xv aniversario de diario de...

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50 Desde su origen, la revista Diario de Campo comprendió que la documentación antropológica no se restringe a lo textual e incluyó en sus páginas materiales gráficos de diversos géneros, don- de confluía la estética con los datos que sólo el análisis de imágenes aporta a los estudiosos. Las portadas de los sucesivos números, que recogían algunos de los materiales más valiosos o im- pactantes, dejaron una marca indeleble en la memoria de los lectores. En este número, dedicado a celebrar la trayectoria de la revista, quisimos incluir un home- naje gráfico a los fotógrafos y archivistas que hicieron posible este acervo, al reimprimir una selección de 20 de las imágenes de portada más memorables de las dos épocas anteriores de Diario de Campo. Entre los fotógrafos que han colaborado con la revista se cuentan talentos como Ernesto Lehn, Ricardo Ramírez Arriola, Gloria Marvic, Zaida del Río, Evelyn Flores, Jorge Ceja, Juan Carlos Re- yes y Eduardo Williams. Del mismo modo, entre los archivos que han prestado sus imágenes a la revista se incluyen los fondos del propio INAH, como el Sistema Nacional de Fototecas, SINAFO-Fototeca Nacional, el Museo Nacional del Virreinato, la Fototeca del Museo Nacional de las Culturas y los fondos Ca- sasola y Nacho López. También han colaborado archivos como el de la Texas Tech University Press, el Archivo Histórico del Distrito Federal “Carlos de Sigüenza y Góngora”, el Museo Regio- nal de Guanajuato-Alhóndiga de Granaditas y el Fondo Etnográfico de la Fototeca Culhuacán. XV aniversario de Diario de Campo

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Desde su origen, la revista Diario de Campo comprendió que la documentación antropológica

no se restringe a lo textual e incluyó en sus páginas materiales gráficos de diversos géneros, don-

de confluía la estética con los datos que sólo el análisis de imágenes aporta a los estudiosos. Las

portadas de los sucesivos números, que recogían algunos de los materiales más valiosos o im-

pactantes, dejaron una marca indeleble en la memoria de los lectores.

En este número, dedicado a celebrar la trayectoria de la revista, quisimos incluir un home-

naje gráfico a los fotógrafos y archivistas que hicieron posible este acervo, al reimprimir una

selección de 20 de las imágenes de portada más memorables de las dos épocas anteriores de

Diario de Campo.

Entre los fotógrafos que han colaborado con la revista se cuentan talentos como Ernesto Lehn,

Ricardo Ramírez Arriola, Gloria Marvic, Zaida del Río, Evelyn Flores, Jorge Ceja, Juan Carlos Re-

yes y Eduardo Williams.

Del mismo modo, entre los archivos que han prestado sus imágenes a la revista se incluyen

los fondos del propio inah, como el Sistema Nacional de Fototecas, sinafo-Fototeca Nacional, el

Museo Nacional del Virreinato, la Fototeca del Museo Nacional de las Culturas y los fondos Ca-

sasola y Nacho López. También han colaborado archivos como el de la Texas Tech University

Press, el Archivo Histórico del Distrito Federal “Carlos de Sigüenza y Góngora”, el Museo Regio-

nal de Guanajuato-Alhóndiga de Granaditas y el Fondo Etnográfico de la Fototeca Culhuacán.

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Lourdes Báez Cubero, Gabriela Garret Ríos, David Pérez González, Beatriz More-no Alcántara, Ulises Julio Fierro Alonso y Milton Gabriel Hernández García (coords.), Los pueblos indígenas de Hidalgo. Atlas etnográfico, México, Gobierno del Estado de Hidalgo/inah, 2012

Ana María Salazar Peralta*

El proyecto de investigación del Atlas Et-

nográfico de México, desarrollado entre

1999 y 2012 por iniciativa de la Coordi-

nación Nacional de Antropología, marcó

en la historia de la antropología mexi-

cana un esfuerzo institucional de suma

relevancia respecto a la atención de la di-

versidad cultural en nuestro país. Ahí se

reflexiona en torno a los siguientes temas

y problemas: estructura social y organiza-

ción comunitaria; territorialidad, santua-

rios y ciclos de peregrinación; relaciones

interétnicas e identidad; sistemas norma-

tivos, conflicto y nuevas tendencias re-

ligiosas; procesos rituales; cosmovisión

y mitología; chamanismo y nahualismo;

patrimonio biocultural de los pueblos in-

dígenas de México, así como la migración

indígena (causas y efectos en la cultura,

la economía y la población). Todos estos

son de suma importancia para entender

los significados socioculturales, económi-

cos y políticos, además de su inserción en

el Estado-nación multicultural en el pre-

sente de la globalización económica.

En consonancia, el “Equipo regional del

valle del Mezquital, Hidalgo”, coordinado

desde la Subdirección de Etnografía del

Museo Nacional de Antropología, se unió

en la práctica a la reflexión de “eso que

llaman antropología”, es decir, un aporte

crítico de los antropólogos reflexivos res-

pecto al “indigenismo institucional”, que

señalaba el atraso y la invisibilización del

vertiginoso proceso de cambio cultural en

las comunidades indígenas de México, al

cuestionar a esas etnografías que pare-

cían estáticas frente al proceso de la for-

mación social mexicana.

Lo anterior fue resultado de la expan-

sión capitalista en nuestro país, lo cual

impulsó la conformación de las Declara-

ciones de Barbados I y II, y junto a ellas

el surgimiento del “etnodesarrollo” y el

reconocimiento del “control cultural de

las comunidades indígenas de México”.

En tales posturas subyace el plantea-

miento contestatario de la antropología

mexicana frente al rezago y la injusti-

cia social concerniente al reconocimien-

to de la diversidad y el multiculturalismo

ejercido por el Estado-nación, así como

a la composición pluricultural de la po-

blación que habita la nación mexicana.

De manera acuciosa, el equipo citado

organizó a un grupo profesional de inves-

tigación para atender los temas y proble-

mas planteados como coordenadas para

avanzar en su estudio histórico-cultural

y aportar conocimiento científico en tor-

no a las particularidades culturales de

las comunidades hnähñüs, en 39 colabo-

raciones, divididas en 22 capítulos, que

conforman un vasto compendio de curio-

sidades científicas interdisciplinarias que

conforman una narrativa etnográfica de

profundo contenido cualitativo.

Ésta, a su vez, aporta un enfoque de di-

vulgación mediante un lenguaje amable y

fluido que deja de lado la pedantería aca-

demicista para aportar, a manera de viñe-

tas, miradas empíricas de las culturas de

la entidad, estudiadas a profundidad y con

grandes reflexiones teóricas en torno a la

interpretación antropológica. Todo ello se

resume en 412 páginas, que incluyen una

rica bibliografía que pone al día el estado

de la cuestión.

La antología deja establecido el objeti-

vo de mirar la diversidad cultural hhähñü

al corroborar la vitalidad de las formas de

organización social, de sus tradiciones y

de su ancestral cultura. Por medio de un

interesante inventario académico este

volumen permite valorar la persistencia

de la riqueza cultural de las comunida-

des de filiación otopame, en particular las

establecidas en el territorio del estado de

Hidalgo y las entidades vecinas (Queré-

taro, San Luis Potosí, Veracruz, Puebla,

Tlaxcala y Estado de México), por cuyas

fronteras permea la identidad y filiación

de esta familia lingüística, las cuales se

matizan en una serie de estudios con-

cretos que dan una profundidad histórico

cultural a aspectos “ecológicos regiona-

les, procesos productivos e interrelacio-

nes étnico-culturales, de circulación de

bienes e ideas”, e incluso de “parentes-

co y patrones de residencia”, además de

“consumo ritual y cultural”, que impri-

men de policromía a la diversidad cultu-

ral abordada.

De este modo se establece que la cul-

tura otopame es una de las grandes cul-

turas mesoamericanas que a lo largo de

la historia dejaron huella del estableci-

miento de alianzas y fronteras étnicas,

por medio de las cuales se conformó una

extensión territorial cuyos enclaves se ex-

tienden hasta hoy desde el Altiplano Cen-

tral hasta la región del Golfo y la frontera

con Aridoamérica.

* Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam ([email protected])

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En la actualidad existen comunidades

de origen otomí en Guanajuato, Veracruz,

Puebla, Michoacán, Tlaxcala, Queréta-

ro, Hidalgo y el Estado de México. Como

efecto del proceso histórico y la forma-

ción social mexicana, se extienden inclu-

so allende la frontera con Estados Unidos,

en poblaciones como Clearwater, en el

sur del estado de Florida, además de otras

entidades del país vecino.

El estado de Hidalgo, explican los coor-

dinadores del volumen, se divide en tres

regiones culturalmente diferenciadas:

otomí, nahua y tepehua. Éstas se ex-

tienden por sus interacciones culturales

con la vecindad a los grupos totonacos y

huastecos. Históricamente, en el territorio

hidalguense se establecieron dos grandes

polos de atracción y vínculos intercultura-

les con la cuenca de México y con la cos-

ta del Golfo, primordiales en el proceso de

formación social y cultural. La antigüe-

dad de este proceso tiene una importan-

cia fundamental para entender el proceso

civilizatorio mesoamericano, junto con la

profundidad histórica de la presencia de la

familia otopame en diversas regiones del

Altiplano Central.

Los estudios arqueológicos en la enti-

dad, en especial los que se presentan en

este volumen, evidencian que las pobla-

ciones cazadoras-recolectoras protooto-

mangues habitaron Teotihuacán, Tula y

otros importantes centros poblacionales

desde hace unos siete mil años, y desde

el tercer milenio antes de nuestra era de-

sarrollaron una economía agrícola inci-

piente para la subsistencia. Se infiere así

que la agricultura propició el incremen-

to y la expansión poblacional que dio lu-

gar a las sociedades estatales del México

antiguo.

La relevancia histórica cultural de los

hnähñü, la cual se enfatiza en este volu-

men, apunta a que lejos de ser interpre-

tados por la academia como “los dueños

del silencio” –como alguna vez los nom-

bró Jacques Galinier–, con el dato duro de

la investigación arqueológica y de la ge-

nética humana contemporánea se reivin-

dica su preeminencia y temporalidad.

La información señala que la presen-

cia y antigüedad de este pueblo es de

suma importancia para entender el pro-

ceso civilizatorio mesoamericano, en el

que se conjuga la exuberante cosmo-

visión indígena, que integró una espe-

cialización económica alcanzada por la

domesticación y explotación del maguey,

así como un excepcional panteón religio-

so más tarde compartido con los pueblos

nahuas, de cuya preeminencia quedó

huella por cuanto a númenes como la

luna, deidad netamente otomí cuyo sim-

bolismo se relaciona con el pie-conejo,

deidades cuyas ofrendas se asociaban

con el culto lunar, el agua, la fertilidad y

los mantenimientos.

La cosmogonía y explotación del ma-

guey se presentan en el magnífico traba-

jo en torno al pulque, así como su matriz

cultural, también compartida en la región

otomí mazahua del noroeste del Estado

de México y las variantes tecnológicas de

su proceso productivo, cuya persistencia

se sostiene a lo largo del tiempo no sólo

en términos de filiación, sino también res-

pecto a la nutrición y supervivencia.

Las poblaciones de las regiones semiá-

ridas como la región del valle del Mez-

quital, donde se desarrolló la explotación

del maguey, se han sostenido mediante la

agricultura precaria con el aporte de es-

ta planta, al que se suman otras especies

que generan fibras para crear segmentos

productivos de gran diversidad creativa;

por ejemplo, para la circulación de bienes

y objetos de uso doméstico que más tarde

cobran importancia para el mercado. Es-

tas formas productivas y económicas han

sido el sostén de una población creciente

que suele hallarse en condiciones de po-

breza, aparejadas con bajos índices nutri-

mentales –los mismos que históricamente

se abatieron por la ingesta del pulque y

otros productos estacionales como los in-

sectos, ricos en proteína y nutrientes, pro-

ducto de estas regiones semiáridas.

En materia de organización social se

distinguen las formas colectivas y los usos

y costumbres de raigambre hñähñü den-

tro de los sistemas normativos indígenas,

en los que se sustentan los antiguos de-

rechos de sangre y de tierra en el mundo

mesoamericano, así como en las repúbli-

cas de indios, además de su adecuación

en el mundo novohispano, de la misma

forma que los conflictos y revueltas in-

dígenas en contra de la dominación y el

despojo territorial. Lo anterior es mues-

tra de esa raigambre rebelde de la matriz

cultural hñähñü y su tránsito histórico co-

mo resultado de las legislaciones decimo-

nónicas liberales, las cuales disolvieron la

tenencia del territorio de los pueblos in-

dios y los bienes de la Iglesia, al homo-

logarlas como si ambas fueran bienes

de manos muertas. Esto motivó el surgi-

miento de los movimientos indígenas en

la región de Ixmiquilpan, que desde en-

tonces reivindicaban el reconocimiento

indígena y la redistribución de la riqueza,

notoriamente invisibilizados en los tribu-

nales. Sin embargo, la prensa del siglo xix

los consignó con amplitud, cuyos docu-

mentos son analizados a profundidad por

los coautores del volumen.

La religiosidad y organización de la vi-

da ceremonial abordados en el libro dan

cuenta de una riqueza exuberante, con

expresiones únicas en creatividad cultu-

ral. Se trata de dimensiones que amalga-

man el plano de lo religioso con el plano

cotidiano de las mujeres, quienes visten a

sus familias con la indumentaria tradicio-

nal, pero también lo hacen con sus deida-

des en el “costumbre” o vida ceremonial.

Esto constituye dispositivos sociales y cul-

turales cuyo objetivo consiste en restable-

cer el equilibrio del cosmos por medio de

la adivinación, la salud y el propio orden

del cosmos. En el costumbre se articulan

también expresiones estéticas al compás

de la música ritual del canto y la danza,

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que crean y recrean el simbolismo cos-

mogónico ancestral.

Respecto a los sistemas productivos,

además de los remanentes de cazado-

res-recolectores y de la agricultura tem-

prana se estudian los sistemas extractivos

de la minería en Zimapán y su influen-

cia en otros sistemas productivos articu-

lados con la misma, como los ranchos y

haciendas productores de bienes para la

minería, pero también con las haciendas

pulqueras de Apan y Tulancingo, ya que

junto a éstas hallamos la producción de

textiles y la extendida producción de ga-

nado lanar en la entidad. Todo ello sirve

de antecedente para entender el proceso

histórico y el tránsito a la realidad con-

temporánea, donde las contradicciones

estructurales impusieron el desmantela-

miento de la estructura agraria y, con ello,

la expulsión de la mano de obra (un pro-

ceso que parece confirmar el aforismo de

Gamio ”México, un país de migrantes”).

Otros aspectos de igual relevancia se re-

lacionan con la imposición del monolin-

güismo como estrategia de integración, lo

cual no resolvió la desigualdad social ni

la discriminación de la sociedad nacional

respecto los pueblos indígenas.

Se trata en suma de un volumen que

no insiste en el tema de la igualdad del

Estado multicultural, el mismo que encu-

bre la desigualdad social y la carencia de

democracia. Por el contrario, los ensayos

exponen la preocupación de los lingüistas

respecto a la diglosia y el desplazamien-

to lingüístico, aspectos de gran relevan-

cia para comprender el enorme peso del

sistema educativo mexicano en la res-

ponsabilidad en cuanto al desplazamien-

to lingüístico de los hablantes de lenguas

amerindias y su discriminación social. Es-

te proceso ha mostrado la inoperancia del

modelo multicultural como sustento para

la arquitectura del Estado-nación, caren-

te de una auténtica democracia.

Los ensayos que abordan esta realidad

explican que el reconocimiento a los de-

rechos lingüísticos y el reconocimiento de

los derechos culturales harán avanzar la

posibilidad de construir un México pluri-

cultural y pluriétnico, con el que se erigirá

una verdadera perspectiva intercultural,

inclusiva y democrática. Para que ello se

consolide, tendrá que haber un reconoci-

miento a la diferencia de clase, género y

cultura, la cual respete a los ciudadanos,

cualesquiera que sean sus orígenes y con-

dición social, de modo que sean visibles

y considerados en el escenario político y

cultural de esta gran nación mexicana, y

se dé lugar a ciudadanos orgullosos de su

origen y pertenencia étnica.

• • •

Sydney Mintz y Richard Price, El origen de la cultura africano-americana. Una pers-pectiva antropológica, México, ciesas/uam/uia, 2012

Gabriela Iturralde Nieto*

Las formas de vida cotidiana, las crea-

ciones artísticas y las ideas sobre el mun-

do material y simbólico de las poblaciones

afrodescendientes en las Américas, ¿se

deben comprender como huellas de la he-

rencia de las culturas de origen en África?

O, por el contrario, ¿podemos conside-

rarlas como nuevas culturas en perma-

nente creación, en las que se elaboran y

expresan la vida compartida con diver-

sos grupos sociales en diversos contex-

tos espacio temporales? Son preguntas

que desde varias perspectivas atraviesan

los debates sobre los estudios sobre po-

blación afrodescendiente en las Américas,

enmarcados en un debate más amplio so-

bre las identidades étnico-raciales que

discuten su carácter esencial o construido.

Desde hace al menos 20 años se ob-

serva en América Latina un importante

proceso de visibilización de las colectivi-

dades y organizaciones afrodescendien-

tes, que reclaman ser reconocidas como

parte de la historia y del presente de este

continente, exigen el pleno ejercicio de

sus derechos y una vida libre de racismo.

En este contexto los estudios sobre las

comunidades afrodescendientes parecen

“ponerse de moda”, y debates que pare-

cían superados adquieren nueva vigencia

–como el mencionado antes.

Este texto tiene como propósito rese-

ñar de manera breve un libro de reciente

publicación en México, que sin duda es

una lectura obligada para los interesados

en documentar y comprender los proce-

sos de intercambio social a que dio lugar

la llegada a nuestro continente, a partir

del siglo xvi y hasta el xix, de personas

de origen africano esclavizadas y libres.

El Centro de Investigaciones y Estu-

dios Superiores en Antropología Social

(ciesas), junto con la Universidad Ibe-

roamericana (uia) y la Universidad Autó-

noma Metropolitana (uam) se han dado

a la tarea de publicar una colección de

clásicos de la antropología. Su principal

objetivo es acercar a nuevos lectores

textos que han construido el acervo de

conocimiento de esta disciplina.

Los editores de la colección acertaron

al incluir allí esta obra de Sidney Mintz y

Richard Price, El origen de la cultura afri-

cano-americana. Una perspectiva antro-

pológica. Publicada originalmente hace

casi 40 años, fue y sigue siendo, como lo

señalan atinadamente Catherine Good y

María Elisa Velázquez en el prólogo a es-

ta primera edición en español, un partea-

guas en los estudios sobre las culturas y

colectividades de la diáspora africana en

las Américas, pues sentó las bases para

el desarrollo de una comprensión holís-

tica de los procesos experimentados por

las poblaciones de origen africano en el

continente y sus creaciones culturales.

Los autores plantearon, en su momen-

to, una ruptura metodológica con las tra-

* Docente de la maestría en estudios latino- americanos, unam ([email protected])

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diciones de la antropología culturalista,

que a grandes rasgos comprendía la ex-

periencia de africanos y afrodescendien-

tes en las Américas, al considerar que

las formas de vida contemporáneas eran

una expresión del legado cultural del pa-

sado africano que había sobrevivido, un

poco de manera milagrosa, a los avata-

res de la esclavización y el colonialismo,

así como a otros que sostenían que en

el caso de la población de origen africa-

no –debido al atraso de sus culturas de

origen–, éstas habían sido incapaces de

sobrevivir y se trataba de colectividades

que reproducían la cultura dominante en

forma sistemática.

Los autores proponen alternativas

analíticas a la identificación y clasifica-

ción de las expresiones culturales de las

colectividades contemporáneas en clave

de pervivencia o franca pérdida cultural

de sus culturas ancestrales, una orienta-

ción centrada en la comparación de la

experiencia de las comunidades africa-

no-americanas con sus comunidades de

origen –aquéllas del pasado histórico o

con las comunidades contemporáneas

en África–, al hacer caso omiso de las

influencias que los contextos espacio-

temporales tienen sobre la producción

cultural, tanto material como inmaterial,

de cualquier sociedad.

Mintz y Price proponen en este libro

–y de ahí su importancia– un modelo de

aproximación teórico-metodológica para

estudiar y comprender el surgimiento o

nacimiento –como lo dice su título en in-

glés– de “nuevas culturas”. Para estudiar

las expresiones culturales, la vida mate-

rial y simbólica de los grupos, pueblos o

comunidades “diferenciadas” sugieren

partir de la comprensión de la cultura

como complejos sistemas de produc-

ción material y simbólica en permanente

transformación, los cuales adecuan los

bagajes ancestrales a los contextos ac-

tuales y recrean viejos saberes en rela-

ción con nuevos paisajes.

Afirman que las sociedades y culturas

africano-americanas no son portadoras

inmaculadas de la cultura africana –si es

que se puede hablar de ella en singular–

ni recipientes vacíos que aceptaron de

modo irreflexivo las imposiciones cultu-

rales de los grupos dominantes. Se trata

de nuevas formas de expresión surgidas

del intercambio –conflictivo o armonio-

so– con otros grupos, en nuevos espa-

cios y en diversos contextos sociales y

económicos donde los afrodescendien-

tes esclavizados o en libertad requirieron

crear y recrear nuevas reglas de paren-

tesco, maneras de hablar, comer, vestir,

festejar; en resumen, de interpretar el

mundo y su situación en él.

Esta propuesta nos ayuda a compren-

der los complejos procesos mediante los

cuales las sociedades crean y reproducen

recursos para existir, darle sentido a la

vida e imaginar el futuro; nos aleja de

comprensiones maniqueas o simplistas

que han conducido a la esencialización

de las identidades y, a la larga, a la fol-

clorización de las prácticas de la cultu-

ra y del patrimonio cultural. Así pues,

contar con este libro en español –a casi

cuatro décadas de su publicación origi-

nal– contribuye a alimentar, enriquecer y

quizá dilucidar un debate al parecer aún

vigente en el estudio y comprensión de

las etnicidades, y de manera particular

de las identidades afrodescendientes,

además de que contribuye a esclarecer

el quehacer del científico social ante es-

tos procesos.

Entre los estudiosos interesados en

conocer, documentar, analizar la vida

y las expresiones de la cultura de las

poblaciones afrodescendientes contem-

poráneas, algunos insisten en afirmar

que la vida material y el patrimonio de

estos pueblos son expresión de una he-

rencia cultural “intacta” trasladada hace

500 años y que se expresa hoy en día sin

cambio o con pequeñas modificaciones.

Ante ello, la labor de los etnólogos y an-

tropólogos consiste en ordenar, clasificar

y catalogar estas prácticas para identifi-

car su origen y preservar su pureza en la

medida de lo posible.

Otros trabajan con base en la consi-

deración de que nos situamos frente a

sujetos con agencia, colectividades vi-

vas y creadoras, y por lo mismo que el

quehacer del investigador es tratar de

comprender cuáles fueron y son los con-

textos históricos, sociales y espaciales

en que han nacido las culturas africano-

americanas, cómo se sitúan y expresan

estas identidades en la actualidad y có-

mo el patrimonio artístico y cultural es

empleado como herramienta para inser-

tarse en los distintos contextos locales,

nacionales y regionales.

En relación con la población afro-

descendiente, en México vivimos un

momento muy importante en el que las

comunidades y asociaciones han levan-

tado en forma vigorosa su demanda de

visibilización y reconocimiento de su

presencia y participación en la construc-

ción de la nación.

La lectura de un trabajo como éste re-

sulta imprescindible para documentar y

comprender con mayor precisión la his-

toria de la población afromexicana, las

distintas modalidades de expresión ac-

tual de estas identidades y los procesos

políticos que se están desarrollando.

Dos apostillas sobre la publicación:

La primera tiene que ver con la porta-

da. Considero –y creo que me hago eco

de la opinión de varios colegas– que se

hizo una elección desafortunada al in-

cluir la foto que ilustra los forros. Por lo

común, allí se busca hacer una síntesis

gráfica del contenido del texto, por lo

que la imagen seleccionado resulta una

expresión contraria de aquello a lo que

se refiere el libro. Si bien al caminar por

las calles y plazas de La Habana vieja

o de Cartagena es posible encontrar a

mujeres que pasean así ataviadas, con-

sidero que asumirlas como la más signi-

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ficativa representación de estas nuevas

culturas no es atinado. Estos personajes

–no lo olvidemos– se encuentran ata-

viadas de esta forma en reclamo para el

turismo, al poner de relieve los clichés

asociados con la población afrodescen-

diente: el desenfado, la provocación y la

estridencia. Los afrodescendientes en las

Américas forman parte de las sociedades

modernas; muchas personas se dedican

a las labores del campo; otras a los ser-

vicios; hombres y mujeres son médicos,

maestros, antropólogos y abogados.

Las comunidades y personas afrodes-

cendientes en nuestro continente han

creado un sinfín de referentes culturales

que constituyen una mejor síntesis gráfi-

ca: pensemos, por ejemplo, en la pintura

naíf de Haití, los cuadros de Jacob Lawren-

ce o, sin ir más lejos, los grabados que ha-

cen los miembros del taller Cimarrón en

el Ciruelo, en la Costa Chica. Reproducir

los clichés no contribuye a desarrollar

comprensiones complejas sobre los fenó-

menos de la cultura y la política que in-

volucran a la población afrodescendiente.

La segunda se relaciona con la traducción

del texto: para un lector que conoce la

versión en inglés existen imprecisiones

que muy probablemente no tengan rele-

vancia. Pero hay otras que resultan signi-

ficativas, y aquí sólo me referiré a una. En

el texto se traduce la expresión propia de

la literatura en inglés sobre el comercio

de personas esclavizadas, middle passage,

como “pasaje medio” (p. 36). Esta expre-

sión hace referencia al viaje que hacían a

través del Atlántico, desde la Costa Occi-

dental de África hasta las islas del Cari-

be, los “barcos negreros”, que constituía

la parte más larga de esta travesía. Estoy

convencida de que en lugar de la traduc-

ción literal habría sido más atinado hablar

de “viaje atlántico”, “travesía atlántica” o

incluso “travesía intermedia”, fórmula

que se utiliza en la traducción al texto de

Mannix y Cowly Historia de la trata negrera

(Alianza, 1968).

El “pasaje medio” es una expresión

que en español carece de sentido en el

contexto de este libro, y sin una nota al

pie del traductor el lector no especializa-

do y que no conoce la versión en inglés

se perderá de una importante referencia.

Desde la perspectiva de los autores, la

travesía atlántica, lejos de convertirse

sólo en una experiencia traumática o en

un reservorio cultural, implica el primer

contexto de elaboración de las nuevas

creaciones culturales, con lo que disien-

ten de otras perspectivas analíticas, so-

bre todo de aquellas que consideran que

“la cultura” africana no sufrió modifica-

ción alguna a pesar de las circulaciones

e intercambios experimentados desde el

primer momento de viaje de las personas

esclavizadas, o que encuentran en esta

experiencia el argumento para justificar

una supuesta “carencia” de cultura, que

habría sido vaciada y extinta por el im-

pacto de la dominación. Con base en su

propuesta, los autores sugieren analizar

este contexto en su complejidad, tanto

como un espacio traumático como de

intercambio social y creación cultural.

En síntesis, la publicación en español

de este texto es motivo de celebración y

una gran oportunidad para que las perso-

nas que ya lo conocían lo relean y, sobre

todo, para que los jóvenes investigado-

res interesados en estos temas se hagan

de más herramientas para comprender y

explicar las diversas y complejas formas

en que se experimenta la afrodescenden-

cia en nuestro continente.

• • •

Sydney Mintz y Richard Price, El origen de la cultura africano-americana. Una pers-pectiva antropológica, México, ciesas/uam/uia, 2012

María Camila Díaz Casas*

La traducción del clásico The Birth of

African-American culture de Richard Price

y Sidney Mintz ha sido muy bien recibida

por la comunidad académica mexicana y

latinoamericana, en especial por los es-

tudiosos de los grupos afrodescendien-

tes en América. Esta obra ha sido por

muchos años la guía metodológica de

varios investigadores, por lo que su tra-

ducción al español posibilitará que per-

manezca como un referente importante

para los interesados en temas como la

creación de la cultura africano-america-

na, la esclavitud, la participación de los

esclavizados como agentes históricos en

las sociedades coloniales y en los pro-

cesos de transferencia, cambio y adap-

tación cultural.

Las reflexiones desarrolladas por Mintz

y Price entre 1972 y 1973, publicadas por

primera vez en 1976, aún poseen una im-

portante vigencia teórica y metodológica

en las ciencias sociales en general. Como

era la intención de los autores, desde su

publicación el texto se convirtió en un

manual de estrategias para estudiar el pa-

sado africano-americano y ha alentado a

los historiadores, antropólogos y otros in-

* Escuela Nacional de Antropología e Histo-ria, inah ([email protected])

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vestigadores a adentrarse en los estudios

africano-americanos y a emplear modelos

conceptuales acordes con la complejidad

de los temas que se tratan en el texto.

Es posible identificar varios puntos

para comentar respecto a este libro. Sin

embargo, la reseña se dividirá en cua-

tro ejes temáticos que resumen algunas

apreciaciones sobre el texto. En primer

lugar se abordará de manera general el

contenido del libro. En segundo lugar se

explicarán cuáles han sido los aportes

de Mintz y Price a los estudios sobre la

población afrodescendiente en la antro-

pología y la historia. En tercer lugar se

comentarán los aportes de los autores

para entender la esclavitud en Améri-

ca, y por último se retomarán algunos

elementos críticos frente al texto y su

aplicación en el estudio de la población

afrodescendiente en México.1

Primera parte: contenido del texto

Los autores dividen su texto en seis capí-

tulos en los que se desarrollan varias dis-

cusiones respecto a cómo aproximarse a

la historia de la cultura africano-ameri-

cana, al presuponer que ningún grupo

humano puede transferir sus formas de

vida, valores y creencias de un lugar a

otro sin ningún cambio, y que la variedad

y fuerza de las transferencias se limitan

ante variables como las características y

materiales del entorno anfitrión.

En este sentido Mintz y Price proponen

reconsiderar el modelo del encuentro que

presupone la existencia de una cultura

africana y una europea, al argumentar la

heterogeneidad de la procedencia cultural

entre los africanos que se establecieron

en el continente americano. Asimismo,

para los autores esa heterogeneidad de-

muestra cómo los africanos en América

se convirtieron en una comunidad cuando

comenzaron a compartir una cultura, es

decir, cuando ellos mismos la crearon en

el nuevo entorno. De ahí que hagan énfa-

sis en el cambio y las discontinuidades y

critiquen que la cultura sea vista como un

todo indiferenciado y estático.

En varios capítulos del libro señalan

que los esclavos crearon instituciones2

para cumplir con sus propósitos coti-

dianos. Estas instituciones, de alcance

limitado, servían como puentes entre

esclavizados y libres, y a su vez provo-

caron interacciones que influyeron en las

nuevas culturas y las nuevas sociedades

que tomaron forma bajo el sistema es-

clavista. Por otro lado, en los límites de

maniobra que les permitía el poder de

los amos, los esclavizados crearon otras

instituciones para organizar su vida, ta-

les como el establecimiento de amista-

des, el desarrollo de grupos familiares,

la construcción de unidades domésticas,

los nacimientos, muertes, enfermedades

y la instauración de grupos religiosos. A

partir de estos argumentos Mintz y Price

explican que los procesos de formación

cultural no fueron unilaterales ni se ca-

racterizaron en exclusiva por la imposi-

ción de firmas europeas sobre africanos

pasivos y homogéneos.

Así, para Mintz y Price la creación

cultural por parte de los esclavizados

se inició con las primeras interacciones

y mediante la lucha con los traumas de

captura, esclavización y transporte. Por

ello expresan que, a pesar de las crueles

y deshumanizadoras condiciones de la

trata esclavista, los esclavizados africa-

nos no fueron víctimas pasivas; es decir,

además de actos de resistencia los es-

clavizados también sumaron esfuerzos

cooperativos que podrían mirarse como

los inicios de la cultura y la sociedad

africano-americana.

Aun así los autores explican que las

culturas africano-americanas se forma-

ron durante los primeros años de asen-

tamiento en los territorios americanos,

como se observa en aspectos como la

lengua y la religión. Los ejemplos reto-

mados son de Surinam, por lo que ex-

ponen que el surgimiento de una nueva

lengua criolla basada en el inglés con

varias denominaciones, como “inglés ne-

gro” o “surinaams”, surgió en las dos pri-

meras décadas de la colonia. Asimismo

explican que el grupo cimarrón saramaka

realiza prácticas religiosas similares a las

de los criollos de la región de Pará, donde

se estableció la plantación, debido a que

los cimarrones que huyeron a finales del

siglo xvii a los bosques del interior lleva-

ron consigo prácticas religiosas también

aprendidas en la plantación.

En este sentido Mintz y Price no nie-

gan las retenciones o supervivencias cul-

turales en los africano-americanos, sino

que complejizan esta idea al argumentar

que, dado que la cultura es cambiante

y dinámica, se necesita estudiar en qué

contextos y coyunturas se presentan la

persistencia y el cambio. De este modo

resaltan la necesidad de comprender el

pasado de los pueblos africano-ameri-

canos para comprender su presente y la

importancia de las claves del presente

para entender el pasado y llevarlas al

trabajo de archivo.

Los autores concluyen que ni el con-

texto social ni las tradiciones culturales

explican por sí solos las instituciones

africano-americanas. En consecuencia,

para entender la historia de la cultura

africano-americana es necesario partir

de la idea de que ésta no es sólo pro-

ducto de las huellas de africanía ni de la

completa innovación en América. Por el

1 A manera de aclaración, cuando se utiliza el término “afroamericano” se hace referen-cia a los afrodescendientes de Estados Uni-dos, y cuando se dice “africano-americano”, a los afrodescendientes del continente ame-ricano. De esta manera aparece en la traduc-ción, por lo que aquí se busca respetar las denominaciones que aparecen en el texto.

2 Para comprobar este planteamiento, los autores definen institución como las inte-racciones sociales que adquieren un carác-ter normativo y que se puede emplear para cubrir necesidades recurrentes (p. 65).

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77

contrario, ésta fue posible gracias a la

creación y remodelación cultural en las

muy particulares condiciones sociales,

políticas, económicas y culturales que

dieron forma a ese proceso.

Segunda parte: aportes al estudio de

los afrodescendientes desde la antro-

pología y la historia

En la introducción y el prólogo Mintz y

Price advierten que su publicación se

enmarcó en la lucha por los derechos

civiles de la población afroamericana en

Estados Unidos y en el establecimiento

de programas de estudios afroameri-

canos en las universidades de ese país,

producto del interés académico genera-

do por la movilización política de la po-

blación afrodescendiente.

En ese contexto existían fuertes pola-

rizaciones a la hora de explicar la cultura

de los afroamericanos. Los autores seña-

lan dos tendencias: la primera afirmaba

que las expresiones culturales de la po-

blación afroamericana eran legados de

África y así se explicaba su particularidad,

mientras que la segunda sostenía que los

africanos introducidos a territorio esta-

dounidense nunca se asimilaron al resto

de la sociedad, por lo que sus repertorios

culturales fueron producto de la margina-

ción, la exclusión y la ignorancia.

Resulta evidente que el texto de Mintz

y Price hizo posible matizar tales posicio-

nes, al tiempo que puso sobre la mesa el

debate respecto a las retenciones cultura-

les africanas, su permanencia o su inexis-

tencia. Sobre esto habría que recordar

que, en el estudio de la etnicidad desde

la antropología, se desarrollaron dos co-

rrientes denominadas constructivismo y

esencialismo. Desde el primer enfoque se

argumenta a la etnicidad como producto

de una construcción histórica, mientras

que desde el segundo se concibe a la et-

nicidad como una característica esencial

que diferencia a determinadas poblacio-

nes de otras. Traducido al estudio de las

poblaciones afrodescendientes, lo ante-

rior significó, del lado esencialista, que

las tradiciones culturales africanas eran

una esencia que permanecía por medio

del tiempo y se observaba en las expre-

siones culturales afroamericanas. Del

lado constructivista significó que esas

expresiones culturales debían ser vistas a

partir de la historización, eventualización

y desnaturalización de los supuestos que

implicarían un ser-esencial compartido.

Por consiguiente, para resumir el debate

a grandes rasgos, se diría que mientras

del lado esencialista los antropólogos se

dedicaron a buscar huellas de africanías

en los comportamientos contemporá-

neos, los constructivistas negaban que

estos comportamientos tuvieran sus raí-

ces en África.

A partir del rechazo de las numerosas

presunciones acríticas de qué se en-

tiende o no por africano, Mintz y Price

aportan estrategias metodológicas que

se ubican en un punto intermedio del

debate entre constructivismo y esencia-

lismo. Precisamente este texto, concebi-

do por sus autores como un manual para

orientar los estudios sobre la población

africanoamericana, sugiere un argu-

mento fundamental para el estudio de

la población afrodescendiente: entender

la cultura africano-americana como una

creación realizada por los sujetos impli-

cados a partir de su bagaje cultural ad-

quirido en África, pero también a partir

de las nuevas condiciones, las formas de

asentamiento, las interacciones con los

demás, las necesidades cotidianas y la

relativa autonomía del poder de los es-

clavistas que gozaron en América.

Con esta idea los autores no pretenden

negar la existencia de elementos africa-

nos en las culturas forjadas en América,

como se les acusó en la década de 1970.

Por el contrario, hacen un llamado a

pensar el tema de acuerdo con su com-

plejidad y a emplear una mayor sutileza

analítica y mayor investigación socio-

histórica para ello. De esta manera nos

conducen a pensar, desde la antropolo-

gía, el estudio de la historia de la cultura

africanoamericana.

Sobre este tema subrayo que, si bien

el libro de Mintz y Price se considera una

obra antropológica, posee asimismo un

profundo carácter histórico, el cual se

puede explicar al resaltar aspectos fun-

damentales en la propuesta de los auto-

res, como la obligación de entender las

poblaciones africano-americanas desde

un contexto temporal y espacial particu-

lar, de historizar sus formas de vida para

entender cuándo y cómo se crean nuevos

repertorios culturales, y de pensar en el

paso del tiempo y en la noción del cam-

bio o la persistencia que esto implica.

Los propios autores resaltan el hecho

de que ningún grupo humano, por más

cohesionado que esté, se puede transfe-

rir de un lugar a otro sin cambios, y acla-

ran que las condiciones de transferencia,

las características humanas y materiales

del entorno anfitrión limitarán la varie-

dad y fuerza de las transferencias efecti-

vas, por lo que se puede afirmar que las

culturas africano-americanas se encuen-

tran constituidas por retenciones del re-

pertorio africano. No obstante, resulta

fundamental observar en qué contextos

y coyunturas se desarrollan para enten-

der la persistencia y el cambio.

Además del llamado a pensar en el

tiempo y en el contexto, el profundo sen-

tido histórico del texto de Mintz y Price

se evidencia en el diálogo que proponen

entre el presente y el pasado. Los autores

afirman que la comprensión del pasado

de los pueblos africano-americanos es

útil para comprender su presente y vi-

ceversa. Asimismo argumentan que las

claves del presente son útiles para en-

tender el pasado y llevarlas al trabajo de

archivo. Por último, este es el trabajo de

la historia: no reconstruir los datos del

pasado como lo haría un anticuario, sino

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establecer un diálogo entre el pasado y

el presente que permita comprender no

sólo a quienes vivieron antes que notros,

sino a nuestros contemporáneos y a las

sociedades donde vivimos.

A partir de estas premisas sobre el pa-

sado, el presente y la investigación, y de

su posición mediadora entre el esencia-

lismo y el constructivismo, Mintz y Price

ponen a dialogar a la antropología con la

historia, y de esa relación deducen que ni

el contexto social ni las tradiciones cul-

turales explican por sí mismos la cultura

africano-americana.

Tercera parte: aportes sobre cómo en-

tender la esclavitud en América

La obra de Mintz y Price introduce una

serie de reflexiones útiles para compren-

der la esclavización de personas afri-

canas en América. Si bien es necesario

partir de que la esclavitud es una prác-

tica inhumana y cruel, en el continente

americano ésta tuvo varios matices, mu-

chos de ellos debido a la imposibilidad

de construir un orden social en que el

grupo dominante oprimiera en todos los

espacios posibles al grupo dominado.

El fracaso de lo que Mintz y Price de-

nominan la “esclavocracia idealizada”,

donde los amos blancos dominan por

completo a los esclavizados africano-

americanos, es una premisa que debe

acompañar los estudios sobre la esclavi-

tud en nuestro continente. Existen varios

indicios que los autores destacan para

argumentar que es necesario abandonar

la mirada maniquea de dominadores y

dominados, y cómo debemos compren-

der y explicar una realidad mucho más

compleja.

Cómo explican Mintz y Price, las fa-

lencias de la “esclavocracia idealizada”

se observan en la aparición de sectores

libertos que no se hallaban contempla-

dos en el orden social, en la existencia

de espacios donde coincidían amos y es-

clavizados y en la existencia de oficios

que se prestaban al establecimiento de

relaciones más estrechas entre ambos

sectores, como el servicio doméstico y

los oficios artesanales, entre otros. De

manera adicional, en espacios como la

plantación los esclavizados establecie-

ron cultivos en los que producían su pro-

pio alimento, pero también generaban

excedentes que les permitían comerciar,

tener poder adquisitivo y consumir según

sus preferencias.

De acuerdo con lo anterior, es posible

observar que los esclavizados no siem-

pre fueron sujetos de dominación. Por

el contrario, a pesar de ser víctimas de

un sistema económico, político y so-

cial, fueron actores de la historia que no

aceptaron el poder de los amos en forma

pasiva ni constituyeron un grupo homo-

géneo de explotados. Mediante actos de

resistencia abierta, como rebeliones, fu-

gas y levantamientos, así como de otras

acciones como la preservación de reli-

giosidades diferentes a las hegemónicas,

los esclavizados actuaron en el pasado

sin aceptar con resignación su “suerte”.

En este sentido no pretendo hacer una

apología de la esclavitud ni desestimar

que muchos esclavizados y libres fueron

víctimas de explotación y violencia; en

todo caso busco destacar que muchos

de los planteamientos de Mintz y Price

devuelven el papel de agentes que pre-

sionan por sus intereses a los sectores

dominados, en determinados contextos

históricos, y no legitiman las miradas

que los convierten en masas oprimidas

sin ningún impacto en la sociedad.

En suma, no obstante la existencia de

un sistema que esclavizó a los africano-

americanos, a su captura en África, a

las crueles condiciones de su traslado a

América, a la llegada a un territorio por

completo desconocido, a la obligación

de realizar determinados oficios bajo el

poder de sus amos y a la necesidad de

hablar nuevas lenguas y adaptarse a las

nuevas condiciones, los hombres y muje-

res africano-americanos fueron capaces

de llevar a cabo rebeliones abiertas con-

tra el sistema, así como esfuerzos coope-

rativos que sentaron los cimientos de la

cultura y la sociedad africano-americana.

Las formas de esclavitud en el conti-

nente americano presentan variaciones

según el periodo temporal que se investi-

gue, además de la producción y la impor-

tancia de la mano de obra esclavizada

en cada lugar. Sin embargo, uno de los

legados más importantes de la obra de

Mintz y Price consiste en recordarnos

que, en general, la forma como actuaron

los sectores esclavizados dentro de es-

te sistema no fue pasiva, por lo que es

necesaria una visión más compleja de la

realidad que nos permita superar el dua-

lismo entre dominadores y dominados.

Cuarta parte: aplicaciones para el es-

tudio de la población afromexicana

Como se ha mencionado en líneas an-

teriores, Mintz y Price buscaban realizar

un manual que orientara los estudios

sobre la cultura africano-americana. En

los apartados anteriores se rescataron

algunos de los elementos que considero

como guías para realizar estudios sobre

las sociedades africano-americanas. Sin

embargo, existen dos preguntas que no

he resuelto con la lectura de El origen de

la cultura africano-americana.

En primer lugar, me pregunto si es

posible aplicar este modelo de análisis

a sociedades esclavistas diferentes a los

casos más estudiados de esclavitud, co-

mo Jamaica, Santo Domingo, Surinam,

Brasil y Estados Unidos. En la mayoría

de los casos Mintz y Price apoyan sus

argumentos con ejemplos de Surinam,

Jamaica y Santo Domingo, acaso porque

es allí donde cuentan con una mayor ex-

periencia de investigación. Sin embargo,

en otras zonas donde existen evidencias

empíricas menos notorias para estudiar

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la cultura africano-americana, ¿podría-

mos rastrear las adaptaciones, innova-

ciones, creaciones y transferencias de

los africano-americanos?

A su vez, esta pregunta remite a otra

sobre un caso específico: ¿cómo se de-

sarrollarían estas estrategias metodo-

lógicas en contextos que no sean de

plantación, sino en otros caracterizados

por la esclavitud urbana, la participación

en milicias y el mestizaje, como en el ca-

so de Nueva España?

A fin de dar respuesta a ambos cues-

tionamientos resulta indispensable invo-

lucrar algunas variables para estudiar las

sociedades africano-americanas en lu-

gares del continente diferentes al Caribe,

Brasil y Estados Unidos. Éstas son la exis-

tencia de grupos indígenas, las formas de

producción distintas a la plantación y el

mestizaje, que volvió aún más confuso el

sistema de clasificación de las “castas” en

esas sociedades coloniales.

La colonización en el Caribe se carac-

terizó por la temprana desaparición de

los grupos indígenas que poblaban el te-

rritorio, debido a las epidemias y a otras

razones. Por este motivo es comprensi-

ble que Mintz y Price no incluyeran en su

análisis la existencia de indígenas en las

sociedades coloniales. En contraste, en

varios lugares del continente, en especial

en Nueva España, la población indígena

sufrió una caída demográfica enorme

durante el siglo xvi, pero se mantuvo en

el xvii y se recuperó hacia el xviii. Aun así,

en el territorio novohispano los grupos

indígenas fueron la población mayorita-

ria a lo largo de los tres siglos de domi-

nación hispánica.

La existencia de población indígena no

es sólo un dato demográfico interesante,

sino que nos muestra la complejidad de la

sociedad colonial novohispana y la nece-

sidad de analizar aspectos que no figuran

en el libro, como las relaciones entre in-

dígenas y africano-americanos, los inter-

cambios culturales entre ambos grupos y

la mediación de lo indígena en la creación

de las sociedades africano-americanas.

Lo anterior no significa que sea necesario

clasificar los rasgos culturales entre indí-

genas, africano-americanos y europeos y

diferenciarlos entre sí. Por el contrario, la

importancia de la población indígena en

algunas sociedades coloniales hace que

resulte fundamental involucrar su papel

en los procesos de creación e innovación

de los africano-americanos con variables

específicas de tiempo y espacio.

En las orientaciones teóricas y meto-

dológicas de los autores la mayoría de

los ejemplos parten de la existencia de

economías de plantación. Sin embargo,

a diferencia del Caribe y Estados Unidos,

estas formas de producción fueron mi-

noritarias y primaron otras formas de es-

clavitud más ligadas con la servidumbre

urbana y la minería. En específico, en el

caso de Nueva España es posible identifi-

car que las economías de plantación sólo

existieron en regiones como Veracruz y

Morelos, y la mano de obra esclavizada

se desempeñó en otros sectores, como

la minería y la servidumbre doméstica,

entre otros. Estas diferentes formas de

esclavitud determinaron la creación de

sociedades que no estaban del todo je-

rarquizadas, hicieron que las relaciones

entre europeos, indígenas y afrodescen-

dientes adquirieran formas diferentes

y que, dado el mestizaje y el constante

intercambio entre amos y esclavizados,

no fuera tan visible una cultura africano-

americana diferenciada de los demás sec-

tores. De ahí la referencia que hacía con

anterioridad, a que tal vez no sea posible

hallar en todos los casos evidencia empí-

rica que nos permita hablar de la creación

de una cultura africano-americana.

Por último, la cuestión de las formas

de producción nos remite a un aspec-

to fundamental que no se aborda en la

obra de Mintz y Price: la existencia del

mestizaje en todos los países latinoame-

ricanos. La presencia de una importante

población indígena, el contacto sexual

entre europeos, africanos y afrodescen-

dientes, así como la inexistencia de una

sociedad donde los amos, los esclavos y

los indígenas estuvieran aislados entre sí,

fomentaron el mestizaje y la aparición de

sectores ambiguos para la “esclavocra-

cia” ideal de libres y de “castas”, que no

podían ser clasificadas con facilidad por

las autoridades coloniales. En el caso de

Nueva España es posible observar que,

para el siglo xviii, estos sectores mixtos

denominados “castas” fueron la segun-

da población en términos demográficos,

sólo después de los indígenas, y estuvie-

ron sujetos a diferentes clasificaciones

y padrones para identificar su estatus

en la sociedad colonial. En este sentido

la existencia de numerosos sectores in-

termedios, y de mestizos con posiciones

ambiguas en el sistema colonial, pone

de nuevo en dificultades la posibilidad de

entender la sociedad a partir de esclavos

y amos, y más aún de encontrar una cul-

tura africano-americana diferenciada, tal

como la de los saramaka de Surinam.

Con lo anterior no pretendo negar la

existencia de una cultura africano-ame-

ricana en México ni en otros contextos

latinoamericanos; tan sólo considero

que su estudio debe involucrar más va-

riables que las señaladas por Mintz y

Price y contemplar un análisis más com-

plejo que incluya la alta presencia indí-

gena, el mestizaje y las diversas formas

de producción que caracterizaron los

tres siglos de dominación hispánica en

varias regiones de América.

El estudio de las sociedades africano-

americanas ha sido abordado desde di-

ferentes enfoques que han marcado los

análisis de las ciencias sociales a lo largo

del siglo xx. Tales enfoques han permiti-

do llegar a conclusiones enriquecedoras

o han sido replanteados para entender

de manera diferente los datos que se

han encontrado. En el caso de El origen

de la cultura africano-americana estamos

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80

ante una propuesta vigente sobre cómo

abordar los procesos de creación cultu-

ral de los afrodescendientes en América

y cómo hacerlo con base en la comple-

jidad de cada caso de estudio. Por esta

razón, de nuevo celebro la traducción de

este clásico para la antropología y para

la historia, y espero que cada vez más

investigadores, estudiantes y profesores

lo incluyan como una lectura obligada.

• • •

Gilberto López Castillo, Cuauhtémoc Ve-lasco Ávila y Modesto Aguilar Alvarado (coords.), Etnohistoria del ámbito posmi-sional en México: de las reformas borbóni-cas a la Revolución, México, inah (Historia, Logos), 2013

Gilda Cubillo Moreno*

La mayoría de los antropólogos e histo-

riadores de nuestro país ha centrado su

atención en el estudio de Mesoamérica,

lo cual hace indispensables investigacio-

nes como las que condensa esta anto-

logía, que abren nuevos horizontes a la

comprensión de la naturaleza y la diver-

sidad de los grupos étnicos originarios

del norte del país, sus culturas, identi-

dades, territorios, actuaciones, interac-

ciones, persistencias y cambios frente a

las políticas y agentes del sistema de do-

minio colonial, del gobierno liberal en

el México independiente y de la época

porfirista.

En esta obra colectiva se reune una

selección de 12 trabajos de especialis-

tas de diversas dependencias del inah:

“La Dirección de Estudios Históricos, los

centros regionales de Sonora, Jalisco,

Coahuila, Chihuahua y Sinaloa; así como

de la Escuela Nacional de Antropología

e Historia de Chihuahua. También […]

de la Universidad Autónoma de Baja

California Sur, la Universidad de Gua-

dalajara, la Universidad Michoacana de

San Nicolás de Hidalgo, la Universidad

Autónoma de Sinaloa, el Instituto Tec-

nológico de Estudios Superiores de Oc-

cidente (iteso) y el Archivo Histórico de

Nuevo León”.

Sus contenidos ofrecen renovadas

perspectivas y contribuciones –la ma-

yoría fundamentadas en el análisis de

abundantes fuentes históricas– acerca

de lo que sus autores han denominado

“el ámbito posmisional”, que abarca des-

de la segunda mitad del siglo xviii hasta

comienzos del xx en “territorios prepon-

derantemente norteños, que durante

buena parte del periodo colonial fincaron

el desarrollo de las comunidades indíge-

nas en las misiones, tanto jesuitas como

franciscanas, dominicas y agustinas” (pp.

11-12).

Los trabajos brindan valiosas aporta-

ciones sobre temáticas comunes o par-

ticulares relacionadas con la diversidad

regional y los procesos que experimen-

taron los grupos étnicos del norte en la

antigua California, Sonora, Coahuila y

Sinaloa, y en algunos otros lugares del

occidente de México como Jalisco y Mi-

choacán, que comprenden diversas ex-

periencias misioneras, los momentos de

cambio y las problemáticas enfrentada

por los pueblos originarios, los religio-

sos y las autoridades civiles en diferen-

tes etapas y en torno a asuntos cruciales

como la secularización eclesiástica, la

tierra, la legislación, el poblamiento, los

bienes de comunidad o las rebeliones

indígenas. Por el interés que representa

cada artículo o ensayo, a continuación

presentaré una breve reseña de cada

uno.

La primera de las cuatro partes del li-

bro, subtitulada “Etnohistoria y ámbito

posmisional”, consta de dos colabora-

ciones. En su ensayo comparativo “La

frontera misional novohispana a fines

del siglo xviii. Un caso para reflexionar

sobre el concepto de misión”, José Rufino

de la Torre Curiel aporta un nutrido ba-

lance historiográfico sobre el estado de la

cuestión y un amplio y sólido fundamento

científico, a fin de caracterizar y distin-

guir en toda su complejidad un ámbito

misional de uno posmisional. Por los re-

ferentes clave que brinda y el amplio pa-

norama interpretativo ofrecido, este será

uno de los trabajos en que me extende-

ré un poco más.

El autor advierte que no existió un

proyecto único ni homogéneo de misión

para todo el septentrión novohispano.

Entre los principales factores de lo an-

terior destacan la diversidad de los pue-

blos del norte –entre ellos los indios

pueblo, mayos, yaquis, ópatas, pimas,

guazapares, guarijios, acaxees, xiximíes,

tarahumaras o rarámuris, tepehuanes, ca-

hitas, eudeves, apaches, comanches y

pames–, además del traslado de indios

tlaxcaltecas a lugares como Zacatecas

y Coahuila. También hace notar que los

proyectos misionales se diferenciaron por

los contrastes en sus medios geográfi-

cos, los distintos recursos, los objetivos

prioritarios de cada orden religiosa y sus

estrategias particulares. Por encima de

las diferencias, De la Torre Curiel propo-

ne que la misión, en tanto “institución de

frontera”, como “pueblos de indios ad-

ministrados por religiosos” (p. 25), debe

entenderse no sólo por su labor evange-

lizadora, sino como “un hecho de po-

blamiento hispano”, de “apropiación de

un espacio”, que igualmente tuvo como

fines y funciones primordiales comunes

“congregar a una población dispersa […]

propiciar el intercambio cultural, asegurar

territorios, frenar avances enemigos, ac-

tivar la economía de una zona y abas-

tecer trabajadores para áreas vecinas”

(p. 62).

Además, opina que las misiones evo-

lucionaron desde “la etapa de expansión

misional sostenida hacia el norte de la

Nueva España […] señalada por la llega-

* Dirección de Etnohistoria, Coordinacíon Nacional de Antropología, inah

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81

da de los franciscanos a Nuevo México

en 1582 y la de los jesuitas a Sinaloa, So-

nora y la Tarahumara a partir de 1591”

(p. 30). No faltaron serios conflictos en-

tre frailes, indios, pobladores hispanos,

autoridades civiles y militares, hasta al-

canzar un estado de crisis a finales del

siglo xviii, frente a la inversión en la com-

posición poblacional con el crecimiento

mayor del componente demográfico es-

pañol y la inserción de sus habitantes en

una dinámica ajena al control de los frail-

es. Esto agotó los propósitos del proyec-

to fundador de una parte importante de

las misiones, circunstancias que deriva-

ron en la secularización de sus poblados.

Otro factor fue la suerte de las misiones

en las sierras tarahumara, tepehuana y

nayarita, donde prevaleció la población

indígena hasta las postrimerías colo-

niales, y donde los frailes fracasaron en

sus intentos de que las etnias originarias

abandonaran sus antiguas creencias y

prácticas religiosas, sin tampoco lograr

que adoptaran a plenitud la lengua es-

pañola ni el régimen social y de trabajo

ajenos (pp. 56-57, 60).

En su ensayo “Etnogénesis y etnocidio.

La suerte de los pueblos nómadas en las

Provincias Internas de Oriente en el siglo

xviii”, Cuauhtémoc Velasco Ávila presen-

ta algunas hipótesis respecto a la forta-

leza o debilidad de las identidades de los

grupos étnicos del noroeste y a la per-

sistencia de algunos en el tiempo o a la

disolución de otros. Al respecto, alude a

la enorme diversidad de grupos nómadas

y a los múltiples nombres con que se dis-

tinguían, parte de los cuales dejaron de

ser mencionados en los documentos con-

forme transcurría el siglo xviii, lo cual

presupone su dispersión. En cambio,

otros más continuaron apareciendo en

la documentación a lo largo de ese siglo.

Para sustentar su análisis, Velasco recu-

rre al concepto de “etnogénesis”, “que en

resumen alude esencialmente a la emer-

gencia de pueblos o sujetos sociales que

se autodefinen en relación con una he-

rencia sociocultural compartida” (p. 75)

y se sustenta, a su vez, en el concepto

de “etnocidio”, definido por Pierre Clas-

tres como “la destrucción sistemática

de los modos de vida y de pensamiento de

gentes diferentes a quienes llevan a cabo

la destrucción”, es decir, a la destrucción

de su cultura (p. 76). En la historia de las

relaciones interétnicas –en especial de

carácter asimétrico, es decir, entre pue-

blos sometidos y aquellos que han ejer-

cido la dominación– ambas categorías y

sus realidades deben entenderse en su

interdependencia (p. 77).

Al enfocarse en particular en los apa-

ches y comanches, destaca el impacto

de la avanzada del poblamiento hispano

en su territorio y en el hecho de que la

misión formara una “parte [importante]

de la política monárquica para el control de

los indígenas, en que el etnocidio del

nómada se justificaba por la evangeliza-

ción y por la política del Estado”. Entre

los apaches se contaban los mezcale-

ros, orgullosos e inflexibles a negociar

con los españoles, distribuidos con di-

ferentes nombres y distintas divisiones

en Coahuila, Nueva Santander, Nueva

Vizcaya y Nuevo México, en tanto que

la nación comanche era famosa por su

peligrosidad, por la eficacia de sus estra-

tegias y negociaciones y por su acción

unitaria frente a los españoles, y que con

mayor diversidad de apelativos se en-

contraba asimismo en Nueva Santander

y Nuevo México, además de Nuevo León y

Texas (pp. 82-84).

Es oportuno destacar que Velasco

Ávila abre su texto con la advertencia de

que “las identidades étnicas cambian con

el tiempo [y que] la etnohistoria finca su

razón de ser en el estudio de los pueblos

indios de épocas remotas mediante fuen-

tes históricas” (p. 73), a más de que dicha

disciplina busca, entre sus principales fi-

nes, explicar los aspectos comunes o di-

ferenciados de sus procesos y responder

a la realidad pluricultural, los conflictos

y los movimientos radicales de origen

étnico del México de hoy. Esto implica

–nos dice– romper con la idea preconce-

bida que negó como protagonista al na-

tivo americano y desmantelar el enfoque

unívoco del desarrollo. A partir de estas

bases el autor busca mostrar cómo en un

determinado universo temporal y territo-

rial de pueblos nómadas, en el que fue el

noreste novohispano, se experimentaron

procesos que dieron lugar a “la construc-

ción de identidades fuertes que lograron,

al menos de momento, superar la difícil

relación con los occidentales, mientras

que numerosos pueblos sucumbieron a

las presiones para acceder a los recursos

que por tradición explotaban” (pag. 74).

La segunda parte del libro, “Misiones,

secularización y reformas: estudios de caso

en épocas de transición”, consta de tres

trabajos: el de Gilberto López Castillo se

enfoca en dos rebeliones indígenas veri-

ficadas en el antiguo territorio de indios

cahitas. Una de las rebeliones, en 1740,

fue multiétnica, acaecida en el contexto

de la justificada sublevación yaqui, lla-

mada así por tener como epicentro a los

pueblos asentados en las márgenes del

río del mismo nombre, con la participa-

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ción de los indios mayos y fuerteños de

las misiones y de los eudeves y apaches

en determinados momentos. Se trató

de una rebelión casi desconocida en su

historia, que por causas como el trabajo

forzoso y sin paga en las misiones y la

usurpación de sus tierras, “en buena me-

dida trastocó el proceso de poblamiento

español” en las provincias de Ostimuri,

Sinaloa y Sonora, por ser la más violenta

desde los tiempos de la conquista. La otra

ocurrió en 1769 en los pueblos de la ju-

risdicción del Río Fuerte, al noroeste, que

tuvo como centro la ex misión de Charay,

en la provincia de Sinaloa, con la concu-

rrencia de indios de varias ex misiones

jesuitas. Allí el poblamiento del territorio

también resultó un factor primordial vin-

culado con la tradición de lucha de los

indios fuerteños por conservar sus tierras

comunales, además de otras causas co-

mo los traslados masivos de trabajadores

indios a California, reclutados de manera

forzada, y la imposición de tributos, si-

tuación que se agudizó con la presencia

del visitador José de Gálvez, representan-

te de la política reformista borbónica.

En su artículo “Villa Unión: entra-

da a las misiones franciscanas de Río

Grande”, Juana Gabriela Román Jáquez

se encarga de explicar cómo ocurrió el

poblamiento del norte de Coahuila, en

especial en torno del río Grande, y las

dificultades que enfrentaron los francis-

canos para establecerse y consolidarse

desde el siglo xvi, ante la resistencia de

los grupos nómadas. Para el siglo xviii

refiere a la fundación de presidios mi-

litares para apoyar el débil sistema mi-

sional en la larga empresa colonizadora

de la región. Su autora destaca también

cómo los mandos militares aprovecha-

ron la fragilidad de las misiones para

apropiarse de sus tierras, mediante la

creación de grandes haciendas cerea-

leras y ganaderas, entre las que des-

tacaron las de los Garza Falcón y los

Sánchez Navarro.

El enfrentamiento entre autoridades

eclesiásticas y civiles fue un problema fre-

cuente en la historia colonial de las locali-

dades, en especial en la época borbónica,

que con sus reformas “marcó una ruptura

en el orden político tradicional […] del

poder [con la intención de] establecer

el predominio absoluto de la monarquía

[…]” (pp. 137-138). Este asunto lo abor-

dan Wilfrido Llanes Espinoza y Gilberto

López Castillo en su trabajo “Excomunión

y antirregalismo en la subdelegación de

Sinaloa a fines del dominio español”, des-

de un estudio de caso sobre un proceso

judicial iniciado en 1800 en San Miguel

Mocorito, misión jesuita de la provincia

de Sinaloa secularizada en 1767. Este lu-

gar era entonces un “populoso vecindario

de rancheros españoles”, de donde se na-

rran los hechos y se describen los “roles”

de actores sociales, como el cura, el te-

niente, el subdelegado y una india. Con

su descripción se ilustra la relación de las

potestades eclesiástica y judicial del lugar,

donde se agudizó –como en otros luga-

res– la pugna entre el poder del Estado y

el de la Iglesia, en especial contra el clero

parroquial. Todo comenzó cuando “una

mujer [la india Serafina] corría asustada

y que en un alto repentino se introdujo en

la casa cural” (p. 142).

La tercera parte del libro, “Los nuevos

escenarios: representaciones, institucio-

nes, legislación y participación armada”,

se conforma de cinco colaboraciones que,

con la excepción de la primera, son de

carácter más general, se enfocan en el ám-

bito posmisional. El primer trabajo de esa

sección, firmado por Érika Julieta Vázquez

Flores, aborda el complejo proceso que

da título a su artículo, “La construcción

del indígena en el imaginario de los in-

telectuales del siglo xix”, tamizado por el

conflicto jurídico-político entre las elites

criollas para arrogarse el poder y en aras

de crear un imaginario político, disputa

que distinguió las décadas que prosiguie-

ron a la consumación de la Independen-

cia. No obstante que todas las facciones

coincidían en la idea de que los indígenas,

si bien constituían la mayoría de los habi-

tantes, no podían ser la base social de la

nación en ciernes, el grupo que ocupara el

mando tendría que “imponer las condicio-

nes mínimas del ‘progreso’” y la forma en

que debían participar los indios, que a su

parecer eran moradores indeseables, para

propiciar que se convirtieran en “auténti-

cos ciudadanos”.

A mi entender, no todas las ideas sobre

lo indígena por parte de los intelectuales

del siglo xix, tanto liberales como con-

servadores, fueron tan originales como

para abonar en la nueva construcción

de un imaginario; varios de los criterios de-

clarados por unos u otros reflejaban,

hasta cierto punto, una continuidad de

la ideología colonial (incluso anterior al

pensamiento ilustrado de los Borbón).

Aunque ya no estaban vigentes las Leyes

de Indias, su posición era mucho menos

sensible hacia los indios que la que tuvo

en general la corona española desde los

primeros tiempos coloniales, y sus ideas

dieron cabida a un nuevo proyecto de

nación moderna apoyado en los funda-

mentos que inspiraron el modelo liberal

del nuevo Estado, al negar los derechos e

identidades y destruir las estructuras

corporativas de los pueblos originarios,

de modo que, como destaca su autora,

“la reducción de las tierras [indígenas] de

comunidad a propiedad particular cons-

tituía el más eficaz sistema para asegu-

rar mejores rendimientos” (pp. 161, 168),

así como para responder a los intereses

de los nuevos actores en el poder.

El siguiente artículo, “Las instituciones

republicanas y los indios californios”,

donde su autora, Rosa Elba Rodríguez

Tomp, desafía al pasado desde el sal-

do del presente con la interrogante del

subtítulo: “¿Eternos ‘menores de edad’

o ‘ciudadanos’?”, da una cuenta porme-

norizada del difícil y lento proceso de

colonización y en buena medida de los

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infructuosos esfuerzos de los misioneros

jesuitas primero (durante 70 años) y des-

pués, por un periodo más corto, a cargo

de franciscanos y dominicos, empeñados

en el proyecto colonial civilizatorio que

representaron, en su afán de evangeli-

zación, sedentarización y organización

de las bandas nómadas, en medio de un

territorio de extrema aridez. En aquel es-

cenario hostil, la autora da cuenta de las

pugnas y la condición ambigua entre in-

dios gentiles o insumisos y los indios de

misión, de las rebeliones indígenas que

terminaron por extinguir algunas misio-

nes, de los conflictos entre autoridades

civiles y religiosas antes y después de

la guerra de Independencia, en especial

ante la postura del gobierno liberal de

considerar inútil la labor misional, pos-

tura bajo la cual subyacían sus intereses

económicos y políticos. También aborda

las pugnas entre conservadores y libera-

les y sus efectos en la región. La autora

plasma el discurso asumido por los libe-

rales, que consideraba la acción de las

misiones nociva al atribuirle el atraso

de los indios, perorata que solapaba su

interés por apropiarse del territorio y las

ambiciones de los nuevos colonos.

En su voluntad de extinguirlas, los li-

berales responsabilizaron a las misiones

de la pobreza y marginación de los in-

dios, ya que sostenían que su situación

mejoraría si se les reconocía la calidad de

ciudadanos. Este supuesto de las nuevas

leyes mexicanas de “la igualdad de los

indígenas como ciudadanos” en realidad

no hizo más que favorecer “que perdie-

ran su identidad étnica y se incorporaran

a la sociedad bajacaliforniana en calidad

de rancheros o campesinos” (p. 184). Sin

embargo, ni esta medida ni el reparto de

tierras fueron la solución para los natu-

rales californios, quienes en su mayoría

no poseían las condiciones ni el interés

de encargarse de las labores agrícolas,

situación que favoreció la privatización

y ocupación de su territorio.

En su trabajo “La legislación buelnista

contra la tenencia comunal de la tierra

y sus consecuencias. Sinaloa durante la

República Restaurada”, Rigoberto Ro-

dríguez Benítez abunda en los efectos

nocivos de la legislación liberal en la

desmancomunización de la propiedad

indígena de la tierra en la región sina-

loense, al recuperar para el presente la

activa participación política de los indios

comuneros de las antiguas misiones ante

aquella compleja y crítica situación. En-

tre los más graves efectos que sufrieron

las comunidades indígenas de Sinaloa a

consecuencia de la aplicación de la Ley

Lerdo y de la legislación local derivada

de la primera, el autor destaca que con la

implantación de la propiedad privada y la

inherente desamortización de sus tierras

para abrirlas a la explotación comercial,

los indios fueron despojados de éstas y

arrojados a una situación por demás crí-

tica. Estas leyes y medidas afectaron has-

ta tal punto a las comunidades indígenas

de esa provincia, que aun cuando habían

tenido una participación destacada en el

movimiento liberal, con desilusión y re-

sentimiento cambiaron su orientación

política al responder a los llamados de

Porfirio Díaz para actuar contra la ree-

lección de Lerdo de Tejada y se unieron

a los rebeldes tuxtepecanos.

Enseguida aparece el trabajo de Ra-

quel Padilla Ramos, “El trato de la trata.

Algunas consideraciones en torno al uso

de los conceptos legales para la depor-

tación de los yaquis”, en el cual expone

las justificaciones jurídicas del porfiriato

para realizar la conocida infamia de la

salida forzada de los yaquis de Sonora

deportados a la península de Yucatán,

hecho que compara con la acción contra

los mayas de aquella misma península

durante la guerra de castas, quienes a

su vez eran vendidos. La conclusión de

la autora es categórica al afirmar que el

pago que la Secretaría de Marina recibía

por cada indio yaqui deportado “y la exis-

tencia de abuso y maltrato físico en las

haciendas henequeneras, nos conduce a

pensar que se trató de tráfico humano o,

lo que es lo mismo, esclavitud” (p. 220).

Lo sigue el artículo “Los yaquis en el

movimiento constitucionalista, 1913-

1914”, de Ana Luz Ramírez Zavala, quien

presenta la colaboración de los propios

yaquis en ese movimiento y en aquel mo-

mento, para lo cual convergieron las rei-

vindicaciones de la etnia con los objetivos

de varios caudillos revolucionarios, con lo

que su participación se tornó relevante a

escala nacional.

La cuarta y última parte del libro, inti-

tulada “Los indios en espacios margina-

les del occidente novohispano”, consta

de dos trabajos: el de María Isabel Marín

Tello, “La república de indios de Nuestra

Señora de la Asunción Parácuaro, 1787-

1810” revela los sucesos acontecidos en

esta población de Michoacán desde la

instauración de las intendencias como

parte de las reformas borbónicas hasta la

guerra de Independencia. La repercusión

de la Reforma se interpreta mediante los

tributarios y su cuantificación, cuyos co-

bros y arrendamientos religiosos pasaron

a la administración directa de la hacien-

da virreinal, lo cual implicó un cambio

en el estatus de los indígenas, quienes

comenzaron a sufrir mayores efectos del

mercado y fueron víctimas del creciente

interés de los arrendatarios españoles

por sus tierras.

Eduardo González Velásquez cierra el

volumen con el artículo “Lo marginal de la

Independencia de México. La isla de Mez-

cala y los indígenas atrincherados”, con el

que aporta el caso de un levantamiento

indígena marginal, expresión de la com-

plejidad de la guerra independentista y de

las múltiples historias locales ocurridas

en aquel contexto, donde los pobladores

de la isla de Mezcala, en las márgenes del

lago de Chapala, Jalisco, se levantaron en

armas a causa de las presiones sobre sus

tierras comunales y por el crecimiento de

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las haciendas. Su movimiento trascendió

por varios años y superó la derrota de los

destacamentos dirigidos por el cura Hidal-

go, gracias a la cohesión sociocultural y

religiosa que caracterizó a este grupo in-

dígena, según explica el autor.

Para concluir, me parece pertinente

señalar la necesidad de continuar pro-

fundizando en el estudio de las distintas

configuraciones, los diferentes procesos,

formas de adecuación o resistencia de los

grupos originarios del norte de México

frente al colonizaje español y sus diferen-

tes agentes o frente a la política liberal de

los tiempos independientes, para entender

de qué manera y sobre qué bases actuó

históricamente cada una de aquellas et-

nias en la autodefensa de sus identidades

culturales, sus territorios y sus recursos,

así como para favorecer su propia preser-

vación a modo de integridades étnicas o,

en su caso, para explicar las causas por

las que otras más se extinguieron.

Al ir respondiendo a estas y otras inte-

rrogantes no sólo se contribuirá a su ca-

racterización y comparación en el pasado

y en el presente; además, de esta manera

tendremos una visión cada vez más clara

y amplia de la diversidad y del material

humano con que se ha conformado y se

constituye nuestra nación en aquellas

latitudes. Con los fundamentos que sienta

la obra aquí comentada y las investiga-

ciones futuras será posible contribuir,

asimismo, a fomentar un verdadero y

respetuoso diálogo intercultural, a la vez

que, con la auténtica participación de los

grupos étnicos norteños sobrevivientes,

se formulen y apliquen políticas encami-

nadas a la salvaguarda de su patrimonio

cultural y natural, además de planes de

acción incluyentes para su desarrollo.

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85

El inah en el Hay Festival,Cartagena, Colombia

Desde hace 25 años, el Hay Festival,

“Imagina el mundo”, que esta vez se cele-

bró en Cartagena de Indias, Colombia, ha

reunido a los escritores más destacados

del mundo para que dialoguen, compar-

tan historias y hablen sobre los temas de

sus libros. El Hay Festival se ha converti-

do en un espacio de encuentro entre es-

critores consolidados y jóvenes en el que

durante varios días se reflexiona también

sobre las problemáticas mundiales, en un

ambiente festivo donde la música, la co-

mida y las exposiciones de pintura y foto-

grafía tienen un lugar destacado.

La literatura es la principal invita-

da, pero también se convoca a cientí-

ficos, historiadores, músicos, actores,

cineastas o ambientalistas dispuestos

a exponer las ideas que contribuyan a

transformar el arte y la vida. El intercam-

bio de puntos de vista, enfoques y preo-

cupaciones enriquece a los participantes

y al auditorio, al inspirarlos a pensar que

los cambios y las transformaciones son

posibles. Algunos lo han catalogado co-

mo el “Woodstock de las ideas”.

El Hay Festival Cartagena de Indias

2014 se celebró del 30 de enero al 2 de

febrero, con el lema “Imagina el mundo”.

Este año participaron, entre otros, Rosa

Montero, Laura Restrepo, Irvine Welsh,

Cees Nooteboom y Emmanuel Carrè-

re. De México llegaron a Cartagena Gael

García Bernal, Elmer Mendoza, Enrique

Krauze, Juan Carlos Rulfo y, por prime-

ra vez, el Instituto Nacional de Antropo-

logía e Historia, con la participación de

dos investigadores especialistas en el te-

ma de la participación de los afrodescen-

dientes en México. El 2 de febrero María

Elisa Velázquez, de la Coordinación Na-

cional de Antropología, y Carlos Ruiz,

de la Fonoteca Nacional, ofrecieron una

charla sobre las aportaciones cultura-

les de las personas afrodescendientes en

México y sus contribuciones en el pasa-

do y presente de nuestro país.

Además, el inah estuvo presente en el

Hay Festival con la exposición fotográfi-

ca “Afrodescendientes de la Costa Chica

de Guerrero y Oaxaca, México”, con imá-

genes de Paulina García Hubard, José Luis

Martínez Maldonado y Antonio Saave-

dra sobre bailes, danzas y vida cotidiana

en las comunidades afrodescendientes

de esta región de la costa del Pacífico, la

cual estuvo abierta hasta finales del febre-

ro en el Centro de Formación de la Coo-

peración Española, en el ex convento de

Santo Domingo.

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José Luis Moctezuma Zamarrón y Alejan-dro Aguilar Zeleny (coords.), Los pueblos indígenas del noroeste. Altas etnográfico, México, inah/isc/inli, 2013

En una colaboración entre el Instituto

Sonorense de Cultura, el Instituto Nacio-

nal de Lenguas Indígenas y el inah, este

minucioso atlas etnográfico dedicado a

la divulgación de los pueblos indígenas

del noroeste de México incluye más de 40

colaboraciones divididas en 12 capítulos,

con 400 páginas y más de 400 imágenes.

• • •

Alejandro Vázquez Estrada y Diego Prie-to Hernández (coords.), Indios en la ciu-dad. Identidad, vida cotidiana e inclusión de población indígena en la metrópoli

queretana, México, inah-Conaculta/Go-bierno del Estado de Querétaro/Conacyt/uaq/concytq, 2013

Este volumen colectivo es fruto de la

colaboración de diversas instituciones

públicas y académicas, tanto del ámbi-

to federal como del queretano. El libro

se compone de seis capítulos de diversos

autores e incluye una rica sección gráfica

con más de 60 fotografías de Alfredo Re-

galado y Antonieta González, destinadas

a documentar la presencia indígena en la

ciudad de Querétaro.

• • •

Amparo Sevilla Villalobos (ed. y prólogo), El fandango y sus variantes, México, inah-Conaculta (Etnología y antropología social, Memorias), 2013

Este volumen reúne nueve aportaciones

presentadas durante el III Coloquio Músi-

ca de Guerrero, celebrado en octubre de

2010 y dedicado en específico al fandan-

go como complejo cultural.

• • •

Leticia Reina y Ricardo Pérez Monfort (coords.), Fin de siglos. ¿Fin de ciclos? 1810, 1910, 2010, México, inah/cidhem/cie-sas/Siglo XXI, 2013

Este volumen reúne más de 30 aporta-

ciones de distintas disciplinas –historio-

grafía, ciencia política, historia del arte,

antropología y economía–, las cuales

originalmente se presentaron en el co-

loquio con del mismo nombre celebrado

en 2010 a instancias de la Dirección de

Estudios Históricos del inah y el ciesas.

La idea que articula estas aportaciones

es la necesidad de considerar en toda

su amplitud los procesos revoluciona-

rios de 1810 y 1910, a fin de vincularlos

con el contexto de 2010.

• • •

Novedades editoriales