 hombres dispersos en las guarniciones del Alto Perú,

considerable merma para sus posibilidades de victoria en otros sectores.

Las seis expediciones de 1821

Creyendo el mando realista que lo acontecido entre Lanza y Chinchilla había generado anarquía en la

republiqueta, se apresuró en planificar y realizar operaciones ofensivas contra ella, las cuales duraron todo

el año 1821. La primera expedición, de 600 hombres, salió de Oruro al mando del Cnl. Cayetano Ameller

empeñándose luego en el combate de Machaca, el 16 de abril de 1821; y otro el 22 de abril en la Cumbre

de Malpaso; para después retornar a Oruro por Caracollo sin haber logrado su objetivo, tal constaba en su

informe: “...... No ha sido conforme se suponía del caudillo Lanza. Seguramente vino con gente armada de

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Abajo...... mi tropa ha estado bastante estropeada e incómoda. La gente y toda la indiada ha tomado un

nuevo entusiasmo....” -transcribe Santos Vargas en su “Diario”, irremplazable testimonio de la época.

Casi seguidamente, el 3 de mayo, salió la 2a expedición de Cochabamba, con 400 soldados al mando del

Cnl. Lezama, enfrentándose con las guerrillas el 5 de mayo en Chuñavi, también conocido como combate

de Buenavista; para salir -casi al escape- una semana después por Tapacarí. Más de un mes después una 3a

expedición, grande, de 1.350 hombres al mando del Cnl. Manuel Ramírez, salía de Sicasica el 15 de junio

sin llegar a entablar combate, por el descubrimiento de un motín -pro patriota- entre buena parte de los

oficiales y tropa de la columna.

A poco se desató la contra ofensiva de Lanza, nuevamente hacia Irupana, región vital para las finanzas de

realistas y patriotas. El movimiento, empezado cuando ardían las fogatas de San Juan en pueblos y

villorios; concluyó exitosamente el 30 de junio con el asalto y toma del pueblo, cuya guarnición fue

derrotada y se tomó buena cantidad de armas y pertrechos. Esta victoria y la exitosa resistencia demostrada

por Lanza a las expediciones anteriores, fueron de amplio conocimiento en el Alto Perú.

Pero no hubo festejos, ni tiempo para consolidar el éxito. Se impuso el retorno apresurado hacia Palca

porque una nueva expedición, la 4a realista de ese año, de 300 hombres salidos de Cochabamba al mando

del Cnl. Pedro Antonio Asúa, había ocupado ese pueblo deponiendo a las autoridades patriotas e

imponiendo las suyas. “Volaron los ‘propios’ (correos extraordinarios) a Irupana”, se dijo entonces; y

volaron también los guerrilleros hacia el corazón de la republiqueta, dándose -en consecuencia- el 17 de

julio, el combate de Chulpani en el que la guerrilla evitó el aferramiento para continuar, después,

hostigando continuamente a la columna que se retiraba por el camino de Morochata.

“Propios” fueron también los que, en agosto, llegaron a Ayopaya con la feliz noticia de la independencia

del Perú. Para los caudillos guerrilleros ya era sólo cuestión de tiempo el acabóse del dominio español.

Pero, para los españoles, no era esa la visión. La ceguera habíase enseñoreado de las lideranzas

peninsulares, tanto, que el rechazo real a la Constitución liberal de 1812 había acelerado la fractura social,

facilitando así el proceso autonómico sudamericano.

Al comenzar octubre se dio la 5a expedición contra Ayopaya, que salió de Sicasica hacia Inquisivi, con

1.200 hombres al mando del Cnl. Manuel Ramírez. El 3 de octubre se daba el primer combate en Cavari; y,

el 14 de octubre, otro en Copachullpa al sur de Cavari. Vanos fueron, en ambas ocasiones, los esfuerzos

realistas para aferrar a los guerrilleros, que no cesaban de hostilizarles. Al fin, a mediados de ese mes,

salieron de la zona llevándose todo el ganado a fin de justificar, al menos de alguna forma, los altos costos -

en vida y recursos- de la fallida aventura.

Sobre ello y experiencias relatadas, se discutía por esos días en Cochabamba, entre el Cnl. Asúa y el Gral.

Aguilera, el llamado “León de Santa Cruz” por haber aniquilado a los cruceños de Warnes y a los

chuquisaqueños de Padilla. Asúa retó a Aguilera para hacer lo propio con Lanza en Ayopaya, y Aguilera

aceptó el desafío.

El engreído cruceño Javier Aguilera, que había ganado sus entorchados de Brigadier por los latrocinios en

Chuquisaca y su propia tierra natal, mandó entonces un “propio” al virrey pidiendo autorización para

expedicionar en Ayopaya. A vuelta de correo, el permiso le había sido concedido. Con esos antecedentes

salió de Cochabamba la 6a expedición, con 800 hombres al mando del mencionado y la firme intención de

no retornar hasta haber conseguido aplastar a la guerrilla de Ayopaya, además de llevar -como escarmiento-

la cabeza de Lanza en una pica a la capital del valle. Iniciada la expedición por Lallave/Morochata el día 3

de noviembre de 1821 con tan pavorosos fines, poco tardaron el cansancio, hambre y miedo, en hacer presa

de la tropa. Con hostigamiento permanente de guerrilleros e indígenas auxiliares, los realistas llegaron a

Palca sin haber pegado las pestañas un instante. “....Todito el día atacado de vanguardia y y retaguardia

como del centro, de la indiada....”, continúa su relato el Tambor Vargas. El retorno fue apresurado al

principio y veloz al final, llegando al valle el 14 de noviembre. Pálidos y famélicos desfilaron al entrar en

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Cochabamba. ¿Consecuencias?.. Costo de la expedición de 11 días: 58 muertos, 43 heridos, 52 fusiles y 26

caballos. Otras consecuencias fueron: la enorme furia del gobernador Imas; y, un gran respeto por la

guerrilla de Ayopaya, entre los propios enemigos.

Si se dijo que los realistas se habían reorganizado, no quiere decir que estuvieran unidos. En realidad se

reorganizaron para mejor pelear entre ellos, más que contra los insurgentes. Desde el levantamiento de

Riego en Cádiz, el año anterior, el fantasma de una nueva y cruenta guerra civil pendía entre los españoles

de la península. En América el cisma entre absolutistas, que apoyaban a un rey autócrata; y, liberales que se

apoyaban en la Constitución de 1812, fue madurando entre todos los miembros del bando realista, con las

graves consecuencias que se harían notar a breve plazo entre sus tropas.

Gran ofensiva realista de 1822

El 25 de abril de 1822 Lanza atacó Irupana por tercera vez. Obtenida la victoria, el buen trato a los

prisioneros causó varias deserciones del enemigo, que quería parlamentar. Por atender ese pedido, el 12 de

mayo, Lanza cayó en la trampa en una conferencia realizada en Yaco con el secretario del virrey La Serna,

José María Lara, con el cual -segundo error- convino una tregua de 40 días. Concluida ésta se produjo una

gran ofensiva realista con 2.600 hombres, desde cuatro direcciones: Jerónimo Valdez de La Paz, Manuel

Ramírez de Sicasica, Lezama de Oruro y Asúa desde Cochabamba. Las columnas se reunieron en Machaca

y, el 27 de junio, Lanza cometió su tercer error: empeñarse en combate abierto en Caimani. Al desastre

siguió el escape por la cordillera, pero Lanza cayó preso de Valdez, escapando por cuarta vez. En Colomi

había caído Ballivián, escapando también. Al final, todos acabaron ocultos en Mizque incluyendo a

Remigia Navarro, la mujer de Lanza.

Para los vencedores sólo quedó “tierra arrasada”. Nada de recursos. Valdez se vio obligado a retirarse,

comentando después al respecto: “Contra hombres así, no se pelea; la guerra en este país es eterna”....

A principios de agosto se supo el resultado de la entrevista de Guayaquil. El rompimiento era ya definitivo

con los argentinos, las órdenes vendrían ahora del Perú. Al mes siguiente Lanza reapareció sorpresivamente

en Inquisivi dándose, el 27 de septiembre, el combate de Chiji (entre Quime e Irupana). Triunfo pequeño,

pero importante; que sirvió para rescatar su autoridad y prestigio en la zona. Después, marchó nuevamente

a la región de Mizque/ Totora/ Tiraque, donde le esperaban su pareja Remigia y el grueso de su partida, en

pleno proceso de reorganización, que duró hasta las fiestas de fin de año.

Intermedios y Falsuri

Aprovechando las lluvias para el movimiento masivo de la partida, en enero de 1823 estaba Lanza

nuevamente en Machaca. Controlada otra vez la republiqueta, completamente, se dio el 7 de abril de 1823

el combate de Acutani, un cerro al norte de Palca; poniéndose luego a reorganizar su partida al integrar a

ella a los nuevos partidarios oriundos de la zona y otras regiones del país, entre ellos numerosos desertores

-oficiales y tropa- del ejército real. Nació así el Batallón “Aguerridos” con las características de los

batallones de entonces, salvo la uniformidad en vestuario y armamento. Los realistas no se dejaban sentir

por estar abocados a dirimir su conflicto interno, agravado desde que Fernando VII empezara a reprimir

(con miles de muertos) a los liberales de la península. Resultado: el ejército real estaba dividido en dos

grandes bloques rivales.

Riva Agüero, presidente peruano, envió entonces al Gral. Andrés de Santa Cruz para acabar la guerra en el

Alto Perú. Desembarcado en Arica ese ejército patriota, salió el Gral. Gerónimo Valdez para hacerle frente.

Los “Aguerridos” de Lanza se incorporaron en La Paz a las tropas de Santa Cruz, para participar después

en la victoriosa batalla de Zepita, el 24 de agosto de 1823. Merced a ello, Lanza fue ascendido al grado de

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General, acompañando después al flamante Mariscal Santa Cruz hacia Oruro y, de ahí, en su retirada al

norte durante la denominada Campaña de Intermedios. Al pasar por Sicasica, Lanza y sus guerrilleros, con

permiso de Santa Cruz, se internaron en Inquisivi para continuar sus operaciones.

Y no era Lanza guerrero que durmiera en sus laureles. Casi de inmediato, en septiembre, y avanzando en

varias columnas por diversas direcciones, con muy buena coordinación y apoyo total de los indios, los

“Aguerridos” atacaron La Paz y vencieron en rudo combate al Gral. Pedro Olañeta, absolutista y jefe de

uno de los bloques, que con parte de su ejército se había adelantado hasta la ciudad del Illimani para vigilar

los movimientos de Valdez, General liberal. Obtenida la victoria, los guerrilleros abandonaron la ciudad,

por Río Abajo, enterados de que el grueso de las tropas del derrotado -pero vivo y rencoroso- Olañeta,

marchaba contra ellos.

El trayecto hacia Ayopaya y Cochabamba se vio matizado con la incorporación de mucha gente a las filas

guerrilleras, incluyendo a un significativo contingente de cruceños al mando de Agustín Saavedra. Con

todos esos elementos se organizó una división de cuatro batallones, con los que Lanza entró triunfante en la

ciudad del Tunari, ocupándola con sus tropas. Empero, muy poco pudo permanecer en la ciudad, porque

pronto llegó la noticia de que el ejército de Olañeta descendía ya de la cordillera al valle.

Intentando internarse hacia Ayopaya por Lallave, Lanza fue alcanzado por Olañeta el 16 de octubre de

1823, en los alrededores de la hacienda Falsuri. La batalla, que contó con la participación de muchos

personajes conocidos posteriormente y en la cual, por vez primera, los guerrilleros tuvieron los estandartes

de sus batallones de color rojo y verde; fue la más sangrienta de la Guerra de Independencia, resultando

una completa derrota para los patriotas. Una vez más se había cometido el error de entablar combate frontal

contra una fuerza regular. Después de la derrota los guerrilleros, incluyendo a Lanza, herido, se internaron

en las montañas; mientras las tropas de Olañeta, en persecución, ingresaban en Ayopaya.

Ultima fase de la guerra

Si alguna característica hizo de Ayopaya la republiqueta guerrillera mayor del país que iba naciendo, fue su

capacidad de reorganizarse después de grandes contrastes. Y eso, precisamente se demostró el 24 de marzo

de 1824, cuando una partida guerrillera, con Lanza a la cabeza, combatía, otra vez, en Cocapata al noroeste

de Palca; capturando después, por última vez, Irupana, ese 12 de abril. No cabía duda: la republiqueta había

renacido, como el ave fénix, de sus propias cenizas.

Pero el fanático Olañeta, a diferencia de sus predecesores realistas en la región, no se había retirado.

Permaneció allí con toda su fuerza hasta que, en junio y merced a un descuido en la seguridad, una de sus

poderosas patrullas consiguió capturar a Lanza, sin combate y de sorpresa, en Inquisivi. Llevado a Oruro el

caudillo, con las tropas olañetistas que -esta vez sí- dejaban la zona, primó en su captor, Olañeta, el criterio

político absolutista para acabar con su rivales liberales: el nuevo virrey La Serna con su General, en el Alto

Perú, Gerónimo Valdez. Por ello, liberó a Lanza con la condición de que combatiera contra ellos, a lo que -

astutamente- el caudillo accedió gustoso. El juego político de Lanza, se repitió después con el mismo

Valdez y, otra vez, con Casimiro Olañeta, enviado por su tío, el General. Para entonces (septiembre) el

anuncio de la victoria en Junín, presagiaba ya la victoria final que se confirmó con las noticias de

Ayacucho, el año nuevo de 1825. Desatóse entonces una euforia triunfalista entre las partidas guerrilleras,

al mismo tiempo que los realistas de Olañeta se concentraban en su último reducto, en el sur del país.

Desde el Desaguadero, adonde habíase trasladado después de Ayacucho, el Mcal. Antonio José de Sucre

designó a Lanza como gobernador de La Paz. Para asumir esa responsabilidad se trasladó el caudillo de

Ayopaya a esa ciudad, ingresando triunfalmente -con sus “Aguerridos” a la cabeza y estrenando la bandera

rojiverde ante la población- el 29 de enero de 1825, el mismo día que su hermano mayor, Gregorio, fuera

ahorcado quince años atrás.

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En la ciudad del Illimani esperó y recibió Lanza a Sucre y estuvo presente en la emisión del célebre

Decreto del 9 de febrero, que convocó a la Asamblea Deliberante altoperuana, antecedente directo e

inmediato para la independencia de nuestro país. Poco después Sucre y su ejército, incluidos los

“Aguerridos” (sin su jefe que se quedó en La Paz para ejercer su cargo), continuaron la marcha hacia el sur

en procura de Olañeta, cuando recibióse la noticia de que, el 2 de abril, en la Batalla de Tumusla, Pedro

Olañeta había sido muerto en feroz combate librado contra una parte, amotinada, de su mismo ejército.

La guerra había sido ganada y cabía, entonces, la complicada labor política y administrativa del estado en

formación; es decir, que empezaba a primar la política. Los guerrilleros que no se habían encuadrado entre

los “Aguerridos”, empezaron a dispersarse.

La independencia

La Asamblea Deliberante convocada para reunirse en Oruro lo hizo, en realidad, en Chuquisaca el 10 de

julio. Entre los representantes sólo estaban dos ex-guerrilleros, José Miguel Lanza y José Ballivián, como

diputados por La Paz. Los miles de guerrilleros sobrevivientes, peor aún en el caso de los indios

combatientes, no estaban presentes ni representados. Ni en la asamblea, ni en el gobierno. Más aún, de los

102 caudillos mencionados antes, sólo Lanza y el “Colorao” Mercado (Tarija era aún argentina) quedaban

en el Alto Perú, aparte de Juana Azurduy, que se encontraba casi en estado de indigencia.

Las deliberaciones estuvieron dominadas por los doctores y sus dos decisiones más importantes fueron

consecuentes con el ideal de los protomártires: 1) Crear una república presidencialista, bicamaral y con

independencia de poderes; y, 2) No unirse al Perú, ni a la Argentina. En este último punto, aunque sin

representación oficial, habían sido los miles de patriotas guerrilleros, vivos y muertos, los generadores de

esa posición independentista. La sesión principal de ese 6 de agosto, había sido presidida por Lanza.

Simbólica designación. Como simbólico fue también que, ese 17 de agosto, se crease la primera bandera

nacional en base a los colores del estandarte de los guerrilleros de la republiqueta de Ayopaya.

El Libertador llegó a Chuquisaca a fines de agosto; y asumió el poder en un país que se había hecho

independiente contra la voluntad de él y pese a los problemas de su verdadero patrocinador: Sucre; y que,

por paradoja, llevaba el nombre de Bolívar y le había designado Presidente Vitalicio. Con todo, fueron

benéficas sus primeras medidas. En base a los “Aguerridos” creó el “Batallón 1o de Bolivia” cimiento del

ejército, reglamentándose después su organización y uniformes en base a la Constitución que enviaría

posteriormente. Su partida a los cuatro meses de llegado, como quien se deshace rápido de carbones

ardientes o algo espinoso o irritante, fue quizá producto de la paradoja mencionada en un hombre que supo

ser tan sabio, como humilde.

Los guerrilleros, verdaderos libertadores del país, retornaron a sus hogares para sumirse en el olvido del

estado y hasta de los pueblos que les habían sostenido y por los cuales habían guerreado. No les importó

eso, entonces, a ellos; pero sí importa -ahora- relievar su esfuerzo y sacrificios, así como el de ese mismo

pueblo, que no estuvo al margen de los 16 años de guerra; como bien expone la misma carta de Padilla a

Rondeau, que ya conocemos: “.......Privados de sus propios recursos no han descansado en 6 años de

desgracias, sembrando de cadáveres sus campos, sus pueblos de huérfanos y viudas, marcados con el

llanto, el luto y la miseria; errantes los habitantes de 48 pueblos que han sido incendiados; llenos los

calabozos de hombres y mujeres que han sido sacrificados por la ferocidad de sus implacables

enemigos.....”. Una década después de escrita la célebre misiva aquella, los guarismos habíanse

multiplicado. No existía en el Alto Perú de 1825 -exceptuando las deshabitadas selvas amazónicas-, región,

ciudad, poblado o caserío que no hubiera sido saqueado -por realistas o patriotas-; ni familia sin víctimas

fatales. Millares de éstas extinguidas, definitivamente, por aniquilación de todos sus miembros.

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Cuéntase que entre las actividades de Bolívar en Chuquisaca estuvo su visita a Juana Azurduy, la mujer que

había perdido al esposo y tres hijos en la guerra. Junto con su conocimiento de las hazañas de Lanza,

ambos personajes y sus hechos, fueron -quizá- la inspiración para la conocida sentencia que escribiera en

octubre de 1825, como un párrafo de su mensaje a la Asamblea Constituyente: “¿Qué quiere decir

Bolivia?: Un grito desenfrenado de libertad”.