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1 LA MISION ANTE LOS RETOS DE LA GLOBALIZACION Juan Esquerda Bifet SUMARIO Presentación: Iglesia misionera en una sociedad globalizada. 1. El trasplante y el cruce de las raíces religiosas y culturales de todos los pueblos. A) Un hecho intercultural y religioso irreversible B) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud 2. Los retos de la nueva evangelización global A) Nuevos retos para el cristianismo B) Cristo resucitado, presente en el fenómeno de la globalización, llama a la santidad y a la misión 3. María, signo de esperanza, estrella de la globalización solidaria. A) María presente activa y maternalmente en el caminar eclesial, como signo de esperanza B) Proceso de la maternidad mariana y eclesial Conclusión: Evangelizar en una sociedad global, con el gozo de la esperanza.

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LA MISION ANTE LOS RETOS DE LA GLOBALIZACION

Juan Esquerda Bifet

SUMARIO

Presentación: Iglesia misionera en una sociedad globalizada.

1. El trasplante y el cruce de las raíces religiosas y culturales de todos los pueblos.

A) Un hecho intercultural y religioso irreversible

B) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud

2. Los retos de la nueva evangelización global

A) Nuevos retos para el cristianismo

B) Cristo resucitado, presente en el fenómeno de la globalización, llama a la santidad y a la misión

3. María, signo de esperanza, estrella de la globalización solidaria.

A) María presente activa y maternalmente en el caminar eclesial, como signo de esperanza

B) Proceso de la maternidad mariana y eclesial

Conclusión: Evangelizar en una sociedad global, con el gozo de la esperanza.

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PRESENTACIÓN: Iglesia misionera en una sociedad globalizada.

La humanidad entera está llegando, en todas las latitudes, a una realidad global sin fronteras. Toda comunidad cristiana ha quedado abierta a una misión global; ya no hay puertas ni ventanas cerradas. "Dios está preparando una nueva primavera cristiana, un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y valores evangélicos" (RMi 86).

El fenómeno de la "globalización" es, de suyo, un fenómeno neutral, que puede desembocar en realidades positivas o negativas, según los casos. El mundo es ya un "pañuelo" respecto a la información total e inmediata. Hay una globalización sociológica, constituida por migraciones, medios de comunicación e informática. La globalización es también cultural, como encuentro entre culturas antiguas y con la cultura emergente de una sociedad postmoderna.1

El mismo fenómeno global se manifiesta en la unificación de valores éticos a la luz del progreso, de la técnica y del consumo. Se está construyendo un concepto y un proyecto de hombre que trasciende la geografía y la historia. La globalización en el campo económico, sin no se realiza por una actitud de solidaridad y fraternidad universal, se convertirá cada vez más en el dominio y manipulación de unos pocos sobre la gran masa de individuos y de pueblos, indefensos ante el poder acumulado por procesos discutibles y, a veces, claramente injustos. La globalización a nivel de religiones es un encuentro que puede purificar los otros niveles, con tal que no se caiga en la trampa del sincretismo, del relativismo y del fanatismo.

La globalización actual es también el encuentro cotidiano de los cristianos con las "semillas del Verbo" (según la expresión de San Justino), que Dios, con paciencia milenaria, ha sembrado en todos los corazones, pueblos, culturas y religiones. En realidad, es ahora la primera vez en la historia humana, en que todos los bautizados y toda comunidad cristiana quedan urgidos ineludiblemente a ser misioneros en una sociedad o mundo global. O se anuncia el evangelio sin fronteras, o la comunidad cristiana se diluye en un proceso irreversible de globalización relativista, dejando de ser cristiana.

1    ? Aunque hoy se habla mucho de "globalización", falta precisar mejor la terminología y su alcance. Ver: J.A. NXUMALO, The Mission of the Church and Glogalization, a Pastoral Challenge: La missione senza confini, Ambiti della missione ad gentes (Roma, Missionari Oblati di Maria Immacolata, 2000) (Miscellanea in onore di R.P. Willi Henkel) 373-388. La presente conferencia es la síntesis en que me he basado para la publicación del libro: La misión ante los retos de la globalización (México, OMPE, 2002).

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Quien hoy lee, escucha y medita el evangelio, va a demostrar que lo ha asimilado, por medio de una "mirada contemplativa" (EV 83), que es reflejo del encuentro con Cristo, el Verbo Encarnado. Es la mirada que sabe detectar y valorar las huellas de evangelio, que Dios ya ha sembrado en todos los pueblos, en vistas a un encuentro definitivo con Cristo.

Sólo adoptando una "mirada contemplativa", reflejo de la mirada de Jesús, será posible apreciar en sus justos términos las "semillas del Verbo". La "mirada contemplativa" es sintonía de corazón compasivo y de servicio profético respecto a la verdad definitiva revelada en Cristo.

Mis reflexiones se basan en la realidad de que "el Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). Si se admite que "el Espíritu es quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28), entonces se comprenderá el reto de la misión actual en un mundo globalizado: "El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia" (TMA 6).

El verdadero aprecio de los valores religiosos de otros hermanos, se concreta también en discernir la fidelidad y las limitaciones (a veces, incluso errores), que dejan entrever la acción misericordiosa de Dios Amor. El camino histórico-religioso es siempre entre luces y sombras, en cualquier cultura y en cualquier pueblo.

La paz y la justicia serán "globales", universales y sin discriminación, o no serán. Sin la dimensión de globalidad, la misión de la Iglesia dejaría de ser misión de Jesús. "Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (EN 14).

A la luz del evangelio, la globalización actual es una oportunidad única, tal vez irrepetible, de captar más profundamente las palabras de Jesús: "Yo soy el pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,51). La "globalización" es un signo de que Dios es siempre sorprendente, invitando al ser humano a colaborar en la construcción de la nueva humanidad. Es una ocasión de "oro", para poner en práctica la solidaridad universal según el mandato del amor. Por esto afirmaba Juan Pablo II: "Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (RMi 92).

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En realidad, se trata principalmente de descubrir el rostro de Cristo en el rostro de cada hermano. Porque todo ser humano, de cualquier raza, cultura y religión, es siempre una historia de un amor eterno, que encuentra su eco en el corazón de Cristo. "Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse" (NMi 49).

En este campo de la globalización o de la misión global, encontramos "la hora de la nueva imaginación de la caridad" (NMi 50). Los campos de la solidaridad y de la caridad se abren casi hasta el infinito: "Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo, no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo" (NMi 40). De este modo se podrá llegar "a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos" (NMi 58).

Cuando se vive el evangelio con coherencia, se comprende bien que "no debemos temer que pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor, que «tanto amó al mundo que le dio su Hijo unigénito» (Jn 3,16)" (NMi 56).

El presente estudio lo he elaborado auscultando las huellas de Jesús o semillas del Verbo, durante mis viajes de servicio misionero (desde 1968 a 2002). No descarto la base técnica misionológica, que he explicado durante estos años y que sigo explicando a nivel universitario. Quisiera que sirviera principalmente para los cristianos de a pie. Intento ofrecer unas pautas prácticas, claras, pedagógicas y comprometidas, para llegar a ser verdaderamente misioneros ante los nuevos retos de la globalización.

Sería interesante ir señalando los valores de las diversas religiones y culturas, sin ocultar eventuales limitaciones. Lo más importante es descubrir las huellas de Cristo, que son una invitación para llegar a un encuentro explícito con él. El camino no está exento de dificultades y malentendidos. Se trata del camino de la vida humana, que es siempre un riesgo y una aventura fascinante, donde Cristo se hace presente para hablar, escuchar, corregir y partir el pan. El "corazón arde" cuando está él presente en nuestro caminar (cfr. Lc 24,32).

Mis sencillas reflexiones están redactadas a la luz del encuentro con Cristo resucitado. Las he escrito principalmente para los que ya somos creyentes en Cristo. Sin esta fe explícita y vivida, se podría tergiversar la reflexión, como si todos los caminos hacia Dios fueran iguales. Por parte de quienes ya creemos en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, único y universal Salvador, estas reflexiones no se entenderían, sino a la luz del mismo mensaje del Señor: "Tengo otras ovejas" (Jn

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10,16; son suyas), "venid a mí todos" (Mt 11,28; sin excepción), "tengo sed" (Jn 19,28; la sed de almas que ha dado sentido a toda vida misionera). Sin entrar en sintonía con esos amores de Cristo, no se sabría reconocer ni afrontar los nuevos retos de la nueva misión global.

Todas mis reflexiones, que intentan describir una realidad vivida durante muchos años, las quiero respaldar con el trasfondo de la Palabra de Dios predicada por el magisterio eclesial (especialmente del concilio y del postconcilio Vaticano II) y vivida por los santos misioneros de todas las épocas. Este respaldo, como fuente orientadora, es el que puede proporcionar mayor libertad y audacia en la reflexión teológica y misionera. Los compromisos que derivan de ahí son muy exigentes y reclaman nuevos misioneros, nuevos santos y también nuevos mártires, en línea de continuidad y fidelidad renovadora con los misioneros, santos y mártires del pasado. La misión se realiza siempre siguiendo los parámetros "martiriales" de la promesa de Señor: "Seréis mis testigos" (Hech 1,8; cfr. Jn 15,18ss).

También en este campo "hemos de imitar la contemplación de María..., meditando en su corazón el misterio del Hijo (cfr. Lc 2,51)" (NMi 59). Para nosotros, los cristianos que vivimos en los inicios del fenómeno de la globalización, esta contemplación se amplía hacia las huellas o "semillas del Verbo", existentes en los hermanos de cualquier pueblo, cultura, raza o religión.

1. EL TRASPLANTE Y EL CRUCE DE LAS RAÍCES RELIGIOSAS Y CULTURALES DE TODOS LOS PUEBLOS.

A) Un hecho intercultural y religioso irreversible

Cuando vivimos en sintonía con cualquier hermano que se cruza con nosotros, entonces se descubren en él las huellas de una búsqueda mutua: Dios busca al hombre y el hombre busca a Dios. No existe corazón humano ni cultura ni religión, que no esté plasmada por esta búsqueda trascendente.

La novedad del mensaje y de la experiencia cristiana consiste en que la búsqueda, por parte de Dios, se concreta en la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, hermano y consorte de toda la humanidad. La búsqueda apunta, pues, hacia un encuentro que un día será realidad por obra de la gracia y de la cooperación de todos.

San Agustín describe el corazón humano como "inquieto" hasta que no encuentre a Dios, como Dios quiere ser encontrado. En realidad, la iniciativa de la búsqueda la tiene Dios, que ha plasmado todos los corazones "a su imagen y semejanza" (Gen

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1,26). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, se hace presente en nuestro caminar histórico, como hombre sediento, para pedir nuestra agua, es decir, nuestros deseos más profundos, y ofrecernos el "agua viva" (Jn 4,10).

Cualquier experiencia y sistema religioso refleja un conjunto de actitudes humanas de fidelidad a Dios, aunque también, a veces, de infidelidad, de pecado y de error. Es siempre una historia de luces y sobras. En toda búsqueda cultural y religiosa se muestra también la misericordia y la paciencia milenaria de Dios, quien, desde los albores de la historia humana, aceptó con complacencia el sacrificio de Abel y la actitud generosa de Abraham, pero que también permitió (sin aprobarlo) el sacrificio de la hija de Jefté (cfr. Jue 11-12). Toda historia religiosa necesita y espera la redención de Cristo, que "no ha venido para abolir, sino para llevar a cumplimiento" (Mt 5,17). Jesús manifestó públicamente su admiración por la fe de un centurión pagano (cfr. Mt 8,10).

El fenómeno de la globalización hace también patente, en todo rincón del globo, "un mapa de varias religiones" (RH 11). Al creyente en Cristo le atañe la tarea de abrir los ojos con mirada contemplativa, como la de Jesús, para descubrir con gozo que "el Espíritu Santo esparce las «semillas del Verbo» en las diferentes tradiciones y culturas, disponiendo a las poblaciones de las regiones más diversas a acoger el anuncio evangélico" (Juan Pablo II, Homilía en la vigilia de Pentecostés, 10 de junio de 2000).

La misión es una escuela de discernimiento acerca de la obra que el Espíritu Santo está realizando en todo corazón y en todo pueblo. La fidelidad al Espíritu Santo, por parte de los creyentes en Cristo, se concreta en una apertura mayor a la acción divina. El Espíritu Santo "les ayudará a comunicar, respetando las convicciones religiosas de los demás, el mensaje salvífico, único y universal de Cristo" (Juan Pablo II, ibídem).

Pero esta actitud misionera comporta "ponerse a la escucha de cuanto el Espíritu Santo puede sugerir también a los demás". En efecto, las otras experiencias religiosas (y otros creyentes) "son capaces de ofrecer sugerencias útiles para llegar a una comprensión más profunda de lo que el cristiano ya posee en el depósito revelado" (Juan Pablo II, ibídem).

La tarea misionera que nos espera en el inicio del tercer milenio, es verdaderamente entusiasmante y comprometida. Los creyentes de otras religiones, que ya conviven con nosotros, no aceptarán a Jesús si no ven en nosotros la "encarnación" de su mensaje. Al mismo tiempo, esos creyentes o buscadores de la verdad, nos van a contagiar de motivaciones válidas para profundizar y expresar mejor el mensaje de Jesús. Es un riesgo que hay que correr, pero no se equivoca quien sigue a Cristo,

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"el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), por medio de una fe coherente, que equivale a un "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).

La historia del cristianismo ha discurrido siempre por un proceso de "inculturación" y de enriquecimiento mutuo, que no disminuye en nada la revelación definitiva de Dios Amor por medio de Jesús. La revelación del Señor no se complementa ni perfecciona, sino que aprovecha las gracias que Dios mismo ha derramado en otros pueblos y culturas, como "preparación evangélica" y como estímulo para que los ya cristianos seamos más coherentes con el mensaje evangélico.2

La globalización ofrece también unos signos de esperanza, como puertas abiertas a una nueva evangelización. Se va tomando conciencia de pertenecer a una misma familia humana, donde las diversas manifestaciones religiosas dejan entrever posibilidades diversas de relacionarse con el mismo y único Dios. La información, inmediata y global (aunque no siempre verdaderamente objetiva), es el inicio de un diálogo entre todas las culturas. La novedad cristiana consiste en que Dios se ha manifestado como Amor, por medio de la Encarnación de su Hijo Jesucristo.

Toda cultura, también en su derivación religiosa o de trascendencia, tiene su propia peculiaridad, como queriendo descifrar el sentido y dignidad de la vida humana, en sí misma, en relación con el cosmos y de camino hacia un más allá de trascendencia. Se intenta descifrar de dónde venimos y a dónde vamos. En el cristianismo aparece la elección de todo hombre en Cristo, para llegar a ser hijos de Dios, "hijos en el Hijo", por la participación en la vida divina (cfr. Ef 1,5; GS 22).

"Ser hombre significa necesariamente existir en una 2    ? Los contenidos del proceso de evangelización inculturada pueden leerse en algunos documentos magisteriales: LG 13,17; GS 44; AG 3,10-11,22; EN 20,53,63; RH 12; SA (todo el documento); RMi 52-54; CA 24,50,51; PDV 55; CEC 1204-1206; VC 79-80; EAf 62; (Congregación para el Culto Divino, Instrucción) La liturgia romana y la inculturación (25 enero 1994). Ver algunos estudios: A. ALTAREJOS, Inculturación, reflexión misionológica y doctrina conciliar, en: La Missiología hoy (Madrid 1987) 334-357; J.A. BARREDA, La inculturación, tarea prioritaria para la evangelizción: Studium 19 (1979) 229-249; ; M. DHAVAMONY, Christian Theology of inculturation (Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 1997); (Documento de la Comisión Teológica Internacional) Fede e inculturazione: La Civiltà Cattolica 140 (1989) 158-177; J. PLANELLS, Notas sobre inculturación: Misiones Extranjeras, n.104 (1988) 81-184; A.A. ROEST CROLLIUS, Missione e inculturazione. Incarnare l'Evangelo nelle culture dei popoli, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana University Press 1992) 293-305; J. SARAIVA, Missione e cultura (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1986).

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determinada cultura" (Juan Pablo II, Mensaje 1 de enero de 2001). Todo hombre se relaciona con una geografía, una historia, una familia, un grupo humano. Los encuentros interculturales se han dado siempre, también por influencias ambientales y procesos educativos. El ser humano, en sus vicisitudes históricas, ha ido dejando huellas de su espíritu, es decir, de su inteligencia y de su voluntad, de su personalidad y de su pertenencia a una determinada comunidad. Los valores llamados religiosos indican una sed de trascendencia, que aflora en toda cultura y en todo pueblo.

B) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud

A la luz de la Encarnación del Hijo de Dios en unas circunstancias sociológicas, históricas y geográficas, se aprende a valorar todos los elementos de cualquier cultura. El concepto de "patria" o de "nación" tendría que ayudar a valorar tanto la propia cultura como la de los demás. Un don de Dios es para compartir con los hermanos en un proceso de dar y recibir. La familia humana es una sola, porque Dios, que es Padre de todos, "hace salir su sol" sobre todos sus hijos (Mt 5,45).

La fe en "Jesús de Nazaret" (Jn 1,45) ayuda a apreciar las circunstancias históricas, geográficas, culturas y religiosas de todos los pueblos. La fe cristiana insta a descubrir los valores y derechos fundamentales de todos y a valorar y respetar las diferencias, sin caer en exclusivismos, relativismos o sincretismos. La propia personalidad y la propia cultura religiosa, es un proceso de construirse en la verdad de la donación, que es la quintaesencia de la libertad. Sólo el mandato del amor puede realizar este milagro a nivel personal y social, local y universal.

Toda religión, en lo que tiene de auténtico, tiende a valorar las diferencias culturales en la perspectiva de una familia humana que tiene un mismo Padre y Dios. "El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra" (Heb 17,26).

La religión hace descubrir los valores éticos fundamentales y comunes, escritos en la conciencia de todo ser humano. Las personas más sensibles al tema religioso (como son los "maestros" y "fundadores"), han podido subrayar diferencias y peculiaridades, pero queda siempre en pie un respeto por otras opciones religiosas. Hay que constatar, no obstante, que, todavía en la actualidad y fuera del cristianismo, son pocas las escuelas religiosas que fomentan el aprecio positivo por las demás; este retraso educacional va a condicionar negativamente durante muchos años la marcha de la sociedad.

Al releer cualquier expresión religiosa y salvando las

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limitaciones inherentes, habrá que recordar la indicación del concilio Vaticano II: "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio... y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio" (DV 3).

Siempre que, en la historia pasada o presente, se ha intentado conseguir el progreso humano prescindiendo de Dios, entonces se ha empobrecido el diseño de la dignidad del hombre. Toda cultura, también en su derivación religiosa, ofrece ciertas limitaciones, que necesitan una purificación permanente. Lo que no es verdaderamente humano, no es auténticamente religioso. Al mismo tiempo, "una cultura que rechaza la referencia a Dios, pierde su alma y se desorienta, transformándose en una cultura de muerte" (Juan Pablo II, Mensaje 1 de enero de 2001).

El fenómeno de la globalización ofrece la oportunidad de un diálogo enriquecedor entre todas las culturas y religiones, abriéndose a un proceso de donación generosa y de intercambio mutuo. La experiencia cristiana de Dios Amor se basa en una actitud de "comunión" (fraternidad), que refleja la "comunión" de Dios Amor, uno y trino. La armonía de todos los valores religiosos de la historia sólo puede tener lugar en esa comunión divina. Ello es una gracia definitiva de Dios en Cristo y para toda la humanidad. La vivencia de esta comunión (que es gracia) puede armonizar las diversas expresiones culturales y religiosas, sin perder nada de la identidad de cada una. No es una síntesis relativista o sincretista, sino una sublimación de todos los destellos de la luz, armonizados en la fuente misma de la luz: Dios Amor revelado por Cristo.

Todo valor cultural y religioso es un elemento válido e imprescindible para la construcción de la familia humana como comunión que refleje a Dios Amor. La actual mezcla o encuentro de tradiciones y costumbres, debido a las migraciones constantes y masivas, puede llevar a un reconocimiento más auténtico de la dignidad de todo hombre, sin excepción ni discriminación cultural, religiosa y racial. Todo valor auténtico es valor universal, patrimonio común de toda la familia humana.

El cristianismo es tal, cuando vive y predica la "conversión", que no es una humillación, sino una llamada gozosa y sorprendente de apertura a los nuevos planes de Dios Amor en Cristo. Esta "conversión", predicada por Jesús (cfr. Mc 1,15), ayuda a valorar en los hermanos todo lo que sea reflejo de Dios Amor, como preparación evangélica, dejando de lado todo prejuicio ideológico y todo egoísmo personal o comunitario. Muchos malentendidos e incomprensiones tienen origen en una

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actitud egoista, camuflada de religiosidad y cerrada a los planes salvíficos y universales del mismo Dios.

El mandato del amor abre el camino a la solidaridad e interdependencia de toda la familia humana. La paz universal se construye en el respeto a la vida de todo ser humano, desde su concepción hasta la muerte. La religión indica que toda vida humana (en cualquier momento) es sagrada y que pertenece exclusivamente a Dios. Quien se escuda en la palabra "agnóstico" (como queriendo indicar que prescinde de la realidad de Dios), es que no tiene la suficiente audacia para apoyar los derechos fundamentales de hombre, creado y amado por Dios.

La educación humana incluye el conocimiento y aprecio de todo valor religioso, también de las otras creencias. Cada pueblo tiene una historia religiosa, enraizada en la propia cultura, que podría calificarse de "religión tradicional". Algunas religiones más sistematizadas (a las que nos referimos especialmente en los capítulos siguientes), tienen unas características peculiares, que reclaman una actitud de mayor diálogo interreligioso.

Educarse en una cultura cualquiera, equivale a abrirse al respeto hacia las otras culturas, también en su derivación de trascendencia (que constituye la base de toda religión). Esta educación todavía no se da en grandes sectores de la humanidad actual. Sin valores éticos y religiosos permanentes, los demás valores culturales carecen de subsistencia.

Muchos rostros de hermanos nuestros, tal vez víctimas de una dramática odisea de migración (por guerra, trabajo, exilio...), reflejan una historia milenaria de "religiones tradicionales", tan respetables como las llamas "grandes" religiones. Para esas culturas y religiones tradicionales, Dios es familiar y también ser supremo y protector (que se manifiesta de muchas maneras, también por medio de espíritus inferiores), la vida es un don suyo (don sagrado en todas sus etapas), la creación es su lenguaje de amor, la familia es su reflejo, el trabajo es una relación con él. La religión ayuda a relacionarse con los antepasados ya fallecidos. La tierra es un don de Dios que va unido a la vida del pueblo. El culto se realiza por oraciones, ceremonias, sacrificios, simbolismos y ritos, con gran sentido de lo sagrado.

La religión tradicional (enraizada en la vida del pueblo) llega a todas las circunstancias de la vida personal, familiar y social. Los diversos nombres que se dan a Dios, cuando se le invoca, indican aspectos de la divinidad o también expresiones de las diferentes culturas. El politeísmo no es frecuente entre las religiones tradicionales. Los "espíritus" pueden considerarse como "intermediarios". La relación personal con Dios parece como si fuera sensible, a modo de contacto con las

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cosas. Por esto, los gestos de la vida ordinaria se hacen oración, a modo de símbolos y de signos, como "correos" que van hacia Dios: hablar, comer, tocar, saludar, caminar, levantar manos, mirar o ver... Con alguna frecuencia, especialmente en Africa, el creyente se dirige a Dios como Padre: "Padre de nuestros padres".

Estos "valores positivos... pueden ser vistos como una preparación al Evangelio, porque contienen preciosas «semina Verbi» capaces de llevar, como ya ocurrido en el pasado, a muchas personas a abrirse a la plenitud de la revelación en Jesucristo por medio de la proclamación del Evangelio" (EA 67).

Las orientaciones del concilio son muy claras: "Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones, al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado" (NAE 2).

Las religiones son "expresión viviente del alma de vastos grupos humanos. Llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecho frecuentemente con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de personas a orar" (EN 53).

Toda religión, ante el misterio del dolor y de la muerte, ayuda a adoptar una actitud de silencio y adoración de los designios de Dios. Las explicaciones teóricas no han dado nunca una solución satisfactoria. La cruz de Cristo habla a todos del sentido del dolor y de la muerte sin teorizar. Cristo, muerto y resucitado, nos acompaña para que lo "completemos" o prolonguemos en nosotros. Dios nos trata como a hijos suyos, como a él.

Todas las religiones "reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todo hombre" (NAe 2). En este sentido, vienen a ser una "preparación evangélica" (cfr. CEC 843). Los cristianos que viven en coherencia con la propia fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), son conscientes del "carácter definitivo y completo sobre la revelación de Jesucristo" (Dominus Iesus 4).

De esta fe inquebrantable brota la capacidad de descubrir las "semillas del Verbo" existentes en las otras religiones. El encuentro con Cristo por parte de los no cristianos, aunque no comporte un complemento de la revelación definitiva, sí será un

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"mutuo enriquecimiento" (Dominus Iesus 2). Todos aportan elementos de una herencia común a toda la familia humana.3

Si "el Verbo es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6), ello significa que existen "anhelos" auténticos y huellas verdaderas, sembradas por el Espíritu Santo, como elementos salvíficos que derivan del misterio de Cristo y que caminan hacia él. Por esto, "el Espíritu Santo esparce las semillas de la Palabra presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28). De este modo, "todos los hombres y mujeres que son salvados participan, aunque de modos diferentes, del misterio de salvación en Jesucristo y por medio del Espíritu" (Inst. Diálogo y anuncio, n.29; Dominus Iesus 2).

Cristo es el único y definitivo "Mediador entre Dios y los hombres" (1Tim 2,4). Esto significa que los elementos salvíficos, que Dios ha comunicado ya a todos los pueblos desde el principio de la historia, derivan y están orientados hacia su cumplimiento definitivo en Cristo. La mediación única de Cristo, como Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Redentor, no excluye, sino que potencia la cooperación y mediación humana.

Esta es la dignidad del hombre: Dios salva al hombre por medio del hombre (según las doctrina de los Santos). Así, pues, "no se excluyen mediaciones parciales" (RMi 5), porque todas ellas quedan encuadradas en la única mediación de Jesucristo. Al cristiano le corresponde "explorar figuras y elementos positivos de todas las religiones" encuadradas "en el plan divino de salvación" (Dominus Iesus 14).

La sorpresa de quienes, procedentes de otras religiones, llegan al encuentro con Cristo, consistirá en valorar mejor lo que Dios había sembrado en ellos con anterioridad para poder llegar a la fe explícita y teologal. Entonces descubrirán que Dios Amor ya estaba en ellos; pero ahora ya han llegado a la fuente original.

Esta alegría, de haber encontrado una "verdad tan antigua y tan nueva" (San Agustín), les convertirá en misioneros de sus hermanos y les hará sentir en casa y formando parte de la misma familia humana, como quien recibe y aporta elementos de una herencia familiar común. En toda comunidad humana, nadie se 3    ? Resumí los contenidos y bibliografía actual, en: Huellas del Verbo encarnado en las diversas experiencias de Dios. A propósito del Jubileo del año 2.000, "Burgense" 36 (1995) 333-359; Hemos visto su estrella. Teología de la experiencia de Dios en las religiones (Madrid, BAC, 1996) pp.275. La expresión "semillas del Verbo" es de San JUSTINO, Apologia I, 6,3; 10,1-3; 13,2-3; I, 46,1-4; II, 8: PG 6, 457-458. Cfr. AG 3,11; LG 18; EN 53,80; RMi 29; VS 94. Sobre la "preparación evangélica, cfr. LG 16; AG 3, citando a EUSEBIO DE CESAREA, Preparatio evangelica I,1: PG 21,28 a-b.

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debe sentir forastero ni extraño; las diferencias culturales e incluso carismáticas son sólo matices que hacen descubrir lo que es común y principal: Cristo resucitado presente.

El encuentro de culturas y religiones con el cristianismo actual pone en evidencia que "es posible superar las divisiones y recorrer juntos el camino hacia la verdad completa, siguiendo los senderos que sólo conoce el Espíritu del Señor resucitado" (FR 92).

La señal de que el cristianismo ya se ha insertado auténticamente en una cultura particular, consiste en que esa cultura, ya cristianizada, se hace instrumento de evangelización universal.

2. LOS RETOS DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN GLOBAL

A) Nuevos retos para el cristianismo

Con una mirada contemplativa, que sea reflejo de la mirada de Jesús, se puede detectar en cada corazón humano y en cada pueblo, cultura y religión, que todo anhelo auténtico de encuentro con Dios se dirige hacia un encuentro explícito con Cristo resucitado, presente en todo momento del caminar histórico de la humanidad. "Cristo se nos ha manifestado sin ningún mérito nuestro... la verdad dada y el amor que es Dios pertenecen a todos los hombres" (Juan Pablo II, 1 octubre 2001).

Toda experiencia auténtica de Dios es un paso decisivo hacia el encuentro con Cristo. Y "al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida" (Bula IM 1). Sólo a la luz de este encuentro de fe se pueden apreciar en todo su valor las experiencias religiosas previas, que Dios ha sembrado y guiado en todos los pueblos. Pero es un gran reto para el cristianismo el recordar que "nuestra poca fe ha hecho caer en la indiferencia y alejado a muchos de un encuentro auténtico con Cristo" (IM 11).

Sólo una vivencia más profunda y auténtica de la fe cristiana, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), puede llevar a término el objetivo de la misión global, en la nueva evangelización del inicio del tercer milenio. El Espíritu Santo capacita a los apóstoles de todos los tiempos, también en esta época de globalización, y "los impulsa a transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).4

4    ? En los documentos magisteriales misioneros, se subraya la importancia y urgencia de presentar hoy la experiencia de Dios en el cruce de culturas y religiones: EN 76; RMi 24, 38, 57,

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Una globalización solidaria, que vaya más allá de la perspectiva económica, sociológica y cultural, sólo es posible por medio de creyentes dispuestos a vivir en carne propia el mandato del amor. Los aparentes "estropajos" de vidas humanas, que se arrastran junto a nuestros templos, son sólo una pequeña muestra de las grandes masas marginadas por una globalización económica y social injusta. El 80% de la humanidad dispone sólo del 20% de los bienes económicos mundiales. Más de mil millones de personas viven en situación de miseria.

El anuncio profético del evangelio, que debe llegar a todo ser humano y a cada pueblo, es fruto de una "mirada contemplativa" (EV 83) y de un corazón comprometido, que viva en sintonía con los sentimientos de Cristo: "Tengo compasión de esta muchedumbre" (Mt 15,32).

Hay que dejar a Cristo que sea "sorpresa" todos los días, puesto que él llama a una conversión permanente, como apertura generosa (no sujetivista) a los nuevos planes de Dios Amor. Con comunidades cristianas desinfladas o divididas (buscando cada uno su propio interés) no se podría responder adecuadamente a los retos de la misión global. Hay que desnudarse de todo poder, para presentar una Iglesia pobre como fue la vida de Jesús.

Las masas enormes que se acercan al cristianismo y que ya empiezan a llamar a sus puertas, necesitan ver el evangelio vivido auténticamente y expresado con sencillez. Muchas de nuestras elucubraciones actuales, por válidas que sean en sí mismas, no son aptas para la evangelización. Querer explicar teológicamente el evangelio por medio de reflexiones sofisticadas (en las que frecuentemente no se sabe qué es lo que se quiere decir), no ayuda ni a la comunidad cristiana ni a los pueblos que se acercan a nosotros para decirnos, como a los rabinos de hace veinte siglos: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle" (Mt 2,2).

Todo concepto teológico que no pueda traducirse (con otras palabras) a lenguaje inteligible para la gente sencilla, no tiene validez. Los conceptos teológicos de San Agustín, de Santo Tomás, de San Buenaventura, de Sal Anselmo y de otros muchos teólogos de todas las épocas (también de la nuestra),

88, 91. Algunos estudios: J. ESQUERDA BIFET, Valor evangelizador y desafíos actuales de la "experiencia" religiosa: Euntes Docete 43 (1990) 37-56; Idem, Experiencias de Dios (Barcelona, Balmes, 1976); L. GARDET, Experiencias místicas en tierras no cristianas (Madrid, Studium, 1970); V. HERNANDEZ CATALA, La expresión de lo divino en las religiones no cristianas (Madrid, BAC 1972); W. JOHNSTON, El ojo interior del amor, Misticismo y religión (Madrid, Paulinas, 1987); Y.M. RAGUIN, La profondeur de Dieu (Paris, Desclée, 1973).

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son traducibles a frases asimilables, que pueden ser captadas por toda la comunidad. A veces, la comunidad no entiende lo que se dice en las homilías. La traducción a palabras asimilables sería más fácil si los conceptos teológicos se expresaran en clave de teología narrativa, como es la "teología vivida de los santos" (NMi 27).

Nuestras interminables discusiones sobre la unicidad y universalidad de Cristo Salvador, son válidas si se pueden traducir a términos sencillos, que los pueda entender cualquier creyente enamorado de Cristo, sin necesidad de turbarle en su fe. Cualquier niño cristiano puede entender que el mensaje de Belén está abierto a todos los hombres de hoy, como a los pastores y Magos de aquellos tiempos: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,11). Por esto, "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

B) Cristo resucitado, presente en el fenómeno de la globalización, llama a la santidad y misión

Jesucristo está presente, de modo escondido, en todas las religiones y culturas, esperando al apóstol, colaborador suyo, para que, un día, todos lleguen a la fe teologal explícita y formen parte de la comunidad eclesial. En este sentido se puede afirmar que Cristo espera al apóstol "en el corazón de todo hombre" (RMi 88).

La unicidad y universalidad de Cristo Salvador estriba en la realidad salvífica, plena e irrepetible, de que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, compartiendo nuestra historia hasta "dar la vida como rescate por todos" (Mt 20,28). Sólo él es el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado; sólo él puede dar el perdón y la participación en la vida divina; sólo él puede hacer que las "semillas de Verbo" (que son los valores auténticos existentes en otras religiones y culturas) lleguen, sin se destruidas, a su madurez por obra del Espíritu Santo.

La presencia de Cristo en la historia humana y, de modo especial, en su Iglesia, es una llamada a la santidad. "La evangelización del tercer milenio ha de afrontar la urgencia de una presentación viva, completa y evangélica del mensaje cristiano. Se ha de proponer un cristianismo que no puede reducirse a un mediocre compromiso de honestidad según criterios sociológicos, sino que debe ser verdadero camino hacia la santidad" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 2001). "La santidad representa al vivo el rostro de Cristo" (NMi 7). "La perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad" (NMi 30). "La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada

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misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad" (RMi 90).

El mensaje evangélico y la fe que los cristianos hemos recibido gratuitamente, es para toda la humanidad. Estos dones y la "preparación evangélica" que ya han recibido los creyentes de otras religiones, tienen como fuente primera a Jesucristo resucitado. Todo es gracia. Por esto, la misión es "anuncio de un don para todos", puesto que se trata de "una gracia que debemos comunicar" (NMi 56).

La mirada de fe y amor al crucificado, que muere amando y perdonando, traza las líneas maestras para construir la paz y convivencia universal. Los cristianos hemos de purificar la memoria, pidiendo perdón, para aprender a ser misioneros del mismo perdón de Cristo, que fundamenta la renovación global y universal.

Cuando las culturas y religiones se encuentran fraternalmente, cada una debe conservar su identidad y, al mismo tiempo, respetar la identidad y diferencias de los demás. Hay una especie de complementación y síntesis de todos los dones recibidos del mismo Dios. En el caso del cristianismo, no se trata de complementar la revelación de Cristo (que ya es completa y definitiva), sino de ayudar a profundizarla, a vivirla y a expresarla mejor.

Todo lo bueno de las religiones no cristianas es un don de Dios, que se les ha concedido en vistas a encontrar explícitamente a Cristo. El Espíritu Santo actúa en las religiones en armonía con la única economía salvífica, que es la del Verbo Encarnado. Las religiones no son, pues, vías complementarias de la comunidad eclesial cristiana, sino "preparación evangélica", impregnada de la gracia salvífica, que proviene del Verbo Encarnado y se orienta hacia él. Sus textos sagrados son también un don de Dios para toda la humanidad. Pero los escritos del Antiguo Testamento son revelación particular y estricta, porque son preparación inmediata para la venida de Cristo Mesías. Los escritos del Nuevo Testamento contienen la revelación personal de Jesús, la Palabra definitiva del Padre, expresión de Dios Amor.

Toda persona humana, de cualquier pueblo, cultura y religión, recibe constantemente el influjo salvífico de Cristo. Su creencia en Dios no llega todavía al "conocimiento de la verdad" plena en Cristo (cfr. 1Tim 2,4). La fe teologal o explícita es un don especial de Dios. Aunque no dispongan todavía de los medios ordinarios de salvación (Iglesia, sacramentos, etc.), ya tienen una presencia salvífica de Dios, que les lleva hacia Cristo.

En el trato y relación con los creyentes de otras religiones, aunque se pueden observar vacíos e incluso errores,

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también se pueden detectar "las riquezas que Dios ha concedido a cada pueblo", que "no podemos disociar de Jesucristo, centro del plan divino de salvación" (RMi 6).

El cristiano se alegra de constatar que "la acción salvífica de Jesucristo, con y por medio del Espíritu, se extiende más allá de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad" (Dominus Iesus 12). En todo corazón humano "obra la gracia de modo invisible" (GS 22). Se trata, pues, de una acción salvífica que va llegando a toda la humanidad.

A la luz de la Encarnación del Verbo en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), la historia de la humanidad recupera su orientación salvífica hacia Dios Amor. En efecto, "todo ha sido creado por él" y para él (Jn 1,3) y "todo se apoya en él" (Col 1,17). Toda la creación ha sido orientada hacia la redención de Cristo, "único Mediador" (1Tim 2,5). La acción salvífica del Espíritu Santo, que llega a toda la humanidad, es siempre en relación con Cristo Redentor, centro de la creación y de la historia.

Esta "certeza de la voluntad salvífica y universal de Dios no disminuye, sino que aumenta el deber y la urgencia del anuncio de salvación y la conversión al Señor Jesucristo" (Dominus Iesus 22). La misión es colaboración con el dinamismo divino, que está presente en todos los pueblos para conducirlos al encuentro con Cristo.

El Reino de Dios no puede, pues, divorciarse de Cristo y de la Iglesia: "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el reino de Dios revelado por él, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino... como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Señor, al cual debe someterse todo" (RMi 18).

Cristo es la plenitud de la revelación, la Palabra personal de Dios, definitiva y completa. El Verbo Encarnado "introduce en nuestra historia una verdad universal y última" (FR 14). Por esto "es el cumplimiento de toda la revelación salvífica de Dios a la humanidad" (Dominus Jesus n.6). "La Revelación cristiana es la verdadera estrella que orienta al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática; es la última posibilidad que Dios ofrece para encontrar en plenitud el proyecto originario de amor iniciado con la creación" (FR 15). "La promesa de Dios en Cristo llega a ser, ahora, una oferta universal, no ya limitada a un pueblo concreto, con su lengua y costumbres, sino extendida a todos como un patrimonio del que cada uno puede libremente

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participar. Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios" (FR 70).

Todos los "caminos" de salvación (cfr. AG 7), que Dios ha trazado para la humanidad, conducen a la plenitud en Cristo presente en la Iglesia, donde se encuentra la "plenitud de los medios salvíficos" (Dominus Iesus 22).

Todas las comunidades e Iglesias cristianas están llamadas a la unidad pedida por Cristo en la última cena, como signo eficaz de evangelización: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros... para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21.23). "Esta unidad que se realiza concretamente en la Iglesia católica, a pesar de los límites propios de lo humano, emerge también de manera diversa en tantos elementos de santificación y de verdad que existen dentro de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales; dichos elementos, en cuanto dones propios de la Iglesia de Cristo, les empujan sin cesar hacia la unidad plena" (NMi 48).

3. MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA, ESTRELLA DE LA GLOBALIZACIÓN SOLIDARIA

A) María pesente activa y maternalmente en el caminar eclesial, como signo de esperanza

En cada época histórica, la Iglesia ha contemplado a María y se ha sentido identificado con ella como "la mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). En todo el camino eclesial, también y especialmente en el inicio del tercer milenio y en la nueva realidad de globalización, María "antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68).5

5    ? Especialmente desde la encíclica mariana "Redemptoris Mater" (que citamos en este apartado), se ha venido estudiando más la presencia activa de María en la historia de la Iglesia y de la evangelización (con alguna referencia al magisterio anterior): E. BAREA, La presencia de María en la Iglesia. Magisterio de los papas, de León XIII a Pablo VI: Ephemerides Mariologicae 49 (1999) 11-52; CH.A. BERNARD, Dalla presenza di Maria alla spiritualità mariana, in: AA.VV., Spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione, Roma, Marianum 1994, 41-58; I.M. CALABUIG, Per una ripresa del discorso sulla presenza della Vergine: Marianum n.149 (1996) 7-15; J. CASTELLANO CERVERA, La presenza di Maria nel mistero del culto. Natura e significato: Marianum 58 (1996) 387-427; A.M. LOPEZ DIAZOTAZU, Un modo cristiano de vivir la presencia de María: Ephemerides Mariologicae 42 (1992) 129-146; A. PIZZARELLI, La presencia de María en la vida de la Iglesia, Madrid, Soc. Educ.

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La Iglesia ve a María "profundamente enraizada en la historia... la ve maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones" (RMa 52).

La actitud mariana de la Iglesia, en todo momento histórico, es de relación e imitación, siempre en la perspectiva de profundizar en la relación e imitación de Cristo. "Toda la Iglesia es invitada a vivir más profundamente el misterio de Cristo, colaborando con gratitud en la obra de la salvación. Esto lo hace con María y como María, su madre y modelo: es ella, María, el ejemplo de aquel amor maternal que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; LG 65).

El proceso de globalización actual, como hemos indicado anteriormente, señala un momento privilegiado de maduración de las "semillas del Verbo", en vistas al encuentro con Cristo, el Verbo Encarnado. Bajo la acción del Espíritu Santo, la Iglesia realizará su maternidad misionera (a ejemplo de María), colaborando en este proceso de maduración de todas las semillas de gracia que ya existen en los pueblos, culturas y religiones.

Según los Santos Padres, los pueblos ya "poseen la salvación escrita por el Espíritu Santo en sus corazones, sin papel ni tinta" (San Ireneo, Adv. Haer. 3,4,2). María es el signo dado por Dios, como "mujer de esperanza" (TMA 48), en el proceso histórico-salvífico que conduce al encuentro con Cristo.

El texto de Mt 2,1-11, que narra el encuentro de los Magos de Oriente con Cristo y con María, está redactado según el trasfondo de Is 60,1-6 (que describe a Jerusalén, llena de luz, como madre de todos los pueblos). "Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2,10-11).

En cada época histórica, la Iglesia, personificada en María, ofrece a Cristo único Salvador: "La Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos" (IM 11).

El encuentro explícito y pleno con Cristo incluye la entrada a formar parte de la Iglesia. María en la Iglesia "es camino seguro para el encuentro con Cristo" (EAm 11). María sigue siendo el modelo de referencia para la Iglesia: "Engendrando a la Verdad... la ha comunicado a la humanidad

Atenas 1992; F. UMAÑA, María, sacramento y presencia, Zipaquirá, Foyer de Charité 1993.

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entera para siempre" (FR 108).

María, figura de la Iglesia, forma parte del misterio de Cristo, como Madre suya y asociada a la obra salvífico-redentora. Cristo es el único "Salvador... luz par todas las naciones" (Lc 2,30-32). En María Madre, Jesús se muestra como verdadero hombre. En María Virgen por obra del Espíritu Santo, aparece como Hijo de Dios, resucitado. En María asociada, se deja entender como el único Salvador y Mediador, porque salva al hombre por medio del mismo hombre. Las mediaciones humanas (como la de María y de la Iglesia) afianzan la unicidad de la mediación de Cristo y, al mismo tiempo, hacen resaltar la dignidad del ser humano, llamado a colaborar responsablemente en la redención. Especialmente en María y en la Iglesia, se trata de una "múltiple cooperación" o participación en "la única mediación del Redentor" (LG 12).

El paso de las "semillas del Verbo" a su maduración hasta el encuentro con Cristo, es un proceso de contemplación. Las "semillas" no aceptarán a Cristo, si no ven las "huellas" explícitas del Verbo en los creyentes en Cristo. Sólo un proceso de contemplación del Verbo (la Palabra personal de Dios) puede hacer de los cristianos una transparencia de Cristo por obra de Espíritu Santo (cfr. Jn 15,26-27; Hech 1,8). María es un modelo y ayuda en este proceso de contemplación: "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,51).

El secreto del éxito o eficacia evangélica, que está siempre marcada por la cruz, para compartir la misma suerte o "espada" de Cristo (Jn 2,35), consiste en una actitud de fidelidad a la Palabra divina tal como es, sin sujetivismos ni relativismo. El "sí" de María fue "en nombre de toda la humanidad" (Santo Tomás de Aquino). A la Iglesia le corresponde prolongar este "sí" en sí misma y hacerlo posible en cada pueblo y en cada cultura. "A partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad comienza su retorno a Dios" (Pablo VI, Marialis Cultus 28).

B) Proceso de la maternidad mariana y eclesial

La presencia activa y materna de María en la Iglesia tiene como objetivo ayudar a la misma Iglesia en su proceso de misión, que es de maternidad: recibir a Jesús y transmitirlo. María, con su "sí", hizo bajar al Verbo a su seno. La Iglesia, recibiendo la Palabra, se hace capaz de transmitirla para que germinen las semillas de la misma Palabra, sembradas en todos los pueblos.

En el proceso de maduración de las semillas del Verbo, que es proceso de maternidad mariana y eclesial, es imprescindible

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la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,35; Hech 1,8). María es "la mujer dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48; cfr. RMa 13). Su asociación efectiva a la redención de Cristo es por obra del Espíritu Santo: "Ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres" (PO 18).

La Iglesia, por su misma naturaleza de "complemento" de Cristo (Ef 1,23), sigue la pauta de María, figura y Madre de la misma Iglesia. La Iglesia está indisolublemente unida a la maternidad e intercesión de María, "para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad" (LG 69).

La expresión paulina sobre la venida de Cristo o Encarnación del Verbo, Hijo de Dios, en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), indica el sentido de la historia. Cada momento histórico está relacionado con el misterio de la Encarnación. Por esto, en cada momento histórico, el Espíritu Santo puede hacer llegar las semillas del Verbo a su madurez en Cristo. Será el Espíritu Santo, que hizo posible la maternidad de María, el mismo que hará posible la maternidad de la Iglesia y, concretamente, de cada apóstol: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Gal 4,4-7).

Este proceso de madurez necesita la acción "materna" de la Iglesia por medio de sus apóstoles: "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4,19). La fidelidad generosa de la Iglesia misionera, concretada en la vida del apóstol, se expresa en un "sí" permanente a la Palabra y a la acción salvífica de Dios: "Hágase en mí según tu Palabra" (Lc 1,38). La comunidad eclesial es "madre" de Cristo por medio de esa misma fidelidad (cfr. Mt 12, 49-50; Gal 4,26).6

Se necesita una actitud como la de María para captar que, mientras "el Espíritu del Señor llena el universo" (Sal 1,7), llegando a todas las religiones y culturas, al mismo tiempo, es el mismo Espíritu Santo quien induce a recibir la nueva acción de Dios por medio de la Encarnación (cfr. Lc 1,35). Así se llega a la "madurez" de la fe explícita en Cristo Redentor (cfr. RMi 28).6    ? Relación entre la maternidad de la Iglesia y la misión, en relación con la maternidad de María, en: J. ESQUERDA BIFET, Maternidad de la Iglesia y misión: Euntes Docete 30 (1977) 5-29; Teología de la Evangelización (Madrid, BAC, 1995) cap. XII; C.I. GONZALEZ, María, evangelizada y evangelizadora (Bogotá, CELAM, 1988) tema X (María en la misión evangelizadora de la Iglesia).

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El Espíritu Santo inspiró a María, mientras al Verbo en su seno, a intuir y profetizar que "todas las generaciones" la llamarían "bienaventurada" (Lc 1,48). El mismo Espíritu Santo mueve todos los corazones para que en ellos sea una realidad el que "todos los pueblos no cesarán de invocar a la Madre de misericordia" (IM 14).

La Iglesia misionera encuentra en María la clave para discernir dónde están las "semillas del Verbo", a qué grado de madurez han llegado y cómo podrán conseguir la perfecta madurez en Cristo. María es Madre de la Iglesia también en el sentido de actuar su maternidad por medio de la Iglesia. Efectivamente, la maternidad de María tiene "una nueva continuidad en la Iglesia y mediante la Iglesia" (RMa 24). De este modo, la maternidad de María "perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos" (LG 62).

La Iglesia es madre, como expresión de la nueva Jerusalén (cfr. Gal 4,26). Esta realidad está prefigurada en la Jerusalén llena de luz y madre de todos los pueblos: "Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos y tus hijas son llevadas en brazos" (Is 60,4). En la actualidad, los pueblos, culturas y religiones van llegando, guiados por esta luz, hasta "encontrar al niño con María su Madre" (Mt 2,11).

Una Iglesia que no viviera el misterio de Cristo, con María y como María, no sabría ni podría comunicar a los demás el misterio preparado por Dios como "elección en Cristo, antes de la creación del mundo" (Ef 1,4). La misión de la Iglesia consiste en "hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza" (Ef 1,10).

La acción del Espíritu Santo en María, en el momento de la Encarnación del Verbo (cfr. Lc 1,35), es preludio y figura de la acción del mismo Espíritu en la Iglesia, siempre reunida en oración con María la Madre de Jesús. En el Cenáculo, "vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés perseverar unánimemente en la oración con las mujeres, y María la Madre de Jesús y los hermanos de éste (Hech 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación" (LG 59). Por esto, "fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, como había sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre él mientras oraba" (AG 4).

La Iglesia que mira a María, "la gran señal", y que se identifica con ella, camina con toda la humanidad desposada con

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Cristo Esposo (consorte, protagonista, hermano). Un día será realidad el que toda la humanidad, convertida en familia de hijos de Dios, diga de verdad el "Padre nuestro" (cfr. AG 7). Llegar a esta realidad de gracia, dependerá de la tensión espiritual y misionera, en clave escatológica: "El Espíritu y la esposa dicen: ven... ven Señor Jesús" (Apoc 21,17.20)

Si hay que afirmar, por una parte, que "María Madre del Redentor, Madre del amor hermoso, es para los cristianos... la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor", también hay que confiar que "la humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo Encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia Aquel que es «la luz verdadera, aquella que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9)" (TMA 59).

La Iglesia se pondrá a tono de esta realidad misionera, en la medida en que aprenda de María, cada vez más, su actitud contemplativa y humilde: "Después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazareth meditando en su corazón el misterio del Hijo" (NMi 59).

María "indica a todos el camino que conduce a Cristo" (IM 14). A la Iglesia le señala siempre la fidelidad a las palabras del Señor, "haced lo que él os diga" (Jn 2,5), invitándola a "proclamar la verdad: «nos ha nacido el Salvador del mundo»" (TMA 38).

Hay que reconocer que "nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos" (RMi 92). Pero esta verdad comporta una actitud de gozosa esperanza plenamente comprometida: "Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a lassolicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (ibídem).

Este proceso contemplativo y misionero lo realiza la Iglesia "con María y como María" (RMi 92). De este modo la Iglesia "procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María" (RMa 2).

En todos los Continentes resuena la voz del Señor resucitado, que afirma como hace dos milenios: "Soy yo" (Lc 24,39). En todo comunidad humana hay una presencia de Cristo, que asocia a María (con su presencia activa y materna) y que invita a la Iglesia a identificarse con ella como "la gran señal" (Apoc 12,1).

CONCLUSION: Evangelizar en una sociedad global, con el gozo de

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la esperanza

El "gozo de la esperanza" (Rom 12,12) es la actitud habitual de una Iglesia que vive las bienaventuranzas como reacción permanente según el mandato del amor. Un mundo "global", donde la información es inmediata y universal, y los problemas son comunes, es todavía un mundo amado por Dios y, por tanto, capaz de recibir el evangelio.

Cuando Dios parece que calla, su "silencio" deja entender que pronuncia su Palabra personal (el Verbo Encarnado) con más intensidad: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo" (Mt 17,5). En toda época de cambio, cuando parece que Dios está ausente, se deja entrever la presencia del "Emmanuel" (Dios con nosotros), el Verbo que se ha insertado en nuestra historia (cfr. Jn 1,14).

Para que en las circunstancias actuales de globalización, se haga patente esta realidad salvífica, se necesita, por parte de los creyentes en Cristo, "una presentación viva, completa y exigente del mensaje evangélico... verdadero camino hacia la santidad" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 2001).

En este sentido, las cristianos de hoy tenemos una tarea ineludible, según el consejo de San Pedro: estar "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 Pe 3,15). Una sociedad que necesita y que pide signos y testigos, y que ya ha caminado durante milenios hacia el encuentro con Cristo, nos interpela con ansiedad: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). Jesús resucitado, presente en nuestro caminar, nos capacita "para reconocer su rostro y para correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)" (NMi 51).

La "plenitud de los tiempos", manifestada en la Encarnación (cfr. Gal 4,4), se hace realidad en el anuncio profético de Jesús y de su Iglesia: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). La palabra "conversión", en labios de Jesús, tiene sentido de apertura a los nuevos planes de Dios Amor. Este anuncio llega hoy a cada pueblo, cultura y religión, por medio de una Iglesia que, intensificando su propio proceso de conversión, se hace signo creíble del evangelio.

El gozo de la esperanza se manifiesta en la misión: "Quien ha experimentado el gozo del encuentro con Cristo, no puede esconder este gozo dentro de sí, sino que debe irradiarlo" (Juan Pablo II, 22 de octubre de 2000; cfr. NMi 40).

El mensaje cristiano de la esperanza consiste en "recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirse con confianza al futuro" (MNi 1). Es la actitud que todo

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cristiano quiere compartir con todos los demás hermanos.

La situación global de hoy invita a adoptar esta actitud de esperanza, con el convencimiento de que siempre se puede hacer lo mejor: "Guía mar adentro" (Lc 5,4), "vayamos a la otra orilla" (Lc 8,22). Todo corazón humano, consciente o inconsciente, camina hacia el encuentro con Cristo, que respeta siempre la libertad de cada uno. El camino de la misión es camino de esperanza, porque Cristo, "nuestra esperanza" (1Tim 1,1), está siempre presente entre nosotros.

"¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos... El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rm 5,5)" (NMi 58).

El fin último de la misión consiste en que toda la humanidad, llamada a formar una sola familia, participe en la comunión de la vida trinitaria de Dios Amor. "La Iglesia no tiene otra razón de existir, si no es para hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora" (Pío XI, Rerum Ecclesiae 2). "Ella existe para evangelizar" (EN 14). El mandato misionero de Jesús "no es algo contingente y externo, sino que alcanza el corazón mismo de la Iglesia" (RMi 61).

Por esto y de modo permanente, "la Iglesia ha sido invitada a interrogarse sobre su renovación, para asumir con nuevo impulso su misión evangelizadora" (NMi 3). La renovación eclesial, con el signo de la esperanza, se demuestra con un nuevo vigor espiritual y con una nueva audacia misionera.

El misterio de Dios Amor está más allá de todas las expresiones culturales e incluso de todas las reflexiones teológicas válidas. Los creyentes de otras religiones captarán la sorpresa o el "misterio" de los nuevos planes de Dios en Cristo, si (ayudados por la gracia) ven en nosotros una actitud respetuosa hacia ellos y, al mismo tiempo, una actitud humilde y convencida respecto a nuestras expresiones religiosas. Estas expresiones son válidas y, cuando están aprobadas por la Iglesia, comunican los contenidos de la fe, pero nunca pueden expresar perfectamente todo el misterio de Dios Amor, que es

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siempre más allá de nuestro pensar.

Cristo es la Palabra definitiva del Padre y la plenitud de la revelación, que no puede ser completada. Pero a los cristianos, que ya poseemos esta fe, nos falta todavía mucho por recorrer, para llegar a vivir plenamente esta realidad. No hemos llegado todavía a la visión de Dios Amor y al encuentro definitivo con él en el más allá (en el cielo).

En nuestro caminar necesitamos vivir la comunión afectiva y efectiva, no solamente con todos los demás cristianos (para ser signo del mandato del amor), sino también con todos los demás hermanos que componen la familia humana. Las gracias que toda persona humana ya ha recibido (en el cristianismo y en otras religiones), pertenecen a la herencia y patrimonio común de toda la humanidad, que camina hacia el encuentro explícito y generoso con Cristo resucitado, el Verbo Encarnado.

El proceso actual de "globalización", en el que toda la familia humana comparte las mismas esperanzas y zozobras, es una nueva oportunidad de anunciar el evangelio sin condicionamientos ni fronteras geográficas, raciales, culturales y religiosas.

Cristo nos lleva a todos en su corazón. El acompaña a cada ser humano, asumiendo la realidad concreta de cada uno y sanándola desde su raíz. Cada ser humano, gracias a Cristo, se completa con los demás, salvaguardando la dignidad e irrepetibilidad de cada uno. Donde no llega uno, llega la familia reunida por Cristo. Es la "comunión de los santos", que podría ser el dogma que iluminara definitivamente la realidad de la "globalización". Cada ser humano, en armonía con toda la historia y con todo el cosmos, construye con Cristo la realidad de una familia humana que, un día, será reflejo de la vida familiar de Dios.

Nadie que busque la verdad y el bien, en el pasado, en el presente y en el futuro, queda excluido de esta dignidad y tarea responsable y entusiasmante. Siempre vale la pena ser apóstol de Cristo, y más en unos momentos de tantas posibilidades y de tantas gracias, que fundamentan nuestra esperanza. Así lo han comprendido los misioneros de todos tiempos. "La vida no merece el nombre de vida, si no se emplea toda ella en conquistar vasallos para el Rey inmortal de los siglos... Que todos te conozcan y te amen, es la única recompenso que quiero" (SD M. María Inés-Teresa Arias). Es la aspiración paulina de "hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza" (Ef 1,10), "porque debe él reinar" en todos los corazones con su reinado de amor (1Cor 15,25).

"Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen... como Estrella de la Nueva Evangelización... aurora luminosa y guía segura de nuestro caminar" (NMi 58). Así la Nueva

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Evangelización podrá transformar el fenómeno de la "globalización" en solidaridad, no sólo social y cultural, sino especialmente religiosa, haciendo de toda la humanidad una familia que refleje el misterio trinitario de Dios Amor revelado por Cristo.