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VIVENCIA EUCARISTICA DE LA PASIÚN DE CRISTO ESTA GRAN LECCION DE LA M. SACRAMENTO Como todo en el Cristo histórico, o Cristo físico, el que nació en Belén y murió en el Calvario, gira y se ordena en torno al sacrificio de la Cruz, así todo en el Cristo místico, o Iglesia, la que nació del costado abierto de Cristo sobre la Cruz y en la que la obra redentora se perpetúa y se actua- liza para cada uno de nosotros, hasta la consumación de los siglos, se dis- pone y gira en torno al sacrificio del altar, o Eucaristía. Pasión y Eucaristía son versiones de una misma realidad. El Cristo total, que sintetiza en uno lo que es causa y lo que es medio de redención y santificación, lo que hace ser y lo que da permanencia en el ser, lo que posibilita la vida cristiana y lo que la convierte en acto, sólo en el corre- lato Pasión y Eucaristía se comprende y se vive perfectamente. Según expresión de Ten Hompel, la Eucaristía no es en el fondo otra cosa que Cristo viviente en su Iglesia, hecho núcleo y dispensador de vida. Por eso tiene tanta importancia en la economía de nuestra salvación y de nuestra santificación (1). La importancia capital que juega la Pasión de Cristo en la causación de nuestra Redención, mediante la entrega que el Hijo hace de sí mismo al Padre, buscando nuestra reconciliación con él: traditus pl'optel' delicta nostra (2), esa misma juega la Eucaristía, verda- (1) T. HOMPEL, Das opter als Selbsthingabe. Frelburg, 1920, p. 21. (2) Rom 4, 25.

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  • VIVENCIA EUCARISTICA DE LA PASIÚN DE CRISTO

    ESTA GRAN LECCION DE LA M. SACRAMENTO

    Como todo en el Cristo histórico, o Cristo físico, el que nació en Belén y murió en el Calvario, gira y se ordena en torno al sacrificio de la Cruz, así todo en el Cristo místico, o Iglesia, la que nació del costado abierto de Cristo sobre la Cruz y en la que la obra redentora se perpetúa y se actua-liza para cada uno de nosotros, hasta la consumación de los siglos, se dis-pone y gira en torno al sacrificio del altar, o Eucaristía.

    Pasión y Eucaristía son versiones de una misma realidad. El Cristo total, que sintetiza en uno lo que es causa y lo que es medio de redención y santificación, lo que hace ser y lo que da permanencia en el ser, lo que posibilita la vida cristiana y lo que la convierte en acto, sólo en el corre-lato Pasión y Eucaristía se comprende y se vive perfectamente.

    Según expresión de Ten Hompel, la Eucaristía no es en el fondo otra cosa que Cristo viviente en su Iglesia, hecho núcleo y dispensador de vida. Por eso tiene tanta importancia en la economía de nuestra salvación y de nuestra santificación (1). La importancia capital que juega la Pasión de Cristo en la causación de nuestra Redención, mediante la entrega que el Hijo hace de sí mismo al Padre, buscando nuestra reconciliación con él: traditus pl'optel' delicta nostra (2), esa misma juega la Eucaristía, verda-

    (1) T. HOMPEL, Das opter als Selbsthingabe. Frelburg, 1920, p. 21. (2) Rom 4, 25.

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    dero sacwmentum passionis, en la aplicación de la obra redentora, trá-mite nuestra inserción eclesial por el sacramento del bautismo, que inicia lo que en la Eucaristía se complementa.

    La pacificación entre cielo y tierra vino por el cuerpo y la sangre de Cristo, que se ofreció con ellos en sacrificio sobre el ara de la Cruz (3). Así quedó como

    Iris de paz que se puso entre las iras del cielo y los delitos del mundo (Calderón).

    El cuerpo clavado sobre la cruz posibilitó nuestra vida espiritual. Se nos dio la llave de acceso a la casa del Padre. La entrada efectiva

    en esa casa sólo se consigue mediante la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía, sacramento al que se ordenan y se subordinan todos los demás sacramentos. Sin sacrificio no hay redención. Y la Reden-ción operada por el sacrificio de Cristo en su Pasión sólo es suceso personal para cada uno de nosotros cuando participamos de su sacrificio, entrando a formar parte del sacramento del Cuerpo Místico, en el que ese sacrificio se perpetúa y actualiza, y en el que la Eucaristía ocupa el lugar y hace las veces del sacramento de la Pasión de Cristo obrando nuestra redención ob-jetiva.

    Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, son la causa principal de nues-tra redención y santificación, por nuestra inserción en el Cuerpo Místico. La Humanidad santísima de Cristo es la causa instrumental. Padeciendo en ella, Cristo nos redime. Quedamos recapitulados en Cristo por el valor redentivo de su Humanidad sacrificada. Entramos en comunión efectiva y personal con él, por nuestra inserción en su Cuerpo Místico.

    La Iglesia tiene para nosotros condición de medio. y su mediación se centra y culmina en la celebración del misterio eucarístico, donde la Pa-sión de Cristo se renueva y perpetúa y se hace comunión para nosotros. y como Cristo paciente es no sólo principio y medio de vida, sino tam-bién patrón y ejemplar de vida cristiana, nuestro acercamiento a la Euca-ristía, nuestra unión con El por medio de la comunión, se convierten en el más poderoso recurso y el más eficaz estímulo para facilitar y hacer progresar nuestra vida cristiana, mediante la vivencia pasionista del mis-terio eucarístico, que, dogmática y espiritualmente, se subordina a la Pa-sión de Cristo.

    Esto que los teólogos alcanzan por reflexión, los santos lo tienen por experiencia e intuición. Fácil nos sería espigar testimonios a este propósito por el campo de la hagiografía cristiana. Pero para los fines de nuestro trabajo y la ilustración del tema que nos hemos propuesto desarrollar, ningún testimonio más elocuente ni más al caso que el de la santa Madre Sacramento o Vizcondesa de Jorbalán. Ella hizo de su vida y de la insti-tución de Adoratrices por ella fundada la prueba viva y viviente de que

    (3) Col 1, 20.

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    una vida eucarística intensa es el mejor medio para apropiarse los tesoros de gracia y de virtud encerrados en la Pasión de Cristo, haciendo nuestro su sacrificio y espoleándonos al sacrificio en aras de los demás, por los que se ofreció ese sacrificio.

    «Yo hice el sacrificio de mi vida-leemos en su Autobiografía-para vivir del modo y manera que Dios quiera. Para animarme a todos los sa-crificios, que yo entreveía había de hacer, meditaba la Pasión del Señor. En el Sagrario la hallaba toda entera y no recuerdo hoy cómo era; pero decía el Padre la meditaba así, por no salirme yo del Sagrario. Como tenía habitualmente gran dolor de mis pecados y los ajenos, era lo que me hacía buscar medios para que se convirtieran las almas y amasen por mí al Señor» (4).

    N ótese lo gráfico de la expresión atañente a la Pasión de Cristo: «En el Sagrario la hallaba toda entera». Y nótese cómo al Sagrario acudía la santa no sólo para vivir en su plenitud la Pasión de Cristo, sino también para convertirla en propia vida, abrazándose al sacrificio. En la Eucaristía meditaba la Pasión y en la Eucaristía tomaba fuerza para padecer.

    En la Relación de Favores divinos, escrito nacido de la obediencia al P. Cumplido, encontramos afirmaciones parecidas. Allí se nos dice, por ejemplo, que a través de Cristo Eucaristía recibía la santa explicaciones y efectos muy particulares y variados. «Unas veces, muchas, comprender allí el misterio todo de la Pasión, y lo explicaba yo entonces bajo aquella impresión de un modo que me decía el P. C.": qué sagacidad tiene usted para hallar en el Sagrario toda la Pasión, a fin de no salir de él» (5).

    «Meditando la Pasión en el Sagrario-escribe también-he tenido un do-lor, no sólo de mis pecados, sino de los ajenos, y por varias veces, lo que me hace buscar medios de que se conviertan muchas almas, y amen al Señor; y suelo sufrir mucho meditando su Pasión y lloro con amarga pena siem-pre que hago el Via Crucis; esta pena tiene algo que no es natural, porque dura, y deja un fervor muy especial que influye para toda la vida» (6).

    De suerte que la Eucaristía: serviría a nuestra santa para entrar de lleno en el misterio de Cristo, misterio de Pasión y Resurrección, cuya apropia-ción a nosotros llega a través del misterio del Cuerpo Místico, cuyo centro y ápice es la Eucaristía. Participando del sacrificio eucarístico, comul-gando sacramentalmente, la Madre Sacramento hacía suya la realidad so-brenatural del misterio pascual, en un recorrido ascético de muerte y mor-tificación que la llevaba a resucitar con Cristo, configurándose totalmente a sü imagen en una misión de santidad que la hacía sentirse solidaria del bien común de la Iglesia mirando por su santificación personal y por la de las almas que se ponían a su alcance.

    La devoción eucarística de la Madre Sacramento es significativa desde el punto de vista pasiológico porque no parte sólo del supuesto teológico que la Eucaristía está como memorial y renovación mística de la Pasión de Cristo, cosa que toda alma cristiana da por admitida y bajo cuya influencia

    (4) A 373. (5) F 12. (6) F 15.

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    latente se mueve hacia Jesús Sacramentado, sino porque, de una manera expresa y refleja, al querer rendir culto a la Eucaristía y querer que sus hijas se lo rindan, lo hace pensando en la Pasión de Cristo, como fuente de todo bien nuestro, incluso del bien de la Eucaristía, y como medio el más eficaz para identificarnos con Cristo, ya que la comunión nos une estrechamente a El y nos lleva a hacer propios los sentimientos redentores de Cristo, sacrificándonos por los redimidos.

    Pasión y Eucaristía se entrelazan de tal manera en la vida de la Madre Sacramento que resulta comprometido discernir la línea de preferencia en sus amores. Es cierto que ella nos dice expresamente que el Santísimo era su máximo amor: «lo que yo más amo en el mundo», «mi pasión do-minante la llamaba yo entonces, y hoy puedo decir que es mi delirio, mi locura, pues por El lo sufro todo y con gozo grande de mi alma» (7). Pero también nos dice que «quería tanto al Señor en la Cruz» que sentía horro-res no llevar consigo su imagen. Por eso puso su crucifijo grande en el ro-sario y, sobre todo, «como sello junto al corazón» recordando «vivo cru-cificada por su amor» (8).

    Y además, como hemos indicado antes, si tanto amaba la Eucaristía, era justamente porque en ella encontraba la Pasión de Cristo toda entera. P1'Optel' quod ununquodque tale, et illud magis, dice un axioma filosófico, que en buen romance quiere decir: Más ha de amarse lo que es causa de la amabilidad de otra cosa. Si la vida es buena y amable, ¿qué no será el autor de la vida?

    Ahora bien, toda la razón de ser de la Eucaristía, como sacrificio y sacramento, está en la Pasión de Cristo. Más aún, eucaristía y Pasión son una misma unidad sustantiva, estando la diferencia sólo en el modo. Bajo la especie sacramental lo que realmente se contiene es el Cuerpo y la Sangre del Señor: «y esta fue siempre la fe de la Iglesia de Dios: que inme-diatamente después de la consagración está el verdadero cuerpo de Nues-tro Señor y su verdadera sangre, juntamente con su alma y divinidad, bajo la apariencia del pan, y la sangre, bajo la apariencia del vino», y Cristo, todo íntegro, está bajo cada una de las especies (9). «La copa de ben-dición que bendecimos, ¿no es acaso-pregunta San Pablo-la comunión de la Sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuer-po de Cristo?» (10). Porque-añade el Apóstol- esta es la doctrina que yo recibí del Señor y que yo siempre os he enseñado: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, instituyó esto en memoria de su Pasión. «Así que todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga. De manera que, cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será cul-pado del cuerpo y de la sangre del Señor» (11).

    Trátase aquí de una participación real del cuerpo y de la sangre del

    (7) A 279. (8) A 368. (9) Trento, Ses. XIII, c. IV. Denzlnger, n. 876. (10) 1 Cor 10, 16. (11) 1 COI' 11, 23-29.

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    Señor, por consiguiente de una memoria viva y reviviscente, bajo forma sacramental y mística, de la Pasión misma de Cristo. Quien comulga sa-cramentalmente, entra a participar realmente del misterio redentor por la pasión de Cristo en el sacrificio de la cruz y, simultáneamente, del mis-terio de la Iglesia o cuerpo místico de Cristo, por la caridad, que es como el alma de ese misterio.

    La Eucaristía es el gran sacramento de nuestra incorporación a Cristo y a su Iglesia. «Esta refacción tiene varios sentidos: escatológico, de espe-ranza y confianza en la venida del Señor en su reino mesiánico; fraternal, simbolizado y realizando la unidad del cuerpo místico de Cristo, la Iglesia y, sobre todo, histórico, conmemorativo de la última cena y de la pasion del Señor. Considerada bajo este último aspecto, que es el principal, el ban-quete eucarístico es a la vez sacrificio y sacramento: entraña la reiteración real del sacrificio de la cruz, y realiza esta reiteración, no por medio de una conmemoración subjetiva, sino mediante una verdadera renovación ob-jetiva y sacramental. El sacrificio que ofrecemos, decía San Cipriano, es la pasión del Señor, representada y renovada por el misterio de las pala-bras y ritos sacramentales» (12).

    La comunión eucarística, por consiguiente, entonces se ve a clara luz y cumple con su finalidad o misión institucional, cuando se hace pensando en la pasión de Cristo, para unirse sacramentalmente a la humanidad pa-ciente de Cristo y para sacar de ella fuerzas en orden a vivir la pasión de Cristo en nuestra propia carne, apropiándonos los sentimientos sacrificiales de Cristo. Cosas que, en su culto y amor a la Eucaristía, conjugó admira-blemente la Madre Sacramento, resultando por ello un alma tan pasionista como eucarística; y muy pasionista porque muy eucarística. La Pasión de Cristo estaba presente en su pensamiento a la hora de comulgar, comul-gaba para unirse plenamente a Jesús paciente, y sacaba de la comunión deseos y alientos para padecer por Cristo y como Cristo, convirtiéndose en imagen viva de Jesús crucificado.

    De ahí sus deseos grandes de hacer mucha penitencia: «Me quedó -dice ella-un vehemente deseo de hacer penitencia y la hice continua por espacio de cinco años seguidos, y por fuertes que las inventara e hi-ciera no me satisfacían, pues quitaba el Señor la parte más dolorosa, de modo que me quedaba como si nada hiciera». «y me acontecía estos años [los de París] que cuando no podía hacerlas por razones ajenas de mi voluntad, las sentía en mi cuerpo más marcadamente que cuando las hacía, y no sabía debía dar cuenta antes de hacerlas» (13).

    Recordando algunos de los consejos recibidos de su confesor en la Igle-sia de San Felipe du Roule, notamos: el de comulgar los viernes, «que es una devoción que tiene usted a la Pasión del Señor desde muy niña». Tanto-añade ella-que «pintaba muchos crucifijos al óleo y aún conservo el que pinté para mí, y lloraba yo por mis pecados cuando no conocía yo

    (12) J. COPPENS, Orígenes de la Eucaristía según los libros del Nuevo Testamen-to, en "Eucaristla". Enciclopedia, Buenos Aires, 1949, p. 35.

    (13) A 27-28.

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    lo que eran pecados graves, y lloraba los ajenos también sólo porque cru-cificaron al Señor por ellos» (14).

    «Meditaba-nos dice también en otro lugar-la Pasión cada día» y «he sido siempre amiga de hacer el Viacrucis» (15). Sus comuniones-nos cuen-ta-eran sin mira alguna humana, por puro deseo de unirse a Jesús y ser toda suya. Y no comprendía cómo podía ser de otra manera; «ojalá. me muera sin comprenderlo prácticamente» (16).

    El Señor la hizo sentir visiblemente su presencia en la Eucaristía. En una ocasión que decía misa el P. Carasa, «al alzar el cáliz lo vi yo trans-parente y dentro la sangre del Señor, y esto me trastornó y recogió de modo que aún dudo el tiempo que me estuve en medio de la Iglesia» (17). Cuando volvió en sí halló que toda la gente se había ido. Como garantía de que era realmente la sangre lo que había visto, pidió una señal a Dios, cosa que Dios benignamente le concedió, según ella sigue contando. Otro día, que estaba con las más ardorosas ansias de comulgar, cuando se acercó el momento de hacerlo, vio cómo el Señor hacía ademán de sacar la forma del corazón para dársela.

    Que a la consideración de la Pasión del Señor acudía ella para con-vertir el padecer en vivencia propia, nos lo dice en otro lugar de su Autobio-grafía. «Como tenía tantas cruces, superiores a mis fuerzas, y yo era muy devota de la Sangre que el Señor derramó en su Pasión, puse el ejercicio o rosario de la Preciosa Sangre y lo mandé imprimir» (18). En la carta a D. Fernando Blanco, obispo de Avila, le dice: «¡Yo vivo con las penas! ¡Son mi elemento! ¡Sufrir por El y por su amor padecer es demasiada dicha para mí» (19). Y en otra: «Es un gusto sufrir algo por Dios» (20). También escribiendo a la H. Caridad: «Pero yo no vivo ya sin penas, y son como espuelas que me llevan a amar a Dios» (21). y aceptando el amargo cáliz de su vida, repetía y aconsejaba a otros repetir estos versos:

    Jesús es suma bondad sabe lo que me conviene; hágase su voluntad que rendida aquí me tiene.

    Lo que hizo en resumidas cuentas la Madre Sacramento, centrando su vida y la vida de su Institución en torno a Jesús Eucaristía, no fue otra cosa que secundar los planes de Dios, apropiándose la plenitud sacra-mental de los mismos y cifrando en el sacramento de los sacramentos el logro de una vida auténticamente eclesial y perfectamente orientada a la santidad.

    (14) A 29. (15) A 32 s. (16) A 160. (17) A 165. (18) A 304. (19) Carta del 15 de mayo de 1851: CS !lI p. 14. (20) Carta del 19 de mayo de 1861: CS !lI p. 18. (21) Carta del 22 de diciembre de 1859: CS II p. 18.

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    La sacramentalidad, en efecto, es algo así como el plano general de las operaciones divinas en su empeño de acercamiento al hombre, siguiendo el tenor de la presente economía. Sujetarse a este plan ha sido dignación be-nevolentísima de Dios, que quiso tener en cuenta la condición humana. El hombre, efectivamente, es un ser para el que lo sensible es ley de esencia y de actividad. Por eso su encuentro con Dios no podía sustraerse a esta ley de sensibilización o de presencialización típicamente humana. Y sur-gieron los sacramentos de naturaleza, y vinieron luego, instituidos por Cristo mismo, los sacramentos de gracia, señales visibles de un algo invi-sible. La sacramentalidad es el puente tendido por el mismo Dios para facilitar al hombre su encuentro religioso con El.

    En la religión cristiana, semejante encuentro sólo es verificado sobre un plano sacramental: el de la revelación o palabra que se hace carne: y el Verbo se hizo carne; el de la gracia, que se hace vida nuestra por el sacramento de la Pasión de Cristo; el de la Iglesia,suelo sacramental de los demás sacramentos; y el de cada uno de estos sacramentos, destinados a cumplir una misión específica en el despliegue o ejecución de los planes sacramentales de Dios, tanto por orden al individuo como a la comunidad cristiana.

    Dada la trascendencia de Dios y la sobrenaturalidad de los dones de gracia, no está en manos de hombre alguno sujetar ni condicionar 10 di-vino a ningún signo o medio de naturaleza creada. Sólo Dios puede ins-tituir el sacramento propiamente dicho, como significativo y causativo de gracia. Péro, una vez instituido por Dios, hay que aceptarlo y recibirlo como medio religioso indispensable para acercarnos nosotros a Dios y acer-car Dios a nosotros. De ahí que nadie pueda suprimir, alterar o hacer de menos los cuadros sacramentales que por voluntad de Cristo vigen para su Iglesia, por consiguiente para todo cristiano.

    No hay vida de autenticidad cristiana sin vida sacramental. Y el pri-mer gran sacramento que hay que aceptar es el de la Iglesia misma, como medio instituido por Cristo para nuestra salvación y santificación, tanto si se la considera en su elemento visible como en el invisible, como don y como institución.

    En la presente economía todo discurre sobre el paradigma de la divino-humanidad de Cristo. El Cristo físico y el Cristo místico tienen un mismo tenor, siguen una misma avenida para llevarnos a la posesión de la gracia y por ende de la gloria, de la que la gracia es germen. Ese tenor es el tenor . sacramental. Por signos exteriores y sensibles quiso Dios que tuviéramos noticia de su revelación y de su aproximación a nosotros; y por signos ex-teriores y visibles quiere ahora que tratemos nosotros de acercarnos a El.

    La virtud que nos salva brotó primeramente del sacramento de la huma-nidad del Verbo, padeciendo en su carne. Esa virtud se perpetúa y ac-tualiza constantemente a través de los siglos en la Iglesia, doblaje místico y sacramental de Cristo. Cada uno de los sacramentos es un medio sen-sible, significativo y causativo, de una peculiar gracia que se nos aplica.

    Edificados sobre el fundamento de la fe, los signos sacramentales son

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    garantía y condición precisa de pertenencia cristiana. Por ellos nos hace-mos partícipes de los frutos del gran sacramento de la Pasión de Cristo. Es la Pasión de Cristo, en efecto, y la fe en esa Pasión lo que hace eficaz la posición del signo sacramental. No hubiera habido Pasión de Cristo, y no tendríamos sacramentos. Aunque medios de suyo objetivamente efi-caces, son sencillamente medios. Exigen siempre la acción de la causa prin-cipal, que es Dios, y nuestra activa cooperación por fe y gracia. En última instancia es siempre Dios quien principalmente salva y santifica. Primero por mediación del sacramento de la Pasión de Cristo, inmolándose visible-mente sobre la Cruz; luego por mediación de la Iglesia, que perpetúa el sacramento de la Pasión de Cristo y nos administra los sacramentos. Estos son, en definitiva, el recurso eclesial para hacer nuestra y propia de cada uno la Pasión de Cristo, uniéndonos y configurándonos con Cristo cruci-ficado.

    Si la humanidad de Cristo es el gran sacramento de la redención, obje-tivamente considerada, los sacramentos propiamente dichos son la fórmu-la sensible de esa redención, subjetivamente considerada o concretamente aplicada.

    Por el sacramento de la humanidad de Cristo paciente adquirimos el derecho a la vida cristiana, nos hicimos miembros potenciales de Cristo. La Pasión posibilita nuestra inserción cristiana. Por los otros sacramentos, instituidos por Cristo y que toman fuerza y virtud del sacramento de la Pasión de Cristo, ese derecho se convierte en hecho, quedamos conver-tidos en miembros efectivos de Cristo dentro de la comunidad del Cuerpo Místico. Se nos aplican los frutos de redención derivados de la Pasión de Cristo.

    Todos los sacramentos participan de la eficacia santificadora de la Pa-sión de Cristo. Con dependencia de esa Pasión, y en orden a la Pasión es como la vida sacramental ha de tener para nosotros eficacia salvadora y santificadora. Pues aunque la Pasión de Cristo fue un hecho histórico irre-versible, su acción salvífica perdura eternamente y sólo es aplicable a aquellos a quienes se comunica el mérito de su Pasión, según enseña el Tri-dentino (22). Concretamente esa comunicación es un hecho personal para cada redimido por la fe y los sacramentos; aunque con modalidad distinta en cada uno de estos factores, según enseña Santo Tomás (23). La fe su-pone un acto del alma; los sacramentos, la aplicación de una cosa sen-sible.

    Como ha dicho Arnold, los sacramentos responden al espíritu de encar-nación propio de la virtud salvífica de Cristo, que comenzó encarnándose para salvarnos, humillándose para exaltarnos, humanizándose para deifi-camos. «Ellos son en efecto la prolongación lógica de las vías redentoras mediante la Encarnación. Dios nos ha salvado de manera visible por la humanidad de Cristo, y esto de manera que la Encarnación no sólo ha merecido, sino que también ha producido la salud; por lo tanto, es lógico

    (22) DENZ, 795. (23) III, q. 62, a. 6.

    1 Ji

    I

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    que Dios utilice o se sirva de medios exteriores y visibles para que la re-dención sea un hecho en cada uno de los individuos» (24). Pero siempre es la fe la condición previa para la eficacia sacramental: fides passionis ... sacramentis efficaciam largitur (25).

    Si todos los sacramentos suponen y reclaman esta vivencia pasionista del misterio que Cristo realiza por ellos en nosotros, el sacramento de la Eucaristía la supone y reclama con doblada razón y fuerza, porque fue instituido precisamente como memorial de la Pasión de Cristo y en él la Pasión se renueva y presencializa en la inefable contextura del Cuerpo Místico.

    En la unidad del Cuerpo Místico, de la que es signo y símbolo el cuer-po eucarístico, el sacrificio de Cristo en su Pasión se hace sacrificio del cuerpo Místico y, por ende, de cada uno de los miembros que lo integran. La institución eucarística se hizo precisamente para que todos los miem-bros del Cuerpo Místico pudieran hacer suyo el sacrificio de la Cabeza. Lo que pasó en la Cruz debe repetirse en cada cristiano. Esto se consigue por el sacrificio eucarístico, en el que y por el que todo el Cuerpo Mís-tico, Cabeza y miembros, reviven y actualizan el sacrificio de la Cruz.

    Identificado esencialmente el sacrificio eucarístico con el sacrificio del Calvario, el que participa del sacrificio eucarístico participa del sacrificio de la Cruz, y los sentimientos de Cristo en su Pasión deben ser también participados y asimilados por los que ofrecen el sacrificio eucarístico como sacrificio comunitario de Cristo y sus miembros, simbiotizados en la esen-cial unidad del Cuerpo Místico. «En el sacrificio eucarístico Cristo no es ya únicamente el representante, sino que se presenta como la Cabeza que, en mística unidad, ha unido consigo los miembros agraciados. De este modo, ya no es la Cabeza sola, aunque sí principalmente, la que se ofrece, sino que, unidos con El, ofrecen también sus miembros» (26).

    y esta comunión objetiva u ontológica, digámoslo así, que se establece, por la unidad del Cuerpo Místico, entre el sacrificio de la Cruz y el sacri-ficio del altar, entre nuestro sacrificio y su sacrificio, debe traducirse en una comunión moral o ascética, que nos lleve a identificarnos plenamente con los sentimientos de Cristo en su sacrificio, cristificándonos no sólo a la hora de participar en la misa y de comulgar, sino también a la hora de vivir. Porque así como toda la vida de Cristo fue sacerdotal, y con ca-rácter sacrificial aceptó la encarnación como ordenada al sacrificio de la Cruz, así debe serlo toda la vida del cristiano, en uso de su sacerdocio.

    Como en Cristo no hay nada más grande que su sacerdocio, Chrístus ideo victor quía víctima, dice San Agustín, y ese sacerdocio tiene como correlato y expresión culminante el sacrificio de la Cruz, así en la Iglesia Cristo Místico, no hay nada más grande que el sacrificio eucarístico, pre-cisamente porque es el sacrificio mismo de la Cruz. Y como los sentimien-tos y los méritos redentores de Cristo culminaron en el sacramento de su

    (24) F. X. ARNOLD, Pour une théologie de l'apostolat. Principes et histoire. Desclée, 1961, p. 49.

    (25) Sent. IV, d. 1, a. 4, sol. 3 ad 3. (26) F. GÜRGENSMJEIER, El cuerpo místico de Cristo. Buenos Aires, 1966, p. 233.

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    Pasión y Muerte, así también la perfecta identificación con esos senti-mientos, la apropiación de la Pasión de Cristo, ha de manifestarse y cul-minar en nuestra participación eucarística, tanto comó sacrificio como sa-cramento, en cuanto acto de culto y en cuanto medio de santificación.

    Lo más grande que hay litúrgicamente en la Iglesia, que es la Euca-ristía, debe ser también lo más importante ascéticamente. Participar en la misa y recibir la comunión, he ahí el más poderoso recurso para una ascesis cristiana que debe girar toda ella en torno a la Cruz y a la Pasión de Cristo, porque en torno a la Cruz y a la Pasión gira y se ordena la vida misma de Cristo, la del Cristo físico y la del Cristo místico; y el cristiano no puede perfeccionarse de otra manera si no es siguiendo y ateniéndose al patrón de Cristo. La Eucaristía es, pues, e~ punto culminante de toda la vida ascética, podemos decir con Jürgensmeier.

    Todo el conjunto de misterios que encierra y realiza la Pasión de Cris-to, misterios de redención y de recapitulación, de vida y de santificación, de culto y de salvación, realizados una vez históricamente por Cristo, se prolongan y se perpetúan misteriosamente en el Sacramento de la Euca-ristía, non solum in significatione vel figura, sed ertiam in reí veJ'itate, como dice Santo Tomás (27), ya que este Sacramento contiene realmente al mis-mo Cristo y está como complemento, corona y vértice de todos los otros Sacramentos. Es la representación y equivalencia más perfecta de la Pasión del Señor, porque contiene al mismo Cristo y hace su mismo sacrificio (28). Tiene la sustancia redentiva que los otros sacramentos sólo participan; y es absolutamente sagrado, porque contiene la misma realidad sacrosanta. Es por antonomasia el sacramento cristiano, porque "es el primero en la intención de Cristo y al que se subordinan todos los demás (29).

    Si todos los sacramentos son signos prácticos efectivos de la comuni-cación a nosotros de la vida divina; si hacen todos, a modo de instrumen-tos sepmados, lo que la Humanidad paciente hizo a modo de instl'Umento unido; así la muerte de Cristo «es la vivificación, en derecho, del mundo espiritual», al paso que «los sacramentos son el procedimiento ejecutivo por el que la vida de Dios llega a las almas» (30); la Eucaristía es el me-dio mejor para vivir en nosotros la Pasión de Cristo, para apropiarnos los frutos de la misma y para conseguir que ellos sirvan para la redención de muchos.

    Los cristianos lo entendieron desde el primer momento así, y por eso se juntaban para celebrar la cena del Señor recordando su Pasión. Comul-gaban para mantenerse unidos a Cristo y entre sÍ. Y la Iglesia católica ha hecho del altar y del culto a la Eucaristía el corazón de la liturgia y de la vida cristiana. Y el símbolo más apropiado del cristianismo, al decir de Bruno Ibeas, sería un tabernáculo llevando en su frontis esta lacónica ins-cripción: Chmitas. Traducción poética de lo que ya afirmó León XIII, en la Encíclica Mime Charítatís, escribiendo que la Eucaristía ha de te-

    (27) nI, q. 75, a. 1. (28) nI, q. 73, a. 5. (29) Id. Ib. (30) I. GOMÁ, La Eucaristía y la vida cristiana. Barcelona, 1947, I, p. 36.

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    nerse «tanquam centrum in quo christiana vita, quanta usquam est, in-sistit». Quien añade también: «lpsum denique est velut anima Eccle-siae» (31).

    Considerada la Eucaristía propiamente como sacramento y no como sacrificio, lo más fundamental y lo más característico de la misma, lo que levanta este sacramento por encima de los otros sacramentos, haciendo de él el Sacramento por excelencia, es no sólo el hecho de la continencia real de Cristo mismo, fuente y autor de gracia, bajo las especies sacramentales, sino también y acaso más la significación causativa, del todo privilegiada y excepcional, que le compete como medio de santificación cristiana. Y conviene-ha hecho notar el P. Sauras-(S2) que se llame sobre este punto la atención de los fieles, ya que suele quedar en la penumbra esta pre-rrogativa sacramental de la Eucaristía, por atender, con cierto exclusivis-mo, a la realidad sacramental misma. La razón de la causalidad de los otros sacramentos está incluso en la Eucaristía, según doctrina de Santo Tomás.

    La vida divina que nos viene por la incorporación a Cristo es justa-mente lo que la Eucaristía realmente contiene. La gracia, bOmo elemento vivificador de las estructuras cristianas, recibe su eficacia del sacramento eucarístico, en cuanto éste hace permanente y aplicable a nosotros el sa-crificio de Cristo en su Pasión, causa meritoria de la gracia que salva. La Eucaristía presencializa y actualiza en la Iglesia la Pasión de Cristo. «Et ideo, effectum quem Passio Christi fecit in mundo hoc sacramentum facit in homine» (SS).

    Por eso siguiendo a nuestro Cardenal Mendoza, podríamos calificar al sacramento eucarístico de Sacrameritum permanens de «instrumento unido de nuestra salud» (34). Aquí se nos da en sustancia lo que en los otros sacramentos se nos da en virtud. Por eso puede decirse-añade el mismo Cardenal-que la gracia, atendiendo a la causa, se nos da en la Eucaristía con más abundancia que en los otros sacramentos. Y por eso se dice de ella que es «omnium sacramentorum consumatio et perfectio» (S5). De modo que viene a ser la Eucaristía una como prolongación viva en nos-otros de la realidad del Verbo Encarnado, ofreciéndose e inmolándose por nosotros en su Pasión. Acercarse, por tanto, a Jesús sacramentado, parti. cipar en la misa y comulgar sobre todo sacramentalmente, es la más per-fecta manera de quedar ontológicamente identificados con Cristo Crucifi-cado; y de disponerse, litúrgica y ascéticamente, para convertir en vivencia

    (31) LEÓN XIII, Mirae Charitatis: AAS 34, p. 650 s. (32) E. SAURAS OP, ¿En qué sentido depende de la Eucaristía la eficacia de los

    demás sacramentos?: "Rev. EspTeol" 3 (1947) 303-335. (33) IIl, q. 79, 1. (34) F. Cardo MENDOZA, De naturali cum Christo unitate, p. 119 Y 195. Cf. A. Vo-

    NIER, La clef de la doctrine eucharistique, p. 44-45. (35) Cf. S. T., nI, q. 65, 3; q. 80, a. 7; q. 73, a. 3. Cardo Mendoza, obr. cib., p. 119.

    Con la profundidad y precisión habitual de su pensamiento dice también Scheeben: "En ella (la Eucaristia) se verifica, se termina y se sella la unión real del Hijo de Dios con todos los hombres, y los hombres le son incorporados por completo, del modo más intimo, real y sustancial, para participar como miembros también de su cuerpo" (p. 507, I, Los misterios del cristianismo. Barcelona, 1950).

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    y vida propia la Pasión de Cristo, asimilándonos los sentimientos interio-res de Cristo en esa Pasión y tratando de convertirnos, luego, en imagen suya, llevando la mortificación de Cristo en la propia carne, configurán-donos espiritualmente, sobre todo, con el Cristo del Calvario (36). Esto es lo que supo hacer maravillosamente la Madre Sacramento a través de su intensa vida eucarística, enseñando también a hacerlo así a todas sus hijas.

    BERNARDO MONSEGÚ CP Madrid

    (36) Siguiendo a Scheeben, Jürgensmeier, en su libro sobre El cuerpo Místico de Cristo, destaca con fuerza esta principalidad teológico-ascética del sacramento de la Eucaristía. "La Eucaristía en la vida ascética no puede ser la de una forma de piedad junto a otras, un medio de perfección junto a otros, sino que intrínseca y necesariamente es inseparable de la perfección". Tiene un puesto "predominante y central", p. 224.

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