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Edición: Orisel SantiestebanCorrección: Denise OcampoDiseño de cubierta: Claudia MéndezDiseño interior para ebook: Yadyra RGDiagramación: Enrique García Martín

© Núñez Sarmiento, Marta, 2013© Sobre la presente edición: Ruth Casa Editorial, 2013

ISBN: 978-9962-697-63-3

Publicación realizada con la colaboración de la Fundación Heinrich Böll de Alemania

Ruth Casa EditorialCalle 38 y ave. Cuba, edif. Los Cristales, oficina no. 6apdo. 2235, zona 9A, Panamá[email protected]. ruthcasaeditorial.org

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ÍNDICE

SIGLAS

INTRODUCCIÓN

MUJERES EN EMPLEOS NO TRADICIONALES

LA DISCRIMINACIÓN Y LA AUTODISCRIMINACIÓN / 24

LAS MUJERES EN EL TEJAR / 26

AVANCES EN EL DESARROLLO DE LA MUJER / 27

LAS OBRERAS EN EL TEJAR SON DISCRIMINADAS / 33

CONCLUSIONES / 40

LAS MUJERES DE LA CARRETA

INTENTANDO UN ENFOQUE DE GÉNERO / 41

SOBRE ESTA INVESTIGACIÓN / 44

EL CONTEXTO SOCIAL DE LO QUE SIGNIFICA SER MUJER PARA LAS OBRERAS AGRÍCOLAS DE GUANÍMAR / 45

LA COMUNIDAD / 49

EN GUANÍMAR LA GENTE VIVE “LIBRE” Y “ABIERTA” / 57

GUANÍMAR ES “MUY FAMILIAR Y TRANQUILO” / 59

LA PLAYA ERA UN LUGAR MUY POBRE / 62

EL CENTRO DE TRABAJO / 67

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LAS CONDICIONES DE TRABAJO DE LAS OBRERAS EN LA ACTUALIDAD / 70

LAS NORMAS, LOS SALARIOS, LA DISCIPLINA Y LOS RECURSOS HUMANOS DE ESTAS OBRERAS / 74

CÓMO PIENSAN LAS OBRERAS SOBRE ELLAS / 88

SEGUIR PENSANDO A LA MUJER CUBANA / 108

ESTRATEGIAS CUBANAS PARA EL EMPLEO FEMENINO EN LOS NOVENTA: UN ESTUDIO DE CASO CON MUJERES PROFESIONALES

LA MUESTRA Y LOS MÉTODOS / 114

¿Quiénes son estas dieciocho mujeres? / 115

EL EMPLEO DE LAS MUJERES Y LAS POLÍTICAS SOCIALES EN LOS NOVENTA. REAJUSTES Y NUEVAS MEDIDAS / 117

¿Por qué se ha comportado este fenómeno de esta manera? / 119

ESTRATEGIAS PARA SOBREVIVIR DURANTE EL PERÍODO ESPECIAL / 126

¿Por qué se mantuvieron empleadas, en su mayoría como profesionales? / 126

¿Qué hicieron las entrevistadas? / 128

LAS CONDICIONES QUE PERMITIERON QUE ESTAS ESTRATEGIAS FUNCIONARAN / 132

LA INFLUENCIA DE LA CAPACITACIÓN PARA TOMAR DECISIONES / 135

CÓMO EL EMPLEO FEMENINO TRANSFORMÓ LAS ACTITUDES DE LOS HOMBRES / 140

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LA INFLUENCIA DE LOS ESTUDIOS EN LAS RELACIONES FAMILIARES Y SOCIALES / 145

Relación de pareja / 145Relaciones con los hijos / 146Relaciones con los padres / 148Relaciones con los colegas / 149

MÁS SOBRE LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO DE ESTAS PROFESIONALES Y TÉCNICAS / 151Nadie se me mete en la cocina / 151

Hay que ser primero madre antes que mujer y trabajadora / 153

La mujer necesita tener a un hombre a su lado para que la represente / 154

CONCLUSIONES / 157

UN MODELO “DESDE ARRIBA” Y “DESDE ABAJO”: EL EMPLEO FEMENINO Y LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO EN CUBA EN LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS

TRANSFORMACIONES GENÉRICAS EN LA SOCIEDAD CUBANA: UN MODELO “DESDE ARRIBA” Y “DESDE ABAJO” / 160

EL EMPLEO FEMENINO: LO POSITIVO Y LO NEGATIVO / 164

LAS CUBANAS SE MANTUVIERON EN LA FUERZA DE TRABAJO DURANTE EL PERÍODO ESPECIAL / 167

TOMAR DECISIONES Y OCUPAR CARGOS DE DIRECCIÓN / 169

IDEOLOGÍA DE GÉNERO EN EL EMPLEO / 174

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IDEOLOGÍA DE GÉNERO EN LAS RELACIONES DE PAREJA / 181

CONCLUSIONES / 185

LOS ESTUDIOS DE GÉNERO EN CUBA Y SUS APROXIMACIONES METODOLÓGICAS, MULTIDISCIPLINARIAS Y TRANSCULTURALES (1974-2008)

LA MUESTRA Y EL MÉTODO / 191

CONTEXTOS SOCIALES Y PERSONALES DE 1980-2010 / 194

EL ENFOQUE DE GÉNERO QUE EMPLEAN EN SUS INVESTIGACIONES / 200

SUS MOTIVACIONES PARA ESTUDIAR TEMAS SOBRE EL GÉNERO / 205

INFLUENCIAS FORÁNEAS EN LA METODOLOGÍA DE LAS Y LOS ENTREVISTADOS / 209

CONCLUSIONES / 216

ESTRATEGIAS CUBANAS DE DESARROLLO ECONÓMICO Y LAS RELACIONES DE GÉNERO

POLÍTICAS ECONÓMICAS Y SOCIALES QUE INFLUYERON EN EL EMPLEO FEMENINO (1959-1989) / 221

CRISIS, REAJUSTES Y EMPLEO FEMENINO: DE 1990 HASTA LA ACTUALIDAD / 228

LA MUJER EN LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA SOCIAL / 239

CONCLUSIONES / 244

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UNA MIRADA DESDE EL GÉNERO A LA MIGRACIÓN CUBANA RECIENTECARACTERÍSTICAS DE GÉNERO DE LA EMIGRACIÓN CUBANA / 251

Feminización de las migraciones / 251

Empleo y segunda jornada / 253

Remesas / 255

Nupcialidad / 258

Natalidad / 260

Roles de género para mantener tradiciones cu-banas / 261

CONCEPCIONES CUBANAS DE DESARROLLO, CRISIS DE LOS NOVENTA Y SUS INFLUENCIAS EN LAS RELACIONES DE GÉNERO / 264

CONCLUSIONES / 272

BIBLIOGRAFÍA

ANEXOS

LA AUTORA

ENLACES

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para Andrés y Yepe

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SIGLAS

CAME: Consejo de Ayuda Mutua Económica

CEE: Comité Estatal de Estadística

CEDEM: Centro de Estudios Demográficos

CENESEX: Centro Nacional de Educación Sexual

CEPDE: Centro de Estudios de Población y Desarrollo

CETSS: Comité Estatal de Trabajo y Seguridad Social

CIEM: Centro de Investigaciones de la Economía Mundial

CIPAF: Centro para la Investigación y la Acción Femeninas

DAU: Dirección de Arquitectura y Urbanismo

FMC: Federación de Mujeres Cubanas

IIET: Instituto de Investigaciones y Estudios del Trabajo

JCP: Junta Central de Planificación

ONE: Oficina Nacional de Estadísticas

ONU: Organización de Naciones Unidas

PCC: Partido Comunista de Cuba

PNUD: Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo

UBP: Unidad Básica de Producción

UBPC: Unidades Básicas de Producción Cooperativa

UNEAC: Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba

UNPF: Fondo de Naciones Unidas para la Población

UPEC: Unión de Periodistas de Cuba

URSS: Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas

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INTRODUCCIÓN

Este es un libro muy comprometido con la revolución en la que hemos participado las cubanas y los cubanos—ya sean he-terosexuales o de otras orientaciones sexuales—en poco más de medio siglo. Así que sugiero que no pierdan su tiempo leyéndolo quienes piensen que los siete ensayos son el resultado de inda-gaciones “objetivas”.

Mi sensibilidad hacia los temas de la mujer se formó siendo muy joven, cuando trabajé entre 1962 y 1966 en la Dirección Provincial de La Habana de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) e integré su primera Brigada Sanitaria (1961-1966). Duran-te mi permanencia como experta en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en Moscú participé en la Conferencia del De-cenio sobre la Mujer de las Naciones Unidas (Copenhague, 1980). Cuando regresé a Cuba, la FMC me invitó a integrar la delegación cubana a la Conferencia del Decenio sobre la Mujer de las Naciones Unidas (Nairobi, 1985) y al Congreso Mundial de Mujeres (Mos-cú, 1987). En estos eventos conocí a las pensadoras feministas latinoamericanas que influyeron en mi manera de visualizar los problemas de la mujer en un país subdesarrollado como el mío, a los que añadí la complejidad de que Cuba intentaba transformar totalmente la sociedad—y no solo a las mujeres—con un proyecto socialista. Pero para mí lo más relevante ocurrió cuando la FMC me incorporó a su equipo de investigadoras para participar en dos estudios que me marcaron profesionalmente. En el primer caso la antropóloga norteamericana Helen Safa solicitó a esa or-ganización su colaboración para emprender un estudio de las obreras en la textilera Ariguanabo, con el fin de compararlo con los resultados de sus indagaciones entre obreras de la República

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Dominicana y Puerto Rico.1 Luego, la entonces presidenta de la FMC, Vilma Espín, nos encargó a las integrantes cubanas de ese equipo que estudiáramos a las trabajadoras de la textilera Celia Sánchez Manduley, de Santiago de Cuba, entre 1986 y 1987 para conocer con precisión cómo había influido su condición de ser mujeres asalariadas de primera generación en sus formas de actuar y de pensar. En este segundo estudio ahondamos, mucho más que en el anterior, sobre las nuevas actitudes de esas obre-ras y técnicas santiagueras en un real procedimiento de investi-gación-acción en el que practicamos la observación participante.

En este camino aprendí qué significa “ser mujer cubana y no morir en el empeño”, como diría Luisa Campuzano.

IIAdemás de las motivaciones personales recién confesadas, a

mediados de los años ochenta escogí estudiar, escribir y ense-ñar sobre cómo se habían transformado las cubanas desde 1959 y, unos años después, ahondé en las relaciones de género por-que—aunque las luchas por la plena emancipación de las mujeres siempre existieron a lo largo de la historia nacional previa—que-ría probar que estas ansias de equidad solo se habían ido convir-tiendo en realidad como parte de esta revolución poscapitalista y socialista.

Desde entonces privilegié el estudio del empleo femenino en Cuba porque a través de este tema pude comprender la ver-dadera complejidad de este proceso y su papel para cambiar las conductas y las ideologías de las mujeres. Además, el hecho de que la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado ocur-riera lentamente en la década de los sesenta como consecuen-cia de la práctica de varios experimentos, permitió que quienes

1 Véase los trabajos de Helen Safa de 1989, 1995 y 1998 que aparecen en la bibliografía.

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impulsaban este empeño aprendieran de los errores cometidos, intentaran enmendarlos una y otra vez para solo así lograr que desde inicios de los setenta las cubanas comenzaran a incor-porase al empleo a ritmos crecientes y se mantuvieran en ellos a pesar de las enormes dificultades que comenzaron a confrontar en sus centros laborales y en sus hogares.

Este fenómeno del empleo femenino en Cuba en los últimos cincuenta y tres años lo he denominado como un modelo “desde arriba” y “desde abajo” porque ha sido un proceso muy diverso y nada lineal, que ha conjugado las directrices elaboradas por los niveles más altos de la dirección del país con los “reflujos” que han emanado al aplicarlos en las realidades concretas de cada momento histórico. Esta interrelación ha producido resultados positivos en las áreas propiamente económicas y, más que nada, ha cambiado las ideologías de las cubanas y de los cubanos en lo que a las relaciones de género se refiere. Por supuesto los obstáculos han sido enormes y la mayoría de ellos se ha ido rectificando, pero persisten muchos. De esto tratan mis trabajos.

Estaba convencida que los cambios en la sociedad cubana y en las mujeres han estado íntimamente entrelazados desde ini-cios de los sesenta hasta lograr un entramado social que asegura la sobrevivencia y sostenibilidad de la revolución. Mi “imagina-ción sociológica” quería desentrañar qué significaba esa idea que Fidel Castro lanzó en 1966 cuando dijo: “… si a nosotros nos preguntan qué es lo más revolucionario que está haciendo la revolución, responderíamos que lo más revolucionario que está haciendo la revolución es precisamente esto; es decir, la revo-lución que está teniendo lugar en las mujeres de nuestro país” (Castro 1966, en FMC: 2006: 112). Por tanto me propuse indagar los aciertos y desaciertos de las estrategias cubanas para alcan-zar la igualdad de género como parte de las estrategias para

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lograr una sociedad independiente, justa, sin discriminaciones y que aspira a asegurar el bienestar de todos y todas. Mis reflexio-nes tienen la legitimidad de que he investigado estos cambios en la sociedad, en las cubanas y en las relaciones de género a la vez que los experimentaba en mi cotidianidad.

Cuba demostró que las mujeres solo serán capaces de luchar por su plena equidad social y alcanzarla si toda la sociedad se transforma simultáneamente con ellas. Si los cambios poscapita-litas en la sociedad se hubieran detenido y las mujeres hubieran intentado desmontar la cultura patriarcal, a la larga hubiera so-brevenido un retroceso en este empeño. Y si los programas para revolucionar la sociedad hubieran desconocido la necesidad de cambiar a la vez las discriminaciones que sufren las mujeres y, en general, las relaciones de género, o la hubiera postergado por considerar que no era una prioridad, entonces no sería una revolución verdadera.

La experiencia cubana demostró igualmente que las transfor-maciones en la sociedad y en las mujeres no son un proceso li-neal porque están sometidas a presiones externas (el bloqueo es la más fuerte), a las urgencias (debido a las exigencias de toda la población de suplir sus necesidades) y por la necesidad de recti-ficar en todo momento los errores propios de este enorme expe-rimento socialista en un país latinoamericano y subdesarrollado. Esta “no linealidad” se tradujo en lo que ocurría —a grandes rasgos— con los cambios en las condiciones de ser cubanas en las diferentes etapas de la transición socialista cubana.

Así a mediados de los sesenta se discutieron diferentes mode-los económicos vigentes en otros países para su posible aplicación en Cuba. El debate se concentró en el sistema presupuestario (propuesto por el Che), en la gestión económica nacional (toma-da del josraschet soviético) y en la autogestión (vigente en Yu-

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goslavia y en otros países). Entre 1968 y 1969 se estudiaron vías para eliminar las relaciones mercantiles dentro del país. Durante esta década la FMC y diferentes ministerios organizaron varios ex-perimentos para incorporar a las mujeres al empleo asalariado en la agricultura, en la industria y en los servicios. Algunos fueron exitosos y otros sirvieron para aprender de sus insuficiencias. A la vez se inauguraron los primeros círculos infantiles en todo el país, las mujeres accedieron a la educación, a los servicios de salud, al deporte, a las actividades culturales. Se instituyó la planificación familiar, que sentó las bases para que, en un futuro, las mujeres pudieran separar el goce de la sexualidad de los embarazos no deseados.

Desde los inicios de los setenta y hasta finales de 1984 se instituyó en el país el sistema de dirección y planificación de la economía, prácticamente calcado del sistema de dirección soviético. Fue desde 1970 que las mujeres se incorporaron de manera sostenida y en números crecientes al empleo. La Ley de Maternidad se promulgó dentro del Código de Trabajo. Se discutió en todo el país y se aprobó el Código de Familia. La Constitución declaró la igualdad plena y sin discriminaciones de todos los ciudadanos y ratificó el principio de salario igual a trabajo igual. Se evidenció con todo su peso negativo que las trabajadoras cargaban con las tareas domésticas en la llamada segunda jornada. Incluso dos de los artículos del recién aprobado Código de Familia que se leía en el acto notarial para legalizar los matrimonios exigía que los cónyuges debían apoyarse entre sí en todas las tareas de la cotidianidad. La participación femeni-na en la fuerza laboral siguió aumentando en todos los sectores económicos, a pesar de no contar con las condiciones necesa-rias para suplir sus necesidades durante la jornada laboral. A partir de 1978 las mujeres representaron más de la mitad de

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los profesionales y técnicos cubanos, proporción que continuó incrementándose gracias a, entre otros factores, la feminización de la educación, sobre todo la universitaria y la de técnicos medios profesionales. De 1985 a 1990 se produjo la rectificación de erro-res y de tendencias negativas en la economía para comenzar a enmendar las introducciones acríticas de los modelos soviéticos. Y aunque fue un período sumamente breve que se vio tronchado por el derrumbe de la URSS y de los países socialistas de Europa del Este, se hicieron más acciones por las mujeres trabajadoras que en los años anteriores. Ello se evidenció en la construcción acelerada de círculos infantiles, instituciones estatales para los infantes hasta los cinco años, y de viviendas. El III Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) celebrado en 1986 proclamó la necesidad de promover a cargos de dirección a mujeres, negros y jóvenes, acción que no fructificó plenamente en esos años. La participación femenina en la fuerza de trabajo nacional alcanzó sus niveles más altos. Además, ellas representaron las dos ter-ceras partes de la fuerza laboral técnica y los niveles educacio-nales de las asalariadas cubanas fueron más altos que los de los trabajadores.

El 8 de marzo de 1990 Fidel Castro anunció en la clausura del Congreso de la FMC que se aproximaban tiempos duros y prolon-gados debido a la desaparición del campo socialista y a futuros reforzamientos del bloqueo norteamericano a Cuba. Comenzaba la crisis de los noventa conocida como Período Especial. Se em-prendieron medidas urgentísimas para sobrevivir, continuar el desarrollo y no perder las conquistas socialistas. Se insistió en que no se desmontaría la transición socialista. Cuba, por pri-mera vez, no tuvo un solo socio comercial y económico externo sino que abrió sus puertas a capitales de diferentes países. El turismo se desarrolló con vistas a que sus ganancias se invir-

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tieran rápidamente en el presupuesto nacional, para promover otros sectores que también nos sacarían de la crisis y mantener los “espacios de igualdad”. Las desigualdades sociales se agravaron quizás como nunca antes porque las personas más privilegiadas eran las que tenían acceso a las divisas libremente convertibles. En estos años las mujeres se mantuvieron empleadas porque entre ellas una tercera parte encabezaba sus hogares y eran las principales contribuyentes al presupuesto familiar. Además, si vivían con sus parejas necesitaban más de un salario. Como eran el 66% de los profesionales, no abandonaron sus empleos porque estaban presentes como fuerza calificada en aquellos sectores que debían acelerar la salida de la crisis. Eran en su mayoría trabajadoras de una segunda generación de asalaria-das, acostumbradas a ocuparse fuera de sus hogares. Pero la segunda jornada en estos años se tornó más violenta y las mu-jeres inventaron las más inimaginables estrategias para que sus familias sobrevivieran y, de esta manera, ayudaron a que el país también lo hiciera.

Como en toda crisis, en la cubana de los noventa aflo-raron los problemas sociales no resueltos y ocultos hasta el momento. Así ocurrió con las desigualdades sociales ya men-cionadas, pero también con las discriminaciones raciales y de género, sobre todo hacia las personas de diversas práti-cas sexuales no heterosexuales. La emigración hacia otros países se incrementó sobre todo entre personas jóvenes que consideraban imposible realizar sus proyectos de vida en las condi-ciones cubanas y decidieron marcharse para hacerlo en el exterior.

El 8 de marzo de 2005 Fidel Castro aprovechó otro Congreso de la FMC para anunciar que ya se podía afirmar que salíamos de la crisis. Con ello confirmó la importancia de las mujeres para mantener la trama social de la revolución.

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En la actualidad se están introduciendo cambios radicales en el modelo económico cubano para continuar superando la crisis sin provocar traumas sociales y sin desmontar el socialismo. Entre los lineamientos nuevos está lograr que la economía nacional sea efi-ciente y que eleve su productividad para poder elevar los salarios, una de las vías más importantes para eliminar las desigualdades agravadas por la crisis. Esto implica la reducción de las planti-llas en los empleos estatales y la ampliación de los empleos por cuenta propia. También se hace hincapié en combatir la corrup-ción y las concepciones igualitaristas. Esta es una etapa nueva de la transición socialista cubana. Todos los científicos sociales cubanos estamos estudiando estas nuevas condiciones e inten-tando pronosticar el futuro. En el caso del empleo femenino y de las transformaciones en las relaciones de género que provoca en todos los ámbitos sociales —mi objeto de estudio— estimo que la dirección estatal y partidista de este proceso debe asegurar que no se utilicen medidas discriminatorias de ningún tipo cuando se proceda a aplicar los lineamientos económicos y sociales. Habría que evitar varios riesgos a la hora de reducir las plantillas: las plazas de profesionales y técnicos deberían tener pocas afec-taciones y en ellas la mayoría de las personas empleadas son mujeres, pero en el caso de las categorías de “administrativos” y de “servicios”, la mayoría está cubiertas por mujeres y es-tas sí serán objeto de reducción por considerar que hay muchas plazas innecesarias. En el caso de los dirigentes, considero que serán también objeto de reducción porque son uno de los ejes de la burocracia; aquí las mujeres constituyen la minoría. Pero no puede persistir la “cultura patriarcal de dirección”, que es la que pesa en las mentes de mujeres y de hombres cuando diri-gen. En cuanto a las personas que han quedado desempleadas y podrían acudir al “cuentapropismo”, por mis observaciones y por

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conversaciones con expertos sobre el tema —hasta el momen-to no hay cifras oficiales disponibles— hay mujeres que se han inscrito como las figuras principales de las distintas actividades privadas admitidas hasta el momento. Aun así persiste el peligro de que se las utilice en ocupaciones tradicionalmente femeninas o que las personas “dueñas” de los negocios prefieran emplear a hombres y pagar menos a las mujeres. Estimo que los derechos laborales de las mujeres se mantendrán. Hombres y mujeres ten-drán que adaptarse a las nuevas demandas de los empleos que asuman y tendrán que practicar el pluriempleo para asegurar los ingresos necesarios para sus hogares. El peso de la segun-da jornada seguirá pesando entre las trabajadoras mayores de cincuenta años porque se agregará el cuidado de sus familiares ancianos. En cuanto a las menores de esta edad considero que reaccionarán muy diversamente según sus edades, el número de sus hijos y que promoverán de manera sumamente diversa la participación de todos los miembros de sus familias en las tareas del hogar, incluso si ello implica separaciones conyugales.

Otra enseñanza que emana de todas estas experiencias para cambiar la sociedad cubana, a las mujeres y las relaciones de género es que todo programa de transformación social, socialista en nuestro caso, tiene que asumir los signos de las identidades nacionales. No se puede admitir que algunos Estados impongan recetas a otros como las más recientes de “transición hacia la democracia”. En el caso cubano, Estados Unidos ha pretendido imponer varios programas de este tipo desde 2004, con la in-tención de borrar el socialismo y aplicar recetas neoliberales. Todos ellos omiten el papel jugado por la mujer y las relaciones de género en la sociedad cubana hasta el momento y lo ignoran en sus proyecciones para una futura “Cuba democrática”. Como todas las recetas foráneas desconocen las realidades cubanas,

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proyectan sus intereses y, además, intentan ejecutar los cambios de manera casi inmediata, sin prever las desgracias locales que provocarían.

De aquí se infiere una recomendación para los científicos so-ciales que estudiamos los procesos de transformaciones en la sociedad cubana, en las mujeres y en las relaciones de género: es preciso reconocer las diversidades que afloraron a lo largo de todos estos cambios. El caso cubano incluye diversidades en tér-minos de raza, género, clases sociales, generaciones, zonas geo-gráficas de procedencia, ocupaciones y niveles educacionales, entre otros muchos. Si aceptamos que estudiamos un proceso a lo largo del cual se intenta eliminar las desigualdades, entonces aceptamos que no podemos obviar las diversidades. Ejemplifica-ré con el caso de los intentos de promover a cargos de dirección a mujeres, jóvenes y negros. Como dije antes, en 1986 no se logró este propósito porque, a mi parecer, ni la sociedad ni estas personas estaban preparadas para realizar estas justas promo-ciones. Veinticinco años después, la dirección del país retomó esta línea de trabajo en situación bien distinta a la anterior: ya hay mujeres, negros y jóvenes dirigiendo actividades laborales en todos los niveles y a lo largo del país. En el Parlamento, por primera vez el 43% de sus miembros son mujeres, en el Comité Central del PCC el 42% son mujeres y el 31% son negros y mesti-zos. Pero esto no significa que las discriminaciones de todo tipo, sobre todo las que están marcadas por el género, el color de la piel y las desigualdades sociales, se hayan eliminado. Sobre todo la cultura patriarcal está vigente y metida hasta los tuétanos en las actitudes de los cubanos y las cubanas. Por eso se afirma que lo más difícil de cambiar en toda revolución son los problemas de la conciencia.

Las académicas y los académicos de Cuba tenemos el deber de pensar crítica y constantemente las transformaciones pos-

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Yo sola me represento / Marta Núñez Sarmiento

capitalistas del último medio siglo sin olvidar la historia pre-via, con el fin de develar los errores que se han cometido a lo largo de estos años y contribuir a los análisis de las puestas en práctica de los nuevos lineamientos o estrategias de desarrollo para seguir saliendo de la crisis de los noventa, sobrevivir en las actuales crisis del mundo y mantener el socialismo. Es vital, por tanto, actuar como los intelectuales orgánicos que propuso Antonio Gramsci o como los intelectuales comprometidos con la revolución de quienes habló Haydée Santamaría.

En el caso de las investigaciones más recientes de género, Ruth Casa Editorial y el Instituto Cubano de Investigación Cultu-ral Juan Marinello publicaron recientemente Convergencias en Género, que compila estudios muy serios de sociólogas jóvenes sobre temas tan diversos como la racialidad, la diversidad sexual, las mujeres en los cargos de dirección, las amas de casa, la lite-ratura y la salud. Hay muchos otros ejemplos, pero este me llegó de cerca porque también soy socióloga y pude apreciar aproxi-maciones bien distintas a las mías, que han estado marcadas por sus vivencias cotidianas y académicas por ser las autoras treinta años más jóvenes que yo.

III

Compilé estos estudios de caso porque están entre mis más recientes investigaciones, las que realicé desde 1988—casi trein-ta años después de iniciarse para las cubanas lo que Fidel calificó de “revolución en la Revolución”—hasta el 2010. Fue un perío-do que se inició en los años previos a la crisis de los noventa en Cuba, que transcurrió a lo largo del llamado Período Espe-cial y que continuó con los experimentos que aún subsisten para

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Yo sola me represento / Marta Núñez Sarmiento

reajustar la economía y la sociedad cubanas. En ellos las lectoras y los lectores notarán cómo mi pensamiento sobre las relaciones cubanas de género evolucionó a la vez que vivía en carne propia estos cambios en la sociedad.

En los tres primeros trabajos analicé cómo se habían transfor-mado las actitudes de las mujeres, tanto obreras como profesio-nales, empleadas en actividades no tradicionalmente femeninas. Son mujeres que irrumpieron en relaciones laborales que solían ser preferentemente masculinas: obreras de una fábrica de la-drillos, agrícolas y profesionales. Ellas, por lo tanto, enfrentaron enormes obstáculos y resistencias, que les llevaron a inventar vías para permanecer empleadas, a la vez que acarreaban si-multáneamente el peso de la doble jornada. En este proceso transformaron sus representaciones ideológicas sobre el género y sobre todos los ámbitos de la sociedad, quizás más que las mujeres que se mantuvieron en empleos tradicionalmente feme-ninos. El título del libro lo extraje de lo que me confesó una de las profesionales que entrevisté en 2000, pero lo hubiera dicho igualmente cualquiera de las obreras con quienes conviví y de quienes aprendí antes.

El cuarto trabajo sobrepasa el estudio de las mujeres tra-bajadoras y analiza cómo el empleo femenino ha influido en la ideología y en las relaciones genéricas de un grupo de mujeres y hombres profesionales, todo ello enmarcado en las estructuras y en las políticas sociales cubanas que, como ya he expresado, califiqué como un modelo “desde arriba” y “desde abajo”.

El quinto texto resume las reflexiones epistemológicas vincula-das a los enfoques de género de un grupo de científicos y científi-cas sociales cubanas desde mediados de los setenta hasta inicios del siglo xxi en sus estudios sobre mujeres (que son los más nu-merosos), sobre hombres y sobre homosexuales. Recapitula lo

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que podría calificarse como las formas cubanas de emplear la perspectiva de género.

La sexta investigación recogida en este libro sistematiza las estrategias cubanas de desarrollo antes y después de la crisis de los noventa y las vincula con el desarrollo del empleo femenino y su influencia en lasrelaciones de género.

La compilación culmina con las características genéricas de la emigración cubana más reciente, con el fin de entender cómo se manifiesta en Cuba el fenómeno global de la feminización de las migraciones externas.

Los conocimientos que contienen todas las investigaciones están condicionados por los años en que fueron escritos: inme-diatamente antes del Período Especial, durante los años de la crisis y en la etapa de la recuperación que llega hasta nuestros días. Los resultados hay que entenderlos también por las pecu-liaridades de la situación del empleo femenino cubano en cada uno de estos momentos. Son estudios de caso que nunca aspiraron a generalizar sus hallazgos sino solo a crear hipótesis que deberían ser confirmadas en investigaciones posteriores. Como los traba-jos se presentan cronológicamente, las lectoras y los lectores verán que pude comprobar algunas de ellas pero otras quedan por corroborarse, sobre todo las de los últimos trabajos.

A lo largo de mis estudios utilicé la metodología y los mé-todos cualitativos —observación participante, entrevistas a profundidad, observación, análisis de documentos y análisis de contenido. Siempre vinculé mis hallazgos con las tendencias so-ciodemográficas y económicas globales en Cuba que nos pro-porciona la estadística, para comprobar cuánto se alejaban o se acercaban de las características sociológicas genéricas que afloraban en mis indagaciones.

Excepto “Las mujeres de la carreta”—que es el más extenso, porque siempre quise publicarlo solo— todos los trabajos han

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sido editados en español e inglés. Para esta compilación modifi-qué las versiones castellanas con el fin de actualizarlas y evitar repeticiones.

Por supuesto que la vitalidad transformadora permanente del proyecto cubano nos obliga a los y las científicas sociales cuba-nas a inquirir cómo continuarán evolucionando las relaciones de género durante los cambios radicales que auguran los lineamien-tos del VI Congreso y de la Conferencia del PCC.

He intentado insertarme en la política de Ruth Casa Editorial de socializar el pensamiento crítico de los científicos sociales cubanos sobre las realidades que han investigado y en las que han vivido. Espero haberlo logrado.

Marta Núñez SarmientoLa Habana, 12 de octubre de 2011

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MUJERES EN EMPLEOS NO TRADICIONALES*

LA DISCRIMINACIÓN Y LA AUTODISCRIMINACIÓN

¿Cuánto ha avanzado la igualdad de la mujer en la vida cotidiana de una fábrica donde hasta hace pocos años ellas no trabajaban como obreras? ¿Cómo discriminan a estas mujeres en su centro de trabajo, en su hogar, y cómo se autodiscriminan?1

Este trabajo resume una investigación realizada entre finales de 1988 y de 1990. También intenta responder a estas preguntas para conocer los logros reales en el desarrollo de la mujer, espe-cíficamente, con el fin de que hombres y mujeres ejerzan con plena igualdad sus derechos y deberes en esta fábrica, y, sobre todo, para detectar los obstáculos que entorpecen la práctica de estos derechos y contribuir a solucionar las causas que los crean.

Se inscribe en la investigación-acción, porque ayudó a tomar decisiones encaminadas a que las mujeres permanecieran en el centro y se promovieran en él. También porque propuso acciones para eliminar las manifestaciones de discriminación que signifi-can las desigualdades de hombres y mujeres en el empleo.

No pretendo generalizar ideas acerca de la mujer en ocupa-ciones no tradicionales, porque solo es mi primera aproximación empírica a este tema. Mi propósito es estudiar cómo las mujeres y los hombres de una fábrica viven su proceso de trabajo cotidia-no, qué piensan sobre él y la mujer, y vincular estas vivencias y

* Publicado en 1991 por la Editorial Ciencias Sociales.

1 Mientras estudiaba la Licenciatura en Sociología, Maité Montalvo fue coautora de la primera de las dos investigaciones en que se basa este trabajo.

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representaciones con las transformaciones que ocurren en toda la sociedad cubana. He tratado de analizar cuánto han cambia-do sus actitudes en un sentido socialista, y qué contradicciones permanecen en ellas y en ellos.

Estos trabajadores han incorporado ideas y conductas que demuestran respetar la especificidad de ser mujer y ser hom-bre, y que los enriquece mutuamente. Pero también en ellos hay ideas y acciones que niegan este derecho o lo ignoran.

Estas reflexiones integran un estudio más amplio sobre el “pro-ceso derectificación” en esta fábrica. Iniciada a fines de 1984 y emprendida de manera más enfática en 1986, este proceso ana-liza y enmienda los errores cometidos al construir el socialismo en Cuba. Significa meditar acerca de nuestros propios proble-mas, no solo aquellos enraizados en el capitalismo, sino también los surgidos durante la experiencia cubana de la transición socia-lista, para actuar sobre ellos y solucionarlos.

En este estudio de caso me propuse conocer cómo se mani-festaban las tendencias negativas que la rectificación persigue superar: qué opinaban los trabajadores de estos obstáculos, y qué proponían para remediarlos. Esta investigación, que tie-ne antecedentes en otras realizadas acerca de la mujer y la rectificación desde 1986, contribuyó a tomar decisiones con el fin de perfeccionar el proceso productivo y a realizar acciones para rectificar la discriminación de la mujer, así como mejorar la comunicación entre obreros, la dirección de la fábrica y de la empresa.

Las investigaciones referidas a la mujer se hicieron en cen-tros de la industria textil, donde las ocupaciones femeninas son tradicionales: una en la textilera de Ariguanabo entre 1986 y 1989 y otra en la Celia Sánchez Manduley entre 1986 y 1987. Ambas fueron patrocinadas y organizadas por la FMC. El equipo

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que realizó la primera estuvo encabezado por Helen Safa, y la segunda la emprendió un equipo de investigadores cubanos.

El equipo de investigaciones sobre el desarrollo, de la Univer-sidad de La Habana, realizó los estudios acerca de la rectifica-ción: “Cómo perciben los estudiantes el pensamiento económico de Ernesto Che Guevara” (1987), “Las microbrigadas I y II” (1988), “Santiago de Cuba”(1988) y “El contingente de la construcción Blas Roca” (1989).

El presente estudio de caso también tuvo el objetivo metodo-lógico de utilizar principalmente procedimientos cualitativos de las investigaciones sociológicas —la observación participante y la entrevista— y reflexionar sobre su aplicación. Las ideas acerca de los resultados metódicos de este experimento, así como los hallazgos referentes a la rectificación en el proceso concreto de la producción y de la dirección, no integran este trabajo.

LAS MUJERES EN EL TEJAR

El tejar Ángel Guerra se fundó hace sesenta y cinco años en el municipio capitalino Marianao, y hasta hace poco fue el mayor productor de ladrillos de Cuba (alrededor de doce millones de unidades anuales). A mediados de los noventa en esta fábrica trabajaban ciento sesenta personas, y de ellas, el 89% estaba vinculado directamente a la producción. La edad promedio de estos trabajadores era de treinta y cinco años y su escolaridad de séptimo grado.

Las mujeres constituían la tercera parte de los obreros de la fábrica. Esta proporción resulta alta al compararla con el 19% que representaban las mujeres entre los obreros de la nación en 1988, y con el 29% de las mujeres entre los trabajadores de la indus-tria (Comité Estatal de Estadísticas [CEE], 1989: 200-202). No se encontró el dato para la industria de materiales de la construc-

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ción, a la cual pertenece el tejar, pero debe ser inferior a estos índices.

Esto se debe a que hace aproximadamente diez años, el PCC y la FMC establecieron en la fábrica una brigada de obreras para promover su inclusión en ocupaciones no tradicionalmente fe-meninas. Desde entonces, y aunque quedan pocas de las tra-bajadoras originales, la proporción de mujeres en la fuerza de trabajo se mantiene alta.

AVANCES EN EL DESARROLLO DE LA MUJER

1. Todos los trabajadores reconocen que la fábrica no pue-de producir sin las obreras. El hecho de que la proporción de mujeres entre los obreros resulte alta en una fábrica de un sector con ocupaciones no tradicionalmente femeninas, es un avance en la concepción de promoción definida por las Estrategias de Nairobi. Según esta concepción, la mujer debe estar presente en todos los sectores de la economía y en todas las categorías ocupacionales.

2. Las entrevistadas han experimentado una movilidad so-cial ascendente con relación a sus madres en lo laboral y educacional. Su escolaridad promedio es de secundaria sin concluir o terminada, mientras que sus madres aprobaron cuarto grado. Todas ellas son obreras en un sector econó-mico no tradicional para mujeres. Entre sus madres, un 40% trabajaba o trabaja, pero en sectores en los cuales el em-pleo femenino resulta usual. Las madres del resto del 60% de las obreras eran o son amas de casa.

3. En la esfera de la conciencia, las entrevistadas cono-cen cuáles son los problemas de su centro de trabajo, sus causas y cómo solucionarlos. Se trata de cuestiones tecno-

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lógicas, de escollos en la cadena productiva, de la calidad de los ladrillos, de los costos, de las normas y los salarios, de las relaciones entre subordinados y jefes, de la disciplina laboral, de las condiciones de trabajo, de la identificación con el tejar y de la solidaridad entre los trabajadores.

No hay diferencias entre sus observaciones respecto a las di-ficultades de la producción y sus soluciones y las que perciben los hombres. Además, estas apreciaciones coinciden en muchas cuestiones con las conclusiones a las que han llegado los diri-gentes de la fábrica, de la empresa y del PCC. Esto significa que las mujeres forman un grupo activo de trabajadores que tiene inculcado un sentido de participación.

Así, para mencionar un ejemplo de avances en la conciencia de mujeres y hombres, al evaluar a sus jefes, las y los tejareros demostraron tomar actitudes formadas por la revolución con un sentido socialista. Critican la burocracia cuando se oponen al exceso de jefes en su centro, proponen reducir su número y obli-gar a quienes encabezan brigadas o determinados aspectos de la producción a participar también en ella. Consideran que el jefe debe, en primer lugar, ser exigente y justo. En segundo lugar, plantean que debe tener experiencia en el trabajo que dirige, ser humano, tratar bien a los obreros y preocuparse por ellos. En tercer lugar, debe escuchar a los trabajadores en lo concernien-te a la producción, los cuales demandan participar en la toma de decisiones. Reclaman que quienes los dirijan sientan apego por su centro. Rechazan la fluctuación de los administradores y exi-gen dirigentes comprometidos con el centro, que sean ejemplos para los demás. Critican el distanciamiento de la unidad admi-nistrativa y de la empresa con los problemas cotidianos del tejar.

Estas concepciones de cómo debe ser un dirigente resultan muy distintas de las que generan las relaciones entre jefes y su-

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bordinados en otras sociedades. En el tejar no hay sentimientos de dependencia ni de sometimiento hacia los jefes. Tampoco tienen miedo a perder su empleo al enfrentar a sus superiores por injusticias. Demandan que dirijan de manera racional, justa, y que se impongan por el respeto.

4. El 75% de las entrevistadas dice estar dispuesta a ocu-par cargos para dirigir la producción del tejar. Quizás este deseo no rebase las intenciones, pero constituye un hecho que, cuando se estaba investigando, dos mujeres dirigían las brigadas de obreras. En contraste, solo el 26% de los hombres afirmó estar preparado para dirigir.

5. Cuando las mujeres están casadas o unidas, toman las decisiones en sus hogares de acuerdo con sus parejas. Este resultado es similar al de las investigaciones en las dos tex-tileras antes mencionadas.

6. A pesar de padecer la doble jornada, la cual obstacu-liza que las tejareras ejerzan a plenitud su derecho a la igualdad, en ellas persiste el interés por permanecer como trabajadoras. Esto hace pensar que tienen un sentimiento de independencia respecto a su pareja, y autoestima. Ra-zonan que, mientras trabajen, aseguran su independencia económica, bien como principal sustento de sus familiares, o como aportadoras al presupuesto familia.

7. Por esto, las obreras fijas o “en plantilla” permanecen en el tejar, e incluso las contratadas que se marchan del centro buscan otros empleos. También se manifiesta en su ideología como trabajadoras cuando alegan que no rehusa-rán responsabilidades de dirección en la fábrica.

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8. Aunque la mayor parte de las tareas domésticas recae sobre las obreras, existe una tendencia a compartir las ta-reas del hogar con su pareja entre las entrevistadas más jóvenes, con un nivel de instrucción mayor; ya sea que vi-van independientemente con su compañero (también tra-bajador) como familia nuclear, bien en la situación ideal de habitar una vivienda propia, o bien si han logrado deli-mitar sus vidas —quehaceres domésticos, atención a los hi-jos, administración del presupuesto— dentro de las familias extendidas en que estas están insertadas. Esto surgió como hipótesis en la investigación de las textileras de Ariguanabo.

Estas constituyen actitudes nuevas formadas por la revolu-ción. Estas ideas y conductas, a veces conscientes y a veces in-conscientes, hablan de los avances logrados en la realización plena de la mujer y en la eliminación de toda discriminación en las esferas pública y privada de la sociedad. Estas actitudes se han gestado en un proceso muy contradictorio en el cual han interactuado decisiones “desde arriba” con los cambios en el quehacer cotidiano de los hombres hacia las mujeres y en las propias mujeres.

En el proyecto cubano, los cambios para asegurar que las mu-jeres ejerzan en igualdad de condiciones sus derechos y deberes, nunca han esperado como prerrequisito crear una base material que garantice socializar la reproducción de la fuerza de trabajo. Si se hubiese esperado a ello, entonces se habría actuado con una concepción que forjaría un futuro en el cual tocaría a las mujeres apretar los botones de los equipos electrodomésticos. Pero como se trata de las condiciones cubanas, en las cuales el socialismo se construye desde el subdesarrollo y donde las condi-ciones materiales para reproducir la vida son aún insuficientes, y en las cuales se sabe que la carga de las tareas domésticas recae

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por completo sobre las mujeres asalariadas o las amas de casa, suscribir esta concepción economicista condenaría a las mujeres a una larguísima etapa en la cual ellas solas confrontarían las durísimas tareas de la reproducción.

Por eso, la concepción cubana crea, con dificultades, la in-fraestructura material para reproducir la fuerza de trabajo en forma socializada y, a la vez, insiste en que estas tareas deben compartirlas todos los miembros de la familia —incluidos los hi-jos— desde ahora.

Podría enumerarse cómo en lo político, legal, ideológico y económico existen referencias en programas y acciones encami-nadas a cumplir esta concepción. Poco podría ejemplificarse con hechos recientes ocurridos en el Período Especial y que tienen relación con este estudio de caso. Al pedir a los encuestados que enumeraran los impedimentos de las obreras para trabajar normalmente, ellos y ellas se quejaron de que los sábados labo-rables las madres con niños en edad escolar de primaria tenían que llevarlos al tejar, porque esos días las escuelas estaban ce-rradas. Cuando a fines de agosto de 1990 se decidió reducir en todo el país la semana laboral a cinco días, manteniendo los salarios como si continuaran trabajando cuarenta y cuatro horas semanales, esta queja desapareció de la fábrica. Asimismo, esta reducción posibilitó que hombres y mujeres tuvieran más tiempo para recuperar sus fuerzas, sin haber resuelto la doble jornada de la mujer en sus hogares.

¿Por qué traer a colación esta reflexión? Porque al analizar los decretos y las resoluciones que reordenaron la vida laboral, desde el inicio del Período Especial a finales de agosto de 1990 hasta abril de 1991, no se hallan sesgos discriminatorios hacia la mujer. En condiciones tan difíciles, en que hubiera sido más fácil conminar a las asalariadas a regresar a sus hogares, racio-

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nalizando de manera sensible la fuerza de trabajo del país, todos los trabajadores han recibido el mismo trato. Incluso en el regla-mento para el tratamiento laboral y salarial a los trabajadores sobrantes, hay aclaraciones explícitas para atender a las traba-jadoras gestantes según lo dispuesto en la Ley de Maternidad (Comité Estatal de Trabajo y Seguridad Social [CETSS], 1991).

Al analizar los logros y los obstáculos para ejercer cotidiana-mente la igualdad de la mujer entre las obreras del tejar, apa-recieron los mismos atrasos presentes en otros centros fabriles ya investigados. Pero entre los avances surgieron algunos descu-biertos en esos lugares.

La disposición a dirigir en la fábrica podría no rebasar mani-festaciones verbales de las entrevistadas, o podría ser un espe-jismo para la investigadora, en el sentido de querer encontrar algo inexistente. Pero esta disposición también puede resultar un deseo no satisfecho (una aspiración) en mujeres que, prime-ro, no son necesariamente asalariadas de primera generación en sus familias, porque sus padres y el 40% de sus madres estaban empleados de alguna manera. Esto podría explicarlo el hecho de que nacieron en la capital. Es decir, en sus hogares tienen referentes empíricos de asalariados, como no fue el caso de muchas de las textileras de la Celia Sánchez Manduley investi-gadas años atrás.

También podría estar motivado por el hecho de que están necesitadas de elevar sus ingresos, porque, además de que una tercera parte de ellas son jefas de hogar, hay muchas que se de-clararon unidas, pero tienen tipos de relaciones ocasionales, en las cuales su pareja itinerante no es precisamente el padre de sus hijos (Catasús, 1991). O, quizás, puede constituir un deseo de ascender en la escala de satisfacción personal en el trabajo, por vía de participar directamente en la toma de decisiones.

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Hay que estudiar con más profundidad la forma en que estas trabajadoras deciden aspectos de su vida personal; desde buscar una nueva pareja, permanecer como asalariada, hasta determi-nar qué hacer con sus ingresos.

Estos posibles indicios de avances en la igualdad de la mu-jer conviven con actuaciones pasivas de ellas en las asambleas, en las cuales todos los trabajadores discuten los problemas del centro, en sus aspiraciones a ocupar puestos tradicionales en las oficinas, en el comedor o fuera del tejar, en la gastronomía, y con el peso de la doble jornada.

LAS OBRERAS EN EL TEJAR SON DISCRIMINADAS

Aunque en la fábrica practican el principio de “a igual trabajo, igual salario”, de acuerdo con la nómina de abril de 1991, las obreras recibieron un salario promedio de ochenta y nueve pesos con setenta y nueve centavos, mientras que los obreros gana-ron como promedio ciento sesenta y cuatro pesos con noventa y dos centavos. La diferencia fue de setenta y cinco pesos con trece centavos. No se trata de que paguen más a los hombres cuando ocupan el mismo puesto de trabajo que las mujeres, por-que esto está penado por la Constitución. Sucede que los puestos ocupados por ellas tienen asignados salarios inferiores a los ocu-pados tradicionalmente por los hombres.

Cuando en octubre se le preguntó al administrador por qué no había mujeres en otros puestos mejor retribuidos, respondió: “esos son los puestos aprobados por la empresa para ellas, y los otros no son aptos, porque las afectan”. En agosto, la empresa alegó que, “atendiendo a la intensidad y gastos energéticos en el puesto de trabajo, los cargos que consideramos pueden ser desempeñados por las mujeres son: colocadoras de ladrillos en

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tableros, entongadoras2 de campo y ayudantes de producción”. “El resto de los cargos no pueden ser ocupados por mujeres dado el esfuerzo físico que tienen que realizar, además de la exposi-ción a altas temperaturas” (CETSS, 1976).

Esta resolución se abolió hace años. En el Informe Cen-tral al IV Congreso de la FMC, celebrado en 1985, Vilma Espín explicó: “La realidad demostró que aquellas antiguas resolucio-nes (47, 48 y 40), con la buena intención de reservar con ex-clusividad para las mujeres algunas plazas, generalizaba para toda persona del sexo femenino la prohibición de ocupar algunos puestos de trabajo considerados rudos, insalubres y peligrosos, sin mediar investigaciones científicas que fundamentaran los cri-terios expresados en ellas”. Además, “resultan irreales los moti-vos aducidos para tal prohibición, pues hay mujeres que tienen la fortaleza física por encima del promedio de sus congéneres, y también hombres con capacidades físicas menores a la generali-dad de su sexo”.

El puesto de colocadoras de ladrillos, uno de los que la empre-sa asigna a las mujeres, requiere esfuerzos físicos muy intensos. Según lo normado para ocho horas, deben cargar entre 45 920 libras y 62 400 libras.3

En el tejar, la realidad se impuso. Resulta un trabajo ago-tador, pero las mujeres continúan haciéndolo. Son puestos de mucha fluctuación entre las mujeres, porque el salario es muy bajo y porque, con el tiempo, quienes lo realizan —incluso los hombres— sufren deformaciones óseas. Los puestos no aptos para mujeres serían el de hornero, expuesto a muy altas tem-

2 Mujeres en la fábrica que apilan en grupos los ladrillos secos (N. de la E.).3 Estos cálculos se basan en las normas publicadas en el mural del centro de

trabajo en abril de 1990. Para estimar el peso se consultó a los trabajadores, quienes informaron que al salir de la máquina el ladrillo pesa once libras, y ocho cuando está listo para el horno.

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peraturas, y que implica colocar alrededor de siete mil ladrillos diarios, y el de operador de montacargas. Cuando los “cam-pos” por donde cruzan los montercagas están sucios, los saltos que provocan en estos equipos también afectan de seguro a los hombres. Otros puestos en los que nadie ha pensado para las mujeres son las de operaria de la máquina productora de la-drillos, mecánicas, electricistas y soldadoras. Todos ellos tienen asignados salarios más altos que los puestos admitidos para las mujeres; y las mujeres pueden trabajar en ellos.

Otra razón de por qué las mujeres, en su conjunto, ganan me-nos que los hombres es que faltan más a la fábrica. En los cálculos de ausencias del mes tomado como muestra, las obreras repre-sentaron casi el 80% de quienes faltaron injustificadamente, y el 90% de los justificados. Las causas de estas ausencias, según los entrevistados de ambos sexos, son enfermedades persona-les y de sus hijos, se cansan mucho, atienden su casa y hacen colas para comprar los alimentos, están insatisfechas con su trabajo y confrontan dificultades con el transporte. Las obre-ras, y no los obreros, apuntaron otra razón: hay irresponsables entre ellas.

La insatisfacción y el cansancio pueden aliviarse con una bue-na formación que incluya el reajuste de los salarios, y con una solución definitiva a las malas condiciones de trabajo del tejar. Ambas soluciones son realizables con los recursos humanos y ma-teriales existentes en el centro, en la empresa, en el ministerio y en el municipio. Ya se implantaron varias medidas encaminadas a resolver estos problemas.

Las decisiones acerca de las normas y los salarios están en manos del Comité Estatal de Trabajo y de Seguridad Social, y también deviene uno de los problemas que se ha propuesto re-solver la rectificación del país. Existen variantes para solucionar

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el transporte. La más factible, vender bicicletas, se analizó des-de inicios del Período Especial.

En Cuba hay, como quizás no haya en ningún otro país, una base legal y una voluntad política que apoyan la igualdad de derechos de hombres y mujeres. Pero las dificultades de la do-ble jornada, otra causa de insatisfacción, no pueden resolverse totalmente ni en un plazo mediato ni inmediato, pues en esta sociedad, la doble jornada está condicionada por varios motivos.

La infraestructura social de servicios para aliviar las tareas de reproducir la fuerza de trabajo resulta aún insuficiente. Esto per-siste a pesar de los esfuerzos desplegados entre 1987 y 1988 para construir más de ciento veinte círculos infantiles en La Habana, como una de las primeras acciones de la rectificación4 y a pesar de los seminternados de primaria, las becas para estudiantes secun-darios y preuniversitarios, los comedores obreros, las lavanderías populares y el equipamiento electrodoméstico de los hogares.

Además, prevalecen con mucha fuerza los atrasos en la conciencia de hombres y mujeres, que frenan a los primeros a compartir los trabajos del hogar. Mientras entrevistaba con un equipo de la FMC a las obreras y técnicas de la textilera Arigua-nabo, la investigadora norteamericana Helen Safa se percató que entre ellas predominaba la actitud de demandar más accio-nes al Estado para resolver los problemas del hogar, y presionar menos a sus compañeros, quizás para evitar conflictos con ellos

(Safa y FMC, 1989).Estos factores conviven con los violentos cambios que ha pro-

vocado la revolución en las vidas cotidianas de estas mujeres, como son: propiciar que se incorporen al empleo remunerado, que rompan las fronteras del hogar y no deseen regresar a este

4 Entre 1975 y 1986, período en el cual la mujer se incorporó progresivamente a la fuerza de trabajo, solo se construyeron ciento noventa y seis círculos. Esta cifra representó el 30% de lo construido entre 1961 y 1975. Calculado según el Anuario Estadístico de 1986.

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ámbito que empobrecía su visión del mundo, que participen en el quehacer político de su trabajo y de su comunidad. Estos son avances a los cuales no quieren renunciar. Están presentes en ellas otros dos factores que constituyen regularidades en otros países, y que también influyen en la doble jornada: la materni-dad temprana y el alto número de jefas de hogar.

Las entrevistadas, como otra manifestación de discrimina-ción, expresaron de manera mayoritaria la autolimitación. Su aspiración a mejorar en puestos de trabajo dentro del tejar se limita a trabajos en la cocina y en la oficina. Aducen que allí trabajan en condiciones más limpias, el trabajo resulta menos pesado, y se gana un salario estable, independientemente de los nudos de la cadena productiva.

Aunque las tres cuartas partes de las entrevistadas declaró estar dispuesta a ocupar cargos para dirigir la producción del te-jar, y dos mujeres dirigen brigadas directamente vinculadas con la producción, los cuatro cargos de dirección de la fábrica están en manos de hombres. En los últimos dos años los ocho adminis-tradores también han sido hombres.

Cuando se compara cómo argumentan las mujeres y los hom-bres entrevistados las causas que impiden a las mujeres dirigir en la fábrica, como administrador y jefe de producción, se ad-vierte menos realismo en las percepciones masculinas. Por ejem-plo, prácticamente todos los hombres estiman que las mujeres no pueden dirigir porque poseen niveles educacionales inferiores a los de los hombres. Los datos acerca de la instrucción de los tra-bajadores de los dos sexos contradicen esta apreciación: ambos se concentran en la secundaria terminada o por terminar. En verdad, la proporción de hombres que estudian el preuniversitario o que lo han concluido, resulta superior a las mujeres, pero también su proporción excede a la de las mujeres con menos de sexto grado.

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Cuadro 1Escolaridad de los encuestados por sexo en el taller

Nivel de escolaridad Mujeres (# absoluto) % Hombres

(# absoluto) %

Primaria sin terminar - - 1 2.6

Primaria terminada 2 5.3 3 7.9

Secundaria sin terminar 1 2.6 2 5.3

Secundaria terminada 9 23.6 6 15.6

Preuniversitario o equivalente sin terminar 2 5.3 6 15.8

Preuniversitario o equivalente terminado 2 5.3 4 10.5

Subtotal 16 42.2 22 57.9

Total 38-100%

Fuente: Informaciones de los cuestionarios aplicados en octubre de 1989. Estos datos no existen en los controles del tejar.

Las mujeres demuestran más realismo cuando interpretan

por qué no dirigen en su fábrica, y subrayan factores subjetivos que operan en quienes deciden esto: se prefiere a los hombres para dirigir, y no se valoran las condiciones de las trabajado-ras para ellos. Reconocen que la doble jornada limita a las mujeres para desempeñarse como dirigentes, y en esto coinciden con sus compañeros del tejar.

Cuadro 2Causas que impiden a la mujer ocupar puestos de dirección en el taller

Mujeres (# de orden) % Hombres

(# de orden) %

Se prefiere a los hombres 1 75 3 57

Doble jornada 2 70 2 70

No valoran las condiciones de las mujeres 3 44 5 28

No les gusta dirigir 4 25 4 38

Inferiores niveles educacionales y de calificación 5 10 1 85

Fuente: Investigación sobre una muestra de treinta y ocho trabajadores, octubre de 1989. Las preguntas admitían más de una respuesta y los porcentajes se calcularon entre los hombres y las mujeres, por separado. Las entrevistas a profundidad realizadas entre abril y mayo de 1990 arrojaron resultados similares.

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La discriminación también se hace palpable cuando se ana-liza la hoja de contrataciones. De los treinta y ocho obreros contratados o en la llamada plantilla suplementaria, las mujeres representan las dos terceras partes. La fábrica puede prescindir de este personal cuando se cumpla el plazo convenido, y las más perjudicadas con esta inseguridad son las mujeres.

Antes de la asambleas de trabajadores de octubre de 1989, cuando se discutió el primer informe de esta investigación, estas compañeras no tenían derecho a que se les concedieran círcu-los infantiles ni a poseer carné de trabajadoras para adquirir productos industriales racionados. Tampoco acumulaban vaca-ciones. Después de esta asamblea, les concedieron el derecho al círculo infantil y el carné para comprar. No tienen derecho a las vacaciones pagadas, pero esto solo se solucionará cuando ana-licen la plantilla del tejar y decidan cuántos contratados hacen falta.

A pesar del número elevado de mujeres en esta fábrica, no han existido acciones de la administración, del PCC, de la Unión de Jóvenes Comunistas ni del sindicato de la fábrica dirigidas a que las mujeres permanezcan como obreras en un sector no tradicionalmente femenino como este, y que promuevan en él. Así opinaron las dos terceras partes de las entrevistadas acerca de la gestión del sindicato del tejar hacia las mujeres. Más de la tercera parte de los entrevistados en estas dos oportunidades consideraba que el núcleo del PCC tampoco se preocupaba espe-cíficamente por las trabajadoras.

Aquí, las percepciones se alejaron de las acciones que reali-zaron el PCC y la administración entre octubre de 1989 y mayo de 1990 para mejorar las condiciones de trabajo de la mujer. Esto se debe a que la dificultad principal —salarios bajos para normas altas— no se había resuelto.

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CONCLUSIONES

Este estudio de caso con obreras en ocupaciones no tradicionales revela que muchos de los logros y los obstáculos para ejercer con plena igualdad sus deberes y derechos en su centro de trabajo y en su hogar, son similares a los que subsisten entre obreras en-trevistadas en industrias donde el trabajo femenino es habitual.

Las actitudes discriminatorias más relevantes están enraiza-das en la ideología de hombres y mujeres —explicadas por siglos de desigualdad de clase, género y raza— y en las insuficiencias materiales de las condiciones de trabajo para reproducir diaria-mente la vida. Estos dos factores están agravados por el subde-sarrollo del que partimos para emprender las transformaciones socialistas, y que aún nos lastra.

También revela que es posible emprender acciones para me-jorar las condiciones de trabajo de la mujer y para asegurar su promoción. Estudios de este tipo han continuado en el país y deben profundizarse, siempre con el sentido de introducir me-joras en la vida cotidiana y en las regulaciones más generales. Y deben continuar sobre todo en las condiciones actuales del Período Especial y ante la posibilidad de implementar la llamada “opción cero”, la cual significa que el país funcionará prácti-camente sin importaciones de combustible y de insumos fun-damentales para la producción. Incluso en estas condiciones dificilísimas, los investigadores sociales que estudian la mujer trabajadora tienen la responsabilidad de buscar las soluciones que contribuyan a mantener la lucha por la igualdad de la mujer. Porque los avances en la igualdad de género hablan de cuánto se han impregnado estos principios del proyecto socialista cubano en el pensamiento y en las acciones cotidianas de los trabajado-res, hombres y mujeres, entrevistados.

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LAS MUJERES DE LA CARRETA1

Para Eduardo, quien aprendió a ser menos machista.

Para Andrés, quien casi no lo es.

INTENTANDO UN ENFOQUE DE GÉNERO

Emprendí este estudio por una insatisfacción que sentía con las investigaciones sobre la mujer cubana y el empleo en las que había participado desde 1985. Cada una de ellas enfatizaba solo una de las áreas de la cotidianidad de las trabajadoras: su em-pleo (como con las textileras de Santiago de Cuba y con las te-jareras de La Habana) o su hogar (las textileras de Ariguanabo). Decidí, entonces, observar unidos estos dos espacios y añadirle otro: el de su comunidad.

Hubo otra insatisfacción con estos trabajos. A medida que terminaba cada investigación reconocía que muchos resultados repetían los hallazgos de estudios hechos en Cuba y en otros paí-ses, sin aportarle las peculiaridades cubanas. Esto sucedía con la distribución de las tareas en el hogar y la doble jornada, la maternidad adolescente, el creciente número de jefas de hogar, y el hecho de que el monto salarial de las mujeres fuera inferior al de los hombres.

Tenía que buscar una forma de acercarme más a las realidades de las obreras tal y como ellas las viven, con toda su diversidad y ri-queza. Y tenía que ahondar en su subjetividad. Esto es lo que he intentado hacer con las obreras agrícolas que viven en Guanímar.

1 Investigación no publicada. Ganó el Premio a la mejor investigación en la Facultad de Filosofía e Historia, 1992.

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Con ellas me planteé estudiar cómo viven y piensan estas mujeres la cotidianidad del Período Especial en su centro de tra-bajo, en su comunidad y en su hogar, y de manera más amplia comprender cómo se ha producido socialmente su subjetividad, su ideología. Sobre todo me interesaba conocer el entorno so-cial en que esta ideología se ha formado. Para ello he intentado comprender cómo ha influido en ellas la revolución, sin perder de vista las influencias de instituciones y figuras sociales como la familia, los amigos y los vecinos.

Igualmente me interesaba entender el papel activo que han jugado estas mujeres en el proceso de formación de su subje-tividad. ¿Cómo han reaccionado ideológicamente ante los muy cambiantes contextos sociales que les han tocado vivir? ¿Cómo estas mujeres transformaron su subjetividad, sus actitudes, sus condiciones materiales de vida (en lo laboral, familiar y comu-nitario) a medida que toda la sociedad cubana se transformaba con el proyecto socialista?

Me propuse comprender a estas obreras agrícolas tal y como ellas son, evitando proyectarles mi ideología de género. Es decir, traté de practicar la vigilancia epistemológica en el sentido de no hacerlas hablar con mis propias palabras e ideas. Además, he intentado reconstruir su actuar y pensar con sus inconsecuencias y sus contradicciones, con la convivencia de lo viejo y lo nuevo. La sociedad en que viven también es así.

Utilicé interpretaciones de científicas sociales feministas de lo que significa ser mujer según estudios teóricos e investiga-ciones concretas para beneficiarme de ideas muy pensadas y estructuradas, y para practicar lo heurístico de los estudios com-parativos. Los trabajos que siento más cercanos a esta investiga-ción están recogidos en la bibliografía. De estos enfoques, utilicé los siguientes:

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• Estudiar la vida cotidiana como un elemento clave para entender lo macrosocial y producir conocimientos cien-tíficos sobre una y otro. Atribuir importancia sociológica a lo personal, lo afectivo, lo minúsculo, lo olvidado y lo relegado.

• Entender la realidad que investigo en su diversidad. Esto implicó captar todas las manifestaciones del ser y del pensar de estas mujeres, y contextualizarlas en la singu-laridad de las realidades individuales y sociales que han vivido. Significó también diferenciar la realidad macroso-cial cubana de otras experiencias de países exsocialistas y no socialistas.

• Analizar el desarrollo de la revolución con un enfoque de género. Ubico el tema de mis investigaciones —la mujer y el empleo— en el desarrollo cubano y, específicamente, en el de la fuerza de trabajo, reconociendo que un estudio riguroso de Cuba en los últimos treinta años no puede ex-cluir la presencia de la mujer en las fuerzas productivas.

Otro propósito de este trabajo es investigar el desarrollo de es-tas mujeres con sentido de historicidad. ¿Cuánto se diferencian de sus madres en “ser mujer”? Específicamente quiero comprobar las transformaciones sucedidas en ellas en el transcurso de una generación en sus condiciones materiales de vida, en sus formas de pensar sus vidas en tanto trabajadoras, habitantes de una comunidad y como mujeres. Persigo comprobar cómo la política de desarrollo del proyecto socialista cubano busca desarrollar a todo el país y no solamente a determinados polos urbanos.

Traté de construir interpretaciones propias de lo que suce-de en Cuba con la subjetividad y con las actitudes de obreras

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similares a estas. No pretendo generalizar estas ideas a toda la sociedad, porque es solo un estudio de caso. Sí quiero trascen-der el espacio estrecho de estas dieciocho mujeres para generar ideas e hipótesis, que surgieron no solamente de este estudio, sino que han ido corporizándose a medida que avanzaba en las investigaciones con obreras, y que podrían guiar estudios poste-riores. Para realizar este propósito me resultó útil participar en las sesiones de la Cátedra de la Mujer, de la Universidad de La Habana, y vincular los conocimientos que extraía de mi estudio con los de otros científicos sociales que investigan a la mujer cubana desde sus disciplinas.

SOBRE ESTA INVESTIGACIÓN

Este es un estudio de caso con dieciocho obreras agrícolas que trabajan en una granja estatal de la Empresa de Cultivos Varios de Alquízar, a sesenta kilómetros al sur de La Habana. El pueblo donde viven se llama Guanímar, y está a cinco kilómetros más al sur, en la costa.

Escogí la rama económica agrícola porque sus ocupaciones se consideran no tradicionalmente femeninas. En Cuba, del total de personas ocupadas en este sector, solo el 23% son mujeres, pro-porción muy por debajo del 39% que representa la mujer en la fuerza de trabajo total en el momento de la investigación. Entre las trabajadoras del país, solo el 7% está ocupado en este sector, en comparación con el 21% en la educación, el 21% en la industria, el 14% en el comercio y el 12% en la salud (CEE, 1990: 118). Ade-más, la agricultura es una rama priorizada en el Período Especial por la importancia concedida al programa alimentario.

Seleccioné a Guanímar porque lo conozco desde los años cin-cuenta, y puedo inferir cuánto se ha desarrollado y los beneficios

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que ha tenido la población de la zona por la movilidad social promovida en estos años por la revolución.

El estudio se realizó de enero a agosto de 1992, con visitas al lugar hasta marzo de 1993. El método fundamental fue la ob-servación participante: trabajé con ellas en el campo y conviví en su comunidad durante sesenta días a lo largo de esos meses. Anoté en un diario mis observaciones sobre lo que veía, así como también lo que yo pensaba y sentía acerca de esta experiencia. Realicé entrevistas a profundidad a las mujeres y a los llamados informantes claves en la granja y en la comunidad. Como guía utilicé partes del cuestionario que apliqué en el tejar y partes de otro cuestionario para obreros agrícolas que redactó el equipo de investigaciones rurales del Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana. Por último, analicé documentos para comprender la realidad actual y su historia. (Véase el Anexo 2).

EL CONTEXTO SOCIAL DE LO QUE SIGNIFICA SER MUJER PARA LAS OBRERAS AGRÍCOLAS DE GUANÍMAR

Cuando pregunté a estas mujeres qué significaba para ellas ser mujer, muchas respondieron inmediatamente: “¡Eso es algo de madre!”. Este “de madre” es un modismo contemporáneo muy cubano que significa experiencias duras y difíciles. A la vez, qui-zás por el significado implícito de desafío que contiene, repre-senta algo importante, que no puede pasar inadvertido, que es preciso enfrentar y al que hay que ganar.

Con sus infinitas interpretaciones psicológicas y lingüísticas, este “de madre” es para mí, como socióloga, una manera con que la sociedad feminiza las cosas que tienen partes buenas y otras malas, pero que no se pueden eludir. Quizás proyecte mis

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percepciones cuando digo que implica, asimismo, algo que re-quiere acciones o respuestas. Así ha sido el proceso de ser mujer en Cuba para quienes han vivido los años de la revolución. De este proceso quiero identificar algunos aspectos como referen-cias globales para comprender quiénes son las obreras agrícolas de Guanímar.

En términos del discurso político e ideológico, uno de los ob-jetivos del programa de transición socialista ha sido eliminar to-das las formas de explotación y de discriminación, entre ellas, la de género. Este discurso sustenta que todos los ciudadanos tienen derecho a la plena igualdad. La Constitución, el Código de Familia, el Código de Trabajo, entre otros, refrendan legalmente este principio. El acceso de la mujer al empleo es uno de los de-rechos amparados en este principio, y constituye una de las claves para comprender cómo la sociedad vive este derecho.

Hay estudiosos de la revolución que alegan que las altas tasas de la participación de la mujer en la fuerza de trabajo en Cuba emergieron puramente de necesidades económicas. Concreta-mente argumentan que esa incorporación se debió a la necesi-dad que el Estado tenía de ampliar la fuerza laboral.

Esto es cierto, pero no es la única razón. Además, hablando solamente en términos económicos, los servicios socializados para apoyar el trabajo en el hogar que reproduce la fuerza de traba-jo, más las medidas jurídicas de seguridad social que el Estado creó para facilitar la incorporación y permanencia de la mujer en la fuerza de trabajo, aumentaron los gastos globales. Ten-go en mente los círculos infantiles, los seminternados de prima-ria con sus almuerzos gratuitos, los internados para estudiantes de enseñanza media y media superior, los comedores obreros, las licencias de maternidad y las pensiones por viudez a las mujeres trabajadoras (Safa y FMC, 1989: 2-4).

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Por tanto, y así lo he explicado en otros trabajos, hay razones económicas, políticas e ideológicas que, en el caso cubano, han promovido la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo, sobre todo desde hace veintitrés años.

La proporción de mujeres en la fuerza laboral cubana ha cre-cido constantemente y sin retrocesos desde los inicios de los setenta: 18.5% en 1970 (Junta Central de Planificación [JCP], 1975: 13; 1976: 511, 513); 25.3% en 1974 (FMC, 1985: 27); 32.8% en 1981 (CEE, 1987: 202); 37.3% en 1985 (CEE, 1986: 193) y 39% en 1990 (Catasús, 1992). Entre 1959 y 1970 estimo que la incorpo-ración femenina al empleo fue más lenta, porque se eliminó el desempleo, concebido hasta ese momento como masculino; por-que las grandes obras económicas de esos años (construcciones, azúcar) solicitaban fuerza de trabajo masculina. No obstante, en esos años ocurrieron varios experimentos interesantes para incorporar a la mujer a la fuerza de trabajo.

De estos últimos experimentos recuerdo los que promovió la FMC: la incorporación de las extrabajadoras domésticas en cursos que las entrenaban para trabajar en bancos, taxis y en plan-tas telefónicas; las brigadistas sanitarias convertidas en técnicas de la salud; los planes agrícolas que implicaban, en unos casos, trasladar diariamente a las asalariadas urbanas a los campos; en otros, las albergaban cerca de donde trabajaban; y en otros, se trataba de mujeres de zonas rurales empleadas en granjas cer-canas a sus hogares.

Los servicios de apoyo al trabajo en el hogar y muchos otros elementos de la infraestructura (como la vivienda), que bene-fician a toda la población y especialmente a las trabajadoras, nunca han podido cubrir la demanda. En las condiciones subde-sarrolladas de la sociedad cubana en los últimos tres decenios, ha sido imposible esperar a socializar estos servicios que alivian las

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tareas del hogar para asegurar a la mujer la plena igualdad de derechos en el empleo, en sus familias y durante esa práctica política. Por esta razón, en Cuba han insistido tanto en que esta es también una cuestión ideológica. Es preciso crear una nueva moral tanto en hombres como en mujeres, que conciba que las responsabilidades en el hogar para reproducir la fuerza de trabajo deben ser compartidas por todos los miembros de la familia y, parcialmente, por las instituciones sociales.

Las transformaciones en materia de ideología de género que promueve la incorporación de la mujer al trabajo no solo la inclu-yen a ella, sino a toda la sociedad. Es un proceso muy rico, lleno de nuevas acciones e ideas, y a la vez es un proceso muy complejo, contradictorio, traumático y con satisfacciones, que enfrenta nue-vas y viejas concepciones sobre el papel de la mujer en la sociedad.

Esta investigación la hice durante el Período Especial. No daré cifras que diagnostiquen la crisis económica por la que atra-vesamos, porque son conocidas, pero sí referiré cómo traducen las obreras agrícolas la consigna de “resistir y desarrollarnos”, popularizada en estos años. Aparte de las angustias que este Pe-ríodo Especial genera en la cotidianidad, resistir lo comprendie-ron como la necesidad de “aguantar” por un período de tiempo bastante largo, pero que tiene un fin. Este período terminará con los esfuerzos de todos dentro del país y con cambios en las relaciones de Cuba con otros países. Así fue como yo traduje lo que ellas respondieron: “vendiendo más para afuera”, “no des-perdiciar lo poco que podemos vender en otros países”, “si no nos quieren los rusos, venderles a otros”.

El fin del Período Especial, que es como ellas interpre-tan el desarrollo, sucederá cuando el programa alimenta-rio obtenga resultados. Esto significa para ellas sembrar todo el año y que los productos lleguen a los “puestos”.

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Quiere decir cuando “se venda el PPG”,2 y también los medicamentos y equipos que casi salvan la vida del soldado Pé-rez Quintosa;3 cuando el turismo “dé para todo el país”; si des-cubren petróleo en Cuba, y el país encuentra gobiernos que nos vendan sus materias primas y su petróleo. A este sentimiento de salir del Período Especial con esfuerzos propios añaden que todos en Cuba tienen que “aguantar parejo” y “no volver atrás”.

Tampoco quieren pasar por lo que ocurre en Rusia: las guerras, el empobrecimiento, las diferencias sociales. Casi todas habla-ron de la comparación con Rusia, en el sentido de no querer llegar a “eso”. Esto se debe a que están informadas a través de la televisión y la radio. E igualmente cada una de ellas conoce a alguien que estudió o trabajó allá, que viajó a la URSS, o ellas mismas conocen rusos que trabajaron por la zona, a soldados apostados en las cercanías del pueblo, o a las rusas casadas con cubanos. Estas vivencias más personales que las que proyectan las imágenes televisivas o los mensajes radiales les permiten “vi-vificar” con ejemplos concretos qué significan las carencias en un país donde antes todos tenían lo necesario para vivir.

LA COMUNIDAD

Guanímar es un pueblo de la costa sur habanera, ubicado a se-senta y cinco kilómetros de La Habana y a dieciocho de Alquízar.

2 Medicamento de producción cubana que se utiliza para reducir el colesterol y mejorar la circulación (N. de la E.).

3 El soldado Rolando Pérez Quintosa fue herido a principios de 1992 en un encuentro armado mientras patrullaba las costas cubanas. Durante semanas un equipo de médicos cubanos intentó salvarle la vida, pero murió. A las obreras les impresionaron los medicamentos, los equipos médicos, las técnicas quirúrgicas y de terapia intensiva que se emplearon. De ahí que se mencione este suceso como ejemplo de la tecnología de avanzada que Cuba podría exportar.

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También lo conocen como Playa de Guanímar, para distinguirlo del barrio con el mismo nombre que incluye el caserío el Ojo del Agua.

Este es un lugar que mencionan las crónicas históricas desde 1508. Pero solo en los años de la revolución ha logrado tener comodidades y características de un asentamiento urbano. Las primeras referencias sobre este lugar en las fuentes históricas es-pañolas datan de fines del siglo xv, y refieren que Colón desem-barcó por la zona en su segundo viaje. Se conoce también que en 1508 o 1510 la expedición de Pánfilo de Narváez encontró a tres náufragos —un hombre y dos mujeres—, quienes habían lle-gado a tierra por Guanímar (Le Riverend, 1959). En Caminos para el azúcar (1985), Alejandro García y Oscar Zanetti comentan que a principios del siglo xix la primera vía férrea de la Isla debió pa-sar cerca de Guanímar.

En los censos cubanos de este siglo, Guanímar aparece como uno de los barrios de Alquízar. Una referencia consultada dice que “...este caserío, fundado en 1842 y conocido por Playa de Guanímar, forma una especie de balneario, y es bastante frecuentado en verano y de tiempo inmemorial por sus baños. En 1846 había treinta y nueve habitantes, ocho casas y dos tien-das mixtas; en 1858, cuarenta y dos habitantes y ocho casas. Su playa es la más extensa y limpia de todo el golfo de Batabanó” (Roldan, 1940). Se cuenta que los mambises curaban aquí sus he-ridas, porque el fango de esta zona, rico en azufre, es medicinal.

Es actualmente un pueblo de poco menos de un kilómetro de largo, construido a lo largo de la carretera que desde Al-quízar viene a parar al mar. A ambos lados de la carretera, y a cien metros uno del otro, están el canal y el río, que también desembocan en el mar. Ellos son “la vida de la Playa”, según los guanimeros.

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En el paisaje de Guanímar casi no hay fronteras entre lo ma-rino costero y lo campestre. Existe un punto, a dos kilómetros de la costa, donde crecen juntas palmas reales y palmas canas, sin que ni unas ni otras traspasen sus predios. En el mar, cerca de la orilla, cualquier bañista puede sentir brotar agua fría y dulce del fondo fangoso. Las gomas de los tractores y de los camiones y las botas de quienes trabajan en la agricultura trasladan la tierra roja a la Playa. Los hombres de todas las edades visten shorts, pero se guarecen del sol con sombreros de yarey. Por todo esto y por mucho más, esta es una playa guajira.

Hoy en la Playa viven cuatrocientas veintitrés personas, y en el Ojo del Agua, ciento cuarenta (Marquetti y Urraca, 1992). La proporción de mujeres es ligeramente inferior a la de los hom-bres, similar a lo que ocurre en la provincia de La Habana4 y en el municipio de Alquízar (CEE, 1989: 59). Es una población más joven que la de la provincia La Habana. En Guanímar el 50% de los habitantes tiene veinticuatro años o menos, mientras que en la provincia el 44% tiene veinticinco años o menos. El 42% de los guanimeros tiene entre veinticinco y cincuenta y nueve años, y en La Habana, el 44% de la población de la provincia está en este rango de edades. Por último, solo el 8% de los guanimeros sobrepasa los sesenta años, y en La Habana el 14% tiene sesenta años o más (Marquetti y Urraca).

En la Playa hay ochenta y ocho núcleos familiares con un pro-medio de 4.8 personas por núcleo. En el Ojo del Agua hay vein-tiséis núcleos con un promedio de 5.4 personas por núcleo. El número de personas por vivienda en ambos casos es superior al

4 En 2010 la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó una nueva modificación ala división política administrativa. Se crearon dos provincias, a partir del territorio deLa Habana y de la incorporación de los municipios Bahía Honda, Candelaria y San Cristóbal, pertenecientes a Pinar del Río. Las nuevas provincias se nombran Mayabeque y Artemisa (N. de la E.).

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que aparece en el censo de 1981 para la provincia La Habana. La médica de la familia de la zona estima que hay hacinamiento, y lo explica, sobre todo, por los inmigrantes de otras provincias y de otras zonas. El hacinamiento podría explicarlo también el hecho que la Dirección de Arquitectura y Urbanismo (DAU) del Poder Popular prohibió construir nuevas viviendas desde 1987.

Existe una población flotante considerable de “temporadis-tas” y visitantes, que se mudan a las casas en los meses de ve-rano, y que van y vienen los fines de semana desde los pueblos y caseríos, fundamentalmente de Alquízar, Artemisa, Güira de Melena, San Antonio de los Baños y de la capital. En la Playa hay alrededor de trescientas casas, y los playeros ocupan noventa de ellas.5 Aproximadamente unas doscientas casas permanecen cerradas todo el año, y solo las habitan en los meses veraniegos.

La mayoría de estas viviendas son bohíos de paredes de ma-dera, techo de guano y piso de cemento. Suelen tener un portal, una sala-comedor dividida por un medio punto de listones y cartón tabla; casi siempre tienen dos dormitorios, una cocina, un baño y un cuarto de desahogo en el patio. Las únicas dos puertas son la de entrada y la del fondo. Los cuartos se independizan con cortinas, igual que la entrada del baño. Las paredes que separan las habitaciones no llegan al techo. Hay siempre una barbacoa para almacenar y subir las colchonetas, la ropa y todo lo que debe permanecer a salvo durante los “llenantes”. Estos ocurren cuando el viento del sureste sopla tan fuerte que el mar

5 En la empresa eléctrica de Alquízar hay registrados trescientos diecisiete relojes contadores. Explicaron en esta oficina que hay relojes en los llamados “garajes” de embarcaciones, y, además, hay playeros que toman la electricidad de otros relojes. Decidí tomar esta información sobre el número de casas de esta fuente, porque el comprobante de la luz es la forma más segura de identificar cuántas viviendas hay. En Marquetti y Urraca (1992) aparecen ochenta y ocho viviendas.

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“represa” las aguas del río y del canal; estas desbordan su nivel e inundan las calles y casas.

Los materiales con que los guanimeros construyen sus casas son ligeros (los obtienen en la zona: pencas de guano, tablas de palma y maderas rústicas), porque se hunden menos en los suelos pantanosos de la Playa. Muchas casas construidas en los patios son los antiguos “agregos” con que algunos han evadido la prohibi-ción de construir nuevas viviendas.

Las obreras agrícolas y, en general, quienes viven y conocen la Playa, la describen como un lugar sano, tranquilo, familiar y libre, con todo lo necesario para vivir “con las comodidades de un pueblo”, sin dejar de ser una playa guajira. Esas mismas personas desmitifican esta versión idílica cuando la llenan con defectos más reales. Descifraré cada calificativo, los positivos y los negativos, con las palabras que usaron.

Guanímar es sano por el aire limpio del mar y de la tierra, porque no hay polvo en las calles, no hay que hervir el agua del acueducto, los baños de mar y el fango curan las enfermedades de los huesos y de la piel, y lo que comen allí es sano—pescado, viandas y, últimamente, más vegetales, frutas y hortalizas. Estas razones las explican las obreras, otros guanimeros y la médica de la familia. La doctora opina que esta es una población salu-dable, y que los guanimeros se enferman menos que los alqui-zareños. En el último diagnóstico de salud que ella preparó en febrero de 1992, aparece que el 12% de la población de la Playa y de Ojo del Agua está “dispensarizado”. Esto quiere decir que estas personas padecen enfermedades que el Ministerio de Salud Pública considera de riesgo: la hipertensión arterial, el asma, la diabetes mellitus y las llamadas “otras”. La médica de la familia y la enfermera controlan a estos pacientes semestralmente en la consulta y más regularmente en visitas de terreno. Entre los

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“dispensarizados” hay muy pocos en fases críticas de sus enfer-medades. No hay casos de enfermedades transmisibles como la blenorragia, el paludismo y el SIDA.

Mientras que los alquizareños acuden al cuerpo de guardia del policlínico por neumonías, anginas, ataques de asma agudos; los guanimeros consultan al médico de la familia por dolores de muelas, catarros, alergias, etcétera.

La doctora afirma que las depresiones y las ansiedades han aumentado mayoritariamente entre las mujeres. Ellas consumen probablemente tantos psicofármacos como las mujeres de la ca-pital. Las empleadas de la farmacia confirman esta impresión. La médica apunta varias razones de esto: mala dinámica del funcio-namiento familiar, hacinamiento, inestabilidad escolar y laboral de los hijos y bajos ingresos. Quizás sociológica y antropológi-camente este hecho se explique porque estas personas, consi-deradas como un grupo social, han vivido una movilidad social ascendente en un período relativamente corto; pero aún están cercanos a los hábitos asociados a la pobreza. Esta es solo una hipótesis.

En la Playa hay un consultorio del médico de la familia, una ambulancia y una farmacia. Durante la temporada de verano tra-baja un segundo médico. Ellos atienden las especialidades de pediatría, ginecología y medicina general. Una psicóloga con-sulta cada quince días. Ella atiende de manera especial a las embarazadas, sobre todo a las adolescentes y aquellas con alto riesgo obstétrico. A las personas que necesitan consultar otras especialidades las remiten al policlínico de Alquízar, al hospital de San Antonio de los Baños o a los hospitales de La Habana.

La médica considera que entre las enfermedades más comu-nes predominan la otitis y la amigdalitis, así como las lesiones de la piel, debido a que muchos se bañan en el canal y el río, o usan

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sus aguas contaminadas en los hogares. En el río desaguan los residuos albañales de las casas que no tienen fosas, y en los dos (el canal y el río) los pobladores botan la basura que la Dirección de Comunales no recoge. Otras razones son los malos hábitos de higiene que hay en las viviendas, la suciedad de las calles, las fo-sas rebosadas y las aguas estancadas que rodean los hogares; las aguas del canal casi no corren. Los pobladores afirman que han aumentado los mosquitos por las aguas estancadas de la sabana a consecuencia del dique sur.6

En las reuniones del Poder Popular de la Playa y en las del policlínico de Alquízar, el personal médico del consultorio ha de-nunciado las malas condiciones higiénicas, todas con soluciones si se hace un esfuerzo por parte del municipio o de la Playa: ubicar latones de basura, decidir cómo eliminarla (con trans-portes de Alquízar o hacerlo en la Playa); controlar el trabajo del barrendero de la Playa; promover la cultura sanitaria en la población y decidir qué medidas tomar para disminuir los efectos nocivos del dique sur en el equilibrio ecológico de la zona.

Guanímar está en una zona pantanosa como es toda lo costa sur, y a ella están asociados los mosquitos “a prima” (al caer la noche) y los llenantes del verano. Hay quienes explican que por eso lo pueblos principales de la actual provincia se establecieron tierra adentro, excepto Surgidero de Batabanó.

Pero es cierto que después que construyeron el dique sur las aguas del subsuelo a uno y otro lado del dique subieron su nivel. El 24 de enero de 1991, en un informe sobre las incidencias del dique sur en la inundación del poblado de Guanímar, ingenieros del complejo hidráulico, dirigentes de la Defensa Civil de Al-

6 El dique sur es una obra hidráulica construida en 1987 a lo largo de la costa sur de la provincia La Habana, con el fin de detener la penetración del mar en el subsuelo. Tiene igualmente el propósito de reforzar los volúmenes de reservas de agua en la zona.

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quízar y de la presidencia del Poder Popular de ese municipio, constataron que, después de construido el dique, las aguas sub-terráneas elevaron su nivel, no solo por efecto de los vientos del sureste, sino también a consecuencia de las lluvias. Sugerían dragar el río y el canal. Al subir el nivel de las aguas subterráneas, crece el nivel de las fosas y se mezclan con las aguas que inundan los patios, las calles y las casas. Las aguas estancadas han conta-minado en varios puntos la potable, al penetrar en las cañerías del acueducto que se parten cuando los camiones y otros vehículos pesados rompen estos tubos colocados “a flor de tierra”. Según el censo del consultorio del médico de la familia, el 80% de las viviendas está rodeado en alguna medida de aguas estancadas.

Los guanimeros y los “temporadistas” resuelven esta dificul-tad de manera individual y arbitraria. Quien puede, rellena los alrededores de sus casas con varias cargas de “mejoramiento”; y hay quienes “levantan” sus bohíos con distintas técnicas, inclu-so con gatos hidráulicos. Los más perjudicados son las personas de más bajos ingresos, que no pueden incurrir en estos gastos (en 1992 un camión de “mejoramiento” costaba ciento veinte pesos),7 y que padecen las consecuencias de convivir con casas más altas que las suyas, que empeoran las aguas estancadas, y que tienden a hundir o desnivelar sus casas. Varias personas que viven en el lado izquierdo del canal construyeron puentes con tubos, colocados perpendicularmente a la corriente del agua; esto tupe y empeora el estancamiento del agua del canal. En resumen, el lado sano y natural de Guanímar está agredido por las acciones de las personas (puentes, dique sur, rellenos arbi-trarios de las casas, falta de higiene personal y ambiental) cuyos efectos negativos pueden controlarse.

7 En ese momento, el salario promedio mensual de los trabajadores cubanos era de 188 pesos (CEE, 1989).

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Las lluvias intensas ocurridas a fines de junio de 1992 compro-baron los efectos negativos de estas acciones. Los guanimeros tuvieron el agua hasta la rodilla durante nueve días. Muchos se enfermaron los pies, y todo ello trastornó la vida cotidiana de los pobladores. El litoral del “arenal” (donde se encuentra el fango medicinal) se modificó porque la orilla se hundió, y está atrave-sada por corrientes de agua dulce que salen de la sabana. Unos dicen que se debe a las roturas del dique; otros porque las aguas subterráneas “explotaron”.

“Fue una suerte”, dijeron muchos guanimeros, “que el mar no siguiera entrando. Lo que se metió en Guanímar fue el agua de la sabana. El agua corría con mucha fuerza por la calle y no por el canal, que seguía tupido”. “La próxima vez cuando entre el mar con más fuerza, acaba con la Playa”, enfatizaron. En mar-zo de 1993, quizás influidos en cierta medida por el artículo de la periodista Mirta Rodríguez titulado “Las mujeres de la carreta” que apareció publicado en Bohemia, y también por el informe del estudio del dique sur, las brigadas del Poder Popular de Al-quízar y del contingente César Escalante, constructor del dique, limpiaron ambas vías fluviales.

EN GUANÍMAR LA GENTE VIVE “LIBRE” Y “ABIERTA”

Esto quiere decir, según la opinión popular, que siempre pueden ver el cielo, el mar y la vegetación. Antes (hace tres años), agre-gan, las aguas del canal corrían libremente a todo lo largo del poblado, y eran “la vida de la Playa”. Disfrutan la vida con un alto grado de sensualidad, en el sentido que la poetisa Marilyn Bobes concede a este concepto; es decir, sienten intensamente todo lo que perciben los cinco sentidos.

Libre es la forma de vestir de la gente: en trusas y shorts. Los hombres andan sin camisa; los niños y jóvenes caminan des-

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calzos; las mujeres se quitan los zapatos para baldear los pisos y caminar por las casas recién limpiadas. Las puertas de entrada de las casas y las posteriores siempre están abiertas, lo que per-mite atravesar con la vista las viviendas y observar sin barreras cómo son los patios.

La forma de comunicarse también es abierta, mezclando “lo público y lo privado”. Cuando se encuentran en la calle o cuando sentados desde sus portales ven pasar a la gente, los guanimeros intercambian saludos, comentarios jocosos, piropos que todos los que están alrededor escuchan y, casi siempre, comparten. Existe también un sistema de “intercomunicadores” naturales por el cual se comunican a gritos de un patio a otro, o de una acera a la otra, a veces con códigos que solo ellos descifran. Dicen a viva voz: “¡Llegó la luz brillante!”. O “Fefa dice que le mandes lo que tú sabes”. Y “¡apúntame tres a la tiñosa!”. Los niños no juegan dentro de las casas, sino en los portales y en las calles.

Los empleos de la mayoría de los que trabajan en Guanímar también los describen como “libres” y “abiertos”: la pesca, la agricultura, el plan forestal, el porcino y las vaquerías. Incluso las maestras “sedan” a sus alumnos de primaria con juegos en el patio de la escuela, en la calle o en el “puente del baño”, que es un muelle de madera que penetra doscientos metros en el mar.

Pero cuando empieza la noche, los guanimeros se encierran en sus casas para defenderse de los mosquitos. “Cierra pron-to la puerta para que no se cuelen los mosquitos”, le dicen a quien entra a la casa. Los médicos del pueblo se quejan porque los playeros no ventilan bien sus casas, pues permanecen a ve-ces durante el día con las ventanas cerradas. Esto lo observé en las casas de varias obreras. Ellas argumentan que, además de protegerse de los mosquitos, se cuidan de los “mirahuecos” por

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las noches. Podría añadir otra razón: las casas suelen estar muy unidas y los vecinos cierran las ventanas para construirse alguna privacidad.

A los guanimeros no les gusta estar encerrados ni en las gua-guas8 de La Habana, ni en los apartamentos del pueblo, ni en las becas, ni en el Servicio Militar. Quizás por eso hay tantos muchachos fugados del Servicio, y que terminan por cumplir sus dos años en prisiones.

GUANÍMAR ES “MUY FAMILIAR Y TRANQUILO”

En la Playa y en el Ojo del Agua todos se conocen y muchos están emparentados. Los Molano, los Doval, los García, los Alzamora y los Serrano son apellidos viejos en la Playa. Entre la genera-ción más joven de los guanimeros hay quienes emigraron a las “fincas” (que es como denominan a las casas de tierra adentro, donde los moradores han desplazado las fronteras de sus patios para ganar espacio y poder sembrar; o a las pequeñas parcelas de los agricultores pequeños), a los poblados entre Guanímar y Alquízar, a Isla de Pinos, a La Habana e incluso a Estados Unidos. Pero muchos permanecen en Guanímar. Antes de la prohibición de construir nuevas viviendas, quienes se casaban y se quedaban en la Playa construían sus casas en los patios de los padres, o el Poder Popular les asignaba terrenos. Ahora agregan cuartos a las casas y prolifera el hacinamiento.A pesar de que los guanimeros o los playeros “de verdad” de-muestran su regionalismo cuando hablan de los “palestinos” (así denominan a los inmigrantes de las provincias orientales del país), los pinareños, los habaneros y los “temporadistas”, mues-tran su apertura cuando aceptan a los inmigrantes, porque se

8 Un ómnibus en el argot cubano (N. de la E.).

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casan con ellos o se convierten en sus vecinos. Ellos aceptan a quienes quieren y vienen a vivir a la Playa, siempre y cuando no obstaculicen el ritmo de la vida de los playeros.

A quienes menos aceptan son a los “temporadistas”. “An-tes”, dice una guanimera de más de sesenta años, “todos nos poníamos contentos cuando llegaba la temporada, porque la Playa vivía y nosotros comíamos. Ahora vienen a emborrachar-se y a poner las grabadoras altas todo el día y la noche”. Los “temporadistas” usan la playa, la disfrutan, pero muy pocos se integran a la población. A los guanimeros les gusta conversar sin prisa, y los “temporadistas” están muy apurados en divertirse. Cuando los playeros ven pasar los camiones y los vagones tirados por tractores que llaman “vikingos” con refrigeradores, balones de gas, cunas, sillones, colchones, grabadoras y televisores, es decir, con las llamadas “mudadas de los ‘temporadistas’”, co-mentan con el orgullo de quienes viven permanentemente en el paraíso: “¡Ahí vienen! Aunque haya llenante y mal tiempo, llegan todos los años”.

La forma de identificar a una persona o de ubicar un lugar es relacionándolo con personas. “Vicente, el marido de la Polaca”. “Raúl, el hijo de Pepe y Julia”. “Mi casa está al fondo de la de Cheo y Polda”. “La parada de la guagua está frente a casa de Lo-renzo”.

El ritmo de la vida de la Playa es muy tranquilo. Dentro del pueblo nadie camina con prisa. Todos sus pobladores conversan de asuntos muy cercanos y cotidianos, sin rebuscar palabras o ideas. Conocen las variaciones del tiempo por el olor del aire y la forma y dirección de las nubes. Comen lo que produce la na-turaleza cada temporada: “la época del mango”,“la del maíz”;

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“ahora hay plátano microjet9 todo el año”; “la biajaiba10 está desovando”; “la langosta se perdió”.

Pero las tensiones de la vida moderna llegaron a Guanímar. La televisión les hace acostarse después de las once de la noche, aunque tengan que levantarse temprano. Las grabadoras y los radios sintonizados a toda voz de día y de noche alteran la tran-quilidad de quienes no quieren oírlos. Salir de la Playa les obliga a enfrentar las dificultades del transporte. La movilidad social ascendente que provocó la revolución en el transcurso de una generación fomentó expectativas que no siempre pueden satis-facer. Por ejemplo, quieren que sus hijos se gradúen de obreros calificados, técnicos medios y que lleguen a ser universitarios. Quieren vestirse, peinarse y maquillarse como en las películas y en las telenovelas. Las personas se casan, separan y divorcian con más frecuencia que sus padres y madres. No solo los hom-bres se parecen menos a sus padres, sino, a la vez, las mujeres se diferencian muchísimo de sus madres.

En la Playa la violencia se manifiesta de manera explosiva en discusiones en la calle, dentro de la familia, contra la mujer, el hombre y los niños, entre los vecinos y entre las personas que visitan la Playa. El ron, la cerveza, el aguardiente, el “chispa de tren” y la “pata de tigre”11 atizan los ánimos. Los motivos son tan pequeños como discusiones entre niños o tan grandes como el alcoholismo. Ingerir bebidas alcohólicas y producirlas casera-mente no es algo nuevo en la zona. En La Habana…, Le Riverend apuntaba que los alambiques caseros proliferaban en los campos desde hacía siglos. Lo nuevo en Guanímar es que el Poder Popular

9 Plátanos de gran tamaño a causa de haber sido cultivados con el sistema de regadío conocido como microjet (N. de la E.).

10 Tipo de pescado (N. de la E.).11 Tipos de bebidas alcohólicas de producción casera (N. de la E.).

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envía las pipas12 de cerveza, ron y aguardiente hasta dos veces por semana. Y, entonces, desaparece la escasez de combustible, porque fluyen caravanas de tractores, camiones, jeeps y motos, que llegan a tomar y a cargar cualquiera de estas bebidas, en variadísimos envases.

Otros motivos de las tensiones son similares a los que existen en el resto del país: problemas de transporte, alimentos y ropa. Después del noveno grado comienza para los varones la inquietud del Servicio Militar; el embarazo en la adolescencia en las mu-chachas; preocupaciones por el rendimiento escolar de los niños, por posibles retrasos en su desarrollo, con las consiguientes visi-tas al psicólogo, al dentista, al logopeda y al ortodoncista. Hay razones más locales: los apagones (no los “programados”, que casi los aceptan como “un mal necesario”, sino los que, a juicio de los guanimeros, se repiten o prolongan por negligencias o dificultades de quienes trabajan en el “carro de la empresa eléc-trica”); la falta de agua, cuando quien debe operar el motor no lo hace; las aguas estancadas; los llenantes; los bajos ingresos.

Guanímar, por tanto, tiene ya más de asentamiento desarro-llado y moderno que del pueblo “primitivo” y tranquilo que se vanaglorian los playeros. Guanímar, dicen las obreras y los de-más, tiene todo lo necesario para vivir, sin tener los problemas de una ciudad.

LA PLAYA ERA UN LUGAR MUY POBRE

En la década de los cincuenta el pueblo tenía “como cuarenta casas”. Había una “escuelita rural”, un puesto de la Marina de Guerra, dos bares, tres bodegas y la “empresa” para procesar

12 Camiones que dispensan bebidas alcohólicas a la población durante las fiestas populares (N. de la E.).

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langosta. No había ni agua corriente ni electricidad. Un aguador vendía las latas de agua a cinco centavos y, a veces, no encon-traba compradores para toda su carga. Las casas se alumbraban con chismosas y, quienes podían, lo hacían con faroles Coleman. No había refrigeradores en las viviendas. Había neveras de “luz brillante” en los dos bares, y en la empresa refrigeraban las lan-gostas con hielo.

Hasta 1945 a la Playa se llegaba en chalanas que navegaban por el canal haladas por bueyes desde las orillas. Entre 1945 y 1948 construyeron cuatro kilómetros de carretera desde el Ojo del Agua hasta la Playa. Entre 1956 y 1957 varias personas recolec-taron dinero para arreglar esta carretera y rellenar con piedras y asfaltar la calle principal del pueblo. Había una guagua que venía de Alquízar dos veces al día.

La Playa revivía con los “temporadistas”, porque era una de las posibilidades de los guanimeros para “hacer algunos trabaji-tos”. Los únicos empleos posibles eran la pesca (sin compradores seguros) y la “costa”. Esto último significaba hacer carbón, cor-tar leña y pencas de guano.

En 1992 los guanimeros trabajan en la pesca, la agricultura, la actividad forestal, la textilera, la gastronomía, la administra-ción, el comercio, el transporte, la educación, las vaquerías, el plan porcino, la construcción y la salud. Hay desempleados que buscan trabajos “que les convengan”, otros que no los buscan, y quienes se dedican abiertamente al “bisnes”.13 El jefe del sector de la policía dedica buena parte de su tiempo a buscarles traba-jo a los más jóvenes.

En 1961 llegó a Guanímar el primer médico a cumplir su ser-vicio social rural. Desde entonces existió una posta médica en

13 Se refiere al término inglés business (negocio) que los cubanos suelen emplear con pronunciación y ortografía incorrectas (N. de la E.).

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la Playa. Ahora hay un consultorio del médico de la familia, una farmacia y una ambulancia, que hasta fines de 1991, en pleno Período Especial, prestaba servicios las veinticuatro horas del día. Desde entonces hasta abril de 1993, la ambulancia perma-necía en la Playa por las noches para casos de urgencia.

Hay una escuela primaria que cubre desde el preescolar has-ta el cuarto grado. Tiene una guagua Girón para trasladar a los niños que no viven en la Playa, y ofrece servicio de seminter-nado. A partir del quinto grado, los niños estudian becados en una escuela primaria fuera de la Playa. Después estudian en las secundarias de Alquízar, viajando todos los días, o se becan en escuelas secundarias internas en el campo. Todas las opciones para continuar los estudios a partir de décimo grado son en ré-gimen de becas. Aquí se producen los casos de deserción escolar más serios.

En Guanímar hay una bodega, una tienda de ropa, calzado y artículos de ferretería. También existe un agromercado. El an-tiguo Bar de Borgita se convirtió en un restaurante-cafetería-pizzería, pero todos le dicen “el Bar”. Al lado está un local para vender cerveza y ron y la casa del círculo social, que ahora ocu-pa la farmacia.

La gente se baña en tres lugares: el bañito de Nivaldo, el puente y el arenal. En el área del puente (que es un muelle que se adentra doscientos metros en el mar) hay un merendero, un parqueo techado para bicicletas y espacio con sombrillas de hormigón.

Todas las calles están asfaltadas y tienen aceras. Además de la carretera vieja, hay otra conocida como “el desvío”, que tam-bién conecta la Playa con Alquízar y la acerca a Artemisa.

A Guanímar entran diariamente seis guaguas de a diez cen-tavos y varios camiones particulares “de a peso”. Por las maña-

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nas y por las tardes llegan a Guanímar los transportes obreros del plan porcino, el de las obreras agrícolas y, hasta hace unos meses, la guagua de la textilera Alquitex. Todo el día trasiegan los tractores, los camiones y los jeeps de la Empresa de Cultivos Varios, de la pesca, de acopio y del dique sur. Debido a la esca-sez de combustible, todo esto se trastocó, y Guanímar sufre las dificultades y las penurias de todo el país. Pero los guanimeros inventan formas de llegar a Alquízar y a La Habana, pidiendo “chance” o “botella”14 y con la colaboración de los “amarillos”.15

El pueblo tiene luz eléctrica desde 1981, y hace siete u ocho años que el acueducto bombea el agua desde el caserío de Cata-luña. El combustible para cocinar es, ante todo, la luz brillante, y en segundo lugar el “gas de balón”. Con el Período Especial han incrementado el uso del carbón y de la leña.

Prácticamente todas las casas de los habitantes permanentes de la Playa tienen televisor, radio y refrigerador. En los techos hay antenas de televisión, muchas de ellas improvisadas con bandejas de aluminio de los comedores escolares y de obreros.

En la desembocadura del río está la cooperativa de pesca y el puesto de guardafronteras. Cerca está el local de la policía, que solo abre los fines de semana.

Los guanimeros casi no leen periódicos ni revistas, porque solamente llega un ejemplar del Granma al puesto de guarda-fronteras. Cuando desean conocer lo que sucede más allá de los límites de la Playa, escuchan la radio o ven el Noticiero Nacional de Televisión de las ocho de la noche. No me propuse en esta ocasión estudiar cuán informadas están las obreras, pero percibo

14 En Cuba se refiere a cuando las personas piden a los autos que les lleven hacia su destino (N. de la E.).

15 Inspectores de transporte con uniforme color mostaza, surgidos en el Período Especial, y cuya función es detener a los vehículos estatales para que lleven pasajeros.

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que su nivel de información, proveniente de los mensajes tras-mitidos por los medios nacionales, es muy limitado y bastante desactualizado.

Es impresionante, sin embargo, la capacidad que tienen de asimilar las informaciones sobre cosas que les “llegan de cerca”. Así ocurrió con las informaciones en torno a la Conferencia Mun-dial ECO 92. Inmediatamente las vincularon con la necesidad de dragar el canal y el río.

Guanímar tiene un delegado del Poder Popular, que conoce muy bien los problemas de sus electores, pero que tiene pocas posibilidades de tomar decisiones para resolver la mayoría de ellos.

Las obreras tiñen en ocasiones sus conversaciones con el sentimiento de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Pero esa fantasía no la respaldan los hechos de los últimos treinta años. Es posible que con esas ilusiones pretendan borrar el recuerdo de haber sido muy pobres, o que sean incapaces de identificar cuánto la revolución ha mejorado sus vidas. Sí recuerdan las “ca-ridades” que hacían algunas personas, quizás porque recibían esos beneficios de manos directas de quienes las entregaban. Cabría preguntarse, ¿es posible que la revolución no tenga una “cara” cercana, estable, identificable con beneficios directos para ellas? Estas razones hay que pensarlas más. Sí recuerdan en los últimos treinta y tres años a personas como Cundo Ortega, quien mandó a construir un muro de contención a lo largo del mar, y que ha evitado que el agua penetre como antes lo hacía, y varias obras más.

Al contar sus recuerdos de niñas pobres, destapan sus frus-traciones y odios. Por ejemplo, una de ellas recuerda el color azul de la única bicicleta que vio de niña, que pertenecía a una “temporadista”, y en la que ella aprendió a montar. También

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recuerda hasta el último detalle de los zapatos blancos que le regalaron en una “jaba de Navidad”.

Otra relató cómo, cuándo muy niña, el hombre que vendía “mariquitas” en la bodega le dio un bofetón a su amiguita (tam-bién obrera agrícola hoy) y aplastó con el pie la “mariquita” que había caído al suelo, y que ella quería coger para comerla.

Insisten en que el Poder Popular de Alquízar siempre ha ol-vidado la Playa. Lo que más desean solucionar aquí es dragar el canal y el río; mantener el pueblo limpio, sin aguas estancadas; que todo el año mantengan los seis viajes de las guaguas y los ca-miones particulares, como en la temporada; y que abastezcan al bar con los productos que cosecha la Empresa de Cultivos Varios de Alquízar, y con otros que se pueden producir en el municipio o en Guanímar. Dicen que la Playa está “completica”, es decir, tiene de todo. Lo que hace falta es más atención del Poder Po-pular para utilizar bien los pocos recursos que hay.

De estos deseos cumplieron uno. El nuevo administrador de la cooperativa pesquera y los pescadores limpiaron el fango de la desembocadura del río con la hélice de un barco, maniobrándolo en retroceso. Esto fue en julio de 1992, después del llenante de los nueve días. Dicen los guanimeros que eso ayudó a que el agua dulce acumulada en la Playa pudiera drenar por el río hacia el mar. Ahora los barcos navegan por el río y pueden guarecerse en él cuando hay mal tiempo.

EL CENTRO DE TRABAJO

En 1992 las obreras trabajaban en la UBP no. 21 de la granja 4 de la Empresa de Cultivos Varios de Alquízar. Esta unidad básica era un eslabón de la estructura organizativa empresarial del Minis-terio de la Agricultura, que se implementó en abril de 1991, y comprendía los niveles de empresa, granja, UBP y finca.

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La Empresa de Cultivos Varios de Alquízar se formó en 1976, en las tierras donde antes existían los denominados planes agrí-colas de plátanos y vegetales. Su área total en 1992 era de 240.6 caballerías, de las cuales 234.7 eran cultivables. Las produccio-nes fundamentales eran las viandas y hortalizas, sobre todo la papa, el plátano, el boniato, el tomate, la cebolla, el ajo, el maíz y las hortalizas menores.

Esta unidad está situada a doce kilómetros al sur de Alquízar y comprende 18.02 caballerías, de las cuales 17.70 son cultivables. Representa la tercera parte del área total de la granja y práctica-mente el 40% de todas las tierras cultivables de esa entidad.

En la nómina de esta UBP con fecha del 5 al 20 de junio de 1992 aparecían registrados ochenta y tres trabajadores a mediados de año. Los dirigentes constituían el 6% de los trabajadores y los obreros representaban el 94%. No había personal en las catego-rías administrativa ni técnica.

Las mujeres representaban el 40% de los trabajadores en ge-neral, de los obreros y de los dirigentes. La jefa de la UBP era una mujer. La edad promedio de los trabajadores era de treinta y cinco años. Las mujeres son mayores que los hombres: ellas promediaban treinta y ocho años y los hombres treinta y dos.

Hasta 1959 las tierras de esta UBP eran propiedad de un te-rrateniente de la capital. Según informaciones a confirmar por documentos y por versiones cruzadas, en estas tierras cultivaban básicamente plátano, papa, caña y productos varios, pero nunca produjeron tanta cantidad y variedad de cultivos como en los úl-timos años. La población vivía en caseríos que fueron los núcleos de los asentamientos actuales de La Europa, La Estrella, Breto y Cataluña.

No pude reconstruir con el rigor necesario lo que fue esta UBP hasta 1959, pero un informante clave, Manuel Hevia Cosculluela,

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pariente muy cercano del dueño de la finca, con edad suficiente para recordar sus experiencias de niño y adolescente rico en estas tierras, con la capacidad de análisis que le da su profesión y el hecho de haber escrito un testimonio de parte de su vida, me contó cosas que brotaban a borbotones de sus recuerdos. Estos tienen un valor testimonial muy parcial, pero decidí incluir algunas descripciones de cómo transcurría la vida cotidiana. Pre-tendo ayudar a desmitificar eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, que está presente en muchas de mis entrevistadas.

El dueño conocía a todos los que vivían en sus tierras y los trataba con familiaridad. Quizás esto explique por qué fantasean cuando recuerdan el pasado como una época de cordialidad en-tre ricos y pobres en la zona.

Mi informante recuerda a un capataz de la finca que aplica-ba el “plan de machete” y el “plan de la ceiba” para asegurar el orden. El primero consistía en golpear con la parte plana del machete, mientras que el segundo significaba ahorcar de los ár-boles a quienes robaban. Había pocos trabajadores contratados para todas las faenas agrícolas durante el año. Cuando estos no cultivaban o cosechaban, los ponían a limpiar los campos de pie-dras, para construir cercas o simplemente para sacarlas de las zonas de cultivo.

El bacalao y el tasajo que ahora añoran las más viejas de las obreras y también las más jóvenes por lo que les cuentan sus padres, los comían algunos pobladores de estas tierras, porque eran baratos y podían mantenerse largo tiempo sin refrigera-ción. Esta persona confirma las informaciones de la dieta de los trabajadores agrícolas que describió la Agrupación Católica Uni-versitaria y que abordo más adelante.

Este informante clave recuerda cómo en los años cuarenta Eduardo Chibás, máximo dirigente del Partido Ortodoxo, se opo-

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nía a los planes que pretendían deshidratar el sur de la provincia La Habana para nutrir con agua a la capital, sin construir obras hidráulicas que evitaran la salinización de las tierras y la penetra-ción del mar en el manto freático. El actual dique sur, dice, está concebido para detener ese proceso.

Los pobladores de la zona eran muy limpios, y la poca ropa que tenían la lavaban a diario (la llamada “paloma”), para estar “presentables” y “decentes”. Confirmé esta impresión cuando leí “Investigación sociocultural de analfabetos: resultado pro-visional” realizada por el Instituto Cubano de Opinión Pública y Psicología Aplicada en 1960. Los habitantes del campo, refiere este estudio, usaban mucho jabón “de lavar” e incluso deter-gente.

Los habitantes de la finca no parecían profesar la religión católica, porque la iglesia más cercana estaba en Alquízar y lle-gar hasta allí costaba dinero. Sí existía un pequeño local de una secta protestante que llamaban “el culto”. Allí asistían algunas personas. Estaban muy extendidas las creencias vinculadas a la santería, sobre todo la afición a Santa Bárbara y San Lázaro.

LAS CONDICIONES DE TRABAJO DE LAS OBRERAS EN LA ACTUALIDAD

Ellas se trasladan diariamente a la zona donde trabajan en una carreta cubierta tirada por un tractor, que sale de Guanímar a las 6:30 a.m.y regresa a las 5:00 p.m. Conocida como la “carreta de las mujeres”, tenía cuando yo laboré con ellas un cartel que decía: “no montar personas agena” (sic). Recoge a las obreras en la carretera desde la Playa hasta La Europa, y a todas las per-sonas que piden que los lleven y que encuentran espacio en su interior. Este transporte comenzó a funcionar en 1988 o 1989, y se mantenía en 1993.

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Cuando pregunté a varias de ella qué beneficios les había dado la revolución, respondieron: “la carreta”. Para ellas tiene un significado muy especial. Las obreras sienten que la carreta les pertenece a ellas y a la granja. Es algo que usan en común para satisfacer necesidades muy directas: llegar a tiempo al tra-bajo, regresar a sus casas, ir al comedor, trasladar comida para sus animales, descansar, guarecerse de la lluvia, merendar, y, sobre todo, conversar. Sobre ellas ejercen decisiones colectivas: a quiénes dejan montar; a qué hora se van; qué paradas hacen; qué pueden acarrear en su interior y qué está prohibido. Son acuerdos tácitos o reglas discutidas a viva voz. La carreta les permite vivir la experiencia de un grupo y las cohesiona. Es una especie de condominio que existe entre ellas y la granja, que es la representación del Estado más tangible.

Las obreras almuerzan en el comedor de la granja situado en Concordia, caserío fuera de los límites de la UBP, y donde se encuentra el “parqueo” de los tractores de la granja. Este come-dor cocina diariamente para alrededor de doscientas personas. Las viandas, hortalizas y vegetales que consumen sus usuarios son de la granja y de la empresa.

Durante los quince días que trabajé y almorcé con ellas en-tre enero y junio de 1992, un día no hubo almuerzo, porque la cocina estaba rota, y los trabajadores regresaron a sus casas a las 11:00 a.m. El resto de los días siempre hubo arroz, frijoles, ensalada y vianda. En diez de los catorce días sirvieron algún tipo de proteína animal: huevos, pescado, pollo, puerco. Doce días hubo postre. Un día vendieron jugo.

Las comidas que sirvieron en estos días fueron nutritivas, pero es cierto lo que dicen las obreras, que en tres ocasiones fue muy poca la cantidad, teniendo en cuenta que trabajan muy duro. Ellas estiman que deben mejorar la calidad de lo que preparan.

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Por ejemplo, varias veces los frijoles necesitaron más tiempo de cocción y tenían poca sazón. Opinan que si la mayor parte de lo que cocinan lo produce la granja, y si son productos de calidad, que incluso mandan a comedores seleccionados de La Habana, entonces las comidas podrían ser mucho mejores.

La comida la sirven en platos de loza muy limpios. En las mesas hay jarras con agua fría y manteles de hule. Los platos con la comi-da los llevan a las mesas en unos carritos. Cuidan mucho la higiene.

Las mujeres meriendan “a media mañana”. Los alimentos los traen de sus casas: un pan con azúcar, salsa, mantequilla o cual-quier cosa que los “moje”; jugo de naranja, esencia de refresco o azúcar mezclados con agua fría. Casi siempre hay quien lleva café. Este es un rito que todas comparten en la carreta. Uso la palabra compartir porque funcionan como una cooperativa: cada una lleva su alimento básico y un sobrante para ofrecer al grupo, bien para que lo prueben o para que nadie se quede sola-mente mirando a las demás.

También es el momento de fumar. Los cigarros son algo más que bienes de consumo cooperados. Organizan a las fumadoras en una especie de hermandad en la que todas dan y reciben, y en la que quien fuma sin avisar a las demás y sin pasar el cigarro, transgrede una ley no escrita.

Las obreras descansan en la carreta durante la merienda, mientras se agrupan para salir al comedor, después de almorzar y cuando termina la jornada del día. El descanso más largo, que dura casi una hora después de almorzar, también lo hacen en la carreta. En ese tiempo algunas duermen y otras conversan, y no se sientan al aire libre. Quizás esto se debe a que en la zona del “parqueo” y del comedor de la granja no hay espacios para des-cansar, porque no hay árboles con sombra ni corredores techa-dos. Quizás no quieren renunciar a la intimidad de “su carreta”.

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Mientras trabajé con ellas observé que durante las casi diez horas que estaban en el trabajo, las mujeres no tenían baños a donde ir. En los campos iban a las zanjas o donde quiera que en-contraran algo que las cubriera. En el comedor había dos baños: en uno la taza estaba tupida y en otro había sido arrancada. Estaban cada vez más sucios. En marzo de 1992 había dos baños nuevos, con condiciones para que los usaran muchas personas. Estaban muy limpios.

Las obreras visten pantalones de trabajo (que son los de caqui gris), de milicia (verde olivo) o los que llaman “de vestir” viejos (generalmente de lástex). Llevan pulóveres viejos o blusas sin cuellos ni mangas, y encima usan camisas de mangas largas para protegerse del sol. Todas se cubren la cabeza con un pañuelo y varias usan sombreros. Muy pocas calzan botas “cañeras” o de “milicias”: usan tenis y zapatos viejos y rotos. Dos de ellas usan botas altas de goma que se usan en el plan porcino o en los bar-cos de pesca. Llevan guantes de goma que les vende la granja para protegerse del sol, de la tierra y de la savia de las plantas. Las botas, los guantes y las camisas de mangas largas, los panta-lones, los pañuelos y los sombreros son elementos importantes entre las condiciones de trabajo de estas mujeres.

En 1991 la granja les dio bonos para comprar camisas y panta-lones, pero los distribuyeron tan tarde que no los encontraron en las tiendas. En la primera mitad de 1992 en la UBP repartieron algunos pantalones de tallas grandes. Lo más deficitario son las botas. Muy pocas veces las venden a los obreros, en cantidades reducidísimas, y las tallas siempre han sido grandes. Las obreras han quedado prácticamente marginadas de esta distribución, aun-que constituyen casi la mitad de la fuerza de trabajo de la UBP.

Cargan siempre una lata vacía de aceite de cinco galones que usan para acarrear los productos que cosechan en el campo y,

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además, para cargar el agua de tomar —que llevan en pomos que congelan en sus casas—, guardar la merienda y llevar sus cosas.

Las condiciones de trabajo son rudas porque trabajan bajo el sol, con calor, polvo o fango, lluvia, insectos y cargando gran-des pesos. Constantemente se quejan de esto. Pero entre las respuestas de qué es los que más les gusta de su trabajo, varias mencionaron “ver crecer y recoger lo que una siembra”, y, ade-más, porque se sienten dichosas por trabajar al “aire libre”.

Estas son características de la agricultura que no están pre-sentes en las instalaciones cerradas de las industrias. Pocas ve-ces los obreros ubicados en los distintos puntos de la cadena productiva perciben el ciclo completo de la producción hasta “tocar” el producto final, como sí pueden hacerlo estas mujeres. Esta motivación, que las lleva a identificarse con lo que siembran y cosechan, se troncha cuando el transporte no llega a tiempo y los productos se pudren en las cajas que aguardan en la entrada de los surcos. La rabia de estas mujeres es muy grande cuando ven que perdieron lo que crearon.

LAS NORMAS, LOS SALARIOS, LA DISCIPLINA Y LOS RECURSOS HUMANOS DE ESTAS OBRERAS16

En los seis primeros meses de 1992, en la UBP trabajaron, ade-más de los obreros agrícolas, trabajadores movilizados proce-dentes de organismos de la capital, profesores y estudiantes de la Universidad de La Habana, presos y estudiantes de secundaria

16 Para calcular las informaciones sobre fuerza de trabajo, normas y salarios, me basé en la nómina de la UBP de Alquízar de 1992. Decidí presentar tres estimaciones del número de asalariados, basadas en la definición del “promedio de trabajadores total”. Esta definición se calcula “... deduciendo del número de trabajadores en el registro, aquellos a los que no se les paga el salario directa ni indirectamente por la empresa o unidad presupuestada a que pertenecen, aun estando incluidos en el citado registro (excepto aquellos trabajadores que se encuentren enfermos,

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básica movilizados por treinta días. También laboraron por un día trabajadores de Alquízar. A los obreros agrícolas y a los presos siempre les asignaron las tareas más complejas, por su destreza. Los movilizados se encargaron principalmente de mantener los campos libres de hierbas.

En la nómina de la UBP no. 21 de la primera quincena de ene-ro de 1992, aparecían ochenta y tres trabajadores. De ellos, se-tenta y tres devengaron salarios en esa oportunidad, y tres más no lo hicieron por estar de licencia de maternidad o enfermos. De estas setenta y seis personas, el 38% eran mujeres y el 62% eran hombres. Esta proporción de mujeres en la fuerza de traba-jo agrícola era mucho más alta que el 23.6% que representaban las mujeres en la fuerza de trabajo del sector agropecuario del país, y que es una de las razones que lo clasifican como sector ocupacional no tradicional femenino. Era, sin embargo, similar o igual al 38% que representaban las mujeres en la fuerza de trabajo del país.

La brigada de mujeres se creó entre 1988 y 1989. Desde en-tonces, las mujeres forman un grupo relativamente numeroso, con un núcleo fijo en torno al cual fluctúan quienes entran y salen del registro de trabajadores. Antes de 1988 había mujeres

con licencia de maternidad u otro tipo de licencia) y adicionando los que sin estar incluidos en el registro de trabajadores de la empresa o unidad presupuestada donde realizan el trabajo, se les paga salario directa o indirectamente por dicho centro” (CEE, 1990: 107). Una cifra representa a los ochenta y tres trabajadores registrados en la nómina; otra incluye a las setenta y tres personas que devengaron salario en esa quincena, y, por último, los setenta y seis trabajadores incorporan a una mujer con licencia de maternidad y otras dos con certificados médicos. Para calcular el promedio salarial utilicé a los setenta y tres trabajadores que devengaron salario. No incluí a las personas con licencia de maternidad o enfermas, porque no percibieron ningún tipo de erogación por la empresa en esa quincena. En los cálculos de distribución de la fuerza de trabajo por sexo sí consideré a esas tres personas con licencias, porque su inasistencia al trabajo fue temporal, y se reincorporaron días o semanas después.

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que trabajaban en el campo, pero lo hacían de forma dispersa. Muchas comenzaron como guías de los alumnos de las escuelas en el campo y de las movilizaciones de las escuelas al campo.

¿Cómo piensan estas obreras su trabajo? La primera reflexión sobre su subjetividad está relacionada con estas dos preguntas: ¿Por qué trabajan en la agricultura? ¿Por qué se mantienen aquí? Estas mujeres se incorporaron a la agricultura porque necesita-ban los ingresos, y porque en la zona no había otros empleos que se adecuaran a su baja escolaridad (de séptimo y noveno grados oficialmente, pero en realidad con un nivel inferior).

Precisaban de los salarios para incrementar los ingresos de sus hogares y mejorar sus condiciones materiales de vida. Todas las obreras de la brigada comenzaron a trabajar en la agricultura una vez que tuvieron hijos, como una forma de asegurar o refor-zar el mantenimiento de estos, de independizar sus gastos de sus parejas o de asegurarlos, en los casos en que estuvieran solas.

El ciclo vital en que se incorporaron a trabajar en el campo varía a medida que son más jóvenes. Las que son mayores de treinta o treinta y cinco años y vivían con sus madres o suegras que les ayudaban en las casas, se incorporaron al campo cuando sus hijos iniciaron la escuela primaria con acceso garantizado al seminternado o, de no tenerlo, cuando los niños se acercaban al sexto grado. Las más jóvenes comenzaron a trabajar con hijos en edad preescolar, y les pagan a familiares o personas que les cui-dan, o los llevan al campo con ellas. En la zona no hay círculos infantiles.

Dicen que trabajan porque “la vida está muy cara” y porque cada vez crean nuevas necesidades ellas y sus familias. Trabajar forma parte de su modo de vivir. Ya no es el mismo sentimiento de seguridad ciega que tenían las obreras entrevistadas en las textileras Ariguanabo y Celia Sánchez Manduley entre 1986 y 1987

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en cuanto a no perder sus empleos. Comentan que los trabajos están difíciles, pero saben que la agricultura es “segura”.

Diez de las dieciocho obreras comenzaron a trabajar cuan-do tenían nuevos vínculos conyugales (estaban unidas a quienes no eran los padres de sus hijos), o cuando estaban solas. Esto induce a pensar que buscaban ingresos seguros para sus hijos y para ellas. La otra opción laboral para su nivel escolar es el plan porcino, que no les conviene porque tienen que trabajar los do-mingos. Tienen una expresión que resume por qué trabajan, al menos en lo que concierne a sus hijos: “¡Al hijo mío lo parí yo, y ningún hombre me puede sacar en cara que me lo crió! ¡A este lo crié yo con mi trabajo!”.

Ellas han organizado su asistencia al trabajo de una manera flexible, que les permite calcular cuándo faltarán para ir al mé-dico, comprar, ir los sábados a pasear a La Habana, visitar a un hijo preso. Ellas comunican a las demás cuándo faltarán al tra-bajo, calculando que serán días en los que no perderán mucho dinero (porque son jornadas en las que trabajarán por el salario básico, por ejemplo). Esto ocurre generalmente una vez al mes.

En sus casas, con sus maridos y parientes, “negocian” quiénes asumirán las diferentes tareas del hogar, escudándose en lo duro del trabajo que realizan, cosa que es cierta. Y la mayoría lo ha logrado.

Las mayores de cuarenta y cinco años que se mantienen traba-jando (y aquellas menores de esta edad, pero con hijos ya casa-dos), lo hacen, dicen, para asegurar el retiro y para mantener su nivel de vida. Afirman que ya están acostumbradas a ganar lo suyo y a trabajar. Esto podría descodificarse como evitar la rutina de la casa, mantener relaciones de amistad, buscar viandas y otros pro-ductos que cosechan, mantener la autoridad de quien trabaja para tomar decisiones en la casa, en el barrio y en el centro laboral.

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La segunda reflexión sobre la subjetividad que genera en estas mujeres el hecho de trabajar, tiene que ver con sus percepciones de la discriminación a las mujeres en el empleo. La primera for-ma de discriminación que perciben es con relación a las mujeres dirigentes. En la UBP, en el momento en que las estudiaba, dos de los cinco dirigentes eran mujeres. Una era técnica y la otra, lo que se denomina “cuadro”.17

Las obreras dijeron que esta relativamente alta proporción de mujeres dirigentes es reciente. Las mujeres representan el 38% de los obreros de la UBP. Esta proporción duplica el 19% que representan las mujeres en el total de los obreros del país.

Con la proporción de las mujeres entre los dirigentes, lo que ocurrió en la granja y en menor medida en la UBP ilustra lo que pasó en el país con el proceso de “idoneidad”. En 1991 se decidió se-leccionar o designar a los jefes de finca entre las personas con más experiencia de trabajo de dirección o entre los técnicos egresados de los centros de enseñanza media superior y universi-taria. Las mujeres estaban altamente representadas entre estos últimos en la granja. Por esta razón se convirtieron en la fuente obligada para seleccionar a los dirigentes de base. En el país, en 1991, las mujeres pasaron de ser el 26% de los dirigentes para convertirse en el 34% de ellos. Este salto coincidió con una dis-minución de las mujeres entre los técnicos: de un 58% a un 54% (Catasús, 1992). Es posible que lo que sucedió en la UBP ayude a pensar lo ocurrido en el país, esto es, que de la categoría de “técnicas” salieron las “dirigentes” en el llamado proceso de ido-neidad.

Las obreras dicen que estas jóvenes técnicas de la granja con-vertidas en cuadros de dirección “vienen desde abajo con su título de graduadas”. Para ellas esto quiere decir que comienzan su vida laboral con derecho a dirigir porque han estudiado, y así

17 Término que se usa en Cuba para referirse a un dirigente (N. de la E.).

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se lo han ganado. Pienso que este es un motivo que contribuye a elevar la autoestima de estas mujeres.

Este proceso recién comienza y es interesante observarlo. Es-tas jóvenes mujeres no han interiorizado aún su papel de jefas, porque no han recibido entrenamiento para ello, y porque lo que está estipulado que hagan les aleja de sus carreras. Dicen: “Nada más hay que llenar papeles y más papeles”. Aquí pueden comenzar los fracasos. Hasta ahora, explican las obreras, solo dejaban a los hombres pasar cursos para ser jefes, pero ahora es diferente con las nuevas, las que vienen “de abajo”.

El segundo motivo que ellas perciben de cómo se expresa la discriminación laboral hacia ellas, es en la diferencia salarial entre obreros y obreras. El salario promedio quincenal para las setenta y tres personas que cobraron entre el 5 y el 20 de enero de 1992 fue de ciento diez pesos con setenta y dos centavos. Calculando esta cifra para un mes, fue de alrededor de doscien-tos veinte pesos. Este estimado es superior al promedio salarial de Cuba para 1989, que fue de ciento ochenta y ocho pesos; es superior que el promedio salarial del sector agropecuario en 1989, que fue de ciento ochenta y seis pesos, y superior al salario pro-medio de la provincia de La Habana para ese año, que fue de ciento noventa y dos pesos (CEE, 1990: 116).

Las mujeres recibieron salarios menores que los hombres: su salario promedio quincenal fue de ochenta y seis pesos con vein-titrés centavos, mientras que el de los hombres fue de ciento veintiún pesos con treinta y dos centavos. Lo que ellas recibieron representa el 70% del promedio que ganaron los hombres. En la primera quincena de enero de 1990 ellas devengaron ochenta y cuatro pesos con cuarenta centavos como promedio, es decir, un 80% del salario de los hombres (ciento cinco pesos con vein-ticuatro centavos). No dispongo de estimaciones similares para

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hombres y mujeres asalariados en el país hechas por el CEE u otros organismos. Por esta razón, no puedo comparar.

Para la UBP no. 21 la razón de esta diferencia es que las mu-jeres ocupan puestos menos remunerados que los hombres. Aun-que en la nómina unas y otros son “obreros”, las mujeres cobran un salario básico de cuatro pesos con noventa y seis centavos al día, que es el salario mínimo de la agricultura. Los hombres cobran salarios básicos más altos, correspondientes a trabajos considera-dos más duros que los que realizan las mujeres: chapeadores, cargadores, guataqueadores18 de zanjas y canales, bueyeros, domadores de bueyes y tractoristas. Por ejemplo, los bueyeros ganan nueve pesos con treinta y ocho centavos de salario básico al día, mientras que el domador gana diez pesos diarios. Cuando pregunté al jefe de personal de la granja por qué las mujeres no hacen algunos de estos trabajos, respondió que debía ser “por la cultura de los cubanos”. Dudo, además, que la labor que reali-zan las obreras sea menos dura que la de los hombres. Durante la cosecha de tomate, cada una de ellas acarreaba diariamente mil setescientas libras de este producto para cumplir dos normas.

En este estudio, los índices de asistencia al trabajo de muje-res y hombres no difieren tanto como en los centros que antes investigué, y, por tanto, no puedo señalarlo como una razón para la diferencia salarial.

El trabajo fuerte que realizan estas mujeres es un elemento para elevar su autoestima como trabajadoras. Incluso diría que los hombres de la granja también hablan de “lo duro que traba-jan las mujeres”. En su comunidad los vecinos suelen decir que “las mujeres de la carreta” son “unas salvajes trabajando”, que “pegan como los hombres o más que ellos”, y que “el di-

18 Hombres que aran la tierra y limpian los surcos con un instrumento parecido al rastrillo pero que no posee pinchos (N. de la E.).

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nero se lo ganan de verdad”. Este hecho repite lo observado en las investigaciones de las textileras Ariguanabo y Celia Sánchez, así como en el tejar Ángel Guerra. Esta es una regularidad que hay que enmendar por justicia, y porque en la zona de Alquí-zar hay cada vez más mujeres estudiando para trabajar como obreras y técnicas agrícolas. Una vía para enmendar esta discri-minación salarial es promover a las mujeres a los puestos mejor remunerados. Otra vía, que puede complementar la anterior, es elevar los salarios de los puestos que ocupan las obreras, como parte de los estímulos que la dirección del país ha planteado para los obreros agrícolas.19

Obreras y obreros comparan sus salarios con los de los “movi-lizados”, quienes devengan doscientos veinticinco pesos, “hagan lo que hagan”. Estas son las personas que permanecen un año o más en los campamentos. También los comparan con los de los jefes de finca (doscientos sesenta y cinco pesos) y los de la UBP (doscientos noventa y cinco pesos), a quienes subieron los suel-dos en el último año. Dicen que “no ven que estimulen a los obreros de la producción”.

Hay mucha irregularidad con las normas. Mientras hacía la observación participante, las mujeres trabajaron jornadas ente-ras cortando bejucos de boniato, escardando berenjenas, reco-giendo ajos y deshojando matas de plátanos sin saber cuánto les pagaban.

Ellas dicen que los jefes de finca les tienen que comunicar cuál es la norma en cada paso, pero pocas veces lo hacen. Esto ocasionó inconformidades con los salarios. Las obreras estiman que todos los obreros agrícolas deben cobrar por las normas,

19 En octubre de 1993 el gobierno cubano resolvió implantar las UBPC como parte de las medidas para restablecer la economía cubana y salir de la crisis. Consisten en unidades autónomas dentro del sector estatal agropecuario con facultades para decidir la mayor parte de sus actividades productivas y de comercialización.

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para que así “se interesen por cumplir”. Por ejemplo, durante la cosecha de tomate, ellas, que sí estaban normadas y deseaban cumplir cada día dos normas para recibir al menos diez pesos, hacían funciones que debían cumplir otros obreros no normados. Buscaban las cajas de madera por todo el campo, y las llevaban hasta sus “sangrías” (espacios que cortan transversalmente los surcos a determinadas distancias), que son tareas de los bueye-ros, quienes tienen salarios fijos, y de los cargadores.

Durante los meses de junio, julio y agosto, los obreros agríco-las ganan un extra de un 30% por el calor excesivo. Ninguna de las obreras coge sus vacaciones en estos meses para trabajar y acumular más ingresos. En septiembre asisten poco al trabajo, al parecer porque se recuperan de los calores del verano. Para estas obreras el derecho a disfrutar de un mes de vacaciones al año es algo natural. Todas ellas descansaron un mes el año ante-rior. Las que son de Oriente y Pinar del Río visitaban en esos días a sus familiares en esas provincias. Ahora, con las dificultades del transporte, utilizan esos días para “quedarse en la casa, ver televisión y resolver cuestiones personales”.

La tercera reflexión acerca de cómo influye en su subjetividad su condición de trabajadora tiene que ver con cómo piensan su trabajo. A continuación expongo varias ideas. Ellas no conocen claramente quién controla cada detalle de las tareas en las que ellas participan. Consideran que las responsabilidades se diluyen entre varias personas, a diferentes niveles y en estructuras dis-tintas. Por ejemplo, durante la recogida de tomate varias veces los camiones que traían las cajas vacías para recoger los tomates y trasladarlos hacia los consumidores se demoraron en llegar a los campos.

“Acopio es responsable”, decían. O “la empresa dijo que es-tarían aquí con seguridad”. También comentaban que “el jefe

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de la finca y la jefa de la UBP no están aquí para exigir a la empresa que vengan los camiones”. O sencillamente, “no están aquí cuando más hacen falta”. Todos estos comentarios estaban respaldados por acciones que habían ocurrido. Podría resumirse con otra expresión de ellas: “¡Aquí hay demasiadas manos!”. Ellas consideran que los jefes no toman en cuenta sus opiniones de cómo organizar el trabajo, sobre todo en asuntos que ellas conocen por experiencia.

Esto las enajena de tareas que desean cumplir. Están intere-sadas en hacerlas por el salario, “porque si el trabajo estuviera organizado podrían cumplir mejor las normas con los requisitos de calidad” y porque conocen lo necesarios que son los produc-tos para la población, a la que pertenecen. Repetían frases como esta: “¡Ojalá al agromercado de la Playa llegaran estos tomates que recogemos!”.

Comparan esta indefinición de responsabilidades con el celo de los “dueños de fincas”, “campesinos” o “pequeños agricul-tores”. “Como ellos son los dueños, se preocupan porque los campos estén sin yerbas”. “Recogen a tiempo”. “Es verdad que pagan hasta veinte pesos diarios a las personas que trabajan para ellos, pero si no trabajan, les dicen que al otro día no vengan”. Comparan porque la UBP está rodeada de campesinos y porque muchas de ellas han trabajado para estos pequeños propietarios. Desde la carreta se ven los campos limpios de los dueños de fin-cas y los no tan limpios del Estado. Las comparaciones saltan a la vista. En la UBP dicen: “No hay dueño”, “a nadie le duele el bolsillo”. O “el Estado no tiene cara”. Estas son formas de diluir a los responsables de las tareas.

Ellas no tienen un sentimiento de propiedad social sobre los medios de producción y sobre la tierra. “Eso es del Estado”, ma-nifiestan cuando les preguntaba a quién pertenecían las tierras donde cultivaban, las maquinarias y las instalaciones de la gran-

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ja. Pero sí sienten que pertenecen a un grupo, a un colectivo: el de las “mujeres de la carreta” y el de los obreros agrícolas. Ellas ven y tocan lo que producen, desde que lo siembran hasta que lo cosechan. Así ocurrió con el tomate, el ajo y el boniato.

Se sienten muy útiles socialmente, incluso indispensables. “Por primera vez reconocen de verdad al obrero agrícola”, expresaban. “Sin nosotras no hay quien coma en La Habana”. En ellas funciona una suerte de compulsión social que obliga a la exigencia social. “¡Que me exijan a mí, pero también que les pidan cuentas a los demás en la empresa, en Acopio y en las guaguas!”.

No conocen los planes de producción de la UBP ni los de la granja, y tampoco su cumplimiento. Dicen que casi no se reúnen con los obreros en asambleas de producción. Van comprendiendo lo que cuesta producir cada producto en la agricultura, porque sobre esto hablaban los trabajadores, hombres y mujeres, en el campo, en el comedor y en la carreta. En Guanímar, cuando por última vez reabrieron el agromercado, subieron los precios de los productos y los guanimeros “refunfuñaron”. Ellas explicaban en las colas del agro y de la bodega que “eso era justo”, porque ellas sí sabían lo que había que gastar en los movilizados y, últi-mamente, en productos químicos y en mochilas que la empresa compró “afuera”. Parece que reaccionan así porque les llega de cerca, como consumidoras, pagar más por las viandas, vegetales y hortalizas y, además, porque conocen lo que se gasta en la agricultura. Son cosas que “tocan” como trabajadoras y consu-midoras, y que interconectan.

En ellas opera la vergüenza. “No me gusta que me llamen la atención en el trabajo por haber hecho las cosas mal”. También evalúan altamente el tiempo que dedican a trabajar. Dicen: “Si vengo a trabajar, no quiero perder mi tiempo ni el dinero que puedo ganar”. Así decían cuando empezaban la jornada con re-

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traso o les cambiaban la tarea por desorganización. Insisto en este sentimiento, porque es la primera vez que yo participaba en un colectivo que laboraba en la agricultura, y que odiaba la llu-via durante la jornada de trabajo. Como yo siempre había traba-jado en el campo con grupos de voluntarios, quienes tenían sus salarios asegurados, la lluvia era una bendición, porque permitía que permaneciéramos en los albergues. Pero para estas mujeres, un día perdido es un día de menos ingresos.

Poseen mucho sentido común y realismo. Por ejemplo, duran-te la cosecha de tomate había “de todo” en el campo: fuerza de trabajo, tractores, bueyes, tomates buenos y cajas para reco-gerlos, pero faltaba la organización. Las cajas se demoraban en llegar al campo y, cuando las desmontaban del camión, se demo-raban los cargadores en acercarlas a las mujeres. Los tomates ya recogidos y seleccionados permanecían en “la punta del campo” hasta dos días, porque los camiones de Acopio no venían. En va-rias ocasiones que esto ocurrió, hubo que “apartar” nuevamente los tomates verdes de los maduros, y con ello se perdió la terce-ra parte de lo que se había recogido.

Otro ejemplo. Ellas piensan que la granja podría vender vian-das, hortalizas y vegetales al restaurante de la Playa. La ad-ministradora de esa unidad gastronómica gestionó esto con su empresa y le dijeron que no se podía hacer. Las obreras opinan que esta es una muestra de burocracia, porque los productos se pierden y los podrían trasladar a la Playa en camiones de Acopio o en la propia carreta.

Un tercer ejemplo. En Breto había dos campos de tomate “empalado”. Las matas del primer campo las empalaron a tiem-po y se cosecharon tomates de buena calidad. Pero en el segun-do campo colocaron las varas fuera de tiempo, cuando las matas ya estaban crecidas, y les tumbaron las flores. Según las obreras

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los tomates de este campo fueron pocos y raquíticos y parte de su trabajo fue en vano debido a los descuidos de quienes organi-zaron el proceso de siembra y de mantenimiento de los cultivos.

No existe entre ellas un sentimiento de dependencia hacia sus jefes, en el sentido que dependen de ellos para mantener sus empleos. Hablan con ellos los problemas de organización del tra-bajo, las decisiones de cuándo sembrar, limpiar y recoger, los errores en los pagos y prácticamente todo.

Su ideal del jefe es que esté calificado para desempeñar su función, que sea exigente, que dé participación a los trabajado-res en la toma de decisiones y que sea un “ejemplo”. Agregan que sea “legal”, es decir, que no sea arbitrario, voluntarioso y que se rija por las leyes. Distinguen como dirigentes buenos a personas que eran muy estrictas y que les hacían trabajar muchí-simo; pero que aprendían de ellos cómo trabajar mejor, escucha-ban las opiniones de ellas sobre el trabajo y estaban al tanto de sus “problemas personales”. Y algo muy importante: las defen-dían. Con menos fervor hablaron de otros dirigentes que saben trabajar, pero que no se acercan a ellas.

Sienten que no están solas porque las respalda el Estado. Sue-len decir: “Si veo que algo está mal hecho, lo digo; y si no me oyen, voy a ver a Rafaelito (quien es el director de la Empresa de Cultivos Varios de Alquízar). O “¡Llego hasta el Comité Central!”. Y “si tengo que hacerlo, hablo con Fidel”. Confían que las arbi-trariedades que se cometen en la UBP o en la granja, esto es, en su círculo más cercano, se resuelven cuando ellas las denuncien fuera de este ámbito estrecho. El problema es que así hablan las trabajadoras cumplidoras y las que no lo son.

Poseen un sentimiento de justicia con las cosas que les tocan más cerca (la distribución de botas y guantes, el pago de sus salarios); y con lo que sucede en el país (“la ley tiene que ser pareja para todos”). Se indignaron cuando escucharon comenta-

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rios de que en Güira de Melena en enero y en Alquízar en mayo, personas que cuidaban los campos mataron a dos jóvenes. Dije-ron que era injusto matar a quienes se llevan unas pocas frutas y viandas, y, sin embargo, a los de Acopio no les pasa nada cuando dejan podrir los productos en el campo.

Son muy solidarias entre ellas, con el requisito de que les retribuyan sus ayudas. Así sucedió con las mujeres que se enfer-maron durante la jornada y no pudieron cumplir sus normas, o con las que trabajaron en surcos enyerbados o con pocos frutos. Las demás ayudan, pero solo cuando saben que esas personas no abusan de esa colaboración. La solidaridad la expresan tam-bién cuando forman cuartetas y dúos para trabajar, y dividen en-tre ellas lo que hacen cada día. Igualmente cuando entre todas atienden a las niñas y a los niños pequeños de las obreras que los llevan al trabajo, porque no tienen quien los cuide.

Interpretan rápidamente las ideas que trasmiten los medios de difusión masiva sobre su trabajo. Por ejemplo, vincularon las informaciones de la Conferencia Mundial de Ecología Eco 92 con el hecho que en la granja casi no usan productos químicos como pesticidas y herbicidas. Piensan que así es mejor para ellas, por-que no “hacen alergias” ni se dañan la piel. Y también porque los productos que cosechan son más sanos. Vincularon Eco 92 con el dique sur. Comentaron que el lado bueno consiste en mejorar el abasto de agua en el subsuelo. El lado malo les afecta directa-mente en su vida cotidiana: tiene “encharcada” la Playa; el río y el canal están tupidos, y todo esto “acabó” con los fangos de los baños medicinales. “Todo esto lo tenían que saber los que hicieron el dique”.

Otra muestra de cómo ellas “operacionalizan” las informa-ciones que reciben por la radio y la televisión es lo que ocurrió a principios de 1992. Hubo una penetración del mar en La Habana

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y vientos fortísimos azotaron las zonas del sur de la provincia. Los medios de difusión no alertaron sobre esto y las obreras se molestaron mucho “porque la agricultura no se preparó”.

CÓMO PIENSAN LAS OBRERAS SOBRE ELLAS

Intentaré reconstruir la riqueza con que estas dieciocho obreras agrícolas viven cotidianamente sus vidas en los ámbitos de sus empleos, sus familias, la comunidad en que viven y en el país. Me interesa conocer cómo se interpenetran en sus casos las con-diciones materiales en que viven y las relaciones sociales en que están inmersas con su subjetividad, con su manera de apropiarse espiritualmente de la realidad, sobre todo a través de su ideolo-gía de género. Deseo atrapar lo que verbalizan conscientemen-te, e inferir lo latente de sus actuaciones y expresiones, con el propósito de entenderlas tal y como ellas son, y no como yo las pienso, aunque esto será muy difícil.

En resumen, quiero estudiar la producción social de sus ideo-logías referidas a las relaciones de género como una de las claves para entender las transformaciones que ellas han experimentado en los últimos treinta años. Para cumplir este propósito debo responder a cuatro preguntas: ¿Quiénes son ellas? ¿Cuánto se diferencian de sus madres, de la generación que las precedió? ¿Qué elementos nuevos han surgido en la manera de ser y pensar en estas obreras? ¿Cuánto ha cambiado la sociedad en que ellas viven, y cómo han influido estos cambios en estas mujeres?

Rondan los treinta y ocho años, similar a la edad de las obre-ras de toda la UBP. Tienen dos hijos como promedio, mientras que sus madres tenían entre cuatro y cinco. Este promedio de dos hijos por mujer es ligeramente superior al de 1.8 hijos por mujer en Cuba en 1990 (Catasús, 1992). Quizás esta sea una de las razones que explica por qué la población de Guanímar tien-

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de a ser más joven que la del país en su conjunto y que la de la provincia de La Habana.

Catorce de las dieciocho mujeres (77%) están casadas o uni-das. De las cuatro restantes hay dos divorciadas, una viuda y una soltera. La proporción de casadas y viudas es mayor que el 63% que representaban las mujeres de estas categorías en la Encues-ta Nacional de Fecundidad de 1987 (CEE, 1990: 106). Entre las casadas y las unidas de Guanímar, la mitad se ha casado más de una vez. ¿Estarían aquí influyendo las migrantes de las provincias orientales, mestizas en su mayoría y con posibles historias de visiting unions en sus familias? (Catasús, 1991).

Tenían dieciocho años o menos cuando parieron por primera vez, comportamiento similar al del resto de las mujeres cuba-nas. De las dieciocho mujeres, una tercera parte vive en familias nucleares y el resto en diferentes variantes de familias exten-didas. La mitad de ellas es blanca, siete son mestizas y una es negra. Seis son migrantes de las provincias orientales. Emigraron adultas con sus parejas, sus padres o hermanos para buscar tra-bajo. Parece que esta es una zona de inmigración positiva, por la percepción de varios informantes claves y por la mía.

Pertenecen a una primera generación de mujeres asalaria-das agrícolas identificadas con el medio rural, que nacieron y se criaron en él. Sus padres y posiblemente las generaciones ante-riores a ellos vivieron en zonas rurales. Han sufrido los cambios y choques que sufren todas las mujeres que son una primera ge-neración de asalariadas. Esto sucedía entre las textileras de la Ariguanabo y de la Celia Sánchez, y menos entre las del tejar, quienes tenían antecedentes familiares de mujeres empleadas fuera de sus hogares. Las guanimeras constituyen una primera ge-neración que habita una comunidad con características urbanas.

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En el transcurso de una generación, vivir en revolución ha provocado en ellas una movilidad social ascendente como nunca antes había ocurrido en sus familias, y como posiblemente no vuelva a suceder en mucho tiempo. Y ha generado en ellas ex-pectativas muy diferentes a las de sus madres y sus padres.

Compararlas con la generación anterior a ellas aportará un enfoque de historicidad al interpretar sus vidas, y explicará su movilidad social ascendente con referencias empíricas concre-tas. Trataré con ello también de desmitificar la idea que aflora en ellas a ratos en sus conversaciones de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Y también trataré de sacarlas de las depre-siones que provoca estar sumergidas solamente en lo coyuntural, sobre todo en las condiciones duras del Período Especial.

Para inferir cómo vivía la generación anterior a estas mujeres, utilicé la “Encuesta a los trabajadores rurales 1956-57” de la Agrupación Católica Universitaria de Cuba (1972) y la “Investiga-ción sociocultural de analfabetos: resultado provisional” real-izada por el Instituto Cubano de Opinión Pública y Psicología Aplicada en los meses de octubre y noviembre de 1960. Ambos estudios describen aspectos de las condiciones materiales de vida de dos estratos sociales cubanos de menores ingresos, los asalariados agrícolas y los analfabetos, a fines de los años cin-cuenta e inicios de los sesenta. En ese momento los padres de estas obreras probablemente estaban constituidos como parejas y/o ellas tendrían al menos dos años.

La forma en que vivían sus padres podría ser similar a la de los grupos referidos en estas investigaciones, de acuerdo a lo que ellas declararon en las entrevistas a profundidad acerca de la escolaridad de sus padres (analfabetos o con segundo grado); sus ocupaciones (padres temporeros en la costa, la pesca y en el campo; las madres, amas de casa y muy pocas ocasionalmente

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trabajaban en las escogidas de tabaco); dónde residían (zonas rurales). Estas impresiones concuerdan por los comentarios que hicieron durante la observación participante. La encuesta a los trabajadores rurales sintetizaba así la vida de estas personas:

• El ingreso promedio mensual para una familia de seis personas era de cuarenta y cinco pesos; es decir, siete pe-sos con cincuenta centavos para cada persona en un mes.

• Su régimen alimenticio presentaba un déficit de mil calorías.

• El 4% de los trabajadores entrevistados declaró comer carne; el 1% mencionó ingerir pescado; el 11% tomaba le-che; el 2.17% comía huevos; el 3%, pan; el 22%, viandas; el 24% mencionó el arroz y el 23%, los frijoles. No consumían vegetales verdes y las frutas no formaban parte de su dieta habitual. “En el campo”, resumieron los autores, “no se consume lo que se produce... Es que con gran frecuencia se dificulta realmente producir, o hay que deshacerse de los productos para venderlos y adquirir otros más vitales, que resuelvan el problema pavoroso del tener que comer cada día” (Agrupación Católica Universitaria de Cuba, 1972).

• El 14% de los encuestados había padecido o padecía tu-berculosis; el 13% había padecido tifus; el 36% tenía parási-tos, y el 31% se había enfermado de paludismo.

• El 80% recibía auxilios de médicos “pagos”, y el 8% se había atendido en instalaciones del Estado.

• Una cuarta parte de las medicinas indicadas a los asa-lariados agrícolas por sus médicos estaban constituidos por

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medicamentos “chiveros” inservibles, elaborados a un cos-to de producción reducidísimo, y que tributaban a los mé-dicos que los recetaban la mitad de las utilidades.

• El 43% de los encuestados eran analfabetos y el 44% no asistió a la escuela. Las aulas rurales eran escasas y los maestros también. Quienes trabajaban en esas escuelas las utilizaban con frecuencia a modo de trampolín para alcan-zar el traslado a la capital. “Es un hecho común en el cam-po”, concluyen, “que el maestro que inicie un curso no lo termine, ya que obtuvo su traslado a La Habana” (Agrupa-ción Católica Universitaria de Cuba, 1972).

• El 64% de las viviendas carecía de inodoro y letrina; el 83% no tenía baño ni ducha; solo el 7% tenía alumbrado eléctrico; el 89% sacaba agua de un pozo.

La investigación de los analfabetos también explicaba qué significaba ser pobre:

• El 18% de la muestra estaba ocupado en la agricultura y presentaba las características descritas en la encuesta anterior.

• En las zonas rurales, los salarios de los analfabetos ron-daban los treinta y cinco pesos mensuales.

• En estas zonas los que trabajaban lo hacían solamente durante treinta y cinco horas a la semana.

• El 50% declaró trabajar todo el año, mientras que el 28% dijo no trabajar nunca.

• El 44% de los empleados en el campo se trasladaba a sus ocupaciones caminando.

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• La mitad de ellos escuchaba la radio en sus hogares; la tercera parte lo hacía “en otros lugares”, y el 18% no la oía.

• Casi la mitad no veía televisión, y solo el 7% la veía en sus hogares.

• El 84% no tenía neveras ni refrigeradores.

• El 73% cocinaba con leña y carbón.

• Las cosas que más deseaban para el lugar donde vivían eran calles, electricidad, escuelas, casas y tener acceso al agua.

• Las tres cosas que más deseaban eran salud, casa y trabajo.

• El agua llegaba por “cañerías del acueducto” a las casas en el 28% de los casos.

• El 19% de los entrevistados tenía inodoros en sus hogares.

• Cuando se enfermaron, el 46% no vio al médico, y el 32% no adquirió medicinas.

Este era el cuadro aproximado de cómo vivían los padres de las obreras agrícolas que estudié. En el transcurso de una gen-eración, ellas experimentaron una movilidad social ascendente muy evidente y fuerte. Mejoraron sus condiciones materiales de vida en la esfera de su familia, de su comunidad y del país como posiblemente no vuelva a repetirse en un período tan breve, lo que ha generado en ellas expectativas diferentes a la de las madres. Explicaré por qué.

Las mujeres de la brigada están contratadas establemente. Su salario promedio mensual en enero de 1992 fue de ciento seten-

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ta y dos pesos con cincuenta y dos centavos, que representaba un 91% del salario promedio mensual de los trabajadores cuba-nos en 1989 (CCE, 1989). Aunque en algunos casos ellas son las aportadoras fundamentales de ingresos a sus hogares, también hay otros aportadores.

Trabajan todo el año en semanas de cuarenta y cuatro horas. Tienen derecho anual a un mes de vacaciones retribuidas, que todas disfrutaron el año anterior. Las inasistencias al trabajo se deben a decisiones propias y no a recortes de la empresa.

Se trasladan diariamente al trabajo en la carreta y almuerzan en el comedor de la granja. El centro de trabajo distribuye entre ellas bonos para comprar ropa y calzado de trabajo, aunque en el último año esto fue muy irregular.

Todas dicen que trabajarán hasta retirarse. Sus padres (y tam-bién las madres, en el caso en que hayan trabajado) disfrutan de retiros. Ellas piensan mantener sus empleos en la agricultura porque el salario es seguro, y no tienen suficiente preparación para tener ingresos similares en otros empleos que demandan calificación alta.

A las preguntas, ¿ha estado enferma en el último año?, ¿de qué enfermedad?, y ¿a dónde acudió?, respondieron que por alergia, para quitarse un anticonceptivo, por embarazo, aborto, quiste en un seno, para hacerse la prueba citológica, por anemia, los ri-ñones, migraña y parásitos. Acudieron al médico de la familia, al policlínico de Alquízar, al hospital de San Antonio de los Baños y a hospitales de La Habana. Diez de las dieciocho mujeres fueron al dentista a los servicios de exodoncia y para hacerse limpiezas. Todas tenían actualizados sus carnés de salud. Una, que está embarazada, se vacunó, y asistió regularmente a la consulta del obstetra. Ocho de las dieciocho fueron al médico de la familia a “hacerse un chequeo”.

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Las entrevistadas declararon tomar solamente las medicinas que les receta el médico y usar la medicina verde para curarse en casa. Ninguna mencionó haber padecido tifus, paludismo o tuberculosis, ni ellas ni personas de su núcleo familiar.

La escolaridad promedio de estas mujeres es de séptimo grado. Sus madres tenían entre primero y segundo grados. Cuatro declararon que sus madres eran analfabetas. Sus hijos o hijas mayores de dieciocho años tienen noveno o doce grados.

En los casos en que sus hijas e hijos no han concluido los doce grados, y no han ascendido socialmente por la vía educacional, dicen que “ha sido por culpa de ellos”, que no han sabido apro-vechar las oportunidades que ellas no tuvieron para estudiar. También por las “malas juntamentas” que llevan a las muchachas a embarazarse, parir jóvenes y abandonar los estudios; mientras que a los muchachos les conduce a no querer seguir becados tan-tos años, ni a estudiar, ni a trabajar, y “se los lleva el Servicio”. Este es uno de los motivos más serios de los fracasos en las aspi-raciones de las obreras agrícolas con relación a sus hijos.

Las casas de las dieciocho obreras tienen radio, luz eléctrica, agua corriente y cocinas de keroseno. Usan leña y carbón ve-getal como combustible para hervir la ropa. Tienen inodoro o letrina y baño o ducha. Quince de las dieciocho tienen televisor y lavadora. Catorce tienen refrigerador. Trece tienen ventilador y plancha. Doce tienen batidora. Todas escuchan radio y ven tele-visión diariamente. No leen periódicos ni revistas porque los pocos ejemplares que llevan a Guanímar no llegan a sus manos. Quisieran que colocaran un ejemplar del periódico Granma diariamente en la bodega, como si fuera un mural.

Para conocer los hábitos nutricionales de estas mujeres pre-gunté cuántas veces comen al día, qué comieron ellas y sus fa-miliares el día anterior, y anoté lo que sirvieron en el comedor

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los días que trabajé con ellas en el campo. Comen cuatro veces al día: desayunan, meriendan, almuerzan y comen “por la tarde”. Toman jugo, refresco o café cuando llegan del trabajo. Once de-sayunaban café con leche y café. Quienes no tomaban leche era porque “no tenían costumbre”. Esto fue así hasta mayo de 1992, cuando restringieron en todo el país la distribución de la leche a la población. Merendaban en la carreta “a media mañana” un pan al que añadían cualquiera de las siguientes variantes: tomate con sal, aceite con ajo y sal, mantequilla, queso crema casero, azúcar, tajadas de mango, salsas de las comidas del día anterior. Además, comían frutas de estación: plátanos (siempre los hubo), naranjas, toronjas y mangos. Tomaban zumos de naranja, toronja y limón con azúcar; esencias de refresco con agua y azúcar o sim-plemente tomaban el agua con azúcar. Algunas llevaban café. Casi todas comían azúcar cuando terminaban de merendar.

Los almuerzos del comedor los describí en la parte referida al centro de trabajo: siempre hubo arroz, frijoles, ensalada verde y viandas; en diez de los catorce días que almorcé con ellas sirvieron proteína animal (huevo, pescado, pollo y puerco); doce días hubo postres (natilla, dulces de fruta y de hortaliza en almíbar).

Todas declararon haber comido por la noche arroz, pastas alimenticias o viandas; diez de las dieciocho comieron algún tipo de proteína animal y ensalada verde u hortaliza. La mitad tomó sopa y ninguna dijo comer frijoles por la noche. Las dos terceras partes tomó café. No comieron pan porque lo guardan para el desayuno o la merienda.

Los alimentos hortícolas “exóticos” los pasan por azúcar cuando los incorporan a su dieta diaria. Así hicieron con las za-nahorias, las berenjenas y las remolachas. Parece que en la dieta de estas personas el azúcar “bendice” a los nuevos productos o les “registra” oficialmente. Además, los engendros culinarios

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de estas combinaciones siempre los bautizan con nombres de comidas ya conocidas: “los coquitos de zanahoria”, “el dulce de fruta bomba de berenjena” y “la mermelada de guayaba de remolacha”. Los etnólogos y los antropólogos tienen aquí una fuente de estudio riquísima.

Los comestibles no ocupan los primeros rubros de sus gastos, como sí sucedía con los trabajadores agrícolas de 1956-1957, o como ocurre hoy día en la capital. Ellos gastan, ante todo, en ropa y calzado (que pagan a sobreprecio), jabón (también fuera de la red estatal) y en cigarrillos. Entre los alimentos gastan mu-cho en café y grasa.

Después de este recuento, ¿tiene validez el comentario que escuché varias veces entre ellas y entre guanimeros, dirigido a personas mayores de sesenta años, que dice “Tú sí comiste bien”?

Estas mujeres han vivido un período de treinta años en el cual las personas de menores ingresos del país experimentaron una movilidad ascendente “en flecha”, favorecida por la política de desarrollo de la revolución. Esto quiere decir que muchos de los avances se debieron no solamente a los esfuerzos individuales, sino principalmente a un proceso global que alcanzó a toda la sociedad, y que movilizó a todos en una dinámica de cambios “desde arriba” y “desde abajo”. Estas obreras agrícolas ascen-dieron en la escala social sobre todo porque vivieron en una so-ciedad que la revolución transformó. Aunque también influyeron sus aspiraciones personales y sus esfuerzos individuales, solo con la revolución lograron lo que sus madres y las mujeres de gene-raciones anteriores añoraron y no tuvieron.

Reconozco que debo trabajar más esta idea, sobre todo en lo que concierne a la creencia enraizada en la población y en muchos medios de difusión masiva de concebir la revolución de forma casi mítica, a la hora de atribuirle a ella —entendida como

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una entelequia separada y por encima de las personas— el don de generar por sí sola todos los beneficios que disfruta la pobla-ción. Se diluyen así los aportes individuales que la propia po-blación incorpora al producto social global, que es la fuente de donde salen los recursos para materializar el proyecto socialista.

Vivir estos últimos treinta años ha generado en estas mujeres necesidades diferentes a las de sus madres e ideaciones de sus vivencias. Mencionaré algunas de ellas.

Viven con muchas seguridades, que, aunque “recibidas”, ya son parte de sus necesidades. El hecho de tener las necesidades básicas cubiertas (por vía de su trabajo o del Estado), y de con-tar con ellas desde mediados de los sesenta, les ha fomentado un sentimiento de seguridad que no experimentaron sus madres y padres. Ellas todavía guardan la capacidad de compararse con la generación anterior, pero sus hijos carecen de ella.

Tener las necesidades básicas cubiertas permite que ellas de-sarrollen más sus vidas y su cultura, porque no piensan angustio-samente y “sin salida” en sus necesidades primarias. Su ideología del bienestar tiene un lado que viven de manera prácticamente inconsciente. Es el de las necesidades cubiertas de manera casi incuestionable, por derecho, que disfrutan de forma natural: la educación, la salud, las seguridades sociales para ellas, sus hijos y padres, el empleo, la alimentación distribuida por la libreta, el vestuario y el calzado, la vivienda, aunque casi siempre con estrecheces; el equipamiento electrodoméstico, las facilidades urbanas de la comunidad, el amparo legal como mujeres ciu-dadanas. No anhelan estas cosas porque ya las tienen. Lo que anhelaban personas que se parecían a sus padres para ellas y sus comunidades, ya ellas las disfrutan.

Está el lado de la ideología del bienestar que desean muy conscientemente, porque no lo disfrutan. Aquí tienen expectati-

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vas, creadas en gran parte por los medios de difusión masiva, por el nivel de instrucción que tienen, por el sentimiento de igual-dad enraizado en su forma de ver la vida, y por tener cubiertas las necesidades básicas.

¿Qué desean para ellas y para los lugares donde viven? Un empleo más “suave”, no tan “duro”, tener círculos infantiles para los niños más chiquitos, crear lugares para que la juventud y ellas se recreen “sanamente”, que arreglen el canal y el río, que resuelvan las consecuencias dañinas del dique sur para la comunidad y que Guanímar esté limpio otra vez. Piensan sobre todo en eliminar las aguas estancadas y el agua que sube en los patios y en las calles más que antes. Poder comprar zapatos para su familia y, principalmente, para los niños y jóvenes. Que les vendan botas de trabajo. Que llegue a la bodega el “jabón de olor”, el de lavar y el detergente, además de la grasa. Que mantengan abierto el agromercado. Que los apagones cumplan los horarios programados, y que no sucedan por negligencias. Que sus hijos estudien y que no se reúnan con “malas compa-ñías”. Que el transporte entre Alquízar y la Playa, que funcionó durante toda la temporada de verano, se mantenga todo el año (se refieren al llamado “refuerzo” de las guaguas y a los camiones de “a peso”). Que el transporte en general se vuel-va a arreglar para ir a La Habana y a otros pueblos. Tener una arrocera eléctrica, como la que venden en las “shopping” o tiendas de dólares. Tener lugares a donde ir para “arreglarse” y ponerse ropas bonitas.

El mito de haber “recibido” los beneficios, de no saber lo que costaron, ha creado en ellas ideaciones de tener derechos prácticamente por antonomasia, sin razonar por qué los ejercen. Asociadas a estas representaciones están las frases como “lo que toca” o “me dieron” tal cosa.

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Otro efecto es que se separan de muchos problemas. Con-sideran que no tienen responsabilidades de lo que sucede en el país, porque ellas no “lo inventaron”. Suelen decir: “Ese no es mi problema” para referirse a cosas del trabajo o a dificultades de la comunidad. Este también es el efecto de haber opinado sobre un problema, haber aportado soluciones, haberse “fajado”20 por ellas, y no existir una respuesta activa de quienes tomaron las decisiones.

Estas mujeres, como dije antes, han generado necesidades diferentes a las que debieron experimentar sus madres. En el plano económico, ellas necesitan trabajar para mantenerse a sí mismas, a sus hijos (sobre todo cuando no son de los maridos con quienes conviven), y para contribuir al presupuesto de sus hogares (en ocasiones como las aportadoras más fuertes). Tienen la necesidad de independizarse casi de quien sea, de asegurar sus vidas por sus esfuerzos, ya sea independizándose de sus ma-ridos, de sus padres, del propio Estado (“porque yo me gano mi sueldo”). Trabajan para asegurar un salario y con él mejorar sus condiciones materiales de vida. Trabajar también ha creado en ellas habilidades para organizarse en su cotidianidad, ante todo por tener una segunda jornada en el hogar. Asimismo, ha influido en que ellas decidan con sus parejas cómo administrar los gastos hogareños y pensar sus proyectos de vida. Ser asalariadas les hace sentirse útiles y relevantes socialmente.

Por ejemplo, en la granja hablan de “lo duro” que trabajan las mujeres; muchos dicen que “pegan más que los hombres”. En Guanímar las identifican primero como “obreras de la carreta” y, después como “la(s) mujer(es) de Fulano”, que es la forma más usual de identificar a cada quien.

En el plano político, estas mujeres han generado la necesidad de participar en la vida de su centro de trabajo, en su comunidad

20 En este contexto significa esforzarse para lograr algo (N. de la E.).

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y en su familia. Ser trabajadora les da derecho al plan jaba, al carné de trabajadora, al seminternado de primario, y si existie-re, al círculo infantil. Son necesidades-derechos que en el país conceden a las mujeres por su condición de asalariadas. Partici-par en el colectivo laboral, por ejemplo, les crea un sentimiento de pertenecer a un grupo, y la necesidad-derecho a compulsar a los demás a hacer las cosas “bien”, no solo en el ámbito de su centro de trabajo, sino más allá de este.

Tienen necesidades culturales relacionadas con la sociedad en que viven. Conocen nuevas personas; mantienen amistades; visitan a sus amigos y a sus familiares, incluso en otras provin-cias; regalan a quienes cumplen años, a sus parejas, a sus pa-dres; reciben regalos y atenciones especiales el Día de la Mujer y el de las Madres; organizan cumpleaños, bodas y bautizos para sus hijos; conversan sobre novedades de la televisión y de la ra-dio. Sus casas no son el límite de su atención. Hace rato que las trascendieron, y eso se nota en su forma de vivir.

Me detendré en tres ejemplos. Las necesidades asociadas a la salud pública son inmensas, y pienso que son muy diferentes a las de las mujeres de generaciones anteriores en sus familias. Consultan constantemente los servicios médicos, desde el mé-dico de la familia hasta los hospitales de La Habana, en busca de las especialidades más diversas: logopedas, ortodoncistas, psicólogos, odontólogos, gineco-obstetras, dermatólogos, etc. Estas mujeres frecuentemente acuden a especialistas fuera de su comunidad y de su municipio para confirmar o rectificar diag-nósticos de sus padecimientos.

Un segundo ejemplo de sus necesidades nuevas es la de dife-renciarse del resto de las mujeres y de los hombres de la Playa. Cuando mencioné por primera vez en Guanímar que trabajaría con estas mujeres, me preguntaron: “¿Vas a trabajar con las

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Candiñas?”. Candiña era un personaje de la telenovela brasileña Doña Beija. Era la dueña del prostíbulo y la presentaban como un personaje muy poderoso. Yo pensé que ese nombre se lo ha-bían puesto en el pueblo para burlarse de ellas, pero resultó que ellas se bautizaron así. Confronté con algunas de ellas este nombre y me dijeron que se lo habían puesto “por el bonche”; o “¡para que sepan quiénes somos!”. También alegaron que era “...porque en la novela esas mujeres andaban siempre juntas”. Un último argumento fue “porque eran las únicas mujeres que trabajaban en la novela”.

¿Reto? ¿Necesidad de diferenciarse de las demás y de identifi-carse con un personaje fuerte? Esto admite muchas reflexiones, no solo para desentrañar las ideaciones de sí mismas, sino tam-bién para comprobar cómo las investigadoras erróneamente im-ponemos nuestras formas de pensar el mundo a otras personas distintas a nosotras.

Lo cierto es que en Guanímar, donde dicen que los hombres mandan, las mujeres que estudié ejercen un poder tan grande como el de ellos o quizás mayor.

El tercer comentario sobre las nuevas necesidades de estas mujeres tiene que ver con las más vinculadas directamente al vivir en la revolución. Ellas tienen necesidades de equidad, de participación, de reconocimiento social, creatividad e indepen-dencia, de justicia. Sienten vergüenza porque las critiquen por haber hecho las cosas mal. Son rebeldes ante las injusticias y lo mal hecho. Exigen el ejemplo en quienes las dirigen.

La enorme socialización promovida por la revolución deter-minó que ellas se incorporaran a la vida pública para suplir las necesidades nuevas. Así, por ejemplo, sucedió que ellas comen-zaron a trabajar para sumar un nuevo salario a sus hogares o para asegurar el principal o el único (en el caso de las jefas de

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hogar), y con ello contribuir a mejorar las condiciones de vida de sus familias. Esto no difiere de lo que ocurre en otros países. Lo que sí es distinto es que estas mujeres tienen un respaldo global, a nivel de toda la sociedad, en el Estado y en las insti-tuciones políticas, legales y sociales, para desarrollarse como seres humanos y como mujeres. Aunque suele existir una enorme distancia entre lo que está legalmente establecido, o política-mente planteado y lo que realmente sucede en la práctica de todos los días, existe, está ahí y puede utilizarse en beneficio de las mujeres.

También es distinto el caso de Cuba, porque las mujeres tienen cubiertas las necesidades básicas de ellas y de sus fa-milias. Y porque ellas han cambiado enormemente en relación a sus madres, pero también ha cambiado la sociedad toda. Pienso que al analizar el desarrollo cubano en los años de la revolución, es preciso hacerlo con un enfoque de género, junto al clasista, al de la raza y al generacional. Desconocer cuánto ha cambiado la mujer y cuánto ella ha influido en transformar a toda la so-ciedad, sería un error científico.

Por ejemplo, la incorporación masiva, establemente en as-censo y sin retrocesos de la mujer a la fuerza de trabajo del país a partir de 1970, es una clave para explicar mucho de lo sucedido en estos últimos años en el desarrollo social y econó-mico cubano en su conjunto. Otro ejemplo en el que hay que pensar es la alta participación de la mujer en la fuerza de tra-bajo técnica y profesional, como resultado de los egresos de la educación técnica y profesional. Otro ejemplo son los avances y retrocesos en la política social vinculada a lo laboral y econó-mico en general. Los círculos infantiles que el Estado dejó de construir durante varios años, los mismos en que las mujeres se incorporaron a la fuerza laboral porque no tenían significado

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económico, se convirtieron en uno de los primeros objetivos de la rectificación entre 1987 y 1988, en cuya construcción se invo-lucró toda la población. Fue un buen proceso de concientización social a favor de la mujer. Otro ejemplo es el incremento de las mujeres entre los dirigentes en 1992, posiblemente como resultado de aplicar la llamada idoneidad, que no es más que designar en cargos de dirección a las personas más capacitadas. Son ejemplos de interconexión entre los cambios de la mujer y los de toda la sociedad. La subjetividad de estas obreras ha sido sometida a cambios provocados por la revolución, a experiencias socialistas. Su conciencia ha sido despertada de tal manera que difícilmente podrá adormecerse o borrarse.

Los elementos positivos y valiosos que la revolución ha ge-nerado en estas mujeres en algunos casos están fuertemente enraizados y en otros están germinando, pero están ahí. Estos elementos positivos del pensar y del actuar de estas mujeres se oponen, viven luchando contra los peores aspectos generados por el capitalismo y por la propia revolución. Tengo en mente los ejemplos siguientes: la actitud creadora y de renovación vs. el dogma y la pasividad; el sentimiento de equidad y justicia vs. la desigualdad; y el sentimiento de actuar independientemente vs. el de dependencia.

¿Cómo se presentan en estas mujeres de la UBP las actitudes contradictorias que mencioné? En las cuatro ideas que presento hay verbalizaciones conscientes de ellas y también manifesta-ciones inconscientes que he reconstruido al observarlas en el trabajo, en sus hogares y en su comunidad.

Primera idea. Las mujeres conocen cuáles son los problemas de su centro de trabajo, cuáles son sus causas, cómo solucionar-los y están dispuestas a participar en las soluciones. No hay dife-rencias esenciales entre sus percepciones y las de los hombres.

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Su disposición a participar en las soluciones muchas veces choca con mecanismos burocráticos en la UBP.

Segunda idea. En las relaciones entre jefes y subordinadas no predomina en estas últimas un sentimiento de dependencia ni de sometimiento hacia quienes las dirigen. Las obreras demandan que las dirijan de forma racional, justa, y que los jefes se im-pongan por su conocimiento, por sus relaciones humanas y por el respeto que generen. No temen estas mujeres perder el empleo al enfrentarse a sus superiores por injusticias. En las condiciones actuales del Período Especial, entre estas mujeres constato que este sentimiento se mantiene.

Tercera idea. Aquí veo una “reevaluación de los estereotipos tradicionales femeninos”, según palabras de María del Carmen Caño (1992). Varias mujeres de la brigada o “de la carreta” di-jeron estar dispuestas a ocupar cargos para dirigir la producción. Apunto algunas causas de esto, y subrayo que debo pensarlas más:

• Necesitan aumentar sus salarios, bien porque son jefas de hogar, por tener nuevas uniones con hombres que no son los padres de sus hijos, o porque quieren mejorar sus con-diciones materiales de vida.

• Buscan el reconocimiento social; y me pregunto: ¿en-sayan una nueva esfera de poder, alternativo al poder que ellas ejercen en sus hogares?

• En sus condiciones de trabajo pueden dirigir a otras mu-jeres y a hombres.

A pesar de estos deseos, en la UBP y en la granja la mayo-ría de los dirigentes son hombres. Sin embargo, en 1992 varios técnicos fueron promovidos a jefes de finca, y entre ellos, hay muchas mujeres.

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Cuarta idea. También está relacionada con la reevaluación de estereotipos sexuales tradicionales. A pesar de padecer la doble jornada, en ellas está presente el interés por permanecer como trabajadoras. Enumero algunas razones que podrían expli-car este proceder:

• Necesitan el salario para depender menos de sus pare-jas, aportar ingresos al hogar y, en el caso de las jefas de hogar, porque así aseguran el ingreso básico.

• La socialización que se produce en el centro de trabajo promueve nuevos elementos de subjetividad que no los ge-nera la experiencia de vivir solamente como amas de casa.

• La politización que se produce en sus hogares provo-ca que estos ya no sean solamente focos de vida privada, menos en el Período Especial, donde los desafíos del país para subsistir pasan por el hogar todos los días. La mujer en estas condiciones juega un papel fundamental en la sobrevi-vencia de su familia. Esto constituye una nueva fuente de poder para ellas, ya que se ejercitan en la toma cotidiana de decisiones aparentemente triviales, pero de hecho muy vinculadas a los llamados del discurso político nacional de sobrevivir y desarrollarse.

En la investigación de las textileras de Ariguanabo (Safa y FMC, 1989) surgió la hipótesis de que tienden a compartir las tareas del hogar aquellas parejas en las que ambos cónyuges trabajan, su nivel de instrucción es relativamente alto, y han logrado organizar su proyecto de vida de manera independiente, bien porque habitan una vivienda solo para ellos o porque han logrado constituirse en una familia casi nuclear dentro de la fa-milia extendida con la que conviven.

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Al estudiar a las obreras agrícolas añado una nueva reflexión: ¿este modelo más participativo de compartir las tareas domés-ticas se inicia porque la mujer está dispuesta a ceder parte de su poder en el hogar, porque comienza a encontrar ejercicios alternativos y complementarios de poder en el empleo y en la esfera pública?

Como dije antes, en Guanímar las mujeres que entrevisté ejercen un poder tan grande como los hombres o quizás mayor. En sus casas los hombres comparten la cocina; algunos lavan y otros ayudan a cuidar a los niños. Estas mujeres han demostrado tener capacidad para aprender a adaptarse a condiciones cam-biantes, han demostrado ser flexibles en la cotidianidad. Ellas organizan en sus hogares las estrategias para resolver diaria-mente la sobrevivencia que demanda el país: qué cocinar, con qué lavar y fregar, cómo bañarse. Algunas han decidido cuándo separarse de sus parejas. Y lo hacen sin dejar de trabajar como asalariadas.

Este actuar es inconsciente en ellas, aunque lo practican. Lo hacen con las necesidades básicas cubiertas y con el apoyo global del Estado. Esta situación es bien diferente a la de las mujeres que practican estrategias de sobreviviencia en países latinoamericanos en crisis. Valdría la pena profundizar en esta comparación.

Las “mujeres de la carreta” en sus conversaciones atribuyen las dificultades de la vida cotidiana a “dirigentes insensibles”, “esa gente que no pasa los problemas que pasa el pueblo” o, en abstracto, al descontrol. Por ejemplo, esas son las causas de que falte el agua en la Playa; a las irregularidades en los pagos de la granja; al cierre repetido del agromercado en Guanímar; a la falta de ropa y zapatos; “el olvido en que tienen a la Playa”; los robos en el bar y en la bodega sin encontrar a los ladrones.

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Fueron pocos los “chispazos” en que reconocieron lo que la re-volución ha hecho en sus vidas. Y realmente ha hecho mucho.

A pesar de que como he reiterado varias veces, las obreras suelen decir frases equivalentes a “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y que se deslumbran por el bienestar material de Esta-dos Unidos, no quieren perder las seguridades y el bienestar que tienen en las manos y que asocian con la revolución y con Fidel.

Muchas veces, al terminar una de las discusiones frecuentes en la carreta de cómo arreglar el mundo, dicen: “La culpa de muchas de estas cosas las tenemos nosotros mismos”.

SEGUIR PENSANDO A LA MUJER CUBANA

Estas son más bien reflexiones que pueden convertirse en pro-blemas de nuevas investigaciones o en sus hipótesis. Las he pen-sado a medida que discutía este trabajo con otras colegas, y cuando he intentado aplicar a mis investigaciones conceptos de científicas sociales que trabajan el tema de la mujer.

Primero. Considero que este incompleto inventario de nece-sidades nuevas, diferentes a las de sus madres, las ha generado la enorme socialización que la revolución provocó en ellas cuan-do las llevó a incorporarse a la vida pública, y las infinitas formas de adaptarse a esta nueva vida que construyeron las mujeres mismas. También lo explica el hecho que la vida privada se ha politizado intensamente, y todo ello ha contribuido a romper las fronteras entre lo público y lo privado—o al menos a iniciar este complicado proceso.

En otros países de América Latina la vida privada se ha poli-tizado. Lo que es distinto en el caso de las obreras agrícolas que estudié, y estimo que en el caso de todas las mujeres cubanas, es que ellas tienen un respaldo global, a nivel de toda la socie-dad, en el Estado y en las instituciones políticas, legales y so-

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ciales, para desarrollarse como seres humanos y como mujeres. Aunque suele existir una enorme distancia entre lo legalmente establecido o políticamente planteado y lo que realmente suce-de en la práctica de todos los días, existe, está ahí, y las mujeres lo pueden usar en su beneficio.

Es distinto el caso de Cuba, porque estas mujeres tienen las necesidades básicas cubiertas para ellas y para sus familias, y por-que ellas han cambiado enormemente en relación a sus madres. Pero igualmente ha cambiado toda la sociedad. Para profundizar en esta reflexión considero que es útil emplear el concepto de revolución estancada (stalled revolution), que trabajó la nor-teamericana Arlie Hochshilde en su libro The Second Shift. Para esta autora, en su país el aumento del empleo femenino ha con-dicionado cambios reales en las mujeres sin que cambie mucho el resto de la sociedad. “El éxodo de las mujeres hacia la eco-nomía no ha sido acompañado por una comprensión cultural del matrimonio y del trabajo que hubiera hecho que esta transición transcurriera de manera suave”. “Esta tensión entre los cambios en las mujeres y la ausencia de cambios en lo demás, me lleva a hablar de una ‘revolución estancada’”. Y agrega: “Una sociedad que no sufriera de esta detención sería una sociedad adaptada humanamente al hecho que la mayoría de las mujeres trabajan fuera de sus hogares” (Hochschild, 1989: 12).

Segundo. Las transformaciones en su “ser mujer” que han experimentado las “mujeres de la carreta” y posiblemente otras trabajadoras cubanas similares a ellas, han conmocionado los va-lores tradicionales de la ideología de género de toda la sociedad cubana y no solo de las mujeres.

Además de propiciar que se vayan esfumando las fronteras entre lo público y lo privado, como expuse en el punto anterior, en Cuba se revolucionaron y se continúan revolucionando los pa-

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trones de subordinación de la mujer al hombre. Esto se advier-te en el plano del discurso oficial con la crítica al machismo y con su expresión en las relaciones de género en la vida diaria. Asimismo lo comprueba la ausencia cada vez más fuerte de un sentimiento de dependencia de la mujer hacia sus jefes, sean mujeres u hombres.

Otro valor nuevo en la ideología de género de las obreras agrícolas guanimeras, que podría extrapolarse a otras trabaja-doras como ellas, es el que emana de la forma en que ejercen el poder, de la manera en que toman decisiones en su familia, en su comunidad y en su trabajo. En un futuro esto se extendería a todo el país.

La relevancia que ha cobrado la cotidianidad en el Período Especial para reproducir la fuerza de trabajo, la vida y para so-brevivir, y las habilidades que han desplegado las mujeres en este proceso, ha ponderado la importancia social de las mujeres, sobre todo de las trabajadoras. Estas conmociones en la ideolo-gía de género de la sociedad y de las mujeres apuntan a elevar su autoestima, que es un elemento vital para que la mujer no detenga su desarrollo.

No idealizo la existencia de estos nuevos valores. Todos ellos conviven al nivel de toda la sociedad y al interior de cada una de las mujeres con sentimientos de dependencia, que se mani-fiestan de formas variadísimas. Afloran en expresiones como las siguientes: “El hombre tiene que representar a la mujer”; “a mí me gusta que el hombre me domine; no me gustan los blanden-gues”; “no quiero ser jefa, porque no estoy preparada”. Pero, como apunté antes, los cambios están ahí.

Tercero. Insisto en que al analizar el desarrollo cubano en los años de la revolución y para adelantar algunos pronósticos, es preciso asumir un enfoque de género. Un enfoque de este tipo

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permitiría responder a una pregunta muy en boga en estos días de crisis: ¿se mantendrá en Cuba la mujer en la fuerza de trabajo activa o retornará a sus hogares?

Estudiar a las obreras agrícolas y compararlas con tendencias de la fuerza laboral femenina en Cuba me provocaron las reflexiones siguientes. Pienso que en el caso cubano hay realidades que empu-jan a las mujeres a permanecer en la fuerza de trabajo y posible-mente a continuar promoviendo en ella, en el sentido de ocuparse de empleos más complejos, que requieren más conocimientos, en todas las esferas de la economía y en todas las categorías ocupa-cionales. Enumero las razones que estimo más importantes:

1. Desde hace años las mujeres constituyen la fuerza de trabajo más calificada del país. Al menos desde 1978 repre-sentan más de la mitad de esta (CCE, 1988: 205).

2. Entre la masa de estudiantes, las muchachas sobrepasan a los muchachos e incursionan cada vez más en carreras antes solo masculinas.

3. Un país como Cuba, que busca cambiar las estructuras de exportación con renglones más modernos, no puede prescin-dir de los técnicos, y entre ellos la mayoría son mujeres.

4. Entre las trabajadoras, según informaciones de diversos estudios empíricos, casi la tercera parte de ellas son jefas de hogar y, por tanto, no pueden separarse del empleo, porque son las únicas aportadoras a los hogares.

5. Ya la fuerza de trabajo femenina del país tiene que estar integrada por mujeres que son de una segunda generación de mujeres trabajadoras en sus familias, con lo que esto significa de contar con un patrón de madre trabajadora.

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6. En estos años de Período Especial, calificados como una crisis de reinserción en el mercado mundial sin desocializa-ción (Alonso, 1993), el Estado no ha tomado medidas para hacer lo que ocurre en otros países donde las mujeres son las primeras en ser despedidas.

Cuarto. Las formas de concientización de género que han exis-tido en Cuba, utilizando la concepción de la profesora norteame-ricana Ann Ferguson, no evitan que en el país estén ocurriendo prácticas discriminatorias hacia las mujeres en sectores mejor remunerados o más atractivos para la fuerza de trabajo joven. Si en otros países los hombres ocupan puestos que antes eran femeninos, porque se convirtieron en empleos mejor remune-rados, ¿por qué no pensar que esto está sucediendo ahora en el sector del turismo? No creo que esto se extienda a los centros de investigación científica ni a los de producciones de alta tecno-logía (biotecnología, industria farmacéutica, equipos médicos), porque allí es más difícil sustituir fuerza de trabajo altamente calificada, que requirió largos años de capacitación y entrena-miento, como lo que ocurrió en Cuba con la fuerza de trabajo técnica y profesional y la presencia de la mujer en ella. No es así en los servicios turísticos, donde el entrenamiento es más breve.

Quinto. Quienes se especializan en metodología de las cien-cias sociales (mujeres y hombres) tienen que tomar en cuenta las ideas metodológicas, metódicas y de procedimientos que se infieren de los estudios sobre las relaciones de género

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ESTRATEGIAS CUBANAS PARA EL EMPLEO FEMENINO EN LOS NOVENTA: UN ESTUDIO DE CASO CON MUJERES PROFESIONALES

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En este artículo contribuyo a explicar por qué considero que Cuba ha enfrentado la crisis de los noventa con un proyecto al-ternativo al neoliberalismo, en su condición de país subdesarro-llado y con un programa socialista, que enfatiza eliminar todas las formas de discriminación contra la mujer. De todos los argu-mentos posibles para esclarecer esta hipótesis, sintetizo los que extraje de un estudio que realicé sobre mujeres profesionales y técnicas en Cuba en los noventa, como parte del empleo femeni-no cubano. De esta manera intento demostrar cómo no se detuvo ni el fenómeno de la incorporación y permanencia de la mujer en el empleo en el país, ni todos los cambios en la ideología de género que ello ha provocado en los últimos cuarenta años.

Para este trabajo he utilizado los conocimientos acumulados en los estudios de caso con obreras cubanas en empleos tradicio-nales y no tradicionales femeninos, así como en investigaciones más generales sobre la mujer y el empleo en Cuba, que reali-cé entre 1985 y 1998. Decidí aplicar estos conocimientos para desentrañar el fenómeno de la alta participación de las muje-res entre los profesionales y técnicos cubanos y también su alta proporción entre las mujeres cubanas ocupadas desde hace más de veinte años. El hecho de que esta tendencia no se detuvo en

* Publicado en la revista Caminos del Centro Martin Luther King Jr. La Habana, 2000.También apareció como “Cuban Strategies for Women’s Employment in the Nineties: A Case Study with Professional Women” en Socialism and Democracy en 2001.

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los duros años de crisis y reajustes de los noventa, necesita una explicación por parte de las ciencias sociales cubanas.

El análisis lo hago en dos planos.Uno es el plano macro, donde estudio las informaciones esta-

dísticas sobre empleo femenino en Cuba y, en especial, sobre las mujeres profesionales y técnicas, y las políticas sociales que han promovido este movimiento desde la década de los sesenta. Por ser este aspecto el más conocido, le dedico un espacio menor.

El segundo plano, al que dedico más atención, lo construí con un estudio de caso que realicé entre fines de 1999 y principios de 2000, en el que entrevisté a profundidad a dieciocho mujeres profesionales y técnicas de la capital del país. En él intento re-construir aspectos de la ideología de género de estas mujeres en base a los cuatro cuestionamientos siguientes:

¿Cuáles fueron las estrategias que ellas aplicaron durante los noventa para mantenerse ocupadas activamente y reproducir las vidas de sus familias?

¿Cuánto ha influido ser profesional y técnica en su capacidad para tomar decisiones? ¿Se sienten capacitadas para ocupar car-gos de dirección? ¿Los han ocupado? ¿Desean hacerlo?

¿Estiman que el fenómeno del empleo femenino en Cuba, so-bre todo en el caso de las mujeres profesionales y técnicas, ha modificado las actitudes de los hombres cubanos?

¿Qué ha significado para las entrevistadas ser profesionales y técnicas en su vida personal? ¿Cómo ha influido su condición laboral en sus relaciones de pareja, en sus relaciones con los padres e hijos y en su entorno laboral?

LA MUESTRA Y LOS MÉTODOS

Escogí a las dieciocho profesionales y técnicas para que repre-sentaran a distintos grupos de edad entre los veintiocho y sesen-

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ta y seis años; que hubieran estudiado sus carreras o las hubieran concluido después de 1959; que hubieran iniciado su vida laboral también durante los años de la revolución; que ejercieran pro-fesiones diferentes; que fueran de diferentes razas y tuvieran estados civiles diversos. En cuanto a los hijos, me interesó tener en la muestra a mujeres sin hijos y a otras que tuvieran uno y más de uno. Como desconozco la distribución estadística de las profesionales cubanas según estas categorías sociodemográficas, no puedo afirmar que ellas sean representativas del resto de sus colegas del país ni de La Habana. Esto, por supuesto, limita las posibilidades de extrapolar sus opiniones y vivencias personales a una población mayor.

Otro elemento que impide esta generalización es que escogí a las dieciocho mujeres porque me conocían. Decidí hacerlo de esta forma porque consideré que así resolvía la cuestión de cómo lograr su confianza para hacer las entrevistas. Estimo que este es un estudio exploratorio para una investigación más amplia que proyecto para un futuro mediato con profesionales y técnicas en actividades consideradas no tradicionales fuera de Cuba: econo-mistas, abogadas y médicas.

¿Quiénes son estas dieciocho mujeres?

Dos son mayores de sesenta años; siete están entre los cincuenta y cincuenta y nueve años; cuatro están entre los cuarenta y cuarenta y nueve años; cuatro tienen entre treinta y treinta y nueve años, y una tiene veintiocho. Quince son profesionales en medicina, es-tomatología, economía, arquitectura, cibernética, pedagogía, idiomas, información científico-técnica, sociología, ingeniería civil y piano. Las tres técnicas trabajan en odontología, servi-cios de lavandería y hay una secretaria ejecutiva con cargo de técnica. Hay nueve blancas, cinco negras y cuatro mulatas. Diez

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están separadas, divorciadas o viudas; seis están casadas y hay dos solteras. Catorce tienen hijos (con un promedio de 1.5 hijos por entrevistada, prácticamente idéntica a la tasa glo-bal de fecundidad calculada para las cubanas entre 1990 y 1995, que fue de 1.6) (Oficina Nacional de Estadísticas [ONE], 1999: 50) y cuatro no tienen hijos. De las que tienen hijos, la edad promedio al tener el primero fue de veintisiete años, que resulta ser nueve años por encima del promedio de las cubanas. El salario promedio de las entrevistadas es de trescientos vein-tiocho pesos, superior al salario promedio de los trabajadores cubanos en 1999, que fue de doscientos siete pesos. Durante los noventa todas tuvieron que atender a padres y familiares cer-canos ancianos. De las dieciocho, once tenían o tienen madres trabajadoras, y las madres de las siete restantes eran amas de casa. Entre las madres que trabajaban, solamente una ejerció como profesional y dos como técnicas.

Los métodos que utilicé en este estudio fueron básicamente dos: una entrevista a profundidad y el análisis de documentos. La entrevista, que fue el procedimiento básico, me sirvió para conocer cómo piensan las seleccionadas lo que significa ser mu-jer, trabajadora y, específicamente, profesional y técnica en las condiciones concretas que han vivido. Intenté que reflexionaran sobre la trascendencia de ser mujer en Cuba, sobre todo en los años de la crisis y reajustes de los noventa, y que lo hicieran con ejemplos concretos. Estas conversaciones fueron fluidas y profundas porque, como anoté antes, todas me conocían, y yo, igual que ellas, soy una profesional que he vivido en Cuba estos años duros.

Los documentos que analicé fueron anuarios estadísticos cu-banos, textos de leyes y resoluciones que ilustran la política so-cial cubana con relación a la mujer, materiales elaborados por la

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FMC e investigaciones sobre relaciones de género en Cuba, reali-zadas por científicas sociales cubanas y colegas de otros países.

EL EMPLEO DE LAS MUJERES Y LAS POLÍTICAS SOCIALES EN LOS NOVENTA. REAJUSTES Y NUEVAS MEDIDAS

La proporción de las mujeres en la fuerza de trabajo total del país se incrementó establemente entre 1959 (13%) y 1970 (19%). Entre 1970 y 1989 el crecimiento mantuvo su estabilidad, pero los incrementos fueron mucho más acentuados que en los once años anteriores: del 19% en 1970 (Núñez, 1988) llegó a un 38.7% en 1989 (ONE, 1997: 116). Su número absoluto también subió. De 1989 a 1996 esta tendencia se detuvo: los índices de participa-ción femenina en la fuerza de trabajo oscilaron, y en los años en que se comenzó a salir de la crisis sus valores fueron levemente inferiores al de 1989: 1995 (37.6%) y 1996 (37.2%) (ONE, 1997: 116). Este comportamiento se repite en otros cálculos. La partici-pación de la mujer en la ocupación en 1989 fue de 35.5%, mien-tras que en 1995 y 1996 fue de 35.1%; según datos aportados por el Ministerio del Trabajo. Solo los índices de participación de la mujer en el sector estatal civil mostraron un ligero ascenso: 41.3% en 1989 y 42.3% en 1997 (Mujer, economía y desarrollo sostenible, 1998).

En los noventa las mujeres se readaptaron a nuevas formas de empleo. Al iniciarse el Período Especial, la casi totalidad de la fuerza de trabajo del país pertenecía al sector estatal civil. Con la reestructuración económica iniciada alrededor de 1995 que, entre otras cosas, abrió y/o amplió otros sectores no estatales, muchas mujeres cambiaron su orientación ocupacional. Así, en el sector privado, la participación femenina ascendió de un 15.1% en 1989 a un 22.9% en 1997, y en el sector de empresas mixtas

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y sociedades mercantiles, las mujeres representaron el 34.3% de todos los trabajadores en 1997, según el Ministerio del Trabajo. La distribución al interior de las mujeres trabajadoras por secto-res ocupacionales en 1989 y 1997 confirma esta reorientación la-boral femenina. Del total de mujeres ocupadas en 1989, un 89% trabajaba en el sector estatal civil; en 1997 lo hizo un 81.3%. Es decir, un 8% menos. En el sector cooperativo trabajaba en 1989 un 0.8% de las ocupadas, mientras que en 1997 lo hacía un 5.2% de ese total. Los índices para el sector privado fueron de un 1.5% en 1989 y un 2.8% en 1997. El sector mixto no existía en 1989; en 1997, del total de mujeres ocupadas, el 2.5% lo hacía en este nuevo sector. La categoría “otros” se mantuvo estable: 8.7% en 1989 y 8% en 1997.

Esta readaptación de las mujeres al redimensionamiento de la economía en la esfera del empleo tiene una lectura positiva en el sentido que las mujeres flexibilizaron su ubicación en la estructura laboral. Pero aún falta por ver si, al hacerlo, se incor-poraron a actividades de menor calificación, y si existen ya o se manifestarán en un futuro cercano signos discriminatorios hacia ellas en los sectores privados (especialmente entre los “cuen-tapropistas”), en el mixto (indirectamente beneficiado con las divisas) y en el cooperativo.

Desde 1977 la mujer constituye más de la mitad de la fuer-za laboral profesional y técnica del país, y la tendencia ha sido a incrementar paulatinamente esta proporción hasta al-canzar el 65.5% en 1997. Entre las mujeres ocupadas cubanas, las profesionales y técnicas han sido desde 1978 la categoría ocupacional que agrupa a la mayor proporción de trabajadoras, y la tendencia, desde entonces, ha sido a incrementar esta pro-porción. Ninguna de estas dos tendencias se detuvo en los años de crisis y reajustes de los noventa.

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¿Por qué se ha comportado este fenómeno de esta manera?

En Cuba ha existido una feminización de la educación, sobre todo en los niveles medio, superior y universitario. Cito lo que concluyó el Perfil estadístico de la mujer cubana en el umbral del siglo xxi: se evidencia que

...cada vez se matriculan más hembras por cada cien varones en los niveles secundarios y preuniversitarios, llegando a ser en este último el doble. En ello influyen diversos factores, entre ellos el interés de los varones por matricular preferentemente en cursos de la educación técnica y profesional con el objetivo de acceder más rápidamente al mercado de trabajo y al mismo tiempo adquieren un nivel de instrucción de hasta doce grado. A partir de la década de los ochenta comienza en Cuba un proceso paulatino de femi-nización de la enseñanza universitaria o superior, ya que alcanza en el curso 1996-1997 el 60% de la matrícula del país en este nivel (ONEa, 1999: 116).

En 1996 las mujeres constituyeron el 65% de los egresados de los preuniversitarios y de la enseñanza técnica y profesional, y el 58% de los graduados de los centros de la educación superior (Mujer, economía y desarrollo sostenible, 1998).

La fuerza de trabajo femenina, en comparación con la masculi-na, posee niveles educacionales más altos. Este comportamiento se mantiene desde 1978. Ese año, el 4.9% de las mujeres traba-jadoras tenía nivel universitario, mientras que entre los hombres trabajadores esta proporción era de un 3.5%. En 1996 el 16.1% de las trabajadoras tenía nivel superior, mientras que entre los trabajadores, este índice era de un 10.9% (CEE, 1989: 202). En 1978 el 23% de todas las trabajadoras tenía instrucción media superior en comparación con un 13.3% de los trabajadores. En

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1996 el 44.95% de todas las trabajadoras tenía instrucción media superior en comparación con un 32.2% de los trabajadores (CEE, 1989: 202).

Las mujeres han ido ocupando plazas en todos los sectores de la economía, tanto en los tradicionalmente femeninos como en los que no lo son. En 1996 el 72% de las trabajadoras cubanas se concentraron en los sectores de la educación, la industria, la salud pública, el deporte, el turismo y el comercio. El resto se distribuyó en los sectores de la construcción, el agropecua-rio, el transporte, comunicaciones y otros. En cuanto al total de ocupados en cada sector, el mayor predominio femenino está en educación (61.5%), salud pública, deporte, turismo (62.1%) y finanzas y seguros (60.7%) (ONE, 1997: 141).

También están ocupadas en sectores no tradicionalmente fe-meninos en Cuba. Por ejemplo, constituyen el 19% de todos los ocupados en la industria azucarera y el 21% en la agricultura, entre otros. También han estado presentes en sectores no tradi-cionales para las mujeres en otros países. Así, en 1994 ellas eran el 55.4% de los fiscales y el 47% de los miembros del Tribunal Supremo. Eran, asimismo, el 51% de los médicos, el 62% de los médicos de la familia y el 45% de los científicos (La mujer cubana en cifras, 1995).

La explicación más global para este comportamiento del em-pleo femenino cubano está en el conjunto de políticas sociales dirigidas a eliminar todo tipo de discriminación contra la mu-jer, del marco legal que se desprende de ellas y de las medidas concretas derivadas de estas políticas. Ellas han estado funcio-nando desde los años sesenta, y modificándose constantemente para adecuarse a las realidades y necesidades cambiantes de la sociedad y de las mujeres. He calificado a este proceso del em-pleo femenino cubano como un modelo “desde arriba” y “des-

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de abajo”. Todas las instituciones del país han participado en diferentes grados en este proceso, pero ha sido la FMC la que ha constituido una especie de “conciencia a favor de la mujer” desde su fundación en 1960.

Mencionaré solamente once acciones generadas en los últimos cuarenta años, que han beneficiado a las mujeres trabajadoras y, especialmente, a las profesionales y técnicas. En los noventa ninguna de ellas dejó de operar, y algunas se reajustaron.

1. Ley de Maternidad (1974) dentro del Código Laboral, que regula la licencia de maternidad para las trabajadoras. En 1993 se modificó para alargar el período que se les otor-ga para cuidar al recién nacido.

2. Código de Familia (1975).

3. Educación gratuita desde el nivel preescolar hasta el postgraduado (desde 1961).

4. Círculos infantiles para niños desde cuarenta y cinco días de nacidos hasta los cinco años (1961).

5. Comedores escolares en las escuelas primarias para las madres trabajadoras.

6. Becas para los estudiantes que las requieran en todos los niveles de enseñanza.

7. Ubicación laboral asegurada por el Estado para quienes se gradúen de técnicos medios o nivel universitario.

8. Exigencia a los padres a pagar una pensión alimenticia a sus hijos una vez que se divorcian o separan de sus parejas.

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9. Seguridad social que incluye pagar pensiones y/o jubi-laciones. De estas medidas se beneficiaron los padres de las mujeres trabajadoras y las propias trabajadoras ante la muerte de sus cónyuges.

10. Derecho a disfrutar de un mes de vacaciones una vez al año.

11. Un conjunto de servicios de la salud pública que ha in-culcado hábitos en las trabajadoras y sus familias: planifi-cación familiar, pruebas citológicas y de cáncer de mama, vacunación, acceso a los distintos niveles de los servicios de salud, desde el médico de la familia hasta los hospitales e institutos especializados.

Al comenzar la crisis en 1989-1990, las mujeres incorporadas al empleo se habían beneficiado de estas medidas. Como parte de la población cubana habían vivido décadas de crecimiento económi-co sostenido, durante los cuales todos, y en especial las mujeres, habían tenido acceso a una distribución más equitativa del ingreso y a niveles decorosos del desarrollo humano. Al comenzar la crisis, por tanto, las reservas humanas, en cuanto a calidad de vida, eran superiores que las de cualquier país del Tercer Mundo.

Expongo tres argumentos que explican por qué la mujer cu-bana se mantuvo empleada en estos años de crisis y reajustes:

• Entre las asalariadas cubanas alrededor de una tercera parte son jefas de hogar. Estas mujeres son la única fuen-te de ingreso de sus hogares, o son las aportadoras más fuertes. Agrego a esta proporción a las mujeres que llevan a sus nuevas uniones maritales a sus hijos de matrimonios anteriores. Estas trabajadoras suelen, por lo general, res-ponsabilizarse con la manutención de sus hijos.

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• Como dije antes, las mujeres son en la actualidad las dos terceras partes de los profesionales y técnicos cubanos. En un país como Cuba, cuya estrategia de desarrollo se basa en promover actividades económicas que requieren de alta tecnología y eficiencia, la fuerza laboral altamente califica-da es imprescindible; y en ella, las mujeres son la mayoría.

• En tanto las asalariadas cubanas se incrementaron sus-tancialmente en la fuerza laboral total en las últimas tres décadas (a partir de 1970), entonces puede inducirse que ya hay una considerable proporción de trabajadoras, sobre todo entre las más jóvenes, que son asalariadas de segun-da generación por la vía materna. El hecho de contar con referentes empíricos de trabajadoras en sus familias es im-portante para explicar la permanencia.

El marco legal y político que propició la incorporación y per-manencia de las cubanas en la fuerza laboral se mantuvo y ade-cuó a las características de la crisis y de los reajustes. Menciono algunos ejemplos de las nuevas medidas instauradas en los no-venta para proteger el empleo femenino:

• Redistribución gradual y ordenada de la fuerza de tra-bajo que resulte en exceso debido a los procesos de redi-mensionamiento y reestructuración empresarial en aras de buscar una mayor eficiencia económica.

• Protección a los trabajadores que no sea posible redis-tribuir cuando sus centros de trabajo interrumpen su pro-ducción. Ellos reciben el equivalente al 60% de sus salarios. Asimismo, se aplican subsidios a casos como las madres solas, único sostén de sus hogares, a las discapacitadas mientras no tienen ocupación y a las mujeres en período de gestación.

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• Incorporación al trabajo socialmente útil de los segmen-tos más vulnerables de la población femenina (discapacita-das y madres solas, entre otras).

• Continuación de la incorporación al trabajo de las y los egresadas de nivel superior y atención a las y los técnicos de nivel medio.

• Revitalización de las comisiones coordinadoras del em-pleo femenino, integradas por la FMC, la Central de Traba-jadores de Cuba y el Ministerio del Trabajo.

• Ampliación de las opciones de empleo en el sector cooperativo (UBPC y cooperativas de producción agrope-cuarias) y en el sector privado, particularmente con la con-solidación y desarrollo del trabajo por cuenta propia, así como la entrega de tierras ociosas en usufructo a unidades familiares.

En 1997 el Consejo de Estado aprobó el Plan de Acción Nacio-nal de Seguimiento a la Conferencia de Beijing, que es un do-cumento legal que recoge todas las recomendaciones aprobadas en la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, celebrada en la capital china en 1995. Este documento resume la voluntad política del Estado cubano y pone en vigor noventa artículos de un programa para seguir propiciando el progreso de las mujeres cubanas, que son de obligatorio cumplimiento para todas las instituciones estatales cubanas. Se controlaron en un seminario celebrado en 1999 por la FMC y al que asistieron re-presentantes de los organismos estatales.

Las mujeres profesionales y técnicas padecen desigualdades en su cotidianidad que las afectan física y psíquicamente, al igual que sucede con todas las trabajadoras cubanas. Mencionaré tres

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de ellas. Una encuesta de la ONE realizada en 1996 concluyó que las trabajadoras cubanas invertían como promedio algo más de treinta y cuatro horas a la semana al trabajo del hogar, mientras que la participación del hombre era de alrededor de doce horas, y fundamentalmente en labores de apoyo (1997: 148).

Las trabajadoras cubanas, consideradas en su conjunto, reci-ben salarios que representan entre un 80% y un 85% de los salarios de los hombres. Esta diferencia no se debe a que en Cuba se dis-crimine a la mujer salarialmente. La Constitución refrenda sala-rio igual por trabajo igual. De lo que se trata es que los hombres constituyen la mayoría absoluta de los ocupados en los sectores económicos que cuentan con los salarios más altos: la minería y la construcción, por ejemplo. Sobre este cociente hay apreciacio-nes diversas en los cálculos macrosociales: para 1996 los autores de una investigación sobre el desarrollo humano en Cuba seña-lan en una nota que “...el cociente entre los salarios femenino y masculino debiera ser igual a 1.00, en lugar de 0.75” (Centro de Investigaciones de la Economía Mundial [CIEM] y Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 1997: 107). En ese mismo trabajo aparece el cociente entre los salarios femenino y masculino con un valor de 0.75.

Las mujeres participan en el 31% de los cargos dirigentes, muy por debajo de las capacidades de instrucción y experiencia labo-ral que significa constituir las dos terceras partes de los profesio-nales y técnicos, y tener niveles de educación comparativamente superiores al de sus colegas.

Hasta aquí he expuesto en síntesis los datos estadísticos sobre el comportamiento del empleo femenino en Cuba, con énfasis en los de las profesionales y técnicas, así como las condiciones políticas y legales que lo propiciaron. Estas consideraciones in-troducen y explican el objetivo principal de este trabajo: aproxi-

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marme a cómo las mujeres profesionales se piensan a sí mismas como mujeres que se han transformado en sus acciones y subje-tividades, y que han contribuido a cambiar la sociedad en que viven.

ESTRATEGIAS PARA SOBREVIVIR DURANTE EL PERÍODO ESPECIAL

En materia de trabajo, todas se mantuvieron empleadas y asu-mieron, simultáneamente, otras labores que les generaran in-gresos adicionales. Dieciséis se mantuvieron trabajando en sus profesiones (quince con el Estado y una pasó a ser free lancer) y dos cambiaron de profesión: una pedagoga decidió trabajar como vendedora en una tienda de artículos que se venden en divisas y una abogada empezó a trabajar de secretaria en una empresa extranjera.

¿Por qué se mantuvieron empleadas, en su mayoría como profesionales?

Escogí algunas respuestas que ejemplifican la necesidad que sin-tieron de reafirmar su identidad laboral, que tanto esfuerzo les había costado alcanzar, y que las dignificaba en su centro de trabajo, su familia y su barrio, en un momento tan crítico de sus vidas. “Mi profesión era el sentido de mi vida”. “El mecanismo de defender mi profesión no se puede argumentar económica-mente. Estaba defendiendo el papel que yo me había asignado a mí misma, y que no quise abandonar. Era una fidelidad hacia lo que me hace como ser humano”. “Para todas las profesionales llegó a ser defender una aspiración de años, un ideal que costó mucho trabajo construir”. “Hay dos dimensiones: el salario y la profesión. Esta última ha sido para mí más importante que el salario. El salario perdió su sentido como estimulante en los

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noventa. La profesión sí se mantuvo como algo que tenía que resistir en ella y desarrollarme”. “No dejar de trabajar como profesional me hizo sentirme plena. Me revestí de una coraza para que en ella rebotaran las angustias del Período Especial”. “Había cultivado mi cerebro, mi forma de vida, mi presencia física durante tantos años, y esto no lo podía perder”. “Salía del embotamiento de la casa”.

El empleo, además, les aseguraba un salario mensual que, aunque deprimido en su valor real, era una entrada estable, y considerablemente superior al promedio salarial cubano.

Argumentaron todas que la crisis tenía que terminar, y las plazas las mantendrían para cuando el dinero recuperara su va-lor y/o aumentaran sus salarios. Asimismo, si se hubieran aleja-do de sus profesiones, se habrían descalificado.

Entre las alternativas para asegurar un segundo ingreso, las más mencionadas fueron: el alquiler de cuartos, la venta de efectos personales, impartir clases particulares, mecanografiar tesis para los aspirantes a graduarse de la universidad o de la enseñanza tecnológica media superior, alquilar su auto por pe-ríodos de tiempo o utilizarlo como taxi (sus familiares o ellas mismas), elaborar alimentos y venderlos a dueños de estableci-mientos particulares o venderlos ellas directamente, coser, via-jar al extranjero y ahorrar las dietas que les asignaban y criar pollos para vender huevos.

Las estrategias para cuidar a los padres y otros familiares ancianos en los noventa coincidieron con un momento en que la población cubana que rebasaba los sesenta y cinco años repre-sentaba casi el 10% de la población (ONE, 1999: 55). Además, en Cuba los pocos asilos que existen se destinan a ancianos sin amparo familiar, y la tradición del país critica a quienes man-dan a sus padres ancianos a estas instituciones. Lo aceptado es

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que convivan con sus hijos y nietos. En las condiciones de Cuba, donde el peso de las tareas domésticas recae sobre las mujeres, son las mujeres mayores de cuarenta y cinco años las encarga-das de ocuparse de los adultos mayores en sus familias. En los noventa este fue el caso de todas las dieciocho profesionales y técnicas entrevistadas.

Al iniciarse la crisis en Cuba existían políticas sociales, pro-gramas e instituciones que se ocupaban de mantener una cali-dad de vida digna para los adultos mayores: la seguridad social, los servicios de geriatría en policlínicos y hospitales, los médi-cos de la familia que residen en el barrio (uno por cada ciento veinte familias), círculos de abuelos y las llamadas “casas de día” (adonde acuden las personas de la tercera edad de 8 a.m. a 5 p.m.), y programas de TV y radio dirigidos a toda la población para promover comprensión y respeto hacia los ancianos. Si todo esto se hubiera mantenido en los noventa, y se hubieran adecua-do a las necesidades reales de las personas de la tercera edad, habría sido un apoyo para la mujer trabajadora en las cohortes de cuarenta y cinco años y más. Pero la crisis afectó esos planes: el valor real de las pensiones y de las jubilaciones se deprimió, los alimentos y las medicinas escasearon, los círculos de abuelos prácticamente cesaron, y no abrieron nuevas casas de abuelos. El médico de la familia y los servicios de geriatría se mantuvie-ron, pero con enormes limitaciones materiales.

¿Qué hicieron las entrevistadas?

Todas pensaron cómo organizar diferentes alternativas con es-casos recursos, o como lo conceptualiza Ofelia Schutte (1998), emprendieron acciones cognoscitivas para desarrollar una “ética del cuidado”. Todas sufrieron desgastes físicos y psíquicos en este proceso.

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Las dieciocho entrevistadas se propusieron mantenerse em-pleadas, porque no podían perder sus ingresos. Ninguna pensó en recluirlos en asilos, pero sí adecuaron las condiciones de sus viviendas a las nuevas necesidades de personas que vivían con ellas y perdían sus facultades físicas y mentales. Trece se plan-tearon involucrar a todos los miembros de sus familias nucleares y extendidas para relevarse en este proceso de atención a los ancianos: hijos, primos, tíos, amigas y amigos de la trabajadora y de los ancianos. Sobre todo solicitaron esta participación con el anciano mientras transcurría la jornada laboral de la mujer profesional y técnica. También pagaron en ocasiones a personas no familiares, cuando sus ingresos se lo permitían.

Dos cambiaron de casa para acercarse a los ancianos, si es-tos vivían solos. Llevaron a hijos e hijas de ellas a convivir con ellos para cuidarlos y heredar la vivienda. Lo hicieron porque las distancias entre sus casas y las de sus familiares ancianos eran grandes, y el transporte público casi no existía. Se veían obliga-das a caminar o a montar bicicleta.

Priorizaron los gastos para asegurar la alimentación de los niños y ancianos, generalmente con ingresos provenientes de activida-des económicas alternativas. Ellas se afectaron nutricionalmente.

Los ancianos a su cargo recibieron básicamente la atención de los médicos y enfermeras de la familia, y solo en situacio-nes extremas acudían a los hospitales, por el difícil acceso al transporte. Emplearon medicamentos provenientes de donaciones que llegaban a las farmacias, o los que les enviaban familiares y amigos residentes o trabajando en el extranjero. Comenzaron a usar productos de la medicina verde. Como dijo una de las en-trevistadas: “Es un logro que muchos viejos sobrevivieran estos años con todo tipo de enfermedades y tan pocos recursos. Las mujeres tuvimos que ver mucho con esto”.

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Las formas de emplear el tiempo libre se transformaron. De-jaron de salir a comer en restaurantes, porque los de moneda nacional cerraron y los que ofrecían servicios en dólares eran muy caros, y comenzaron a organizar reuniones en casas de ami-gos. También se quedaron en sus casas a mirar la TV y comenza-ron a pasar más tiempo en sus barrios.

Varias insistieron en que reanudaron las visitas a las amista-des y a los familiares: en los primeros años del Período Especial nadie visitaba en los horarios de los almuerzos y comidas, porque la comida alcanzaba con trabajo para quienes vivían en las casas visitadas. Tampoco esperaban que les brindaran la tradicional taza de café, y estas las sustituyeron por cocimientos de corte-zas de naranjas, hojas de cítricos, hierbas y flores. Ahora, que las condiciones materiales de vida han mejorado, la taza de café retornó.

Una doctora muy observadora dijo: “En el Período Especial se acabó de perder todo afán de apariencia: la gente se demostra-ba como era. Como todos carecíamos de todo, fuimos perdiendo la vergüenza de no tener lo que otros tenían”.

Los estilos de vida de las dieciocho mujeres cambiaron de varias maneras. En cuanto al transporte, y teniendo en consi-deración que entre 1992 y 1998 los llamados “transportes obre-ros” de prácticamente todos los centros de trabajo cesaron, de las dieciocho entrevistadas cinco montaron bicicleta, una pudo mantener su auto vinculado a su centro de trabajo, y las doce restantes caminaron, pidieron botellas” y montaron los “camellos”2. Dos confesaron que al menos dos o tres días a la semana caminaban hasta doce kilómetros.

2 Ómnibus públicos de carrocería irregular que asemejaba dos jorobas y una depresión entre ambas. Tenían capacidad para transportar un alto número de personas, por lo que asumían una parte importante del escaso servicio de transporte público. Estuvieron en uso en Cuba durante dos décadas (N. de la E.).

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Trece de las dieciocho entrevistadas empezaron a ahorrar en los bancos, con una asiduidad que antes no hacían. Antes vivían “al día”, porque los salarios cubrían sus gastos. Quienes ahorraban, lo hacían para gastarlo todo en las vacaciones o para ampliar sus viviendas. Ahora lo hacen para prepararse para cual-quier enfermedad que las aleje de sus trabajos o de familiares que requieran atenciones adicionales a las habituales.

Infiero que todas pasaron por cuatro momentos en estos años de crisis. El primero fue de sorpresa ante la caída del campo so-cialista y el descenso del nivel de vida personal, que se abalanzó sobre todos en menos de un año, a pesar que la más alta dirección del país había prevenido sobre la inminencia del empeoramiento de las condiciones materiales de vida a inicios de los noventa, precisamente en un congreso de la FMC.

El segundo fue un momento de depresión, angustia y atur-dimiento, porque los niveles de la vida material continuaron decreciendo en todos los aspectos (alimentación, transporte, combustible doméstico, electricidad, insumos para los centros de trabajo, cierre de los centros de trabajo, medicamentos), en comparación con la elevación en la calidad de la vida y del proceso de una movilidad social ascendente desde los sesenta, promovidos por la revolución. Era la etapa en que “no se veía la salida del hueco”.

En el tercero ocurre una suerte de decisión de salir de la de-presión por vías hasta el momento insospechadas. Fue el momen-to de asumir decisiones personales: cambiar de empleo o asumir uno adicional, venderlo todo, emigrar o quedarse, mudarse de casa, de pueblo, de provincia, divorciarse o mantener su pare-ja. Todo ello se hizo para cubrir los gastos en alimentos básicos para niños y ancianos, así como ropa y calzado para los niños y jóvenes que crecían. Y después de muchos años de estar acos-

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tumbrados a vivir bajo la protección casi total del Estado, fue un momento en que todas aprendieron a redefinir sus proyectos de vida individual con poca ayuda estatal. En este momento se tor-na cada vez más la mirada hacia la comunidad, hacia el barrio.

Y una cuarta etapa, en la que se vive hoy día con la experiencia de las tres anteriores, es la de no volver atrás a las calamidades de los primeros años de la crisis.

Durante todos estos momentos, las profesionales y técnicas entrevistadas se dedicaron mucho a preparar a sus hijos para en-frentar cualquier tipo de vicisitudes, y lo han hecho insistiendo en que se mantengan estudiando. También se han ocupado de su salud personal para enmendar las enfermedades que fueron provocadas por las carencias alimentarias y las tensiones que vivieron cotidianamente por un período que duró casi siete años.

LAS CONDICIONES QUE PERMITIERON QUE ESTAS ESTRATEGIAS FUNCIONARAN

Primera condición. Las políticas sociales, los marcos legales y las medidas derivadas de ambos para incorporar a las mujeres al empleo y para que permanecieran en él no se abolieron. Como se explicó en la primera parte de este trabajo, se trató de ajus-tarlas y de poner en vigor otras nuevas.

Segunda condición. Se introdujeron medidas económicas nuevas para enfrentar las condiciones cambiantes en la eco-nomía interna y en las nuevas relaciones económicas externas. Mencionaré solo siete de ellas (Lapidus et al., 1999). Las muje-res entrevistadas elaboraron sus estrategias en el contexto creado por estas medidas, entre otras.

• En septiembre de 1995 se estableció la Ley 77 de la in-versión extranjera que sustituyó el Decreto Ley 50 de 1982.

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Su objetivo es el de promover asociaciones con entidades extranjeras que tengan posibilidad de asegurar merca-dos para las exportaciones, tecnologías y recursos finan-cieros complementarios a la parte cubana. Admite crear empresas mixtas, contratos de asociaciones y empresas de capital totalmente extranjero.

• En 1992 se autorizaron modelos empresariales autofi-nanciados en divisas. Son empresas y organismos estatales, que comercializan su producción en moneda libremente convertible y que pueden disponer parte de sus ingresos para cubrir sus egresos en la misma medida que crean los fondos de estimulación para los trabajadores.

• Despenalización de la tenencia de divisas en 1993 por el Decreto Ley 140. Autorizó el envío de remesas, la apertura de las casas de cambio y extendió las tiendas de ventas de artículos en divisas.

• Expansión del sector privado en 1993. Autorización del arrendamiento de habitaciones en 1997.

• Reestructuración de las organizaciones de la administra-ción central del Estado en 1994, que por el Decreto Ley 147 suprimió quince ministerios, institutos y comités estatales.

• Apertura de los mercados agropecuarios y de los merca-dos artesanales en 1994.

• Establecimiento del nuevo sistema empresarial en 1998.

Tercera condición. La vida en el barrio y en la comunidad ha tomado más relevancia en la cotidianidad de todas las personas. Las entrevistadas reconocieron que en estos años pasaron más

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tiempo que antes en estos entornos porque acercaron sus em-pleos a sus zonas de residencia; porque han buscado más el apo-yo de sus vecinos; porque parte de sus estrategias para buscar un segundo ingreso la han realizado con o a través de sus vecinos; porque se han acostumbrado a acudir al médico de la familia y a su policlínico, en vez de a los hospitales.

Cuarta condición. Durante las décadas de los sesenta, seten-ta y ochenta la movilidad social ascendente que ocurrió en todo el territorio nacional, y que no se concentró solo en la capital del país ni en las capitales provinciales, generó en prácticamen-te toda la población niveles de instrucción, salud, alimentación y seguridad social más altos que los que prevalecían en los cin-cuenta, y mucho más equitativos que los existentes en otros paí-ses del Tercer Mundo. Esto constituyó un aspecto positivo, en el sentido de que contribuyó a que las mujeres entrevistadas tuvie-ran ciertas “reservas” para enfrentar la crisis. Pero tuvo el lado negativo que ellas sintieron mucho más cuánto habían perdido con la caída del nivel de vida que sufrió toda la población.

Quinta condición. Las acciones y las ideas para enfrentar la discriminación de la mujer no se detuvieron en los noventa. Las mujeres jugaron un papel visible e imprescindible para que sobreviviera su familia y la economía del país, y esto, considero, elevó la autoestima de las mujeres a nivel nacional. La crisis, además, hizo más visible tanto las desigualdades aún existentes entre mujeres y hombres, como las potencialidades, fortalezas y capacidades de las mujeres cubanas para salir de la crisis en lo individual, familiar, comunitario y del país. Considero que la mujer ha salido de este proceso más fortalecida, como lo pro-nosticaron Collette Harris y Luisa Campuzano.

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Sexta condición. Las características de la psicología social cubana de no dogmatismo, flexibilidad, capacidad para asimilar cambios y emprenderlos contribuyó a la creatividad de las muje-res entrevistadas.

Séptima condición. Estas mujeres tuvieron que construir sus estrategias viviendo en una sociedad aún patriarcal en la cual ellas llevan el peso de la doble jornada, son los hombres quienes predominan en los cargos de dirección y, a pesar que por la ley cada quien recibe su salario según el cargo que ocupe sin defe-rencias de sexos, los salarios de las mujeres, considerados en su totalidad, promedian alrededor de un 80% del promedio de los hombres.

LA INFLUENCIA DE LA CAPACITACIÓN PARA TOMAR DECISIONES

¿Cuánto ha influido ser profesionales o técnicas en su capacidad para tomar decisiones? ¿Se sienten capacitadas para ocupar car-gos de dirección? ¿Los han ocupado? ¿Desearían hacerlo?

Trabajar como profesionales o técnicas ha requerido que to-das hayan adquirido conocimientos y experiencias a través de procesos más o menos largos y complejos. Ello ha contribuido, opinan todas, a que se hayan acostumbrado a asumir decisiones en sus puestos de trabajo, tanto en aquellos en los cuales han permanecido más años como en otros nuevos hacia los que se trasladaron temporal o definitivamente.

Ellas tomaron decisiones cuando “construyeron” sus especia-lidades. Así lo hizo una que quiso ser una buena pianista acompa-ñante y pedagoga en vez de ser una concertista que no estuviera entre las mejores del país. También lo decidió otra que eligió ser

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una cibernética en lugar de ser una matemática pura, o la soció-loga que dejó atrás ser profesora de filosofía. Estos son algunos ejemplos que explican cómo todas tuvieron que estudiar en cur-sos académicos o hacerlo de manera autodidacta a fin de elevar sus calificaciones y/o reorientar sus especialidades. El hecho es que todas manifestaron que aún continúan estudiando para “no quedarse atrás”.

Igualmente asumieron decisiones quienes reorientaron sus ocupaciones en el Período Especial: de pedagoga a vendedora, de abogada a secretaria, de trabajadora estatal a free lancer.

Explicaron que también deciden cotidianamente en su esfera laboral cuando construyen sus planes de trabajo anuales, men-suales y diarios. Muchas han tenido que aprender a decir “no” a tareas que no caben en sus planes de trabajo o que no les inte-resan. Aquellas que aún no han incorporado esta cualidad a sus vidas laborales, se ven obligadas a cargar con actividades que no les interesan.

Nueve de las dieciocho entrevistadas optaron por alguna for-ma de cambio de actividad laboral durante el Período Especial, siempre buscando vías para mejorar sus condiciones de vida.

Todas estiman que ellas asumen decisiones constantemente en cuestiones de sus especialidades, sobre todo en las esferas más cercanas de sus ámbitos laborales. Por ejemplo, lo hacen cuando proponen temas a investigar, cuando introducen cambios en la materia docente que imparten y cuando seleccionan nue-vos recursos materiales para sustituir los deficitarios.

A todas les gusta tomar decisiones y participar en llevarlas a cabo, para comprobar que adoptaron las decisiones adecuadas y para aglutinar a otros que las ejecutarán junto a ellas. Les gusta “dar el ejemplo”, aunque no sean jefas.

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Toman decisiones cuando distribuyen las tareas. Tres confesa-ron que les ha costado trabajo aprender a delegar y/o a compartir aspectos de la ejecución de las tareas con otras personas, por-que esas personas podrían interpretar que ellas están “zafando el cuerpo”. Han cometido errores de centralizar excesivamente las responsabilidades y han sido criticadas fuertemente por ello.

Quince dijeron que no desean asumir cargos de dirección. Expongo ocho de las razones que trasmitieron.

1. Porque les gusta ser “sus propias jefas”, en el sentido de organizar sus proyectos de trabajo a lo largo de un perío-do largo o de una jornada laboral. Esto no significa que no deseen rendir cuentas a un superior jerárquico, ni que ten-gan vocación de indisciplinadas. Incluye generar tareas que saben que pueden ejecutar, aunque resulten mucho más complejas que las que originalmente aparecían incluidas en sus planes de trabajo.

2. El valor real del “plus” salarial que recibirían por ocupar un cargo de dirección resulta muy pequeño por la depresión real actual de los salarios en moneda cubana (CUP).

3. Sería un agobio adicional a la doble jornada, que no pueden eludir. A los hombres les resulta más fácil aceptar cargos porque no tienen tantas responsabilidades en sus casas. “Ellos tienen sus retaguardias cubiertas”.

4. La cultura de dirección en Cuba está diseñada por los hombres y para ellos. No es porque los hombres sean más capaces que las mujeres para dirigir. Por ejemplo, a ellos no les cuesta trabajo convocar a reuniones después de con-cluida la jornada laboral. O ellos prefieren imponer sus ideas, y no tratan de consensuarlas con las personas que

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ellos dirigen. Estas expresiones coinciden con las conclusio-nes a las que ha llegado la colega Lic. Graciela González en su estudio sobre mujeres dirigentes en empresas cubanas realizado en el 2000.

5. Estas mujeres no quieren fracasar como dirigentes. Les costó mucho trabajo llegar a ser buenas profesionales y les avergonzaría si llegaren a demoverlas de sus cargos de di-rección. Eso no sucede con los hombres cuando fallan en los cargos dirigentes, porque a ellos los cambian para otros cargos diferentes. La gente se metería en sus vidas privadas si llegan a ser dirigentes.

6. Ser dirigente es una labor meramente burocrática. “Max Weber ya lo explicó en el siglo xix”, anotó una de ellas.

7. “Cuando una es dirigente se busca problemas, sobre todo si propone soluciones que otros estiman que no resuel-ven nada. Y una sabe que ha dado soluciones inteligentes, aunque sea difícil implementarlas y te busques enemigos”. “Es más fácil demostrar que una tiene la razón al aportar soluciones cuando una está en un puesto de profesional”.

Ser profesionales y técnicas les ha permitido tomar decisio-nes en sus vidas personales. Por ejemplo, todas las que tienen hijos les compulsan a que estudien, para que en el futuro en-cuentren buenos trabajos. Esto ha sido más duro para siete de las entrevistadas, quienes han encabezado sus hogares mientras sus hijos estudiaban.

Simultanear la jornada laboral con la doméstica y la política ha creado en estas mujeres habilidades para tomar decisiones a “cada minuto”: desde optar por qué cocinar hasta organizar el horario de su jornada personal cada día (que incluye lo labo-

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ral, lo doméstico, lo político y lo recreacional). Se sienten más preparadas que sus madres para la toma de decisiones, tanto en cuestiones “trascendentales” como en las de “todos los días”. Y lo hacen casi automáticamente.

Las reflexiones de las entrevistadas sobre su acceso a los puestos de dirección y sus capacidades para tomar decisiones se corresponden con las habilidades que estimo tienen ya las muje-res profesionales y técnicas cubanas hacia el empoderamiento, así como con las condiciones que se han creado en la sociedad cubana para ello.

En primer lugar, se dice que cuando las mujeres alcanzan el saber que antes le era negado como parte de la estrategia de la subordinación patriarcal, entonces poseen una condición im-prescindible para ejercer el poder. Las trabajadoras cubanas han “asaltado” el saber de varias formas: por la feminización de la educación en todos los niveles, sobre todo en el universitario y en el preuniversitario, donde son el 58% y el 65%, respectiva-mente, de los egresados; por su presencia entre los científicos (son el 45% de ellos) y entre los profesores de los centros de la educación superior (alrededor del 60%); porque representan las dos terceras partes de los profesionales y técnicos cubanos y porque con relación a los hombres trabajadores poseen niveles de escolaridad más altos.

Además, las profesionales y técnicas se han entrenado para tomar decisiones, que es un requisito del ejercicio del poder. Tie-nen obligatoriamente que tomar decisiones, consciente o incon-scientemente, para organizar sus tareas en la jornada laboral, en la “segunda” jornada y en la de los quehaceres políticos y sociales.

Por otra parte, las asalariadas cubanas, tomadas en su con-junto e incluyendo a las profesionales y técnicas, han crecido

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laboralmente porque están presentes en todas las categorías ocupacionales (incluida la de dirigentes); desempeñan activida-des complejas; incursionan en todas las esferas de la economía (comprendidos empleos no tradicionalmente femeninos) y tie-nen niveles educacionales más altos que los de los hombres.

Sin obviar que a lo largo de los más de cuarenta años de re-volución, cada vez se han visibilizado más los aspectos de discri-minación contra la mujer y, junto a esto, la necesidad de luchar contra toda forma de discriminación (García y Lutjens, 1998).

Por último, las profesionales entrevistadas reconocen que po-seen las habilidades para tomar decisiones, y las ejercen, pero la mayoría no desea ejercer el poder “formal”.

CÓMO EL EMPLEO FEMENINO TRANSFORMÓ LAS ACTITUDES DE LOS HOMBRES

Las entrevistadas respondieron que los hombres cubanos han aprendido a respetar más a las mujeres. Este “respeto” a las mujeres ha sido siempre uno de los valores intrínsecos de la psi-cología social cubana. Su significado de caballerosidad ha tenido mucho contenido patriarcal, en el sentido que a la mujer se le respeta porque es la “madre”, “esposa”, el “ser débil al que hay que cuidar”. Cuando las entrevistadas dicen que los hom-bres “respetan más a las mujeres” están incorporando signifi-cados nuevos. Esto es, los hombres respetan más a las mujeres porque ellas trabajan y ganan sus salarios; porque son más inde-pendientes; porque están tan preparadas como los hombres para desempeñar profesiones; porque hay mujeres dirigentes, quie-nes tienen a hombres subordinados bajo su mando; porque los hombres escuchan y aceptan las opiniones de las mujeres con quienes trabajan; porque hay hombres que aceptan que su pare-ja gane más que ellos; porque algunos aceptan que sus mujeres

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lleguen del trabajo a la casa después que ellos; porque ya las mujeres trabajadoras no aceptan que los hombres sean violentos con ellos, y los hombres lo saben.

Podría resumir que las entrevistadas consideran que los hom-bres cubanos han aprendido a ser un poco menos machistas, y las mujeres también. En este proceso las mujeres han jugado un papel mucho más activo que los hombres. Ha sido, además, una evolución que ha ocurrido a nivel de toda la sociedad, guiada por una política que persigue que la mujer construya su identidad, reconociendo sus individualidades con relación a los hombres, pero sin que se promueva un enfrentamiento con estos.

Todo este proceso de las mujeres trabajadoras ha llevado a que los hombres realicen públicamente tareas que antes solo hacían las mujeres. Por ejemplo, pararse en las colas con jabas en las manos para comprar alimentos. Una entrevistada dijo que hay hombres que compran almohadillas sanitarias en las farma-cias para sus hijas y esposas, y a veces salen con ellas exhibién-dolas por las calles cuando no han podido envolverlas.

La pianista me ayudó a comprender lo que está sucediendo en el mundo de la música con relación a las relaciones de géne-ro. Explicó que hay un movimiento para rescatar la calidad de los textos de las canciones de la música popular y en la propia melodía. A los salseros se les ha criticado mucho por la baja calidad artística de sus composiciones, teniendo en cuenta que la mayoría de los músicos en la actualidad son egresados de las escuelas de arte. Y como parte de estas críticas está la forma de degradar la imagen de la mujer. Pienso en estribillos de can-ciones que todos bailan en Cuba, que discriminan a la mujer madura, como “A gallina vieja, que le den candela”; o a otras en que, posiblemente por un despecho amoroso, se grita a la mujer “eres una bruja”.

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A la vez, hay letras que visibilizan las contradicciones que tienen los hombres en sus relaciones con mujeres que se han tornado cada vez más independientes. Por ejemplo, está la can-ción “El negro está cocinando”, que relata cómo un hombre, divorciado y que vive solo, se ve obligado a “cocinar”, en una encubierta alusión al acto sexual, y tiene que parar a sus veci-nas, quienes quieren probar “su sazón”.

La entrevistada continuó reflexionando sobre las potencia-lidades que existen entre los músicos cubanos para solucionar este rasgo discriminador. Expresó que los músicos cubanos tienen habilidades para improvisar, tanto en las letras de las canciones como en la ejecución musical. Lo que habría que hacer, continúa la pianista, es encaminarles a que interpreten letras no sexistas. Añadió que las mujeres han incursionado con éxito en espacios de la música que antes eran cotos cerrados de los hombres. Se refirió a la explosión de conjuntos musicales femeninos, incluso tocando instrumentos de las religiones afrocubanas que antes solo podían ejecutar los hombres.

Continué indagando sobre los cambios en los hombres cuba-nos, esta vez en la relación de pareja. Las entrevistadas estiman que hay muchos hombres que no se han adaptado a que sus mu-jeres trabajen. Esto causó divorcios en dos de las entrevistadas. Sin embargo, sus exmaridos se unieron o casaron con mujeres trabajadoras. Opinan que ellos necesitaban el salario de su nue-va pareja, y que ellas, las primeras esposas, les sirvieron como una especie de “entrenamiento” o “aprendizaje” para aceptar convivir con mujeres trabajadoras.

Todas las entrevistadas opinan que los hombres cubanos han cambiado de una u otra forma bajo la influencia de lo que una de ellas describió como la “revolución de las mujeres”, y que los cambios variaron en intensidad según las edades: los más vie-jos están más reticentes a los cambios, mientras que los jóvenes

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los aceptan con más naturalidad. Pero todas coinciden en que “todavía vivimos en una sociedad machista”.

Puedo ilustrar esto último con lo que escuché decir a un hom-bre de unos treinta y tantos años en la calle recientemente: “Yo sé hacer todo lo de una casa; pero si mi suegro ni friega ni limpia, entonces yo tampoco lo hago, porque él no es más ma-cho que yo”. En Cuba esta reacción debe estar muy extendida, porque por la escasez de vivienda conviven bajo un mismo techo hasta tres generaciones. Mantengo, además, la hipótesis que surgió en la investigación sobre las textileras de Ariguanabo en 1987: los hombres tienden a compartir las tareas del hogar con su pareja cuando ambos trabajan, y logran crear condiciones de vivir en una familia nuclear, incluso cuando viven dentro de una familia extendida.

De esta rica argumentación de las mujeres de la muestra puedo inferir que los hombres han cambiado en sus quehace-res y pensares con relación a la mujer, y que en ello ha influido el fenómeno de las mujeres trabajadoras. Diferentes formas de discriminación contra la mujer se han hecho visibles para toda la sociedad, aunque no se hayan solucionado ni a nivel macro ni microsocial.

Expongo sintéticamente algunos de los valores nuevos en la ideología de género de los hombres cubanos en relación con las trabajadoras.

• Aceptan, con sentimientos paradójicos, a la mujer traba-jadora como compañeras de trabajo, jefas, esposas e hijas.

• Van ejerciendo públicamente funciones que antes eran patrimonio exclusivo de las mujeres en la esfera domés-tica. Hay menos burlas, pero estas no han desaparecido totalmente del escenario de la ideología de género.

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• Reconocen que cuando las mujeres trabajan, dependen menos económicamente de ellos.

• Desean que sus hijas estudien para que trabajen, si fue-ra como técnicas o profesionales mejor.

• Consienten que las mujeres los dirijan en los centros de trabajo.

• Acceden a convivir con mujeres que ganen más que ellos.

• Saben que las mujeres que trabajan no aceptan ser ob-jetos de violencia doméstica.

La ideología de género que ha presidido este proceso no im-plica un enfrentamiento entre hombres y mujeres. Estos valores se están formando, pero están aquí en el escenario de la ideolo-gía cubana de género. Cuentan con el respaldo legal, económi-co, político e ideológico del proyecto socialista. No hay en Cuba, en mi opinión, una revolución estancada, como es el caso de Estados Unidos, que frene la “revolución de las mujeres” que ha existido desde los sesenta.

Las mujeres trabajadoras, profesionales y/o dirigentes han ju-gado funciones importantes en estos cambios, sobre todo aque-llas que han sido capaces de “negociar” las transformaciones en las relaciones intergenéricas en sus centros de trabajo, en sus hogares y en sus barrios. El papel de las mujeres profesionales y técnicas en cambiar a los hombres excede a sus maridos. Hay que incluir cuánto han influido en modificar las conductas de sus hijos y de los otros miembros masculinos de sus familias para que sean menos machistas.

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LA INFLUENCIA DE LOS ESTUDIOS EN LAS RELACIONES FAMILIARES Y SOCIALES

Relación de pareja

Las entrevistadas estiman que ser trabajadora, profesional y técnica ha contribuido a que ellas sepan cómo quieren que sea su pareja. Esta toma de conciencia a la hora de seleccionar a su pareja la experimentaron las dieciocho entrevistadas en diferen-tes estadios de sus vidas, y siempre les ocasionó conflictos.

Ser profesionales y técnicas demanda tiempo, esfuerzos físi-cos e intelectuales, que se convierten en obligaciones externas a la dinámica de la pareja, y que pueden dañar la convivencia. Pueden, asimismo, enriquecerla si la mujer y el hombre “nego-cian” y deciden ambos cómo sortear las dificultades. Pero sin duda, ser profesional exige mucho, y “una tiene que decidir qué cosa quitar y a quién”. Hay casos en que a la mujer le duele quitar ese algo a los hijos, sobre todo cuando son pequeños, y entonces se lo quita a la pareja o a ella misma. Entonces la relación sentimental sufre desgastes y la mujer suele ser la más afectada.

Las relaciones de pareja pueden sufrir por la competen-cia profesional que se establece entre el marido y la mu-jer, sobre todo cuando ella es la que sobresale. Aunque en la base de estos conflictos está la competitividad femeni-na, las discusiones explotan por motivos más superficiales pero más visibles. Por ejemplo, según los maridos, porque la mujer regresa tarde del trabajo; está siempre cansada; se arregla más para salir a trabajar que para estar en la casa; no atiende bien a los hijos. En dos de los tres casos en los cuales las entrevistadas confesaron que existió una fuerte competitivi-dad con su pareja, hubo manifestaciones de violencia doméstica

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contra ellas. Una de ellas decidió divorciarse de su marido por esta razón.

Esta mezcla de competitividad profesional y machismo ha sido el detonante de diferentes tipos de conflictos en las parejas de las entrevistadas. Noté diferencias entre las actitudes de las madres. Las madres de las mayores aconsejaban a sus hijas “ser comprensivas y mantener sus matrimonios por encima de cual-quier cosa”. Las madres de las más jóvenes les decían que no aguantaran nada de nadie, porque “habían tenido que estudiar mucho para llegar a ser lo que eran”.

Aquellas entrevistadas que pasaron por un divorcio, una se-paración o la viudez, estar trabajando les permitió “salir del hueco”. El trabajo fue un refugio para pasar el “duelo” y para sentirse útiles para sacar adelante a sus hijos y a ellas mismas.

Las entrevistadas que están casadas o que lo han estado algu-na vez, expresaron que sus maridos iban desde los que no hacían nada en la casa hasta los que compartían con ellas todo el traba-jo doméstico. La mayoría de ellas asumía o asume la mayor parte de las tareas del hogar, como sucede con las mujeres cubanas, sean trabajadoras o no.

Relaciones con los hijos

Todas las entrevistadas con hijos coinciden en que ser profesio-nales y técnicas les ha servido para orientarles en sus estudios: les han organizado el tiempo extraescolar para que hagan las tareas; les repasan ellas, sus maridos, vecinas, o contratan a repasadores;3 mantienen económicamente a sus hijos para que concluyan sus estudios. Les han enfatizado la necesidad que es-tudien para enfrentar la vida laboral; han buscado tiempo para

3 Profesores de diferentes materias que son contratados por los padres para impartir clases en sus casas después de los horarios escolares (N. de la E.).

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sacarles a pasear y conversar con ellos. Todas las que han convi-vido con sus madres y/o suegras contaron con el apoyo de estas para cuidar a sus hijos mientras ellas trabajaban o se superaban.

El promedio de edad al tener el primer hijo entre las entre-vistadas con hijos es de veintisiete años, como lo expuse al des-cribir la muestra. No pude extraer conclusiones entre este dato y el momento de sus vidas laborales en que esto ocurre, porque hay mucha dispersión. Por ejemplo, dos tuvieron su único hijo antes de ser profesionales; otras dos parieron siendo profesio-nales, una esperó ocho años después de casarse para tener a su hija y otra esperó cuatro años; otra tuvo el primero de sus dos hijos mientras estudiaba su carrera; dos parieron a sus dos hijos después de ser profesionales, pero una los tuvo en el mismo ma-trimonio y la otra los tuvo en dos matrimonios diferentes; una de las técnicas comenzó a trabajar después que el menor de sus tres hijos tenía ocho años; otra, que es una madre sola, decidió parir cuando era profesional.

Las entrevistadas con hijos estiman que ellas han sido las máximas responsables de la crianza de sus hijos, una vez que se han quedado sin pareja. Esta es la ideología que vi en otros estudios de caso con obreras, y que se expresa en la idea: “A mi hijo lo crío yo porque yo lo parí, y respondo por él”. Durante el Período Especial concentraron sus esfuerzos para mantenerse trabajando y lograr ingresos adicionales para asegurar la alimen-tación de sus hijos, vestirles y calzarles.

De las cuatro entrevistadas que no tuvieron hijos, solo una hubiera querido tenerlos: ella es estéril. Las otras decidieron no parir porque los hijos no formaban parte de sus proyectos de vida. Dos explicaron que no querían tener hijos sin padre, porque en Cuba la figura paterna es importante, y porque el hijo debe ser deseado por la madre y por el padre. Una, que está ca-

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sada, no quiere tener hijos porque estima que su salud no se lo permite, y que ella ahora no tiene condiciones económicas para ello. Su marido tiene hijos de matrimonios anteriores y ella se siente complacida atendiéndolos.

Relaciones con los padres

Las respuestas de las entrevistas en este epígrafe las agrupé en tres tipos de reflexiones que explican cómo ellas han percibido el papel de sus padres en los diferentes ciclos por los que ellas han pasado en su vida profesional. Están permeadas por el significado que tiene la familia en la cultura cubana y por la necesidad que han tenido prácticamente todas estas mujeres de vivir bajo un mismo techo con familiares de hasta cuatro generaciones.

1. Reconocen que sus padres, abuelos y otros familiares cercanos se esforzaron para que ellas llegaran a ser profe-sionales y técnicas y ejercieran sus conocimientos en sus empleos. Una resumió de esta manera la intención de su padre con sus tres hijas: “Él nos educó como si fuéramos hombres, para que nos quitáramos a los hombres de enci-ma cuando los tuviéramos a nuestro lado y no nos conve-nían”. El referente de tener una madre trabajadora pesó en diez de las dieciocho entrevistadas, pero reconocieron la influencia que habían tenido sus padres y otros familiares cercanos como patrones a imitar, en su decisión de conver-tirse en profesionales.

2. Aprecian la ayuda que sus padres y otros familiares les dieron para cuidar a sus hijos, desde las edades preescola-res hasta que estudiaban en la universidad. También el pa-pel de las madres y familiares femeninas para llevar a cabo las tareas de la doble jornada. Manifiestan, sin embargo,

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que esta colaboración resulta paradójica cuando algunas de estas personas no aceptan que ellas lleguen tarde a la casa de sus trabajos.

3. Explicaron las estrategias para atender a sus padres y familiares de la tercera edad que viven con ellas o que pertenecen a su familia extendida, aunque vivan en otras casas. Las dieciocho entrevistadas enfrentaron esto duran-te el Período Especial, y sus experiencias aparecen en el epígrafe de las “Estrategias”.

Insisto en que las experiencias de las entrevistadas ilustran la hipótesis de la Dra. Ofelia Schutte (1998) sobre la “ética del cui-dado”, cuando explica que las mujeres despliegan inteligencia y no solo sentimientos cuando atienden a los adultos mayores. En este proceso las entrevistadas han desplegado también ternuras y resquemores hacia los ancianos mayores, porque cuidarlos re-sulta una obligación para “retribuir” lo que hicieron por ellas, pero que las esclaviza.

Relaciones con los colegas

Todas declararon que tuvieron que demostrar su profesionalidad al comenzar a trabajar, más que los hombres que empezaron a trabajar junto a ellas. Se han acostumbrado tanto a desempeñar bien sus profesiones, que ya no les cuesta tanto esfuerzo ser buenas.

De las dieciocho entrevistadas solo dos reconocieron que fueron discriminadas, porque los hombres no reconocían sus ca-pacidades en cuanto a los conocimientos de sus profesiones, a la capacidad para tomar decisiones y a sus habilidades para soportar el Período Especial y mantenerse trabajando. Ambas declararon en las entrevistas que demostraron su capacidad para esto.

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Todas sienten que sus colegas de trabajo las respetan. En sus centros laborales, diecisiete se sienten “realizadas”, “se me qui-tan los dolores y achaques”, “me olvido de los problemas de la casa”, “converso de cosas interesantes”. Las diez que pasaron por la separación o muerte de sus parejas se refugiaron en sus trabajos para reparar estas pérdidas. Hay solamente una entre-vistada a quien no le gusta trabajar como docente, aunque sí le agrada la especialidad que imparte. Reconoce que a su hija le gus-ta decir que “su mamá es profesional”, y a ella le gusta demos-trar que es una mujer culta. Le gusta salir de la casa a trabajar porque la casa “embrutece”.

En sus centros de trabajo estas mujeres se relacionan con todas las personas: los de su mismo nivel, los que tienen una pre-paración inferior y los dirigentes. Tres dijeron que son una especie de “puente” entre los trabajadores con capacidades más altas y más bajas.

En este punto les pregunté qué opinaban de lo que suele de-cirse que a las mujeres no les gusta trabajar entre mujeres. To-das me ayudaron a desmitificar esta idea. Infiero que la calidad de los llamados “climas de trabajo” no depende del sexo de quienes integran los colectivos. Las relaciones entre trabajado-res se construyen según la profesionalidad de los integrantes del colectivo, de sus habilidades para las interrelaciones personales, de la capacidad de los dirigentes. En los centros de las diecio-cho entrevistadas hay mujeres dirigentes y no existen problemas entre los trabajadores por esto. Al contrario, sus estilos de dirección consensuales, participativos y abiertos a los cambios tienden a unir a las personas. Las mujeres, me comentaron dos entrevistadas, son capaces de comprender a las otras mujeres cuando han pasado por experiencias tan vitales como parir, criar a un hijo, atender a enfermos y cuidar a los ancianos.

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MÁS SOBRE LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO DE ESTAS PROFESIONALES Y TÉCNICAS

Solicité a las entrevistadas que comentaran cuatro expresiones populares referidas a la mujer. Aquí van sus reflexiones.

Nadie se me mete en la cocina

La reacción inmediata de todas fue que “eso es cosa de mujeres de otra generación”. “Ni las amas de casa de ahora piensan así”. Solo dos confesaron que les gusta cocinar; el resto lo hace por obligación. Sin embargo, razonan que ellas se han desarrollado en las condiciones cubanas del racionamiento o de las enormes carestías del Período Especial. Esto significa que llevan años co-cinando con “muy poco”, “lo justo”, con “lo que hay que luchar, porque lo que dan por la libreta no alcanza”. Por lo tanto, ellas y sus madres han tenido que desplegar una enorme creatividad y un sentido de ahorro para alimentar a su familia.

“Alimentar a una familia cubana” significa desayunar, almor-zar y comer. Además, a los niños en edades preescolares, de primaria y secundaria se les refuerzan los almuerzos con merien-das. A los adolescentes que están becados en preuniversitarios en el campo también se les suple la dieta de sus escuelas con alimentos adicionales.

Los hombres son incapaces de desplegar estos ahorros y crea-tividades. Cocinar y fregar les corresponde a las mujeres ma-yores de los hogares multigeneracionales donde han vivido las entrevistadas y, también, a ellas mismas. Dejan a los hombres otras actividades que antes ellos no hacían, que eran del llama-do ámbito privado y que no requieren pericias ahorrativas: com-prar alimentos (“aunque muchas veces les dan menos de lo que

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toca por la libreta de racionamiento y ellos no se dan cuenta”), llevar a los niños a los círculos infantiles y a las escuelas.

Esta es la racionalidad de estas mujeres, porque, incluso las que confesaron que les gusta cocinar, lo que desean es “salir lo más rápido posible de la cocina”, “no tener que cocinar por obli-gación todos los días”, o simplemente “regalar la cocina”.

Entre las entrevistadas dos disfrutan cocinando, y no tanto fregando; dos pagan a otra persona para que lo haga; en otros dos casos son las madres o las abuelas las que cocinan y friegan; siete comparten estas tareas con otras mujeres de sus casas y solo dos de las que están casadas comparten la cocina con sus maridos.

Una me dijo: “Al hombre hay que darle participación en la cocina, pero con know-how”. Otra piensa que sería bueno ir in-volucrando al hombre poco a poco en la cocina, para que com-parta con la mujer esa responsabilidad diaria y para conversar las cosas del día.

Observé las cocinas de las dieciocho entrevistadas; todas es-taban ordenadas y limpias. Es cierto que me esperaban; pero, como dije, conozco a estas mujeres, y sé que con altas y bajas sus cocinas suelen estar limpias. Pregunté por qué esta limpieza. Respondieron: “No soporto tener ni la cocina ni la casa sucia”. “Llegar a mi casa y verla sucia me deprime”. “¿Qué pensará la gente? ¿Qué aquí viven puercos?” Una me dijo que ella siempre tiene limpio “mi Casco Histórico” (refiriéndose a las obras de reconstrucción de La Habana Vieja), que casi siempre es la sala, para recibir a las visitas no anunciadas.

Me atrevo a hacer una disquisición. Creo que estos hábitos de limpieza de estas entrevistadas son parte de la idiosincrasia cubana. Recuerdo los resultados de una encuesta a analfabetos cubanos realizada en 1960 en la que aparecía cuánto estas per-sonas de bajos ingresos gastaban mensualmente en detergente y

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jabón. En mis investigaciones varios años con obreras, vi en sus ropas y en las casas que visité, al menos en la mayoría, estos hábitos de limpieza.

He aquí un ejemplo de ideología de género contradictoria. Las mujeres profesionales y técnicas no quieren perder tiempo en cocinar y fregar, pero buscan vías para asegurar este aspecto de la reproducción de las vidas cotidianas de sus familias.

Hay que ser primero madre antes que mujer y trabajadora

Las dieciocho entrevistadas coinciden en que se puede y se debe ser las tres cosas a la vez. “Cada cosa tiene su momento”. “Cuan-do se logra ser las tres cosas, a los hombres les gusta más”. “El marido la respeta más”.

Hay un refrán cubano muy machista que dice: “La mujer tie-ne que ser ama de casa en la casa, señora en la calle y prosti-tuta en la cama”. Como seguramente se construyó cuando las mujeres no trabajaban, a lo de “señora” en la calle habría que añadir, “y trabajadora para que ingrese dinero”. Entonces serían los cuatro elementos de la mujer ideal para el hombre cubano, aunque conscientemente no reconozca lo del empleo.

Las entrevistadas consideran que las mentalidades de las mu-jeres y de los hombres cubanos han cambiado en cuanto a las relaciones de género y al papel de la mujer en la sociedad. Pero las mujeres han sido las que han tenido que hacer “maravillas”, “acrobacias” y “luchar contra el reloj” para cumplir con las funciones de madre, esposa y trabajadora. Aquí infiero que los hombres son los actores pasivos, que fueron los que dictaron las normas de esta “utopía bien machista de la mujer ideal”. Por su parte, las propias mujeres excedieron ese esquema, sobre todo con la dinámica que aportaron a la sociedad al incorporarse al

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empleo, permanecer en él y ascender en la escala de la profesio-nalidad. Ellas asumen sus responsabilidades como madres (pro-moviendo, a la vez, la paternidad responsable); conocen más sobre su sexualidad y la planificación familiar; y además, desem-peñan funciones que requieren conocimientos, responsabilidad, generan ingresos relativamente altos y se incorporan cada vez más visiblemente a la toma de decisiones.

Una de las profesionales me comentó: “Esto de ser madre, esposa, ama de casa y trabajadora es muy difícil en un país sub-desarrollado como el nuestro. Pienso que debe ser mucho más fácil para las mujeres en los países desarrollados”. Me pregunto: ¿qué pensarían de esto Mary García Castro, Helen Safa, Susan Faludi, Elizabeth Jelin, Judith Astelarra y Ann Ferguson, entre otras científicas sociales que han estudiado a la mujer y el em-pleo en países desarrollados?

Otra entrevistada resumió muy bien lo que he planteado en otros trabajos sobre el modelo cubano de empleo femenino, ge-nerado “desde arriba” y “desde abajo”: “Las cubanas, y sobre todo las profesionales, no han cambiado tanto porque simple-mente dijeron ‘queremos cambiar’. Esto se debió a su esfuerzo personal, pero a que lo hicieron en una revolución que les dio todo el apoyo”.

La mujer necesita tener a un hombre a su lado para que la represente

Todas las entrevistadas expresaron de diversas maneras que esto es falso, porque la mujer se representa por sí misma, al menos en Cuba. “Hay otras sociedades donde quizás esto sea necesa-rio, y en Cuba antes también era así; pero ahora, nadie se cree esto, y menos entre las profesionales”.

Consideran que la mujer sí necesita la compañía de un hom-bre para compartir su vida y para no estar sola, si él vale la

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pena. Para ellas las palabras “marido” y “pareja” significan que tiene que haber “amor”, “comprensión”, “compenetración” y “respeto”.

Una de ellas opinó de esta forma: “Hay ocasiones en que qui-siera tener a un hombre a mi lado, sobre todo en lugares públi-cos, para que sea el hombre el que enfrente a quien me ofende”. “En Cuba las mujeres han tenido que decirle muchas veces a los hombres: si yo fuera un hombre, tú no te hubieras atrevido a decirme eso. Eso debe ser porque el hombre es un símbolo de poder”.

Hubo otra mujer que reflexionó de la manera siguiente: “Los hombres hacen falta en la casa, por ejemplo, para arreglar las cosas. Pero si la mujer puede pagar para que otra persona lo haga, entonces para eso no necesita un marido”. Otra expre-só muy vívidamente los aspectos paradójicos de su ideología de género: “He estado un sábado limpiando la casa, lavando y co-cinando a la vez, y teniéndome una gran autolástima, porque estoy sola y no tengo un marido que me ayude. Se me acerca el mecánico que me está arreglando el auto para hacerme una con-sulta. Yo tomo la decisión que él me pidió y regreso a mis faenas. Entonces me di cuenta que, si hubiera tenido un marido, él ha-bría estado junto al mecánico, y yo habría estado haciendo todas las tareas domésticas que estaba haciendo en ese momento”.

En Cuba hay muchas mujeres que encabezan sus hogares. En-tre las trabajadoras son aproximadamente una tercera parte, según los estudios de caso que he consultado. Según la ONE, en 1995 del total de las jefas de hogares, un 47% trabajaba (1997: 49). En esto ha influido la alta tasa de divorcios y la independencia económica que han alcanzado las mujeres a través del empleo.

Estas mujeres solas (por divorcios, separaciones, porque nun-ca han tenido relaciones estables con hombres o porque han en-

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viudado) eran estigmatizadas hace unos años, y todavía lo son para la mayoría de los hombres cubanos. Quiero estudiar más profundamente la percepción relacional entre hombres y muje-res sobre la “soledad femenina” en Cuba, y entre las trabajado-ras. Tengo una hipótesis: las mujeres solas se han visto obligadas a reconstruir su estado civil de varias maneras. El ideal entre la mayoría de ellas, pienso, es encontrar una nueva pareja “para compartir”. En el caso de las profesionales, casi lo puedo asegu-rar, ellas quisieran tener una pareja, pero su criterio de selec-tividad es alto. Temen un nuevo fracaso, si lo tuvieron en una unión anterior. Y a medida que pasan los años, a los hombres de su edad les gustan las más jóvenes, y a ellos les empiezan a salir los “achaques de la próstata y la impotencia”.

Está ocurriendo, por tanto, una reconstrucción de la figura de la “mujer sola”. Quizás por eso la respuesta a la frase que encabeza esta parte fue un categórico “eso es falso”. Y también valen los deseos que expresaron varias de las entrevistadas de encontrar una nueva pareja, cuando dijeron “tengo las puertas abiertas”.

¿No será que los hombres en Cuba necesitan más vivir en com-pañía que las mujeres, porque no saben vivir solos? ¿No será a ellos a quienes habría que preguntarles si están de acuerdo con la expresión “necesito una mujer que me haga las cosas, para yo poder representarme a mí mismo”?

La primera reacción de las entrevistadas fue negar enfáti-camente que necesitaran que un hombre las representara, por-que ellas se valen por sí solas. Después pasaron a argumentar largamente que no están en contra de tener una pareja, y que desearían tener a un hombre para compartir su vida amorosa “en las buenas y en las malas”. Quienes están sin parejas es-tables añoran tener una estabilidad que valga la pena. De aquí

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infiero que estas mujeres están pasando por un proceso durante el cual están reconstruyendo su concepción del matrimonio, ya sea legal o no. Están redefiniendo lo que significa ser mujer sola en una sociedad como la cubana, donde aún esta condición se estigmatiza. Se trata de un proceso de elevación de la autoes-tima femenina, con todos los dolores que conlleva.

CONCLUSIONES

El fenómeno de las mujeres profesionales y técnicas en la fuerza de trabajo cubana (desde hace veintidós años constituyen más de la mitad de los profesionales y técnicos del país; categoría que agrupa a la mayoría del total de las ocupadas cubanas) ha sido par-te de la evolución del empleo femenino cubano. Sus explicaciones hay que buscarlas en los cambios operados en toda la sociedad cubana desde 1959, en los planos de la economía, la política y la ideología siguiendo un programa que aspira a eliminar todo tipo de discriminación, incluida la de género. Ha sido un proceso duro y contradictorio que, a la vez, ha estado cargado de satisfac-ciones, y que ha transformado la ideología de género de todos los cubanos y no solo de las mujeres.

Estas tendencias continuaron durante los años de crisis y reajustes de los noventa, sin retrocesos sustanciales. Hay, sin embargo, que mantener la conciencia crítica sobre las políti-cas relativas a la mujer, que han estado presente en los últimos cuarenta años. Debe tenerse en cuenta que Cuba está saliendo de un proceso de crisis que ha conmovido a toda la sociedad en un período de diez años, con métodos propios, muchos de los cuales han sido concebidos y aplicados en tiempos breves, y que no tiene paradigmas en las experiencias de los países de Europa del Este después del derrumbe del socialismo. Una de las vías que Cuba ha decidido para salir de la crisis es promover la efi-

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ciencia y la alta tecnología en los procesos laborales. En tanto las mujeres son las dos terceras partes de los profesionales y téc-nicos del país, y las trabajadoras tienen niveles educacionales relativamente más altos que los hombres trabajadores, las es-trategias que se adopten para el desarrollo no pueden prescindir de estas mujeres.

Las científicas y los científicos sociales de Cuba han estu-diado con seriedad y creatividad las relaciones de género en el país, con énfasis en las mujeres. Tenemos ahora que comprender científicamente qué ha ocurrido con los hombres cubanos en es-tos últimos cuarenta años.

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UN MODELO “DESDE ARRIBA” Y “DESDE ABAJO”: EL EMPLEO FEMENINO

Y LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO EN CUBA EN LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS*

Los nuevos valores y las necesidades que se han gestado en la ideología de género de las mujeres y de los hombres cubanos a partir de 1959 han enriquecido la identidad cultural nacional. En este trabajo me propongo explicar cómo la feminización de la fuerza laboral cubana y, en especial, la de las profesiones, ha influido en transformar lo que significa ser mujer y ser hombre en Cuba.1

Los fenómenos que acompañan a la creciente participación de las cubanas en la fuerza laboral tienen muchos aspectos si-milares a lo que ocurre en otros países de la región e incluso en Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, existen diferencias notorias que singularizan al fenómeno cubano y a esto dedico este trabajo. Hay dos hipótesis que sirven de hilo conductor a mis reflexiones.

La primera propone que en Cuba los programas para promo-ver la participación de la mujer en la sociedad han funcionado en dos niveles muy interrelacionados: el de las políticas más ge-nerales elaboradas “desde arriba” y el de las reacciones “desde abajo” a las que son sometidas estas políticas, que las modifican

* Publicado en Lebon, N. y Maier, E. (Coords.) (2006). De lo privado a lo público: 30 añosde lucha ciudadana de las mujeres en América Latina.

1 Estas reflexiones las he extraído de los estudios de caso que he realizado entre 1985 y 2005, de intercambios con alumnos y colegas cubanos y extranjeros que han incursionado en estos temas y de mis experiencias personales como científica social que vive en Cuba y que también ha sido sometida a las transformaciones que estudia.

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constantemente, según las necesidades de las situaciones con-cretas. En el caso del empleo femenino, este ha sido un proceso muy interrelacionado, que se ha nutrido de experiencias y con-cepciones a lo largo de cuatro décadas, y que ha estado condi-cionado y explicado por las estructuras económicas, políticas e ideológicas por las que ha atravesado la sociedad cubana en su historia más reciente.

La segunda hipótesis plantea que la feminización laboral ha provocado un impacto sumamente contradictorio en las iden-tidades de género de toda la sociedad cubana, no solo de las mujeres, con una evidente tendencia hacia la no discriminación. Las mujeres han constituido el motor impulsor de estas trans-formaciones.

TRANSFORMACIONES GENÉRICAS EN LA SOCIEDAD CUBANA: UN MODELO “DESDE ARRIBA” Y “DESDE ABAJO”

La participación de la mujer en la sociedad cubana ha formado parte de los programas integrales para luchar contra todo tipo de discriminación y a favor de la justicia social, que comenzaron a inicios de los años sesenta. Este proceso ha sido sometido a crí-ticas, que han estado interesadas en corregir los aspectos de los programas que no se corresponden con las realidades que quieren transformar, tanto porque han sido incapaces de interpretarlas o porque han caducado. Esta suerte de conciencia crítica, que ha operado en los niveles más altos de la jerarquía política, en la academia, entre los intelectuales y los artistas, así como en la vida cotidiana de las mujeres y de los hombres, se ha mante-nido vigente desde 1959. Como todo pensamiento crítico, estas preocupaciones han sido obstaculizadas en ocasiones por posicio-nes dogmáticas y corrientes patriarcales que persisten en Cuba.

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En otros trabajos he denominado a este programa cubano para promover el empleo femenino como un modelo “desde arriba” y “desde abajo”. Este modelo está constituido por un conjunto de políticas sociales, de marcos legales, de medidas económicas y de patrones culturales nuevos concebidos e instrumentados por las instancias nacionales de la dirección política del país, y so-metido a las modificaciones que surgen al ser aplicados en el vi-vir cotidiano de las cubanas y de los cubanos a lo largo de cuatro décadas. Esta flexibilidad crítica, gestada por la participación de muchas personas, ha sido uno de sus triunfos.

Es difícil deslindar cuáles han sido las acciones propuestas “desde arriba” y cuáles las que operan “desde abajo”, porque la forma en que funciona este modelo impide distinguir unas estructuras acabadas y bien definidas en su interior, que puedan ser calificadas como pertenecientes a uno u otro nivel. Sin em-bargo, en el transcurso de esta investigación he tenido presente cómo operan estos dos ejes. Para ello he escogido un conjunto de aspectos del empleo femenino y de la ideología de género que le acompaña, y he analizado cómo en ellos se conjugan las medidas dictadas “desde arriba” con las reacciones que provo-can “desde abajo”.

Antes de continuar, considero necesario explicar brevemente en qué consistieron las condiciones económicas, políticas e ideo-lógicas concretas que sucedieron en lo que en Cuba llamamos Período Especial, ocurrido en la década de los noventa del pa-sado siglo, por el impacto que tuvieron estos años en el empleo femenino y la ideología de género. Fue una época de crisis en la sociedad cubana, resultado de las severas carencias econó-micas provocadas por la desaparición de los países socialistas de Europa Oriental, básicamente de la Unión Soviética, con los que Cuba desarrollaba el 85% de sus relaciones económicas ex-

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ternas. Influyó igualmente el recrudecimiento del bloqueo del gobierno de Estados Unidos contra Cuba, con la introducción de la Ley Torricelli y del apéndice conocido como Helms-Burton. En estos años se produjo un descenso sorpresivo y enorme en las tasas de crecimiento de la economía y en la calidad de vida de la población. Solo pondré un ejemplo: durante treinta años Cuba compró a precios preferenciales doce millones de toneladas de petróleo anualmente, por un tratado comercial con la Unión So-viética, que beneficiaba a las dos partes. En 1991, al desapare-cer la URSS, este tratado cesó y Cuba comenzó a comprar este combustible en el mercado mundial. Ese año y los que siguieron solo pudimos adquirir alrededor de cuatro millones de toneladas de petróleo cada año. Con ello, la economía nacional práctica-mente colapsó. Simultáneamente comenzaron los reajustes en todas las esferas de la sociedad para salir de la crisis, lo que comenzó a materializarse poco a poco a partir de 1995.

El 8 de marzo de 1990 Fidel Castro anunció el inicio del Pe-ríodo Especial y quince años más tarde, en igual fecha, explicó que comenzábamos a salir de él. ¿Por qué escogió Fidel el Día de la Mujer para comunicar hechos de tal trascendencia políti-ca? En 1990 sabía que contaba con el apoyo de las mujeres para que generaran las estrategias de sobrevivencia que, entre otros factores, permitieron a Cuba resistir los embates del derrumbe del campo socialista, el endurecimiento del bloqueo de Esta-dos Unidos y la imposibilidad de concluir el proceso interno de rectificación de errores y tendencias negativas, iniciado a finales de 1984 con el fin de atravesar los momentos de crisis y de reajuste que tuvieron lugar en estos años. Y en 2005 que-ría trasmitir oficialmente y a viva voz a toda la población una circunstancia que ya todos sentían que se iba convirtiendo en realidad: la recuperación de la crisis era un hecho. El siguiente

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dato habla de la importancia política que se atribuye en Cuba a la participación de la mujer en la sociedad.

Entre las estrategias para desarrollarse y sobrevivir en la crisis de los noventa ninguna de las medidas generadas “desde arriba” para promover la incorporación y permanencia de las mujeres en el empleo y que influyeron en las identidades de género fue-ron eliminadas (Núñez, 2000). Sin embargo, muchas tuvieron que modificarse para ajustarse a las circunstancias cambiantes, im-poniendo los patrones culturales sus sellos en ellas. A continua-ción mencionaré dos ejemplos de dicho fenómeno. La licencia de maternidad se modificó ante las dificultades del Período Es-pecial. Originalmente se otorgaban tres meses de licencia retri-buida a las mujeres para atender al recién nacido, a la vez que se les mantenía su puesto de trabajo. En 1993 se alargó a seis meses la licencia y después a un año. Desde el 2003 se permite a los padres compartir con las madres la licencia para cuidar al bebé en el primer año de vida. No obstante, desde entonces solo diecisiete padres se han acogido a ella en todo el país. El segun-do ejemplo tiene que ver con dos de los artículos del Código de Familia, que instan a ambos miembros de la pareja a compartir las tareas del hogar. Ellos se leen en el acto de matrimonio a quienes contraen nupcias, pero nadie los ha utilizado como cau-sas de los muchos divorcios que han existido en Cuba.

Las mujeres y los hombres que se han beneficiado de estas medidas las perciben de manera distinta de acuerdo a sus eda-des. En estudios recientes realizados a mujeres y hombres pro-fesionales les pregunté cuánto se habían beneficiado de ellas. Quienes tenían más de treinta y cinco años en el momento en que les entrevisté, y experimentaron la movilidad social ascen-dente que favoreció a las personas de más bajos ingresos entre 1960 y finales de los ochenta, explicaron con detalles qué signifi-

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có para ellas y ellos someterse a esas medidas. Las entrevistadas y entrevistados menores de treinta y cinco años prácticamente no comentaron estas medidas porque las disfrutan como algo que les corresponde.

EL EMPLEO FEMENINO: LO POSITIVO Y LO NEGATIVO

La proporción de las mujeres en la fuerza de trabajo to-tal del país se incrementó establemente entre 1959 (13%) (Núñez, 1988: 13) y 1989 (38%) (ONE, 1996: 116). Tomo este último año porque marca el preámbulo del Período Especial. De 1989 a 2002 esta tendencia se detuvo y se creó una es-pecie de “meseta”, en la cual los índices de la participa-ción femenina en la fuerza de trabajo oscilaron e incluso fueron levemente inferiores que en 1989. En el año 2002 las mujeres representaban el 37,6% del total de trabajadores del país (ONE, 2002: 53).

Desde 1977 las mujeres constituyen más de la mitad de los técnicos y profesionales del país. Esta tendencia no se detuvo durante el Período Especial. En 2002 ellas constituían las dos terceras partes (65.5%) de los trabajadores en esta categoría ocupacional, mientras que los hombres representaban el 33.5%. En esta categoría se agrupan el 38% de las mujeres ocupadas y solo el 12% de los hombres que trabajan (ONE, 2002: 53).

A partir de 1978 la fuerza laboral femenina, en comparación con la masculina, tiene niveles educacionales más altos: en 2002 el 19% de todas las mujeres ocupadas había completado la edu-cación superior, mientras que solo el 11% de los hombres ocupa-dos tenía este nivel vencido. El 48.4% de todas las trabajadoras se había graduado del nivel medio superior, en contraste con el 36.9% del total de los trabajadores (ONE, 2002: 52).

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Las mujeres ocupan plazas en todos los sectores de la eco-nomía, tanto los tradicionalmente femeninos como en los que no lo son, dentro de Cuba y fuera del país. En el 2000, el 60% de los profesores de la educación superior eran mujeres, al igual que el 52% de los científicos, el 52% de los médicos y el 50% de los abogados. Estos cuatro hechos hablan de avances en el empleo femenino cubano, pero persisten desigualdades que constituyen cargas físicas y psicológicas enormes para las trabajadoras.

Durante los años de crisis y reajustes, las trabajadoras asu-mieron categorías de empleo no estatales, cuestión que significó un reto en sus vidas laborales. Solo un dato demuestra este “vi-raje” en un período corto. Cuando comenzó el Período Especial casi el 90% de todas las mujeres ocupadas lo estaban en el sector estatal civil y siete años después esta proporción bajó a un 81%. Ese 8% no regresó a sus hogares sino que acudió al sector priva-do, al cooperativo y a las empresas mixtas (Núñez, 2000).

Como he explicado en otras ocasiones, las trabajadoras cuba-nas pueden ser obreras, abogadas, científicas, secretarias, doc-toras e incluso dirigentes pero al llegar a sus hogares llevan en sus espaldas el peso de la segunda jornada. Hay muchas razones que explican el porqué de la permanencia de esta distribución discriminatoria por género de las labores del hogar, pero deseo detenerme en tres de ellas: dos tienen que ver con las carencias materiales que persisten en Cuba y la tercera está relacionada con patrones de la cultura patriarcal.

En Cuba hay un déficit grande de viviendas que provoca que sea usual que convivan bajo un mismo techo hasta tres y, en ocasiones, cuatro generaciones. Por ello, hay muchas figuras femeninas en una casa, quienes se distribuyen las tareas do-mésticas. Aquí entra la razón que tiene que ver con la cultu-ra patriarcal: muchas veces son las mujeres, sobre todo cuando

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ejercen sus papeles de madres, abuelas y tías, quienes no asig-nan a los niños y adolescentes trabajos en el hogar, porque es-timan que ello iría en detrimento de su virilidad. Y, por último, la otra razón material: durante años en Cuba los alimentos y los productos para la higiene personal y de la casa han estado racio-nados y han sido escasos. Las mujeres están más entrenadas que los hombres para manejar estos pocos recursos con ahorro, por el sesgo machista que ellas mismas han introducido en la crian-za de sus hijos. Una entrevistada dijo: “Los hombres en la casa gastan mucho lo poco que tenemos y ensucian todo. Por eso yo prefiero hacer las cosas, aunque me eche toda la carga encima”.

De estos argumentos no puede inferirse que culpo a las vícti-mas (las mujeres) de su propia victimización. Intento argumentar con criterios marxistas y feministas que a nivel de toda la socie-dad y en el ámbito más personal, las ideologías que sustentan las discriminaciones sociales son las más difíciles de cambiar, mucho más que las ideologías políticas. Una de las tantas razones es que los oprimidos asumen como suyas las representaciones ideo-lógicas imperantes en las sociedades, que son las de las clases dominantes. La ideología patriarcal ha sustentado los patrones de poder en todas las formaciones económico-sociales, hecho sociológico solo comparable a la dominación por el racismo. In-cluso en las sociedades donde se han transformado las estruc-turas económicas y las instituciones políticas que sustentaban patrones culturales viejos, estos les sobreviven y prevalecen en lo más intrínseco de las mentalidades de las personas. Hay una literatura extensísima que explica estos fenómenos y que ha sido elaborada por científicos sociales de países desarrollados y subdesarrollados. De los clásicos marxistas destaco las tesis de hegemonía y cultura, de Antonio Gramsci; las de subordinación femenina, de Inessa Armand; y la de los problemas para la par-

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ticipación política de la mujer, de Alexandra Kollontai. Más re-cientemente, a esto se han referido Mary García Castro, Sherril Lutjens, Carmen Diana Deere y Luisa Campuzano, entre otras.

Otro rasgo discriminatorio en el empleo femenino lo consti-tuye el hecho que solo el 33.7% de los dirigentes en el ámbito laboral son mujeres (ONE, 2002: 54). Esta proporción se ha man-tenido igual desde 1992, a pesar de que las mujeres son las dos terceras partes de los profesionales y técnicos, que deberían ser la cantera natural para ocupar los cargos de dirección. A este aspecto de la dirigencia femenina dedicaré mayor atención más adelante.

LAS CUBANAS SE MANTUVIERON EN LA FUERZA DE TRABAJO DURANTE EL PERÍODO ESPECIAL

A diferencia de lo que ocurrió en la década de crisis de los ochenta en América Latina, cuando la crisis de los noventa es-talló abruptamente en Cuba, toda la población del país—sobre todo las mujeres—había experimentado una movilidad social as-cendente. Esto sucedió en todo el territorio nacional. Por ello los efectos de la crisis los sintieron los cubanos y las cubanas muchísimo más que los latinoamericanos y caribeños, porque en esos países las mayorías no habían recibido los beneficios de las políticas sociales de una revolución y porque las carencias las sintieron todos los ciudadanos.

Estimo que las cubanas se mantuvieron empleadas en estos años de crisis y reajustes por diversas razones. Primero, desde mediados de los ochenta una tercera parte de las trabajadoras encabezan sus hogares, lo que las convierte en la fuente funda-mental para mantenerlos. En segundo lugar, ellas constituyen desde fines de los setenta más de la mitad de los profesionales y técnicos del país y las dos terceras partes desde 1993. Las es-

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trategias para sacar a Cuba de la crisis implican desarrollar los sectores que requieren más tecnologías de avanzada y en ellos las mujeres son la mayoría en el personal calificado. En tercer lugar, entre las trabajadoras cubanas de esos años había una proporción considerable de asalariadas de segunda generación, quienes tenían paradigmas de mujeres empleadas en sus ma-dres. En cuarto lugar, el marco legal y político que propició la incorporación y permanencia de las cubanas en la fuerza laboral se mantuvo y adecuó a las características de la crisis y de los reajustes. El Plan de Acción Nacional de Seguimiento a la Conferencia de Beijing que adoptó el Estado cubano en 1997 a instancias de la FMC demostró la voluntad política “desde arriba” de articular un programa de obligatorio cumplimiento para los organismos de la administración del Estado. En quinto lugar, las cubanas viven más tiempo en sus barrios, tanto para buscar apoyo para continuar empleadas, como para encontrar medios para obtener ingresos adicionales e incluso para acudir más a los consultorios de la familia y a los policlínicos que a los hospitales.

Por último, el Estado mantuvo las políticas sociales que pro-tegían el acceso gratuito y universal a la educación, la salud, la seguridad social, la asistencia social, la cultura, el deporte y la nutrición. Las cubanas se habían beneficiado de estas políticas mucho más que los hombres desde inicios de los sesenta, por-que históricamente habían sido las más discriminadas y, aunque la crisis sacó a la luz con fuerza las discriminaciones sexistas, las mujeres demostraron sus habilidades y fuerzas para sacar de la crisis a sus familias y al país. Ello fue un elemento para hacer crecer su autoestima.

Estas mujeres tuvieron que construir sus estrategias viviendo en una sociedad aún patriarcal en la cual ellas llevan el peso de

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la doble jornada; son los hombres quienes predominan en los cargos de dirección; y la alta proporción de divorcios y sepa-raciones ha aumentado el número de jefas de hogar entre las trabajadoras, lo que implica que cuentan principalmente con el ingreso que ellas generen.

TOMAR DECISIONES Y OCUPAR CARGOS DE DIRECCIÓN

La habilidad de las mujeres para participar en actividades eco-nómicas de avanzada, debido a su resolución para tomar de-cisiones, es uno de los cambios más importantes en materia de ideología de género que ha ocurrido en Cuba en los últimos cuarenta y seis años, y en ello ha influido notablemente la par-ticipación de la mujer en el empleo. No se trata de afirmar que antes de la revolución o de la feminización del empleo las cuba-nas carecían de capacidades para resolver lo que enfrentaban en sus vidas.

Lo que ha ocurrido con la participación femenina en el em-pleo es que las asalariadas se han visto obligadas a distribuir conscientemente su escaso tiempo entre la jornada laboral y la doméstica, desarrollando habilidades para simultanear tareas constantemente. Estas mujeres han elaborado estas destrezas a partir de sus niveles educacionales altos, orientándose en una sociedad que ha sido transformada desde sus cimientos, y donde ellas han experimentado estos cambios más fuertemente que los hombres. Hay que elaborar un tanto más cómo las mujeres cuba-nas que trabajan, ya sean profesionales o no, han extraído des-trezas cognoscitivas para dirigir, para tomar decisiones en todos los aspectos de la vida, sobre todo en el ámbito laboral, a partir del papel “tradicional” que continúan desempeñando en esta “división genérica” de las tareas domésticas. Este análisis tiene

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que considerar que hay diferencias de acuerdo a las generacio-nes de mujeres y hombres, ya que las más jóvenes tienden a instar a que los hombres de sus familias asuman tareas domésticas.

Ejercer la toma de decisiones no solo conforma en ellas el sentido del poder como seres humanos, sino que les asegura su derecho a actuar independientemente. Este es un derecho ciu-dadano básico que le había sido negado a la mujer cubana en toda su plenitud. Sin embargo, falta por construir la figura social de la mujer dirigente, tanto en la práctica de las designaciones de mujeres en cargos de dirección como en el imaginario social, que favorezca que las mujeres aspiren a desempeñar estas posiciones.

Explicaré qué significa para mí tomar decisiones, pues es uno de los conceptos claves que se han incorporado a la ideología de género. Tomar decisiones es la habilidad que demuestran los in-dividuos a la hora de comprender determinados escenarios; esto es, la capacidad que tienen para señalar los problemas principa-les, explicar sus causas y proponer soluciones. Incluye también la capacidad para evaluar los logros y las pérdidas que existen en cada situación y, de acuerdo al conocimiento adquirido sobre ellos, ser capaces de determinar cuáles son las acciones para alcanzar los propósitos. Excluyo de esta definición el concepto de liderazgo, que incluye tanto la toma de decisiones como otros aspectos institucionales. Sin embargo, ambos conceptos de lide-razgo y toma de decisiones están relacionados con el llamado “empoderamiento”, que es un rasgo relevante en la ideología de género.

En mis investigaciones sobre la mujer y el empleo en Cuba que he desarrollado en los últimos veinte años, he intentado demostrar que los cambios en la ideología de género en Cuba, especialmente entre las mujeres trabajadoras, han generado en ellas habilidades para tomar decisiones en todas las esferas de su

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bregar diario: en sus empleos, en sus hogares y con sus parejas. En mis estudios más recientes, en los cuales incluí a hombres y a mujeres profesionales, evidencié que las respuestas fueron bien diferentes de acuerdo a los géneros.

La mayoría de los hombres entrevistados ocupaba cargos de dirección en el momento del estudio o lo había hecho anterior-mente. Ellos manifestaron que estarían dispuestos a ocuparlos. Por su parte, solo una quinta parte de las mujeres encuestadas se ha desempeñado como dirigentes en sus centros laborales, y no deseaban ocupar esos puestos.

Como expuse antes, en Cuba en 2002 solo el 33.7% de todos los dirigentes en centros de trabajo eran mujeres. De todas las mujeres trabajadoras, un 6.7% eran dirigentes (ONE, 2002: 53). Esta ha sido la tendencia durante los últimos diez años, y es una proporción relativamente baja, si se considera que las mujeres han incrementado su participación entre los profesionales y técnicos. En 2002, los hombres constituían el 66.3% de todos los dirigentes administrativos, aunque su representación entre los profesionales y técnicos había disminuido (ONE, 2002: 53).

Los hombres a quienes entrevisté que han sido dirigentes o que aspiran a serlo consideran que ellos están calificados para ocupar esos cargos o desean recibir el entrenamiento necesa-rio. Las mujeres entrevistadas explicaron por qué no desean ser dirigentes. Casi todas admitieron que “no están preparadas”; otras respondieron que les “robaría mucho tiempo y se paga muy poco”; “sería una nueva carga para la segunda jornada”; “pre-fiero continuar entrenándome en mi carrera como profesional y no comenzar a hacerlo como dirigente”. Todas estiman que ya toman decisiones en sus campos profesionales.

No se puede inferir de estas respuestas que estas mujeres profesionales carecen de confianza en sí mismas. Lo que sucede

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es que ellas conocen lo que quieren alcanzar en sus áreas de tra-bajo y estiman que ser dirigentes obstaculizaría este propósito.

Las pocas mujeres de la muestra que eran dirigentes o lo habían sido declararon que no deseaban tales responsabilida-des. Fueron designadas para ocupar esos puestos. Algunas de ellas habían tenido experiencia como dirigentes sindicales en organizaciones de base. Reconocieron que sus colegas de traba-jo respetaban su autoridad; que ellas eran capaces de resolver problemas; que, aunque no se sentían plenamente satisfechas cuando ejercían sus actividades como dirigentes, lo hicieron con responsabilidad.

Ser mujeres dirigentes en la esfera laboral y desear serlo es parte de la ideología de género que no ha sido totalmente asu-mida por la mayoría de las cubanas que tienen cualidades para ello. Sin embargo, a nivel social existen todas las condiciones para llegar a esta meta.

He elaborado cinco ideas que explican la hipótesis de por qué no se ha alcanzado una representación femenina notable en la dirección en Cuba, y por qué este objetivo sí se logrará en el mediano plazo.

1. Las mujeres profesionales aparecieron en el escenario laboral cubano como una figura social estable y pujante en los umbrales de la crisis de los noventa. Durante esos años, las mujeres trabajadoras, y no solo las profesionales, tuvieron que mantenerse ocupadas a fin de mantener sus salarios, y así contribuir a los presupuestos de sus familias, tanto si estaban casadas o unidas o si eran las principa-les proveedoras económicas de sus hogares. A medida que el valor real de sus salarios en pesos descendía, tuvieron que asumir una segunda ocupación que les proveía ingresos adicionales. Desempeñarse como dirigentes no les permitía

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ganar el dinero necesario, ni en aquellos años ni hoy. Cuan-do los cargos gerenciales provean motivaciones materiales a quienes los ocupen, entonces habrá más mujeres inclina-das a convertirse en dirigentes.

2. La cultura cubana de dirección ha sido diseñada por los hombres y para ellos, y hay que transformar esta realidad. Una prueba de que estas tradiciones de liderazgo masculino pueden cambiarse se evidenció en el 2005 cuando seis de los ministerios estaban encabezados por mujeres: Inversio-nes Extranjeras, Finanzas, Auditoría, Industria Ligera, Co-mercio Interior e Industria Básica.

3. Las mujeres profesionales tienen los requisitos para ser dirigentes. Como parte de la fuerza de trabajo, están pre-sentes en todos los sectores de la economía; constituyen la mayoría de los profesionales; tienen niveles educacionales altos; realizan tareas complejas y pueden simultanear acti-vidades; toman decisiones cotidianamente en sus empleos y en sus hogares; tienen una historia laboral relativamente extensa que comienza en la base y que les permite com-prender sus entornos laborales.

4. Cuando florezcan en Cuba las condiciones para promo-ver las mujeres a cargos de dirección se producirá un pro-ceso irreversible. Una de las principales razones para esta aseveración es que las futuras mujeres dirigentes, como es el caso de las actuales, han ascendido desde la base de las estructuras laborales. Ellas, por tanto, conocen los diferen-tes niveles de complejidad de los empleos que dirigirán. Este ha sido y continuará siendo una suerte de proceso “na-tural” de constante aprendizaje y retroalimentación.

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5. El amplio acceso de las mujeres a los puestos de direc-ción no puede esperar a que se transformen radicalmente los patrones de la cultura patriarcal. Tiene que contri-buir poderosamente a estos cambios. Este fue el caso de la incorporación y permanencia de las mujeres a la fuerza laboral en los sesenta y los setenta en Cuba, y ha sido am-pliamente argumentado por el PCC, la FMC y el gobierno.

IDEOLOGÍA DE GÉNERO EN EL EMPLEO

Las mujeres cubanas han generado más cambios en las relaciones de género que los hombres, incluidas las nuevas actitudes que ellos han asumido. Paradójicamente, ellas también reproducen los patrones machistas de la ideología de género que aún preva-lecen en Cuba, cuando entrenan a sus hijos e hijas para la vida y en muchas de sus actitudes en otros ámbitos de la cotidianidad.

En la esfera de las ideologías de género referidas a la esfera laboral, las mujeres y los hombres conocen por igual las com-plejidades que se les presentan en sus trabajos. Sin embargo, las mujeres mostraron menos temor que los hombres a la hora de reconocer aquellos aspectos de sus actividades que descono-cen. Las mujeres confesaron sus inseguridades en sus empleos, pero ningún hombre lo hizo. Estas declaraciones por parte de las mujeres podrían apoyar aquellas imágenes que presentan a las mu-jeres como seres que son incapaces de asumir decisiones y que carecen de autoestima.

Estas suposiciones desmitifican las percepciones que manifes-taron las mujeres en el transcurso de las entrevistas, así como los datos sobre la situación de la mujer cubana. Las entrevistadas declararon que están dispuestas a elevar sus niveles de conoci-miento en asuntos relacionados con sus trabajos. Sus niveles de entrenamiento profesional son superiores a los de los hombres

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incluidos en la muestra. Por ejemplo, ellas tienen más grados científicos de doctorados y maestrías que los hombres encuesta-dos; han aprobado más cursos de posgrado y de idiomas que ellos y han participado en un mayor número de eventos científicos.

Las mujeres y los hombres entrevistados consideran que la presencia de las mujeres en la fuerza de trabajo en Cuba ha alterado las actitudes de los hombres en sus puestos de trabajo. Sin embargo, en sus respuestas a las preguntas, las mujeres de-tallaron en qué consisten esas influencias con más argumentos que los hombres.

Así, los hombres describieron sus nuevos comportamientos sin detenerse a razonar en ellos, y respondieron con slogans social-mente aceptados. Las mujeres investigadas, por su parte, con-sideran que las profesionales han aportado maneras más claras para aproximarse a las tareas que enfrentan en sus trabajos, bien si son a corto o a largo plazos. Son capaces de vincular los objetivos generales con las acciones específicas necesarias para cumplirlas. Ellas estiman que dedican más tiempo que los hom-bres a pensar los planes de acción para ejecutar sus planes de trabajo. Asimismo, consideran que rechazan más que sus com-pañeros de trabajo las improvisaciones y las soluciones simples en cuestiones laborales. Una de las entrevistadas expresó: “Por esolas mujeres son capaces de convertir las utopías en realidad”.

Las mujeres usan atributos femeninos tradicionales para con-vencer a sus colegas masculinos en cuestiones de trabajo. Son “delicadas”, “afectuosas” y “encantadoras”. Les gusta escuchar a los demás. Intentan acercarse a sus compañeros de trabajo, mujeres y hombres, para intercambiar experiencias personales. Otra característica femenina es simultanear tareas en sus cen-tros de trabajo. Por último, las mujeres consideran que se han vuelto “indispensables” en sus puestos laborales.

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Muchas de las entrevistadas consideran que los procesos de reacomodo de hombres y mujeres en los empleos han sido ma-yormente negociados, y no han sido el resultado de confron-taciones. Las mujeres estiman que ellas han sido quienes han dirigido estas negociaciones. Además concuerdan en que las mujeres trabajadoras han influido indirectamente en muchas de las actitudes de los hombres trabajadores. Cuando sus es-posas trabajan, los hombres desempeñan algunas de las tareas domésticas, lo que a su vez modifica ciertas conductas de estos hombres en sus empleos. Por ejemplo, los padres que llevan a sus hijos en edades preescolares a los círculos infantiles deben despertarse más temprano para arribar a tiempo a sus centros de trabajo. Algunos hombres compran alimentos y otros ar-tículos para sus hogares en tiendas cercanas a sus centros de trabajo.

En resumen, las miradas de las mujeres entrevistadas acerca de cuánto ha influido el empleo femenino en las actitudes labo-rales de mujeres y hombres son más ricas que las de sus colegas hombres. Esta diferencia podría explicarse porque ellas irrum-pieron de manera más reciente que los hombres en el mercado laboral cubano y lo hicieron en medio de intensas transforma-ciones en sus actitudes, que trascendían la esfera laboral. Por ejemplo, con relación a sus madres tienen menos hijos, contraen más relaciones matrimoniales que ellas, y poseen niveles edu-cacionales más elevados que aquellas; muchas encabezan sus hogares y todas toman decisiones constantemente en sus vidas cotidianas. Las experiencias diversas, nuevas e inacabadas en que las mujeres han vivido a lo largo de estos procesos, en perío-dos relativamente cortos, podrían haber enriquecido sus capaci-dades de reflexionar sobre ellas mismas, con vistas a orientar sus comportamientos en espacios poco conocidos.

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En sus respuestas los hombres no responsabilizaron expresa-mente a las mujeres de sus problemas en el trabajo, en sus ho-gares y en sus relaciones íntimas, pero de hecho les preocupan “tantos cambios” en ellas. Casi todos los hombres entrevistados dijeron que esto no sucedía, sin extenderse en explicaciones. Solo dos consideraron que quienes coincidan con estas palabras son “atrasados” o “machistas enmascarados”. Otros dos dijeron que sentimientos de culpa como estos tienen que ver con la com-petencia profesional y en nada con las diferencias de género. Los hombres tienden a enmascarar los temores reales que les provocan las mujeres trabajadoras, sobre todo las profesionales que compiten con ellos, porque serían criticados por las reglas antidiscriminatorias que prevalecen en los espacios sociales.

Las entrevistadas estiman que los hombres reaccionan para-dójicamente hacia las mujeres trabajadoras, al menos en Cuba, porque se sienten atraídos pero a la vez amenazados por ellas. Temen competir con ellas “diseñando los proyectos de trabajo y cumpliendo con sus responsabilidades en la cama”. Piensan que a los hombres les atraen estos retos porque promueven en ellos deseos de conquistar estas “presas difíciles” y que, si lo logran, su ego masculino se eleva. Expresaron que este “proceso de con-quista” ocurre también en los empleos. Allí, los hombres tienen que demostrar que están mejor preparados que sus colegas fe-meninas; y están obligados a imponer su estatus de liderazgo a fin de asegurar su poder “oficial”.

Casi las dos terceras partes de las mujeres entrevistadas con-fesaron que los hombres se sienten amenazados por las mujeres en sus empleos. Señalaron las razones siguientes:

• Las mujeres profesionales están mejor preparadas que los hombres en materia de niveles educacionales.

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• Las mujeres profesionales que no se desempeñan como dirigentes dedican más tiempo a desarrollar sus especiali-dades, con lo que adquieren más conocimientos en su cam-po que los hombres que las dirigen. Esto podría conducir a conflictos entre las mujeres profesionales subordinadas y los hombres que las dirigen, quienes dedican más tiempo a desempeñar tareas burocráticas.

• Las mujeres profesionales pueden organizar sus horarios laborales mejor, gracias a que tienen que simultanear acti-vidades en el hogar y en sus empleos.

• Los hombres temen que las mujeres les arrebaten los cargos de dirigentes.

• En las evaluaciones laborales anuales, las mujeres reali-zan más tareas que los hombres.

• Los hombres subestiman las habilidades intelectuales de las mujeres, aunque no lo manifiestan.

• Las mujeres dependen menos de los hombres.

• Los hombres se sienten amenazados por la independen-cia económica que las mujeres han adquirido, pero necesi-tan que ellas aporten al presupuesto familiar.

Las reflexiones contenidas en este último punto demuestran cuán paradójicos son los patrones de género en esta esfera de la vida laboral. Sus orígenes trascienden el mundo del trabajo y hay que buscarlos en los patrones culturales socializadores de las identidades genéricas vigentes en Cuba.

Con el propósito de comprender los procesos socializadores que explican los cambios ocurridos en la ideología de género,

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seleccioné algunos patrones culturales que están vigentes en la sociedad cubana actual y que lo estuvieron cuando las mujeres y los hombres profesionales que entrevisté en 2003 crecían e iban formando sus actitudes. Les pedí que comentaran sobre algunos de los patrones culturales imperantes en la sociedad cubana du-rante su niñez, adolescencia y en su etapa de estudios universi-tarios, que influyeron en ellas y ellos y en la sociedad en general en lo que significa ser mujer y ser hombre. Solo resumiré lo que comentaron sobre los patrones sexistas en la niñez.

Les pregunté qué opinaban sobre la costumbre de vestir a las niñas de rosado y a los niños de azul. Todos los hombres entrevis-tados dijeron que eso es correcto, porque el rosado es “delica-do”, “femenino”, “dulce”, y si los varones se visten con él, se les considera homosexuales. Las mujeres enjuiciaron con más flexi-bilidad. Todas dijeron que esto es una tradición, que hay quienes la aplican a sus hijos e hijas y otros no. Respondieron que las niñas tienen la ventaja de vestirse de azul y rosado, sobre todo desde que se usa la tela de “mezclilla”; pero a los varones no se les permite usar el rosado.

En cuanto a la diferenciación de los juegos para hembras y varones, hasta los entrevistados más jóvenes respondieron que sus padres les habían acostumbrado a que jugaran con personas de su sexo. Esta división por género en los juegos es muy eviden-te cuando están en sus casas. Los varones juegan a la pelota en la calle o practican los deportes que más estén en boga en los campeonatos del momento. Las niñas juegan con sus amiguitas a las muñecas y a las casitas, a las escuelitas, a los yaquis dentro de las casas o en los portales. En las aceras juegan al pon, saltan a la suiza, juegan a las estatuas.

En los círculos infantiles, a los que han asistido buena parte de las hijas e hijos de las mujeres trabajadoras, se insta a que

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las niñas y los niños intercambien roles de género en sus juegos; pero las divisiones genéricas se mantienen cuando juegan sin la orientación de sus maestras. En la primaria, a la que asiste el 100% de los infantes cubanos de cinco a once años, los estudiantes de ambos sexos participan juntos en deportes, acampadas y en acti-vidades culturales; pero cuando juegan en los recesos se dividen por sexo, igual que lo hacían en el círculo infantil.

La psicóloga cubana Patricia Arés, quien ha estudiado cómo se construyen las identidades masculinas en Cuba, argumenta que a los hombres cubanos no se les entrena en la niñez ni en la adolescencia para ajustarse a los cambios en la ideología de gé-nero que emergen fundamentalmente de los procesos que acom-pañan al desarrollo de la mujer. De niños se les prohíbe llorar y se les insta a no manifestar dolores, lo que conduce a que no se-pan expresar sus sentimientos. Tienen que pelearse con los niños que los agreden, aunque sean mayores que ellos, lo que genera conductas violentas. No asumen tareas en sus hogares, lo que no les entrena para participar en la segunda jornada (Arés, 2002).

Las niñas tienen más oportunidades de actuar con menos dogmatismos que los niños. Cuando logran que los varones, casi siempre más chiquitos que ellas, asuman los roles de alumnos en sus escuelitas, ellas son las que mandan. Lloran todo lo que quieran y se pelean si lo desean. En las aulas ellas generan acti-tudes de competencia con los niños para obtener mejores notas, cosa que logran con frecuencia. Además, son las dirigentes por excelencia de las organizaciones pioneriles.

De estas reflexiones y realidades infiero que los hombres de la muestra están menos preparados que las mujeres para ser flexibles ante los retos de lo que significa ser mujer y ser hombre en la vida cubana actual. Su ideología de género parece ser más inflexible que la de las mujeres porque han estado sometidos a

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más dogmas durante su niñez y adolescencia. Quizás sean tan reprimidos como las mujeres o más que ellas. Lo mismo podría ocurrir con el mito de la inseguridad femenina. Estas son solo hipótesis para seguir investigando.

IDEOLOGÍA DE GÉNERO EN LAS RELACIONES DE PAREJA

La participación de la mujer en la fuerza de trabajo ha provoca-do cambios en las actitudes de mujeres y hombres en el hogar y en las relaciones íntimas. En una de mis últimas investigaciones una socióloga dijo:

En el ámbito de las relaciones personales, los hombres asumen comportamientos patriarcales, y lo hacen sin ponerse máscaras, porque en este escenario no tienen que obedecer reglas sociales que prohíben estas conductas y que sí prevalecen en las esferas la-borales y en otras públicas. En los espacios personales e íntimos, los hombres se conducen libremente como seres humanos superiores.

La visión sociológica de esta profesional me lleva a pensar que lo que sucede en Cuba en el ámbito de las relaciones de pareja de las identidades genéricas repite lo que sucede en otros paí-ses. Pero apunto a varias especificidades de la situación cubana.

Han transcurrido cuarenta y cinco años de transformaciones revolucionarias en Cuba y de programas ininterrumpidos para eliminar todo tipo de discriminaciones. Luchar contra las discri-minaciones de género ha sido uno de los más exitosos, incluso más que los dirigidos a romper con los tabúes raciales. Por tanto, los cambios “desde arriba” dedicados a la mujer han accionado en un marco social global de transformaciones revolucionarias. No ha existido la revolución estancada como explica la autora norteamericana Arlie Hochschild que ha tenido lugar en Estados Unidos, donde ocurrió una revolución de las mujeres, pero sin

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que existiera una transformación general de la sociedad que le acompañara (1989: 12).

Las cubanas y los cubanos, pero sobre todo las primeras, han tenido que “sufrir” los cambios que les hacen seres más plenos en materia de género. Estas angustias y gozos han sido muy pa-tentes en los niveles más íntimos, sobre todo en lo que tiene que ver con las relaciones de pareja. Aquí se ha evidenciado con la crudeza de todos los días, las luchas entre las estructuras gene-rales que persiguen la igualdad y las normas y valores patriarca-les que están enraizados en cada uno de nosotros.

Los siguientes ejemplos son demostrativos de cómo transcurren estas contradicciones. Las mujeres entrevistadas explicaron que sus maridos las celan porque se visten bien y se arreglan para ir al trabajo, donde se relacionan con otros hombres. Estos celos a veces aparecen bajo un velo y, en otras ocasiones, simplemente se manifiestan agresivamente, pero las mujeres siempre los per-ciben. Se sienten permanentemente observadas y juzgadas por sus parejas. Una de ellas expresó: “La gente dice que las mu-jeres son celosas, pero, de hecho, los hombres nos sobrepasan, aunque algunos manifiestan sus celos de formas sutiles”.

Declararon también que el hecho de ser trabajadoras obliga a los hombres en sus casas, y no solo a sus maridos, a involucrarse en tareas domésticas. Por otra parte, estas mujeres se convier-ten en modelos de conducta para sus hijas ya que ellas tam-bién desean trabajar cuando crezcan. Sus hijos crecen sabiendo que ellos compartirán en sus empleos con colegas mujeres y que probablemente se casarán con mujeres trabajadoras, a quienes tendrán que “respetar”. Las entrevistadas reconocen que siguen educando a sus hijos varones con patrones machistas. En cuanto a sus hijas, les enseñan a usar sus “libertades” con cuidado, pues viven en una sociedad sumamente machista.

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Las mujeres confiesan que ser trabajadoras les ha hecho más independientes, no solo en términos económicos, sino también en cuanto a tomar decisiones, entre ellas no tener que “car-gar” con maridos indeseados. Las profesionales dijeron que no pueden encontrar parejas estables, sobre todo entre los pro-fesionales. Argumentaron algunas razones para ello. Compiten con sus parejas en cuestiones profesionales. Esta competencia se torna peor si ambos tienen carreras similares. Hay otras dos razones para que afloren las confrontaciones: cuando las mujeres ganan salarios superiores a sus parejas y, lo que resulta peor, cuando ellas son dirigentes y sus maridos no lo son. A las mujeres profesionales menores de treinta y cinco años les cuesta trabajo hallar hombres profesionales como sus parejas, como realmente quisieran, porque el número de hombres profesionales es mucho menor.

Las tasas de divorcio en Cuba son altas: en el 2003 era de tres por cada mil habitantes (Centro de Estudios de Población y Desarro-llo [CEPDE]-ONE, 2003: 161), mientras que la tasa de nupcialidad era de 4.9 por cada mil habitantes (CEPDE-ONE, 2003: 130). Los científicos sociales cubanos han demostrado que esta tendencia ha persistido por varios años. Entre las razones fundamentales para esto se encuentran el empleo femenino; el hecho de que divorciarse es un proceso judicial relativamente fácil y, además, la tradición cubana de las uniones consensuales, enraizada desde la colonia. En este último argumento se habla de que a los esclavos no se les casaba por la Iglesia católica, y que, una vez libres, no requerían de este requisito formal. Añádase el hecho de la gran afluencia de inmigrantes españoles en las primeras décadas del siglo xx, quienes se unían a las cubanas sin formalizar sus nexos.

Las mujeres y los hombres en la muestra consideran que las mujeres trabajadoras paren menos. En Cuba la tasa de fecun-

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didad general en el 2003 fue de 1.63 (CEPDE-ONE, 2003: 41). Esta tasa ha tenido una tendencia decreciente en las últimas tres décadas. Los científicos sociales cubanos señalan entre sus causas el empleo femenino y el amplio uso de políticas gratuitas de planificación familiar, que se han extendido a todo el país desde 1964. El sociólogo Juan Carlos Alfonso insiste en usar un en-foque de género cuando se estudia la fecundidad cubana, para examinar cómo influyen los comportamientos masculinos y no solo los femeninos. Esta aproximación relacional permitiría a los académicos comprender la fecundidad como algo que involucra a los hombres y a las mujeres por igual, y no solo a concentrarse en las mujeres, como suelen hacer los demógrafos.

Las mujeres y los hombres entrevistados estiman que el em-pleo femenino ha afectado los comportamientos sexuales entre los cubanos. Apuntaron que las políticas de planificación fami-liar, establecidas desde 1964 como parte del sistema nacional de salud pública, permiten a las mujeres y a los hombres practicar la sexualidad sin necesidad de embarazos indeseados. Agregaron que los programas de educación sexual que se enseñan en el sis-tema educacional cubano y aquellos dirigidos a los adultos desde fines de los setenta, han otorgado a las mujeres la posibilidad de actuar sexualmente con mayor confianza y libertad. Los en-trevistados de ambos sexos consideran que el hecho de que los abortos sean legales y que se practiquen sin costo alguno en los ser-vicios de salud pública hace que muchas mujeres los usen como métodos anticonceptivos, lo que consideran incorrecto, porque podrían dañar sus aparatos reproductivos.

Los hombres en la muestra hablaron poco de la influencia que han ejercido las mujeres trabajadoras en las relaciones de pare-ja. Una de las entrevistadas expresó que ellos temen reconocer que actúan de una manera más machista en sus círculos privados

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que en las esferas públicas, como son los centros de trabajo. Por tanto, los hombres respondieron con esquemas aceptados socialmente, igual que lo hicieron cuando reflexionaron sobre las influencias en el empleo. Así, dijeron que “los hombres deben sentirse orgullosos de sus mujeres, capaces de trabajar en la calle y ocuparse de las tareas domésticas”; que “todos deberían compartir las tareas domésticas con las mujeres”. Sin embargo, las encuestas desarrolladas en Cuba desde los noventa, a las que me referí anteriormente, demuestran que las mujeres trabaja-doras triplican semanalmente el número de horas que dedican a las tareas en el hogar, con relación a lo que declararon los hom-bres trabajadores. Fueron muy pocos los hombres entrevistados que expresaron que ellos desempeñan todas las tareas de sus hogares, para permitir que sus mujeres se superen profesional-mente. En esto influyen las tendencias sociales prevalecientes.

Las mujeres entrevistadas explicaron que, gracias a sus em-pleos, han conocido a hombres interesantes (y a otros no tan interesantes); que ellas demandan “igual placer” en sus rela-ciones sexuales; que les piden a los hombres que usen condo-nes para prevenir el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual, aunque muchos de ellos no quieren usarlos. A pesar de todo lo anterior, muchas admiten no haber hallado a un hombre que cumpla todas sus expectativas, lo que provoca que muchas no tengan parejas estables.

CONCLUSIONES

Los hombres cubanos manifiestan comportamientos más dogmá-ticos que las mujeres en materia de ideología de género. Ello se explica porque han sido sometidos desde la infancia a patrones más rígidos que los que la sociedad impuso a las mujeres en sus procesos socializadores para llegar a integrar sus identidades

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genéricas. Por su parte, las mujeres se comportan más abierta-mente en sus actitudes con respecto al género, porque su pro-ceso socializador fue más flexible que el de los hombres; porque han vivido en una sociedad que critica constantemente las de-pendencias de las mujeres hacia los hombres y han tenido que reaccionar en sus cotidianidades a estas posiciones; y, porque al hacerlo, han tenido que idear y poner en práctica comportamien-tos muy personales para “zafarse” de estas dependencias. Esto podría convertirse en una hipótesis para futuras indagaciones.

Las experiencias cubanas para incorporar a las mujeres al empleo y hacer que permanezcan en él con una calificación cada vez más elevada, que he denominado modelo “desde arriba” y “desde abajo”, demuestran que con voluntad política, con en-foque de género y con pocas condiciones materiales se puede hacer mucho. Los científicos y las científicas sociales de Cuba y de otros países necesitan continuar estudiando este fenómeno. Entre los temas a analizar están en qué espacios, cómo y por qué —cultural y políticamente— perseveran la ideología, las prácticas y los dispositivos machistas; qué implicaciones tendrá este fenó-meno para el país hoy día y en el futuro; qué nuevas medidas se necesitaría en materia de políticas públicas para apoyar a las mujeres y para hacer efectivas las leyes y condiciones que ya existen; cómo se podría —desde el poder público y desde la familia— mediar y negociar posconflictos de género que surjan de dicho fenómeno.

La baja representación de las mujeres dirigentes es una de las carencias más importantes de la participación plena de las mujeres en la sociedad. Debe continuarse designando, no impo-niendo, a mujeres en cargos de dirección en las esferas labora-les y de la política. En 1986 en Cuba se experimentó asignar a mujeres, jóvenes y negros a cargos de dirección, y los resultados

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no fueron positivos. Puede resultar más favorable continuar la línea que se ha seguido de escogerles de acuerdo a su idonei-dad. Las mujeres, sobre todo las profesionales, cumplen con este requisito. Además, habría que continuar profundizando en las implicaciones en cuanto a las diferencias en el ejercicio de las jerarquías y de los mandos por parte de los hombres y de las mujeres y las implicaciones que ello conllevaría para las relacio-nes intergenéricas en el empleo, en la familia y en las relaciones de pareja.

Es necesario continuar revisando los programas cubanos para promover la participación de mujeres y hombres en las transfor-maciones de las relaciones de género y en las ideologías que les acompañan. Ya no se trata solo de lograr la participación de las mujeres en la sociedad, sino de reconstruir las relaciones entre mujeres y hombres, con énfasis en las dificultades que confron-tan estos últimos.

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LOS ESTUDIOS DE GÉNERO EN CUBA Y SUS APROXIMACIONES METODOLÓGICAS, MULTIDISCIPLINARIAS Y TRANSCULTURALES

(1974-2008)1

Esta investigación tiene como objetivo saldar una deuda con los científicos sociales cubanos que estudian las relaciones de género en Cuba, y cuya producción está muy dispersa en publi-caciones cubanas y extranjeras. Siempre he dicho que sus aproxi-maciones metodológicas son muy serias y creadoras, y que todos podemos aprender mucho de ellas, una vez que se hayan sistemati-zado. Esta fue la primera razón que me impulsó a entrevistar a los veintiséis investigadores y ensayistas que componen mi muestra.

Hay una segunda deuda, esta vez con los científicos sociales especializados en estudios de género de otros países, quienes se asombran cuando leen pedacitos de la obra fragmentada de sus colegas cubanos. Sucede que ellos han tenido acceso a los muchos libros y artículos publicados por autores no cubanos referidos, sobre todo, a las mujeres cubanas, y conocen muy poco las reflexiones de los estudiosos cubanos. Intento comen-zar a armar el rompecabezas de los estudios de género en Cuba, enfatizando esta vez en las aproximaciones metodológicas y en el enfoque de género.

Desde 1985 investigo a las mujeres cubanas en empleos tra-dicionales y no tradicionales femeninos, así como su imagen en los medios de comunicación de mi país. En los últimos años he aplicado la perspectiva de género al estudio de temas políti-

* Publicado en inglés como “Gender Studies in Cuba: Methodological Approaches (1974-2007)”. En Global Gender research. Transnational Perspectives, 2009.

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cos para demostrar la utilidad de este enfoque en cuestiones que trascienden las relaciones genéricas. Desde 1973 imparto Metodología y Métodos de las Investigaciones Sociológicas en la Universidad de La Habana. El cruce de estas dos especialidades en la docencia y en la investigación me permitió solicitar a las personas en mi muestra que respondieran la guía de entrevista que preparé, y que está enfocada a cuestiones metodológicas y metódicas vinculadas al enfoque de género que han empleado en sus estudios.

Intenté, asimismo, reconstruir el contexto social e histórico en que se produjo el inicio de un número mayor de investiga-ciones de este tipo en Cuba en los últimos quince o veinte años, para comprender por qué comenzamos desfasados con respecto a otros colegas de las academias de América Latina, Estados Uni-dos, Canadá y Europa Occidental. Deseo explicar que no ocurrió una “explosión” de investigaciones sociales sobre el género, sino que fue un devenir en el que todos nos fuimos incorporando con naturalidad, por razones explicables a niveles macrosociales y a otros motivos más cercanos a las individualidades profesionales y espirituales de los especialistas.

He elaborado este resumen también para que los estudiantes de la enseñanza superior cubana, sobre todo de las ciencias so-ciales, conozcan cómo se ha investigado las relaciones de género en Cuba, y facilitarles el camino a aquellos que decidan emplear el enfoque de género en sus actividades como profesionales.

Ha sido una experiencia investigativa muy participativa, porque los colegas a quienes entrevisté cambiaron las pregun-tas, y añadieron otras que no se me habían ocurrido. Creo que todos nos hemos puesto a pensar nuevamente o por primera vez en cuestiones metodológicas referidas a las investigaciones de género.

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La segunda parte de este trabajo2 es la más importante: es un anexo con los trabajos sobre género que las personas en mi muestra han escrito y que seleccionaron para este ensayo. Es-tán diseminados en algunas revistas cubanas, en otras muchas extranjeras, en libros, o no se han publicado aún. Esto se debió, en buena medida, a que la mayor parte de nuestra producción estuvo lista para ser publicada en los noventa, en plena crisis cu-bana, que limitó la capacidad editorial en el país e incluso obligó a cerrar temporalmente varias publicaciones. He respetado la forma en que cada quien me envió su listado.

Deseo aclarar cuatro criterios.En este trabajo me limité a entrevistar a los científicos so-

ciales cubanos para que explicaran cómo investigan las relacio-nes de género. No estudié en esta ocasión los contenidos de sus obras, aunque conozco buena parte de ella. Esto sería un paso posterior, que facilito a quienes se decidan a hacerlo con las lis-tas de los trabajos.

No me dedico a la teoría de género y no pregunté sobre ello en las entrevistas. Tampoco indagué acerca de las dificultades que confrontaron para aplicar los resultados de sus estudios.

En la muestra solo hay científicos sociales dedicados a estu-dios de género que residen en la capital del país. Quedan fuera las muchas personas que estudian estos temas en otras provin-cias cubanas.

Incluí conscientemente en la muestra a colegas de diferentes disciplinas y edades especializados en cuestiones de género y a otros que, sin privilegiarlas como el centro de su atención profe-sional, estudian las relaciones de género en sus especialidades.

2 En esta edición aparece referenciada como Anexo 1. En él se encuentran recogidos algunos de los trabajos sobre género escritos por los entrevistados, publicados o no (N. de la E.).

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Quiero reconocer que me resultaron muy útiles para empren-der esta indagación los trabajos de las cubanas Mayda Álvarez, Luisa Campuzano, Nara Araújo y Norma Vasallo sobre estudios de la mujer en Cuba, y el artículo de la norteamericana Carollee Bengelsdorf, escritos en la segunda mitad de los noventa; todos recogidos en la bibliografía.

LA MUESTRA Y EL MÉTODO

Entre mayo y julio de 2001 entrevisté a veintiséis académicos y académicas cubanos de mi país. Los seleccioné intencionalmen-te para que representaran a varias disciplinas3 y diferentes sexos (veintitrés mujeres y tres hombres) y grupos de edades (entre los veintitrés y sesenta y cinco años), que fueran profesionales y es-tuvieran trabajando en la academia, en el gobierno, en institu-ciones internacionales y en organizaciones no gubernamentales.4 Hay dieciocho blancos y cuatro negras. Todos están entre los más reconocidos especialistas de género en Cuba.

Varios han tenido y tienen experiencias en cargos de direc-ción: el Director del Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la ONE y del Censo Nacional de 2002; la directora de la revista

3 Hay seis sociólogos, cinco historiadoras, tres especializadas en artes y letras, dos abogadas, dos psicólogas, dos demógrafos, una bióloga y una psiquiatra. Son ensayistas y escritores. Casi todos tienen dos especialidades por la vía de maestrías y doctorados. Quince son doctores y siete son masters, categorías que obtuvieron en Cuba, las antiguas URSS y República Democrática Alemana, en Chile, Rumanía, Hungría y México. Once son profesores titulares y una es auxiliar, tres son investigadores titulares y tres son auxiliares, que son las categorías superiores en la docencia y la investigación en Cuba.

4 Trabajan en la Universidad de La Habana, en institutos del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, en la Oficina Nacional de Estadísticas, en Casa de las Américas, en la revista Revolución y Cultura, en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, en el Ministerio de Cultura y en la FMC.

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Revolución y Cultura y del Programa de Estudios de la Mujer de la Casa de las Américas; la jefa del Centro de Estudios de la Mu-jer de la Federación de Mujeres Cubanas y las presidentas de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana y de la Cáte-dra Gertrudis Gómez de Avellaneda del Instituto de Literatura y Lingüística. Asimismo, han asumido jefaturas de departamentos y de equipos de investigación en centros de educación superior y de la Academia de Ciencias.

Se han dedicado a abordar los siguientes temas referidos a relaciones de género, concentrándose prácticamente en la mu-jer: historia de Cuba en los siglos xix y xx, concretamente las familias, las esclavas negras y las combatientes de los cincuenta del siglo xx; papel de las mujeres en la historia, en la cultura y en la formación de la identidad cubana en los siglos xix y xx, con énfasis en su representación en la literatura, en la historia, en documentos políticos y en su producción textual de toda índole; la mujer en los análisis sobre población y desarrollo en Cuba; gé-nero y ejercicio del poder; mujer y raza; empleos tradicionales y no tradicionales femeninos; imagen de mujeres y de hombres en los medios de comunicación; la mujer en las relaciones ru-rales; los homosexuales; la prostitución femenina en el siglo xix y en la actualidad; mujer y salud, políticas de esta esfera y la salud reproductiva; la mujer en la edad mediana; la mujer en los estudios de generaciones y juventud; la mujer en el Derecho Comparado y en el Derecho de Familia; diferencias de género en la calidad de vida de personas con enfermedades estigmatizadas socialmente (SIDA, tuberculosis y lepra).

En mi estudio no incluí a personas de mucho prestigio, quie-nes sentaron cátedra sobre los temas de género en la investiga-ción y en la docencia en Cuba. Pienso, entre otras personas, en Graziella Pogolotti, Adelaida de Juan, Patricia Arés, Mirta Rodrí-

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guez y John Doumoulin. Los entrevistados mencionaron sus tra-bajos entre las fuentes producidas en Cuba, junto a las obras de personas que ya no están ente nosotros como Vicentina Antuña, Mirta Aguirre, Camila Henríquez Ureña e Isabel Larguía.

El método que empleé fue una guía de entrevista semiestruc-turada que apliqué personalmente a quienes seleccioné. Pero mi muestra está sesgada porque escogí intencionalmente las per-sonas. He repetido este proceder en casi todos mis estudios de caso con mujeres, y siempre tiendo a disculparme por no reunir los requisitos que exige una muestra estadísticamente represen-tativa. Esta vez no lo haré, y sí defenderé las bondades de tra-bajar con muestras intencionales como esta.

Los estudios de este corte, que buscan profundizar en aspec-tos de la subjetividad de las personas, sobre todo en algo tan diverso como la forma en que estudian las relaciones de género y cómo se decidieron por ellas, requieren que exista una empa-tía profesional y personal bastante profunda entre quien pre-gunta y quienes responden. Esto propicia que se establezca un intercambio o una retroalimentación entre iguales. En mi caso, básicamente se mantuvieron las preguntas de la guía, pero los entrevistados cambiaron algunas, suprimieron otras e incluyeron temas en los que yo no había pensado.

Como yo me incluí en la muestra, dialogué con ellas y ellos para explicarles mis posiciones ante algunas de las preguntas, bien porque los entrevistados querían saberlo o porque yo sentía la necesidad de solidarizarme o disentir de sus repuestas. Deci-dí convertir en la mayoría de los casos las entrevistas en diálogos, porque como apuntó hace muchos años Pierre Bourdieu, las entre-vistas sociológicas no son intercambios libres, abiertos, porque el entrevistador ejerce su poder sobre los entrevistados cuando los somete a una guía de preguntas y se limita a escuchar sus res-

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puestas, y se produce entonces una transmisión de información en un solo sentido: del entrevistado al entrevistador.

Mis sentimientos de culpa por mi proceder no legitimado por la metodología ortodoxa se desvanecieron cuando varias entre-vistadas dijeron que el enfoque de género alcanza también las subjetividades de los investigadores, para ahondar realmente en las subjetividades de las personas a quienes investigamos. No se trata de negar que las subjetividades, las ideologías de los investigadores entren en juego, sino de comprenderlas científi-camente y controlarlas, para que no se impongan a las ideologías de quienes entrevistamos.

CONTEXTOS SOCIALES Y PERSONALES DE 1980-2010

La mayoría de las y los investigadores de mi muestra comenzaron a interesarse en las relaciones de género, básicamente en las mujeres, a mediados de los ochenta o a inicios de los noventa. Por tanto decidí reconstruir las condiciones sociales y personales que vivieron durante esos años para ayudar a que los lectores comprendan el porqué resolvieron hacerlo en esos momentos.

Esta decisión epistemológica de entender a los seres humanos acorde a sus contextos sociales y económicos proviene de mi formación marxista y de la perspectiva de género. Al asumir esta última me siento cercana a la posición epistemológica adoptada por Nancy Naples (2003).

Quienes tienen menos de treinta años se familiarizaron con estos temas cuando cursaban sus carreras universitarias en la década de los noventa. Ello explica por qué investigaron sobre ellos en el pregrado y escribieron sus tesis de diploma de maes-tría sobre cuestiones de género. Empezaron más jóvenes y con más cultura de lo que significan los estudios de género que las demás personas a quienes investigué.

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Los dos demógrafos y una socióloga que imparte Demografía, comenzaron a darse cuenta a mediados de los setenta de las diferencias que aparecían cuando usaban la variable sexo. Pero solo aplicaron una visión de género a inicios o mediados de los ochenta. Les siguieron las estudiosas que se proponían visibilizar a las mujeres en la literatura cubana de los siglos xix y xx, y que se dedicaron a estas pesquisas en la primera mitad de los ochenta. El resto comenzó a incursionar en temas de género a partir de la segunda mitad de los ochenta e inicios de los noventa.

No me siento en condiciones de explicar por qué se produjo así este escalonamiento por especialidades. Tendría que “devolver” dicho hallazgo a los investigados, para que juntos pudiéramos extraer conclusiones.

En cuanto a cuáles eran los contextos sociales y personales en que empieza a desplegarse el grueso de los estudios de gé-nero en Cuba, resumo lo que sigue. A nivel social, el desarrollo de la mujer cubana se evidenció con mucha fuerza alrededor de 1985-1986. En materia de empleo, ellas representaban el 37.7% de los trabajadores y el 56% de los profesionales y técnicos del sector estatal civil del país (CEE, 1987: 199); se vislumbraba la feminización de la educación, porque las muchachas eran el 52% de los egresados de las universidades y el 54% de los egresados de centros de enseñanza media superior (CEE, 1987: 521-522); los niveles educacionales de las trabajadoras, en comparación con los hombres empleados, eran más altos.

Como hemos visto, en la esfera de la política, el proceso de rectificación, iniciado a fines de 1984 y que se mantuvo hasta 1988-1989, se propuso enmendar ciertas discriminaciones que habían sufrido las mujeres, construyendo nuevos círculos infan-tiles y viviendas. El III Congreso del PCC en 1986 planteó la ne-cesidad de promover a cargos de dirección a mujeres, negros y

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jóvenes. El IV Congreso de la FMC en 1985 evidenció el auge de la presencia femenina en todas las esferas de la sociedad. Esta organización facilitó la participación de cubanas y cubanos en eventos internacionales que permitieron comparar la situación de la mujer cubana con lo que sucedía en otros países. Cito tres ejemplos: la reunión preparatoria de los países latinoamericanos para la Conferencia de la ONU sobre la Mujer en Nairobi (La Ha-bana,1984), la Reunión Internacional de las Mujeres sobre la Deu-da Externa (La Habana, 1985), y la Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer (Nairobi, 1985). El Plan Nacional de Acción del Gobierno Cubano para Supervisar la Plataforma de Acciones para el Avance de la Mujer de 1997, siguiendo el Plan de Acción acorda-do en la Conferencia de las Naciones Unidas de 1995 en Beijing, ha guiado desde entonces a las instituciones gubernamentales cubanas en sus actuaciones para promover a las mujeres a todas las esferas de la vida.

La participación de cubanas y cubanos en encuentros inter-nacionales dedicados a la mujer se incrementó a partir de 1985. Asistieron como expertos a eventos derivados del Decenio de la Mujer, convocados por organizaciones cubanas o por agencias de la ONU; Cuba, y específicamente la FMC, continúa representada en las sesiones de la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de las Naciones Unidas, y las discusiones que allí se desarrollan sirven para retroalimen-tar las políticas sociales referidas a la mujer cubana. Académicas cubanas desarrollan intercambios con colegas de universidades de Estados Unidos, América Latina, Canadá y Europa Occidental, y conocen los programas de estudios sobre la mujer existentes en esos centros. Las entrevistadas reconocen que les atrajeron las corrientes feministas con vocación de comprender las des-igualdades entre hombres y mujeres en las sociedades en que

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viven, y, sobre todo, los problemas de la feminización de la po-breza. Todos estos intercambios coinciden con la preocupación del Fondo de Población de las Naciones Unidas por los estudios sobre Población y Desarrollo, que promueve emplear enfoques sociológicos cuando se analizan las informaciones demográficas.

La FMC coordinó investigaciones sociales con académicas cu-banas y extranjeras, que movilizaron nuevamente las investi-gaciones sociológicas en el país, no solamente las referidas a las relaciones de género. Me refiero al estudio de la textilera Ariguanabo con la norteamericana Helen Safa (1986-1989), al de la textilera Celia Sánchez Manduley (1987) y al estudio com-parado sobre empleo femenino en cinco países de las Américas (1987-1988). El Seminario Nacional sobre la Aplicación de las Es-trategias de Nairobi en Cuba (1988) produjo reflexiones multidis-ciplinarias sobre la situación de las cubanas.

A partir de 1991 se formaron las Cátedras de la Mujer en la Universidad de La Habana y de la Mujer y la Familia en otros centros de educación superior del país, como una iniciativa de las académicas y de la FMC. Esta organización creó las Casas de la Mujer y de la Familia en los municipios y el Centro de Estudios sobre la Mujer de la FMC, que ha investigado sobre el empodera-miento femenino, la violencia doméstica, los medios masivos, la familia y el uso de la perspectiva de género en estudios comuni-tarios. Desde finales de los noventa el Centro Nacional de Edu-cación Sexual (CENESEX), creado a fines de los años setenta, ha promovido más intensamente a las personas con orientaciones no heterosexuales a fin de encauzar una ética sexual inclusiva en la población cubana.

Se crearon espacios permanentes para discutir temas de gé-nero entre cubanas y con invitadas extranjeras en instituciones cubanas como la Casa de las Américas, la Unión Nacional de Es-

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critores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Instituto de Literatura y Lingüística y la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Desde 1986 se incorporaron comisiones de género o sobre la mujer en los fo-ros de intercambios académicos que convocaban las universida-des y los institutos de la Academia de Ciencias. A partir de 2000 la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana instituyó la Maestría sobre Género y Desarrollo, mientras que el CENESEX abrió la Maestría en Sexualidad.

La crisis de los noventa, el Período Especial, evidenció el pa-pel vital que desempeñaron las mujeres al crear estrategias para sobrevivir y vivir con pocos recursos. Asimismo, se hicieron os-tensibles las diferencias entre hombres y mujeres en el acceso al poder y en todas las cuestiones que atañen a los jóvenes. La prostitución reapareció con signos diferentes a los de épocas an-teriores, pero como fenómeno que preocupó y preocupa a todos los ciudadanos. Desde 2000 las habilidades para la toma de deci-siones de las cubanas adquirió nuevas formas de empoderamiento a través de elevar su participación en las jefaturas de ministerios y en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Solo por citar un ejemplo, en las elecciones de febrero de 2008 las diputadas a la Asamblea Nacional representaron el 43% del total.

Sin embargo durante los primeros ocho años de este siglo va-rios índices estadísticos relacionados con las mujeres mantuvie-ron iguales tendencias que en años anteriores: bajas tasas de natalidad, población envejecida, decrecimientos en la población y feminización de las migraciones externas.

Los científicos sociales en mi muestra vivieron todas estas ex-periencias en Cuba, las estudiaron y pusieron en práctica el difícil balance entre compromiso y distanciamiento. Entre la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa, que es cuando la mayoría declara haber comenzado a dedicarse a estudiar las

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relaciones de género, estas personas están en la madurez de sus vidas profesionales y personales. Por supuesto, excluyo a los tres investigadores más jóvenes. En lo profesional tenían acumulados estudios en sus especialidades y desde ellos acceden a estudiar los temas de género. Eran capaces de escoger aquellas materias que les interesaban, que se adecuaban a sus conocimientos pre-vios. Se abre, entonces, una retroalimentación perenne entre el conocimiento sobre el feminismo y los que se desprenden de sus especialidades: metodología de las investigaciones, historia so-cial de Cuba, derecho comparado y de familia, relaciones entre trabajadores agrícolas, son solo algunos ejemplos.

Todos mis entrevistados han mantenido contactos abund-antes con colegas de todo el mundo en estos últimos veinticinco años, por la vía de presentar ponencias en eventos e integrar sus comités organizadores, impartir docencia en universidades ex-tranjeras, integrar equipos de investigación multidisciplinarios e internacionales, recibir becas de fundaciones prestigiosas o ser contratados como expertos en temas de género por agencias de la ONU y de otras instituciones internacionales.

Entre la segunda mitad de los ochenta e inicios de los noventa estas personas han pasado por ciclos vitales personales que les han hecho madurar. Así, han criado hijos, han cambiado más de una vez su estado conyugal o se han mantenido con su pareja original, han perdido a sus padres o han tenido que asumir su cuidado. Han vivido procesos en los que han tenido que tomar decisiones constantemente. Asumir el feminismo y/o los estu-dios de género fue una de ellas.

Debo trabajar más el entrelazamiento de estos tres planos —lo que sucede a nivel de toda la sociedad, en sus entornos profe-sionales y en el de sus vidas personales— más lo que ocurre a nivel mundial en los estudios de género, para explicar sociológicamente

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los sellos que ellos imprimen en los estudios que emprenden los científicos sociales cubanos a quienes investigo.

En este contexto tengo que reconocer que las corrientes feministas fueron estigmatizadas en Cuba durante muchos años, y aún persisten prejuicios hacia ellas. Hay que considerar este hecho cuando se analice por qué llegamos a estos estudios más tarde que nuestros colegas de otros países.

EL ENFOQUE DE GÉNERO QUE EMPLEAN EN SUS INVESTIGACIONES

Los entrevistados confesaron que cuando investigan no dedican largos espacios a conceptualizar teórica y metodológicamente qué significa para ellos la perspectiva de género, para evitar verborreas innecesarias. Algunos admitieron que nunca lo habían definido. No quiero decir con esto que carecen de una cultura metodológica y teórica en cuestiones de género. Lo que suce-de es que prefieren pensar más en cómo organizar sus miradas, recoger sus informaciones, organizar sus bases de datos propias e inferir conocimientos de ellos. Por eso, cuando les pregunté cómo definirían el enfoque de género que suelen usar, sus res-puestas fueron muy variadas.

Casi todos los entrevistados comenzaron a emplear en sus inves-tigaciones rudimentos de una perspectiva de género inconscien-temente, de manera intuitiva. Esto sucedió incluso con quienes comenzaron a dedicarse a estos temas a inicios de los noventa. Unas querían poner “sobre el tapete” temas sobre figuras so-ciales, especialmente mujeres marginadas, ocultas, invisibles o discriminadas. Este fue el caso de Luisa Campuzano, Susana Montero y Mirta Yáñez en sus indagaciones para reconstruir la historia literaria y la forma en que las mujeres se en representa-ban la historia. A otros, como a Juan Carlos Alfonso, Sonia Cata-

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sús y Niurka Pérez, las diferencias (que allá por los años setenta aún no podían calificar de género) saltaban ante sus ojos en el transcurso de investigaciones donde solo dividían a las personas por la variable sociodemográfica de sexo. Muchos sufrían cuando al concluir un estudio se daban cuenta que habían cometido omi-siones imperdonables, porque no habían previsto en sus diseños abordar ciertos temas relativos al género. Esto le sucedió a María Isabel Domínguez en sus investigaciones sobre generaciones y juventud en los ochenta. Me confesó que se sintió “muy molesta porque durante cinco años había recogido toneladas de informa-ciones que no dieron todos los resultados que esperaba, porque no había aplicado desde el principio el enfoque de género”.

Una vez que las personas de mi muestra asumieron el enfoque de género con plena conciencia científica, continuaron enrique-ciéndolo.

He sintetizado en seis puntos los elementos para definir este enfoque.

En primer lugar, todos los entrevistados concuerdan que, en su acepción más amplia, emplear un enfoque de género significa acercarse a las realidades sociales comprendiendo que las muje-res y los hombres no han tenido solamente sexos biológicos, sino que han sido encasillados en patrones construidos en sociedades históricamente concretas, que les han asignado roles diferentes. Esto significa que es preciso develar las relaciones económicas, políticas, ideológicas y sociales predominantes en cada socie-dad, tanto local como globalmente que generan estos patrones de identidades. Esta visión debe estar presente en todas las etapas de las investigaciones.

Algunos especialistas estimaron que la dicotomía que admite solo dos géneros, el del hombre y el de la mujer, está sesgada por la cultura patriarcal. Hay que incluir a los homosexuales,

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quienes han sido omitidos por esta cultura. Luis Robledo consi-deró que “… al estudiar las vidas cotidianas de los homosexua-les descubrí que las orientaciones sexuales no están solamente relacionadas con las identidades genéricas que ellos asumieron. Anteriormente la sociedad cubana ya decidió, por ejemplo, que los bailarines y peluqueros son gays”.

Prácticamente todos estuvieron de acuerdo en que es una vulgarización identificar la perspectiva de género con el estudio solamente de la mujer, sin compararla con el hombre, y que es hora de estudiar con profundidad a estos últimos. Juan Carlos Al-fonso dijo que se gana mucho cuando se indaga cuál ha sido el impacto de los hombres sobre la fecundidad, en lugar de estudiar este índice como un fenómeno netamente femenino. O cuando se analizan los comportamientos de hombres y mujeres durante los divorcios, ya que generalmente son ellas las que los solicitan por-que los hombres suelen alargar la presentación de estos procesos.

En segundo lugar todos coincidieron en que usar el enfoque de género es un imperativo científico para todas las ciencias so-ciales. Sin él no es posible entender los procesos sociales en la historia de Cuba y en su contemporaneidad. Su carácter científi-co consiste en que invita a incorporar una perspectiva histórica para entender los fenómenos contemporáneos. Así, quienes es-tudiamos las estrategias de sobrevivencia que idearon las muje-res cubanas en la crisis de los noventa, tuvimos que reconocer las capacidades de sobrevivencia y de creatividad presentes en la cultura cubana, heredadas en buena medida de los escla-vos africanos y sus descendientes. Los trabajos de Digna Casta-ñeda sobre las condiciones de trabajo de las esclavas en la Cuba colonial contribuyen a esclarecer esta contribución.

Practicar el enfoque de género ayuda a comprender las sub-jetividades de quienes estudian y de quienes son estudiados. Va-

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rias entrevistadas confesaron que dejaron de avergonzarse y de sentirse incómodas porque incorporaban sus subjetividades y emo-ciones a sus estudios. No se trata de negar las ideologías de unos y otros, porque ello es imposible, sino de ser capaces de com-prender cómo ellas influyen en el quehacer investigativo de cada persona. Por ejemplo, quienes estudian la violencia porque la han sufrido, tienen que sacar de sus subjetividades todo lo re-ferido a experiencias violentas para poder abordar el estudio con el difícil balance entre compromiso y distanciamiento. Entonces será muy valioso poder reflexionar sobre sus vivencias persona-les. Todos los ejercicios de racionalización de las subjetividades permiten que los investigadores y los investigados participen con mucha creatividad en las indagaciones, y contribuyen a reforzar la autoestima de unos y otros.

Hablaron de una tercera cualidad de este enfoque, que llama a respetar la existencia de lo diferente, lo diverso en la socie-dad, la necesidad de tomar en cuenta al otro y de promover la comparación constante para encontrar las esencias. Los entre-vistados proponen practicar un enfoque relacional que incluye lo general, lo global y lo individual. Esta es una aproximación científica incluyente porque subraya que es imprescindible com-prender las realidades de los géneros junto con las de las razas, las clases sociales, las generaciones, las imbricaciones políticas e ideológicas de todo orden, en fin, los elementos de las estruc-turas socioeconómicas en sociedades históricas concretas. Varios de ellos consideran que el enfoque de género es marxista, en tanto está imbuido de una militancia feminista que aspira a una justicia social para todos y no solo para las mujeres. Es marxista, dice Luisa Campuzano, “… porque tiene que ver con la femini-zación de la igualdad, y crítica al pensamiento que concibe un solo fluir de la igualdad, esto es, que no respete las diferencias

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en esa aspiración de equidad”. Susana Montero explica que la perspectiva de género “… no es dogmática porque no acepta verdades establecidas de antemano. Provoca que las personas discutan y cuestionen todo y que rechacen cualquiera imposición proveniente de quienes ostenten el poder”.

La cuarta característica de la perspectiva de género, en opi-nión de los entrevistados, tiene que ver con la política y el poder. Cuando se revelan los rasgos sexistas que han estado presentes en el ejercicio del poder político, en la formulación de políticas sociales y en su puesta en práctica, en la formulación de norma-tivas jurídicas vigentes y su instrumentación en la vida cotidia-na, se entiende el porqué de las desigualdades entre hombres y mujeres, y se pueden proponer vías para lograr la igualdad. Per-mite desentrañar las redes de las represiones y del poder, a nivel social y personal. Campuzano estima que esta es una perspectiva más política que metodológica: es saber que cada persona ha sido esquematizada a partir de ideologías en juego en determi-nadas sociedades. Ella y otros entrevistados coinciden en que es una posición política revolucionaria y porque busca las causas y las estructuras más profundas del pensamiento y de las acciones para cambiarlas por otras más justas.

En quinto lugar, para los estudiosos cubanos en la muestra, el enfoque de género es un concepto o una concepción me-todológica y epistemológica multidefinible, porque la realidad que estudian es ontológicamente diversa, y porque quienes se acercan a ella cognoscitivamente también lo hacen con sus mi-radas diferentes según sus profesiones y experiencias vitales. Es una definición que está abierta a futuras incorporaciones de conocimientos, y que está en perenne proceso de construcción a medida que cada investigador enriquece su cultura sobre el tema.

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Por último, y este sería su sexto rasgo, cuando se analiza el mundo con el enfoque de género, cada persona tiene que asumir esta visión como un rasgo más de su identidad, junto con su raza y su lugar de nacimiento. Tengo que asumirla “...como una de mis esencias”, dice Mirta Yáñez. La perspectiva de género hay que practicarla en la vida personal y profesional de todos los días. No se puede investigar el empleo femenino y la doble jor-nada y aceptar una división sexista del trabajo en el hogar. Por tanto, las personas que emplean el enfoque de género tienen que ejercitar una ética acorde con las aspiraciones de justicia e igualdad. Tienen que ser capaces de asumir con responsabilidad el proceso investigativo en el que comienzan estudiando las rela-ciones de género y terminan estudiando toda la sociedad.

SUS MOTIVACIONES PARA ESTUDIAR TEMAS SOBRE EL GÉNERO

La motivación básica que llevó a todos los entrevistados a prestar atención a los temas de género fue el afán por la justicia social y contra la discriminación de que eran objeto, en primer lugar, las mujeres y, después, los homosexuales. Casi todos se sienten motivados ahora a estudiar con profundidad a los hombres para comprender su papel en las redes sociales e individuales que han marginado a mujeres y homosexuales, y también para visibilizar científicamente los problemas sociales, espirituales y biológicos que les ha llevado a desempeñar este papel. El propósito de luchar desde las ciencias sociales contra el “ninguneo” de las mujeres floreció por experiencias personales de discriminación en varias entrevistadas. Las historiadoras Gladys Marel García, Sonia Moro y Elvira Díaz Vallina, quienes participaron en las lu-chas clandestinas contra Batista en los cincuenta, se vieron obli-gadas entonces a demostrar que eran tan buenas combatientes

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como los hombres. A otras dos graduadas en Artes y Letras les dolía la falta de informaciones sobre la literatura cubana escri-ta por mujeres y la escasa participación de mujeres en jurados y antologías literarias. Varias mujeres entrevistadas reconocen que fue su militancia feminista la que les conminó a dedicarse a temas de género: un feminismo amplio, incluyente, que, como dice Campuzano, “respeta las diferencias, y que aspira a una feminización de la igualdad, que vea la deficiencia de concebir un solo fluir de la igualdad, sin diferencias”.

La segunda motivación que expresaron casi todos fue que llegaron a estudiar las relaciones de género por un imperativo científico, para completar cómo abordaban los sectores de la so-ciedad que estudiaban en sus especialidades. Eran personas con experiencia en sus campos de conocimiento que reconocieron, en un momento determinado de sus carreras, que era imprescin-dible incluir en sus miradas científicas las relaciones entre los géneros para tener una comprensión más totalizadora y a la vez individualizada de sus objetos de estudio. Esto fue lo que ocurrió con la historiadora María del Carmen Barcia en sus estudios so-bre el papel de las familias cubanas en la historia social cubana del siglo xix y con la también historiadora Digna Castañeda en su estudio sobre el papel de la fuerza de trabajo de las esclavas negras en el siglo xix cubano y caribeño. La abogada y socióloga Olga Mesa utilizó el enfoque de género para abordar desde el derecho comparado cómo en Cuba se ha alcanzado la igualdad jurídica de mujeres y hombres, pero se mantienen muchas su-tiles y abiertas desigualdades debido a las costumbres y cultura machistas presentes en hombres y mujeres.

Expresaron que uno de los valores científicos de los estudios de género es que no se detienen en los diagnósticos: los tras-cienden porque buscan lo diverso para comparar las diferencias

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y encontrar las esencias, y porque se proponen elaborar una visión totalizadora sin perder de vista las individualidades. Por esto, todas las investigaciones que comienzan analizando las re-laciones de género terminan estudiando a todo el entorno social. Cuando el sociólogo y demógrafo Juan Carlos Alfonso, allá por los setenta, se enfrentó como recién graduado al enorme volumen de informaciones sociodemográficas en la Dirección de Demogra-fía donde comenzó a trabajar, se dio cuenta que estaban calcu-ladas con precisión, pero les faltaba la imaginación sociológica. Empezó notando las diferencias que aparecían en ellas cuando aplicaba la variable sexo, y mucho después empleó la perspec-tiva de género. Para ejemplificar la riqueza de inferencias que se extraen cuando se aplica la perspectiva de género, se refirió a los análisis sobre la fecundidad. No basta, dijo, con mirar la fecundidad como un fenómeno eminentemente femenino. Hay que conocer los contextos sociales y económicos donde viven la mujer y su pareja, e indagar sobre cómo influyen los comporta-mientos de los hombres en el proceso reproductivo.

Muchos entrevistados reconocen que a medida que las dife-rencias por sexo fueron apareciendo en las estadísticas cubanas, sus imaginaciones científicas se sintieron estimuladas a encon-trar razones que explicaran los comportamientos diferentes de hombres y mujeres. Mencionaron a Mujeres en cifras de 1975, La población de Cuba de 1976, los Anuarios Estadísticos de Cuba (que dejaron de publicarse a inicios de los noventa por la crisis y reaparecieron en 1996), más recientemente el Perfil estadístico de la mujer cubana en el umbral del siglo xxi y Las informaciones sobre población y desarrollo con una perspectiva de género que publicó la ONE en 2005. También refirieron otras monografías con informaciones estadísticas sobre la mujer que ha editado la FMC desde mediados de los setenta.

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Otra manera de argumentar cómo el enfoque de género con-tribuyó al rigor científico de sus investigaciones es que el deseo de hacer visible lo que existe pero no se reconoce en su plenitud, obliga a prestar atención y a conferir sentido a lo olvidado, a las cosas insignificantes de la cotidianidad. Este fue el caso de los chistes que las obreras en empleos no tradicionales con frecuen-cia dirigían a sus compañeros de trabajo, en los cuales les fusti-gaban con referencias a su supuesta impotencia sexual. Llegaba un momento en que los hombres no podían replicar y optaban por “abandonar el terreno”. La investigadora infirió la hipótesis que esto podría significar una forma que tenían estas mujeres de ejer-cer su poder en las relaciones intergenéricas. Otro estudio que confiere sentido a la cotidianidad es el libro Reyita, de Daysi Ru-biera, a quien no alcancé a entrevistar. En él, la autora reproduce la historia de vida que le hizo a su madre, una mujer negra que nació de padres esclavos, y confiere sentido a detalles pequeñísi-mos dentro de una madeja de relaciones de género, clases y razas en Cuba en la primera mitad del siglo xx.

Entre los más jóvenes que incursionaron en los estudios de género en los noventa, existió un deseo de trascender las inves-tigaciones sobre las mujeres, para incluir a los hombres y a los homosexuales. Querían hurgar más en las diferencias entre sexo, género y orientación sexual y en la hipótesis que estipula que las culturas patriarcales construyeron la dicotomía de los géneros femenino y masculino y dejaron fuera a los homosexuales. Que-rían desmitificar la concepción que considera a la homosexualidad como una patología social. Estos son los casos de Luis Robledo y sus estudios sobre los homosexuales y de Grysca Miñoso con las dife-rencias en los criterios sobre calidad de vida en personas con SIDA.

La tercera motivación que señaló la mayoría de los entrevista-dos para el estudio de temas de género y que en gran medida les

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mantuvo en este terreno, que ya habían comenzado, fue que les invitaran a participar en distintos grupos multidisciplinarios surgidos en los noventa, que discutían estos temas entre cubanos y cubanas y con invitados extranjeros. Se refieren a la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana, los seminarios de la Casa de las Américas, los encuentros auspiciados por la FMC y su escuela Fe del Valle, los talleres de la UNEAC, de la UPEC, del Centro Martin Luther King Jr., la Cátedra Gertrudis Gómez de Avellaneda del Instituto de Literatura y Lingüística, y Magín. Estos eventos los motivaron a continuar el estudio constante de autores extranjeros que escriben sobre género y a colaborar con ellos en Cuba y en el extranjero. En estos intercambios, ambas partes se han retroalimentado y enriquecido. Mencionaron como ejemplos a la mexicana Elena Urrutia y su Programa Interdisci-plinario de Estudios sobre la Mujer de El Colegio de México; a la brasileña Mary García Castro y a la norteamericana Helen Safa en la investigación en la textilera Ariguanabo; a la norteameri-cana Carmen Diana Deere y a la colombiana Magdalena León de Leal para estudios sobre la mujer rural; a la dominicana Magaly Pineda y a las españolas Dolores Juliano y Verena Stolcke en la antropología. Las investigadoras y los investigadores que llega-ron a estudiar a la mujer porque se lo solicitaron instituciones cubanas confesaron que después que se iniciaron en este tema no lo abandonaron. Solo una de estas personas ya era feminista cuando la invitaron; el resto llegó a serlo después.

INFLUENCIAS FORÁNEAS EN LA METODOLOGÍA DE LAS Y LOS ENTREVISTADOS

A fines del siglo xviii, don José Agustín Caballero recomendaba a los intelectuales cubanos que practicaran el electivismo: esto es, que extrajeran conocimientos de todas las lecturas y expe-

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riencias que pudieran ayudarles a entender sus realidades. Las y los entrevistados han ejercido profusamente esta vocación. La refor-mularon como antidogmatismo, eclecticismo ilustrado y como la capacidad infinita de absorber todo lo que les sirva para entender las realidades que estudian con inteligencia y compromiso. Todos conocieron el marxismo mientras estudiaban sus carreras, maes-trías y doctorados, y lo usaron para construir sus aproximaciones metodológicas. Aunque casi todos tuvieron que leer los manua-les filosóficos soviéticos, reconocen que extrajeron más riqueza cultural cuando leyeron las obras de los marxistas clásicos y de los contemporáneos. Mencionaron El método de la Economía Po-lítica de Carlos Marx (específicamente con sus categorías de lo concreto representado y lo concreto pensado); las obras de An-tonio Gramsci (para entender las subjetividades, la hegemonía y los mecanismo de poder); el Che y sus Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana (quien insta a usar el marxismo con naturalidad científica y sin dogmatismos) y a marxistas eu-ropeos occidentales como Thompson (quien rebatió la dicotomía simplista de base y superestructura). Esta formación académica, unida a las experiencias vitales que les propició el hecho de vivir en Cuba y practicar aquí sus especialidades con profesionalidad, posiblemente llevó a Mirta Yáñez a afirmar: “Practico el marxismo con una perspectiva histórica y lógica, desde La Habana, desde mi mirada de mujer de medio tiempo y siempre tratando de no perder mi condición de creadora de ficción”.

Los entrevistados prefieren construir sus propias informacio-nes y reflexionar sobre ellas para formular sus conclusiones. La historiadora María del Carmen Barcia explicó que hace historia social o sociología histórica al estilo de Charles y Louise Tilly, partiendo de investigaciones factuales de base que ha realizado personalmente y no sobre la base de monografías escritas por

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otros a los que se superpone luego un análisis teórico. Este es un proceder que complace a todos los entrevistados.

En cuanto a las aproximaciones metodológicas que emplean, prácticamente todas y todos usan métodos cuantitativos y cua-litativos pero privilegian a los segundos. Combinan ambos méto-dos para identificar sociodemográficamente a las personas que estudian, medir su calidad de vida y armar sus contextos sociales e históricos. Comparan los datos estadísticos que han extraído de sus muestras con las informaciones sociodemográficas a nivel macrosocial, para captar las semejanzas y las diferencias y ex-traer las conclusiones sobre los comportamientos de las personas en sus muestras. Por ejemplo: la edad de las mujeres al tener su primer hijo, el tipo de familia donde vive, su estado civil, la raza. Privilegian los métodos cualitativos por dos razones. La pri-mera consiste en que permiten profundizar en las subjetividades de las personas y en los hechos de sus vidas, que no captan las preguntas con respuestas cerradas. La segunda tiene que ver con que son más económicos en términos de recursos materiales y humanos. La crisis de los noventa en Cuba cortó drásticamente las posibilidades de imprimir cuestionarios y de movilizar gran-des números de encuestadores.

Los métodos cualitativos que han usado varían según las es-pecialidades de los entrevistados. Los historiadores usan pro-cedimientos de la antropología histórica y de la microhistoria. María del Carmen Barcia empleó en sus estudios de las familias cubanas del siglo xix los métodos de la “sociabilidad formal e in-formal” propuestos por Maurice Agulhon. Los primeros estudian las asociaciones constituidas en base a contratos, mientras que los informales se refieren a la integración de redes familiares, de individuos y otras de la sociedad civil. Menciono también a James Casey, cuyos trabajos definen a las familias según su cohe-

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rencia interna, su capacidad para permanecer y sus habilidades de mantenerse abiertas a los ambientes externos a ellas. Muchos citaron los criterios de la historia propuestos por Michel Foucault para analizar los diversos ángulos y niveles desde donde se ejer-ce el poder al margen de la esfera política. Utilizan siempre los análisis de fuentes documentales y de fuentes secundarias. La historia oral permite a los historiadores ahondar en las subjetivi-dades de las personas que entrevistan. Este es un procedimien-to que requiere la empatía entre investigadores e investigados, admite que los interlocutores demuestren sus afectos y, bien empleado, desata la necesidad que tienen las personas de ser escuchadas. La socióloga Niurka Pérez, quien convivió con una familia campesina nicaragüense durante un mes, declaró: “Tam-bién permite que todas las personas involucradas en la investi-gación descubran sus afectos, y es un método que exige que se escuche a los individuos estudiados. Cuando se emplea bien es muy difícil hallar a alguien que se resista a hablar”. Entre las au-toras que han consultado para este método están las mexicanas Eugenia Meyer y Marcela Lagarde, así como las norteamericanas Marietta Morisey y Rebeca Scott.

Las entrevistadas especializadas en estudiar a las muje-res en la literatura se acercan a los textos literarios ocupán-dose de los propios textos y de los ámbitos que les rodean: la producción textual, los contextos históricos y sociales, las re-laciones intertextuales e intratextuales y lo biográfico. Prefie-ren leer y recoger experiencias de las autoras que se acercan a los textos con una visión crítica de lo social, que incluye te-ner en cuenta las razas, el género y las clases. Mencionaron a las norteamericanas y europeas bell hooks (escritora), Jean Franco (crítica literaria), Mary Louise Pratt (crítica literaria y latinoamericanista), Julia Kristeva (crítica literaria enfocada en

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teoría semiótica) y Ellen Showalter (crítica y escritora), y a las latinoamericanas Silvia Moloy (crítica literaria), Elena Urrutia (especialista en género), Aralia López (ensayista y profesora), Marlyse Meyer (escritora) y Rosario Ferre (escritora). También mencionaron a la italiana Luisa Murano y a las filósofas del grupo Diotima de Verona.

Susana Montero ha empleado el análisis idiotemático para buscar las expresiones diferenciales a nivel de género. Ha dado a leer a mujeres y hombres textos literarios escritos por mujeres con el fin de captar las perspectivas diferentes de unos y otros. Por ejemplo, los hombres vieron las perspectivas históricas, los mitos y los elementos que dan continuidad a los textos. Las mu-jeres observaron la semántica de la negación, las intenciones de romper con los discursos femeninos tradicionales y las intencio-nes de negar los cánones sociales.

Los sociólogos y antropólogos emplean los métodos de la ob-servación participante porque propician captar las actuaciones cotidianas más pequeñas de hombres y mujeres, y facilitan que el investigador se involucre como un sujeto que participa en el proceso observado. Estiman que las investigaciones deben co-menzar por la observación, porque es una forma de apropiarse de los objetos de estudio. Es útil para formular los diseños de investigación, para enriquecerlos y para seleccionar las muestras y submuestras de los estudios. El sociólogo Luis Robledo, cuando realizó la fase exploratoria de su investigación sobre los homo-sexuales, recorrió varios grupos de gays en La Habana hasta que decidió quiénes serían los miembros de su grupo de discusión. En mis investigaciones con obreras en empleos tradicionales y no tradicionales femeninos, en otras que realizó Niurka Pérez con obreras y campesinas en comunidades rurales, en las de Grysca Miñoso con pacientes con SIDA y en las de María Isabel Domín-

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guez con mujeres jóvenes, la técnica de la observación sirvió para decidir los grupos a los que se aplicarían los cuestionarios, otros más pequeños a quienes se aplicarían las entrevistas y, por último, las submuestras de una o dos personas a quienes se les hizo historias de vida. Los sociólogos y antropólogos de la mues-tra han leído para ilustrarse en el método de la observación ap-licada a estudios de género a las norteamericanas María Patricia Fernández Kelly (socióloga), a Helen Safa (antropóloga) y a Car-men Diana Deere (economista), así como a la economista colom-biana Magdalena León y a la socióloga brasileña María Aparecida Morais.

Los investigadores que han practicado las técnicas de obser-vación con sus iguales (gays, mujeres profesionales, mujeres en edades medianas) admiten que les permiten lograr la empatía más fácilmente. Pero están conscientes que aparece el riesgo de comprometerse excesivamente con estas personas, y que surge el peligro de la transferencia y de la contratransferencia, y que ambas cosas pueden llegarles a cegar, a limitarles la capacidad de ver cómo se comportan los otros. Todos emplearon los formu-larios abiertos para realizar las entrevistas a profundidad, que les aportaron aquellas informaciones que los entrevistados solo sacan de sí cuando depositan su confianza en los entrevistado-res. Los usaron para conocer aspectos de la sexualidad, de las relaciones entre subordinados y jefes en los centros de trabajo y de la violencia. Entre las autoras consultadas para estos métodos aparecen la brasileña Mary García Castro, la cubana norteameri-cana Yolanda Prieto y la estadounidense Helen Safa.

Otros métodos que han empleado los investigadores de la muestra son las entrevistas grupales, los grupos de discusión y las técnicas asociadas a la Educación Popular. Los han usado por-que complementan otros métodos en el proceso de recogida de

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información, someten a la crítica colectiva los informes finales de las investigaciones participativas y sirven para “devolver” a las personas entrevistadas los resultados y las recomendaciones contenidas en estas investigaciones. Algunas de las fuentes utili-zadas para estas técnicas fueron los materiales que ha elaborado el Centro para la Investigación y la Acción Femeninas (CIPAF) dirigido por Magali Pineda en la República Dominicana, las expe-riencias del Centro de Estudios de la Mujer de Chile y los traba-jos de Paulo Freire.

Los sociólogos han utilizado el análisis de contenido para sa-car a la luz la imagen de la mujer que transmiten los medios cubanos y reconstruir las necesidades y los valores tradicionales y nuevos referidos a las relaciones de género que conviven en la ideología de la sociedad de Cuba. Este fue el procedimiento básico en los estudios sobre la imagen de la mujer y del hombre en las canciones de la trova tradicional y de la Nueva Trova y en los de imagen de la mujer en la publicidad turística cubana. Los autores extranjeros consultados fueron Michelle y Armand Mat-telart y Maureen Honey.

Los miembros de mi muestra han estudiado el método de his-toria de vida de las fuentes de Oscar Lewis, Elena Poniatowska, Elsa Chaney y Arlie Hochschild, pero lo han aplicado poco. Solo la socióloga Niurka Pérez ha publicado un libro basado en este procedimiento, El hogar de Ana. La bióloga y antropóloga Leti-cia Artiles ha combinado procedimientos de la antropología, la sociología y los estudios de salud en sus investigaciones sobre políticas de salud y mujer, salud reproductiva y mujeres de me-diana edad. Ha leído los trabajos de la Organización Panameri-cana de la Salud y su Programa de Mujer, Salud y Desarrollo, los de la Red Latinoamericana de Género y Salud Colectiva, los de las barcelonesas Dolores Juliano, Verena Stolcke, Carma Valls y

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su Centro de Análisis y Programas Sanitarios y los de la argentina Déborah Tájer.

CONCLUSIONES

Deseo terminar resumiendo algunas de las sugerencias metodo-lógicas que los y las investigadoras en este ensayo formularon a quienes se interesen en los estudios de género.

Quienes decidan iniciar sus estudios en estas materias deben considerar que el género es una categoría relacional, que expre-sa los atributos culturales de un sexo con respecto al otro con carácter jerárquico. No deben perder esta perspectiva cuando analicen la historia de las relaciones culturales de poder y de do-minación a nivel de toda la sociedad y en los planos personales. Tienen que estudiar el feminismo en su sentido más amplio, y no deben reducirlo a las concepciones vulgarizadas que se atrin-cheran en el criterio erróneo de que lo femenino es lo superior. El género incluye a mujeres, a los hombres y a las personas con otras orientaciones sexuales, y hay que mirar a todos. Pero hay que dirigir cada vez más la mirada científica hacia los hombres para estudiar sus actitudes concretas en el proceso de ejercer los mecanismos de poder, y también las experiencias traumáti-cas que emanan de estas actitudes. Pienso, además, que existen más estudios sobre los no heterosexuales que sobre las masculi-nidades. Esto no quiere decir que los estudios sobre las mujeres, los gays, las lesbianas, los bisexuales, travestis y transexuales están resueltos; pero hay más conocimientos acumulados sobre todos estos que sobre los hombres. Muchas recomendaciones que plantean estas investigaciones para lograr la equidad no se pueden implementar si no se conocen científicamente los roles que han jugado los hombres en las tramas de la dominación pa-triarcal sobre toda la sociedad.

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Se debe practicar la vigilancia epistemológica, en el sentido que tratan de no imponer sus ideologías a las ideologías de quie-nes investigan, y dejan que fluyan las ideas de los entrevistados. Intentar controlar las relaciones de poder que ejercen con los investigados en el transcurso de la recogida de informaciones. Reconocer que cuando les interrogan y observan les “invitan-obligan” a que les descubran aspectos de sus vidas que son los que interesan a los primeros, y que incluyen cosas muy íntimas.

Es importante usar métodos múltiples para aprender de todo lo que se haya escrito y que les ayude a entender las relaciones de género: de la literatura, de los textos de canciones, de los conteni-dos que difunden los medios de comunicación. Desentrañar las ma-nifestaciones más sexistas que trasmiten estos textos e imágenes con el fin de aprender en qué consisten y cómo los han construido. Dicen que se trata de aprender hasta de las experiencias negativas.

Las y los estudiosos de mi muestra confieren sentido a las cosas pequeñas de la cotidianidad, a lo marginado, a lo olvi-dado. Usan ampliamente y con enorme gusto la intuición y el empirismo, pero siempre como un proceso que discurre dentro de sus inteligencias cultas en cuestiones de género. Hay que pre-pararse bien, en el sentido de leer lo que se ha escrito acerca de las relaciones de género en teoría, epistemología y, sobre todo, los resultados de las investigaciones. Todas estas lecturas deben contextualizarse en los ámbitos en que fueron producidas. Esto permitirá saber en qué medida se pueden aplicar a los casos cubanos y, por la vía de los estudios comparativos, extraer las explicaciones esenciales de lo que ha ocurrido en Cuba. Hay que conocer las vivencias, los hechos de la actualidad y de la histo-ria, y después aplicar los conocimientos teóricos, que tienen que estar muy actualizados. Es la única forma de no crear camisas de fuerza o de falsear el devenir, superponiéndole forzosamente teorías que son incapaces de explicar la realidad que se estudia.

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La perspectiva de género tiene un valor instrumental para analizar las relaciones económicas, políticas e ideológicas en una sociedad concreta. No se puede abordar ningún tópico sobre los comportamientos sociales sin tener una mirada de género. Hay que comprender el género dentro de las estructuras sociales e históricas, junto a las categorías de clases, raza y generacio-nes. Por ello siempre hay que trascender la descripción de lo que hacen los hombres y las mujeres. Hay que elevarse más allá de cómo ellos se piensan para comprender cómo unos y otros cons-truyen sus verdades en los sistemas sociales concretos.

Las personas que estudian las relaciones de género no pueden mantener una doble línea de conducta. Tienen que creer en lo que están estudiando y cambiar en sus concepciones y actitudes más íntimas para poder ser genuinas y genuinos en sus estudios. Comprometerse con una perspectiva de género en la ciencia y en la vida es optar por dedicarse a estos estudios con pasión para producir cambios en las actitudes de las personas, en las políticas, en las producciones culturales, en todos los ámbitos de la vida. Quienes investigan las relaciones de género no pue-den contentarse con publicar sus trabajos, sino tienen que hacer todo lo posible por poner a funcionar sus recomendaciones en los pensamientos y en las acciones de uno mismo y de los de-más. No pueden admitir que ejerzan opresiones o represiones sobre los resultados de sus indagaciones. Deben ser creadores en todo el proceso investigativo, desde que formulan el diseño hasta que concluyen con las recomendaciones. Deben prestar atención a las características epistemológicas de los estudios cu-banos de género referidas a la investigación/acción y a los estu-dios participativos; a los estudios comparativos; a los estudios de caso vinculados a las estructuras macrosociales, así como a las perspectivas multidisciplinarias, interdisciplinarias y transdis-ciplinarias. Es preciso, igualmente, establecer un balance entre

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compromiso y distanciamiento. Sería provechoso indagar cuáles han sido las peculiaridades metodológicas que aportan las y los estudiosos cubanos del género con un fuerte entrenamiento en el pensamiento marxista.

Por último quiero presentar una observación general. El he-cho de que la mayoría de las investigadoras y los investigadores de Cuba comenzaron a enfocarse en temas de género a media-dos de los ochenta implica que lo hicieron una vez que tenían una sólida posición académica y viviendo en una sociedad donde las relaciones de género se transformaron dramáticamente. Ello les permitió aprender las historias de los movimientos feministas de los años sesenta hasta los ochenta de América Latina, Esta-dos Unidos, Canadá y Europa Occidental y estudiar la amplia bi-bliografía producida en esos años. Por tanto pudieron superar la brecha de casi veinte años que les separaba de los momentos en que sus colegas empezaron a bregar con temas de mujer y de gé-nero. Sugiero que en los análisis futuros se amplíen y divulguen los estudios sobre la rica historia del feminismo cubano antes de 1959—muchos ya escritos y publicados—, especialmente para co-nocer cómo se aproximaron las y los autores a sus estudios. Ello podría saldar no solo una deuda histórica del feminismo cubano sino también explicar el estigma del pensamiento feminista que prevaleció hasta mediados de los ochenta y, por último, com-prender el porqué del florecimiento de los estudios de la mujer y el género en Cuba.5

5 El Anexo 1, constituye una clave para la lectura de este texto y en general un valioso derrotero para quienes se interesen en profundizar en los estudios de género en Cuba (N. de la E.).

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ESTRATEGIAS CUBANAS DE DESARROLLO ECONÓMICO Y LAS RELACIONES

DE GÉNERO*

En el último medio siglo la sociedad cubana transformó radical-mente sus instituciones y estimuló a las mujeres a ser indepen-dientes, instruidas y a asumir distintas formas de poder. Como resultado las cubanas revolucionaron las relaciones de género y progresaron en este ámbito mucho más que los cubanos.

En este trabajo valoro algunas de las prácticas cubanas de desarrollo implementadas desde 1959 que influyeron en la inte-gración de las mujeres a la fuerza laboral como una de las vías para luchar contra la pobreza y las desigualdades, a la vez que creaban en ellas habilidades para ejercer el poder. Estas políti-cas cubanas contrastaron con los modelos que prevalecieron en otros países latinoamericanos y caribeños, que identificaron el progreso con el desarrollo económico, sobre todo con las políti-cas neoliberales1 que estos países implementaron desde los años ochenta para enfrentar la crisis económica y social que pade-cían. Cuba, a diferencia del resto de la región, rechazó adoptar estrategias neoliberales para emerger de la crisis que sufrió en los años noventa.

* Publicado en inglés como “Cuban Development Studies and Gender Relations” en la revista Socialism and Democracy, 2010.

1 El término neoliberalismo se refiere a las políticas promovidas por el Consenso de Washington que desde finales de los ochenta abrieron las fronteras nacionales al libre flujo de mercancías y de capitales, a la vez que bloqueaban el libre flujo de fuerza laboral. A escala global desconoció restricciones ecológicas, redujo salarios, los costos y los impuestos que subsidiaban beneficios sociales.

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Un país no necesita ser rico para desarrollar su sociedad, ase-gurar el avance de las mujeres y promover el liderazgo femeni-no. Lo que se requiere es la voluntad política para dirigir este proceso de una manera integral, permanente y no dogmática. Las políticas económicas y sociales cubanas implementadas en-tre 1959 y 1989, incluyendo las dirigidas a integrar a las mujeres a la fuerza laboral, sentaron las bases para esta respuesta.

POLÍTICAS ECONÓMICAS Y SOCIALES QUE INFLUYERON EN EL EMPLEO FEMENINO (1959-1989)2

Las concepciones cubanas de desarrollo definieron que las trans-formaciones deberían proveer bienestar material a todos y tam-bién contribuir a cambiar patrones ideológicos y culturales de inequidades y discriminación. Las mujeres constituían la mayo-ría entre los pobres e inmediatamente se beneficiaron de las estrategias implementadas para cambiar las relaciones sociales propias de la pobreza.

Desde un inicio se organizó la economía de manera que los crecimientos del PIB contribuyeron de inmediato a las políticas sociales que universalizaron la educación, la salud, la seguri-dad social, la asistencia social, la cultura y el deporte, áreas definidas por la socióloga cubana Mayra Espina (2007: 247) como “espacios de igualdad”. Estos espacios han sido diseñados fun-damentalmente por el Estado para ejecutar actividades que son necesidades básicas de la población y a los que tienen acceso, gratuitamente, todos por igual y donde la accesibilidad universal está refrendada legalmente.

Estos “espacios” resultaron unas vías efectivas para romper el ciclo de reproducción de las desigualdades en la sociedad y

2 Esta sección se basa en mi ponencia “Alternativas cubanas a las economías de mercado: una mirada de género al empleo femenino”.

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en el hogar y se feminizaron casi de inmediato. La igualdad de género que emergió de estos “espacios de igualdad” benefició en la práctica mucho más a las mujeres que a los hombres, porque ellas habían sido históricamente las más discriminadas. Además, aunque estos beneficios se gestaron “desde arriba”, la manera en que se introdujeron instaron a que beneficiarios y beneficia-dores interactuaran y se convirtieran en agentes de sus propias transformaciones.

La dirección del país y la FMC declararon desde un inicio que no se podía esperar a alcanzar el crecimiento económico para después aspirar a que la mujer progresara en la sociedad. Esta voluntad política llevó a que se instrumentaran desde los pri-meros años medidas económicas, regulaciones legales, políticas sociales y acciones en materia de ideología para combatir las discriminaciones de género. Una concepción economicista hu-biera dilatado estas decisiones, hubiera restado protagonismo a la mujer y se hubiera perdido la posibilidad de que ellas se convirtieran en agentes de los cambios que se gestaron desde los inicios.

En tanto las mujeres estaban socialmente en franca desven-taja con respecto a los hombres, las políticas de pleno empleo implicaron tratamientos diferenciados para las cubanas para proveerles salarios que les permitieran independizarse econó-micamente. Los esfuerzos para promover el empleo femenino se acompañaron de legislaciones, políticas sociales y otras acciones dirigidas a transformar la ideología patriarcal y romper los ciclos que reproducían las privaciones materiales y espirituales de las cubanas.

A principios de los setenta, sin embargo, la fuerza de trabajo femenina resultaba aún inestable debido al peso de las tareas en el hogar, a la falta de incentivos económicos y a la carencia de

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espacios adecuados en los centros de trabajo, para las necesida-des propias de las mujeres—servicios sanitarios, duchas, lugares de descanso, equipos de primeros auxilios, vestimenta y calzado laborales adecuados. Entre las medidas más exitosas están aque-llas que incentivaron a las mujeres a calificarse y recalificarse laboralmente, lo que posibilitó que se incrementara el número de mujeres profesionales y técnicas a fines de los setenta. Pero el peso de la “segunda jornada” se mantuvo. En los centros de trabajo se crearon gradualmente locales para las mujeres con el sesgo de que generalmente fueron diseñados de acuerdo a las “ideas” de los dirigentes hombres, sin contar con las necesida-des reales de las mujeres. Estas deficiencias fueron poco a poco solucionándose a medida que desde mediados de los ochenta las mujeres asumieron cargos de dirección en los centros de trabajo y en organizaciones políticas y de masas.

Desde 1978 las trabajadoras cubanas muestran niveles de instrucción más elevados que los hombres trabajadores.3 Ellas vencieron sus desventajas iniciales gracias a la campaña de alfa-betización de 1961 y a los programas para la educación de adul-tos implementados al concluir la misma. Estas posibilidades les permitieron continuar entrenándose técnica y profesionalmente y, gracias a ello, ocuparon empleos más complejos y mejor re-munerados. La nacionalización de la educación (1961) universa-lizó el acceso gratuito de toda la población y creó en las mujeres un sentimiento de seguridad al saber que sus hijos e hijas tenían

3 En 1978 el 5% del total de las trabajadoras eran graduadas universitarias en comparación con un 3.5% de los trabajadores. Ese año el 23% de las mujeres trabajadoras eran bachilleres en contraste con el 13% de los hombres. En 1986 las proporciones eran de un 12% de trabajadoras graduadas universitarias y un 7% entre los hombres, mientras que había un 35% de mujeres trabajadoras graduadas de doce grado en comparación con un 27% de los hombres. Cálculos de la autora basados en base al Anuario Estadístico de Cuba 1988, tabla IV.16, p. 202.

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garantizada su instrucción desde el preescolar hasta la universi-dad, si tenían el talento requerido. Este hecho les dio el apoyo necesario para mantenerse empleadas, sin tener que pensar en cómo ahorrar para garantizar la continuidad de estudios de su descendencia. Las instituciones para cuidar y educar a los niños y niñas desde los cuarenta y cinco días de nacidos hasta el grado preescolar —llamadas círculos infantiles— se inauguraron tam-bién en 1961. Se instauraron escuelas para entrenar el personal de estas instituciones. Se introdujo la doble sesión en las escue-las con auxiliares pedagógicas que atendían a los educandos y se crearon comedores escolares en las escuelas primarias. Se otor-garon becas a los estudiantes que las requerían. Estas políticas educacionales contribuyeron a que las mujeres se incorporaran a los empleos asalariados y permanecieran en ellos.

En Cuba no existía un sistema de seguridad social controlado por el Estado antes de 1959. Durante los años sesenta y setenta se adoptaron legislaciones para universalizar la seguridad social y la asistencia social, lo que benefició a las trabajadoras y a las madres solteras. Las primeras tuvieron aseguradas sus pensiones por jubilación, por incapacidad para continuar laborando y ante la muerte de sus cónyuges. Las pensiones de sus padres contri-buyeron también al presupuesto familiar. La Ley de Maternidad fue incluida dentro del Código Laboral en 1974 para regular la li-cencia de maternidad para las trabajadoras. Las madres solteras recibieron pensiones pequeñas que contribuyeron a criar a sus hijos e hijas hasta que comenzaran a trabajar. Se exigió por ley que los padres pagaran una pensión alimenticia a sus hijos una vez que se divorciaran o se separaran de sus parejas.

Junto a las políticas de pleno empleo en las esferas públi-cas, el Estado creó las condiciones para que existiera una mayor igualdad en la retribución por el trabajo y a la vez garantizaba

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igual pago por igual trabajo. Esto condujo a una “salarización” de los ingresos personales y familiares. Se produjo una bajísima diferenciación por grupos salariales: en 1983 la Reforma Gene-ral de Salarios admitía una relación de 4.5 a 1. En 1988, según estudios del Instituto de Estudios del Trabajo, para el 93% de los empleos la diferencia fue de 2.3 a 1 (Nerey y Brismart, 1999). El salario se convirtió en un elemento que contribuyó a la homoge-nización de las estructuras sociales al producirse una minimiza-ción de su papel diferenciador entre los estratos sociales.

Estos procesos coincidieron con la incorporación masiva de la mujer a la fuerza de trabajo. La proporción de mujeres en la fuerza laboral total cubana creció establemente de un 13% en 1959 a un 19% en 1970. Entre 1970 y 1989, el incremento fue mayor porque fue de un 19% a un 38.7% (Núñezb, 1988). Las mujeres se convirtieron en asalariadas en condiciones legalmen-te iguales que los hombres también en el plano salarial, aunque en la práctica los datos demostraron que recibían menos que los hombres. Esto se debió a que ellas ocupaban plazas peores remuneradas que los hombres, a que se ausentaban más de sus empleos para cumplir sus funciones de cuidadoras de niños, en-fermos y ancianos y por tener una morbilidad más elevada que los hombres. Las cubanas demandaron participar equitativamen-te junto a los hombres en todas las ramas de la economía, en todas las categorías ocupacionales y en las tareas de la segunda jornada en el hogar.

Mejoró también la distribución por género en cada una de las categorías ocupacionales: en 1981 había una mujer por cada seis obreros, mientras que en 1986 por cada cuatro obreros había una mujer. Por cada dos técnicos había una mujer en 1981 y cinco años después el 56% de los técnicos eran mujeres. La proporción de mujeres en la categoría de dirigentes mejoró pero con menos

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dinamismo que en la categoría de obreros y técnicos: en 1981 por cada cinco dirigentes había una mujer y en 1986 esta rela-ción cambió a cuatro por una.4

Aunque el “techo de cristal” se mantenía aún a finales de los ochenta, hubo mejorías. Las mujeres estaban empleadas en todos los sectores económicos —incluso los considerados tradi-cionalmente masculinos— y estaban presentes en todas las cate-gorías ocupacionales, incluidas las de dirigentes en los centros de trabajo. Las mujeres constituían más de la mitad de todos los técnicos del país, y crearon una fuente de personas califi-cadas para desempeñar cargos directivos en un futuro. Adicio-nalmente la necesidad de simultanear tareas en sus jornadas laborales y en las del hogar generó en ellas habilidades para tomar decisiones.

Las políticas sociales cubanas en los sesenta, setenta y ochen-ta concibieron la racionalidad del consumo y de las necesidades como modelo de vida y no solo como medida para resolver la pobreza (Espina, 2007: 245). Esta idea hizo que en materia de distribución y consumo funcionara una concepción igualitarista y “homogenizadora”, que logró satisfacer un conjunto de nece-sidades básicas de toda la población y que permitió que las mu-jeres accedieran a productos de consumo que antes no tenían. En el ámbito del hogar esto mejoró la calidad de su alimenta-ción, de su aseo personal, del vestuario y calzado e incluso del insuficiente o inexistente equipamiento electrodoméstico para ellas y para sus familias con quienes tenían la responsabilidad de reproducir diariamente la vida. Siguiendo la tradición patriar-cal, las mujeres en los hogares administraron los bienes que fue-ron distribuidos igualitariamente por decisión centralizada del

4 Cálculos de la autora basados en el Anuario Estadístico de Cuba 1988, tabla IV.16.

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Estado y que integraron los nuevos patrones de consumo. Bien como asalariadas que encabezaban sus hogares y que proveían los principales ingresos en ellos, como asalariadas proveedoras adicionales al hombre jefe de hogar o como amas de casa, ellas fueron quienes “operacionalizaron” cotidianamente las políti-cas sociales referidas al consumo en sus hogares. Esto contribuyó casi invisiblemente a crear en ellas, y sobre todo en las mujeres trabajadoras que efectuaban la segunda jornada, habilidades para la toma de decisiones. Este proceso de entrenarse en la toma de decisiones ocurrió en un entorno social que abogaba por la promoción de las mujeres en todos los ámbitos de la vida, tanto en la pública como en la privada. Además estas mujeres participaron en calidad de agentes de cambio en estos aspectos transformadores del consumo como parte de la lucha contra la pobreza. Se comprueba así la importancia de comprender las funciones que ejercen las mujeres ubicadas en la intersección de los caminos de la producción y de la reproducción de la vida para luchar contra la pobreza, las desigualdades y por su empo-deramiento (Elson, Chacko y Jain, 2008).

En todos estos primeros treinta años las mujeres fueron el motor de las transformaciones de las relaciones de género. Ellas tuvieron que esforzarse mucho más que los hombres para ven-cer las desigualdades sexistas, porque tuvieron que desmontar los patrones culturales de la ideología patriarcal que existían en toda la sociedad y en ellas mismas. No se detuvieron aquí porque tuvieron que reconstruir esos patrones patriarcales y construir patrones ideológicos nuevos no sexistas. En este empeño ellas avanzaron más que los hombres, que quedaron rezagados. A di-ferencia de lo que ha sucedido en otros países en los cuales las mujeres se han revolucionado pero la sociedad se ha mantenido estancada en materia de relaciones de género, en Cuba la socie-

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dad cambió y ellas también, porque participaron en estas trans-formaciones desde que comenzaron a producirse.

No pretendo construir un “modelo promedio” de lo que fue la mujer cubana asalariada de los años noventa. Solo trato de dar una idea aproximada de cómo eran estas cubanas. Me atrevo a describirlas como mujeres entre los veintidós y los cincuenta y cinco años, que habían concluido entre el noveno grado y la enseñanza universitaria, de lo que se infiere que habían perma-necido entre nueve y diecisiete años en instituciones educacio-nales; tenían una cultura en materia de salud que incluía desde el uso de contraceptivos y cuidados en el embarazo hasta co-nocimiento de la atención médica de ellas, de sus hijos desde el nacimiento hasta el matrimonio y del resto de su familia; que tenían uno o dos hijos; que tenían una cultura laboral que les permitía comprender, entre otras cosas, la independencia que se obtiene al devengar un salario; que poseían un sentido de la disciplina que emanaba de su permanencia en las aulas y de sus actividades laborales; que cargaban con el peso de las tareas de sus hogares y que comprendían que en ellas deberían participar también los hombres y que comenzaban a hacerse cargo de los miembros más ancianos de sus familias, que no podían contribuir al trabajo en el hogar. Eran mujeres capaces de tomar decisiones en sus empleos y en sus hogares.

CRISIS, REAJUSTES Y EMPLEO FEMENINO: DE 1990 HASTA LA ACTUALIDAD

La movilidad social ascendente que experimentaron los cubanos y las cubanas en los primeros treinta años de la revolución se detuvo al menos por tres razones. La primera fue que las gene-raciones más jóvenes no sintieron los visibles beneficios en sus condiciones de vida que sus padres vivieron en carne propia en

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esos años. En segundo lugar entre 1985 y 1989 Cuba se enfrascó en rectificar los errores cometidos básicamente en la economía en los diez años precedentes. Este “proceso de rectificación” se abortó con la crisis de los noventa. Por último el país se sumergió en una crisis total debido a la desaparición de la URSS, a la desin-tegración del bloque socialista europeo y al fortalecimiento del bloqueo económico de Estados Unidos sin haber podido concluir la “rectificación”. Por tanto el país arribó a la crisis de los noven-ta con un conocimiento compartido por toda la sociedad de cuá-les fueron los errores económicos acumulados y cuáles fueron sus consecuencias en la economía, la política y lo social sin que se hubieran concluido las soluciones que se habían comenzado a diseñar y a aplicar. En estas condiciones el país se enfrentó a los años más difíciles de su transición hacia el socialismo.

Entre 1989 y 1993 el PIB cayó en más de 33% (Pérez, 2007) y una de sus consecuencias sociales más devastadora fue la dismi-nución del consumo social. Según el economista cubano Everleny Pérez la caída del PIB contrajo la oferta de bienes y servicios que afectó el mercado normado asegurado por el Estado, que era el principal asegurador de la canasta básica para toda la población. Prácticamente desaparecieron las otras ofertas no normadas que completaban el consumo familiar. Se produjo un auge del mer-cado ilegal que elevó los precios de los productos y provocó un descenso en el valor del salario real, afectando a más del 90% de la fuerza de trabajo del país ocupada en el sector estatal.

La población cubana sintió fuertemente el impacto de la crisis iniciada en 1990, mucho más de lo que la sintieron los ciudada-nos menos favorecidos de otros países de la región latinoameri-cana y caribeña en la llamada “década perdida”. Esto se debió fundamentalmente al hecho de que los cubanos y las cubanas arribaron a esta crisis con sus necesidades básicas satisfechas a

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un nivel relativamente alto. En el lapso de un año la población cubana vio descender abruptamente su nivel de vida, que había visto ascender en los últimos treinta años.

Las mujeres fueron quienes más directamente sufrieron estas carencias y, entre ellas, las asalariadas.

Desde 1994 se comenzó a salir de la crisis como resultado de las medidas para reactivar el crecimiento de la economía. En 2004 se alcanzó un 98.6% del PIB de 1989 a precios constantes de 1997 (Pérez, 2007). En 2007 la economía creció en 7.5%, índice que expresó la consolidación gradual de la economía cubana y que acumuló un incremento del 42.5% en su PIB entre el 2004 y el 2007 (Rodríguez, 2007).

Entre las medidas económicas que se implementaron en los noventa para la recuperación estuvieron: la reforma empresarial en el sector estatal; la reinserción de la economía en el mercado internacional, que permitió que por primera vez en su historia Cuba no dependiera solamente de un socio comercial; la descen-tralización de las funciones económicas; la ampliación del sector privado; la relevancia de los sectores del turismo, las telecomu-nicaciones y la minería en materia de acumulación—el turismo se desempeñó como locomotora que hizo avanzar al resto de la economía; la decisión de no devaluar la moneda nacional y des-penalizar la tenencia y circulación de divisas y apertura de tien-das para recaudar dicha moneda, que provenía principalmente de las remesas que enviaban los cubanos residentes en el exte-rior; y promover la utilización eficiente de la fuerza de trabajo calificada con capacidades de aprendizaje tecnológico.

Estas no fueron medidas neoliberales sino que fueron el resul-tado de la adaptación de las concepciones de desarrollo que ha-bían estado vigentes en Cuba hasta el momento, para que el país pudiera insertarse en la economía global de mercado. Fue una

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continuidad de la transición al socialismo en un momento en que había que “resistir y desarrollarse”, que fue la consigna política que guió estas decisiones en materia de economía y de políticas sociales. A lo largo de esta estrategia de resistencia se planteó la meta de superar los efectos de la crisis distribuyendo sus influen-cias en la sociedad lo más equitativamente posible para reinser-tarse en la economía mundial. Como señaló Peter Monreal (2007: 137) “el conjunto de medidas que conformaron estas estrategias fueron diseñadas y aplicadas bajo una enorme presión, en poco tiempo, con flexibilidad y con carácter práctico”.

En el marco legal y político de los reajustes emprendidos para contrarrestar la crisis, la incorporación y la permanencia de las cubanas en la fuerza laboral se adecuó a las características del momento y los datos demuestran que mantuvieron una partici-pación de calidad. Aun así este período afectó el proceso ininte-rrumpido de incorporación de la mujer al empleo. La proporción de mujeres entre los ocupados había llegado a 38.8% al comen-zar la crisis en 1989 (ONE, 1997). Hasta ese momento la partici-pación de las mujeres entre los ocupados había ido en aumento y sin retrocesos, pero a partir de la crisis este proceso se detuvo e incluso tuvo un leve retroceso. La participación femenina en el total de ocupados pasó de 37.7% en 1996 a 37.2% en 2006. En el caso de los hombres su participación fue de 62.7% en 1996 y de 64.56% en 2006 (ONE, 1999: 144; ONEa, 2007: tabla VI). Por tanto, la crisis afectó más a las mujeres que a los hombres en su permanencia en la fuerza de trabajo, aunque la diferencia fue pequeña.

La estructura por categorías ocupacionales de los hombres y de las mujeres ocupados muestra que de 1996 a 2006 las muje-res concentraron y aumentaron sus ocupaciones en la categoría de técnicas (39.1% en 1996 y 43.5% en 2006). Del total de los

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hombres ocupados, un 13% se concentraba en la categoría de técnicos en 1996 y diez años después esta proporción había au-mentado a 17.2% (ONE, 1999: 144; ONEa, 2007: tabla VI).

La preeminencia de las mujeres entre los técnicos y profe-sionales está respaldada porque mantienen desde 1978 mayores niveles educacionales que los hombres ocupados. Siguiendo esta tendencia —expuesta en la primera parte de este ensayo— en 2006 el 18% de todas las trabajadoras eran graduadas universi-tarias comparadas con el 11% de todos los hombres ocupados. El 56% de todas las trabajadoras habían concluido el duodécimo grado en contraste con el 44% de los trabajadores (ONEa, 2007: tabla VI.6). Las mujeres continúan subrepresentadas en la ca-tegoría de los dirigentes: entre 1996 y 2006 de todas las muje-res ocupadas, un 6% se dedicaba a estas funciones. Los hombres representaban un 8% de los dirigentes en esos años escogidos. La participación por género en esa categoría ocupacional tam-bién mostró valores estables en 1996 y 2006: 70.9% y 68.9% en los hombres y 29.2% y 29.5% en las mujeres. Las mujeres, en la actualidad, representan el 29.49% del total de dirigentes en sec-tores no tradicionalmente femeninos como la industria sidero-mecánica, la industria azucarera, la ciencia, la informática y las comunicaciones, entre otras.

Lo que infiero de estos cálculos es que a medida que se salía de la crisis de los noventa la calidad del empleo femenino se mantuvo. Pero si se compara la proporción de mujeres entre los profesionales y técnicos se aprecia un declive: en 1996 ellas re-presentaban el 64% de los empleados en esta categoría y en 2006 esta proporción bajó a un 60% (ONE, 1999: cuadro VI.9; ONEa, 2007: tabla VI.8). Hay que observar si esta declinación persiste y buscar las razones para ello.

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En los noventa no se renunció a la industrialización por la vía de sustituir importaciones como componente central de la visión a largo plazo del desarrollo del país. Lo que sí se modificó fue el mecanismo de enlace con el resto del mundo, que resultó en una reinserción internacional en términos competitivos diferente a las del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Según Peter Monreal (2007: 130),

se intentó conservar al máximo posible la estructura industrial an-tes creada introduciéndole las adecuaciones necesarias y moder-nizándola parcialmente en espera del retorno de condiciones más propicias que hicieran posible reiniciar nuevas inversiones para este tipo de industria. Las mayores inversiones las recibió el turis-mo, el níquel y la industria farmacéutica.

Se perseguía desarrollar aceleradamente estos renglones para emplear intensivamente los recursos naturales, la tecnología de avanzada y la fuerza de trabajo calificada para reinsertarse en el mercado internacional con productos de alto valor agregado.

El turismo creció con tasas anuales de un 20%, haciendo que el sector terciario “halara” al resto de la economía y se pudieran mantener las políticas sociales básicas. El investigador cubano Jesús García Molina (2004: 23) escribió que esta actividad fue la más dinámica porque aseguró empleos directos e indirectos a unas trescientas mil personas y su auge estimuló la recuperación productiva de otras actividades como la agroindustria alimenta-ria, las bebidas y licores, la construcción, las comunicaciones y el transporte. Además permitió créditos para comprar insumos que reactivaron varias producciones nacionales y desde 1994 desplazó a la agroindustria azucarera de su tradicional primer lugar en la generación bruta de divisas.

Los efectos dinamizadores del turismo sobre el resto de la economía se evidenciaron en un aprendizaje tecnológico “ha-

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cia arriba”, como lo ha calificado Monreal, que se produjo en materia de dirección empresarial (administración hotelera y ex-trahotelera, marketing, publicidad) y en la calificación y reca-lificación laboral. Los sectores de la aviación, de la industria farmacéutica con base biotecnológica, de los equipos médicos y de las telecomunicaciones también experimentaron el impulso que significó continuar entrenando “hacia arriba” a su fuerza laboral. Las mujeres estuvieron presentes en todas estas ramas debido a sus calificaciones profesionales y técnicas.

Simultáneamente a este impulso del aprendizaje tecnológico, a lo largo de los noventa muchos profesionales abandonaron sus empleos técnicos y ocuparon puestos de trabajo de menor com-plejidad en el turismo y en otros sectores porque les propiciaban ingresos directos e indirectos en divisas. No cuento con la in-formación estadística necesaria para comprobar cómo evolu-cionó esta tendencia por género.

Una de las medidas del reajuste económico consistió en reacomodar parte de la estructura industrial cubana diseñada previamente dentro de la integración al CAME, que tenía una alta dependencia a esos países y que carecía de competitividad internacional, con el fin de producir para el mercado interno en divisas. Esto se hizo con vistas a poner a circular esa moneda dentro de la economía nacional, contribuir a reanimarla y suplir necesidades básicas de la población. Los posibles compradores fueron las empresas estatales, las empresas con capitales mixtos y la población que tenía acceso a las divisas. Esta recuperación de divisas, que fue calificada como “exportaciones en fronte-ras”, también logró reactivar y modernizar las industrias que se dirigieron al mercado interno en moneda nacional para cubrir algunas de las demandas de la población y de la producción na-cional que no producía para los mercados internos en divisas. Es-

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tas producciones no tenían calidad exportable en un inicio, pero algunas de ellas fueron perfeccionadas y suplieron demandas del turismo (Monreal, 2007: 130-133; García Molina, 2004: 47).

A pesar del papel que ha jugado el turismo para insertar a Cuba en la economía internacional y para dinamizar otros sec-tores de productos de alto valor agregado, la estructura expor-tadora del país sigue siendo exportadora de recursos naturales (minería, tabaco, pesca), en las que la participación masculina en la fuerza de trabajo es mayor. Las exportaciones basadas en la alta tecnología, que son las que deben en el futuro tener mayor peso, tienen aún una importancia menor (telecomunicaciones, industria farmacéutica con base biotecnológica, ciencia). En ellas la presencia femenina en la fuerza laboral es mayor. Por tanto en la actualidad las mujeres son una variable fundamental en la utilización del principal activo económico con que cuenta el país: su fuerza de trabajo calificada y con capacidad de aprendizaje.

Como apunté antes, el consumo descendió junto con el des-censo del PIB y del valor del salario real. Aunque el salario no-minal creció a partir de 2005, aún no ha superado su deterioro porque los índices de precios al consumidor se mantienen altos. Esto provoca desventajas a las personas que dependen de sus salarios, de las pensiones de la seguridad social y de los ingresos por asistencia social.

Al comenzar la crisis, 95% de la fuerza laboral del país esta-ba en el sector estatal y durante los noventa se reorientó hacia las actividades del sector privado, el mixto y el cooperativo y a las actividades estatales que estimulaban a sus asalariados con divi-sas. Se produjo una reestructuración de la fuerza laboral entre las áreas estatales y no estatales, y en la actualidad la primera comprende el 75% de la fuerza laboral. Los salarios en el sector público se pagan en CUP. Los empleados públicos, junto a las

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personas que dependen de la seguridad y de la asistencia socia-les son los que han sido más impactados por la crisis.

Infiero de los escasos datos por género con los que cuento y por los estudios de caso que he hecho, que las mujeres han sido las más afectadas por este fenómeno del decrecimiento del valor real de los salarios y de las pensiones en los últimos años. Ellas son solo el 11.9% de los trabajadores por cuenta propia —trabajadores privados. Los hombres representan el 35.4% de los empleados en las empresas mixtas y son la mayor parte de los beneficiarios de la asistencia social (Instituto de Investigaciones y Estudios del Trabajo [IIET], 2007).

A lo largo de estos últimos dieciocho años de crisis y de reajus-tes, las personas con mayor acceso a las divisas son aquellos que reciben remesas de sus familiares emigrados; los trabajadores por cuenta propia (el 88% son hombres); los trabajadores del tu-rismo; los empleados de empresas mixtas (el 66% son hombres); los vinculados a actividades estatales que estimulan en divisas y los pequeños agricultores que cambian parte de sus ingresos en divisas. La moneda que reciben estas personas circula entre los otros ciudadanos que no están comprendidos en las categorías antes enumeradas, pero que cobran en divisas por los servicios que prestan, estén registrados como trabajadores por cuenta propia o no. Según cálculos oficiales en 1997 el 49.5% de los ciu-dadanos tenía acceso a divisas, proporción que subió a 62% en el 2001 (Pérez, 2007: 79). No aparece una distribución por género en estos cálculos. En cuanto a quienes reciben remesas del ex-terior, que es la fuente principal de ingreso individual en divisas, estudios de caso señalan que estas cantidades de dinero suelen administrarlas en Cuba las mujeres. Vale la pena, por tanto, bus-car precisiones por género en estas informaciones para ahondar en la problemática de los ingresos y sus manejos.

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Los procesos de crisis y reformas que se produjeron en los noventa paralizaron la tendencia ascendente hacia una mayor igualdad social de la población y de poner fin a las condiciones que generaron desventajas sociales. Se creó una situación social sumamente compleja que demandó repensar las acciones que el Estado había venido aplicando hasta inicios de los noventa. Las políticas sociales se mantuvieron pero el deterioro del ingreso y del consumo fue muy fuerte. La socióloga cubana Mayra Espina (2007: 251-252) resumió las manifestaciones de este deterioro, de las que he tomado aquellas que influyeron en el empleo fe-menino.

El valor real del salario disminuyó y provocó que este perdiera su capacidad para financiar a las familias. Como ya apunté, cuan-do los productos de la canasta básica para el consumo familiar subsidiados por el Estado comenzaron a venderse en divisas, el acceso a ellos fue prácticamente imposible para una amplia par-te de la población. Esto afectó a asalariados y a asalariadas del sector estatal y aún más a los hogares encabezados por mujeres, que en el Censo de 2002 eran el 32.1% de los hogares cubanos (ONE, 2002). Las mujeres tuvieron que inventar estrategias para enfrentar las capacidades limitadas de consumo de sus familias.

Un pormenorizado estudio del IIET en el 2007, calificado por sus autores como “un pilotaje” y que constituye un punto de par-tida, concluyó que “las diferencias encontradas en los ingresos, aunque pequeñas, fueron desfavorables para las mujeres, que recibieron 2% menos de salario que los hombres…”. Sus resulta-dos demostraron que la mujer, por estar más recargada con las labores domésticas, la atención a los hijos y a la familia, tiene una diferencia desfavorable en el promedio de días laborados en el mes respecto al hombre y, por tanto, recibe menores ingre-sos. Las principales causas que provocan una afectación salarial

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fueron por orden: enfermedad 60%, cuidado de hijos y familia-res 22%, licencia por maternidad 18%.

Del total de ausencias registradas en ambos sexos, el 77% co-rrespondió a las mujeres. Los hombres rara vez se ausentan del trabajo por otra causa ajena a la enfermedad. También se com-probó que en las categorías de técnicos y operarios el porciento de hombres con ausencias por el cuidado de hijos o familiares se mantuvo alrededor del 4%, mientras que en la categoría de ser-vicios, donde de manera general los salarios son menores, esta proporción alcanzó 27% (IIET, 2007).

Múltiples estudios sociales referidos a los efectos de la crisis explicaron que el empleo estatal dejó de ser un proveedor de ingresos suficientes para cubrir las necesidades y proveer bienes-tar. Ello condujo a que las personas acudieran a otras alternati-vas ocupacionales con ingresos no asociados al empleo estatal. Las trabajadoras asumieron otras actividades que les aportaban ingresos adicionales a sus salarios, una práctica que no estaba generalizada antes de la crisis.

El debilitamiento real de los ingresos de la seguridad social y de la asistencia social provocó que los ingresos por jubilación fue-ran bajos. Esto afectó a las familias donde había jubilados, cuyos aportes al presupuesto familiar disminuyeron en un momento de sus vidas que requieren cuidados que no pueden cubrir con esos ingresos. Este fue un fenómeno nuevo con respecto al que existió desde los primeros años de incorporación de las mujeres al empleo. Muchas de las madres de las primeras trabajadoras asalariadas eran amas de casa y cuidaban a sus nietos. A medida que envejecieron estas madres se convirtieron en personas que requirieron que sus hijas las cuidaran sin abandonar sus empleos, lo que obligó a estas últimas a elaborar estrategias para atender-las. Esta situación nueva —conocida como “ética del cuidado”—

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apareció coincidentemente con el inicio de la crisis, se añadió a las actividades de la segunda jornada y afectó más a las mujeres trabajadoras que a los hombres. Muchas asalariadas se acogieron a licencias sin sueldo o causaron bajas en sus empleos para aten-der a sus familiares ancianos y a los de su esposo, reduciendo los ingresos que aportaban a sus hogares.

Los niveles de pobreza se elevaron. En 1985 se estimó que es-tas personas representaban el 6.3% de la población. En 1995 fue de un 14.7% y en la actualidad se estima que en las zonas urbanas incluye a un 20% de la población (Espina, 2007: 255). No puedo describir las diferencias por género de cada uno de estos datos. Tampoco existen estadísticas nacionales que midan las distancias reales entre los grupos de la población de acuerdo a los ingresos. Los estudios de caso recientes indican que las diferencias están en-tre uno y veinticuatro, relación que está muy lejos de los cálculos de uno a cuatro de 1978 (Espina, 2007: 255). No tengo las fuentes necesarias para calcular esta distribución por género.

LA MUJER EN LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA SOCIAL

¿Qué papel deben desempeñar las mujeres en las estrategias económicas y en las políticas sociales asociadas al empleo para continuar cumpliendo las metas de lucha contra la pobreza y las desigualdades? ¿Cómo hacerlo sin seguir los patrones de los mo-delos neoliberales pero interactuando con un mundo globalizado que se rige por las leyes del mercado?

Existen varias propuestas que coinciden en que la población es una de las potencialidades más importantes con que cuenta el país para salir de la crisis y continuar transitando hacia el bienestar pleno de la sociedad, en cuanto es necesario aprove-char eficientemente la fuerza de trabajo calificada y su elevado potencial de aprendizaje.

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Desde 1978 las mujeres han constituido más de la mitad de los profesionales y técnicos del país, es decir, su fuerza de tra-bajo calificada, y desde 1993 representan más del 60% de esta categoría ocupacional, como ya se ha explicado. Como trabaja-doras están presentes en todos los sectores económicos del país y en aquellos que deben convertirse en punteros de las nuevas exportaciones con alto valor agregado, como la industria far-macéutica con base biotecnológica y la creación de programas para la informática. En la industria azucarera, el turismo y en la aviación están también altamente representadas. En las univer-sidades constituyen el 57% de los profesores y en el sector de la ciencia, el 52% de la fuerza laboral (Prontuario Estadístico Edu-cación Superior, 2008: 7; ONEa, 2007: tabla xxii.1).

Las mujeres empleadas en los sectores de la educación, de la ciencia y de la salud son piezas claves para formar las capa-cidades de aprendizaje tecnológico y cultural que necesitan los trabajadores actuales y los futuros para desempeñar habilida-des laborales de avanzada. Ellas representan la mayoría en la educación primaria—que gradúa a un 99.8% de los educandos—, secundaria —con un 98.4% de egresados, y de la enseñanza preuniversitaria— que gradúa a un 78.4% de los matriculados (ONE, 2008). En la educación superior representan más del 50% del personal docente. Como hemos visto, las mujeres juegan un papel muy importante en la formación de los estudiantes desde los niveles más básicos hasta completar sus estudios universi-tarios (Prontuario Estadístico Educación Superior, 2008: 11). El hecho de que tan alta proporción de la población cubana perma-nezca en instituciones educacionales durante tantos años genera en estas personas potenciales de disciplina que pueden desple-gar en su vida laboral.

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Como hemos planteado antes, las mujeres asalariadas en el país se mantienen hoy con niveles de educación vencidos más altos que los hombres ocupados. La feminización de la educación asegura que esta tendencia se mantenga en el futuro. En el curso 2007-2008, del total de los matriculados en la educación supe-rior, el 63% fueron mujeres. En el curso 2006-2007 el 65% de los egresados de la educación superior fueron mujeres (Prontuario Estadístico Educación Superior, 2008: 4, 27). Ellas constituyeron el 74% de los graduados en Ciencias Médicas, el 71% en Ciencias Económicas, el 48% en Ciencias Naturales y Matemáticas, el 37% de las Ciencias Tecnológicas y el 34% de Ciencias Agropecuarias, por mencionar carreras vinculadas a actividades económicas que anteriormente eran masculinas (ONE, 2008). Esta es otra razón para que se les considere como figuras imprescindibles para ase-gurar la fuerza de trabajo altamente calificada que requieren las políticas de desarrollo cubanas. Estudios de caso han demos-trado que las mujeres tienden más a continuar superándose que los hombres: las trabajadoras tienen más títulos de máster y de doctorados que los hombres, se matriculan más en las sedes universitarias municipales en cursos de postgrado y en cursos de idiomas.

Las mujeres que trabajan en el sector de la salud ayudan a promover una cultura de salud en la población, que es parte de la cultura laboral para lograr la excelencia en el desempeño la-boral y mejorar el bienestar de la población. Ellas han sido parte de los profesionales de la salud que han trabajado en el exterior durante décadas en calidad de servicios exportables y en cola-boración.

El acceso de las mujeres a los puestos de dirección no puede esperar a que se transformen radicalmente los patrones de la cultura patriarcal. La promoción femenina a cargos directivos

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tiene que contribuir poderosamente a estos cambios, como fue el caso de la incorporación y permanencia de las mujeres a la fuerza laboral en los sesenta y los setenta en Cuba, de lo que hay que extraer experiencias.

Las cubanas, sobre todo las trabajadoras, continúan cargando con el fardo de la segunda jornada. Ellas pueden ser ingenieras, científicas, juezas, profesoras, empleadas de servicios u obre-ras, pero dedican tres veces más tiempo a estas tareas que los hombres trabajadores. Me valdré de un ejemplo reciente para argumentar por qué en esta situación pesa mucho la ideología patriarcal de hombres y mujeres. Desde 2004 en Cuba se lleva a cabo la llamada “revolución energética”, que consiste en cam-biar totalmente en todo el país y de manera urgente la estructura de la producción y del consumo energético del país. Como parte de este empeño, se distribuyeron equipos electrodomésticos de bajo consumo energético a toda la población a precios subsidia-dos, en moneda nacional y con créditos. Esta acción perseguía sustituir equipos altos consumidores de energía que proliferaron en los hogares hasta ese momento, que provenían de los países socialistas o que databan de antes de 1959. La sustitución de estos equipos se hizo en un año, y en su dirección y control in-tervinieron mujeres dirigentes y profesionales del Ministerio de la Industria Básica. Sin embargo, estudios de caso realizados en los últimos cuatro años muestran que, aunque hay una tendencia entre los más jóvenes miembros de las familias a compartir el trabajo doméstico aligerado por estos equipos, siguen siendo las mujeres las que más los emplean porque dicen que tienen que cuidarlos. Por tanto ellas continúan responsabilizadas con las ta-reas de la segunda jornada, ahora pulsando botones eléctricos.

El 70% de la población cubana hoy día nació después de 1959, lo que se refleja en la composición por edades de las familias.

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Estas personas han estado expuestas a las influencias de las ac-ciones para superar las desigualdades de género en los últimos cincuenta años. Sin embargo, continúan bajo el influjo de la ideología patriarcal. Y esta ideología, que perpetúa la discri-minación contra las mujeres, es una cuestión tan importante a resolver como las carencias en la vivienda, en los equipos elec-trodomésticos y en los artículos de consumo.

Quiero exponer cómo se argumentó a la población la nueva Ley de Seguridad Social, antes que fuera discutida por todos, porque es un ejemplo de cuánto se puede profundizar en la comprensión de tan importante política social cuando se em-plea una perspectiva de género.

Cuba ha sufrido en los dos últimos años un decrecimiento de su población por la influencia de múltiples variables sociode-mográficas. Entre ellas está el envejecimiento poblacional (17% de los habitantes tiene sesenta años y más y se estima que en 2025 sea el 26.1%; la esperanza de vida al nacer es de setenta y siete años); la baja natalidad sostenida desde 1978 (caída de las tasas de fecundidad 1.43 y de reproducción 0.69); la incorpora-ción y permanencia de las mujeres al empleo y la existencia de programas estatales de planificación familiar desde 1964, que garantiza una salud sexual y reproductiva. Las proyecciones para el 2025 auguran que disminuirá el número de personas que arri-ben a la edad laboral y que las mujeres en edades reproductivas disminuirán en un 25%. La nueva Ley de Seguridad Social propone alargar la edad de jubilación de las mujeres de cincuenta y cinco a sesenta años y la de los hombres de sesenta a sesenta y cinco años y modificar desde el 2009 los cálculos de las pensiones de las personas que se jubilen para elevar sus montos (Anteproyecto de la Ley de Seguridad, 2008).

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Ninguna de las explicaciones que se emplearon para modificar la ley “culparon” a la mujer ni de la reducción de la natalidad ni de su permanencia en el empleo. Al contrario, los problemas de la fecundidad se han explicado como un fenómeno que compete a hombres y mujeres por igual, a pesar de que ha sido compren-dido como algo que solo concierne a las segundas. Las nuevas medidas que se incorporan a la ley beneficiarán a mujeres y a hombres. Por ejemplo, hasta el momento solo se otorgaba a las viudas el derecho a optar por la pensión suya o la de su marido y a partir de la entrada en vigor de la nueva ley ellas podrán recibir las dos pensiones. En el caso de los viudos se le otorgará el nuevo derecho de optar por la pensión más favorable, lo que no existía hasta el momento.

CONCLUSIONES

Desde 1959 las políticas para lograr la igualdad de la mujer en Cuba consideraron que la lucha para erradicar todo tipo de dis-criminación está ligada a la eliminación de la pobreza, las in-equidades y el subdesarrollo. En nuestro país se concibió que esta misión solo se convirtiera en realidad si se distanciaba de aquellas concepciones que únicamente ofrecen programas “asis-tenciales” y, por el contrario, se declaró que para resolver estos problemas había que transformar las relaciones sociales. Duran-te los últimos cincuenta años las mujeres tuvieron que batallar contra las relaciones sociales que promovían la discriminación y se convirtieron en agentes de sus propios cambios. Esta visión se complementó con la comprensión de que este era un proceso permanente y que a lo largo del mismo las mujeres debían tener un trato diferenciado.

Estas han sido las bases de la sostenibilidad de la política de desarrollo de la mujer, que han sido las mismas que han con-

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firmado las luchas contra las desigualdades y la pobreza en la sociedad cubana. A fin de mantener estas características ha sido imprescindible y así lo será en todo momento renovar constan-temente los procedimientos para cambiar lo que deba ser cam-biado “en la economía cubana para reactivar la producción y los servicios internos, financiar las políticas sociales que aseguren el bienestar de la población y legitimizar al Estado como garante de este proceso dinamizador” (Anteproyecto de la Ley de Segu-ridad, 2008).

Mayra Espina plantea que es preciso además “alcanzar una nueva comprensión de la igualdad como cualidad esencial de las relaciones sociales y muy especialmente de la distribución y ac-ceso a la satisfacción de las necesidades materiales y espiritua-les sustentada en la comprensión de la diversidad”. Esto significa incorporar criterios diferenciadores en las políticas para crear las riquezas y para distribuirlas. Siguiendo el criterio de Carlos Marx, en el socialismo debe regir la norma “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, lo que implica tener desigualdades que emanan del aporte de cada quien a la sociedad. Significa también evitar la utilización de criterios “igualitaristas” que favorezcan a quienes no aporten con su trabajo.

Si se aplica la perspectiva de género al estudio de las expe-riencias cubanas de desarrollo, y no solo para comprender la promoción de la mujer en el empleo y sus efectos en las relacio-nes de género, entonces las ciencias sociales cubanas contarían con informaciones en materia de género que aún carecen y que les permitiría extraer criterios diferenciadores.

La sustentabilidad de las políticas de empleo femenino se basó en su renovación constante para adaptarse a las condicio-nes concretas de cada momento. Ello se debió a la comprensión de que a medida que cambiaban las mujeres por ser agentes de

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sus propios cambios, las políticas que promovieron estas trans-formaciones tenían que modificarse para adecuarse a las nuevas mujeres y a las nuevas condiciones del país. Así ocurrió con los experimentos con el empleo femenino en los primeros diez años, con la Ley de Maternidad durante la crisis y con la Ley de Segu-ridad Social que se discute en estos momentos.

La forma en que académicos y políticos han abordado la igualdad de la mujer ha cambiado a lo largo de estos cincuenta años, sobre todo porque no se detienen en atender solamente a la mujer sino que incorporan la visión de género. Ello se ob-serva cuando, una vez que se crearon las condiciones legales que aseguraron igual salario a igual puesto de trabajo, se pasó a la necesidad de que la mujer rompiera con las desigualdades en la producción social y en la reproducción de la vida y que la sociedad entera se propusiera romper una cultura de dirección patriarcal en el empleo y en la familia. Se patentizó también en la forma en que se está abordando el tema de los bajos índices de fecundidad que han provocado, junto a otros factores, un de-crecimiento de la población cubana en los últimos dos años. Este se trata como un problema de hombres y de mujeres y no solo como un tema femenino.

Las nuevas visiones sobre la mujer y sobre las relaciones de género en Cuba no han ido aparejadas con una transformación en las subjetividades patriarcales de la sociedad y de las muje-res. Hay cánones tradicionales discriminatorios que viven en el ser y el pensar de las cubanas y los cubanos. Este es el caso de la ideología de que el hombre es el principal proveedor de su hogar, que provoca que en muchos casos los jóvenes no continúen los estudios superiores porque tienen que empezar a trabajar para recibir los ingresos que les permitan “construir sus familias”. En la realidad los hombres han dejado de ser los principales pro-

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veedores, como lo demuestran investigaciones sociales sobre el empleo femenino en Cuba.5

Han transcurrido casi cuatro décadas desde que se produjo la incorporación masiva y en permanente ascenso de las mujeres a la fuerza laboral. Han sido años de alegrías y de pesares provo-cados por los cambios en las relaciones en el hogar, el empleo y en la comunidad, que se han operado en las trabajadoras de tres generaciones y quizás más y en quienes las rodean. El saldo ha sido que todas y todos hemos aprendido a ser mejores seres humanos.

Espero que este trabajo ayude a demostrar cuán útil es la perspectiva de género para penetrar en el estudio de la expe-riencia cubana de desarrollo en la transición socialista, que no ha elegido políticas neoliberales para diseñar sus estrategias económicas y sus políticas sociales para erradicar las causas de la pobreza, de las desigualdades de todo tipo, incluidas las de género y para promover el liderazgo de las mujeres. Las cate-gorías feministas aportan nuevas formas de evaluar las esencias de los logros y los obstáculos de las cubanas en el umbral de la producción y de la reproducción de la vida en los últimos cin-cuenta años. Se requiere aún profundizar en los estudios de las actitudes masculinas en las relaciones genéricas para facilitar la transformación de los patrones patriarcales. Ha sido para mí un ejercicio muy enriquecedor, en el que he adquirido conocimien-tos a medida que he ido cuestionando constantemente la reali-dad, y me ha ayudado en la comprensión de los fenómenos que estudio. Es el no temer a construir conocimientos no conclusivos pero bien fundamentados, que den lugar a que continúen otros sobre estos avances.

5 Ver las investigaciones del equipo de la FMC en la textilera Celia Sánchez, el libro de Helen Safa de 1995, y los estudios producidos por académicas y académicos cubanos desde mediados de los ochenta.

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UNA MIRADA DESDE EL GÉNERO A LA MIGRACIÓN CUBANA RECIENTE1

Las cubanas y los cubanos que emigraron en los noventa tras vivir dos décadas o más en su país de origen llevaron consigo una ideología de género adquirida en una sociedad donde las relacio-nes de género se transformaron radicalmente.

El primer propósito que persigo es aproximarme a las espe-cificidades genéricas de quienes se marcharon de Cuba a partir de los noventa, con el fin de sacar a la luz las singularidades de su ideología de género y de la feminización de las migraciones internacionales en Cuba. En segundo lugar quiero encontrar los orígenes de esas actitudes en las estructuras sociales prevale-cientes en Cuba a lo largo de la infancia de estas personas, de su adolescencia y adultez temprana. Esto constituye un primer paso para compararles con los cubanos y cubanas que emigraron antes de los ochenta y con los emigrados y emigradas latinoame-ricanos y caribeños. Por último deseo utilizar la perspectiva de género para producir conocimientos nuevos sobre los procesos migratorios cubanos así como para estudiar las relaciones de gé-nero que prevalecieron en Cuba en los años que precedieron a la crisis de los años noventa y en la primera década del siglo xxi.

La tendencia universal de la feminización de las migraciones internacionales describe el comportamiento del caso cubano,

* Esta es una versión actualizada de la ponencia “Cubans Abroad: A Gendered Case Study on International Migrations”, presentada en el Taller por el Cincuenta Aniversario de la Revolución Cubana en la Universidad de Queen´s, Canadá, en 2009.

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sus similitudes y diferencias con otros (Núñez, 2007). De 1960 a 2008 las mujeres representaron el 50.89% del 1 332 432 de personas que emigraron.2 Sin embargo, estas mujeres y hombres han diferido en sus actitudes de género según los años en que se marcharon de Cuba y de acuerdo al “entrenamiento de género” que recibieron en su país de origen.

Los cincuenta y cinco emigrados y emigradas entrevistados para este estudio nacieron en los setenta y se marcharon de Cuba en su adultez temprana entre 1997 y 2008. Por más de dos décadas resultaron influidos por las estructuras sociales cuba-nas. Los hallazgos de este artículo se basan en un estudio de caso con treinta y cinco cubanas y veinte cubanos que emigraron de La Habana desde fines de los noventa y que habían concluido los estudios universitarios o se habían graduado de la enseñanza técnica y profesional. La mayoría de las entrevistadas y de los entrevistados tenía entre veintiséis y treinta y seis años al mar-charse del país, mientras que solo tres de ellas tenían más de cincuenta y cinco años al hacerlo.

Todas estas personas salieron de Cuba legalmente. Decidí en-trevistarles personalmente para no sesgar estas conversaciones con las diferencias que suelen introducir varios entrevistadores. Como no tenía fondos para viajar a aquellos países donde se concentra la emigración cubana y como en el período en que realicé el trabajo de campo el gobierno de Estados Unidos no otorgó visas académicas a cubanas y cubanos, resolví llevar a cabo las entrevistas durante las visitas a Cuba de las emigra-das y de los emigrados entre 2003 y 2008. Por tanto los países de residencia de estas personas en el momento de la entrevista resultaron seleccionados aleatoriamente. Entre los cincuenta y cinco individuos que estudié hay una representación relativa-

2 Calculado por la autora a partir del Anuario Demográfico de Cuba de 2008.

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mente alta de emigradas y emigrados que viven en la República Dominicana porque utilicé mis periodos de estancia en ese país como profesora invitada para entrevistarles. El resto reside en Estados Unidos, España, Italia y Alemania. Consulté igualmente para este estudio a expertas y expertos en género y migraciones internacionales, analicé bibliografía sobre estos temas y escribí un diario con mis observaciones a partir de 2003.

Decidí concentrarme en la última década del siglo xx porque fueron años de una severa crisis en Cuba, que impuso un viraje en las estrategias de desarrollo cubanas y detuvo la movilidad social ascendente que la población había experimentado entre 1959 y 1989. Fueron los años más duros de la transición hacia el socialismo porque la sociedad sufrió un retroceso en sus niveles de vida del cual aún no se ha recuperado.

En los primeros treinta años de la revolución las aspiraciones de las cubanas y de los cubanos fueron alentadas por los logros evidentes en los niveles personales y sociales. Esta crisis de los noventa provocó que muchos cubanos y cubanas estimaran que no podían cumplir sus elevados proyectos de vida en su país natal y decidieran emigrar para lograr estas expectativas en otros paí-ses. Pero llevaron consigo los atributos de la ideología de género adquiridos en Cuba.

En la primera parte de este artículo analizo las caracterís-ticas de género que los hombres y las mujeres de mi muestra trasladaron desde Cuba y las formas en las que estas particu-laridades estuvieron presentes en los procesos migratorios de estas personas. La segunda parte resume algunos rasgos de las estructuras sociales cubanas, sobre todo aquellos que suscitaron la evolución de la mujer en Cuba y su papel como el motor de las transformaciones de las relaciones de género, así como ciertas peculiaridades de la crisis de los años noventa.

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CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO DE LA EMIGRACIÓN CUBANA

Feminización de las migraciones

Actualmente la mayoría de las y los migrantes provenientes de Cuba vive en los Estados Unidos y el 50.8% de las cubanas y los cubanos que reside en Estados Unidos y nació en Cuba son mu-jeres (ONE, 2002). Estas dos propensiones coinciden con lo que sucede en los países caribeños (Fondo de Naciones Unidas para la Población [UNPF], 2006: 23).

Un informe del UNPF reconoce que las mujeres latinoameri-canas y caribeñas han incrementado sus flujos migratorios hacia otras regiones del mundo (2006: 23). El caso cubano es similar: en 2005 había cubanas y cubanos viviendo en 148 países del mun-do (Aja, 2006: 152).

Sin embargo, los flujos de feminización de las migraciones desde Cuba hacia Estados Unidos difieren de los que proceden de América Latina y del Caribe debido a las políticas migratorias preferenciales y selectivas que los gobiernos de Estados Unidos aplican a las ciudadanas y a los ciudadanos provenientes de Cuba (Eckstein, 2009: 12-13; Sorolla, 2009).

Existen también variaciones en las actitudes de género de las mujeres que se marcharon de Cuba en los sesenta y setenta y aquellas que emigraron después de 1990. Las primeras no ex-perimentaron los profundos cambios en las relaciones de género que vivió la población cubana en esas décadas. Estas transfor-maciones beneficiaron ante todo a las mujeres y también a los hombres en términos de niveles educacionales altos, destrezas técnicas y profesionales de avanzada, hábitos de salud integra-les, conocimientos sobre planificación familiar, patrones de edu-

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cación sexual y nociones sobre igualdad de derechos entre otras habilidades en materia de género.

La capacidad para tomar decisiones fue una de las nuevas actitudes de género que todas las mujeres cubanas asimilaron a partir de 1959. A ello contribuyó que se vieran obligadas a realizar simultáneamente tareas en sus empleos y en la segunda jornada a partir de niveles educacionales relativamente altos y en medio de una sociedad que promovía igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Las mujeres de este estudio usaron estas pericias en las vías que eligieron para emigrar.

Dos tercios de las emigradas cubanas que entrevisté salieron de Cuba solas, esto es, la mayoría de ellas viajó sin estar acom-pañada por una pareja o no tenía una pareja que la estuviera esperando en el país de destino. Los hombres se comportaron de la misma forma. Las cubanas Gretel Marrero (2008: 114-115) y Elpidia Moreno (2009) confirmaron estas tendencias en sus in-vestigaciones.

Las mujeres y los hombres incluidos en mi estudio expresaron que emigraron porque deseaban forjarse “sus vidas” en otros paí-ses. Seleccionaron esta alternativa porque eran suficientemente “independientes” y estaban “preparados” para ello: se habían graduado de la universidad, habían trabajado por dos años o más en sus profesiones recibiendo salarios insuficientes y tenían amis-tades y parientes viviendo en el extranjero quienes les habían prometido “darles una mano”. Varias de las personas entrevis-tadas añadieron que Cuba necesitaba al menos veinte años para recuperarse económicamente y que ellas no estaban dispuestas a esperar tanto tiempo para realizar sus proyectos de vida. Exper-tas y expertos consultados para este trabajo explicaron que este es un “sueño” que resulta común entre las emigradas y los emi-grados, pero que solo unos pocos pueden convertir en realidad.

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Las emigrantes y los emigrantes que eran profesionales re-presentan a una generación que fue entrenada en Cuba para actuar con autodeterminación, independientemente de su géne-ro. Estudiaron al menos durante diecisiete años en instituciones educacionales —desde el preescolar hasta finalizar cinco años de enseñanza en la educación superior. Quienes asistieron a círcu-los infantiles podrían agregar dos años más. Desde el séptimo grado permanecieron cada año al menos un mes trabajando en la agricultura y viviendo en campamentos donde conviven estu-diantes de ambos sexos, después asistieron a preuniversitarios en el campo y continuaron viviendo en dormitorios en las uni-versidades, si residían lejos de sus respectivas instituciones. Por tanto compartieron sus vidas cotidianas tanto con miembros de sus cohortes como con sus familiares.

Muchos de sus padres y madres estudiaron en la Unión Sovié-tica y en países europeos orientales y/o trabajaron en misiones de colaboración en otros países y, por consiguiente, las personas en mi estudio tuvieron paradigmas cercanos de lo que significa vivir en el extranjero.

Resultaría interesante contrastar estos comportamientos, es-pecialmente los de las mujeres, con los de los y las emigrantes de Cuba a lo largo de los sesenta, setenta y hasta mediados de los ochenta.

Empleo y segunda jornada

La totalidad de las mujeres y los hombres en este estudio se gra-duaron de universidades cubanas durante los noventa y en los pri-meros años de este siglo. Trabajaron en empleos vinculados a sus profesiones al menos durante dos años antes de abandonar el país.

En sus países de destino solo una tercera parte de las muje-res y menos de la mitad de los hombres ocupaban empleos de

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acuerdo a sus profesiones. Aproximadamente todas y todos te-nían más de un empleo para cubrir sus gastos y hubieran deseado emplearse en cargos vinculados a sus profesiones, pero estaban satisfechos de contar con empleos que cubrieran sus gastos.

La generalidad de los entrevistados y entrevistadas manifestó que sus posibilidades para superarse profesionalmente eran su-mamente limitadas. Expertas y expertos que entrevisté dijeron que es mucho más difícil para las mujeres que para los hombres encontrar trabajos afines a su entrenamiento profesional en los países adonde emigraron. Las emigradas estaban muy desilu-sionadas con esto pero señalaron que tuvieron que adaptarse a estas circunstancias. Constataron varias características discrimi-natorias: salarios inferiores para las mujeres en relación con los hombres; insuficiente o casi ninguna licencia laboral remunera-da; horarios de trabajo extremadamente intensos y dos mencio-naron casos de abusos sexuales con compañeras de trabajo.

Las emigrantes y los emigrantes cubanos aceptaron la idea de que ambos miembros de la pareja trabajen y agregaron que ambos estaban entrenados por igual para emprender cualquie-ra ocupación “decente”, “apropiada” y que “genere ingresos”. Esta opinión podría derivar del entrenamiento educacional pro-longado que tuvieron en Cuba que les disciplinó para ajustarse a horarios fijos desde la mañana hasta la tarde así como de los paradigmas laborales que observaron en sus padres y madres. También estuvo presente la influencia que ejerció el empleo fe-menino sobre la ideología de género en Cuba. Las madres de mis entrevistados y entrevistadas eran asalariadas y, por tanto, las y los migrantes de este estudio reconocían, desde la infancia, el empleo femenino como algo “natural” y, en el caso de los hombres, a admitir a mujeres como compañeras de trabajo y como dirigentes y asentir casarse con trabajadoras. Las personas

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que emigraron de Cuba llevaron este entrenamiento a los países donde viven ahora.

Esta “preparación” promovió una nueva visión sobre la se-gunda jornada ya que ambos miembros de las parejas se incor-poraron por igual en sus países de destino a las tareas domésticas, en mayor medida que lo que hacían sus padres en Cuba. Es una suerte de “florecimiento pospuesto” de las habilidades masculi-nas para participar en la “esfera privada” que no practicaron en Cuba, aunque tenían el entrenamiento para hacerlo.

Remesas

Las cincuenta y cinco personas de este estudio enviaban a fami-liares y a amistades en Cuba dinero y/o bienes sin una regularidad fija. Los individuos entrevistados remitían dinero separadamente a sus familiares, pero generalmente unían sus entradas cuando se trataba de amigos y amigas comunes.

En una entrevista realizada al experto Ángel Hernández en julio de 2010, refirió que en 1994 y 1995 se estudiaron por pri-mera vez los envíos de remesas en Cuba a través de muestras relativamente pequeñas y se conoció que en el 78% de dichos núcleos las mujeres fueron quienes recibieron y decidieron cómo emplear las remesas en el núcleo familiar. La edad promedio de ellas rondaba los cincuenta y cuatro años. El número de personas beneficiadas por estas remesas fue de 3.7 personas por núcleo familiar. Desde entonces se estableció en la práctica investigati-va que en Cuba la mujer era la principal receptora y administra-dora de las remesas.

Entrevistadas y entrevistados en mi estudio de caso conside-raron que el dinero que remitieron fue utilizado para necesidades diarias y para reparar las casas o agrandarlas. Nadie mencionó que los parientes y las amistades en Cuba ahorraban las remesas

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“para el futuro”. Consideraron que no hay necesidad de girar dinero para pagar alquileres, hipotecas, para matricular a niños en escuelas o a jóvenes en universidades o para sufragar los ser-vicios médicos. Eckstein y Barbería en sus trabajos del 2007 afir-maron que en Cuba las remesas suelen utilizarse para comprar casas, pero nadie en mi muestra mencionó esta posibilidad.

Un estudio del Banco Mundial concluyó que

… la participación de las mujeres en el envío de remesas imprime un efecto negativo […] debido a dos causas […]. Primero, un nivel alto de emigración femenina indica que más personas emigran con sus familias y tienen menos probabilidades de dejar a familiares detrás. Segundo, los niveles de participación de las mujeres mi-grantes en el mercado laboral y sus ingresos tienden a ser menores en los países de destino, lo que significa que cuentan con menos ingresos para enviar remesas (Niimi y Caglar, 2008: 78).

Ninguno de estos dos factores limitó a los individuos que es-tudié de enviar remesas a Cuba. No indagué las cantidades de dinero que envían pero sí constaté que, aunque el segundo ar-gumento está presente entre las emigradas cubanas, las mujeres y los hombres de este estudio mantienen relaciones con sus fa-milias en Cuba y les ayudan. La mayoría de sus padres, madres, abuelos y abuelas se quedaron en Cuba y las emigrantes y los emigrantes colaboran al suministrar dinero para cuidarles en sus hogares. Las personas a quienes entrevisté conservan lazos cerca-nos con sus abuelas y abuelos ya que les cuidaron en su infancia y adolescencia mientras sus madres estaban empleadas, muchas de ellas pertenecientes a la primera generación de asalariadas cubanas. Uno de los entrevistados expresó: “Mientras la situación en Cuba esté deprimida tengo que ayudar a quienes me criaron”.

Niimi y Caglar concluyeron que “la elevación del nivel edu-cacional de los migrantes reduce las remesas enviadas” porque

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“…los migrantes más educados tienden a provenir de familias más adineradas, que dependen menos de las remesas”; “…los migrantes educados pueden traer más fácilmente a sus familias consigo, lo que también disminuye la demanda de remesas” y “…los migrantes educados suelen asentarse permanentemente en su país de destino e invertir en sus activos” (2008: 77-78). Cuando se marcharon de Cuba los hombres y mujeres de este es-tudio tenían niveles de vida relativamente altos comparados con la generalidad de la población. Sus familias tenían condiciones mejores que las del resto del país. Sin embargo, decidieron que no podrían alcanzar en Cuba sus aspiraciones materiales y es-pirituales crecientes.

Una vez que comenzaron a enviar dinero y bienes a sus hogares, empezaron a introducir diferencias entre sus familias y las otras familias cubanas que no recibían remesas. Espina explica que este

efecto diferenciador se amplía porque las remesas no constituyen un simple ingreso adicional sino uno extraordinario ya que con-llevan a niveles de consumo mucho más altos que los que propi-cian los ingresos en la devaluada moneda nacional y porque no están distribuidos homogéneamente en la población cubana sino de acuerdo a los nexos familiares con los y las migrantes (2008: 174).

Las emigrantes y los emigrantes con altos niveles educaciona-les incluidos en este estudio no tienden a traer desde Cuba a sus familiares a vivir con ellos de manera permanente en sus nuevos países de residencia, sino que les ayudan a sufragar sus gastos en Cuba con vistas a que vivan “más confortables” y mejoren sus vi-viendas para que las y los migrantes puedan disfrutarlas durante sus visitas a la Isla. No quieren que sus familiares pierdan el ac-ceso a la salud, a la seguridad social y a las viviendas que tienen en Cuba. Algunos han invitado a sus madres y padres a visitarles

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por varios meses con un doble propósito: para darles “un nuevo aire” con relación a las difíciles condiciones de vida imperantes en Cuba y para que les ayuden a cuidar a sus hijos pequeños.

Nupcialidad

La tendencia imperante en Cuba es vivir en parejas y establecer uniones consensuales más que legalizar los matrimonios (Cata-sús, 2005; ONE, 2007). Aunque la mayoría de las emigradas y los emigrados en mi muestra se fueron de Cuba sin una relación de pareja, cuando les entrevisté la mayoría vivía con parejas esta-bles. Reprodujeron la misma tendencia existente en Cuba con respecto a las uniones consensuales. Hay otra propensión entre las y los entrevistados que viven en parejas: lo hacen con pare-jas cubanas, incluso quienes establecieron originariamente una relación con extranjeros y extranjeras. Esto tiene que ver más con temas de identidad que con los demográficos y también está influido por las relaciones de género prevalecientes en el nuevo país de residencia. Varios migrantes hombres con quienes con-versé y que viven en un país caribeño confesaron que las mujeres de ese país dependían extremadamente de los hombres; que solo aspiraban a casarse para dejar de trabajar, convertirse en amas de casa y que sus maridos las mantuvieran; que evaluaban a los hombres de acuerdo a su dinero y propiedades y que no tenían temas para mantener conversaciones interesantes. Preferían a las cubanas a pesar de su independencia extrema —aunque “a ve-ces se les va la mano”—, por su disposición a trabajar y sus ca-pacidades profesionales para hacerlo. Un ingeniero dijo que “las cubanas en general pueden hablar de todo y yo extraño eso”.

Por otra parte, las emigradas cubanas con quienes conversé consideran que los hombres del país donde residen son “extrema-damente machistas”; que incluso podrían practicar la violencia

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doméstica. Una abogada dijo que “estos hombres desean man-tener a sus mujeres en las casas para que les crían sus hijos, mantengan todo en orden y ellos puedan salir con sus amantes”.

Los gays y las lesbianas a quienes entrevisté que viven con parejas cubanas manifestaron que pueden vivir juntos en sus apartamentos, pero deben tener sumo cuidado de no molestar a sus vecinos con sus preferencias sexuales. Una pareja de lesbia-nas se vio obligada a mudarse porque los vecinos del edificio las hostigaron indirectamente.

Algunos de los entrevistados y de las entrevistadas utilizaron su estado matrimonial para adaptarse a los requisitos migrato-rios del país donde residen. Varios se casaron con un ciudadano del país adonde querían emigrar o bien legalizaron su estado ci-vil con su pareja desde Cuba para cumplir las reglas migratorias del país de destino. Tres de las mujeres se divorciaron legalmen-te de sus maridos, aunque se mantuvieron unidas a ellos, para que las consideraran como madres solteras en el nuevo país de residencia y obtener así los beneficios preferenciales que otor-ga la seguridad social a los recién nacidos de madres con esa categoría.

Todas y todos relataron que habían tenido más de una re-lación conyugal antes de emigrar y después de hacerlo, lo que coincide con la tendencia de cubanas y cubanos a tener varias relaciones maritales a lo largo de sus vidas. Sin embargo, este comportamiento no siempre es aceptado por las reglas del país de destino. Un emigrado me comentó que en la ciudad en la que vive con su mujer y el hijo de ella “yo no suelo decir que ambos estábamos divorciados cuando empezamos a vivir juntos y nun-ca menciono que no estamos legalmente casados. Nos juzgarían mal y se podrían mofar de mi hijastro en su escuela”.

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Natalidad

Cuba se encuentra al final de la primera fase de su transición demográfica (Catasús, 2005; ONE, 2007). Según Juan Carlos Al-fonso, en 2006, 2007 y 2008 la población cubana decreció a con-secuencia de una contracción de la natalidad en las tres décadas pasadas (Peláez, 2006: 4). A través de estos años la tasa de nata-lidad fue menor que el reemplazo de la población debido a que había menos de una hija por cada mujer en sus años fértiles.

Las tasas de nacimiento fueron bajas desde 1978 por un con-junto de factores, entre los cuales está la participación de las mujeres en el empleo; el acceso universal de la población y es-pecíficamente de las mujeres a los métodos de la planificación familiar desde 1964; la legalización del aborto desde 1962 —a veces negativamente utilizado como anticonceptivo—; la caren-cia de viviendas; la mujer con sostén principal de la familia y la emigración de mujeres en sus años reproductivos.

¿Cómo contribuyeron a esto las emigradas y los emigrados de mi grupo de análisis? Quienes llevaron consigo a sus hijas despojaron a Cuba de futuras madres. Más de la mitad de las entrevistadas y de los entrevistados no tenían descendencia al marcharse de Cuba y las mujeres se fueron en sus años fértiles. No parieron en Cuba porque decidieron emigrar primero y solo después que tuvieran “todas las condiciones necesarias” plani-ficarían los embarazos. Las personas en este grupo de análisis definieron estas “condiciones” como tener una pareja estable y que ambos estuvieran empleados; ser propietarios de una casa o de un apartamento; tener al menos un auto y ser capaces de costear el viaje de una de sus madres para que les ayudara a criar al pequeño o a la pequeña durante sus primeros meses e incluso hasta su comienzo en la escuela. Estas madres “cuidado-ras” regresarían a Cuba después de varios meses. Anhelaban que

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su hijo o hija nacido en el país donde residen se convirtiera en ciudadano de este y así contribuyera a “anclarles” en ese país.

La totalidad de las emigradas y los emigrados de la muestra consideró que se beneficiaron de los programas de planificación familiar en Cuba. Poseen una “cultura” en el uso de anticoncep-tivos porque empezaron a usarlos a edades tempranas. Desde jóvenes en su país de origen las mujeres consultaban con los mé-dicos en los policlínicos y hospitales sobre cuáles serían los métodos anticonceptivos que les resultaban más adecuados y de conjunto decidieron cuáles utilizarían. Cada vez que visitan Cuba se re-visan sus dispositivos intrauterinos y se llevan consigo algunos nuevos y/o pastillas anticonceptivas cubanas. Como regla reco-nocen que ellas son quienes se responsabilizan con usar métodos anticonceptivos en las relaciones sexuales con sus parejas.

Roles de género para mantener tradiciones cubanas

Emigradas y emigrados mencionaron en primer lugar la importan-cia de la educación para su descendencia y para sí. Uno de los re-quisitos para tener un bebé fue asegurarles una buena educación desde la primaria hasta la universidad. Deseaban que sus hijas e hijos asistieran a “buenas” escuelas, preferiblemente privadas, y estaban dispuestos a dedicar para ello buena parte de sus pre-supuestos, incluso si tenían menos para comer. Manifestaron que era “una necesidad que heredamos de nuestros padres y madres. Ellos nos enseñaron que lo que se aprende se lleva adentro toda la vida y nadie te lo quita”.

Les preocupa que no cuenten con los recursos para superar-se profesionalmente en cursos para adquirir licencias, revalidar sus títulos universitarios, estudiar idiomas y matricularse en pro-gramas de maestría. Les resulta difícil cumplir los requisitos en materia de dinero y conocimiento de idioma.

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Asegurar a la prole una educación de calidad ha sido siempre una meta de las cubanas y de los cubanos. Este anhelo se convir-tió en realidad desde 1961 con la campaña de la alfabetización y la nacionalización de las escuelas privadas. La mitad de mis entrevistados y entrevistadas constituyen una segunda generación de profesionales puesto que al menos su madre o su padre se graduó del nivel superior de la educación después de 1959. Es por consiguiente comprensible que ellas y ellos prioricen la educación como la primera tradición cubana que aspiran a mantener.

En segundo lugar entre las costumbres mencionaron el an-helo de mantener los vínculos familiares con sus parientes que permanecieron en Cuba y con quienes emigraron. Insistieron en la necesidad de mantenerse al día de las cuestiones familiares y de compartir el cuidado de los adultos mayores. Quienes tienen acceso a medios de comunicación electrónicos en Cuba y en el país donde residen aprovechan estas facilidades para mantener sus contactos.

En tercer lugar se refirieron al hábito de mantener la lengua al menos en sus hogares si residen en países donde el español no es el idioma oficial. Esto resulta muy difícil para los niños y niñas que viven en países donde no hay comunidades de habla hispana.

Se refirieron indistintamente a cocinar comidas cubanas o a comer en restaurantes cubanos; escuchar y bailar música cuba-na; ver filmes y seriales televisivos producidos en Cuba; decorar sus viviendas con motivos cubanos y celebrar fiestas tradiciona-les “a lo cubano” (fiestas de cumpleaños, celebraciones de los “quince”, conmemorar los Días de las Madres y de los Padres, las Navidades, el Año Nuevo, San Lázaro, Santa Bárbara, la virgen de la Caridad del Cobre).

Las mujeres y los hombres en mi estudio distinguieron al me-nos tres “escenarios” para mantener las tradiciones cubanas y para estar informados de lo que acontece en la Isla. Primero

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consideran que las mujeres son las que reproducen las tradicio-nes en el ámbito de la familia en el extranjero, tanto si están solas y las encabezan o si viven con sus parejas. Hallé también entre los hombres a quienes promueven estas costumbres mucho más entusiastamente que sus esposas cubanas. Conocí asimismo a emigradas cubanas casadas con extranjeros que reprodujeron la “ética del cuidado” practicada en Cuba, esto es, que la mujer se ocupa de atender a su suegra.

El segundo escenario que mencionaron fue el de la relevancia de mantenerse en contacto con amistades cubanas para inter-cambiar sobre temas de la Isla y para saber dónde están residien-do. Una vez más la importancia de la comunicación electrónica aparece porque muchos de ellos la usan para mantenerse en con-tacto diariamente.

En tercer lugar aludieron a la internet. Acceden a versiones electrónicas de los medios cubanos o los que se producen en ciudades donde reside la emigración cubana, descargan filmes y música cubana y contactan blogs que tratan temas cubanos.

Les pregunté si reproducen los patrones de conducta de géne-ro comunes en Cuba en sus vidas diarias y si habían considerado incorporar estos patrones en la enseñanza de sus hijos e hijas. Mujeres y hombres reconocieron que mantienen rasgos “machis-tas” en sus comportamientos tanto de forma consciente como inconsciente. Sin embargo, estimaron que son menos “machis-tas” que la generación de sus padres y madres.

Con respecto a cómo educan a sus hijos e hijas, quienes viven en países donde predomina la cultura patriarcal confiesan que les resulta muy difícil desviarles de esas costumbres, porque en sus hogares le enseñan a su prole códigos genéricos que trajeron de Cuba pero en las escuelas y entre sus compañeros de aula y de juegos, los hábitos que predominan son los patriarcales.

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CONCEPCIONES CUBANAS DE DESARROLLO, CRISIS DE LOS NOVENTA Y SUS INFLUENCIAS EN LAS RELACIONES DE GÉNERO

¿Cuáles fueron las estrategias cubanas de desarrollo vigentes en los últimos cincuenta años, que propiciaron transformaciones en lo que significa ser mujer, ser hombre y ser una persona de una orientación no heterosexual? Decidí resumirlas en esta segunda sección para comprender por qué afirmé al inicio que las perso-nas que emigraron de Cuba desde mediados de los años noventa portaron características genéricas diferentes a quienes emig-raron en los sesenta y los setenta. Resumo cómo la crisis cubana de la década de los noventa obstaculizó en unos casos y detuvo en otros el curso de los programas para desarrollar al país, lo que provocó que muchos cubanos y cubanas optaran por emigrar.

Los primeros treinta años posteriores a 1959 suscitaron en todo el país una movilidad social ascendente porque las visiones sobre el desarrollo se propusieron proveer bienestar material y espiritual a todos y todas. Las mujeres resultaron privilegiadas porque estaban entre las más pobres y discriminadas y porque desde un inicio la dirección del país y la FMC las incluyeron en todas las acciones económicas, en las regulaciones legales, en las políticas sociales y en las acciones en el terreno de las ideologías diseñadas para lograr el pleno ejercicio de la igualdad. En el país no se adoptó la política de que el crecimiento económico fuera la condición imprescindible y previa para el progreso femenino.

Las políticas sociales que derivaron de esta noción invirtieron los ingresos producidos por la economía nacional en las esferas de la educación, la salud, la seguridad social, la asistencia social, la cultura y los deportes con el fin de asegurar el acceso universal y gratuito de la población a ellas. Las mujeres irrumpieron masiva-mente en estos “espacios de igualdad” (Espina, 2007: 247; 2008:

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144-145) y ello explica por qué se produjeron fenómenos tales como la futura feminización de la educación, su incorporación al empleo —sobre todo en calidad de profesionales y técnicas—, y sus capacidades para tomar decisiones.

En otros trabajos he enfatizado en la relevancia que tuvo la incorporación y permanencia de las mujeres al empleo para lo-grar las enormes transformaciones que ellas han experimentado y que, como resultado, han cambiado las relaciones de género cubanas. Pero quiero insistir en la particularidad de lo que des-cribí como un modelo “desde arriba” y “desde abajo”. Según este, las concepciones para desarrollar a las cubanas impulsaron a que ellas participaran en todas las acciones para combatir las desigualdades y la pobreza desde los primeros años de la revo-lución; estas tareas incluyeron a todas las esferas de la socie-dad simultáneamente y fueron practicadas de manera flexible para ajustar y reajustar las políticas diseñadas “desde arriba” de acuerdo a sus materializaciones en la cotidianidad y a las acepta-ciones y rechazos que han recibido “desde abajo”. Este modelo ha tenido logros y deficiencias como también el enorme proyecto para revolucionar la sociedad cubana con las prisas para eliminar las inequidades y bajo gigantescas presiones externas e internas. Pero considero que representa un ejemplo a estudiar por otros países subdesarrollados que anhelan un mundo mejor.

Desde inicios de los sesenta se experimentaron varias ma-neras para incorporar a las mujeres al empleo. Entre las muchas vías mencionaré las escuelas que entrenaron a las empleadas domésticas para convertirlas en taxistas, empleadas bancarias y telefónicas. Se ensayaron varias maneras para emplear a las mu-jeres en tareas agrícolas estatales: en unos casos las llevaban diariamente de las ciudades a los campos y, en otros, las alber-gaban durante semanas en dormitorios enclavados en los planes

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agrícolas. A estas nuevas obreras agrícolas y a las recién estrena-das “textileras” se les crearon facilidades en los bisoños círculos infantiles. Estas tentativas y muchas más sirvieron de suelo nu-tricio para ajustar las políticas de empleo que garantizaron la in-corporación masiva, permanente y en ascenso de las mujeres al empleo a partir de 1970. Entre estas políticas estaban las recién estrenadas leyes de seguridad social que aseguraron igual pago por igual trabajo a hombres y mujeres. A la vez se aplicaban a las mujeres tratamientos diferenciados en los centros de trabajo, ya que estaban en mayores desventajas que los hombres con vistas a poner fin a esta situación y asegurarles así salarios que contri-buyeran a independizarlas.

Sin embargo, el peso de la “doble jornada” continúa hasta hoy perjudicando a las mujeres asalariadas. Este es quizá el ejemplo más evidente de las discriminaciones que promueven los patrones patriarcales aún vigentes.

La feminización de la educación comenzó con la campaña de alfabetización, continuó con los programas para la educación de adultos o trabajadores y con el otorgamiento de becas a los estudiantes en todos los niveles de enseñanza. Este fue uno de los motivos para que las trabajadoras mostraran niveles edu-cacionales más altos que los trabajadores desde finales de los setenta y para que pudieran ocupar puestos más complejos y mejor remunerados.

Otro de los problemas no resueltos en las relaciones de género tiene que ver con el acceso y permanencia de las mujeres en los cargos de dirección. En el ámbito laboral ellas ocupan solamen-te el 34% de los cargos dirigentes y esta proporción disminuye a medida que se asciende en la escala laboral. Esta proporción se mantiene en un 66% desde inicios de los años noventa. Existen, sin embargo, todas las condiciones para que sean dirigentes. En

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la esfera de la política, las mujeres estuvieron subrepresentadas en la Asamblea Nacional del Poder Popular desde su creación en 1976 hasta las elecciones de 2008 cuando la población eligió a un 43% de mujeres entre sus diputados.

Las cubanas se entrenaron en la toma de decisiones cuando comenzaron a administrar día tras día en sus familias los ar-tículos básicos para la vida que resultaron de las políticas so-ciales de consumo, incluso aquellos a los que no habían tenido acceso anteriormente. Estas políticas definieron “la racionalidad del consumo y de las necesidades como un modelo de vida y no como una medida para resolver los problemas de la pobreza” (Espina, 2007: 245). Este entrenamiento prácticamente invisible para la toma de decisiones lo emprendieron las mujeres —sobre todo las asalariadas— cuando ejercían las faenas de la “segun-da jornada”. Pero el hecho de que lo hicieran en una sociedad que estimulaba la participación de las mujeres en igualdad de condiciones en las esferas pública y privada de la vida del país, las convirtió en las agentes de cambio fundamentales en estas transformaciones del consumo como parte de la lucha contra la pobreza. A un costo alto en sus vidas familiares y laborales con-virtieron en realidad la relevancia que adquieren las mujeres en cualquier lugar del mundo “cuando actúan en la intersección de la producción y de la reproducción de la vida para luchar contra la pobreza, la desigualdad y a favor de su empoderamiento” (Elson et al. 2008).

Desde 1959 las cubanas han sido las máximas propulsoras de los cambios en las relaciones de género. Ante todo porque de-bieron esforzarse más que los hombres para identificar las des-igualdades y luchar contra ellas. Esto significó que tuvieron que derribar las ideologías patriarcales que llevaban dentro de sí y que reflejaban las que imperaban socialmente. A la par comen-

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zaron un lento y duro proceso de crear nuevas identidades de lo que significa ser mujeres emancipadas en medio de una sociedad en la que aún imperan los patrones machistas. Aunque estimo que los cubanos más jóvenes han avanzado más que sus padres y abuelos, todavía llevan dentro “semillas” patriarcales. Por eso me parece certero decir que las cubanas han avanzado más que los cubanos en materia de ideología y relaciones de género.

Al comenzar la década de los noventa se estancó el ascenso social que las cubanas y los cubanos venían viviendo desde 1959. En mi opinión existen tres motivos esenciales. El primero tiene que ver con las generaciones más jóvenes, quienes no evidencia-ron los adelantos materiales y espirituales que experimentaron sus padres y madres en el transcurso de una generación. La se-gunda razón estriba en que las políticas para el desarrollo econó-mico instituidas a mediados de los setenta y que se prolongaron por diez años resultaron erradas y se sometieron a un proceso de rectificación de errores que no pudo concluir por la crisis. Por último la desaparición de la URSS y de los países socialistas del este europeo provocó que Cuba perdiera en menos de un año sus socios económicos, comerciales y financieros, que cubrían el 85% de sus intercambios económicos internacionales. Esto provocó el inicio de una crisis total en el país, que se agravó por el endure-cimiento del bloqueo de Estados Unidos.

Toda la población cubana sufrió los golpes de esta crisis. En apenas un año experimentaron cómo sus medios de existencia se afectaron severamente. Fueron las mujeres quienes más afecta-das se vieron en esta situación, sobre todo las asalariadas que cargaban el peso de las tareas hogareñas.

Los ajustes a la crisis introducidos en los noventa res-petaron las estructuras legales y políticas que estimula-ron la incorporación y permanencia de las mujeres en la

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fuerza laboral, acomodándolos a las situaciones nuevas del país. Las mujeres permanecieron en la fuerza de traba-jo durante los años de crisis y reajustes y la estructura de su participación ocupacional no se deterioró. Hasta ese momento la participación femenina en la fuerza laboral había crecido es-tablemente pero al iniciarse la crisis este crecimiento se detu-vo e incluso observó un pequeño descenso. La estructura de las ocupaciones de hombres y mujeres mostró que las segundas con-centraron e incrementaron su presencia entre los profesionales y técnicos a medida que se salía de la crisis.

El decrecimiento del PIB que se produjo durante la crisis afectó el valor del salario real y, con ello, el consumo. A partir del año 2005 comenzaron a elevarse las pensiones y los salarios nominales, pero los índices de los precios para los consumidores se mantenían altos. Solo no sintieron el deterioro en sus niveles de vida las personas que accedían a las divisas. Esto provocó que no se pudiera superar el deterioro real de los ingresos provenientes del Estado y, con ello, que se crearan desventajas para los cuba-nos y las cubanas, ante todo para quienes vivían de su retiro o de la asistencia social.

Hay tres razones que explican por qué las mujeres resultaron más dañadas que los hombres en este proceso. En primer lugar porque la proporción femenina en los sectores económicos que reciben divisas es menor que la masculina; en segundo lugar, por-que las mujeres constituyen la mayor parte de los beneficiarios de la asistencia social (IIET, 2007) y en tercer lugar porque la tercera parte de las familias está encabezada por mujeres (ONE, 2002).

Las trabajadoras se vieron obligadas a generar estrategias mientras desempeñaban las tareas de la segunda jornada para asegurar la reproducción de la vida en sus hogares. Me referiré

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a una de ellas —el cuidado de las personas de la tercera edad—porque adquirió peculiaridades que prácticamente no tenían an-tecedentes antes de la crisis. Entre estos ciudadanos estaban los jubilados y jubiladas que recibían las debilitadas pensiones de la seguridad social. Sus aportes al presupuesto familiar se contrajeron precisamente en los momentos de sus vidas en que requerían cuidados adicionales, que no podían pagar con sus es-casos ingresos. Como es tradicional en Cuba, las mujeres de las familias se hicieron cargo de atenderles, ya fueran sus hijas, nueras o nietas. Muchas de ellas tuvieron que solicitar licencias sin sueldo en sus empleos para cuidarles o se vieron obligadas a faltar, reduciendo en ambos casos sus ingresos salariales y afec-tando los presupuestos de sus familias.

La proporción de personas consideradas por debajo del nivel de pobreza aumentó con la crisis. A mediados de los años ochen-ta representaban el 6% de la población; en 1995, el 14.7% y a inicios del año 2000 constituían el 20% de la población en zonas urbanas (Espina, 2007: 255). No existen estadísticas que diferen-cien este indicador por sexo.

La crisis de los noventa, como toda crisis, sacó a la luz públi-ca conflictos sociales que hasta el momento no se reconocían y que, por tanto, no podían ser resueltos. Me referiré a dos rela-cionados con las relaciones de género.

Las homofobias ancestrales de la ideología de género cubana tuvieron que atemperarse porque las personas de orientaciones sexuales no heterosexuales comenzaron a manifestarse abier-tamente en sus actitudes cotidianas —viviendo en parejas, ex-presando sus preferencias públicamente, reuniéndose en sitios públicos. Las expresiones artísticas incorporaron estos temas en sus obras: la película Fresa y chocolate—que criticaba dos into-lerancias, hacia quienes deciden emigrar y hacia los gays —fue

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muy bien acogida por el público cubano. Las telenovelas cuba-nas incorporaron poco a poco en sus libretos a personajes gays, lesbianas y bisexuales, aunque todavía muchos cubanos y cuba-nas los rechazan abierta o solapadamente. Instituciones como el CENESEX reforzaron con criterios científicos y con acciones concretas su defensa de estas personas. En conjunto con la FMC ha defendido las reformas al Código de Familia para modificar la definición del matrimonio y para legalizar el derecho a que los transexuales puedan cambiar legalmente su identidad genérica.

El otro problema está más difundido socialmente y es muchísi-mo menos reconocido por quienes lo sufren. Se trata de lo que la psicóloga Patricia Arés (2002) calificó a mediados de los noventa como “crisis de la masculinidad”. Según ella, esta se manifiesta de tres maneras. Primero porque no reconocen que la sufren; ellos perseveran en los mitos de que son los principales mante-nedores económicos de sus hogares, de que son más capaces que las mujeres para adoptar decisiones y de que no pueden expresar públicamente sus sentimientos —sobre todo porque desde niños les inculcaron que “los machos no lloran”. En segundo lugar, los hombres se sienten amenazados por las mujeres cubanas que se han tornado tan independientes y fuertes y que suelen ser las primeras en solicitar los divorcios legales y en decidir separase de parejas indeseadas. Por último, Arés asegura que los hombres estiman que no tienen que luchar por transformar sus ideologías patriarcales como sí lo hicieron las mujeres. Como resultado, los cubanos no estaban preparados para ajustarse a los cambios en las actitudes de género promovidas por las mujeres.

Estas fueron algunas de las condiciones estructurales genera-les que influyeron en los cambios en las relaciones de género en Cuba en los últimos cincuenta años y que, a la vez, configuraron las actitudes genéricas de las cubanas y los cubanos que emigra-ron a partir de mediados de los noventa.

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CONCLUSIONES

Las estructuras sociales cubanas que se fueron transformando a medida que evolucionaban las estrategias de desarrollo socia-listas en el último medio siglo influyeron en las vidas de todos los cubanos y las cubanas, tanto de quienes decidieron emigrar como de quienes optaron por permanecer en el país. Los estu-dios sobre migraciones externas cubanas tienen que reflexionar sobre los efectos que causó en toda la población la crisis de los noventa —de la que aún no se ha salido— y que implicó someter a la sociedad a carencias enormes en las últimas dos décadas.

Los análisis de las relaciones de género en los procesos migra-torios externos cubanos deben comparar las diferentes oleadas migratorias teniendo en cuenta los ciclos de vida que las perso-nas experimentaron en Cuba al momento de emigrar.

Al comparar las características genéricas de las migraciones externas cubanas y las de países del Caribe y de América Latina en los últimos veinte años, debe considerarse que las migran-tes cubanas partieron con una ideología de género avanzada y con habilidades para actuar con independencia posiblemente en mayor medida que los hombres. Unas y otros emigraron para convertir en realidad en otro país sus aspiraciones de continuar avanzando en la movilidad social ascendente que vieron trunca-da con la crisis, movilidad que sí experimentaron sus padres y madres en el transcurso de una generación.

Las académicas y los académicos que analicen los procesos cubanos de migraciones externas deben incluir un enfoque de género y deben prestar atención a las relaciones de género para enriquecer la comprensión de estos eventos altamente comple-jos y para contribuir a construir conocimientos desde “el Sur” sin visiones androcéntricas.

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ANEXOS

ANEXO 1

Este anexo constituye la segunda parte de la investigación “Los estudios de género en Cuba y sus aproximaciones metodológicas, multidisciplinarias y transculturales (1974-2008)”. Aquí aparecen recogidos algunos de los trabajos sobre género de los investiga-dores entrevistados, publicados o no. En cada caso, la autora respetó la manera en que cada quien refirió sus obras.

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__________. (2007). ”La Iyaonifa: un problema de género en la santería cubana”. Afro-Hispanic Review (Nashville, Tennesse), no. 2.

Vasallo, Norma: psicóloga __________. (1993). “La influencia de la actividad laboral en la reeducación

de la mujer reclusa”. NWSA Journal, vol. 5, no. 3.

__________. (1997). “SIDA y representación social. Un acercamiento a su estudio en portadores jóvenes del VIH”. Salud Sexual y Reproductiva (La Habana), CEDEM, vol. 2.

__________. (1999). Subjetividad social femenina en diferentes roles y generaciones. La Habana: Editorial Ciencias Sociales.

Yáñez, Mirta: filóloga, periodista y escritora __________. (1996). Estatuas de sal. Cuentistas cubanas contemporáneas,

Panorama crítico (1959-1995). La Habana: Ediciones Unión.

__________. (1998). Cubana. Beacon Press.

__________. (2000). Cubanas a capítulo. Santiago de Cuba: Editorial Oriente.

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Yo sola me represento / Marta Núñez Sarmiento

ANEXO 2

Aquí aparecen recogidos los trabajos que la autora siente más cercanos a su investigación “Las mujeres de la carreta”.

Antrobus, P. (1992, junio). “Environment and Development: Grassroots Women´s Perspectives”. Ponencia presentada en el Foro Global de Río de Janeiro.

Bengelsdorf, C. (1988). “On the problem of Studying Women in Cuba”. En Zimbalist, A. (Ed.) (1988). Cuban Political Economy: Controversies in Cubanology. Colorado: Westview Press.

De Barbieri, T. (1984). Mujeres y vida cotidiana. México: Fondo de Cultura Económica.

Ferguson, A. (1991). Sexual Democracy. Colorado: Westview Press.

García, M. (1990). “Relações socias de clase e de sexo”. En Presença de Mulher (Salvador de Bahía).

__________. (1991). “A dinamica entre classe e genero na America Latina: atontamientos para uma teoria regional sobre genero”. En García, N., Castro, M. y Costa, D. (Coords.) Mulheres e Politicas Publicas. Río de Janeiro: IBAM/UNICEF.

__________. (no publicado). “O conceito de genero e as analises sobre mulher e trabalho; Notas sobre impasses teoricos”. (manuscrito).

Hochschild, A. (1989).The Second Shift. Nueva York: Avon Books.

Prieto, Y. (1992). “Cuban women in the US labor force: perspectives on the nature of change”. En Gabaccia, D. (Ed.) Seeking Common Grounds: Multidisciplinary Studies on Immigrant Women. Westport: Greenwood Press.

Ravenet, M. y Pérez, N. (1987). Mujer rural y urbana. La Habana: Editorial Ciencias Sociales.

Safa, H. y Antrobus, P. (1992). “Women and the Economic Crisis in the Caribbean”. En Benería, L. y Feldman, S. (Eds.) Unequal Burden: Women and the Economic Crisis. Westview Press.

Shiva, V. (1988). Staying Alive. London: Zed Books.

Rodríguez, M. (1992). Dígame usted. La Habana: Editorial Pablo de la Torriente Brau.

Tabloide Quehaceres del CIPAF, República Dominicana.

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LA AUTORA

Marta Núñez Sarmiento (La Habana, 1946). Socióloga y profe-sora titular y consultante del Centro de Estudios de Migraciones Internacionales de la Universidad de La Habana. Dra. en Ciencias Económicas (URSS, 1983), Máster en Sociología (Chile, 1971) y Lic. en Sociología (Cuba, 1974).

Entre 1962 y 1966 trabajó en la Dirección Provincial de La Habana de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Desde me-diados de los ochenta estudia, escribe y enseña sobre cómo se han transformado las cubanas desde 1959, concediéndole gran importancia al empleo femenino. Ha impartido docencia espe-cializada en Metodología de las Investigaciones Sociológicas y Estudios de Género en Cuba en diversos centros educativos. Ha realizado numerosas investigaciones sobre la mujer y el empleo, las relaciones de género, la imagen de la mujer y de las relacio-nes de género en los medios, el género y la emigración.

Ha sido invitada como profesora en universidades en Zúrich, Santo Domingo, Estados Unidos y Canadá. Ha publicado artículos en libros y revistas, nacionales y extranjeros.

Ha desempeñado labores como diplomática ante el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en el período 1978-1983 y en la Embajada de Cuba en la Federación Rusa desde 1993 hasta 1997. Ha sido consultora en temas de género para varias agen-cias de Naciones Unidas, la Agencia Canadiense para el Desarro-llo, la Agencia Popular Noruega y la Asociación de Estados del Caribe. Ha participado en eventos nacionales e internacionales en Cuba y en el exterior desde 1967.

En enero de 2011 el Rector de la Universidad de La Habana le confirió la Orden por el Conjunto de su Obra Científica.

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Yo sola me represento / Marta Núñez Sarmiento

Todas las investigaciones recogidas en este libro han sido in-cluidas en la docencia universitaria de pregrado y postgrado. Algunas de ellas, como “Los estudios de género en Cuba” y “Es-trategias cubanas para el empleo femenino” forman parte de bibliografías de universidades en Estados Unidos, España y Cana-dá. El estudio “Las mujeres de la carreta” fue Premio a la Mejor Investigación de la Facultad de Filosofía e Historia en 1992 y el resto ha integrado la lista de investigaciones y publicaciones para fundamentar Premios del Rector y del Ministerio de Educa-ción Superior del Departamento de Sociología y del Centro de Estudios de Migraciones Internacionales de la Universidad de La Habana. Todos los trabajos, excepto “Las mujeres de la carreta” han sido publicados en Cuba, Estados Unidos, España, Canadá, Argentina y Rusia.

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