EntreCasa(s): los saberes de hoy

nacieron ayer...

EntreCasa(s): los saberes de

hoy nacieron ayer...

A mi Madre-monte, a Marcya, al Monky,

a Jary, a Jonky,

a Gomis.Solo pido que el señor de los anillos nos

proteja...

En este documento (complementario) recojo escri-tos de mi familia, co-autores de este proyecto. Com-pilo recuerdos, deseos y ficciones sobre aprendizajes domésticos, escolares y apartes de la experiencia so-nora: los cosmeticos. También incluyo algunos dibu-jos hechos sobre fotografías familiares (calcografías); práctica recurrente de mi infancia con la que re-des-cubro a través de cada trazo, de cada calco, rasgos de mi historia familiar: una rememoración catártica.

FAMILIA(S)

Familia(s)

Mientras pienso en familia, amigos, juntadas a comer, beber, ver películas, escuchar música, reír, joder al otro y algunas veces hacerlo llorar, gritar, pelear y reconciliarnos, pienso a la vez que todo esto sucedió en la casa de LA VIC-TORIA, pequeña pero con espacio para muchas personas y muchos momentos.Empezaré por mí, una de las habitantes de esta casa. Yo, Marcela Martínez Merchán, ando en otro mundo porque el mundo en que me en-cuentro físicamente cada vez me gusta menos. Sueño todos los días de todo el año; me da la perseguidora cada tanto; escucho detenidamente lo que la gente dice y piensa para luego llegar a casa y descargar mi gusto o fastidio por las co-sas que escuché (¡soy jodida, yo sé!). También soy buena onda: chistosa, ridícula; invento palabras, dichos y apodos. Me gusta cocinar cuando estoy de buen ánimo; sino, mejor hago huevos revuel-

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tos con arroz, porque a la cocina hay que po-nerle onda: es demasiado sensible, por eso se considera un arte.

Disfruto la música gracias a mi mamá y a mis tíos. Ella, con su música romántica para cortarse las venas; mis mis tíos con su salsa y rock, como Héctor Lavoe, los Rolling Stones, los Beatles, son cubano etc. Y a Omar, quien fué el que nos llevó a lo más alto del deleite por la música con los vinilos de rock y punk (mis grandes artistas son Patti Smith y Violeta Parra). Así que con mi hermano y unos amigos conformamos un gru-po de ruidos experimentales, LOS COSMÉTICOS. Cada uno agarraba un instrumento y probába-mos conectarnos con los ruidos que hacíamos; los grabábamos y los ensayábamos de nuevo. Tuvimos algunas giras por los barrios de Bogotá city con nuestro tema PERRO GRIS, letra by Jhon Gómez. Elaboramos trajes y plotters con fotos de cada uno cuando éramos chicos para la puesta en escena. En fin, eran bien integrales los

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cosméticos, con muchas ideas. Pero todo tiene su final: peleas, amor y desamor.De chica me entretenía bailando frente al espejo con música de todos los géneros. Siento que la danza es liberadora, o cualquier tipo de ejercicio con el cuerpo, como yoga o salir a trotar. He te-nido cercanía especialmente con la danza con-temporánea. La única presentación que hice era sobre un circo que viajaba por el desierto. Todos llevábamos nuestra maleta personalizada. Mi personaje era una serpiente. Cada uno escribía una historia y lo representaba con técnica muy básica de baile contemporáneo y con un lenguaje propio de movimiento. La danza me hace sentir viva, segura de mí misma. Además, ¡¡de paso hago terapia mental!! .

Una parte de lo dicho sobre mí obviamente es el reflejo de mi mamá, una mujer compleja y con muchas contradicciones, pero bella a la vez. De niña siempre demostró rabia por las cosas que le hacían daño y las exorcizaba con unas de las tantas historias que se quedaron en mi cabe-

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za, contadas por mi abuelita. En ese entonces, la casita de La Victoria era una casota con muchos animales. Una de las historias es aquella en que agarró un marrano, se montó sobre él y lo condu-jo loma abajo a la fuerza. Otra de las historias es ella arrojando desde un cuarto piso de su escue-la la maleta donde cargaba sus libros, sin im-portar que adentro tenía comida y que todo se volvía nada. Aquí es cuando digo, en un sentido metafórico: si mi Mamá hubiera hecho lo mismo con muchas cosas que la mortificaban hubiese sido un poco más feliz. Su locura era inteligente, rabiosa y en constante inconformi-dad con el mundo. Su creatividad se veía desde lo que cocinaba hasta lo que vestía, siempre bus-cando ser distinta. Melómana, al punto de cada fin de semana comprarse un disco. La música, una gran amiga. Fué comprensiva, dió la vida por sus hijos; una mamá que con rumbas, conciertos, cines, cafés, abrió su corazón a nuestros amigos. También recuerdo sus ataques de histeria y lágrimas repentinas; sus consejos como “hay que salir del barrio, conocer otros pai-sajes, otras personas; probar otras formas de

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cocinar la comida, tan rutinaria como la misma vida”. Un día se enfureció porque con Alex, mi hermano mayor, rompimos los jeans en un ex-tremo de las botas. Ese día Laura Merchán sacó sus poderes rabiosos iluminando toda la casa y dijo: “ ¡ustedes se ponen a coser esos pantalones ya!”. No le gustaba que hiciéramos lo mismo que todo el mundo hacía.

Alex, otro habitante de la casa, es el hermano mayor. Cuando chico, su pelo era como el sol brillante!!! Rebelde, igual que mi mamá, hizo todo un tour por las escuelas del barrio. Las profesoras lo amaban y lo odiaban por ser tan grosero y altanero. Era el atravesado; hacía cada cosa que se le pasaba por su brillante mele-na. Sus actos iban desde lo insoportable, noble y sensible, hasta llegar a la creación; y convertirse en un artistucho. Siempre en problemas, le gus-taba dibujar; hacía casas de cartón o maquetas para la escuela; luego yo las agarraba para mis muñecos. Disfrutaba de sus inventos plásticos. Peleábamos como perros y gatos: nos gustaba tatuarnos de aruñetazos y moretones. Crecimos y nos convertimos en buenos conversadores,

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largas horas de la noche en el camarote: yo, des-de la cama de abajo; él, en la de encima. A veces escuchábamos ruidos extraños, como el sonido de un sillón movido por alguien. Era escalofrian-te en ese instante y ahora muy significativo, porque los dos escuchábamos el mismo ruido.

Cuando teníamos lucha libre entre los dos, BEBÉ era nuestra arbitro. Al final de la pelea nos pasaba a cada uno un trapo para secar nues-tras lágrimas de derrota. Ivonne, la Bebé, tenía alrededor de dos o tres años; hablaba, caminaba y nos alentaba en cada pelea. A veces la veía como mi muñeca: la cuidaba, la vestía, le daba su tetero, la bañaba, le cambiaba sus cagadas y jugaba con ella a lo que yo más extrañaba y deseaba volver algún día: al JARDIN DE NIÑOS. En los juegos yo era primero la mamá que la llevaba al jardín; hacia una fila imaginaria de gente, para luego entregársela a la profesora. Después pasaba a ser la profesora, y así pasa-ba el tiempo con bebé en la casa de La Victoria, acompañándonos mutuamente.

Pasado el tiempo seguíamos acompañándonos,

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yendo a la misma escuela, llevando las mismas onces, el mismo uniforme. A veces me daba curiosidad e iba hasta la biblioteca de los niños para ver cómo era ella cuando estaba rodeada de otros infantes.Ivonne hablaba de una profesora malvada que la aterrorizaba; le decía que tenía que cambiar su letra pegada y que hiciera la letra común. Siempre sentí mucha impotencia y rabia cuando veía a esa señora. Ella disfrutaba de infundir terror en los niños; solo bastaba ver su cara para darse cuenta de lo mala persona que era. Pero Bebé fue fuerte, no se dejó de nada que inten-tara poner en juicio o duda sus habilidades y un día llegó con su primer obra, un cuadro con el título de MAGO. Era un mago que tenía panta-lones brillantes. Ese cuadro lo colgamos en una de las paredes de la casa y ahora Ivonne lo tiene guardado como recuerdo de su niñez, junto con su cobija de animales de cuando era más BEBÉ. Con sus ojos grandes e imperiosos de “déjen-me, no me molesten” sigue haciendo sus obras. Junto con su hermano mayor son dos artistuchos de artes visuales.La casa de La Victoria recibió gente inquieta,

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curiosa, que buscaban sus propios gustos y tenían formas diferentes de pensar con ganas de cambiar su realidad, al igual que los habitantes de esa casa. Hernando, mi tío, era uno de ellos. Con su teatro ayudó a que Alex, nuestro hermano mayor, encontrara otros espacios educativos distintos a la escuela. Mi tío nos llevaba, junto con mis primos, a ver obras de teatro , nos acercaba a la lectura y al juego.

Crecimos y fue llegando mucha gente a pasar el rato y a compartir nuevos sueños. Los más cercanos fueron; Jhon y Hamilton, los metaleros del barrio junto con mi hermano. Mi mamá los recibía con frijoladas los domingos y alcagüetea-ba todas las rumbas con música a todo volumen de Nirvana y Offspring. Y otra música que ella llamaba “ música de vómitos”.

Angélica, la de las danzas, era “secuestrada” días enteros, le decíamos que la familia tenía que pagar rescate, todo esto porque nos hacía reír y no la queríamos dejar ir. Su amor fue tan fuerte que aguantó un momento muy difícil vivido en la casa.

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Omar, el profesor de matemáticas, con todo un mundo de conocimientos, como lo mencioné anteriormente, no solo trajo una colección de vinilos, sino que se convirtió en una figura es-pecial por su carisma puro, sincero y tranquilo. Llevándose todos los corazones que habitaban esa casa. Tan lejos se los llevó, que ninguno de nosotros está más allí: Ahora la casa tiene otros colores, otros objetos y otras personas.

Marcya(Marcela Martínez Merchán)

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En alguna parte de la memoria visual guardo la imagen de unas fotocopias que muestran las manos y el rostro apretujado de mi madre. Esta imagen la produjo ella con una fotocopiadora que en algún momento llegó a administrar en uno de sus empleos. Este objeto, según cuenta ella, la sacaba de sus funciones tediosas y repe-titivas de la limpieza dentro una multinacional, una de las tantas entidades por las que paso en su historia laboral.

Las fotocopias muestran variados grises rústicos y zonas lumínicas que sintetizan la expresión de una piel curtida de historias, de una persona que se ve llevada a hacer uso de su entorno cotidiano laboral para divertirse, para crear, para verse a sí misma de otra forma, y quizás en otro tiempo otro espacio, alejados de la realidad del diario vivir.

En mi memoria, las fotocopias son la portada de un sin número de recuerdos, con acciones crea-tivas de Laura, quien con su curiosidad siempre tenía una nota al pie para la vida. Incansable, se sorprendía, preguntaba o cuestionaba exteriori-

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zándolo con el que tuviese al lado. Otras veces en su soledad, registrándolo con un dibujo. Como el retrato que intento hacer de un niño llorando porque estaba siendo burlado por sus compa-ñeros de escuela. Escuela en la que ella había trabajado y siempre estuvo muy receptiva a los niños que asistían a clases, quizás recordándole su propia infancia.

En otro momento de su vida una cámara digital le permitió atraer las imágenes del televisor don-de estaba la gente que odiaba y la que amaba. Mucho después en la misma soledad, un par de telas el maquillaje y la colección de sombreros que tenía en su casa le llevaron a encontrar per-sonificaciones de ficción. Como si se tratase de un alter ego. Divertido juego para “parecer” otro sujeto, de nuevo, en otro tiempo, en otro espacio. De imágenes fotográficas y disfrazases, pasaba a abrir su voz. Persiguiendo las tonalidades de sus cantantes favoritos cuando escuchaba a María Dolores Pradera, Ruben Blades o alguna canción de rock que circulaba en casa, o sus favoritas de música romántica, y que odiaba le denominaran música “de plancha”.

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Cuando la creatividad se mezclaba con la pi-cardía era nuestra mejor cómplice para hacer llamadas al aire en emisoras cristianas del AM, a la media noche les inventábamos historias de personas en conflicto emocional o poseídos por actividades paranormales. Lo que nos llevaba a divertidas escenas de exorcismo telefónico por parte del locutor, entonces reventábamos en risas.

En 2012 en la U.N Radio en la franja rock rendi-mos un homenaje póstumo a la actitud melóma-na de nuestra madre. Donde hicimos un recorrido por las canciones con que más la recordaremos al interior de nuestra memoria visual y sonora. Con Hernando -tío - conocí el lado subterráneo de Bogotá, en plena Av. Jiménez, donde un eje de sótanos era el lugar de trabajo artístico de grupos de teatro, ballet, danza contemporánea, artes plásticas y música. Lugar donde quería estar siempre, para evadirme de la oscura escue-la a la que tenía que ir todos los días. Frente al tedio de la educación, el teatro en los sótanos era la salvación. También lo fue, cuando el tío me llevaba en hombros a ver aquellas compañías

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internacionales en el festival iberoamericano, con esas obras de teatro experimentales, de narrativas que para mi corta edad siempre me eran extrañas y muy lejanas, pero eso me sedu-cía, no entender nada y entregarme al disfrute sin reparo por el sentido. Descubrí que amigos vecinos de mi tío eran fieles radio escuchas a dicha emisora. Esta se convirtió en el paisaje sonoro de aquel entonces. Mezclándose con sonidos tropicales que ponían a bailar a todo el parche de mi familia en el local vacio de nuestra casa, y que se convirtió en un tipo de disco improvisada con el nombre de “planetario 2000”. Un lugar para conseguir pareja al ritmo del Joe Arroyo, Wilfrido Vargas, Niche y rock and roll. Por las paredes el sitio estaba impregnado de graffitis, mensajes personales y hasta rubricas de cada uno de los bailadores que asistían fines de semana. Este espacio era producto de las excentricidades del tío Ricardo. Que en ocasiones le daba por la decoración de interiores, como cuando al pintar la puerta de la entrada de la casa, mezcló ordi-nariamente varios colores “pintuco” y lanzó el recipiente contra la superficie, para rematar

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varios salpicados de pinceles con otros colores, mientras yo miraba con la pretensión de pintar la puerta de una forma “bonita.” Los tíos y su hermana Laura, fueron coladera emocional y creativa de la unión de una mujer campesina que construía sus muñecas con palos y trapos en la antigüedad en una zona alejada de Cundinamarca, y un hombre bien “pinchao” de chapinero que con sus pretensiones de aban-donar su apellido, se convirtió en sindicalista y viajero por el país con su profesión de obrero de construcción. Que en épocas de quietud solía leer poesía con uno de sus amigos, el cual sin techo alguno caminaba de arriba abajo las calles de la localidad San Cristóbal.

En esa misma localidad en la calle 36 sur con 3ra mi abuelo y abuelita adquirieron un lote grande, donde progresivamente fueron construyendo su vivienda. Espacio que con el pasar del tiempo nos dio cabida a 3 familias con generaciones nuevas de hermanos y primos. El espacio se fue modificando, construcciones de guadua, latas, muros que subían y luego caerían, siempre fue un rompecabezas en orden y desorden, un sitio

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en elaboración continua.

Una casa que por su espacialidad y ubicación esquinera acogió a generaciones del pasado y del futuro... espíritus que siempre invadieron el espacio con su creatividad. Y que como la hume-dad -particularidad critica de ese terreno- fue tomándose paredes y techos. Aparte de los espíritus de los humanos que transitaron la casa. En ella habitaron variadas especies de plantas de la abuelita, como el árbol de uchuva, también piscos, gallinas, pájaros, conejos que nos lamian las plantas de los pies y nos ofrecían sus largas orejas heladas, gatos que poníamos a bailar “meregue”, y generaciones posteriores de perros que nunca cambiaron su nombre siempre fueron “Caribe I, II, III”…Como los paisajes de una revista atalaya, o como la fabula de una cartilla escolar, en aquella casa se dio la convivencia por mucho tiempo entre animales y humanos, con un destino sensible y creativo…Ivonne –hermana-, recuerdo sus ojos verdes en contra picado mirando las letras a,e,i,o,u que le

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recorte con papel plateado de regalo y pegue en un mueble viejísimo que en casa decían se llamaba “chifonier”. Una de sus puertas sirvió de tablero para enseñarle a la niña las vocales. De seguido leerle sonetos y pretender explicárse-los a sus 5 años. Lo importante era que pudiese escuchar sonidos diferentes.

De las vocales pasábamos a las torpes elabora-ciones de sus disfraces, que seguro por su edad aceptaba sin tanta duda, pues en últimas era divertido, Laura, Ivonne y yo en la producción de un traje extraño para halloween. Pretendíamos infundir miedo en los infantes del barrio, solo logramos las miradas enrarecidas de algunos vecinos.

Momentos extraños acompañados de dulces que la niña reciclaba del suelo o basura. Y como si se tratase de una campaña de salud preventiva intentábamos sacárselos de las manos, bajo de su lengua, y de cualquier escondite. Pero el amor por el dulce siempre triunfaba, y reincidía en el reciclaje glucoso. Más allá del halloween com-partimos en bibliotecas, teatros y conciertos.

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Una dictadura cultural y estética de sus herma-nos mayores, porque mientras sonaba Shakira en la radio, le mostraba “Live at Pompeii” de Pink Floyd, libros de hadas o cuentos infantiles.

Antes de que naciera Ivonne, a Marcela –herma-na- la recuerdo con una camiseta corta y ajusta-da con muñequitos de “PacMan” videojuego fe-nómeno en los ochentas. Por lo que un día quise mostrarle el asombro tecnológico de los videos juegos, las luces sus sonidos electrónicos raros y sus gráficos. Sin embargo fue un intento fallido, ella temía a los tugurios donde se encontraban las “maquinitas”, así le llamábamos en el barrio. Con Marcela en épocas de racionamiento eléctrico, nos disfrazábamos de lo que suponíamos era ser rokeros, para darle a canecas de la ropa como batería y a tapas de las ollas. Mientras intentá-bamos cantar a grito herido en el patio donde con mucho frio se veía la luna a medias.

Recuerdo nuestros juegos, algunas veces aburri-dos y otros divertidos, como remedar a nuestros tíos o tías paternos, en especial quienes no eran de nuestra simpatía, por sus personalidades

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dramáticas o conflictivas. Este era uno de nues-tros juegos raros y pendejos, pero en ocasiones divertido para criticar lo que no nos gustaba de nuestra familia.

Con mi papá, el lugar común que más me gusta referenciar es Jack Nicholson, uno de nuestros actores favoritos, por sus expresiones demen-tes y de mirada profunda. De mi papá también recuerdo sus anécdotas de infancia. Él, detrás del circo que visitaba la localidad periódicamente.

Él, viendo cine por primera vez en una camioneta lechera Ford clásica. Así como también recuerdo las promesas de comprarme un piano de cola para poder tocar cuando yo quisiera. Gracias a él escuche por primera vez en casa el nombre de Paco de Lucia igual que su música. Él hizo su aporte al arrume de discos en vinilo de la casa, también de casetes.

Monky(Paulo Merchán)

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Un recuerdo difuminado con el tiempo

Aquí en este tiempo-espacio, buscando evo-car en algún lugar, ir atrás y desempolvar una sensación, una mirada o una palabra, algo que me pueda conectar… Entonces aparece ella, con su radiante mirada, con su asombro de niña y sus locuras de jovencita… Laura, era ella, la reina de ese castillo, la dueña y señora, la columna vertebral de ese hogar, la mamá... Ella fue autora intelectual de innumerables tar-des de esparcimiento, citaba a romper la rutina y relajarse un poco, solo bastaba una invitación a almorzar y un tintico después, para no querer salir de allí en todo el fin de semana. Dos días se convertían en un largo viaje de música, comida, café, cigarros, amigos, visitas, cervezas, chismes y mucho relax. Desde el principio hubo química, una conexión cósmica entre dos mujeres alegres, apasionadas y chismosas… Laura y yo, forjamos una bella relación, siempre me causo curiosi-dad su personalidad, que para su edad fue muy jovial. Tan amiguera, generosa, entregada, organizada, responsable, una guerrera admirable. Siempre recordare con agrado sus gestos,

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chistes, ricas frijoladas de domingo, los huevos para el desayuno que marcaba con el nombre de sus hijos, para que cada uno tuviera su propio huevo y no el de otro. Como no recordar la radio y el cambio de dial a las 4 am, sus arepitas con chocolate, la maña de cambiarle el nombre a las cosas, sus nostálgicos recuerdos y su voz.

Este vínculo indudablemente no podía ser sino obra de Alex el “Monkey”, el mayorcito de la casa. Ninguno como él tenía tan fina habilidad para engendrar amistad y cualquier tipo de rela-ción humana en general; su torrencial personali-dad era un imán que lo hacía un joven interesan-te, rodeado de historias, de amores y muy buena música; es gracias a él que me vuelvo cómplice de este juego familiar, de este desbordante universo de afecto.

Al lado del Monkey se encontraba Jonky, podría decirse que la mano derecha de Alex. Fue el incondicional, el dispuesto y leal amigo, siempre preparado para cualquier locura o aventura pla-neada por Alex y los otros integrantes del parche. Junto a él y Alex pude vivir días de adrenalina

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con paisajes sonoros densos y oscuros pero di-vertidos; la música fue el fenómeno trascenden-tal en nuestra relación, tardes enteras, llenas de ocio, pasábamos de un álbum a otro, la música invadía ese pequeño espacio: Radiohead “Ok computer” “Kid A”, Pink Floyd “ The Wall”, Porti-shead con el “Dummy”, Chemical Brothers, los franceses Duft punk entre muchos otros grupos que a diario aparecían en el camino.

De Marcela recuerdo su versátil forma de vestir; una falda escocesa, un jardinera con un plisado en el centro, un buso marrón con un atractivo detalle en encaje, una elegante camisa blanca de hombre, Converse blancas. Zapatos, bolsos, y be-llos accesorios, creo que había heredado el buen gusto para vestir de su mamá. Su carácter único, en ocasiones confundía, podría parecer enfadada cuando solo quería permanecer en silencio. A Marcela le encantaba que le consintieran el ca-bello, varias veces me preste para satisfacer ese placer. Igual que a mí, a ella siempre le encanto hacer mucho ejercicio para mantenerse en forma, así que intentar definirla como gorda o subida de peso, podía ser una gran ofensa y motivo de

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lágrimas y depresión. Nos encontramos en la danza y por supuesto en la música, junto a ella, Alex y Jonky creamos una banda llamada “Los Cosméticos” había un ensayadero en el barrio altos del poblado de la localidad de San Cristó-bal, allí compusimos las más experimentales melodias.Y de la mano de Marcela aparece en la escena, envuelto en las suaves melodías de Simon and Garfunkel y Peter Gabriel, Omar. Siempre admi-re la melomanía de mi amigo Alex, pero con la presencia de Omar, sentí la llegada del verdade-ro gurú de la música a nuestras vidas. Por esos días, pude apreciar gracias a él, esas gigantescas obleas negras llamadas vinilos: Fleetwood Mac, The Smith, Morrisey, fueron apenas algunos de la cantidad que llego a esa casa. Omar con una apariencia serena y tranquila ocultaba en sus venas las distorsionadas y rebeldes armonías de The Clash, Sex Pistols, Joy División, Paty Smith, y el desgarbado Nick Cave. Fue grata su influencia en nuestras vidas.

Jary(Angélica Garzón)

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En estas letras intentare dar a conocer las dis-tintas percepciones de aquellas personas que se han cruzado en mi camino por razones tan diver-sas como: la música, el amor, la amistad, el odio, las palabras, los tragos, en fin, diversas razones.

LauraUna señora que no le gusta la palabra señora cuando se dirigen a ella, eso fue lo primero que me dijo cuándo la conocí y me dijo que solo la llamara Laura, una buena amiga que nos ofre-cía su casa para diversos momentos de charla acompañado de tragos, quedarnos, ver una peli, arruncharnos a no hacer nada mientras todos nos enroscábamos el pelo, a almorzar las cosas ricas que ella preparaba, hablar de cualquier cosa mientras se acababa el domingo y volvía-mos a la rutina de la semana, una mujer siempre alegre pero en el fondo siempre triste, recuerdo cuando tomaba con nosotros y escuchaba esa canción que se titula Payaso de Javier Solís, si no estoy mal, y terminaba carcajeando y llorando al mismo tiempo que la escuchaba, a esta hora ya los tragos dejaban aflorar más fácil ciertos sentimientos, yo creo que la tristeza de

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ella fue precisamente no encontrar o dejar ir el sentido que ella le dio a la vida, siempre la vi como una mujer amiga de sus hijos, donde ella sabía que les gustaba en el momento de hacer-les regalos de cumpleaños y navidad, siempre pensé que quería una mamá así, que mediera lo que me gustaba y se acercara más a mí y mis intereses. Trabajadora, aunque siempre manifes-taba su malestar por tener que ir al trabajo o de su mala relación con alguno de sus compañeros o jefes. También pienso en Laura como una per-sona muy capaz e inteligente que le dio lucha a la vida y que poco a poco esta le venció más por su resignación que por su falta de fuerza.

MarcelaUna chica flaca cuando la conocí, que le gustaba la danza y se veía muy aplicada en el estudio, algunas veces arrogante pero en muy buena dis-posición en la amistad, siempre la vi como una chica capaz de cualquier cosa por sus objetivos en la vida, inteligente y mordaz en sus comenta-rios, amante al igual que todos en esa casa por la música y los libros, así fue que empecé a verla más seguido en nuestro círculo de amigos con

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los cuales tuvo mucha afinidad, siento que ella está en una constante búsqueda en la vida, no sé qué busca, ni se lo pregunte nunca; creo, pero es algo que no la deja estar en un mismo lugar por mucho tiempo o esa es mi forma de verlo, siempre de afán y rigurosa con todo lo que ella es, bella y además entradora, siento que arriesgada en sus decisiones y de talante para enfrentarlas, algunas veces la percibí un poco desorientada buscando eso que ella sola sabe, alegre y triste, creo que ella es la que más se acerca a estos estados de ánimo comparables a los de su mamá, un poco amable, un poco triste, un poco fría, un poco alegre, un poco pasiva, un poco activa, un poco social, un poco huraña, en fin, un poco Marcela.

Alex o ahora PauloMi mejor amigo de juventud, siempre juntos bus-cando que hacer, hablando, escuchando música, tomándonos una cerveza, fumándonos un ciga-rro. Siempre compartí con él buenos momentos. Un ser especial que tiene un poco de egocéntri-co, una mente vivaz, una inteligencia punzante y buen sentido del humor, dado al amor femenino

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dejándose encontrar por él o buscándolo de forma continua, charlador y creativo, donde creo radica su éxito entre las damas. Influencia con facilidad casi cualquier cosa, escuchar diferentes géneros musicales, ir a un lugar, estudiar, ir de fiesta, salir, buscar chicas y así en las diferentes cosas de la vida, un tipo muy capaz y camellador con lo que le gusta o tiene un interés, un tipo afable, que hace amigos con facilidad, cegatón y divertido; siempre he pensado en él como una persona visionaria que incentivo mis ganas de estudiar y ganarme la vida de una manera mejor a la de muchos del barrio, compartimos un mon-tón de historias y siempre me ofreció su ayuda en varias circunstancias de la vida.

IvonneLa más chiquita de la familia, pero a su vez la más grande, la siento un poco precoz en todo lo que he alcanzado a ver de su vida, pero logrando con creces sus objetivos, leal a nuestra amistad y ofreciendo siempre unas buenas palabras y deseos para mí, siento que es con la que mejor relación tengo, me imagino que es porque

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coincidimos en opiniones cuando estamos rajan-do del prójimo, siendo hasta de la misma familia y sin reparos por cómo nos expresemos sobre estas personas, es como un niño con el cual pue-do hablar de lo que me dela gana, sexo, chicas, desamores, molestar y decirnos cosas que otra chica no recibiría también, es como contar con otro amigo varón al momento de necesitar una charla o consejo, desde muy pequeña fuimos muy cercanos, siempre la vi en su casa con sus cachetes de topo yiyo, aprendiendo de su familia y su entorno, ahora ya mayor, pila y churra, la más de la familia Martínez Merchán, una mujer que ha superado ciertos golpes en la vida.Siempre contenta y burlona, fijándose en cual-quier ínfimo detalle para criticar, pero creo que así nos gusta ser, la familia y algunos de los allegados, inteligente y muy social siempre dispuesta ayudar, creo la más objetiva en sus decisiones, aunque arriesgadas, esto hablándolo desde su vida familiar, que en algunas ocasio-nes solo predican y no aplican, mi única amiga (mujer-hombre).

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Hernando Social, divertido, brillante para lo que le convie-ne, siempre capaz de encontrarle lo mejor a las diferentes situaciones de la vida, su afán y gusto por el teatro lo ha llevado a convocar jóvenes de la localidad a esta iniciativa artística, que lo saca de su núcleo familiar a dispararse en ideas en otras instancias que creo lo cautivan más, siempre se muestra tranquilo a todo lo que se le enfrenta y creo que es una cualidad que todos añoramos poseer.

AngélicaUna chica divertida y siempre contenta, siem-pre comprometida con un montón de cosas que le llaman la atención o que hacen parte de sus gustos, aunque en momentos sean demasiadas responsabilidades juntas que no la dejan cumplir eficazmente con estas, una chica preocupada por el buen trato con las personas que se acercan a ella o con las cuales comparte, inteligente y de muy buen humor, nunca la he visto triste y creo que esa es su principal característica.

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OmarResponsable, inteligente, sincero y noble, con el he compartido poco, pero siempre me pareció una excelente persona, equilibrada y de total confianza.

Jonky(Jhon Gómez)

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Desde muy pequeña estuve acompañada de personas que convocaron siempre el interés por los momentos juntos, sonoros, visuales, por las risas, el humor negro, el afecto, la comida, entre otras. Ellos son:

Mi madre, quien imaginé siempre a mi lado. Esa mujer histriónica que en ocasiones hacía po-ner rojas mis mejillas, quién amaba la música y soñó con ser cantante, quien a pesar de su poca formación académica, si no recuerdo mal, curso hasta quinto de primaria, participó en pequeñas apuestas escénicas en su trabajo, acompañó a su hermano en paros sindicales, en eventos de teatro, quien se esforzaba por cantar en inglés u otro idioma solo por el goce de la canción, quién amaba la cocina, en ocasiones, como en otras la detestaba con la misma intensidad, quien me dijo que en su juventud quería ser Hippie, quien se alegraba de verlo a uno leer, esa misma que se resistía decir Doctor al dirigirse a alguien “im-portante” de las múltiples empresas por las que paso sirviendo tintos, aromáticas, arreglando ba-ños, limpiando el polvo, esas donde armaba una pequeña cama para irme a dormir mientras ella

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trabajaba. La misma que acompañaba a sus hijos a fiestas, a conciertos gozándolos con esa juven-tud que la desbordaba. Quien sabía más del color al vestir, al pintar su casa, que su propia hija que estudiaba artes, esa misma que intentaba darle armonía a una pequeña casa con sus collage, con su notas en post it, con sus pequeñas escenas que construía con muñecos, los cuales ubicaba en un lugar apropiado para ella; quien disfrutaba unos años atrás tomar fotografías a su televisor mientras esperaba una anhelada llamada de trabajo. Esa mujer valiente que a pesar de sus tropiezos encontraba una melodía agradable para la vida.

Por otro lado esta Marcela mi hermana mayor cinco años que yo, la estudiante más juiciosa, siempre lo recuerdo, era la niña que llegaba con diplomas, izadas de bandera, etc, siempre pensé que le iba a ir muy bien, quería ser como ella, de puertas pa´ fuera, porque en la casa debía encar-garse de unas responsabilidades que no le co-rrespondían, pero, a las que no se les podía huir, estar al tanto de la casa, ya que papá no estaba y mamá respondía por la mayoría de asuntos de

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la casa. Una vez fue creciendo y terminado su bachille-rato en el Colegio Camilo Tórres, le empezó a interesar la danza contemporánea, es así como terminó en Tejedores de Sociedad, ahora mismo la recuerdo bailando en casa un fragmento de la banda sonora de la película de Amelie, hacía unos movimientos raros –para mi-, bailaba con una maleta de cartón con la que debía interac-tuar para su presentación, también recuerdo que leía mucho, escribía cosas que pocos conocimos, persistió ante la oportunidad de un cupo en la universidad pública, la cual le fue negada, por lo que terminó en el SENA estudiando archivística. Quien tuvo también un fuerte interés y curiosi-dad por la música, y quien portaba parte de lo histriónica de mi madre.

Alex es mi hermano mayor: él siempre metido en líos, expulsado por todos los colegios de la lo-calidad, al que más le citaban acudiente, el que siempre llegaba tarde y al que toco ir a un CAI a sacarlo con uno de sus amigos, el que nunca hacía oficio en la casa y el que de cierta manera tenía más libertad, imagino que por ser hombre

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y el mayor. Él terminó sus estudios de bachiller –validando- en el Colegio Camilo Tórres, don-de comenzó a participar en marchas exigiendo causas, al parecer justas, para el mejoramiento de la educación, la salud, el trabajo, entre otros y tantos motivos. Siempre recuerdo su habili-dad con el dibujo, también su dedicación –en un tiempo- por la lectura; donde mencionaba que mi hermana bailaba en casa, él se apropiaba de ese espacio en las mañanas y acompañado de una cobija en sus piernas y música, leía. Su afecto por la música trajo muchos amigos a nuestra casa, como también lo llevo a invitarme -cuando era pequeña- a la Biblioteca Luis Ángel Arango a escuchar Pink Floyd. Su tendencia a la lectura nos llevó a recorrer la biblioteca El Parque ubi-cada en el Parque Nacional a leer cuentos para niños y ver libros de animales. Sus experiencias formativas como Tejedores, los entornos en los que se movía y sus inquietudes por las artes, lo llevaron a tomar la decisión de estudiar en la U.P.N. Licenciatura en Artes Visuales en la que ya obtuvo su grado.

Jhon era el vecino de barrio muy amigo de mi

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hermano, con él y otros (Hamilton, German, Mar-lon…) se armó un grupo de muchachos jóvenes que se reunían a ver las tardes caer desde la misma esquina de siempre, con su estética de cabello largo, pantalones entubados y todos de negro dieron de que hablar por lo menos en el barrio. A Jhon se consideraba parte de mi familia, siempre se veía en la casa de nosotros, bien sea por ir a visitar a mi hermano o al resto de inte-grantes, o porque mi mamá lo invitaba a comer fríjoles el fin de semana (cosa que exigía seguido y que mamá disfrutaba). Otro que también era adicto a la música, con quien nos sentábamos a hablar, a molestarnos el cabello, con quien íbamos a fiestas…y quien siempre mostró estar a disposición ante cualquier situación o compañía que requiriéramos.

Angélica es una de nuestras amigas de casi toda la vida, cuando empezó a llegar a la casa tenía un grupo de danza contemporánea con otras amigas más, en esta época, hace aproximada-mente 11 años, estudiaba en la Universidad Fran-cisco José de Caldas en la LEA, el resto de sus amigas también (Judid, Alba, Yurida, etc), hasta

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donde supe mi hermano tomó algunas clases de asistente en la misma universidad antes de entrar a la UPN, una de ellas invitado por An-gélica. A mi mamá le caía muy bien, la adoraba como otra hija y nosotros, o por lo menos yo, como otra hermana. La recuerdo presentándose en eventos que organizaba mi tío a nivel local o barrial con sus shows de danza, visitando nues-tra casa, llevando onces, poniendo música, alen-tándonos en la vida. Una integrante más para las noches, las tardes, los días, las tristezas y las alegrías. Una persona que me enseña el valor del otro, de la escucha y del dejar ser tranquilamen-te. Una compañía imprescindible en mi existen-cia con la que aún escucho música tirada en una cama mientras cae la tarde.

Omar es otra persona grata en nuestra historia de mi familia, otro profe, y todo un sabedor de música. Pensar a Omar es tener en la mente su imagen y una gigante banda sonora de rock y punk en LPs. Si bien mi madre fue una de las que nos involucró –para mi- mucho en el mundo de la música, él reforzó su tarea; pienso en el equipo de sonido que compró mi mamá y en la

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gran colección de música que él nos dejó antes de viajar a Austin-Texas, complementando la existente en nuestra casa, los dos sin ponerse de acuerdo, lograron convocarnos desde la magia de varias melodías. Su afecto, tranquilidad y ternura con nosotros llevó a construir una admiración por lo que hace, por su persistencia, su historia personal, su sobrevivencia –como muchos- en este mundo de inequidades, encuentros y desen-cuentros con la vida mientras intenta labrarte un camino profesional y académico en el exterior, como también un camino tranquilo personal y familiar.

Y por último, Hernando mi tío por parte de mamá, él, desde que tengo memoria, siempre estuvo en el campo del arte escénico, tengo en-tendido sin una formación académica como tal. Aún se conserva un recorte del periódico El Tiem-po en su temporada de “La sangre más transpa-rente” con el grupo de teatro La Cantera, en esta época yo tenía 8 años, solo recuerdo que para la puesta en escena usaban un corazón de res que colgaban en una especie de marco de puerta del que nos columpiábamos mi primo y yo mientras

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arreglaban todo para la presentación. Años más adelante nos enteramos que militó en un grupo de izquierda del país y que tuvo una zapatería, de ahí su apodo en el barrio como Chapín. Fue quién se encargó en una época de hacernos leer en vacaciones a mis primos y a mí El coronel no tiene quien le escriba, Juan Salvador Gaviota y probablemente otros que no recuerdo, con sus respectivos resúmenes e ideas centrales, algunas veces lo disfrutábamos, en otras solo queríamos brincar de andén en andén.

(Ivonne Martínez Merchán)

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ESCUELA

Escuela

El jardín de niños fue siempre el lugar en el que hubiese querido haber pasado más tiempo. Por lo poco o mucho que brinda la institución en cuanto al juego. Digo poco, por todos los errores o fallas que cometen en cuanto a lo educativo, especialmente por sus contenidos, y, lo más importante, por la comprensión y el buen trato hacia los niños. Pero se jugaba, se podía viajar, ejercer todas las profesiones, ser todos los ani-males, construir lugares y comer lo inimaginable.

La casa fue otro espacio educativo para mí. Ahora que lo pienso, es chistoso este salto de la casa al jardín, algo así como al revés. Llama la atención este hecho porque es aquí donde puede que haya determinado mi forma de ser. Un poco encerrada en mí misma, porque ya no compartía con más niños, mi compañía en una parte del tiempo eran los juguetes. Sin embargo, es el re-cuerdo más bello. Siento que no hubo limites

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para la imaginación; no había recreos ni hora de almuerzo ni hora de siesta, nada ¡Hacía lo que quería! Así que me inventaba juegos hasta el cansancio junto con mi hermano. Tambien apren-día de mi abuela, quien me enseñaba el nombre de las flores que plantaba y me recitaba sus poe-mas que se aprendía de memoria. Ella se sentía con un gran impulso para aprender porque por primera vez iba a la escuela y había empezado la primaria. Recuerdo que leyó todo el Quijote de la Mancha y el Lazarillo de Tormes. Estos libros se los daba a leer su hijo Hernando, quien tenía una biblioteca chica de literatura, ya que estaba en el mundo del teatro.

El paso de la casa a la escuela me pareció difícil. Era demasiado tímida y tenía mucho miedo de los profesores que todavía reprimían a los niños con castigos y maltrato físico. Sumado a eso estaba la agresividad de los demás niños por los problemas familiares que vivían, cosa de la cual yo no estaba exenta.

En la secundaria pude ser más yo. No me impor-taba tanto si tenía o no amigos, si gustaban o no

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de mí, y me sentía libre, con menos temor. Los consejos de mamá me brindaban seguridad para enfrentar las dificultades en todo aspecto. El momento más significativo y con mayor recuerdo es haber conocido a una amiga con la que tenía una comunicación más existencial, tal vez por nuestras historias familiares, pero también por nuestro gusto por el arte, en especial por la mú-sica. Fue la salvación para mí porque me sacaba del aburrimiento que me producía el colegio y, lo más importante, su compañía significaba sa-ber que había alguien con quien comunicarme y compartir de una manera transparente y con un sentido más trascendental de la vida. Recuerdo sus poemas y la cara de la profesora de español que quedaba sorprendida de un talento que em-pezaba a florecer.

Las experiencias que tuve en las instituciones fueron significativas, en tanto que por algún motivo, sin tener en claro qué era exactamente, podía abstraerme un poco. Y por lo menos sentir que algunas cosas no andaban bien en todo su contexto en general. Pero al mismo tiempo tra-taba de vivir un poco esta etapa, desde no ir

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a clase y salir a caminar por la ciudad con las chicas, imaginar que los profesores de humani-dades o de ciencias eran mis papás, juntarme en grupo para hacer trabajos, ser huraña con los chicos etc. Disfrutaba la ruta del colegio. Era todo un plan. Me gustaba sentarme justo cerca de la ventana y ver todo lo que pasaba afuera. Era una especie de intermedio entre la vida esco-lar y la vida cotidiana. Cuando la escuela salía de las cuatro paredes y visitábamos museos, par-ques o había salidas ecológicas, me sentía con libertad y contenta.

Marcya(Marcela Martínez Merchán)

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Mis recuerdos de escuela son formas borrosas, algunas mejor definidas que otras.

Pero antes de la escuela, está lo que supues-tamente fue mi educación inicial. El Jardín, un lugar de instalaciones llamativas al interior de un edificio robusto, con paredes enormes de la-drillos color café y manchas pequeñas, varios de estos me recordaban la cubierta de la mogolla que nos daban en la merienda.

Habían murales que hacían agradable la expe-riencia de estar en un mismo sitio, desde muy temprano en la mañana hasta muy tarde. Me atraían las formas, materiales, olores, colo-res y varios objetos que habitaban con nosotros. Pero tenía poca tolerancia por algunos olores provenientes de la cocina, que de manera flotan-te llegaban a las salas de siesta, a la zona verde de juego y a cualquier rincón donde uno quisiera escapar del olor a crema de espinaca, tomate y esas otras comidas normativizadas por un nutri-cionista de la institución.

Hoy en día creo, que ese tipo de menú lo único

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que hacía era alejar los paladares, de lo que po-dría ser una alimentación integral, que involucra-rá los sentidos, con formas y sabores divertidos. Para entonces mis experiencias con la comida en ese sitio fueron demasiado básicas o terribles. A la hora del almuerzo, escondí millones de cremas de verduras bajo la mesa, de sabores demasiado serios y mazacotudos, parecían evidenciar el mal ánimo de un cocinero.

Mi reconciliación con la comida en ese lugar fue, cuando aprendí a hacer pan. Lo triste es que era mi primer y único pan. Un pan rollo, su harina era noble y acolchadita al paladar, su color semi dorado, un poco brillante, mediano, de tempe-ratura tibia, de olor algo dulce, y visualmente parecía de juguete.

Recuerdo un patio absolutamente blanco, donde nos ponían en pantaloneta, el torso desnudo y en chancletas. Con las manos en el pecho mirá-bamos hacia arriba, porque a lo lejos veíamos unas señoras que salían de una ventana (más o menos de un cuarto piso) sosteniendo una olla de aluminio, la volcaban hacia nosotros, y

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entonces se desprendía lo que para nosotros parecía una gran cascada. Era agua tibia, todos gritábamos y reíamos, pues el impacto del agua era delicioso, era lo máximo. Y venían bien esas oleadas de agua, pues recuerdo que para esa época había momentos intensos de calor. No sé qué pretendían nuestras maestras con ba-ñarnos como animales en un establo, pero para mí es de las mejores experiencias de juego que pase en ese jardín.

En otras situaciones, para llegar al restauran-te, tengo el recuerdo de tener que pasar por un pequeño túnel. Sospecho bastante de este recuerdo, quizás nunca haya existido. Pero sigue en mi mente, la acción de arrodillarse e ingresar en un túnel que conducía al comedor a la hora del almuerzo.

En ese jardín tenían unas pequeñas superficies de madera, y sobre ellas muñequitos de series animadas de TV. Por el contorno y al interior del dibujo, tenían varios agujeros, estos eran para entre pasar con aguja y lana de colores, así se repasaban una y otra vez, simulando la acción de

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tejer. Eso me gustaba mucho, aliviaba la tarde.También tuvimos fichas en madera con formas geométricas, de color amarillo, azul y rojo con propósitos lógico-matemáticos. Sin embargo, yo me sentía como un simio, que chocaba las fichas para sacarles chispas, y provocar fuego. Tal como lo había visto en algún programa de televisión.

Todo esto terminó, cuando sin aviso, nos pasaron de jardín a grado primero. Y ahí empezó mi expediente de regular a mal estudiante.

Del jardín pasé a un colegio, más que eso era un edificio que parecía un rascacielos, feo y abu-rrido, al interior sus instalaciones eran oscu-ras. Muchos niños y jóvenes transitaban a toda velocidad, lo cual me asustaba un poco. En los pisos superiores se encontraban los laboratorios de química y biología, que contenían fetos de animales en formol, imitaciones en resina del cuerpo humano, tipo esqueletos, y otros tantos huesos de especies que ignoraba por completo. Allí, solo estuve un año escolar.

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Ese colegio, y todas las instituciones por las que pasé en mi primaria, contaban con terribles in-fraestructuras, las complementaban los pésimos profesores. Lo que siempre me motivaba a estar más fuera que adentro.

En segundo de primaria, recuerdo tener más in-terés y gusto por la bodega de los materiales de la escuela, que en las clases obligatorias. Pues en aquel sitio, encontraba muchos objetos amon-tonados, materiales de papelería como plastilina, lápices de colores, tipos de papel, otros deporti-vos como balones de futbol o baloncesto, ta-bleros de ajedrez y, otros tantos materiales que desconocía su uso.

Por lo general siempre resultaba cogiendo cual-quier tipo de guitarra de las tantas que había y nunca sacaban. Con este instrumento me ponía a tocar las cuerdas, unas veces muy suave otras rasgándolas, no estaba interesado en aprender sino en tocar, literalmente y sin ninguna inten-sión musical, solo el sonido.

Varias veces terminaba solo en esa bodega,

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siempre fue mucho mejor que estar encerrado con 40 humanos y una profesora escribiendo sin parar en un tablero.

Sin embargo, hay algunos buenos recuerdos de cuando asistía a clase. Un día cualquiera me dio por dibujar, tratando de replicar la portada de la cartilla de español. Era la caricatura de un mimo. Tal vez no quedo igual, pero en el recuerdo, apa-rece la sensación de satisfacción luego de haberlo terminado.

También recuerdo salirme por una ventana esquinera del salón, la que me conducía a una reja por la que bajábamos trepando con otros niños, pues el salón quedaba en un segundo piso. Y de esta manera salíamos corriendo a la cancha y a la caseta donde vendían dulces y una que otra comida rica.

Cuando estaba en tercero de primaria quería tener un arete, le conté a mi mamá, ella misma me llevo al centro de la ciudad para que me lo pusieran. Yo esperaba que no estuviese de acuer-do, y creo que hubiese sido mejor, porque dolió

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mucho cuando la aguja pasó mi lóbulo izquierdo para hacer el hueco.

En la escuela me decían marica, niña y todo tipo de cosas que pudiesen ridiculizarme. Una pro-fesora me pidió quitarme el arete o irme de la escuela. Tuve que cambiarme de jornada para no molestar a la profesora, porque ella era más goda que mis compañeritos.

El arete, más el pelo medianamente largo (o lo que llamaban melena ochentera) y un mal com-portamiento me llevo a ser echado de esa escue-la. Resulté en otra institución cerca de la casa. Donde me molestaron hasta el cansancio por el pelo…

Cuarto y quinto de primaria los cursé en otro lugar, un poco más tranquilo. Y ya sin arete ni pelo largo, pasaban otras cosas. Mi papá había estudiado en esa escuela, eso no me gustaba mucho. Además, la profesora de ma-temáticas le había dado clases a él (vaya a saber cuántos años tenia la señora…). Aparte de todo nos trataba mal, y ninguno de nuestros compa-

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ñeros se atrevía a exigir respeto.Un día en grado 4to, me levante del puesto, muy nervioso y con voz embolatada como si fuese a llorar, le dije que nos respetara, que ella no tenía derecho a tratarnos como “burros”. Palabra favo-rita de la señora para referirse a nosotros cuan-do no entendíamos algún tema. Para esa época, esta profesora representaba una figura maligna, más que cualquier bruja de Disney.

De ese sitio recuerdo buenas cosas como bailar salsa con algunas niñas muy bonitas. Yo solo contaba con un mono paso, y muy tonto por cierto.

Por otra parte, para una izada de bandera (ce-remonia institucional) junto con un compañero hicimos una presentación de baile de lo que llamábamos en esa época RAP. Contábamos con vestuario, coreografía y música que habíamos preparado desde un viejo casete.

En esa escuela tuve 2 novias muy bonitas, que me duraron a lo mucho 2 semanas cada una. ¿La

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razón?, yo era muy tímido y poco entrenado en las “artes amatorias”, entonces, no sabía que debía hacer un novio, de que debía conversar, a donde debía invitar. En definitiva no sabía de sostenibilidad de proyectos amorosos. Entonces era un fiasco y las dejaba plantadas o me hacia el loco, el resto de la historia, lo decidían ellas.Una vez cité a una de estas chicas para darle un regalo de cumpleaños. Ese día le di un beso, le di el feliz cumpleaños, entregué el regalo y le dije que tenía otras cosas que hacer, salí corriendo. No sabía cómo estar con la chica. A parte de todo era tan bonita que me intimidaba, prefería saltar del barco. Y fin.En 5to, se transformó el asunto, tuve una novia con la cual nos entendimos por la música, y eso fue mi salvación. Ambos gustábamos del grupo Caifanes, fuimos felices, pues pase de durar con alguien un par de semanas, a un par de meses. Con ella vivimos canciones, chistes pendejos, cartas empalagosas pero ingenuamente bonitas, caminatas y el paseo de despedida de la prima-ria.

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…

Algo importante que quería dejar para el final de este relato, y que fue trasversal a mi primaria, tiene que ver con el teatro. Uno de mis tíos solía llevarme a sus ensayos con su grupo, el cual transitó por varias salas del barrio la candelaria (centro de la ciudad). Él, me llevaba a ver mucho teatro, títeres, danza y de-más muestras artísticas del movimiento cultural de aquel entonces.

Él y sus amigos me llevaron por primera vez a ver ballet en el teatro colón, en cierta parte entre-tenido pero algo aburrido para mi edad, más me llamaba la atención las instalaciones del teatro mismo, las enormes lámparas llenas de pedrerías y recovecos decorativos, los brocados de los pal-cos, la presencia infinita del terciopelo, el color dorado también presente en muchas partes, todo eso acompañado por la música de la obra. Dure miles de segundos mirando una lámpara del centro de la sala. Y de vez en cuando volvía a bajar la mirada para ver a los bailarines que se movían de puntas.

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Estuve también en las primeras versiones del festival ibero americano de teatro, en salas, en calle y otros sitios que ya ni recuerdo. Para mí era tener una internet en ese entonces, porque veía personas, idiomas, obras, trajes, materiales y un sin número de cosas de otras partes del mundo. Diferentes músicas, cuerpos e historias, unas largas otras cortas, varias no las entendía, pero no era inconveniente, lo importante era estar ahí, era como viajar sin tener que despla-zarse.

En otro momento, el grupo de mi tío se trasladó a los sótanos de la Jiménez. Uno de los lugares más maravillosos que había podido conocer, para la edad que tenia. Saber que existían lugares subterráneos en la ciudad, era algo WOWWW !!!Lugar que tenía una sala de teatro bastante amplia, un pasadizo que se extendía hasta ha-cerse chico. Y que al lado y lado, estaba lleno de talleres de artes plásticas, salas de ensayo de música, teatro y salones de espejos para bailari-nes. Conocí personas increíbles, que parecían alquimistas con los materiales. Podían transfor-

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mar la apariencia de la espuma en rocas, el algodón mezclado con químicos en mascaras extrañas. Sombras y luces habitaban ese lugar.

Construíamos cosas para comparsas, veíamos películas de Chaplin, habían talleres de improvi-sación, por supuesto estaba la literatura, por allí circulaban actores de televisión y de las tablas (como le llamaban al teatro en esa época), Jugábamos un montón y reíamos…

Mi escuela siempre estuvo allí. Tanto así, que empecé a descuidar la “otra escuela”. Y tuve que ponerme al tanto porque para poder asistir a los sótanos debía responder con las tareas y evaluaciones. Esto representó un esfuerzo enor-me, pues afirmaba que no me gustaba esa otra escuela.

A parte de este espacio, un actor X (que ahora es famoso) iba al teatro del barrio y nos daba clases de títeres y actuación. Para presentarnos en ancianatos y diferentes lugares de la localidad.Como recuerdo rápido. Este mismo teatro fue también un lugar muy importante, para mí y los

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amigos del barrio. Veíamos películas de terror y superhéroes a cincuenta pesos.

Cuando terminaba la función nos subíamos a la tarima para ir detrás de la pantalla que era muy grande, observábamos por detrás de esta, para saber de dónde salían las imágenes. Luego es-cudrillando resultábamos en unas escaleras que nos llevaron a un segundo piso, donde estaban los proyectores, que parecían maquinas enormes de carbón para tele trasportarse.

En definitiva, fue mucho lo que viví y aprendí desde el teatro, mucho más que toda la primaria. Y fue gracias a eso que me enrole en el arte, no precisamente por el teatro, sino por algo que me sorprendió aún mucho más (las artes plásticas y visuales).

Por su puesto mi escuela no estaba en las insti-tuciones educativas por donde pasé, siempre me parecieron tétricas, pobres, feas, muchos de sus profesores igual, otros no tanto, los compañeros salvaban algo el ambiente, otros acentuaban lo terrorífico. Siempre odie estudiar, debido a

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esas condiciones en las que muchos de nuestra generación estudiamos, si es que a eso se le podía llamar estudiar. Esto solo se transformó para bien, cuando llegue a grado noveno, décimo y once, y mejor aún, en mi pregrado.

Ahora viendo en retrospectiva, después de haber estudiado pedagogía y artes visuales, para mí todo es más claro. Comprendo por qué era como fue nuestra educación. Y solo puedo concluir que toda esa época fue mi propia edad media. Esto se complementa con la frase de un amigo X que no recuerdo su nombre: “uno estudia lo que padece”…

Monky(Paulo Merchán)

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La escuela estaba allá, en ese potrero, no tan lejano, a unos cuantos pasos de la casa. Era un espacio abierto, circundado por un hermoso bos-que de pino y eucalipto, coloreado por el rojizo y ocre de la greda y la arcilla que allí brotaba. Por la entrada principal pasaba la carretera, antigua vía al llano y siempre fue constante el paso ve-hicular. Al lado derecho de la escuela quedaba la finca de la familia Castro dándole un toque más campestre al barrio. De este lugar recuerdo, que provenían repulsivos olores hasta la escuela y algunas mañanas el chillido incontrolable de los cerdos a medio asesinar nos acompañaban hasta la entrada.

Era una escuelita pequeña, de ladrillo, enrejada, con una cancha grande, una media torta peque-ña y mucho espacio verde para jugar. Aún recuer-do ir llorando por la calle pantanosa a la escuela. Ir de la mano de mamá que me dejaba ahí en la entrada junto a mi hermano mayor Omar. El me acompañaba hasta el salón llevándome de la mano. Omar estaba dos grados adelante del mío, me cuidaba y consentía, vivía muy pendiente de mí, él cumplía muy bien con su rol de hermano

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mayor. En estos años de primaria me gustaba permanecer a su lado, pasaba más tiempo con él y sus compañeritos jugando, que con los niños de mi curso.

Todavía recuerdo estar entrando al aula con mis zapatos Berlon negros, llenos de barro y la cara malgeniada de la profesora Bertha ordenando a todo el curso a limpiarse los zapatos con un trapo viejo. El baldosín rojo y, brillante parecía pisoteado por pequeñas pezuñas de cerdos, la escuela una porqueriza en épocas de invierno. Me viene a la cabeza esa calle estrecha y, res-baladiza, por la que había que pasar como si de una cascara de banano se tratara. A la escuela, que estaba tan cerca, no se llegaba fácil. Madrugar es de mis recuerdos más traumáticos... eran uno, dos, tres y más los incansables gritos de mamá queriendo despertarnos de nuestro placido sueño, la pobre siempre Terminaba alistándonos a las carreras y a regañadientes. Teníamos que tomar rápidamente el desayuno, casi embutírnoslo y caminar a su ritmo afanado, para no llegar tarde.

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A veces no me gustaba ir a la escuela. Ni me gustaba sentarme en ese pupitre verde y alto, el mismo pupitre en el que me tocaba sentarme con una niña, aún recuerdo ese animalito pe-queño subiendo por su cabeza. Todavía me llega ese olor a orines que impregnaba su jardinera. Y como olvidarse de las puntas de sus zapatos rotas y, de sus medias carcomidas, de su carita sucia y, lagañosa. Ella era Ana, una niña un poco más pobre que yo y, vivía en la periferia.

9:30 am, esa hora, era la mejor hora del día. Pues a esa hora sonaba el escandaloso timbre que irrumpía la clase, se desataba el caos que era mágico. Era la hora del recreo y, mi mamá se acercaba hasta la reja blanca y oxidada de la escuelita y, nos traía las onces, que podían ser Sandwich de pan con huevo revuelto, arepa, are-puelas o cochinitos como les llamamos, con café hirviendo. Eso sí tocaba soplar y soplar ese café traído en una olleta metálica y, servido en vasos de pasta. Los cochinitos los traía en un plato de porcelana Corona. Yo me ponía muy feliz, conten-ta por ver a mi mamá y, las ricas onces que a esa hora entraban por los huequitos de la reja.

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Algo que aún no he borrado de mi mente, es aquel día de la familia, en que junto a dos com-pañeras más interpreté una canción de “las Flans”, la profesora nos disfrazó con prendas que ella consiguió y delante de todos los padres, fuimos estrellas del pop que tanto se escuchaba en la época. Creo que siempre me gusto cantar, y en cuanto evento cultural que era organizado en la escuela, aparecía yo, bailando cantando, declamando, imitando o con el más sencillo papel en la escena.

De los deporte ni hablar, ahí también estuve, pertenecí a todos los equipos, obtuve medallas de baloncesto y boleiballl, en los campeonatos que anualmente se realizaban, desde ese en-tonces se fomentaron en mi varias habilidades corporales.

Fueron incontables mañanas de mi infancia, que viví en esas paredes, rodeada de niños unifor-mados, cuadernos de hoja amarilla, lápiz rojo y negro, cartillas, planas, juegos y despejados amaneceres en los que, al horizonte se podía distinguir el Nevado del Ruiz.

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Y luego de esa larga, tediosa y, a veces sufrida jornada diurna en la escuelita Los Alpes, sonaba por segunda vez el timbre anunciando la salida. Los pasillos se llenaban de enanitos afanosos corriendo en una sola dirección, la salida de la escuela. Por ese entonces mi mamá ya trabajaba en la Hortua, bueno, Omar y, yo; nos saliamos solos.

Jary(Angélica Garzón)

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La escuelita de doña Rita

Cuando yo era niño, mucho antes de tener mi primer día de colegio, me había acostumbra-do a la rutina de mi abuelita, quien, mientras hacía el oficio, no paraba de escuchar la radio. Entonces para mí el tiempo se medía en térmi-no de los programas que transmitían: noticias, radionovelas, más noticias, más radionovelas, y así sucesivamente. Antes de que empezará la primera tanda de radionovelas, mi abuela sin-tonizaba “La escuelita de doña Rita”. Ese, creo, fue mi primer contacto con la noción de escuela y de educación. Era una comedia en donde, si no recuerdo mal, doña Rita era la directora y había un inspector, un profesor y un grupo de estu-diantes. Los “chistes” eran por las ocurrencias de los estudiantes, en particular de uno bobo al que llamaban “calvete”. Lo que pienso ahora es que, así como era de malo el programa y de terrible la escuela que representaba, así fueron los lugares a los que fui a estudiar y la “educación” que me fue dada.

Antes de cumplir los cinco años mis padres me

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Antes de cumplir los cinco años mis padres me pusieron en el colegio del barrio donde vivíamos. Se llamaba el “Liceo España”, un pomposo nom-bre para el negocio que tenía la señorita Emma, la directora, en la extensa casa donde vivía, cuyos cuartos había adaptado como salones de clase. Era un reconocido lugar que tenía cierta tradición en el barrio Modelo del norte, pues casi todos los vecinos (incluidos varios tíos) ponían a sus hijos allí para que estudiaran la primaria. Así, en una familia tan grande como la mía, prácti-camente todos, incluidos muchos de mis primos, pasamos por las manos de la señorita Emma. Y esto no es una forma de hablar: era ella una solterona, cuya familia aristocrática debía haber venido a menos, que no tenía reparo en maltra-tar a los niños con gritos, coscorrones y pellizcos. Y tenía las uñas bien largas. Años después, cuando ya estaba en la universidad, supe que uno de mis tíos, que ya había enviudado, por poco y se casa con la versión más vieja y arrugada de la señorita Emma.

A mí me fue bien en todo caso. A pesar de que no eran muy grandes las clases (a veces, por

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ejemplo, segundo y tercero funcionaban en el mismo salón y con la misma profesora), yo empecé a izar bandera y a llegar los viernes “condecorado” a mi casa, con una medalla que tenía la bandera de Colombia y que me pegaban al pecho con un gancho dorado de nodriza. No recuerdo haber sentido un orgullo más grande en toda mi vida. El problema es que mis papás siempre se atrasaban en los pagos de la pensión y la señorita Emma nos devolvía para la casa. Por eso, creo, debí escuchar más veces las voces de la señorita Rita y de Calvete que las de mis profesores. Llegó un momento en que tuvimos que cambiar de casa (tampoco pagábamos el arriendo). Creo que nadie se preocupó por la parte esa de “¿en dónde van a estudiar los niños?”. La verdad, nosotros tampoco. Era muy divertido estar en vacaciones casi perpetuas. De hecho, adapta-mos nuestros juegos (teníamos tanto tiempo) y empezamos a jugar a la escuela. A mí me dieron el cargo de profesor de matemáticas. Ya tenía 10 años y era más o menos hábil para los cálculos. Y la cosa funcionó porque soy el responsable de que mi hermana menor haya aprendido a leer,

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a escribir y a sumar y restar. Es el mayor logro que he tenido en mi vida de profesor. Sí: me volví profesor. En esos días, si darme cuenta, ya había decidido mi destino: primero como profesor de matemáticas; y luego como maestro de espa-ñol y literatura, que es lo que enseño ahora. En justicia, debo decir que fue mi hermana quien me enseño todo eso. En fin. Que el juego solo fue divertido por un tiempo. Nos aburríamos mucho (somos seis hermanos). Entonces salimos un día a explorar el vecindario, y encontramos otro de esos colegios-casa con nombre pomposo: El Gimnasio Wenceslao. A pesar que yo era de los pequeños, tomé la iniciativa y le dije a directo-ra, la señora Graciela de Rojas, que queríamos estudiar. Ella se conmovió y, en cuestión casi de horas, después que le contamos a nuestros papás, habíamos vuelto a un colegio de “verdad”. Así pudimos terminar la primaria.

El colegio de bachillerato lo encontramos explo-rando un poco más allá de los límites del barrio donde vivíamos. Este fue mejor porque era un colegio distrital y no había mucho riesgo de que nos devolvieran a la casa por no pagar la pen-

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sión, aunque debimos sufrir casi siempre por una cosa o por la otra: no tener el uniforme, o los tenis de educación física, o los libros. Siempre fuimos muy pobres.

Creo que eso es lo que más recuerdo de mi vida de estudiante: la falta de dinero, de libros, de uniformes, de plata para comprar en la coope-rativa en los recreos. Una mezcla de hambre y vergüenza.

Pero como no quiero aburrir a quien paciente-mente ha leído mis recuerdos, solo un detalle más. Cuando estaba en bachillerato se me daba muy bien entender sobre todo matemáticas. Típicamente el profesor nos ponía una lista de ejercicios (por ejemplo, los de factorización del álgebra de Baldor) y se iba. Yo los terminaba rápido y luego empezaba a escuchar mi nombre constantemente: muchos de mis compañeros querían que yo les explicara cómo se resolvían esos ejercicios. Así fue, además de la experiencia con mi hermana, que me hice profesor.

Después de la universidad conseguí trabajo

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enseñando matemáticas en un colegio de gente adinerada. Fue un poco como volver al colegio a hacer un curso remedial de mi vida. Por lo menos podía comprar empanadas en la cooperativa. No sé todavía si pasé o no pasé ese curso.

Gomis(Omar Vargas)

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Teníamos que andar con zapatones para no dañar el brillo…

Si me preguntaran sobre de mi experiencia en la escuela recuerdo:

Inicialmente mi mamá falsificando los papeles que exigían para el ingreso en la escuela Santa-fereña I, ella debía trabajar y yo tenía 4 años, el requisito era tener 5, como estaba tan pequeña solo alcanzo a vislumbrar la leve imagen de sus brazos entregando los documentos en una venta-nilla, no alcanzaba a ver su rostro; acá comienza mi travesía en ese lugar donde todos tenían un saco azul, una camisa blanca, un jean azul o en su defecto una falda a cuadros de color blanco y azules, con líneas rojas y amarillas.

Recuerdo mi madre bregando siempre para que almorzara, yo me negaba a punta de lágrimas y cerradas de boca, siempre me amenazaba con empacarme el almuerzo en una bolsa y llevár-melo a la escuela, cuando decía estas palabras mágicas abría mis ojos, por supuesto la boca y me comía todo, no estoy segura de quién me

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llevaba a la escuela, tal ves mi hermana o madre, a pesar de ser a pocas cuadras no me dejaban ir sola, tengo en la cabeza claramente mis pasos cortos afanados para llegar a tiempo, el sonido de mi maleta revolcándose y el de las onces en la lonchera, el saludo de rigor que se le hacía a los profesores de turno encargados de la “con-vivencia”, lo que era más un ejercicio de control, ¿quién trajo el uniforme?, ¿quién trajo la falda alta?, ¿quién trajo el cabello largo, suelto? ¿a qué padre o madre de familia le doy la queja?, a modo de inventario, por supuesto no faltaba el beso de despedida, la mirada a los ojos acom-pañada de la típica palabra: juiciosa. Al inicio todo fue tranquilo, creo que no lloré a cruzar esa puerta que me separaba de mi casa y mi barrio, lo que no quería decir que no sucediera en otros niños, Yamile era una amiga que vivía a media cuadra, y que a modo de ritual sagrado se nega-ba a entrar y lloraba de lunes a viernes tras las rejas de la cancha de fútbol, siempre miraba a su familiar alejarse y entre más se alejaba más crecían sus gritos, al verse sola el llanto bajaba y su tartamudez afloraba en cualquier momento.

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A pesar que a la cancha podía ingresar cualquier persona su abuela le entregaba las onces por la reja, y su descanso, mientras comía, muchas veces hablaban separadas por la misma.

Al inicio yo no tenía uniforme, por lo que mamá siempre me mandaba en vestidos de flores, a las profesoras les fascinaba como mamá me vestía. De primero a segundo, solo recuerdo dos profesoras y un profesor, una de ellas era Janeth quien en ocasiones llevaba a su hijo, la otra era una mona en la que siempre sentí odio, me rega-ñaba, me maltrataba y decía que no hacía tareas, el otro era el profesor de Educación Física, con el que casi me ahogo en una piscina y quien acosa-ba de alguna u otra forma a las niñas, por quien salí de esta pequeña escuela. De acá tengo algunos recuerdos, unos tormentosos y otros alegres, los tormentosos eran con la profesora mona, Alba si mal no recuerdo se llamaba así, quien parecía sentirse realizada al ejercer autoridad en otros, quien parecía no disfrutar su trabajo; con la otra profesora, Janeth, recuerdo un día particular, mientras explicaba a uno de los estudiantes la actividad planeada, en el mismo

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momento su hijo cogió la cocedora metió el dedo índice y con la otra mano dio un golpe muy fuerte, el grito supero la bulla de aproximada-mente 35 niños e inmediatamente lo llevaron al hospital que quedaba cerca; con Jorge el de educación física recuerdo que nos llevaba en fila caminando aproximadamente dos cuadras y cada quien llevaba consigo una maleta o bolsa donde se encontraba su vestido de baño; caminar fuera de la escuela, una o dos cuadras estando en la jornada escolar era casi mágico, esta sensación se mantuvo hasta el bachillerato.

Debido al mal trato de algunos docentes mi ma-dre decidió sacarme de la escuela y pasarme a la de La Victoria, allí teníamos que andar con zapa-tones para no dañar el brillo del piso de mineral rojo, ese olor a cera siempre nos acompañó en nuestras jornadas, de acá recuerdo los pupitres para dos personas color café, siempre me gusta-ba hacerme al rincón así me sentía más segura, de qué, no se. Acá curse tercero de primaria, donde conocí a uno de mis amores, Diego, a quien le cogía la mano debajo del puesto mien-tras daban la clase, y quien me “traicionó” con

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Mónica la niña que menos pensaba, debido a ello pensé en no volverle a dirigir la palabra a ella, pero era tan amable con todos que me fue difícil retirarle mi amistad.

Recuerdo también mis clases de croché; las de vigías de la salud, quienes miraban si teníamos piojos, si cuidábamos bien nuestro cuerpo en cuanto a limpieza; las clases de inglés en don-de cantábamos el padre nuestro por filas, en la competencia tipo examen yo gané, no lo terminé de recitar todo porque en un momento miré a ambos lados y era la única que se lo sabía, me sentí sola y me callé, hice la primera comunión y me bautizaron al tiempo con el profesor de religión, la clase de matemáticas era dictada por un profesor que siempre olía a cigarrillo, ese que me causaba curiosidad por su soledad, su serie-dad, en ocasiones salía al patio del colegio y se quedaba observando los estudiantes que pasa-ban de vez en cuando, aún me causa intriga qué pensaba, cuando llegaba al salón me daba algo de susto pero no tanto como otros, tenía gafas de mucho aumento, me divertía hacerme detrás suyo cuando revisaba ejercicios en su escritorio,

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la idea era poder ver como él veía,

Allí también estudiaba mi hermana, como era tan pequeño el colegio la veía en descanso normal-mente, ella se caracterizaba por su tranquilidad, su juicio y sus pocos amigos, en ocasiones era amenazada por las estudiantes más conflictivas de su curso, siempre quise defenderla pero no tenía sentido, solo quedaba la opción de seguirla con mi mirada y ver que estaba bien.

Este colegio me brindo la posibilidad de conocer a dos personas importantes en mi vida; la pro-fesora Herminda, crespa, de contextura gruesa, morena, siempre de tacones, labial rojo, olor a maquillaje, uñas postizas y no podía faltar su bolso en cuero, quien se preocupaba por sus estudiantes no solo por las notas sino también por las historias personales que nos atravesaban, y a Diana Díaz mi única y verdadera amiga de in-fancia, quien me enseño a estudiar, a vivir feliz a pesar del cáncer que la aquejaba, con solo mirar el cielo o recolectar cerezas sonreíamos.

Como el colegio tenía hasta noveno grado mi

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hermana pasó a cursar el resto en el Camilo Torres, yo curse hasta sexto de bachillerato, una vez terminado me retiraron y fui al Rafael Núñez, colegio donde estaba mi prima ubicado en el barrio el Sociego cerca al 20 de Julio, acá ya mis compañeras se empezaban a preocupar por el maquillaje, la falda alta, el novio, las fumadas a escondidas, las discotecas, temas de poca impor-tancia para mi, mi madre insistía mucho en no “compinchar” y esto me llevo a compartir poco este tipo de preocupaciones. Pareciera que en este colegio solo hubiera recibido en cuanto a materias, sociales, química y biología, no recuer-do más clases, hasta octavo estuve y pase al Camilo Torres donde mis hermanos estudiaban, uno en la jornada de la tarde y otro en la noche.

La dinámica de esta institución permitía tener algo más de libertad, el mismo espacio del cole-gio por ser tan amplio ayudo a relacionarme de otra forma, no porque no existiera control sino porque había el doble o triple de estudiantes en comparación de donde venía. Recuerdo que era tan grande que el primer día me perdí. Acá tuve clases de dibujo técnico, materia que detesté,

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de inglés donde aprendí las canciones de Bob Marley Is This Love y Audioslave de Like a Stone, la clase de filosofía, de artes donde hacíamos un recorrido por los pasillos hablando sobre historia del arte, pues las paredes tenían pinturas impor-tantes realizadas por los estudiantes de bachi-llerato y de física con un profesor que explicaba los ejercicios con Pepito y Pepita, personajes dibujados a punta de palitos, bolas, gorra, falda y capul que recorrieron la mayoría de tableros de bachillerato, ellos eran los más atractivos de la física, de este modo tan aparentemente simple él nos ayudaba a perder el pavor a la fuerza, ace-leración y a la masa.

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También hice parte del grupo de danza y nos presentábamos en cuanto evento había. En esta institución fue mi primera llamada de acudiente, una compañera de salón se burlaba de mi al vivir en el sur, ella vivía en Las Cruces, sus desagra-dables comentarios eran frecuentes, yo siempre me callaba sin embargo un día no aguante y le contesté, ella se devolvió, me cogió del cabello y pal piso, mi mamá estaba al tanto y en el fondo sentí que le alivió que no me dejara más, así que no me regaño.

De igual forma fue la primera vez que tomé dentro del colegio, muy a las seis y treinta de la mañana, celebrábamos el cumpleaños de Mafe mi amiga, a la que primero pillaron en la forma-ción que hubo ese día, acá por solidaridad le dije al resto que fuéramos con ella a coordinación y dijéramos lo que había sucedido, por esto nos hicieron ir un sábado a arreglar puestos, consis-tía en apretar tornillos, lijar, pintar, para hacer más ameno el castigo llevamos más trago y como nadie nos vigilaba, nada pasó.

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Deteniéndome un poco en lo expresado, me doy cuenta que mi relación con la escuela en su mayoría tiene que ver con personas que me marcaron de algún modo, con estrategias meto-dológicas de algunos profesores, más que con los miles de contenidos vistos. Al tiempo recuer-do que en últimas no me era tan grato estar allí, prefería estar en mis cursos paralelos (danza y teatro) donde consideraba un ambiente tranquilo y un trato cercano, en mi casa la pasaba mejor, al lado de mi abuela por ejemplo.

Timo(Ivonne Martínez Merchán)

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los cosmeticos

los cosmeticosLa “kusmética” de “los cosmeticos”

“los cosmeticos”: sin tildes, mayúsculas o “Kas” - que

haga resaltar su nombre o propuesta-, sin pre-tensiones X, y sin importar sí los demás lo con-sideran una basura o el ejercicio experimental e

intelectual más influyente desde Brian Eno.

“los cosmeticos” son una expresión del sin sabor de la academia, un revolcón agitado y extremo en la esquina de nuestras mentes, un ejercicio de relajación, y más que todo, un encuentro de

amigos que disfrutan la creación desde la impro-visación, del sin lugar y del sentir que da la liber-tad, un sentí que no espera los dictámenes de la gramática, la melodía o las reglas que imponen

los parámetros de medición.

Es una propuesta experimental sonora, visual, gráfica…La cual lleva aproximadamente un año de creada, y que está influenciada por el rock,

la electroacústica, la electrónica, la canción de nuestras mamás, el balazo de la ranchera, la ca-

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lle, la televisión, los libros, el stencil, los comics, el cigarrillo de cien pesos y más que todo, por el “hágalo usted mismo”, no solo del punk sino de nuestras familias que con el día a día nos ense-ñaron que es posible construir en el aire de las

posibilidades y oportunidades.

Para una de las integrantes, este encuentro de sonidos y mentes le proporciona la fantasía para recordar e imaginar los juegos de niña, “es como estar en frente al espejo imitando a mis cantan-

tes favoritos, sus gestos y voces. Inventar cancio-nes sin ritmo, disfrazarme y sentir que alrededor

de la cama habían miles de personas.”

Gran parte del trabajo de “los cosmeticos” con-siste en la forma en que se ejecutan los instru-

mentos, ya que sus integrantes tenían muy poco conocimiento del lenguaje técnico gramatical, tal

y como lo resalta uno de ellos, “en los primeros momentos no entendía nada con respecto a la

creación musical, todo era juego, y aunque ahora tampoco me siento como una hoja en blanco, todavía sigue siendo un juego, con asombro y

búsquedas para encontrar mi propio sentir

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musical, a través del ruido y estableciendo una comunicación con los otros cosmeticos”.

Este es un punto de partida para crear texturas, ambientes, paisajes sonoros…dando cuenta de un cambio e interés: técnica-gramática, por la

musicalidad de cada uno de sus integrantes: “Es una comunicación musical retratada en los

instrumentos una búsqueda de sonidos y expre-siones que se encuentran guardadas en nuestras

mentes, entorno y diario vivir, dándolos a cono-cer por medio de la experimentación musical”.

Uno de los ejercicios que se viene dando dese el inicio de “los cosmeticos”, pues en sus ensa-yos no se “ve” absolutamente nada (apagan la

luz), solo se ve el sonido (Ruido Blanco)y lo que se escucha, es que cada uno va entrando en su musicalidad y con la forma en que se siente y

entiende la música.Sin embargo, dentro de la propuesta musical de “los cosmeticos”, uno de los mayores intereses

es al de llevar una masa sonora de una forma dinámica hasta donde quieran sus integrantes. Es decir, si cualquiera de ellos se convierte en

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un académico de la música o estrellas de pop (hmmm) no hay problema.

El material de audio que se anexa es un trabajo casero hecho en un “ensayadero” con una pe-

queña consola Yamaki donde a punta de oído y “sentido común” se grabó un casete de cromo y

posteriormente se bajó a un cd.La idea es presentarlo sin afanes ni pretensiones técnicas; es una muestra sincera y real de lo que

somos sin ediciones ni maquillajes, llevando al error no hacia la dificultad sino hacia la posibili-

dad de creación, es por esto que creemos que las voces, incongruencias y cortes hacen parte de un

todo donde se visualiza nuestra esencia.

(2005)

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Los cosméticos

Soy Omar, el profe. Como a muchos de los que serían los Cosméticos, tal vez por haber nacido en medio de las privaciones materiales y los privilegios poéticos de la clase obrera bogotana, la música, sobre todo el rock, se convirtió en mi seña de identidad y en la oportunidad de ser distinto. No creo equivocarme si afirmo que, al igual que los cosméticos, carezco de talento mu-sical: nunca pude cantar ni tocar un instrumento. Bueno, que quede claro: todos ellos sí que tienen talentos artísticos; solo que no estoy seguro de que tengan mucho que ver con destrezas musi-cales. Yo los conocí a través de Marcela, antes de que empezaran a crear su banda. Encontré dema-siado estimulante que el común denominador de ellos fuera tanto su interés por el arte como su temperamento crítico y exigente. Más de una vez pude compartir con ellos una función de teatro, una presentación de danza, una película y, sobre todo, una larga y atropellada sesión de música de videos y de vinilo. Entonces algo fundamental cambió en mi vida y me fui del país a estudiar.

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Antes de viajar a Austin, Texas, dejé la mayoría de mis discos con Marcela. A ella la seguí viendo a la distancia, por Messenger. Y así me ente-ré de que habían empezado el proyecto de los Cosméticos. Nunca tuve conciencia de qué tipo de ruido hacían. Eso sí, creo que compré camise-tas y otros objetos de promoción. Me hice algo así como un fan virtual. Luego pasaron muchas cosas. Los cosméticos se hicieron grandes y se desbandaron. Marcela y yo vivimos juntos unos años. Laura se fue para siempre. No volví a ver a Jhon.

Marcela y yo nos separamos y por mucho tiempo ni las nuevas versiones de Messenger lograron desafiar las distancias geográficas y emocionales (en estos días nos saludamos con frecuencia por WhatsApp, pero seguimos en extremos opuestos del mundo). Hace unos meses fui al apartamento de Álex. Allí me reuní también con Ivonne, con quien he mantenido, desde hace años, el ritual de encontrarnos y tomarnos un café y una foto cada vez que puedo ir a Bogotá (para mi fortuna, Angélica se nos ha unido). Fue una conmovedora reunión. Después de tantos años distanciados,

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hablamos atropelladamente y, claro, escucha-mos música. A pesar de que ahora las canciones están almacenadas en nuestros teléfonos y en nuestros computadores, Álex tenía un hermoso y viejo tocadiscos. Me pidió que buscara algo dentro de la colección que él todavía tiene y los sorprendiera: seguía confiando en mi “buen gus-to”. Entonces me encontré con todos los discos que le había dejado a Marcela cuando me fui por primera vez.

Gomis(Omar Vargas)

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2017