y el segundo imperio - tec

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HISTÓRICOS DE Y EL Segundo Imperio POR Victoriano D. Báez. Editor, JULIÁN S. SOTO. OAXACA. Talleres Tipográficos de Julián S, Soto, 1a. de Benito Juárez Núm. 1. 19O7.

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HISTÓRICOSDE

Y EL

Segundo ImperioPOR

Victoriano D. Báez.

Editor, JULIÁN S. SOTO.

OAXACA.

Talleres Tipográficos de Julián S, Soto,

1a. de Benito Juárez Núm. 1.

19O7.

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Es propiedad del Autor.

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LA HISTORIA DEL PUEBLO.De esta gente me precio,

y de esta sangre.

Ya el eximio novelista español ha caracte-rizado el género en sus bellisimos "EpisodiosNacionales." Con esa verba pujante, grandi-locuente y castiza^pero ¡qué castiza!—delsiempre celebrado autor de "MW posee la tie-rra de las proezas legendarias y de las épicastradiciones, toda una literatura especial quecompleta la Historia, que, quitando á ésta suaustera gravedad dé matrona cejijunta, da, conel sabor melifluo de la leyenda, el aliento delpatriotismo para el pueblo, Pérez Galdós halevantado un monumento eterno á la ibéricagloria, popularizando el hecho, la tradición, elcomento lo que mejor se prende en el almade las multitudes, sin rebuscamientos de causasy efectos, sin estudios de psicología complica-da, lo que fortifica, y levanta, y forma parasiempre el carácter nacional.

La Historia ha penetrado en el dominio de laFilosofía y la Sociología, y no es ya el simpel

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relato de los sucesos que <••••/ /™</™.r < / ' i¡/n(,rr¡- Ato'it hammc. Es más: es el estudio del progresohumano á través del tiempo y del espacio. In-vestiga causas, demuestra evoluciones, analizay sintetiza todo. Ahora si es "la maestra de lavida" que decía Cicerón. Por eso, precisamente,cada día se separa más del vulgo, y por esotambién al niño y al pueblo, debe dárseles ensu forma atrayente, accesible, comprehensiva,como alimento propicio que fecunde y prospere,que nutrifique y sostenga.

Por otra parte, el conocimiento de la historiapatria es indispensable para todo hombre. Esdesconocerse, no tener idea de su fuerza, de sudestino y de su valer, no ser un ciudadano com-pleto, ignorar lo que ha sido su raza, lo que hahecho y lo que pueda hacer. ¡Ignorar á sus hé-roes es no merecerlos!

Nuestra historia ha pasado por todas las vi-cisitudes de los pueblos conquistados en épocasde atraso; las inscripciones de la rasa primiti-va se perdieron en. el rudo choque de los inte-reseH extraños, y sus fastos y sus glorias en lairreparable destrucción del fanatismo y de laignorancia. Gomara, Solís. Bernal Díaz, el Con-quistador Anónimo Ixtlicxóchitl, Clavijero etc,tuvieron que entresacar de las obscuridadesdel pasado lo que salvó la casualidad, y - ó porparcialidad al conquistador ó por falta de da-tos—los vencidos nos dejaron casi exhaustos

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los anal&s, sin que lográramos /.'.« u/ / , - , - , ni,,;,*...de nuestra vida y nuestra,? glorias. Eso no obs-tante, los trabajos posteriores, los nuevos cono-cimientos, la no interrumpiáa labor de cronistasy anticuarios, lian venido inquiriendo, analizan-do, comprobando, y—aun siendo tanto lo perdi-do -nos queda lo suficiente para enorgullecemosde aquellos hombres de bronce que en la edadde! cobre sobrepujaron á lo concebible y estu-vieron al lado de los pueblos más antiguos ymás gnnier:: de la tic ira.Por circunstancias diversas, aunque eisi i<rua-

ler, en sus efectos, nuestra historia moderna seha resentido de la acción de los acontecimien-tos en la larga época de nuestra anarquía ydesbarajuste, y hasta hace muy poco, al venirlo que pudiéramos llamar nuestro Renacimien-to Literario, se lia logrado, también nuestrorenacimiento histórico.

Hombres como Orozco 3' Serra y Chavero re-construyeron el pasado; otros como Mora, Za-vala, Bustamante,—seguidos de una pléyadeatinada, de intelectuales—han venido formandoel libro del Éxodo, el de los Jueces y el de losBeyes, para OJES al fin se escriba el de la Tie-rra Prometida.

Natura! es, pues, que todavía nos falte mu-cho, si acabamos de atravesar las arenas can-dentes del desierto, después de haber sufridolas duras cadenas de la esclavitud. En esta

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via, aún espinosa y accidentada, es bien es-timable toda labor que se encamine alienar losvacíos de nuestra cultura, de la cultura de nues-tro pueblo que apenas abre los ojos (con el tra-bajo de la atávica pereza y del desengaño se-cular) á Ja luz que debe redimirlo y engrande-cerlo. Gran parte de nuestro pueblo todavíaduerme; despertémosle. Apresurémonos á ser-virle, por grados y según sus necesidades, elverbo del progreso en el libro sano. No seamosnosotros los que crean que hay que abandonar-lo en los vericuetos inaccesibles y en sus cor-dilleras impenetrables, como á seres ya irreden-tos. marchitos y muertos no, creamos siem-pre en su regeneración por el libro, en su poderpor el esfuerzo, pues ellos guardan las aptitu-des en germen, los brotes prontos á crecer desus progenitores gloriosos.

No; vayamos al indio siempre con el librosincero, siempre con el libro sano.

Y ¿qué más sincero y más sano que el librode nuestra historia, en forma de episodios, deleyendas? ¿qué más sencillo y más útilque ense-ñarle el patriotismo, sin las arideces científicas,en el grito del héroe, en el sacrificio de la víc-tima, en el valor del caudillo?

Para el niño, pues, y para el pueblo -quesiempre es un niño—va este librito como unapromesa, deseando hacer el bien por el amor ála patria.

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Nosotros, que somos tan afectos á escudriñaren la mies ajena buscando el grano de oro delintelecto exótico, cuan torpemente desdeñamoslo nuestro por ser nuestro, ignorando lo quemás nos interesa y no* llama, en este rudísimobatallar de la complicada vida moderna,

Leemos con fruición las sombrías enmarañasde Mallarmé. los perturbadores ensueños deBaudelairo; acudimos solícitos á excitar el pa-ladar indiferente con las lobregueces insánicasde Maupassant y, para conocer la vida en suplenitud, entramos no pocas veces á las selvasimponente» de los Taine, los Thiers, los Mili, losSpencer. los Bain Pero ¿y lo nuestro? Sabe-mos al dedillo las leyendas germanas, galas ygriegas; conocemos, bien ó mal, los episodioshistóricos, las tradiciones y los mitos de esteó el otro pueblo de la tierra, é ignoramos—¡tris-te es decirlo! hasta los más notable» episodiosde nuestra historia, en la larga y paciente lu-cha que heñios tenido que sostener, antes deconstituir una nación independiente y libre enel planeta.

Este indiferentismo no sólo es debido alabandono propio de nuestro carácter y á la apa-tía propia de nuestro temperamento. Asimis-mo se debe á los efectos de una torcida educa-ción que nos ha impodido valorizar lo esencial-

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mente nuestro, que nos impele á desdeñarlo áno estimarlo.

¿Podremos así formar el carácter nacional.alma pujante de una raza?

Así se explica que mientras nosotros casi ig-noramos al primer historiador do Oa/xaca,. elPadre Burgfoa, y á Juan Bautista Carriedo, elsegundo, anden por ahí traducidos á sajona len-gua, buscados y comentados en las bibliotecasde Allende el Bravo.

Esta tendencia nuestra, esto defecto inheren-te á nuestro ¡aedio, á nuestra rasa, debe sercombatido en cualquier forma. Por eso aplau-dimos de todas veras el presente -librito, que, ánuestro juicio, será un libro de lectura más útilque muchos que se imprimen sin gusto y sincriterio, No teniendo como no tiene pretensionesde forma, lleva una doctrina sencilla y sana, lamás sana, la que hace que e! hombre ame al sue-lo que lo vio en la cuna y qua admire las proezasds los campeones que le dieron honra legitima.

Asi no olvidará á sus lares y como los rapso-das homéricos, irá cantando las hazañas gran-diosas, para ejemplo propio y admiración deextraños.

¿Adalberto Üarrlede.

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DOS PALABRAS.

Pocos, sin duda, serán los mexicanos que alrecorrer los anales de la guerra de la Interven-ción y el segundo Imperio, no se sientan con-movidos hondamente y hasta orgullosos por lasuerte de haber nacido en esta porción hermo-sa del Continente Americano. Y con razón, losepisodios en que abunda la gran contienda sontan patrióticamente bellos y de tan vital inte-rés, que seria necesario estar desprovisto detodo buen sentimiento, para no experimentarcon su lectura cierto regocijo mezclado deasombro.

Los egregios campeones que defendieron elvalioso legado de la independencia, que batie-ron sin tregua á las huestes del codicioso Na-poleón III y consolidaron nuestras libérrimasinstituciones con el ruidoso triunfo de Queréta-ro, merecen no un bronce ni un simple aplauso,sino un monumento de gratitud levantado conlos corazones de todos los buenos ciudadanos.

Luchar por la patria con buenos elementos,ejércitos disciplinados y tesoro bonancible, ó

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I Icreando menos con suficiente crédito en ios Ban-cos extranjeros, será todo lo que se quiera demeritovio -— porque toda acción patriótica eshonrosa y plausible—pero luchar sin tales ele-mentos, improvisando soldados que eran aba-tidos por el hambre y estaban exhaustos porla vida trashumante, teniendo que resistirsiempre á un enemigo poderoso, superior enmuchos respectos, es no sólo bello y noble, si-no sublime en el más alto significado de la pa-labra.

El Coronel Félix Díaz, en un excelente dis-curso pronunciado ante la "Asociación del Co-legio Militar," al referirse á nuestros esclareci-dos patriotas de ayer, que todo lo sacrificaronheroicamente por la patria y nuestro bien, dicecon sobrada razón: "somos al lado de ellosunos pobres soñadores, pues mientras ahoracontamos con hombres, pertrechos, cuartelesde instrucción, gracias á nuestra bonanciblesituación financiera, ellos, nuestros gloriososgenerales, supieron sacar hombres hasta delos niños, se pertrecharon con los arreos delvencido, ó los improvisaron con lo que pu-dieron; tuvieron por lecho, las fragosidadesde la sierra ó los pantanos de los valles: portechumbre, las inclemencias del cielo; por ins-trucción, las penalidades de toda especie; porlibros y enseñanzas, el enemigo al frente, labala en el pecho y un barranco para sepul-

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tura, abrigando la inquebrantable fe en que supelea sin tregua y sin descauso, con hambre,sed, calor ó frió, nos serviría á nosotros, sus hi-jos, para que viniésemos al mundo al amparode la libertad, creciéramos con la independen-cia y muriéramos con la paz de que ellos no dis-frutaron."

Y es verdad; apenas comenzamos á valorizarla trascendencia de la gran epopeya nacional ytodavía no hemos hecho plena justicia á los quese sacrificaron valientemente por nuestro bien-estar actual.

Este pequeño volumen de Ki>¡xodiux JUatíirii-n^tiene tres objetos: poner ua ramillete más en elaltar de la patria, como tributo de amor; glori-ficar á los héroes, algunos muy poco conocidos;y hacer más popular el conocimiento de ciertoshechos de nuestra guerra de cinco años, casi ig-norados por la generalidad.

Algunos episodios están referidos en los tra-tados de historia en dos ó tres renglones, otrosno tienen el colorido que merecen y otros máshan sido olvidados casi.

No por esto se crea que pretendamos ofreceruna novedad, histórica ó literaria; pero nos he-mos esforzado en reconstruir algunas escenas,teniendo á la vista algunos periódicos de la épo-ca á que nos referimos y ciertos testimonios quebondadosamente nos han facilitado algunos tes-tigos presenciales.

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El lector podrá ver por sí misino, si está alcorriente de nuestra historia patria, que no po-cos sucesos son anecdóticos, otros, por la caren-cia absoluta de noticias, han sido reconstruidoscon ayuda de la imaginación; pero aun en estecaso, las cifras y pormenores esenciales son ri-gurosamente exactos.

Este pequeño libro sale á probar fortuna, con-tando de antemano con las simpatías de los bue-nos liberales, en particular, y la benévola aco-gida de los amantes de nuestras glorias nacio-nales, en general. Si el favor del público lectorcorresponde á nuestras esperanzas, no será re-moto que emprendamos la elaboración de otrovolumen de episodios, cuyos datos buscaremosen las mejores fuentes con diligencia y activi-dad.

En esta empresa, con que modestamente de-seamos secundar la patriótica y meritísima la-bor de los Salado Alvar ez, Iglesias Calderón,Frías, Polas .González Obregón, etc., tenemosun SOlo lema: Todo por la, patria.

V. D. B.

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La Catástrofe de Chalchicomula.(6 de Marzo de 1862.)

I 10 Pascual trabajaba empeñosamen-^te en su destartalado taller de re-

mendón. Ponía suelas nuevas á- un par dezapatos viejos que le había llevado el ten-dero de la esquina. Pocos artesanos, de laestofa del buen tío, permanecen más ho-ras clavados al banco del obrero manejan-do el martillo, la chaveta, la lezna y lacabuya; era de verse su incomparable te-nacidad, para convencerse uno de los pro-digios que hace la lucha por la vida.

Es el tío un pobre viejo, veterano de laguerra de la Intervención Francesa, queostenta como gloriosas preseas de guerrauna pierna de palo y una tremenda cica-triz en el carrillo derecho; mantiene conlos exiguos rendimientos de su oficio á sumujer y dos hijas, una de éstas corcovaday la otra enclenque y pálida como un di-funto.

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1 BWSODIOS HlSTÓRIOTS

Pero, á pesar de las fatigas cotidianas,tío.Pascual,.como le llaman todos, desdeel estudiante hasta el aguador, es hombrede vena, su excelente humor es inaltera-ble, y para hacer su elogio en una pluma-da bástenos decir que corre fama de cuen-tista genial y, fecundo.

Por supuesto que en esta su especialidadentra el prurito de referir, con no poca sa-tisfacción, sus reales aventuras de solda-do. El que entra en su taller—algún nom-bre liemos de darle—ya puede armarse deresignación para oírle hablar largo y ten-dido por espacio de un par de horas, en-tre puntada y |>unt;ida, porque eso sí, eltío no suelta 1¡< herramienta sino hastamuy entrarlo, la noche.

—Buenas tardes, tío Pascual, le dije,.parándome en el umbral del casucho.

—¡Cómo vamos, hombre! ¿Qué vientoste traen por este rumbo?

—Vengo íí saludarle y á pasar un buenrato con usted.

—Pues anda, chico, toma ese baneo ysiéntate.

Platicamos un rato de todo, de los rigo-res de la estación, de las últimas fiestas,de la reinante carestía, de naderías. A la

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ni<; I.A I . N T K H V K N C I O X KKA.NCKSA 3

postre llegamos, como teníamos que llegar,á hacer mención de"las aventuras del tío,éste sonrió bondadosamente, se acomodóbien en su tosco banco, me dirigió una mi-rada expresiva y luego inc l i nó la cabezapensativo como si tratara de ordenar susrecuerdos que pugnaban por salir eubandada.

Comprendiendo yo que el pobre viejoestaba en .su elemento, su lado ñaco comoél mismo lo confesaba, no quise perder laoportunidad de oír una pintoresca des-cripción, uno ile esos relatos que á la parque deleitan, instruyen. Así que azuzán-dole y tentándole con mi impaciente cu-riosidad, le dije: bueno; cuénteme algo desus tiempos, de sus acciones de guerra.

—¡Huy! exclamó, es cuento de nuncaacabar; yo estuve en Acultüingo, en Pue-bla el 5 de Mayo, cu la acción del Borre-go y en el sitio de la heroica ciudad dePuebla; allí fue, precisamente, donde cose-ché este rasguño y donde me amputaronla pierna.

Pero esos combates no ine espantaronnunca, ¡qué me habían de espantar! yome reía de las balas y de los sabíanos, ycon sólo mi ademán resuelto y mi caraavinagrada hacía correr íí tres; lo que síme espanta y me produce frecuentes pe-

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sadi litis es la gran desgracia que sufr imosen (Jhalchicomula, antes de romperse lashostilidades. Eso sí que desgarra el cora-zón nomíís de recordarlo!

Tío Pascual humedeció un pedazo < l t >suela, lo diú unos euan'.os martilla/ios,metió I:i horma on el viejo VA pato, y pro-siguió, ó mejor dicho, comen/.ó su rela-ción: has fuer/as aliadas, una vez signa-dos los preliminares de la Soledad, seestablecieron pacíficamente en Córdoba,Orinaba y Telumcán; nosotros !o,s qnefoi-rnábumos oí .Ejército cíe Oriente, manda-do por el ilustre* (íral. Zaragoza, estába-mos acampados en Jalapa, nuestra misiónse concretaba ;i observar los movimientosdel enemigo.

De Jalapa se envió la V* Irrigada de la:>;> División á Cbalcbicornula, en previ-sión sin duda de un próximo conflicto.Esa Brigada ¡a formaban ti-es batallones,el 1?, el 2? y el "Patria" que había envia-do, anticipándose á los. sucesos, el siempreheroico y patriota Estado de Oaxaca.

No obstante lo clivoso del camino, bt.marcha se llevó á cabo sin contratiemposni thtigas. Todos los compañeros se nios-

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l.N'rHRVKX(.:Iú.X

traban alegres (.ionio una pascua Honda,¡que de palique! ¡qué de chascarrillos!

Las soldaderas, esos parásitos ó ángelesnecesarios en todo ejército, con las ena-guas cíe percal á inedia pierna, un balum-bo do cachivaches á cuestas, el rostro su-doroso y congestionado por los ardoresdel sol, iban diseminadas en los pelotonesy contribuían eficazmente á centuplicarla algazara d<; aquella caravana intrépida.Ya era una que canturreaba salerosa algúnairedllo popular del terruño, ya otra quedirigía sus pausantes sátiras á los solda-dos, lo cierto es que las risotadas su des-bordaban como un torrente.

Al pardear la tarde del (> de marzo de1862 arribamos contentos ú Chalchico-uiu la; allí, á su pié, se levanta majestuosoel Oitlaltépetl, de veneranda cabeza ni-vea, hacia el cual se dirigían nuestras mi-radas estupefactas. ¡Quién hubiera pen-sado que minutos más tarde, aquel mo-numento de los siglos había de ser testi-go mudo do una hecatombe formidable,que le recordara sus erupciones de anta-ño producidas por el ignífero elementoque gruñía furiosamente en sus entrañasde gigante!

Al ocultarse el «rubicundo Febo» comodijo alguien, contemplamos 1111 fenómeno

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El'l í-ODIOH HlSTÓJUCOS

que no es raro, pero que siempre es ate-rrador ó bello, pavoroso 6 sublime, segúnsea el estado de ánimo; el ocaso tinto ensangre era présago de un misterio, parece,por lo que pienso, que allí se libraba unagran batalla entre el día que agoniza y lanoche que triunfa.

Soplaba viento del sur, desencadenadoy furioso, casi un huracán, que tenía ami-lanados á los pacíficos habitantes.

La campana mayor de la parroquia to-có la oración de la noche. ¡Jamás mepareció haber oído un tañido más lángui-do! De veras que invi taba á la, oracióny al recogimiento de espíritu. Esa vozde bronce nos hacía pensar inconsciente-mente en lo efímero de la existencia, nosrecordaba el cielo, era el toque de aten-ción, el aviso sombrío que no alcanzamosá comprende]' de que la Parca, como bui-tre hambriento, se cernía sobre aquel in-fortunado ejército.

Nos acuartelamos ordenadamente enlos dos pisos de la Colecturía y en el pa-tio, protegidos del viento por altos y ve-tustos muros; en el mismo patio que eramuy extenso se depositaron 460 quinta-les de pólvora, las armas se colocaron en

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DIO LA L N T K K Y K X I ' I Ú X FHA.NCKSA 7

pabellones, los arrieros se fueron con lasacémilas al aguaje, algunos soldados setiraron en el suelo para descansar y pro-seguir la charla interrumpida, otros pa-seaban indiferentes por el recinto, otrosrecorrían las calles, y los más, agrupadosen torno de las fogatas, donde las sufridassoldaderas asaban trozos de res ó recalen-taban las provisiones sobrantes del día,se disponían á cenar con el apetito vorazdel que ha rendido una jornada de diezlioras. ¡Qué pasó entonces! Una cosa sober-biamente espantosa, algo parecido aun ca-taclismo legendario: el viento, cautelosoy traidor, como si fuese realmente el me-jor aliado de, los enemigos de la patria enaquella liOT'a, arrebató una chispa que di-rigió con segura mano sobre el depósitode pólvora. ¡Un relámpago horrible se-guido de una explosión furiosa, fue el re-sultado trágico del accidente que nadiepudo prever ni imaginar! El retumbode la catástrofe se fue propagando de ro-ca en roca hasta perderse, en los lejanosconfines del horizonte,

La Colecturía se vino abajo con estré-pito, las casas vecinas se derrumbarontambién, las de más allá, cuarteadas ybamboleantes, quedaron amenazando rui-nas, una nube inmensa de polvo y humo

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HISTÓIUCOS

envolvió el escenario como si pretendieraocultar por el momento la intensidad delsiniestro.

Los sobrevivientes, vueltos en sí de laconmoción y el estupor, con el rostro des-encajado, los ojos salidos casi de sus órbi-tas, dando alaridos de desesperación, nosprecipitamos frenéticamente Lacia el cen-tro de lo que fue el patio y la Colecturía,trepamos sobre los escombros y nos ensa-ñarnos como héroes en remover todo pa-ra sacar á los heridos.

¡Aquello fue el día del juicio! Lasquejas angustiosas de los soldados y losayes lastimeros de las soldaderas mori-bundas nos partían el alma.

¿Quién habría dejado de sufrir en aque-lla hora suprema, aunque hubiera sido unafiera? Aquí y allá tropezábamos con ma-sas informes de cuerpos humanos, los piesse nos empapaban de sangre, caliente aún,que corría en abundancia por todas partes.El trabajo fue rudo y de toda la noche yapenas pudimos salvar á unos cuantos,muchos, muchísimos sucumbieron antosde recibir cualquier auxilio. ¡Pobrecitos!De veras que no hay palabras con qué des-cribir suceso tan estupendo!

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I)K LA l.VÍJEKVKXOIÓ.N

Al día siguiente, cuando se practicó elrecuento de la Brigada, estábamos cabiz-bajos, llorosos y hechos una verdaderalástima los pocos que quedarnos con vida,y en verdad que la cosa no era para me-nos, dada la gran cifra délos desaparecido*.Murieron 1,042 soldados y 4(50 soldaderas,.muchos de cuyos cuerpos no se pudieronencontrar, y otros resulta ron de imposibleidentificación por las horribles mutilacio-nes. Salieron heridos, de más ó menosgravedad, 2ól) soldados y más de 500 ha-bitantes de la población.

Como no era tarea fácil sepultar los des-pojos de todos, procedimos íi la incinera-ción; y con*o medida prenventiva de ur-gente necesidad, se prendieron fogatas dediez en diez varas, no obstante, los malosolores eran tan persistentes y nauseabun-dos que por tres ó cuatro días era penosopor no decir imposible el tránsito por lascalles.

¡Pobre ejército! haber sucumbido singloria, sin los honores del combate, sinhaber medido sus armas con los invasoresde la amada patria, Muchos valientes alingresar al ejército dejaron padres, esposa,hijos, bienes y amigos, alentados sólo por

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10 KFJ.-ÍODKIS HISTÓHICOÍ

una_ idea grandiosa: defender palmo á pal-mo el suelo querido, la honra de la nacióny derramar su sangre de patriotas por lacunsa de la libertad. Desgraciadamentetantos anhelos y tanta nobleza de almaquedaron sepultados bajo un montón deescombros.

Al comunicar el Cuartel Maestre, Gral.Don Ignacio Mejía. la infausta nueva alvaliente pueblo oaxaqueño, por conductodel Gobernador del Estado, la consterna-ción fue profunda, unánime, indescripti-ble, y el Periódico Oficial haciéndose ecodel sentimiento público, dijo: "Esos valien-tes y decididos soldados, que se batieronmil veces con denuedo, adquiriendo tan-tas glorias en la muralla que defendió ysostuvo al gobierno constitucional en laplaza heroica de Veracruz; los vencedoresdel 16 de Knero, de Jalatlaco, de Méxicoy Pachuca, han perecido víctimas de unaexplosión tremenda, al frente de los ejér-citos extranjeros, cumpliendo con el clobormás sagrado, sosteniendo la independen-cia y el derecho de la patria. ¡Sacrificio su-blime! ¡grandiosa hecatombe que hará ecoen todos los ámbitos de la tierra, que con-moverá de dolor todos los corazones, que

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DH LA IxTBRVJiíNClt'.V Fl.'A,\l'].^A I I

formará una época de eterno* recuerdosen la historia del pueblo oa.xaqueño!''

>>¡ esto que acabo de referirte, agregótío Pascual, limpiándose con el puño cíe]¡i camisa el sudor de la frente y dos la-grimones que furtivamenle se deslizabanpor el tostado rostro, no es para enternecerá los hijos de México, ni teína suficiente-mente adecuado para un canto vibrante yheroico de nuestros poetas, entonces¡que se eche un puñado de tierra sobre lagratitud nacional y que se, rompan las li-ras de ¡HiCHtroK bardos!

El tío tiene razón. Debemos ser justi-cieros con nuestros héroes sin nombre, conesa multitud de valientes que yace relega-da en el panteón del olvido.

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EPISODIOS IIl .sTÓKKW

Protesta del Cabildo de Guadalajara.(13 de Mayo de 1862.)

La intervención extranjera en los asun-tos políticos de México, por más que sole luciese aparecer exornada con los des-lumbrantes oropeles y especiosas sutilezasde la diplomacia europea, y como tentati-va amistosa para restablecer el orden y re-generar el país—orden y regeneración bienestablecidos ya con el triunfo definitivodo la Constitución de 57—era objeto deindignación profunda, en todas partes, ex-cepto en los ánimos de unos cuantos retró-grados y traidores, excesivamente obceca-dos, que, no pudiendo vencer en francalid al partido liberal, vieron en las bal lo-netas extranjeras el único medio de hacertriunfar sus torpes proyectos.

El desprecioy la indignación subieron depunto cuando se propaló ruidosamente deun confín á otro de la República la escan-dalosa violación de los Tratados de la So-ledad, que llevaba consigo todas las agra-vantes de la impudencia y la malicia: y

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ojo i,A INTUÍ;vioxció.N I-'HA.NVKSA

al patriótico llamamiento lan/,adoá la na-ción por los legítimos representantes do lamisma, para repelar la agresión injusta ydefender la amenazada independencia,gran numero do ciudadanos se dispuso á.empuñar las armas y verter su sangre, an-tes que ver profanados SUR hogares y sen-tir el látigo ignominioso del opresor.

La invasión se presentaba tan mal en-cubierta y con tan ampulosa arrogancia,que muchos jefes reaccionarios, antes enpugna abierta con los constitucionalistas,se adl i i rieron resueltamente al gobiernodel Sr. JuA-ivx y se aprestaron á la tenaxcontienda, sin otro aliciente que el cum-plimiento del deber y la salvación do lapatria

.101 hecho de deponer viejas diferenciasy hondos enconos á la vista del peligrocomún, teniendo en cuenta aquellos noblesadalides que antes que católicos eran me-xicanos y antes que reaccionarios patrio-tas, es ejemplo digno de rememorarse, porla enserian/a que reporta á las generacio-nes actuales y futuras, cualesquiera quesean los prejuicios y tendencias de lospartidos.

Ante el peligro inminente no debe ha-ber más que un partido: el de In defendí•nnciartul.

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14 El'ISOWlOS

Los momentos do mayor angustia habíanpasado ya y el entusiasmo y las energíasso redoblaban con insólita espontaneidad.Se sabía por experiencia que los famosossoldados de Solferino y Crimea no eran i n-venciblt'H, ni menos invulnerables, y quelos lujos de México, aunque bisónos en oíarte cío la guerra, con perseverancia y ci-vismo podrían rechazar al codicioso inva-sor y conservar intacto el legado cada vezmás inapreciable de la soberanía nacional.

Kl triunfo de las huestes republicanas enlos suburbios de Puebla, el 5 de Mayo, sepropagó rápida y gloriosamente por todoel país; era el mensaje de la buena nueva,el anuncio profético de la final victoria.La fe surgió más segura que nunca, el es-píritu público se reanimó intensamente yel triunfo y la reivindicación se er'gieronen tínica divisa.

Aun algunos clérigos, por más que se cre-yeran despojados de los bienes de la Igle-sia y vejados en sus más altos intereses es-pirituales, se sintieron enternecidos con eltriunfo, casi increíble, y hasta orgullososcon el nombre de mexicanos. No sólo sealegraron interiormente por el descalabrode los franceses, sino qiie algunos, á riesgo

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HJO I.A I X T l C l i V K N C l ó x FliAM.'lOSA 15

de ser efectivamente vejados y destituidospor la Iglesia, hicieron públicos sus senti-mientos patrióticos y tomaron parte acti-va en la propaganda de la causa nacional,que era la causa del honor, de la justiciay la libertad.

No era extraño, en consecuencia, quedurante la encarnizada lucha, mientrasunos frailes disponían los arcos de tr iunfo,banquetes, Tedfai'init y empalagosos ditiram-bos para agasajar al invasor, otros protes-taban en hojas volantes y se confundíancon los republicanos para predi caries la re-ligión del patriotismo,

K'stos intrépidos fueron pocos, poquísi-mos, no importa, de todos modos hay quereconocer que aun en la misma Iglesia re-percutió el eco de la libertad y que entresus oficiantes tuvieron émulos exaltadoslos Hidalgos, los Matamoros y los Morelos.

A raiz de la memorable victoria de Za-ragoza, el (Jabudo de Guadalajara en quefiguraba, de modo prominente por su ilus-tración y talento, y más todavía por susideas liberales, el Canónigo Don José LuisVerdía, se reunió para deliberar sobre lasituación y llegar ¡i un acuerdo que fijasebien su modo de pensar y obrar.

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16 EPISODIOS HISTÓRICOS

VA canónigoYei día expuso en luminososrazonamientos y correctísima dicción loatentatorio y absurdo do la intervenciónfrancesa en los asuntos políticos (.lo M e d i -co y lo ind igno do que algunos, mexica-nos sé adhir iesen al opresor, precisamentecuando tnás se requería el concurso pa-triótico de tocio» los ciudadanos, para po-ner á salvo el honor do la patria.

Hagamos abstracción, decía, de nues-tros prejuicios v conveniencias, de los «lis-turbios de ayer y las exageraciones de losdemagogos, para lijarnos en punios con-cretos de la más alta importancia. La in-dependencia que realizamos á costa deímprobos sacrificios, de prolongadas vigi-lias y de la vida de nuestros padres, estáen peligro; unamos, pues, nuestras fuer-zas para conjurar la tormenta y proteste-mos con todas nuestras energías de mexi-canos. La nación tiene, pose á la civiliza-da Europa, el derecho inalienable de darseel gobierno que convenga á sus intereses.Francia, lo mismo que cualquiera otrapotencia, riada tiene que hacer en México,ni nada que ver en nuestro régimen in-terior.

Propongo, por tanto, que protestemoscontra la notoria injusticia de la invasiónfrancesa y que remitamos una copia de

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UK I..A IXTRRVE.VIÓX FRANCESA 17

nuestras resoluciones al (Supremo Tribu-nal de Justicia del Estado.

-—Me adhiero en todo al luminoso pen-samiento del reverendo Verdía, dijo en-tusiasmado el canónigo Gordoa.

•—Dispense, hermano, ¿qué quiere decirinatienublet preguntó ¡1 media voz el ca-nónigo septuagenario Don Luis Padilla ásu compañero el Dr. Díaz García,

—Quiere decir, respondió éste, que nofe. puede WMJeiMr.

—¡Ah!. ...puos yo también apruebo laidea.

Una vex'oxpuesto el parecer de todos,se procedió íi redactar la protesta, cuyasprincipales cláusulas, que deben ser co-nocidas, son! las siguientes: "Nuestra in-dependencia 'nacional que conquistaronnuestros padres á costa de tantos sacrifi-cios heroicos, 1.a integridad del territorionacional, el derecho precioso é inaliena-ble que asiste incuestionablemente á lanación para establecer la forma de Go-bierno que convenga mejor á sus intere-ses; 'en suma, todas las prerrogativas in-lierentes á la soberanía de un pueblo li-bre y civilizado, son bienes inestimablesque este Cabildo eclesiástico aprecia, como•el que más, en su justo valor, y nunca ve-rrá-oon i indiferencia que sean atacados 6

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1S

menoscabados por las fuer/as francesas nipor las de n inguna otra nación extranjera.JToy, pues, que aquellos intereses peligrancon motivo fie la intervención francesa enlos asuntos políticos de la República, estaCorporación no duda levanta)1, corno lo hahecho siempre, su h u m i l d e voz para pro-testar á la. f'a/ de todo el mundo oivili/ado,contra la notoria in jus t ic ia de los atonta-dos (pie tienden á pr ivar la de sus derechosimprescriptibles Dios Nuestro Señorguarde á l"d. muchos años.— Sala Capitu-lar de esta Iglesia Catedral, Guadalajara,Mayo l : > d e 1802.—Juan N. ('amacho.•—J. Si. .Refugio Conloa.—José Luis Verdín.

Al O. Lie. Jesús Camarería, Presidentedel Supremo Tribunal do Just icia del Hi-tado.—Presento."

Los derechos do México en la prolon-gada guerra fie la Intervención y el Im-perio -—tal como se afirma en la viril pro-testa— fueron tan justos, tan indiscuti-blemente elevados, (pie hoy día, á pesardo las nostálgicas remembranzas de im-perialistas y afrancesados, estamos palpan-do sus trascendentes efectos y cosechandosus frutos opimos, frutos acumulados enhaces de pa/, o.ivili/ación, solidaridad yprogreso.

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DE LA INTERVENCIÓN FRANCESA 19

El Guerrillero Honorato Domínguez,(14 de Junio de 1862.)

El misino día do la acción del Borregoen que una porción considerable del Ejér-cito de Oriente era sorprendida y batidapor e! ejercito invasor, otni hecho de ar-mas, de menos proporciones pero de gransignificación para, líi causa de la Repúbli-ca, tenía lugar en cierto punte del cami-no de Verac-ru?..

El protagonista de este episodio, dignode los gloriosos hijos cíe Esparta, fue elguerrillero Honorato Domínguez, quienpor su temeraria osadíay espléndido triun-fo se hizo merecedor de felicitaciones efu-sivas del presidente Don Benito Juárez.

Era Domínguez un hombre de regularestatura, fornido, de mirada aquilina, deresoluciones intrépidas y de un valor querayaba en lo maravilloso.

Al romperse las hostilidades en la pri-mavera de 1862 el primer pensamiento deDomínguez fue, siguiendo el ejemplo deinnumerables patriotas, poner su brazo y

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sus escasos recursos á disposición de la de-fensa nacional, y al efecto, obtuvo la ne-cesaria autorización del gobierno para le-vantar una guerrilla.

Siendo conocedor del terreno y de lafrente, se dio sin pérdida do tiempo á re-correr pueblos y rancherías en demandade hombres y anuas, caminando con tanbuena fortuna que á los pocos días tenía ásus órdenes cerca de ochenta hombres de-cididos, regularmente armados, y algunosde ellos montados en magníficos rocines.

Domínguez, además de su popularidaden el terruño como ranchero decidor y ga.-lante, era generalmente estimado por suhombradía y por su carácter noble, algu-nas veces un tanto mal humorado, perosiempre leal.

A estas cualidades debió, como era de es-perarse, que sus amigos y conocidos seagruparan en tomo de61;casi tenían Inse-guridad de que guiados por jefe tan sagazserían capaces de llevar á cabo una buenaempresa.

I'or convenir así á sus intereses, Ja gue-rril la había acordado con su jefe que no sealejaría de cierto radio de acción, perma-neciendo en acecho de oportunidades pa-ra quebrantar al enemigo y quitarle algu-nos de los muchos recursos que con fre-

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LA ÍÍÍTKKVKNTIÚX FltAXCESA 21

cuencia hacía conducir desde el puerto deVeracruü.

Era la mañana del 14 de Junio de 1862,una verdadera mañana de primavera—ale-grada deliciosamente con el canto de lasparleras aves que volaban de rama en w-ma—fresca por la menuda lluvia del'díaanterior, con un sol espléndido cuyos ra-yos tropicales reverberaban en las charcasy bañaban de lleno el majestuoso panora-ma.

Domínguez y su gente almorzaban tran-quilamente en el recodo de una barranca;sentados unos y recostados otros sobre laalcatifa de abundante césped, bajo las cor-pulentas copas <le los añosos árboles.

Oyóse de pronto el.sordo y compasadorumor de una cabalgadura que se acerca-ba al galope. Sin inquietarse en lomas mí-nimo, porque sin dud a esperaban á alguien,los guerrilleros permanecieron á la espec-tativa. Tan pronto como distinguieron enel ribazo al ginete, una sola exclamación,brotó de varios labios: ¡qué tal!....¡él es!

Domínguez incorporándose y sacudien-do con ambas manos sus pantalones degaratusa, se dirigió al ginete, que habíaacor-tado el paso de su cabalgadura, y le pre-

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EPISODIOS HISTÚHJUIS

guntó en vo/alta:¿qué hay, Luciano? ¿quénovedades nos traes?

—Jefe, buenoj díaj; no tieno ujté majnovedá que loj franccse se acercan con unconvoy.

—De veras, hombre! ¿y viene muchagente?

—Si, , jefe, vienen corno tresdentoj hom-bre], el comvoy lo forman como cien ca-rro] y muchas, nmlaj.

—Pero te luis desengañado bien ó nosvienes á salir con una soHoma?

—No, jefe, qué soflama: si me he ejcon-dido bien en un matorral y he vijto todo,l'or delante v iene nn pelotón de caballe-ría corno do cincuenta hombrej. Lueguitoque pasaron todoj monté en mí "conejo"y me lancé á todo correr por la vereda deja "(Miñaá." Vienen algo dejpacio y les headelaritao maj de una legua.

—Bueno, vamos á ver que sucede. ¡Mu-chachas, hoy es nuestro día! ¡Van á verlos ¡jahachos lo que son los hombres! IJs-fedes, cinchen sus jamelgos y ustedes.a l i s t en las armas pero prontito, ¿eh?

Aquella tropa improvisada se puso enmovimien to y quince mi ñutos después es-

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taba lista, para recibir órdenes. Entretanto que se hacían los marciales aprestos,el famoso guerrillero seguía platicandocon Luciano, necesitaba, sin duda, infor-inarse bien de tocios los pormenores, y lue-gi>. sin mas averiguaciones, distribuyó ásu gente.

—Tú, Luciano, te vas con diez hom-bres por todo el camino y cargas sobre lau vaneada cotí valor. ¡Cuidado con correr;los hombres no corren ya veremos có-mo le portas!

—Tú, compadre Pedro, toma la mitadde la ge u le y te emboscas en aquellos bre-ñales de la derecha; ya sabes, ¡duro y pa-rejo! Yo me voy con el resto por este la-do, y señaló con la mano la parte medio-boscosa de la izquierda.

Todos obedecieron en el acto, con pasopresuroso y una alegría que rayaba en de-lirio. Ya era tiempo de tomar posiciones;el sordo rodar de los carros del convoycomenzaba á dis t inguirse á no muy largadistancia.

Eran las diez de la mañana cuandoapareció la descubierta del enemigo; todala fuerza que custodiaba el convoy se com-ponía de 200 hombros, además de los con-ductores de carros y algunos arri'eros.

—¡A ollqj! gritó Luciano ¡i t iusdiex hom-

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bres, empuñando en l¡i diestra su niagní-fico machote.

—¡A ellqj! ¡Viva México! repitieron to-dos, y so lanzaron como una bandada defieras al encuentro de los franceses.

I.,a sorpresa Cué eoii)])leta, pues el inva-sor creía despejado el camino y estaba muylejos de imaginarse aquella aventura.

M ¡entras Luciano se batía con denuedo,u n a descarga cerrada salía de los matomiles de la derecba y luego otra por lai / f j i i ierda, algunos franceses rodaron porel suelo y los demás hacían esfuerzos inau-ditos por defenderse. Las muías de loscarros se encabritaron y contribuyeroneficazmente á aumentar el desorden. Loscarreros y arrieros aprovecharon el mo-mento supremo de la confusión para es-cabullirse bonitamente. La tropa que ca-minaba más atrás se parapetó tras los ca-rros y hacía, un fuego nutrido, aunquepoco certero.

El terrible Honorato que acechaba co-mo tigre desde la maleza, a pareció seguidode un pelotón de sns costeños: iba monta-do en un soberbio ret into que tascaba elfreno con furia v escarceaba fogosamente,

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1>K LA l.Vi'KRVENUÓX FlíAXl'liSA 25

enardecido, sin duda, por las repetidas de-tonaciones de las armas de fuego. El hé-roe estaba soberbio, transfigurado bizarra-mente como un Tamerlán, ¡qué.bien lesentaba su sombrero jarano echado haciaatrás y sostenido con el barboquejo de cin-ta negra!

—¡Adentro, muchachos, no tengan mie-do! ¡el miedo se hizü para las monjas ylos coyones! ¡fuego sobre los gabachos! gri-taba como un condenado del Dante. Y lasdetonaciones y los sablazos se sucedíancon una violencia indescriptible, pavoro-sa y siniestra.

La acometida fue tan violenta, tan ru-da y tan hábilmente ejecutada, que losfranceses vacilaron y emprendieron Ja re-tirada, no sin el firme propósito de reor-ganizarse un poco más atrás del caminoque habían recorrido.

El guerrillero no perdió tiempo; com-prendió, como hombre de extraordinariasagacidad, que los instantes eran precio-sos y que preciso era sacar el mejor par-tido de las circunstancias. Así que al verla vacilación del enemigo, ordenó que al-gunos hombres siguieran haciendo fuegoentre tanto que otros cortaban con susmachetes los arneses y ponían en salvo lamulada. Cosa de una veintena de guerri-

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lleros se ocupó violentamente en quemarel parque y en apropiarse algunas armasy municiones, algunas sólo, ya que esta-ban imposibilitados de llevarse aquellainmensa cantidad de provisiones.

Quedaron tendidos en el campo 25 ca-dáveres de la tropa francesa y un herido,habiendo caído, además, cuatro prisione-ros.

¡Y cosa maravillosa, la guerrilla de Do-mínguez no había tenido en la desespera-da refriega ni un muerto, ni un heridosiquiera. El grupo de valientes se alejóalborasa.do, algunos riendo de buena ga-na por la feliz aventura, conduciendo co-mo trofeo de guerra una magnífica mula-da y algunas armas.

Los franceses que habían recibido consi-derables refuerzos se aproximaron al lugardel combate en dozídc sólo encontraronmontones de despojos que seguía» ardien-do y sus 25 muertos que se apresuraron ásepultar en el próximo barranco.

ICsta fue la acción memorable que ha pa-sado á las hojas de nuestra historia, patriacomo un timbre de gloria, con todos losfulgores de vina epopeya inmortal , porque

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1)10 LA INTKHVK-NVIÓK Fl iA.NCKSA

fue ejecutada sin más estrategia y sin másdisciplina militarquelasque pudieron dará, nuestrosheroicossoldados el valor, la se-renidad, la astucia y el profundo amor á,la patria.

Cuando el gran Presidente Don Benitoso enteró del fausto suceso, por conductodel Ministro de la Guerra, maridó sus en-tusiastas felicitaciones al jefe Domínguezy á todo el personal de la guerrilla, por suvaliente comportamiento y por su inque-brantable adhesión á la santa causa de laKepiíblica.

Los soldados del invasor se sintieron tanhumillados y á la .vez tan medrosos poréste y otros varios reveses, que tomaron laprovidencia de aumentar en lo sucesivosus refuerzos, para poder conducir con re-lat iva seguridad sas provisiones de boca yguerra.

Honorato í'uéun tipo simpático del tiem-po déla Intervención Francesa; por su bra-vura se hizo merecedor del respeto y laestimación de sus conterráneos, del apre-cio de nuestros caudillos, y fvió por algu-nos años el terror de los (/riW'/i.o-s, como éll lamaba á los inocentes enviados de Na-poleón 11 í.

Y ya (pie no tiene un monumento queperpetué, su nombre y hable asas pósteros

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desús brillantes hazañas, debemos, los queliemos recogido la valiosa cosecha de la li-bertad, consagrarle un sentimiento de gra-titud en nuestros corazones de patriotas.

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DE LA INTERVENCIÓN FRANCESA

LA MUERTE DE ZARAGOZA.

(8 de Septiembre de 1

Una earretolu tirada por seis acémilas yresguardada por nn piquete de caballeríaá las órdenes do un Comandante, papabarápidamente por la garita de A.mozoc, si-tuada al oriente de la ciudad de Puebla,

Entre la garita y la ciudad, desde don-de se distinguen ií la perfección las sinuo-sidades del cerro de Guadal upe y la llanu-ra de la hacienda de Rentería, una perso-na joven aún, completamente rasurada,portando fieltro gris y espejuelos con va-rillas de oro, asomaba el rostro por la por-tezuela derecha, sin duda para contemplará su sabor aquel panorama de gratísimosrecuerdos,

De pronto, lanzando un suspiro, dijo convo/ apacible: "Aquí fue e] gran día, de laPatria."

Quien pronunciaba tan hermosa fraseera el invicto General Ignacio Zaragoza.

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30 Kl'lSOlMOS HlSTÓHIOOfil

El héroe del 5 de Mayo pasaba otra vezpor aquel sitio el 4 de Septiembre de 1862,cuatro meses después de la memorable ba-talla en que veciondo á Laurecez, entrabaradioso en el templo de la Fama, cubríade gloria al bisoñe Ejército de Oriente yglorificaba á la patria, á esta bendita pa-tria mexicana tan mal comprendida y peorjuzgada por sus enemigos del extranjero.

Zaragoza, estaba enfermo; hacía tres díasque había dejado el campamento á instan-cias de sus compañeros de armas, para pro-porcionarse los recursos de la ciencia mé-dica y mejores comodidades en una capi-tal como Puebla.

Unas calenturas perniciosas, atrapadasen la tierra malsana del Estado de Vera-crusí, se le declararon abiertamente el día1" del referido mes, y muy á su pesar, tu-vo que decir adiós á sus queridos soldados¡ay! era el último adiós á aquellos valien-tes y heroicos luchadores de la República.

Una vez instalado en una cómoda habi-tación, el General fue atendido por exper-tos facultativos, los que parece abrigabanalguna esperanza de salvarle.

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>K LA IXTKÜVKXCIÓX FliASCIiSA

Kl ilustre General dormía; su sueño apa-rentaba ser tranquilo, nadie sospechabaque había llegado el terrible momento dela crisis. De pronto se agitó en el lecho yapoyándose con los codos quiso incorpo-rarse, :ibri6 desmesuradamente los ojos,paseó la mirada febricitante por el recintoy gritó con voz tonante "¿Qué sucede, mu-chachos? ¡El enemigo al frente!¡Son unos cobardes! A ver mis botas!.¡¡mis botas!! Mis armas ¡pronto!....Mi caballo .¿está ensillado? ¿ Y miasistente? Pablo ¡Pablo! '..Pero¿dónde está Pablo? ¡qué diablo de hom-bre, ya se pasó álos franceses! "

Y el asistente Pablo, pálido, triste, atur-dido sin saber que hacei ni que decir, nopudo más, y se echó á 11 orar como un chi-quillo. Era fiel como un perro, (perdóne-se la tosca comparación,) amaba á su Jefeno como á un amo, sino corno á su propiopadre, y se sentía desfallecer de pesar alver á su Jefe que probablemente estaba enartículo de muerte.

Toda la gente se puso en movimiento,algunos oficiales aparentaban obedecer lasórdenes y otros tranquilizaban al valienteGeneral, asegurándole que el enemigo se-

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O? IIlSTÚHICOS

vía batido al instante. El médico de cabe-cera le asistió con esmero y después de me-dia bora de delirio el paciente entró en re-lativa. calma; desgraciadamente ésta noduró sino unas cuantas horas, pues on lanoche se repitió el acceso con nías intensi-dad.

_ ''Oiga usted, Negrote, gritó con terri-ble agitación, cargue usted cou su col mu-ña sobre la izquierda, y fuerce el paso, esnecesario jugar el todo por el todo. Queiiie llamón á Jierrio/ábal, pero al instante¡ali! ....... que aquí está ....... mire usted, Ge-neral, con cuatro columnas cargue sobreel centro, sin pérdida de tiempo, porqueNegrete se arruina. ¡Oh! ¡qué zuavos tanatrevidos!"

Y Zaragoza se removía desesperado ensu lecho. El doctor Navarro se acercó pau-sadamente, le tomó el pulso, le pasó la ma-no por la frente y después de contemplar-le un buen rato se alejó de la cania mo-viendo tristemente la cabe/a. El buen Doc-tor había perdido la última esperan xa.

líl vencedor de los franceses seguía de-Ih'nndo. ya combinando ataques ya dictan-

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I )K l .A l . N T K U V K N r l ó X F l tANVKSA

do órdenes; tan pronto se creía derrotadocomo vencedor. El campo de batalla erasu perpetua obsesión.

Uno de los momentos más aflictivos pa-ra los circunstantes fue aquel en que el Ge-neral se creyó desobedecido y traicionadoen el fragor del combate.

—"Tráiganme aquí á Carbajal ¿nooyen? no no mejor no lo trai-gan usted Coronel, vaya al instante yfusile á ese cobarde me responde consu cabeza ¿lo oye?" Y se quedó con tem-plando largo rato con mirada extraviadaá un oficial que estaba parado en mediode la estancia.

El día 7 se pasó triste, casi nadie creíaiMi el alivio del esclarecido militar; al par-dear la tarde el decaimiento y la gravedadjsc hicieron más notables en aquella robus-ta complexión que estaba en momentos de.ser vencida. Por la noche el desvarío con-tinuó sin intermitencias.

Causaba verdadera pena contemplar elardoroso trabajo de aquella inteligenciaabrasada por la liebre.

El General se creía luchando en las in-mediaciones de Puebla, otro 5 de Mayóseelaboraba en su cerebro, ¡qué mejores mo-mentos, qué satisfacción míís intensa!

-—"Ya. corren los xnavos, decía con ani-

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34 KPIKOLUOK HISTÓRICOS

n, ya corren. ¡Qué bueno! ¡Así megusta, muchachos! ...... ¡adentro! ..... ¡aden-tro! ...... Usted, Coronel, corra y avise áOarbajal, en Amo/oc, que tome prisione-ros á todos esos miavos que se escapan porla falda do la Malinche ...... ¡Ahora sí! .....¡ahora sí¡"

Délas varias personas que le acompa-ñaban en }<i misma casa, unas estaban ca-riacontecidas, otras platicaban en voz bajalamentando las ponas del héroe y otras llo-raban en silencio.

En uno de esos momentos de terribleagitación, el General quiso levantarse ypidió con energía sus botas de montar ysu caballo. Una persona se acercó ¡í la ca-becera y lo suplicó que estuviera quietoque no intentara levantarse.

— l i ¡< 'unió! exclamó desfallecido el he roo¿estoy prisionero?"

— Sí, lo contestó su eoleeutor casi nia-qu inahnen te .

— "¡Yaya!... ¡vaya! ...... todo se acabó...''Y permaneció sosegado por largo rato.

101 día 8 por la mañana, al percibirse 4lo lejos el loque do los clarines y el redo-ble de los tambores, murmuró oí moribun-do: "Ya vienen á traerme para fusilarme,pero cuidado como fusilan á estos valien-tes."

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DK l.A I x ' i ' K K V K N T l Ó . N h 'üANVRSA

En el reloj de Catedral sonaron las 10de la mañana, el ilustre General Zaragozaagonizaba, un instante más y se despedíapara siempre de la vida. Sus últimas pala-bras, en los estertores de la muerte, al pa-sear por el recinto sn mirada lúgubre, fue-ron éstas: "¿Cómo? pues qué tambiént ienen prisionero á mi Estado Mayor?j Pobres muchachos!" Y no pudo decir más.

El hilo del telégrafo, con su acostumbra-do y desesperante laconismo, estuvo trans-mitiendo por todos los Estados de la .Re-pública en comunicación, este único ytristísimo mensaje: "El ilustre General Za-ragoza ha muerto á las 10 y 5 minutos dela mañana. La patria está de duelo."

Y efectivamente, la patria acababa deperder á. uno de sus buenos hijos, al que<m momentos supremos,—cuando las mi-radas de todo el mundo esteban suspensassobre los acontecimientos de Puebla,—lahabía reivindicado de los ultrajes y lahabía hecho respetable á la faz de las na-ciones civilizadas. La patria, cubierta defúnebre crespón, lloraba la ausencia de suhijo esclarecido de quien esperaba muchotodavía, pues Zaragoza se despedía de lavida á la temprana-edad de 33 aííos.

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j56 EPISODIOS HISTÓRICOS ^^

¡Oh veleidades de la fortuna! La muer-te del héroe debía ser considerada comobuen presagio para el invasor, quien des-pechado é impaciente sólo esperaba loscuantiosos refuerzos que venían en cami-no para marchar sobre Puebla y tomar eldesquite de su pasada derrota.

En Puebla, llamada hasta entonces delos Angeles, había fiesta, la fiesta de la Na-tividad; pero tan luego como los habitan-tes tuvieron noticia del fataí acontecimien-to, se abstuvieron de toda manifestaciónde pompa, algunos permanecieron ence-rrados en sus casas haciendo los comen-tos del caso, y otros se encaminaron á vi-sitar los restos del ilustre muerto. Variasdamas, vestidas de luto se daban de unbalcón á otro la triste noticia y se desha-cían en (ílegiosdel inmaculado patriota.

Los soldados, sobre todo, se sentían ago-biados, el dolor se reflejaba perfectamen-te en sus semblantes, no había medio deconsuelo en aquel trance inesperado y tris-te. Cuando la tropa situada al frente delenemigo recibió el primer mensaje, se que-dó muda, no podía concebir tamaña des-gracia, creía más bíen-que era víctima de

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DK LA I-VI'KKVKXI'IÓX FliA.VCKSA

una pesadilla, pero al fin tuvo que rendir-se al peso de la despiadada realidad. ¿Quiénpuede concebir el dolor de aquellos valien-tes soldados que idolatraban á su jefe? Pa-semos sobre esta dolorosa situación parano incurr i r en una tosca parodia do la tem-pestad inmensa que se desencadenaba enlos corazones do aquellos soldados intré-pidos.

Hay un caso, entre muchos que pudié-ramos relatar, tan conmovedor y elocuente,que por si solo basta para hacernos admi-rar la fidelidad de la tropa y el amor queprofesaba al que supo con mano diestraconducirla á la victoria. Los soldados delbatallón de zapadores, víctimas de la pe-nuria, como casi todos los soldados de laRepública, vendieron su ración de pan pa-ra poder comprar un poco de crespón ne-gro y aparecer enlutados.

¡Oh santo amor del soldado! ¡Esta ma-nifestación espontánea, acompañada del sa-crificio, le honra tanto como su arrojo so-bre el enemigo y su serenidad ante la me-tralla! " *

La infausta nueva produjo en la capitalde la República honda consternación, co-mo era de esperarse; hasta los mismos par-

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tidarios de l;i Intervención se sentían po-seídos de cierta melancolía, al fin eran me-xicanos, y mexicano muy ilustre era el queacababa de sucumbir. En el Congreso dela Unión se pronunciaron discursos patrió-ticos y encomiásticos como un tributo decariño y como expresión ingenua del sen-timiento nacional. A la vez se publicó so-lemnemente el decreto en que se declaróal General Zaragoza Benemérito de la Pa-t r ia , se le ascendió á General de Divisiónse le dio á Puebla el sobrenombre de Za-ragoza y se pensionó á su hija, con la can-tidad de cien mil pesos.

¡Justo homenaje inspirado por la grati-tud nacional!

Los restos de Zaragoza fueron conduci-dos á la metrópoli y depositados en el pan-teón de San Fernando, presidiendo el due-lo el Presidente Don Benito Juárez. Enacto tan imponente pronunció la ora-ción fúnebre el distinguido patriota- donJosé María Iglesias y recitó unos versossentimentales el popular vate don Guiller-

Prieto.rno

Hace unos cuanto afíos, la ciudad dePuebla levantó, al pie de Loreto, una es-tatua ecuestre al invicto General Zaragoza;

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LA (..NT.KlíVKM'lí'»'

el héroe, con el índice de la mano derechaestá señalando á la generación aetual v á'la posteridad el sitio memorable donde elhumilde ejército mexicano venció á Josprimeros soldados del mundo y la patriase coronó de laureles inmarcesible*.

No cabe duda, en el calendario civilZaragoza es uno de los santos de la Repú-blica.

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40 EPISODIOS HJMTÓHICOH

UN HERMOSO RASGO DE PATRIOTISMO.

El 26 de Febrero de 1862, el Gra.1. Je-sús González Ortega, encargado de la de-fensa de Puebla du Zaragoza á la cabe/a de20,000 hombres, recibía el siguiente men-saje: "En este momento (2.38 de la tarde)llega á la hacienda de los Alamos el ene-migo invasor. Lo aviso á Ud. para su go-bierno."

El enemigo avanzaba lentamente y conun hijo de precauciones extraordinario, talvez tenía razón, pues pasaban ya de unadocena los convoyes que se le habían qui-tado por las guerrillas mexicanas. Ade-más, los cañones de sitio y las provisionesde boca y guerra conducidos en pesadoscarros hacían sumamente fatigosa la mar-cha. No es de extrañar entonces que el.ejército invasor, compuesto de40,000hom-bres, apenas rindiera diariamente jornadasde cuatro á cinco leguas.

El Oral. Gonx.álex Ortega no se habíadado punto de reposo en los preparativos

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J>i: LA JLvriii tvKMiió.N F K A N C K H A 41

conducentes al largo sitio A que había desci1 reducido, según lo preveía por las apa-ratosa s demostraciones del Gral. Forey.Las obras de defensa, .magníficas en ver-dad, dados los escasos elementos con que

. su contaba, habían sido encomendadas alCoronel Joaquín ("olombres, quien, porsus infatigables esfuevms y su espíritu mi-litar desbordante, fuó premiado por el Pre-sidente Don Benito con el grado de Gene-ral de Brigada.

El estado do ánimo de las tropas mexica-nas era excelente, nadie se sentía desfalle-cer ni medroso por la superioridad delenemigo, al contrario, todos ansiaban elmomento de la lucha, tanto para escar-mentar una vez más al codicioso invasor,cuanto para derramar su sangre en defen-sa de la patria y fecundar la preciada si-miente de la libertad.

A un grupo de militares que departíaamigablemente en el Portal de Mercade-res, se acercó un paisa.no, de aspecto agra-dable y vestido con cierta decencia, que sa-ludando á todos con una ligera inclina-ción de cabeza, tendió resueltamente lamano á un oficial del Estado Mayor y ledijo:

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.Vengo á despedirme, Manuel,mandas para la tierra?

Pues, hermano, buen viaje y muchosrecuerdos para todos. Quizá sea la últi-ma vez que nos veamos; pero si salgo conbien de esta tremolina, por allá nos vere-mos cuando Dios quiera.

—Teu fo. hermano, la causa que defien-des es santa, debemos tener confian/a enlos buenos resultados; lo único que sientoes no poder acompañarte para pelear á tuhtdo contra nuestros enemigos, pero ya sa-bes, tengo mucha familia y además no es-toy completamente sano. El médico dicet j i ie guarde yo dieta y que observe pun-tualmente el método que llevo escrito.

—Oye, (con permiso compañeros, dijoM a n u e l al grupo de militares, y se a le jóunos pasos con el paisano) hazme el favorde saludar á Concha y darle esta carteraí|tie contiene algunos recuerdos sumamen-te valiosos para mí; dile, además, que nola, be olvidado ni un instante, ni podréolvidarla nunca, y que su imagen me acom-pañará dándome aliento en el fragor de labatalla; si vivo, pronto iré ti casarme, y simuero, que no se aflija, habré muerto condignidad por el nombre bendido de la pa-tria

El paisano se alejó pensativo, era. José

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Sánchez, vecino de Atli.xco, hermano deManuel, uno de los oficiales del Estado Ma-yor del Gral. González Ortega.

Al toque de l lamada, lanzado desde laresidencia del Cuartel Maestre, Manuel ysus compañeros de armas se marcharonsin perder un instante. Todos los demásjefes y oficiales de la guarnición fueronagrupándose poco á poco en el lugar de lacita, el General en Jefe se paseaba pensa-tivo, con un pliego en la mano, y cuandotodos estuvieron reunidos, se expresó así:"Señores, tenemos que recibir al ( ' . Presi-dente de la República, en este telegramase me dice que ya se pone en camino, vienepara inspeccionar las obras de defensa. Yítme encargo de dictar las órdenes para el re-cibimiento y espero que cada uno aprove-chará la ocasión para avivar el fuego pa-trio de los soldados con la presencia delPrimer Magistrado. Os he llamado sola-mente para comunicaros tan grata no'j-cia."

Frenéticos burras y prolongados aplau-sos fueron la respuesta que aquellos intré-pidos militaresdieron á Ja breve peroraciónde su General en Jefe; el hombro de Juá-rez era como un talismán, algo así comoel emblema de grandes y soñados triun-fos. No era de extrañar, por consiguien-

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)c , que la buena noticia produjera el efec-to de una chispa eléctrica-en aquellos bra-vos corazones, que sólo esperaban el mo-nientoopoi t n n o para lanzarse como leonessobre las aguerridas columnas de los fran-ceses.

Pocos días después el Presidente l)onBenito entraba soli.'mneineriteejí la ciudadde Zaragoza, ciudad que en breve seríaac r ib i l l ada á cañonazos, pero jamás humi-l lada con una rendición vergon/osa,. Hubogran parada m i l i t a r , las campanas repica-ban alegremente, las damas arrojaban ra-mos de llores al paso de la comitiva, ungentío inmenso tomaba posesión de las ace-ras y las exclamaciones de júbi lo se esca-paban estentóreas do todos los pedios. Lafortaleza de ánimo que recibió la tropa fueextraordinaria y contribuyó de modo efi-cacísimo á la ejecución de las proezas, ca-si legendarias, que se sucedieron despuéscon admiración general de los sitiadores.

Después de inspeceoinadas las fortifica-ciones, el señor Juárez se dirigió al ejérci-to en estos términos: "Soldados:" Por f inel enemigo abandonará dentro de brevesdías la. inacción en que lo forzasteis á cam-biar su arrogancia, y satisfará vuestro más

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impaciente deseo, acercándose á esta ciu-dad, que lleva un nombre tan ilustro paravosotros, corno fatídico para los invasoresde la patria

Soldados: en vuestro denodado pediomás que en los fuertes que circundan eslaciudad, tiene la República cifradas sus máspreciosas esperanzas

Soldudox; ¡Viva México! ¡Viva el Ejérci-to de Oriente!"

Ya Jo liemos dicho, la presencia delPresidenta, y por supuesto, las hermosaspalabras de aliento que quedan transcri-tas, produjeron magníficos resultados. Elseñor Juárez y su comitiva regresaron á lacapital.

Una mañana, cuando los exploradores,transmitían la noticia de que la descubier-ta del enemigo estaba á la vista, el GeneralGonzález Ortega recibía una carta conce-bida, en su parte esensial, en estas patrió-ticas palabras: ' 'Ciudadano General en Je-fe: El (jne suscribe deseando contri-buir con su grano de arena al logro dotanloable objeto, ofrece al Supremo Gobiernolos únicos bienes que posee, y constan deunas casas por valor de dieciocho mil pe-sos, para que disponga del producto desús

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4ít EPISODIO* UIHTÓKICOS

rentas por todo el t iempo que dure la pre-sente guerra " ''José Sánchez."

¡Sublime rasgo de patriotismo! ¡Glorio-so episodio, digno de sor consignado en laspaginas de la historia para eterna, en/eñan-xa de las generaciones que nos sucedan!

IÍ1 (¡eneral en Jefe contestó en términoslaudatorios la expresiva carta y acoptó congrat i tud , en nombre de 1;; nación, el mag-nííieo ofrecimiento, expresando á la vcx,su confianza de que muchos ciudadanos seinspirarían en oso hermoso ejemplo, parasostener basta el f in la dignidad de la Re-públ ica .

Cuando la patria, se veía profanada porlos invasores, mancillada en sus caros in-tereses de honor sin motivos plenamentejustificados, cas' exhausta por las frecuen-tes sangrías de sus guerras intestinas, sinun centavo un los cajas del tesoro, traicio-nada por algunos malos hijos que suspira-ban por la monarquía, expuesta á una lu-cha sin tregua, despiadada y sangrienta;un hijo leal—y con 61 otros muchos—pa-triota inolvidable do corazón espartano, leofrecía con gusto sus pocos recursos, queera cuanto tenía, para contribuir á su de-fensa.

. Con temperamentos de esta naturaleza,que afortunadamente no escasearon nun-

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ca, que trocaban el arado por el fusil, queabandonaban á sus familias para alistarseen el ejército nacional y que se despren-dían de sus bienes do fortuna, aunque és-tos no representaran sino un puñado domonedas escasamente, no era de temersepor la suerte de la guerra, y así sucedió enefecto, cinco años más tarde el ejército deNapoleón LII desocupaba el territorio dela República, el Gobierno legítimo se,instalaba en el Palacio Nacional y el her-moso pabellón tricolor ondeaba gallarda-mente en los edificios públicos. ¡Olí! in-victos hijos de México, vuestro ejemplo se-rá siempre motivo de orgullo y de remem-bran zn imperecedera.

El nombre de José Sánchez es sumamen-te común, nada tiene de particular parallamar la atención del pueblo, pero en lahistoria del Ejército de Oriente está escri-to con letras diamantinas, y cada ve/queel lector curioso y amante de las gloriaspatrias lo vea inscrito en el catálogo denuestros héroes, no podrá menos que ren-dir le un justo tributo de admiración.

¿Qué significaba aquél puñado de mo-nodas ofrendado en el altar de la patria,

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unte la inmensa desgracia y la penuria de-sesperante que agobiaban á la nación? Ca-si nada, pero el sacrificio era heroico, su-blime como pocos, porque represen taba to-do el haber de un hombre casado, es decirel pan de una familia entera, líl alma quees capaz de llegar íí una resolución seme-jante, debe ser sin duda el alma de un pa-tr iota, a lma de oro de muchos quilates for-jada en el misino yunque donde se forma-ron esos grandes y nobles caracteres quellamarnos ( 'uauhtémoc, Hidalgo, MorelosBravo y .JuAre/..

La historia no dice más, ha sido suma-mente parca, y ha hedió bien, porque lospormenores de ¡as desgracias que siguie-ron después, no hacen falta para la. glori-ficación del hí>roe. Nosotros, sin embargo,hemos descorrido el velo y hemos contem-plado un inmenso cuadro de desolación ytristeza. Los hijos de José Sánchez andu-vieron descalzos, con las ropas raídas, ali-mentados miserablemente y muchas vecessucios como hijos de pordioseros. El tra-bajo del padre, trabajo humi lde y de esca-sos rendimientos, no daba lo bastante pa-va, la prole, pero aun así, jamás una quejase escapó de aquel corazón espartano.

Sirvan estas líneas, después de 48 años,para, ensalzar las virtudes cívicas de un

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1>K LA r . N T K K V E N C I Ó N F U A N C K S A 49

hombro esclarecido que mereció bien de lapatria y que merece, además, en sn sepul-cro ignorado, esta sentencia: Honor ó, quienhonor '¡n crece.

Habían transcurrido algunos meses; elinvasor, después de la rendición de Pue-bla, tomaba posesión de la capital de laRepública. Un día, en la parroquia deAtlixco, sin ostentación, y sólo ante un re-ducido número de amistades, ae celebrabaun matrimonio.

El hermano de José Sánchez, Manuel,el valiente oficial del Estado Mayor del Ge-neral en Jefe del Ejército de Oriente, queá fuerza de astucia había logrado escapardel número cíe los prisioneros de guerra,se desposaba con la simpática Conchita Ru-bio, habiendo apadrinado el acto Don Jo-sé y su esposa Doña Margarita.

Quince días más tarde, Manuel, con be-neplácito de toda la familia, estaba otravez en campaña.

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50 EPISODIOS HISTÓRICO»

EL FUERTE DE SAN JAVIER.

:' • T . (26-30 de Marzo de 1863).

La ciudad de Puebla, de Zaragoza estabasitiada. Hacía quince días que sufría losestragos de un vigoroso bombardeo. Fo-rey, aleccionado por el inesperado desca-labro de Laurencez, había procedido deacuerdo con las prescripciones de la cien-cia de la guerra, haciendo honor, por otraparte, al denuedo y bizarría de nuestroEjército de Oriente, mandado por el héroede O'alpulálpam. Los franceses urdían endeseos de vengar la afrenta del 5 de Ma-yo, y era de verse sn espléndido compor-tamiento al cargar sobre las improvisadasfortificaciones del adversario; el ejércitomexicano, por su parte, sostenía sus defen-sas con un valor y una ardentía inmensa-mente prodigiosos.

Cuando tronaba el cañón y la metrallaiba á rebotar sobre los muros 6 los escom-bros, levantando una gran nube de polvo,un grito de entusiasmo respondía á las bra-vatas enemigas, y cual más raal menos s&

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I ) H I .A I . N T H H V K M J I Ó N Fl tAXl Kíi.\ 5 !

empeñaba en reparar, muchas veces ¡\, pe-cho descubierto, los estragos de la. artille-ría; todos estaban rebosantes de patriotis-mo, sin m u n u u r a r una sola palabra dedesaliento y con la seguridad de que allí,en loa muros de ia invicta ciudad, se ha-hían de estrellar los esfuerzos, hus armasy el arrojo de los prhueros soldados delmundo.

La noche del 2(5 de Mar/o de 186/5, erauna de esas noches apacibles y tranquilas;la luna, con su cortejo de estrellas, bri l la-ba majestuosamente en la imnensíi bóvedadel eielo; las fogatas del enemigo p¡Teep-T i bles en todo el perímetro de la ciudadformaban un anillo de fuego apenas inte-rrumpido á cortos trechoi:", la artillería tro-naba easi sin interrupción de uno y otrolado, parece que ambos adversarios se dis-putaban el honor de estar en vela pararesguardar sus respectivas posiciones £ in-fligir el mayor daño posible á las mismas.

Entre tanto, los habitantes de la pobla-ción se habían entregado al descanso, nosin hacer antes los comentarios del día,encomendarse á la Providencia, preocupa-dos como eslaban con ]¡t na tural /o/obra.

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52 "EPISODIO." HISTORIÓOS

de (encontrarse al día siguiente con nove-dades de, más ó menos consideración.

En el Fuerte cío San Javier mía parlodo la guarnición estaba sobre las armas, alpie délos cañones. lista para repelar cual-quier ataque, conociendo como conocía de(acto la tradicional osadía del ejército fran-cés; otra cenaba tranquilamente en el in-terior de la fortaleza.

J)e pronto se destacó íi la entrada deledificio un personaje cubierto basta losojos en una amplia capa negra, que conI ¡aso un tanto agitado se acercaba al gru-po de soldados. Todas las miradas se fija-ron sin pestañar sobre el misterioso per-sonaje ( j i i e así se permitía el lujo de inte-r rumpi r aquella sabrosa cena.

Kl sargento Julián Hiño] osa? dijonuestro hombro, antes de llegar hasta elgn i ¡x> .

—; J 'r<>sentc! mi jefe, respondió el sargen-to, |K)ii¡endose en pié al .reconocer la vozdel joven of ic ia l Srnith, que era precisa-mente el hombre de la capa.

— Vaya corriendo á ver al (¡ral. Antí-llón y (lígale que el enemigo prepara unaMtrpresn sobro el Fuerte-, acabo de observar-

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lo cerca de sus trincheras, probablemen-te se trata de un asalto; pero ¡volando!que una gruesa columna se nos viene en-cima.

Kl sargento Hinojosa salió á escape.— Y ustedes, agregó el oficial Smith, di-

rigiéndose á los demás, á sus puestos sinperder un instante.

El valiente oficial no se había equivo-cado, pues en efecto, Forey había, dispues-to una columna de más de cuatro mil hom-bres, dotada de suficiente artillería, paraintentar una sorpresa, deseaba, vivamentetomar el Fuerte á fuego y sangre, por me-dio de uno de ewosasaltosdesesperados quetanto honor habían hecho á los francesesen la guerra sangrienta de Crimea.

J?ra el primer asalto formal que inten-taba, tanto para dar á sus fren éticos sol da-dos la ocasión del desquite, cuanto paraquebrantar al enemigo y llevar la desmo-ralización A sus filas, si era posible.

La columna, saliendo cautelosamente desus parapetos, se adelantaba hacia el Fuer-te de San Javier, protegida eficazmente portoda la artillería de la parte occidental quehabía concentrado sus fuegos sobre unmismo punto.

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El General An til Ion y un momento des-pués el General en Jefe llegaban á tiempo.En un recodo de la. fortaleza cruzaron bre-ves palabras con el oficial Snii lh, y luegodi jo en alta voz el Gral. González Ortega,con esa convicción profunda del que subobien lo que dice y 1° (\Utí naw;: "no haycuidado, no hay cuidado, nuestros refuer-zos vienen en seguida.

Una verdadera avalancha de enemigosse precipitaba sobre el Fuerte, atronandoel espacio con las nutr idas descargas de lafusilería; y lo» defensores, como era de es-perarse, contestaban con la misma bravu-ra, vendiendo muy caras sus vidas y rea-l izando hermosísimos prodigios de heroi-cidad.

—¡ (Ja i ' vive la Frunce! gritaban enarde-cidos los zuavos.

—Quí: vira México! contestaban los me-xicanos entusiasmados y con los pechoshenchidos de patriotismo.

En el fragor de la pelea, los combatien-tes llegaron íi confundirse y abrazo parti-do luchaban como fieras que se disputanuna rica presa, unos rodaban sobre los es-combros y eran pisoteados y macheteadossin misericordia por los que venían atrás,y otros se disparaban á quema ropa ó setraspasaban con las ballonetas. Aquella

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carnieei'ía fue verdaderamente espantosa ymemorable.

LOH refuer/.os que acudieron á{{ los asaltados de ¡San Javier so portaronvalientemente arrollando y acuchillandoá cuantos enemigos les estorbaban oí pago;por f i n , después de algunas horas de- mor-tal pelea, el enemigo, horriblemente aco-pado por todas jiartes, no pudo resistir másy se fue retirando poco á poco sin desor-ganizarse y como movido por una máqui-na, perfecta.

Los franceses fritaban derrotados, perono humillados, se habían portado cornobuenos y habían dejado bien puesto su pres-tigio de valientes. En esta vez luibíau to-mado la escrupulosa precaución de no serheridos por la espalda, bien sabían que esasheridas son lasmásignomiiiiosasde todas.

Con el formidable ruido de las descar-gas, el rodar de las piezas y las caminatasprecipitadas de los batallones, de un lugará otro, el vecindario había despertado ea-si en masa y muchos se aventuraban porlas calles en busca de noticias.

Entre t a n t o que esto sucedía, una escenaconmovedora tenía lugar en una humildevivienda de la calle de Miradores.

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EPISODIOS HJSTÓKKXIS

¡Antonio!.. .á dónde vas? Decía unamujer joven aún, medio incorporada <¡n ellecíio y fajándose precipitadamente sus fal-das de percal.

—Voy á ver lo que pasa, ¿no O3res eseruido infernal? Quien sabe si los francesesse habrán abierto paso por algún lado dela ciudad, decía el paisano Antonio Huer-ta á su joven esposa.

—Pero hombre, no seas testarudo, des-pués sabremos lo que pasa; no salgas, nome dejes en esta mortal ansiedad.

—¡Cálmate, mujer! no tengas miedo, dé-jame marchar. Es una vergüenza que loshombros estemos en cerrados en casa, mittTi-tras nuestros hermanos se baten con gloria.

Y como viera Antonio que su esposa es-tada resuelta á estorbarle el paso, salióviolentamente de la estancia.

Lucía, que así se llamaba la joven, esta-ba recién casada con Antonio, y eii un rap-to de egoísmo, propio en una mujer inex-perta y tímida, había pretendido reteneral amado consorte, cuyos impetuosos im-pulsos le eran bien eonocidos. Pero ya nohabía remedio, Antonio se había marcha-do.

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K K A X X - K S A .

Ya deslía la batalla prosiguió con ma-yores bríos, la retirada del enemigo no eradefinitiva de ningún modo, por el contra-rio so disponía con sus mejores elementosá dar el asalto, seguro casi deque la,guar-nición de San Javier no podría resistir pormucho tiempo. Los cañones seguían vo-mitando torrentes de metralla y los sol-dados se fusilaban á corta distancia, pueslas fortificaciones del enemigo casi llega-ban al pie del fuerte.

Cuando Forey creyó llegado el momen-to oportuno, una ven que se había libradoel duelo de artillería, y algunas de nuestraspiezas habían sido acalladas, desprendiódos gruesas columnas, una sobre cada flan-co, con el fin de envolver al enemigo ydestrozarlo completamente. Pero en el mo-,mentó mismo salían de sus parapetos losbatallones de Guana]unto, Zacatecas, Que-rétaro, "Rifleros y Reforma, á las órdenesde los Generales An til Ion. Mendoza, Gar-cía, Negrete y del Coronel Auza, dispues-tos á medir sus armas con el invasor y ¡isacrificarse por la santa causa de la Repú-blica. El espectáculo fui imponente y glo-rioso por mil títulos. Nuestros soldados á,pecho descubierto hacían descargas cerra-

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¿y Ki'iüüDJOS Hisróniuus

díis, y lew asaltantes hacían otro tanto, lasprim'eras filas de una y otra parte oran ba-rridas por completo, pero nadie daba se-ñales de cejar. Llegó un momento en quelos franceses se vieron flanqueados por ellado del pueblo de Santiago y en inminen-te riesgo de ser cortados, si no acude taná tiempo otra columna de refuera).

El Coronel Auxu, que estaba en uno delos sitios de mayor peligro, suplicaba alGeneral en Jefe, casi con lágrimas en losojos, que no lo removiera de aquel lugar ,a l l í estaba en su elemento. Este valienteCoronel, uno de los más denodados defen-sores del sitio de Puebla, se portó con unabizarría sublime, digna de ser comparadacon el glorioso comportamiento del Gral.Cambrón en Waterloo.

En el Fuerte se sucedían otros heoliosdoinimitable valor, grandes y líennosos, quemerecen ser grabados en los corazones detodos los buenos hijos de Méxieo. El pai-sano Anton io Huerta, sudoroso y jadean-te, ayudaba á cargar las piezas desafiandotodos los peligros con una bravura que te-nía pasmados de admiración aun á los ve-teranos más prestigiados del ejército. El

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DK LA l.NTKKVB.NciÓN KRAsaásA. ó!)

heroico comportamiento llevó el contagioá todos _los pechos, como era de esperarse,y el artillero Matías .Romero, aventandoel chacó por lo alto y gritando vivas á laPatria, se adelantó hacia un punto destro-cado de la fortificación y se puso á repa-rarlo á la vista del enemigo.

Las balas silbaban por todas partes, pe-ro como un tributo al valor, respetaron lavida de aquel valiente. En el mismo si-tio fue elevado á sargento, y al incorporar-se á sus compañeros, una vez terminadasu difícil faena, fue aclamado y felicitadopor la tropa con un entusiasmo rayano endelirio. El sargento Julián Hinojosa esta-ba desarmado; un casco de metrállale ha-bía arrebatado el arma del brazo, sucesoque festejaron ruidosamente sus cainara-das; él, muy serio, se limitó á decir: "va-ya qué puntería la de esos artilleros, allíme las den todas," y tomó, como si tal co-sa, otra arma de las que estaban tiradasen el suelo.

De estos hechos abundan en la memo-rable historia del sitio de Puebla.

Las columnas francesas se sintieron im-potentes por lo pronto para continuar ej

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(J(| KplfOMOS HISTÓRICOS

asalto, y rendidas y «nal humoradas torna-ron la providencia, de retirarse. Los repu-blicanos habían perdido 500 hombres en-tre muertos y heridos, las pérdidas del ene-migo habían sido mayores, el Fuerte esta-ba casi destruido, pero sus valientes defen-sores no querían abandonar aquel montón(]iierido de escombros.

El General en Jefe se apresuró á prac-ticar una vista de ojos y comprendiendoque- San Javier estaba para venirse abajoy que era completamente inút i l seguir sa-erilicando más vidas, determinó transpor-tar los cañones y de¡|ar que los francesesse posesionaran de las ruinas.

Pero, para hacerles comprender que deningún modo la defensa estaba agotada,comisionó á H m i t h á la cabe/a de cien hom-bres, á que siguiera disputando palmo ápalmo el punto codiciado. No fue sinohasta, el día 30, es decir, después de cincodías de combate encarnizado, cuando loafranceses se hacían dueños, con profundodisgusto, de la mencionada fortaleza queya, no servía para nada.

Así terminó el glorioso episodio queasombró á. los franceses y que en la histo-ria del sitio de Puebla es conocido con elnombre del asalto al Fuerte de San Javier.

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1)K LA I .NTKüVKXl. ' lÓN" F l lAXl 'KSA.

Después de la espléndida victoria delEjército de Oriente en el ataque más for-midable del día 27, Antonio so presenta-ba en su casita de la calle de Miradores,cubierto de polvo y sangre, con el rostrodenegrido y el cabello emnaraíuido, pero•feliz y satisfecho por haber cumplido consus deberes de ciudadano. Lucía, que habíaestado inconsolable como una Magdalena,lanzó una exclamación desgarradora deestupor y estrechó á su marido entre susbrazos.

—Vienes herido, Antonio, dirne qué teha pasado? Ya ves, no te lo decía?

—No, Lucía, no tengo nada. Cálmate...(taímate, que no me duele ni una uña.

Lucía, satisfecha con tan feliz situación,cubría de besos'á, su Antonio, y desde elfondo de su alma sencilla y noble, dabagracias ala Providencia y bendecíael nom-bre sacrosanto de la Patria.

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Una Escena en la Calle de la Estampa.[7 de Abril de 1863],

Era de iioche. Una noche imponentepor lo tenebrosa; ni una estrella brillabaen el cielo, ni una fogata chisporroteaba enlos campamentos de los adversarios. Sóloen el interior de la ciudad, una que otralucesillíi de farol se percibía confusanien-"(te. Había estado lloviendo desde las seis de 'la tarde de aquel día, 1 de Abril, y por loencapotado del cielo era fácil prever quela tediosa lluvia no tenía trazas de cesaren toda la noche.

La ocasión realmente era poco propiciapara andar por esos numdosácaza de aven-turas; pero estábamos en guerra, la ciudadde Puebla sufría el formidable asedio delos franceses, y por supuesto, no era de ex-trañar que algo extraordinario acontecieraen uno ú otro lado. Las patrullas france-sas y republicanas, tornando todo génerode precauciones, evitando hasta el menorruido posible, se deslizaban como fantas-mas por los paredones y escombros. Alaproximarse á las trincheras, unos y otros

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V>F. I.A i N T K K V I O N ' C I Ú X FltA.SYKsA.

adversarios casi se liusnu>¡i.ban, ya que oíoído y el ojo más diestros eran mater ia l -mente incapaces de penetrar al través delvelo de a< |U( ! l l a . noche misteriosa v lóbrega.

Kn la calle de la Rstampa, nna casa e.tiestado lastimoso, con más de la, mi tad deltecho cuido, las paredes derrumbadas unas,v otras con anchos boquetes, denunciabadesde luego < |uc había sido cañoneada te-rr iblemente por el enemigo. Y así fue, enefecto, pues en las primeras honiH de la no-che, a l l í se había librado un t^ran combate.

A l fragor do la contienda y al estruen-do del cañón, á la gritería, enfurecida delos combatientes y al choquo vigoroso delos sables y baílemelas, bahía sucedido unacalma de cementerio.

Por uno de los destartalados corredorescaminaban percatándose cuatro persona-jes: el primero, du gallardo continente, eraun General; el segundo, rubio, de almn-d a n t t f cabellera, ojos a/,nles, con la levitacompletamente abotonada, era un Coman-dante de Fragata; el tercero, joven simpá-tico, de porte marcial y maneras distingui-das, era un Comandante de batallón, y elcuarto, joven de '2f> años, mi l i t a r i i istnií-

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do v cuyo principal elogio consistía en suvalor incontrastable, era un Capitán de in-fantería. Los cuatro, recargados á la pa-red, conversaron breves instantes y en vozbaja, v <le pronto uno de ellos encendiómía lu/ do bengala que i luminó gran par-to del recinto. Después de recorrer con lamirada el espacio i luminado y no encon-trar lo que buscaban, el que portaba, la luzasomó el rostro por una de las claraboyas;ñafia ni nadie daba señales debida,

101 joven Capitán empuñó resueltamen-te su espada y mientras su compañero dela lux le alumbraba el sendero, se empeñóen descender por la destrocada escalera. Yaen el patio saltó con no poco trabajo sobrelos montones de escombros y los muertos,hasta colocarse frente a una puerta, desven-cijada donde exclamó cu correcto francés:" Ktndez i'OHs. Nc cmifjnez pas. Les repu-bl'icMÍ'ng Tim, pardoiient.

¿Qué pasó entonces? Aquellas palabrasfueron como un conjuro de poder mági-co, algo así como el wwfw/> del cuento. Sa-lió primeramente de aquella triste man-sión un sargento francés, cubierto de pol-vo v sangre, con. la cabe/a vendada, y dijoh u m i l d e m e n t e que todos estaban dispues-tos á rendirse y que confiaban en la cle-mencia do los republicanos. 101 f 'api tan lo

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DK LA IXTKliVEXCIÚX Fll.AXOESA

tendió la mano con cierta dignidad y ledirigió la palabra eri términos bondadosos.

Uno tras otro, hasta el número de 35,fueron saliendo los zuavos que habían que-dado cortados al derrumbarse la casa yfueron rindiendo sus armas. Entre tanto,los otros militares mexicanos habían baja-do también al patio y contemplaban mu-dos aquel episodio conmovedor. Algunosde los prisioneros se enjugaban las lágri-mas y embargados por la emoción casi nopodían pronunciar palabra, otros besabanenternecidos las manos de sus magnáni-mos vencedores.

El General no pudo sufrir más en silen-cio tan penosa situación y de BUS labios sedesbordó un torrente de palabras cariñosas

a consolar á. aquellos desgraciados, y aa ve/ para elogiar su brillante comporta-

miento. El Comandante de Fragata fuepor una vasija de agua, para .saciar la sedde los vencidos que se sentían desfallecer.

El Comandante de infantería, tomó ensus robustos brazos á un pobre herido quecasi no podía dar paso, y. así cargó con él,como si se tratara de un niño, 6 de un hi-jo, hasta colocarlo en una camilla de laambulancia. El Capitán, sacando del bol-sillo una magnífica mascada, prenda, queguardaba religiosamente como uno de tan-

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fifi Kl'l.-íOUrOS HlSTÓKHXM

tos recuerdos cariñosos, se ocupó con solí-cito empuño e» vendar la pierna destroza-da do otro prisionero. ¡Rasgos herniososde la hidalguía mexicana que perduraranen las doradas páginas de la historia, co-mo mi solemne mentís á los calumniado-res de los nobles y bravos descendientes deCuaulitémoc, Hidalgo y Juárez!

Si los mexicanos se habían cubierto de«•loria al repeler un ataque brusco y deses-perado, también se habían hecho dignost ina vez más del respeto y la admiración,¡>or sus sentimientos humanitarios.

Para satisfacer la curiosidad de algunoslectores, muy natural por cierto, al tratar-se de las brillantes proezas de miest ros sol-dados, daremos algunos detalles mas delsuceso que motiva esta narración.

Forey eslaba visiblemente contrariado,los tremendos asaltos sobre S-a» Javier lehabían costado mucha gente, y sobre todo,comprendía, corno militar instruido, quela toina de Puebla y por ende la rendicióni> la destrucción del bizarro Ejército deOriente, no eran cosas tan baladíes. comolo había previsto en un rapto de orgullo ycomo se le- haUíaii asegurado paladinamen-

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TU; i..\ INTHRVE.NOIÓN FUAXOESA f>7

te los afrancesados ó los ignorantes. Asíque para vindicarse ante la opinión fran-cesa que estaba pendiente de los aconteci-mientos de la guerra, por más que hubie-se de por medio un grande océano, y paraacentuar una vez más sus firmes propósi-tos de triunfar sobre los muros de Puebla,ideó una serie de ataques parciales, y alefecto, concentró el fuego de su potente ar-tillería, sus mejores reservas y demás ele-mentos de guerra sobre determinados pun-tos sucesivamente.

En esta ves!, sus miradas se habían fija-do en la calle de la Estampa, por allí creíaposesionarse de una gran parte de la ciu-ciad.

Llamó á uno de sus buenos oficiales yponiéndolo á la cabeza de dos compañíasdel Primer Regimiento de zuavos, le indi-có el punto que, una vez bombardeado su-ficientemente, debería tomar á fuego y san-gre. El oficial se limitó á contestar con unsaludo elegante y una sonrisa de satisfac-ción. .

El oficial, un joven de 24 años, de un'rostro tan agraciado que más bien parecíael de una señorita, con el kepis hechado ha-cia atrás, portando pantalón de paño colo-rado y levita azul, con la espada desnuda,y siempre á. la cabeza de sus compañías,

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f;X EPISODIOS ir isT&KJCDs

se aproximó al sitio por donde mayores es-tragos había causado la artillería francesa,v sin detenerse más tiempo que el necesa-rio para dar ,un vistazo á la escena y parahacerse cargo de la situación, trepó decidi-damente por lo? escombros.

—" Kn arnnt!" gritó á sus soldados, yaquellas fieras humanas se precipitaron alawillo. • •

l 'na descarga formidable y certera dolos republicanos fue el marcial saludo coa(pie reciliieron á sus intrépidos enemigos.que de un modo tan audaz iban en busca<ie la muerte. .Kl rombate se lii/o geiK'ralv duró cerca de tres horas, al cabe» do lascuales los restos de las compañías de xua-vos se retiraron en desorden, llevando á sucampamento la noticia del fracaso. Estaretirada se h i /onmw violenta y desordena^da cuando vieron que una pared se de-rrumbaba, aplastando á unos v cortandopor completo la retirada íí otros.

Forey v su Estado Mayor estaban cadave/; más asombrados.

No nos envanecemos por cierto con unhedió de armas, por más que avivara ell'ue^o patr io de miesíros soldado? y coro-

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»E I.A IN'-I'KHYICXCIÓ.N

nara de gloria á la República; estos hechosse repiten con más ó menos frecuencia enlas guerras de todos los países, pero sí de-bemos pagar un tributo de admiración ánuestros valientes defensores que nuncaperdieron la fe en la buena causa y quedespués de sus triunfos, grandes ó peque-queños, siempre se portaron magnánimosy civilizados para con los vencidos, des-mintiendo en cada oportunidad el dichomuy extendido en el extranjero de que lashuestes sostenedoras del gobierno de Juá-re/., no eran otra cosa que mesnadas tic ge-rifaltes-y asesinos.

Pocos días después de la techa, que he-mos mencionado, los prisioneros escribíanal General en Jefe del ejército sitiador,dándole cuenta de su situación, del esme-ro con que eran atendidos los heridos y dela exquisita cortesanía con que eran trata-dos por la oficialidad y la tropa del heroi-co ejército mexicano.

Estamos seguros que el lector, por me-nos curioso que sea, quwn'i saber los nom-bres de los cuatro militares que figuraronen este episodio, y vamos ¡1 satisfacer sudeseo. El de gallardo continente, que ani-

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y() Kl'lSODJOS HlSTÓKK'OS

mó á los prisioneros con palabras cariño-sas y los felicitó por su magnífico compor-tamiento, fue el Gral. Ignuño de la Llave,encargado do la defensa del punto; el deabundante cabellera blonda y ojos azulesque había dado de beber á los desfallecien-tes, era el Comandante1 de Fragata Fóster;el de porte marcial y maneras distingui-das que transporto en sus robustos brazos

ino de los más seriamente heridos, í'uéel Comandante de infantería La llave, ypor último, el más joven de todos, oficialintrépido y valeroso, el que intimó la ren-dición en correcto francés y vendó con suelegante mascada la pierna de un prisio-nero, fue el Capitán de infantería Alejan-dro Cawt rín.

Al desenterrar este episodio de la huesacomún de la historia patria, deseamos vi-vamente que estas líneas, por pálidas quesean, .sirvrín para ensalzar el heroico com-portamiento do nuestros soldados que, mo-ralmeute, fueron siempre tan grandes enB'.is derrotas como en sus tr iunfos.

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DE LA INTERVENCIÓN FRANCESA 71

Santa Inés y Pitiminí.

lín una. fonda humilde y estrecha do lacalle de S;in Agustín, un grupo de oficía-los, un señor licenciado—ya entrado enaños—y dos estudiantes departían amiga-lilemente, <¿u tanto que un par de meseras—mozas robustas y vivarachas—arregla-ban el albo mantel y limpiaban los trastosy vasos, para servir la cena. La conversa-ción recaía, como era natural, sobre los epi-sodios de la guerra, particularmente so-bre las distintas peripecias del sitio. (Jadaquien hacía las apreciaciones á su manera,pero todos estaban contestes en que la de-fensa era magnífica y el ánimo de los sol-dados inmejorable. Los estudiantes, ¡ma-que poco versados en achaques de for t i f i -caciones, asaltos y táctica militar, expresa-ban con calor su entusiasmo por la defensade la ciudad, por el heroísmo del ejércitoy por las sabias previsiones del General enJefe.

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Estaban nuestros personajes en. lo mássabroso de la conversación cuando se pre.-sentóen escena otro mil irar , correctamen-te vestido, alto, de duras forma;?, bigote es-peso y de mirada un t a n t o desdeñosa.

Era un comandante.Los oficiales so apresuraron á ofrecer si-

tio á, su jefe, y el licenciado, poniéndoseen pié, le tendió la, mano con cierta fami-liaridad para darle ¡a bienvenida, festejan-do á la vox con frases galantes y saladassu presencia tan oportuna.

—Conque díganos Don Antonio—dijoel licenciado—¿qué hay por esos mundos,qué nuevas nos trae usted?

—De extraordinario nada en particu-lar. I>espué,s de los graves sucesos «le lasemana pasada y de las bombas que antierestuvo arrojando el enemigo al centro dela. ciudad, de cuyos efectos mu nerón al-gunos pacíficos habitantes, no bay nadaverdaderamente notable que merezca refe-rirse; las cosas signen su curso na tu ra l , yno nos queda más recurso que esperar conpaciencia el desenlace. El cañoneo sobrt;determinados puntos sigue con pocas in-terrupciones, yo creo que el Gral. Foreytrata do inquirir á toda costa cuáles sonnuestros lados vulnerables.

-—¿( Yee usted, Comandante, que los Irán-

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DIO LA J.M -EIIVK.\UÓ_N

ceses intenten otro asalto como el de SanJavier?

— ¡Corno no! Ahí tiene usted, por ejem-plo, el episodio de Ja calle de la Estampa.El enemigo os muy audaz y nos lia de darbuen quehacer. Pocos días ha de vivir elque no lo vea.

—Pero la ciudad es inexpugnable; á lomenos así lo creemos todos.

—Así lo creernos, en efecto, y más to-davía, esperarnos con toda confianza queaquí los franceses se estrellen redondamen-te. Pero ya sabe usted, no creen que paraellos existan en el mundo ciudades inex-pugnables.

—Se me ocurre una duda, Don Anto-nio, ¿qué será de nosotros si se acaban losvíveres, antes que el enemigo levante elsitio í) se crea derrotado?

El Comandante Don Antonio Espinosa,que así se llamaba, permaneció callado poralgunos momentos, atusándose nerviosa-mente el bigote, y luego, como sacudidopor una descarga eléctrica, exclamó, conacento farfalloso por la emoción: casi pue-do asegurar á usted una cosa, y es que nonos rendiremos por hambre. El Gral. Co-monfort prepara un buen golpe y la in-troducción de cuantiosos víveres.

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I)]-; LA IXTKÜVK.XCIÓ.N FilAM. J«A, 75

resplandor que. i luminó toda la ciudad,cual descarga formidable precursora de latormenta, cortaron la palabra al fogosoorador. La pie/a se cimbró desde sus ci-mientos y menudos tro/as de caliche, des-prendidos del techo y las paredes, cubrie-ron el suelo y las mesas.

El reloj de catedral sonó lúgubre y pau-sadamente las siete de la noche, ¡llora te-rrible! ¡hora de desolación y espantosa ear-n ¡corra!

Todos, eon la sorpresa retratada en elrostro, salieron precipitadamente, casi atre-pellándose, á la calle, en donde pudierondarse cuenta del suceso.

Atraídos más que por la curiosidad porel deber, corrieron hacia el sitio donde sepercibía el frenético clamoreo y las nutri-das descargas de la fusilería.

He aquí lo que había pasado.

Aprovechándose de la profunda lobre-guez de las noches anteriores, oí (.¡ral. Fo-rey había mandado m i n a r un gran trechode hi calle de Santa Inés. Se proponía coneste procedimiento casi bárbaro aterrori/ará ios habitantes no combatientes, puraque

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éstos ejercieran cierta presión sobre los re-publicanos, y abrir brecha" por lo? puntosque creía más débiles, con el objeto de re-ducir y batir mejor al enemigo. Termina-da, la obra esperó el momento oportuno.Este llegó por iin la noche del 24 de Abril.

La obscuridad era completa, principal-mente por las gruesas nubes que entolda-ban el cielo y la menuda l luvia que habíaestado cayendo desde Jas cinco de la tarde.

El enemigo se acercó cautelosamente éhizo explotar las formidables minas quehabía colocado, ocasionando el derrumbede una extensión considerable de la callode Santa Inés, bajo cuyos escombros que-daron sepultados casi tocios los soldadosdel 2Í? Batallón de Toluca,

El valiente Coronel José M. Padres quemandaba el referido Batallón, repuesto untanto de la sorpresa, se ocupó violentamen-te en organizar la defensa con los pocos so-brevivientes. Esta fue notablemente opor-tuna porque los franceses se precipitabanpor la brecha como una gran avalancha.•—¡Aquí'muchachos! gritó el intrépido Co-ronel, empuñando su pistola amartillada.Todos los soldados se agruparon en tornode su jefe y se aprestaron á la Jucha queno se Imo esperar.

Los asaltantes en grupos apretados se

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empujaban desesperadamente, alentadoscon las voces impetuosas de sus jefes y cre-yendo en uua fácil victoria. Unos y otroscontendientes se confundían en la ardoro-sa pelea y se atravesaban do -parte á partecon las ballonetas. luí ruido que producíael choque de las armas era excesivamentepavoroso; y, por otra parte, la situación nopodía ser más desventajosa, para el puñti-do de mexicanos, dada la abrumadora can-tidad de enemigos. Parece que el Coronel1'adres y sus valientes estallan condenadosá perecer sin medio posible «le salvación.Poro precisamente cuando el combate eramás encanti/ado y los franceses creían se-guro oí triunfo,apareció el primer batallónde Toluea que acudía en defensa de sushermanos, el cual era conducido por el Co-ronel Juan Caamaño, Jefe de la 1* Brigada.

Kl -Gcnoral MI Jefe de la línea, Berrio-zábal. también se presentó en el siniestroescenario y comunicó con su sola presen-cia nuevos bríos á los egregios soldados dela República.

El enemigo no pudo resistir más, vacilóalgunos instantes como ofuscado con tan-ta heroicidad y bravura, y se retiró á sustrincheras en completo desorden y nota-blemente contrariado.

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78 K I M S O D L O S

lil Coronel Fustera- la cabeza de unoscanutos hombres reparó violentamente losestragos de las minas, en tanto que suscompañeros se empeñaban e.n remover losescombros para sacar á los heridos, cuy:isituación se hacía «ida vez más penosa ¡icausa de la l l u v i a torreneial que en aque-l l a hora azotaba el campo de batalla, comosi el cielo mismo tomara parte para lavarel suelo ensangrentado y poner (in á unacontienda desasí rosa entre dos pueblos que,dadas sus comunes tendencias, deberíanconfundirse en f r a t e rna l abrazo en lo por-veni r .

Justo es como t r ibu to de respeto y admi-ración mencionar los nombres de los bé-roes que m¡is se distinguieron en esta bri-llante jornada:* Coronel es Caamafio, Villa-gran, Fóster y Padres; Tenientes Corone-les Cirilo Castillo, Sánchez Ochoa y La-lanne y Comandantes Antonio Domínguezy Antonio Espinosa.

Las fuerzas que militaban bajo las órde-nes del (leñera! en Jefe de la línea, per-manecieron en sus puntos toda la noche,previendo que el enemigo no se daría porsatisfecho con el resultado de su audaztentativa y que una vez repuesto y bienreforzado in tentar ía volver al ataque en

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demanda de reivindicación. Y así fuet-n efecto; á. la mañana ¡siguiente, día 2ñ,hizo explotar otras dos minas en la e;dlcde Pit iminí , y se arrojó sobre, los defenso-res con una fur ia que causaba pavor yasombro.

Por algunos minutos la lucha fue inde-cisa, ó más bien dicho parecía que la vic-toria se inc l inaba del lado de los franceses,puesto que lograron penetrar hasta el cen-tro de las trincheras de Sania Inés y co-menzaban á instalarse tras de los murosque, aunque maltrechos, permanecían enpie después de las explosiones y el bom-bardeo. Los soldados mexicanos, sin em-bargo, no se sentían amedrentados ni conganas do abandonar tan fácilmenU! sus po-siciones; así que alentados con el ardor pa-trio y la pundonorosa bizarría de sus jefes,se precipitaron á baílemela calada, destro-zando materialmente cuanto encontrabaná su paso. El Coronel Padres, que no sedaba punto de reposo, que estaba admira-ble por su serenidad y valor, y que másbien parecía el numen mitológico de laguerra, disputó al enemigo por largo ratoun obús, hasta que logró llevárselo en sonde t r iunfo , á pesar del visible disgusto ylos esfuerzos desesperados del adversarioque bramaba de indignac'ión.

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EL VALIENTE ENTRE LOS VALIENTES.(25 de Abril de 1863).

Hacer do la milicia algo más que unacarrera, del valor una virtud, del pun-donor una devoción y de la disciplinaun evangelio, son cualidades relevantesy un tanto raras, pero por insólitas quesean, no dejan de manifestarse en mayoró menor grado en todos los ejércitos delmundo. Pero hacer del deber una satisfac-ción, sin el menor asomo de vanidad y fue-ra, de lo normal; agigantarse ante los tran-ces difíciles, ante el peligro inminente, te-niendo casi la seguridad de morir, eso essublime y propio sólo de los grandes ca-racteres.

Hay individualidades de naturale/atansutilmente superior, que parecen predesti-nadas á la inmortalidad, con sólo un ras-go 6 un soplo de su virilidad incontrasta-ble. Mientras la generalidad se asfixia óse conturba ante las grandes pruebas de lavida, los genios-—que los hay de diversa

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82 EPISODIOS HISTÓBICÜS

índole-—sonríen ó bien permanecen con laimpasibilidad de la estatua.

Tuvo razón la mitología de divinizar ásus héroes; tuvo razón de creerlos empa-rentados con los diosea; sólo los excelsos,los divinos, los inmortales, son capaces dehazañas sobrehumanas.

Hay en el cielo multitud de estrellas,pero apenas veinte de primera magnitud,y entre éstos ninguna que rivalice en es-plendor con Sirio 6 Canopo. Así son loagrandes héroes de la humanidad, sobrepu-jan á todos los de la especie con sus proe-za» inmortales, con sus fulguraciones inex-tinguibles.

A la explosión formidable do la maña-na «leí 25 de Abril, siguió una serie de asal-to* y combatí» parciales dignos de ser gra-bados con caracteres de bronce en nuestrosmonumentos patrios y más dignos todavíade ser esculpidos MI el libro do nuestrospantos recítenlo», porque so-n enseñan seasvivas de abnegación y civismo capuces dehacernos grandes y fuertes para la? prue-)vas del porvenir, <mal(],uic»a que sea su

Á los batallones S9 y 5'-' de Zacatecas les-tocó- la fortuna «Ifr ni.brÍ!'»e 4e gloiia al ÍP-

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l)H I.A iM'RltrKXClÓX

peler y derrotar al enemigo que no aho-rraba sangre ni omitía saerih'c os, por do-lorosos y desesperados que fueran, con talde obtener un girón de tierra que signifi-cara presagios de victoria para las águilasde Francia.

El Coronel que mandaba los dos bata-llones nacionales, fue el héroe del día: suconfianza ilimitada y sn valor inconmovi-ble le transfiguraron en un semidiós de laguerra.

Los griegos no habrían vacilado en con-tarlo en eJ número de sus penates.

En lo más comprometido de la situa-ción, cuando los muros habían cedido, lametralla barría escombros y hombres y losbelígeros asaltantes plantaban sus bande-ras en e! mismo sitio de los republicanos,un ayudante del Cuartel General se pre-sentó al Coronel con este lacónico y elo-cuente mensaje: "Sean cuales fueren laspérdidas que se resientan, defienda ustedoí punto hasta rechazar al enemigo, ó caerm.iterto, ó prisionero con la fuerza de sumando."

La respuesta fue todavía más elocuentey lacónica: "Diga usted al General en Je-fe que sus órdenes quedarán exactamentecumplidas."

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'

84 EPISODIOS HISTÓRICOS

Habían transcurrido cinco mi mitos, eléxito era dudoso por ambas partes; los defuera confiaban en sus formidables elemen-tos, los asaltados en el feliz suceso de suspasadas victorias y cu e! patriotismo de suspechos ardorosos; cada quien se aferrabaen su p r o p i o prestigio y hacía alarde

de una temeridad inconcebible. Una balailo cañón hizo blanco en un deleznable pe- •dazo de barda del jardín de Santa I ufo,cerca precisamente.de donde el héroe di-rigía la batalla. Disipada un tanto la nu-be de polvo, los soldados inmediatos vie-ron íi .su jefe sepultado hasta'la cintura- yrestregándose los ojos con ambas manos.El Coronel vio su espada al lado, la empu-ñó terriblemente y dirigiéndose asa tropaiiDii acento de trueno.siguió mandando elcombate, como si nada do particular hu-biese en su Kiluación.

Algunos soldados de Pnebia y Zacatecas.le cubrieron con snw cuerpos en tanto queotros removían los escombros para sal-varlo.

Una vez desenterrado los soldados leaclamaron con frenético entusiasmo. ElC'ovonel casi no podía andar, estaba seria-

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I > K . L A l . \ T K I ! V K X C I l ' ) N FjíA.NOERA

mente Insinuado, pero aun así no quiso re-tirarse un momento de la refriega.

Veinte minutos más de feroz combate yel enemigo se retiraba claudicante, deses-perado, chorreando sangre, completamen-te vencido.

Entro los despojos de su peregrina au-dacia dejaba entre las garras del águila de.Anáhuac centenares de armas flamantes,un regular número de prisioneros y ciui-trocienkw munrtos.

¿Quién íué el valiente que así se distin-guió, que hizo de su brillante acción objetode unánimes encomios, de parabienes pa-trióticamente efusivos y sinceros? ¿Q.uiéníué el héroe que de un modo tan sereno ymajestuoso penetraba en el templo de la Fa-ma, se coronaba de resplandores de gloriay se hacía merecedor para siempre de Lt.veneración gen u i na de sus conciudadanosy la unción de la inmortalidad?

Ese titán se llamó Miguel Auza; su hu-mildad característica le hizo más grande,todavía, y por ello la estimación de suscompatriotas perdurará porque es un he-cho que las grandes virtudes cívicas flore-cen y perduran en el suelo mexicano.

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Hlfí'i'ÓKiCOS

Al presentarse el General en Jefe en elsitio del suceso, cuando los pechos estabanjadeantes y los escombros humeaban toda-vía, cuando el héroe con fiera, actitud ydesde el pedestal de su grandeza—teñidode escarlata—amenazaba al enemigo conlos puños apretados, no pudo contener unaexclamación de asombro y tendiéndole lamano con cariñoso respeto, le dijo en pre-sencia de sus soldados: " Usted, compañe-ro, es desde ahora el VALIENTE ENTRELOS VALIENTES."

Con este envidiable título fue designadoen lo sucesivo por sus compañeros de ar-mas.

*•t: '-k-

El Gral. González Ortega, valiéndosemás que de su autoridad de sus consejos deamigo y del razonamiento persuasivo, in-dicó al héroe la necesidad de abandonar elcampo para «jurarse y reponerse de tantafatiga. Auza contestó «son un chiste, afir-mó queaquello "no valía nada," y pretextóotros varios motivos; pero al íin asintió,más de fuerza que de gana, y apoyado enel hombro de un subteniente se marchó ásu alojamiento.

El Gral. Ghilardi tomó desde luego elmando de las fuer/as que habían vencido

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>F, LA ly rK.KVK.M' IÓN F u A N l ' I C S A

en el combate más glorioso quinas del me-morable sitio de Puebla.

Por cuta acción el VA LÍENTE ENTRELOS VALIENTES fue ascendido á Gene-ral de Brigada.

¡ Ascenso más bien ganado, pocas vecesse ha visto en la historia de nuestras gue-rras!

Algunos días más tarde el Oral. Foreyescribía al Emperador Napoleón III, y aireferirle los sangrientos sucesos de Pitimi-ní y Santa lúes, decía lo siguiente, que fuey será siempre nuestro mejor elogio: "Pue-bla, nunca tsei'á tomada por amito."

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COMONFORT EN SAN LORENZO.(8 de Mayo de 1863.)

Eran las dos de la mañana cuando el te-niente Valentín Pérez despertó sobresalta-do. Se medio incorporó sobre su improvi-sado lecho de /acate, se frotó bruscamentelos ojos y extendiendo un brazo tiró delcapote de su compañero de armas Francis-co Torres, teniente también, que dormía ápierna suelta y roncaba como un lechón.

—Toi ritos, Torritos,-despierta que ya es-tá saliendo el sol, dijo Pérez.,

—¿Qué?—¡Hombre! acabo du ver una cosa ho-

rrible.—¿Qué lias visto?—Pues he visto pasar al (jral. Comon-

íbrt ensangrentado y con pistola en niauo.—Quita de aquí, papanatas; y Torres gi-

ró sobre el otro lado para seguir roncandoá toda orquesta.

—Ha sitio un sueño maldito que me haquitado las ganas do dormir. Oye va no

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UJS LA Lvi'KKYK.N€ló.\ FKAA'CliSA Si)

duermas que pronto va, á clarear, toma u ucigarro y vamos á calontar un poco do café.

El teniente Torres, ante la doble oferta,eolio lejos de sí la modorra y tomó el ciga-rro que le ofrecía su compañero.

Ambos se acercaron á la'fogata quesoiba extinguiendo, le echaron un puñadode zacate y unas cuantas chabascas, y-avi-varon el fuego soplando á carrillos píenos.

Mientras el café se calentaba en un ca-charro viejo sobre las brasas, lóselos tenien-tes acercaban los pies á la lumbre y se ha-cían mutuas reflexiones sobre los probablesresultados de la guerra.

—Tengo para, mí, Torritos, que mañanaá esta misma hora estamos durmiendo enPuebla. Lo que es el convoy entra porqueentra, y nosotros con él.

—¡Ojalá y así sea.! Y que gusto van á te-ner nuestras familias cuando sepan que so-mos unos valientes y que hemos derrotadoá, los franceses.

—Ya lo creo, como que la lucha va A serterrible.

—Estoy, sin embargo, algo triste, el in-vasor es astuto y no se ha de dejar sorpren-der tan fácilmente. Quién sabe cómo sal-gamos.

—Tienes razón, Torritos.... y Valentía

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se quedó ensimismado en un mundo depensamien tos lúgubres.

El toque de clarín resonó en todos loscampamentos; la inmensa mole de la Ma-linchc devolvía el eco. Las estrellas brilla-ban majestuosamente en un cielo lim-pidísimo. Allá á lo lejos se distinguían lasluces de la ciudad angelopolitana que ve-laba por su honra. La tropa desperezándo-se se incorporaba de los duros lechos y em-puñaba las armas. Eran las cuatro de lamañana del memorable 8 de Mayo.

Varios ayudantes de campo pasaban algalopo y comunicaban órdenes á los jefes,babía llegado el momento supremo, el con-voy estaba listo para partir, pero el Gral.(¡omonf'ort estaba inquieto por los infor-mes que le traían los espías.

>Se notaba gran agitación en el cerro deJa Ónix donde habían pernoctado los fran-ceses, sin iluda organizaban la embestida.J'or otra parte, los rcl'ucruos que liabían re-cibido eran considerables; los siete mil dela víspera ascendían ahora ádoce m i l hom-bres, bien alimentados y mejor armados.La artillería era formidable.

—Mira, Torritns, dijo el teniente Pero/.y señaló con el índice.

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INTJKUVKXUIÓN FUA.NDÍSA í)l

—¡Bueno! respondió Torres, contem-plando la cima del cerro de San Lorenzocubierta de republicanos.

Allí se había instalado el irruí. Kchega-ray con su división fuerte de 2,800 plazas,con ocho cañones. El iba íl recibir el pri-mer choque, sin duda, ¿pero qué valía supuñado do patriotas ante la notable supe-rioridad del enemigo?

Los dos tenientes no entendían nada porel momento, estaban sí listos para acudir 4donde se les llamara y pelear hasta morir.

Notaron por la derecha que se acercabaun grupo de ginetes; era el Oral. Oomon-fort, con su Estado Mayor, que recorría laslíneas y pretendía observar m;is de cercalos movimientos del enemigo.

—¡Viva el Gral. Cotnoafort!—gritó Va-lentín Pérez—¡Viva México!

—¡Viva el Ejército del Centro, mucha-chos! agregó el General en Jefe, y se alejóal galope.

Esta escena nos trae á la memoria lasentusiastas aclamaciones con que fue reci-bido Napoleón I en los comienzos de la ba-talla de Waterloo.

El crepúsculo era soberbio, las estrellasse apagaban ante la presencia del regio lu-

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KWSOJXUM

minar y.la. naturaleza,se ofrecía a la vistacon sus hermosas gulas de priiuavera.

Sonaron las cinco de la mañana y el ene-migo, dispuso su ejercito en.cinco colum-nas paralelas que comenzaron á avanzar ápaso, tic carga sobre el cerro do Sau Lo-renzo.

El choque fue terrible y conducido conextraordinaria habilidad por ambas par-tes, el cañón hacía .estragos tremendos yapenas había tiempo para llenar los hue-cos con tropas de refresco.

El primer asalto fue rechazado ton v i r i lempuje y lo mismo sucedió con el segun-do, pero al tercer intento sucedió lo que te-nía que suceder, la superioridad numéricatriunfó sobre el valor y la fiera osadía delos republicanos. Vendieron muy caras susvidas, eso sí, porque cuando comprendie-ron su situación desesperada y se vieroncasi envueltos por el formidable enemigo,se lanzaron á balloneta calada y destroza-ron vidas hasta que cayeron rendidos de fa-tiga ó atravesados por las armas francesas.

El primer batallón "Rifleros de NuevoLeón y Coahuila," formado de 300 fronte-rizos, salió de la sangrienta refriega con 22hombros y su bandera. J21 Comandante(íuerra, que dirigía el fuego cíe cañón, alver á sus artilleros tendidos por tierra ago-

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T)E LA ÍXTKI ÍVKXi ' IÚN F j tAXOE->A. !lí!

/¡autos, so abrazó do una pieza y a l l í esporola muerto con la resignación s u b l i m e do unmárt ir do la República.

101 Teniente Valentín Pérez trepaba oícerro con HLIS soldados cuando se notaronlos primeros síntomas de confusión y alarengar á la tropa, vitoreando ¡1 la patria,una bala de fusi l lo atravesó oí pedio y ca-yó de bruces sobre un montón de piedras.

—Torritos, me muoro! fue todo lo quepudo decir; una bocanada de sangre le cor-tó la palabra y el aliento.

Su compañero le dirigió una mirada dedespedida, tierna y lúgubre á la ve/; y ame-nazando al enemigo con la reluciente es-pada corrió á confundirse con los comba-tientes.

Hora y media de combato y todo habíaterminado. A las seis y media. Comontbrtestaba vencido, pero no humillado; hayderrotas que honran y ésta era, una deellas, porque el valiente caudillo había he-cho prodigios de temeridad, de sn caballomanaba sangre de cinco heridas, habíapuesto muy alto el honor nacional y si ce-día era agobiado tan sólo por la, fatalidad.

Entre sus grandes defecto-^ Oomonf'dH

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Kl'ISOlUOS HlSTÓKluiS

tullía una gran virtud: el ser va l iente á. to-da prueba,

101 convoy destinado al socorro de Pue-bla y conducido en 200 malas, ocho piezasrayadas y 800 prisioneros quedaban en po-der del enemigo.

Kn el campo quedaban regados mil ca-dáveres, que voluntariamente se hali íanofrecido en holocausto ante el ara de la pa-tria y con cuya sangre esperaban fecundarla preciada simiente de la l ibeitad.

Las pérdidas del enemigo nunca se co-nocieron con exactitud, pero casi fuerontan fuertes como las de los republicano?!.

Los restos del ejercito que estaban en in-minente peligro de convertir la retiradaen pánico, se reorganizaron en la Ventadel Capulín y ofrecieron una segunda lí-nea de batalla. Este oportuno movimien-to obligó al enemigoá prescindir de la per-secución.

¡El águila estaba herida, pero no demuerte!

101 U ral Coinoníbrt, al lado de un ba-rranco, rodeado de su Estado Mayor y va-rios Generales, veía emocionado y con pro-fundo disgusto corno se retiraba su ejérci-to c;isi moll ino y sañudo por la catástrofe.

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£K LA ISTKKVHXCIÚN K W A N i ' K s A . 9/5

por su imposibilidad absoluta de baborvencido á un adversario ventajosamentesuperior.

El General airado y terrible quiso vol-ver con su Estado Mayor sobre los fnuíce-ses, para darles un último revés y quizáspañi ahorrarse 61 mismo el dolor i'íc sobre-vivi r á sus heroicos Compañeros que yacíanrígidos en el campo de batalla; espoleó sucaballo y amartilló su pistola, pero adver-tidos los demás á tiempo le cortaron el pa-so. El Oral. O'Horán le quitó las riendasdel caballo, el Gral. Echegaray le tornó delbrazo izquierdo y el Coronel' Cañedo delderecho. La tempestad que se libraba enaquel gran corazón se deshizo en dos lá-grimas que se deslizaron pausadamentepor la barba del héroe.

Con Bonapavte sucedió algo parecido enla .noche de Waterloo; fuera de sí y rugien-do como león herido, tuvieron que sacarledel combate casi á fuerza: hay, sin embar-go, su diferiencia, Napoleón caía para no le-vantarse nunca, Oornoníbrt, no cayó aplas-tad o por el denastre.

Al cabo de dos horas el Ejército del Cen-tro se había perdido por el camino deTlax-cala y al día siguiente ocupaba de nuevosus antiguas posiciones de Santa lúes yTexmelucan,

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Rptsonros

Un Desafío Romancesco.(13 de Mayo de 1863.)

Las' primeras nubes de desaliento co-men/aban á empañar el hermoso cielo dePuebla, no precisamente por falta de valor,que siempre lo hubo desobra, ni por faltade fe en la justicia de la causa nacional,que era cada día más profunda y más san-ta, sino por falta de víveres y municiones,por la imposibilidad absoluta de vencer &un enemigo diestro, numeroso y sagaz quetenía consigo todas las* ventajas materialesimaginables.

Ka .muchos rostros se dibujaba la acti-tad sombría del que, próximo á sucumbir,

• no encuentra solución inmediata para suscirc'imstanrias aflictivas y casi desespe-radas.

Desde que se supo á punto cierto la de-rrota de Comonfort, nadie soñó con pro-longar la resistencia de la plaza sitiada, nimenos en vencer al adversario en una ba-talla campal.

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Es cierto, varios jólos fogosos, verdaderosespíritus indomables, propusieron la rup-tura del sitio para salvar, aunque á costade grandes sacrificios, una parte del ejér-cito. Pero el proyecto no por patriótico ynoble dejaba de ser completamente iluso-rio, porque faltaba algo de lo esencial parael buen suceso: las municiones.

Si el valor, el heroísmo, la abnegación yel sacrificio hubieran sido las únicas con-diciones del éxito, siquiera en parte, paraburlar una vez más la abultada fanfarro-nean de Forey, el prestigiado Ejército deOriente no habría vacilado ni un minutoMI ofrecer su .sangre, en sacrificarse comolos espartanos de Leónidas, en dar su vidapor la honra impoluta de la Patria. Pero¡íiy! el problema no era de psicología sinode n úmeros. El patriotismo para ser eficazy fructífero necesitaba el apoyo de la di-námica.

La rendición de Puebla era inminente,pero una capitulación como la deseaba Fo-rey, como la llegó á insinuar melosamen-te al Gral. Mendosa, eso ni siquiera cruzópor la imaginación de n i n g ú n mexicano.

Ya entrada la noche, un grupo de ,«ol-dos—hijos de D u rango y Ch ihuahua—

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9g EPISODIOS HISTÓRICOS

departía tranquilamente al pie de una trin-chera. La nostalgia del terruño y el pre-sentimiento de un penoso y próximo des-enlace unía íi aquellos.corazones con vín-cuios más estrechos; cada quien hacía susconfidencias con expansiva fraternidad yexpresaba su confianza de ver llegar me-jores días para la patria, para .el hogar, pa-ra la causa qué sostenían con tanto anheloy tan ímprobos sacrificios. .

Unos estaban recostados en el suelo, otrosen'pie apoyadas las manos sobre los fusi-les. Los rayos opalinos de la luna ilumi-naban el cuadro comoal través de una pan-talla. El bombardeo del enemigo sobre lospuntos que 3,'diario escogía casi había ce-sado, pues pocas detonaciones se oían deve/, en cuando.

El sargento A naya q.ue hasta entonceshabía guardado silencio, estiró los brazoscomo para templar sus nervios, bostezó lar-gamente y fijando sus ojos, un tanto alti-vos, sobre sus cantaradas, habló en estostérminos:

—Sea cual fuere el resultado de este si-tio, lo» franceses no olvidarán tan fácil-mente las zurras, buenos recuerdos se vaníi llevar de nosotros. Allí están San Javier,San Marcos, Santa Inés, Pitiminí, el Car-men, la Estampa y Miradores que no los

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DIO Í.A I X T K Ü Y O r l Ó N Kl tANCtesX

dejarán mentir. M nestra bandera se ha cu-iji orto de gloria y ya podemos esperar tran-quilos el desenlace por infortunado quesea. Los famosos zuavos y cazadores sonvalientes, ni quien lo duda, pero nuestrosbatallones les han hecho morder el polvoen todos los encuentros. Ahora se limitaníí bambardearnos, pero de lejos, y esperanpacientemente que el hambre nos rinda.

Oiga, mi sargento—interrumpió un sol-dado bonachón y de baja estatura que arro-jaba, espesas bocanadas de humo de cigarro—lo qiui siento es que nosotros nos hemosdado poco gusto en la tiesta, pues mientraslos demás se han batido como unos héroesnosotros hemos estado arrinconados.

—De veras, agregó otro, ya estoy abu-rrido de esta danza. El otro día que nosllevaban á. auxiliar á los de Toluea, porqueallí estaba, lo bueno de la pelea, á la merahora nos ordenaron: ¡•lu.edia vuelta.'

—No importa, dijo Anaya, la gloria esde todos; porque todos hemos hecho nue-H-1ra parte; además, en el encuentro de haceocho días va recordarán comose portó JuanCastaño á la cabeza de su compañía.

Sí, es cierto, mi sargento, pero de todosmodos es bien poco. Cuando estemos ennuestra tierra y nos pregunten de las ae-

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,'!

j,

100 EVISOIHOS

ciones más heroicas, tendremos que decir que las vimos de lejos

De síibito se presentó un oficial que exa-minó el punto con mucho cuidado, cruzóalgunas palabras casi en secreto con oí sai--ge uto Anaya y se retiró al rato.

Pocos minutos más tarde, Anaya y lossoldados dormían profundamente envuel- tos en sus frazadas, sólo los centinelas, pa- ra espantar el sueño, se paseaban ít lo largodo la trinchera.

Por uno de los reductos que menos ha-l»ía sufrido los estragos del cañón enemigo,se destacaba confusamente un personaje,de pie, tan inmóvil que se le habría creídouna estatua. Ei'á un General que á las al-tas horas de la noche visitaba los puntos ásu cargo para observar de cerca y por símismo, seguramente, el estado de las de-fensas y la vigilancia de las guardias, quedicho sea en honor suyo, era estricta has-ta el exceso.

151 General no cambiaba de postura ysólo de ve/; en cuando movía la cabeza á«no y otro lado como para abarcar á ungolpe de vista el extenso panorama que te-nía enfrente, apenas iluminado por losmortesinos reflejos de la luna. Del extre-

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Fl(A\r.l>\.

mo de una pared de adobes salió el uncialy al ver oí extraño bulto, PC detuvo, em-puñó su pistola y marcó oí alto.

—Soy yo, Dionisio, ven por acá, fue larespuesta del personaje,

El oficial Dionisio Monde/, se acercó contoda confianza.

—¿Qué andas haciendo por aquí?—Eso digo yo, m i _ General, ¿qué anda

usted haciendo por estos sitios?—Salí á dar una vuelta, ¿y qué noveda-

des luiy?—-Ninguna, Genera], todos están en sus

puestos.—Sí, es verdad, ¡valientes muchachos!

ni la falta de víveres y municiones losacobarda. ¡Lástima de tanto heroísmo!pues ón realidad nuestra situación no tie-ne remedio. Acabamos de tener junta deguerra y casi es cosa resuelta la rendiciónde la plaza.

—¿Corno? ¿nos rendimos?—Sí, pero no capitularemos nunca. eso

ten lo por seguro.—Y á propósito, mi General, parece que

algunos soldados de las Guardias de l'u-rango y Chihuahua están algo contraria-dos por su relativa inacción cíe estos ú l t i -mos días,

—¡A.h!......¿eso dicen?

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Jü'2 Kl'ISUDlOS l l lSTÓBUHS

—Sí señor.¿Y qué tal estamos de municiones?—Mal......apenas tendremos para una

ó dos horas de fuego.—Bueno vamonos que ya es hora

de descansar.Los dos militares se retiraron sin pro-

nunciar una palabra, mííü.

Al día siguiente el Gral. González Or-tega—con su Estado Mayor, el CuartelMaestre y otros Jefes de alta graduación—estaba muy atareado en el arreglo de do-cumentos y en dictar varias providencias

. para la realización de los patrióticos pro-yectos que llevaría acabo con el apoyode sus valientes subordinados.

El General, con quien indirectamentehemos entablado conocimiento, se presen-tó en la estancia del General en Jefe y ledijo sin preámbulos:

—Vengo, General, á hacerle una súplica.—Diga usted lo que guste, compañero.—Que me permita batir al enemigo por

una liora.—¿Cómo, batir?—Sí, señor mis soldados están impa-

cientes.

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Lili I,A l.YJ'KltVK.NVIúiN FiíANCUSA. HK¡

De obtener'más gloria y honores, ¿uo e.sasí? '.

—Puede ser. y el General se sonrió.—¡Vaya usted en paz, hombre! y Gonzá-

lez Ortega notoriamente conmovido le dioun abrazo.

Los patriotas de l)urango y Chihuahuaformaron en columna de ataque, salvaronlos parapetos y se precipitaron valerosa-mente sobre el campamento enemigo.

¡Los dárdanos acaudillados por Héctor,no fueron ni más intrépidos ni más su-blimes!

Por lo improvisto y heroico el espectá-culo fue soberbiamente deslumbrador. ¡Vi-va la libertad! ¡viva México! ¡viva Zarago-za! repetían con delirantes y frenéticasvoces y se disputaban los unos á los otrosel honor de ser los primeros en medir susarmas con el adversario. Algo así comoel vértigo del torbellino se había posesio-nado de aquella masa de guerreros.

Quizás por lo brusco y violento de laembestida los franceses no contestaron elreto con su habitual osadía, y se retiraroná sus trincheras más formidables. Un gru-po de treinta zuavos, un tanto repuesto dela sorpresa, quiso resistir al arma blanca,

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104 EPISODIOS HISTÓRICOS

pero fue arrollado y vencido en menos docinco minutos. Algunos mexicanos que sehabían aislado del grueso de la fuerza yeran fusilados á corta distancia, improvi-saron violentamente una trinchara consus compañeros muertos y siguieron pe-leando con tenacidad impávida hasta queotros de los suyos acudieron á librarlos desituación tan embarazosa.

El General no sólo alentaba con vehe-mentes arengas, sino con su presencia enlos sitios de mayor peligro y su actitudresuelta y fiera.

Aquella épica jornada fue el ú l t i m o vi-goroso ataque de ios sitiados, no para rom-per el sitio, sino para arrancar un laurelmás á, la victoria, para dar otra lección alfinchado invasor, para cerrar con brochede oro la gloriosa resistencia de más de se-senta días.

A los tres cuartos de hora y cuando Fo-rey airado enfilaba su artillería hacia elteatro de los sucesos, los republicanos seretiraron en buen orden, lan/ando mue-ras á Napoleón I [I. á Forey. á los zuavosy vivas estruendosos á Míxico y á BenitoJuárez.

El tu de Mayo quedó escrito con carac-teres diamantinos en las hojas de nuestrahistoria y el Jefe de la. expedición pretina-

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do con jubilosas adaniacione.s de sus eom-pa.n(-.TO,s de armas y con el recuerdo, siem-pre fresco y siempre grato, de la posteri-dad.

Aquel ]n';r<M! i'tiiiouibi'ado fue el llral,José María Patón i.

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Kj>l!*OlHOS U ISTÚIUCOS

Oficiales azotados en la via pública(17 de Mayo de 1863.)

El espectáculo de la ciudad rendida erainusitado por lo imponente y conmovedor.

Los restos de los polvorines—bien esca-sos por cierto—habían sido volados, la ar-tillería clavada y desmontada, los fusilesy ballonetas hechos mil pedazos, las trin-cheras destruidas en parte, la bandera na-cional arriada solemnemente de los edifi-cios públicos y fuertes y las tropas disper-sadas, con la previa amonestación de queya libres se presentaran cnanto antes al go-bierno de la República, para seguir soste-niendo nuestra amenazada independencia.

¡Aquel patriótico llamamiento fue la úl-tima y feliz anúteba, Ja postrera frase conque se cerraba una página luminosa de lahistoria patria!

En el atrio de catedral y en la Plaza deArmas se agrupaban los Generales, Jefesy oficiales, como llamados para una granpararla, con sus mejores uniformes y hi-

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DH LA Lvrmivic.NOió.N FKA.\\:»A 107

ciendo en los pedios las honrosas condeco-raciones del ó de Mayo que tres meses an-tes habían recibido de manos del Ciudada-no Presidente.

En la marcial actitud de vari OH rertejá-buse la altivez, un tanto desdeñosa, del que,vencido por contingencias naturales, secreía más grande que el vencedor y másdigno de ocupar un asiento entre los in-mortales, entre los gloriosos propugnado-res de los ideales más caros de la humani-dad.

Todos se entregaban en calidad de pri-sioneros de guerra, sin condiciones, sin ga-rantías, sin pedir nada, porque nada que-rían del perjuro invasor que, un día me-morable, había pasado sobre su palabra sinel menor asomo de pudicicia.

El pueblo soberano, en quien refluía pa-tética y noblemente el orgullo nacional,agrupado sin distinción de categorías en lascalles y pía/as, contemplaba la escena quetenía mucho de legendario.

Casi no podía salir de su asombro, porotra parte, el ejército francés; lo que veíaera un sueño, algo así como los cuadrosfantásticos descritos en las fábulas de Ara-bia.

La rendición de Puebla—hii dicho unhistoriador eximio—es típica y casi no tic-

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108

no precedente en los anales de las guerrasmodernas.

Por desgracia; para, esa gran epopeya na-cional no lia nacido todavía un genio épi-co de la talla de Hornero, ó Virgilio, ó Lu-cano, qxie la cante y divinice con virilesestrofas y rugidos de buracán, tal como co-rresponde á su esplendorosa majestad.

.Su recuerdo, si fuese, el único do nues-tras pasadas glorias, sería lo bastante parainmortalizar á los bravos defensores, enparticular, ul Ejército de Oriente y sus pe-rínclitos jefes, para hacer la apoteosis de lapatria mexicana y para mantener inextin-guible el fuego del patriotismo en esta ben-dita tierra, de promisión.

Zaragoza, Sebastopol y Puerto Arturoson nombres de fama universal, su recuer-do connota proezas perdurables y enseñan-zas latentes de valor y osadía, pero el nom-bre de Puebla — perdónese este rasgo de cí-vica vanidad — está mtis alto y mientras lajusticia exista será la página más lucienteen el catálogo de los grandes hechos.

En los ^tltos de una cusa de la calle deHerreros, un grupo de personas encopeta-das conversaba con animación desbordan-te. Un Canónigo, como de 00 años, reclion-

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l»í LA 1.\T1C1! VK.Neló.X Kl!AX«>A. 10H

cho, la te'/, morena y sin arrugas, presidíala reunión,arrellanado en una lujosa poltro-na y teniendo cerca una mesita con reca-do de escribir y un legajo do papóles .sujetocon balduque. .Losotros personajes del gru-po eran dos licenciados viejos y calvos, dosiridies y tres ricachos de la. ciudad.

—¡Bendita sea la Virgen Santísima! di-jo el Canónigo—hornos t r iunfado v debe-mos darnos los plácemes, porque la reli-gión, siempre inmaculada y gloriosa, pron-to t r iunfará def in i t ivamente de sus ene.nii-»os. ¡ Ya.ya < l u e Añores liberales)! creíanque su diabólica Constitución de 57 y susno menos diabólicas Leyes de Reformaeran cosa hecha, y que nosotros, crnzadosdo brazos, nos echaríamos ¡i llorar comounos chiquillos, ó nos conformaríamos tar-de ó temprano con tanta iniquidad y tan-tas desvorgüoii/.as.

—Tiene usted razón, señor Canónigo—agregó el más fanático y obtuso de los doslicenciados—la victoria es nuestra; el va-liente, ejército francés ha triunfado en bue-na lid y ha prestigiado nuestra santa cau-sa; ahora nos toca hacerle un recibimientodigno (le nosotros y digno de su esclareci-do Ceneral en Jefe.

liso mismo iba á decir, licenciado, cuan-do usted me interrumpió. ¿Qué opinan vis-

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110 _KlMSOWOS HiSTÓUKW

tecles? ¿qué debemos hacer? Por mi partey en representación del clero, debo decirque humos acordado recibir al Excelentí-simo Sr. Gral. Forey y su Estado Mayor /RI-JO palio y con Te Détim.

—Creo—dijo uno de los frailes—que esoes bastante por ahora; no debemos haceralarde de vanidosa ostentación, porque nosabemos que nos depare el porvenir, y porotra parte, debemos ser compasivos connuestros compatriotas, y no lastimarlos,pues dígase lo que se quiera, y á pesar deRUS extravíos, se han portado como verda-dero? intrépidos.

—¡Aja! Ahora nos había de salir usted,padre, conque se declara defensor de laschusmas de Juárez.

—No precisamente—repuso con vive/ael fraile, que, dicho sea con la debida jus-ticia, era un gran partidario del gobiernorepublicano y, por ende, enemigo de la In-tervención, aunque secreto, por razones fá-cilmente imaginables—pero escuchen porunos momentos lo que voy á referirles: Larendición era un hecho acordado desde ha-ce tres días, y al efecto, ayer el Gral. Gon-zález Ortega dio órdenes á los demás Ge-nerales y Jefes para que hoy á las cinco dela mañana se inutilizara todo el armamen-to, se dispersara la tropa, y se entregaran

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DE T,A T .XTKKVK.NCIÚ.N FlíA-NVKSA. 111

los militaras de algún grado como prisio-neros de guerra. El Graí. Forey, por consi-guiente, no obtiene ningunos trofeos, nin-guna gloria. El enemigo da por terminadala actual contienda, porque no puede ha-cer más, pero de ningún modo se conside-ra vencido.

,—Esas son ilusiones, padre—interrum-pió uno de los circunstantes,—ya verá suseñoría que todos los prisioneros pronto se-rán deportados, y con eso es casi seguro elgolpe de gracia.

,_Yo no lo creo así; pero déjenme con-tinuar: La resolución de los sitiados fuemuy discutida, fuertemente contrariada, yal f in , viendo lo imposible, fue aceptadacomo una resolución heroica. Una vez re-dactada el acta, al ser leída por el Secreta-rio del cuartel General, CoronelJesús Loe-r&, para que la firmaran los que estuvierande acuerdo, dicho Secretario se emocionóá tal grado que dos ó tres veces interrum-pió la lectura porque las palabras se rebe-laban á salir de la garganta. El efecto, nohay para que decirlo, fue patético hasta losumo; todos los presentes, emocionados yapretando la empuñadura de sus espadas,juraron seguir luchando hasta morir porsu causa. Así que la lucha se ha aplazado

rescoldo contiene hrasas

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.II is

muy vivas que no se extinguirán tan fá-cilmente!

Pero hay más, los mismos franceses es-timan en lo que valen las peripecias de es-ta mañana; cuando los juaristas rompíansus armas azotándolas contra (¡1 suelo y laspiedras, unos /AUIVOS que avizoraban decerca quisieron precipitarse para impedirel destrozo, poro fueron inmediatamentecontenidos por sus oficiales; uno cíe éstosse encaró ñeramente y les dijo: "Déjenlosen paz; merecen nuestro respeto y admi-ración; dejemos que hagan los detensoresde la plaza todo lo que crean convenienteal honor de sus armas."

Conque ya verán ustedes si estoy on miscabales

Un gran rumor de gritos y silbidos lle-gó intempestiva y distintamente hasta lamansión de nuestros contertulios, quienes,aprovechando el incidente para desemba-razarse del inoportuno orador y del malcariz que llevaba el asunto, se levantaronpara asomarse á los balcones, desde don-de vieron sólo una multitud fie pueblo quecorría en dirección de la plaza de Armas.

Eran las diez de la mañana del inolvi-dable 1 7 de Mayo. Varios grupos de oficia-

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les franceses, enteramente desarmados,transitaban por distintos rumbos de la ciu-dad. Algunos platicaban con oficiales me-xicanos expresando su ingenua admira-ción por la tenaz resistencia y pt>r ia jn_domable bravura de los modernos esparta-nos; otros examinaban con ojos ávidamen-te curiosos el templo de San Agustín y lasmanzanas adyacentes, para descubrir losefectos de su artillería. Creían encontrar-se con un montón de despojos y con lagosinmensos de sangre, por más que los repu-blicanos tratasen de ocultar la magnitudde los destrozos y lo gigantesco del desas-tre. Poco á poco, sin embargo, se dieroncuenta de que el ejército francés, á pesarsuyo, había sacado la peor parte en aque-lla sangrienta lucha de B2 días.

Algunos oficiales de ln tropa de Márquez,de triste celebridad, se aventuraron tam-bién á transitar por las calles, con la ilu-soria esperanza de causar buen efecto en lamultitud y de ser bien recibidos por losintervencionistas y afrancesados. ¡La infe-liz tentativa recibió bien pronto el mis jus-to de los premios!

---¡Fuera de aquí los traidores! ¡mueranlos judas! gritó un grupo de pueblo que sehabía instalado en las aceras de la callede Mercaderes.

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114 EPISODIOS HISTÓRICOS

Los oficiales pretendieron encararse, de-safiando con mirada torva y puños apre-tados á la multitud, pero conociendo sudesairada situación, se conformaron congruñir de rabia, mascullar algunos adjeti-vos pardos, y siguieron adelante soportan-do el chubasco de denuestos y carcajadas.

A su paso por la Plaza de Armas y ya'cerca del atrio de'catedral, las hurlas serepitieron con mayor acrimonia, el pue-blo no estaba tan sólo de guasa, sino fre-nético y amenazador. Terminaba la cha-cota y se daba principio á. las vías de he-cho, pues algunos hacían acopio de gui-jas para lapidar á los traidores que así sepermitían pasear su desvergüenza en la víapública.

Unos Cazadores de África que se exta-siaban con la escena, que simpatizaban conel pucbl o por un o de tantos resortes ocultos,que estaban admirados aún por el noblecomportamiento de los sitiados, y que talvez se sentían avergonzados por el con-tingente de los traidores, no pudieron re-primir su menosprecio por más tiempo ydesdoblando baquetas de las inutilizadaspor los republicanos, se fueron derecho ¡ilos oficiales traidores y los azotaron enpresencia del pueblo que reía, gritaba, sil-baba y iiplnudía con tanta furia y tanto

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DE 1.A Í.XTKltVKNCU'l.N FnAXOKSA 115

entusiasmo como si estuviese en una plaza• le toros.

Los torpes aliados del invasor, l'ieit alec-oummlo.-. con la /Airribanda. ju/«-arou queel mejor partido en la ocasión era tomarlas de Villadiego, (-osa que realizaron 6»avíenos tiempo del que hemos tomado paracontarlo.

.El Canónigo que se había dado cuenta,á medias de lo que pasaba—aunque nadahabía visto de la hilarante hazaña de losCazadores—exclamó con beatífico acento,desde el balcón: "¡Estos liberales y desal-mados juaristas son el mismísimo demo-nio.!"

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116 EPISODIOS HISTÓRICOS

¡Viva mi Presidente!

Corría el año de gracia, 6 más bien di-oltp de tr is tOKíi nacional, de 1864.

El Presidente Don Benito .huiré/ hacíacatorce meses que peregrinaba, acompaña-do de un puñado de ciudadanos patriotas,por los Estados fronterizos de la República.

No sin tener que vencer la tena/ resis-tencia de los improvisados ejércitos de laRepública y de las guerrillas que pulula-ban en todas direcciones, el ejército inva-sor se i l>a adueñando de las principales-ciudades y organ i/abíi diestramente unabatida en forma para atrapar, como posi-blemente lo creía en sus delirios de victo-ria, al legítimo representante de la nación,al que consideraba—con enojo mal disfra-zado—como el í i n i o o obstáculo para, eltriunfo d e f i n i t i v o de la causa de NapoleónI I I .

El enemigo no se daba punto de reposoen su siniestra empresa y todos suesacrifí-cioser¡ui pequeños, en relación con su atan

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1>K LA IM'EKVEXCIÓA' FKANCIsfA 117

y sus miras particulares de concluir cuan-to antes con una lucha que amenguabanotablemente su prestigio legendario.

Así que concentrando tres fuertes di-visiones, bien dotadas de toda clase deprovisiones; cerrando las principales sali-das y emprendiendo muchas veces mar-chas forzadas: pernoctando unas veces enlas haciendas 6 rancherías, y otras en lospueblos, se empeñaban con frenesí en em-cendo por hacer su prisionero de guerra, alalma de la República, al egregio patricio,cuya energía nunca desmentida era inque-brantable como el hierro.

A principios del mes de Agosto el go-bierno del señor Juárez ocupaba la ciudadde Monterrey, pero en vista de la proxi-midad del invasor, determinó sigilosa yprudentemente cambiar su residencia áMonclova, tanto para no comprometer susreducidos elementos de defensa, cuantoporque era una verdadera temeridad opo-ner resistencia, sin la menor probabilidadde éxito, á un enemigo superior en todosrespectos.

En la mañana del día 12 los preparati-

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vos (le viaje estaban hechos, el Presidentey sus Ministros tomaban tranquilamenteel desayuno.

JA.' pronto se presentó un ayudante ¡icomunicar ]a noticia de que una fuerzaenemiga entraba en la ciudad y comenza-ba á tirotearse con las escasas fuerais fede-rales, momentos después llegaba el Coro-nel (¡uiccione. .Teñí de la escolta presiden-cial, á instar al señor Juárez á que saliesesin pérdida de tiempo, porque las fuer/asde Quiroga—quien había defeccionado, £lsemejanza de Vidaurri , seducido con losmil halagos de los intervencionistas—sepresentaban en la ciudad en número res-petable.

El señor Juan-/ por toda contestacióndijo: "Tase, ('oronel, á tomar el desayuno,después veremos lo que se hace/'

"—No, señor, repuso el (.'oronel viva-mente, estarnos en grave peligro, voy á dic-tar a lgunas providencias,'' y salió visible-mente agitado.

El tiroteo' se percibía ya acorta distanciay la escolta formada apenas de 200 hom-bres era impotente para conteneré! avance.

Comprendiendo el Coronel que la si tua-ción se agravaba por momentos y que si elenemigo lograba posesionarse de las callesadyacentes se perdía toda esperanza de sal-

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vación, distribuyó á su gente de tal modoque apareciese más respetable de lo que ovaen realidad y armó á toda prisa á los em-pleados civiles que estaban á la mano, áfin de que guardaran el sagrado winludonde se bailaba el inmacuíado represen-tante de la República.

El Presidente.y sus Ministros salieron á,la calle y emprendieron la marcha. No sehabían alejado dos cuadras cuando el co-che de Don Benito en que iba también elpopular vate Don Guillermo Prieto, fueclareado por una bala de fusil.

AL cabo de algunas horas de constantetiroteo y '/o/obra se creyó que había pasa-do todo el peligro y que el G ral. Quiroga seconformaba por el momento con adueñar-se de la ciudad. Pero el infidente, lejos deconformarse con un triunfo de tan escasomérito, quiso sacar todo el partido posiblede la situación, es decir, apoderarse del Se-ñor Juárez y sus Ministros, cosa que le pa-reció sencillísima, dada la superioridad desu fuerza, y convino una nueva y tenazacometida.

La marcha se hacía á paso regular, másbien con lentitud, para no fatigar á la tro-pa, una parte de la cual caminaba á pie, y

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porque el camino estaba, en pésimas con-diciones. A esto había que agregar el calorsofocante de esa región, teniendo en cuen-ta su bajo nivel y la estación del año, elsol canicular aunque poco elevado todavíaá esas horas, parece que enviaba plomo de-rretido sobre la tierra.

Eran his diez de la mañana cuando sepercibió distintamente á retaguardia unrumor de caballería.

El señor Juáre/ mandó llamar al jefe dela escolta á quien le comunicó sus órdenesy éste, sin pérdida de tiempo, destacó seisginetes para que practicaran un reconoci-miento, No fue necesario esperar muchotiempo para saber á punto fijo que teníanque habérselas con Quiroga, pues el tiro-teo se eecnehó en seguida entre los explo-radores de la escolta y la vanguardia de latraidora tropa.

No había tiempo que perder, el jefe deaquella pequeña fuerza que resguardabacomo cosa sagrada la personalidad augus-ta del legítimo representante de la nación,tomó sus providencias; una parte de l.l es-colla rodeó el coche del Presidente que se-guía caminando sin precipitación, y otrase parapetaba en las sinuosidades del te-rreno, aprovechándose de peñas, árboles ybreñales para, resirtir á todo trance.

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El encuentro fue reñido y vigoroso, de-sesperado, sin tregua, unos y otros se lan-zaban injurias y proyectiles como grani/n-(la, cada quien pugnaba por quedar dueñodel campo.

¡Atrás traidores! gritaban los republica-nos, con verdadera indignación.

—¡Vivael imperio! ¡viva la religión! res-pondían los infidentes, azuzados por susjefes, que creían muerta para siempre la•causa cíe la República.

La escolta disputaba el terreno palmo ápalmo, retrocediendo unas veces, parape-tándose otras, procurando siempre estar encontacto con la comitiva que avanzaba ha-cia el'pueblo de Santa Catarina y con elenemigo que jadeaba por el t r iunfo com-pleto.

Desde el principio de la refriega, el .se-ñor Juáre/,. recargado sobre la pórtemeladel coche, se había dirigido en estos térmi-nos á un subteniente que caminaba á sulado cabalgando en magnífico rocín:

—Ovo, Pancho, conoces por aquí algúncamino que conduzca á Saltillo?

—Si, señor Presidente, á las mil mara-villas.

Vé, entonces, sin perder un inmuto,

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y di al GraL Negrete que inunde una fuer-za de caballería en nuestro auxilio.

El gi ríete espoleó su caballo y partió al¿íalope apenan se hubo enterado de la or-den.

La caballería del Gral. Aureliauo Rive-ra se encontraba en Saltillo, recién llega-da del Valle de México; los caballos esta-ban ensillados y la tropa se disponía á ha-cer ciertas demostraciones, sabedora de queuna fuerza de zuavos merodeaba por lospueblos veíanos.

El caballo del subteniente Pancho nohabía podido resistir á tanta fatiga; sudo-roso, jadeante, los encuentros 6 i jares eu-hiertos de espuma, y resoplando con diíi-cu l t ad , se había, dejado caer de cansancio,casi á. las goteras de la ciudad. El valientemi l i t a r no tuvo más remedio que seguir sucamino á pie, y lo hizo como un gamo;afortu n adámente á pocas cuadras se encon-tró frente afrente de lo que llamaban Cuar-tel general.

—¡Corra usted con su tropa, compañe-ro!—dirigiéndose á .Rivera—fue todo loque pudo decir \egrete, que se mesaba loscabellos de impaciencia y (.-oraje.

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1)K LA I.VJ'JíttVK.NClÓN FlU.NcKiíA

I']l sol canicular estaba casi en el xen i t ,sus rayos perpendiculares abrasaban la tie-rra, el viejo torreón do la iglesia de Santa('atarina se destacaba pintorescamente so-bre las copas de la arboleda, la, vomit ivapresidencial seguía penosamente el sende-ro, el cocbe del egregio patricio estaba acri-bi l iado tí hálanos y la escolta, sedienta, diez-mada, completamente rendida por oí can-sancio y la sangrienta brega., bacía los vU-timos esfuerzos antes de ser aniqui lada porlas tuerzas desleales.

De pronto apareció hacia la izquierda lacaballería, del ("¡ral. Rivera. El auxi l io nopodía haber sido más oportuno. Los po-chos- abatidos antes prorrumpieron en ex-clamaciones de júbi lo y los soldados <¡uese sentían morir, se reanimaron como porencanto, y disparaban sus armas á pechodescubierto, y vitoreaban enternecidos elnombre del ciudadano Presidente.

La carga de la caballería fue soberbia, el(¡ral. A uraliano Rivera—patriota y lealentre los buenos—se portó con su bizarríaacostumbrada, y no dejó al enemigo ni eltiempo indispensable para levantar á susheridos.

U.uiroíra había sido no sólo derrotado.

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Kl'JfíOWOS H ISTÓKJlJOí

sino puesto en vergonzosa fuga. ¡Hermosapágina de nuestra historia nacional!

lll Presidente Don Benito no perdió suserenidad ni un momento, durante Jas pe-nosas lloras de refriega; su rostro, como enotras ocasiones, se manifestó impasible ytranquilo, como si nada de extraordinarioaconteciera á su lado. Algunas veces se li-mitaba á dar órdenes y otras á calmar laexcitación nerviosa de sus acompañantes,muy natural, en vista del peligro inminen-te y de Ja fea acción del traidor. Hubo, sinembargo, un momento en que el señorJu.ircz se sintió emocionado en alto grado,casi con ganas de derramar lágrimas, y pro-nunc io algunas palabras que reflejaban labondad de su gran corazón. He aquí el mo-tivo; Tin sargento de la fuerza de Meoqui,cuyo nombre no ha sido averiguado desgra-ciadamente, caminaba al lado del cochepresidencial; de vez en cuando se deteníaunos pasos para disparar su arma y volvíaá su puesto, celoso de la guarda del patri-cio. En una tic estas maniobras fue heridodo muerte por una bala que le atravesó elpecho. Soltó el arma del brazo y so llevóviolentamente la diestra sobre la herida:

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J>E M IXTERVEXrrOX FllAXfBSA 125

con la mano izquierda se apoyó sobre laportezuela, y dirigiéndose al señor Juáre'/;,gritó, haciendo un supremo esfuerzo: "¡VI-VA MI PRESIDENTE! ¡Muero por la Pa-tria!..." y rodó al suelo, sacudiéndose con-vulsivamente en los últimos estertores dela muerte.

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KíMSOIHOS 11 IS

Un 16 de Septiembre á orillas del Nazas.

lil paisaje si no era de lo más imponen-te sí tenía bastante de hermoso: un semi-círculo de montañas enhiestas cubiertasde lustrosa grama y coronadas de añosasy copudas encinas.

Las espieíf'enis sementeras del valle es-taban próximas á la sazón; lo demás delcampo lo cubrían el pasto y la male/a, ha-ciendo resallar lo vistoso del panorama laopulenta coloración de las floree! I las sil-vestres, desde el flavo matiz del jarania^'oy el blanco del cardo, hasta el violáceo yguinda de las variadas especies de calén-dulas.

Media docena de ganados de ovejas, áno muy larcas distancias, pacían alegre-mente.

La cuadr i l l a de yunteros surcaba unapequeña extensión de terreno ¡í. la vera delcamino.

Al pie de la serranía, liacia la derecha.

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DE LA Í\TK1!VK.\V1ÓX .FlíAXTESA __ 12'<

se deslizaba el río Nazascomo una inmensa,c¡n1a do plata, íí (recluís apacible y tran-quilo y íi. trochos jadeante y espumoso,produciendo murmur io encantador.

Las porraceas frondas de la arboleda, douna y otra orilla, eran balanceadas gracio-samente por el retiro.

Kl caserón de la. hacienda de El Sobaco,de color indef in ido por la acción del tiem-po y las l luvias, circuido de casadlas dene-gridas para el peonaje, se destacaba en elfondo del escenario.

La tarde declinaba cuando la ilustre co-mitiva hi'/,o alto frente á la entrada de la(inca. A falta del godeño salió á dar la,bienvenida á los distinguidos peregrinosel administrador, honrándose en oi'recer-les las habitaciones disponibles y todo lo< j i i e buenamente pudiesen necesitar.

Los viajeros descendieron de dos cochesmaltrechos y de caballerías de condicio-nes diversas, buenas y fogosas unas, y re-gulares ó derrengadas otras; en tanto, elmayoral procedió ¡i desenganchar los tirosy á pedir sitio á propósito para los arneses.

(.•muido el sol hubo tramontado dejan-do OOIHO rastro de su paso ]laj)iaradas coc-cíneas que á la altura ,se desleían en tin-tes rosáceos 3' nacarinos e] lecho del Na-/as ofrecía una escena inus i tadamente vis-

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128 TCpi.íonios VhsTÓHiiW

tosa; los soldados metidos en el agua, hastala cintura estropajeaban sus cuerpos y Josde las cabalgaduras, armando una alhara-ca descomunal con su gritería de morosy risotadas de payasos. Los empellonesy demás travesuras se sucedían como vis-tas de cinematógrafo, y á lo mejor variossoldados dieron hasta el fondo del río contodo y uniforme, si uniformo se le puedellamar al conjunto poco estético de aque-llas abigarradas vestimentas.

Concluido el alegre baño, que bien senecesitaba después de un día de solanaabrumadora y de que hacía mucho queaquellos curtidos cuerpos no recibían lasdulces caricias del agua y del jabón, se re-plegó la tropa al campamento en espera «ielsabroso rancho.

Un personaje de corpulencia bien pro-porcionada, tez blanca, barba poblada y(¡jos garzos, correctamente vestido y de ma-neras distinguidísimas, se acercó á la fa-milia del administrador y entabló el si-guiente diálogo con doña Guadalupe:

—Dispense usted, señora, vengo á hacer-le una súplica.

—Pase usted, caballero. ¿Usted es el se-ñor Iglesias?

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BK LA INTRHYKXCIÓX ] ; I Í \XCICSA

—Sí, señora, para servir á usted.—-¡Siéntese usted y mande lo que guste,

que para eso estoy, para servir ¿i tan bue-nas personas,

—(¡rucias, muchas gracias—,y el señorIglesias acompañó sus palabras con unaexquisita sonrisa y una discreta reverencia.

—Conque diga usted, oaballoro.—'Le suplico tenga la bondad de ofrecer

en persona la mejor habitación que puedausted facilitarnos al señor Presidente dela República,

—Con mucho gusto. Mire usted, aque-lla pieza que está en el rincón es la mejory tiene dos canias

/—Está bien; entonces esa pieza que seapara e) señor Presidente y don GuillermoPrieto.

—y,Cómo? ¿también está aquí don Gui-llermo Prieto? ¿el poeta?

—Sí señora, el poeta:—¡Magnífico! ya conocí á don l'enito,

¡thora tendré oí gusto de conocer á don(Guillermo.

—Yo tendré el gusto de presentarle átan buen amigo.

"•—Gracias, señor Iglesias. Y doña Gua-dalupe se fue al comedor á hacer los últi-mos preparativos para la cena.

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130 TCnsomos

Acababan cíe sonar las ocho de la nochefu d reloj' do la sala, contigua al comedor;c:l gran 1'residente sfí puso en pie y todoslos comensales hicieron lo misino; unoscriados cargaron violentamente con las si-llas, y el grupo do venerables patricios des-filó íí. las a fueras del patio, hacia el impro-visado templete que los soldados y peones,íí las órdenes de un capitán, habían dis-puesto como por encanto.

El Xa/as seguía corriendo tranquila-mente, a r ru l lando con su tierno rumoraro) sueño indolentemente apacible de susnáyades; la poética luna rielaba sobre lasl infas y pascaba con donoso garbo su blan-ca faz sobre el longincuo espejo. Las es-trellas, eternas envidiosas de Selene, titi-laban á la espalda de ésta, como hacién-dose mutuos guiños para motejarlo su in-eorregi ble cor] u etería. Mecíase mu el 1 emen -te el ramaje al impulso de la brisa y elpabellón de la República mulo en el tem-plete, en oí sitio de honor, flameaba ga-llardameii te . La gasa de niebla que envol-vía las al tas crestas de las montanas ha-bía terminado por esfumarse.

Ni nubes en el ciclo, ni lobregueces enel escenario, ni fatiga en el cuerpo, ni aba-t imiento 011 el espíritu, ¡todo ello no ora

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DE Í,A LNTKKVJÍNCIOX MÍA.VCIÍSA

sino el si l i i l ino prenuncio ríe las futurasvictorias!

Kl O. Presidente tomó asiento y á sus la-dos se colocaron los Ministros de Estado ydemás miembros ilustres de la peregrina-ción; allí estaba Lerdo de Tejada, Iglesias,Kalcárcel, ( joyt ia , Manuel Rui/, y Guiller-mo Prieto.

La parada militar se componía modes-tamente de la escolta presidencial y el Ba-tiillón de (üuaiHtjuato.

¡.En aquel grupo de honrados ciudada-nos estaba la Patria, allí estaba la Repú-blica, la Ley omnipotente, la honra nacio-nal, la santa Democracia,! ¡(juay de losmenguados que en la lejana capital se ha-bían erigido en risibles constructores demstillos en el espacio!

¿ Dónde estaban los patriotas de otrosdías? Los que juraron la Constitución de57? ¿Los quu salieron de México con elPresidente dispuestos á compartir las du-ras penas de la, vida trashumante y azaro-sa? ¡Oh, vergüenza, muchos de ellos conbeatífica humildad se habían puesto bajola protección del exótico Imperio!

No importaba; Juárez era, el salvador,el invencible, "el genio de la voluntad;"es decir, todo lo que la patria necesitabapara el triunfo.

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132 EPISODIOS HISTÓJUOOS

• Por eso ¡Viva el señor Juárez! fue el pri-mer hosanna que repercutió la sierra ma-dre en aquella memorable fecha*

La noche anterior, 15 de Septiembre, sehabía celebrado un acto cívico, sin previaformalidad, en la Noria Pedriseña, en elcuál Manuel.Ruis! había improvisado unapatriótica alocución dirigida de modo es-pecial á los fieles soldados, con el fin pree-minefite de ensalzarles la magna obra deHidalgo á la par que sus truculentas des-dichas al atravesar el desierto, desdichasque tenían resonante y lejano eco en lasactuales circunstancias,

Gomo respuesta á. las elocuentes pala-bras de Ruiz, el ronco tronar del cañónanunciaba la proximidad del enemigo.

No había disyuntiva, al día siguiente,el gran día cíe la patria, fue necesarioavanzar hasta la hacienda de El Sobaco;allí el mismo Presidente fue el promotorde la celebración de la Independencia, co-mo una nueva protesta de fidelidad al de-ber, como un anatema lanzado al rostrode los inicuos.

¿Qué mejor sitio para la gran remem-branza que aquel rincón de la República

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DÉLA IXTEKYK.NOlú.V KltAXfESA litó

donde acariciaba el hálito de la libertad ydonde se invocaba al Dios de; la naturale-za, como el mejor testigo de la justicia na-cional?

Silencio solemne iba á hablar Don(¡uillermo Prieto.

A una señal del señor Juárez el oradorse puso en pie, y dijo más ó menos: Ciu-dadano Presidente, Conciudadanos; En es-ta fecha de gloria imperecedera nuestrospechos laten al unísono, al impulso de unsolo sentimiento, el patriotismo; bajo lainspiración de una idea santa, la libertad;y al arrullo de una misma madre, la pa-tria.

He aquí la trinidad sublime de nuestradevoción, de nuestros holocaustos, de nues-tros sueños v esperanzas.

¿Habrá poder humano que arranque denuestras almas la fe? ¿Habrá, esclavistasdel pensamiento que sujeten con cadenasy grillos el mirífico ideal que nos anima?No; estamos á salvo de inquisidores y lé-mures, porque la mano de Dios nos guía,como á los israelitas en el desierto, y lassombras venerandas de Hidalgo y More-los nos fortalecen con su aliento, su vida ysu gloria

La patria es inmortal, es grande, es di-vina, y en estos momentos, vos, señor Pre-

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sidente, representáis á la patria con vues-tra firme/a y justicia, con vuestra ib y ab-negación, con vuestros sacrificios y espe-ran/os.

¿Qué importa que acosado por el enemi-go extranjero v las mesnadas de la traicióntengáis que recorrer el camino del Calva-rio ai á la postre—vencedor ó vencido, noimporta—la historia y la grat'tud nacio-nal os elevarán hasta, el monte de la Trans-figuración''

La. sentencia está escrita— el honor dela República á salvo esperemos tran-quilamente el día de la justicia

La independencia es el legado más cuan-tioso de nuestros padres, por eso lucha-mos por ella. La. independencia proclama-da en Dolores fue el grito de redención,el testamento de nuestras libertades selladocon sangre generosa de mil héroes, poreso propulsarnos la usurpación y derrama-remos con gusto hasta la última gota denuestra sangre.

Que contraiga el rostro del usurpadorla risa mefistof'élica de su despiecio paranosotros, (pie nos en-* moribundos y connosotros á la patria; no importa, aquí te-nemos al hijo predilecto déla patria, á susalvador, al gran Juárez que no desfalleceporque es de bronce, porque es como la ro-

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»•: LA I.NTKKVK.NCIÓ.N F l íAXCICSA J 8')

busta encina que no tiembla ante los em-bates de la tempestad, como estas monta-ñas que soportan impasibles las descargasfulmíneas de los rayos

—¡Viva el señor Presidente! ¡viva Mé-xico! ¡ viva la Independencia! fueron lasestentóreas exclamaciones del auditorio,cuyos ecos repercutieron las rocas comoanimadas de súbito por espectáculo tanespontáneo y soberbio.

Doña Guadalupe que pocas veces habíapensado en las glorias cívicas y eu el amorá la patria, estaba llorosa por la emoción.

Don Guillermo prosiguió su interrum-pida improvisación, sus labios eran unacatarata de sonoridades, un huracán irresis-tible de elocuencia, se había posesionadode él el vértigo de la oratoria, estaba trans-formado, soberbio, resplandeciente, hubie-ra querido con su mirada de relámpagotrasponer las distancias y sorprender alenemigo, al Imperio, á los traidores y ha-cer con todos ellos un escarmiento comoel de Sodorna y Gomorra, para vindicta dela patria y de la humanidad.

Al terminar—jadeante, sudoroso y con

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13G EPISODIOS

la corbata desarreglada — ,se dirigió ¡1 latropa: ¡Vosotros, soldados de la República,sed grandes en la prueba, estoicos en elsufrimiento, valientes en la pelea, serenosen la derrota; mañana, al lucir el nuevosol de nuestros triunfos seréis proclama-dos los heroicos los grandes, los vencedo-res!

¡Vivan loa chinacos! .........Don Benito se adelantó hacia el orador

y ambos patriotas se confundieron en unprolongado abrazo.

<-*-

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EVASIÓN DEL GRAL DÍAZ.

(21 de Septiembre de 1865.)

VA Subpreí'ecto de Tepeaca, amigo ínti-mo del Comandante Carrasco, comisionó áuno de sus subalternos pañi quo buscara áá éste sin pérdida de tiempo.

Kl Coinundíintü incursioiiabapor el Mu-nicipio < l o A catrineo y no so pudo dar c,onél sino hasta ya muy avanzado el día. Alrecibí reí apremiante a viso compren dio quealgo grave pasaba y voló al llamamientode su amigo.

¡Soltó las riendas de su retinto en manosdel asistente y penetró en la oficina polí-tica, limpiándose el sudor del rostro conun pañuelo de yerbas; el Subpr.efeeto queremovía un legajo de papeles suspendió latarea, y dirigiéndose á su amigo, le dijo:

—¿Q.ué había panado contigo, ('omaix-cUmte, dónde te vivías?

—Ya sabes, Chucho, en el desempeño douii misión.

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1:](S

— Bueno, pero ese no es el asunto, te ne-cesito pura otro muy serio.

_ .\ ver de qué se trata, habla.— ¿Serías capa/ de ganarte mil pesos?— ¡'ero. hombre, esa pregunta no se ha-

ce. Por los mil pesos ardo en deseos. Ex-pl faite.

— La cosa es muy sencilla, ó mejor di-cho, muy seria, infórmate: y le alargó untelegrama < | u e tomó de la mesa.

— ¡Cáspila!.... ¡eáspita!.... exclamaba elComandante á medida que leía. Conqueesas tenemos. Pues si el Gral. Día/, se haTugado, que lo busquen en el cielo, porquelo i j u e es la tierra, ni rastro deja.

— Pero ya ves, la oferta es muy tenta-dora. .Mil pesos porque se le reaprebenda,no es cosa de despreciar.

— Es cierto, y después de todo sería unbuen servicio al Imperio. Figúrate loquehará Díaz si logra organizar otro ejercitoen el .Kstado de Üaxaca.

—Pues de seguro va á dar mucho que-hacer.

— Bueno ¿y cuándo se fugó?— Hoy mismo, día 21; así lo dice el te-

legrama ¿no te has fijado? Seguramente lafuga la llevó á cabo anoche, pero hasta hoytemprano repararon sus guardianes en elsuceso.

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Fl<A NX'te-A

— ¿Y se entiende que presentando su ca-beza, el Conde de Thum dura la gratifica.

— Sí, señor, vivo ó muerto; no— Voy á tomar mis providencias. 0

probable es que el G ral. .í)íax pretenda di-rigirse á Oaxaca, y por aquí más 6 menosdebe ser su derroten).

— Buena suerte, Comandante, y hasta lavista.

Media hora, después el Comandante ( !a-rraseo, á la cabeza de treinta ginotcs, ha-ciendo cabriolas, tomaba la carretera, doTecali, en busca del intrépido fugitivo.

Dos días después el alcalde cíe Guayneadecía con un propio al Subpref'ecto de To-peji: En estos momentos, que serán las cua-tro de la tarde, he tenido noticias ciertasque al rancho de Tlaeotepec lia llegadoI). Porfirio Díaz con 200 caballos; me in-formaré y daré pronto a-viso del rumbo quetome."

El Gral." Día?; con los catorce hombrosque en las cercanías de Puebla le tenía pre-parados el incansable y fiel BernardinoGarcía, sorprendió y desarmó á la guarni-ción de Tehuitzingo; aumentó su fuerza

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Kl'LSOPKtó HlSTÓKKUS

basta el nlimero de 40 hombres, regular-mente armados, y con ella marchó sobrePiaxtla donde le salió al encuentro un es-cuadrón de Aeatlán. Unos cuan tus minu-tos bastaron al ilustre General para derro-tar por completo á los imperialistas, y pro-visto de más armamento y buenos caballosproxignió su marcha con dirección á Oa-xaca, sin que le amedrentaran en un ápi-ce, las varias guerrillas que le seguían lapista.

Con la l'uer/a que hábilmente había or-ganizado en el reducido lapso de una se-mana, se decidió á resistir el ataque de lastropas de Visoso que con lóO caballos yMon con 200, le habían alcanzado por or-den apremiante de Ba/aine, para batirlosin tregua hasta reaprehenderlo.

La acción se efectuó el I9 de Octubre ycoii tan feliz suceso para el jefe republica-no, que en unas cuantas horas hizo 40muertos, más de 100 prisioneros y le qui-tó ;'i Y i,«¡oso tres mil pesos en efectivo.

Decididamente la buena estrella del( í r a l . Díaz se levantaba de nuevo, la cau-sa nacional estaba de plácemes y el invic-to Kjército de Oriente en vísperas do sureaparición y de sus inmarcesibles glorias.

Las noticias de triunfos tan sorprenden-tes como inesperados, llegaron á la Corte

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DE LA IXTERVEXOIÓX FjiANTESA. 141

imperial con su cortejo de pavor y descon-cierto; aquello era inaudito, desconsolador,tremendo, y los ánimos apocados y febri-citantes no vieron otro recurso posible desalvación que el asesinato, la infamia, elexterminio y la barbarie erigidos en ley.

Maximil iano, Bazaine y demás corifeosdel raquítico Imperio se sintieron reduci-dos á la impotencia, y como todos los im-potentes, esgrimieron la tínica arma quetenían disponible: d despecho.

De esa pasión innoble brotó, como rayode cólera furibunda, ese documento infa-me que todos conocemos con el nombre de'•Lev del 3 de Octubre de 1865."

Retrocedamos un poco. La campaña enel Estado de Oaxaca sostenida valiente-mente contra el Imperio por el Oral. Díazá fines de 1864 y principios de 65, revistiótal gravedad y despertó tales inquietudes,que Ba/aine determinó dirigir las manio-bras en persona. El brillo de .las armasfrancesas se estaba empañando á gran pri-sa, y el jefe cíe ellas anheloso de volver porsu legendario prestigio lanzó un ejércitoformidable, un magnífico tren de artille-

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14'2 EPISODIOS UisTÓiaiw

vía y nn grupo de oficiales de lo nías se-lecto.

Sucedió lo inevitable; los republicanos,reducidos al ú l t imo extremo por la aplas-tante! superioridad del adversario, tuvieronque rendirse.

El t i ' iuntb de líazaine, por más que ha-lagase su vanidad, resultó muy curo paraFrancia; su costo ascendió á la respetablecifra de 'medio millón de pesos.

K\ Oral. Día/ fue conducido á. Puebla oncalidad de prisionero de guerra y guarda-do con sobra de precauciones en una celdade la Compañía.

A l l í soportó su cautiverio con cívica re-signación, anhelando tan sólo que otrosje-(es, más afortunados por el momento, si-guieran luchando hasta realizar el eupre-ino ideal; la reivindicación de la patria yel t r iunfo de la justicia.

El cautivo habría intentado evadirse,pero 'nobleza obliga, como reaa la vieja sen-tencia. .Habían sido tan notablemente des-interesadas las atenciones de Schismandiu—que era el encargado de su custodia—que jamás pensó seriamente en comprome-terlo.

Pronto, sin embargo, cambió la escena;su nuevo carcelero el (/onde de Thnm,hombre de maneras rudas, alt ivo como un

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Oí: LA T X T K Ü V K X r l ú x F|;,\Xi']:SA. ] . ( ; >

belitre, estrechó su prisión y lo hizo objetode vejaciones hasta el grado (le hacerle in-tolerable su situación.

Desde ese momento el C J r a l . Díaz n» tu-vo mus que una idea fija: evadirse.

Ju l ián Martínesc, hombre mculto, do \}\.genio casi nulo, tenía, no obstante su ru-deza, «levadas virtudes: reservado, f i e l ,obediente y patriota como pocos. Era elmozo de Don Porfirio.

¿Q.ué habría, hecho por.su General? .Ha-bría hecho todo, sin vacilar, sin discutiruna palabra. Habría dado su vicia, segura-mente.

Un día que llegaba á la prisión con elalmuerzo de sujete, le detuvo intempesti-vamente el Conde de Thum.

—A ver, tú, muchacho, ¿qué llevas? lepreguntó, por mediación de un sargentoque hablaba bien el castellano.

—Nada, señor, contestó . lu l ián.—¿Cómo nada? ¿Qué lleva la canasta?—La comida, señor.—Regístralo, dijo el Conde de Thum al

sargento.—Este cumplió estrictamente el man-

dato descubriendo la canasta y registrandolas ropas del mo/o.

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_No hay natía.Bueno, ¡pasa! gruñó el (.'onde, de mal

humor..Media hora más tarde, á, la salida do Ju-

lián, oí Conde le detuvo de nuevo.Oye, muchacho, ¿qué te ha dicho Don

Porfirio?—Nada, Menor.—Aquí me vas á decir para quienes fue-

ron las cartas que sacaste el otro día.— Yo, señor, no he sacado ninguna carta.—¡Mira!,-—y le enseñó un par de relu-

cientes onzas— te las voy á dar si me dicesnada más cuántas cartas te ha dado tu amo.Es cosa muy sencilla, y te aseguro que fue-ra de mí nadie sabrá una palabra.

—Señor, haga usted de mí lo que quie-ra, pero mi amo no me ha dado n ingunacarta.

—No peas necio, hombre, y ya verás quete va bien.

— Kl Oral. Día/ minea moda papeles.—Nunca ¿eh?—Nunca, señor, nunca,—Bueno, ya verás más tarde ¡imbécil!

anda vete.Jul ián Martínez con el sombrero en la

mano y haciendo grotescas ceremonias, sa-lió al parecer más idiota que nunca.

Kste buen hombre obedeciendo escrupu-

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K I,A LXTUUVK.NOIÓ.V Fa.VXCESA. .145

lesamente las órdenes de su jefe, se man-tenía en una reserva absoluta; era impene-trable como una estatua, incapaz de unatraición. A. pesar del refinado espionaje,Ju l i án , jugando la vida, había sido porta-dor de varias cartas para los amigos de DonPorfirio, se había puesto al habla con Ber-n.ardino García y había introducido á la.prisión una soga.

Con estos antecedentes, el Gral. Díazpermaneció en acecho de la primera opor-tunidad.

El centinela se pascaba al frente de lacelda con el arma al brazo, las bóvedas de-volvían el eco monótono de los pasos. Lacelda estaba completamente á obscuras yera imposible distinguir la silueta del Gral.Díaz que, á un lado de la puerta, con sogaen mano, espiaba los movimientos de suguardián. Al dar éste la espalda, el distin-guido prisionero se desliüó rápidamente álo largo de la pared.

El centinela continuó su paseo de un la-do á otro, sin que el menor indicio le hu-biese denunciado lo que acababa de pasar.

El General logró subir con alguna diii-cultad al techo de una cocina y desde allícomenzó ó lanzar la cuerda hasta que des-

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pues «le muchos ensayos quedó engancha-da de una pilastra. Trepó resueltamente yen dos minutos se colocó en las bóvedasdel exoonvento de la Compañía.

Nuevas aprensiones: en el edificio habíaapostados otros centinelas; por fortuna es-taban tan descuidados como soñolientos.

El ilustre fugitivo, arrastrándose casi so-bre el piso, llegó á la espalda del templo,su joto el extremo de la cuerda, y descendiócon gran peligro á la azotea de la casa ve-cina. Kn el otro extremo de la soga ató doscartas, una para Bchismandia en que leagradecía su caballeroso comportamiento,digno de un verdadero hidalgo, y otra pa-ra el ( 'onde de Thuiri. un tanto agria co-mo es de suponerse, en que le reprochabasus brusquedades y descortesías y lo invi-taba para que en día no remoto se viesenen el campo de batalla y frente á frente desus respectivos ejércitos.

Una vex en la. callo, el Oral. Díase ente-ramente solo se dirigió á las afueras de laciudad, con apariencias de mucha calma,y atravesando sombrados llegó á, Coyula,donde líernardino (.Jarcia le esperaba concatorce hombres que fueron el-brillante mí-deo del bixarro y memorable Ejército deOriente.

El episodio casi fabuloso, tema digno pa-

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T>E LAjfXTKÜVEN'OIúx FlUXCHSA. \A-

ra un volumen de novela, se efectuó en lanoche del 20 al 21 de Septiembre de 1865y produjo gran asombro en unos y mucho'despecho en otros, principalmente en'elConde de Thuin, que sin escrúpulos ni ru-bores puso á precio la cabeza del prisione-ro, pues á tal equivalía la oferta de mil pe-sos al que lograse reaprehenderlo.

El Oral, Díaz, con la constancia v el de-nuedo que le animaron .siempre, una vexinternado en su Estado natal, reanimó elespíritu público u u tanto decaído aunquejamás extinto, organizó un regular contin-gente de guerra, y siempre á la cabeza desus valientes, atacó al enemigo en todossus reductos, con la confianza que da labuena cansa y con el entusiasmo que co-munica el patriotismo á los espíritus supe-riores.

La marcha triunfal del Ejército deOriente está marcada en las páginas de lahistoria nacional por las brillantes accio-nes de Miahuatlán, la Carbonera, Puebla,San Lorenzo y México, que, juntamentecon las no menos gloriosas de los Ejércitosdel Norte y Occidente, derribaron el Im-perio, rostituyeron el gobierno constitucio-nal y consolidaron para siempre los prin-cipios republicanos.

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148 EPISODIOS HISTÓRICOS

BATALLA DE ZONTECOMAPAN.(21 de Octubre de 1865).

L<>s heroicos lujos <lo Tétela, del Oro,hoy de Ocnmpo, Pnchla, agobiados por la¡superioridad numérica de tas fuerais im-perialistas que «n tros columnas bien mu-nieionadashabían atacado la población, tu-vieron que internarse en lo más abruptode la serrunía, sin que [>or ello so hubie-sen contristado en lo más mínimo, antesbien abrigando la convicción do quo pron-to batirían al enemigo hasta en .sus pos-treros reductos y alcanzarían la f ina l vic-toria que les restituyele, sin nuevas in-quietudes, el amado terruño.

l'ai'ü aquellos valientes, hijos de las sel-vas, nuda más á propósito para mantenerlatente el fuego de la libertad que la mon-taña. A l l á en sus empinadas rocas y gua-jiras infranqueables, donde cada promi-nencia es un baluarte y eada árbol unatrinchera, formaron sus chozas y enarho-laron el pabellón de la l 'epúbliea tan so-

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I Mí I.A J VníHYKNXlú.X F l t A N l l W A 140

lo en espera de mejoren díus para desalo-jar de los poblados á las mesnadas del ti-tulado Imperio.

Los serranos de Tétela y Xocbiapulcomerecieron bien de la patria por su denue-do cívico y firmeza inquebrantable; mien-tras Zaeapoaxtla y otras poblaciones co-marcanas habían doblado la cerviz ó es-pontáneamente se habían adherido á lamala causa, aquellos se mantuvieron en-hiestos corno sus pinares, firmes como susgraníticos cantiles, imponentes como susencinas seculares, indomables y libres co-mo las fieras de sus bosques.

Ya, en el primer choque contra, la In-tervención en los históricos declives deLoreto y (jiiadalupe, donde el honor na-cional salió sin mácula, y las legiones deFrancia se cubrieron de baldón, los impro-visados soldados de la sierra hicieron ver-daderos prodigios de osadía, conquistaronlealmente el dictado de valientes y entra-ron radiosos y serenos en el santuario delos inmortales.

lOn el luminoso cata logo de suswiudillos,cuyos nombres se pi 'onuncían con religio-sa veneración, porque fueron ideales en-carnados, figuran ,Juan N. Méndez, émuloaventajado de (. ' iuc-iríate; Juan CrisóstonioBonilla, mentor y adalid de excepcionales

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150 EPISODIOS Hi,tTÓKia>:

energías; Juan Francm-o Lucas, val ientey temerario entre los primeros; (4 regó rioZíimíti/ y Lauro Luna, patriotas inmacu-lados y guerreros de temple, que nunca mi-dieron los peligros ni el número de los con-trarios. Estos y otros varios que sería pro-lijo enumerar, se lucieron, en repetidasanútebas, merecedores de los entusiastaselogios y las más gemí i mis bendiciones deBUS conterráneos.\ pesar de las tenaces embestidas y los

extraordinarios esfuer/os de los imperia-listas, que soñaban con la sumisión de-imi t iva de la sierra, pronto llegaron alconvencimiento de que aquella región, en-galanada de exuberancias y propicia, pañila s imien te de la libertad, era completa-mente estéril para el imperio.

Una ocasión, durante la terrible lucha,los bravos hijos de Xochiapulco—puntodistante de Tétela .'-SO kilómetros — apre-miados por el gran número de enemigosque tenían á la vista y lo desesperado dosu situación, LIO se detuvieron en pesar elvalor del sacrificio: prendieron- fuego á suscasas y se intern.iron con sns familias enla espesura de sus bosques. Antes que darrecursos y abrigo al enemigo, le ofrecieroncolumnas de humo y montones de ceniza.

Y mientras los cómplices do Xapoleón

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DK LA LXTKHVKM'IÓ.N iMÍANX'KSA 151

y .Maximiliano se mesaban despechados yordenaban la retirada, porque no habíaenemigo que copar ni botín que conduciren son do triunfo, los valientes ensalzabaná la patria-con solemnes y altísonos epini-cios desde las crestas di; la serranía.

Sei'ían las cuatro de la tarde del 21 deOctubre de 1805, cuando se presentó alOral. Juan Francisco Lucas—que fungíade General en Jefe de las tuerzas unidas deTétela y Xochiapulco, y estaba situado enla cumbre de Saealuma, entre Taxco yOmetepec—un indio de apretada muscu-latura, la tez cobriza, mirada de águila, in-tonso, la bruna melena caída sobre los hom-bros como plumaje de cuervo, cotón de la-na atado á la cintura cou grueso cordel,cal/ón arriba de las rodillas y sandalias depiel cruda do buey.

—¿Qué hay muchacho? le preguntó, cuazteca el valiente General, cuando lo tuvodelante.

—Señor General, respondió el robustoindio, el enemigo viene á atacarnos. Salióde Tétela, por eí camino de San Esteban yacaba de tomar el de Taxco.

-—¿Quién te lia mandado con la noticia?

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152 Ki'JsoDios HJJÍTÓIUCOS

—El capitán Don Miguel, que viene ob-servando los movimientos del adversario.

—Y el enemigo ha visto á nuestra gente?—Creo que no, señor, porque Don Mi-

guel viene caminando dentro del monte.—¿Y vienen algunos extranjeros en la

fuerza?—Sí, .-señor, vienen muchos austríacos

con los zacapoaxtlas.—¿Son muchos, dices?—Sí, señor, muchos.f— Vete al instante y dile á Aligue! que

se replegué á la tropa de Xaniítiz. Muchocuidado; que el enemigo no malicie que «ele observa.

El indio partió á carrera abierta, con laagilidad y desenvoltura propias de los hi-jos de la sierra.

A doce kilómetros de Tétela, entre Tax-co y Ometepec, hay una cañada pintores-ca que los naturales llaman Zontecomapan.A uno y otro lado se extiende el bosquecasi impenetrable.

El Gral. Lucas de acuerdo con el Gral.Juan Crisóstomo Bonilla que fungía de se-gxindo General en Jefe, dispuso que su tro-pa, compuesta de soldados deXochiapulco,Tétela y Zautla, en numero de 300, se em-

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1)K LA Lvi'KÜVKM'IÓ-N

boscara 011 ambos lados de la cañada, conla consigna estricta de no emprender mo-vimiento alguno siuo hasta que el mismoGeneral ordenase el asalto.

La tropa republicana tomó posiciones enuna larga extensión y un minuto despuésno se movía ni una rama ni se percibía elmenor ruido.

La situación, ú pesar del buen punto es-tratégico y de lo bien meditado de la sor-presa, era en extremo angustiosa por la tai-ta absoluta de parque, pues al pasarse re-vista se vio que toda la dotación consistíaen un solo cartucho que llevaba un soldado.

¡Un cartucho! ¡irrisión del destino!¿Qué se podía esperar de aquel puñado derepublicanos contra un enemigo, fuerte deKiOO pía/as, bien provisto de armamento,disciplinado, con jefes expertos á su cabe-za y con un poderoso contingente de sol-dados austríacos?

No obstante, el deseo de escarmentar alfinchado adversario, de sacar limpio elhonor comprometido y de patentizar uuuve/, más el profundo amor á la libertad yá la patria, inflamaron todos los corazo-nes y redoblaron intensamente todas lasenergías.

Lo más f lamante del armamento consis-tía en machetes, ballonetas y garrotes; los

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154 Erjsouios HISTÓKICOS

mosquetes viejos fueron relegados más quepor embarazosos por inútiles.

Los impávidos serranos se comprome-tían á sabiendas en una empresa formida-ble, temeraria,.casi descabellada; pero conla íntima convicción, e.so sí, de que venci-dos ó vencedores, so hacían dignos delhonroso nombre de mexicanos y merece-dores para siempre del aprecio y respetode los pueblos libres.

Sus hermanos de Miclioacán, tan vale-rosos como heroicamente sufridos, les ha-bían dado ya, en repetidas ocasiones, glo-riosos ejemplos de arrojo, cuando privadosde pan y armas, condenados á la vida tras-humante por andurriales y llanuras despo-bladas, se arrojaban como tremendo aludsobre el adversario 6 combinaban ingenio-sas emboscadas que les daban por resulta-do, algunas veces, el proveerse de víverespara la subsistencia y armas para la lucha.

Hechos los pocos preparativos en la for-ma que dejamos señalada, se esperó resuel-tamente al adversario.

Minutos antes de las cuatro de la tardeapareció en los ribazos de la senda la des-cubierta del ejército imperialista, guiada

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cautelosamente por el traidor Matías Fran-co. En el instante preciso en que el grue-,KO de la fuerza He apiñaba desordenada-mente en toda la extensión de la, cañada,el Gral. Lucas ordenó el asalto, y aquellavoz de mando fue como la corriente eléc-trica que puso en movimiento á la terri-ble luíoste.

De un salto, semejante al de una fieraque cae de improviso sobre la codiciadaprosa, se puso al lado del adversario y leacometió con tal decisión y bravura queéste no tuvo tiempo de reponerse, de im-provisar la defensa, ni siquiera de hacerriso de sus armas con mediano éxito. Elmachete y la bal loneta jugaron el princi-pal papel en toda la extensión do la bata-lla y en unos pocos minutos el campo que-dó empapado de sangre y cubierto de ca-dáveres.

El enemigo hizo esfuerzos inauditos porromper el apretado cerco y ganar la espe-sura del bosque, pero no lo consiguió sino¡i costa de muchas víctimas. El armamen-.to que liabía perdido era, por otra- parte?utili/ado diestramente por los republica-nos, y ya no sólo se oía el choque de lossables, sino las explosiones repetidas y for-midables de la fusilería.

Poco á poco la sangrienta acción abarcó

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El'ISOJJHIS 11 ISTÓJUUI»

vui extenso radio, apenas adivinado por lagritería y las detonaciones; grupos aisladosse batían con encarnizamiento de tigreslloridos, hasta que por f in , las sombras deJa noche punieron término á Ja matanza.

La fuerza del Oral. Lúeas se reconcentrópoco á. poco en el misino sitio de la acciónV hasta ya muy entrada la noche se pudie-ron reunir los últimos grupos. ^ii pérdidatotal consistió en seis muertos y nueve he-ridos.

La í'uerxa estaba no sólo orgn llosa y sa-tisfecha, sino mater ialmente electrizada,el feliz éx i to del encuentro era motivo m¡ísque suficiente para ello. Cada guerrero eraproclamado héroe de la jornada, y las feli-citaciones y burras se sucedían sin inter-mitencias , como justa expresión de cora-wjnes esforzados, que, en momentos supre-mos, habían sabido luchar por el honor dela patria.

¡La memorable batalla de Zo'ittccoiiMpanmerece un lugar distinguido en las pági-nas de nuestra historia!

Los que desconocen la historia de Méxi-co, especialmente la tremenda lucha quesostuvo el partido l ibe ra l coaira la ínter-

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HE LA TxTHrtVE.Nclóx FliAXVKsA. 157

vención y sus aliados, el Imperio y lew in-fidentes; los que creen 6 suponen todavíaque lo* mexicanos eran soldados medrososy sin honor, euya bandería era el pi l laje ye' asesinato, deberían, por prestigio propio,reeorrer esa serie de episodios heroicos que,frescos aún en la memoria demuc.hos afor-tunados supervivientes, prueban que el va-lor y el espíritu de abnegación, la dignidady la idea de patria, fueron siempre la di-visa de los esclarecidos soldados de la Re-pública.

En lo más acerbo de la prueba, cuandoel enemigo se había hedió fuerte en nues-tras mejores plazas y se posesionaba de to-dos los recursos nacionales, nuestros gue-rreros sin techo en que guarecerse, acam-paban contentos bajo la bóveda del cielo ysoportaban tranquilos las inclemencias fielas estaciones; sin uniformes, se vestían demanta; sin armas, corrían al encuentro deladversario para quitárselas; sin pan, se ali-mentaban de maiz tostado; sin oro, se creíanfelices con una peseta.

La derrota no era sino poderoso estímu-lo para levantar nuevos ejércitos al día si-guiente, y la victoria la mejor ofrenda q\iellevar con lágrimas de ternura ante el sa-grado altar de la patria. ¡Esos fueron lossoldados de la .República, los adalides de

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l,r)S JÍI'I .- lOlJlOK l I l S T Ó K K ' O *

la buena causa los heroicos, los invenci -bles!

El que pretenda infamarlos;por uno queotro desgraciado ejemplo, que lamen tamos,pero que á fuer de justicieros debemos re-conocer como í'nito .sa/onadode las repre-salias, debe ser un columbino ignorante óun malvado, y nunca habrá indignaciónsuf ic iente pañi castigar su atrevimiento.

El Ural . Lucas, en la misma noche y so-bro el mismo escenario, sin darse aún ca-bal cuenta del trágico suceso, por la impo-sibilidad de levantar el campo en unascuantas horas, dado lo abrupto del terrenoy la densa niebla que súbitamente cubrióoí bosque, r indió su primor parte en los si-guientes térini nos: " 11 enios derrotado com-pletamente al enemigo, hicimos (>1 muer-tos: 21 austriacos y 40 mexicanos; cayeronen nuestro poder 10 prisioneros, do éstos 9son austríacos; hay en el campo mucho ar-mamento y muchas municiones. ¡Viva elejército de la sierra!"

El U ral. Lucas se había engañado, la•magnitud del desastre era incomparable-mente mayor, como se comprobó al día si-guiente que se exploró el campo por el in-t répido Lauro I . u n a . Hecho el recuento

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Dli LA I N T K H V K X C I Ó X Fl!AXC|v<A 1")})

minucioso de los muertos, fetos ascendie-ron al respetable; n Cunero de safciíictiia»: esdecir, casi la mitad do la iuerax imperia-lista había quedado tendida en el campodo batalla.

¡Espantosa hecatombí—teniendo encuenta el escaso número de los contrarios—-que los corifeos del imperio considera-ron como un golpe excesivamente mortalpara su causa en aquel la parte de la. sierrade Puebla!

Entre los egregios ciudadanos que másse distinguieron en esa acción por su arro-jo y presencia de ánimo, merecen citarse,para perpetuo ejemplo, Juan OrisóstonioBonilla, Lauro Luna y Gregorio Zamítiz.

Estos tres, desaparecidos del escenariode la vida, juntamente con oí patriota, vlaureado Gral. Méndez, tienen un Jaranoindestructible en el corazón de cada unofie sus conterráneos.

¡Bendita sea la gratitud del pueblo!El Gral. Juan Francisco Lucas vi ve aún ,

agobiado por el peso de los años y osten-tando tremendas cicatrices en el rostro, co-mo gloriosos trofeos de su egregia vida demilitar.

¡Ante ese venerable soldado de,la liber-tad, monumento viviente de la gran epo-peya,, .hay que descubrirse, con respeto!

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KiO &ISODIOS

ESCOBEDO EN MONTERREY.(1865).

Departía amigablemente el Gral. Esco-bedo con algunos oficiales de su listadoMayor en el l lano dé l a Marcelina. Ija tro-pa descansaba plácidamente á la sombradélos árboles y la caballada esparcida ¡ila redonda tomaba su pienso de /.acate ypasto.

El patriota General se había visto obli-gado á levantar el sitio de Matamoros porla escasez de.parque, circunstancia que la-mentaba profundamente, convencido co-mo estaba de que la plaza no podría resis-tir por mucbos días.

Pero no era él quien se desconcertarapor las contingencias de la guerra, al con-trario, parece que éstas le azulaban la in-ventiva y le multiplicaban la.s energías.Precisamente exponía ante sus compañe-ros de armas algunos planes atrevidos [ta-ra, las próximas maniobras y expresaba su

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confian»! en la derrota inevitable y f inaldel enemigo.

En esto estaba cuando alguien le llamóla atención hacia un grupo do ginetes quesin el menor titubeo se aproximaba, alcampamento.

Deben ser de los nuestros, dijo, y esperótranquilamente sin levantarse del troncoque le servía de asiento.

—¡Pilucho!—dijo el General luego quese acercó el oficial que encabezaba el gru-po—¿qué vientos te traen por acá?—Traigo para mi < íeneral una carlita delCoronel 'Previno. ¡Buenas tardes, señores!

-—Buenas tardes.¿Por dónde anda, el Coronel? preguntó

Kscobedo.—Lo dejé cerca de Cadereita.Una vax que el General hubo recorrido

con la vista el pliego dijo en alta voz:—Oigan ustedes, señores: "Una colum-

na de franceses ha salido de Monterrey,sin que pueda yo precisar á donde se diri-ge. La ciudad queda guarnecida por miltraidores. Tal vez sea oportuno empren-der un ataque, Ud. determínelo que creaconveniente. Vuestro adicto Coronel—'Pre-vino.1'

—Xo hay tiempo que perder, señores;esto modifica en algo nuestros planes, pe-

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162 EPISODIOS HISTÓRICOS _

•ro no importa, el caso del momento recla-ma nuestra atención. Formaremos dos co-lumnas, una al mando del Coronel Naran-jo y otra bajo la dirección del Coronel Cor-tina, Con la primera y mi Estado Mayormarcho á unirme á las fuerzas de Trevi-ño, y la segunda que se quede en observa-ción del enemigo.

Combinado el plan, Eseobedo apareciómuy pronto en el pueblo de Guadalupe,á unos cuantos kilómetros de la ciudad,en actitud resueltamente amenazadora.

Los imperialistas tenían sus trincherasen estado satisfactorio, buen armamentoy abundancia de municiones. Así que nose inquietaron por su suerte y esperaron se-renos la embestida. Tinajero y Quiroga,.que mandaban la fuerza, se pavoneabanairosamente por las calles y apenas si sepreocupaban por la proximidad de los re-publicanos.

El Oral. Escobe/do estaba ansioso porentrar en acción, pero tenía todas las des-ventajas de su parte; sxis soldados, reclutas011 su mayoría,mal vestidos y peor alimenta-dos, carecían de otros elementos indispen-sables para la hora suprema,: buenas ar-mas y suficiente dotación de parque.

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)>u LA LvriiKVKXeiú.N"

¡Oh Santo amor de la patria! ¡Sólo porese sentimiento se pueden explicar tantasproezas increíbles en nuestra guerra decinco años! La formación, el desarrollo ysostenimiento del bizarro Ejército del Nor-te, son hechos novelescos, casi inverosími-les.

Al emp.euder la campaña con el/orm/-ejército de una docena, de hombres,

Esíiobedo se dio el mando de capitán y losCoroneles Naranjo y Treviño descendieroná sargentos. Kn estas condiciones recorrie-ron la frontera, sublevaron pueblos, se hi-cieron de armas y acosaron al adversariohasta cansarlo., Para narrar las penalidades, lo mismo

que los triunfos, se necesitaría un émuloaventajado de Riva Palacio que, en suCalvarid y Tabor, Imo la grandiosa apo-Uosis del Ejército de Occidente.

El dinero entre los republicanos fron-terizos era casi desconocido, muy feliz erael que con los reales, medios y tlacos po-día llevar consigo la suma de un peso; unaquincena de haber después de tres ó cua-tro meses de lucha y privaciones era elacontecí miento más inesperado y grandio-so del día, que se celebraba con ruidososfestejos; el alimento se reducía á tortillasy frijoles y era de verse la completa igual-

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164 EPISODIOS HISTÓRICOS

•dad entre oficiales y soldados; los vesti-dos, si vestidos podían llamarse los hara-

-pos, daban á las tropas un aspecto de mi-seria incomparable; los oficiales, que care-ílían de insignias, tan sólo se distinguíanpor la voz de mando; acampaban á la intem-perie y después de un aguacero, en sus pro-pios cuerpos se secaban las ropas; con unacaja de parque se creían en el deber ine-ludible de librar una batalla.

Estos fueron los bravos, los invencibleslos heroicos, los que un día—ayudados,por sus hermanos de distintas partes de la.República,—acabaron con el Imperio y suscorifeos en el histórico cerro de las Cam-panas.

Algunas veces, como es natural supo-nerlo, los ánimos republicanos decaían,no por civismo, que fue lo qno menos fal-tó, sino por hambre y carencia de arma-mento; pero Escobedo, que para todo te-nía ingenio, improvisaba peroratas t a ningenuas, tan expresivas, tan dulcementeconmovedoras y tan desbordantes de pa-triotismo, q u e los soldados lloraban d eemoción, se rendían á la elocuencia de sujefe y terminaban por vitorearlo y bende-cir el nombre impoluto de la patria.

Este recurso llegó á ser tan constante ynecesario para fortalecer el ;1nimo de los

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bisónos, que una vez, que el desaliento eraperceptible en algunos, un soldado se acer-có á Escobedo y cuadrándose le dijo contodo respeto: "Mi General, ¿qué ahora nonos dice usted nada?"

Otra ocasión se habían agotado los ví-veres totalmente y algunos pedían permi-so para encaminarse á sus casas y obtenerprovisiones; pero tal concesión era impo-sible por las apremiantes necesidades de lacampaña; el Cu ral. Escobedo apeló á su elo-cuencia acostumbrada. Al terminar sn dis-curso, un soldado dijo á sus camaradas, en-tre chanciata y jubiloso: "No hay cuidado,amigos, ya tenemos ración para tres días."

Para tener un dato más de la miserablecondición del glorioso ejército diremos quecierto día que éste acampaba en un ranchode Coahuila, se distinguió de pronto unapolvareda y el brillo de las armas, á me-nos de media legua.

Aquello es tropa, no cabe duda, murmu-ró un oñcial. Escobedo ordenó que se prac-ticara iin reconocimiento. A los cuantosminutos la tropa presentaba batalla al ene-migo que avanzaba con tanta osadía.

No había tal; era una pequeña, fuerza re-publicana que se incorporaba al denodadoEjército del Norte. Lo que había sucedidofue que se lo confundió con el enemigo,

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porque todo su personal ¡coya inaudita!había estrenado blusa y pantalón de man-ta ordinaria.

Y es hasta ocioso decir < j u e este sucesoextraordinario, hijos de provocar envidias,fue objeto de sinceras felicitaciones y ge-neral rezocijo.

El ataque fue terrible y dirigido con so-bra de habilidad. Lo.s valientes rifleros deNaranjo asaltaron el fuerte -'Carlota" y seprecipitaron sobre la plaza; la fuerza deRuperto Martínez le apoyaba eficazmenteen todos sus movimientos.

La columna del Coronel Garza Leal ata-caba con buen éxito el fortín del "Pueblo"'y hacia la derecha el Coronel '.Previno des-alojaba al enemigo.

Él Gral. Escobedo batía el centro congran arrojo y al replegarse los imperialis-tas, á pesar de su precipitación, fueron al-canzados por la caballería del Gral. Soste-nes Rocha que los acuchilló y desbandó,tomándoles ochenta prisioneros.

En menos de dos horas el enemigo es-taba vencido y Escobedo era dueño de laciudad, pero cual sería su sorpresa al notarque caían bombas en la plaza en donde él

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DIC LA 1:STKUVKNCIÚS FüANcKSA. UÍ7

estaba con su Estado Mayor. Lo que habíasucedido era sencillamente pasmoso: unacolumna francesa procedente de Saltillo,sabedora del asalto, entró en la ciudad contal cautela que no fue sentida, y en un mo-mento dado Escobedo fu6 cortado del grue-so de su ejército. Imposible le hubiera sidosalvarse á no ser por la iniciativa personalde Rocha y Trevifio que, sin medir lo es-cabroso de la empresa, cargaron con todassus fuerzas hasta arrollar á los franceses.

En el término de dos horas Escobedo eraotra vez dueño de la plaza, y los francesesse replegaban en desorden al cerro del"Obispado," perseguidos muy de cerca porsus intrépidos vencedores.

Al otro día se tuvieron noticias ciertasde que Jeanningros con 800 franceses seacercaba en auxilio de Monterrey, y no hu-bo otra disyuntiva que emprender la reti-rada, pero ésta no debía hacerse sin causarel mayor número posible de estragos.

Cuando el refuerzo enemigo estuvo á lavista, Escobedo tomó el rumbo del cerro dela Silla con una parte de sus fuerzas, entanto que la otra, al mando de Rocha, sa-lió lentamente por el camino real. Jean-ningros advertido del doble movimientotambién dividió su tropa y emprendió lapersecución al trote de sus caballos.

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EPISODIOS HÍ.-ÍTÓIÍ.ICOS

• — -.¡El Gral. .Escobedo ha caído prisione-ro! gritó desaforadamente un sargento.

— ¡No! contestó un soldado, yo le he vis-to escapar por aquella ladera. El CoronelTreviño también escapó por aquel otro la-do. Vamos á buscarlos, deben estar á, ]¡ivuelta del cerro.

El sargento y una veintena de soldado.?emprendieron ía marcha entre los mato-rrales y á poco andar dieron con sus jefesque reorganizaban á los dispersos.

El suceso, que tenía su novedad y bastacierto saborcillo de novela, lo refería, así elOral. Escobedo á sus camaradas cuandotodos estuvieron reunidos en C'adereita:Preparamos una emboscada con los pobresreclutas en número de cien, Treviño y yoprovocamos á los franceses atrayéndolossin d i f icul tad al sitio, pero cuando estuvie-ron í\ la mano, los reclutas se espantarony no salieron á disparar; sólo tres lo hicie-ron y mataron á un francés. Cuando yome di cuenta tenía al enemigo encima ar-mando una algazara que me aturdía. Un

inete se me colocó al lado á toda carreray cuando levantó el salde para partirme lacabeza, quebré mi cabil lo instintivamen-te, y el francés, al impulso de su brazo que.

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dqjó caer brutalmente, cayó al suelo dan-do una voltereta espantosa. Yo creo queese desalmado se rompió media docena decostillas, cuando menos.

Todos rieron estrepitosamente de la ocu-rrencia.

El asalto de Monterrey, por más que lashojas imperialistas le concedieron escasísi-ma importancia, fue do inmenso valor pa-ra las armas republicanas, y lo cierto esque por aquellos días nadie se atrevió á sa-lir en persecución del incansable y ameri-tado Gral, Escobedo.

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¡AQUÍ, TRAIDORES!(21 de Octubre de 1865.)

La. presencia de un considerable núme-ro de oficiales y soldados daba (\ las callesdéla ciudad cíe Uruapan un aspecto deinusitado movimiento.

Los mesones y fondas estaban material-mente atestados y era de verse el ir y ve-nir de las soldaderas que se abrían paso portodas partes en busca de provisiones. Lamayor parte de la población de Uruapan,adicta al Imperio, se manifestaba gozosaen alto grado por la llegada de las fuerzasdel Coronel Ramón Méndez y por el sona-do triunfo que, hacía una semana, éstas ha-bían obtenido sobre los juaristas. Los po-cos liberales no dejaban de inquietarse porsu suerte y, particularmente, por ciertasespecies que en público se vertían acercfi delas manifiestas intenciones del jefe reaccio-nario respecto de los prisioneros de guerra.

Habían sonado las nueve de la noche.Era el 20 do Octubre de 1865. Dos perso-najes disfraxadoy con sombreros de palma

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y sarapes platicaban bajo un corpulentofresno de la plaza, aparentemente distraí-dos, pero que observados más de cerca sepodía notar que estaban en acecho de al-guien.

Pasados unos minutos se echaron íi, an-dar detrás de un tercer personaje. i < n i a l -nientc disfrazado, á quin reconocieron poruna ligera indicación de éste. Los tros lle-garon á una casa de pobre aspecto, en lasorillas de la población, y al anunciarse connn toque se les franqueó la entrada al ins-tan te.

Dentro del aposento otro individuo losesperaba con notoria impaciencia, quien,después de estrechar las manos de sus ami-gos, preguntó:

—Vamos, señor licenciado, qué nuevasnos trae usted?

—Malas, señores, respondió el licencia-do (uno de los recién llegados); la situa-ción no tiene remedio. Acabo de hablar conel Coronel Villagómex y me dice que elCoronel Méndez en persona ha comunica-do á los prisioneros que mañana en la ma-drugada serán pasados por las armas.

—Pero ¿será posible la perpetración desemejante iniquidad? ¿No podremos haceralgo nosotros?

—Nada absolutamente. In tentar liber-

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liria)Dio* JJ isri'ói;icoM

tarlos es un imposible; los tienen bien vi-gilados. Se han ensayado muchos medios,pero sin resultado. Los amigos do los Ge-nerales Arteaga y Saluzar se han movidomucho, han escrito á México, han acudidoá las mejores influencias, y todo en vano,Méndez permanece inflexible, alegandoque obedece órdenes estrictas de Maximi-liano y del Ministerio de Guerra.

—¡Oh! esa maldita ley del día o es unabarbaridad.

—Sí, y muy grande; estos valientes se-rán las primeras victimas, y quien sabe lasque sigan. Por mi parte creo que el mal-hadado imperio va de capa caída, pues deotra suerte no se encuentra explicación detanta infamia,

—De eso no cabe duda, repuso otro delos individuos, pero por lo pronto, creo co-mo oí licenciado, no tenernos otro recursoque esperar.

El lector se habrá enterado de que estepequeño grupo de liberales, á riesgo de serdescubierto y juzgado conforme 4 la terri-ble ley del día 3, intentaba hacer algo orífavor de los prisioneros, pero medidos lospeligros, y más que todo, la imposibilidadde realizar algo práctico, se resignó á so-portar en s i lenc ió la fatalidad do las cir-cunstancias.

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El Oral. José María Arteaga, seguido porlos intrépidos Sil lazar, Díaz Pamchoy otros—igualmente patriotas — había hecho laguerra al Imperio en \ina larga extensióndel Estado de Miehoacán. Esta región dela República í'ué el teatro de sus magnífi-cas proezas, y á pesar del reducido núme-ro de sus tropas siempre se le vio amena-zando al enemigo y causándole estragos dealguna consideración. Guando se veía de-rrotado y perseguido por fuertes columnas,se refugiaba en los montes, donde perma-cía algunos días, y en la mejor oportuni-dad volvía á la carga con tanto ardor y tandesusada intrepidez, que llegó á ser comoEscobedo. Naranjo, Rivera, Regules y Pue-blita: la constante pesadilla de franceses éimperialistas.

(vierto día tomaba á sorbos una taza dechocolate, en uno de tantos pueblos de Mi-choacán, cuando se le presentó un ayudan-te y le dio la noticia de que el enemigo en-traba por una calle de la población. Sincontrariarse y llevando en una mano la ta-za y en la otra la pie/a de pan, ordenó quese abocase un cañón de los que estaban lis-tos para partir, y cuando el adversario es-tuvo á. tiro mandó hacer fuego. Eí enemi-go se detuvo para organizar la embestida,pero cuando llego á la plaza, el Cral. Ar-

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174 EPISODIOS

teaga ya había salido con su tropa por elrumbo opuesto. El jefe francés que habíaatacado no encontró en la fonda más quelos asientos del desayuno de su rival.

Esa confianza desmedida y ese arrojo te-nierario fueron probable y desgraciada-mente las principales causas que lo per-dieron.

El imperialista Ramón Méndez, cono-ciendo la valía del jefe republicano y la fu-nesta importancia de sus ataques, dondequiera que se presentaba, le preparó unasorpresa, tan completa y ejecutada con talacuia y sigilo, que resultó imposible todointento de retirada.

La sorpresa se llevó á cabo en Santa AnaAmcatlán el 13 de Octubre de 1865, por unapartida de cien hombres al mando del te-niente Amado JRangel, que se había desli-zado por el centro de una cañada.

Méndez, entretanto, llamaba astutamen-te la atención por el rumbo de Tancítaro.

Las tropas federales descansaban tran-quilas, sabiendo que Solano por un lado yTapia por otro observaban los menores^mo-vimientos del enemigo. Más tarde se ase-guró, con algunos visos de verdad, que es-tos dos oficiales fueron comprados por losimperialistas en tres mil pesos. ^

A las once v medía de la mañana se ovó

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repentinamente en el campo republicanoel grito de ¡viva el Imperio! y el estallidode algunos disparos, que, naturalmente,produjeron el desconcierto en la fuerzadesprevenida.

Al Gral. Arteaga se le conducía prisio-nero entre los primeros que cayeron en po-der del enemigo, en camisa y sin sombre-ro, lo que mortificó mucho á ílangel, quienordenó inmediatamente á un soldado quefuera por las demás prendas de ropa.

Salazar y un grupo de valientes se sos-tuvieron tenasmienteen uuacasa, hasta quellegó Eangel en persona á intimar la ren-dit ion. Este grupo se entregó prisionerocon la promesa de que ao se atentaría con-tra su vida, promesa que fue indignamen-te violada por el Coronel Méndez el día 21.

Parece que el teniente Rangel desde al-gunos meses antes tenía la intención depasarse al bando republicano y aprove-chó la ocasión para exponer francamentesu propósito, pero Arteaga y Salazar noaceptaron la oferta, y ellos, por su parte,prefirieron correr la suerte que les depara-ban las fatales circunstancias.

El Jefe imperialista no cabía en sí de go-zo al ver el buen resultado de la sorpresay al día siguiente emprendió su marchat r iunfa l hacia Unmpan conduciendo íi los

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Kl'lSOJMOS II l."TÓl!ll'(

prisioneros con un verdadero lujo de pre-cauciones.

Al cabo de siete días, Ramón .VIende/llegaba á Uruapan, y en la misma noche,umi vez recibidos los impúdicos agasajos«le frailes y paniaguados (¡el Imperio, pasóen persona á comunicar á los prisioneros que.1 la mañana del día siguiente, 21 de Oc-tubre, serían fusilados, aviso que fue reci-bido por todos con estoica serenidad.

Ménde/. se había apresurado á comuni-car á Maximiliano su reciente victoria yle pedía instrucciones hipócritamente conrespecto A los prisioneros. La orden no sehizo esperar: ''¡-:ean—sin otra disyuntiva—-juzgados de conformidad con el texto dela Ley del ;> del presente."

En el mismo despacho iba para el impe-rialista .Ramón Méndez el nombramientode (¡enei'al de Brisada.

Si entre el montón de vergonzosas reli-quias que nos dejó el infeliz ensayo de Im-perio, no hubiese otro documento para juz-gar! e que la Ley del 3 de Octubre, ésta seríalo bastante para condenarle, porque dichaley no sólo fue irracional, sino degradantey oprobiosa en el más lato significado delos vocablos.

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¿Qué decía? Que el Emperador, cansa-do ya de las medidas de benignidad, pa-ciencia y conciliación, se veía cu oí tran-ce de apelar al rigor. Por tanto, á ]os que

fuesen sorprendidos en lo sucesivo con lasarmas en la mano, serían tomados por ban-didos, y como bandidos ejecutados sin mástrámites que los necesarios para ];l identi-ficación. Y cosa inaudita, igual pena seríaaplicarla., dentro de las primeras 24 horas.(i todos los que auxiliasen con dinero ó ar-mas Álosforngido* republicanos, á los quetuviesen comunicación con ellos, los ocul-tasen ó les vendiesen caballos y víveres.Más todavía, serían condenados á la. u l t imapena los que vertiesen especies falsas ó hi-ciesen demostraciones desagradables con-tra el beatífico Imperio. Las penas mássuaves consistían en multas de 25, 200,1000 y 2000 pesos, ¿para quienes? para los

•PROPIETARIOS que no diesen aviso dela presencia ó proximidad de gavillas re-publicanas.

Concluía la ley, como coronamiento desalvajada tan insigne, con esta declaración:"Queda prohibido, en todo caso, dar cursoá las solicitudes de indulto."

La Historia, cuyos fallos tienen que serinexorables porque es justa, lia recogido enSUR páginas ese documento y ha prorum-

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178 • EPISODIOS HisTÍ)Ku:o,s

dado en su contra Ja sentencia que mere-ce, para perenne escarmiento de IOH con-culeadores de los pueblos libres.

Momentos después de haberse noti ficadoá los prisioneros la terrible sentencia, Ar-teaga escribió á su querida, madre 1 a. si-guiente carta de despedida:

Uruapan, 20de Octubre de 18(>5.—Seño-ra Doña Apolonia Magallanes de Arteaga.—Mi adorada madre:—El 13 de Septiem-bre he sido hecho prisionero por las tro-pas imperialistas y mañana seré decapita-do: ruego á usted, mamá, me perdone ellargo tiempo que contra su voluntad he.seguido la carrera de las armas. Por más quehe procurado auxiliar á usted, no be te-nido recursos para hacerlo, si no fu6 loque en Abril le .mandé; pero queda Diosque no dejará perecer á vcl. y á mi hennu-nita la "yanquita" Trinidad. Porque nofuera á morirse de dolor, no le había par-ticipado la muerte de mi hermano Luis,que acaeció en Tuxpan en los primerosdías de Enero del. año pasado. Mamá, nodejo otra cosa que mi nombre sin man-cha, respecto á que nada de lo ajeno melie tomado, y tengo fe en que Dios meperdonará mis pecados y me recibirá ensu gloria. Muero como cristiano y me des-pido de vd., de Dolores v de toda Ja fami-

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K LA I.NTKUVJ;.NCIÚ.\'

lia, como su más obediente hijo... Q. g ^P._.Tos6 María Artoiga."

El intrépido Sala/ar también escribió lasiguienre carta, en que se ve la gran en-tereza del héroe:

"Uruapan, Octubre 26 de 1865— Idola-trada madre: Son las 7 de la noche y aca-bamos de ser sentenciados el General Ar-teaga, el Coronel Villagómez, otros tresjefes y yo. M i conciencia está, tranqui-la; bajo á la tumba álos treinta y tíos años,sin que haya una sola mancha en mi ca-rrera militar, ni el menor borrón en minombre. No llores, mamá, ten conformi-dad, pues el único delito de tu hijo con-siste en haber defendido una causa sagra-da: la Independencia de su patria Por es-te motivo se me va á fusilar. No tengo di-nero porque nada he podido ahorrar. Tedejo sin recursos, pero Dios es grande y U;socorrerá lo mismo que á mis hijos, quie-nes con orgullo llevan mi nombre ..........

Conduce, querida mamá, á mis hijos yhermanos por el sendero del honor, por-que el patíbulo no puede manchare! nom-bre de los leales.

¡Adiós, madre querida! En la tumbarecibiré tus bendiciones. Da un abrazo pormí á mi querido tío Luis, á Tecla, Lupeé Isabel; así como á mi tocayo, á, Carine-

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180 EPISODIOS HISTÓRICOS

lita, G'holita y Manuelita; dales muchosbesos y el adiós que les envío desde lomasprofundo de mi alma; dejo á la primerami reloj dorado, y á Manuel cuatro trajes.Muchas memorias á mis tíos, tías, primosy á todos los amigos fieles, y' tú, madremía, recibo el íiltimo adiós de tu afectísi-mo y obediente hijo que tanto te ama.—Carlos Saladar."

***Los hermosos tintes de la aurora, pre-

cursores del regio y majestuoso orto, co-menzaron á disipar l as negras sombras,los gallos saludaban el alba cou ertriden-tes clarinadas y los pájaros gorjeaban sucaución matinal con infinita dulzura. Lasbandas tocaron diana y los soldados, in-

• corporíxudose, comenzaron la tarea de le-vantar el campo. A las voces de los ofi-ciales se formó el cuadro y á la espaldadel Parían se situó un grupo de tiradorescon las armas al brazo.

A los pocos momentos llegaron los pri-sioneros conducidos por 1-a escolta. Losheroicos, los buenos hijos de la patria, losvalientes, los soldados de la libertad, ibaná morir.

¿Qué importaba que pagaran con el pa-tíbulo su delito de amar á la patria, si su

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]>K LA IVfHKVK.NOióX KnANWi^A. 1 8 1

conciencie! de ciudadanos estaba t ranqui-la y su honor de militares patriota? íí .«al-vo He toda mancilla?

¡En aquella alborada espléndida, . susnombres convertidos en astros, formabanuna nueva constelación en el hermoso cie-lo de México!

Los Generales José M. Arteagay CarlosSalazar, los Coroneles Trinidad Villago-mez y Jesús Díaz Paracho y el Comandan-te Juan González se estrecharon las ma-nos como buenos camaradas y se encara-ron con noble serenidad ante oí cuadro desus verdugos.

F/l oficial que dirigía la ejecución gritó:¡prepare»! ¡apunten! y antes de dc-cjr ¡fuego! elGral. Halagar, con la cabezalevantada y tocándose el corazón con Jadiestra, gritó con vo/ robusta, con esa vozque le era habitual para mandar: ¡AQUÍ .TRAÍDO RES!

FIN

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ÍNDICE.

Pásr,

La catástrofe de Chalchicomula 1Protesta del Cabildo de Guadalajara....;. 12El guerrillero Honorato Domínguez 19La muerte de Zaragoza 29Un hermoso rasgo de patriotismo 40El Fuerte de San Javier 50Una escena en la calle de la Estampa 62Santa Inés y Pitiminí 71El Valiente entre los Valientes 81Comonfort en San Lorenzo 88Un desafío romancesco 96Oficiales azotados en la vía pública 106¡Viva mi Presidente! 116Un 16 de Septiembre á orillas del Nazas.. 126Evasión del Gral. Diaz 137Batalla de Zontecomapan 148Escobedo en Monterrey 160¡Aquí, traidores! 170