villiers de lisle adam - sor natalia

2
 Sor Natalia Villiers de L'Isle Adam Antiguamente, en Andalucía, en el ángulo de un camino montañoso, se levantaba un monasterio de la Orden Tercera franciscana; aquel claustro, aunque a la vista de otros conventos que velaban unos por los otros, estaba sobre todo protegido por la devoción que imponía entonces el aspecto de una gran cruz colocada ante la entrada, en la que una campana tañía dos veces al día. Una capilla profunda, cuya puerta no se cerraba jamás, se abría sobre tres peldaños, y el camino  bordeaba por un lateral la tapia del monasterio. A su alrededor, llanuras feraces, árboles aromáticos, hierbas en las cunetas, aislamiento y camino polvoriento. Un enervante crepúsculo de otoño, en el fondo de la capilla se encontraba arrodillada, y con hábito de novicia, una joven cuyos rasgos eran de una belleza suave y conmovedora. Estaba ante una hornacina situada en un pilar de cuya bóveda colgaba una solitaria lámpara dorada que iluminaba una Virgen con los ojos bajos y las manos abiertas, dispensando gracias radiantes, una Virgen celestial en actitud de  Ecce ancilla. Desde el camino, y por las vidrieras opuestas, se oían subir las notas frescas y sonoras de un cantor de serenata acompañado de una bandurria cordobesa. Las lánguidas frases, ardientes de  pasión, de audacia y de juventud, llegaban hasta la iglesia, hasta sor Natalia, la novicia arrodillada que, con la frente apoyada sobre los brazos cruzados a los pies de la Señora, murmuraba con voz desolada: -Señora, bien lo ves: estoy llorando y te suplico que no me prives de tu compasión, pues no es sino desfallecida y angustiada -y con tu santa imagen en el fondo de todos mis pensamientos- como me voy a exiliar de aquí. ¡Oh, Reina de la pureza! ¿Tendrás piedad de la que, por un amor mortal, deserta del pórtico de la salvación? ¿Estás oyendo? Esa voz, en su ferviente fidelidad, me está implorando. Si no voy, ¡él va a morir! ¿Cómo condenar los desvaríos que ha soportado tanto tiempo sin esperanza y sin queja? ¿Cómo persistir en no consolar al que tanto ama? Tú, Señora, que sabes cuánto te amo, y cómo me reconforta venir aquí cada tarde a suplicarte, perdódanme. Aquí está mi velo, aquí la llave de mi celda; a tus pies los deposito. Pero, ¡no puedo más, me ahogo... esa voz... me atrae... adiós, adiós! De pie, vacilante, sin atreverse a levantar los ojos, sor Natalia dejó la santa llave y el velo a los  pies de la azul Señora de dulce rostro de luz, de ojos bajados y a la vez dirigidos hacia ¡qué cielos y qué estrellas! Luego, apoyándose en los pilares, llegó hasta la puerta y después de un instante la abrió: descendió los peldaños y se encontró en el camino que se prolongaba hasta la lejanía, bajo la claridad de una gran luna que iluminaba el campo. -¡Juan! -llamó. Al escuchar esta llamada apareció un joven, de perfil dominador y mirada ardiente de alegría, que saltó del caballo y envolvió con su capa a la que, por fin, había venido hacia él. -¡Natalia! -dijo. Y, sujetándola acurrucada entre sus brazos sobre el caballo, partieron veloces hacia la casa solariega cuyas torres se perfilaban a lo lejos b ajo las sombras lunares.

Upload: jason-mcbride

Post on 05-Oct-2015

3 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

.,..

TRANSCRIPT

  • Sor Natalia

    Villiers de L'Isle Adam

    Antiguamente, en Andaluca, en el ngulo de un camino montaoso, se levantaba un monasterio de la Orden Tercera franciscana; aquel claustro, aunque a la vista de otros conventos que velaban unos por los otros, estaba sobre todo protegido por la devocin que impona entonces el aspecto de una gran cruz colocada ante la entrada, en la que una campana taa dos veces al da. Una capilla profunda, cuya puerta no se cerraba jams, se abra sobre tres peldaos, y el camino bordeaba por un lateral la tapia del monasterio. A su alrededor, llanuras feraces, rboles aromticos, hierbas en las cunetas, aislamiento y camino polvoriento. Un enervante crepsculo de otoo, en el fondo de la capilla se encontraba arrodillada, y con hbito de novicia, una joven cuyos rasgos eran de una belleza suave y conmovedora. Estaba ante una hornacina situada en un pilar de cuya bveda colgaba una solitaria lmpara dorada que iluminaba una Virgen con los ojos bajos y las manos abiertas, dispensando gracias radiantes, una Virgen celestial en actitud de Ecce ancilla. Desde el camino, y por las vidrieras opuestas, se oan subir las notas frescas y sonoras de un cantor de serenata acompaado de una bandurria cordobesa. Las lnguidas frases, ardientes de pasin, de audacia y de juventud, llegaban hasta la iglesia, hasta sor Natalia, la novicia arrodillada que, con la frente apoyada sobre los brazos cruzados a los pies de la Seora, murmuraba con voz desolada: -Seora, bien lo ves: estoy llorando y te suplico que no me prives de tu compasin, pues no es sino desfallecida y angustiada -y con tu santa imagen en el fondo de todos mis pensamientos- como me voy a exiliar de aqu. Oh, Reina de la pureza! Tendrs piedad de la que, por un amor mortal, deserta del prtico de la salvacin? Ests oyendo? Esa voz, en su ferviente fidelidad, me est implorando. Si no voy, l va a morir! Cmo condenar los desvaros que ha soportado tanto tiempo sin esperanza y sin queja? Cmo persistir en no consolar al que tanto ama? T, Seora, que sabes cunto te amo, y cmo me reconforta venir aqu cada tarde a suplicarte, perddanme. Aqu est mi velo, aqu la llave de mi celda; a tus pies los deposito. Pero, no puedo ms, me ahogo... esa voz... me atrae... adis, adis! De pie, vacilante, sin atreverse a levantar los ojos, sor Natalia dej la santa llave y el velo a los pies de la azul Seora de dulce rostro de luz, de ojos bajados y a la vez dirigidos hacia qu cielos y qu estrellas! Luego, apoyndose en los pilares, lleg hasta la puerta y despus de un instante la abri: descendi los peldaos y se encontr en el camino que se prolongaba hasta la lejana, bajo la claridad de una gran luna que iluminaba el campo. -Juan! -llam. Al escuchar esta llamada apareci un joven, de perfil dominador y mirada ardiente de alegra, que salt del caballo y envolvi con su capa a la que, por fin, haba venido hacia l. -Natalia! -dijo.

    Y, sujetndola acurrucada entre sus brazos sobre el caballo, partieron veloces hacia la casa solariega cuyas torres se perfilaban a lo lejos bajo las sombras lunares.

  • Tribulat Bonhomet, 1887. Traduccin de Esperanza Cobos Castro: relatosfranceses.com.

    * * *

    Transcurrieron seis meses de fiestas, de amor, de encantadores viajes por Italia, a Florencia, a Roma, a Venecia: l feliz y ella con frecuencia pensativa, pues las caricias de su ardiente raptor, aunque amorosas y embriagadoras, no eran las que la inocencia de su corazn le haba hecho esperar. De repente, de regreso a Cdiz, una maana soleada, sin que una sola palabra la hubiera advertido, se despert sola, sin anillo nupcial, sin la alegra de un hijo siquiera; su amante, cansado de ella, haba desaparecido. Con un profundo suspiro, la joven dej caer el sombro billete que le anunciaba la soledad, pero no se quej pues estaba resuelta a no sobrevivir. En pocas horas, tras haber distribuido entre los pobres el oro que le quedaba, en el momento preciso de librarse de la vida, un pensamiento, un cndido pensamiento se adue de ella: quera volver a ver, slo una vez ms, una sola, a la Seora de antao para darle el supremo adis. Por lo que, vestida de penitente y mendigando algo de pan por el camino, se dirigi al monasterio, hacia la capilla ms bien, pues ya no poda volver a entrar junto a las vrgenes fieles. Tras unos cuantos das de camino y cuando oscurecan los tonos azulados de un hermoso atardecer resplandeciente de astros, lleg temblorosa y extenuada ante al santo lugar. Recordaba que, a esa hora, sus antiguas compaeras se hallaban retiradas en oracin en sus celdas, y que, bajo los altos pilares, la iglesia deba hallarse tan desierta como la noche del rapto. Empuj pues la puerta y mir: no haba nadie!, slo all lejos y bajo la lmpara siempre encendida, la Seora. Entr y, de rodillas, avanz sobre las blancas losas, hacia su celestial amiga e, inclinada y sollozando, dijo al llegar a los pies de Aquella que perdona: -Oh! Seora! No merezco clemencia! Cuando la tentadora voz me suplicaba, no saba, no saba cunto abandono, cunto oprobio reserva el amor mortal Qu vergenza! Voy a morir pues, desterrada de cualquier asilo de los mos, sobre todo de aqu... Cul de tus hijas, oh Madre ma!, no me recibira con un gesto de espanto si me viera en esta capilla? He perdido la esperanza queriendo consolar a otro..!

    * * *

    Entonces, cuando las silenciosas lgrimas de Natalia caan sobre los pies de la Divina Elegida, la joven dirigi una mirada suprema, repleta de adis, hacia la Seora, y se sobresalt con sbito xtasis, pues vio que los sagrados ojos la miraban, que los labios de la estatua se abran y que la celestial Seora le deca dulcemente: -Hija ma, no lo recuerdas? Antes de dejarnos me confiaste tu velo y la llave de tu celda. Te he reemplazado pues aqu, realizando bajo ese velo todas las tareas que exigen tus votos, ninguna de tus compaeras se ha percatado de tu ausencia, toma pues lo que me confiaste, regresa a tu celda, y... no te marches nunca ms.

    FIN