yutang lin - barba rizada y otros cuentos

154
BARBA RIZADA Y OTROS FAMOSOS RELATOS CHINOS Renarrados por LIN YUTANG Traducción de Floreal Mazía 2da edición, Editorial Hermes, México. CONTENIDO AVENTURAS Y MISTERIO 1. Barba Rizada 2. El Mono Blanco 3. La esquela del desconocido AMOR 4. La diosa de jade 5. Castidad 6. Pasión 7. Chienniang 8. La Señora D FANTASMAS 9. Celos 10. Jojó JUVENILES 11. Cenicienta 12. El niño grillo SÁTIRA 13. El Club de los Poetas 14. El ratón de biblioteca 15. El lobo de Chungshan CUENTOS DE FANTASÍA Y HUMORISMO 16. Un albergue nocturno 17. El hombre que se volvió pez 18. El tigre 19. La Posada del Matrimonio 20. El sueño del borracho INTRODUCCIÓN Los cuentos cortos de este volumen son algunos de los más famosos relatos chinos jamás narrados. Comprenden varios de los mejores, aunque no todos los mejores figuran aquí. La selección y renarración de estos cuentos para lectores occidentales imponen una necesaria limitación. Muchos famosos cuentos han sido omitidos, ya sea debido al tema, el material o las suposiciones básicas de una sociedad o un período distintos, que hacen que la renarración sea una empresa imposible o improductiva. He seleccionado los que considero que tienen un atractivo casi universal y responden más al propósito de un cuento corto moderno. El propósito de un cuento corto es, creo, que el lector termine con la satisfactoria sensación de que ha adquirido una especial visión interior de la índole humana, o de que su conocimiento de la vida se ha ahondado, o de que la piedad, el amor o la simpatía por

Upload: temishoch

Post on 28-Dec-2015

61 views

Category:

Documents


12 download

TRANSCRIPT

Page 1: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

BARBA RIZADA Y OTROS FAMOSOS RELATOS CHINOS Renarrados por LIN YUTANG Traducción de Floreal Mazía 2da edición, Editorial Hermes, México. CONTENIDO AVENTURAS Y MISTERIO 1. Barba Rizada 2. El Mono Blanco 3. La esquela del desconocido AMOR 4. La diosa de jade 5. Castidad 6. Pasión 7. Chienniang 8. La Señora D FANTASMAS 9. Celos 10. Jojó JUVENILES 11. Cenicienta 12. El niño grillo SÁTIRA 13. El Club de los Poetas 14. El ratón de biblioteca 15. El lobo de Chungshan CUENTOS DE FANTASÍA Y HUMORISMO 16. Un albergue nocturno 17. El hombre que se volvió pez 18. El tigre 19. La Posada del Matrimonio 20. El sueño del borracho

INTRODUCCIÓN Los cuentos cortos de este volumen son algunos de los más famosos relatos chinos jamás narrados. Comprenden varios de los mejores, aunque no todos los mejores figuran aquí. La selección y renarración de estos cuentos para lectores occidentales imponen una necesaria limitación. Muchos famosos cuentos han sido omitidos, ya sea debido al tema, el material o las suposiciones básicas de una sociedad o un período distintos, que hacen que la renarración sea una empresa imposible o improductiva. He seleccionado los que considero que tienen un atractivo casi universal y responden más al propósito de un cuento corto moderno. El propósito de un cuento corto es, creo, que el lector termine con la satisfactoria sensación de que ha adquirido una especial visión interior de la índole humana, o de que su conocimiento de la vida se ha ahondado, o de que la piedad, el amor o la simpatía por

Page 2: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

un ser humano han sido despertados en él. Ninguna de las suposiciones básicas del lector debe constituir un obstáculo ni exigir complicadas explicaciones a fin de alcanzar ese efecto deseado. He elegido relatos que no presentan semejantes dificultades y que hacen que la consecución de ese efecto resulte fácil o posible, si bien reconozco que algunos de los cuentos serán atrayentes para el lector debido a la extrañeza y al encanto exótico de un ambiente y panorama remotos. El instinto de escuchar un buen relato es tan antiguo como la humanidad misma. En China se han hecho narraciones desde los comienzos de la historia. El Tsochuan (probablemente siglo III a. de C.) y ciertos capítulos del Shiki (siglo II a. de C.) abundan en vividas descripciones del carácter humano y escenas inmediatas de conflictos humanos. Hubo también numerosas colecciones de breves, superficiales registros de extraños acontecimientos sobrenaturales, en los primeros siglos de la era cristiana. Pero el comienzo del cuento corto escrito, como forma artística, puede ser decididamente ubicado en la dinastía Tang (especialmente en los siglos VIH y IX). Fueron los llamados ch'uan-ch'i. Generalmente cortos, llegando a menos de mil palabras, y escritos en el limitado medio clásico, estos cuentos artísticos tienen extraña vitalidad y poder de excitar la imaginación. Son todavía los mejores de su especie, y no tienen rival en las imitaciones posteriores; en los casos en que los cuentos fueron renarrados en las versiones vernáculas ampliadas de un período posterior, resultaron muy poco mejorados por el refinamiento. El período Tang no fue solamente la época de oro de la poesía; fue también el período clásico de la narración literaria. La imaginación de los hombres era más audaz, como en la Inglaterra isabelina; su fantasía era un poco más libre y vivaz y sus corazones un poco más leves, ya que el realismo pedestre de generaciones posteriores no les impidió el vuelo alado de la fantasía. Para entonces, las narraciones budistas habían calado ya hondo en la sociedad china, el taoísmo era oficialmente reverenciado y nada parecía extraño o imposible. Era un mundo de magia, caballerosidad, guerra y romanticismo. Así como Sung fue el período racionalista, Tang fue, en un sentido amplio, el periodo romántico, imaginativo, de la literatura china. No había aún, propiamente hablando, un drama, y los otros medios, como la ficción seria, no estaban todavía al alcance; pero lo que esos escritores hicieron con las narraciones clásicas de prodigios y misterios no pudo ser superado por las dinastías posteriores. Descubro que la mitad de los cuentos seleccionados provienen de ese periodo. Los ch'uan-ch'i de Tang cedieron con el tiempo su lugar a los haupen de Sung, las copias de los narradores al vernáculo. Esto fue un suceso completamente nuevo, tanto, que estas dos formas continuaron representando las dos clases principales de cuentos cortos chinos. La gran colección de narraciones clásicas, el T'aip'ing Kuangchi, publicado en 981, al comienzo de la dinastía Sung, es, puede decirse, un compendio final de cuentos narrados en el estilo literario durante mil años, casi hasta el año 1000 de la era cristiana. En cierto modo simbolizaba el final de un período. Todos los mejores relatos Tang se conservan en esa colección y no pueden ser encontrados en ninguna otra parte. Pero natural y silenciosamente, sin charanga literaria, una nueva forma de literatura hablada ha surgido en las casas de té como forma de diversión popular. Sabemos decididamente que en la capital Sung había distintos tipos de narradores profesionales, algunos especializados en romances históricos, otros en relatos religiosos y otros en las hazañas de algún héroe popular. Su Tungpo, en el siglo XI, nos dijo, en sus Diarios, que ciertos padres, fastidiados por sus hijos en la casa, los enviaban a escuchar a los narradores profesionales. También sabemos que el emperador Jentsung (1023-1063) solía pedir a sus cortesanos que le narraran un cuento por día. Dos colecciones de estas copias de narradores, llamadas haupen o hsiaoshuo, han visto recientemente la luz y son de sumo interés porque contienen algunas de las primeras y

Page 3: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

hasta ahora mejores narraciones en vernáculo. Los autores de estas copias de relatos son desconocidos, pero evidencias internas muestran que pertenecen al periodo Sung (siglos XI y XII). La colección conocida como Chingpen T'ungshu Hsiaoshuo es la fuente de La Diosa de Jade y Celos. Contiene ocho relatos, todos ellos excelentes, incluso dos narraciones de fantasmas, una de crímenes, y una altamente pornográfica, habitualmente omitida de las ediciones corrientes. La otra colección, Ch'ingp'ingshan T'ang (la más antigua edición conocida actualmente es la publicada entre 1541-1551), es la fuente de La Esquela del Desconocido, el mejor relato de misterio con que me he topado en la literatura china, y muy bellamente narrado. La colección contiene asimismo algunas horripilantes historias de fantasmas. En una de éstas un fantasma femenino solía hacer que le llevaran jóvenes para su placer, y cuando le era presentado un nuevo joven el fantasma siempre ordenaba: "El nuevo ha llegado, llevaos al anterior", y el corazón de éste era arrancado para ser comido. Muchos de los relatos de estas dos colecciones fueron más tarde ampliados e incorporados a las colecciones Ming de cuentos cortos. Los lectores familiarizados con la literatura china pueden sentirse sorprendidos de que no haya incluido nada de las muchas colecciones de relatos cortos del período Ming, como la Chinku Ch'ikuan. Había por lo menos cinco o seis antologías bien conocidas de esa clase, de las que Chinku Ch'ikuan era la más popular, siendo a su vez una selección de antologías anteriores como Chingshih T'ungyen. Desdichadamente, esos relatos son hechos en estilo narrativo y son clasificables entre los imaginativos y excitantes cuentos Tang y los cuentos cortos realmente modernos; sus temas son convencionales y sus narraciones pedestres y mediocres. Por cierto que suceden muchas cosas interesantes, pero pocos de ellos revelan visión interior de los personajes o tienen un significado hondo. Puede que los cuentos Tang y Sung anteriores sean más cortos, pero con frecuencia nos dejan con una sensación de asombro ante la vida y la conducta humana. He tratado de que varias clases de relatos cortos estuviesen más o menos representadas en este volumen. En el grupo de historias de aventuras y crímenes he puesto en primer lugar Barba Rizada porque es considerado como uno de los mejores cuentos Tang; el diálogo es bueno, la caracterización y los incidentes vividos y nada está fabricado. El amor y lo sobrenatural parecen dominar el resto de las narraciones. Hay pocos relatos, de crímenes, de aventuras o incluso de lo sobrenatural, que no contengan un elemento amoroso, cosa que no hace más que mostrar que, en Oriente o en Occidente, la manera más segura de retener el interés del lector, de hacerle latir el pulso más apresuradamente, es contar del amor entre el hombre y la mujer. Muchos relatos amorosos no han sido incluidos aquí porque, especialmente en las colecciones Ming, lo primero que hacen los enamorados en cuanto se les proporciona una oportunidad es meterse en la cama, cosa que resulta un tanto ridícula. Pasión, la historia de amor más conocida que se ha incluido aquí, posee esa característica, pero por lo menos existe en ella un elemento de intensidad emocional - una muchacha tranquila y digna, de noble cuna, buscando la experiencia sexual. Como este relato fue escrito por un poeta de primera clase, y como su dramatización, conocida con el nombre de Alcoba Occidental, fue escrita en el más hermoso y poético lenguaje de que era capaz el medio chino, se ha convertido en el clásico cuento de amor. La popularidad de esta narración es indicada por el hecho de que ocho distintas obras teatrales se basan en ella. Señora D., la historia del adulterio de una mujer casada, fue revivida, con muchas otras características y justificada por un matrimonio desdichado. El mejor cuento de amor juvenil puro es, creo, Chienniang; además, ejemplifica una mezcla perfecta de los dos elementos del amor y de lo sobrenatural. No se duda de que tales cosas hayan ocurrido. Simplemente, ocurrieron. El lector que las pone en duda está fuera de toda redención.

Page 4: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

En la literatura china los fantasmas hacen una de dos cosas: o lo horrorizan a uno o lo encantan. Con frecuencia hacen lo último, porque, como he dicho en otra parte, estos encantadores y seductores fantasmas femeninos son productos de una exteriorización de deseos del pobre erudito chino, casado o soltero, que, encerrado en su estudio, gustaba de evocar para compañera a una belleza de sueños. Nada puede ser más delicioso para un hombre, cuando está sentado a solas, en la noche, que ver surgir una hermosa y sonriente aparición a la suave luz de la lámpara, una aparición que usa sus artimañas para seducirlo; luego, más tarde, lo cuida cuando está enfermo y le da bellos hijos. Celos, una historia de dos fantasmas femeninos celosos, está destinada a cumplir la primera función de los relatos de fantasmas, y espero que realmente le ponga al lector la carne de gallina. Jojó es típica de la otra clase de amigas divertidas, juguetonas y empecinadamente fieles que son realmente fantasmas. P´u Sung-ling (1630-1715), autor de Jojó, es el único escritor de la Dinastía Ch'ing incluido en este volumen. Su Ratón de Biblioteca, una sátira contra los políticos, nos cuenta cómo la imagen de una muchacha bordada en un marcador de libros surge de las páginas de un volumen de historia; hace el amor al hombre y le enseña a no esperar el triunfo en política por el solo hecho de ser un buen erudito. De los cientos de escritores de relatos de lo sobrenatural, sólo Fu Sung-ling consigue una sutil caracterización y proporciona verosímiles incidentes de respaldo. Es más afamado por sus cuentos de mujeres celosas y maridos intimidados, y tiene especial predilección por los espíritus-zorros (es decir, por las mujeres que arruinan a los hombres con su lascivia y belleza). Pero he incluido tres de los mejores de P´u, incluso el de lectura para jóvenes, El Niño Grillo. Los relatos Tang de fantasía y humorismo parecen ubicarse en una categoría separada y quedan mejor representados por las cuatro narraciones de Li Fu-yen. Éste no es tan bien conocido como Li Kung-tso, autor de El Sueño del Borracho, pero confieso tener preferencia por él. Todos sus relatos se caracterizan por una leve fantasía caprichosa, típica de los cuentos Tang. Vivió en la primera mitad del siglo IX, el período en que fueron producidos los más grandes y mejores cuentos ch'uan-ch'i. Porque al repasar estas famosas narraciones Tang descubro que los cuatro quintos de ellas se ubican dentro de la primera mitad del siglo IX. Gran cantidad de estos narradores eran contemporáneos de Li Fu-yen, como Tuan Ch'eng-shih (Cenicienta), Li Kun-tso (El Sueño del Borracho), Tsiang Fang, Hsueh Yungju, Ch'en Hung, Po Hsing-chien (hermano de Po Chu-yi, el poeta) y Yuan Chen, autor de Pasión, para nombrar sólo a unos pocos. Así como el siglo VIII fue el de la poesía Tang, así el IX fue el de los cuentos Tang. Esta forma de escribir se había hecho tan popular que Niu Sengju, un primer ministro, fue autor de uno de los volúmenes más populares, con relatos de seres sobrenaturales, de diez centímetros de altura, trabados en combate, y otras aventuras. Li Fu-yen escribió sus narraciones sobrenaturales como una continuación de las de Niu. Creo que sus cuentos son superiores a los de Niu en material y forma. Nos retrotraen dichosamente a un mundo de maravilla y magia en que todas las cosas son posibles, con un dejo del humorismo de Las Mil y Una Noches. El relato de Cenicienta, también producido en ese periodo, es la primera versión escrita de ese cuento. Tiene la perversa madrastra y hermana, el zapato perdido y todo, pero precede a la primera versión escrita europea de Des Perriers, de 1558, en siete siglos. No me disculpo por el hecho de que al traducir estas narraciones al inglés no haya limitado mis deberes a los de traductor. A veces la traducción me resultó imposible. Las diferencias de idioma, de costumbres y prácticas que podían darse por sentadas, y las que tienen que ser explicadas, debido a la natural simpatía del lector hacia tal o cual personaje, y, por sobre todo, debido al ritmo y la técnica de la narrativa moderna - todo esto hace necesario que los cuentos sean renarrados en una nueva versión. En los relatos

Page 5: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

de Fu Sung-ling y Li Fu-yen he hecho los menores cambios posibles. Si omití partes de narraciones y agregué otras a los fines del efecto, no me he tomado más libertades que las que los narradores chinos se han tomado siempre en versiones anteriores. En mis agregados traté siempre de lograr autenticidad histórica. Los lectores interesados en las fuentes de los materiales pueden tomar como referencia las notas preliminares del comienzo de cada cuento. La Diosa de Jade y Castidad fueron publicados en Woman's Home Companion, y el relato de Cenicienta fue publicado por primera vez en The Wisdom oí China and India (Random House).

AVENTURAS Y MISTERIO 1. BARBA RIZADA

Este es un relato Tang favorito, que se destaca por una caracterización y un diálogo agudos. Con toda probabilidad fue escrito por Tu Kwang-t'ing (850-933 de la era cristiana), un taoísta sumamente distinguido y autor de muchas obras. Constituye el NC 193 del T'aip'ing Kwangchi, pero existen textos con leves variaciones, algunos de los cuales lo adscriben a cierto Chang Yueh. Historias legendarias han surgido en torno a la figura de Li Tsing, que también es protagonista de "Un Albergue Nocturno". Hubo dos aromatizaciones del relato. Yo he agregado algunos detalles en la escena de la Taiyuan. Era un mundo de caballerosidad, aventura y romanticismo, de arriesgadas batallas y lejanas conquistas, de extrañas proezas de extraños hombres que colmaron la fundación de la gran dinastía Tang. En cierto modo los hombres de ese gran período tenían mayor estatura; su imaginación era más aguda, sus corazones más grandes y sus actividades más especiales. Naturalmente, como el Imperio Sui se desmoronaba, el país estaba tan lleno de soldados de fortuna como un bosque lo está de marmotas. En esos días los hombres se jugaban su fortuna en elevadas apuestas; oponían la astucia a la astucia y el ingenio al ingenio. Tenían sus creencias y supersticiones preferidas, sus odios virulentos y sus intensas fidelidades, y, de tanto en tanto, aparecía un hombre de acero con un corazón de oro. Eran las nueve de la noche. Li Tsing, un joven de poco más de treinta años, había terminado su cena y estaba acostado en la cama, aburrido, desconcertado, furioso contra algo. Era alto y musculoso, de cabello revuelto y una cabeza implantada en un cuello y hombros hermosos. Perezosamente, hizo brincar los bíceps, porque poseía una habilidad especial para hacer saltar esos músculos sin flexionar los brazos. Era ambicioso, estaba lleno de energía y no tenía nada particular que hacer. Había tenido una entrevista con el general Yang Su, esa mañana, en la que presentó un plan para salvar el Imperio. Estaba convencido de que el gordo y viejo general no lo leería y lamentaba haberse tomado la molestia de ir a verlo. El general, que se hallaba encargado de la Capital Occidental mientras el Emperador se divertía con mujeres en Nankín, había permanecido sentado, blando y satisfecho, en su lecho. Su cara era una masa de carne porcina, de labios bezudos, pesadas bolsas bajo los ojos, pliegues de grasa pendiéndole bajo la barbilla y una nariz de gruesas aletas extendidas de las que surgían regularmente bufidos y gruñidos. Veinte bellas muchachas estaban alineadas a ambos lados de él, portadoras de tazas y platillos, golosinas, salivaderas y plumeros. Los plumeros, hechos de crines de caballo, de más de treinta centímetros de largo y unidas a un mango de jade o de madera pintada de rojo, eran más decorativos que útiles. Las sedosas y blancas crines se agitaban graciosa aunque perezosamente. No podía

Page 6: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

existir un cuadro más convincente de un inservible en un puesto encumbrado, ni un contraste más acabado entre el lujoso ambiente y la degradada sensualidad que ya no era capaz de gozar de él. El atezado y marcial Li Tsing permaneció silencioso y alto, aparentemente alejado de la escena, como con un velo de pensamientos ante los ojos. El Imperio caería como una manzana demasiado madura, podrida, pensaba, y muy pronto, además. Todo el país estaba amotinado. Y he ahí esa masa de carne de puerco rodeada por una cortina de carne de mujer. Se creía, y, por supuesto, era cierto, que los cuerpos de las muchachas ayudaban a mantener caldeada la habitación. Yang Su miró la tarjeta del visitante y dijo con tono de aburrida fatiga: - ¿Quién eres tú? - Cualquiera. Pensé que en tiempos como éstos necesitarías un hombre con una idea y un plan de acción - y que serías más cortés. Habrías podido invitarme a sentarme. - Siéntate, me olvidé. Perdón - dijo el general. Yang Su siempre recibía a sus visitantes sin levantarse del asiento, pero nadie se lo había dicho nunca a la cara. Se oyó el sonido de una respiración entrecortada, como un jadeo. Un plumero cayó al suelo y una joven alta y esbelta, vestida de rosa, lo recogió apresuradamente. Li Tsing levantó la mirada y vio dos hermosos ojos negros, excitados y maravillados, contemplándolo. 'Se sentó despaciosamente. - ¿Qué quieres? - No quiero nada. ¿Y tú no quieres nada, Excelencia? - ¿Yo? - barbotó el general ante la impertinencia. - Quiero decir, ¿no buscas algo? Quizás un plan para salvar el imperio y un hombre decidido... - Dejó que las palabras murieran en sus labios; la frase quedó trunca. - ¿Un plan? - Ya veo que no. Me temo que te estoy haciendo perder el tiempo, general. Pero extrajo el plan del bolsillo cuando el general se lo pidió. Lo vio ponerlo sobre el taburete, a su derecha, en un esfuerzo por mostrarse cortés, y luego le preguntó: - ¿Esto es todo? - Sí - contestó Li, y se levantó y salió. Mientras hablaba, la joven de rosa continuaba mirándolo, y los ojos de los dos se encontraron. Cuando se volvió para salir de la habitación, ella dejó caer nuevamente el plumero. Esa fue la única circunstancia agradable de la entrevista, y ahora, en la cama, rió mientras recordaba la forma en que ella lo había contemplado. Oyó un golpecito leve en la puerta de su dormitorio. ¿Quién podía ir a visitarlo a esa hora? No podía ser que el general hubiese leído su memorándum. Se levantó y encontró en la puerta a un desconocido de capa color púrpura y sombrero, que llevaba una maleta sobre un hombro, en el extremo de un bastón de paseo. - ¿Quién es usted? - Soy la muchacha del plumero, de la casa del general Yang - susurró ella -. ¿Puedo entrar? Li se puso apresuradamente una bata y la hizo pasar, excitado por su misteriosa visita y su disfraz. La joven, que tendría entre dieciocho y diecinueve años, dejó a un lado la capa y el sombrero, revelando un cuerpo grácil cubierto por una chaquetilla y unas faldas rojas con diseños de nubes. Él contempló la hermosa visión turbada. Con el blanco rostro humillado, ella hizo una reverencia y explicó: - Debes perdonarme. Te vi en la entrevista con el general, esta mañana. Por tu tarjeta de visita me enteré de tu dirección y vine a verte. - ¡Ya lo creo!

Page 7: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

La mirada de la joven lo siguió mientras él se anudaba el cinturón de la bata y atisbaba por la ventana. - Por favor, escúchame, señor Li. He huido. - ¡Huido! Tan sencillo... Ya sabes que te buscará la policía de toda la ciudad. - No te preocupes - respondió la muchacha con dulce y seductora sonrisa -. Tengo una amiga que quiere ocupar mi puesto, y esa carroña de general ni siquiera me echará de menos. El interior de esa casa es como el Imperio mismo. Nadie es leal para con el amo - en rigor lo odian y lo único que quieren es aprovecharse de él todo lo posible. Li le pidió que se sentase en su mejor silla. La mirada de la joven seguía fija en él. - Señor Li, he leído tu memorándum. - ¿Sí? ¿Y qué opinas de él? - Creo que estás arrojándole perlas a ese cerdo. Li se sintió divertido. - ¿Lo leyó él? - No. ¿Qué creías? Li vio la notable inteligencia que se leía en los ojos de la muchacha y le sonrió. - De modo que piensas fugarte... - Déjame que te explique - dijo la muchacha, sentándose sólo entonces, lentamente, en la silla -. Todos saben que los días del Imperio están contados, que se acerca el diluvio. Todos, menos la carroña ambulante. Nosotras las muchachas también lo sabemos, y tratamos de cuidarnos. - Hizo una pausa de un segundo y luego agregó: - Muchas han huido. Otro año, o más, y ya no habrá general Yang. Cuando te vi esta mañana pensé que me gustaría conocerte. Li observó a la joven. Se sintió conmovido, no tanto por la belleza de ella como por su plan para huir y por la inteligencia de su previsión. Sabía demasiado bien lo que le ocurriría a una muchacha de su posición, cuando la guerra llegara a la capital y el general huyese o fuera capturado. Sería apresada por los soldados y violada o vendida como esclava. Era alta y esbelta, con ojos separados y levemente más largos que los comunes; sus pómulos un tanto prominentes completaban su rostro alargado. - ¿Qué puede hacer una muchacha? Hablo en serio. Por favor, créeme. El rastro de tristeza de su voz, la expresión seria de sus ojos, toda su conducta y su forma de hablar, lo fascinaron. - ¿Cómo te llamas? - preguntó Li Tsing. - Chang. - ¿Y qué jerarquía tienes? - Soy la número uno de mi familia. - La joven lo miró con firmeza. - Señor Li, he visto a cientos de personas que fueron a visitar al general, pero ninguna era como tú. - Era evidente que tenía la intención de huir para siempre y que había decidido ir a vivir con él. Y Li admitió para sí que no se sentía nada hostil a permitírselo. - Va a ser difícil, señorita Chang, compartir la vida de un soldado, un mes aquí, otro mes allá, marchando y combatiendo, en la incertidumbre y el peligro. - Todo eso ya lo sé de haber leído tu memorándum. - Sólo me viste esta mañana. ¿Que te hace pensar que soy el hombre adecuado para unirte a él? - Te vi cuando hiciste que el general se disculpara por sus malos modales. Ningún otro se había atrevido a hacerlo. Tú hablaste sin temor. Este es el hombre, me dije. Si dices que sí, volveré y arreglaré los últimos detalles. Cuando la muchacha regresó, una hora después, Li apenas podía creerlo. Se sintió tan halagado y encantado como preocupado por las consecuencias, porque era pobre. A cada tantos minutos atisbaba por la ventana para ver si alguien la perseguía.

Page 8: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Cosa curiosa, la joven parecía sumamente calma. Su mirada se posaba sobre él cariñosamente y lo seguía a todas partes. - ¿No tienes parientes? - le preguntó Li Tsing. - No. De lo contrario no estaría en esa casa... Soy feliz - dijo de pronto. Ese fue el único indicio de la excitación que acechaba durante todo el tiempo en la luz de sus ojos. - No tengo ningún trabajo; tú lo sabes. - Pero eres ambicioso. Harás grandes cosas. - ¿Cómo lo sabes? - El memorándum. - Ah, sí, el memorándum - respondió él con una cínica sonrisa. No era que tuviera una opinión ligera de su propia composición. Era un erudito de mucha lectura, talentoso, y su plan de acción estaba expresado clara, audaz e incisivamente -. Bromas aparte, ¿quieres decirme que te enamoraste de ese trozo de papel? - Sí, así es; o más bien del hombre que lo escribió. Es una lástima que el general lo haya pasado por alto. - Hasta mucho más tarde no le dijo que lo que la había fascinado era el hermoso porte de su cabeza sobre un cuello fuerte, bien moldeado, y sobre los anchos hombros orgullosos; sus ojos claros y todo su aspecto de ser un hombre y un soldado por todos los costados. Unos días después Li oyó el rumor de que la joven era buscada por los guardias del general. Aunque la búsqueda era superficial, como le había dicho la muchacha que lo sería, Li la vistió con un traje de hombre y partió con ella a caballo. - ¿A dónde vamos? - preguntó ella. - Vamos a visitar a un amigo en Taiyuan. En esos días caóticos, viajar estaba muy lejos de ser seguro, pero Li no tenía temor alguno en lo referente a la autoprotección física. Podía enfrentar a una docena de hombres a la vez, como no fuese en una emboscada cobarde. Pertenecía a esa estirpe de guerreros valientes, ambiciosos, osados, que palpaba el terreno del tambaleante Imperio Sui, entablando amistades y estudiando la situación política y geográfica a fin de estar lista para alzarse en rebeldía cuando la oportunidad lo exigiese. Había muchos otros como él, hombres que viajaban disfrazados y trabajaban en secreto, buscando camaradas valerosos, íntegros y fieles. - ¿Crees en el destino? - preguntó a la joven mientras cabalgaban. - ¿Qué quieres decir? - En el destino. Hay un joven, el segundo hijo del comandante de Taiyuan. Mi amigo Liu Wentsing lo conoce bien y está tramando una rebelión sin el conocimiento de su padre. Liu tiene una fe enorme en el joven. Cree que es el Dragón Verdadero. - ¡El Dragón Verdadero! - exclamó la muchacha. - Sí - dijo Li, y su mirada se ensombreció -. Es probable que algún día suba al Trono del Dragón. Tiene un rostro extraordinario. ¿Crees en la fisonomía? - Por supuesto que sí. Por eso te elegí a ti. ¿Qué hay de extraordinario en él? - No puedo decírtelo. Naturalmente, es hermoso, bien construido y todo lo demás. Pero no puedo describírtelo. Cuando entra en una habitación, inmediatamente sientes su presencia. Algo emana de él, como de un conductor nato de hombres. Ojalá pudieras verlo; entonces sabrías lo que quiero decir. - ¿Cómo se llama? - Li Shihmin. La gente lo llama "Erlang" porque es el segundo hijo del comandante. Li Shihmin, es claro, era el hombre que fundaría el gran Imperio Tang, el que se convertiría en el emperador más amado de los últimos mil años, valiente, sabio y bondadoso; su reino marcaría un período de oro de la historia. Era natural suponer que la belleza de carácter de semejante hombre encontraría expresión en su fisonomía. Debe

Page 9: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

de haber sido extraordinario para hacer las cosas que hizo, y su rostro tiene que haberlo mostrado. En una pequeña posada donde Li y la muchacha se hospedaban en Lingshih, la cama estaba tendida. En un rincón de la habitación había una pequeña estufa de barro, con un buen fuego encendido, sobre la que burbujeaba un guisado. La joven, habiéndose quitado el disfraz, se peinaba el cabello extraordinariamente largo, sobre la cama, para que no tocase el suelo. Afuera, Li almohazaba al caballo. Un hombre de peso mediano, de roja barba y patillas rizadas, llegó a la posada en un asno huesudo. Sin ceremonia, y sin consideración hacia la presencia de la joven, dejó caer su morral de cuero a modo de almohada, se reclinó en él y se tiró en el suelo, mirando a la muchacha con sus potentes ojos. La impertinencia del desconocido enfureció a Li, pero continuó cepillando a su caballo, sin dejar de mirar al recién llegado. La joven también lanzaba rápidas miradas al desconocido. El rostro de éste tenía un tono rojo cobrizo, e iba vestido con una chaqueta de piel y pantalones. Una cuchillera le pendía ostentosamente de la cintura. No parecía un hombre con quien se pudiera bromear. Ella se volvió de costado y, sosteniéndose el cabello con la mano izquierda, le hizo a Li con la derecha una señal de que no se enojase y dejara al hombre en paz. Cuando terminó de peinarse, se acercó al desconocido y le preguntó cortésmente el nombre, para mostrarse amistosa. El hombre se incorporó lentamente y dijo que se llamaba Chang. - ¿Y qué jerarquía tienes? - Soy el número tres de mi familia. - Yo también me llamo Chang - dijo ella con dulzura -. Entonces soy tu hermana de clan. - ¿Cuál es tu jerarquía? - preguntó el hombre. - Soy la mayor de mi familia - respondió la joven. - En ese caso te llamaré "Imei" - hermana menor número uno -. Me alegro de conocer a una hermana de clan como tú. Li apareció en la puerta. - Tsing - dijo la muchacha -, ven a que te presente a mi tercer hermano. El desconocido se mostró amistoso, pero sus palabras surgían bruscamente, en tono claro y enérgico. Tenía el aire de un hombre que ha viajado mucho y que sabe lo que hace. Su mirada inspeccionó a Li y a la mujer, y pareció haber extraído sus propias conclusiones acerca de la pareja. Li analizó los modales y la ropa del hombre, y decidió que era un soldado de fortuna como él. Siempre había querido conocer a hombres como él mismo, hombres del camino abierto, de modales y habla cortantes, desdeñosos de la vida convencional de los ciudadanos seguros, cautos y sumisos, hombres que se lanzaran a la acción cuando se presentase la oportunidad y que actuaran como hombres de acero, leales para sus amigos y mortíferos para sus enemigos. - ¿Qué se cuece en esa olla? - preguntó Barba Rizada. - Carnero. Está casi listo - repuso la joven. - Estoy muerto de hambre. Li salió y volvió con algunas tortas de trigo, para compartir la cena con el desconocido. Barba Rizada extrajo un filoso cuchillo para cortar el carnero y separar los cartílagos para su asno. Comió sin fijarse para nada en los modales, y terminó con increíble rapidez. - Ustedes dos forman una interesante pareja - declaró, dirigiéndose a la joven -. Pobres y románticos, ¿eh? ¿Cómo lo elegiste? A ti ya te he calado. No estás casada, y huyes de

Page 10: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

algo. ¿Me equivoco? No, no te asustes, Imei. - Había cierta tibieza en su voz, cuando habló a la muchacha. La mirada de Li no vaciló, pero se preguntó cómo podía saber ese hombre. ¿Podía leer en los rostros? Quizá las largas uñas de la joven delataron el secreto de que había vivido en una mansión rica. - Me temo que has acertado - contestó Li con una carcajada. Sus miradas se encontraron, la de Li tratando de sondear las intenciones del desconocido, y luego agregó, con una sonrisa -: Ella me ha elegido, como dices. No subestimes a las mujeres. Ella sabe que se acerca el diluvio. - ¿El diluvio? - Los ojos de Barba Rizada tenían un brillo extraordinario. - Figurativamente, es claro. La mirada de Barba Rizada se posó en la joven con un chispazo de admiración. - ¿De dónde vienen? - preguntó. - De la capital - repuso Li con serenidad, mirándolo firmemente. - ¿Hay un poco de vino? - Al lado hay una casa de vinos. Barba Rizada se levantó y salió. - ¿Por qué se lo dijiste? - inquirió la muchacha. - No te preocupes. Los hijos del bosque tienen un código de honor más estricto que los funcionarios. Sé reconocer a un espíritu afín cuando lo tengo delante. - No me gustó la manera en que cortó el carnero cuando tú no estabas, y la forma en que le dio los restos a su asno, sin pedirme permiso. Como si la carne fuese de él. - Eso es lo que más me gusta en él. Si se mostrase cortés y un tanto untuoso, me habría preocupado. Ten go la idea de que un hombre como él presta muy poca atención a unos pocos trozos de carnero. Evidentemente le has gustado. - Ya lo he visto. Barba Rizada volvió con el vino. Tenía el rostro radiante y rompió a hablar. Le sobresalían las venas de las sienes. Su voz era quebrada y baja, pero sus frases eran lentas, claras y deliberadas. Tenía en muy baja opinión a todos esos generales que habían levantado los estandartes de la rebelión. Ninguno de ellos valía gran cosa. Mientras escuchaba, Li tuvo la seguridad de que Barba Rizada tenía planeado algo grande. - ¿Qué piensas de Yang Su? - preguntó Li, para sondearlo. Barba Rizada lanzó su filoso cuchillo a la mesa y rió. La afilada hoja perforó la madera, centelleando de luz blanca y canturreando mientras vibraba antes de detenerse gradualmente. - ¿Para qué hablar de él? - Quería conocer tu opinión. - Li le contó su entrevista con el general y cómo se había escapado la joven. - ¿A dónde van ahora? - A Taiyuan, donde podré mantener desconocida mi identidad durante un tiempo. - No creas que podrás hacerlo. ¿Has oído hablar de una persona extraordinaria de Taiyuan? Li le habló de Li Shihmin, el que se suponía que era el Dragón Verdadero. - ¿Qué opinas de él? - Es sumamente extraordinario. El rostro de Barba Rizada se puso serio. - ¿Puedo verlo? - preguntó al cabo de un rato. - Mi amigo Liu Wentsing lo conoce muy bien. Le pediré que te lo presente. ¿Para qué quieres verlo? - Sé juzgar a las personas por el rostro.

Page 11: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Li no tenía idea alguna de que estaba prometiendo una entrevista fatal. Convinieron encontrarse en el puente Fenyang, al alba del día siguiente a su llegada a Taiyuan. Barba Rizada se ofreció a pagar por la habitación, e incluso insistió, diciendo que lo hacía por su Imei. Partió al trote, en su flaco asno, y desapareció. - Estoy seguro de que quiere ver al Dragón Verdadero porque tiene algún buen motivo para ello - dijo Li cuando volvieron a entrar en la posada -. ¡Qué hombre extraño! Li Tsing y Barba Rizada se encontraron en el momento fijado, dos negras figuras en la entrada del puente Fenyang, en las primeras horas del brumoso amanecer. Li tomó a su amigo del brazo y, después de un ligero desayuno, caminó con él hasta la casa de Liu 30 Famosos relatos chinos Wentsing. Los dos hombres guardaban silencio, invadidos por la sensación de algo más hondo que la amistad: un propósito común. Li era el más alto de los dos, una figura elevada, robusta, marcial. Barba Rizada caminaba con un porte desenvuelto, oscilante, como un veterano con abundancia de energía en las rodillas y que no asignaba ninguna importancia a un paseo de ciento cincuenta kilómetros. - ¿Crees en la lectura del rostro? - preguntó Li Tsing, pensando en el Dragón Verdadero. - La fisonomía de un hombre es el registro y la expresión de su carácter. Los ojos, los labios, la nariz, la barbilla, las orejas, el color y el tinte de su rostro y su tez: todo ello habla con tanta claridad como un libro, si se sabe leer. Si un hombre es fuerte o débil, taimado u honrado, decidido y cruel o sensual y marrullero: todo eso está en su cara. Es el libro más complicado, porque el carácter humano es la cosa más compleja que existe sobre la tierra, y todas las combinaciones son posibles. - ¿De modo que el destino de un hombre queda determinado desde su nacimiento? - Casi. No puede escapar a su sino, así como no puede escapar a su propio carácter. No hay dos rostros iguales. El rostro de un hombre registra exacta, infaliblemente, todos sus pensamientos. Según como un hombre viva le sucederán las cosas, y no importa tanto lo que le sucede como la forma en que lo toma. Cuando llegaban a la casa de Liu, Li advirtió el tenue rastro de excitación en la respiración apresurada de Barba Rizada. Al llegar Li entró el primero y dijo: - Hay un amigo a quien le gustaría conocer a Li Erlang. Es un buen juez de rostros. Está afuera. - Hazlo pasar, por supuesto - fue la respuesta, y Li salió apresuradamente para dar la bienvenida a Barba Rizada. Liu había estado planeando un levantamiento con Li Erlang, o Li Shihmin, como era su verdadero nombre, y cuando oyó hablar de uno que podía leer el destino de un hombre en su rostro se sintió encantado. Barba Rizada entró y se les invitó a quedarse para el almuerzo, mientras Liu Wentsing enviaba una nota a Li Shihmin para que fuese a la casa. Pronto Barba Rizada vio que un joven entraba en la habitación, con una chaqueta de pieles, desabotonada, echada sobre los hombros, la cabeza erguida, una figura de elevada estatura, alegre, cordial y confiado. Hermoso no era la palabra que le cuadraba. Al entrar en el cuarto parecía resplandecer. Sus ojos, sin moverse, parecieron captar todo lo que sucedía en la habitación. Por debajo de su afilada, puntiaguda nariz, que tenía un puente notablemente recto y prominente, rojos bigotes rígidos se curvaban hacia arriba como si se pudiera colgar un arco en ellos. Li vio que Barba Rizada inspeccionaba la elevada figura con los ojos de un águila. - Ojalá mi amigo el taoísta estuviese aquí para verlo - susurró a Li después del almuerzo.

Page 12: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Quizá no lo crean, pero cuando se fueron había en el rostro de Barba Rizada una expresión como si alguien le hubiese asestado un golpe de muerte. Caminaba con la cabeza gacha, el rostro ensombrecido, incierto, turbado. Su respiración era rápida y audible. - ¿Qué piensas de Li Shihmin? - preguntó Li Tsing. Como no recibió respuesta, repitió la pregunta -. ¿Qué opinas de él? Lentamente, Barba Rizada masculló, casi para sí: - Estoy un ochenta o noventa por ciento seguro de ello. Puede ser el Dragón Verdadero. Pero me habría gustado que mi amigo taoísta lo viese por sí mismo. ¿Dónde te hospedas? Li le contestó que se hospedaba en una posada. - Eso está bien para unos pocos días. Ven conmigo. Barba Rizada lo llevó a una sedería. Al cabo de un rato salió y entregó a Li un paquete envuelto en papel que contenía unos trozos de plata rota, unas treinta o cuarenta onzas, diciéndole: - Toma esto y consigue un buen albergue para Imei. Li se mostró asombrado. - No importa. Tómalo. - Así obraban esos héroes aventureros. - ¿Robaste la tienda? Barba Rizada rió. - No, el dueño es un amigo mío. ¿Necesitas más? Puedo dejárselo dicho. Ven y toma lo que necesites. Tengo la idea de que no tienes mucho dinero, y me molestaría que mi hermana tuviera que sufrir incomodidades. No creo que debas quedarte aquí mucho tiempo. Ven a Loyang y hospédate conmigo. Ven dentro de un mes. - Levantó la cabeza y contó con los dedos. - El tres de febrero regresaré. Ven a una taberna que está al este de las caballerizas de la Puerta Oriental. Cuando veas este asno y un mulo negro atados afuera, sabrás que yo y mi amigo taoísta estamos arriba. Sube directamente. Llegaron a la posada donde se hospedaba Li, pero Barba Rizada no estaba dispuesto a despedirse y siguió a Li al interior. Trató a la muchacha como si fuese su verdadera hermana, y a Li como a su hermano. Pidió una gran cena para ellos, esa noche, y parecía no querer irse. Se quedaron sentados, conversando, hasta altas horas de la noche. - Por favor, no te ocupes de mí, hermana. Retírate tú primero. - Pero él se quedó en la habitación. Aparentemente no tenía nada de sueño. La señora Li se acostó porque no podía mantener los ojos abiertos. Se sentía turbada, pero divertida. Barba Rizada tenía una vitalidad sobrehumana. En las primeras horas de la mañana Li se adormiló, mientras el otro continuaba hablando. A la mañana Li fue despertado por el extraño invitado. - ¿Dónde dormiste? - Aquí mismo, en el suelo. - ¿Por qué, creíste que necesitaba un guardaespaldas? Barba Rizada parecía tan fresco como siempre. - Parto hacia el monte Wutai. Tengo ciertas cosas que hacer. Estaré de regreso en Loyang el tres de febrero. No te olvides, y, naturalmente, quiero que también venga mi hermana. Quizás era esa la conducta de esos héroes que vagaban por el país, que viajaban rápidamente y entablaban amistades con rapidez, llevando el corazón al descubierto, generosos en exceso. Cuando un hombre insiste en tratarlo a uno como a un hermano y a la esposa como si fuera su hermana, es imposible dejar de quererlo. Li y su esposa llegaron a Loyang de acuerdo con lo convenido con Barba Rizada. Encontraron la posada tal como él la había descrito, y cuando vieron los dos animales atados afuera, entraron y subieron.

Page 13: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Sabía que vendrían - dijo Barba Rizada poniéndose de pie para recibirlos. Les presentó al taoísta, estudiante de magia, astrología, fisonomía, de todo lo que tuviese que ver con ch'ishu, "las fuerzas y los números", de todo lo que decide nuestra vida por medio de esas influencias invisibles. El taoísta era un hombre de voz suave, y no pronunciaba muchas palabras. Si observó a Li Tsing y a su esposa, éstos no se dieron cuenta especialmente de ello, y se mostró cordial, a su modo, serenamente. - De modo que prefieres la espada a la pluma - dijo de pronto a Li Tsing. Li se sintió maravillado ante la exactitud de las observaciones del taoísta. Era un hombre instruido, y dijo que, cuando tenía dieciséis o diecisiete años, la cuestión de decidir si debía ser un estudiante o un soldado había significado una lucha para él. Barba Rizada les hizo pasar a una habitación. - Pueden quedarse aquí, si quieren. Estarán seguros. No se preocupen. Ya sé lo que están pensando. La posada es mía. Toma dinero de abajo y cómprale algo bonito a mi hermana. De modo que se quedaron en la taberna, y Barba Rizada aparecía a menudo y se quedaba a conversar con ellos hasta muy avanzada la noche, discutiendo de estrategia militar. Li Tsing tenía mucho que aprender de él. Era la táctica que más tarde puso en práctica y que le resultó tan ventajosa. No era una cuestión de valor físico, como muchos imaginaban. Se trataba de conocer al enemigo, de buscar sus puntos vitales, el lugar en que un buen golpe valiese por cien. Cuando se golpea a una serpiente, se la golpea en la cabeza. No se combate a un enemigo, se combate en torno a él. Y así sucesivamente. Tales discusiones siempre duraban hasta después de la medianoche. El astrólogo estaba frecuentemente ocupado contemplando el cielo en dirección de Taiyuan, buscando conjunciones de estrellas y auras y fenómenos nebulosos que Li y Barba Rizada no entendían. Al cabo de unas semanas el taoísta dijo que le gustaría ver a Li Shihmin. - Presentarás mi amigo a Li Shihmin - dijo Barba Rizada a Li -. Me gustaría que me dijera si es el Dragón Verdadero. Eso será crucial. Todo quedará decidido entonces. - ¿Y qué harás si es el Dragón Verdadero? ¿Luchar contra él o unir tus fuerzas a las suyas? - No lucho contra el Destino. - Con él, entonces. - No seas tonto. - Barba Rizada cortó la discusión con una carcajada. Citando un proverbio, dijo que prefería ser cabeza de ratón antes que cola de león. Partieron rumbo a Taiyuan. El taoísta fue presentado a Liu como un gran astrólogo que podía predecir el futuro. Liu jugaba al ajedrez con algunos de sus amigos, y pidió al taoísta que se sentara y jugara una partida con él, mientras enviaba una nota a Li Shihmin para que fuese a presenciar el juego. Barba Rizada y Li Tsing se sentaron cerca para mirar. Li Shihmin entró y se sentó en silencio junto a la mesa de ajedrez. No pronunció una palabra, que ese es el comportamiento correcto de todos los espectadores del juego. Barba Rizada codeó a Li en silencio. El mundo estaba lleno de valientes soldados y de héroes de tintineantes sables, pero un Dragón Verdadero pertenecía a una clase distinta. El taoísta, aparentemente absorto en el juego, vigilaba la respiración del Dragón, sentía sus irradiaciones, las probaba, las evaluaba. Li Shihmin estaba sentado perfectamente erguido, con los hombros rectos, las manos colocadas firmemente sobre las rodillas abiertas. De tanto en tanto sus negras cejas se movían un poco mientras contemplaba el juego, y en el fondo de sus ojos negros brillaba una luz, como si lo viera y lo entendiera todo. Cinco minutos más tarde el taoísta apartó el tablero y dijo a Liu Wentsing:

Page 14: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- El juego está definitivamente perdido. No hay forma de salvarlo. Hiciste una espléndida movida con ese peón, realmente espléndida. Me rindo. Por lo que los espectadores podían ver, el juego no estaba tan irremediablemente perdido como aseguraba el taoísta. Pero éste, aparentemente, había decidido ahorrarse una lucha inútil. Se levantó de su asiento y suspiró. Como el juego había terminado, los tres amigos agradecieron al dueño de casa y salieron. Cuando estuvieron afuera, el taoísta se volvió hacia Barba Rizada y le dijo: - Tu juego está perdido. El Hombre del Destino está adentro. Es inútil intentarlo. Pero puedes buscar alguna otra tierra que conquistar. Por primera vez Li vio que la espalda de Barba Rizada se encorvaba y que todo su cuerpo parecía aflojarse. Algo le había sucedido interiormente. - La situación ha cambiado, y me temo que debo cambiar mis planes. Espérame en Lo-Yang. Volveré dentro de dos semanas - dijo Barba Rizada, y partió solo. A Li no le gustaba hacer preguntas. Volvió a Lo-Yang con el taoísta. Cuando Barba Rizada regresó, dijo a la señora Li: - Quiero que vengas a conocer a mi esposa, hermana. Y tengo algo muy importante que hacerles ver, a ti y al señor Li. Li Tsing nunca había sabido dónde vivía Barba Rizada. El hombre lo asombraba continuamente. Lo condujo a una entrada consistente en una puertecita de un solo tablero. Pero al entrar en el primer patio vieron un vestíbulo magníficamente amoblado. Había docenas de sirvientes y criadas cerca. Fueron introducidos en la habitación oriental, donde los invitados debían higienizarse. La mesa de tocador, los espejos antiguos, las jofainas de bronce, las lámparas de cristal, las mesas, los armarios y los biombos eran de la más fina calidad, y, algunos de ellos, evidentemente inapreciables. Barba Rizada apareció muy pronto con su esposa y la presentó ante ellos. Era una mujer de unos veintiocho o treinta años, de notable belleza. Li y su esposa se sintieron abrumados por la franca, resuelta hospitalidad, que les hizo sentir que eran huéspedes sumamente distinguidos. Durante la cena hubo muchachas que ejecutaron una extraña música de encantadora melodía, una música como Li nunca había escuchado. Cuando la cena casi había concluido, entraron criados llevando diez bandejas de madera dura, todas cubiertas con telas de seda, y las colocaron en banquillos, contra la pared del este. Cuando todo quedó preparado, Barba Rizada dijo a Li: - Quiero mostrarte algo. Los trozos de seda fueron levantados y Li vio que en las bandejas había documentos, escrituras, actas y manojos de grandes llaves. - En todo esto hay unos cien mil dólares - dijo -, incluso algunas joyas y otros valores. Quiero regalártelo. ¿Qué me dices? Había hecho planes, lo había reunido todo, esperando que llegara el momento en que podría organizar un ejército y comprar tropas, armas y municiones. Tenía la esperanza de hacer grandes cosas. Ahora ya no me sirve para nada. Ese joven Li de Taiyuan, estoy convencido, es el Dragón Verdadero. Toma esto y ayúdalo a cumplir lo que está destinado a hacer. Él es tu hombre, y no te olvides de la estrategia que te he enseñado. Dentro de cinco o diez años Li Shihmin podrá conquistar a toda China. Sírvele lealmente y el poder y la fortuna serán tu recompensa. Yo tengo mis propios asuntos que atender. Dentro de una docena de años, cuando oigas que más allá de las fronteras de China alguien ha conquistado un país extranjero y establecido un nuevo reino, sabrás que se trata de tu viejo amigo. Entonces tú y mi hermana podrán volver el rostro hacia el sudeste y beber una copa a mi salud. A continuación se volvió y dijo a todos los criados y miembros de la casa:

Page 15: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- De ahora en adelante el señor Li será vuestro amo y el dueño de todo lo que poseo, y mi hermana será vuestra señora. Habiendo dado las instrucciones adecuadas, salió y, vestido con ropas de viaje, partió a caballo con su esposa, seguido de un solo sirviente. Jamás volvieron a verlo. En los años siguientes Li estuvo atareado ganando batallas en las largas campañas que unieron a China bajo el gran Imperio Tang; Li Shihmin se convirtió en el gran emperador que gobernó el país en la paz y Li fue su amigo más fiel y el comandante en jefe de los ejércitos de Tang. Un día Li leyó en un informe del ejército que alguien, cuyo nombre no se mencionaba, había desembarcado en Fuyu con una fuerza de treinta o cincuenta hombres, al otro lado de la frontera sur de China, y que la había conquistado y se había erigido en rey de la región. Li se sintió seguro que se trataba de su viejo amigo, el que los había ayudado, a él y a su esposa, en su mocedad. Resultaba casi increíble que el hombre hubiese elegido el olvido y se hubiera desterrado voluntariamente antes que ser el subordinado de nadie. Había resuelto ser rey en alguna parte, y ahora era rey. Esa noche, cuando Li volvió a su casa, le contó a su esposa lo referente al informe. - ¡E1 bueno y viejo Barba Rizada! - exclamó ella, grandemente conmovida. - Sí, el bueno y viejo Barba Rizada. Ahora tiene lo que quería. Recordando las últimas palabras que les había dirigido el amigo, encendieron dos velas rojas, después de la cena, y salieron al patio. Allí, de cara hacia el sudeste, bebieron a la salud del viejo amigo. - ¿No puedes hacer nada por él? ¿Quizá pedirle al emperador que lo condecore? - La voz de su esposa sonaba extrañamente gutural. - Déjalo en paz. Las recompensas y los honores del emperador no harán más que molestarlo. Tiene que ser soberano y señor, segundo de nadie, dondequiera se encuentre. Un hombre maravilloso - afirmó Li Tsing, y agregó con un suspiro - : ¡Un gran hombre!

2. EL MONO BLANCO El relato es el número 444 de T'aip'ing Kwangchi, de autor desconocido. Lleva el curioso título de "Suplemento a la Historia del Mono Blanco, de Chiang Tsung"; Chiang Tsung (519-594) es la persona que, al ocultarlo, salvó al hijo del Mono Blanco. Se dice que fue escrito para burlarse de Ouyang Hsun (557-594), uno de los más grandes calígrafos de China, que era feo como un mono. Se suponía que Ouyang Hsun era el hijo del Mono Blanco. Por lo tanto, el cuento fue probablemente redactado en la primera parte del siglo séptimo. He cambiado el relato a fin de hacer, de la humillación del general chino por la pérdida de su esposa a manos del Mono Blanco, el tema principal. Las fuentes para materiales adicionales en cuanto a las costumbres de los aborígenes están tomadas de un documento Tang y dos Sung: el Peihulu de Tuan Kung-lu, el Kweihai Yuheng de Fan Cheng-ta y el Ch'iman Ts' ungshia de Chu Fu. Una historia similar, acerca de un general chino que pierde a su esposa en las montañas Kwantung, puede encontrarse en la colección Ch'ing-p'ingshan T'ang (El Comandante Chen Pierde a su Esposa en las Montañas Mei). Todos han oído hablar, por supuesto, de cómo el general Ouyang fue apresado en el combate, decapitado, y su familia exterminada, en el año 569, cuando unió su destino a los rebeldes. Las opiniones difieren. Algunos creen que el general se lo merecía porque su familia había gozado, durante generaciones, del favor y la confianza del emperador;

Page 16: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

sólo lamentan el hecho - de que la ilustre foja de servicios de un general tan grande y de su padre haya terminado en el deshonor y el desastre. Otros, como Chiang Tsung, simpatizan con él y creen que se le tendió una trampa y se vio obligado a rebelarse porque el emperador se había vuelto suspicaz del poder que poseía en el sur. Pero esto no viene al caso. Cuando tenía menos de cuarenta años sucedió algo que cambió el carácter del hombre. Su sensibilidad fue herida. El joven Pacificación General de las Provincias Meridionales se convirtió en un hombre áspero, desdichado. Su amigo Chiang Tsung, que pudo salvar a su hijo y ocultarlo, dijo algo acerca de ello en su historia de "El Mono Blanco", pero según el ayudante del general, cierto señor Leí de Kwantung, que era un antiguo miembro del estado mayor del general, no contó toda la historia. El general no pudo sobrevivir a su desgracia. Lo que sigue es la historia narrada por el señor Lei, que ahora es un hombre de sesenta años. Él lo presenció todo. Estuve al servicio del general desde que heredó su rango y su puesto, cuando murió su padre. Como antiguo miembro del estado mayor de su padre, yo gozaba de su confianza. El general tenía una esposa joven. Era hermosa y provenía de una familia encumbrada. Un día fue raptada. Todos sabíamos - todos lo dábamos por sentado - que el Mono Blanco había vuelto a hacerlo. No me gustó ver la cara del general mientras se desayunaba a solas. En esa época nos encontrábamos en Changlo. Se le había advertido al general que no llevara a su joven y bella esposa consigo, durante la campaña en la región de los aborígenes del sur. En seiscientos kilómetros a la redonda, en esa región, el Mono Blanco tenía la costumbre de capturar a mujeres chinas, que desaparecían por completo, sin dejar rastros. Se habían apostado guardias, noche y día, en torno a la casa, y, como precaución extraordinaria, una cantidad de doncellas durmieron en la alcoba de la mujer y algunos criados en la antecámara. En las primeras horas de la mañana, cuando una de las criadas despertó y oyó un ruido, la esposa del general había desaparecido. Nadie sabía cómo entró el raptor, porque las puertas tenían la llave echada. Fui despertado por el grito de la doncella de la dama, que corría de un lado a otro, con el vestido desabotonado, gritando que su ama había desaparecido. Iniciamos la búsqueda. La casa, que era un puesto militar situado en una conocidísima ruta montañesa, se encontraba a treinta metros de altura, en un risco escarpado, sobre una saliente, al borde de una honda sima. Al otro lado del precipicio se erguía un risco musgoso, que hacía frente a la puerta a sólo quince metros de distancia, al mismo nivel. Una espesa neblina hacía imposible la visión más allá de cinco metros, en las primeras horas del alba. Buscar al raptor por esos despeñaderos cubiertos por la niebla resultaba sumamente peligroso. Un resbalón del pie o un error en un recodo del camino significarían una zambullida directa en la sima de abajo y la muerte instantánea. Después de media hora de búsqueda inútil, nos rendimos. El general estaba furioso cuando volvió con nosotros e interrogó a la doncella para enterarse de los detalles. Aferró a la mujer del hombro y la sacudió. - ¿Qué viste? - preguntó. La criada lloraba. - No vi nada. Cuando oí un ruido y desperté, la señora había desaparecido. Por primera vez vi al general perder los estribos. Golpeó a la muchacha en la cabeza. Jamás lo habíamos visto tan fuera de sí. Había sido un hombre justiciero y nosotros, los miembros más antiguos del estado mayor, lo admiramos grandemente cuando vimos cómo había dirigido la campaña de Shih-hsing. - ¿Alguno de ustedes ha visto alguna vez al Mono Blanco? - preguntó. Ninguno de nosotros lo había visto nunca. Pero yo le dije que el Mono Blanco había sido visto por muchas personas en ciudades muy separadas entre sí, en cien kilómetros a la redonda. Había sido observado desde lejos, por gente que juntaba leña, y parecía una

Page 17: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

figura blanca trepando empinadas laderas sembradas de enredaderas y desapareciendo en los picachos cubiertos por las nubes. - ¿Crees que es uno de los aborígenes? ¿Y será esto una venganza? - me preguntó el general. En sus recientes campañas había embotellado a las distintas tribus aborígenes en sus poblados montañeses llamados "cuevas". - No sé. La gente del pueblo dice que de tanto en tanto llegaba por asuntos perfectamente legítimos, llevando un ciervo, unas pocas pieles de castor o colmillos de jabalí, y quizás una o dos glándulas secas de almizcle, cambiándolos por cuchillos de cocina, de carnicero, herramientas de carpintero y sal. Hablaba el chino de corrido y hacía trueques honrados, pero que nadie se atreviese a intentar engañarlo, porque al día siguiente, o a la semana siguiente, el hombre sería encontrado muerto, con una flecha clavada en la espalda. - ¿Qué aspecto tiene? El teniente Wang, que había nacido en la región, dijo que era distinto de los Miaos, los Yaos o los Halaos, porque los hombres de esas tribus eran generalmente morenos y de pequeña estatura, de rostro arrugado incluso en la juventud. Gente que lo había visto decía que el Mono Blanco tenía un metro ochenta de altura, que era robusto, de hombros redondos y brazos potentes, y que, aparentemente, no tenía cuello. La característica más turbadora era la blancura de sus cejas, sus pestañas y el pelo que le crecía por todo el pecho y los brazos y piernas. Cuando corría, las plantas de sus pies tocaban siempre el suelo, lo que le daba un porte peculiar, simiesco, bamboleante. No sabemos si eso había nacido de su costumbre de trepar por pedregosos caminos de montaña; pero esa forma de andar, junto con los grandes dedos de los pies, ampliamente separados, y el sedoso vello blanco de sus piernas relativamente delgadas, le daban un aspecto horrible, grotesco. - Sólo quería muchachas y mujeres muy jóvenes, - agregó Wang. El general estaba sentado, con la barbilla caída sobre el pecho, respirando audiblemente. - ¿Han encontrado alguna vez a las mujeres que raptó, o a los cadáveres? - No, y ese es el misterio - dijo el teniente Wang -. Si las hubiera violado y abandonado luego para que murieran, algunas de ellas habrían regresado, o sus cadáveres hubiesen sido hallados. - ¿Ha raptado también niños? - No. Las madres sólo gritan "Mono Blanco" para asustarlos. Hemos oído que sólo captura a muchachas entre las edades de dieciocho y veintidós años. - El teniente Wang vaciló un instante. - Y, general, muy pocas veces toma a mujeres con hijos. No puedo explicarlo, pero aquí, en este vecindario, ha surgido una curiosa tradición que afirma que las madres están a salvo de él, y algunas madres dicen que ama a los niños. El general se sintió humillado e impotente. No podíamos saber si el Mono Blanco había hecho eso por venganza o como una broma contra el general chino. Aparte de perder a la esposa que amaba, sentía que estaban en juego su honor y el nombre del Ejército Chino. El general se veía ante un enemigo singular. El problema de buscar a semejante raptor solitario, que, según todos los informes, tenía una energía sobrenatural, astucia y resistencia, no se parecía en modo alguno al de planear una campaña corriente. Se enviaron soldados a quince y treinta kilómetros a la redonda, riscos arriba y precipicios abajo, a buscar rastros de su esposa y cualquier clave que pudiese conducir a su rescate. Unas dos semanas después uno de nuestros hombres informó que había encontrado un zapato bordado, rojo, de mujer, en la rama de un árbol, a unos cincuenta kilómetros del lugar. Era seguro que la señora Ouyang no podía haber hecho todo el camino a pie y que

Page 18: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

el raptor la había llevado en brazos. El zapato fue entregado, blando y descolorido, empapado por la lluvia. Fue identificado por la doncella y por el propio general. La probabilidad era que la señora estuviese viva y cautiva, ¿pero dónde encontrar al Mono Blanco? Nos sentimos apenados por el general. Estaba sentado a solas toda la tarde, y un ayudante dijo que apartó de sí la comida después de sentarse a cenar. Ese día nadie se atrevió a hablarle. A la mañana siguiente el general me llamó temprano, antes del desayuno. - Leí - dijo -, hoy salimos a buscar a mi esposa. He decidido postergar la campaña. Elige dos docenas de hombres para que nos acompañen. Lleva todas las provisiones necesarias. Puede que estemos afuera durante un mes... ¿quién sabe? Naturalmente, quiero que venga también el teniente Wang. Hice lo que se me decía. Escogí a dos docenas de jóvenes; algunos de ellos eran los mejores arqueros del país y todos sumamente hábiles en el manejo de lanzas y cuchillos. No necesitábamos llevar muchas provisiones. La fruta abundaba, las naranjas amargas crecían silvestres en las montañas, y nuestros hombres sabían desenterrar taros silvestres y asarlos en las cenizas de una hoguera. Así armados y aprovisionados, no teníamos nada que temer. El propio general era un soberbio espadachín, y podía partir una naranja, con una flecha, a treinta metros de distancia. En rigor gozamos con la expedición, viajando por esas alturas. El paisaje era espléndido. Pasábamos por montañas y selvas vírgenes y cataratas y campiña boscosa llena de gigantescas enredaderas, abetos y bambúes "lacrimosos" que crecían hasta una altura de treinta metros. También había buena caza. No teníamos nada que temer, en el camino, de hombre o animal. Los hombres de las tribus con quienes nos encontrábamos sabían quiénes éramos. Estos hombres eran, en rigor, la gente más hospitalaria del mundo, cuando se les permitía vivir en paz con los chinos. Es cierto que no les resulta molesto clavarle a uno una lanza en la espalda, si se trata de una cuestión de venganza, pero viven de la caza y del cultivo del arroz, y no quieren riñas con gente que se muestre justa en sus tratos con ellos. Pero era inútil tratar de que nos dieran alguna información sobre el Mono Blanco. Todos ellos "no sabían". El general sospechaba que el Mono Blanco, no sólo vivía en relaciones amistosas con esas tribus, sino que incluso era para ellas una especie de héroe. Habíamos estado marchando en dirección sudoeste, hacia una región en la que el general no había estado anteriormente. El paisaje se abría sobre el lecho seco de un amplio río. Como por una división arbitraria, la lujuriosa selva se detenía y un vasto terreno de rocosas colinas desnudas se extendía ante nosotros, suavizado sólo por manchones de recias malezas achaparradas. Grandes peñascos atestiguaban que eso había sido otrora un fértil valle atravesado por un gran torrente de montaña. La naturaleza parecía haber cambiado de idea y dirigido el curso del río hacia otra parte. En el horizonte, al oeste, se elevaba una formidable formación rocosa de columnas, como ojos humanos habían visto raramente. Es correcto hablar de ellas llamándolas columnas, porque esas colinas de caliza habían sido tan corroídas por la lluvia, el viento y la humedad de millones de años, que ahora tenían la forma de torres o pilares perpendiculares y formaban un fantástico contorno aserrado contra el horizonte. Todo rastro de existencia humana había desaparecido. El sol, poniéndose detrás de las pétreas columnas, lanzaba largas sombras extrañas de negro y blanco alternados sobre el ancho valle abierto. Habría resultado difícil encontrar agua en un erial semejante. Además, nos habíamos alejado ciento cincuenta kilómetros de nuestro puesto. El desierto parecía indicar el fin adecuado de nuestro viaje, completamente inútil por lo que concernía a nuestro objetivo.

Page 19: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Pero el general se sintió atraído por la curiosa topografía del lugar. Al otro lado del lecho del río la tierra ascendía en declive, y cuatro o cinco kilómetros más lejos reaparecía y se espesaba nuevamente la vegetación. Un poco hacia el sudoeste el contorno aserrado de las colinas se interrumpía y era reemplazado por un largo y majestuoso muro de impenetrables montañas. Sus picos rocosos captaban la gloria de los rayos del sol y rebrillaban en un resplandor dorado, como una misteriosa ciudad en las alturas. Una bandada de garzas, volando muy alto, hacia la montaña, indicaba que sus nidos estaban allá. El general tuvo también la idea de recorrer el río seco hasta sus fuentes. Aún tenía esperanzas, y nos ordenó dirigirnos hacia la montaña. El día era largo, y si marchábamos continuamente, sin detenernos, podríamos encontrar un lugar para acampar poco después de la puesta del sol. Al cabo de una hora de marcha a lo largo de la orilla no hollada -hasta entonces, llena de delicados guijarros desgastados por el agua, llegamos a la herbosa falda de la montaña. - ¡Miren! - gritó Lo, que era un vivaz joven de veinte años, uno de los ayudantes del general. Vimos un montículo de piedras chamuscadas, rodeadas de cenizas. Alguien, sin duda, había acampado allí, encendido un fuego y cocinado. En torno yacían cáscaras resecas de naranjas y bananas. Hacía dos días que no veíamos a un ser humano, y la visión de las cenizas del fuego nos proporcionó una vez más una consoladora sensación de contacto con el mundo humano. El joven Lo fue de un lado al otro, examinando el suelo, y de pronto volvió a exclamar "¡Miren!" Todos nos precipitamos hacia él. Lo nos mostró un trozo de cinta negra como la que usan las damas para recogerse el cabello mientras se visten. - Debe de ser de la señora Ouyang - dijo el joven Lo. Gustosos le habríamos creído, pero no había motivos para suponer que una cinta de mujer debiese pertenecer necesariamente a la esposa del general. El general, es claro, no podía decir si era de ella o no. No hizo más que mirar el trozo de cinta y suspirar. Pero es muy humano introducir nuestros deseos en nuestros pensamientos cuando una búsqueda es inútil y las perspectivas resultan desesperantes. El ambiente se tornó tenso. Todos gozaríamos encontrando a nuestra presa y entrando en acción. Sabíamos que nos encontraríamos con un enemigo peligroso, pero el tumulto del combate era mejor que esa monótona marcha. Acampamos, para pasar la noche, bajo el cielo estrellado. Caminar en un bochornoso día de junio, por el calcinado lecho de un río, resultaba penoso, incluso para veteranos, y nos quedamos profundamente dormidos. A la mañana siguiente proseguimos nuestro viaje. Era todo ascendente. Debemos de haber subido unos cien metros en dos horas. Sólo un pequeño hilo de agua corría y se escurría en el fondo del barranco y desaparecía nuevamente en el suelo. Los blancos peñascos gigantescos de abajo reflejaban el intenso calor, y una columna de vapor ascendía de ellos. La boscosa cuesta abundaba en faisanes, y a menudo entreveíamos el brillante plumaje de las aves arrastrándose por entre las ramas. Por todas partes se extendían enredaderas del tamaño de palmeras, proporcionando un conveniente asidero. Una vez más nos encontrábamos a gran altura. Cuando llegamos a la cima vimos un sorprendente espectáculo. Un dique había sido construido en la parte superior de la serranía, con grandes peñas y piedras desbastadas. Cuándo, cómo y por quién había sido levantado, resultaba difícil imaginarlo, porque las piedras eran tan grandes, que, sin herramientas adecuadas, sólo habrían podido ser movidas por una raza de gigantes sobrehumanos. Era claro que había sido construido por la gente que vivía al otro lado, para desviar la corriente, porque un veloz y hondo

Page 20: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

torrente corría por la izquierda y caía en un profundo estanque, abajo. Una vieja losa se levantaba en ángulo, semienterrada, con la extraña escritura de los Man. Un soldado que provenía de los Man nos dijo que decía "Lugar Protegido de los Grandes Cielos Altos". Aparte de la solitaria losa caída, estábamos tan lejos como antes de todo signo de morada humana. Luego de una inspección quedó establecido que la rápida corriente montañesa que caía en la profunda sima constituía una barrera infranqueable entre el lugar en que nos encontrábamos y el otro lado. Contorneaba la montaña a lo largo de varios kilómetros, y no se veía puente alguno - de madera o de cuerdas. La orilla opuesta era un risco tan empinado, que, de todos modos, un puente no habría servido de nada. Parecía que los habitantes de la montaña habían construido el dique para desviar la corriente, más como defensa militar que con fines agrícolas, convirtiendo la montaña en una fortaleza invulnerable. Sin embargo, debía de existir algún lugar de acceso desde el norte. Doblamos hacia la derecha, torrente arriba. Durante un corto trecho las zarzas eran tan espesas y abundantes, que perdimos de vista la corriente. Cuando salimos vimos que a ciento cincuenta metros de nosotros se levantaba un muro de sólido granito, con la forma de la muralla natural de una ciudad situada en una colina. A lo largo de una fisura existente entre las rocas se veían a intervalos peldaños de piedra que terminaban, empero, en las sombras de los peñascos. Sin duda habíamos encontrado la entrada, pero el acceso era tan difícil, que durante un instante nos miramos los unos a los otros. - Bien - dijo el general -, esto parece una locura. Es imposible saber qué hay al otro lado. Se necesita más que músculos para lograr entrar en ese castillo natural. Somos iguales a cualquiera, por lo que respecta a lanzas y flechas, pero sin un lugar de salida estaríamos luchando en un terreno ciego. A la gente que vive allí no le agrada la visita de los desconocidos entremetidos, pueden estar seguros de ello. Aun así, me gustaría explorar. Si el Mono Blanco está ahí, habrá una lucha animada. Si no, es posible que la tribu sea amistosa. ¿Qué opinan? Todos nos declaramos partidarios de entrar a investigar. Cuando llegamos a la cima, descubrimos que era una trampa mortífera. Había un espacio nivelado de unos diez metros de diámetro, vulnerable desde arriba a las lanzas y flechas. Nuestra única protección serían unos cuantos metros de roca saliente. Un estrecho pasaje zigzagueaba unos tres metros por entre dos rocas y conducía a una pesada puerta construida con alguna madera dura, firmemente asegurada por el otro lado. Sólo una persona por vez podía pasar por el corredor. Ni una fortaleza habría sido mejor construida o concebida. Golpeamos vanamente contra la puerta. Escuchando de cerca oímos, a lo lejos, las voces y las risas de mujeres y niños. Aporreamos la puerta y gritamos. Al cabo de unos veinte minutos apareció sobre las rocas una cabeza para preguntar quiénes éramos. El teniente Wang, que hablaba el dialecto de ellos, dijo que éramos un grupo de cazadores que buscábamos un paso hacia el sur. La cabeza desapareció y pronto se escuchó adentro un gran alboroto de evidente excitación. Cuando volvimos a mirar vimos que nos apuntaba una docena de flechas. El general les aseguró de nuestras intenciones pacíficas y les pidió que abrieran la puerta. Era una situación desesperada. Cuando la puerta se abrió, Wang entró el primero en el pasaje. Lanzó una mirada en torno. Veinte flechas, en dos hileras, estaban apuntadas contra la entrada, la primera fila de hombres arrodillados y la segunda de pie. Wang descubrió que era un blanco perfecto. Más cerca, a ambos lados de la puerta, había cinco o seis hombres con sus cortos puñales levantados. La cabeza de cada intruso inoportuno podía ser rebanada convenientemente en cuanto se asomara por la entrada de

Page 21: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

la cueva. En tal situación la discreción constituía la mayor parte del valor. Wang avanzó con una sonrisa y los hombres de los cuchillos lo rodearon. Wang trató de hablar. Le sacaron el puñal de la vaina. En ese instante el segundo y el tercer hombres salieron corriendo. Los cuchillos tintinearon y las flechas zumbaron. Tres o cuatro personas yacían ya por tierra. De pronto la lucha fue detenida por una voz. Levantamos la mirada y vimos al Mono Blanco cerca, de pie sobre la cima de un peñasco, a unos cinco metros de altura. El general Ouyang se adelantó y el Mono Blanco bajó para salirle al encuentro. - Todo esto es un error - dijo el general Ouyang -. Estamos viajando hacia el sur y nos agradaría pedirle permiso para pasar. - Se presentó. - Me siento grandemente honrado - respondió el Mono Blanco. Cualquier otro caudillo habría mostrado el mayor respeto hacia la autoridad del general, pero el Mono Blanco actuaba como si simplemente fuese el orgulloso anfitrión de un viajero. Tenía el cabello peinado en un rodete, y, como los demás miembros de la tribu, estaba descalzo. A despecho de sus terroríficas cejas blancas, tenía cierta calma y dignidad -. Como son ustedes mis huéspedes, le pediré que ordene a sus hombres que bajen las armas. Como ve, estoy desarmado - dijo, y lanzó una amplia y estrepitosa carcajada. El general nos ordenó que nos desarmáramos. Viendo eso, el Mono Blanco se mostró grandemente satisfecho y se tornó cordial. Ayudamos a los heridos a ponerse de pie. Es difícil describir la sensación que experimenté cuando examiné el paisaje. Una ancha planicie, rodeada de altos picachos por todos los costados, sombreada por naranjos y palmeras enanas y salpicada de arrozales, parecía un reino encantado. El aire era balsámico y agradable, en marcado contraste con el calor de afuera. Había en la luz del soleado valle y en los frescos colores de flores y frutas y hojas algo que provocaba un sentimiento de júbilo, como si repentinamente hubiésemos sido trasportados a otro mundo. Aquí y allá se levantaban cabañas de troncos, cubiertas de hojas secas, con los pisos a unos centímetros por sobre el suelo. Mujeres y niños semidesnudos jugaban y reían al sol. Periquitos de un blanco níveo y de un bermellón increíble volaban de árbol en árbol. Resultaba casi imposible albergar malos pensamientos en semejante región encantada. - ¡Qué hermosa tierra tienen! - exclamó el general, cortés y sinceramente -. Me da envidia. - Y bien vigilada, ¿no? - replicó el Mono Blanco con una rápida carcajada. El Mono Blanco vivía en una choza construida con gruesos troncos. El piso estaba cubierto de toscas tablas. Apenas había muebles, aparte de algunos tablones que servían de bancos, y de una tabla de madera de teca, sostenida por trozos de tronco, que hacía las veces de la única mesa de la casa. Un gran gentío, curioso y feliz, se había apiñado para contemplar a los visitantes, y entre sus componentes pudimos ver a algunas mujeres chinas. Era el mediodía, y nos sirvieron arroz y un plato de sabor punzante, oloroso, que parecía ser un guiso consistente en vegetales, especias y entrañas de cerdo. El Mono Blanco tenía varias esposas, llamadas mei-niang. Las mujeres no estaban recluidas como en la sociedad china. El general no mencionó a su esposa desaparecida, pero pude ver que estaba tenso mientras hablaba y bromeaba con su anfitrión, durante el almuerzo. El Mono Blanco le propuso al general llevarlo a ver su país después de almorzar. Quizás el Mono Blanco quería demostrarles a sus invitados (o cautivos, no sabíamos cuál de las dos cosas) cuan inútil sería cualquier tentativa de fuga. Esa extraña criatura caminaba con pasos rápidos y vivos, a despecho de sus casi cien kilos de peso. Su cuerpo, tan robusto por arriba y de piernas relativamente delgadas, parecía especialmente adaptado para marchar por la selva y para trepar. Aparentemente

Page 22: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

armonizaba con el lugar. En cierto modo los colores y la luz del valle hacían que sus cejas blancas, en su tez cobriza, resultaran menos formidables de lo que yo había imaginado. Las profundas arrugas que le enmarcaban la boca y las mejillas, los nervudos brazos, la enorme espalda y los robustos hombros hablaban de gran fuerza y destreza musculares. Estaba orgulloso y feliz, y parecía como que no le debiese nada a nadie - y por cierto que no tenía el aspecto de haber secuestrado a la esposa de su invitado. El caudillo y el general caminaban adelante, seguidos de Wang, de mí mismo y de algunos otros. El general vio a una mujer china de unos treinta años, con un niño, a la puerta de su cabaña, y dijo a su anfitrión: - Me parece que es china. - Sí, hay muchas de ellas. A usted le agradan las mujeres hermosas, ¿verdad? - preguntó el Mono Blanco con negligencia. La mujer nos contempló en silencio, y nosotros pasamos de largo. - Los niños también son más bellos - dijo el caudillo, un tanto incoherentemente, siguiendo sus propios pensamientos -. Es que nada hace más felices a mis hombres que tener mujeres hermosas como esposas. Y yo quiero que mi gente sea dichosa. En este país lo tenemos todo: peces, caza, aves, arroz. No necesitamos dinero, y yo no cobro impuestos a mi gente. Si pescan un gran pez, se lo comen, y si pescan un pez pequeño se comen el pez pequeño. Si quiere quedarse hasta mañana le mostraré dónde pescamos. Sólo nos faltan sal y mujeres... y cuchillos, por supuesto. - ¿Qué quiere decir con eso de que les faltan mujeres? Aquí he visto a muchas. - Vi que el general dirigía cuidadosamente la conversación. - No son bastantes. Tenemos más de trescientos hombres y apenas un poco más de doscientas mujeres. Esta rica meseta puede alimentar por lo menos a mil más. Quiero ver todo este reino - dijo, con un amplio movimiento de la mano - lleno de gente, de gente hermosa, de gente vigorosa. No disponemos de suficientes mujeres. - ¿Cómo es eso? - inquirió el general, sorprendido. - Hay unas trescientas mujeres, si quiere contar a las ancianas. Yo no las cuento. Sólo las mujeres entre los dieciocho y los cuarenta y cinco años dan hijos. Las mujeres chinas dan muchos hijos. Hay aquí una que traje hace diez años y que ha dado a luz siete niños en sucesión, y todos bellos. No sé por qué, pero por lo general nuestras mujeres sólo tienen dos o tres hijos. Prefiero a las mujeres de la raza de usted. - ¿Qué hizo? ¿Las raptó? - La conversación se acercaba al tema. - No. Las traje aquí. Si otros pudieran, también se llevarían las nuestras. Pero que lo intenten. - El Mono Blanco se interrumpió con una carcajada, y luego agregó: - Su gente es rara. Perdóneme por decirlo. No entiendo cómo conciertan matrimonios entre los padres del chico y los de la niña. Yo no llevaría a una novia a mi casa, a menos de que pudiese pasarla en brazos por sobre el umbral. - ¿Y le parece que es mejor de ese modo? El Mono Blanco lo observó con curiosidad. - De esa manera nos divertimos y excitamos más. Usted ha visto a una muchacha. Le gusta. Le pide a los padres que dispongan las cosas de modo que ella vaya a su casa. El novio no hace nada. ¿Dónde está la excitación? El general se sintió deprimido. Pensó que sería inútil discutir con el Mono Blanco en cuanto a la "excitación" de secuestrar muchachas para esposas. - ¿Trajo aquí a las mujeres chinas por la fuerza? Mi gobierno no lo aprueba, ¿sabe? El Mono Blanco rió, sugiriendo que no le importaba que el gobierno chino lo aprobase o no. Llegamos a la cima de una loma, donde pudimos ver toda la meseta. Una diferencia en el tono de la vegetación de la ribera opuesta nos permitió seguir con la mirada el curso

Page 23: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

del río, que la circundaba por el sur y el este hasta detenerse ante un risco, en el que comenzaba la montaña rocosa, por el oeste y el norte. Si la intención del Mono Blanco era impresionarnos con la fortaleza de su posición y lo desesperado de cualquier intento de invadir su país, obtuvo pleno éxito en ello. Esa noche el caudillo nos ofreció una gran cena de gallina de guinea y faisán, terminando con tortuga. El caudillo lo convirtió en un acontecimiento. Se puso una túnica color canela y sobre ella un chaleco de piel de elefante pintado de rojo. Unas cuantas piezas menores estaban atadas en torno a sus brazos. El conjunto tenía la forma de una armadura, cosa que en realidad era, impenetrable a las armas. Una docena de hombres de la tribu, armados de lanzas, estaban de pie a lo largo de la pared. Las mujeres del Mono Blanco iban y venían, sirviendo comida a la mesa. No nos habíamos atrevido a preguntar a la gente de la aldea por la esposa del general, por temor de que nuestra misión fuese descubierta. Pero el Mono Blanco debe de haber sabido para qué estábamos allí, aunque siguió siendo el más cordial de los anfitriones. Durante toda la cena el general se mostró preocupado. El Mono Blanco había admitido, prácticamente, que la había secuestrado. De pronto oímos adentro un grito de mujer. El general reconoció la voz de su esposa y se puso de pie. Ella había visto una oportunidad para huir, mientras las otras mujeres se hallaban atareadas, e irrumpió en la habitación. Cuando vio a su esposo, cayó sobre los hombros de él y lloró lastimosamente. El Mono Blanco la contemplaba, mientras el general trataba de consolarla. - Esta dama es mi esposa - dijo el general Ouyang, esperando que sucediese lo peor. - ¡Oh, no! - exclamó el Mono Blanco con fingida sorpresa -. Eso lo hace todo difícil, ¿verdad? - Jefe, he venido aquí como amigo y me iré como amigo. Debes permitirme que me lleve a mi esposa. - No devuelvo lo que tomo. Ella es mía hasta que me la quites. No devuelvo. Trae mala suerte. De pronto el rostro del Mono Blanco se volvió terrorífico. Tenía la mano sobre la vaina del cuchillo. - ¡Guardias! - gritó, y los hombres de la tribu extrajeron sus puñales. - Acuérdate de que soy tu invitado - dijo el general con firmeza, mirando a su rival. Sabía que la tribu tenía un estricto código de hospitalidad. El Mono Blanco dejó que la mano le cayera al costado. Se acercó al general y dijo: - Lamento que haya sucedido esto. Pero yo gobierno en mi territorio como tú en el tuyo. No te aconsejaría que trates de llevártela de aquí. Empero, eres un buen arquero, ¿no es cierto? - Tolerable - repuso el general con orgullo. - Bien, entonces mañana decidiremos honorablemente la cuestión, según nuestras costumbres. - Se acercó a la mujer y dijo: - Hasta entonces es mía. La esposa tembló de miedo y no supo qué iba a suceder. - Quizá las cosas no estén tan mal como parecen - le dijo el general -. Estoy seguro de que lograré arreglarlo todo de modo de llevarte a casa. Y ahora vuélvete. La esposa permitió que las otras mujeres la llevaran adentro. La atmósfera estaba tensa y la conversación era torpe. Pero el Mono Blanco no parecía tener nada sobre la conciencia y actuaba como si fuese el más honrado de los hombres. Nosotros conocíamos, por supuesto, la costumbre aborigen del tuoch'in o rapto de esposas. - Yo mismo traje aquí a estas mujeres - explicó él -. Si al cabo de un año una mujer no me da un hijo, la entrego a uno de mis hombres. Tú conoces nuestras costumbres, general.

Page 24: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Siguió explicando. Entre esas tribus, una muchacha escoge a un hombre en el baile anual de cortejo, va con él a la montaña y vive con él desde entonces. Si al cabo de un año nace un hijo, va con él a visitar a sus propios padres. Y desde ese momento se la considera casada. De lo contrario, la unión es disuelta y al año siguiente elige a otro hombre en el baile de Año Nuevo. Y esto sigue hasta que ha concebido o hasta que es madre. - Yo hago lo mismo cuando una mujer no tiene un hijo conmigo - agregó el Mono Blanco -. La entrego. Otros tienen que hacer el intento. El general ahogó una exclamación. - ¿Y qué pasa si alguna mujer no puede tener hijos? - Sucede muy raras veces, si se las cambia continuamente. Si no pueden, quedan deshonradas. Por otra parte, sería criminal separar a las madres de sus hijos. Los hijos son el verdadero motivo del matrimonio, y los esposos son la excusa. Como pueden ver - concluyó -, todas ellas llegan a ser madres y son muy dichosas aquí. Al día siguiente se anunció una justa de enamorados, que sería precedida por un baile de cortejo que el Mono Blanco había ordenado para esa ocasión especial. Hombres, mujeres y niños se pusieron sus mejores atavíos. Por la mañana, los jóvenes y las muchachas, felices ante la perspectiva del baile, abandonaron sus tareas y se pasearon con sus trajes festivos. Un baile de galanteo duraba generalmente hasta la noche, momento en que los amantes, habiendo elegido a sus compañeros, se iban al bosque. Las muchachas, por lo común alegres, se paseaban en grupos, mirando en torno y sonriendo a los jóvenes, tratando de decidir a cuáles les gustaría escoger para amantes de la noche. El baile no comenzó hasta las cuatro de la tarde. El Mono Blanco apareció entonces con sus esposas e hijos, y la señora Ouyang, con aspecto desconcertado, estaba entre ellos. El Mono Blanco estaba vestido con su atavío de guerra, orgulloso de su peto de piel de elefante. Las profundas arrugas de su curtido rostro se veían claramente al sol. De la cintura le pendía una vaina por la que asomaban los mangos pulidos, gastados, de dos puñales, envueltos con finos hilos de plata. Parecía tan feliz y orgulloso como un rey. El baile comenzó nada formalmente y en no muy buen orden. Los tamborileros, que tocaban en tambores de piel de serpiente, estaban sentados en torno a una estaca, de quince metros de altura, que se erguía en el centro del terreno, en tanto que dos hombres tocaban en largos cuernos. Los instrumentos eran de más de un metro y medio de largo, tenían forma de trompetas y emitían notas largas, bajas, que podían ser escuchadas a un kilómetro de distancia. Mientras los ancianos golpeaban con sus lanzas en el suelo, las muchachas se tomaron de las manos y bailaron en círculo en torno al poste, y sus cintas matrimoniales rojas, bellamente bordadas, aleteaban y ondeaban delante de ellas. Todas las muchachas tenían una cinta matrimonial, en la que habían trabajado con el mayor cuidado y habilidad. Las madres observaban, en tanto que los jóvenes permanecían en torno a ellas y gritaban y aplaudían. Cuando una muchacha veía a un hombre que le gustaba, agitaba su cinta hacia él cuando pasaba a su lado. Si ella le gustaba al hombre, éste tomaba el otro extremo de la cinta y se unía a ella. Esto continuó con gran cantidad de coqueteos, bromas, risas y canciones. Pronto se formaron más y más parejas, los hombres bailando afuera del círculo y sosteniendo las largas cintas rojas de sus respectivas compañeras. La señora Ouyang contemplaba, fascinada. El general se impacientaba, pero el Mono Blanco gozaba del espectáculo y reía y bebía con absoluta despreocupación. En el peor de los casos sólo perdería a una de sus esposas.

Page 25: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Bien - dijo a su invitado -, sé que eres un gran general y no me gustaría ser injusto contigo. Seguiremos nuestra antigua costumbre, y que gane el mejor de los dos. Pidió prestada a una de sus esposas la cinta matrimonial, y explicó en qué consistiría la prueba, que era el método usado cuando dos hombres pretendían a la misma muchacha. La cinta tenía de doce a quince centímetros de ancho y en ella se veía bordada una serpiente. Sería izada a la punta del poste y quien llegara con su flecha más cerca del ojo de la serpiente sería el que ganara a la mujer. La cinta bordada fue subida y aleteó perezosamente al viento. Todos los hombres, mujeres y niños se agruparon en torno y contemplaron el espectáculo, llenos de excitación. Muy pocas veces se llevaba a cabo semejante competencia de enamorados. - ¿Cómo quieres hacerlo? ¿Digamos a cien pasos de distancia? - preguntó el Mono Blanco. El general Ouyang vaciló durante un segundo, pero aceptó. Era un blanco pequeño que se movía irregularmente, y acertar en él era tanto cuestión de suerte como de habilidad. Le fueron llevados su mejor arco y flechas. La muchedumbre se apartó, los tambores resonaron y el ambiente quedó tenso de excitación. La señora Ouyang comprendió entonces que su libertad dependía de la puntería de su esposo. Éste podía lanzar tres flechas. El general era un experto arquero. Había matado aves en vuelo a mayores distancias. Pero por lo general un pájaro vuela en línea recta. Apuntó a la cabeza de la serpiente que estaba más cercana al poste... ¡zum! Le erró debido al retozón ondular del pendón, y la flecha se perdió a lo lejos. - No tuviste en cuenta el viento - hizo observar el Mono Blanco, que evidentemente estaba del mejor talante. Con la segunda flecha el general tuvo mejor suerte, porque perforó la cinta cerca del cuello de la serpiente. - ¡Bravo! - exclamó el Mono Blanco -. Te queda otro disparo. La última flecha erró por completo. Entonces se adelantó el Mono Blanco. Pulsó su potente arco como si fuese un juguete, complacido por la oportunidad de enfrentar su habilidad a la del general chino. Se quedó inmóvil. En cualquier momento su flecha abandonaría la cuerda. Inclinó la cabeza y por un instante pareció vivir en su mirada fija en el blanco. En una fracción de segundo, cuando percibió un movimiento ondulante de la cinta, lanzó su flecha, que atravesó la cabeza de la serpiente. Un gran grito surgió del gentío. El tamborilero batió el tambor como si quisiera romperlo. Las flechas habían sido marcadas y no era posible ninguna disputa al respecto. El general Ouyang tragó saliva penosamente, y su esposa sollozó. Había sido una prueba equitativa, y el general tuvo que aceptar la decisión. - Lo siento muchísimo - dijo el Mono Blanco -. Pero te portaste muy bien. La señora Ouyang se desmoronó y rompió a llorar. Era una despedida tristísima y dura. El general se mordió el labio y trató de no demostrar lo que sentía. Las armas habían sido dejadas fuera de la entrada de la cueva, para que las recogiéramos al salir. El Mono Blanco nos acompañó hasta la entrada y regaló al general un antiguo tambor de cobre. - Que no queden resquemores, general. El año próximo, si quieres venir a visitarme, serás bienvenido. Si para entonces mi esposa no me da un hijo, te la devolveré. Al año siguiente sucedió una cosa extraña. El general fue a ver a su esposa y descubrió que había dado a luz un niño. Para su sorpresa, estaba vestida como una mujer aborigen y, con una expresión de dicha, mecía al niño en los brazos, exhibiéndoselo orgullosamente. El general perdió la paciencia.

Page 26: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Creo que todavía puedo convencer al caudillo de que te deje regresar conmigo - le dijo. Pero la esposa se mostró firme. - No - respondió -, vete sin mí. No puedo dejar a mi hijo aquí. Soy su madre. - ¿Qué, quieres decir que prefieres quedarte? No amas al caudillo, ¿verdad? - No sé. Es el padre de mi hijo. Vete solo. Yo soy feliz aquí. El general se tambaleó, literalmente, cuando oyó las palabras de su esposa. Necesitó muy poco tiempo para darse cuenta de que las costumbres del Mono Blanco no eran tan estúpidas como había creído. El Mono Blanco había triunfado sobre él inexorablemente, y el general sabía por qué. Esta última humillación fue un golpe demasiado grande para él. En adelante fue un hombre vencido.

3. LA ESQUELA DEL DESCONOCIDO De la colección Ch'ingp'ingshan T'ang, número 2. Ch'ingp'ingshan T'ang era el nombre de la casa editorial. Estas huapen, o copias de narradores de cuentos, podían, en apariencia, ser vendidas por separado, porque no había un título general para el libro, en el que se encuentran narraciones tanto literarias como vernáculas. Como de costumbre, no se da el nombre del autor. El original de este relato lleva tres títulos: "El Monje que envió la esquela", "Tiíta Hu" y "Una Carta Erróneamente Entregada", y el subtítulo "Kungan ch'uan-ch'i", que significa que era una narración de crimen y misterio. Era, por lo tanto, un cuento de casa de té popular, que circulaba bajo varios nombres. El mismo relato se encuentra en otra colección, Kuchin Shiaoshuo. Aparte de ésta, la mejor narración de crimen que he encontrado es "Tsui Ning Equivocadamente Ejecutado", en las otras copias de narradores Sung, el Chingpen T'ungsu Hsiaosho. El original muestra al "desconocido" como un petardista y bribón de siete suelas disfrazado de monje. Además de omitir y proporcionar algunos detalles, he trasladado la simpatía del lector hacia el desconocido, y hecho que la esposa se aferrara a éste en lugar de volver junto a su primer esposo, cosa que resultaba más satisfactoria para un público chino. (En el original la esposa era un mujer sufrida, sumisa, que no hacía nada por su propia iniciativa.) Por lo demás, esta versión sigue los contornos principales del original. Estaba cercana la hora del mediodía. El día era caluroso y se veían pocos peatones en la calle. La casa de té de Wang Erh se encontraba situada dos calles más atrás de los pasajes cubiertos y del mercado del centro de la Ciudad Oriental, donde se hallaban los mejores restaurantes. El gentío matinal, que había acudido a su establecimiento para beber una taza de té e intercambiar chismorreos y noticias, se había dispersado, y Wang Erh lavaba en ese momento sus teteras - unas dos docenas - y las apilaba en un estante. Hecho eso, tomó su pipa y se preparó para gozar de un descanso. En ese instante vio a un hombre alto, bien vestido, que entraba en su tienda. Las hirsutas cejas y los negrísimos ojos del visitante le proporcionaban un aspecto notable. Wang Erh nunca había visto a ese hombre anteriormente, pero eso no le sorprendió. Toda clase de gente iba a su tienda; eso era lo que hacía que resultase interesante dirigir una casa de té. Comerciantes y sus familias, estudiantes, viajantes de comercio, tahúres, estafadores y desconocidos de paso, todos iban a descansar y a cobrar nuevas fuerzas. El alto desconocido eligió una mesa interior, y dio la impresión de ser un poco reservado, de estar incluso un tanto nervioso. Wang Erh vio que estaba preocupado, y le pareció mejor dejarlo tranquilo.

Page 27: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Pronto pasó por la calle un chiquillo vendedor, gritando: ¡Perdices fritas hutu! ¡Hey-yo, deliciosas perdices fritas! El caballero lo llamó. El chico, que tenía la cabeza afeitada como un monje, dejó su bandeja sobre la mesa y comenzó a ensartar varias hutu en una vara, espolvoreándolas con sal. - Por favor, señor, aquí tienes tu perdiz. - Déjala ahí. ¿Cómo te llamas? - Seng-erh, ese es mi nombre, porque me parezco a un monje pequeño - respondió el chiquillo con una sonrisa inocente. - ¿Te agradaría ganar algún dinero extra, pequeño monje? - Por cierto. - Los ojos del niño se iluminaron. - Quiero pedirte que me hagas un favor. El alto caballero señaló una casa, la número cuatro a contar de la esquina, situada en una calleja que se abría a la calle en un punto que estaba frente a la casa de té. - ¿Sabes quién vive en esa casa? - preguntó. - Esa es la casa del señor Huangfu, un funcionario de palacio encargado de los uniformes oficiales. - Sí, ¿eh? ¿Y sabes cuántas personas viven en la casa? - Sólo tres. El funcionario, su joven esposa y una hi-jita adoptiva. - Perfectamente. ¿Conoces a la dama? - Sale muy pocas veces de su casa. Pero a menudo me compra perdices, y la conozco. ¿Por qué lo preguntas? El desconocido vio que Wang Erh no miraba, de modo que sacó una bolsa y dejó caer unas cincuenta monedas en la bandeja del chico, ante lo cual los ojos de éste brillaron. - Eso es para ti - dijo. Luego le mostró un paquete, que contenía un par de brazaletes de hilo de oro trenzado, dos pequeños broches para el cabello y una esquela. - Dale estas tres cosas a esa dama. Pero acuérdate: si ves al esposo no se las entregues a él. ¿Está claro? - Tengo que darle estas cosas a la señora. No debo dárselas al funcionario de palacio. - Eso mismo. Cuando le des el billete a la dama, espera la respuesta. Si ella no viene contigo, díme lo que te ha contestado. El chico fue a la casa, pero cuando levantó la cortina y atisbo hacia adentro, vio al funcionario de palacio sentado en la habitación del frente, mirando directamente hacia la puerta. Huangfu era un hombre de baja estatura, de más de cuarenta años, de anchos hombros y un rostro ancho, chato, más bien rectangular. Había estado de servicio en palacio durante los últimos tres meses y vuelto a su hogar hacía sólo dos días. - ¿Qué estás haciendo aquí? - preguntó el funcionario, y corrió en persecución del niño, que inmediatamente se había vuelto para huir. Huangfu lo tomó del hombro y lo sacudió con violencia -. ¿Qué es eso de fisgonear en mi casa y de escaparte de ese modo? - Un caballero me pidió que le entregara un paquete a tu esposa. Me dijo que no te lo diera a ti. - ¿Qué hay en el paquete? - No te lo diré. El caballero me dijo que no te lo entregara. El funcionario le propinó un golpe tan resonante, en la cabeza, que el chico hizo una mueca de dolor y se tambaleó. - ¡Entrégamelo! - gritó Huangfu con su profunda voz de funcionario. El niño no tuvo más remedio que hacer lo que se le ordenaba, aún protestando: - No es para ti, es para ella. Huangfu abrió el paquete y vio las pulseras, el par

Page 28: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

La esquela del desconocido 69 de broches para el cabello y la carlita, que decía lo siguiente: "Querida señora Huangfu: Quizá me considere atrevido, pero desde que la vi en el restaurante no he podido borrarla de mis pensamientos. Me agradaría visitarla, pero ha vuelto ese asno de su marido. ¿Podría verla a solas? Venga con el mensajero de este billete, o dígame cómo puedo encontrarla. Le envío estas cositas como pruebas de mi gran estima. Su admirador (sin firma)." El funcionario hizo rechinar los dientes. Enarcando las cejas, preguntó fríamente: - ¿Quién te dio este mensaje? Sang-Erh señaló la tienda de Wang-Erh, al otro lado de la calleja, y dijo: - Un caballero de cejas hirsutas, grandes ojos, nariz chata y boca ancha. Huangfu tomó al chico del brazo y lo arrastró hasta la tienda. El desconocido se había ido. A despecho de las protestas de Wang Erh, el funcionario se llevó al chiquillo de vuelta a su casa y lo encerró bajo llave. El pequeño se sentía ahora terriblemente asustado. Huangfu estaba estremecido de cólera. Llamó a su esposa con voz imperiosa. La joven esposa era una mujer delicada y más bien bella, de veinticuatro años, de rostro pequeño e inteligente. Vio que su esposo estaba pálido y jadeante, y no pudo entender qué había sucedido. - ¡Mira esto! - le dijo Huangfu, contemplándola torvamente. La señora Huangfu se sentó calmosamente en una silla. Tomó los artículos y los examinó. - ¡Lee la carta! Ella la leyó y meneó lentamente la cabeza. - ¿Me la han enviado a mí? Debe de ser 'un error. ¿Quién la mandó? - ¿Qué sé yo quién la mandó? ¡Tú eres la que lo sabe! ¿Con quién cenaste durante los tres meses en que estuve de servicio? - Tú me conoces bien - replicó suavemente la joven esposa -. Yo no haría tal cosa. Hace siete años que estamos casados. ¿He hecho alguna vez algo que una esposa no deba hacer? - Y entonces, ¿de dónde viene esta esquela? - ¿Cómo puedo saberlo? Incapaz de explicar la procedencia de la carta y de dejar sentada su inocencia, la esposa rompió a llorar. - ¡Qué clase de extraño desastre ha caído sobre nosotros desde un cielo despejado, azul! - gimió. Sin previo aviso, el esposo la abofeteó. La señora Huangfu lanzó un grito y corrió hacia las habitaciones interiores. El funcionario de palacio llamó a la criada de trece años de edad Ying-erh, su hija adoptiva. Las mangas cortas de la joven dejaban al descubierto sus rollizos brazos, rojos del lavado. Permaneció rígidamente erguida, esperando una orden, temblando un poco, como siempre que se encontraba ante su amo. Temerosa, vigiló todos los movimientos de él. Huangfu tomó de la pared un trozo de bambú y lo dejó caer al suelo. Luego tomó una cuerda y ató las manos de la doncella, lanzando el otro extremo por sobre una viga del techo. Levantó a la joven y, tomando el bambú en la mano, dijo: - Díme, ¿con quién cenaba la señora cuando yo estaba ausente? - Con nadie - respondió la muchacha con voz aterrorizada. Huangfu comenzó a castigar a la joven con el bambú, y su esposa, adentro, tembló al oír los gritos. Los azotes y las preguntas continuaron durante un rato. Incapaz de continuar soportando, la criada dijo al cabo:

Page 29: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Cuando estabas ausente, Madre dormía todas las noches con cierta persona. - Eso ya es mejor - dijo el amo. La hizo bajar y la desató. - Y ahora díme, ¿quién era el individuo que dormía todas las noches con tu madre, en mi ausencia? La joven se enjugó los ojos y contestó, con odio en la voz: - Te lo diré. Dormía todas las noches conmigo. - ¡Pienso llegar al fondo de esta cuestión! - juró él, y salió, cerrando la puerta con llave a sus espaldas. La esposa y la hija adoptiva se miraron. La señora Huangfu vio los moretones de los brazos y la espalda de la joven, y corrió a lavarle las heridas, gritando "¡Animal!" La esposa se estremeció ante la visión de la sangre que había enrojecido el agua de la jofaina. Mientras la vertía en el sumidero volvió a mascullar: "¡Qué bruto, qué animal!" La muchacha observaba a su bondadosa madre adoptiva; le dijo: - Si no hubiera sido por ti, habría vuelto a nuestra aldea. Y tú también deberías hacerlo. - Cállate, no digas eso. La señora Huangfu parecía aturdida, incapaz de entender lo que había ocurrido. Al cabo se volvió hacia el chiquillo, que estaba acurrucado en un rincón de la habitación, y le preguntó: - ¿Qué aspecto tenía el desconocido? El chico repitió la descripción y se lo contó todo. La esposa y la hija adoptiva permanecieron sentadas en silencio, absolutamente desconcertadas. Media hora más tarde regresó el esposo con cuatro funcionarios de la ley. Arrastrando al chiquillo vendedor de perdices, dijo a los hombres: - Tómenle el nombre. - Los hombres hicieron lo que se les decía, respetuosos del puesto de Huangfu, el funcionario de palacio -. No se vayan todavía. Adentro hay más personas. - Llamó a su esposa y a la doncella y exigió que los tres fuesen arrestados. - ¿Cómo podremos atrevernos a arrestar a la dama? - Tienen que hacerlo. Hay de por medio un asesinato. Asustados por sus palabras, los hombres tomaron los nombres de los tres y salieron de la casa escoltando a los prisioneros. Un grupo de vecinos se había apiñado afuera. Cuando la señora Huangfu apartó la cortina para salir, retrocedió instintivamente y le dijo a su esposo: - Koko, nunca pensé que pudiera llegar este día. Deberías usar la cabeza y tomarte tiempo para averiguar quién envió la carta. ¡Esto es la deshonra! Los oficiales la habían empujado ya hacia afuera. Los vecinos le abrieron paso. - Si tenías miedo de la deshonra, no habrías debido hacerlo - le replicó el esposo. - ¿Por qué no les preguntas a estos vecinos si alguna vez, durante tu ausencia, algún hombre cruzó tu umbral? - le dijo la esposa -. ¡Acusarme de eso...! - ¡Lo haré! - exclamó el esposo, furioso. Los vecinos, no sabiendo de qué era acusada la esposa, se mostraron azorados. Simpatizaban con la esposa, y menearon negativamente la cabeza en respuesta a la pregunta del esposo. Huangfu acompañó a la acusada para presentar sus imputaciones ante el magistrado Chien de Haifeng. Chien tenía un rostro redondo, rollizo, y parecía un hombre de infinita paciencia, incapaz de excitarse por nada. El esposo presentó la carta y los regalos y formuló la acusación formal. El magistrado ordenó que los prisioneros fuesen detenidos mientras se efectuaba la investigación. Dos oficiales carceleros, Shan Ting y Shan Chienh-sing, fueron encargados de interrogar a los prisioneros. Comenzaron con la esposa.

Page 30: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

La señora Huangfu declaró que había nacido en una aldea cercana a la ciudad, que había perdido prematuramente a su madre y a su padre a la edad de diecisiete años, y que no tenía parientes cercanos. Se había casado con su esposo al año siguiente, y hacía siete años que eran dichosos juntos. Ningún pariente ni visitante había llegado a la casa durante la ausencia de su marido, y nunca había cenado con nadie, ni en la casa ni en un restaurante, a no ser con su esposo. No tenía idea alguna de quién había podido enviar la carta. - ¿Por qué es que nunca ve a sus parientes? ¿No vienen a visitarla? - A mi esposo no le gusta. Una vez mi primo, Chang Erh, vino a vernos para pedirle trabajo a mi esposo. No lo consiguió porque no era fácil encontrar un puesto. Después de eso mi esposo me pidió que dejara de ver a mis parientes, y yo lo hice así. - ¿Hace todo lo que le ordena su esposo? - Sí. - ¿Va a menudo al teatro, donde podría ser vista por la gente? - No. - ¿Por qué no? - Él no me lleva. - ¿Y no sale sola? - No. - ¿No va a cenar a restaurantes? - Muy pocas veces. Soy feliz en mi hogar. Ah, sí... Hace varios días, la noche en que regresó de palacio, no le gustó mi comida y me llevó a un restaurante cercano. - ¿Y cenaron los dos solos? - Sí. Fueron llamadas las vecinas. En general corroboraron la declaración de la esposa. Nunca habían visto a ningún invitado en su casa, ni la habían visto salir con nadie que no fuese su esposo. Era una mujer muy apegada a su casa. Las vecinas tenían una opinión más bien buena de ella y la llamaban Siaoniangtse, "Joven Ama", porque era tan pequeña, aunque en la casa no había un "ama vieja". Una vecina dijo que el esposo tenía mal carácter y maltrataba a la esposa, que era siempre dócil y sumisa y nunca se quejaba. La vecina dijo que la señora Huangfu parecía "un ave que come de la mano de una". El tercer día Shan Chienhsing se encontraba ante el despacho del magistrado, pensando en el misterio, cuando vio pasar al esposo. Huangfu se le acercó y lo saludó. - ¿Cómo sigue el caso? - preguntó -. Han transcurrido tres días. Quizás han recibido un regalo del remitente del billete y están retardando intencionadamente los procedimientos. - ¡Tonterías! El caso no puede solucionarse tan fácilmente. Tu esposa insiste en su inocencia, y no hemos averiguado nada que demuestre lo contrario. ¿No será, por casualidad, que fuiste tú mismo quien envió la esquela? La esquela del desconocido 75 - No me hables de ese modo. El nuestro es un matrimonio dichoso. - Huangfu estaba encolerizado. - ¿Qué piensas hacer? - preguntó Shan. - Si el tribunal no puede resolver el caso, exigiré un divorcio. Shan entró en su oficina y preparó los documentos. Esa tarde presentó su informe al magistrado. El magistrado Chien ordenó que la pareja y los testigos se presentaran al día siguiente para el juicio.

Page 31: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

El magistrado interrogó previamente al chiquillo. Luego se volvió hacia la criada de trece años, por considerarla el testigo más importante. Dio un golpe con su mallete judicial, un pisapapeles de hierro, a fin de amedrentarla, y habló con voz áspera, severa: - Estás enterada de todo lo que sucedía en la casa, ¿no es cierto? - Lo estoy. - ¿Viste a algún visitante o visitantes cuando tu amo estaba ausente? - Si hubiera habido algún visitante, ¿acaso no lo habría visto? - contestó la doncella con impaciencia. El magistrado dio otro estruendoso golpe con su mallete y gritó: - ¡Pequeña mentirosa! ¡Te atreves a mentir en mi presencia! Te enviaré a la cárcel por eso. La criada se asustó, pero dijo con firmeza: - Señoría, no le he mentido. Mi ama se quedó en la casa todo el tiempo. No se puede injuriar a una buena mujer. - Se derrumbó, entre gemidos y sollozos. El magistrado se sintió impresionado por el testimonio de la criada. - Y bien - dijo dirigiéndose al esposo -, una acusación de robo debe ser demostrada con las mercancías robadas que se encuentren en poder del ladrón, y una acusación de adulterio debe ser demostrada presentando al amante. Es posible que tengas algún enemigo que fraguó esa esquela. - Miró a la mujer y continuó: - Por cierto que hay alguien que está tratando de provocar trastornos. ¿No te parece que tendrías que llevarla a tu casa y tratar de averiguar quién envió la carta? El esposo se mostró inflexible. - Dadas las circunstancias, Señoría, no estoy dispuesto a llevarla a casa. - Es posible que estés cometiendo un error - previno el magistrado. - Me sentiré satisfecho si me concede el divorcio - dijo Huangfu. No pudo dejar de mirar a su esposa con el rabo del ojo. Luego de nuevo interrogatorio, el magistrado dijo a la esposa: - Tu esposo insiste en el divorcio. Me duele tener que romper un matrimonio. ¿Qué opinas? - Mi conciencia está limpia. Pero si él quiere el divorcio, yo no me opondré. El divorcio fue concedido según los deseos del esposo. El chico y la doncella fueron puestos en libertad, y se ordenó que fuesen devueltos a sus padres. La esposa se derrumbó por completo cuando se levantó la sesión del tribunal. El divorcio era una gran deshonra para la mujer, y ella no había esperado que fuese concedido porque su culpabilidad no había quedado establecida. - No sé cómo puedes ser tan cruel, después de siete años de matrimonio. Ya sabes que no tengo a dónde ir - dijo la mujer a su esposo -. Prefiero morir antes que ver cómo se mancilla mi nombre. - Eso no es cosa mía - replicó Huangfu, y bruscamente le volvió la espalda. La esquela del desconocido 77 Sólo Ying-erh, la joven, se quedó a su lado. - Ying-erh - dijo la esposa -. Te agradezco por lo que hiciste. Ahora eso ya no sirve de nada. Puedes volver a la casa de tus padres. Yo no tengo a dónde ir y no puedo retenerte a mi lado. Vuelve a tu hogar, como una buena muchacha. Se separaron llorando. La mujer, que ahora se había quedado sola, no podía darse cuenta bien de lo que había sucedido. Sin rumbo, se abrió paso entre la muchedumbre, por las calles, sin ver nada. Caía la noche, y vagó hacia el puente Tienhan, sobre el río Pien, donde se quedó contemplando las esclusas y el congestionado tránsito fluvial. Los mástiles de los barcos estaban pegados los unos a los otros, y se balanceaban y mecían con el viento nocturno, dándole una sensación de embriaguez, como si ella se balanceara con las embarcaciones. Contempló el dorado disco del sol, que desaparecía detrás de una colina

Page 32: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

distante, y se dio cuenta de que había llegado al final de su camino. Jamás volvería a ver el sol. En el momento en que estaba a punto de lanzarse al río, alguien la retuvo. Se volvió y vio a una anciana, de más de cincuenta años de edad, vestida de negro. Tenía el cabello ralo y de un blanco grisáceo. - Hija, ¿por qué quieres quitarte la vida? La señora Huangfu la miró con los ojos enormemente abiertos. - ¿No me conoces? Supongo que no - dijo la anciana. - No - contestó la joven. - Soy tu pobre tiíta. Desde tu matrimonio con el funcionario de palacio no me he atrevido a venir a molestarte. Hace tanto tiempo que no te veo, desde que eras una niña... El otro día me enteré, por los vecinos, que estabas complicada en un litigio con tu esposo, y vine todos los días a enterarme de las noticias. Entiendo que el magistrado ha decretado un divorcio. ¿Pero por qué tienes que arrojarte al río? - Mi esposo no me quiere, y no tengo ningún lugar a donde ir. ¿Por qué habría de vivir? - Vaya, vaya, puedes vivir con tu vieja tiíta - dijo la anciana. Su voz era enérgica para su edad -. ¡Una mujer tan joven tratando de terminar con su vida! ¡Qué tontería! La señora Huangfu no estaba del todo segura de que esa mujer fuese realmente su tía, pero permitió que la mujer la llevase consigo, carente de voluntad propia. Fueron primeramente a una taberna, donde la anciana pidió para ella un trago. Cuando la joven llegó a la casa de la tía, descubrió que estaba situada en una calleja tranquila, retirada. Tenía un aspecto bastante decente, estaba adornada con cortinas verdes y tenía sillones y mesas. - Tiíta, ¿vives sola? ¿Cómo te mantienes? La anciana, cuyo nombre era Hu, respondió con una carcajada. - Oh, me las arreglo. Antes solía llamarte "señorita". Me he olvidado de tu nombre. - Me llamo Chunmei - respondió la señora Huangfu, y no insistió en su pregunta. La anciana Hu se mostró sumamente bondadosa con ella, y durante los primeros días hizo que su invitada descansara. Chunmei yacía en la cama, pensando en el repentino y extraño giro de su vida. Varios días después la anciana le dijo: - Tienes que ser fuerte. No soy realmente tu tía, pero quise salvar la vida de una joven cuando te vi a punto de saltar al río. Eres joven y hermosa. Tienes la vida por delante. - Sus viejos ojos se entrecerraron hasta convertirse en ranuras. - ¿Amas aún a tu esposo, que te ha repudiado tan brutalmente y te ha abandonado para que mueras? Chunmei levantó la mirada desde la almohada y repuso: - No sé. - No te censuro - dijo la anciana -. Pero despierta, hija. Aún eres joven, y no deberías permitir que la gente te empuje de un lado a otro. Olvídate de tu esposo y de tu desdicha. Los jóvenes tienen a veces sentimientos tontos, ya lo sé. He cruzado más puentes que tú calles. La vida es así. Va hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo, y da vueltas y vueltas, en círculo. Perdí a mi esposo cuando tenía veintiocho años. ¿Qué edad tienes tú? - Chunmei le dijo su edad. - Bueno, yo tenía unos pocos años más que tú. Y mírame. - Aunque su rostro estaba arrugado y la piel del cuello un poco floja, parecía gozar de una perfecta salud. - Descansa un poco y con el tiempo te repondrás. La vida es como marchar por un camino. Te caes. ¿Y qué? ¿Acaso te sientas y lloras y te niegas a levantarte? No, te levantas y continúas caminando. Por lo que me has dicho, él es un pillastre. ¡Pero si no te ha abandonado! ¡Te ha echado! Y entonces, ¿por qué estás ahí acostada, lloriqueando? Chunmei escuchó sus palabras y se sintió mejor.

Page 33: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Qué puedo hacer? No es posible que viva contigo para siempre. - No te preocupes. Descansa bien y ponte fuerte nuevamente. Luego, cuando estés bien, busca a un hombre bueno y cásate otra vez. Unos ojos hermosos y un rostro bello como los tuyos no necesitan sufrir hambre nunca. - Gracias, tiíta. Ya me siento mejor. La señora Huangfu no pudo dejar de sentirse agradecida hacia la anciana por haberle salvado la vida, y por ayudarle a recobrar el espíritu durante ese amargo período de su vida. Cenaban juntas todas las noches. A la anciana Hu le gustaba beber un poco de vino de arroz durante la comida; el vino, según ella, era "el agua de la vida". - No hay nada como el vino para recobrar la fe en la vida - decía -. A mi edad me hace sentirme bien y joven una vez más. - Chunmei admiraba el espíritu de esa cordial mujer. Después de la cena oyeron una voz de hombre, afuera, que llamaba: - ¡Hu potse! ¡Hu potse! - La anciana se apresuró a abrir la puerta. - ¿Por qué cierras la puerta tan temprano? - preguntó el hombre. Había estado lloviendo todo el día, y ella cerró la puerta a una hora más bien temprana. La anciana lo invitó a que se sentara, pero el hombre dijo que tenía que irse inmediatamente y se quedó de pie. Chunmei vio, desde la habitación trasera, que era alto y tenía gruesas cejas y ojos grandes. Su atención se vio atraída, y lo miró cuidadosamente desde detrás de la cortina. Podía decirse que tenía una boca ancha, y su nariz no era puntiaguda; más o menos respondía a la descripción del chiquillo. El corazón le latió precipitadamente, pero no expresó de ningún modo sus sospechas. - ¿Qué es esto? - preguntó el hombre alto con tono de impaciencia -. Hace ya un mes que vendiste los trescientos dólares de artículos. Quiero el dinero. - Fueron vendidos, como te dije - replicó la tía Hu -. Están en la casa de mi cliente, ¿pero qué puedo hacer i no me ha pagado? En cuanto me pague te entregaré el dinero. - Pero ha pasado demasiado tiempo... más que habitualmente. Tráeme el dinero en cuanto lo recibas. El caballero se fue, y la tía Hu entró con una expresión de inquietud. - ¿Quién era el visitante? - preguntó Chunmei. - Te lo diré, Chunmei. El caballero se llama Hung. Dice que fue magistrado de Tsaichow y que ahora se ha retirado. No lo creo. Sé que miente, pero es una gran persona. A menudo me pide que le venda algunas de sus joyas. Dice que es agente de unos joyeros. Puede que lo sea, puede que no. Pero tiene buenas joyas, y el otro día me encargó que vendiera algunas por su cuenta. Fueron vendidas, pero mi cliente no ha pagado. No lo censuro por mostrarse impaciente. - ¿Lo conoces bien? - Sí, en el terreno comercial... quizás un poco más. Nunca conocí a nadie que se le parezca. No lo entiendo. Es liberal con su dinero. Cuando ve que necesito dinero, me lo da sin que se lo pida. La próxima vez que venga te lo presentaré. Chunmei vio su interés grandemente despertado, pero trató de no exteriorizarlo. Hung fue una vez y otra, y Chunmei le fue presentada como una parienta de tía Hu. La joven se sentía dividida entre el deseo de averiguar si el hombre era el desconocido que había cambiado su vida, por un lado, y la atracción que experimentaba hacia los innegables encantos de él. No podía librarse de la sospecha de que Hung era precisamente el hombre que había estado buscando, y trató de hacer que el rostro de él concordase con la descripción que el vendedor de perdices había hecho del misterioso desconocido. Lo que más la preocupaba era si se podía decir que la nariz de él fuese chata. En uno de sus encuentros se quedó mirándolo, absorta en sus pensamientos.

Page 34: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Por qué me miras? - preguntó Hung, bromeando, a su manera -. Todos los fisonomistas me dicen que tengo un rostro afortunado, y que los lóbulos de mis orejas también son afortunados. - Se tironeó de los gruesos lóbulos y dijo: - ¿Ves? Siempre le he traído suerte a la gente. Hung era alternativamente divertido, útil y atento. Vestía llamativamente y era vanidoso en exceso. Como había viajado mucho, podía hacer interesantes relatos, y su jactanciosidad formaba parte de su encanto. Pero también estaba interesado en los demás. Le pidió a Chunmei que le relatara su historia, y la escuchó con simpatía. Se puso de parte de ella, y la interrumpió sólo para expresar su disgusto ante la ofensiva crueldad del ex esposo. Su simpatía hacia ella parecía sincera, aun cuando estuviese haciéndole la corte. Después de la segunda visita le pidió a Chunmei que le cosiera un botón. Chunmei se sentía fascinada. Vio que realmente tenía transacciones comerciales que lo llevaban a visitar a la anciana, pero ahora aducía excusas para hacer muchas más visitas. Siempre traía una botella consigo, y dulces, y nuevas golosinas que había prometido a las mujeres; anunciaba que iría a cenar, se quejaba de que se sentía hambriento y luego tenía la insolencia de enseñarle a Chunmei la forma de preparar un plato de jamón y jengibre confitado. Cuando un hombre tenía el valor de ordenar, la mujer experimentaba placer en obedecer. - ¿Qué piensas de ese bribón? - preguntó tía Hu a Chunmei, cuando Hung se fue. - Creo que es una persona interesante. - El otro día me pidió que le hiciera un favor que todavía no he tenido oportunidad de hacerle. - ¿De qué se trata? - Está viviendo solo. El otro día me pidió que le buscara una mujer y le concertara un matrimonio. ¿Por qué no me permites que tome las disposiciones del caso y le sugiera el matrimonio contigo? Me he dado cuenta de que le gustas, y la sugestión, estoy segura, le encantaría. - Ya entiendo - dijo Chunmei, pensativa. - ¿Qué es lo que entiendes? Es un hombre encantador. ¿Qué te contiene? Si todavía no te has olvidado de ese asno de tu ex esposo, eres la tonta más grande que conozco. Tiene dinero y podrá cuidarte, y no tendrás que vivir conmigo. - Debo decirte, tiíta - dijo Chunmei -, que él me gusta, pero hay algo que me gustaría aclarar. - ¿Qué es? - Tengo la idea de que podría ser la persona desconocida que envió el billete y rompió mi matrimonio. La tía Hu estalló en tales carcajadas, que Chunmei se sintió turbada. - Responde aproximadamente a la descripción... - ¡Qué tontería! ¿Cuántos hombres altos hay en el mundo, y cuántos tienen cejas espesas y ojos grandes? ¿Tiene él la culpa de eso? Y supongamos que sea el desconocido. ¿Y qué? Fuiste castigada por comer una torta que no comiste. Pagaste el precio y la torta está a tu alcance. Es tuya. Si yo fuera tú, me casaría con el desconocido, nada más que para saldar las cuentas con ese bruto que fue tu esposo. Chunmei no sabía qué pensar. Si Hung no era el desconocido, ella saldría gananciosa; y si lo era, no haría ningún daño a su ex esposo. Comenzó a sentir la dulzura de la venganza. En la siguiente visita de Hung, Chunmei se mostró más alegre que de costumbre. Había decidido ponerlo a prueba. Él había llevado su propia botella, y dijo:

Page 35: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Vaya, bebe por la suerte que tengo de haber conocido a una dama tan bella como tú. - No, beberé por los afortunados lóbulos de tus orejas - replicó la joven. La bebida la ayudó mucho. Ya no podía contener su curiosidad, y en el momento siguiente se sorprendió al escucharse decir - : Se dice que el desconocido se parecía a ti. - ¿De veras? Me siento muy honrado. ¡Un hombre que tuvo el valor de hacer semejante cosa! Si yo te hubiera visto antes habría querido hacer lo mismo, aunque estuvieses casada con un duque. Una vez tuve relaciones con la amante de un duque. ¿No me crees? Ya sabía que no me creerías. ¡Sin embargo, brindo por mis afortunados lóbulos! - Se sirvió otra copa y se la bebió de un trago. - Fíjate cómo miente - hizo observar bonachonamente tía Hu. - Ten sensatez - dijo Hung dejando la copa -. Nunca has visto al hombre. ¿Cómo sabes si es alto o bajo? Pero tu esposo fue un imbécil al abandonar a una mujer hermosa como tú. - Sí, no me dio ninguna oportunidad - dijo ella -. Ahora todo eso ha terminado. ¿Qué me importa? Simplemente, siento curiosidad por saber quién envió la esquela. - A despecho de sí misma, sus ojos estaban un poco rojos. - Olvídate de ese animal - dijo Hung -. Vamos, bebe. Un rostro tan hermoso no está hecho para lágrimas. Él no te quería y tú todavía piensas en él. ¡Oh, qué mundo, qué mundo! Chunmei se sintió completamente confundida. La anciana la alentó a beber y olvidar. Casi en venganza, siguió bebiendo. Más tarde se sintió sumamente alegre. Por primera vez se dio cuenta que era libre. Antes nunca lo había sentido tan completamente. Le proporcionaba una maravillosa sensación de júbilo. Repetía tontamente: - Sí, no tengo esposo... Sí, no tengo esposo. - Sí, olvídate - dijo Hung. - Sí, olvidar - dijo Chunmei -. Dices que no eres el desconocido, ¿eh? - No digas tonterías. ¿Qué harías si lo fuera? - Te amaría por liberarme de ese esposo bruto. ¿No sería gracioso que mi marido me viera aquí, esta noche, bebiendo con el desconocido? - Tu anterior marido, perdón - corrigió Hung -. ¿Sabes qué demostraría eso? Demostraría que habías conocido al desconocido y cenado con él anteriormente. Miles de mujeres han hecho cosas a espaldas de sus maridos y no se han divorciado. Tú te has divorciado sin haber sido infiel. ¡Qué mundo! - Eres un demonio - dijo Chunmei, y rompió a reír, y su risa fue alegre, como no lo había sido nunca cuando era la señora Huangfu. - ¿Sí? - dijo Hung, y la abrazó. Ella le sonrió y le dijo soñadoramente: - Hola, desconocido - y le ofreció los labios. En cierto modo, experimentó una sensación de victoria. Después del casamiento, Hung la llevó a vivir a una casa del suburbio occidental. Ella no había creído posible ser tan dichosa. Conversaban y reían, y Chunmei parecía estar tratando conscientemente de compensarse por lo que antes había perdido. Él la llevaba con frecuencia a pequeños restaurantes, y ella lo acompañaba gustosa. Hung parecía tener un posición acomodada, y era liberal con su dinero. Le agradaba ponerle dinero en la mano, y jamás le exigía que le rindiera cuentas. Su vida presente era completamente distinta de la que había hecho con su anterior esposo. Hung nunca había admitido abiertamente que fuese el desconocido. Tenía siempre una forma de esquivar la pregunta, o bien lo admitía con tal jactancia, que parecía imposible tomarlo en serio. Pero una tarde, después de beber un poco y dé comer perdiz fría, que

Page 36: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

habían comprado a un vendedor callejero, él se sentía sumamente dichoso, y por primera vez se le fue la lengua. - ¿Sabes?, a veces pienso en el pobre chiquillo vendedor de perdices... - Se contuvo inmediatamente y agregó con torpeza: - Me acuerdo de lo que me contaste de él. - Y Chunmei se dio cuenta. Esa noche, en la cama, cuando apagó la luz, Chunmei le preguntó: - Díme, ¿por qué enviaste esa carta? Hubo un largo silencio. - Él te intimidaba, ¿no es cierto? - preguntó Hung al cabo. - ¿Tú lo sabías? ¿Me habías visto? - Es claro que lo sabía. No sabes qué pareja más ridícula hacían: como un cisne casado con un sapo. - ¿Dónde me viste? - La primera vez te vi arrastrando los pies detrás de él, en la calle Kungchien. Me detuve para preguntarte por el camino que debía seguir. Él te apartó rudamente, con una expresión severa, de censura, que no pude olvidar. Eso fue la primavera pasada. Tú no te acordarás. Me pareciste un ave en una jaula. Te introdujiste en mis pensamientos en cuanto te vi. Pondré en libertad a esa ave, me dije. Me tomé un sinfín de trabajos para averiguarlo todo. Tenías enemigos, ¿sabes? - ¿Yo? - exclamó Chunmei. - ¿Te acuerdas de ese pariente tuyo, Chang Erh, que se hospedó en tu casa durante un tiempo para pedirle un puesto a tu esposo? - ¿Tú conoces a Chang Erh? - Sí. ¿Y sabes por qué la gente de tu clan nunca fue a visitarte? Por la forma en que tu esposo trató a Chang Erh. Éste volvió a su casa y se lo contó a todos los de la aldea. Yo estaba enamorado de ti y eso me volvía loco. Te imaginé como un hada encadenada por un monstruo. - ¿Pero cómo pudiste hacer tal cosa? Nunca cené contigo. Y era feliz. - Sí, feliz como un pájaro en una jaula. ¿Te acuerdas, dos días antes de que te enviara la carta fatal, cuando tu esposo acababa de llegar, que cenaste con él en el restaurante Taiho, en el pasaje? Yo estaba allí, sentado a la mesa vecina. Sí, eras sumamente feliz. No necesité más que dos minutos para darme cuenta de que le tenías miedo. Detestaba al individuo. Advertí que nunca te consultaba en cuanto a los platos que pedía para ti. Pedía lo que le gustaba a él, y tú comías humilde, dulce, sumisamente. Yo hervía de cólera. Traté de arreglar las cosas de modo de poder verte, pero el chiquillo de las perdices lo arruinó todo. Estaba locamente enamorado de ti, y seguí las incidencias del juicio día a día, por intermedio de tía Hu. Tenía la esperanza de que él se divorciara de ti, pero no esperaba que todo saliera exactamente como quería. A la mañana siguiente ella vio que Hung escribía una carta. Esperó hasta que el hombre hubo terminado, y entonces se la arrebató rápidamente y le dijo, riendo: - ¿Sabes qué significa esta carta en mis manos, si la entrego al tribunal? Hung experimentó una conmoción, pero inmediatamente se recobró. - No lo harás. - ¿Por qué no? - Te refieres a la letra de la carta, pero no te olvides de que ahora estás viviendo con el adúltero. Cuando mucho, lo único que podrías conseguir sería que te condenaran por adulterio, y el juez no puede condenar dos veces a una persona. - ¡Diablo! Se inclinó y lo besó con un largo beso cálido. - Me estás mordiendo - protestó Hung, en tono de broma. - ¡Eso es porque te amo tanto!

Page 37: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Llegó Año Nuevo. Chunmei solía ir con su anterior esposo, en esa fecha, a Siangkuoshih, a rezar para pedir un año afortunado. Le sugirió a Hung que lo hicieran también ellos, y fueron juntos al templo. También Huangfu recordó las visitas que hacían al Siangkuoshih todos los días de Año Nuevo. Se había estado sintiendo desolado y desdichado desde la solución adoptada por el tribunal. El misterio del desconocido no había sido solucionado, y él había vuelto a palacio. Ahora que estaba separado de su esposa, recordaba cada vez más sus buenas cualidades, y cuanto más pensaba en ella más creía en su inocencia. Todo lo indicaba así: su conducta durante el arresto y el juicio, y el testimonio de la criada y las vecinas. Su remordimiento era amargo. Se obligó a ponerse una túnica para días festivos, tomó una caja de incienso y fue al templo. Como de costumbre, en el día de Año Nuevo había un gran gentío en el templo. Cuando Huangfu salió vio que su anterior esposa entraba con un hombre alto. No lo vieron, de modo que esperó que salieran, conversando ociosamente con un vendedor de muñecas de arcilla. Cuando los vio bajar los escalones del templo, se ocultó entre el gentío, estremecido de ira y celos. Los siguió hasta que estuvieron al otro lado de los portones, y entonces la llamó desde atrás. Chunmei se volvió y lo reconoció con un sobresalto. Estaba descuidado y delgado, y en su rostro había una nueva expresión de tristeza. - ¡Oh, tú! - exclamó ella con evidente disgusto y desprecio. Su tono y su porte eran tan distintos de los de su sumisa esposa de antes, que por un momento Huangfu creyó que debía de tratarse de otra persona. - Chunmei, ¿qué estás haciendo aquí? Ven a casa, te necesito. - Lanzó una breve mirada a Hung. - ¿Quién es usted? - inquirió Hung -. Debo pedirle que deje de molestar a esta dama. - Volviéndose a Chunmei, preguntó - : ¿Quién es ese hombre? - Es mi anterior esposo - contestó ella. - Ven a casa, Chunmei. Te he perdonado. Estoy solo. Cometí un error contigo. - El tono de Huangfu era casi quejumbroso. - Pero ya no es tu esposo, ¿no es cierto? - preguntó Hung a la mujer, acentuando las palabras lentamente y mirándola con fijeza. Chunmei miró a Hung y respondió: - No. - ¿Puedo hablarte por un momento? - le preguntó Huangfu. Chunmei miró a Hung, y éste asintió y se apartó. - ¿Qué quieres? - preguntó Chunmei. Repentinamente, su voz era airada. - ¿Quién es ese hombre que te acompaña? - Lo que hago ahora, ¿es cosa tuya? - La voz de ella era amarga. - Por el tiempo que pasamos juntos - suplicó él -, ven a casa. Te necesito. Chunmei se acercó un paso más. Le brillaban los ojos, y levantó la voz. - Dejemos esto bien aclarado - dijo -. Tú no me querías. Te dije que era inocente. No quisiste creerme, y no te importó si vivía o moría. Dijiste que no era cosa tuya. Afortunadamente no morí, y lo que yo hago ahora no es cosa que te importe. Cambió la expresión del rostro de Huangfu. La aferró firmemente, y ella forcejeó para soltarse, gritando: - ¡Suéltame! ¡Suéltame! El anterior esposo se sintió tan sorprendido, que su apretón se aflojó. Ella se soltó y corrió hacia Hung. - ¡Déjala en paz, bravucón! - gritó Hung. La tomó de la mano y se alejaron sin otra palabra. Huangfu se quedó solo, estupefacto.

Page 38: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Mientras caminaban por la calle, lo oyeron gritar, a sus espaldas: - ¡Pero yo te he perdonado, Chunmei! ¡Te he perdonado!

AMOR 4. LA DIOSA DE JADE

Basado en una historia que lleva el mismo título en el Chingpen T'ungshu Shiaoshuo. El relato original termina en forma completamente distinta. La esposa del tallista de jade fue descubierta por un funcionario y enterrada viva en el jardín, pero apareció como fantasma para llevar a cabo su venganza. Sólo he seguido la primera parte de la historia, desarrollándola según el sencillo tema de si un gran artista debe destruir su arte para encubrir su identidad, o bien permitir que su arte lo traicione. La historia pertenece probablemente al siglo doce. El viaje por las gargantas del Yangtzé había sido excitante y arriesgado, pero finalmente llegué a la casa del gobernador retirado, en un pueblo suburbano cercano a Chengtu. El gobernador era un famoso coleccionista de arte, y se decía de él que en sus días de poderío había usado su posición política para obtener valiosos objetos artísticos. Cuando quería un bronce o un cuadro tenía que conseguirlo, ya sea pagándolo o por otros medios. Quizá no fuese cierto que había arruinado prácticamente a una familia que se negó a venderle un bronce Shang, aunque tal era el rumor, pero se sabía que su amor por las antigüedades rayaba en la obsesión. De resultas de ello, poseía en su colección algunos de los tesoros artísticos más inapreciados. El gobernador me recibió en su sala de la planta baja de la Torre Occidental, a la que se llegaba atravesando tres patios en sucesión. Por tratarse de la sala de un coleccionista de arte, estaba casi vacía de objetos artísticos, y tenía los habituales muebles de madera roja, cubiertos de cojines rojos y pieles de leopardo. El décor tenía esa elegancia sencilla que sugiere un gusto fino, cultivado. Mientras hablaba con él contemplaba constantemente la exquisita silueta de un jarrón sang-de-boeuf, y unas cuantas ramitas con capullos de ciruelo que se destacaban contra la ventana paisajista abierta sobre el jardín. Me sorprendió que el gobernador fuese uno de los hombres de aspecto más suave. Quizá la ancianidad lo había dulcificado, pero mientras lo miraba me pareció difícil creer en los rumores de su crueldad. Me trató como si fuese un viejo amigo que lo visitaba para una conversación matinal. Comencé a preguntarme si el amigo que había convenido con él la visita le habría hablado del propósito de ésta, o si el gobernador sería demasiado viejo para recordar. Envidié al hombre, porque la impresión que me daba era que se sentía feliz de poder vivir en ese hermoso retiro que se había construido. Mencioné cortésmente su famosa colección. - Ah - dijo con una suave carcajada -, hoy me pertenece a mí y en los cien años próximos pertenecerá a algún otro. Una familia nunca es dueña de un tesoro artístico durante más de cien años. Esas cosas tienen un destino propio. Nos ven y se ríen de nosotros. - Mientras hablaba, su voz había adquirido cierta animación. Se llevó una pipa a los labios. - ¿Usted cree en eso? - Por supuesto - masculló, sin quitarse la pipa de la boca. - ¿Qué quiere decir? - pregunté con timidez. - Cualquier cosa realmente vieja adquiere una personalidad y una vida propias. - ¿Quiere significar que se convierte en un espíritu?

Page 39: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Qué es un espíritu? - inquirió a su vez el anciano -. Es lo que informa la vida, lo que da nacimiento a la vida. Tome un objeto de arte. El artista vierte en él su imaginación y la sangre de su vida, en un sentido tan real como la madre que vierte la sangre de su vida en el embrión. ¿Por qué se extraña de que el objeto artístico tenga vida propia, cuando el alma del artista penetra en él, y, al darle nacimiento, a veces muere él mismo, como sucedió, por ejemplo, con mi Diosa de Jade de la Piedad? Yo sólo tenía la intención de ver algunos de los manuscritos. No había oído hablar de la Diosa de Jade, porque muy pocas personas la conocían. Pero mi involuntaria pregunta provocó una de las narraciones más extrañas que jamás haya escuchado. No estaba muy seguro de lo que él quiso decir cuando se refirió a la Diosa de Jade y a las excepcionales circunstancias de su creación, y durante el examen de los manuscritos traté constantemente de dirigir nuevamente la conversación hacia ese tópico. Señalando un antiguo manuscrito, dije: - Por supuesto, es cierto que algo de la personalidad del artista permanece en pie y le sobrevive en su obra. - Sí, todo lo que es bello y bueno vive siempre. Se convierte, por así decirlo, en la descendencia del artista - replicó el gobernador con decisión. - Pero especialmente cuando el artista muere al crear - agregué -. Como en el caso de su Diosa de Jade. - Ese es un caso especial. No es exacto que muriera a causa de ella. Pero lo mismo habría podido estar muerto... habría sido igual que estuviese muerto después de eso - agregó luego de una pausa -. Es que, ¿sabe usted?, todas las circunstancias de la vida de este artista parecen sugerir que nació para crear esa obra y ser crucificado por ella. De otro modo no habría podido crearla. - Debe de ser una obra extraordinaria. ¿Puedo verla? Después de varias insinuaciones llenas de tacto, el gobernador convino en mostrármela. Si bien algunas de sus mejores cosas se encontraban en el primer piso de la torre, la Diosa de Jade se hallaba en el piso superior. - ¿Quién es el artista? - Un individuo llamado Chang Po, prácticamente desconocido para el mundo. Me enteré de los detalles de su vida por boca de la anciana superiora del Convento del Canto del Gallo. Tuve que donar una gran extensión de tierras de granja al convento (es decir a la astuta y vieja superiora), antes de que ella consintiera en separarse de la Diosa. Eso ocurrió después que murió la monja que la tenía en su poder. Y ciertamente está mejor cuidada aquí de lo que lo habría estado en el convento. La estatuita, de un extraordinario brillo blanco con retazos de verde, se encontraba dentro de una caja de vidrio, en el centro del piso superior, protegida por un enrejado de hierro forjado, tan pesado que nadie podía moverlo. - Paséese un poco en torno - dijo el gobernador -, y ella lo verá en todo momento. Me intrigó la forma en que se refería a la estatua como si estuviese realmente viva, y, en verdad, tuve la extraña sensación, mientras caminaba en torno a la figura de jade, de que la mirada de ésta me seguía. Era una estatua trágica. La expresión de la diosa la mostraba sorprendida en medio de la huida, en un momento dramático, con el brazo derecho levantado en alto, la cabeza vuelta hacia atrás y el brazo izquierdo extendido levemente hacia adelante. La expresión era la de una mujer físicamente arrancada de alguien a quien ama. Se la podría describir como la estatuita de la Diosa de la Piedad subiendo al cielo, con el brazo extendido para bendecir a la humanidad, pero nadie que haya visto la expresión de su rostro aceptaría esa interpretación. Resultaba increíble la forma en que el artista había logrado expresar, en una figura de no más de cincuenta y cinco centímetros de alto, una experiencia tan

Page 40: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

viva e inolvidable. Incluso los pliegues del vestido de la estatua estaban representados poco convencionalmente. Era una creación individual y completamente personal. - ¿Cómo llegó la monja a poseerla? - pregunté. - Observe bien toda la postura de la estatua, la postura de huida, y la expresión de amor y terror y tortura de su mirada. - Hizo una pausa. - Bajemos - dijo de pronto -. Le narraré toda la historia. La monja, que se llamaba Meilán, había hecho todo el relato antes de morir. Puede que la superiora no haya hecho la narración correctamente en todos los detalles, y hasta es posible que incluso la haya embellecido un poco para hacerla más atrayente. Pero el gobernador había verificado por su cuenta algunos puntos importantes. Según la superiora, la monja estaba muy encerrada en sí misma, pero era una persona culta. Sólo cuando se encontró en su lecho de muerte se permitió narrar su historia. Debe de haber sucedido hace unos cien años. Meilán era entonces una dichosa muchacha que vivía en una gran casa con jardín, en Kaifeng. Como hija única de un alto funcionario, el Comisionado Chang, era sumamente mimada. Su padre era un juez severo, pero depositaba todo su afecto en su hija. Como siempre sucede, una gran cantidad de parientes pertenecientes al clan habían ido a vivir a la mansión: a los mejor educados se les había dado puestos en el gobierno y los analfabetos trabajaban de criados para la enorme familia. Un día llegó un sobrino lejano. Se llamaba Chang Po y era un inteligente joven de dieciséis años, vivaz y lleno de brío. Era de estatura un tanto elevada para su edad, y sus manos de dedos bellamente afilados resultaban notables para un muchacho campesino. Produjo tan buena impresión en la familia, que la madre decidió que se le daría la tarea de cuidar a los visitantes, aunque no sabía leer ni escribir. Tenía un año más que Meilán, y cuando aún eran muy jóvenes se encontraban a menudo y conversaban y reían juntos, porque Chang Po le narraba a Meilán relatos del campo, y a ella le encantaba escucharlo. Pero al cabo de unas semanas el primer entusiasmo de la familia por el joven se entibió un tanto. Chang era a la vez extraordinario y difícil. En primer lugar no era un buen sirviente; a menudo se olvidaba de sus deberes y no quería, o no podía, aceptar una reprensión de sus mayores cuando cometía un error. En consecuencia, la madre de la muchacha le pidió que cuidara los jardines. El joven se sintió por fin feliz haciendo su trabajo. Chang Po era una de esas personas originales nacidas para crear, no para aprender lo que el mundo tenía que enseñarle. Se sentía perfectamente dichoso a solas con sus flores y sus árboles, y se paseaba por los jardines, silbando, como si fuese el amo de la creación. Si se lo dejaba solo podía hacer cosas sorprendentes. Había aprendido a pintar sin maestro. En su tiempo libre hacía maravillosas linternas y modelaba animales de arcilla que parecían vivos. A la edad de dieciocho años Chang Po era aparentemente un inútil. Ni la propia Meilán podría decir exactamente qué fue lo que la atrajo en él. Chang era, simplemente, distinto, y había crecido y era hermoso. Hacía lo que se le daba la gana, y se hizo amar por toda la familia, con la sola excepción del padre. Una intimidad natural surgió entre los primos, aunque había quedado claramente entendido que, teniendo el mismo nombre de clan, el matrimonio entre ellos era en todo sentido imposible. Un día Chang Po anunció de pronto a la dueña de casa que se iba para aprender un oficio. Había encontrado un taller de un tallista de jade en el que se ofreció como aprendiz. A la madre le pareció bien, ya que pasaba demasiado tiempo con Meilán. Pero Chang continuó viviendo en la casa, a la que volvía todas las noches, y tenía más temas que antes para conversar con su prima.

Page 41: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Meilán - dijo un día la madre -, los dos han crecido ya, y aunque el hermano Po es tu primo, no deberían verse tan a menudo. Las palabras de su madre hicieron pensar a Meilán. Nunca se había dado cuenta clara de que estaba enamorada del joven Chang. Esa noche se encontró con Chang Po en el jardín. Sentados en un banco de piedra, a la luz de la luna, mencionó como por casualidad lo que le había dicho su madre. - Hermano Po - dijo, sonrojándose -, mamá dice que no debo verte con tanta frecuencia. - Sí, ahora somos grandes. La muchacha inclinó la cabeza. - ¿Qué significa eso? - Hablaba casi para sí. Chang Po le deslizó subrepticiamente una mano por la cintura. - Significa que hay algo en ti que hace que cada día que pasa me resultes más encantadora, algo que me hace ansiarte. Algo que me hace sentirme dichoso cuando estás cerca y solitario y triste cuando estoy lejos de ti. La joven suspiró y preguntó: - ¿Eres feliz ahora? - Sí, y todo cambia. Meilán, nos pertenecemos el uno al otro - dijo con suavidad. - Sabes perfectamente que no puedo casarme contigo, y que antes de que pase mucho tiempo mis padres me concertarán un matrimonio. - No, no debes decir eso. No debes decirlo. - Tienes que entender. - Lo único que entiendo es esto - dijo Chang atrayendo a la joven a sus brazos -. Desde que el cielo y la tierra fueron creados, tú fuiste hecha para mí y yo para ti, y no permitiré que te vayas. No puede estar mal que te ame. Meilán se liberó de su brazo y corrió a su habitación. El despertar del amor juvenil fue una cosa terrible. Tanto más cuanto que con él llegó la conciencia de la posición de ambos, de la dulzura punzante de lo inalcanzable. Esa noche Meilán permaneció despierta, pensando en lo que había dicho su madre y en lo que había dicho Chang. Desde entonces cambió por completo. Cuanto más trataban de contener el amor que había nacido, más se sentían en poder de ese amor. Hicieron lo posible para no verse. Al cabo de tres días, la muchacha, humillada, fue a buscarlo, y la excitación de la pareja fue aumentando por el sigilo. Eran días de jóvenes pasiones y tiernos arrepentimientos, de separaciones temporarias y juramentos renovados, tan dulces y tan amargos, y ambos sabían que se encontraban prisioneros de algo más grande que ellos mismos. No tenían planes. No hacían más que amar. Según las costumbres de la época, los padres de Meilán comenzaban a sugerirle el nombre de un joven tras otro, pero ella los rechazaba. A veces decía que no quería casarse, cosa que escandalizaba grandemente a su madre. Como todavía era joven, sus padres no insistían, y como era la única hija, estaban en cierto modo dispuestos a conservarla más tiempo junto a ellos. Entretanto Chang trabajaba y aprendía su oficio. En el trabajo con el jade Chang Po había encontrado su elemento natural. Artista nato, se convirtió en poco tiempo en maestro de su profesión. La adoraba; trabajaba incansablemente hasta que cada detalle era perfecto. El dueño del taller se sentía asombrado con él. Los burgueses ricos comenzaron a frecuentar el taller, con pedidos. Un día el padre de Meilán decidió entregar un regalo a la emperatriz, en el día del cumpleaños de ésta. Quería encontrar algo especial, y halló una pieza de jade extraordinariamente grande y de finísima calidad.

Page 42: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Por sugestión de la madre, el comisionado fue al taller donde trabajaba Chang y explicó lo que quería. Al examinar las esculturas de Chang se sintió impresionado por la individualidad de las mismas. - Hijo, he aquí un trabajo sumamente especial para ti. Esto es para la emperatriz, y si lo haces bien tu fortuna estará asegurada. Chang Po examinó el jade. Sus manos se pasearon lentamente por la piedra basta. Estaba encantado. Se - convino que la convertiría en una Kuan Yin, una diosa de la piedad, y Chang Po supo que sería de una belleza tal como ningún hombre había visto nunca. No permitió que nadie viera la estatua hasta que quedó terminada. Cuando estuvo lista, la diosa era de diseño y postura convencionales, pero era una perfecta obra de arte, exquisita en su tierna belleza. Chang Po había hecho lo que ningún otro artífice pudo hacer antes: había tallado un par de aros movibles en las orejas de la diosa; y los lóbulos de las orejas eran tan delgados y bien modelados, que despertaban la admiración. El rostro de la diosa era el de la muchacha que amaba. Naturalmente, el comisionado se sintió grandemente satisfecho. Esa pieza sería única, incluso en palacio. - El rostro se parece notablemente al de Meilán - hizo observar el padre. - Sí - contestó Chang con orgullo -. Ella fue la inspiración. - Bien. Joven, de ahora en adelante tu éxito está asegurado. - Pagó a Chang generosamente, y añadió: - Deberías estarme agradecido por proporcionarte esta oportunidad. La fama de Chang Po era segura. Y sin embargo no podía tener lo que más quería. El triunfo no significaba nada para él sin Meilán. Se dio cuenta de que el mayor deseo de su corazón estaba fuera de su alcance. Perdió el interés por su trabajo. No aceptaba lucrativos ofrecimientos. Para desazón de su amo, no quería trabajar. Meilán se aproximaba ya a la escandalosa edad de veintiún años, y aún no se encontraba comprometida. Se estaba disponiendo una unión con una familia sumamente influyente. Una muchacha no podía continuar postergando por más tiempo la decisión, y su compromiso fue solemnizado por un intercambio de regalos. Audaces por desesperación, la muchacha y el joven planearon huir. Segura de la capacidad de Chang para ganarse la vida, Meilán se llevaría algunas de sus joyas, y podrían vivir en alguna provincia distante. La pareja se dispuso a escaparse una noche por la parte trasera del jardín. Ocurrió que un viejo criado los vio a altas horas de la noche y sintió sospechas, porque la cuestión era bien conocida en la casa. Considerando que su deber era proteger a la familia del escándalo, el criado retuvo a la joven y no le permitió irse. Chang no podía elegir. Apartó al sirviente a un lado. El anciano se tambaleó, pero no soltó a Meilán, y Chang le propinó un golpe que derribó al pobre individuo en el pedregal. La cabeza golpeó contra una piedra dentada, y quedó laxo en el suelo. Viendo al criado inerte, huyeron. A la mañana siguiente la familia descubrió la fuga y al criado muerto. Aunque trataron de acallar el escándalo, todos los esfuerzos para encontrar a la pareja resultaron inútiles. El comisionado tuvo un acceso de ira impotente. - Los buscaré por todas partes - juró -, y lo traeré a él para ponerlo ante la justicia. Después de salir de la capital, la joven pareja continuó viajando. Finalmente, eludiendo las grandes ciudades, cruzaron el Yangtzé y llegaron a la China meridional. - Tengo entendido que en Kiangsé hay buen jade - dijo Chang a Meilán. - ¿Te parece que debes volver a trabajar con jade? - preguntó ella, vacilando -. Tus obras serán reconocidas y te traicionarán. - Me pareció que eso era lo que pensábamos hacer desde el comienzo - replicó Chang.

Page 43: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Eso fue antes de que muriera el viejo Tai. Ellos creen que nosotros lo asesinamos. ¿No puedes cambiar de oficio, fabricar linternas, o muñecas de arcilla, como antes? - ¿Por qué? Con el jade me he creado una reputación. - Es cierto. Y ahí está lo malo - dije Meilán. - No creo que debamos preocuparnos. Kiangsé está casi a mil seiscientos kilómetros de la capital. Nadie nos reconocerá. - Entonces debes cambiar de estilo. No hagas esas cosas extraordinarias. Hazlas lo bastante bien para atraer compradores, y nada más. Chang Po se mordió los labios y no respondió. ¿Debía conformarse con lo que mil mediocres tallistas de jade hacían, a fin de mantenerse a salvo, desconocido? ¿Debía destruir su obra de arte, o permitir que su obra de arte lo destruyera? No había pensado en eso. Pero el instinto de su esposa era correcto. Temía que hacer un trabajo vulgar, comercial, estuviese contra la naturaleza de su esposo. Presintió también, después que cruzaron el Yangtzé, que una fuerza misteriosa arrastraba a su esposo hacia la ruta del jade de Kiangsé, que iba desde el gran paso de montaña de Canton hasta las ricas llanuras del sudeste. No se atrevieron a detenerse en Nanchang, la capital de la provincia, y se dirigieron a Rían. La esposa planteó nuevamente la cuestión del cambio de profesión. Kiangsé producía el mejor caolín blanco y la más bella porcelana. La porcelana podía satisfacer igualmente su talento artístico. Pero Chang Po no quería escucharla. - Aunque lo hiciese - dijo Chang Po -, haría tales figuras de porcelana, que serían reconocidas. ¿O quieres que haga una obra corriente y mediocre? Estoy seguro de que aquí no hay ningún peligro en trabajar con jade. Contra su instinto femenino, su esposa cedió. - Entonces, por favor, amado, por mí, no te labres una reputación. Estamos en dificultades, y si lo haces nos arruinaremos. Decía eso porque así lo creía, pero sabía que era difícil que su esposo se contentase con nada que no fuese la obra más perfecta que sus manos pudiesen producir. Con su delicado sentido de la belleza, su amor por la perfección, el orgullo que sentía por su trabajo y su pasión por el jade, en realidad Chang Po no tenía que huir de la policía sino de sí mismo. Presintió la trágica ironía de su situación. Con las joyas de su esposa Chang Po pudo comprar un conjunto de piedras sin tallar, de varias calidades, e instalar un taller. Meilán lo miraba trabajar. - Ya es bastante, querido - le decía -. Nadie lo hace mejor. Por mí, por favor. Chang Po la miraba y sonreía con tristeza. Comenzó a hacer una cantidad de aros y pendientes comunes. Pero el jade es una piedra que exige su propia expresión y su propio tratamiento; sería erróneo cortar una piedra para hacer zarcillos, cuando se la podría convertir en una encantadora creación: quizás un mono robando nueces. Y, así, ocasionalmente, Chang hacía - al principio a hurtadillas y con la conciencia culpable - algunas cosas ingeniosas y encantadoras, notablemente originales. Esas cosas, la obra de su amor, le eran arrebatadas tan rápidamente como podía crearlas y le producían mayores beneficios que los artículos comerciales vulgares. - Querido, estoy preocupada - le dijo Meilán -. Estás haciéndote demasiado conocido. Estoy esperando un niño. Por favor, ten cuidado. - ¡Un niño! - exclamó él -. ¡Ahora somos una familia! - Y borró con besos lo que él llamaba fantasías femeninas. - Pero es que nos va demasiado bien - murmuró Meilán. En efecto, les iba demasiado bien. Al cabo de un año estaba establecida la reputación del jade Paoho, pues tal era el nombre que Chang había dado a su taller. Todos los

Page 44: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

burgueses iban a comprar sus obras, y la propia ciudad de Kian llegó a ser conocida como la ciudad en que se detenía, de paso, la gente que iba a la capital provincial, para comprar algunos deliciosos objetos de jade. Un día entró un hombre en el taller y después de observar negligentemente la exhibición de las obras, preguntó: - ¿No eres Chang Po, pariente del Comisionado Chang de Kaifeng? Chang Po negó rápidamente, diciendo que nunca había estado en Kaifeng. El hombre lo contempló con suspicacia. - Hablas bastante bien el acento del norte. ¿Estás casado? - Eso no es cosa tuya. Meilán atisbo desde la parte trasera del taller. Cuando el hombre se fue, le dijo a Chang que el desconocido era un secretario del despacho de su padre. Era posible que sus piezas de jade lo hubiesen traicionado realmente. El hombre volvió al día siguiente. - Te digo que no sé de qué estás hablando - le dijo Chang Po. - Muy bien, entonces te hablaré de Chang Po. Se lo busca por asesinato, por el rapto de la hija del comisionado y el robo de las joyas de ella. Si quieres convencerme de que no eres Chang Po, ¿no querrás pedirle a tu esposa que me sirva una taza de té? Me sentiré satisfecho cuando vea que ella no es la hija del comisionado. - Yo soy el dueño de este taller. Si estás tratando de crear problemas, tengo que pedirte que te vayas. El hombre se fue de la tienda con una sonrisa intrigante. Empaquetaron apresuradamente los artículos de jade y sus preciosas pertenencias, alquilaron un bote y partieron después del oscurecer, huyendo río arriba. El chiquillo tenía apenas tres meses de edad. Quizá fue la perversidad humana, o puede que ello estuviese incluido en el plan de las cosas. En Kanshien tuvieron que detenerse, porque el niño se había enfermado, y al cabo de un mes de viaje se les había terminado el dinero. Chang Po tuvo que tomar una de sus más bellas creaciones, un perro acurrucado, con un ojo cerrado, y vendérsela a un comerciante en jade llamado Wang. - ¡Pero si éste es un jade Paoho! - exclamó el mercader -. Ningún otro taller hace cosas iguales. Absolutamente inimitable. - Tiene razón. Se lo compré a Paoho - dijo Chang. Se sintió secretamente complacido. Kanshien se encontraba al pie de una elevada cordillera. Era invierno y Chang Po se enamoró del claro cielo azul y del aire montañés. Él y su esposa hicieron planes de quedarse. El niño estaba mejor y Chang decidió abrir un nuevo taller. Kanshien era una gran ciudad, y les pareció prudente avanzar un poco más y establecerse en un pueblo situado a treinta y cinco kilómetros más lejos. Chang Po tuvo que vender otra de sus obras. - ¿Por qué lo hiciste? - preguntó Meilán. - Porque necesitamos dinero para abrir esa tienda. - Hazme caso, esta vez - dijo Meilán -. Aquí abriremos una tienda de objetos de arcilla. - Pero... - Chang Po se interrumpió. - Casi nos atraparon porque no quisiste escucharme. ¿Es que el jade tiene tanta importancia para ti? ¿Más que tu esposa y tu hijo? Puede que más tarde cambien las cosas y puedas volver a tu arte. Contra su deseo, Chang Po abrió un taller en el que fabricaba negras estatuitas de arcilla cocida. Hizo centenares de Budas, pero todas las semanas veía a los mercaderes de jade de Cantón pasar por el camino, y Chang ansiaba volver a tallar la piedra. Vagaba por las calles, se detenía ante una tienda de venta de artículos de jade y la cólera

Page 45: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

se le escapaba por los ojos. Volvió a su hogar y, viendo las figuritas de arcilla húmeda en las que había estado trabajando, las aplastó entre los dedos. - ¡Barro! ¿Por qué tengo que trabajar con esto cuando sé tallar el jade? Meilán se sintió asustada por el fuego que veía en sus ojos. - Eso será tu ruina. Un día el mercader de jade Wang se encontró con Chang Po y lo invitó a su posada, en la esperanza de conseguir más jade Paoho. - ¿Dónde has estado? - preguntó Chang Po. - Acabo de volver de un viaje a Kian - contestó Wang. Desenvolvió un paquete y dijo -: Mira, esta es la clase de artículos que la tienda de Paoho está vendiendo ahora. Chang Po guardó silencio. Cuando Wang exhibió un mono de cornalina, Chang gritó: - ¡Imitación! - Tienes razón - dijo el mercader con suavidad -. No hay expresión alguna en el rostro del mono. Hablas como uno que conoce estas cosas. - Y tengo motivos para conocerlas - dijo Chang lacónicamente. - Sí. Recuerdo que me vendiste ese maravilloso perro agazapado. No tengo inconveniente en decirte que gané el cien por ciento en la venta de esa pieza. ¿Tienes alguna otra obra de esa calidad? - Te enseñaré lo que es en realidad un verdadero mono Paoho de cornalina. En su taller, Chang Po le mostró uno que había hecho en Kian, y el mercader consiguió convencerlo de que se lo vendiera. En el viaje siguiente que hizo a Nanchang, Wang habló a algunos de sus amigos, en la feria de jade, de las extraordinarias cosas que había obtenido del dueño de un vulgar taller de alfarería del sur, y agregó: - Parece extraño que un hombre así posea un jade tan maravilloso. Unos seis meses más tarde llegaron tres soldados con órdenes de arrestar a Chang Po y a la hija del comisionado y de llevarlos a la capital. El secretario del despacho del comisionado los acompañaba. - Iré con ustedes si me dejan llevarme algunas cosas - dijo Chang. - Y además están las cosas que tenemos que llevar para el niño - agregó Meilán. - No se olviden que es el nieto del comisionado. Si se enferma por el camino, ustedes serán los responsables. Los hombres tenían instrucciones, del propio comisionado, de tratarlos bien durante el viaje. Se permitió a Chang Po y su esposa que pasaran a la trastienda, mientras los soldados esperaban en la parte de adelante. Fue un duro momento de despedida. Chang Po besó a su esposa y al niño y saltó por la ventana, sabiendo que nunca más volvería a verlos. - Siempre te amaré - susurró suavemente Meilán desde la ventana -. Nunca vuelvas a tocar el jade. Chang Po lanzó una última mirada a Meilán] que se encontraba ante la ventana, con un brazo levantado para despedirse de él para siempre. Cuando desapareció, ella se retiró de la ventana y serenamente entró en la tienda para poner algunas de sus cosas en un bolso, como si estuviese sumamente atareada. Les pidió a los soldados que le tuviesen al chiquillo, y parloteó con ellos mientras continuaba juntando sus cosas. Cuando los soldados comenzaron a sospechar y registraron la casa, Chang Po ya había desaparecido. Meilán regresó a su hogar y encontró a su madre muerta; su padre era un anciano. Cuando le saludó, no hubo en el rostro de él una sonrisa de perdón. Sólo una mirada al hijo de ella lo ablandó un poco. En cierto modo el anciano se sentía aliviado por la fuga de Chang Po, porque no habría sabido qué hacer con él. Aun así, nunca podría perdonar

Page 46: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

al hombre que había arruinado la vida de su hija y atraído tales sufrimientos sobre toda la familia. Pasaron los años y no llegaba ninguna noticia de Chang Po. El gobernador Yang de Cantón llegó un día a la capital. El comisionado ofreció en su honor una cena, en el trascurso de la cual el gobernador reveló que había llevado consigo una inapreciable estatua, que rivalizaba con la Diosa de la Piedad regalada por el comisionado a la emperatriz y que tenía un notable parecido de estilo y de delicadeza de artesanía con la Diosa - en rigor era más bella que ésta. Se la regalaría a la emperatriz, porque las estatuas harían una pareja. Los invitados a la cena se mostraron escépticos, y expresaron su opinión de que era imposible una pieza mejor confeccionada que la diosa de la emperatriz. - Esperen hasta que la vean - dijo el gobernador triunfalmente. Cuando terminó la cena y levantaron la mesa, el gobernador hizo que le llevasen una caja de madera pulida. Cuando la Diosa de la Piedad de jade blanco fue extraída de la caja y colocada en el centro de la mesa, se hizo el silencio. Era la Diosa de la Piedad trágica. Una doncella corrió a informar a Meilán. Desde atrás de un tabique enrejado Meilán miró hacia la habitación y palideció al ver la figura de jade sobre la mesa. - ¡Lo ha hecho! Sé que es él - susurró. Se recobró para tratar de enterarse si Chang Po seguía vivo. - ¿Quién es el artista? - preguntó un invitado. - Esa es la parte más notable de la historia - dijo el gobernador de Cantón -. No es un hombre que talle el jade por oficio. Lo conocí gracias a la sobrina de mi esposa. La muchacha concurría a una boda y había tomado en préstamo, para usarlos en la ocasión, los antiguos brazaletes de mi esposa. Los dos brazaletes eran idénticos, con un intrincado diseño de dos dragones entrelazados. Mi sobrina rompió uno de ellos y quedó horrorizada. Era realmente una lástima, porque los brazaletes eran únicos y resultaba sumamente difícil reemplazarlos. Mi sobrina insistió en que haría copiar la pulsera rota. Visitó muchos talleres, pero ninguno quería aceptar el encargo; le decían francamente que en la actualidad no podía hacerse ese trabajo. La joven puso anuncios en casas de té. Poco después apareció un hombre pobremente vestido y dijo que había acudido en respuesta al anuncio. Se le mostró el brazalete. Dijo que podía hacerlo, y lo hizo. Así fue como lo conocí. Cuando me enteré de que a la emperatriz le gustaría tener otra figura para hacer juego con la Diosa de la Piedad, pensé en ese hombre. Pedí el mejor trozo de jade que se pudiese obtener en Cantón y mandé a buscar al individuo. Cuando lo hicieron pasar parecía terriblemente aterrorizado, como si lo hubieran pescado robando. Necesité mucho tiempo para explicarle que quería que hiciera una Diosa de la Piedad que casara con la que se encontraba en posesión de la emperatriz. Cuando le describí los aretes giratorios, hizo una mueca pero no dijo nada. Gradualmente se acercó a la piedra y la examinó por todos los costados. "¿Qué ocurre? - le pregunté -. ¿No es bastante buena?" Finalmente se volvió y dijo con orgullo: "Esta piedra servirá. Vale la pena de probar. Toda mi vida he tenido la esperanza de conseguir jade blanco de esta calidad. Lo haré, gobernador, siempre que no me pague por el trabajo, y me deje en plena libertad para ejecutar lo que tengo en el pensamiento." Lo instalé en un cuartito, con una cama y una mesa, y le llevé todo el equipo que me pidió. Era un individuo más bien extraño. No hablaba con nadie y se mostraba un tanto grosero con el criado que le llevaba las cosas que necesitaba. Pero trabajaba como si estuviese inspirado. No me permitió ver la estatua durante cinco meses. Pasaron otros tres meses antes de que me presentara la obra terminada. Casi me desplomé cuando la vi, como ustedes la ven ahora. Mientras contemplaba su creación, había una extraña expresión en su rostro.

Page 47: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

"Vaya, gobernador - dijo -. Quiero agradecerle. Esa estatua es la historia de mi vida." Se fue antes de que pudiese responderle. Salí en su busca, pero ya no estaba. Había desaparecido por completo. Los invitados oyeron un grito que partía de la habitación contigua, un grito de mujer, tan conmovedor y angustiado, que todos se quedaron petrificados en su lugar. El anciano comisionado fue el único en correr hacia Meilán, que yacía en el suelo. Un invitado, que era un amigo íntimo de la familia, susurró en el oído del desconcertado gobernador: - Es la hija del comisionado. Ella es la diosa. Estoy seguro de que el artista no es otro que el esposo de ella, Chang Po. Cuando Meilán volvió en sí, se acercó a la mesa, delante de todos. Sus manos se levantaron lentamente para tocar la estatuita, y luego descansaron firmemente sobre ella, como si al ver y tocar la estatua estuviese nuevamente en contacto con su esposo. Y todos vieron que la estatua de jade y la muchacha eran la misma mujer. - Quédate con la estatua, querida - le dijo el gobernador, cuando se enteró de lo que había sucedido -. Ya encontraré otro regalo para la emperatriz. Espero que te sirva de consuelo. Es tuya hasta que te reúnas con tu esposo. Desde ese día Meilán se fue debilitando, como si alguna misteriosa enfermedad le corroyese el cuerpo. El comisionado estaba dispuesto a olvidar todo, si se podía encontrar a su yerno. En la primavera siguiente llegaron noticias del gobernador de Cantón en el sentido de que todos los esfuerzos para encontrar a Chang Po habían resultado infructuosos. Des años más tarde el hijo de Chang Po murió de resultas de una epidemia que barrió la ciudad. Meilán se cortó entonces el cabello e ingresó en un convento, llevando consigo, como única posesión, su diosa de jade. Según la superiora, parecía vivir a solas en un mundo propio. No permitía que ninguna otra monja, ni siquiera la superiora, entraran en su cuarto. La superiora le dijo al gobernador que Meilán había sido vista por la noche escribiendo oración tras oración y quemándolas ante la estatua. No dejaba que nadie penetrara en su mundo secreto, pero era dichosa y no molestaba a nadie. Meilán murió unos veinte años después de ingresar en el convento. Y así se extinguió la perecedera Diosa de la Piedad y continuó existiendo la Diosa de Jade.

5. CASTIDAD Este relato está desarrollado de una anécdota corta que figura en libros populares de chistes y anécdotas. El cuento de la gallina figura en el original. La anécdota dice de cómo una viuda, en vísperas de recibir un arco conmemorativo, fue tentada por un criado, perdió el arco y se ahorcó. Más allá de Suchow hay un pueblecito situado entre una cordillera de altas montañas azules, bastante denudadas, y el hermoso lago Weishan, bordeado por terrenos pantanosos. Una hilera de arcos de piedras monta a horcajadas sobre un antiguo camino. El espectáculo es bastante común en aldeas, pueblos y ciudades chinos. Parecidos a puertas decorativas, son los monumentos de hombres y mujeres del pasado: en memoria de eruditos que alcanzaron altos honores o de mujeres famosas por su virtud. Son los arcos de la castidad, para erigir los cuales se necesita una licencia concedida directamente por el emperador, y celebran a las viudas que, perdiendo a sus esposos en plena juventud, fueron fieles durante toda su vida al recuerdo de éstos. Los hombres admiran tanta constancia, pero esta narración demostrará cuan difícil es poseerla.

Page 48: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Entra, Meihua - gritó la joven señora Wen a su hija -. Estar todo el tiempo en la puerta de calle no es comportamiento propio de una muchacha crecida, de tu edad. Meihua entró cabizbaja, avergonzada. Era una muchacha extraordinariamente bella, de alegres labios rojos, blancos dientes parejos y una tez de capullo de duraznero. Franca, independiente y empecinada, pertenecía al tipo que sólo se produce en el campo. Aunque tenía la cabeza gacha al entrar, y sus pasos eran desganados, el corazón le aleteaba aún. - Hay otras muchachas que están mirando - dijo a su madre, defendiéndose, y se calló. Una compañía de soldados pasaba por la calle, compuesta de unos setenta u ochenta hombres. La estrecha calleja resonaba con el ruido de los pies sobre el pavimento de guijarros. Hombres y mujeres hablan salido de sus casas para mirar y preguntarse a dónde se dirigirían. Las mujeres de más edad salían afuera y se apoyaban contra la pared. Pero las más jóvenes se quedaban detrás de las cortinas de las puertas, de varillas de bambú dispuestas en enrejado, magnífico recurso para ver sin ser vistas. Pero Meihua había salido a la calle y permanecía de pie en el encintado de piedra sobresaliente, frente a su casa, fácilmente visible para todos. El alto capitán que cerraba la marcha, rápido para distinguir una juvenil figura femenina, la vio a doce pasos de distancia. Cuando pasó, la joven de piel color capullo de duraznero le lanzó una lenta sonrisa. Él la miró y siguió marchando, pero no sin volver la cabeza para contemplar por segunda vez el hermoso rostro de la joven. Su brigada había llegado a Suchow desde unos cincuenta kilómetros más al sur, para expulsar a una pandilla de bandidos que se ocultaban en las montañas azules y efectuaban audaces incursiones en los distritos vecinos. En un pueblecito como Hanchwang las comodidades de alojamiento para los soldados eran limitadas. Había disponibles varios templos, pero los oficiales se albergarían en hogares donde por lo menos pudiesen dormir en camas cómodas. El capitán estaba pensando en eso, y se le puede perdonar que volviese la cabeza para mirar a la muchacha e identificar la casa. Habiendo alojado a los soldados, apareció esa tarde en la casa de la joven y preguntó si podía abusar de la hospitalidad. Era una casa ocupada por dos viudas, la madre y la abuela de la muchacha, pero él no lo sabía. Explicó la situación. La campaña podía durar un par de meses, y él estaría ausente la mayor parte del tiempo, pero cuando se encontrase en el pueblo les quedaría sumamente agradecido si le pudieran encontrar un lugar donde dormir. Se dijeron mutuamente los nombres y el capitán descubrió, para su sorpresa, que no había un solo hombre en la casa. La muchacha que vio esa mañana estaba presente, excitada y esperando que su madre y su abuela dijeran que sí. La abuela era una mujer arrugada, de unos sesenta años de edad, que llevaba una cinta de terciopelo negro en torno de la cabeza. La madre, la señora Wen, era alta y un tanto delgada, todavía bella. Frisaba en los treinta y cinco años, era de nariz extraordinariamente alta y bien conformada y pequeña boca sensible. Parecía una versión refinada y sazonada de la joven, con la juvenil vivacidad apaciguada y el fuego emocional serenado - pero no sumergido -, y cuidadosamente discreta y educada. Se había cubierto el rostro con un velo de impasibilidad, y si había el estremecimiento de una sonrisa cuando el capitán la miraba, sus labios se tornaban inmediatamente rígidos. Sus rápidos ojos inteligentes dieron al capitán la impresión de un misterio que valía la pena desentrañar. Para esa familia de tres generaciones de mujeres era una idea levemente novedosa la de aceptar a un hombre desconocido, pero una sola mirada al joven oficial hacía que a cualquier corazón femenino le resultara fácil abrigar la idea. El capitán era alto y esbelto, de anchos hombros, facciones sumamente regulares y una masa de cabellos

Page 49: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

negros como el azabache. No era el tipo fornido, analfabeto, amigo de lanzar escupitajos, blasfemador y perdonavidas que a menudo se encuentra en el ejército, ni tampoco remilgado y rígido y sostenido por una dignidad artificial, como otros. Graduado en la Academia Militar de Peiyang, su conversación era culta y sus modales bien educados. Se llamaba Li Sung; Sung era su nombre personal. - No molestaré a las señoras con las comidas. Lo único que necesito es una cama, un buen lugar para lavarme y, de tanto en tanto, una taza de té. - Esta no es una casa que le convenga, oficial - dijo la joven señora Wen -. Pero si no le importa, nos alegrará que se hospede con nosotras siempre que esté en el pueblo. La casa era bastante vieja y un tanto oscura. Los muebles eran elegantes, pero desnudos; la madera estaba descolorida por efecto del excesivo fregado, pero la casa era limpia, ordenada y bien dirigida. Por cierto que podían proporcionarle un catre de bambú en el vestíbulo delantero, y Meihua dormiría en el patio interior con su madre. La presencia de la abuela sería una garantía contra cualquier murmuración. Cuando las dos viudas vieron al capitán, su primer pensamiento fue: He aquí un hombre para Meihua, porque ésta había llegado ya a una edad en que debía casarse o comprometerse. La muchacha era de una belleza notable; tenía la nariz bien formada y los ojos vivaces de la madre, pero no el refinamiento de facciones de ésta. Tenía muchos admiradores, y lo sabía. Se la conocía como una joven deseable en edad de matrimonio. Pero había una superstición en cuanto a los desdichados hombres de esa familia Wen. Ya existían dos viudas en la familia, porque tanto el abuelo como el padre murieron poco después del casamiento. Puesto que tal cosa había ocurrido dos veces, podía volver a suceder una tercera, y el hombre que se casara con Meihua estaría prácticamente planeando su suicidio. Como carecían de propiedades, aparte de la casa, la gente no se mostraba interesada. Los jóvenes que se sentían atraídos hacia Meihua eran siempre desalentados por sus padres, cuando se les sugería la cuestión del compromiso con ella. Y de ese modo había crecido hasta convertirse en una alegre muchacha de diecinueve años en cuyo favor nadie había dicho nunca una palabra. Un gran cambio se produjo en la casa de estas tres mujeres cuando llegó el capitán Li Sung. Éste prestaba suma atención a Meihua y gozaba con la compañía de las mujeres. Se mostraba cortés y respetuoso con la abuela y caballerescamente encantador con la joven señora Wen. Era un buen conversador, y, en el amor, ruidosamente jovial, divertido y exuberante. Llevó a la casa de las viudas una voz viril y una risa resonante, tales como hacía muchos años que las mujeres no escuchaban. Ciertamente, éstas esperaban que se quedase para siempre. De regreso del campamento, el capitán encontró a la señora Wen en el vestíbulo interior. Había una pequeña biblioteca en la que se veía un surtido de clásicos y de literatura general. Algunos eran volúmenes grandes, de antiguas ediciones de tipos de madera, y aparente-' mente poco apropiados para ser leídos por mujeres. Había algunas novelitas y dramas baratos, y unos libros infantiles, y la colección era vulgar y nada distinguida. Señalando los volúmenes, dijo a la señora Wen: - Tiene una buena colección de libros. - Oh, mírelos, si quiere. Pertenecían a mi esposo. - ¿Y estos libros infantiles? - Parecía haber más volúmenes de ésos de los que se esperaría encontrar en una casa sin niños. La viuda se ruborizó levemente. - En realidad no he tenido mucha educación. Pero doy lecciones a niños pequeños y a muchachas jóvenes. Era perfectamente evidente. Había un ejemplar de las Analectas para Muchachas, varios del clásico Deberes Femeninos, de la historiadora Pan Chao, del siglo dos, y tres

Page 50: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

o cuatro de Modelos de Conducta Familiar, de Szema Kwang, el tipo de libros usados en la educación de las jóvenes. - ¿Así se gana la vida? Es sorprendente. Me preguntaba cómo ustedes, madre y nuera, se mantenían. La señora Wen rió. - Oh, una se las arregla. Cuando mamá y yo éramos más jóvenes, solíamos hacer bordados. Ahora doy lecciones en casa. Las muchachas vienen y se van. Las lecciones son sumamente irregulares; algunas duran varios meses, otras un año, aproximadamente. Las familias me envían sus hijas porque saben que yo les doy una correcta instrucción moral; precisamente lo que las chicas necesitan para llegar a ser buenas nueras. El capitán estaba abriendo en ese momento la gran colección Sentencias Reunidas de Chu Ski, un libro favorito de los moralistas confucianos, pero más filosófico que la mayoría, cuando la señora Wen dijo: - Ése perteneció a mi esposo. No es para nosotros. Ya le dije que no he tenido muy buena educación. Lo único que una mujer necesita, en ese sentido, es un conocimiento de las cosas esenciales: los deberes de una madre, de una esposa, de una hermana, de una hija y de una nuera, y los principios de la piedad filial, de la obediencia, de la castidad y demás. - Estoy seguro de que sus alumnas deben de estar bien instruidas en tales principios. Su esposo debe de haber sido un confucianista estricto. El tema parecía ser penoso para la viuda, y no respondió. Su conversación, que era una mezcla de modestia y orgullo, y su aspecto juvenil y fácil amistosidad, habían producido una encantadora impresión en el capitán. Éste estaba enamorado de la hija, pero se daba cuenta de que la madre era más refinada y tenía en sí la fuerza de la paciencia, nacida del dolor, y una verdadera apreciación de las cosas más delicadas, que, por un feliz equilibrio, la hacían sentirse satisfecha con su suerte. No sabía hasta ese momento que las viudas en casa de quienes se hospedaba tenían una posición única en el clan, ni que los miembros de dicho clan habían iniciado un movimiento para obtener para ellas un arco de castidad. Luego de su regreso de Lincheng, el capitán descubrió que en el fondo de la casa había una huerta a la que se llegaba por la cocina. Una mañana Meihua había salido de compras y el capitán no la vio. Preguntó dónde estaba la abuela, aunque pensaba en Meihua. - Creo que está en la huerta. Venga a verla - dijo la señora Wen. La huerta era sumamente espaciosa en proporción con la casa. Había algunos perales, algunos arbustos de flor e hileras de coles, puerros y otros vegetales. Estaba cercada por los muros de las casas vecinas, pero en el costado del este una puerta lateral comunicaba con una estrecha calleja. Junto a la puerta había una estructura de una sola habitación, que parecía la casa del guarda, y más allá se hallaba el gallinero. La abuela estaba sentada en un viejo sillón de madera, gozando del sol, y la señora Wen, vestida pulcramente de negro, con el cabello retirado de las sienes, a la moda de esos días, se paseó por el jardín con el capitán. En su rostro había una curiosa mezcla de modestia y orgullo que resultaba encantadora, y en su mirada se veía un suave resplandor. El capitán estaba completamente seguro de que la mujer habría podido volver a casarse en cuanto se le ocurriera. - ¿Y usted sola cuida toda esta huerta? - No - replicó su anfitriona -. Lo hace el Viejo Chang. - ¿Quién es el Viejo Chang?

Page 51: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Nuestro jardinero. A veces, cuando tenemos melones y pepinos y coles para vender, los cambia por buen dinero. Es el hombre más honrado que conozco. - Señalando la habitación de junto a la puertecita, dijo: - Duerme allí. En ese momento el jardinero apareció por la puerta lateral. Estaba desnudo hasta la cintura, y sus músculos bellamente bronceados relucían al sol. Tenía unos cuarenta años de edad y su coleta estaba enrollada en torno a la cabeza, a la moda campesina. Tenía ese rostro honrado que resulta claramente agradable en cualquier parte que aparezca. Lo que es más, era un rostro libre de preocupaciones, y su piel era fresca y firme. La señora presentó el Viejo Chang al capitán, pues era el nombre familiar con que se llamaba al jardinero. Yendo hacia el pozo con brocal, el hombre subió un cubo de agua y, tomando una calabaza, bebió un poco, vertiéndose el resto en las manos para lavárselas. Resultaba encantador contemplar la sencillez de sus acciones. Mientras bebía, el sol brillaba sobre sus limpios y hermosos músculos, y el capitán vio que los sensibles labios de la señora Wen se estremecían. - No sé qué haría sin él - dijo la señora Wen -. No quiere cobrar jornales. No tiene a nadie para mantener, y lo único que necesita son sus comidas y un lugar donde dormir. Dice que no tiene ninguna necesidad de dinero. Cuando vivía su madre, ella solía alojarse en nuestra casa, y él era un buen hijo. Ahora está completamente solo y sin parientes. Nunca he visto a nadie tan limpio y honrado e industrioso. El año pasado le cosí una chaqueta y tuve que convencerlo para que la aceptara. Hace por la familia más de lo que recibe de nosotros. Después del almuerzo, cuando el capitán volvió al jardín, el Viejo Chang se encontraba arreglando el gallinero. Li Sung se ofreció a ayudarle. Más tarde le divertía pensar que el gallinero tuviese tanta relación con el futuro de la señora Wen, tan importantes son los pequeños detalles de nuestra vida. Se puso a hablar con el jardinero acerca de la señora Wen. - ¡Qué mujer! - exclamó el Viejo Chang, parlanchín -. Si no hubiese sido por ella, mi madre no habría tenido una vejez tan cómoda y dichosa. Se dice que el Tutor Imperial Wen les conseguirá un arco de castidad. La anciana señora Wen perdió a su esposo cuando tenía veinte años; su hijo único se casó con mi señora. Hace ya mucho tiempo, pero me han contado que él se estaba peinando una mañana, y de pronto cayó muerto al suelo. La joven señora Wen se convirtió en una viuda a la edad de dieciocho años, y estaba esperando un hijo. Pero fue una niña. Nadie querría que una mujer tan joven fuese una viuda durante toda su vida. Sería inhumano, a menos de que tuviera un hijo por quien vivir y para quien llevar el apellido de la familia, y a menos de que ella lo quisiese así. Pero ella no quería. La anciana quería adoptar un niño para que su nuera continuase el fuego del altar ancestral, pero usted ya sabe lo que pasa en las familias. Algunas medran y se multiplican, y tienen seis o siete hijos de un tirón; otras se extinguen. La gente dice que la suerte estaba en contra de los hombres de esta familia, y nadie estaba dispuesto a permitir que su hijo fuese adoptado por ellas. De modo que mi ama se quedó con la niña. He visto a Meihua crecer y transformarse en una joven tan hermosa... Capitán, ¿por qué no se casa con ella? Será una magnífica esposa para cualquier hombre que esté en condiciones de mantenerla. Li Sung sonrió ante la simplicidad de modales del jardinero. No necesitaba que el jardinero le abriera los ojos en cuanto a los encantos de Meihua. - ¿Y qué es ese arco de castidad? - ¿No lo sabe? La familia Hu tiene el único arco de castidad del pueblo, y el clan de Wen se siente un tanto celoso. Escribieron al Tutor Imperial Wen acerca de estas dos viudas de su propio clan. La anciana viuda mantiene su viudez hace ya cuarenta años.

Page 52: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Se dice que el tutor imperial pedirá al emperador que haga erigir un arco de castidad en honor de ellas. - ¿Es cierto? - ¿Por qué habría de bromear con usted, capitán? ¿Es esto algo que se preste a bromas? ¿Que una mujer sea honrada por el propio emperador? Dicen que el emperador concede, por lo general, mil taels de plata juntamente con el permiso para levantar el arco. Entonces ella será rica y respetada. Y se lo merece. Mi ama es joven y hermosa, y a muchos hombres les gustaría desposarla. Ha preferido quedarse en la familia Wen por su anciana suegra, para servirla en su vejez, antes que volver a casarse y dejarla sola. Es imposible dejar de admirarla por eso. Ese será el motivo del monumento. Y entonces ella tiene la esperanza de que, cuando se case Meihua, podrán mantener encendido el fuego del altar de los antepasados de su esposo. ¡Qué mujer! El capitán iba y venía, aunque estaba más interesado en perseguir a Meihua que a los bandidos. Meihua amaba a Sung como si ninguna muchacha antes que ella hubiera amado, y Sung estaba absolutamente cautivado. La muchacha no trataba de ocultar su amor y admiración por él; le decía qué admiraba en él y por qué. Puede que en otras mujeres que el capitán conoció eso fuese artificio, pero uno puede intuir cuándo una mujer es totalmente sincera, y el capitán no podía dejar de sentirse halagado. Meihua era infantil, vivaz y a veces francamente traviesa. Todo eso hacía que resultase sumamente encantadora para el capitán. El amor de ellos era evidente para sus mayores, por supuesto, gracias a la conducta de la muchacha y a la actitud más contenida pero igualmente palmaria del capitán. Como Li Sung tenía ya veintisiete años y estaba soltero, la abuela se sentía convencida de que esa unión estaba predestinada. Naturalmente, se tomaron todas las precauciones posibles para impedir cualquier incorrección. La abuela dormía en la habitación occidental, y la señora Wen y su hija lo hacían en la habitación oriental del patio interior. En cuanto terminaba la cena se corría el cerrojo de la puerta del patio interno, y la señora Wen adoptaba además la precaución de correr el de su propia alcoba. Pero la madre se engañaba. Li Sung permanecía a veces en el campamento, a fin de poder encontrarse con la joven afuera. Meihua desaparecía en ocasiones por la tarde y regresaba a deshora para la cena. Tales irregularidades coincidían siempre con los días en que el capitán supuestamente se encontraba fuera de la ciudad. Una noche llegó a la casa dos horas después de la de la cena, porque corría el mes de julio y los días eran largos. Siguiendo un camino que conducía fuera del pueblo, Sung y Meihua se internaron en una senda umbría que contorneaba un estanque y se dirigía directamente hasta la boscosa falda de una colina. Era una tarde gloriosa, y la mordedura del sol de mediodía se había apaciguado; soplaba una deliciosa brisa en el bosque de abetos, en el que se erguían rocas cubiertas de brillante musgo verde. En la distancia, más allá del estanque y de sus verdes orillas, se extendía el hermoso lago. Con el capitán a su lado, la vida era completa para Meihua. Ya se habían jurado amor eterno. La muchacha le contó a Sung cuan famosa había sido su madre en la juventud por su belleza, cuántos hombres le habían propuesto matrimonio y recibido una negativa, y luego agregó lo siguiente, que sonó extrañamente en los oídos del capitán: - Si yo hubiera estado en su lugar, me habría vuelto a casar hace mucho tiempo. - ¿No estás orgullosa de tu madre? - Por supuesto que lo estoy. Es que creo que una mujer debe tener un hogar con un hombre, y no vivir como vive ahora. Quizás he oído hablar tanto en casa de las ideas confucianistas, que ya estoy cansada de ellas.

Page 53: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Meihua era joven. Ningún ejemplo establecido por una abuela bienaventurada y por una madre en camino a la bienaventuranza podía aplastar la primavera que bullía en su juvenil corazón. - Después de todo - dijo Sang - es preciso que una mujer sea virtuosa para hacer lo que ella ha hecho. - ¿Para qué crees que es una muchacha? - replicó Meihua rápida y vivazmente -. Para casarse y tener un hogar e hijos, ¿no es cierto? A mamá debe de haberle resultado penoso perder a papá cuando ella era tan joven, especialmente teniendo en cuenta que somos tan pobres. No puedo dejar de admirarla por eso. Pero... - ¿Pero qué? - No creo en los arcos de castidad. El capitán lanzó un rugido. - Cuando crecí pensé en eso. Mamá es una mujer ambiciosa y sumamente severa consigo misma. Se consigue una especie de distinción cuando se es una viuda casta, y creo que mamá se envanece de ello. No sé por qué hablo de este modo. Sung le preguntó a la joven acerca del arco de castidad que el clan estaba esperando para su madre y su abuela. - Me alegro por mamá - dijo Meihua -. Pero cuando nosotros nos casemos, nos iremos. Y la salud de la abuela es tan frágil... ¿Qué hará con mil taels, viviendo sola, sin nada que esperar, salvo otros veinte años de soledad gloriosa, hasta que muera y se convierta en un sagrado cadáver? Li Sung se sintió divertido. ¿Cómo se le puede decir que está equivocada a una joven como Meihua, con su agudo amor a la vida? Ella había compartido y presenciado la vida sin amor de la casa de las dos viudas, y quizá supiese lo que estaba diciendo. Dándose cuenta de pronto que el sol se ponía detrás de las colinas, Meihua exclamó: - ¡Oh Sung! Tengo que irme corriendo. ¡No sabía que era tan tarde! Durante el siguiente período de ausencia del capitán sucedió algo. La señora Wen se había enterado, por información de vecinos, que los enamorados habían sido vistos juntos en el pueblo, y una vez en el camino que llevaba a la colina boscosa del oeste del pueblo. Nada escapaba a la mirada vigilante de la madre. Interrogó a su hija. Llorosa, la hija admitió su culpabilidad y dijo que el capitán le había prometido casarse con ella. La señora Wen fue presa de un espantoso acceso de cólera. - ¡Jamás pensé que mi propia hija trajese tal deshonra a esta casa! Tu abuela y yo hemos establecido un ejemplo en este pueblo. ¡Y ahora tú has manchado el nombre de la familia Wen.! ¡Cómo se refocilarán los vecinos cuando se enteren de este escándalo! ¡Mi propia hija! - No estoy avergonzada - dijo Meihua enjugándose las lágrimas -. ¡No, no estoy avergonzada de amarlo! Estoy en edad de casarme. ¡Si él no te gusta, búscame un muchacho bueno, búscamelo! Soy joven y no pienso podrirme en la vida sin amor de esta casa. ¡En cuanto a ti, madre, no veo nada de respetable en la hueca vida que tú llamas tu virtuosa viudez! La joven señora Wen se quedó muda de asombro y desconcierto. - ¿Qué estás diciendo, muchacha? - exclamó, tambaleándose ante el inesperado golpe de su hija. - Sí - dijo Meihua -. Madre, ¿por qué no vuelves a casarte? Aún eres joven. - ¡Que el rayo te corte la lengua! Nadie sino un niño habría podido lanzar como una bomba una verdad semejante, en forma tan desnuda y directa. No tenía idea de cómo había herido a su madre, de cuan honda e inesperadamente la habían lastimado sus palabras. Para su madre, el pensamiento de volver a casarse era horrible, escandaloso, impensable.

Page 54: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Durante todos estos años te he estado enseñando. Muchacha, ¿no tienes el sentido de la vergüenza? La señora Wen se derrumbó por completo y lloró lastimosamente. Es extraño el efecto que una frase, una simple palabra, puede hacer en ocasiones. Todos los tormentos que había soportado, y que no pudo contar a nadie durante esos largos diecinueve años, salieron ahora a la superficie con las amargas lágrimas salobres. ¿Qué no había soportado? Y ahora su propia hija se reía de ella y se burlaba de sus años de sacrificio y autorrenunciamiento, cuyo precio ella sola conocía. Desde que la señora Wen era una niña no había oído a nadie poner en tela de juicio la virtud de la castidad de una viuda o la validez de sus ideales. Era como interrogar al sol. La idea de volver a casarse no era en verdad impensable, sino que no había surgido en esos largos años. Era una cuestión abandonada desde hacía mucho tiempo. Si alguna vez abrigó la idea de casarse nuevamente, la apartó rígidamente de sus pensamientos. En verdad nunca había pensado en eso - hasta ese momento. La señora Wen cesó de reñir a su hija. Se había derrumbado en un decaimiento de desdicha. Meihua, asustada, no dijo una palabra más. Pero la madre pareció desgajarse por completo ante la burla de su hija. Lo que Meihua había dicho en cuanto a la vaciedad de la dura vida de una viuda era demasiado cierto. La madre ocultó la cabeza entre las manos, sobre la mesa, y continuó sollozando. Dejó vagar sus pensamientos. La felicidad de Meihua con el capitán era tan real y convincente ... Si ella misma hubiera conocido a un hombre así cuando era joven... ¡Qué confusión...! La señora Wen decidió que debía esperar a que el capitán regresara a la casa. Era posible que se encontrara en el pueblo, y la joven podía ir a advertirle o incluso a huir con él. Encerró a Meihua en su habitación. Cuando Sung volvió, tres días después, fue recibido por la señora Wen, un tanto hoscamente. - ¿Dónde está Meihua? - Está bien. Está adentro. - ¿Por qué no sale? - Estaba esperando esa pregunta - respondió la señora Wen con voz torva y los labios apretados -. Pensé que estaría usted en el pueblo, preguntándose por qué no acudía ella a la cita. - ¿Qué cita? - preguntó Sung, sorprendido -. Acabo de llegar esta mañana. - No finja. Lo sé todo. Su tono estuvo tan próximo de una ira femenina contenida como nunca lo había escuchado Sung de sus labios. Hubo una vez más esa curiosa mezcla de modestia y orgullo que tanto encantaba al capitán. Éste guardó silencio. Del fondo de la casa llegó la voz de Meihua, gritando frenéticamente: - ¡Ábranme! ¡Estoy aquí, Sung! ¡Sálvame, Sung! ¡Ábreme - Sus gritos terminaron en un aullido. - ¿Que es esto? - gritó Sung, y se precipitó hacia el interior. La oye golpeando en la puerta cerrada y llegaron hasta él sus lastimosos gritos. La joven señora Wen lo había seguido al vestíbulo interior, y la abuela había salido de su habitación. Caminando lentamente hacia el capitán, la anciana dijo, con lágrimas en los ojos: - Joven, ¿se casará con ella? Las facciones de Sung reflejaron su sorpresa. Entonces entendió. La muchacha en la habitación continuaba gritando: - ¡Sung, Sung, ábreme!

Page 55: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Por supuesto que me casaré con ella. Y ahora, ¿quiere abrir la puerta y dejarme hablar con ella? La puerta fue abierta y la muchacha salió y cayó en brazos del oficial, gritando: - ¡Llévame contigo, Sung, llévame contigo! Entonces le tocó a la madre el turno de llorar. El capitán pidió disculpas una y otra vez, y trató de consolarla, pero aparentemente el llanto de la señora Wen no tenía nada que ver con la cuestión, cosa que el capitán no pudo entender en ese momento. Sung hablaba como si entendiera claramente su posición. Lamentaba lo que había hecho, pero nunca había pensado en otra cosa que en casarse con Meihua. Se echaba toda la culpa encima. Ansiaba el perdón de las dos mujeres. Pero ahí estaba, dispuesto a casarse con Meihua, y tenía la esperanza de ser un yerno respetuoso. Meihua estaba sentada, escandalizando a sus mayores con su felicidad. Ahora que la crisis había pasado, la unión, en fin de cuentas, no parecía tan mala. La promesa de matrimonio del capitán hacía que la familia la aceptara. La campaña contra los bandidos terminó muy pronto. Se hicieron arreglos con la familia del capitán, y Meihua fue casada un tanto apresuradamente en Suchow. La mente humana es una de las cosas más impredecibles del universo. El corto y más bien tumultuoso romance de Meihua y el capitán había terminado. Pero produjo un extraño efecto en la señora Wen. Tres meses más tarde murió la abuela. El capitán llegó solo para ayudar en lo referente a las disposiciones funerarias. La señora Wen informó a Li Sung que el tío abuelo del clan había ido a mostrarle una carta del tutor imperial, en la que decía que haría la recomendación para el arco de castidad. Era una cosa casi segura. La historia había circulado y excitado considerablemente a los demás miembros del clan, y ahora todo el clan parecía tener intereses creados en la castidad de las dos viudas. Ahora, en la familia Wen, las dos viudas, la viva y la muerta, eran llamadas chiehfu - Dama Casta -, un término altamente honorable. Cosa curiosa, la señora Wen le contó todo eso a su yerno sin mucho entusiasmo e incluso, en ocasiones, con una sombra de duda. - ¡Pero si es maravilloso - exclamó Li Sung, desbordante -. ¿No se siente excitada? - No sé. ¿Cómo está Meihua? Li Sung le dio la noticia de que ya esperaban un hijo. La señora Wen tembló de emoción. - ¿Por qué esperaste a decírmelo? ¡Esa es una verdadera noticia! - ¡Oh, no tan importante como el honor del arco que te erigirán, madre! - dijo el capitán. - ¡El arco! - exclamó la señora Wen despectivamente -. ¡No hablemos de eso! Li Sung se sintió sorprendido ante la indiferencia que mostraba en relación con un honor tan pocas veces concedido. Recordó lo que había dicho su esposa en cuanto a otros veinte años "de soledad gloriosa". Pero resultaba difícil creer que la propia señora Wen lo contemplase de ese modo. - ¿Te parece que debo aceptarlo? - preguntó la señora Wen, volviendo bruscamente al tema. ¡Qué pregunta extraña! - Sería una locura no... - La voz de Li Sung se apagó cuando una duda le penetró en el cerebro. - Naturalmente, después de que el arco sea concedido su viudez será sagrada, por así decirlo, protegida por el emperador. Cuando terminó el funeral, la señora Wen regresó sola a su casa. Los vestíbulos delantero y trasero estaban aún cubiertos de rollos de pergamino colgantes, de

Page 56: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

condolencia, y atravesando el centro del vestíbulo había una banda de seda blanca, regalo del propio magistrado, con los cuatro caracteres: "Una puerta, dos castas." Viviendo a solas en la casa, la señora Wen tenía tiempo de sobra para pensar en su futuro. Cuando miraba hacia adelante se sentía un tanto atemorizada. Hacía apenas pocos meses su suegra, su hija y el capitán llenaban la casa con alegres risas. Muchas cosas habían ocurrido, una detrás de la otra: el cortejo y matrimonio de Meihua, la muerte de la abuela, ese repentino ascenso a una gloriosa pero más bien monótona altura de fama, y el niño no nacido. El Viejo Chang se portó maravillosamente durante toda la ceremonia del funeral, y ahora, viendo a su ama tan triste, resultó más útil aun. Iba a hacer las compras en lugar de Meihua, relevaba a la señora Wen de todas las preocupaciones de la casa y de todas las cosas que tenían relación con el mundo exterior, y hasta lograba llevar algún dinero, producto de la venta de las hortalizas. Desde la cocina ella observaba al fiel y honesto jardinero y a veces, de tan sola que se sentía, salía a la huerta para conversar con él. El jardín estaba completamente cercado y ningún vecino podía verlos. Surgió una especie de intimidad. Pero fue a visitarlas el tío abuelo, llevando cien taels, como regalo funeral de parte del tutor imperial. La concesión del monumento y de los mil taels era ahora una cosa segura. Cuando el tío abuelo se fue, la señora Wen se vio en la necesidad de tomar una difícil decisión, y debía tomarla antes de que fuese demasiado tarde. El Viejo Chang la felicitó con todo su corazón. Estaba orgulloso de su ama, y jamás había dudado de que llegaría a ser una mujer famosa. La señora Wen estuvo varias veces a punto de iniciar el tema. ¿Pero cómo podía una dama, más, una casta viuda, hacer esa proposición a un hombre? Varias veces fue a la huerta para hablar de él sobre las hortalizas. Pero arriba estaban el cielo azul y el blanco sol, y su modestia y sus largos años de adiestramiento le impedían mencionar lo que rondaba sus pensamientos. No podía hacerlo. Chang era absolutamente honrado, tan completamente leal... Nunca la veía como una mujer. Se sintió absolutamente desesperado cuando eso sucedió. Cuando a Meihua y el capitán les nació una niñita, acudieron a mostrarle a la señora Wen la nueva nieta. La señora Wen se sintió emocionada cuando tuvo contra su pecho a la hermosa chiquilla, regordeta, blanca y tibia, y cuando pudo canturrearle. Hacía tiempo que no tenía a un niño entre los brazos, y era tan joven para ser abuela, que se sintió dichosa. - Meihua, me alegro de que seas tan feliz en tu matrimonio. Debes de estar orgullosa de tu hijo y tu esposo. Las lágrimas asomaron a los ojos de Meihua. Pensó que su madre se había vuelto más humana y que la había perdonado realmente y por completo. Pero durante el primer día de su visita la vio sentada a solas, silenciosa, y sorprendió en su rostro una expresión de preocupación. Ya no era la mujer aplomada, satisfecha, que Meihua había conocido. Y entonces el capitán se enteró de las sorprendentes noticias. Al salir a la huerta vio al Viejo Chang removiendo la tierra. Para su sorpresa, el jardinero lo llevó a su habitación. En el rostro del hombre brillaba una extraña luz de felicidad, excitación y desconcierto. - Por favor, dígame qué debo hacer, capitán. Soy un hombre inculto. - ¿De qué se trata? El Viejo Chang vaciló un segundo. - Se trata de mi ama. - ¿Está mi suegra en dificultades? - No. Pero, capitán, usted es el único que puede aconsejarme. No sé qué hacer.

Page 57: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Tiene esto también relación contigo? - Sí. - Debes decirme qué ocurre. ¿Qué ocurrió entre ustedes dos cuando yo me fui? El jardinero hablaba con lentitud, no estaba acostumbrado a la conversación delicada. Mientras narraba el caso, el capitán no pudo dar crédito a sus oídos. El Viejo Chang continuó hablando lenta y solemnemente, y entonces el capitán entendió cómo la correctísima viuda que era su suegra había encarado el problema en la forma más indirecta, para sugerir algo que una joven como Meihua podía hacer con un simple gesto o un beso. Las noches estivales eran calurosas, y el viejo Chang dormía semidesnudo en su estera. Una noche, la semana anterior, despertó y oyó que su ama llamaba "¡Viejo Chang!" La luna estaba hacia el oeste, iluminando directamente su cama, y vio a su ama de pie en la puerta. Se levantó apresuradamente y le preguntó si necesitaba algo. - No - dijo la señora Wen -. Por cierto que tienes el sueño pesado. Oí cacarear a las gallinas, y me pareció que un gato montes las estaba robando. A fin de llegar al gallinero tenía que pasar por la habitación del Viejo Chang. Debían de ser las tres de la mañana. La hierba estaba húmeda de rocío. - Vuelve a acostarte - dijo la viuda -. Puedes resfriarte, si te quedas ahí sin ponerte la chaqueta. - Pero el Viejo Chang insistió en acompañarla hasta la puerta de la cocina. El Viejo Chang pensó en los pequeños gatos monteses que bajaban de la montaña, de noche, para asaltar los gallineros. Pero nunca oía alborotar a las gallinas. Dormía profundamente. Al día siguiente la señora Wen le dijo: - Cierra bien el gallinero y procura que ningún animal pueda entrar. - No se preocupe - contestó él. Eso nunca había sucedido antes, pero la tercera noche parece que un gato montes atravesó el alambrado y huyó con una gallina negra. El Viejo Chang despertó cuando sintió que alguien lo cubría con una sábana, y vio que su ama lo sacudía. - ¿Qué ocurre? - preguntó mientras se incorporaba. - Vi un gato montes. Saltó por sobre la pared y huyó. El Viejo Chang se puso precipitadamente una chaqueta. Examinaron el gallinero y encontraron un gran agujero en las mallas del alambrado. Su ama le indicó dónde había visto al gato salvaje. No vieron ninguna huella, pero cuando llegaron al lugar encontraron, en efecto, la gallina negra muerta en un cantero de flores, junto a la pared, con un terrible tajo en el cuello. El Viejo Chang se disculpó por su descuido, pero la viuda fue la bondad personificada y le dijo: - No se ha perdido nada. Mañana podré cocinar la gallina para la cena. - ¿Por qué tiene usted un sueño tan liviano? - preguntó el Viejo Chang. - Oh, a menudo permanezco despierta por la noche. Puedo oír el ruido más leve, incluso cuando duermo - contestó la señora Wen. Volvieron al cuarto de él, pero su ama se quedó en la puerta. Chang vio manchas de sangre en el vestido y las puntas de los dedos de su señora. Dejando caer en el suelo la gallina muerta, echó un poco de agua para que se lavara las manos. Le pregunto si le agradaría beber una taza de té. Ella se negó al principio, pero pensándolo mejor aceptó. Estaba ahora completamente despierta y ya no podría conciliar el sueño. - ¿Lo llevo a la casa? - preguntó Chang. - No - respondió ella -, se está tan bien aquí... - No tardaré ni un minuto. - No hay prisa - dijo la señora Wen.

Page 58: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Se sentó en la cama y palpó la estera y las tablas desnudas y las raídas sábanas que tenía para taparse, y le dijo: - Viejo Chang, no sabía que no tuvieras una colcha decente. Mañana te daré una. Al día siguiente, cuando la cazuela de gallina fue servida durante la cena, su ama volvió a recordarle la cuestión del gato montes. - ¿Has arreglado el gallinero? Él respondió que sí, por supuesto. - Puede que el mismo vuelva esta noche. - ¿Cómo lo sabe? - Porque ayer no se llevó lo que quería. Fue demasiado tímido. Casi consiguió la gallina, pero la dejó caer cuando se asustó. Quiere la gallina y sabe dónde encontrarla. Por lo tanto, si es un gato sensato, tiene que venir esta noche. ¿No está claro? - De modo que me sentí decidido - dijo el jardinero continuando con su relato - a quedarme sentado esperando al gato, y le dije a mi señora que no se preocupara. Bajé la mecha de la lámpara y puso un taburete detrás del matorral, y tomé una pesada estaca para aplastarle los sesos a cualquier gato montes que se atreviera a mostrar sus garras en mi huerta. Y la luna subió hasta el cenit y no había señales de gato alguno, y descendió y todavía no se veía ningún gato. Yo estaba sintiendo frío, y decidí acostarme, cuando oí la voz de mi ama que llamaba suavemente: "¡Viejo Chang!" Me volví y vi a mi señora, vestida de blanco, acercándose desde la casa como un Hada Maku. Cuando llegó junto a mí me preguntó en un susurro: "¿No has visto nada?" - Nada - contesté. - Esperemos en tu habitación - me dijo. Fue la noche más bella que jamás haya pasado en mi vida. Los dos sentados allí, yo y mi señora, cuando todo el mundo estaba dormido y silencioso en torno nuestro. Esa mañana ella me había dado esa sábana nueva. Era tan blanca y flamante, que yo no tuve valor para sentarme en ella y arrugarla. Acurrucados, contemplábamos los plateados rayos de la luna que entraban por la ventana. Era como si nos conociéramos desde hacía mucho, mucho tiempo. Conversamos, o más bien mi ama habló la mayor parte del tiempo, de toda clase de cosas: de la huerta, de la vida y el trabajo, y de la pena y la felicidad del corazón. Ella me preguntó cómo había sido mi pasado y por qué no me había casado. Le dije que no podía permitírmelo. - Si pudieras permitírtelo, ¿te casarías? - le preguntó la señora Wen. - Por supuesto que sí - contestó el Viejo Chang. La viuda parecía arrobada y soñadora, y el jardinero la vio irreal, con la luz de la luna cayendo sobre su pálido rostro y los ojos bollándole como joyas. El Viejo Chang estaba casi asustado. - ¿Es usted real, o es el Hada Maku que sale con un vestido blanco durante la luna del tiempo de cosecha? - preguntó. - ¡Viejo Chang, no seas tonto! Por supuesto que soy real. Cuando terminó de decir eso, le pareció a él más irreal, y los ojos de la señora Wen lo miraban y a la vez no lo miraban. El jardinero no podía dejar de contemplarla. - No me mires de ese modo. Por supuesto que soy una mujer. Tócame. Extendió el brazo. El Viejo Chang se lo tocó y la señora Wen se estremeció. - Lo siento. ¿La he asustado? - preguntó el jardinero sintiéndose culpable -. Por un momento pensé que era realmente el Hada Maku que salía en una noche de luna como ésta. La viuda ahogó una risita y el viejo Chang se sintió aliviado. - ¿De veras soy tan bella, Chang? - preguntó -. Ojalá siempre fuera así. Díme, ¿crees que el Hada Maku amaría y se casaría como lo hacen los hombres y las mujeres en la tierra?

Page 59: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Cómo puedo saberlo? - contestó el honrado Chang, todavía sin entender la insinuación -. Nunca la he encontrado. Y entonces la señora Wen formuló una pregunta que trastornó al jardinero: - ¿Qué harías si te la encontraras esta noche? ¿Le harías el amor? ¿Prefieres que yo sea una mujer o que sea el Hada Maku? - Señora, está bromeando. ¿Cómo podría atreverme? - Hablo en serio. ¿Serías feliz si pudiéramos vivir siempre así (como Meihua y el capitán), como marido y mujer? - Señora, no le creo. No tengo tanta suerte. ¿Y qué hay del arco de castidad? - No te preocupes por el arco de castidad. Te quiero a ti. Podemos ser felices y vivir juntos hasta una avanzada edad. No me importa lo que diga la gente. He pasado veinte años de viudez, y eso me basta. Que se queden otras mujeres con eso. - Y lo besó. - Capitán, ¿qué debo hacer? - exclamó el Viejo Chang con la misma emisión de voz, cuando terminó el relato -. ¿Quién soy yo para interponerme en el camino del emperador? Pero mi señora dice que eso no importa. Me pidió que me casara ahora con ella, porque de lo contrario no podría casarse conmigo después. ¡Imagínese a mi señora diciendo eso! Dijo que sería dichosa conmigo, y que yo podría mantenerla tal como estamos ahora. Capitán, ¿qué debo hacer? La idea penetró muy lentamente en la cabeza de Li Sung, porque al principio se sintió desconcertado y concentró toda su atención para captar cada una de las sílabas y matices de las palabras del jardinero. Luego de tragar saliva varias veces, exclamó: - ¿Qué debes hacer? ¡Idiota! ¡Cásate con ella! Inmediatamente llevó la noticia a Meihua. - ¡Me alegro tanto por mamá...! - dijo Meihua. Y luego agregó, en un susurro - : ¡Ella misma debe de haber matado la gallina negra! Tendría que haber un arco de castidad para hombres como Chang. Más tarde, esa noche, después de la cena, el capitán dijo a la señora Wen: - Madre, he estado pensando. Estoy seguro de que esta hijita nuestra ha sido una gran desilusión para ti. No sé cuándo tendremos un hijo que pueda llevar el apellido de los Wen. La señora Wen levantó la mirada. El capitán continuó con solemnidad, con la vista clavada en el suelo: - He estado pensando. No te rías de mí, madre. La abuela está muerta, y tú estás viviendo sola. Chang es un hombre honrado. Si me permites que le hable, creo que se sentirá encantado de adoptar el nombre de la familia Wen cuando se case contigo. La señora Wen se ruborizó. Comenzó a decir "Sí, el nombre de la familia Wen..." y se precipitó a su habitación. Cuando se llevó a cabo la boda con el jardinero, resultó una cruel desilusión para los miembros del clan Wen. - Nunca se puede saber qué hará una mujer - dijo el tío abuelo.

6. PASIÓN (O LA HABITACIÓN OCCIDENTAL) El más célebre relato de amor de la literatura china fue escrito por el famoso poeta Yuan Chen. Lo escribió como la narración de algo que le había sucedido a otra persona, pero resultaba claramente autobiográfico. Las fechas, los acontecimientos, los personajes, todo era demasiado real y coincidía demasiado bien con él, y la emoción personal del escritor era demasiado profundamente sentida para ser otra cosa que un relato autobiográfico de su propio romance. El débil disfraz del nombre "Chang" que dio al enamorado del cuento no engañó a sus amigos, y el relato, extraordinariamente

Page 60: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

vivido, provocó gran cantidad de comentarios y curiosidad. El autor, que se había convertido en uno de los dos principales poetas de su época, se sintió turbado, pero no podía suprimir la narración ni sus sentimientos con respecto a ésta. Y la palabra "Oropéndola" (Inging), que era el nombre de la joven, se deslizaba siempre en sus versos, cuando no estaba disfrazada como Shuangwen, refiriéndose a los sonidos repetidos de ese nombre. La muchacha fue su primer amor, pero había motivos especiales para que la recordara. Esta versión sigue fielmente el relato del propio Yuan Chen hasta el punto en que el amante (el mismo Yuan Chen) abandona a la joven y presenta ridículas excusas. Hace que el amante compare a Inging con las bellezas históricas que arruinaron imperios, y hasta emplea la palabra yaonieh, "espíritu maligno" nacido para destruir hombres, cuando se refiere a su novia abandonada. Yuan dice también que los amigos del amante, cuando se enteraron de la historia, lo alabaron por haber "corregido un error a tiempo". Y sin embargo Yuan Chen, aunque era un brillante poeta y más tarde llegó a ser un alto funcionario, no fue respetado en general por su personaje. Muchos detalles biográficos y poemas de Yuan Chen confirman que estaba escribiendo acerca de sí mismo. Entre otras cosas, sólo mencionaré que su tía por la rama materna,, también llamada Cheng como en este relato, se vio en dificultades por robar a soldados y fue salvada por su sobrino. Hay demasiadas pruebas como para presentarlas aquí. Al llenar las lagunas del original, me he basado en los poemas del propio Yuan Chen. 1. El original contiene la carta de Inging a su amante, considerada una obra maestra, pero omite la carta del enamorado a ella. Dice simplemente que el amante "le envió una carta para explicar" el hecho de que no regresara. Yo he tomado versos de su "Ku Chuehchueh Tzu" (Poema al Estilo Antiguo, Cortando Relaciones) para llenar esta importante laguna. En realidad Yuan Chen lanzaba sospechas sobre la fidelidad de la joven hacia él. Era, para decirlo en términos corrientes, un canalla. 2. El original incluye el poema de Inging invitándolo a una cita, pero oculta el poema que él le escribió primero. Yo he tomado algunos versos de su poema "Ku Yen Shih", acerca de pétalos flotantes, etc. 3. El primer parágrafo acerca de los sentimientos de él al recordar las campanas del monasterio de veinte años antes está tomado de su poema "Ch'un Hsiao" o "Mañana Primaveral". 4. La frase acerca de "una sonrisa, que era una semisonrisa" y el recuerdo del perfume están tomados de su poema intitulado "Sobre Inging". 5. Algún otro material relacionado con la cita está tomado de su largo poema autobiográfico enviado a Po Chu-yi, en el cual todo el episodio es narrado como un sueño fantástico, seguido por un relato de su casamiento con la muchacha Wei. En el original Inging era una joven tímida y contenida en público, que no hablaba mucho, pero práctica y de pensamientos claros. Creo que la caracterización es verídica. El amigo Yang Chu-yuan era también una persona real y aparece igualmente en el original. Cada vez que Yuan Chen se detenía en una posada de Pucheng, en sus viajes oficiales, el sonido de las campanas del monasterio cercano, especialmente cuando las escuchaba desde la cama, al alba, lo conmovía siempre profundamente y lo hacía sentirse nuevamente joven y romántico. Tenía algo más de cuarenta años, era un marido convencionalmente feliz, un poeta popular, un alto funcionario que tenía sus muchos altibajos. Habría debido poder olvidar un asunto amoroso ocurrido hacía tanto tiempo, o por lo menos estar en condiciones de reflexionar serenamente al respecto. Pero se sentía

Page 61: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

sorprendido. Veinte años habían trascurrido, y el sonido de las campanas del monasterio, en las primeras horas del día, presagiando el advenimiento de la aurora, y el timbre y ritmo familiares, todavía provocaban en él un estado de ánimo de infinita tristeza, despertaban alguna honda emoción oculta, íntima como la vida misma, y una sensación del extraño patetismo y belleza de la vida que su poética pluma apenas lograba sugerir. Mientras permanecía acostado en la cama recordaba el aspecto del pálido cielo, con sus estrellas vagas, titilantes, las sofocantes emociones relacionadas con ese cielo, los fuertes perfumes y la visión de una sonrisa que era una semisonrisa, en el rostro de la muchacha que fue su primer amor. Yuan era entonces un joven de veintidós años, en camino a la capital para buscar honores literarios. Según su propio relato, jamás se había enamorado anteriormente y nunca había tenido relaciones con una mujer, porque, como joven brillante y sumamente sensible, había puesto sus miras muy alto. No era especialmente jovial o sociable, y las muchachas corrientes, bien parecidas, por las que desvariaban sus jóvenes amigos, lo dejaban inconmovible, aunque confesaba que cuando veía a una muchacha de aspecto distinguido o de talento se sentía profundamente conmovido. En la época del Imperio Tang los estudiantes se dirigían a la capital varios meses o incluso medio año antes de que se llevaran a cabo los exámenes nacionales, y aprovechaban la oportunidad para viajar y conocer el país. Su tiempo le pertenecía. Cuando pasó por Pucheng, en el recodo del río Amarillo, se detuvo para visitar a Yang, que era un condiscípulo. A menudo iban caminando hasta el Templo Puchiu, que estaba situado a unos cinco kilómetros al este de la ciudad, donde las faldas de las colinas estaban cubiertas, en invierno, de capullos de ciruelo. El tiempo era frío pero vigorizante, soleado y seco. Allí se veía toda la vasta extensión del río y las distantes montañas Taipo, al sur, que se erguían del otro lado. Yuan se sintió tan enamorado del lugar, que hizo arreglos con el monasterio para quedarse en una de las habitaciones de huéspedes de que se disponía para los peregrinos. El templo había sido construido unos cincuenta años antes por la emperatriz Wu y estaba dispuesto en gran escala, con techos vidriados, amarillos, y adornos dorados. Era lo bastante grande como para dar cabida a más de cien peregrinos durante los apiñamientos de la temporada primaveral. Había habitaciones más baratas para los campesinos y sus familias, y algunos departamentos elegantes, en patios especiales, reservados para huéspedes más importantes. Yuan eligió un cuarto en el extremo noroeste, porque era tranquilo y retirado. Los altos árboles de la parte de atrás dejaban caer sobre el patio una fresca luz verde, en tanto que adelante un corredor cubierto, con sus muchas ventanas hexagonales, permitía ver retazos del gran río y de las montañas, más lejos. El cuarto y la habitación eran sencillos, pero cómodos. Yuan estaba encantado, y con los pocos volúmenes de poesía que siempre llevaba en su liviano equipaje, se sintió cómodamente establecido para una corta y deliciosa vacación. - Tienes que ser un romántico para elegir un lugar como éste - le dijo Yang. - ¿Romántico en cuanto a qué? - En cuanto a la luna, las flores, la nieve y las colinas azotadas por el viento. Este es un lugar ideal para el romance. - No seas tonto. Si quisiese buscar placeres, iría a la capital. No, pienso ser un monje, y me hundiré en los libros durante varias semanas. Yang sabía que su amigo era sumamente temperamental, sensible y voluntarioso, y le dejó que se saliera con la suya. No hacía más que un día que se encontraba allí cuando descubrió que al oeste, contigua al muro del templo, había una casa de campo de una familia rica, con un gran huerto de árboles de flores y frutales en la trasera, que él podía ver desde su ventana de atrás. Los

Page 62: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

techos de tejas oscuras, parcialmente ocultos por un albaricoquero que se abría delante de la pared, revelaban un espacioso edificio de varios patios. Averiguó por el criado que la casa era parte propiedad del templo y estaba ocupada por una familia de apellido Tsui. El padre de la familia, muerto ya, había sido un protector del templo y gran amigo del superior, y solía ir a vivir al monasterio cada vez que quería alejarse de la ciudad. Cuando el padre murió, la familia fue a vivir allí permanentemente debido a que la viuda, la señora Tsui, era una mujer tímida y decía que se sentía más segura de ese modo. El superior les permitió que lo hicieran, en parte a causa de su amistad personal con la familia y en parte porque la casa había sido construida gracias a una gran donación del extinto. A la tercera noche el joven oyó el sonido de una música distante, dulce, triste y baja, tocada en un instrumento de siete cuerdas. Resultaba extrañamente excitante, escuchada en el silencio de la noche, en un monasterio. A la mañana siguiente, despierta su curiosidad, recorrió los terrenos del templo y descubrió que la casa estaba cercada por un muro, de modo que no pudo ver gran cosa del interior. Un arroyo corría frente a la casa, que estaba situada más atrás que el templo, y se llegaba a la puerta por un encantador puentecito pintado de rojo. La puerta se hallaba cerrada y había una señal de duelo, en forma de una cruz diagonal, de papel blanco, vieja y rasgada, pegada sobre el círculo rojo del portón. Otro sendero corría a unos cincuenta metros más allá y se unía al camino principal en el portón exterior del templo. El aire estaba fragante con las flores de ciruelo recién abiertas, y un arroyuelo salía del jardín interior por una abertura del muro y desembocaba en el arroyo de adelante, acompañado del sonido de juegos de niños. Yuan se sintió fascinado. Pensaba continuamente en la familia que vivía en tan hermoso retiro, y en la ejecutante de la bella melodía que había escuchado la víspera y a quien no había logrado ver. Al regresar se dio cuenta de que la parte vecina a su patio era la trasera de la casa. No habría prestado más atención a sus desconocidos vecinos si no hubiera ocurrido algo en la segunda semana de su llegada. En la ciudad había rumor de saqueos y motines. El general Hun Chan había muerto y la indisciplinada soldadesca aprovechaba la oportunidad del funeral para llevar a cabo una rebelión. Saqueaban las tiendas y sacaban a las mujeres de sus casas. Algunos de los soldados que habían saqueado la ciudad se dirigían hacia el río. La aldea cercana estaba repleta de tropas andrajosas y andariegas. Poco antes del mediodía, cuando se hallaba sentado en una silla de junco, con los pies sobre la mesa y un volumen de Meng Haojan en las rodillas, oyó voces femeninas y pasos precipitados que llegaban desde el corredor de adelante. Salió para ver qué había sucedido. Se sentía tanto más' sorprendido cuanto que su habitación estaba situada en el extremo del corredor. Había una puerta, generalmente cerrada con llave y que no había advertido antes. La puerta estaba ahora abierta y una mujer de mediana edad, de unos cuarenta años, y dos niñas corrían por el tortuoso pasaje tan velozmente como se lo permitían los pies. La mujer, ricamente vestida, iba adelante, en tanto que la hija, de unos diecisiete o dieciocho años, y una doncella la seguían. La hija llevaba un sencillo y viejo vestido azul oscuro y tenía el cabello suelto, unido en la espalda con un gran broche. Yuan tuvo la certeza de que era ella la que había tocado la música. La precipitación de las mujeres le dio la seguridad de que estaban asustadas de algo. Más bien divertido con la excitación, y atraído por la visión de la juvenil figura, Yuan corrió en seguimiento de ellas. Los monjes y los criados estaban alborotados. Una mujer, cuyo marido había sido muerto defendiendo a su hija, lloraba y narraba su historia. La joven, haciendo caso omiso dé los demás, se acercó y escuchó atentamente. Tenía una masa de hermoso cabello negro, una boca extraordinariamente diminuta y un

Page 63: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

rostro delgado y pequeño. Su madre parecía terriblemente ansiosa y preocupada, evidentemente temerosa de que los soldados irrumpiesen en su casa, porque se creía que eran ricos. Apareció el superior y les dijo que en caso de emergencia les proporcionaría un escondite seguro. Los soldados, que en su mayoría buscaban botín, no se atreverían a violar el templo. - Madre, no te preocupes - dijo la hija con voz serena pero gorjeantemente juvenil -. Tenemos que quedarnos en la casa. Abandonarla sería invitar a que la saquearan. Cuando sea necesario habrá tiempo de sobra para escapar por la puerta trasera y correr al templo. - El sol matinal dejaba caer una luz blanca sobre su afilada nariz y su alta frente, que era la única cosa poco femenina en ella, si es cierto que la inteligencia y la belleza no deben ir juntas en una mujer. La madre escuchó su consejo. Parecía confiar en gran medida en el juicio de su hija. Siendo joven, caballerescamente dispuesto a ayudar a una muchacha, Yuan se acercó al superior y, con semblante correcto y decoroso, dijo, sin mirar a la joven, que, dadas las circunstancias, sería prudente tomar todas las medidas de precaución para la protección de las damas. Dijo que tenía un amigo que conocía bien al comandante regional y que estaría dispuesto a solicitar la protección del comandante. Lo único que se necesitaría sería media docena de guardias bien armados apostados frente a la casa. - Eso es sensato - dijo la joven lanzándole una mirada suplicante. La madre preguntó su nombre y Yuan se presentó. Encantado por la oportunidad de conocer a la familia, Yuan dijo que iría inmediatamente a ver a su amigo Yuan. Por la noche volvió con seis soldados y una nota formal, firmada por el comandante regional, advirtiendo a la soldadesca que no se acercara a la casa de los Tsui. En rigor la visión de la chaquetilla roja de esos soldados era suficiente para disuadir a cualquier pillastre de sus intenciones de entrar en la casa. Satisfecho con su éxito, Yuan tenía la esperanza de ganar una sonrisa de gratitud de la encantadora joven que esa mañana lo había mirado tan suplicantemente. Entró, esperanzado, en una sala elegantemente amueblada, pero sólo apareció la madre. Le dijo muchas cosas agradables, agradeciéndole las molestias que se había tomado, y Yuan pensó que la facilidad con que había obtenido la influencia oficial debía de haberlo elevado en opinión de la madre. Pero no pudo ver nuevamente a la joven y volvió desilusionado al templo. Pocos días después llegó el ejército del propio comandante regional, el orden fue restablecido en la ciudad y los guardias retirados. La señora Tsui invitó a Yuan a cenar en la sala central, cosa que proporcionó a la ocasión una atmósfera de gran formalidad. - Quiero agradecerle por todo lo que ha hecho por nosotros - dijo la madre - y deseo presentarlo adecuadamente a mi familia. Llamó a un chico de unos doce años, llamado Huanlang (Alegría), y le pidió que hiciese su reverencia formal a su "hermano mayor". - Es mi único hijo - dijo la señora Tsui con una gran sonrisa, y luego llamó -: Inging, ven a agradecer al caballero que nos ha salvado la vida- La muchacha tardó mucho tiempo en aparecer. Yuan pensó que se sentía tímida porque se trataba de una presentación formal y las hijas de familias encumbradas ni siquiera soñaban con sentarse a la mesa en compañía de un joven extraño. La madre llamó una ve/ más, impaciente y repetidamente: - Inging, te pido que salgas. El señor Yuan ha salvado tu vida y la de tu madre. ¿Es este el momento de respetar las convenciones? La hija apareció finalmente e hizo su reverencia, tímida pero orgullosamente. Llevaba un vestido sencillo, ajustado, con un maquillaje primoroso pero modesto. Como una muchacha bien educada de una familia de alcurnia, se sentó junto a su madre en

Page 64: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

silencio, dando a Yuan la clara impresión de que el solo hecho de verla constituía un raro privilegio. De acuerdo con la costumbre, Yuan preguntó a la madre: - ¿Qué edad tiene su hija? - Nació durante el reinado del actual emperador, en el año chiatse. Tiene diecisiete años. Aunque se trataba de una cena casera y Yuan era el único invitado, la joven se mostró quizás excesivamente consciente de la presencia de él. Mantuvo unos modales correctos y distantes durante toda la cena. Yuan trató varias veces de guiar la conversación hacia temas familiares - el padre fallecido y los estudios del hermano menor -, pero no pudo arrastrarla a la plática. Cualquier muchacha corriente, aun la más virtuosa y menos coqueta, se habría comportado y habría sentido en forma distinta en presencia de un joven, y su rostro y modales lo habrían exteriorizado. Pero esa encantadora muchacha era un enigma para él, como una esfinge o un hada princesa que no pudiese ser rozada por las emociones humanas comunes. ¿Era completamente rígida y virtuosa - cosa que Yuan no podía creer -, o sería ese frío exterior una máscara para las hondas pasiones interiores? ¿O era un exceso de reserva adoptado por las jóvenes criadas en el severo adiestramiento confucianista? En el trascurso de la cena Yuan se enteró que el nombre de soltera de la madre era Cheng, el mismo que el de su propia madre, y, como eran de la misma rama del clan, resultaba ser, en rigor, una tía por relación. La madre se mostró visiblemente jubilosa ante el descubrimiento, y propuso un brindis en honor del sobrino de clan. Sólo entonces se ablandó el rostro de la hija con la sombra de una sonrisa. Yuan se sentía irritado y atraído a la vez por la actitud de la joven. Nunca había conocido a una muchacha que fuese tan orgullosa y reservada, y tan difícil de abordar. Cuanto más luchaba contra sus sentimientos, tanto más fascinado se sentía por ella y tanto más la deseaba. Probó todas las excusas posibles para visitar a la familia: primero, para hacer su visita de retribución, y luego para conversar con el hermano menor. Hizo sentir su presencia en la familia, y por cierto que Inging debe de haberlo visto, porque las muchachas de familias ricas observaban y escuchaban mucho por detrás de los tabiques enrejados. Pero era tan tímida como un ciervo ante la proximidad de un animal de presa. En una ocasión la vio jugando con su hermano menor, al ocaso, en el jardín trasero, pero al verlo salió corriendo y desapareció. "¡Oropéndola, oropéndola - gritó él -, qué esquiva oropéndola!" Un día se encontró por casualidad con la criada, en el sendero que iba de la casa hasta el portón exterior. La doncella, que se llamaba Rosa (Hungniang), era una muchacha sencilla, directa, hermosa y atrayente a su modo, y sabia en las cosas del mundo. Yuan aprovechó la oportunidad para interrogarla en cuanto a su joven ama. Tenía el rostro carmesí, y Rosa lanzó una sonrisa de inteligencia. - Díme, ¿está tu ama comprometida? - No. ¿Por qué me lo pregunta? - Bien. Somos primos, y tengo interés en conocerla mejor. Hemos sido presentados, como sabrás, pero hasta ahora no he tenido ninguna oportunidad de hablarle. Me sentiría tan feliz, si lograse semejante oportunidad... Rose guardó silencio y continuó mirándolo. - Díme, ¿por qué me elude ella? - ¿Cómo puedo saberlo? - Parece una muchacha tan maravillosa, tan refinada y discreta... La admiro grandemente - dijo Yuan al cabo.

Page 65: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Ah, ya entiendo. ¿Y por qué no le pide una entrevista por intermedio de la madre? - Tú no entiendes. Apenas pronuncia una palabra cuando la madre está cerca. ¿Hay alguna posibilidad de que la vea a solas? Desde que la vi no he podido pensar en otra cosa. - Ya entiendo lo que quiere decir - contestó la doncella. Se cubrió la boca con la mano, para contener la risa, y rompió a correr. - ¡Rosa, Rosal - la llamó él. Cuando la joven se detuvo, Yuan continuó - : Rosa, te lo ruego. Tienes que ayudarme. La doncella lo contempló fijamente y dijo, con tono de simpatía: - No me atrevo a llevarle semejante mensaje. Es sumamente severa y correcta. Jamás ha hablado con un joven. Señor Yuan, usted es un caballero y ha hecho un servicio a la familia. Siento simpatía por usted. Le diré un secreto. Ella lee y escribe poemas, y a menudo permanece sentada ante sus libros, perdida en pensamientos. Puede usted escribirle un poema. Esa será la única forma de abrirle el corazón, si es que existe alguna. Y será mejor que me agradezca el consejo. - Y le lanzó un guiño de coquetería. Al día siguiente Yuan le envió un poema con la criada. Una luz verde inunda el silencioso patio recóndito; también calla la gorjeante oropéndola, oculta en la sombra. El excluido amante sólo ve pétalos de flores flotando en el arroyo del jardín, y se siente perdido. Contemplé la declinante luna, al alba, mi alma perdida pensando en tu rostro encantador, y me estremecí con la débil esperanza de un bondadoso gesto, de una graciosa sonrisa. Esa noche Rosa le llevó un poema de Inging intitulado "Noche de Luna Llena". Alguien espera en la noche iluminada por la luna, en el cuarto occidental, con la puerta entreabierta. Al otro lado del muro se mueven las sombras de las flores... ¡Ah, quizás ha llegado mi amado! Era el catorce de febrero. Yuan se sintió abrumado de placer. Era una clara invitación a una cita secreta. Un encuentro en la noche era más de lo que esperaba. El dieciséis siguió la insinuación del poema. Trepó al muro, junto al ciruelo, y miró hacia adentro. Descubrió que, en efecto, la puerta del cuarto del oeste había quedado abierta. Descendió y entró en la habitación. Rosa dormía en la cama, y él la despertó. La doncella se mostró sorprendida. - ¿Por qué ha venido aquí? ¿Qué quiere? - le preguntó. - Ella me pidió que viniera - explicó Yuan -. Por favor, vé y díle que estoy aquí. Rosa volvió muy pronto y le susurró: - ¡Ya viene! Yuan esperó diez minutos en un insoportable suspenso. Cuando apareció Inging, había en el rostro de ésta una mezcla de excitación y confusión, pero sus profundos ojos negros estaban velados por el misterio. La momentánea oleada de timidez pasó e Inging dijo, con tono más bien rígido: - Le he pedido que viniera, señor Yuan, porque usted dijo que quería verme. Le agradezco por lo que ha hecho para proteger a mi madre y a nuestra familia, y quiero agradecerle personalmente. Me alegro de que seamos primos, pero me sorprende que me enviara el poema de amor por medio de la doncella. No pude, y no quise, enseñárselo a mi madre, porque habría sido injusta con usted, y me pareció que sería mejor verlo personalmente para pedirle que desista de esa actitud. - Se interrumpió, confundida. Sus frases daban la impresión de un discurso aprendido de memoria. Yuan se sintió horrorizado.

Page 66: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¡Pero señorita Tsui, yo sólo quería conversar con usted! Y vine debido a ese poema que me envió. - Sí, yo lo invité - replicó ella resueltamente -. Corrí el riesgo y lo hice gustosamente. Pero sería erróneo pensar que he concertado una cita para nada indecoroso. No me entienda mal. La voz le temblaba de emoción reprimida. Se volvió y salió precipitadamente. La desilusión y la vergüenza enfurecieron profundamente a Yuan. ¡No podía creerlo, no lo entendía! ¿Por qué le habría escrito un poema tan claro, en lugar de enviarle sencillamente una respuesta por intermedio de la doncella, para después tomarse el trabajo de aparecer y hacerle una disertación? ¿O era que había cambiado de idea a último momento, temerosa de lo que estaba por hacer? ¡Qué capricho femenino! No podía entender a las mujeres. Ahora se le aparecía como una princesa más marmóreamente fría que nunca. Su amor casi se convirtió en odio, porque le pareció que se estaba burlando de él. Dos noches más tarde Yuan estaba durmiendo, en su cama, cuando sintió que alguien lo sacudía en la oscuridad. Se incorporó y encendió la lámpara. Rosa estaba de pie ante él. - Levántese. Viene ella - susurró, y salió de la habitación. Yuan se sentó en la cama, frotándose los ojos, todavía sin tener la seguridad de estar completamente despierto. Rápidamente se echó una bata encima, se sentó y esperó. Muy pronto la doncella hizo pasar a Inging a la habitación. El rostro de la joven estaba sonrojado, tímido, con una expresión de incertidumbre, y parecía apoyarse en la criada para sostenerse en pie. Todo su orgullo y su altanero dominio de sí habían desaparecido. No pidió disculpas ni se explicó. Tenía el cabello suelto, caído sobre los hombros, y lo miró con una profunda mirada de sus maravillosos ojos negros. No fue necesaria ninguna explicación. El corazón de Yuan palpitó con fuerza. Ese repentino sometimiento de la joven, por su propia voluntad, en su cuarto, era más sorprendente aun que la frialdad con que lo repudió en la ocasión anterior. Pero toda su ira había desaparecido ante la presencia de la mujer amada. La doncella había llevado una almohada, y, depositándola rápidamente en la cama, se retiró. Lo primero que hizo la muchacha fue apagar la luz, aún sin pronunciar palabra. Yuan se acercó a ella, y, sintiendo la tibieza de su cuerpo junto al de él, la tomó en sus brazos. Inmediatamente los labios de la joven encontraron los de Yuan, y éste sintió que un estremecimiento recorría todo el cuerpo de Inging y escuchó la rápida inspiración jadeante de la muchacha. Nuevamente en silencio, ella se dejó caer en la cama en un movimiento natural, como si sus piernas fuesen demasiado débiles para sostenerla. Muy pronto Yuan escuchó las campanadas matinales del templo. Rompía el alba y llegó Rosa para instar a su ama a que se fuera. Inging se levantó y se vistió con las pálidas luces de la aurora. Después de arreglarse el cabello toscamente con la mano, se fue con la doncella, con una expresión lánguida en el rostro. La puerta se cerró sin un sonido. No había hablado en toda la noche. Él había hecho todo el gasto de conversación, y cuando hablaba de su adoración por ella Inging sólo le respondía con suspiros y con la cálida presión húmeda de sus labios. Yuan se incorporó repentinamente y se preguntó si no habría ocurrido todo en un sueño. Pero el fuerte perfume de ella persistía aún en su habitación, y vio las manchas de colorete en la toalla. Sí, era real. Esa muchacha semejante a una esfinge, que había parecido tan remota e impasible, había cedido a una pasión que estaba fuera del alcance de su dominio de sí misma. ¿Era pasión - o era amor? Se había acercado a él sin ninguna vergüenza. Recordó el intenso énfasis con que anteriormente le dijo: "Sería

Page 67: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

erróneo pensar que he concertado una cita para nada indecoroso. No me entienda mal." ¿Qué había querido decir con eso? Bastaba con que hubiese acudido. La víspera él no había creído que tal cosa fuese posible. Nunca había conocido semejante dicha; se sentía trasportado a un nuevo mundo de desconocidas fronteras de belleza y delirante felicidad, que se extendía ante él. Esperó hora tras hora la llegada de la noche en que, como una luminosa perla o un cálido, resplandeciente jade, ella trasformaría nuevamente su humilde habitación en un paraíso, por la magia de su amor. Inging no le había dado ningún indicio de que volvería a la noche siguiente. Es absolutamente verosímil que la muchacha haya ido hacia él en un momento de pasión. Es también posible que, después de la primera noche, quisiera tomarse tiempo para meditar en cuanto al romance que tan irreflexivamente había comenzado. Yuan cesó en sus intentos de entender a las mujeres. Esperó noche tras noche, con la sangre golpeándole en las venas, aguardando otra visita del hada princesa. ¿Sería ese suspenso otro capricho de la joven? ¿Había ido hacia él simplemente para satisfacer su fantasía y sus deseos? Permanecía sentado a solas, en su cuarto, todas las noches. Había comprado espirales de incienso, en preparación para la visita de ella, y veía cómo las frías cenizas caían silenciosamente en el recipiente. Trató de apartar sus pensamientos de lo que parecía ser una espera vana e inútil, leyendo una novela intrascendente - porque no podía leer nada serio, listo para levantarse al más leve ruido de pisadas o al más ligero crujido de la puerta. En una ocasión fue a probar la puerta del corredor, como un ladrón, pero estaba firmemente cerrada con llave. Durante los primeros días evitó ir a la casa de ella, porque, habiéndose encontrado en secreto con ella, le parecía prudente mostrarse en su casa lo menos posible. Pero al tercer día no pudo aguantar más y fue a visitar a la madre. Ésta se mostró tan cordial como de costumbre y lo invitó a quedarse para el almuerzo. Inging se sentó a la mesa, nuevamente con esa expresión fría y correcta en el rostro, la expresión que no traicionaba ni siquiera en un gesto la intimidad que existía entre ellos. Él esperó alguna señal, pero la joven era una maestra en el arte de la impostura. Cuando la miraba audazmente, Inging ni siquiera parpadeaba. Pensó que quizás hubiesen sido despertadas las sospechas de la madre y que la joven se mostraba excesivamente cuidadosa por ese motivo. Tenía que haber algún motivo para su silencio. Pasaron dos semanas sin que sucediera nada. No mencionó el caso a Yang, y cuando su amigo le pedía que se quedara a pasar la noche con él, insistía en volver al templo, por miedo de perderse la visita de ella. No podía arrancarse del lugar. Compuso un poema de sesenta versos, registrando en él su extraña experiencia del encuentro con un hada y hablando de las alturas de su éxtasis y las profundidades de su ansia. "Y los mares eran amplios y las nubes altas, y el hada no regresaba." Una noche, pasadas las doce, como en respuesta a sus oraciones, oyó que crujía la puerta del corredor. Rápidamente corrió a abrirla y encontró a Rosa. Ésta le informó confidencialmente que su joven ama había encargado que le hicieran una llave para la cerradura, de modo que pudieran encontrarse en la habitación occidental. Había dispuesto las cosas de modo que el candado pareciera estar en su sitio, pero él podría abrirlo y llegar a la habitación del oeste por un corto corredor. Aun en su delirio Yuan se sintió impresionado por la astucia y la audacia de los minuciosos planes de su amante para la entrevista. Después de eso Inging se encontraba con él, en el cuarto del oeste, noche por medio, o con tanta frecuencia como lograba hacerlo, y cuando no podía le enviaba un mensaje

Page 68: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

con la doncella. Casi siempre acudía después de medianoche y regresaba a su habitación antes del alba. Yuan se sintió delirantemente feliz. La muchacha le abrió su corazón, lo amaba apasionadamente, y se juraron mutua fidelidad, sucediera lo que sucediese. Resultaba difícil creer que pudiese haber tanto amor en su cuerpecito. Inging tenía una mentalidad madura y se sentía interesada en todo lo que él hacía o planeaba hacer. Yacían juntos en la oscuridad y hablaban en susurros, porque existía el peligro de que los descubrieran, aun cuando los oídos de Yuan estaban siempre alerta. Por otra parte, ella nunca mostraba el más mínimo arrepentimiento por lo que había hecho. La única explicación de su conducta, cuando él se la requería, era un beso apasionado y un murmullo: "No puedo evitarlo, ¡te amo tanto...!" - ¿Y qué ocurrirá si tu madre se entera? - le preguntó él una vez. - Entonces tendrá que convertirte en su yerno - contestó Inging con una sonrisa. Tenía los nervios tan firmes como el cerebro. - Hablaré con tu madre cuando llegue el momento - dijo Yuan, e Inging no insistió en la cuestión. Había llegado el momento de la separación. Yuan le dijo a Inging que debía partir rumbo a la capital. Inging no se mostró sorprendida; expresó, con tono sereno: - Vé, si es necesario. Pero la capital está apenas a unos pocos días de viaje de aquí. Volverás en verano. Quiero que vuelvas. - Tan segura estaba de sí misma. La noche anterior a su partida, Yuan se preparó para el encuentro habitual, pero, quién sabe por qué motivo, Inging no apareció. Regresó para fines del verano, en una corta visita, antes de los exámenes imperiales de otoño. No había indicios de que la madre de Inging estuviese enterada de sus relaciones. Se mostró tan cordial como de costumbre y lo invitó a hospedarse en la casa. Quizá tenía la idea de que podría casar a su hija con él. Yuan se sintió encantado con la idea de poder ver a Inging durante el día. Pasaron una semana maravillosa. Ella había perdido su timidez ante él y en ocasiones podía verla jugando con su hermano menor, entrelazando briznas de hierba para hacer un bote que luego ponían a flotar en el arroyuelo del jardín trasero. Se sentía dichosísimo con ese amor secreto. La felicidad de Yuan no pasó inadvertida para Yang. Cuando éste fue a visitar a su amigo en casa de Inging, presintió la situación sin que se la explicaran. - ¿Qué ocurre aquí, Weichih? - preguntó Yang, llamándolo con su nombre de cortesía, y Yuan lanzó una sonrisa. La madre también lo veía. La víspera de la partida de Yuan, interrogó a Inging acerca del joven, y la muchacha dijo con absoluta confianza: - Volverá. Tiene que ir a rendir los exámenes nacionales. Esa noche tuvieron una oportunidad para estar a solas. Yuan parecía desdichado y triste, y suspiraba continuamente, pero Inging tenía plena confianza en su amor. Esa era otra faceta de su carácter. La muchacha que se estremecía entre sus brazos se mostraba lúcida y nada sentimental en un momento de crisis. No pronunció palabras inútiles. Le dijo, serena: - No te pongas como si esta fuera una despedida para siempre. Te esperaré. La madre ofreció a Yuan una cena de despedida, y después pidió a Inging que tocara el chin para él. Yuan la había sorprendido en una oportunidad tocando a solas, pero cuando ella descubrió que la estaba escuchando interrumpió la ejecución y se negó a continuar, a pesar de los ruegos del joven. Pero esa noche consintió. Sentada ante el instrumento, con los rizos cayéndole de la cabeza inclinada, arrancó de aquél, lenta y pensativamente, las notas del Preludio a la Danza de la Capa de Nubes. Yuan

Page 69: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

permanecía sentado en éxtasis, absorto en la hermosa ejecutante y en su exquisita melodía. De pronto ella perdió el dominio de sí misma y se interrumpió y corrió a las habitaciones interiores. Su madre la llamó, pero no volvió a salir. Los amantes se volvieron a ver una sola vez. Yuan fracasó en los exámenes. Quizás estaba demasiado avergonzado de sí mismo como para volver y pedir la mano de ella, pero ella le esperaba y no había nada que le impidiese hacerle una visita. Al principio le envió cartas; luego los intervalos entre una carta y otra se hicieron más grandes. La capital estaba apenas a unos días de viaje, pero Inging siempre encontraba explicaciones para su retraso y jamás abandonaba la esperanza. En esa época Yang iba a visitar con bastante frecuencia a Inging y a su madre. La madre hablaba con él de Yuan, porque Yang era un hombre de más edad, casado, y ella le mostraba las cartas de su amigo. Yang se dio cuenta de que algo andaba mal. Tenía la idea de que su amigo estaba haciendo una nueva vida en la capital, porque Sian estaba llena de diversiones. Envió una carta a Yuan, y la respuesta no hizo más que aumentar sus preocupaciones. La joven convenció a su madre de que tomase la cosa del mejor modo posible, y le aseguró de que él se ocultaba hasta que pasase los exámenes de otoño. Entonces, con toda seguridad, aparecería. Había llegado la primavera y se acercaba el verano. Un día Inging recibió un poema de Yuan, escrito en el lenguaje más equívoco. Hablaba de la felicidad de que habían gozado en el pasado y de sus ansias de verla, pero el significado entre líneas era claro. Era un poema de despedida. Le enviaba algunos regalos y le hablaba de los tormentos que le imponía la separación de un año, comparándolos con los del Pastor y la Hilandera del Cielo, a quienes se les permitía encontrarse, con la Vía Láctea de por medio, sólo una vez al año. Pero, continuaba: "¡Ay!, en esta separación de un año, ¿quién sabe qué puede ocurrir al otro lado de la Vía Láctea? Mi futuro es tan incierto como el de las nubes, ¿y cómo puedo estar seguro de que serás tan pura como la nieve? Cuando una flor de durazno se abre en primavera, ¿quién impedirá a los admiradores que le arranquen los rosados pétalos? Me siento dichoso por haber sido el primero en recibir tus favores, ¿pero quién será el afortunado que se llevará el premio? Ah, un año más que esperar, ¿y cuan largo me parecerá el tiempo antes de que haya pasado otro año? Antes que soportar esta interminable espera, ¿no sería mejor separarnos para siempre?" Leído cuidadosamente, lo que el poema sugería era un absoluto absurdo - era un claro, injustificable insulto a la reputación de la joven. Cuando Yang vio a Inging con la carta en la mano, la muchacha tenía los ojos hinchados. Yuan debía de haberse vuelto loco, y simplemente estaba tratando de librarse de la situación. ¿Qué podía impedirle que fuera a verla, si la amaba? Y no tenía por qué culparla de lo que él mismo había hecho. Yang tomó una decisión. - Señorita Tsui, tengo que ir a Sian por asuntos personales. Lo visitaré, y con gusto le llevaré alguna carta de usted. Inging lo miró. - ¿Sí? - preguntó serenamente. Yang se sintió sorprendido ante el tono calmoso con que lo había dicho -. Y no se preocupe por mí. Yo estoy bien - agregó -. Dígale que estoy bien. Yang volvió y reunió su equipaje para el viaje a Sian, que en realidad emprendía por la joven. Quería averiguar la verdad de lo que ocurría y quizá cantarle cuatro frescas a Yuan. Como hombre de honor, Yuan debería haberse casado con ella, aunque Inging habría sido la última en exigírselo. Si fuese posible, a Yang le habría gustado llevárselo consigo de vuelta.

Page 70: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Tres días más tarde partió rumbo a la capital. Llevó una carta de Inging, que entregó a Yuan. Era tan sincera y concreta como digna en su defensa de sí misma: "Me encantó recibir tu última carta y me conmovieron tus amorosos recuerdos. Me siento excitada y dichosa con el recibo de la caja de adornos para el cabello y los quince centímetros de barra de colorete. Aprecio esos previsores regalos, ¿pero de qué me servirán en tu ausencia? Te aproximan a mí y no hacen más que aumentar mis ansias de verte. Me alegro de que estés bien y en condiciones de proseguir tus estudios en la capital, y sólo siento lástima de mí misma, encerrada como estoy en este pueblecito. De nada sirve lamentarse del Destino. Estoy dispuesta a aceptar lo que me tenga reservado. Te echo mucho de menos desde que partiste, en otoño. Trato de parecer feliz y alegre, cuando hay visitas, pero cuando estoy sola no puedo contener las lágrimas. He soñado a menudo contigo, y en el sueño somos tan dichosos juntos como en los viejos tiempos, y cuando despierto me aferró a las tibias mantas con una sensación de desolación. Siento que estás tan lejos de mí... "Ha pasado un año desde que te fuiste. No puedo expresar con palabras mi agradecimiento de que en una ciudad alegre como Changan no hayas olvidado del todo a tu antigua novia. Pero siempre seré fiel a nuestra promesa. Fuimos formalmente presentados por mi madre, pero dadas las circunstancias perdí por completo el dominio de mí misma y me entregué por completo a ti. Sabes que después de la primera noche que pasamos juntos juré que jamás amaría a nadie sino a ti, y nos prometimos fidelidad durante toda la vida. Esa fue mi esperanza y nuestra promesa. Si cumples con tu juramento todo estará bien y yo seré la mujer más dichosa del mundo. Pero si desechas lo antiguo por lo nuevo y consideras que nuestro amor fue una cuestión casual, te seguiré amando, pero bajaré a mi tumba con un eterno dolor. Todo está en tus manos y yo no tengo nada más que decir. "Cuídate mucho, por favor. Te envío un anillo de jade que usé en mi niñez, en la esperanza de que te sirva de recuerdo de nuestro amor. El jade es el símbolo de la integridad, y el círculo del anillo significa continuidad. Te envío también un cordón de hilos de seda y un arrollador de té, de bambú, manchado de lágrimas. Son cosas sencillas, pero contienen la esperanza de que tu amor será tan inmaculado como el jade y tan continuo como el anillo. Las manchas de lágrimas del bambú y la madeja de hilos serán recordatorios de mi amor y mis enmarañados sentimientos hacia ti. Mi corazón está junto a ti, pero mi cuerpo está lejos. Si el pensamiento ayudara, estaría a toda hora a tu lado. Esta carta lleva consigo mi ardiente anhelo y mi desesperada esperanza de que podamos volver a encontrarnos. Cuídate mucho, come bien y no te preocupes por mí." - ¿Y bien? - Yang vio que el rostro de su amigo pasaba del rojo al blanco mientras leía la carta. Al cabo de una pausa, Yang preguntó: - ¿Por qué no vas a verla? Yuan tartamudeó alguna excusa acerca de sus estudios y de que se sentía desdichado. Yang leyó claro en él. - No te estás portando bien con ella - declaró Yang -. Díme qué ocurre. - No estoy preparado aún para casarme. Tengo que dedicarme a mi carrera escolástica. Es cierto, he tenido relaciones con ella. Ella vino hacia mí - no creo que una locura de juventud tenga que obstaculizar mi carrera. - ¿Locura de juventud? - Sí. ¿No te parece que cuando un joven ha hecho algo que no debería, lo único que puede hacer es terminarlo? Yang se encolerizó. - Puede que para ti se trate de una locura de juventud. ¿Pero y qué hay de la muchacha que te escribe esa carta? El rostro de Yuan expresó gran turbación.

Page 71: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Un joven puede cometer errores, ¿no es cierto? Y no debe perder su tiempo con mujeres. Debe... - Weichih - dijo Yang -, si has cambiado de idea, no trates de moralizar al respecto. Permíteme que te diga cuál es mi opinión. Creo que eres la persona más moralista y más egoísta que he conocido. Yang se sentía convencido de que su amigo no era sincero con él, de que había otro motivo. Se quedó en la capital una semana, y tuvo tiempo de enterarse de lo que hacía Yuan. Tenía un amorío con cierta señorita Wei de una familia adinerada. Profundamente disgustado, Yang regresó a Pucheng. La tarea de comunicar las noticias a la joven le resultó dificilísima. Temió que la información la hiriese terriblemente. Previamente habló con la madre. - Bien - dijo Inging cuando lo vio -, ¿me ha traído una carta? Yang guardó silencio. No podía decirlo, y mientras trataba de buscar las palabras adecuadas, vio que el semblante de la joven cambiaba. En ese instante vio que los profundos ojos negros de Inging se tornaban brillantes y penetrantes, como los de una mujer que entiende, no sólo su situación, sino toda la vida y la eternidad; o como los de una mujer que ha sido abandonada, no por un amante, sino por diez. Su mirada ardía, y Yan bajó instintivamente la suya. - Bien - dijo al cabo -, ese poema que le envió era un poema de despedida. Inging se quedó inmóvil y muda durante cinco segundos. Yang temió que se desmayara. Pero algo orgulloso y duro había en sus palabras cuando dijo: - ¡Así sea! - Se volvió bruscamente para salir de la habitación. Cuando llegaba a la puerta, Yang oyó su risa histérica. Su madre corrió tras ella, y durante cinco minutos Yang pudo escuchar la risa resonando en el interior de la casa. Yang se sintió grandemente preocupado, pero al día siguiente se enteró por la madre, para su gran alivio, que la joven estaba bien, que después de su momento de histeria se había mostrado tan orgullosa y silenciosa como una reina. Había dado su consentimiento al matrimonio con un primo por la rama materna, llamado Cheng, que hacía tiempo solicitaba la unión. Inging y Cheng se casaron en la primavera siguiente. Un día Yuan se presentó en la casa y pidió verla, como primo lejano que era. Inging se negó a verlo, pero cuando Yuan se disponía a irse salió de atrás del tabique. - ¿Por qué vienes a molestarme? Te esperé y no volviste. Nada tenemos que decirnos. Ya me he olvidado de eso, y tú también deberías olvidarlo. ¡Vete! Yuan partió sin decir una sola palabra, e Inging cayó al suelo, desvanecida.

7. CHIENNIANG De T'aip'ing Kwangchi, NC 358, escrito por Chen Hsuanyu (766-775). Este popular relato fue teatralizado por un gran dramaturgo Yuan, Cheng Teh-hwei. La versión teatral sigue los contornos generales. Una versión posterior, ampliada, de Chu Yu en Chienteng Hsinhwa, introduce una complicación. En esta versión había dos hermanas, la mayor comprometida con el amante. Éste regresó y descubrió que su novia había muerto. El fantasma de la hermana muerta tomó prestado el cuerpo de la hermana menor, haciendo parecer que ésta estaba enamorada de él, y huyó para vivir con él durante un período. La hermana menor, despojada de su alma, yacía enferma en cama. Más tarde el alma de la hermana mayor volvió a la menor, quien despertó. No reconoció al amante, pero luego se casó con él, de acuerdo con los deseos de la hermana mayor. Esta versión ampliada se encuentra también en P'ai-an Chingch'i, NP 23. Yo prefiero la primera versión, más sencilla.

Page 72: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Wang Chou, un joven de diecisiete años, había perdido a su padre y ahora estaba solo. Juicioso y más maduro de lo que indica su edad, era lo bastante grande para arreglárselas por su cuenta. Su padre, en su lecho de muerte, le había dicho que debía ir a vivir con su tía, que vivía en Hengchow, y le recordó que estaba comprometido con su prima. Había sido una promesa hecha entre su padre y la hermana de éste, cuando los niños estaban por nacer; se dijeron que en caso de que uno fuese un varón y el otro una niña, quedarían prometidos el uno para el otro. En consecuencia, Wang Chou vendió la casa y se dirigió hacia el sur. Los pensamientos del joven eran avivados por la esperanza de ver a una prima a quien no había visto desde que tenía seis años, cuando su padre recibió un nombramiento en el norte. Se preguntó cómo habría crecido y si seguiría siendo la niña frágil y afectuosa que solía aferrarse a él para compañero de juegos y maravillarse de todo lo que hacía. Sería mejor que se diese prisa, pensó Wang Chou, porque una joven de diecisiete años podía comprometerse con otro si él no aparecía. Pero el viaje era lento, y necesitó todo un mes para llegar al río Hsiang y luego al lago Tungting y finalmente llegar a la ciudad de montaña de Hengchow. Su tío, Chang Yi, era dueño de una tienda que vendía hierbas y productos medicinales. Era un hombre de mandíbula ancha y voz gruesa. Un día tras otro, en los últimos veinticinco años, había concurrido a la tienda con la regularidad de un reloj, y jamás había viajado ni se había tomado vacaciones. Cauteloso, ahorrativo y conservador, había agrandado lentamente su comercio, y ahora tenía bastante dinero. Había ampliado la tienda para hacer negocios al por mayor, aumentado su propiedad y construido una nueva casa. Cuando Wang Chou fue a verlo a la tienda, el tío gruñó: - ¿Qué vienes a buscar aquí? Wang Chou se lo dijo. Sabía que en el fondo su tío era un hombre sencillo y tímido, que lo único que quería era pagar sus impuestos y gozar de la buena opinión de sus vecinos. Sobrio y carente de imaginación, jamás había ablandado su severa expresión de hombre mayor, ya que tenía bastante trabajo con mantenerse en el recto y estrecho camino. Fue conducido a la nueva casa del tío, y se anunció como un pariente de Taiyuán. La tía estaba ausente en ese momento. Muy pronto vio que una muchacha de vestido azul entraba en la sala. Chienniang había crecido y ahora era una hermosa joven, de cuerpo esbelto; una trenza de cabello negro le caía por sobre el hombro. Su sedoso y terso rostro se ruborizó al ver a su primo. Al cabo de un momento de vacilación, lanzó un gritito y exclamó: - ¡Eres el hermano Chou! La joven estaba tan excitada, que los ojos se le llenaron de lágrimas. - ¡Cómo has crecido! - exclamó, contemplando a su atrayente primo. - ¡Y lo mismo tú! - prorrumpió Wang Chou. Wang Chou la contempló con indisimulada admiración, pensando en las palabras que había pronunciado su padre moribundo. Muy pronto quedaron absortos en un atareado intercambio de noticias de las familias y de dispersos recuerdos de la niñez. Ella tenía un hermano varios años menor, que se sorprendió grandemente al ver a un desconocido que decía ser su primo. Hacía tanto tiempo que estaban separados, que la familia casi no hablaba de él. Cuando regresó la madre, dio una bienvenida cordial, cálida, a ese hijo de su difunto hermano. Era una mujer de facciones bien dibujadas, de tez sumamente delicada y cabello entrecano. Tímida, sensible, los labios le temblaban constantemente cuando sonreía. Wang Chou le informó que había terminado su instrucción en la escuela de distrito y que no sabía qué haría después, y ella le informó a su vez que el comercio de su tío prosperaba.

Page 73: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Ya me he dado cuenta de ello. Viven ustedes en una casa tan hermosa... - dijo el sobrino. - Tu tío es un hombre sumamente raro. Yo y los niños necesitamos mucho tiempo para convencerlo de que se mudase a la casa nueva, después que la construyó. Incluso ahora se lamenta de la cantidad de dólares que pierde por no alquilarla. Tú vivirás con nosotros. Le pediré a tu tío que te dé trabajo en la tienda. Cumple con tu tarea y no te asustes de su vozarrón. El tío no regresó a la casa hasta la noche, y al llegar se mostró tan gruñón y poco comunicativo como esa mañana. La muerte de su cuñado no parecía conmoverlo, y Wang Chou se sentía como un pariente pobre y como un joven huérfano que debe ser puesto a prueba antes de ser tomado como aprendiz. Pero la tía era una criatura bondadosa y dulce. Era mucho más educada que su esposo y parecía considerar con leve diversión la actitud comercial y autoritaria, aunque siempre obedecía sus deseos. No hubo nada de qué conversar durante la cena, porque la madre y la hija no entendían de cuestiones comerciales y al padre no le interesaba ninguna otra cosa. Con su severo aspecto y su voz naturalmente resonante, se había ubicado firmemente en su puesto de jefe de familia. Con el tiempo el sobrino se fue asentando como miembro permanente de la familia. Nada se dijo en cuanto a la promesa de casamiento, que, por supuesto, había sido verbal entre la tía y su hermano, cuando los respectivos hijos estaban a punto de nacer. Para Wang Chou la muchacha del vestido azul habría sido la elegida aunque no hubiese existido tal promesa. Chienniang encontraba muy de su agrado el talante tranquilo y reservado de Wang, y como se veían con frecuencia, antes de que pasara mucho tiempo le había entregado su corazón. La madre leyó la nueva felicidad en el rostro de Chienniang. Cuando ésta cocinaba algo especial para la familia, sentía que lo estaba cocinando solamente para Wang y una nueva felicidad y orgullo le henchían el pecho. Paso a paso se olvidó de su juvenil timidez y se encargó de remendarle la ropa y de atender al lavado de la misma; tomó para sí una especie de derecho de prioridad de cuidarlo. No había una división de tareas definidas, porque la hija estaba siendo adiestrada para hacerse cargo de toda la casa, aunque tenían varias criadas, pero la tarea de limpiarle la habitación y atender a sus necesidades recayó naturalmente sobre ella. Chienniang no permitía siquiera que su hermano menor desordenara las cosas del cuarto que ocupaba Wang. La madre sabía que estaba enamorada de él. Un día le dijo secamente a su hija: - Chienniang, veo que últimamente nuestros platos son cada vez más salados. Chienniang se ruborizó, porque Wang Chou se había quejado varias veces de que los platos no tenían suficiente sal. Wang Chou no había soñado jamás que la vida pudiera ser tan dulce y hermosa. No le importaba tener que aguantar a su áspero tío en la tienda; hubiera hecho cualquier cosa por Chienniang y por estar cerca de ella. Con respecto a su tía sentía como si fuera su propia madre, y jugaba con el niño como si fuese su propio hermano. El padre muy pocas veces hablaba durante la cena o se permitía bromas con la familia, pero estaba fuera de la casa todo el día y a menudo, por la noche, era invitado a cenas de negocios. El clima de Hengchow era cambiante, con variaciones extremas entre repentinas tormentas que aparecían sobre las montañas y un calor abrasador, cuando salía el sol. En una oportunidad Wang Chou se sintió enfermo, y le resultó tan cómodo permanecer acostado todo el día, servido por su prima, que guardó cama más de lo necesario. - Ahora debes ir a la tienda, o mi padre se enojará - le dijo Chienniang. - ¿Tengo que ir? - preguntó Wang Chou a regañadientes. Un día Chienniang le dijo:

Page 74: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Debes vestirte un poco más. Creo que está por llover. Si vuelves a enfermarte, me enojaré contigo. - Me encantaría - replicó Wang Chou con tono travieso, y ella entendió lo que él había querido decir. - No seas tonto - dijo Chienniang haciendo un mohín, y le hizo ponerse más ropas. Un día la tía mayor de Chienniang, la esposa del hermano de su padre, llegó de Changan para hacerles una visita. El hermano era un hombre sumamente adinerado. Había ayudado a Chang Yi, el padre de la joven, a abrir la tienda con su dinero; la propiedad no estaba dividida aún y Chang Yi todavía conservaba hacia su hermano una devoción que se convertía en temor y en respeto servil hacia el jefe de la familia. La tía fue regiamente agasajada. La devoción familiar, la naturaleza tímida de Chang Yi y su natural respeto hacia la riqueza podrían explicar su actitud en relación con esa tía mayor. Las mejores cenas eran servidas todos los días, y Chang Yi hablaba y bromeaba en la mesa y trataba de hacerse agradable para la mujer en una forma en que nunca lo había intentado con su esposa. La tía mayor no encontró nada más placentero y agradable que concertar para su sobrina un enlace con una familia acaudalada. Un día, al regresar de una fiesta en casa de la familia más adinerada del pueblo, los Tsiang, dijo a la madre de la muchacha, en presencia de ésta: - Chienniang es una joven encantadora, y tiene dieciocho años. Estoy concertando su unión con el segundo hijo de los Tsiang. Por supuesto, ya sabes quiénes son los Tsiang, y me refiero a los Tsiang. - Mi querida cuñada, Chienniang ha sido prometida por mí al hijo de mi hermano - replicó la madre. - ¿Te refieres a ese sobrino que vive con ustedes? Pero tu hermano ha muerto. - Eso no cambia nada. Parecen maravillosamente hechos el uno para el otro. - Chienniang, al oír que su madre tomaba partido por el sobrino, se ruborizó. La tía mayor estalló en una estrepitosa carcajada. - ¡Estás loca! ¿Qué tiene él? Estoy hablando de una unión respetable con una familia decente, de posición social, como la nuestra. Chienniang se levantó del asiento y salió de la habitación dando un portazo. - ¡Qué muchacha tan desagradecida! - gritó su tía -. No se da cuenta de lo que estoy haciendo por ella. Tú nunca has visto la casa-jardín de ellos. No seas una madre débil. Cuando conozcas el interior de la casa, me lo agradecerás. ¡Pero si lleva un anillo de diamante casi tan grande como el mío! La madre no contestó y, pidiendo disculpas, salió. Pero la tía, que había pensado en ese enlace como en la mejor diversión que podía procurarse durante su estadía, no quiso rendirse. Un casamiento significaba cenas y fiestas, sus vacaciones quedarían colmadas de actividades sociales y ella se sentiría dichosa de haber podido lograr algo memorable durante su corta visita. Pero si la madre oponía resistencia a su sugestión, la tía encontró en el padre de la joven a un oyente predispuesto, apreciativo y encantado. Chang Yi no podía concebir nada más satisfactorio para su ambición social y sus propósitos en la vida. Siempre había envidiado a una familia del pueblo: la de los Tsiang. Eran una familia antigua, y el señor Tsiang había sido funcionario en la capital. Siempre había querido ingresar en el círculo de los Tsiang, y nunca fue invitado por éstos. El resultado fue que el desposorio de Chienniang con el segundo hijo de la familia Tsiang fue celebrado pasando por sobre las protestas de la madre, mientras la joven yacía en cama, en huelga de hambre. - Nada bueno saldrá de esto - dijo la madre a su esposo -. Va en contra de los deseos de la muchacha. Deberías haberla visto, en cama, llorando hasta arrancarse el corazón.

Page 75: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Tenemos que tener en cuenta la vida de ella. Te has dejado atrapar por el dinero de los Tsiang. Con el tiempo convencieron a Chienniang que se levantara y comiera. La joven ambulaba por la casa como una condenada. Al joven enamorado no le importaba ya lo que pudiese suceder. Se despidió y desapareció durante tres semanas, tratando de olvidar sus penas en las montañas Heng. Al cabo de ese lapso no pudo contenerse ante la idea de volver a ver a su amada. Cuando regresó se encontró con que Chienniang sufría de una curiosa enfermedad desconocida. Al día siguiente de su partida la joven perdió la memoria y no sabía quién era. Yacía en cama y se negaba a comer. No reconocía a su madre, a su padre ni a su criada. Mascullaba palabras que ellos no entendían. Temían que hubiese perdido el juicio. No tenía fiebre ni dolores, pero permanecía todo el día acostada, sin comer ni beber. Trataban de hablar con ella pero su mirada era inexpresiva. Era como si el alma hubiese abandonado el cuerpo y éste, sin el amo, hubiera dejado de funcionar por completo. Una intensa palidez le cubrió el rostro, y los médicos confesaban que nunca habían visto un caso semejante y no sabían de qué se trataba. Con el permiso de la madre, Wang Chou corrió a verla. - ¡Chienniang! ¡Chienniang! - exclamó. La madre observaba ansiosamente. La mirada inexpresiva de la joven pareció enfocarse nuevamente y un tinte rosado volvió a sus mejillas. - ¡Chienniang! ¡Chienniang! - volvió a llamar él. Los labios de la muchacha se movieron y se entreabrieron en una sonrisa alegre y segura. - Eres tú - dijo con serenidad. Los ojos de la madre se llenaron de lágrimas. - Chienniang, tu espíritu ha vuelto. Reconoces a tu madre, ¿no es cierto? - Por supuesto, madre. ¿Qué ocurre? ¿Por qué lloras? ¿Por qué estoy en cama? Aparentemente la joven no sabía nada de lo que había sucedido. Cuando la madre le dijo que había guardado cama y que hasta ese momento no la reconoció, no quiso creerla. La joven recobró las fuerzas en pocos días. Cuando estuvo enferma su padre se asustó seriamente, pero viendo que se encontraba mejor volvió una vez más a sus modales autoritarios. Cuando la madre le describió cómo el color había vuelto a las mejillas de Chienniang - cosa que ella había presenciado personalmente - al aparecer el sobrino ante ella, el hombre exclamó: - ¡Un fraude! Los médicos nunca han visto semejante enfermedad. ¡No reconocer a sus propios padres! No lo creo. - Mi querido esposo, tú mismo has visto a la chica en cama, sin comer ni beber durante días. Lo lleva en el corazón. Deberías reconsiderar el compromiso... - La ceremonia ha terminado. Además, no querrás que rompa al compromiso con los Tsiang. Ellos no me creerán la historia. Ni yo mismo la creo. La tía, que aún se hospedaba en la casa, hizo algunas observaciones sarcásticas por las que sugería que la enfermedad de la muchacha era fingida. - He vivido cincuenta años y nunca oí hablar de una persona que no reconociera a sus padres. El padre se negó a reabrir la cuestión. Los amantes se sentían desdichados y no veían solución alguna. La situación resultaba insoportable para Wang Chou. No podía hacer nada. Mortificado y desesperado, informó al tío que partía hacia la capital, para establecerse por su cuenta. - Quizá sea una buena idea - contestó el tío secamente.

Page 76: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

La noche anterior a su partida la familia le ofreció una cena de despedida. Pero Chienniang estaba acongojada. Había guardado cama durante dos días, negándose a levantarse. Wang Chou recibió permiso de la madre para entrar en la habitación de la joven y despedirse de ella. Chienniang no comía desde hacía dos días. Estaba realmente enferma y tenía una fiebre altísima. Tocándola suavemente, él le dijo: - Me voy y he venido a despedirme. No podemos hacer nada. - Me moriré, hermano Chou. Cuando te vayas no me quedarán deseos de vivir. Pero sólo sé una cosa: viva o muerta, mi espíritu siempre estará contigo, dondequiera te encuentres. Wang Chou no pudo encontrar palabras para consolarla. Se separaron llorando, y el joven partió con una herida abierta en el corazón, convencido de que jamás volvería a la casa. Su barco había recorrido una milla. Estaba cercana la hora de la cena y el barco se hallaba anclado para pasar la noche. Wang estaba acostado, triste y solitario, derramando inútiles lágrimas. Hacia la medianoche oyó pasos que se acercaban por la orilla. - Hermano Chou - oyó que susurraba una joven. Le pareció que estaba soñando, porque sabía que ella se encontraba enferma, en cama. Atisbo por sobre la borda y vio a Chienniang en la orilla. Desconcertado, saltó a tierra. - Me he escapado de casa - dijo la joven con voz débil, y cayó en sus brazos. Él la llevó rápidamente al barco, incapaz de entender cómo había podido recorrer esa distancia en el estado en que se encontraba, a no ser por un poder de voluntad sobrehumano, y entonces descubrió que había llegado descalza. ¡Cómo lloraron juntos de alegría! Acostada junto a él, muy cerca de su cuerpo, acariciada por sus besos y reanimada por el calor, volvió en sí. - Nada puede impedirme que te siga - le dijo cuando volvió a abrir los ojos. Era como si se hubiese recobrado por completo, y ahora que estaban juntos y seguros el uno del otro, nada importaba. Fue un largo viaje y durante todo él Chienniang expresó un solo remordimiento: se sentía apenada por su madre, que se acongojaría cuando se enterara de que su hija había desaparecido. Finalmente llegaron a un pueblo en la distante Szechuen, donde Wang Chou consiguió un pequeño puesto con un salario apenas suficiente para mantenerlos. A fin de que el dinero alcanzara, alquilaron un cuarto en una granja, a un kilómetro y medio del pueblo, una distancia que él tenía que recorrer a pie, todos los días, rumbo a la oficina y vuelta. Pero era increíblemente feliz. Chienniang lavaba y cocinaba, y se sentía satisfecha y dichosa con él. Wang contemplaba el cuartito, amueblado con sillas rústicas, una mesa y una sencilla cama, y se decía que tenía todo lo que deseaba en la vida. El granjero que le alquilaba la habitación de arriba era un hombre sencillo, y su esposa se mostraba sumamente bondadosa con ellos. Les ofrecían vegetales de la huerta, cosa que les ayudaba a ahorrar el dinero de la comida, y los jóvenes, a su vez, en pago, colaboraban con él en el cuidado de la huerta. Luego llegó el invierno y Chienniang dio a luz un chiquillo, dulce y regordete. Cuando llegó la primavera, Wang Chou regresaba y encontraba a su esposa con el obeso chiquillo en brazos, dándole el pecho. Su copa de felicidad estaba rebosante. Jamás pidió disculpas a su esposa por hacerla vivir la vida de esposa de un hombre pobre, porque sabía que no necesitaba hacerlo. Empero, sabía que ella estaba acostumbrada a una vida más cómoda, y se sorprendía de que se adaptara tan bien a las circunstancias. - Ojalá pudiera ganar más dinero y tomar una criada para ti.

Page 77: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Su esposa le interrumpió con una suave presión en sus mejillas. Era una respuesta completa. - Tú no me pediste que viniera. Yo huí para seguirte - dijo con sencillez. Después pasaron por ese delicioso período en que todas las semanas revelaban algo nuevo y sorprendente en el hijo. El chiquillo era adorable. Ahora ya podía tomar todo lo que deseaba; después se podía señalar la nariz y tomarse la oreja y retorcérsela. Luego aprendió a andar a gatas y hacer chasquear los labios, y a decir "mamá" y exhibir todos .esos milagros cotidianos de la inteligencia en crecimiento. Constituía una alegría interminable que llenaba la vida de ellos. Los granjeros, que no tenían hijos, adoraban al chiquillo y ayudaban a Chienniang a cuidarlo. Una sola cosa les estropeaba la felicidad. Chienniang pensaba continuamente en su madre y su hermano, aunque no le importaba mucho de su padre. Wang Chou estaba tan enamorado de ella, que podía intuir sus pensamientos. - Estás pensando en tu madre, ya lo sé. Si lo quieres, te llevaré a tu casa. Ahora estamos casados y tenemos un hijo, y en ese sentido no pueden hacernos nada. Por lo menos tu madre se sentirá feliz de volver a verte. Chienniang lloró de gratitud ante su bondad y su solicitud por la dicha de ella. - Hagámoslo. Mi madre debe de haberse vuelto loca pensando que me he perdido. Y tengo este hermoso nieto que presentar ante mis padres. Partieron en viaje de regreso. Al cabo de un mes en barco llegaron a Hengchow. - Vé tú primero y prepara a mis padres para que me reciban - dijo Chienniang. Sacando un prendedor para el cabello, de oro, se lo entregó y dijo -: Lleva esto como prenda de cariño, por si aún están enojados y te niegan la entrada o se rehúsan a creer tu historia. El barco ancló en la orilla arenosa. Mientras Chienniang esperaba en la embarcación, Wang Chou recorrió a pie la corta distancia que mediaba hasta la casa de ella. Estaba cercana la hora de la cena, y el padre se encontraba en casa. Wang Chou se arrodilló en el suelo y le imploró el perdón por haber huido con su hija. La madre estaba presente y pareció alegrarse de verle, aunque parecía más vieja y su cabello había encanecido por completo. Él les dijo que habían regresado y que la hija de ellos esperaba en un barco. - ¿De qué estás hablando? - preguntó el padre -. ¿Perdonarte por qué? Durante todo este año mi hija ha estado enferma, en cama. - Chienniang no ha podido levantarse desde que te fuiste - dijo la madre -. Este largo año ha sido tristísimo. En ocasiones se sentía tan enferma, que se pasaba semanas enteras sin probar bocado. Nunca he podido perdonarme. Le prometí que rompería el compromiso, pero ella estaba tan débil, que no parecía oírme, como si su espíritu hubiese abandonado el cuerpo. Día tras día esperé tu regreso. - Les aseguro que Chienniang está bien y que se encuentra en el barco en este momento. Miren, aquí tienen un recuerdo de ella. Les entregó el broche de oro. La madre lo examinó atentamente y lo reconoció. La familia se mostró grandemente desconcertada. - Les digo que está en el barco. Envíen a un criado para que me acompañe y vea por sí mismo. Los padres estaban intrigados, pero hicieron que un criado acompañara a Wang Chou y ordenaron que llevasen un palanquín. El criado subió al barco y reconoció a la muchacha, que era exactamente igual a Chienniang. - ¿Están bien mis padres? - preguntó la joven. - Están bien - contestó el criado. Mientras la familia se encontraba de tal modo en suspenso, confundida, esperando el regreso del criado, una doncella tomó el broche de oro y fue a ver a la hija enferma.

Page 78: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Cuando ésta se enteró de que Wang Chou había vuelto, abrió los ojos y sonrió. Vio su prendedor Y dijo: - Efectivamente, lo había perdido - y se lo colocó en el cabello. Sin que la doncella la viera, la joven se levantó de la cama, salió de la casa en silencio, como una sonámbula, y se encaminó directamente hacia la orilla, con una sonrisa en el rostro. Chienniang salía en ese momento del barco. Wang Chou sostenía al niño, esperando a que ella se introdujera en el palanquín. Vio que la muchacha, en la orilla, se iba acercando cada vez más, y cuando las dos se encontraron, se fundieron en un solo cuerpo, y los vestidos de Chienniang se hicieron dobles. La familia se mostró grandemente excitada cuando la doncella informó que la hija enferma había desaparecido. Cuando vieron a Chienniang bajar del palanquín, sana y buena y teniendo a un rollizo chiquillo en brazos, no se sintieron más encantados que asombrados y aturdidos. Entendieron entonces que el espíritu de la joven, su verdadero yo, había ido a vivir con él. Porque el amor tiene alas que rompen los barrotes de la cárcel. Lo que habían visto en la hija enferma que yacía en cama no era más que una sombra hueca que había quedado atrás, un cuerpo sin alma del que el espíritu consciente se había desprendido. El incidente sucedió en el año 692. La familia mantuvo en secreto la historia del extraño suceso, para que no se enteraran de él los vecinos. Con el tiempo Chienniang dio a luz varios niños más, y Wan Chou y ella vivieron hasta alcanzar una dichosa vejez, amándose cada vez más a medida que envejecían.

8. LA SEÑORA D Este relato fue tomado de Ch'ingchunlu, de Lien Pu, de la Dinastía Sung, quien dijo que lo conoció personalmente cuando estudiaba en la universidad de la capital. Yo he agregado los detalles referentes al movimiento estudiantil por la recuperación del territorio nacional, hechos sumamente conocidos en la historia, basados en obras tales como el Kweihsin Tsachih de Chou Mi. El Festival de los Farolillos, el quince de enero, en la capital de Hangchow, en la Dinastía Sung del sur, era, teniéndolo todo en cuenta, el más alegre del año. Rivalizaba en alegría y magnificencia con el festival de los farolillos de Kaifeng, antes de que China del norte cayese en manos de los invasores. Hangchow convertía esa noche en día. Desde la Puerta Yungchin hasta la Muralla del Mar, la ciudad estaba atestada de gente que celebraba la fiesta. Los rateros y los ladrones salían a la calle y los jóvenes enamorados se encontraban en las orillas del lago. Las puertas de la ciudad no se cerraban. Por lo general, siempre ocurría algún incidente en esa noche. La mayor parte del gentío se apiñaba en torno al Liupuchieh, o calle de los Seis Ministerios, donde se podían ver los mejores farolillos. El lugar estaba brillantemente iluminado. El propio emperador ofrecía un espectáculo de fuegos artificiales en beneficio de la población de la ciudad. Para la ocasión había construido una gigantesca torre de quince metros de altura, llamada "montaña tortuga", cubierta de festones de seda multicolor y de luces que formaban distintos caracteres. Las familias de los funcionarios tenían sus propios palcos, separados por cortinas, donde exhibían sus farolillos de novedosos diseños y contemplaban los de los otros. Hombres, mujeres y niños atestaban las calles, y cuando las damas de encumbrada posición se paseaban para contemplar el espectáculo, sus criados las rodeaban de "un biombo portátil de brocado". Las damas, enjoyadas y vestidas para la ocasión, caminaban dentro de esas tiras de seda, libres de los empellones de la muchedumbre, en tanto que sus acompañantes preferían

Page 79: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

caminar por fuera. Se detenían para conversar un instante con los conocidos, los felicitaban por la belleza de los farolillos, o, simplemente, los saludaban con una sonrisa. Un palco estaba aún vacío, vigilado por dos criados. Era el de un censor imperial, el esposo de la señora D, a quien se consideraba la mujer más hermosa de la capital. Más aun, era un título indirectamente concedido por las mujeres mismas. Se decía que cuando alguna mujer de sociedad sentía celos de otra, decía: "Se cree que es la señora D. ¡Absurdo!" O: "Ese fantástico peinado podrá quedarle bien a la señora D, pero no en el rostro rechoncho, excesivamente pintado, de ella." La señora D era la hija de una familia de letrados, y pocas veces se dejaba ver en público. Muy pronto apareció, saludando a éste y aquél al pasar. Llegó a su lugar acompañada sólo de su doncella y de sus encantadores hijos, un niño de ocho años y dos mellizas de diez. Ella misma tenía apenas veintiocho años. La señora D iba vestida con un sencillo vestido negro del material más fino, sin otra joya que una diadema de perlas en el cabello. Quizá tenía mejor buen gusto que las demás; quizá sabía que se trataba de una obra de arte que no necesitaba de un marco dorado. Llevaba muy pocos afeites. Las otras mujeres imputaban esto a su vanidad, y no se equivocaban mucho. Ninguna mujer puede ser censurada por mostrarse orgullosa de su belleza, cuando es tan hermosa como la señora D. De cutis naturalmente terso y piel suave y blanca, su rostro parecía un trozo de jade esculpido y relucía con un brillo suave, cálido. Había una dulce expresión en torno a sus labios, que cuando sonreían dejaban ver dientes blancos y parejos. Si tenía algún leve defecto, consistía solamente en que los lóbulos de sus orejas eran delgados y, en proporción, pequeños. Sus hombros eran redondos, y tenía un cuerpo esbelto y bien modelado, que su traje de raso negro, sin bordados, destacaba ventajosamente. Las mujeres la envidiaban. La gente pensaba que era una de las mujeres más afortunadas: una madre joven, con hermosos hijos, y una esposa cuyo marido había ascendido rápidamente, hasta convertirse en censor imperial a los treinta y tres años. - Mamá, ¿por qué no está aquí papá? - preguntó el niño. - Cállate, papá está muy ocupado. En seguida vendrá. Por el rostro de la señora D pasó una sombra de disgusto, apenas visible para los demás, pero no así para su criada Hsianglien. Su esposo le había prometido que iría al palco, pero no sería sorprendente que no apareciese. Hsianglien comprendía. Había sido la doncella y compañera de juventud de la señora D, y acompañó a su ama cuando ésta se casó. Era unos años menor que su señora y su más fiel confidente. Frente a ellas y en derredor los padres y maridos estaban junto a sus familias, como correspondía en esa fiesta anual. La señora D había sido educada en la tradición antigua, y jamás se permitía exhibir en presencia de su amiga sus sentimientos en cuanto a su esposo. La muchedumbre de los transeúntes miraba a la señora D y no a las demás damas enjoyadas. Los jóvenes pasaban ante ella, riendo y bromeando, lanzando miradas sigilosas y prudentes a la atrayente dama, por lo general tan recluida. Por lo común había un gentío más compacto ante su palco que en otras partes, y los guardias metropolitanos rondaban en torno, quizá para hacer que la gente circulase y quizá para poder ellos también echar un vistazo a la señora D. El espléndido cabello sedoso de la señora D y su vestido negro realzaban ventajosamente su blanco rostro. El efecto de su belleza era acentuado por los farolillos, y con las luces y la luna llena y las notas de flauta y de instrumento de cuerda de la orquesta imperial llegando desde lejos, parecía ser un hada de otro mundo. La señora D reía y conversaba con sus hijos y su doncella. Una dama del palco vecino, del Ministerio de Justicia, preguntó:

Page 80: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Por qué no viene su esposo? - Vendrá - contestó la señora D con dulzura -. No se perderá los fuegos artificiales a menos de que se vea inevitablemente demorado. A mi esposo le gustan tanto como a los niños. El esposo seguía sin aparecer. La señora D vio que se acercaba una monja, la Hermana Huicheng, a quien conocía bien. Las monjas de la capital visitaban a menudo el hogar de las adineradas matronas que eran sus protectoras. En esos tiempos, gozando del privilegio de acceso a las damas que hacían una vida recoleta, resultaban con frecuencia útiles para llevar recados y mensajes, y habían llegado a conocer muchos secretos familiares. - Pasa, Hermana Huicheng - dijo la señora D. - Entraré un momento nada más. - La doncella bajó la tela de seda para que la monja entrara. - Siéntate un minuto. - La señora señaló el' asiento vacío reservado para su esposo. Hsianglien se quedó de pie detrás de su ama. - Oh, no, no debo hacerlo. ¡Pero qué bien le queda esa diadema de perlas! La señora D insistió, y la Hermana se sentó y gozó contemplando el espectáculo de los farolillos y mirando a la muchedumbre que pasaba ante ellas. - ¿No viene su esposo? - preguntó la monja. - Dijo que vendría. Tenía que cenar en alguna parte con uno de sus amigos. No sé dónde puede estar. Nada escapaba a la aguda mirada de la Hermana. - Lo siento - dijo dulcemente. - Te digo que vendrá. De pronto oyeron un alboroto en la plaza, y todos trataron de averiguar qué había ocurrido. Resultó ser que unos estudiantes habían sido arrestados. Alguien había lanzado octavillas, en la plaza, con las palabras: "¡Traidores, apaciguadores, renuncien!" Una octavilla exigía la renuncia del primer ministro. Era la época de la Dinastía del sur en que toda la China del norte se encontraba bajo ocupación extranjera, y la corte había trasladado la sede de su gobierno a Hangchow. El pueblo exigía la recuperación del territorio nacional, pero los generales chinos victoriosos habían sido retirados del campo de batalla y asesinados en la cárcel, para apaciguar al enemigo. Las pasiones estaban enardecidas. Los que se encontraban en el poder, seguros en sus posiciones y en su existencia de lujo mientras no se modificara su política de apaciguamiento, se veían obligados a tomar medidas de fuerza para aplastar a la opinión pública. El incidente pasó y los paseantes continuaron apiñándose y gozando de la exhibición de farolillos en la "montaña tortuga". Pronto comenzarían los fuegos artificiales. - Tengo que irme - dijo la monja, y se puso de pie -. No quiero que su esposo me vea sentada aquí. Pero esa diadema de perlas que le compré es realmente divina. - La reservé para hoy. Si ves un buen collar de perlas, podrías traérmelo también - dijo la señora D con tono negligente. La señora D tenía debilidad por las perlas. Llevaba puestos dos enormes aretes de perlas que le cubrían y disimulaban sutilmente los pequeños lóbulos de las orejas. Al cabo llegó su esposo, cuando los fuegos artificiales estaban por terminar. Era un hombre alto y un tanto delgado, y sus cejas estaban constantemente fruncidas en concentración. Como los eruditos de esa época, usaba bigotes. Iba impecablemente vestido, y con el bigote y la chistera, no resultaba mal parecido, aunque difícilmente se lo podría llamar bello. La gente sabía que era capaz y ambicioso, y no se sorprendía de que se hubiese casado con una mujer tan hermosa, porque el enlace era la unión de dos viejas familias. Se había sentido atraído por la belleza de la joven, y rogó a su madre que concertara la unión. La madre de la joven había muerto, y los padres de la pareja

Page 81: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

eran funcionarios del mismo partido y antiguos amigos. A la muchacha no le gustaba ese casamiento, pero no podía decidir gran cosa en la cuestión. Como los hijos afortunados de familias ricas, él tenía un grado corriente y una buena carrera política señalada. Le era sumamente devoto, y los primeros años de matrimonio fueron sumamente dichosos. Luego el afecto de la pareja se enfrió, y él comenzó a interesarse en actores y en jovencitos hermosos. La gente no entendía cómo podía desatender a una esposa tan bella como la que tenía en su hogar, y cuando la felicitaban por el ascenso de su esposo o la envidiaban por su dicha, ella no sabía exactamente qué contestar. Empero, siempre se las arreglaba para parecer feliz. Esa noche él había ido a visitar a sus dudosos amigos, ella estaba segura de eso. Su doncella lo sabía y la monja lo sabía. Pero no dijo nada cuando él llegó, y gozaron juntos del resto de los fuegos artificiales, grandemente admirados por los espectadores. Cuando regresaron al hogar no le preguntó a su esposo dónde había estado, pero estaba disgustada y un tanto perturbada. Dormían en habitaciones separadas, pero él la siguió, antes de retirarse, para conversar un poco con ella. Cuando la señora D se hubo quitado las perlas, dijo: - Ya sabrás que algunos estudiantes fueron arrestados esta noche, antes de que llegaras. Arrojaron octavillas en la calle exigiendo la renuncia del primer ministro. - ¡Les está bien empleado! ¡Esos agitadores baratos y despreciables! - replicó su esposo. El tema era objeto de discordia entre ellos. La señora D estalló. - ¡Agitadores, vaya! Esa tendría que ser tu tarea y tu deber. Los agitadores están exigiendo la recuperación del territorio nacional y la renuncia de esos funcionarios muertos en vida, sólo porque no quieren hacerlo personas como tú. - ¡Las mujeres no deben ocuparse de la política! - gritó su esposo. Se dirigió a sus habitaciones, dando un portazo. La señora D recordó que su afecto hacia su esposo había sido el primero en enfriarse. Había descubierto una veta de codicia, algo duro y egoísta, en su carácter, que la hizo cambiar la opinión que tenía de él. Su padre, en vida, había sido un gran radical, el terror del partido apaciguador. Como su esposo era un hombre joven, resultaba extraño que se uniese a la camarilla gobernante, pero ella sabía que era conservador sólo porque era la forma más sencilla y segura de progresar y conseguir la protección de los que estaban en el poder. La esposa leía en el alma del hombre como nadie habría podido hacerlo. Un día leyó en un boletín de la corte que un funcionario había enviado un memorándum acusando al primer ministro, siendo enviado por ello al exilio. Otro valiente funcionario hizo lo mismo, y, sabiendo cuál era el destino que le aguardaba, se ahorcó antes de enviar la petición a palacio. La señora D se sintió profundamente conmovida y derramó lágrimas. - ¿Por qué lloras? - le preguntó su esposo -. El hombre es un tonto. No sabes cómo son las cosas. El primer ministro le había ofrecido un alto puesto en el Concejo Militar, si no enviaba la denuncia y se pasaba a su campo. Es uno de los mejores puestos que un hombre puede ambicionar en esta vida. La señora D abrió la boca. - No puedes entender que un hombre quiera sacrificar su vida por su patria cuando ello es necesario, ¿verdad? - Sinceramente, no. - Hasta Hsianglien puede entenderlo. - Volviéndose hacia Hsianglien, le preguntó, para mostrar su rencor hacia su esposo: - Tú entiendes eso, ¿no es cierto? - Hsianglien no se atrevió a expresar su opinión.

Page 82: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Cuando su esposo fue nombrado censor imperial, la señora D perdió todas las esperanzas que depositaba en él, y con éstas todo el cariño y el respeto. Los censores eran la voz de la crítica a la política del gobierno, y, naturalmente, el primer ministro llenaba todos los puestos del censorado imperial con sus paniaguados, para poder acusar a quien se le ocurriera. El joven era activo, trabajador y competente a su manera. Un día llegó a su casa y anunció, grandemente entusiasmado, que había sido nombrado censor imperial. La señora D lanzó una risita burlona. - Ni siquiera me felicitas por mi buena suerte. No entiendo qué es lo qué quieres de la vida. - Ni trates de entenderlo - le replicó ella con tono cortante. En fin de cuentas, ser censor imperial constituía un gran honor. El esposo se sintió herido en su vanidad. Ahora alardeaba constantemente acerca de sus nuevos amigos y de los puestos que ellos ocupaban, y de las personas importantes que conocía. Ella tenía por costumbre hacer caso omiso de él. Había nacido en medio del poderío y la riqueza, y eso no le impresionaba. Llegó a ver en su esposo a un individuo inescrupuloso, egoísta, que sólo estaba interesado en su progreso personal. La hería en su orgullo. Como él continuaba fanfarroneando en el hogar, ella se lo toleró, y sonreía o mostraba una total indiferencia. Había comenzado a despreciarlo, y él se daba cuenta de ello. La señora D había llegado a considerar a su esposo un majadero, pero estaba resignada a su suerte. Después que nació el niño no tuvo más hijos. Dejó a su esposo en paz porque no podía hacer nada en ese sentido, y concentró su interés en sus encantadores hijos. Pocas veces se la veía en público, a no ser en ocasiones tales como el Festival de los Farolillos y el Festival del Bote del Dragón, aparte de las visitas al templo. Nunca se había lanzado ninguna murmuración contra ella. Cuando salía, su palanquín estaba siempre cuidadosamente cerrado con finas esteras de bambú. Habría continuado viviendo cómodamente, satisfecha, si no hubiese ocurrido nada. Pero algo sucedió esa noche del Festival de los Farolillos, sin que ella se enterara, y el suceso debía cambiar el curso de su vida. Unas semanas más tarde el esposo de la señora D partió rumbo a otra provincia, en una jira oficial que lo mantendría alejado durante un lapso de seis a diez meses. Un día recibió la visita de la Hermana Huicheng. La monja le llevaba un collar de perlas valuado en tres mil dólares. - ¡Pero no puedo pagar esa suma! Mi esposo está ausente - dijo la señora D. - La persona se desprenderá del collar por la mitad del precio - y quizá por menos. - ¿Está necesitada de dinero? - No, quiere pedirle un favor, señora. - ¿Qué favor? - Ha sido expulsado de su puesto. Aunque su esposo está ausente, los parientes de él pueden hablar en su favor. La señora D vaciló un instante. - Tendré que pensarlo. Debes llevarte el collar de vuelta. - Yo aconsejo a la señora que lo conserve y se tome tiempo para dar una respuesta. Puede que el dueño se lo ofrezca a alguna otra persona. Volveré mañana para conocer su decisión. Al día siguiente, cuando regresó la monja, la señora D le dijo que aceptaría el collar y que haría lo que pudiese por el dueño de éste. - ¿Cuánto quiere? - Señora, el collar será un regalo, si -usted quiere ayudarlo. Hay sólo una cosa que no me atrevo a mencionar. Tengo que complacer al joven. - ¡Un joven! - exclamó la señora D ruborizándose.

Page 83: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Sí. Me ha confiado el collar. Pero es un objeto de tal valor, que, naturalmente, quiere tener alguna seguridad de que todo irá bien. Necesita saber con quién trata. El joven le ruega que le permita verla. - ¿Qué puedo hacer yo? - ¿Por qué no va al templo, y yo arreglaré las cosas de modo que los dos se encuentren accidentalmente? - ¡No, no, nada de eso! - exclamó la señora D con energía. - Pero si lo único que él pide es que le devuelvan su puesto... Por supuesto, si usted no lo aprueba la cosa termina aquí mismo. La señora D ansiaba poseer el hermoso collar de perlas. Después de pensarlo cuidadosamente contestó: - Pasado mañana será el aniversario de la muerte de mi hermano. Iré al templo. Pero sólo permitiré que el joven cruce unas pocas palabras conmigo. ¡No sé qué clase de persona es! No tendría inconvenientes, ¿sabes?, si fuese un viejo. - Señora, se equivoca - replicó la Hermana Huicheng con una sonrisa -. Estoy segura de que le gustará cuando lo vea. Es tan alto y hermoso... - Contempló a la señora D y vio que las mejillas se le cubrían de un leve rubor. - No seas tonta - repuso la señora D con severidad -. Ya las conozco a ustedes, las monjas. Soy una mujer casada y madre de mis hijos. Llévate el collar de vuelta. No lo quiero. - ¡Ah, señora, me ha entendido mal! Si él no fuese un perfecto caballero, no me habría atrevido a sugerir este encuentro. Sólo quiere un favor. Es preciso que le dé usted una oportunidad. Es tan bien educado y refinado, y es de muy buena familia, como podrá darse cuenta por estas perlas... Concédale la entrevista, y si me equivoco podrá negarme la entrada a su casa en adelante. - ¡Diablesa! - respondió la señora D con una carcajada -. Oh, bueno, lo veré... Pero sólo por un minuto. - ¡Omitahba! - exclamó la hermana Huicheng. La señora D acudió a su cita en el convento, no sin la sensación de estar viviendo una aventura. Sólo llevaba consigo a su criada Hsianglien. En fin de cuentas una cita con un joven desconocido era algo que ella nunca se había permitido. Cuando llegó, no había en el templo más que cinco o seis mujeres de edad. Preguntó a Huicheng, con cierta excitación: - ¿Ha llegado ya? - No debe verlo aquí. Pronto la llevaré adonde él está. La señora D se mostró sorprendida. Había creído que se encontrarían por casualidad en el templo. Se dijeron oraciones por su hermano muerto y se quemaron billetes de dinero en su memoria. La Hermana Huicheng sugirió, como si se tratase de una feliz ocurrencia, que una de las monjas jóvenes acompañara a Hsianglien a una gruta del valle, y así se hizo. - Y ahora venga conmigo - dijo la Hermana Huicheng. Llevó a la señora D a una casa, a poca distancia de allí. Cuando llegaron, dijo - : El hermoso joven está adentro. - Había en su voz la sombra de una agradable excitación, que indicaba que en todo eso había algo más, aparte de un simple negocio. Entraron en una habitación de un patio interior, que tenía una puerta trasera por la que se salía a un pequeño jardín con muchos durazneros y perales. La sala estaba severa pero elegantemente amueblada con sencillas mesas laqueadas, algunos anaqueles con libros y dos ventanas hexagonales que daban al patio y al jardín. El lugar tenía un ambiente de perfecto retiro. Corría el mes de mayo y el aire estaba lleno de la sutil

Page 84: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

fragancia de las lilas. No había nadie en la habitación. Sobre la mesa se veían vasos para vino, algunas frutas y nueces y unas cuantas golosinas secas. - ¿Para qué es todo esto? - preguntó la señora D, sorprendida. Sirviendo un vaso de vino, la Hermana dijo con una sonrisa ladina: - Permítame que beba a su salud y felicidad. La señora D estaba excitada: - ¿Dónde está el joven? No quiero demorarme mucho tiempo. Terminemos con esto. - Siéntese. Lo traeré inmediatamente - dijo la Hermana Huicheng, y salió por la puerta trasera. La señora D la vio luego en el jardín hablando con un joven. Intuyó una conspiración. "¡La osadía de ese joven!", pensó. El joven llevaba un alto sombrero Tang y una tentadora túnica de púrpura. Caminaba con pasos desenvueltos, serenos, balanceándose un tanto, graciosamente, dentro de su túnica. Tenía el rostro sonrojado, una frente alta, nariz recta y ojos notables. "Debería morirme - pensó ella -. ¿Qué estoy haciendo aquí?" Sintió que estaba haciendo algo perverso. Y sin embargo, a primera vista, el hombre le gustó, como había predicho Huicheng. La monja entró la primera y los presentó. - El señor Tseng, la señora D. El joven hizo una profunda reverencia, y la señora D la contestó con una sonrisa. - Siéntense, los dos - dijo la monja. Les sirvió vino y luego dijo - : Ustedes tienen que conversar, y yo no quiero molestarlos. - No, quédate - dijo la señora D, con algo de desesperación, pero la Hermana había levantado la cortina de bambú y desaparecido rumbo a las habitaciones delanteras. Por un momento la pareja se miró, y a ella se le hizo claro inmediatamente que no se trataba de una entrevista comercial. - ¿Puedo beber a su salud? - preguntó el joven, levantando su copa. - Y yo beberé a la suya - replicó la señora D instintivamente, como lo hubiera hecho con un caballero. Luego se acordó de la situación y dijo - : Entiendo que usted quiere hablarme de cierto negocio. - Tenía la intención de mostrarse severa y decorosa, pero la voz le tembló un tanto. - Sí - dijo el joven contemplándola durante un minuto -. No sé por dónde empezar. - Su voz era una mezcla de ternura, confusión y timidez. - Entiendo que necesita usted mi ayuda. - Sí, y mucho, señora, si quiere usted ser tan bondadosa. - ¿Cuál fue el puesto que perdió? - No tenía ningún puesto. El corazón de la señora D dio un pequeño salto. Lo miró, sorprendida, durante un instante, y dijo, bondadosamente: - Me parecía que era ese el motivo de que necesitase mi ayuda. De lo contrario, ¿para qué es el regalo? El collar es hermoso. - Es una prueba de mi estima. Es indigno, comparado con la importancia que tiene para mí la oportunidad de encontrarme con usted y hablarle. - Es usted demasiado audaz - dijo la señora D con acento de reproche. Se puso de pie -. Ya sabe que soy casada y tengo hijos. - Perdóneme, señora. Le ruego que me escuche, y si lo que le digo no le agrada, puede expulsarme, y yo me consideraré reprendido por la mujer más bella del mundo. Atesoraré en mi memoria estos pocos momentos, por el resto de mi vida. Por cierto que es una osadía de mi parte abrigar la esperanza de hablar unas palabras con usted. Pero usted me ordenó que viniese. Yo no tenía elección posible. - ¿Que yo le ordené? - preguntó la señora D volviendo a sentarse con lentitud. Las palabras del joven la intrigaban -. Sea breve.

Page 85: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Sí, su espíritu no me daba descanso. Desde que la vi en el festival de los farolillos, su imagen ha permanecido en mis pensamientos día y noche. He soñado con usted, pensado en usted. Me dije que moriría feliz si pudiese estar cerca de usted y verla por un momento y hablar con la mujer más hermosa de la capital. Después, aunque tuviese que recorrer las calles como un mendigo, sería el hombre más rico del mundo, porque llevaría conmigo el tesoro de su recuerdo y de estos breves y dorados momentos. - Su voz era viril y sus ojos llameaban. La señora D lo contempló con interés. - ¿Significa este encuentro realmente tanto para usted? - Sí. Debo confesar que he sido presuntuoso y temerario. Pero arriesgaría mi vida para verla. Cuando la Hermana Huicheng me dijo que usted vendría, no me atrevía a creer en mi suerte. - Debe de haberle entregado un fuerte soborno - dijo la señora D con una sonrisa. - Francamente, sí. Busqué por toda la ciudad para encontrar a alguien que tuviese acceso a usted. Tuve suerte. ¿Sabe?, la culpa fue de usted. Otras mujeres permiten que se las vea en público, pero usted no, porque verla es amarla. Señora, no sabe cuan dichoso me ha hecho. Esperaba este momento. Ahora puede echarme y no me importará. Pero por favor, diga algo que me sirva para recordarla. La señora D no pudo resistir los elogios. Había cambiado de opinión, porque le resultaba agradable oírle hablar. - Le ruego que se quede. Ya que está aquí y se ha tomado tanto trabajo, hábleme de usted. ¿Quién es usted? - Un estudiante de la universidad. - Ah, ya entiendo. ¿Está en política? - Todos nosotros, los estudiantes universitarios, estamos en ella. Pero no se trata de política. Es una cuestión relacionada con el honor y la independencia de nuestra patria. Tiene que ser preocupación de todos. Es erróneo hablar de un partido de la guerra y un partido de la paz. La elección es entre el honor y la deshonra nacionales. ¿Quién es el que no quiere la paz? Pero ofrézcame la paz con deshonor y yo elegiré la guerra. El señor Tseng hablaba con energía y con apasionada convicción. Era un dirigente de las demostraciones estudiantiles contra los apaciguadores. En esa época los estudiantes de la universidad, unos treinta mil, habían exigido repetidamente una política positiva contra los invasores del norte, y como se habían convertido en los voceros del pueblo, eran sumamente temidos por los dirigentes del gobierno. Dirigentes estudiantiles como Chen Tung habían sido asesinados y luego honrados póstumamente porque el sentimiento público lo exigía así. El señor Tseng hablaba con el corazón, y la señora D lo escuchaba admirada. Cuanto más lo escuchaba, más sentía que el joven expresaba con claridad y vigor lo que ella misma había guardado en los pensamientos. Experimentó una sensación de júbilo. - Perdóneme - dijo él -. Me he dejado arrastrar por el entusiasmo. - Por el contrario. Mi padre solía decir las mismas cosas. Eso está en la tradición familiar» Li Kang era mi tío abuelo por la rama materna. - ¡No! - El joven casi saltó de sorpresa. Li Kang era la figura central de un partido guerrerista, y en su derredor se habían desatado, hacía dos generaciones, las tormentas de las batallas políticas. Para los estudiantes universitarios, después de Dios estaba él. Brindaron por Li Kang. Ahora la señora D se sentía completamente segura y a sus anchas con el joven. El señor Tseng era franco y desenvuelto. El encuentro resultó mejor de lo que él había esperado. Sintieron intensamente que tenían algo en común, y la señora D se olvidó de todas sus pretensiones de rango y habló como lo hace una mujer con un hombre que la fascina. Jamás había experimentado tal embriaguez. Nunca

Page 86: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

había sostenido semejante conversación con ninguno de los amigos de su esposo. Toda su vida juvenil parecía volver a ella, como si un dique hubiera sido derribado. Su dichosa niñez, su grande y vigoroso padre, la inocencia y las alegrías de la convicción, que había contenido y olvidado durante tanto tiempo, se apoderaron nuevamente de ella en esos breves momentos, y al mismo tiempo se vio invadida de parte de su alegría e irresponsabilidad juveniles. - Señora, no puede censurarme por admirarla - dijo el señor Tseng mientras le buscaba la mano. Ella le permitió que la tomara, sintiéndose débil por dentro. De pronto se recobró y dijo, como con un esfuerzo: - Señor Tseng, me alegro de haberlo conocido. Espero que podamos ser amigos. - Moriría de felicidad, si usted me permitiera serlo. Afuera resonaron pasos. Cuando la monja entró, preguntó, mirándolos: - Bien, ¿han terminado la transacción? - Sí - contestó la señora D. Hizo ademán de salir -. No sabía que fuese tan tarde. - Se puso de pie, con el • rostro arrebolado. De pronto cambió su expresión, se plegó en dos y cayó nuevamente sobre la silla, gimiendo de dolor. - ¿Qué ha ocurrido? - preguntó la Hermana. - No sé. Me siento enferma. La Hermana Huicheng corrió hacia ella. - Venga a la otra habitación - le dijo -. Acuéstese allí y descanse. La monja ayudó a la señora D a entrar en la habitación interior. Cuantío la acostó y la tapó adecuadamente, la señora D dijo a Huicheng: - Envía a alguien a mi casa con la doncella. Díle que venga a buscarme mañana por la mañana con el palanquín. Díle a la gente de casa que he tenido un repentino acceso de dolor y que estoy demasiado débil para volver a casa esta noche. Cuando Huicheng cruzaba la sala, pasó ante Tseng y le susurró: - ¡Felicitaciones, señor Tseng! A la mañana siguiente, cuando la señora D se despidió del señor Tseng, le dijo: - Si no te hubiera conocido, quizás habría vivido mi vida en vano. La señora D se volvió osada. Comprometida a la edad de diecisiete años, jamás había conocido las alegrías del galanteo. Ningún hombre le había hecho el amor de ese modo, y Tseng, como hemos visto, era un gran amador. Tener un amante era peligroso para una dama de su posición. Aunque era la dueña de su casa y sólo vivía con ellos la anciana madre de su esposo, una mujer que la mayor parte del tiempo guardaba cama, no podía permitir que su amante se encontrara con ella en su casa, y no podía ir a ninguna parte sin que se enteraran de ello los criados y los portadores del palanquín. Sus días eran largos, y esperaba pacientemente que se presentara una excusa adecuada para salir. Se encontró con él dos o tres veces más. Ya no podía impedir que esas relaciones fuesen conocidas por su doncella Hsianglien, pero ésta compartía la repugnancia que su ama sentía hacia el esposo. En una ocasión la señora D no pudo resistirse a la tentación de volver a fingirse enferma y pasar una apasionada noche con su amante. En otoño, cuando su esposo volvió a la capital, vio el collar de perlas y le preguntó dónde lo había conseguido. - Se lo compré a una familia - contestó la esposa -. No lo he pagado aún, y prometí pagarlo cuando volvieras tú. Cuesta seis mil dólares. El esposo examinó el collar y admiró su belleza. - Vale lo que cuesta - dijo la esposa -. Dentro de pocos días vendrán a buscar el dinero.

Page 87: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

El esposo no dijo nada, y, cuando la monja apareció varios días después, le pagó los seis mil dólares. El señor Tseng no quiso aceptar el dinero, pero la señora D insistió en que lo recibiera, tanto lo amaba ya. Durante todo el invierno el esposo se quedó en la ciudad. La señora D tenía tanto miedo de su esposo como de las murmuraciones públicas. Dichosa con su nuevo amante, quería ofrecerle compensaciones, pero el esposo se mostraba frío. Casi no se hablaban fuera de los asuntos rutinarios de la casa. La señora D corría extraordinarios riesgos. En una ocasión fue invitada a cenar a la casa del magistrado metropolitano (que era también comisionado de policía) . Era una fiesta para mujeres. Convino con su doncella en que ésta aparecería durante la cena y le diría que su abuela estaba enferma, y la señora y su criada concurrieron a la cita y volvieron al hogar a medianoche. Tales eran los riesgos que estaba dispuesta a correr, pero no podía arriesgarse con mucha frecuencia. Luego la señora D cayó en cama con un resfriado. Todo parecía ir mal, y se sentía desdichada. Le dijo a su esposo que quería ir a la casa de su madre, a Yuchien, viaje que podía hacerse en un día largo. Cuando llegó al hogar de su madre, envió el palanquín de vuelta, ordenando a los porteadores que volvieran a buscarla al término de una quincena. Sus padres habían muerto, y como dama de la capital podía hacer lo que se le diese la gana. Partió con Hsianglien hacia la montaña Tienmu, para encontrarse con su amante. Allí pasaron diez días delirantes, paseando por las laderas, en los viejos bosques de pinos gigantescos, que tenían varios siglos de antigüedad. Nadie les hizo pregunta alguna, y regresaron, dichosas. A los oídos del esposo habían llegado, empero, noticias de que, cuando su esposa volvía al hogar, los porteadores del palanquín habían visto a un joven en su compañía, un joven que regresó e? mismo día. Incluso se detuvieron a almorzar juntos a mitad de camino. El esposo sintió sospechas, pero, metódico como era, no dijo nada. Cuando la esposa comenzó a tener náuseas por la mañana, se mostró horrorizada. Trató de encubrir la cosa ante su esposo, desechándola como algo carente de importancia, pero el esposo conocía los síntomas demasiado bien y sus sospechas aumentaron. Sin embargo, una vez más, no la interrogó. La señora D se sentía desesperada. Para los extraños no había nada de sorprendente en el hecho de que tuviera otro hijo. Pero marido y esposa sabían que, entre ellos, tal cosa era imposible. Ella continuó fingiendo que se trataba de otra cosa, y no de un embarazo, pero su cintura aumentaba perceptiblemente de tamaño. - Díme, ¿quién es el hombre? - le preguntó el esposo una noche. - No seas tonto. No creo que esté embarazada, y si lo estoy, ¿de quién puede ser el niño, sino tuyo? - Eso es imposible, y tú lo sabes. - Una noche estabas borracho. No te diste cuenta - le replicó la esposa mirándolo rectamente. El esposo la observó con el rabillo del ojo. Es claro que, teóricamente, eso era posible, pero no se sintió convencido. - Borracho o no, no puedo haber dormido contigo - dijo con crueldad -. Y creo que un niño concebido en la casa de tu madre debería nacer en la aldea de tu madre. ¡Cómo lo odió ella entonces! - ¡Eso es un ultraje! - exclamó. La sospecha nunca desapareció de los pensamientos del esposo. Sólo quería descubrir quién esa el amante. Ahora la trataba con un frío desprecio, tal como ella lo había tratado antes. La señora D interrumpió toda comunicación con Tseng. El niño tenía ya cinco meses de edad en su cuerpo.

Page 88: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Todo habría terminado bien, a no ser por una tormenta política que volvió a convulsionar a la corte. Un funcionario que había enviado al emperador una petición exigiendo la renuncia del primer ministro, fue azotado, cosa que era considerada una forma sumamente extraordinaria de castigar a un funcionario. Después se le condenó al exilio. Irritados por eso y respaldados por la opinión pública, más de cien estudiantes y algunos de los funcionarios llevaron a cabo una demostración ante las puertas del palacio, en la que exigieron que se les escuchara. Se les unieron decenas de miles de hombres del pueblo. El día anterior el primer ministro había sido recibido con coléricos gritos de "¡Renuncia! ¡Renuncia!", cuando recorría las calles en su carruaje. Inquietado por la amenazadora muchedumbre, se hizo salir a un eunuco que leyó una orden imperial por la que se prometía que se tendrían en consideración las exigencias. El gentío se sintió insatisfecho, y después de leído el edicto el eunuco fue apaleado y muertos varios guardias de palacio, pisoteados por el populacho. Algunos de los dirigentes estudiantiles fueron atrapados y arrojados a la cárcel, y se informó que el amante de la señora D se encontraba entre ellos. Las noticias del arresto circularon rápidamente por las casas de té, y el nombre de Tseng se encontraba en los labios de todos. La señora D se sintió aterrorizada. No sabía qué hacer. Esa noche, cuando regresó su esposo, ella se le acercó dulcemente y trató de convencerle de que pusiese en libertad a los estudiantes. - Lo único que quieren esos estudiantes es ayudar a la nación - suplicó. - No era más que una plebe - replicó fríamente su esposo. La señora D rogó una y otra vez. Le temblaba la voz y tenía el rostro pálido. El esposo guardó silencio durante un instante, y luego preguntó: - ¿Por qué estás tan ansiosa? Tengo entendido que el gobierno está dispuesto a poner fin a estas demostraciones de la chusma. Los arrestados serán muertos. A la señora D le castañetearon los dientes de terror, y se desvaneció. Cuando volvió en sí, estalló en lágrimas y locos ruegos. - ¡Debes evitar asesinatos! - clamó, desesperada. - ¿Qué puedo hacer? Díme, ¿a quién estás tratando de salvar? A lo largo de repetidos interrogatorios, la señora D se negó a revelar el nombre de su amante. El esposo salió de la casa, furioso. La señora D temblaba por la suerte que pudiese correr su amante. No pudo dormir en toda la noche. Vio la expresión que se dibujaba en el rostro de su esposo, cuando éste salió por la mañana. Inmediatamente envió a su doncella a que averiguara, en la universidad, los nombres de los arrestados. Sabía que en cuanto se despertaran las sospechas de su esposo, las vidas de los arrestados no valdrían nada. Hsianglien volvió y le informó que no se podía encontrar a Tseng. Algunos decían que había huido. Ella sabía que su esposo no volvería para el almuerzo. Al mediodía la señora D aguardaba, en suspenso, noticias más exactas, mientras pensaba en los medios de que se valdría para enviar una advertencia a Tseng, cuando llegó a la casa un hombre que dijo ser primo político de Hsianglien y que venía a visitar a ésta. Hsianglien salió a recibirlo y lo vio vestido como un campesino, con un morral a la espalda. La doncella corrió a informar a su ama, con una expresión de dicha en la mirada. - Si es un pariente cercano tuyo, hazlo subir. - Tseng fue conducido arriba. - ¿Cómo escapaste? - exclamó la señora D al reconocerlo a pesar del disfraz -. Este no es un lugar para encontrarnos. - Tengo que irme. Tenía que verte antes de partir. Huí durante un alboroto, cuando otro trató de fugarse. - Debes irte ahora mismo. Mi esposo siente sospechas, y tiene la intención de matarte. Perseguirá a los dirigentes, y tú eres demasiado destacado.

Page 89: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Fue a su habitación y tomó el collar de perlas. - Ten, toma esto - dijo -. Vete lejos, hasta que cambie la situación. Necesitarás dinero para el viaje. No sé cuándo volveremos a vernos. - Tenía los ojos velados por las lágrimas. - En cuanto a mí, siempre viviré con tu recuerdo y rezaré por ti. No te preocupes por mí. Viviré por el niño. Lo amaré como te amo a ti. - Le guardó el collar en el morral. - Tengo dinero - protestó él -. ¿Y si él se entera? - Déjalo por mi cuenta. Puede haber sido robado o extraviado. El collar fue la causa de que nos conociéramos, y es posible que nos permita volver a encontrarnos. - Puede que lleguen días mejores - le dijo él. Y se fue apresuradamente. Esa noche, cuando llegó su esposo y le dijo que los arrestados serían muertos, la señora D replicó: - Mata a todos los patriotas. Esa es tu tarea, ¿verdad? - Su esposo se sorprendió ante la serenidad que demostraba. No volvieron a hablarse durante mucho tiempo. - Iré a dar a luz en la aldea de mi madre - anunció un día la señora D a su esposo. Ya no aguantaba seguir viviendo con él. - Será mejor - contestó el esposo. La señora D sabía que él nunca se arriesgaría al escándalo de un divorcio. Conocía todos sus pensamientos y sabía que lo que más le importaba era su posición social. Además, ella pertenecía a una encumbrada familia de funcionarios y su hermano vivía aún. El divorcio, dadas las circunstancias, sería difícil y fuera de lo corriente, y el esposo no poseía prueba alguna en su favor. El hijo nació en la casa de la madre de ella, y la señora D continuó viviendo en el campo, alejada de su esposo. Era un niño, y la señora D lo amaba quizás un poco más que a los otros. Tseng parecía haber desaparecido por completo. Tres años más tarde murió el emperador, y el nuevo emperador adoptó una política completamente opuesta a la del anterior. Los funcionarios radicales que se encontraban en el exilio fueron llamados a la capital. Entonces le tocó a su esposo el turno de exilarse, porque fue condenado por el cruel ajusticiamiento de los dirigentes estudiantiles. Camino del exilio, murió de un ataque de apoplejía. Un día, cuando la señora D había vuelto a vivir en la capital, ya viuda, apareció la Hermana Huicheng y le preguntó si quería comprar un collar de perlas. Sabía que Tseng había regresado, y la excitación del encuentro, en las nuevas circunstancias, fue mayor cuando Tseng le dijo que había obtenido un alto puesto en el Ministerio de Ceremonias, encargado del servicio civil. Habiendo terminado sus tres años de duelo, se casó con Tseng, y Hsianglien se casó con un escribiente de la oficina de Tseng. Años más tarde, el día del Festival de los Farolillos, la señora D era una vez más la "Esposa del Censor Imperial". Los tiempos habían cambiado. Estaba más regordeta, y había muchas caras nuevas, pero la gente, los farolillos y los fuegos artificiales eran los mismos. Estaba sentada en el mismo palco, con su esposo y con el niño, que tenía ya diez años de edad, pero había en su rostro una belleza más madura. No reía tanto ni parecía tan alegre, pero en su cara había una expresión de serena felicidad. - ¡Mira, ahí está tiíta Huicheng! - exclamó el niño. La monja se acercó y dijo: - El collar le queda maravillosamente bien a su señoría. Le ha traído suerte, señora.

FANTASMAS 9. CELOS

Page 90: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Del Chingpen T'ungshu Shiashuo, Dinastía Sung, autor desconocido. Se trata probablemente del tipo de relato de horror que más gustaba a los concurrentes a las casas de té. La narración está construida de tal modo, que, hacia el final, no una persona, sino todo un grupo de personajes relacionados con ella son revelados uno a uno como fantasmas, a fin de crear un clima de horror. La misma lección contiene otra historia de fantasmas en la que se emplea igual técnica de revelar gradualmente las sospechas. "Celos" fue ampliada e incorporada a una colección Ming posterior: Chingshih T'ungyen. He omitido el final en que un sacerdote taoísta es llamado para exorcizar a los espíritus. Wu Hung, un solitario morador de la capital, experimentaba una curiosa sensación de satisfecha soledad cuando los estudiantes de su escuela privada volvían a sus casas. No le molestaba prepararse él mismo el té. Ni siquiera le molestaba beberlo a solas. Sus habitaciones de soltero, ubicadas en el patio interior, poseían para él un secreto encanto. Había en ellas toques femeninos, porque su dormitorio contenía un tocador, un viejo neceser con un espejo desmontable en la tapa y varios artículos de uso femenino conocido y desconocido. En el cajón había agujas, cintas y horquillas para el cabello, y el fondo estaba cubierto de polvos. Cada vez que entraba en la alcoba olía en ella un sutil perfume. Lo reconocía como la excitante fragancia del almizcle, que se había asentado permanentemente en el cuarto, aunque no podía localizar ninguna señal visible del aroma. Todo ese ambiente de boudoir intrigaba su fantasía de hombre soltero. Como era sumamente imaginativo, le agradaba dibujarse mentalmente la imagen de la mujer que había vivido allí. ¿Era alta y delgada? ¿Cómo sería su voz? No necesitaba más que una mujer de carne y hueso para llegar a creer que estaba viviendo en un hogar propio. En una ciudad grande como Hangchow, cavilaba, había tantas misteriosas criaturas, dulces y encantadoras. .. Ese era el motivo de que hubiera preferido quedarse, en lugar de volver a su casa de Foochow después de fracasar en la competición anual de erudición y literatura. Se convenció de que el viaje sería largo y costoso, y decidió quedarse hasta que llegaran los exámenes siguientes. Desdichado en literatura, afortunado en el amor. Como joven casadero, bien parecido, que era, la ciudad le debía algo. Estaba completamente dispuesto a casarse, siempre que pudiera encontrar a la muchacha adecuada. Si le resultaba de su agrado, era capaz de arrancar una ciruela del huerto del mismo diablo. - ¡Ah, si pudiera encontrar a una mujer hermosa y rica, libre y sola! La casa que se había buscado era como su mente. Por fuera tenía una pared de ladrillos sin enjalbegar (y pagaba un alquiler ridículamente bajo por ella). ¡Pero qué encanto en su interior! Naturalmente, era barata porque estaba situada en un distrito retirado, lejos del centro de la ciudad. Pero esa no podía ser toda la explicación. Estaba familiarizado con tantos relatos que decían cómo un hombre soltero y solitario, sentado en su estudio, en el silencio de la noche, levantaba la cabeza y veía la arrobadora aparición de una mujer ante sí, sonriéndole a la luz de la lámpara; una mujer así iría a visitarlo noche tras noche y viviría con él en secreto, ahorrándole dinero, cuidándolo cuando estuviese enfermo - en conjunto, una maravillosa vida de ensueño convertida en realidad. Se dijo que le agradaría comulgar con el fantasma de la mujer que había vivido en esa habitación. No había motivo alguno para que pensase que la mujer estaba muerta, aparte de que así lo quería. En ocasiones, cuando estaba solo, por la noche, le parecía oír su voz. Pero cuando escuchaba cuidadosamente resultaba que no era más que el gatito de algún vecino. ¡Qué desilusión! ¿Por qué no casarse con una mujer real? Había en verdad cierta ventaja en el hecho de ser un soltero y un extraño en la ciudad. A muchos padres les agradaba casar a sus hijas con un hombre que no tuviese una gran

Page 91: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

familia. Un día llegó Wongpo. La mujer lo había conocido cuando él se hospedaba en la Puerta Chientang, ante de mudarse a su casa actual. Como era una casamentera profesional, trató de concertarle una alianza, pero en esa época él estaba atareado con sus exámenes y la primera excitación de la llegada a la capital. Ahora se sentía ya establecido. Con un gesto interesante, la anciana le susurró que tenía algo importante que decirle, e hizo señas al maestro para que la siguiese al interior. Llevaba el ralo cabello gris anudado en un rodete, en la nuca, y Wu advirtió que tenía un pañuelo rojo en torno al cuello, aunque corría el mes de abril y el tiempo había sido cálido. Pensó que tendría una irritación de garganta. - Tengo una interesante proposición para ti - dijo la anciana románticamente. Tenía una sonrisa irresistible y una agradable forma de hablar, cosas, las dos, imprescindibles en su profesión: la del romanticismo. Wu le rogó que se sentase, cosa que ella hizo, acercando previamente su silla a la de él. Él le preguntó cómo le iba. Había pasado casi un año desde la última vez que se habían visto. - No hablemos de mí. Recuerdo que tienes veintidós años. Ella también tiene veintidós. - Tironeó un poco de su pañuelo rojo, como si le doliera la garganta - quizá por haberse deslizado de una de esas resbaladizas almohadas de cuero, reflexionó Wu. - ¿Quién? - La muchacha de la cual te voy a hablar. - Cualquier muchacha de la que me hablaras tendría veintidós años - replicó Wu en un tono de despreciativa incredulidad -. No tengo ninguna prisa para casarme, a menos de que encuentres una de esas dulces y misteriosas criaturas de que Hangchow debe de estar llena. - Wongpo le había sugerido varias uniones que, luego de hacer algunas investigaciones, él descubrió que eran sumamente corrientes y carentes de interés. - Ustedes las casamenteras hacen siempre malabarismo con las palabras. A una luna creciente la llamarías esperanzado comienzo de luna llena, y defenderías a una luna menguante diciendo: "No has visto aún el otro lado." Yo quiero la luna llena. Es verdad que el oficio de Wongpo era hacer que todos los jóvenes y muchachas casaderos de la capital contrajesen matrimonio - no siempre dichoso, es claro, pero por lo menos legal. Para ella un joven de veintidós años, soltero y casadero, constituía una ofensa ante la mirada del Cielo. - ¿Qué clase de mujer quieres? - Quiero una mujer joven, es claro, bella y comprensiva, y que viva sola. - Y qué quizá te traiga mil dólares y una criada, ¿eh? - agregó Wongpo, sonriendo triunfalmente como si supiera que lo tenía atrapado -. Está completamente sola, no tiene parientes. Wongpo acercó su silla aun más y le susurró en el oído, aunque no había ninguna otra persona en la habitación. Wu la escuchó con profundo interés. Ella le nombró a una joven sumamente deseable, una famosa flautista que recientemente se había ido de la casa de su antiguo empleador. Su amo era nada menos que el tercer hijo del omnipotente tutor imperial, Chin. Esas familias acaudaladas siempre mantenían en sus mansiones un equipo completo de actrices y músicos. La gente la llamaba Li Yonia (aproximadamente el equivalente de "Señorita Artista Li"), porque era una artista profesional. La señorita Li era independiente y libre, y sólo tenía una madre adoptiva que no necesitaba que ella la mantuviese. Poseía mil dólares propios y llevaría a su propia doncella. - Esto parece sumamente interesante - dijo Wu -. ¿Pero por qué habría de querer casarse con un pobre estudiante como yo?

Page 92: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Tiene su propio dinero, como te he dicho. Sólo quiere casarse con estudiante que viva solo, sin parientes. Permíteme que te diga que te estoy haciendo un favor. Un mercader adinerado me ha hecho ya una oferta por ella, pero la muchacha no quiere casarse con un comerciante. He tratado de convencerla, pero es empecinada. "No - me ha dicho -, conciértame una unión con un estudiante. Nada de parientes." No muchas personas llenan esos requisitos. Por eso pensé en ti y vine a verte. Me pregunto si te das cuenta cuan afortunado eres. - ¿Dónde está ella? - Vive con su madre adoptiva en el Estanque de la Grulla Blanca. Si quieres verla, también eso podrá arreglarse. Unos días más tarde Wu acudió a una cita en cierto restaurante. Allí fue presentado a la señora Chen, la madre adoptiva. El cabello de la mujer, quién sabe por qué, estaba húmedo, y el agua le chorreaba de las faldas, aunque era un día claro y luminoso. - Perdóneme el aspecto que tengo - explicó la señora Chen -. Al venir aquí tuve la mala suerte de tropezar con un agua(ero. - ¿Dónde está la joven? - preguntó Wu. - En la habitación vecina. La joven que está con ella es su doncella, Chin-erh. Muy buena, por cierto. Sabe cocinar y coser y hacer todas las tareas de la casa. La señora Chen se despidió de Wu y entró en el cuarto contiguo, dejando curiosas huellas húmedas en el piso. Wongpo se quedó con Wu, quien se llevó el dedo a los labios para humedecerlo, hizo un agujero en el tabique enrejado y empapelado y atisbo por él. Vio a la madre adoptiva inclinándose sobre una hermosa joven y susurrándole algo. Wu pudo verle la recta punta de la nariz. De pronto la joven levantó la cabeza, sonrió y se ruborizó, tímida. Él le vio los ojos intensamente negros, hundidos, que resaltaban contra un rostro blanquísimo enmarcado por una masa de cabello negro. Una joven criada, de unos quince a dieciséis años, parecía profundamente interesada en lo que ocurría. Wu se sintió sorprendido. - ¡No puede ser! - exclamó para sí. - ¿Qué ocurre? - Si se casa conmigo, seré el hombre más dichoso de Hangchow. Se sentó a la mesa para cenar, y pudo oír voces femeninas que resonaban en la habitación vecina, mezcladas a alegres carcajadas. Evidentemente, en el otro cuarto se divertían. En una ocasión levantó la mirada y vio, detrás del agujero del tabique, un ojo que se retiró inmediatamente, seguido de rápidos pasos de pies femeninos y una risita ahogada, que, le pareció, debía de provenir de la doncella. - Para decir la verdad - declaró Wongpo con una sonrisa -, concerté la cita porque la joven tiene tantos deseos de verte a ti como tú a ella. No quiere comprar a su esposo a ciegas. Ella aporta mil dólares, y tú la consigues por nada. Se convinieron los detalles para que la señorita Li se encontrase con él una quincena después. Como el novio era un extraño en la ciudad, no había motivos para que la boda fuese un espectáculo. La señorita Li se sentiría muy feliz de ir a vivir con él, llevando a su doncella consigo. Jamás se le ocurrió a Wu averiguar por qué la señorita Li había abandonado la casa de su amo anterior. Wu no podía esperar a que llegase el día. Pero la buena suerte, como las desdichas, no viene sola. A la semana siguiente apareció otra mujer para sugerirle un casamiento. A fin de evitarse problemas, le dijo que ya estaba comprometido, pero ella se mostró insistente.

Page 93: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Quién es la afortunada dama? - inquirió la mujer, que se llamaba Viuda Chuang. Wu le dijo el nombre de su novia. La viuda pareció esforzarse en contener una expresión de intensa desaprobación. - ¿Qué sucede? - preguntó Wu. - Oh, nada. Puesto que ya estás comprometido, no quiero decir nada. A Wu se le despertó la curiosidad. - ¿La conoces? - ¡Si la conozco...! Bien - dijo luego de una pausa -, tenía la intención de proponerte otro casamiento. La joven a que me refiero es todo lo que un hombre puede desear por esposa, bella como una flor, bondadosa y diligente, y habilísima para cocinar y coser. Sería una encantadora esposa para un caballero como tú. No tengo inconveniente en decirte que la muchacha de que hablo es mi propia hija. No quiero entrometerme, pero creo que la hija de un hombre pobre será una mejor esposa para ti. No hagas caso de las casamenteras. Wu comenzaba a impacientarse. - Yo ya he visto a la muchacha. Lo siento, pero estoy comprometido. - Acompañó a la Viuda Chuang a la puerta y se despidió cortésmente de ella, sólo porque le pareció que se había librado de ella para siempre. En una noche lluviosa la señorita Li llegó en un palanquín, con su doncella, su madre adoptiva y la casamentera, la anciana Wongpo. Los porteadores del palanquín no se detuvieron a exigir propinas y un cuenco de fideos, como lo hacían habitualmente en tales ocasiones. Cuando el novio se acordó de eso, habían desaparecido en la oscuridad. La doncella, Chin-erh, lo hizo todo, desde guardar los vestidos de su señora hasta ir a buscar agua para preparar el té. La novia había llevado consigo todo un equipo de instrumentos musicales, que Chin-erh procedió, de inmediato, a depositar con cuidado en la mesa. Chin-erh era juguetona como un gatito y no necesitaba que le dijesen qué tenía que hacer. Las mujeres parecían haberse adueñado de la casa, y el novio no tenía nada que hacer, aparte de divertirse. Hicieron una sencilla cena con vino. La señora Chen tenía otra vez el cabello mojado, pero eso no resultaba sorprendente porque había estado lloviendo con fuerza. También le pareció a Wu que las mujeres olían a lentejas acuáticas. El sitio de honor fue concedido a la anciana señora Wong, como intermediaria que había sido de la boda. La anciana todavía tenía el pañuelo en torno al cuello, aunque la tarde de abril había sido asfixiante de humedad y calor. - Júrame que no amarás a ninguna otra mujer - le dijo Yonia esa noche, y a él le fue sumamente fácil hacerle esa promesa, en la noche de bodas. - ¿Eres muy celosa? - Sí, lo soy. No puedo evitarlo. Pienso hacer de este mi nido de amor, pero si alguna vez me eres infiel... - ¿Te sentirías celosa si me enamorara de una mujer en sueños? - ¡Sí! La esposa y la doncella hicieron para Wu un hogar intensamente feliz. Era demasiado bueno para ser cierto. Por una vez habían resultado ciertas las palabras de una casamentera. Sentía como si viviese en un sueño. Yonia era tan competente como Wongpo había afirmado que lo era. Siendo una artista, sabía leer, escribir, beber y jugar a los naipes. Por las noches tocaba maravillosamente la flauta y le cantaba cancioncillas de amor. Era también sumamente lista y hábil para los cálculos. Podía decirle rápidamente que una pieza de tela de once pies y medio de largo, a setenta y tres centavos el pie, costaba ocho dólares y treinta y nueve centavos y medio. Le agradaba

Page 94: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

jugar con Chin-erh para resolver los más intrincados rompecabezas de alambre, como el rizo de los nueve dragones, susurrando continuamente mientras jugaban. - ¿Qué demonios están haciendo? - preguntaba Wu. - ¡Mmmm! ¡Un caballero no usa esa palabra! - censuraba Yonia. - Bien, ¿qué están haciendo, entonces? - Así está mejor. - Le había corregido por décima vez. No le permitía decir "qué demonios" o "cómo diablos", y se sentía ofendida si lo hacía. Al principio a él le molestó la intimidad que existía entre ama y doncella, y se le despertaban sospechas cuando las veía permanentemente cuchicheando. Pero siempre resultaba que se trataba de una conspiración en su beneficio. En apariencia estaban siempre ideando nuevos platos, y para el desayuno le hacían delicados buñuelos blancos, rellenos de cebolla y carnero. Un talento más raro aun, lindante con lo fantástico, era que Yonia adivinaba sus deseos y hacía las cosas sin que tuviera que pedírselas, como si pudiera leerle los pensamientos. Cuando Wu recordaba sus días de soltero, en que se veía obligado a tomar una cesta e ir al mercado por la mañana, rompía a reír. Pero un día, cuando ya hacía un mes que estaban casados, llegó de la ciudad y encontró a su esposa llorando. Hizo lo posible para consolarla, y le preguntó qué había hecho él que hubiese podido desagradarle. - No tiene nada que ver contigo - contestó Yonia. - ¿Y con quién, entonces? Como no podía arrancarle ninguna explicación, recurrió a Chin-erh, quien parecía estar enterada pero no quería decir nada. Dos días después Wu volvió de la calle un poco antes de la cena y oyó que su esposa gritaba: - ¡Vete, sal de aquí! Entró corriendo y la encontró jadeando de cólera. Tenía el cabello caído sobre la frente y en el rostro se le veía un leve rasguño. Chin-erh estaba junto a ella, jadeando y resoplando como su ama. - ¿Quién estuvo aquí? - preguntó él. - Alguien... alguien ha estado molestándome - dijo Yonia a regañadientes. El esposo no pudo ver a nadie en la casa, ni siquiera una sombra. Había una calleja lateral que comunicaba el patio con la calle, pero él no había oído nada. - Quizás estás viendo visiones - sugirió el esposo. - ¿Yo, viendo visiones? - dijo ella, lanzando una gran carcajada. El esposo no veía que hubiese motivos para risa. Esa noche, cuando estaban acostados, le dijo: - Tienes que decirme quién es el que te molesta. - Alguien está celoso de mí, eso es todo. - ¿Quién? Interrogada insistentemente, la esposa dijo al cabo: - Una antigua amiga mía. - ¿Pero quién? - Cierta señorita Chuang. Tú no la conoces. - ¿Te refieres a la hija de la Viuda Chuang? - ¿La conoces? - la esposa se incorporó, evidenciando sorpresa. Wu le contó cómo la viuda había ido a verlo para proponerle el matrimonio con su propia hija, una semana después de que ellos mismos se habían comprometido, y cómo, en rigor, trató de disuadirlo de su matrimonio con Yonia. Se dice que una mujer celosa

Page 95: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

es más temible que una tigresa enfurecida. La esposa rompió a maldecir con una retahíla de insultos que jamás habría esperado que surgiesen de sus labios. - No tienes ningún motivo para preocuparte - le dijo el esposo -. Estamos casados, y ella no tiene derecho de venir a molestarte. La próxima vez que venga, llámame y la zurraré delante de ti. - Me amas más que a ella, ¿no es cierto? - Yonia, estás diciendo tonterías. Ni siquiera la he visto nunca. Sólo vi a su madre una vez. A despecho de sí mismo, se sentía un tanto preocupado. Experimentaba la sensación de que su esposa tenía un secreto que no estaba dispuesta a confiarle. Pero la señorita Chuang no volvió a aparecer, y marido y esposa pasaron sus días dichosamente. Hangchow, pensaba él, era una ciudad maravillosa. Vivía en un mundo encantado. Era la época del Festival del Barco del Dragón. De acuerdo con las costumbres, Wu cerró la escuela y sugirió que salieran, ya fuese a la ciudad o a las montañas cercanas, a visitar los templos. La esposa no había salido de la casa desde el día de la boda, y declinó la proposición, diciéndole que él debía ir solo. Le pidió, empero, que la llevase a pasar un día con su madre en el Estanque de la Grulla Blanca. Wu la dejó allí y luego siguió hacia Wansungling, deteniéndose en el camino para visitar el templo Tsingtsé. Cuando salía del templo se le acercó un criado de la taberna y le dijo: - Un caballero de la tienda quiere verlo. Cuando Wu entró, vio a un joven que había conocido durante los exámenes, de nombre Lo Chisan. - Lo vi entrar y se me ocurrió que me agradaría conversar un poco con usted. ¿Qué tiene que hacer hoy? Wu le contestó que estaba libre y que no tenía una idea exacta de adonde quería ir. También le informó de que se había casado recientemente. En juguetona venganza por haberle ocultado su matrimonio, Lo pensó que le agradaría mantener secuestrado al novio por un día, nada más que para ver cuan incómodo se sentiría. - Pues yo voy a visitar el cementerio de mi familia, en Wansungling. ¿Que le parece si me acompaña y lo pasamos bien durante un día? Las azaleas están aún en flor, y conozco una buena taberna, en el camino, que tiene el mejor vino que jamás haya probado en mi vida. Wu asintió inmediatamente, ya que se sentía feliz de haber encontrado a un compañero para el viaje. Salieron de la taberna y cruzaron el lago por el malecón Su Tungpó, donde pudieron ver todo un gentío festivo, de hombres, mujeres y niños paseándose por la ancha calzada cubierta de sauces. Allí alquilaron un bote de la carretera Nanshin y echaron pie a tierra en Mao-chiapu. El cementerio de la familia de su amigo se hallaba situado en una empinada montaña rocosa llamada Tuohsienling. La ascensión les llevó una hora, y después de pasar la cima bajaron por el otro lado, siguieron unos dos kilómetros más y llegaron al punto de destino. El día estaba templado y las laderas eran una profusa masa de capullos rosados y rojos. Quedaron tan encantados con el lugar, que la tarde pasó sin que se dieran cuenta de ello. El amigo de Wu lo llevó entonces a la taberna. Para hacerlo tuvieron que bajar al valle, caminando a lo largo de un serpenteante arroyuelo encantadoramente sombreado por árboles. Pasaron por un puentecillo de madera, en la cabecera del cual, al otro lado, había un enorme baniano, raro en esa región, que extendía sus largas ramas casi horizontalmente, a unos cuatro o cinco metros del suelo. Largas borlas de raíces pendían de las ramas como barbas, en un evidente esfuerzo por llegar al suelo. A unos quince

Page 96: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

metros del árbol había una choza, con un trozo cuadrado de tela en una estaca de bambú, el familiar signo de una taberna. - Ahí está - dijo Lo -. Conozco a la viuda. La última vez que vine pasé unos momentos magníficos conversando con la hija. Una muchacha maravillosa. Wu sintió que la sangre le golpeaba en la cabeza. La Viuda Chuang estaba a la puerta de la taberna, para darles la bienvenida, como si los hubiese visto llegar. Era toda sonrisas. - ¡Pero si es el profesor Wu! - exclamó la viuda -. ¿Qué viento te sopló hacia este lado? ¡Pasen, pasen! Hizo entrar a los jóvenes, movió sillas y palmeó cojines, en una enérgica demostración de hospitalidad. - Siéntense, caballeros. No sabía que se conociesen. ¡Li-hwa! - gritó -. Tenemos huéspedes. - Li-hwa era el nombre de la hija, y significaba "Flor de Peral". Pronto apareció una joven alta y esbelta, de unos dieciocho o diecinueve años, de vestido color púrpura con anchos adornos negros. Tenía unas pestañas largas y en su rostro se dibujaba una perpetua sonrisa. Hizo una reverencia a los parroquianos sin la timidez de las muchachas de la ciudad. - Calienta el mejor vino para nuestros huéspedes - ordenó la madre. Cuando Li-hwa fue a un rincón de la taberna para trasegar vino en un cántaro de barro, la Viuda Chuang dijo a Wu: - ¿Qué te había dicho de mi hija? ¿No es hermosa, y una muchacha tan buena, además? No sabría qué hacer sin ella. Sí, me hace muy feliz. Podría haber sido tuya. ¡Bueno!... La Viuda Chuang se interrumpió cuando la joven volvió, con el cántaro en la mano y un rubor más acentuado en las mejillas. Puso el cántaro sobre el fuego. Lanzó varias chispeantes miradas a Wu y le sonrió, no descaradamente, sino alegre y conscientemente, como sonríe una muchacha de su edad a un joven bien parecido. Apantallaba el fuego, moviendo un poco el cuerpo y apartándose de tanto en tanto algunos rizos que le caían sobre la frente cuando se inclinaba. Wu permanecía sentado en silencio, contemplándola. Cada uno de sus movimientos parecía exquisito. Estando ya encendido el carbón, la joven se retiró del fogón y comenzó a lavar unos vasos de peltre, que luego depositó sobre la mesa, mirando a Wu mientras lo hacía. - Pon cuatro - dijo la Viuda Chuang. Li-hwa tomó dos vasos más, repitió las abluciones y luego permaneció, ociosa, junto a la mesa. Después volvió al fogón, para ver si el vino estaba caliente ya a fin de poder echarlo en un jarro de peltre. - Madre - dijo -, ya está. - Sirvió el vino en los vasos de los caballeros. - Siéntate tú primero. Yo volveré en seguida. Después de quitarse de la frente unos mechones de cabello, con un blanco brazo, se sacudió el delantal para limpiarlo de ceniza y se sentó. La viuda regresó muy pronto, se unió a ellos y los cuatro se dedicaron a beber y conversar. La viuda le preguntó a Wu cómo le iba y lo interrogó acerca de su matrimonio. Wu le dijo cuan dichoso era. Se contuvo un poco porque recordó el incidente ocurrido en su casa. No podía creer que esa dulce y hermosa muchacha hubiese atacado a su esposa. Pero estaba casi seguro de que algo había ocurrido entre las dos jóvenes. - De todos modos - dijo la viuda -, ahora que has visto a Li-hwa podrás darte cuenta de lo que te has perdido. - Tienes todo el derecho del mundo a sentirte orgullosa de tu hija - replicó Wu, satisfecho de poder hacer un cumplido a la joven. Li-hwa se ruborizo un tanto. Los hombres dijeron que querían irse, pero la viuda no quiso ni oír hablar de eso.

Page 97: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Quédense a cenar. No sabrán qué gusto tienen las carpas hasta que dejen que Li-hwa les muestre lo que sabe hacer con ellas. Wu pensó en su esposa y dijo que ya era tarde. - De todos modos no podrán llegar a la ciudad. La puerta Chientang estará cerrada para cuando lleguen. Desde aquí tienen de seis a ocho kilómetros. Wu consintió porque lo que decía la mujer era cierto, pero no sin la conciencia culpable. Sabía, sin embargo, que su esposa lo esperaría en la casa de su madre adoptiva, donde estaría segura. El pescado, recién sacado del arroyuelo, y el vino caliente le acariciaron la garganta y lo hicieron sentirse interiormente descansado. - ¿Qué le hizo al pescado? - preguntó. - Nada - respondió Li-hwa con sencillez. - Hay magia en él. Juro que jamás comí una carpa como ésta. - ¿Qué te dije? - preguntó la madre -. ¿No te dije la verdad acerca de mi hija? Pero tú preferiste creer en las palabras de una casamentera profesional. A Wu le molestó la insinuación, y dijo, evidentemente disgustado: - ¿Qué tiene mi esposa de malo? Li-hwa parecía estallar de deseos de hablar, pero la madre la hizo callar con una mirada y dijo: - La conocemos muy bien. Tu esposa era una mujer terriblemente celosa. De lo contrario, ¿por qué una artista de tanto talento habría de ser expulsada de la casa de su amo? - ¿Qué hizo ella? ¿Dices que era una mujer terriblemente celosa? - Sí, lo era. No podía soportar a ninguna mujer que fuese más hermosa o que tocara la flauta mejor que ella. Pudo librarse de una acusación de homicidio sólo porque contaba con la protección de la omnipotente familia Chin. Empero, estás casado con ella y no quiero decir nada más. No menciones esto cuando hables con tu esposa. Finge que no lo sabes. Bajo la influencia del vino, el amigo de Wu coqueteó tontamente con Li-hwa, mirándola con ojos de carnero degollado. Li-hwa lo toleró con afabilidad, como se hace con un borracho, mientras lanzaba a Wu una sonrisa de comprensión. Muy pronto Lo estuvo completamente ebrio, y lo ayudaron a acostarse en un sofá, donde comenzó a roncar. Wu se sentía ahora mucho más confundido en relación con la misteriosa mujer que había desposado. Veía, también, que Li-hwa, sin los encantos de Yonia, era de esas muchachas sinceras, dulces y alegres que podían hacer la dicha de un hombre. A despecho de su absoluta sencillez, resultaba agradable mirarla. Las palabras de su madre, "no sabes lo que te has perdido", acudían continuamente a su pensamiento. El hecho de haberla encontrado allí, en una taberna del camino, su reciente matrimonio y todos los acontecimientos del mes anterior parecían una fantástica sucesión de accidentes irreales. Había caído la noche y las luciérnagas entraban volando por la ventana. La mujer y su hija cerraron la taberna mientras Wu se paseaba afuera. No había ni una sola choza más en todo el valle. Las aves descansaban en sus «idos y todo en derredor era silencio, quebrado de tanto en tanto por los chillidos de un búho y los lejanos y aterradores de algún animal de presa nocturno. Una plácida luna creciente, con los cuernos apuntando hacia abajo, se erguía por sobre las colinas del oeste, transformando los árboles en gigantescos espectros negros que se sacudían al viento y confiriendo al valle una belleza fantasmal.

Page 98: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Li-hwa estaba en la puerta. Se había puesto un vestido blanco y el cabello le caía en graciosos rizos. Se acercó hacia él, flauta en mano. Le lanzó una sonrisa ingenua y dijo, sencilla pero expresivamente: - Mira la luna. - Sí. - Wu se tragó el resto de su sentimiento. - Iremos al arroyo. Hay allí un hermoso lugar en el que me encanta ir a sentarme y tocar la flauta. Cuando llegaron al sitio en cuestión, ella escogió un enorme peñasco ubicado junto al arroyo, para sentarse, y comenzó a tocar una melodía suave, quejumbrosa, desgarradora. Había bastante luz para revelar los indistintos contornos de su ovalado rostro, su cabello y su cuerpo. Aparentemente tocaba mejor aun que Yonia; y oír la música de una flauta tocada por una hermosa muchacha, en un valle escondido, a la luz de la luna, y sentir que las notas se mezclaban con la música del arroyo, flotaban sobre las copas de los árboles y despertaban el eco de las colinas distantes, habría sido una experiencia inolvidable para cualquiera. Esa noche lo fue para Wu. Era tan bello, que le produjo una especie de dolor. Wu fue asaltado por la sensación de una gran angustia. - ¿Por qué estás tan triste? - le preguntó Li-hwa. - Tu música me hace sentirme así - dijo él contemplando la blanca y fantasmal belleza en la noche iluminada por las estrellas. - Entonces dejaré de tocar - dijo Li-hwa con una carcajada. - Por favor, continúa. - No, si eso te pone triste. - ¿Eres feliz aquí? - Sí. ¿Hay acaso en el mundo entero un lugar más hermoso que éste... los árboles, el arroyo, las estrellas, la luna? - ¿No te sientes demasiado sola aquí? - ¿Sola? - repitió ella como si no conociese la palabra -. Tengo a mi madre, y nos queremos mucho. - ¿No quieres un hombre... ? Quiero decir... Li-hwa rió. - ¿Para qué necesito a un hombre? Además, los buenos hombres son difíciles de hallar. Mi madre me habló de ti. Le agradas mucho. Si hubiera podido casarme con una persona como tú, habría sido muy feliz y hubiese tenido hijos con los cuales jugar. Lanzó un cálido suspiro. - Li-hwa, te amo - dijo Wu, con la voz ronca de emoción -. Me fascinaste desde el momento mismo en que te vi. - No seas tonto. Ahora estás casado con esa diablesa y tendrás que soportarlo. Vamos, entremos. Apuesto a que ella me matará, si alguna vez se entera de que pasaste la noche aquí, conmigo. Wu se sintió como en éxtasis, tan grande era la mágica influencia del lugar y de la música y de la voz de la encantadora joven. Entonces era cierto que las dos mujeres que amaba habían sido enemigas. Mientras caminaban por la orilla hacia la choza, la luna surgió por entre las nubes y grabó el bello óvalo blanco del rostro de ella contra la superficie negra de la noche. Había una flor blanca un poco más arriba de su cabeza. Wu la tomó entre sus brazos y la besó con apasionamiento. La muchacha se sometió, pero luego estalló en sollozos. - ¡Ella me matará! - exclamó con repentino horror. - ¡Qué tontería! ¿Quién? - ¡Yonia! ¡Me matará! - Le temblaba la voz. - Nunca se enterará. No soy tan tonto que vaya a contárselo. - Sí, se enterará.

Page 99: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¿Cómo? - Bueno, ¿sabes guardar un secreto? - Wu sintió el cálido aliento de ella sobre su rostro, cuando se le acercó -. Tu esposa es un fantasma. Se ahorcó cuando se fue de la casa de su amo, porque estaba por dar a luz. Persigue a los seres humanos. Mi madre no podía decirte la verdad. Eso va contra los principios. Te previno, pero tú estabas bajo el hechizo de ella. Mientras escuchaba, un escalofrío le recorrió a Wu la columna vertebral. - ¿Quieres decir que me he casado con un fantasma? - Sí, así es. El fantasma de ella me persiguió cuando yo estaba en la ciudad. - ¿Ella te persiguió? - Sí. Había reñido con ella porque estaba celosa de mí. ¿Por qué crees que mi madre y yo hemos venido a vivir aquí, tan lejos? Nada más que para alejarnos de ella. - Hizo una pausa y agregó: - Ahora estoy completamente tranquilizada, y aquí somos felices. Ella no lo sabe. Siempre hay turistas que pasan por aquí, y mi madre está ahorrando mucho dinero; y no tenemos interés en volver a la ciudad. Espero que algún día mi madre me encontrará algún hombre bien parecido como tú. - La joven narraba su historia como si se tratara de una experiencia corriente, cotidiana. - Por supuesto que encontrarás un hombre, una muchacha tan bonita como tú. ¿Pero qué puedo hacer yo? - ¿Cómo puedo saberlo? Pero jamás debes mencionarle a Yonia que te encontraste conmigo aquí o en cualquier otra parte. No le digas a mi madre que te lo he contado. Si me amas, debes guardar absoluto silencio en cuanto a tu visita de hoy. No permitas que Yonia se entere nunca de dónde vivo - Al decir esto le temblaba la voz. Todos sus instintos de hombre hicieron que Wu quisiese proteger a esa dulce muchacha. Se lo prometió y luego trató de volver a besarla. Pero la joven volvió la cabeza y dijo: - Debemos entrar. Mi madre estará esperándonos. Wu entró y se encontró con que su amigo continuaba roncando. Li-hwa tenía una vela en la mano. Le deseó buenas noches. Wu estaba acostado ya, a punto de dormirse, cuando Li-hwa volvió a aparecer en la cima de la escalera y le preguntó con dulzura: - ¿Estás bien? - Sí, muchas gracias. La joven subió. Él oyó las pisadas por sobre su cabeza. Luego se hizo el silencio. Se pasó toda la noche revolviéndose en la cama. Al día siguiente los dos amigos volvieron a la ciudad. Antes de la partida, la Viuda Chuang dijo: - Vuelvan otra vez. - Li-hwa le lanzó una prolongada mirada. Wu se separó de su amigo en la puerta Chientang, sin atreverse a contarle lo que había sucedido entre él y Li-hwa. Pensó en ella durante todo el camino. Se sentía confundido, pero sabía que quería volver a verla. Le dijo a su amigo que tenía un asunto que atender en la Puerta, que siguiera solo. Lo que Li-hwa le había dicho - que su esposa era una aparición - resultaba fantástico, pero se sentía preocupado y vaciló antes de volver a su casa. Ahora recordaba varios casos del extraordinario don que tenía Yonia de leerle el pensamiento. En una ocasión estaba escribiendo una carta y, como no encontraba un sobre en su gaveta, se hallaba a punto de llamar a Chin-erh, cuando vio que su esposa se encontraba ante él tendiéndole un sobre. Recordó también que un día estaba pensando en salir a caminar un poco por la calle, después de la clase, cosa que pocas veces hacía. Llovía. A las cuatro y media en punto su esposa le llevó un paraguas y lo dejó apoyado contra la pared. Él levantó la mirada, desconcertado. "Piensas salir, ¿no es cierto?", le

Page 100: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

dijo ella, y entró nuevamente en la casa. Podían ser coincidencias naturales, pero cuanto más pensaba en ellas más aterrorizado se sentía. Recordó que ella no le permitía pronunciar las palabras "demonio" o "fantasma" en la casa, y que no sólo ella, sino también Chin-erh, tenían una fantástica habilidad para encontrar cosas en la oscuridad. Decidió ir a visitar a Wongpo e interrogarla acerca de la historia pasada de Yonia. Cuando llegó a la casa de la anciana vio la puerta clausurada y precintada por orden oficial, con las palabras: "Corazón humano, como el hierro; la ley del emperador, como fuego." Llevó a cabo averiguaciones en las casas de los vecinos y se enteró de que Wongpo había sido ahorcada seis meses antes por seducir a jovencitas con propósitos ilícitos. Entonces se sintió absolutamente aterrorizado. Lo que Li-hwa le había dicho era cierto... El corazón le palpitó al pensar en ella. Era una muchacha tan dulce... Pensaba continuamente en su blanco rostro, en su sencillez, su alegría y su sentido del humor. ¡Habría sido tanto mejor si se hubiera casado con ella! Tenía que ver a Li-hwa y solucionar el misterio de una vez por todas. Pero recordó también qué buena esposa había sido Yonia para él, y temió cometer un error. Cuanto más tiempo faltara de su casa, más difícil le resultaría explicar su ausencia. Sus pensamientos estaban tan embrollados, que, después de pasar una noche en la puerta Chientang, no partió rumbo al Tuohsienling hasta las tres de la tarde. Cuando subió al barco, el pensamiento de volver a ver a Li-hwa le hizo sentirse más seguro y mejor, y experimentó ansias de ver nuevamente su rostro y escuchar una vez más su voz. El barco avanzaba lentamente contra un fuerte viento de proa. En el noroeste se formaban negros nubarrones, y parecía que estaba por estallar una tormenta de junio. Cuando levantó la mirada para contemplar las colinas del Oeste, vio que los picos estaban cubiertos por las nubes. No había llevado un paraguas, pero eso no lo desanimó. Casi estaba agradecido a la tormenta, pues pensaba que lo libraría de su opresión mental. Conocía bien el camino y no tuvo dificultades en llegar hasta el Tuohsienling. Cuando se encontró en la cima y miró hacia abajo, el pulso se le aceleró al pensar en la choza de Li-hwa, junto al arroyo. El cielo estaba ya tan oscuro, que no podía calcular con exactitud qué hora era, pero debían de ser ya las cinco o seis. El viento silbaba por entre el doblegado bosque. En el centro de las laderas, entre los grandes peñascos, había una cantidad de cementerios públicos y privados, antiguos y nuevos. Bajó presurosamente por los empinados peldaños de piedra que llevaban hasta la orilla de abajo, en parte por impaciencia y en parte en la esperanza de refugiarse en la taberna antes de que estallara la tormenta. Abajo rompió a correr. A unos cien metros de la taberna lo alcanzó la tormenta. Restalló el trueno y chasqueó el relámpago, y cayeron violentamente grandes gotas de lluvia, del tamaño de- guisantes. Vio un pequeño y solitario edificio cuadrado que se erguía cerca, a la entrada del cementerio, y rápidamente se refugió allí. Un sexto sentido le indicó que atrancase la puerta, y corrió completamente el pasador. No sabemos cómo intuimos esas cosas, pero tuvo la clara sensación de ser el único ser humano en ese valle. Las tormentas de junio nunca duraban mucho, y se alegró de mantenerse seco hasta que terminara ésa. Cuando recobró un tanto el aliento, vio que alguien empujaba la puerta. Contuvo la respiración. - Está cerrada - dijo una voz femenina que sonaba como la de Chin-erh -. ¿Nos deslizamos por la rendija? - De todos modos no podrá escaparse. - Era la voz de su esposa. - Venir a ver a esa diablilla en semejante día... No importa, primero saldaré cuentas con esa moza. Si él se

Page 101: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

escapa, habrá tiempo de sobra para ajustárselas a él cuando vuelva a casa. - Oyó las pisadas de las dos mujeres que se retiraban. Temblaba de pies a cabeza. La primera cólera de la tormenta se había aplacado, pero los intermitentes chisporroteos de los relámpagos iluminaban, como para puntuar su desdicha. Se dirigió al fondo de la habitación y vio que era un antiguo cementerio público, consistente en su mayor parte en viejas tumbas. Las lápidas de algunos montículos se habían derrumbado, dejando enormes hoyos en el suelo. De pronto oyó un espantoso grito de mujer que llegaba desde la taberna. - ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Me asesinan! Se le abrieron todos los poros y se le erizó el cabello. Se oyeron grandes maldiciones y juramentos y gritos, como si tres o cuatro mujeres estuviesen luchando. Eran, claramente, voces femeninas, pero inhumanas, fantasmales, varias octavas más agudas que la voz humana. Wu vio la alta sombra musculosa de un hombre que saltaba al cementerio, por sobre un seto de la casa del cuidador, llamando: - ¡Pequeño Chu Cuatro! ¿Oíste el grito? Una astrosa figura de largo cabello descuidado se arrastró fuera de una de las tumbas. Tenía la espalda encorvada y tosía con fuerza. "Parece que ese fantasma murió de asma", pensó Wu. - ¡Se están matando, vamos! - gritó la elevada figura en la oscuridad. Los dos fantasmas se precipitaron como una bocanada de viento. En medio del golpear de la lluvia pudo oír una voz de hombre gritando: - ¡Silencio! ¡Todas ustedes! ¿Cómo puedo oírlas si las cuatro hablan a la vez? Una y otra vez oyó con claridad - estaba seguro de ello - los gritos y gemidos de Li-hwa. Pronto callaron las voces y oyó un ruido de golpes y de cadenas arrastrándose por el puente de madera. Los ruidos fueron acercándose. Wu estaba enervado. Tenía las manos inertes. Se acercaban a la puerta. Había una pared baja, de un metro cincuenta, en torno al cementerio. No podía ver lo que ocurría, pero oyó un tintineo de cadenas y un golpe sordo, afuera. - Ai-yoh! - se oyó un grito de mujer. Era la voz de su esposa. - Tu rostro no es familiar - dijo la voz del hombre -. ¿Por qué vienes aquí a perturbar la tranquilidad? ¿No sabes que no debes entrar en mi territorio? "|Ay! ¡Ay!", aulló el fantasma de Yonia. - Vine a buscar a mi esposo - dijo -. Lo perseguí hasta aquí. Está en algún lugar de éstos. - Eso no resultó muy grato para Wu, en su escondite. - Funcionario, estamos correctamente casados. Está hechizado por esta muchacha. Vino aquí durante el Festival del Barco del Dragón y no regresó a casa. Vine a buscarlo acompañado de mi doncella. - ¡Yo no hice nada! ¡No hice nada! - protestó Li-hwa, aún llorando. Wu sintió que le estallaría el corazón. Aun cuando ella fuese un fantasma, la amaba más que nunca. - ¡Oh, sí! - replicó la airada esposa -. ¡Habría que matarte con mil cuchillos! - Parecía que le arrancaba el cabello a Li-hwa; ésta volvió a gritar. - ¡Basta! - ordenó el fantasma cuidador del cementerio. - Nosotras, madre e hija, vivíamos pacíficamente. - Era la voz de la Viuda Chuang. No le hemos hecho daño a nadie. Esta mujer mató a mi hija y la habría vuelto a matar si no hubiera venido usted. - Ya sé, ya sé - dijo el funcionario fantasma -. Li-hwa es una buena muchacha y una hija leal. Aun cuando te haya arrebatado el afecto de tu esposo, habrías debido venir a verme y no tomar la ley en tus manos y tratar de estrangularla. Ya sabes que eso no se puede hacer. Tendré que denunciarte por eso. ¿Cuál es tu verdadera morada? - La Pagoda Paoshu.

Page 102: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Dices que estaban correctamente casados. ¿Quién fue la casamentera? - preguntó el fantasma. - Wongpo, de la puerta Chientang. - ¡No me mientas! - ¡Paf! ¡Paf! - Te estoy diciendo la verdad - dijo Yonia con tono quejumbroso, suplicante. Wu recordó de pronto que en cualquier momento podía ser descubierto. Corrió silenciosamente el pasador, se deslizó fuera del templo y rompió a correr para salvar la vida. Afortunadamente, con los golpes y el llanto de las mujeres, nadie lo había oído. Cruzó el puente, se dirigió al baniano y miró en torno. La taberna había desaparecido. En el lugar donde había estado vio dos tumbas, pero tuvo miedo de detenerse a leer las inscripciones. Un sudor frío le corrió por todo el cuerpo. Cuanto más corría más miedo tenía. En su derredor había las sombras de un valle de fantasmas. Recordó vagamente la última vez que él y su amigo salieron del valle, siguiendo la corriente del arroyo. El camino estaba oscuro y resbaladizo. En el recodo del sendero vio a dos mujeres en un claro del bosque. El pañuelo rojo en torno al cuello de la anciana era claramente reconocible, y habría sido notable que la otra mujer no tuviese el cabello mojado esa noche. - ¿A dónde vas, corriendo de este modo? - preguntaron Wongpo y la señora Chen, la madre adoptiva -. Estábamos esperándote. Aterrorizado casi hasta la demencia, corrió nuevamente y oyó a sus espaldas las carcajadas de las mujeres. Habría recorrido un kilómetro cuando vio una luz a lo lejos, cerca de la salida del valle. Nunca pareció una luz tan reconfortante como lo fue ésa para Wu. Al acercarse vio una pequeña taberna en cuyo interior apenas había muebles. Una pareja delgada, esquelética, estaba sentada ante una mesa, junto a una lámpara de petróleo. El esposo, un hombre de más de cincuenta años de edad, llevaba puesto un delantal manchado de sangre, como los de los carniceros. Wu pidió un vaso de vino. - Cuatro onzas, y que sea caliente. El hombre lo miró sin levantarse de la silla. - Aquí sólo servimos bebidas frías - dijo con aspereza. Wu se dio cuenta que se había topado con otra pareja de fantasmas. Sin pronunciar una palabra más, se levantó y echó a correr. Eran casi las once cuando llegó a la puerta Chientang. Entró en un hotel, se introdujo en la casa de té de abajo y se sentó junto a una mesa ocupada por cinco o seis hombres, tan cerca como pudo. - Parece que hubiese visto un fantasma - dijo un individuo que estaba próximo a él. - Sí, así es. He visto a toda una pandilla de ellos. Volvió a su casa y encontró la puerta cerrada con llave. Tuvo miedo de entrar y se dirigió al Estanque de la Grulla Blanca. Cuando llegó a la casa de la madre adoptiva de su esposa, encontró la puerta entreabierta. Entró. El aspecto de la casa había cambiado. Donde antes hubo cortinas verdes, las ventanas estaban ahora desnudas, golpeando perezosamente contra las paredes. La viva pintura verde se había descascarado. Nada podía sorprenderlo ya. Como no tenía adonde ir, entró en la taberna más cercana. Se bebió de un golpe un vaso de vino. Cuando se recobró un tanto, preguntó al camarero si sabía algo de la casa desierta. - Hace un año ya que esa casa está deshabitada. Está encantada de tal modo, que nadie quiere siquiera robar los muebles, y eso que son de buena madera. - ¿Encantada? - preguntó Wu en tono de fingida incredulidad. - Sí. Por la noche solía haber unos ruidos espantosos. El sonido de pisadas se oía por las escaleras, de arriba abajo, como si varias mujeres estuvieran persiguiéndose.

Page 103: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Volaban sillas, y sartenes se estrellaban contra el suelo. Alguien oyó los gritos de fantasmas femeninos. Los ruidos siempre comenzaban a medianoche, duraban un cuarto de hora y luego cesaban. - ¿Quién vivía en ella? - inquirió Wu, realmente contento de conocer los detalles, como si todo eso fuese una novedad para él. - La dueña era una mujer llamada Chen - dijo el camarero -. Tenía una bella hija adoptiva, a quien la gente llamaba Yonia. Estaban en buena posición económica. La joven era una magnífica flautista, y el tercer hijo del tutor imperial Chin oyó hablar de ella, ofreció a la madre adoptiva una gran suma de dinero y se llevó a la hija a su casa. Luego nos enteramos de que ella había sido expulsada de la casa porque había matado a una muchacha durante una riña. Estaba embarazada, y volvió a la casa de su madre y se ahorcó. Parece que los dos fantasmas reñían todas las noches en relación con eso. Yonia habría debido sentirse satisfecha, porque fue enterrada en la Pagoda Paoshu con todo un juego de instrumentos musicales. Después que murió, la mujer Chen estaba un día lavando ropa junto al estanque y cayó al agua y se ahogó. Fue una lástima, porque su cuerpo quedó oculto entre las hojas de loto y no se lo descubrió hasta dos días después. Cuando la encontraron, estaba toda hinchada y cubierta de lentejas acuáticas. Su propia hija - la llamábamos Chin-erh - quedó sola. Lloraba día y noche, hasta que vino la señora Chen y se la llevó. - ¿Qué quiere decir con eso? - Bueno, sucedió la primera noche que los vecinos oyeron a los fantasmas femeninos luchando en la casa. Al día siguiente encontraron a Chin-erh muerta en la cama. Debe de haberse muerto de miedo. Usted no cree lo que le digo, ¿verdad? Pero es cierto. - ¿Quién dijo que no le creo? - replicó Wu con tono enigmático. Wu decidió que la capital no era un lugar para un soltero. Al día siguiente emprendió viaje rumbo a su hogar.

10. JO JÓ Del Liaotsai, de Fu Sungling (1630-1715). Aproximadamente un tercio de los relatos del Liaotsai - más de 450 - ha sido traducido por el profesor Herbert A. Giles bajo el título de Extraños Relatos de un Taller Chino. Desdichadamente no han sido incluidos algunos de los mejores. Los lectores que tengan interés pueden leer "El Caballo del Cuadro" y "La Joven que Ríe", en ese libro. El nombre original de Jojó es "Hsiao Hsieh", que yo he alterado debido a que tiene tan poco significado para los lectores ingleses. - No creo en los fantasmas - dijo Tao, un joven de treinta años recientemente enviudado. Hablaba en tono de arrogante confianza. Su amigo Chiang, que lo conocía perfectamente, no se sintió nada ofendido. Sabía que Tao era excéntrico y brillante. Tao había ido a pedirle que le dejase vivir en su casa. Era verano y su propia casa, compuesta sólo de una habitación, una cocina y un jardincillo, resultaba calurosa y oprimente. Las moscas pululaban en ella. Chiang tenía una residencia con jardín en el suburbio, una casa fresca y umbría, pero que había sido abandonada porque estaba encantada. - Mira un poco - dijo Chiang con una sonrisa bondadosa -, por poco que valgas te quiero demasiado como para querer poner en peligro tu vida. En el término de dos años y medio han muerto sucesivamente tres cuidadores. - Podría ser una coincidencia.

Page 104: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- No, no, no me digas eso. Una o dos muertes podrían ser una coincidencia, pero no tres. Tao extrajo del bolsillo un ensayo intitulado "Una Ampliación sobre el Tema de Yuan Chan Refutando la Existencia de los Fantasmas". - Léelo - dijo -. He vivido treinta años sin ver a un fantasma, y, si existen, me gustaría ver uno. De todos modos los fantasmas acerca de los cuales he leído son encantadores. Chang echó una ojeada al trabajo. El meollo del mismo era que había un mundo oculto de los espíritus y un mundo humano, y que los dos mundos, que innegablemente existían el uno junto al otro, no se movían en las mismas órbitas. Por lo tanto, considerada prácticamente, la cuestión de la existencia de los fantasmas es académica. Los fantasmas eluden la luz del día, y tienen tanto miedo a los hombres como los hombres a ellos. Algo los mantiene separados. Los hombres normales, que hacen una vida normal, no ven fantasmas, y si algunos los ven es porque son mentalmente anormales. Es cierto que algunas personas han muerto de terror al ver a un fantasma, pero fue el miedo, y no el fantasma, lo que los mató. Y en el caso de encantadores fantasmas femeninos, ante quienes muchos hombres hermosos y fuertes han sucumbido, es, una vez más, la tentación que existe en ellos, en su corazón, lo que les causa la ruina y no las bellas apariciones de mujeres que ven en su calenturienta imaginación. Es cierto que si bien los fantasmas feos, crueles y vengadores son más terroríficos, los demonios hermosos y hechiceros de formas femeninas son más difíciles de resistir, y, como son dulces, suaves y seductores, resultan, a la larga, más mortíferos. Si un hombre puede dominar su miedo y sus deseos carnales, ningún fantasma puede hacerle nada. - Tu escritura es magnífica. Eso es todo lo que yo te diría - dijo Chiang con una sonrisa triste, y le devolvió el trabajo -. No te permitiría vivir en la casa. Es una hermosa teoría, pero no discutamos al respecto. - No estoy discutiendo. Estoy tratando de encontrar una casa en la cual pueda vivir. Mi casa resulta insoportable con el calor del verano, y me agradaría gozar del fresco de tu gran mansión. Quizá te ahuyente los fantasmas. Por favor, di que sí. - Está bien, si quieres buscar tu propia destrucción... Eres un hombre extraño. Tao era uno de esos jóvenes que a los treinta años parecen triunfadores pero que, quién sabe por qué, no lo son. Tenía un buen estilo para vestir y una voz profunda y caminaba con porte varonil. Es difícil explicar su fracaso exterior - no tenía empleo. Quizás era porque no podía dedicarse a una cosa por mucho tiempo o permanecer en un solo trabajo. Tenía avidez por el conocimiento y era multilateral. Era poeta, connoisseur, ocultista y médico aficionado, sucesivamente. Había buceado en los conocimientos taoístas del mundo oculto y surgido de esos estudios como racionalista. En esa ocupación había experimentado también con el arte secreto del amor, enseñado por los taoístas como un medio para encauzar la fuerza sexual y acumular una eterna corriente de salud para prolongar la vida. Había tenido muchas experiencias con mujeres, durante ese período, para abandonarlas luego - así como abandonaba tantas otras cosas -, como si hubiese extraído sus propias conclusiones en cuanto a las mujeres. Chiang, el dueño de la mansión y funcionario, lo quería y respetaba. En una oportunidad Tao pasó una noche en la mansión, cuando ésta se encontraba aún ocupada. Durante la cena conversó y coqueteó con las criadas, pero Chiang se enteró después que cuando una de las doncellas quiso entrar en su habitación por la noche fue rechazada. Chiang no podía entender claramente qué clase de hombre era Tao. Un día, a la caída del sol, Tao se mudó a la mansión. No quería admitir, ni siquiera para sus adentros, que secretamente deseaba encontrar, y quizás conocer, a una de esas hermosas y seductoras criaturas. Llevó unos veinte volúmenes y regresó para ir a buscar algunas otras cosas, pero cuando volvió a la casa descubrió que los libros habían

Page 105: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

desaparecido. Eso lo intrigó enormemente. Fue a la cocina para prepararse una ligera cena, y después de comer se acostó en el diván, para esperar a ver qué ocurriría. El extraño aura de la casa le hacía sentirse inquieto. Trató de no hacer ruido, y muy pronto oyó un susurro de cortinas que se movían y de vestidos femeninos agitándose. Los nervios se le pusieron tensos. Oyó dos voces femeninas en la habitación vecina. Levantándose un poco, miró hacia allá. La puerta se abrió con suavidad y dos hermosas jovencitas, con los volúmenes en los brazos, entraron y los depositaron sobre su escritorio, los ordenaron escrupulosamente y lo miraron, divertidas. Evidentemente, estaban encantadas con la presencia del huésped. - Hemos venido a devolverte los libros - dijo una de ellas. La de más edad de las dos parecía de veinte años, y tenía un rostro alargado, y la más joven, de unos diecisiete o dieciocho, era más regordeta y tenía una cara redonda. Ésta era un tanto tímida y no hizo más que lanzar una mirada apreciativa a Tao, en tanto que la mayor se acercó a la cama, se sentó familiarmente en el borde de ésta y dijo: - Nunca te he visto antes - mientras le sonreía con audacia. Tao contempló a las dos muchachas sin pronunciar una palabra. Entonces la mayor, poniendo sobre la cama una pierna doblada, se acercó más a él, y la menor ahogó una risita. Movió los dedos de los pies contra el cuerpo de Tao, y su compañera se tapó la boca con la mano para contener la risa. Tao se incorporó rápidamente, en un gesto de defensa propia. Cálmate, pensó. La joven le rozó el cabello con la mano derecha y con los dedos de la otra le acarició levemente las patillas y le palmeó la mejilla, con una sonrisa astuta y atrayente. Tao reunió sus fuerzas y gritó: - ¡Cómo te atreves! ¡Por qué no me dejan en paz, fantasmas! Las dos muchachas huyeron, avergonzadas. Tao lanzó un profundo suspiro. Se dio cuenta de que se lo merecía. Estaba seguro de que volverían y de que no podría dormir en toda la noche. Pensó en irse de la casa inmediatamente, pero sintió que quedaría mal que su amigo se enterara, y decidió permanecer allí. Trataría de mantener la presencia de espíritu y de dominarse. La sensación de una presencia extraña persistía en la habitación. Le pareció ver sombras moviéndose en la oscuridad, y oyó cuchicheos y ruidos de pasos que trastabillaban. Fue la experiencia más extraña de su vida. Cualquier otro habría saltado de la cama, pero Tao era un individuo raro y experimentaba cierto placer con todo eso. Recordó lo que había dicho acerca de dominar el temor, subió la mecha de la lámpara y se durmió. En cuanto se quedó dormido, sintió que le picaba la nariz. Alguien le había hecho cosquillas. Estornudó, y de algún rincón de la habitación le llegó el sonido de una carcajada contenida. No dijo nada y fingió estar dormido. A través de los párpados entrecerrados vio a la muchacha más joven agazapada y caminando silenciosamente con sus pies calzados con pantuflas. Tenía en la mano un papel enrollado y terminado en punta, y se acercaba a su cama. Se incorporó y gritó: - ¡Vete! - y la sombra desapareció. Un poco más tarde, cuando ya se había dormido otra vez, volvió a despertarse al sentir que alguien le hacía cosquillas en la oreja. Fue una noche de desvelo, para decir lo menos, mas en fin de cuentas su teoría había dado resultados. Las molestias cesaron sólo después del canto del gallo, y Tao durmió profundamente hasta el mediodía. Nada sucedió durante el día. En cuanto Venus apareció en el oeste y él encendió su lámpara, volvió a oír ruidos. Oía golpes suaves en su puerta y les gritaba a los fantasmas que se fueran. - ¡No me molesten, fantasmas! - Pero eso no las contenía. La puerta volvía a rechinar, y él levantaba la cabeza y las veía espiándolo. Eso sucedió varias veces. Resultaba sumamente perturbador, y decidió permanecer en vela toda la noche. Haciendo caso

Page 106: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

omiso de la presencia de ellas, se dirigió a la cocina para prepararse un poco de té y comer un poco de carne fiambre. Al volver a su cuarto vio a las jóvenes de pie ante la mesa, mirando sus libros. Cuando lo vieron entrar dejaron los libros, quitaron unas motas de polvo de la mesa y se quedaron contemplándolo. - Bueno, siéntense, si insisten en hacerme compañía. Pero yo tengo que trabajar. He pedido prestada esta casa al dueño, y pienso vivir en ella. Pórtense como buenas chicas. Las muchachas le obedecieron y vagaron por la habitación, pero ahora hablaban sólo en murmullos. Habían pasado veinte minutos cuando Tao vio un brazo blanco reposando sobre la mesa y sintió que una cabellera de mujer le rozaba la mejilla. - ¿Qué estás leyendo? - Era la mayor. - Déjame tranquilo. - Se volvió hacia ella. La joven se enderezó y pareció desilusionada. - Déjame en paz, ¿quieres? - repitió él, más suavemente. - ¿Por qué trabajas tanto? - preguntó la joven, con evidente tono de desaprobación. Tao no respondió, pero su expresión mostró que no le molestaba la compañía de las dos muchachas. La menor se acercó y se detuvo frente a él, apoyando el cuerpo contra la mesa. Sus negras pestañas eran hermosas a la luz de la lámpara. Era más tranquila, pero tenía la expresión de una muchacha profundamente interesada en un joven. Tao se sintió conmovido. Tomó el libro con desesperación y trató de concentrarse en su lectura. Entonces la más joven de las dos se deslizó detrás de él y le cubrió los ojos con las manos. Le revolvió el cabello y luego huyó riendo. Él la persiguió y, en el momento en que tendía el brazo para atraparla, se encontró apretándose su propia mano. - Vaya, encantadoras fantasmas - dijo mientras volvía a su escritorio -. ¡Si alguna vez las atrapo, las mataré! - ¡No puedes hacerlo! - gritó la mayor, y rió. Las jóvenes no querían irse, y no le tenían miedo. - Ya sé lo que quieren. Pero me temo que no puedo complacerlas. Es inútil tratar de tentarme. - Las muchachas volvieron a reír. Tao oyó que el sereno nocturno daba la señal de la tercera guardia. - ¿Tienes hambre? - preguntó la mayor -. ¿Qué te parecería que te preparábamos algo caliente? - No me molestaría. Las dos fantasmas corrieron a la cocina y pronto estuvieron de regreso con un humeante cuenco de sopa de arroz. Tao levantó la mirada y dijo: - Magnífico. Muchas gracias, señoritas. Vio que no había más que una escudilla y un par de palillos. - ¿No comen ustedes? - No. - ¿Cómo puedo agradecerles por el favor? - preguntó, apreciando realmente el gesto. - Puedes agradecerme luego - contestó la mayor -. Pero ten cuidado. Le puse arsénico. - Le lanzó una sonrisa ansiosa. - No te creo. ¿Por qué habrías de querer envenenarme? Tao tomó los palillos y vació la escudilla, mientras las dos muchachas estaban junto a él, disputándose el derecho de llenarle el cuenco por segunda vez. Antes de que hubiese terminado de comer, la menor corrió a la cocina y le trajo una servilleta caliente. Limpiándose la cara con la servilleta, Tao dijo a las jóvenes: - Gracias, señoritas. Sería mejor que nos conociéramos, ya que parece que vamos a compartir la casa durante algún tiempo. - Les preguntó cuáles eran sus nombres. - Yo me llamo Semblante de Otoño y mi sobrenombre es Chiao - repuso la mayor, y, señalando a su compañera -: Ella se llama Jojó y su apodo es Yuan.

Page 107: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¡Qué nombre extraño! - exclamó Tao riendo -. Háblenme de sus familiares, sus padres y abuelos. - ¿Por qué preguntas todo eso? - replicó Jojó -. No te casarás con nosotras. No te atreverías a aparecer en la cama con una mujer. ¡Tengo la impresión de que no puedes casarte! - Vaya, señoritas, tengo que hablarles - replicó Tao con tono serio -. No soy ciego a los encantos femeninos de ustedes. En rigor, me gustan las dos. Pero estoy seguro de que se darán cuenta que una unión física con un ser del mundo de abajo resulta destructora para un hombre. No huyo de ustedes, y pienso quedarme aquí. Si yo no les gusto, ¿por qué quieren dormir conmigo? Y si me aman, ¿por qué quieren causar mi perdición? ¿Por qué no podemos continuar siendo amigos, como hasta ahora? Las jóvenes se miraron como si estuviesen avergonzadas. Parecían conmovidas. - Lo que dices es muy cierto. Y nosotras también te queremos. Seamos buenos amigos - dijo Semblante de Otoño. Aun así, no dieron señales de que quisiesen dejarlo solo. - ¿Por qué no se van a dormir? - preguntó Tao. - Durante el día tenemos tiempo de sobra para dormir. Desde entonces no trataron ya de tentarlo ni le sugirieron la posibilidad de tener relaciones carnales con él. A Tao comenzó a gustarle la compañía que le proporcionaban, y le pareció que la situación no era tan mala. Trabajaba de noche, acompañado por las muchachas, y dormía de día. Un día salió de la casa dejando inconcluso un tía-bajo de copia. Al regresar encontró a Jojó sentada ante su escritorio, tratando de completar su trabajo. Cuando lo vio dejó el pincel y le sonrió. Tao estudió la copia y se sintió agradablemente sorprendido al descubrir que la caligrafía de la muchacha, a pesar de lo inmatura, era bastante buena para una joven de su edad. - ¡No sabía que pudieses hacer esto! - exclamó, entusiasmado -. Si te interesa, me alegrará poder enseñarte. Hizo que Jojó se sentara sobre sus rodillas y le tomó la mano, tratando de guiarle la muñeca y los dedos para la formación de los caracteres. En ese momento entró Semblante de Otoño. Una expresión de celos apareció en su mirada, cuando los vio. Tao entendió. - No practico caligrafía desde la niñez, cuando me enseñó mi padre - explicó Jojó -. Casi no recuerdo cómo se maneja el pincel. Semblante de Otoño no dijo nada. Tao fingió que no advertía nada y le ofreció la silla, diciéndole: - Ahora prueba tú. Me gustaría ver cómo lo haces. Semblante de Otoño se sentó, escribió unos pocos caracteres y volvió a levantarse. - Son maravillosos - dijo Tao, tratando de apaciguarla. Sólo entonces se sonrió ella. Tao tomó entonces dos trozos de papel, los cuadriculó Y dijo: - ¿Por qué no toman esto en serio? Siéntense ahí y practiquen caligrafía, mientras yo trabajo aquí. Llevaron otra lámpara y colocaron otra mesa de trabajo. Era una buena idea, la de encontrarles algo que hacer. Eso lo dejaba libre. Ya no lo molestaban, y Tao se alegró de verlas tan interesadas en el trabajo. Cuando terminaron, le llevaron los papeles y se quedaron ante su escritorio, esperando sus críticas. De las dos, Jojó era la mejor educada, y Semblante de Otoño dibujaba a veces caracteres con trazos erróneos. Tenia conciencia de sus errores y se sentía avergonzada. Tao se mostraba cortés con ella y la alentaba en lo posible.

Page 108: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

A las muchachas también parecía agradarles la tarea, y ahora lo trataban como al maestro; le mostraban un gran cariño. Como estudiantes de una escuela privada, le alcanzaban cosas, le hacían el té y le limpiaban la habitación. Las demostraciones de afecto personal incluían gestos como el rascarle la espalda y masajearle las piernas cuando estaba cansado, pero todo se hacía sobre una base platónica. Un día Jojó presentó un manuscrito que mostraba notables progresos, y recibió entusiastas alabanzas del maestro. De pronto oyó a Semblante de Otoño llorar sobre su escritorio. Se acercó a ella, le levantó el rostro manchado de lágrimas y la palmeó bondadosamente. - Ella ha tenido mejor comienzo - le dijo -. Tú tienes que trabajar más. Eres tan inteligente, que estoy seguro de que muy pronto la alcanzarás. - Entonces Semblante de Otoño se sintió satisfecha y sonrió. Semblante de Otoño, en efecto, se portaba magníficamente. No cabía duda alguna de que hacía lo posible para complacer a su maestro. Recordaba y se aprendía de memoria cualquier cosa que Tao le decía una vez. Y así la habitación se trasformó en una escuela nocturna, llena de los dulces sonidos de dos estudiantes leyendo en voz alta. Pasaron de los libros elementales a un clásico, y antes de terminar con el clásico pidieron que se les enseñara los rudimentos de la versificación. Jojó pidió en secreto a Tao que no enseñara a Semblante de Otoño y Tao se lo prometió. Semblante de Otoño le pidió que no enseñara los secretos a Jojó, y él se lo prometió también a ella. Y entonces llegó octubre, el mes de los exámenes locales. Tao se preparó para irse, pero Semblante de Otoño le dijo: - Veo dificultades por delante. ¿Por qué no dices que estás enfermo, para no ir? - Debo ir - replicó Tao -. Mis amigos se reirían de mí. Es una pobre excusa. Tao partió, y, como las jóvenes le habían predicho, se vio envuelto en dificultades en la ciudad. Alguien a quien había ofendido con su descarada lengua lo acusó ante la justicia, lo hizo arrestar y meter en la cárcel, acusado de mala conducta con las mujeres y de deshonrar la profesión de estudiante. Tao estaba desconcertado. Sabía que en años anteriores había sido demasiado libre con las mujeres, pero eso fue años antes, y no podía recordar exactamente qué cosas había hecho. No tenía amigos ni dinero, y se vio obligado a pedirle dinero prestado al carcelero para comprar sus alimentos. En la segunda noche que pasaba en la cárcel, despertó y encontró a Semblante de Otoño junto a su cama, con una cesta en la mano. - No te preocupes - dijo ella -. Aquí tienes algo de comida, y unas monedas de plata para el carcelero. Yo te sacaré de aquí, cueste lo que costare. Él estaba a punto de agradecerle, pero la sombra desapareció. Ese día, mientras el magistrado pasaba por la calle, una mujer detuvo su palanquín y, arrodillándose ante él presentó un alegato en favor de Tao. El alegato daba los detalles del caso, demostrando que Tao había sido falsamente acusado por motivos personales de venganza, y estaba firmado por Semblante de Otoño. El magistrado aceptó el alegato, pero cuando quiso interrogar a la persona que se lo había entregado, ésta desapareció entre el gentío. Lo leyó y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, pero, al llegar a su casa, vio que se había esfumado. Al día siguiente Tao fue llamado a comparecer ante el tribunal. - Ayer recibí un alegato en tu favor - dijo el magistrado -. ¿Quién es Semblante de Otoño? Evidentemente se trata de un nombre femenino. Tao fingió que jamás había oído hablar de tal persona. - ¿Qué estás tratando de ocultarme? - gritó el magistrado, enfurecido -. Se te acusa de galantear a las mujeres. Esto parece comprobar la acusación de mala conducta, indigna de un estudiante. Y te condenaré...

Page 109: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

De pronto el magistrado sintió un agudo dolor, como si alguien le hubiese clavado una lezna en la oreja, y dejó la frase inconclusa. - Eso fue hace muchos años, Señoría - explicó Tao. - Eso no es todo. Como estudiante confucianista, se te acusa de estudiar la magia negra taoísta... Antes de que el magistrado pudiese terminar la frase, los escribientes vieron que su rostro se ponía pálido, de un tinte verdoso; su respiración se hizo entrecortada y puso los ojos en blanco, como si alguien tratara de estrangularlo. Tao se sintió tan asombrado como todos los demás. El magistrado se llevó la mano a la frente y se quejó de un espantoso dolor de cabeza. Tenía el rostro del color del agua, y ordenó que el caso fuese postergado hasta nuevo aviso. Al día siguiente el magistrado mandó llamar a Tao para conversar en privado con él. Le dijo que durante la noche había tenido un extraño sueño en que una mujer se aparecía ante él y hablaba en favor de Tao. Lo dejaría en libertad con una reprimenda, y le instaba a que se reformase. Su tono era ahora cortés, y le hablaba como un estudioso a otro. Quería saber quién era esa Semblante de Otoño; ¿era un fantasma? - No, no - replicó Tao -, no creo en fantasmas. - Detalló las razones que tenía para no creer en la existencia de fantasmas, mencionando el hecho de que, en rigor, había escrito un ensayo sobre el tema. - Por el contrario - dijo el magistrado -, yo creo que existen. Tao se alegró de que lo pusiesen en libertad, y se despidió. Cuando llegó a la casa encantada no encontró a nadie. Un poco después de medianoche aparecieron Jojó y Semblante de Otoño, arrastrando los pies y apoyándose la una en la otra. Las dos cojeaban. Jojó ayudó a Semblante de Otoño a acostarse y luego fue a prepararle una taza de té. - Semblante de Otoño se vio envuelta en tales dificultades. .. - dijo Jojó con un suspiro. Informó a Tao que, al regresar, Semblante de Otoño había sido arrestada por el Dios de la Ciudad, por haber abusado de sus poderes espirituales y por poner obstáculos al magistrado en la legal ejecución del deber de éste. Fue llevada a la cárcel del tribunal del Dios de la Ciudad y sometida a terribles malos tratos por parte de los diablillos. Jojó había hecho un largo viaje para explicarle al Dios de la Ciudad, a quien dijo que Semblante de Otoño no había hecho todo eso en su propio beneficio, sino por ayudar a un estudioso pobre, y que él, como Dios de la Ciudad, debía sentirse satisfecho de que se hiciese justicia en su territorio. Semblante de Otoño fue puesta entonces en libertad, pero tuvieron que hacer cincuenta kilómetros a pie, caminando toda la noche, y tenían los pies ampollados. Dichoso de estar nuevamente junto a ellas, y profundamente emocionado por lo que habían sufrido por él, Tao sintió un apasionado amor por las jóvenes. No podía dominarse, y quería hacerles el amor a ambas. - No me importa. ¡Las amo tanto...! No me importaría morir - dijo Tao, lanzando toda su prudencia a los vientos. Pero Semblante de Otoño le dijo: - Por favor, señor Tao. Antes teníamos otras intenciones, pero tú nos abriste los ojos. ¿Cómo podríamos sacrificarte para nuestro placer? Aparentemente, después de las dificultades pasadas, en el transcurso de las cuales las dos muchachas se ayudaron mutuamente, habían olvidado los celos que sentían la una de la otra. Se había producido un cambio en ellas. Ya no tenían interés en el estudio. Se mostraban tan afectuosas y cariñosas con él como antes, y lo acariciaban y besaban, pero rechazaban sus súplicas. Por otra parte, aparecían ante él en piyama, se mostraban liberales y desenvueltas con él y se acurrucaban en el asiento como si no hubiese ningún

Page 110: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

hombre presente. Viviendo tan íntimamente con dos mujeres a las que ahora amaba con tanto apasionamiento, le resultaba difícil dominar sus deseos. No sabía qué hacer. - Te amamos demasiado - dijeron las jóvenes -. No te haremos lo que hicimos a los tres guardianes. El alma de Tao se retorcía, torturada. - Entonces debo irme - dijo. Las muchachas lloraron al oír eso, y Tao no pudo llevar a cabo su decisión. Desesperado, fue a ver a un taoísta a quien anteriormente había protegido, y le contó toda la historia, revelándole el dilema en que se encontraba. - Entonces esos son buenos fantasmas - dijo el sacerdote -. Tienes que serles fiel. Yo te ayudaré. Entregó a Tao dos trozos de papel que tenían escrita una fórmula mágica, y al mismo tiempo le dio las siguientes instrucciones: - Vuelve a la casa y dale un papel a cada una de las muchachas. Cuando vean pasar un ataúd, deben poner el trozo de papel en una escudilla llena de agua, beberse ésta y salir corriendo. La que llegue primero al ataúd tendrá el privilegio de tomar prestado el cadáver de la difunta y volver a la vida. Es una cuestión de suerte. Al cabo de un mes, aproximadamente, oyeron que pasaba una procesión ante la casa. Ambas muchachas salieron corriendo, pero Jojó se precipitó sin acordarse de beber previamente el agua encantada. No pudo hacer nada, y vio cómo el fantasma de Semblante de Otoño desaparecía en el ataúd. Entristecida, Jojó volvió a la casa, sollozando. Tao estaba en la puerta, mirando, y vio lo que ocurría. La familia de la muerta vio que una doble penetraba en el ataúd, y pronto oyeron un ruido dentro de éste. Desconcertados, lo abrieron, esperando ver revivida a la hija de la familia. El cadáver respiraba, al principio débilmente y luego con regularidad, y los ojos de la joven se abrieron. Jubilosa, la familia Ho llevó rápidamente el ataúd a la casa y acostó a la muchacha en la cama de Tao. La señorita Ho era blanca y regordeta, y su voz más rotunda que la de Semblante de Otoño. Cuando ya estaba por salir de la casa, la señorita Ho se negó a hacerlo. Dijo a sus padres: - Soy Semblante de Otoño. No soy vuestra hija. - Contempló a Tao, y, aunque su rostro era distinto, le sonrió, no como a un desconocido, sino como a un amante y un viejo amigo. Los padres no estaban preparados para creer lo que les decía la hija, pero ésta se negó rotundamente a volver a su hogar, e insistió en quedarse donde estaba. - Lo amo, padre, si eres mi padre - dijo. - En ese caso - dijo el padre a Tao -, dejaré a mi hija contigo. Si ella insiste, no me queda más remedio que aceptarte como yerno. El funeral fue cancelado y los padres volvieron a su casa. Al día siguiente enviaron a una doncella personal, que llevó ropas de cama y regalos de bodas. Mientras Tao conversaba con la joven, trató de acostumbrarse a su aspecto. Pero, por supuesto, era la propia Semblante de Otoño. Sus sonrisas, su manera de hablar y de caminar, todo lo revelaba. Es imposible expresar con palabras cuan felices fueron. Pero en la noche de bodas fueron molestados constantemente por un llanto femenino. Era Jojó, acurrucada en un rincón oscuro, sola, enfurruñada. Tao tomó la lámpara y fue a conversar con ella, para tratar de consolarla, pero la muchacha tenía el vestido empapado de lágrimas y no quería consolarse. Esa noche se sintieron tan turbados, que no pudieron dormir. Lo mismo ocurrió a la noche siguiente, y durante otras seis o siete noches sucesivas. Siempre oían a Jojó llorando en un rincón oscuro, y les era imposible consumar el

Page 111: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

matrimonio. Tao y Semblante de Otoño se apiadaron grandemente de ella, pero no podían hacer otra cosa que consolarla con palabras. Jojó parecía tan desolada... - ¿Por qué no vuelves a consultar al taoísta? - preguntó Semblante de Otoño -. Quizá pueda hacer algo por ella. Tao fue una vez más a visitar al taoísta, quien al principio le dijo que no se podía hacer nada más. Tao le suplicó y le dijo cuan penoso era dejar a Jojó en esa situación. Si había salvado a una, podía salvar a las dos. - Lo siento mucho por ella - dijo el sacerdote -. Usaré todos los medios de que dispongo. Lo intentaré, pero no puedo garantizar el éxito. El sacerdote fue a la casa con Tao y le pidió que le proporcionase una habitación tranquila, donde pudiera meditar y usar sus poderes psíquicos. Le dijo que no le formulase preguntas y que lo dejara completamente solo. Durante diez días y diez noches permaneció sentado en la habitación, sin tomar siquiera una gota de agua. Tao atisbo y lo vio sentado, con los ojos cerrados, inmóvil, como dormido. Al promediar el undécimo día una bella joven levantó la cortina y entró en la habitación de Tao. Sus ojos brillaban con suave fulgor, y dijo con sonrisa fatigada: - ¡Oh, estoy tan cansada de caminar toda la noche! Tuve que hacer más de cincuenta kilómetros antes de encontrar la casa. El sacerdote viene detrás, con ella, y cuando lleguen habrá terminado mi misión. Jojó llegó más o menos para la caída del sol. La joven, que había estado esperando, se puso de pie para darle la bienvenida. Al abrazar a Jojó, las dos se convirtieron en una y la joven se desplomó en el suelo. Entonces el sacerdote salió de su habitación, le dijo a Tao que todo iría bien y se fue. Tao acompañó al sacerdote hasta la puerta y al entrar nuevamente en el cuarto vio que la joven se había recobrado lo bastante para abrir los ojos. La levantó y la acostó en la cama. Poco después estaba completamente bien, y sólo se quejó de que le dolían las piernas de la caminata de toda la noche. - Oh, he vuelto a la vida! - exclamó Jojó. Se sentía tan feliz que lloró. Conversó con Semblante de Otoño como si se hubieran conocido de toda la vida, unidas entonces en su amor por Tao. Tao se sentía sumamente dichoso con sus amantes, que ahora eran seres humanos encantadores, normales. Habría podido surgir alguna duda en cuanto a quién debía ser la esposa y quién la concubina, pero eso quedó fácilmente solucionado - porque Semblante de Otoño era la mayor y la que primero había vuelto a la vida. Un día fue a visitar a Tao un condiscípulo llamado Tsai Tseching, por asuntos de negocios. Tao le pidió que se quedase unos días en la casa, y el amigo aceptó. Cuando Tsai vio a Jojó, corrió hacia ésta, pero ella huyó. Se quejó a Tao por el comportamiento del visitante. Tao se sintió sorprendido, pero no quiso hablar de ello con Tseching. Más tarde, ese mismo día, su huésped dijo a Tao: - Tengo que hablarte acerca de algo que me intriga grandemente. Me resulta muy embarazoso, pero, con tu permiso, me gustaría hacerte una pregunta. - ¿De qué se trata? - preguntó Tao. - Hace un año perdí una hermana. En la segunda noche de su muerte, su cadáver desapareció misteriosamente de su lecho. Eso ha seguido siendo un completo misterio para mi familia. Acabo de ver aquí a una muchacha que se parece notablemente a ella. ¿Es alguna parienta tuya? Tao se lo contó todo. Dijo que, como eran viejos compañeros de estudio, le alegraría presentarlo a su concubina. Llevó a su amigo a la habitación interior, para presentarle a Jojó, e hizo que Jojó se pusiera el mismo vestido con que había llegado.

Page 112: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¡Por cierto que eres mi hermana! - exclamó Tsai, cuando la vio. Tao le había explicado cómo ocurrió todo, y el amigo dijo - : Tengo que ir ahora mismo a casa, para informar a mi madre de que mi hermana ha vuelto a la vida. Al cabo de unos días la madre y la familia de Tsai llegaron a visitar a Jojó, y la reconocieron como su hija, del mismo modo que la familia Ho había reconocido a Semblante de Otoño.

JUVENILES 11. CENICIENTA 1

Esta narración se encuentra en Yuyang Tsatsu, de Tuan Ch'eng-shih, quien murió en 863. Tuan era un celoso recopilador de extraños relatos. Los folkloristas han estudiado la migración de este cuento de hadas universalmente amado, y resulta interesante saber que la primera versión escrita de esta narración está en chino. La versión china tiene al mismo tiempo la característica eslava del animal amigo y la característica germana del zapatito perdido. Tuan dejó registrado que el cuento le fue narrado por su criado, que provenía de las tribus aborígenes de Yungchow, en el Kwangsi moderno. La primera versión europea conocida del relato es la de Des Perriers, en sus Nouvelles récréations et joyeux devis, publicada en 1558. Debido al interés histórico de esta pieza, he hecho una traducción tan exacta como fue posible. Una vez, antes de la época de Chin (222-206 a. de C.) y Han había un jefe de una caverna de montaña a quien los nativos llamaban Jefe de Caverna Wu. Estaba casado con dos mujeres, una de las cuales murió dejándole una niñita llamada Yeh Hsien. Era sumamente inteligente y lista para trabajar el oro, y su padre la amaba entrañablemente, pero cuando éste murió la niña fue maltratada por su madrastra, quien a menudo la obligaba a cortar leña y la enviaba a lugares peligrosos, a sacar agua de profundos pozos. 1 Reimpreso de The Wisdom of China and India por cortesía de Random House, Inc., Copyrigth 1942, Random House Inc. Un día Yeh Hsien pescó un pez de más de seis centímetros de largo, de aletas rojas y ojos dorados, y lo llevó a su casa y lo puso en una jofaina con agua. Crecía día a día, hasta que llegó un momento en que ya no cupo en la jofaina, y entonces la niña lo puso en un estanque, detrás de la casa. Yeh Hsien solía alimentarlo con los restos de su propia comida. Cuando llegaba al estanque, el pez subía a la superficie y apoyaba la cabeza en la orilla, pero no se dejaba ver si cualquier otra persona llegaba hasta el borde del agua. Ese curioso comportamiento fue advertido por la madrastra, quien muchas veces, aunque en vano, esperó al pez. Un día, recurriendo a una artimaña, díjole a la joven: - ¿No estás cansada de trabajar? Te daré una chaqueta nueva. - Entonces hizo que se quitara sus ropas viejas y la envió a una distancia de varios cientos de U, a sacar agua de otro pozo. Se puso entonces el vestido de Yeh Hsien y, ocultando un filoso cuchillo en la manga, fue al estanque y llamó al pez. Cuando éste asomó la cabeza fuera del agua, lo mató. Para ese entonces, el pez tenía más de treinta centímetros de largo, y cuando lo cocinaron tenía mucho mejor sabor que cualquier otro pescado. Y la madre enterró sus huesos en un estercolero. Al día siguiente volvió Yeh Hsien, y cuando llegó al estanque vio que el pez no estaba. Entonces libró hasta que un hombre de cabello enmarañado, cubierto con ropas harapientas, descendió del cielo y la consoló, diciéndole:

Page 113: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- No llores. Tu madre ha matado al pez, y sus huesos están enterrados en un estercolero. Vé a tu casa y lleva los huesos a tu habitación y escóndelos. Cada vez que necesites algo, rézales y tu deseo se verá inmediatamente complacido. Yeh Hsien siguió sus consejos, y no pasó mucho tiempo que ya era dueña de oro y pedrería, y lujosas vestimentas, de tan costosas telas, que habrían encantado el corazón de cualquier doncella. La noche del Festival de la Caverna se ordenó a Yeh Hsien que se quedase en casa a vigilar el huerto. Cuando la solitaria joven vio que su madre estaba lejos, se engalanó con una chaqueta de seda verde y fue al festival. Su hermana, que la había reconocido, dijo a la madre: - ¿No se parece esa joven extrañamente a mi hermana mayor? La madre también pareció reconocerla. Cuando Yeh Hsien se dio cuenta de que la miraban, huyó, pero con tanta prisa, que dejó caer uno de sus zapatitos, que cayó en manos de la gente de la caverna. Cuando la madre volvió a su casa, encontró a su hija durmiendo, con los brazos rodeando un árbol. Desechó toda sospecha que hubiese podido tener en cuanto a la identidad de la muchacha hermosamente vestida. Ahora bien, cerca de las cuevas había un reino insular llamado T'o Huan. Gracias a su poderoso ejército, gobernaba sobre veinticuatro islas, y sus aguas territoriales cubrían varios miles de U. Por lo tanto la gente de la caverna vendió el zapatito al reino de T'o Huan, en donde llegó a manos del rey. El rey hizo que las mujeres de su corte se lo probaran, pero el zapatito era unos tres centímetros más corto aun para los que tenían los pies más pequeños. Luego hizo que se lo probasen todas las mujeres del reino, pero ninguna podía calzárselo. El rey sospechó que el hombre de la caverna había conseguido el zapatito por medios dudosos, y lo encarceló y torturó. El desdichado hombre no pudo decirle de dónde provenía el zapato. Finalmente colocaron la chinela a un costado del camino y se enviaron correos de casa en casa para arrestar al que tuviese el otro zapato. El rey estaba grandemente desconcertado. Todas las casas fueron registradas, y encontraron a Yeh Hsien. Se le hizo ponerse los zapatitos, y le calzaban perfectamente. Apareció entonces con los zapatos y su vestido de seda verde, con todo el aspecto de una diosa. Entonces se presentó un informe al rey, y éste hizo que llevaran a Yeh Hsien a la isla metropolitana, juntamente con sus huesos de pescado. Después de que Yeh Hsien partió de la cueva, la madre y la hermana fueron lapidadas. La gente de la caverna se apiadó de ellas y les erigió una tumba que llamaron "La Tumba de las Mujeres Arrepentidas". Los hombres de la caverna las adoraron como diosas del matrimonio, y quienquiera les pedía un favor en relación con un casamiento podía tener la seguridad de que su oración sería escuchada. El rey regresó a su isla e hizo de Yeh Hsien su primera esposa. Durante el primer año de su matrimonio pidió a los huesos de pescado tantas piezas de jade y objetos preciosos, que ellos se negaron a continuar concediéndole los deseos. Entonces el rey tomó los huesos y los enterró cerca del mar, juntamente con cien medidas de perlas, y rodeó la tumba de un borde de oro. Cuando sus soldados se rebelaron contra él, el rey concurrió al lugar, pero la marea había barrido los huesos, y no han sido encontrados hasta la fecha. Esta historia me fue narrada por un viejo criado de la familia, Li Shih-yuan. Proviene de la gente de la caverna (tribu aborigen) de Yungchow, y recuerda muchos extraños relatos del Sur.

Page 114: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

12. EL NIÑO GRILLO De Liaotsia, por Fu Sungling. (Véase la nota de Jojó, relato N. 10.) Cuando Kiti, un chico de once años, volvió a su hogar con su padre después de una infructuosa búsqueda de grillos, experimentaba una maravillosa sensación: el descubrimiento de su padre como compañero de juegos. Kiti era un niño sumamente impresionable. En una oportunidad, cuando tenía cinco años, su padre tomó una vara para castigarlo por alguna infracción, y Kiti palideció de tal modo, de terror, que su padre dejó caer la estaca. Siempre había sentido mucho miedo hacia su padre, un hombre taciturno, de cuarenta y cinco años. Era pequeño para su edad, aproximadamente de la talla de otros chiquillos de nueve o diez años, y la chaqueta que su madre le había hecho el año anterior, pensando que crecería rápidamente, todavía le iba ancha y larga. Su cuerpo delgado, infantil, resultaba acentuado en esas características por una cabeza desproporcionadamente grande y un par de ojos enormes, negros, juguetones, y unas mejillas regordetas. Brincaba y hacía cabriolas, en lugar de caminar normalmente, y, en lo referente a sus emociones, era un verdadero chiquillo. Cuando su hermano tenía la edad de Kiti, era ya una gran ayuda para su madre, pero no así Kiti. Ahora el hermano había muerto y su única hermana se había casado con un hombre perteneciente a una familia de otra ciudad. Kiti era un tanto mimado por su madre, una mujer triste pero de recia contextura, a quien sólo las cabriolas y jugarretas del niño hacían sonreír. Kiti conservaba aún muchos de sus modales y sonrisas pueriles, muchas de las intensas alegrías y penas de la niñez. Kiti amaba a los grillos como sólo los niños pueden amar, y, con el agudo entusiasmo y la imaginación poética de un chiquillo, encontraba en la belleza y delicadeza del insecto algo absolutamente perfecto, noble y fuerte. Admiraba las complicadas mandíbulas del grillo, y pensaba que ningún animal más grande de este mundo poseía un cuerpo y patas tan laqueadas, acorazadas. Le parecía que si un animal del tamaño de un perro o un cerdo tuviese un cuerpo tan bello... no, no había un animal que se le pudiese comparar. Los grillos eran su pasión desde muy pequeño. Como todos los niños de la aldea, había jugado con ellos y llegado a conocer la valía de un grillo por el sonido de su chirrido, el tamaño y ángulo de sus patas y la proporción y forma de su cabeza y cuerpo. En su cuarto había una ventana, al norte, que se abría sobre el huerto trasero, y mientras yacía acostado, escuchando la canción de los grillos, le parecía la música más agradable del mundo. Representaba para él todo lo que había de bueno y potente y bello en este mundo. Había aprendido rápidamente las enseñanzas de Confucio y Mencio, con su maestro, que era ahora su propio padre, para olvidárselas con la misma rapidez; pero entendía y recordaba esa canción de los grillos. Había hecho un montículo de ladrillos y piedras debajo de la ventana, con el fin de atraerlos. Ninguna persona mayor parecía entender eso, y menos aun su frío y severo padre - pero ese día, por primera vez, salió con Kiti y corrió por la ladera de la montaña para buscar a un luchador campeón. Cuando Kiti tenía seis años se produjo un incidente memorable. Había llevado un grillo al aula de clase, y el maestro lo descubrió y lo aplastó. Kiti se sintió tan furioso, que, cuando el maestro le volvió la espalda, se puso en pie de un brinco, le saltó encima y lo golpeó con todas las fuerzas de sus puñitos, para diversión de los estudiantes, hasta que el maestro se lo quitó de encima con un sacudón. Esa tarde había observado a su padre fabricar en silencio una red de mano, con mango de bambú, para cazar grillos. Cuando la red quedó terminada, su padre le dijo: - Kiti, tráeme esa caja de bambú. Iremos a las colinas del sur. El anunciar que irían a cazar grillos estaba por debajo de la dignidad de un estudioso.

Page 115: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Pero Kiti entendió. Salió con su padre y le pareció que era un día de fiesta como Año Nuevo. Era como una respuesta a las oraciones del niño. Había salido a cazar grillos, pero nunca gozó del lujo de una verdadera red. Más aun, nunca se le había permitido ir a las colinas del sur, situadas a dos kilómetros y medio de distancia, donde sabía que había grillos en abundancia. Corría el mes de julio y el día era caluroso. Padre e hijo, red en mano, corrieron por todas las cuestas, abriéndose paso por entre la maleza, saltando sobre zanjones, removiendo las piedras y atisbando debajo de ellas, escuchando para captar el sonido más importante, el claro chirrido metálico de un buen campeón. No encontraron ningún campeón digno de mención, pero se encontraron el uno al otro como compañeros. Esa fue para Kiti una sensación maravillosamente nueva. Había visto brillar los ojos de su padre cada vez que oían una nota clara, neta, y lo había visto maldecir entre dientes cuando perdían uno entre la maleza. A la vuelta su padre lanzaba aún suspiros de pesar por no haber logrado encontrar el hermoso grillo campeón. Por primera vez se había vuelto un ser humano, y entonces Kiti amó a su padre. Su padre no se molestó en explicarle por qué había crecido repentinamente en él un interés por los grillos, y Kiti, aunque secretamente encantado, no vio motivo alguno para interrogarlo. Pero cuando volvieron a la casa vieron a su madre en la puerta, esperando a que regresasen para cenar. - ¿Atraparon alguno? - preguntó su madre con ansiedad. - ¡No! - La respuesta del padre era solemne y estaba cargada de desilusión. , Kiti meditó largamente al respecto. Esa noche preguntó a su madre, cuando estuvieron solos: - Díme, madre, ¿papá también quiere a los grillos? Me parecía que yo era el único que los amaba. - No, no los quiere. Está obligado a hacerlo. - ¿Por qué? ¿Para quién? - Para el emperador. Tu padre es el jefe de la aldea. Recibió del magistrado la orden de cazar un buen luchador. ¿Quién se atreve a desobedecer al emperador? - No entiendo. - Kiti se sentía más intrigado. - Tampoco yo. Pero tu padre tiene que cazar uno bueno dentro de los próximos diez días, o perderá su puesto y lo multarán. Somos demasiado pobres para pagar, y si fracasa lo más probable es que vaya a la cárcel. Kiti dejó de tratar de entender y no formuló más preguntas. Sólo sabía que se trataba de algo de la máxima importancia. Por ese entonces había entre las damas de la corte una gran manía por las riñas de grillos, en las que se hacían grandes apuestas, y todo ello culminaba en las competiciones por el campeonato anual, que se llevaba a cabo a mediados de otoño. Quizá fuese una vieja tradición de la corte, porque se sabía que el último primer ministro de la Dinastía Sung estaba presenciando sus riñas de grillos en el momento en que los ejércitos de Gengis Kan entraban en la capital. El distrito de Hwayin, donde vivía el señor Cheng, no era conocido como productor de los mejores luchadores, pero el año anterior un magistrado listo había obtenido un buen campeón, que envió a la corte. Un príncipe escribió una carta al gobernador de la provincia, pidiéndole que enviara más campeones para la competencia anual de mitad del otoño, y el gobernador envió una orden a todos sus magistrados en el sentido de que le mandasen los ejemplares más selectos de sus respectivos distritos. Lo que había sido un pedido personal del príncipe se convirtió en un edicto del emperador, por lo menos en lo concerniente a la gente del pueblo. El precio de los buenos grillos se fue a las nubes y se sabía de un magistrado que había ofrecido hasta cien dólares por un buen campeón. Las

Page 116: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

riñas de grillos se habían convertido también en un pasatiempo para los habitantes de la localidad, y los dueños de campeones se mostraban hostiles a separarse de ellos a ningún precio. Algunos jefes de aldea habían aprovechado la ocasión para arrancar dinero a la gente con el fin de comprar grillos para el emperador, llamándolo "tributo de los grillos". El señor Cheng habría podido reunir cien o doscientos dólares entre los aldeanos y, luego de guardarse la mitad, comprar un grillo con la otra mitad. Pero no hizo nada de eso. Si su deber era enviar un campeón, lo cazaría él mismo. Kiti compartía la ansiedad de su padre, y se sentía importante porque su pasatiempo infantil se había convertido ahora en una cuestión ennoblecida, de gente mayor. Observaba la expresión de su padre, mientras descansaban a la fresca sombra. Su padre sacó la pipa, la encendió, y las cejas se le estremecieron un tanto mientras la chupaba. Parecía querer decir algo, pero hizo una pausa y continuó chupando la pipa; abrió la boca y volvió a chupar. Al cabo dijo, con una expresión casi culpable en el rostro: - Kiti, consígueme un buen campeón. Eso representa mucho dinero. - ¿Cómo, padre? - Es que, ¿sabes, hijo?, en el festival de mitad del otoño se celebrará un campeonato nacional en el palacio imperial. El ganador recibirá un gran premio del emperador. - ¿De veras... del emperador mismo? - exclamó Kiti -. ¿Es que también el emperador quiere a los grillos? - Sí - contestó su padre a regañadientes, como si le hubiesen arrancado una confesión vergonzosa. - ¡Eh, padre, podríamos conseguir un buen luchador y ganar el campeonato nacional! - Kiti estaba grandemente excitado. - ¿Podrás ver al emperador? - No. Enviaré el grillo por intermedio del magistrado, y luego por intermedio del gobernador, si es lo bastante bueno. Tiene que ser bueno. Hay una gran recompensa en plata para el dueño del campeón. - ¡Padre, cazaremos uno y seremos ricos! Resultaba difícil reprimir el entusiasmo del niño. Pero el padre, habiéndole dicho un importante secreto, se mostraba serio una vez más. Se levantaron y continuaron la búsqueda. Kiti sentía que ahora recaía sobre él la responsabilidad de encontrar un luchador campeón para su padre, y también para su madre, porque a menudo la había oído quejarse de que eran pobres. - Cazaré uno, y luchará y luchará hasta que ganemos - dijo el niño. El padre se alegraba ahora de que Kiti supiese tanto acerca de los grillos y estuviese en condiciones de ayudarlo. Durante tres días no pudieron encontrar un campeón, pero al cuarto tuvieron una racha de buena suerte. Habían llegado a la cima de la colina y descendido por la ladera más lejana, donde había un tupido monte y una maleza espesa. Muy abajo había una antigua tumba. El contorno de la tumba, de unos quince metros de ancha, era claramente visible. Kiti sugirió que bajasen a la tumba, donde quizás encontrarían buenos grillos, especialmente teniendo en cuenta que la arena, allí, era amarillo-rojiza. Caminaron junto a un arroyuelo y llegaron al lugar; muchas losas de piedra yacían esparcidas, señalando los contornos de la antigua tumba. Las esperanzas de padre e hijo quedaron justificadas. Los grillos cantaban en la tarde de julio, y no eran pocos, sino docenas, y cantaban concertadamente. A Kiti se le aguzaron los sentidos. De pronto un sapo saltó del pasto, bajo sus pies, y desapareció en un hoyo, del que, a su vez, brincó un enorme y bello insecto, alejándose en hermosos y potentes saltos. El gigantesco grillo desapareció en un agujero subterráneo protegido por losas de piedra. Padre e hijo se acuclillaron y, con respiración entrecortada, escucharon el rico y resonante chirrido. Kiti tomó una larga brizna de hierba y trató de sacar al insecto fuera

Page 117: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

del agujero, pero el grillo dejó de cantar. Estaban ya seguros de que el campeón se encontraba en ese hoyo, pero la grieta era demasiado estrecha incluso para que un niño metiera las manos en ella. El padre trató de hacerlo salir echándole humo en el escondrijo, pero no tuvo éxito. Entonces Kiti fue a buscar un poco de agua para echarla en el agujero, mientras el padre mantenía la red preparada junto a la boca del hoyo. Unos segundos más tarde el grillo saltó limpiamente a la red. Era una belleza, de la especie llamada "cuello negro", con amplias mandíbulas, cuerpo esbelto y potentes patas dobladas en ángulo agudo. Todo su cuerpo era de un delicado e intenso color pardo-rojizo, laqueado. Sus afanes habían sido recompensados. Regresaron, dichosos, al hogar, y pusieron su presa en un cántaro de barro, sobre una mesa de la habitación del padre, cuidadosamente cubierta con una hoja de tejido de alambre de cobre. El señor Cheng llevaría el insecto al día siguiente y se lo entregaría al magistrado. Encomendó a su esposa que vigilase para que no fuese tocado por los gatos del vecino, y salió a comprar castañas para alimentarlo. Nadie debía tocarlo en su ausencia. Kiti estaba indescriptiblemente excitado. No pudo dejar de entrar en la habitación y escuchar sus chirridos y contemplarlo en un arrebato de pura alegría. Y entonces sucedió una tragedia. Por un instante no se escuchó ruido alguno en el cántaro. Kiti lo golpeó, pero no había señales de movimiento. Aparentemente el grillo había desaparecido. No podía ver nada en el interior del cántaro, de modo que lo llevó junto a la ventana y levantó lentamente el alambre tejido; de pronto el grillo saltó y aterrizó en un anaquel. Kiti estaba desesperado. Cerró rápidamente la ventana y comenzó a perseguir el insecto por la habitación. En su excitación se olvidó de usar la red, y para cuando tuvo al insecto bajo la palma de la mano, le había aplastado el cuello y quebrado una de las patas. Kiti estaba pálido de horror. Tenía la boca seca y los ojos sin lágrimas. Había destruido lo que prometía ser un campeón nacional. - ¡Deuda acumulada durante diez generaciones! - le riñó su madre -. ¡Morirás! ¡Cuando vuelva tu padre, no sé qué te hará! El rostro de Kiti estaba mortalmente pálido. Finalmente estalló en sollozos y huyó de la casa. A la hora de cenar Kiti no había vuelto. Su padre estaba furioso e irritado, y amenazó con darle una buena tunda cuando regresase. Los padres pensaron que estaría oculto, temeroso de volver, pero supusieron que aparecería cuando sintiese hambre. Hacia las diez de la noche no había aún señales de Kiti, y la cólera de los padres se había convertido en ansiedad. Salieron con un farol, en la noche, para buscarlo; y a medianoche, aproximadamente, encontraron su cuerpo en el fondo de un pozo. Cuando el niño fue extraído, estaba aparentemente inerte. Tenía una enorme herida en la cabeza, pero un hilillo de sangre le manaba aún del corte de la frente. Era un pozo somero, pero tenía todo el cuerpo empapado. Lo secaron, lo vendaron, acostado, y se alegraron al descubrir que todavía le latía el corazón. Sólo una tenue respiración indicaba que el niño vivía aún. La conmoción era tan grande, que Kiti permaneció durante todo un día vacilando entre la vida y la muerte. Esa noche lo oyeron murmurar en sueños: - ¡He matado al campeón... el cuello negro, el cuello negro! A la mañana siguiente Kiti pudo beber un poco de caldo, pero era un niño cambiado. Todo rastro de vida parecía haber desaparecido en él. No reconocía a sus padres. Su hermana, enterada del incidente, fue a visitarlo, y él no dio señales de reconocerla. Un anciano médico les dijo que se había llevado un gran susto y que su enfermedad era

Page 118: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

demasiado profunda para ser curada con medicinas. Las únicas palabras coherentes que Kiti pronunciaba eran: - ¡Lo he matado! Feliz porque Kiti, por lo menos, vivía, y sostenido por la esperanza de una eventual curación, el señor Cheng recordó que todavía le quedaban cuatro días para cazar otro campeón. Pensaba que si podía encontrar un buen grillo y enseñárselo a Kiti, eso le serviría de ayuda para curarse. En fin de cuentas, había grillos de sobra en la antigua tumba. Durmió ligeramente, y al alba oyó un chirrido en la casa. Se levantó y localizó el sonido en la cocina, donde encontró un pequeño grillo encaramado en lo alto de una pared. Y entonces sucedió algo extraño. Mientras el padre continuaba mirándolo, pensó cuan pequeño e inútil sería, a pesar de tener un chirrido tan sonoro. Pero, luego de lanzar tres estrepitosos chirridos, el pequeño grillo saltó y cayó sobre la manga de su chaqueta, como pidiendo que lo atraparan. El padre lo capturó y lo examinó cuidadosamente. Tenía un cuello largo y un dibujo de flor de ciruelo en las alas. Podía ser un buen luchador, pero era tan pequeño... No se atrevería a ofrecérselo al magistrado. Un joven vecino era dueño de un campeón local, que había ganado todos los encuentros en la aldea. Pedía un alto precio por él, pero no había encontrado comprador, de modo que lo llevó a la casa del señor Cheng, con la intención de vendérselo. Cuando el señor Cheng sugirió una riña, el joven lanzó una mirada al gallito y se tapó la boca con la mano para ocultar la risa. Los dos insectos fueron colocados en una jaula, y Cheng se sintió avergonzado de su grillo y quiso retirarlo. El joven insistió en que se efectuase la riña, para exhibir las habilidades de su insecto, y Cheng, pensando que no sería un gran sacrificio si el pequeño moría o quedaba mutilado, cedió. Los dos insectos se quedaron inmóviles, uno frente a otro dentro de una jofaina. El grillito no se movía; el otro, el más grande, abría las garras y lo miraba con furia, como ansioso por pelear. El joven hostigó al pequeño con una cerda, para provocarlo, pero el insecto no se movió. Lo pinchó varias veces más, y de pronto el pequeño grillo se puso en acción y los dos insectos se lanzaron el uno contra el otro. En una fracción de segundo vieron que el grillito movía la cola, levantaba las antenas y, con un potente salto, hundía las mandíbulas en el cuello de su adversario. El joven levantó rápidamente la jaula y dio por terminada la riña, en la esperanza de salvar a su favorito. El grillo pequeño levantó la cabeza y chirrió alegremente. Cheng se sintió grandemente satisfecho y asombrado, pero mientras admiraba a su nueva adquisición, juntamente con su familia, se acercó un gallo, sin ser visto por ellos, y lanzó un picotazo al campeón. El pequeño se apartó de un salto, perseguido por el gallo, y casi al alcance de las uñas de éste. Cheng pensó que todo estaba perdido. De pronto vio que el gallo sacudía la cabeza varias veces, y observó que el grillito se le había encaramado tranquilamente en el cuello y lo atormentaba desde ese lugar. Se sintieron perplejos y jubilosos. Confiando ahora en el poder combativo del grillito, Cheng decidió llevárselo al magistrado y relatarle toda la historia. El magistrado estuvo muy lejos de mostrarse impresionado; se manifestó escéptico, pero puso a prueba al insecto. El grillo ganó todas las riñas efectuadas con los otros reunidos en el despacho. Lo probaron nuevamente con un gallo, y el pequeño "ala de flor de ciruelo" repitió su táctica de encaramarse en el cuello del ave, para sorpresa de todos. Satisfecho con el campeón del distrito, el magistrado lo puso en una jaula de tejido de alambre de cobre y lo envió al gobernador. Era ya el último día de julio, y lo envió a lomo de caballo.

Page 119: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

El padre aguardó esperanzado; un grillo había causado la enfermedad de su hijo, otro podía curarlo. Entonces se enteró de que el grillito había llegado a ser el campeón provincial, y sus esperanzas crecieron. Probablemente trascurriría un mes antes de conocer los resultados del campeonato nacional. - ¡Ahí - dijo la madre de Kiti a su esposo, cuando se enteró de la táctica de combate del grillito -. ¿No es igual que Kiti, trepándose a la espalda del maestro y golpeándolo desde atrás? Kiti no se recobró de su conmoción. La mayor parte del tiempo dormía, y su madre tenía que meterle los alimentos a la fuerza en la boca, con una cuchara. En los primeros días se le contraían los músculos, y traspiraba profusamente. El médico fue a verlo otra vez, y al ver los síntomas anunció que, del terror, se le había roto a Kiti la vesícula biliar, y dijo que su sistema yang-yin de secreciones internas funcionaba a la inversa. Sus siete espíritus animales y tres espirituales habían sido ahuyentados por el miedo. Sería necesaria una larga y lenta cura para restablecer su perdida vitalidad. Al cabo de tres días Kiti sufrió otro acceso de paroxismo. Luego la cabeza pareció aclarársele durante un día - era el último día de julio, su madre lo recordó claramente -, e incluso pudo sonreír cuando le dijo a su madre: - ¡He ganado! - Su mirada era inexpresiva. - ¿Qué? - He ganado. - ¿Ganado qué? - No sé. Tengo que ganar. - Aún parecía estar delirando. Entonces le abandonó nuevamente el espíritu, y cayó en un profundo coma durante un mes. Al alba, en la mañana del dieciocho de agosto, la madre de Kiti le oyó llamar: - ¡Madre, tengo hambre! Era la primera vez que Kiti llamaba a su madre, desde el incidente. La mujer saltó de la cama, llamó a su esposo y entraron juntos a ver al hijo. - ¡Madre, tengo hambre! - ¡Mi querido niño, estás bien otra vez! - La madre se enjugó los ojos con el borde de la chaqueta. - ¿Cómo te sientes? - preguntó el padre. - Magníficamente, padre. - Has dormido durante mucho tiempo. - ¿Sí? ¿Cuánto? - Unas tres semanas. Nos asustaste. - ¿Tanto tiempo? No sabía nada. Padre, no tenía la intención de lastimar a ese campeón. Quería capturarlo para ti. - La voz de Kiti era perfectamente normal, y hablaba como si el incidente se hubiera producido la víspera. - No te preocupes, Kiti - dijo el padre -. Mientras estabas enfermo, capturé un campeón mejor. Era pequeño, pero un luchador terriblemente bueno. El magistrado lo aceptó y se lo envió al gobernador. Entiendo que ha ganado todos los combates. - ¿Entonces me has perdonado? - Por supuesto que sí. No te preocupes, hijo. Ese valiente y pequeño luchador puede llegar a ser el campeón nacional. Y ahora quédate tranquilo, y pronto podrás levantarte. La familia era dichosa una vez más. Kiti tenía un buen apetito y sólo se quejaba de que le dolían los muslos. - ¡Qué extraño! - dijo su madre. - Siento, madre, como si hubiera corrido y saltado cientos de kilómetros.

Page 120: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

La madre le masajeó las piernas, pero Kiti continuaba diciendo que tenía los muslos envarados. Un día después pudo levantarse y caminar unos pasos. Al tercer día de su restablecimiento, padre, madre e hijo estaban sentados a la luz de la lámpara, después de la cena, comiendo castañas. - Estas son como las castañas que comí en palacio - dijo Kiti negligentemente. - ¿Dónde? - En el palacio imperial - dijo Kiti, sin darse cuenta de cuan extrañas debían sonar sus palabras en los oídos de sus padres. - Debes de haber estado soñando. - No, madre. Estuve allí. Ahora me acuerdo. Todas las damas estaban vestidas de rojo y azul y oro, cuando salí de mi jaula dorada. - ¿Lo soñaste cuando estabas enfermo? - No, es cierto. Créame, madre, estuve allí. - ¿Qué viste? - Había hombres de largas barbas, y había uno que me pareció que debía de ser el emperador. Habían ido a verme. Yo sólo pensaba en papá y me decía que debía ganar. Cuando me sacaron de la jaula, vi un grillo enorme. Tenía antenas larguísimas, y me asusté mucho, hasta que comenzó la riña. Noche tras noche luchaba con la sola idea de que debía ganar por papá. La última noche me pusieron ante uno de cabeza roja. Era terrorífico. Pero yo ya no tenía miedo. Me lancé sobre él, pero cuando él me salía al encuentro me alejé de un salto. Me sentía magníficamente, ligero y despierto. Se enfureció y se precipitó sobre mí con las garras desnudas. Creí que me había llegado el fin, pero lo mordí en alguna parte. Entonces se mostró confundido. Vi que le sangraba el ojo. Le salté al cuello y lo rematé. Kiti narró todo eso en forma tan realista, que sus padres le escucharon en silencio, sabiendo que era perfectamente sincero en la descripción de lo que había visto en sus sueños. - ¿Y ganaste el campeonato nacional? - preguntó el padre. - Creo que sí. Tenía tantos deseos de ganarlo... Sólo pensaba en ti, padre. Los padres no sabían si creer en el relato o no. Sabían que el niño no mentía. Esperarían. Ya se vería. El pequeño grillo, enviado en una jaula dorada por el sistema de trasportes imperial, llegó a la capital un día antes de la iniciación de las competencias. El gobernador corría un gran riesgo al entregar un grillo tan pequeño al príncipe. Si el insecto se portaba bien, magnífico; pero si fracasaba, lo más probable es que se burlaban de él por haber comenzado a chochear. De sólo pensarlo se estremecía. El documento oficial, de tres mil palabras, que acompañaba el envío del grillo, era algo fuera de lo corriente, redactado con tono a la vez de disculpa y ditirámbico. - Mi amigo está loco - dijo el príncipe después de leer la carta. - ¿Por qué no lo pones a prueba? - inquirió su esposa, la hija del emperador. El pequeño y valiente luchador peleó con potencia supergrillesca. Por lo que pudieron ver, no mostraba temor cuando se lo ponía en una jofaina frente a otros campeones provinciales. Después de la primera noche en que derribó a un campeón casi dos veces más grande que él, el pequeño alas de flor de ciruelo fue considerado como una maravilla y se convirtió en el centro de las conversaciones de la corte. El pequeño triunfaba noche tras noche. Es verdad que tenía la ventaja de la ligereza y la agilidad. En tanto que ningún campeón podía alcanzarlo, él siempre hostigaba a los insectos mayores por medio de sus velocísimos ataques, y mordía a su contrincante aquí

Page 121: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

y allá antes de lanzarse, con mortífera exactitud, para un mordisco aplastante. Sus proezas parecían increíbles a sus maravillados espectadores. Las competencias duraron cinco noches, del catorce al dieciocho de agosto. En la última noche se convirtió en el campeón. A la mañana siguiente el pequeño campeón había desaparecido por completo de su jaula. Cuando las noticias llegaron a oídos de la familia de Kiti, el padre lloró, y todos se sintieron jubilosos. El padre se puso su mejor túnica y fue con Kiti a ver al magistrado. Se le dijo que sería convertido en miembro honorario del colegio del distrito, con estipendios mensuales para su sostenimiento. La suerte de la familia cambió, y eventualmente Kiti pudo concurrir al colegio. No sólo se sentía turbado cuando narraban su historia, sino que dejó de presenciar las riñas de grillos. No podía soportarlas. Más tarde llegó a ser un hanlin, y mantenía a sus padres con comodidad y holgura, en la vejez de éstos. El señor Cheng, entonces un orgulloso abuelo, no se cansaba jamás de narrar la historia de su hijo, historia que cada vez crecía y se perfeccionaba, y siempre la terminaba con las palabras: - Hay muchos medios de mostrar piedad filial. Cuando el corazón de uno es bueno, los espíritus del cielo y de la tierra se apiadan de los que aman a sus padres.

SÁTIRA 13. EL CLUB DE LOS POETAS

Del T'aip'ing Kwangchi, NV 490. El relato fue escrito por Wang Chu (997-1057). Wang fue un erudito multifacético que vivió a comienzos de la Dinastía Sung, y la declinación de la poesía Tang, en su época, puede ser la causa de esta caprichosa sátira a los nuevos poetas. Me fue necesario volver a redactar la narración, porque los versos escritos por animales habrían tenido muy poco sentido en una traducción. Me vi obligado a traducir al inglés los nombres de los poetas, porque los nombres del original contienen insinuaciones en cuanto al verdadero carácter de los poetas. Hace cuatro años me hallaba en Yungyang cuando me topé con un antiguo amigo mío, el señor Cheng. Éste volvía de la capital a su hogar en Pengcheng, y pasamos unos días juntos. Era un individuo de ingenio chispeante, aparte de ser un poeta, y en el curso de nuestras conversaciones me contó una de las experiencias más graciosas y extrañas que le hayan ocurrido. No sé cuánto es cierto y cuánto le agregó para tornarlo más interesante, pero me juró que le había sucedido un mes antes. El señor Cheng me contó la historia como sigue, tan exactamente como puedo recordarlo. Era el ocho de noviembre. Había estado en el noroeste, muy lejos, y no había estado allí ni un día cuando ya me enteré de la enfermedad de mi madre. Tuve que interrumpir el viaje y regresar a mi casa de inmediato. Al segundo día llegué a Weinan, por la tarde. El tiempo se había puesto de pronto sumamente frío y estaba por nevar. El magistrado, señor Li, a quien conozco, me pidió que lo acompañase a beber unos tragos. Debe de haber sido aproximadamente para el mediodía, y le ordené a mi criado que continuase el viaje con mi equipaje y me esperara en el pueblo vecino. La distancia no era tan grande, y yo tenía un buen caballo y esperaba llegar allá más o menos para medianoche. Comenzó a nevar y mi amigo me rogó que pasase la noche en su casa. No me gustaba mucho el lugar, de modo que le dije que tenía prisa por volver a mi hogar e insistí en partir. Cuando llegué a las afueras de la ciudad había una bruma arremolinada, llena de copos de nieve, que cubría el cielo y me cegaba. La negra crin de mi caballo estaba salpicada de nieve. Tuve que hacer más lenta la marcha, y encontré pocos viajeros en

Page 122: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

ese camino que iba hacia Chihshui. Oscurecía para cuando llegué a Tungyang, donde tomé una cena ligera en la estación de postas. Después seguí viaje. Con la campiña cubierta con un manto blanco y la difusa luz de la luna oculta detrás de blandas masas de nubes, el mundo se extendía ante mí con toda la belleza de un paisaje invernal, como un reino de eterno ocaso. Había bebido un trago en la estación, y me sentía abrigado y cómodo, pero el animal parecía sentir el fantástico efecto de la extraña luz y piafaba y relinchaba, como si hubiera visto fantasmas. La nieve se espesaba y me dificultaba la visión. Me bajé las orejeras del sombrero y mantuve la vista fija en la carretera, por temor de perderme. No habré recorrido mucho más de kilómetro y medio, desde la estación de postas, cuando el terreno comenzó a descender hacia un valle. A corta distancia vi un antiguo templo. Abandoné la idea de llegar a la próxima aldea y me dirigí hacia el templo para buscar refugio durante la noche. Los caballos, como se sabe, son animales medrosos, y tienen un sexto sentido del que carecemos nosotros, los humanos. Cuando lo até a un árbol, en el patio delantero del templo, comenzó a corcovear. Tenía los ojos enormemente abiertos y le temblaban las aletas de las fosas nasales, y me fue sumamente difícil calmarlo. - ¿Hay alguien adentro? - llamé, mientras entraba en el templo. El interior estaba oscuro y aparentemente desierto. No contestó nadie. Di la vuelta al altar para echar un mirada en el patio interior, y vi que adentro ardía el vago resplandor de una lámpara de petróleo. - ¿Hay alguien? - volví a llamar. En la puerta apareció un viejo monje de espalda jibosa, que sobresalía por debajo de su ropón castaño claro. - Entre - dijo. Crucé el patio. El pobre monje era viejísimo. Los párpados inferiores le pendían, flojos. La jiba de la espalda le obligaba a estirar el cuello para mantener la cabeza más o menos erguida. Eso, y la forma en que inclinaba esta última para observarme, le proporcionaba un aspecto raro, casi cómico, como el de un anciano mirando a un niño por sobre sus gafas. Evidentemente había estado esperando visitas, porque cuando entré me tomó por un viejo amigo y dijo: - Ya ha llegado el señor Chu (Cerhdo). Le expliqué rápidamente que era un viajero sorprendido por la nevada, y que le agradecería que me proporcionase albergue durante la noche. - ¿Adonde va usted con esta tormenta? - A mi hogar, en Pencheng. - Evidentemente es un estudioso - dijo el monje, lanzándome una mirada a lo largo de la nariz levantada -. Esta noche tenemos una reunión de varios amigos, y si quiere puede participar. ¿Es usted también un poeta? - Escribo versos - respondí cortésmente. - Magnífico. Nos honrará su compañía. Me sorprendió que hubiese una reunión de poetas en un lugar tan apartado, y en semejante noche. Sólo más tarde me enteré de que era un grupo pequeño, cerrado, conocido nada más que por sus integrantes, que creaba un culto especial con el propósito confesado de ampliar las fronteras de una nueva clase de poesía. Cada uno de ellos había dado pruebas, a través de sus composiciones poéticas - por lo menos en su propia opinión -, de encontrarse en el camino que lleva a la inmortalidad. En un rincón de la habitación había sentado un ventrudo caballero, demasiado cómodo, o demasiado indiferente a las convenciones, para levantarse cuando yo entré. El monje ya había mencionado que se llamaba Cerhdo.

Page 123: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Este es el señor Cheng, señor Cerhdo - dijo el monje del ropón castaño -. Viaja rumbo a su hogar, y también es poeta. Le he pedido que se una a nosotros, esta noche. El señor Cerhdo me miró a través de sus anteojos e hizo ademán de levantarse. - Por favor, no se levante. Encantado de conocerlo. Me agradó. Era un hombre bajo, rechoncho, con rollos de grasa bajo la barbilla, y regordetes dedos de un brillante color blanco, entrelazados sobre su pecho. - No tengo el honor de conocer su nombre - dije, dirigiéndome a mi anfitrión. - Me llamo Federico Dromedario Corcovado - contestó en voz muy gruesa, baja, un tanto sentencioso. Pude ver que su ropón castaño era demasiado amplio para su cuerpo contrahecho. Había sido bastante alto en su juventud, porque cuando se sentaba - cuando se acurrucaba, sería más exacto - podía verle las largas piernas desgalichadas. - Lo llamamos Corcova - interpuso Cerhdo, y lanzó una ronca carcajada. - ¿Cuál es su edad? - le pregunté. - He cumplido ochenta. En mis tiempos viajé mucho, tal como lo hace usted ahora. Podía caminar días enteros, cientos de kilómetros de una vez, sin comida y sin experimentar fatiga. Ahora estas articulaciones mías .se me están envarando. - Me mostró que tenía una rodilla reumática que le molestaba mucho durante las noches frías, húmedas. Sus palabras eran deshilvanadas y parecía estar meditando acerca de su pasado. De pronto dijo: - Me pregunto por qué no habrá llegado el profesor Cospín. Por lo general es el primero en aparecer. - ¿Quién es ese profesor Cospín? - pregunté, ya que tenía interés en conocer a los caballeros que me presentarían esa noche. - Se llama profesor Puer Cospín - repuso el monje -. Ya lo verá dentro de un minuto. Es nuestro gran crítico. Quizá se ha demorado por la tormenta. Venga y siéntese junto al fuego. El anfitrión, a pesar de su avanzada edad, era un individuo sumamente afable. Volvía lenta y constantemente su largo cuello en dirección al patio, para ver si llegaba algún invitado inesperado. Admiré el espíritu del anciano, porque le brillaban los ojos cuando se mencionaba el tema de la poesía. Más tarde me dijo que era un gran admirador de Chia Tao, quizá porque también éste era un monje. Me senté junto a Cerhdo y me enteré de que vivía en una granja, con su progenie. Por la forma en que hablaba de sus hijos, adiviné que era un hombre muy apegado a su familia. Muy pronto oí el ruido de zuecos de madera cruzando el patio delantero, y una voz vivaz y enérgica gritó: - ¡Bahuuú! ¡Bahuuú! ¡Heme aquí! Un joven alegre, de rostro más bien delgado, huesudo, con una vieja manta gris echada sobre los hombros, entró en la habitación, casi bailando. - Me arrastré y arrastré por los torturados kilómetros - recitó -. ¿Qué me dicen de eso? - Dejó caer su manta en un banco y, bailando, se acercó hasta el borde del fuego. - ¡Puf, qué noche! - dijo, exhalando un largo suspiro. - Permítame que lo presente - dijo Corcovado -. Este es el señor Julio Mentó... Entre nosotros lo llamamos Ju. Es nuestro poeta más original y promisorio. - Encantado de conocerlo. - Al saludarme sonrió, mostrando sus blancos dientes. Su rostro y su sonrisa eran casi jocosos. Su rígido cabello negro y su cuello tieso le daban una apariencia de gran vitalidad, pero su largo rostro delgado difícilmente podría ser considerado bello. De pronto se volvió hacia Cerhdo, llamándolo por su nombre de pila: - Cochinito; ¿qué me dices de estos versos míos?; Me arrastré y arrastré por los torturados kilómetros, Solo, triste y deprimido.

Page 124: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Tolerable, tolerable - gruñó Cerhdo afablemente -. Te concedo que tienen cierto ritmo suave, y eso es todo. - Ju, no me impresiona ni su tristeza ni su estado de depresión, a juzgar por su aspecto actual - dijo, desde un rincón oscuro, una voz débil y cascada. - ¡Pero profesor! ¿Cuándo llegó? No sabía que estuviese aquí - dijo el monje. Cerhdo y yo nos volvimos hacia el rincón oscuro, donde, acurrucado en su asiento, había un hombrecito de corta estatura; sus ojillos brillantes chispeaban en la oscuridad. - Hay una evidente discrepancia entre tu pretendido estado de soledad y angustia (no, depresión es la palabra que tú utilizas) y tu actual exhibición de exuberante alegría, ¿no te parece? - continuó el profesor. - ¡Pero Puer! - exclamó el monje -. ¡Siempre deslizándose tan silenciosamente...! - No tengo por costumbre bailar calzado de zuecos y hacer mi entrada con gran estrépito, como nuestro querido Ju. Contemplé cuidadosamente al pequeño y chiflado profesor. Iba descuidadamente vestido, pero sus ojos brillaban con gran fervor intelectual, impresión que era acentuada por su cabello hirsuto, erizado, que le caía sobre los hombros. Todo su aspecto sugería tremenda sabiduría y erudición. - Venga y siéntese junto al fuego - dijo Corcovado al monje -. Nos encanta escuchar sus brillantes comentarios, pero resulta difícil oírlo. - Aquí estaba cómodo - protestó el profesor mientras se levantaba, cediendo a la invitación. Movía sus cortas piernas torpe y lentamente, y se sentó casi en silencio en un sillón que parecía ser el asiento de honor. Cuando estuvo cerca de nosotros, tuve conciencia de un curioso olor penetrante. Su belleza, puedo asegurarlo, era puramente espiritual. Pronto llegaron otras tres personas. Había un joven atlético que me fue presentado como Lobodón Cazador, y otro hermoso joven que entró, la cabeza erguida, caminando con pasos majestuosos. Su rostro era extraordinariamente rojo, cosa que, según me informó Cerhdo, provenía de que estaba constante y ansiosamente enamorado. Cerhdo me susurró que era soltero, todo un petimetre y un demonio para las mujeres. Lo llamaban Enrique, pero su nombre completo era Enrique Crestagallo. No escribía nada más que poemas amorosos, un poco subidos de tono, pero era notoriamente popular entre los integrantes de la generación joven. Pero la persona más singular e inolvidable era Anambuli Katz, que hablaba con voz atiplada, femenina, y tenía un aspecto casi afeminado. Caminaba con gracia - quizá con demasiada gracia para un hombre -, y a veces se tomaba las manos, de uñas sumamente largas, y apoyaba la mejilla en ellas al hablar. Cerhdo, que no sentía celos de ninguno de ellos, ya que era un hombre satisfecho, bonachón, dijo que Anambuli Katz era un gran poeta apasionado, distinguido por la gracia ambiente de sus versos y la oscura pasión de sus sentimientos. Cazador le había confesado a Cerhdo que no podía soportar la lacrimosa sentimentalidad de Katz. Katz y Cazador se odiaban, aunque ambos eran demasiado corteses para permitir que los sentimientos que abrigaban el uno hacia el otro surgieran a la superficie. Me alegré de haberme topado con semejante grupo de excéntricos cuyo entusiasmo por su Musa les hacía desafiar la tormenta de nieve para ir a hablar de poesía. En rigor, nunca había oído hablar de ellos. Pero su devoción a la Musa resultaba admirable, y se consideraban la vanguardia de una nueva escuela de poesía. Se enorgullecían de la singularidad e ininteligibilidad de sus versificaciones. Tu Fu, Li Po y una cantidad de destacadísimos poetas habían cantado antes que ellos, y los recién venidos luchaban por encontrar nuevos caminos y flamantes efectos. Esta singularidad de expresión, esa novedad e ininteligibilidad, les unían en una camarilla secreta, pero no me cupo duda

Page 125: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

alguna de que los sentimientos que querían expresar con todo eso, los sentimientos subyacentes - excusas para su torturada oscuridad -, eran comunes a toda la humanidad. Muchos de sus poemas - según me enteré en el curso de la noche - no podían ser entendidos por otros, y algunos ni siquiera por todos los integrantes del grupo. Recuerdo haberme topado con una expresión particular, que al principio me confundió y más tarde me resultó divertida: Junto a los córneos relucientes capullos de rosa redondeados cuadrados. Era un verso compuesto por Ju Mentó y sumamente admirado por el profesor Puer Cospín. Turbado por mi incapacidad para encontrarle pies ni cabeza, pedí que se me ilustrara al respecto, porque nunca, en todas mis lecturas, me había encontrado con un "capullo de rosa redondeado-cuadrado". El profesor, bondadosamente, me explicó que eso se refería al pie de la esposa del poeta: "córneo" era una refinada expresión de la uña, y "redondeado-cuadrado" se refería, es claro, a la forma. - ¿Pero por qué "relucientes"? - pregunté con timidez. - ¡Ah! - exclamó el profesor -. No ha leído usted el contexto con cuidado. Ju nos ha comunicado personalmente una emocionante información en cuanto a la fuente de su inspiración. El mes pasado salió a pasear con la señora Mentó, y esa noche, al regresar a hora ya tardía, descubrió que los zapatos de tela de su esposa estaban empapados y sus dedos, como lo expresó tan gráfica y poéticamente, cubiertos del perlino rocío húmedo de los prados. ¿Ve usted?; en ese pequeño poema hay comprimido un rico acopio de asociaciones ocultas que, unidas al sonoro ritmo del lenguaje, están preñadas de poder sugerente. Es claro que para gozar plena y estéticamente del verso es preciso estar enterado del paseo del poeta con su esposa. Tragué saliva. Sé que, durante siglos, los poetas han empleado alusiones como refinamientos del lenguaje. Las alusiones halagan el orgullo del lector. Todos saben, por supuesto, que Confucio dijo de sí mismo que había "llegado a los treinta años y permanecido (firme)". Por lo tanto, decir que un hombre "ha llegado a la edad de y permanecido", como lo hacemos corrientemente, es una sutil forma de adulación, porque es como suponer que se ha leído a Confucio. Y, naturalmente, cuanto más oscuro el pasaje a que se hace referencia, más exquisito el placer de entender su alusión oculta. - ¿No le parece que eso ha ido demasiado lejos? - pregunté al profesor. - ¿Demasiado lejos para quién? Para los ignorantes, sí. Pero no para aquellos que aprecian las emociones personales, los matices delicados, los tonos sutiles y las encantadoras novedades posibilitadas por tales alusiones. Como invitado y ajeno al grupo, no quería ser arrastrado a una discusión, pero el profesor no había hecho más que formular una pregunta retórica, para oírse contestarla. - Se trata de lo siguiente - dijo el profesor Puer Cospín -. El deber del poeta es crear un talante mediante la utilización de sus palabras, y los talantes son provocados con palabras y frases relacionadas con ellos. Es por eso que los poetas, a lo largo de las épocas, han empleado alusiones clásicas. Una frase evoca todo un episodio o historia. Empero, estas alusiones, por así decirlo, se han convertido en propiedad pública y, debido al excesivo uso, perdido gran parte de su valor de sugestión. Los mejores poetas de la actualidad buscan, cada vez más intensamente, referencias menos conocidas. Algunos han ido al sánscrito, y gracias a ello exhiben mayor erudición; en consecuencia proporcionan al lector que conoce la fuente de la referencia el raro placer del reconocimiento. Ya ve cuan inevitable es todo ello. En cuanto a la ininteligibilidad, es tarea del erudito el buscar esa oscura alusión. Yo me he pasado toda la vida tratando de encontrar las fuentes de las sencillas palabras de Tu Fu. Cuanto más lleno de alusiones está un poema, más rico es en poder sugestivo. De ahí que en la actualidad la poesía se

Page 126: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

haya convertido en un pasatiempo digno del esfuerzo de un erudito. La verdadera valoración de la poesía llega a ser la recompensa de un duro, penoso descubrimiento. Si un poema es fácilmente entendido por todos, resulta evidente que no puede tener mucho valor. Muy pronto los poetas comenzaron a leerse unos a otros sus composiciones del mes anterior y a ofrecerlas para la apreciación y crítica mutuas, con el resultado de que, naturalmente, hubo más apreciación que críticas. El deseo que mostraban de entender plenamente los versos del vecino y de gozar con ellos era completamente sincero, y las elucidaciones de pasajes especialmente obstinados o de frases ofrecidas por los autores provocaban gran diversión y comentarios. No es necesario ofrecer más ejemplos de los versos allí leídos. El señor Julio Mentó parecía ser el jefe reconocido de la Nueva Escuela, en tanto que Anambuli Katz tenía un inimitable encanto personal para leer sus propias composiciones con una suave voz ronroneante. El señor Enrique Crestagallo, el lírico, era el único que no había escrito nada el mes anterior, ya que estuvo demasiado atareado, según explicó con un cloqueo, con su "harén". Se pavoneaba en grande, y al escuchar los versos ajenos exclamaba a menudo: "¡Qué co-co-cosa!" Cerhdo gruñía, satisfecho, con las manos cruzadas sobre el pecho, en tanto que Cazador, como era una persona recta y leal con su grupo, aullaba de placer cuando uno de los versos de Ju Mentó le eran explicados por el propio poeta. Mientras los escuchaba, tuve la deliciosa sensación de haber sido introducido en el santuario más íntimo de una Pléyade literaria. El anfitrión, Dromedario Corcovado, se abstenía de hacer demostraciones exuberantes, y permanecía sentado, rumiando el pasado, con una brizna de heno en la boca. Las discusiones continuaron hasta muy entrada la noche. Anambuli Katz fue el primero en partir. Se había escurrido silenciosamente, sin que nadie lo advirtiera, cuando le llegó a Cazador el turno de leer sus versos. Entre el beber y el comer nueces y el discutir la deliciosa práctica de la Nueva Poesía, las horas pasaron con suma rapidez. El profesor, que era el crítico principal y que se había nombrado a sí mismo exponente de la nueva teoría, se quedó dormido en el asiento, con la cabeza caída sobre el pecho, a tal punto que sólo le veía el hirsuto, erizado cabello. A las tres de la mañana, aproximadamente, Enrique Crestagallo se levantó repentinamente, de un salto, y dijo que tenía que irse; recordó a los presentes que tenía que levantarse al alba, y que había estado despierto toda la noche. El señor Cerhdo estaba cómodamente dormido en su asiento y el enorme vientre se le movía rítmicamente, al compás de los ronquidos. Sólo los dos jóvenes, Mentó y Cazador, estaban completamente despiertos y no parecían necesitar dormir. No sé cuándo me dormí yo. No me pidas que te explique estas cosas. No hago más que contarte lo que ocurrió. Cuando oí las campanas del templo y desperté, me encontré durmiendo en el piso, en un rincón del templo. Un extraño y penetrante olor me asaltó las fosas nasales. El cielo se había aclarado, y me sentí hambriento. Me levanté rápidamente y eché una ojeada en torno. Todo había desaparecido. No había fuego ni muebles; el templo estaba desierto y absolutamente desnudo. Entré, en la esperanza de encontrar a alguien, y el olor se hizo más intenso en cuanto entré en la habitación interior. En ella encontré un camello viejo y enfermo, acurrucado en el suelo, que, orgulloso, hizo caso omiso de mi presencia. Sorprendido por lo que veía ahora y lo que había visto durante la noche, exploré el terreno. Al norte encontré a un esquelético asno, con la piel cubierta de mataduras. Estaba tapado con una manta gris y demasiado débil, de hambre, para rebuznar pidiendo alimento. Profundamente conmovido por el estado de esos animales, fui a buscar un poco de heno. Mientras estaba dedicado a ello vi que algo se movía debajo de un tablón, junto a la pared del templo, y descubrí un gallo que dormía de pie. Encontré un poco de heno en una destartalada casilla, afuera, en cuyas grises paredes

Page 127: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

había varios delicados cuadros antiguos. Cuando iba a tomar el heno vi que un gato negro saltaba de pronto y desaparecía en el patio. Con un brazado de heno, volví para alimentar al asno, que me miró con expresión de agradecimiento, y luego entré para hacer lo propio con el viejo camello. Vi que tenía una rodilla hinchada. Mis recuerdos de la noche anterior eran tan vividos, que dije al viejo y enfermo animal: - Le agradezco su hospitalidad de ayer por la noche. - Pero el camello no hizo más que husmear el heno, lamerse los belfos y mirarme. Al atravesar el patio, pasé por sobre un sombrero de granjero, abandonado, de anchas alas, y descubrí que algo se movía debajo de él. Era un puercoespín. Reconocí los brillantes ojillos del profesor, y me habría agradado saludarlo con alguna frase como "Fue un gran placer..." Pero las púas se le erizaron en colérica defensa propia, y me alejé precipitadamente. Debo de haber estado loco, porque escuché detrás de mí una voz débil y cascada: - Existe una evidente discrepancia... Partí sin ceremonias, sin detenerme a escuchar el final de la frase. Encontré mi caballo todavía atado a un árbol. Era ya pleno día, y cuando pasé por la aldea los habitantes estaban ya levantados. Me detuve en una rústica posada, donde tomé una colación y pedí un poco de pienso para mi caballo. Se me acercó un perro y me olfateó, meneando la cola afectuosamente, como si me conociera. - Hola, Cazador - le dije, palmeándole suavemente el lomo. - ¿Por qué lo llama así? - preguntó el posadero, aproximándose. - No sé - contesté. - Es un verdadero cazador - dijo el mesonero -. Las gallinas de la aldea no están a salvo a menos de que lo tenga atado. Sin contarle al posadero las extrañas cosas que había visto durante la noche, seguí mi camino. Encontré a mi criado en una posada de la aldea vecina, esperándome.

14. EL RATÓN DE BIBLIOTECA De Liaotsai, de P'u Sungling (véase la nota para el relato N? 10). P'u era un erudito original y sumamente dotado, pero fracasó en los exámenes imperiales. Ello no se reflejó en modo alguno en su talento literario., porque los estudiosos de genio se mostraban a menudo despectivos para con los triunfos oficiales. En el caso de P'u, su desprecio encontró expresión en esta humorística y vivaz sátira contra los políticos. El señor Lang de Pengcheng provenía de una familia de estudiosos. Desde su niñez había oído a su padre hablar de ediciones raras y de "el único ejemplar en existencia". Su padre también regalaba a los concurrentes con conversaciones acerca de manuscritos y de poetas antiguos y sus vidas. Como era un honrado funcionario, su padre no había adquirido muchos bienes; todo el dinero que ganaba lo invertía en libros para su biblioteca, que había sido iniciada por su abuelo. En consecuencia, la biblioteca de la familia fue casi la única herencia que tuvo Lang cuando murió su padre. Entonces sucedió algo así como una exageración de los rasgos familiares adquiridos, porque en el caso del hijo que había crecido en un mundo de libros y que no conocía casi ninguna otra cosa, el amor a los libros adquirió proporciones anormales. No tenía idea alguna del dinero ni de cómo ganarlo, y a menudo se veía obligado a vender artículos de sus pertenencias para poder conseguir dinero. Pero en ninguna circunstancia se separaba de volumen alguno de la biblioteca, que, por lo tanto, era conservada intacta.

Page 128: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Uno de los objetos que había en su estudio, y que él valoraba grandemente, era un ejemplar de la "invitación a la Sabiduría", del emperador Sung Chentsung, escrito por el propio padre del señor Lang. El padre lo había escrito especialmente para su hijo, con la intención de que fuese su último consejo, y el joven lo había enmarcado y colgado sobre su escritorio, para poder contemplarlo todos los días, como el lema que lo guiaría en su vida. Lo cubrió con un trozo de gasa para protegerlo del polvo. Era para él un texto sagrado:

Que los ricos no inviertan su dinero en granjas y tierras, porque en los libros encontrarán una rica cosecha de cereales; Ni se construyan los adinerados espaciosas mansiones, porque los volúmenes de sabiduría contienen casas llenas de tesoros; Ni busquen los jóvenes romanticismo, porque entre las cubiertas de los libros hay mujeres cuyas facciones son como el jade; Ni hombre alguno se preocupe demasiado por carruajes y una gran cantidad de criados, porque los carruajes y los caballos engualdrapados irán hacia los eruditos estudiosos. Y que los jóvenes de ambición que quieran ascender a la fama y la riqueza se dediquen al sincero estudio de los tomos antiguos.

El significado de este requerimiento al estudio era bastante claro: con el estudio y los conocimientos podían conquistarse distinciones y honores y elevarse hasta la clase gobernante de los eruditos, gozando de tal modo de todas las comodidades del éxito mundano, incluso el oro, los cereales y las mujeres. Pero el señor Lang tomaba las palabras literalmente, y creía en forma patética que, si persistía lo bastante en sus estudios, encontraría en los libros fanegas de granos y docenas de hermosas mujeres. A los dieciocho, a los diecinueve, e incluso a los veinte años - la edad en que los jóvenes están más interesados en el sexo opuesto que en los mohosos volúmenes de la sabiduría antigua -, continuaba manteniendo una loable devoción hacia sus libros. No salía con otras personas ni buscaba otras formas de descanso, ya que su mayor placer consistía en permanecer sentado en su silla y recitar en voz alta sus pasajes favoritos. Tenía todos los síntomas de un bibliomaníaco. Invierno y verano usaba la misma bata, y como era soltero y vivía solo, no tenía a nadie que le recordara que debía cambiar de ropa interior. A veces sus amigos iban a visitarlo, pero luego de algunas palabras de saludo y de superficiales observaciones acerca del tiempo, sus pensamientos volvían nuevamente a sus libros. Cerraba entonces los ojos, echaba la cabeza hacia atrás y recitaba ciertos poemas o selecciones de prosa, entonando las frases con gran satisfacción. Sus amigos se iban pronto, viendo que era tan incorregible amante de los libros que no los necesitaba a ellos para nada. Fracasó en los exámenes imperiales y no pudo obtener una graduación, pero mostró una inflexible devoción al estudio, debido a que creía tan absolutamente en las palabras del emperador Sung Chentsung. Quería oro y carruajes, y quizás una mujer de maravillosa belleza cuyas facciones fuesen como el jade, pero el emperador había dicho que podría conquistar todas esas cosas, y el éxito en la vida, sólo con ser un sabio estudioso - y el emperador no podía mentir.

Page 129: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Un día una repentina ráfaga de viento le arrancó de las manos el delgado volumen que leía y se lo llevó revoloteando hasta el jardín. Él lo persiguió y le puso el pie encima para recuperarlo. Al hacerlo su pie resbaló y se introdujo en un hoyo cubierto de maleza. Examinó el agujero que su libro le había hecho descubrir y encontró en el fondo raíces podridas, barro y unos granos de mijo. Recogió el mijo grano a grano. Estaba sucio y seguramente se encontraba allí desde hacía años, y no era suficiente siquiera para un cuenco de gachas para el desayuno. Pero para él fue como una profecía convertida en realidad, y le confirmó en su fe en las palabras del emperador. Días más tarde, mientras subía por una escalerilla en procura de algunos viejos volúmenes, encontró escondido detrás de los tomos, en uno de los anaqueles superiores, un carruaje en miniatura, de unos treinta centímetros de largo. Limpiándolo de polvo, vio el luminoso y reluciente color del oro. Feliz, lo bajó y lo mostró a sus amigos. Éstos descubrieron que era dorado, no de oro macizo, y no era eso lo que él había esperado. Sin embargo, poco después un amigo de su padre, un inspector que pasaba por el distrito, fue a su casa para ver el carruaje. Era un devoto budista y quería obtener el antiguo objeto de arte para uno de los templos, donde sería colocado ante un nicho, y entregó a Lang trescientos taels de plata y dos caballos a cambio de la miniatura. Lang estaba ahora absolutamente convencido de que las palabras de la "Invitación a la Sabiduría" eran ciertas, porque las promesas del oro y los carruajes y los cereales se habían cumplido ya. Todos habían leído el famoso ensayo del emperador, pero sólo Lang mostraba una ilimitada fe en la verdad literal de las palabras del mismo. Cuando tenía treinta años, soltero aún, sus amigos le instaron a que buscara a una buena muchacha para esposa. - ¿Para qué? - preguntó Lang, confiado -. Estoy seguro de que en estos volúmenes de sabiduría y conocimiento encontraré a una dama cuyas facciones son como el jade. La historia de la fe de esta rata de biblioteca en sus libros, y de sus patéticas esperanzas de que una belleza saltaría de las páginas de los mismos, se difundió y provocó una buena cantidad de jocosos comentarios. Un día le dijo un amigo: - Querido Lang, la Doncella Hilandera está enamorada de ti. Alguna noche bajará volando de su morada celestial y llegará hasta ti. La rata de biblioteca vio que su amigo se burlaba de él, y no discutió con él, sino que replicó: - Ya verás. Una noche se encontraba leyendo la Historia de la Dinastía Han, volumen VIII. En la mitad del volumen, aproximadamente, encontró un señalador, una ancha cinta de seda, con el dibujo de una hermosa mujer recortado en tenue gasa y pegado encima. En la parte de atrás de la cinta estaban escritas dos pequeñas palabras: "Doncella Hilandera". El corazón se le enardeció cuando contempló el dibujo. Lo volvió y lo examinó, susurrando y acariciándolo antes de volver a ponerlo en su lugar. Por fin sucedía eso, se dijo. En mitad de la cena se levantaba para mirarlo, y por la noche, antes de acostarse, tomaba el volumen, sacaba el señalador y lo retenía cariñosamente en la mano. Se sentía sumamente dichoso. Una noche se hallaba contemplando a la belleza de su volumen cuando de pronto la joven se incorporó en la página y le sonrió graciosamente. Sorprendido y no poco conmovido, Lang se puso de pie e hizo una cortés reverencia, y la muchacha creció hasta tener treinta centímetros de altura. Él hizo otra reverencia, tomándose las manos con fuerza y apretándolas contra el pecho, y vio que la joven salía de la página, dejando ver un par de hermosas piernas. Cuando el pie de ella tocó el suelo, se convirtió en una figura de estatura normal y le lanzó una mirada provocativa. El sólo mirarla era un festín.

Page 130: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- ¡Heme aquí! Has esperado bastante - dijo la joven con atrayente voz. - ¿Quién eres? - preguntó Lang con acentos temblorosos. - Mi nombre es Yen (facciones) y mi nombre personal Juya (como el jade). Tú no lo sabes, pero hace tiempo que te conozco, aun escondida aquí. Tu fe en las palabras de los sabios de la antigüedad me conmovió, y me dije: "Si no aparezco y me muestro a él, nadie creerá ya en los antiguos sabios". El sueño del joven estudioso se había cumplido, su fe estaba justificada. La señorita Yen no sólo era hermosa, sino que desde el primer momento se mostró amistosa y familiar con él. Lo dedicó afectuosos besos y le demostró en todas las formas posibles que lo amaba entrañablemente. El señor Lang, como es de esperar en semejante rata de biblioteca, no se aprovechó de la situación. A solas con ella, habló de literatura e historia y arte hasta altas horas de la noche. Pronto la muchacha comenzó a mostrarse soñolienta y dijo: - Es tarde. Vayamos a acostarnos. - Sí, tendríamos que acostarnos. Por modestia, la joven apagó la luz antes de desnudarse, pero en verdad la precaución no era necesaria. Cuando estuvieron acostados, ella lo besó y le dijo: - Buenas noches. - Buenas noches - contestó Lang. Al cabo de un rato la joven se volvió nuevamente y dijo: - Buenas noches. - Buenas noches - repuso el joven erudito. Y así fue noche tras noche. Dichoso con tan encantadora compañía a su lado, Lang trabajaba con mayor intensidad aun y leía hasta muy avanzada la noche. La señorita Yen se veía obligada a permanecer junto a él. - ¿Por qué estudias tanto? - le dijo, disgustada -. He venido a ayudarte. Sé lo que quieres: tener éxito y llegar a ser un alto funcionario. Y entonces, por lo que más quieras, no estudies tanto. Codéate con la gente, hazte sociable, conquista amistades. ¡Entérate por ti mismo de cuántos libros han leído los presuntos candidatos exitosos a las graduaciones! Puedes contarlos con los dedos de las manos: los Cuatro Libros con el Comentario de Chu Hsi, y quizá tres de los Cinco Clásicos. No todos los que pasaron los exámenes son eruditos. No seas idiota. Escúchame y olvida tus libros. El señor Lang se sintió sorprendido por las palabras de la muchacha y deprimido ante lo que le pedía que hiciera. Ese era el consejo que más difícil le resultaba seguir. - Si quieres triunfar debes hacerme caso - insistió ella -. Olvídate de tus libros y tus estudios, o te abandonaré. A desgana, él le obedeció, porque le agradaba su compañía y amaba a la joven. Pero en cuanto su mirada caía sobre sus libros, sus pensamientos se perdían en ellos y comenzaba a recitar en voz alta. Un día, cuando se dio vuelta, la joven había desaparecido. Oró en silencio, pidiéndole que volviera, pero no había señales de ella. Entonces recordó que había salido del volumen VIII de la Historia de la Dinastía Han, y fue a abrir el libro y encontró el señalador exactamente en la misma página. La llamó por el nombre, pero la joven del dibujo no se movió. Lang se sintió desdichado. Una y otra vez le rogó que saliese y prometió obedecerle. Finalmente, la muchacha se destacó del libro una vez más y bajó, con una expresión aún colérica. - Si no me haces caso esta vez, te abandonaré. Y lo digo en serio. El señor Lang le dio su promesa solemne. La señorita Yen dibujó un tablero de ajedrez en una hoja de papel y le enseñó a jugar; también le enseñó juegos de naipes. Temeroso de perderla, el señor Lang trataba de divertirse con los juegos, pero no ponía el corazón

Page 131: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

en ellos. Cada vez que se encontraba a solas, volvía a abrir subrepticiamente los libros, y temiendo que ella regresara a su escondite, colocó el volumen VIII en un anaquel distinto, oculto entre otros libros. Un día estaba ocupado leyendo, y tan absorto en ello que no advirtió la presencia de la muchacha en la habitación. Viendo que había sido descubierto, cerró rápidamente el libro, pero la joven desapareció en un instante. Registró frenéticamente todos los volúmenes, buscándola, pero en vano. ¿Era posible que ella supiese dónde estaba el volumen VIII? Buscó el señalador, y encontró el dibujo de ella en la misma página del mismo volumen. Esta vez le llevó más tiempo convencerla, y lo hizo sólo cuando él prometió no volver a abrir un libro; y cuando ella consintió en salir del volumen, le apuntó con un dedo en señal de advertencia y le dijo con tono de profunda exasperación: - Quería ayudarte a llegar a ser un funcionario de éxito, pero fuiste demasiado estúpido para escuchar mis consejos. Esta es absolutamente la última vez que tendré paciencia contigo. Si dentro de tres días no has hecho ningún progreso en el ajedrez, te dejaré para siempre, y morirás siendo un erudito desconocido por todos. Al tercer día Lang ganó dos partidas de ajedrez, cosa que deleitó a la señorita Yen. Entonces ésta le enseñó a tocar en un instrumento de siete cuerdas, y le exigió que dominase una canción en cinco días. Obligado por su promesa, Lang se concentró en sus lecciones musicales, y gradualmente sus dedos se tornaron más ágiles y eficaces. La joven no le exigía perfección, sino que quería que aprendiese a gozar con la música. Lang descubrió que estaba adquiriendo una educación sumamente liberal. Se le enseñó a beber y a jugar por dinero, a ser ingenioso y sociable en las fiestas. Ella vio el texto del emperador e hizo observar: - Esto no dice nada más que la mitad de la cuestión - y le dio un libro secreto, esotérico, intitulado El Verdadero Camino al Éxito. Con ese pequeño volumen, la muchacha le enseñó muchas cosas: le enseñó a no decir lo que pensaba, a decir lo que no pensaba; y, lo más importante de todo, a decir lo que pensaba la persona con la cual estaba hablando. Cuando tuvo esos conocimientos, la última etapa era aprender a decir la mitad de lo que pensaba, para que jamás se lo sorprendiese afirmando o negando nada, y entonces, cuando las cosas no resultasen ser como había pensado al comienzo, siempre podía negar lo que había afirmado y afirmar lo que había negado. Lang no era un estudiante idóneo, pero la muchacha se mostraba sumamente paciente con él. Le aseguró que diciendo lo que no pensaba conseguiría por lo menos an puesto de cuarto o quinto orden, en tanto que si no decía lo que pensaba lograría sólo un puesto de sexta fila, como, por ejemplo, magistrado de distrito. Le manifestó que en toda la historia los funcionarios de primero y segundo orden, tales como gobernadores, ministros y primeros ministros habían perfeccionado el arte de decir la mitad de lo que pensaban, a fin de no ser pescados afirmando o negando nada. Esta última etapa exigía una buena proporción de práctica y refinamiento del lenguaje, pero la señorita Yen le aseguró a Lang que podría por lo menos dominar el arte de decir lo que pensaba el interlocutor, arte básico que le conseguiría un puesto de séptimo orden, tal como el de magistrado hsien. En rigor era muy sencillo y consistía sólo en acordarse siempre de decir: "Tiene razón", cosa que el señor Lang aprendió con facilidad. La señorita Yen le hizo salir a buscar a sus amigos y pasar noches bebiendo y jaraneando. Sus amigos advirtieron que se había producido un gran cambio en él, y pronto adquirió una pequeña reputación de bebedor, jugador y "buen muchacho". - Ahora estás en condiciones de llegar a ser un funcionario - le dijo la señorita Yen.

Page 132: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Quizá fue por accidente, o quizá la muchacha le había guiado hábilmente hacia la última lección que hacía falta para completar su educación varonil, pero el caso es que él le dijo una noche: - Me he dado cuenta de que cuando un hombre y una mujer duermen juntos, engendran un niño. Y sin embargo yo duermo contigo desde hace mucho tiempo y no hemos engendrado ningún niño. ¿Cómo es eso? - Ya te dije que era una tontería estudiar continuamente en los libros - le dijo ella -. Y ahora, cuando tienes treinta y dos años, no conoces ni siquiera el primer capítulo de la vida. Y te jactas de tus conocimientos. ¡Vergüenza debería darte! - No permitiré que nadie me censure mi ignorancia - replicó Lang -. Que me llamen ladrón o embustero, pero no dejaré que nadie diga que mis conocimientos son deficientes. Hablas del primer capítulo de la vida humana. Por favor, ¿quieres ilustrarme? La señorita Yen le inició entonces en los misterios del hombre y la mujer, y, para su gran sorpresa, Lang descubrió que dichos misterios eran sumamente placenteros. - ¡No sabía que pudiese existir tan exquisita dicha en las relaciones entre marido y esposa! - exclamó. Y habló a sus amigos de su nuevo descubrimiento, y sus amigos se taparon la boca para contener la risa. Cuando la señorita Yen se enteró de ello, se ruborizó y le regañó. - ¿Cómo puedes ser tan estúpido? No se habla a los amigos de uno sobre las intimidades de la alcoba. - ¿Qué motivos hay para avergonzarse? - preguntó él -. Entiendo que se pueda considerar una deshonra tener relaciones ilícitas, pero no hay necesidad de avergonzarse de una relación que es el cimiento del hogar. Les nació un niño y tomaron una doncella para cuidarlo. Cuando el niño tenía un año de edad, su esposa le dijo un día: - Hace ya dos años que vivo contigo, y te he dado un hijo. Es tiempo de que me vaya. Temo que suceda algo, si me quedo, porque he venido solamente para recompensarte por tu fe. Será mejor que nos despidamos ahora, para que no tengamos que lamentarlo más tarde. - No, no debes abandonarme. No puedes dejarme. ¡Y piensa en nuestro hijo! La mujer contempló al hermoso chiquillo y el corazón se le conmovió de lástima. - Muy bien - dijo -. Me quedaré. Pero con la condición de que te deshagas de todos los libros de tu biblioteca. - Querida - replicó Lang -, te ruego, te imploro que te quedes, pero, por favor, no me pidas que haga lo imposible. Esta biblioteca es tu hogar, y es lo único que tengo de valor en el mundo. ¡Te lo suplico! Haré cualquier otra cosa que me pidas. La mujer cedió, incapaz de separarse del niño, y consintió en quedarse sin arrancarle la promesa de desprenderse de sus libros. - Sé que no debería hacer esto. Empero, todo está establecido previamente por el Destino. No he hecho más que advertirte. Para entonces había circulado la noticia de que el señor Lang vivía con una extraña mujer y había tenido un hijo con ella. Sus vecinos no sabían de dónde provenía la mujer, ni si Lang estaba casado con ella. Algunos interrogaron a Lang, pero él eludió la respuesta, porque ya había aprendido a no decir lo que pensaba. Se rumoreaba que había engendrado el niño en un espíritu maligno, o por lo menos en una mujer de origen misterioso y cuestionable. La historia llegó a oídos del magistrado, un hombre llamado Shih. Era de Foochow, un joven osado que se había graduado muy temprano, granjeándose luego una sólida

Page 133: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

nombradla. Hizo comparecer ante él a Lang y a la mujer con la que éste vivía, pues tenía curiosidad por conocerla. La señorita Yen desapareció sin dejar rastros. Shih hizo que Lang compareciese en el tribunal y lo interrogó. Incluso cuando lo torturaron se negó a divulgar su secreto, a fin de proteger a la madre de su hijo. Finalmente el magistrado obtuvo la información de boca de la doncella, quien le contó lo que sabía. El magistrado no creía en los espíritus malignos. Fue a la casa de Lang y practicó un minucioso registro, pero sin encontrar nada. Para demostrar que no creía en supersticiones, ordenó que todos los volúmenes de la biblioteca fuesen sacados al patio y quemados. Se observó entonces que el humo se mantuvo durante varios días sobre la casa, como una bruma. Lang fue puesto en libertad, y vio que su biblioteca estaba quemada y que la mujer que amaba se había perdido irremisiblemente. Profundamente encolerizado, juró venganza. Decidió ascender al poder oficial, por el medio que fuese. Siguiendo el consejo de la mujer, pronto hizo notables progresos en lo referente a conseguir amigos leales, dispuestos a ayudarle. Dejaba sus tarjetas de visita en todas las casas importantes, y se mostraba atento con las damas de familias encumbradas. Se le prometió un nombramiento. No se había olvidado de la señorita Yen ni del hombre que destruyó su biblioteca. Colocó una lápida de espíritus para la señorita Yen y quemó incienso ante ella. Todos los días le rezaba: - Oye mi oración y haz que consiga un puesto en Foochow. Su oración pareció haber sido escuchada, porque pronto fue nombrado inspector del distrito de Foochow. Su deber era examinar la foja de servicios de los funcionarios. Puso especial cuidado en estudiar la foja de Shih, y encontró pruebas de corrupción y abuso del poder oficial. Denunció a Shih y le confiscó las pertenencias. Satisfecho al cabo, presentó su renuncia y, tomando a una muchacha de Foochow para que cuidase a su hijo, volvió a su hogar.

15. EL LOBO DE CHUNGSHAN Este notable relato fue escrito por Hsieh Liang, de la Dinastía Sung, pero algunos textos dan como autor a Ma Chungshi, de la Dinastía Ming. Es posible que Ma haya revisado y mejorado el texto de Hsieh. El estilo es altamente clásico; hace hablar al lobo en el lenguaje de los caballeros cultos de Tsochuan (que, por supuesto, yo no he seguido), pero ese defecto puede ser perdonado en consideración al originalísimo comentario del autor acerca de la ingratitud humana con respecto a los animales, que son nuestros amigos y fieles servidores. Un día, con gran alharaca, el barón de Chao partió de caza hacia los montes Chungshan, acompañado de una jauría de sabuesos y de cazadores profesionales armados de lanzas y flechas; algunos llevaban halcones adiestrados. En el camino el barón vio un lobo a cierta distancia, al otro lado del camino. Cosa extraña, el animal estaba parado sobre las patas traseras y aullaba como para atraer la atención, presentando de tal modo un blanco perfecto. El barón lanzó una flecha e hirió al animal, pero éste logró huir. Entonces los cazadores se lanzaron en su persecución, y los gritos de los hombres y los sabuesos resonaron en el bosque, y se levantó una nube de polvo que debe de haber ayudado al animal a escapar. En ese momento cierto señor Tungkuo viajaba rumbo a Chungshan, caballero en un flaco borrico y llevando sólo un saco que contenía sus libros y unas pocas prendas de vestir. Era uno de los motseanos, o discípulos de Motsé, que formaban entonces una

Page 134: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

floreciente secta religiosa caracterizada por su austera vida de abnegación y devoción al servicio de los congéneres. Iban de un lado a otro predicando el evangelio del amor universal, tratando de convertir a los reyes, la aristocracia y el vulgo y poniendo en ello un celo de fanáticos. Se consagraban a la vida de pobreza, y a menudo arriesgaban la vida para ayudar a los demás y hacerlos felices. Tungkuo oyó el ruido y el alboroto y luego vio al lobo herido que corría en su dirección, seguido de cerca por los cazadores. Cuando el animal vio al motseano, gruñó lastimosamente pidiendo ayuda, y el corazón de Tungkuo fue conmovido por la piedad, porque vio que el animal tenía clavada una flecha en el lomo. - No temas - dijo Tungkuo -. Te sacaré la flecha. - Ah, eres un motseano - dijo el lobo -. Eres un buen hombre. Los cazadores me persiguen. Déjame esconderme en tu morral hasta que la persecución haya terminado. Si me salvas la vida te quedaré eternamente agradecido. - Pobre lobo, ¿cómo te viste en este aprieto? Necesitas sabiduría, eso es lo que te falta. Pero métete en el zurrón, rápido. No hables de gratitud. Me alegro de hacer lo que pueda por ti. El motseano sacó las cosas de su morral y comenzó a meter al lobo en éste. Pero el animal era grande y el zurrón demasiado pequeño. Cuando lo metía de cabeza, le asomaban las patas traseras y la peluda cola, y cuando lo metía al revés no le resultaba posible introducir las patas delanteras y la cabeza sin quebrarle el cuello. Hizo varias tentativas, en todas las posiciones posibles, pero sin éxito. - ¡Date prisa! ¡Los cazadores se acercan! - exclamó el lobo -. ¡Vamos, átame! El lobo se acurrucó en el suelo y dejó que el motseano le atara el cuerpo y las patas. Finalmente, con muchos forcejeos y empujones, Tungkuo consiguió meter al lobo en el morral y colocarlo en la grupa del borrico. Angustiado, vio que gotas de sangre brotaban del zurrón. Lo que es más, el lobo había dejado un reguero de sangre, y Tungkuo tenía también las manos manchadas de ella. Tan rápidamente como pudo, el motseano borró las huellas y volvió a su cabalgadura en dirección contraria, de modo que el morral fuese menos visible. Cuando la partida llegó, el barón le preguntó si había visto a un lobo. - No - repuso Tungkuo serenamente, de pie a un costado del camino -. El lobo es un animal astuto. No vendría por el camino. Debe de estar oculto en alguna parte del gran bosque. El barón lo miró ceñudamente. Haciendo cimbrar la espada, dijo: - Si alguien trata de ayudar al animal a huir, tendrá que pagar por ello. Tungkuo montó calmosamente en su borrico y saludó al barón agitando la mano. - Si lo veo en alguna parte, le avisaré. ¡Buena suerte! Cuando el lobo oyó que el ruido de la partida de caza se perdía en la distancia, gritó desde adentro del zurrón: - ¡Déjame salir, pronto! ¡Me estoy asfixiando! El motseano desmontó y ayudó al lobo a salir. Lo desató y le tocó suavemente la herida, preguntándole: - ¿Te duele aún? ¡Qué susto me llevé! - No, la herida no es más que un rasguño. Y ahora que me has salvado la vida, ¿quieres hacerme otro favor? - Con gusto... cualquier cosa que esté a mi alcance. Nosotros somos motseanos, ¿sabes? Sólo el evangelio del amor puede salvar al mundo. ¿Qué quieres que haga? Estoy a tu servicio. - Bien, estoy muerto de hambre - dijo el lobo mirándolo con el rabillo del ojo. - ¿Sí?

Page 135: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Realmente, tú podrías salvarme. Hace tres días que no como, y si muero esta noche me habrías salvado la vida en vano. ¿Por qué no me dejas que te coma? Un poco de abnegación, ¿sabes? No es mucho lo que pido, ¿no es cierto? Tungkuo se sintió aterrorizado al ver que el lobo desenfundaba las garras y saltaba sobre él. El hombre se precipitó rápidamente hacia el otro lado del jumento, temblando. - ¡No puedes, no puedes hacerme eso! - le censuró. - ¿Por qué no? - No puedes. ¡Acabo de salvarte la vida! Comenzaron a perseguirse alrededor del asno, que se mostró sumamente intrigado ante tanto movimiento. - Vaya, sé razonable - dijo el motseano al lobo por sobre el cuello del borrico -. Es inútil discutir y tratar de resolver la cuestión por la fuerza. No me convencerás de que tienes razón, aunque consigas hacerme pedazos, y después te remorderá la conciencia, ¿no es cierto? Supongo que te interesará saber que cuando me comas no estarás haciendo lo correcto. - Por supuesto - gruñó el lobo -. Pero tengo hambre y estoy cansado de esta discusión. - Entonces resolvamos el caso amigablemente. Te propongo que lo sometamos a un arbitraje. De acuerdo con la costumbre, pediremos a tres de nuestros mayores que decidan si tienes derecho a comerme, teniendo en cuenta que te salvé la vida. - Está bien, está bien, pero no hables tanto - replicó el lobo -. Estoy convencido de que Dios creó a los hombres para ser comidos por los lobos. Somos inmensamente superiores a tu raza. No puedes defenderte, eres un ente degenerado, eso es lo que eres. Siguieron juntos por el camino, pero no encontraron a nadie, porque ya iba oscureciendo. - Realmente, estoy muerto de hambre. No puedo esperar mucho más - dijo el lobo. Señalando un viejo tocón situado al borde del camino, dijo - : Preguntémosle a él. - Pero no es más que un árbol. ¿Qué puede saber? - Pregúntale. Él te dirá. El motseano hizo una reverencia al viejo árbol y le contó cómo había salvado la vida del lobo, con gran riesgo para la propia. - Díme, ¿es justo, en tu opinión, y es demostración de gratitud corriente, que ahora sea comido por él? Una gran voz resonante surgió de las entrañas del árbol: - Buen señor, entiendo lo que quieres decir. Hablas de gratitud. Permíteme que te cuente mi historia. Soy un albaricoquero. Cuando el jardinero me plantó, no era más que una simiente. En un año florecí, y en tres años di frutos. En cinco años mi tronco era del tamaño de un brazo, y en diez años tenía la circunferencia del vientre de un niño. Ahora tengo veinte años de edad. Toda mi vida alimenté al jardinero y su familia con mis frutos. Lo alimenté a él y a sus amigos, e incluso vendía parte de mi fruta en el mercado, y obtenía ganancias con ello. Ahora el jardinero ve que ya no doy frutos porque soy viejo. Me arrancó las hojas, me quebró las ramas, y me serruchó las más gruesas para utilizarlas como combustible. No satisfecho con eso, me he enterado de que va a vender lo que queda de mí para leña, para ser cortado y tallado. Bueno, así es la vida. ¿Por qué no habría de comerte el lobo? - He aquí que habla un espíritu prudente - dijo el lobo con gran placer, y se dispuso a saltar sobre Tungkuo. - Espera un momento. Todavía tenemos qué escuchar a dos más de nuestros mayores. - Bueno, como quieras - contestó el lobo -. Pero debo decirte que ahora tienes para mí un olor más delicioso que nunca. Habían recorrido una corta distancia cuando vieron a un viejo búfalo acuático de pie junto a una cerca con el aspecto de estar profundamente cansado de la vida.

Page 136: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Pregúntale a éste - dijo el lobo -. Estoy seguro de que conoce mucho de la vida. El motseano relató nuevamente su historia y pidió un juicio equitativo. El búfalo lo contempló con frialdad y - le pareció a Tungkuo - un tanto cínicamente. El animal pensó un rato, se lamió los belfos y contestó: - Bueno, lo que el viejo albaricoquero te dijo es cierto. Mírame cómo estoy, viejo y flaco y muriéndome lentamente de hambre. Tendrías que haberme visto cuando era joven. Un granjero me compró en el mercado y me hizo trabajar en su granja. Las otras vacas se estaban poniendo viejas y yo hacía la mayor parte del trabajo. El granjero decía que yo era su favorito. Cuando salía de viaje, me aparejaba a mí, y cuando quería roturar eriales yo se los araba y los convertía en tierras cultivables. Cuando llegaba la época de plantar, yo chapaleaba en el barro, y durante la cosecha le hacía funcionar el molino. No escatimaba mis esfuerzos y hacía el trabajo de dos o tres peones. Sus alimentos, su ropa y el dinero con que pagaba sus impuestos, todo provino de mí. Ahora ha podido agregar un ala a su granero y casar a su hijo, y vive cómodamente, como un señor de provincias, rodeado de hijos y nietos. Tendrías que haberlo visto cuando llegué a su casa. No hablemos de servicio de mesa... ¡Pero si comía con cucharas y cuencos y escudillas de barro... I Ahora tiene jarros de vino en el sótano. ¿Qué hiciste tú por el lobo que no haya hecho yo por la familia del granjero? Pero la esposa de él piensa que soy inútil (estoy viejo, eso es todo), y me deja vagar y dormir al raso, expuesto al viento y al frío. Me ves aquí, tratando de conseguir un poco de la tibieza del sol, pero cuando llega la noche estoy solo. No me importa, todos deben envejecer. Pero oí decir a la esposa que me enviarían al matarife. "Podemos conservar su carne - dijo -, hacer cuero con su pellejo, y con sus cuernos y pezuñas tallar utensilios útiles." ¡Ah, así es la vida! No hables de la gratitud humana. No veo ni un solo motivo para que no seas comido por el lobo. Éste se dispuso otra vez a clavar los dientes en el brazo del motseano, pero Tungkuo dijo: - Todavía no. Has tenido tanta paciencia... Oigamos lo que dirá nuestro tercer mayor, de acuerdo con lo convenido. Pronto vieron a un anciano que se acercaba hacia ellos. Caminaba apoyado en un bastón. Tenía una larga barba blanca y parecía un santo. Tungkuo se alegró de encontrar a un ser humano y corrió hacia él, pidiéndole que solucionara la disputa. - Una palabra tuya me salvará la vida, anciano tío - le imploró. El anciano escuchó la narración. - ¡Qué ingratitud! - exclamó, lanzando al lobo una mirada colérica -. ¿No sabes que un hombre desagradecido será castigado en su vejez con un hijo desagradecido? Algún día tendrás un hijo que será brutal y perverso contigo, a despecho de todo lo que hayas hecho por él. ¡Vete, o te mataré! - Pero no has escuchado mi historia - rogó el lobo -. Por favor, escúchame. El motseano me amarró y me metió en su morral, donde estaba tan apretujado, que apenas podía respirar. Creí que me moría. No tienes idea de cuan incómodo me sentía. - En ese caso también el motseano debe ser censurado - dijo el santo, y la discusión recomenzó. - No sé a quién escuchar y a quién creer. Tú dices que le salvaste la vida al lobo, y el lobo dice que lo lastimaste. La única forma de probar quién tiene razón es hacer una demostración. Yo mismo veré cuan incómodo estabas en el zurrón. - Ya verás - dijo el lobo, y permitió que lo ataran y lo metieran en el morral. - ¿Tienes un cuchillo puntiagudo? - susurró el santo. - Sí - respondió Tungkuo, perplejo. - ¿Y?

Page 137: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- No me estarás pidiendo que mate al lobo, ¿verdad? - Como te parezca. O tú lo matas o él te mata a ti. ¡Qué moralista tan poco práctico eres! Así diciendo, el santo lanzó una carcajada y ayudó al motseano a traspasar al lobo, encerrado en el zurrón, con un cuchillo, cosa que terminó con la discusión.

CUENTOS DE FANTASÍA Y HUMORISMO 16. UN ALBERGUE NOCTURNO

Un Albergue Nocturno, El Hombre que se Volvió Pez, el Tigre, y la Posada del Matrimonio. Cuatro relatos de Li Fu-yen (Véase la Introducción). Se conservan en T'aip'ing Kwangchi con los números 418, 471, 429 y 159 respectivamente. Otro relato del mismo autor puede encontrarse en mi Vigil of a Nation (Ed. John Day), págs. 155-58; es narrado con el mismo fondo de mugía y responde a la pregunta: ¿Cuándo le es mas difícil a una persona mantener la boca cerrada? Entre los cuatro cuentos que siguen el más conocido es "La Posada del Matrimonio", y las frases "el anciano a la luz de la luna" y "atando hilos rojos" han pasado al vocabulario chino corriente. Cuando Li Tsing, el gran general *, era un joven desconocido, solía cazar en las montañas Huo. Se convirtió en un espectáculo familiar para los aldeanos de esa región montañosa, y como era alto y hermoso y se mostraba amistoso con todos, lo querían. A menudo, durante sus viajes de caza, se detenía en cierta aldea para cenar o almorzar. En dicha aldea había un anciano que le proporcionaba alimentos y albergue siempre que se hacía tarde y no podía regresar a la ciudad. El anciano era adinerado y no aceptaba pago alguno por el alojamiento. Siempre tenía una cena caliente y una cama abrigada para Li Tsing, y de ese modo se hicieron grandes amigos. * Véase también la historia de Li Tsing en "Barba Rizada". Un día Li vio un rebaño de ciervos y les siguió las huellas. Era un buen jinete y viajó velozmente por colinas y valles, a veces siguiendo un sendero de cabras hasta la cima de una colina, donde esperaba volver a ver el rebaño; pero los ciervos habían desaparecido. Sabía que podía distinguir cualquier cosa que se moviese a quinientos metros de distancia, y era demasiado buen cazador para abandonar la persecución a mitad de camino de la meta. Cruzó cima tras cima, y para, cuando cayó la noche no sabía dónde se encontraba. Disgustado y cansado, trató de encontrar el camino de regreso, pero el terreno le era desconocido. Pronto se alegró al ver una luz que brillaba en la cresta de una montaña, frente a él, a media hora de camino, y partió en esa dirección, esperando encontrar un albergue nocturno. Al llegar al lugar vio que se trataba de una mansión rodeada de un alto muro blanco con una puerta roja. Golpeó y esperó. Al cabo de largo rato un criado abrió la puerta lateral y le preguntó qué quería. Li le explicó que había estado cazando y se había perdido, y le pidió hospitalidad. - Me temo que sea imposible - dijo el criado -. Los hombres no están y en la casa sólo se encuentra el ama. - De todos modos, ¿quieres hablar con la dama en mi favor? El criado entró y pronto regresó, diciendo: - Pase. Al principio la señora no quería saber nada, pero al enterarse de que usted se había perdido, lo pensó mejor y dijo que le daría un cuarto para pasar la noche.

Page 138: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Li fue conducido al vestíbulo, que estaba elegantemente adornado con muchas lámparas y platos de cristal y otros hermosos objetos de lujo. Pronto apareció una doncella que anunció: - Ya viene la señora. El ama de casa apareció en seguida. Era una dama de aspecto digno, de más de cincuenta años de edad, vestida con un sencillo traje negro. Li advirtió que todo lo que llevaba puesto era del más fino material. Hizo una reverencia y se disculpó por la intrusión. - Mis hijos están ausentes esta noche, y por lo común no recibo invitados. Empero, usted se ha perdido en una noche tan oscura como la de hoy, y no tengo corazón para cerrarle la puerta. - Hablaba con gran aplomo y refinamiento, y su tono era el de una bondadosa madre de una familia dichosa y bien ordenada. Incluso su cabellera gris era hermosa. La comida que se le sirvió a Li era sencilla, excelente, y consistía principalmente de pescado. Comió en escudillas de cristal, con palillos de marfil. Después de la cena la dama se excusó, diciéndole: - Debe de estar cansado, y querrá retirarse de inmediato. Mi criada cuidará de que no le falte nada. Li se levantó para saludarla y le deseó buenas noches. La dama le respondió "buenas noches" con suavidad y agregó: - Puede que durante la noche haya ruido. Espero que ello no le molestará. La mirada de Li expresó sorpresa, y ella lo advirtió. - Mis hijos llegan a menudo en mitad de la noche y hacen mucho barullo - explicó la dama -. Simplemente quería hacérselo saber, para que no se asustara. - No me asustaré - contestó Li. Quiso preguntarle qué edad tenían sus hijos y qué hacían, pero le pareció mejor no parecer muy curioso. Dos criadas llevaron un rollo de finas y limpias ropas de cama, y, habiendo cuidado de que tuviese todo lo que necesitaba, salieron y cerraron la puerta de la habitación. Era una cama cómoda, abrigada, y él estaba cansado después de la jornada de cacería. Pero se preguntó qué clase de gente sería la que le daba alojamiento, que vivía tan alejada de todo y estaba ocupada durante la noche. Tenía los miembros fatigados y se encontraba pronto a dormirse, pero su cerebro estaba despierto. Como un cazador acechando su presa, permaneció perfectamente inmóvil en la cama, esperando a oír lo que ocurriría. Hacia la medianoche oyó un fuerte y perentorio golpe en la puerta. Pronto escuchó el crujido de la puertecita lateral y al criado hablando con alguien en susurros. Luego oyó los pasos del criado entrando en la sala y a la dama salir y preguntar: - ¿Qué ocurre? - El mensajero trajo este pergamino, y dijo que es urgente - informó el criado -. Se le ordena al amo mayor que haga descargar una lluvia en esta región, en diez kilómetros a la redonda, en torno de la montaña, y la lluvia debe cesar antes del alba. Dijo que no hagan mucha lluvia, por temor de que se arruinen las cosechas. - ¿Qué puedo hacer? - preguntó la dama con voz rápida, excitada -. Los dos están ausentes, y es demasiado tarde para mandar a buscarlos. Y no puedo enviar a ningún otro. - ¿No puede pedirle a nuestro invitado que lo haga? - sugirió una doncella -. Es un hombre fuerte, un cazador. Tiene un buen caballo. El ama de casa pareció encantada con la sugestión, y fue a golpear a la puerta de Li. - ¿Está despierto? - ¿Qué puedo hacer por usted? - repuso Li.

Page 139: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Por favor, salga. Tengo que hablar con usted. Li bajó de inmediato de la cama y entró en la sala. La dama le explicó: - Esta no es una casa común. Se encuentra usted en la residencia del Dragón. He recibido del Cielo una orden de hacer llover ahora mismo, entre este momento y el alba, y no tengo a nadie que lo haga. Mi hijo mayor está ausente, en una boda que se celebra en el Mar Oriental, y mi segundo hijo acompañando a su hermana menor a un viaje distante. Están a miles de kilómetros de distancia, y es demasiado tarde para enviarles un mensaje. ¿Quiere tener la bondad de ocuparse de la tarea? Nuestro deber es hacer lluvias, y mis hijos serán castigados si no obedecen esta orden. Li se sintió deliciosamente sorprendido por tan novedoso pedido. - Me encantaría poder serle útil, señora, pero el trabajo está más allá de mi poder y experiencia. Supongo que para hacer llover hay que volar sobre las nubes. - ¿Sabe usted montar en un buen caballo? - Naturalmente. - Eso basta. Lo único que necesita es montar un caballo que le daré (no el suyo, por supuesto) y seguir mis instrucciones. Es sumamente sencillo. Ordenó que llevasen y ensillasen un caballo de negras crines, y entregó a Li una botellita que contenía agua de lluvia, que debería colgar de la parte delantera de la montura. - Este es un corcel celestial - dijo -. Sostenga las riendas flojas y déjelo trotar hacia donde él quiera. No lo apresure. Sabe adonde tiene que ir. Cuando lo vea piafar, tome esta botella y eche una gota por sobre sus crines. Tenga cuidado, no eche muchas; no lo olvide. Li montó en el corcel celestial y partió. Le sorprendió la serenidad y la velocidad de la marcha del animal. Muy pronto el caballo comenzó a trotar más rápidamente, pero continuaba manteniendo un ritmo constante, y Li tuvo la sensación de que ascendía. Cuando miró en torno, vio que se encontraba sobre las nubes. Un viento veloz y húmedo le cacheteaba fuertemente el rostro, y más abajo vio rodar el trueno y encenderse el relámpago. Siguiendo las instrucciones, dejó caer una gota del agua divina cada vez que el caballo se detenía y piafaba. Al cabo de un rato, con la ayuda de los relámpagos, vio, a través de una abertura en las nubes, la aldea donde solía hospedarse por la noche. "Ya he causado muchas molestias al anciano y a la gente de la aldea - pensó -. Hace tiempo que quiero pagarles por la hospitalidad, y ahora tengo el poder de hacer llover. Ayer vi sus cosechas resecas en el campo, las hojas marchitas y amarillentas. Echaré un poco más de agua para esa buena gente." Dejó caer veinte gotas en la aldea y se sintió feliz cuando vio caer la lluvia. Cuando terminó volvió a la residencia del Dragón. El ama de casa lloraba en una silla, en la sala. - ¡Qué espantoso desatino ha cometido! - exclamó la dama cuando lo vio llegar -. Le dije que dejara caer una gota de agua, y debe de haber vertido la mitad de la botella. ¿No sabía que una gota de ese líquido representa treinta centímetros de lluvia sobre la tierra? ¿Cuántas gotas dejó caer? - Sólo veinte - contestó Li, sintiéndose muy tonto. - ¡Solo veinte! ¿Se imagina a una aldea inundada repentinamente por seis metros de lluvia caídos en una sola noche? Toda la gente y el ganado resultarán ahogados. Por supuesto, se hará un informe al Cielo y mis hijos serán considerados responsables por este desastre. Li estaba avergonzado y no sabía qué decir, salvo que lo sentía. Pero, es claro, era demasiado tarde para eso.

Page 140: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- No lo censuro. Debería habérselo dicho. Pero me temo que cuando el Dragón llegue a casa las cosas no sean muy agradables para usted. Le aconsejo que se vaya inmediatamente. Li se sintió conmovido ante la bondad de la dama y se dispuso a irse en el acto. Ya llegaba el alba. Se alegró de poder irse tan fácilmente, pero, para su sorpresa, su anfitriona le dijo, cuando ya estaba preparado: - Debo recompensarlo por el trabajo que se tomó. No debería haber pedido a un invitado que se levantara en mitad de la noche. Yo tuve la culpa. Aquí no tengo regalos costosos para darle, pero puedo proporcionarle dos criados. Puede llevarse uno de ellos o los dos, como le plazca. Li miró a los dos criados que estaban junto a ella. El del este era afable y bondadoso. El del oeste, duro y musculoso, y parecía un poco feroz. Li pensó que un criado le sería útil, y quería tener un recuerdo de la extraña visita nocturna. - Llevaré uno - dijo. - Como quiera. Elija - respondió el ama de casa. Li meditó. El de aspecto bondadoso parecía inteligente y cariñoso, pero quizá no fuese un compañero tan útil para una partida de caza. Dijo que aceptaría al membrudo individuo de aspecto más bien salvaje. Agradeció a su anfitriona y partió. Se volvió para mirar una vez más la casa y vio que había desaparecido. Cuando se dio vuelta para interrogar al criado, también éste había desaparecido. Encontró el camino de regreso. Al llegar al lugar donde había estado la aldea, vio que una gran masa de agua lo cubría todo, salvo las copas de los árboles. Todos los habitantes se habían ahogado durante la noche. Más tarde Li llegó a ser un gran general y dirigió victoriosas campañas que terminaron con la fundación de la Dinastía Tang. Pero en sus largos años de servicio al emperador, que era su amigo, nunca llegó a ser primer ministro o jefe civil del gobierno, porque no había elegido al criado bondadoso y tranquilo. Hay un proverbio que dice que los buenos generales provienen del oeste del paso Tungkwan (noroeste) y que los buenos primeros ministros son del este (las llanuras centrales). Quizá la posición de los dos criados era simbólica. Si Li hubiera escogido a los dos llevándoselos consigo, habría llegado a ser el jefe, tanto civil como militar, del gobierno.

17. EL HOMBRE QUE SE VOLVIÓ PEZ Shay, un hombre de más de treinta años, servía como jefe de sección en la oficina del magistrado de Chincheng, en Szechuen. El magistrado jefe era un hombre llamado Tsou, y sus colegas eran los dos vicemagistrados, Leí y Pei. En el otoño del año 758, Shay enfermó gravemente. Tenía una fiebre altísima, y su familia consultó en vano a muchos médicos. Al séptimo día perdió la conciencia, y continuó en ese estado durante varios días. Sus amigos y su familia le dieron casi por muerto. Al principio estaba sediento y pedía agua, que bebía en gran cantidad, pero hacia el final se encontraba en estado comatoso y no podía tomar nada. Durmió continuamente hasta el vigésimo día, en que, de pronto, bostezó y se incorporó. - ¿Cuánto tiempo he dormido? - preguntó a su esposa. - Unas tres semanas. - Sí, supongo que debe de haber sido tanto tiempo. Vé a ver a mis colegas y diles que me he recobrado. Averigua si en este momento están comiendo carpa picada. En caso

Page 141: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

afirmativo, que dejen de comer inmediatamente. Y trae al criado Chang al despacho. También lo necesito. Un criado fue enviado a la oficina del magistrado. Descubrió que el personal, en efecto, estaba almorzando un plato humeante de carpa picada, caliente. El criado les entregó el mensaje, y los hombres acudieron a la casa de Shay, dichosos de enterarse de que el amigo se había recobrado. - ¿Mandaron ustedes al criado Chang a comprar pescado? - preguntó Shay. - Sí. Se volvió a Chang y le dijo: - ¿No fuiste a comprar pescado al pescadero Chao Kao, y no se negó él a venderte el gran pescado? No me interrumpas. Encontraste la enorme carpa oculta en un charquito, cubierta de juncos. Entonces compraste el pescado, pero te enojaste con el pescadero porque te engañó, y lo llevaste contigo. Cuando entraste en el edificio del despacho, el escribiente de la oficina de impuestos estaba sentado al este de la puerta, y el subalterno estaba sentado al oeste, jugando al ajedrez. ¿No es cierto? Luego cruzaste el vestíbulo y viste al magistrado Tsou y al vicemagistrado Leí jugando a los naipes, y Pei los miraba, mordiendo una pera. Le contaste a Pei lo del pescadero, y Pei le propinó un puntapié que lo envió rodando hasta el patio. Entonces llevaste el pescado a la cocina y el cocinero, Wang Shihliang, lo mató para la cena. ¿No es eso exactamente lo que ocurrió? Interrogaron a Chang y se consultaron unos a otros y descubrieron que cada uno de los detalles era correcto. Grandemente perplejos, le preguntaron a Shay cómo sabía todo eso, y el que sigue es el relato que hizo a sus amigos: Cuando enfermé, tenía una fiebre altísima, como todos ustedes saben. Abrumado por el insoportable calor, caí en la inconsciencia, pero la sensación de fiebre persistía en mi interior, y me pregunté cómo podría encontrar alivio. Pensé en hacer un paseo a lo largo de la deliciosa orilla del río, y tomé un bastón y salí. El aire estaba perceptiblemente más fresco cuando me encontré fuera de la ciudad, e inmediatamente me sentí mejor. Vi el aire caliente que se elevaba de los techos de las casas, y me alegré de haber dejado éstas atrás. Además, estaba sediento y sólo quería acercarme al agua. Me dirigí hacia las laderas de las colinas, donde el Lago Oriental se une al río. Llegué al lago y me detuve en la ribera, bajo un sauce. El agua azul parecía sumamente acogedora. Una suave brisa rizaba su superficie, cubriéndola como de escamas de pescado, de modo que fácilmente pude seguir el movimiento y dirección de la brisa sobre el lago. Todo estaba silencioso y sereno. De pronto pensé que me gustaría darme un chapuzón. De niño solía nadar, pero hacía mucho tiempo que no nadaba en el lago. Me quité las ropas y me zambullí; experimenté una deliciosa sensación cuando el agua se cerró en mi derredor y me acarició el cuerpo y los miembros. Me zambullí varias veces por debajo de la superficie, sintiendo un inmenso alivio. Lo único que puedo recordar es que me dije: "Es una lástima que Pei y Leí y Tsou y todos mis amigos estén asándose todo el día en sus oficinas. Ojalá pudiese convertirme en pez por un rato y no tener más nada que ver con sellos y rúbricas, firmas y documentos. ¡Cuan feliz sería si pudiera convertirme en pez y nadar durante días y noches, con agua, y nada más que agua, en mi derredor!" - Creo que eso se puede arreglar fácilmente - dijo un pez, surgiendo a mis pies -. Puedes convertirte, de por vida, en un pez como yo, si así lo quieres. ¿Te agradaría que me ocupase de eso? - Te lo agradeceré, si tienes la bondad... De paso, me llamo Shay Wei, jefe de sección de la ciudad. Díle a tu gente que me gustaría cambiar el lugar con cualquiera de ellos. ¡Para que pueda no hacer otra cosa que nadar y nadar y nadar!

Page 142: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

El pez se fue y pronto regresó con un hombre que tenía cabeza de pez y que venía montado en una wawa - ya saben, de las que tienen cuatro patas y viven en el agua, pero que pueden trepar a los árboles y que cuando uno las atrapa o las mata emiten un ruido como el llanto de un niño. Ese hombre de cabeza de pez venía con un séquito de una docena de peces de todas clases, y leyó una orden del Rey del Río. Créanmelo, estaba escrita en excelente prosa, y decía así: El hombre, criatura nacida en tierra, tiene costumbres distintas de las de los moradores del mar. Mientras conserva su forma y aspecto hace execrables progresos en el agua. El Jefe de Sección Shay Wei tiene gran profundidad de pensamiento y busca alivio y solaz en una vida libre. Insatisfecho y cansado de la rutina de los deberes oficiales, ansia conocer las frescas profundidades de los azules lagos y ríos, la libertad de disponer de un tiempo ilimitado para los deportes de nuestro acuático reino. Su deseo de convertirse en miembro de la escamosa tribu es por lo tanto concedido. Será convertido en una carpa morena y destinado al Lago Oriental como morada permanente. ¡Ay!, muchas son las tentaciones y trampas que se abren en el camino de los habitantes de mares y ríos. Algunos han atacado barcos implacablemente, y algunos, con insuficiente experiencia y autodominio, han sido pescados y atrapados por los distintos artificios del hombre. En el agua es más cierto que en ninguna parte que la cautela es la mejor seguridad de una larga vida. Ojalá te conduzcas sabia y honorablemente, en forma digna de la tribu de la cual tienes el privilegio de convertirte en miembro. ¡Sé un buen pez! Mientras escuchaba la orden, descubrí que me había transformado en un pez, y mi cuerpo estaba cubierto de hermosas y relucientes escamas. Encantado con la transformación, nadé graciosamente y con perfecta desenvoltura, subiendo a la superficie y zambulléndome hasta el fondo, a voluntad, con el más mínimo movimiento de mis aletas. Recorrí el río corriente abajo y exploré todos los rincones y escondrijos de la costa y de todos los arroyos y tributarios, pero siempre regresaba por la noche al lago. Empero, un día me sentí terriblemente hambriento y no podía encontrar alimentos. Vi a Chao Kao tender la línea y esperar para pescarme. El gusano parecía tentador, y las agallas se me hicieron literalmente agua. Sabía perfectamente que se trataba de una cosa horrible que siempre me había dado asco, pero sentí que era precisamente lo que necesitaba, y no pude imaginar nada que fuese más delicioso para mi paladar. Y entonces me acordé de las palabras de prevención. Me aparté del gusano y con gran dominio de mí mismo me alejé nadando. Pero una terrible hambre me roía el estómago, y no podía ya soportarla. Me dije: "Conozco a Chao Kao y él me conoce a mí. No se atrevería a matarme. Si soy pescado le pediré que me lleve de vuelta a la oficina." Volví, me tragué el gusano y, por supuesto, fui pescado. Luché y forcejeé, pero Chao Kao tironeó y me hizo sangrar el labio inferior, de modo que me rendí. Cuando estaba a punto de sacarme, grité: "¡Chao Kao, Chao Kao, óyeme! Soy Shay Wei, el Jefe de Sección. Serás castigado por esto." Chao Kao no me oyó, me ató la cabeza con una cuerda y me colocó en un charquito cubierto de juncos. Me quedé allí, esperando. Muy pronto, como en respuesta a mi oración, llegó Chang de nuestra oficina. Escuché la conversación en el trascurso de la cual Chao Kao se negó a venderle a Chang el gran pescado. Sin embargo, Chang me encontró y me sacó del charco, y me quedé balanceándome de la cuerda, absolutamente indefenso. - Chang, ¿cómo te atreves? Soy tu jefe. Soy el Jefe de Sección Shay, sólo temporalmente disfrazado de pescado. ¡Vamos, hazme una reverencia!

Page 143: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Pero Chang tampoco me oyó, o prefirió hacer caso omiso de mí. Grité a voz en cuello, y maldije y me retorcí, pero inútilmente. Cuando entramos vi a los escribientes jugando al ajedrez cerca de la puerta, y les grité, diciéndoles quién era. Una vez más, nadie me hizo caso. Uno de los escribientes exclamó: - ¡Vaya, qué hermosura! ¡Debe de pesar unos dos kilos! - Imaginen mi disgusto. En el vestíbulo los vi a ustedes, como les dije hace un minuto. Chang les contó cómo Chao Kao había ocultado el gran pez y sólo quería vender los pececillos menores, y Pei se enojó tanto que trató de asestarle un potente puntapié. Se mostraron encantados con el enorme pescado. - Llévaselo al cocinero (creo que fue Pei quien lo dijo) y pídele que prepare un hermoso plato de carpa picada, con cebolla y hongos y unas gotas de vino. - Un momento, mis queridos colegas - les dije -. Escúchenme. Esto es un error. Soy Shay. Ustedes me conocen. No pueden matarme. ¿Cómo pueden ser tan crueles? - Protesté y protesté. Vi que era inútil, porque todos ustedes estaban como sordos. Los miré con ojos implorantes y abrí la boca y les supliqué que tuviesen piedad. "¡Cebollas y hongos y unas gotas de vino! - pensé -. ¡Cómo es posible que estos pillastres inflexibles se vuelvan de este modo contra un amigo!" - Pero no podía hacer nada. Chang me llevó entonces a la cocina. El cocinero abrió enormemente los ojos cuando me vio. El rostro le resplandeció mientras afilaba el cuchillo y me ponía sobre la mesa de la cocina. - ¡Wang Shihliang! Eres mi cocinero. ¡No me mates! ¡Te lo ruego! Wang Shihliang me tomó firmemente de la cintura. Vi el blanco relámpago del cuchillo a punto de descender sobre mi cabeza. ¡Ssst!, el cuchillo cayó, y en ese momento desperté. Los amigos de Shay escucharon el relato, grandemente conmovidos, y tanto más asombrados ante lo que les decía porque cada uno de los detalles era cierto y exacto. Algunos dijeron que habían visto moverse la boca del pescado, pero nadie oyó un solo sonido. Después Shay curó por completo, y sus amigos juraron no comer carpa por el resto de sus vidas.

18. EL TIGRE Chang Feng viajaba por Fukien, a comienzos del reinado de Yuanho (806-820). Era un norteño, y la lujuriosa vegetación subtropical le resultaba novedosa e interesante. Entre otras cosas, había oído hablar de la existencia de tigres en el sur. Un día se encontraba con su criado en una posada de Hengshan, un pueblecito cercano a Foochow, en la divisoria de aguas de las altas cordilleras que separan a Fukien de Chekiang. Habiendo depositado su equipaje, salió para recibir sus primeras impresiones de la región, sus habitantes y los trajes de las mujeres. Caminando a solas, con un bastón en la mano, siguió andando y andando, atraído por el refrescante verde de la campiña después de la lluvia y los vigorizantes vientos que soplaban de las montañas. Se sentía extrañamente excitado. Ante él se extendía un paisaje que era un amotinado despliegue de colores. Era otoño y las laderas resplandecían literalmente con el dorado y el rojo de los bosques de arces. Un hermoso templo blanco se erguía a mitad de camino hacia la cima, en una cuesta densamente arbolada. El dorado ocaso transformaba las montañas y los campos en un paisaje de brillantes pasteles, azul y púrpura y verde, cambiando de matiz a cada rato, mezclándose con enceguecedores rojos y dorados. Era como una tierra mágica.

Page 144: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

De pronto experimentó una sensación como de desvanecimiento: ante sus ojos bailotearon estrellas y la cabeza le dio vueltas. Pensó que sería a causa de la altura, el esfuerzo y el repentino cambio de clima, o quizá le había afectado la extraña luz. A unos pocos pasos por delante vio un prado cubierto de aterciopelado césped, precisamente donde comenzaba la cuesta boscosa. Se quitó la túnica, la colocó, junto con el bastón, contra un árbol, y se acostó a descansar. Se sintió un poco mejor. Cuando levantó la mirada hacia el cielo azul, pensó cuan hermosa y pacífica era la naturaleza. Los hombres luchaban por el dinero y los puestos y la fama; mentían y hacían trampas y mataban para obtener beneficios; pero ahí, en la naturaleza, había paz. Mientras se revolcaba en el pasto se sentía feliz y descansado. La fragancia de la tierra y una suave brisa lo acariciaron hasta hacerle dormirse. Cuando despertó sintió hambre y recordó que era de noche. Al pasarse las manos por el estómago, tocó una capa de suave piel. Se incorporó rápidamente y vio que su cuerpo estaba cubierto de bellas listas negras, y al estirar los brazos sintió en ellos una deliciosa fuerza nueva, muscular y llena de potencia. Bostezó y experimentó sorpresa ante el poderoso rugido que emitía. Mirándose el rostro, vio las puntas de largos bigotes blancos. ¡Vaya, se había transformado en un tigre! Esto es delicioso, pensó. Ya no soy un hombre, sino un tigre. Para cambiar, no está mal. Queriendo probar su nueva fuerza, corrió hacia el bosque y brincó de roca en roca, complacido con su nueva energía. Subió al monasterio y rascó la puerta con la pata, queriendo entrar. - ¡Es un tigre! - oyó que gritaba, adentro, un monje -. Lo huelo. ¡No abran! Vaya, esto es molesto, pensó él. No tenía más intención que pedir una cena y hablar con él de filosofía budista. Pero, es claro, ahora soy un tigre y quizás huelo. Se le ocurrió instintivamente que debía bajar hasta la aldea para buscar alimento. Al ocultarse detrás de un cerco, en un sendero, vio pasar a una hermosa muchacha, y pensó: Me han dicho que las jóvenes de Foochow son famosas por su tez blanca y su pequeña estatura. Y por cierto que tenían razón. Cuando hizo ademán de acercarse a la muchacha, ésta lanzó un grito y echó a correr para salvar la vida. ¿Qué clase de vida es ésta, cuando todos te toman por un enemigo?, se preguntó. No la comeré. ¡Es tan hermosa! En cambio, buscaré un cerdo, si puedo encontrar uno. Al pensar en un magnífico cerdo gordo, o en un pequeño cordero jugoso, la boca se le hizo agua, y sintió vergüenza. Pero un hambre infernal le roía el estómago, y supo que tenía que comer algo o morir. Registró la aldea en busca de un cerdo o un ternero, o incluso una gallina, pero todos estaban bien guardados. Todas las puertas habían sido cerradas, y mientras se agazapaba en una oscura calleja, esperando a algún animal extraviado, oyó que dentro de las casas la gente hablaba de un tigre que estaba suelto en la aldea. Incapaz de satisfacer su hambre, volvió a la montaña y se ocultó para esperar a algún viajero nocturno. Esperó toda la noche, pero no pasó nadie. Dormitó un rato. Despertó hacia el alba. Pronto comenzaron a pasar viajeros por el camino de la montaña. Vio que de la aldea subía un hombre que detuvo a varios pasajeros para preguntarles si habían visto a Cheng Chiu, jefe de oficina de Foochow, que debía regresar a su despacho ese mismo día. Evidentemente era un escribiente de la oficina, que había sido enviado al encuentro del jefe. Algo le dijo al tigre que debía comer a Cheng Chiu. No sabía por qué debía comer a esa persona, pero experimentó con toda claridad la sensación de que Cheng Chiu estaba destinado a ser su primera víctima.

Page 145: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Cuando yo salí de la posada estaba levantándose. Creo que viene detrás de nosotros - oyó que un hombre contestaba a la pregunta del escribiente. - ¿Viaja solo, o está acompañado por otros? Díme cómo viste, para que pueda reconocerlo, porque no quiero cometer un error cuando me acerque a él para saludarle. - Son tres que viajan juntos. El que viste de verde oscuro es Cheng. Mientras el tigre escuchaba la conversación desde su escondite, le pareció que se llevaba a cabo exclusivamente en su beneficio. Jamás había visto a Cheng Chiu ni oído hablar de él. Se agazapó en un matorral y esperó a su víctima. Pronto vio a Cheng Chiu aparecer en el camino con sus secretarios, juntamente con un grupo de otros viajeros. Cheng parecía gordo y jugoso y delicioso. Cuando estuvo a la distancia de un salto, el tigre, Chang, corrió, lo derribó y se lo llevó a la montaña. Los viajeros se asustaron tanto, que huyeron. El hambre de Chang quedó satisfecho, y sólo sintió como si se hubiera comido un desayuno más abundante que de costumbre. Terminó con el caballero y sólo dejó el cabello y los huesos. Satisfecho con la comida, se acostó a echar un sueñito. Cuando despertó pensó que debía de haber estado loco para comerse a un ser humano que no le había hecho ningún daño. Se le aclararon los pensamientos y decidió que no era una vida tan agradable, esa de merodear noche tras noche en procura de alimentos. Recordó la noche anterior, en que el instinto del hambre le empujó hacia la aldea y a la montaña, sin que pudiera contenerse. "¿Por qué no vuelvo al prado, a ver si puedo convertirme nuevamente en un ser humano?" Encontró el lugar en que su túnica y su bastón estaban aún apoyados contra el árbol. Se acostó nuevamente, deseando despertar y ser otra vez un hombre. Se revolcó en el césped y pocos segundos después descubrió que había recuperado su forma humana. Profundamente complacido, pero intrigado por la extraña experiencia, se puso la túnica, tomó el bastón y regresó al pueblo. Cuando llegó a la posada, descubrió que había estado ausente exactamente veinticuatro horas. - ¿Dónde has estado, amo? - le preguntó su criado -. Te he buscado todo el día. - El posadero también se acercó, evidentemente aliviado de volver a verle. - Estábamos preocupados por ti - dijo el mesonero -. Había un tigre suelto. Ayer por la noche fue visto por una muchacha de la aldea, y esta mañana Cheng Chiu, un jefe de oficina, que regresaba a su despacho, fue comido por él. Chang Feng inventó una historia de que había pasado la noche en el templo, discutiendo de filosofía budista. - ¡Tienes suerte! - exclamó el posadero meneando la cabeza -. Cheng Chiu fue matado por el tigre en las cercanías del templo. - No, el tigre no me comerá - replicó Chang Feng. - ¿Por qué? - Porque no puede - repuso Chang Feng enigmáticamente. Chang Feng guardó el secreto para sí, porque no podía permitirse contarle a nadie que se había comido a un hombre. Habría sido embarazoso, para decir lo menos. Regresó a su hogar, en Honan, y trascurrieron unos años. Un día se encontraba en Huaiyang, una ciudad del río Huai. Sus amigos le ofrecieron una cena y se consumió mucho vino, como es habitual en tales ocasiones. Entre plato y plato, y sorbiendo vino, se fue solicitando a cada uno de los invitados que relatase una experiencia extraña, y, si en opinión de los presentes la narración no era lo bastante rara, el narrador era multado con un vaso de vino.

Page 146: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Chang Feng comenzó a relatar su propia historia, y sucedió que uno de los invitados era el hijo de Cheng Chiu, el hombre que él había comido. A medida que avanzaba en la narración, el rostro del joven fue poniéndose cada vez más colérico. - ¡De modo que eres tú quien mató a mi padre! - le gritó el joven, con los ojos enormemente abiertos y las venas sobresaliéndole en las sienes. Chang Feng se puso apresuradamente de pie y se disculpó. Sabía que se encontraba en una gravísima situación. - Lo siento. No sabía que era tu padre. El joven sacó repentinamente un puñal y se lo arrojó. Afortunadamente no le acertó, y el arma cayó al suelo con ruido metálico. El joven se precipitó sobre él, y lo habría derribado, pero los invitados, inquietos por el repentino giro de los acontecimientos, lo contuvieron. - Te mataré para vengar la muerte de mi padre. [Te seguiré hasta los confines de la tierral - gritó el joven. Los amigos convencieron a Chang Feng de que se fuera inmediatamente de la casa y se ocultara por un tiempo, mientras ellos trataban de calmar al hijo de Cheng Chiu. Todos admitieron que vengar la muerte del padre de uno era una empresa noble y digna1 de encomio, pero, en fin de cuentas, Chang Feng había comido a Cheng Chiu mientras era un tigre, y nadie quería presenciar más derramamientos de sangre. Era una situación novedosa y planteaba un complicado problema moral: el de si la venganza estaba justificada en tales circunstancias. El joven juró matarlo para apaciguar al espíritu de su padre. Al cabo los amigos hablaron con el comandante de la región, quien ordenó que el joven cruzara el río Huai y no volviera jamás a la orilla septentrional, en tanto que Chang Feng cambió de nombre y se fue al noroeste, para mantenerse tan alejado como fuera posible de su enemigo jurado. Cuando el joven regresó a su hogar, sus amigos le dijeron: - Simpatizamos absolutamente con tu decisión de vengar a tu padre. Ese es el deber de un hijo, es claro. Empero, Chang Feng se comió a tu padre cuando era un tigre, cuando no se le podía hacer responsable por sus acciones. No conocía a tu padre y no tenía ningún motivo para matarlo. Fue un caso especial y extraño, pero no un asesinato intencional, y si lo matas tú mismo serás juzgado por asesinato. El hijo respetó el consejo y no continuó persiguiendo a Chang Feng.

19. LA POSADA DEL MATRIMONIO Wei Ku quería encontrar una buena muchacha para esposa, pero hasta el momento no había tenido éxito, debido a que era demasiado exigente en cuanto a la joven que tenía que casarse con él. En el año 807 viajaba a Tsingho, y se albergó en una posada situada fuera de la puerta sur de Sungcheng. Alguien había sugerido su casamiento con una hija de la familia Pan, que socialmente era su igual, y el casamentero concertó con él un encuentro en el templo Lungshing, por la mañana. Excitado por la propuesta de una unión con una muchacha adinerada y de reconocida belleza, Wei no pudo dormirse y se levantó al alba. Se vistió y lavó y acudió a la cita. Una luna creciente brillaba en el pálido cielo, porque todavía no había amanecido. Cuando llegó al templo, Wei encontró a un anciano sentado en los escalones del templo, leyendo un libro a la luz de la pálida luna. Un saquito de mano yacía en el suelo, a su lado. Curioso por saber qué leía el anciano a tan intempestiva hora, Wei se acercó y miró por encima del nombro del otro, y descubrió que no entendía el idioma en que el libro

Page 147: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

estaba escrito. Había estudiado todas las escrituras antiguas y arcaicas conocidas, incluso el sánscrito, pero no entendía ésa. - ¿Puedo preguntar qué es ese volumen que estás leyendo, tío? Creía conocer todas las clases de escritura que existen en la tierra, pero nunca he visto ésta. - Es claro que no - respondió el anciano con una sonrisa -. No corresponde a ningún idioma que conozcas. - ¿Y entonces qué es? - Tú eres un mortal y este es un libro del mundo de los espíritus. - ¡De modo que eres un espíritu! ¿Qué haces aquí? - ¿Por qué no habría de estar aquí? Viniste demasiado temprano. A esta hora, entre la noche y el alba, ¿sabes?, la mitad de los viajeros son seres humanos y la otra mitad espíritus. Por supuesto, tú no puedes distinguirlos. Yo estoy encargado de los asuntos humanos y durante la noche tengo que ir de un lado a otro confrontando los nombres y las direcciones de las personas de cuyos asuntos me ocupo. - ¿Qué asuntos? - preguntó Wei. - Matrimonio. Wei Ku se mostró intensamente interesado. - Eres el hombre... perdón, eres la persona que quiero consultar. Nunca he logrado encontrar a una muchacha de familia conveniente para esposa. En rigor, he venido a una cita relacionada con una unión con una joven de la familia Pan, de la que se dice que es hermosísima, refinada y de excelente carácter. Díme, ¿tendré éxito? - ¿Cuál es tu nombre y dirección? - preguntó el anciano. Wei Ku se lo dijo. Después de hojear las páginas del volumen que tenía en la mano, el anciano levantó la vista y dijo: - Me temo que no. Todos los matrimonios son dispuestos en el Cielo. Están todos anotados en este libro. Veo que tu esposa sólo tiene ahora tres años de edad. Cuando tenga diecisiete, te casarás con ella. No te preocupes. - ¡No te preocupes! ¿Quieres decir que tendré que seguir siendo soltero durante catorce años más? - Esa es la situación. - ¿Y no podré arreglar la unión con esa muchacha Pan? - Exactamente. Wei no supo si creerle o no, pero preguntó: - ¿Qué tienes en el saquito? - Cintas de seda roja. - El rostro del anciano se iluminó en una generosa sonrisa. - Ese es mi trabajo, ¿sabes? Anoto en el libro las distintas parejas que deben ser unidas, y cuando nacen un niño y una niña destinados a ser marido y esposa, los visito en la noche y les ato los pies. Y cuando está hecho el nudo (y lo hago muy firmemente) nada puede separarlos. Uno puede nacer en una familia pobre y el otro en una adinerada, o pueden estar a miles de kilómetros de distancia el uno del otro, o incluso puede haber rencillas entre las dos familias, pero terminarán casándose. No podrán evitarlo. - Supongo que ya habrás atado mis pies. - Sí. - ¿Y dónde está la niña de tres años que ha sido destinada a ser mi esposa? - Oh, vive con una mujer que vende hortalizas en el mercado. No están lejos de aquí, y la mujer acude al mercado todas las mañanas. Si te interesa, sígueme al mercado cuando salga el sol, y yo te la mostraré. Ya rompían las primeras luces del alba, pero el hombre que había concertado la cita con Wei no llegaba. - Ya ves que es inútil esperarlo - hizo observar el anciano.

Page 148: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Conversaron durante un rato, y Wei descubrió que el anciano tenía una conversación interesante. El anciano le dijo que su trabajo le gustaba inmensamente. - Es más que extraño - dijo - lo que puede hacer un trozo de hilo de seda. Veo al chiquillo y a la niña crecer, cada uno en su hogar, a veces inconscientes de la existencia del otro, pero cuando llega el momento se encuentran y se enamoran perdidamente el uno del otro. Lo único que saben es que no pueden evitarlo. Y si algún otro muchacho o chica se interpone, tropieza con el hilo y se enreda de tal modo que tiene que suicidarse. Lo he visto suceder una y otra vez. El mercado, que se encontraba a corta distancia, comenzaba a llenarse de gente. - Ven, sígueme. - El anciano le hizo una señal con la cabeza, tomó su saco y se levantó. Cuando llegaron al mercado, el anciano le enseñó un puesto en el que una vieja zaparrastrosa, desgreñada, vendía hortalizas, apretando a una chiquilla contra su pecho. Sus ojos estaban cubiertos de una película y apenas podía ver. - Hela ahí. Esa niña será tu esposa. Wei maldijo audiblemente. - ¿Qué quieres decir? Estás bromeando. - Se volvió hacia el anciano, furioso. - No, te aseguro que esa niña ha nacido bajo una estrella afortunada. Se casará contigo, vivirá rodeada de comodidades y más tarde llegará a ser una dama de rango gracias a su hijo. Wei miró a la delgada pilluela y se sintió desanimado. Le habría gustado discutir las palabras del anciano, pero cuando se volvió éste había desaparecido. Regresó a su casa solo, desalentado porque el hombre que le había dado la cita no acudió a ella y porque no sabía si debía creer al anciano o no. Soy un erudito, pensó, y aunque no logre casarme con una joven de buena familia, por lo menos conseguiré una hermosa amante del mundo teatral. Cuanto más pensaba en ello, más desagradable y absolutamente ridícula le parecía la idea de casarse con la sucia chiquilla. Ello le preocupó tanto, que esa noche no pudo dormir. A la mañana siguiente fue al mercado con su criado. Prometió al criado una gran recompensa si mataba a la niña con un cuchillo. Encontraron a la mujer en el puesto, con la pequeña en brazos. Cuando se presentó la oportunidad, el criado sacó el cuchillo, apuñaleó a la niña y huyó. La niña gritó, la mujer exclamó "¡Asesino!" y se produjo una gran confusión en el mercado, durante la cual Wei y su criado lograron huir. - ¿La mataste? - preguntó Wei. - No - contestó el criado -. Cuando le asesté la puñalada, la chiquilla se volvió bruscamente. Creo que le rasguñé el rostro cerca de la ceja. Wei partió apresuradamente del pueblo, y el incidente quedó muy pronto olvidado. Luego se dirigió hacia el oeste, a la capital, y desilusionado con la última proposición, que no se había realizado, apartó sus pensamientos de toda idea de casamiento. Tres años más tarde logró concertar una excelente alianza con una joven de la familia Tan, sumamente conocida en sociedad. La muchacha era muy bien educada y se la conocía por su belleza. Todos lo felicitaron, y comenzaron a hacerse los preparativos para la boda. De pronto, una mañana, él se enteró de la espantosa noticia de que su prometida se había suicidado. Amaba a otro hombre. Durante dos años Wei dejó de pensar en el matrimonio. Tenía ya veintiocho años y había cambiado de idea en cuanto a casarse con una joven de la sociedad. Un día, cuando se encontraba en un templo, en el campo, encontró a la hija de un campesino y se enamoró de ella. Más aun, la muchacha estaba locamente enamorada de él. Se comprometieron, y él fue a la capital, para comprarle sedas y joyas. A su regreso se encontró con que su novia había enfermado gravemente. Wei estaba dispuesto a esperar, pero la enfermedad se prolongó, y al cabo de un año la joven había perdido todo el

Page 149: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

cabello y quedado ciega. Se negó a casarse con él y le pidió que la abandonara y buscara a otra que fuese una esposa más digna de él. Varios años transcurrieron antes de que consiguiese concertar la alianza perfecta. La muchacha no sólo era joven y hermosa, sino además una gran amante de los libros y el arte y la música. No había rivales, y se comprometieron. Tres días antes de la boda, durante un paseo, la joven tropezó con una piedra suelta, se cayó y murió. Parecía como que el Destino estuviera burlándose de Wei. Wei Ku se convirtió entonces en un fatalista. No quería ya tener nada que ver con las mujeres. Trabajaba en un puesto de Siangchow, cumpliendo con sus deberes, y no pensaba ya en casarse. Pero hacía sus tareas tan bien, que el magistrado, Wan Tai, le propuso que se casara con su sobrina. El tema resultaba doloroso para Wei. - ¿Por qué quiere casar a su sobrina conmigo? Soy demasiado viejo para casarme. Presionado, consintió, pero sin entusiasmo. No vio a su novia hasta que se llevó a cabo el casamiento, pero ella era joven y él quedó satisfecho. En todo sentido, era una buena esposa para él. La muchacha se peinaba siempre de un modo especial, para cubrirse la sien derecha, y a él el peinado le parecía hermoso, pero le intrigaba. Al cabo de unos meses llegó a amarla entrañablemente, y un día le preguntó: - ¿Por qué no cambias alguna vez el estilo de peinado? Quiero decir, ¿por qué siempre dejas caer el cabello a un lado? La esposa se levantó el cabello y dijo: - ¿Ves? - Le señaló una cicatriz. - ¿Con qué te la hiciste? - Me la hicieron cuando tenía tres años. Mi padre había muerto en su despacho, y mi madre y hermano también murieron el mismo año. Desde entonces me cuidó mi nodriza. Teníamos una casa cerca de la puerta del sur, en Sungcheng, donde estaba el despacho de mi padre, y ella plantaba hortalizas y las vendía en el mercado. Un día un ladrón, sin motivo alguno, trató de matarme. No sabemos por qué, porque no teníamos enemigos. No tuvo éxito, pero la puñalada me dejó una cicatriz permanente en la frente. Por eso tengo que taparla. - La nodriza, ¿era casi ciega? - Sí. ¿Cómo lo sabes? - Yo fui ese ladrón. Es extraño. Todo ha ocurrido como lo quería el Destino. Le relató toda la historia del encuentro con el anciano, hacía exactamente catorce años. La esposa le contó que cuando tenía seis o siete años su tía la encontró en Sungcheng y la llevó a vivir con su familia, en Shiangchow, donde Wei la conoció. Entonces supieron que la unión de ambos había sido predestinada por el Cielo, y se amaron mucho más. Más tarde tuvieron un hijo que se llamó Kun y que eventualmente llegó a ser magistrado de Taiyuan, y la madre, gracias a ese hijo, recibió un rango honorífico. Cuando el magistrado de Sungcheng se enteró de lo que había sucedido en su pueblo, llamó "La Posada del Matrimonio" al mesón en que se había hospedado Wei Ku.

20. EL SUEÑO DEL BORRACHO Este es uno de los más conocidos cuentos Tang, escrito por Li Kung-tso, quien también escribió varios otros relatos populares. Como Li Fu-yen, vivió en la primera mitad del siglo nueve. "El Sueño de Rama del Sur" es ahora una expresión china corriente, y significa que la vida no es más que un sueño.

Page 150: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Chunyu Fen era un hombre muy dado a la bebida. El nombre "Fen" (que quiere decir "Magnífica Confusión"), que había adoptado, era evidentemente indicativo de su ideal en la vida y del estado real de sus finanzas. Ya había dilapidado la mitad de su fortuna. Jamás podrá establecerse con claridad si derrochó su dinero en borracheras con sus amigos o en orgías con mujeres, o porque su vida era ya una confusión, o, para decirlo más generosamente, porque su vida se encontraba en un estado de hermosa confusión. En una ocasión recibió un nombramiento de teniente coronel en el ejército, pero fue dado de baja por embriaguez e insubordinación. Ahora carecía de empleo y de preocupaciones, y pasaba sus días con amigos alegres; su capacidad financiera disminuía en la medida en que se duplicaba su capacidad para beber. A veces, cuando estaba sobrio, pensaba en su ambición juvenil de hacer una gran carrera oficial y derramaba unas pocas lágrimas por sus esperanzas perdidas, pero cuando estaba lleno de "divino fluido" volvía a sentirse feliz. Vivía en su hogar ancestral, cerca de Kwangling, a unos cinco kilómetros de la gran ciudad. Al sur de su casa había un terreno baldío en el que se erguía un enorme y viejo algarrobo, bajo cuya sombra él y sus amigos llevaban a cabo grandes borracheras. Tales árboles alcanzan a menudo una avanzada edad. En ocasiones, después de haber estado aparentemente muertos durante treinta o cuarenta años, surgen brotes verdes de un viejo tocón y el árbol tiene un segundo período de vida. Ese árbol de frente a la casa de Fen había llegado a una avanzada edad, como cualquiera podía ver por sus largas ramas que se extendían en todas direcciones. El suelo, debajo de él, se había resquebrajado, y las raíces estaban al descubierto, retorcidas y anudadas, proporcionando albergue a numerosos insectos. Un día Fen estaba tan ebrio, que rompió a llorar. (Fue en septiembre del año 792, según sus amigos.) Declaró que se sentía profundamente conmovido por el grande y viejo árbol. Había jugado debajo de él, de niño, al igual que su padre y su abuelo. Ahora se estaba poniendo viejo. (En rigor, apenas llegaba a los treinta años de edad.) Lloró tan fuerte, que sus amigos, Chou y Tien, lo llevaron a la casa y lo acostaron en un sofá, junto a la pared del corredor oriental. - Duerme un poco y se te pasará. Nosotros nos quedaremos un rato, para dar el pienso a los caballos, lavarnos los pies y esperar a que te sientas mejor. Fen se durmió profundamente. En cuanto cerró los ojos vio que se le acercaban dos mensajeros de uniforme púrpura, le hacían una profunda reverencia y le decían: - El rey de Algarrobania te envía sus saludos. Te ha mandado su carruaje y te invita a visitarlo. Fen se levantó de inmediato y se puso su mejor gorro y la túnica más nueva, y cuando llegó a la puerta vio un hermoso carruaje verde, tirado por cuatro caballos con arneses dorados y borlas rojas, y un séquito de siete u ocho cortesanos esperándolo. En cuanto se introdujo en la carroza, ésta se dirigió hacia una depresión del terreno, en la que las raíces del árbol formaban una gran cavidad. Para su sorpresa, el carruaje se introdujo directamente en el hoyo. Al otro lado de la entrada vio un nuevo y maravilloso paisaje con colinas y ríos, completamente desconocido para él. Cinco o seis kilómetros más adelante vio una alta muralla con almenajes y torres. El camino que llevaba a la puerta estaba atestado de tránsito, y los peatones se apiñaban al costado para dejar pasar el carruaje real y contemplar al invitado del rey. Cuando llegaron a la puerta, Fen vio grandes caracteres dorados, dibujados sobre la torre, que proclamaban: EL REINO DE ALGARROBANIA. Las murallas se extendían kilómetros y kilómetros y las calles estaban atestadas de gente. Parecían ser industriosos y activos, y, para su sorpresa, limpios y corteses. Se saludaban los unos a los otros; apenas se detenían para intercambiar por segunda vez

Page 151: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

buenos deseos y luego seguían su camino, como si el día fuese demasiado corto para todo el trabajo que había que hacer. No pudo entender qué hacían con tanto trajín. Los obreros llevaban enormes sacos repletos sobre la cabeza. También había soldados, en sus puestos, altos y hermosos y vestidos con limpios uniformes. Una delegación real lo recibió en la puerta, y fue escoltado a una magnífica mansión con muchos patios y un jardín especial, reservado para los huéspedes de alcurnia. Hacía apenas cinco minutos que se encontraba allí cuando el cortesano anunció que el primer ministro había ido a visitarlo. Se hicieron mutuamente una reverencia y el primer ministro informó a Fen que se encontraba allí para llevarlo a ver al rey. - A su majestad real le agradaría casar a su segunda hija con usted - le anunció el primer ministro. - Vuestro humilde servidor es completamente indigno de ese honor - contestó el borrachín, pero en su /interior se sintió grandemente complacido con su buena suerte. "Mi suerte ha cambiado por fin - pensó -. Mostraré a la gente lo que yo, Chunyu Fen, puedo hacer. Seré un honrado y leal servidor de Su Majestad y un buen funcionario para el pueblo. Mi vida no será ya un embrollo. Les mostraré lo que puedo hacer. A cien metros de la casa, Fen y el primer ministro entraron por un gran portón rojo con picaportes dorados. Guardias y soldados con lanzas y tridentes estaban en posición de atención, en tanto que funcionarios en traje de gala se alineaban a ambos lados del camino para ver al distinguido huésped. Fen nunca se había sentido tan importante. Vio a sus amigos, Chou y Tien, entre los espectadores, y pasó ante ellos con un gesto, pensando cuánto lo envidiarían ese día. Acompañado por el ministro, subió los escalones y entró en una gran sala, que, según se dio cuenta, era la sala de audiencias del rey. Fen apenas se atrevió a levantar la cabeza. El funcionario encargado de las ceremonias le pidió que se arrodillara, y así lo hizo. - Hemos recibido un pedido de tu venerable padre - dijo el rey -. Ha condescendido a honrarnos con una proposición para casarte con nuestra segunda hija, Yao-fang. Hemos decidido que la princesa, nuestra querida segunda hija, sea tu esposa. El borrachín se sintió tan abrumado, que apenas pudo balbucear su agradecimiento. - Bien, puedes retirarte ahora y tomarte un buen descanso durante unos días. Visita la ciudad a tus anchas. Mi primer ministro te acompañará y te enseñará todo lo que haya que ver. Dentro de pocos días tendré terminados los preparativos para la boda. Como lo dijo, así lo hizo. Unos días más tarde toda la ciudad se volcó a presenciar el casamiento de la princesa, que estaba vestida con la más delicada y tenue gasa, cubierta de joyas y rodeada de bellas cortesanas. La princesa, además, era buena y sabia y afable. Fen se enamoró locamente de ella, a primera vista. En la noche de bodas la princesa le dijo: - Puedo pedirle a mi padre que te dé un puesto... cualquiera que quieras. - Para decirte la verdad - repuso el novio-borrachín -, durante todos estos años he llevado una vida ociosa. No conozco los procedimientos administrativos ni los rudimentos del gobierno de un país. - No te preocupes. Yo te ayudaré - dijo la princesa con dulzura. Eso era demasiado, pensó el borrachín: ser el esposo de una princesa y tener, por añadidura, un alto puesto. Tuvo ganas de llorar, pero temió que lo entendieran mal y contuvo las lágrimas. Al día siguiente la princesa habló con su padre y el rey dijo: - Creo que lo haré gobernante del distrito de la Rama Sur. El gobernador acaba de ser destituido por negligencia en el cumplimiento de sus deberes. Es una hermosa ciudad, situada al pie de una colina, con un gran bosque y saltos de agua y grutas en las afueras.

Page 152: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

La población es industriosa y respetuosa de la ley. La piel de IQS 'habitantes es más oscura que la nuestra, pero son bravos guerreros. Quedarán encantados de que mi yerno y mi princesa los gobiernen. A ti te adorarán. Estoy seguro de que te gustará eso. Fen se sintió encantado con el nombramiento. No le importaba dónde iría a vivir, siempre que tuviera a la princesa a su lado. - ¡De modo que seré el gobernador de la Villa del Sur! - exclamó. - Querido, el distrito se llama Rama del Sur - corrigió la princesa. - No importa cómo se llame, ¿no es cierto? El único pedido de Fen fue que se permitiera que sus amigos Chou y Tien lo acompañaran como ayudantes. Una regia cena de despedida fue ofrecida a la pareja, y el propio rey los acompañó hasta la puerta del palacio. Enormes muchedumbres salieron a ver a la princesa viajando en su carruaje en compañía del novio real, y las mujeres derramaron lágrimas, porque los habitantes de Algarrobania eran gente sentimental. La carroza real era precedida de guardias a caballo y clarines y trompas, y seguida de una gran escolta de soldados que los acompañarían hasta Rama del Sur. El viaje duró tres días, y cuando llegaron les recibió una ensordecedora aclamación. Pasaron un maravilloso año en Rama del Sur. Los residentes eran leales y bien disciplinados, y cada uno tenía un oficio. En la ciudad no había vagabundos ni mendigos. Fen había oído decir que, en caso de guerra, todos los hombres y mujeres se presentaban a defender sus hogares, y combatían con desprecio de sus vidas. Pero rara vez reñían entre sí. La princesa era graciosa y amable, y el pueblo la adoraba. Fen era perezoso por naturaleza, pero su esposa le instaba a levantarse por la mañana temprano y cumplir con sus tareas, para sentar un ejemplo ante su pueblo, y eso era lo único que a él no le agradaba. En su despacho tenía guardada una botella, pero, a conciencia, hacía lo posible para mantenerse digno del amor de la princesa. Sabía que tenía que vivir una vida ejemplar; ese era el precio de estar relacionado con la realeza. Pero por las tardes el tiempo le pertenecía y a menudo iba con su amada esposa al bosque, donde se paseaban tomados de la mano, o bien se sentaba con Chou y Tien en una de las grutas, a beber un trago. Fue allí donde descubrió que el precio de la grandeza era excesivo. - Ni una gota más, querido - dijo la bondadosa princesa. Bueno, pensó él, no se puede tener todo en la vida. Le quedó agradecido, porque ella le había ayudado a redactar los informes oficiales al rey y otros importantes documentos. Con Chou y Tien de secretarios - éstos lo consideraban ahora con temor y respeto -, pensó, con toda justicia, que no podía exigir nada más de la vida. Al cabo de un año, su amada princesa enfermó de un resfriado y murió. Su pena fue tan grande e inconsolable, que comenzó a beber nuevamente. Pidió que se le relevara de su puesto y solicitó permiso para regresar a la capital. Siguió el ataúd de la princesa y le proporcionó un funeral regio. Con sus propios ahorros le construyó un hermoso mausoleo blanco en la cima de una loma pedregosa, y lloró amargamente, negándose a abandonar el lugar durante tres meses. Con la muerte de la princesa, todo se arruinó. En su congoja, andaba por la ciudad, frecuentando las tabernas y emborrachándose día y noche. El rey, habiendo perdido a su hija, se mostraba ahora frío hacia él. A los oídos del soberano llegaron informes de su desordenada conducta en la capital, pero en memoria de la princesa no quiso deshonrarlo públicamente. El pueblo se enteró de ello, y sus amigos comenzaron a abandonarlo. Quedó reducido al estado de tener que pedir dinero prestado a Chou y Tien, para poder beber. En una ocasión durmió toda la noche en el suelo de una taberna. - ¡Expulsen al pillastre! - exigía el populacho -. ¡Es una deshonra para la nación! El rey se avergonzó de tener semejante yerno, y la reina le dijo un día a Fen:

Page 153: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

- Eres tan desdichado porque tu esposa murió. ¿Por qué no te vas a tu casa, para cambiar? - Esta es mi casa. ¿A qué otra parte puedo ir? - Tu casa está en Kwangling, ¿no te acuerdas? Fen recordó vagamente que tenía una enorme casa en Kwangling, y que había llegado al reino hacía un año, siendo un extranjero. Desazonado, dijo que regresaría a su hogar. - Muy bien, te daré dos criados para que te acompañen. Vio nuevamente a los dos mensajeros que lo habían llevado al reino, pero esa vez, cuando llegaron a la puerta, se encontró con un viejo y destartalado carruaje. No había soldados a pie, ni séquito ni amigos que lo despidieran. Incluso la librea de los criados era vieja, raída y descolorida, y cuando pasó por la puerta de la ciudad nadie le prestó atención. Pensó en los días de pompa y gloria y se dio cuenta de cuan vanos y fugaces eran tales honores terrenos. Reconoció el camino por el que había pasado un año antes. Pronto la carroza pasó a través de una entrada rocosa. En cuanto vio la aldea rompió a llorar. Los cortesanos lo llevaron hasta su casa. Lo acostaron en un sofá situado junto a la pared del corredor oriental y le gritaron con tono brusco: - ¡Ahora estás en tu hogar! Fen despertó con un sobresalto. Vio que sus amigos aún se estaban lavando los pies en el centro del patio. El sol del atardecer todavía arrojaba sombras sobre la pared oriental. - ¡Qué vida! - exclamó. - ¡Qué! ¿Por qué despertaste tan pronto? - le preguntaron Chou y Tien. - ¿Tan pronto? He vivido toda una vida, desde que me dormí. Les contó a sus amigos el extraordinario sueño y su visita al reino de Algarrobania, y ellos se maravillaron. Llevando a sus amigos ante el viejo algarrobo, y señalando una cavidad que había debajo de las retorcidas raíces, dijo: - He aquí por dónde pasó mi carruaje. Lo recuerdo claramente. - Debes de haber sido encantado por el espíritu del árbol. Es un árbol viejísimo. - Vengan mañana - dijo Fen a sus amigos -. Examinaremos el hoyo. Al día siguiente pidió a sus criados que tomaran hachas y palas y cavaran en torno al agujero. Cortaron algunas de las grandes raíces y descubrieron una gran cueva subterránea de unos tres metros cuadrados, cruzada en zigzag por vástagos. A un lado de la caverna, situada en un plano un poco más elevado, había una ciudad en miniatura, con caminos, compartimientos y corredores de unión. Miles de hormigas pululaban por el lugar. En el centro había una terraza elevada en la que se veían dos hormigas gigantes, de alas blancas y cabeza roja, y docenas de grandes hormigas montaban guardia en torno a ellas. - ¡De modo que este es el reino de Algarrobania, y ese es el rey, en su palacio! - Fen se mostró asombrado. Un largo corredor conducía desde la cueva central en dirección a la rama del sur, donde encontraron otro hormiguero en un gran hoyo, también construido con estructura de barro y corredores. Las hormigas eran más oscuras que las de la cueva central. Reconoció la torre de la puerta del distrito de Rama del Sur y el pueblecito en que había pasado un año tan feliz. Le conmovió ver a sus súbditos precipitándose locamente de un lado a otro, cuando les revolvieron el hormiguero. El fondo de la podrida rama estaba cubierto de estrías, y en un costado había un retazo de musgo verde. Indudablemente ese era el bosque en que él y la princesa habían pasado juntos tantas horas dichosas, y cerca estaban las pequeñas grutas en que su esposa le había dicho: "Querido, ni una sola gota más."

Page 154: Yutang Lin - Barba Rizada Y Otros Cuentos

Excitado por el curioso descubrimiento, exploró el pasaje que unía con la cueva central y que necesitó tres días para recorrer con el carruaje de la princesa. Finalmente descubrió hacia el este otro pequeño hoyo, de aproximadamente un metro. Era más pedregoso y sólo unas pocas hormigas vagaban por él sin rumbo. Un pequeño montículo, de unos diez centímetros de altura, se erguía en el centro, coronado por un guijarro dentado cuya forma le recordó el mausoleo de la princesa. Sabía que era un sueño, pero el afecto que sentía por ella aún le rondaba en el corazón y le daba una sensación de la futilidad y transitoriedad de la vida. Con un profundo suspiro, dijo a sus amigos: - Me parecía que estaba soñando, pero ahora sé que el reino de Algarrobania es real... tan real como ustedes o yo. Quizá todos somos soñadores. Fen nunca volvió a ser el mismo hombre. Se hizo monje, se dio nuevamente a la bebida - bebía más intensamente que nunca - y murió tres años más tarde. FIN.