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Las nuevas tecnologías y su incidencia sociocultural Maestría en Comunicación, Cultura y Discursos Mediáticos Profesor: Dr. Roberto Igarza Alumno: Prof. Lic. R. Héctor Pavón Universidad Nacional de La Matanza 2009

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VIGENCIA DEL RELATO: EL CASO WALSH

Las nuevas tecnologías y su incidencia socioculturalMaestría en Comunicación, Cultura y Discursos Mediáticos

Profesor: Dr. Roberto IgarzaAlumno: Prof. Lic. R. Héctor Pavón

Universidad Nacional de La Matanza2009

VIGENCIA DEL RELATO: EL CASO WALSH

Presentación.

El presente trabajo se inscribe en la problemática que se ha dado en llamar “credibilidad periodística”. Cuatro son los textos que obran como su fundamento teórico: “Vigencia del relato como sentido de la realidad” de Celso José Garza Acuña, de 2005; “El sueño eterno de justicia” de Ana María Amar Sánchez, de 1992; “Calidad de la información periodística en Argentina. Estudio de diarios y noticieros” de María Teresa Teramo, de 2006; y “Valor Agregado Periodístico (VAP): la calidad periodística como un factor productivo en un entorno medial complejo” de Silvia Pellegrini R. y María Constanza Mujica H., de 2006. En tanto, el objeto de estudio es la novela, de difícil clasificación genérica, Operación Masacre que Rodolfo Walsh publica en 1957. En principio, se desarrollan pormenorizadamente las líneas que se consideran centrales y funcionales en el estudio de Garza Acuña para el análisis de Operación Masacre. Se entiende, inmediatamente, que se trata del estudio que, entre los cuatro seleccionados, mejor abarca la novela de Walsh. En segundo lugar: se presenta Operación Masacre y sus complejidades (a través de reconocidos autores que trabajan la obra de Walsh -Roberto Ferro y, sobre todo, Ana María Amar Sánchez): atribución y ruptura de género discursivo, condiciones de producción (enunciación), condiciones de recepción (distribución clandestina, censura, etc.) y la figura del autor, entre otras cuestiones. En tercer lugar, como notas complementarias, se seleccionan conceptos de los estudios restantes, los de Teramo y Pellegrini y Mujica para completar el análisis de lo que, en este trabajo, se denomina “el caso Walsh”. Por último, y a modo de conclusión, se plantean algunas preguntas sobre las condiciones que las nuevas tecnologías le ofrecerían a Rodolfo Walsh para la publicación de su obra, dada la carga política que encierra.

El artículo de Garza Acuña: una ausencia.

Como presentación del trabajo de Celso José Garza Acuña, nada mejor que la reproducción literal del resumen que lo encabeza: “‘Vigencia del relato como sentido de la realidad’ es un trabajo crítico y sintético, nutrido de la tesis doctoral homónima que el autor presentó en diciembre de 2003 ante un tribunal en la Universidad Complutense de Madrid. La obra es una pieza sobre el futuro del periodismo que pasa por una reivindicación literaria de la narración periodística, tal como se ha hecho desde el siglo XVIII, pero sin perder el rigor con el que deben aplicarse, con implacabilidad y exactitud, las reglas del juego de la profesión periodística. Es una vuelta al origen y a la naturaleza esencialmente narrativa del periodismo a través del análisis de obras elocuentes de esa nación de la profesión periodística a lo largo de casi tres siglos, desde

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Diario del año de la peste, del inglés Daniel Defoe, de 1772; hasta El final de la imaginación, de la india Arundhati Roy, de 1998” (Garza Acuña, 2005, pág. 145)1. Más precisamente, el trabajo de Garza Acuña consta de cinco apartados, que poseen para el análisis de Operación Masacre una relevancia diversa, ellos son: “Introducción”, “Metodología”, “Resultados”, “Discusión” y “Conclusión”. En la “Introducción” anticipa los conceptos centrales de su trabajo: la narración como una necesidad inalienable del hombre, su relación con los orígenes del hombre y, como consecuencia, la vigencia del relato. Presenta, además, una cuestión de suma importancia para el estudio de la novela de Walsh, la cuestión de los géneros, la desaparición de sus límites formales y, como escenario hipotético para los intereses de este estudio, la convergencia de medios y soportes electrónicos y convencionales. Se dice escenario hipotético y se sugiere pensar en, cómo variarían, las condiciones de producción y, cómo efectivamente variaron, las condiciones de recepción de Operación masacre en 1957 y en 2009. En “Metodología”, refiere la existencia de una “nueva materia periodística”, una suerte de cosmogonía conformada por trabajos periodísticos realizados en los últimos tres siglos. En ellos, destaca la presencia del relato como origen técnico, práctico y moral del periodismo. Allí, introduce un término de alto valor analítico: “metareportaje”; una declaración de las condiciones en las que se efectúa el reportaje que forma parte del reportaje mismo, como una evaluación y como una transparencia. Este último término, se verá más adelante, se ajusta muy bien a la descripción de Operación Masacre. En “Resultados”, como su nombre previene, anticipa algunas conclusiones; la primera de ellas, por ejemplo: “En el periodismo no hay evolución; hay vigencia y esa vigencia es la intuición de los reporteros de todos los tiempos por registrar personas y escenarios desconocidos, distintos a su condición, con un profundo sentido de la precisión y el detalle en las descripciones y en respuesta a las exigencias de un mundo que reclama historias para entenderse” (pág. 147). Vigencia, la palabra elegida por Garza Acuña para calificar la actividad periodística pero, dada la variada gama de acciones que comprende el periodismo, precisa y señala a los reporteros como principales agentes y a sus reportajes narrados, transformados en relato, como los más vigentes. Afirma que existe, sin duda, una crisis en la elaboración de los relatos que están a medio camino entre la literatura y el periodismo. Esta crisis es una crisis de credibilidad que tiene, según afirma, una única salida: verificación y precisión en la información y en el uso del lenguaje. Entonces, presenta un esquema que lleva en su extremo superior la palabra “realidad” y en su extremo inferior la palabra “credibilidad”. Hay, entre estos extremos, dos vínculos posibles pero disociados, como sendero que se bifurca, literatura y periodismo, cada uno con su método. Garza Acuña tiene, como lo subraya a lo largo de su artículo, su interés puesto en el periodismo. La simplificación, que conlleva todo esquema, y el imperativo de una explicación son acaso las razones por las que le atribuye a la literatura un método que admite más de un cuestionamiento. El otro vínculo entre “realidad” y “credibilidad”, el periodismo, tiene un tratamiento más riguroso. Presenta una serie de denominadores comunes que aparece en el corpus de relatos que conforman su investigación. La serie está formada por: “observación y penetración en los escenarios de manera profunda”, “indagación y recopilación de la información de manera minuciosa y detallada”, “desterrar mitos, convenciones, tópicos y prejuicios a favor de la verificación” y “aplicación de las técnicas narrativas”. Los primeros tres elementos de la serie refuerzan el imperativo de la credibilidad. El cuarto

1 En adelante, en este apartado, con el fin de agilizar la lectura, las citas textuales del estudio de Garza Acuña se señalarán sólo con el número de página entre paréntesis.

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y último, “aplicación de las técnicas narrativas”, requiere un tratamiento detallado porque es el territorio compartido por la literatura y el periodismo, un territorio en que técnicas y herramientas no poseen una sola identidad. Los géneros constituyen un concepto de alta complejidad. Los límites entre los géneros están diluidos. Sin embargo, Garza Acuña encuentra una respuesta: “El reportaje es la síntesis de todos los géneros narrativos que interpretan el mundo; se sirve de todos ellos para a su vez generar sus propias vertientes: reportaje de base histórica, reportaje novelado o mostrativo, reportaje documental, reportaje de divulgación, reportaje analítico, etc.” (pág. 150). Pero el problema parece extender su tensión: “Si el novelista crea más realidad con la imaginación, el periodista primero muestra con creatividad esa realidad que el novelista habrá de expandir y modificar” (pág. 150). Aquí, el problema está en la convivencia de los dos oficios, de las dos naturalezas, en el mismo hombre. Quién precede a quién, cronológicamente: en Walsh, por ejemplo, el autor de ficción, Variaciones en Rojo (1953), precede al autor de los grandes relatos periodísticos, Operación Masacre (1957), Caso Satanowsky (1958) y ¿Quién Mató a Rosendo? (1969) Al margen de este orden cronológico, que puede resultar una simplificación, la convivencia de los dos oficios en el mismo hombre requiere una observación exhaustiva. Otra vuelta sobre los géneros, Garza Acuña se vale de la palabra disección para definir su modo de abordar, de abrir, como un médico forense bisturí en mano, esos grandes relatos periodísticos, aunque ninguno de ellos esté definitivamente muerto. “Disección del reportaje: reportajes que rompen las convenciones y diluyen los géneros tradicionales para mezclarlos entre sí y levantarse como textos híbridos, mestizos, heterodoxos que proclaman que en el periodismo todo cabe siempre y cuando, y no obstante la reivindicación de la subjetividad que también los caracteriza, el proceso esté fundamentado en el talento, la honestidad y la veracidad del periodista que los confecciona y escribe” (pág. 151). Aquí, se encuentran dos fuerzas que, si no son estrictamente opuestas, no poseen la misma dirección: ruptura de la tradición y acatamiento de valores que definen la tarea periodística, como son la honestidad y la veracidad. Por un lado, la ruptura de la tradición, entendida como conjunto de normas explícitas o implícitas, podría implicar una renovación de paradigma que incluya un cuestionamiento de aquellos valores. Pero el problema más grave continúa siendo el problema del hombre en el que conviven los dos oficios: el de periodista y el de novelista. Garza Acuña habla de honestidad y de verdad para definir la relación debida entre el periodista y “la realidad”. Existe, sin embargo, una relación precedente: la relación del periodista con el hombre que, simplemente, es y que, para aumentar el grado de complejidad, habita también un novelista. Puede que la honestidad y la verdad no sean idénticas para el novelista y para el periodista. Presumiblemente, en el caso del novelista, aunque esta generalización resulta provisoria, la honestidad y la verdad están relacionadas con valores estéticos y de la propia obra. Mientras que, como cabe suponer, en el mejor de los escenarios, en el caso del periodista, la honestidad y la verdad están relacionados con el mundo referenciado. El conflicto no se puede soslayar y Garza Acuña encuentra casos que lo confirman: “Defoe quiso ir más lejos con Diario del año de la peste y trascendió la condición periodística de los procedimientos empleados para construir su relato y se dejó caer hasta el fondo mismo de la creación literaria con la invención de su narrador protagonista. Pero hasta de ello Defoe proporciona una lección: en periodismo, la fusión de géneros es posible siempre que se domine la tentación –a la que Defoe sucumbió– de modificar la realidad según intereses ideológicos, de acudir a invenciones, de construir seudorealidades y de utilizar la mentira” (pág. 151). Como se advierte, el imperativo de la creación literaria suele

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entorpecer la tarea periodística y la lista de infractores crece: “La modificación, la invención, la mentira condicionan el trabajo periodístico hasta el punto de volverlo inexistente como tal; igual ocurre con Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, como con algunos materiales de Truman Capote en Música para camaleones y de Ernest Hemingway en Enviado Especial; así como con los artículos de Manuel Vicent, ejemplar en la elaboración de comentarios de actualidad y de parábolas literarias como opinión las cuales, por ambiguas, resultan inválidas como periodismo propiamente dicho” (pág. 151). “Personalidad” y “autobiografía” son dos conceptos que vienen a aliviar la tensión entre el novelista y el periodista. “Así descubrimos que la pretendida objetividad periodística se alcanza sólo a través de la subjetividad franca y honesta, subjetividad implícita en un narrador que desaparece de la escena pero selecciona y jerarquiza información y puntos de vista; subjetividad explícita en un narrador protagonista” (pág. 153). Este rescate de la subjetividad, como se verá, está muy presente en Operación Masacre, a través de dos figuras, la de Rodolfo Walsh y la de Enriqueta Muñiz, su compañera de investigación, y tiene como consecuencia la aparición de un tercer género: la autobiografía. “Pero la categoría autobiográfica también tiene sus posibilidades. La puesta en escena de lo autobiográfico implica mostrar el entramado de la obra, el proceso de recopilación y elaboración de la información, y las dudas y sospechas en torno a la estructura empleada para contar la historia, y hacer de todo eso un metarreportaje: (…)” (pág. 153). En el vaivén permanente, que va del periodista al novelista y viceversa, no todo es fricción, hay también préstamo, territorios compartidos en armonía: “La vida toda es materia del periodismo y lo único que nos solicita es ejercer el talento y la libertad para funcionar como escritores que recopilen información como reporteros; reporteros que elaboren información como escritores. Es ésta otra lección de Capote, Hemingway, García Márquez, Poniatowska, Martínez y Wolfe, autores que han generado una obra periodística paralela a la literaria o una obra literaria como consecuencia de la periodística” (pág. 154). En este punto, la colaboración y la solidaridad, entre las dos figuras, parecen funcionar como un elemento de alta productividad. En “Discusión”, Garza Acuña enfrenta el problema de las distancias que existen entre las diferentes obras que forman su corpus de estudio. Se trata, sin más, de obras que atraviesan tres siglos de historia, desde el siglo XVIII a nuestros días, y provienen de los lugares más distantes del planeta. Obras que, sin embargo, poseen un aspecto que las identifica: una práctica, la del reportaje, y una manera particular de practicar el reportaje. “La ubicación de los periodistas, en el caso concreto de nuestros autores, ocurre fuera de una dimensión temporal o geográfica. Ocurre en el espíritu de una noción del ejercicio periodístico al nivel que merece desarrollarse, consecuente con la exigencia de precisión y credibilidad ¿Cómo es posible ligar a Defoe con Capote cuando entre ambos existe una diferencia de siglos? ¿Cómo ligar a Kapuscinski con García Márquez cuando está de por medio un océano y diferencias culturales? ¿Vinculamos la obra de Guillermoprieto con la de Hersey?, ¿Ubicamos a Leguineche exclusivamente en la tradición de narraciones de viajes? Nuestros autores están unidos mediante un linaje común del relato periodístico. El firmamento común de Diario del año de la peste, Música para camaleones, Noticia de un secuestro, El sha, Al pie de un volcán te escribo, Hiroshima y Yo pondré la guerra, así como el resto de las obras estudiadas, es la sensibilidad que contienen como piezas híbridas, mestizas, heterogéneas. Son piezas precisas en sus descripciones. Eso es. Son piezas precisas en datos, en descripciones y en detalles para mostrar –visibilidad– de manera creíble historias reales y verdaderas” (pág. 155). Desde el comienzo de su estudio, Garza Acuña

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muestra una gran confianza en el lenguaje. En la capacidad del lenguaje para aprehender “la realidad” y transmitirla. La descripción parece ser la secuencia textual encargada de esta tarea: describir con precisión, con detalles, para después mostrar. En tanto, otra secuencia, la narrativa, lleva a cabo el proceso de enlace entre esas descripciones. Con el periodista como narrador, la autobiografía, es una de las formas que asume esta narración. Pero resulta que, en todos estos casos y también en Operación Masacre, hay una fuerza argumentativa, si entendemos que, como dice Garza Acuña, esas son “historias reales y verdaderas”. Entonces, se debe reconocer, sin más, que esas cualidades se las deben, en gran medida, al carácter persuasivo del lenguaje. Descripción, sí. Narración, sí. Pero descripción y narración contaminadas con argumentación. Para finalizar “Discusión”, Garza Acuña adopta una perspectiva histórica en la que postula tres etapas: “La etapa del realismo radical y comprometido”, que ubica entre los siglos XVIII y XIX, “La etapa de las audacias estilísticas”, propia del siglo XX, más precisamente en el período de posguerra, y por último “La etapa del periódico sin papel”, los años que acompañan el nacimiento del siglo XXI. Para “el caso Walsh”, convienen las apreciaciones vertidas sobre la segunda etapa, por edad y porque se ajustan mejor al análisis de Operación Masacre. “La visión que la prensa tiene de sí misma cambió radicalmente durante este período, particularmente a partir de la guerra de Vietnam. La aparición de expresiones culturales y sociales inauditas encuentra consecuencia en la visión de Truman Capote, Tom Wolfe y Hunter S. Thompson, cuyas actitudes y procedimientos impusieron una tendencia renovadora en el periodismo contemporáneo reflejada en la obra de los mexicanos Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Vicente Leñero, y españoles como Manuel Vázquez Montalbán y Manuel Vicent” (pág. 156). Se verá, en adelante, las relaciones entre Walsh y Capote. En “Conclusión”, el periodismo aparece como la virtud capaz de enfrentar uno de los flagelos más serios de la globalización, la homogeneización, a fuerza de mostrar lo diferente, a fuerza, en síntesis, de asumir la pluralidad y la diversidad del mundo. “La tendencia actual por el uso de las nuevas tecnologías electrónicas favorece el conocimiento inmediato de la información. Y homogeniza. Pero hay en la humanidad una serie de estímulos de resistencia a lo recalcitrante de la globalización y esos estímulos se encuentran en la manifestación de la pluralidad y la diversidad que dan como resultado productos mestizos, híbridos, y el periodismo existe para reflejar eso, para ser eso” (pág. 157). Según se ha comprobado, el estudio de Garza Acuña ofrece un panorama muy amplio de autores y textos que cruzan el periodismo y la ficción (según se verá, en el ámbito de la teoría literaria, se ha denominado a este conjunto de obras género de no-ficción). Sin embargo, se destaca una ausencia, la de Rodolfo Walsh y su novela Operación Masacre. Sinónimos parciales de ausencia son hiato, agujero e intersticio. Dicho de otra manera: oportunidades para pasar, para colar palabras, para hablar y escribir una vez más de Rodolfo Walsh. Y, siguiendo las huellas del Lobo Estepario de Hermann Hesse, “ensanchar dolorosamente el alma hasta abarcar el universo”.

El caso Walsh: Operación Masacre.

Rodolfo Walsh nació el 9 de enero de 1927 en la localidad de Choele Choel, provincia de Río Negro. En 1937 el derrumbe económico de su familia hace que los padres lo inscriban en un colegio pupilo de curas irlandeses en la zona de Moreno. Su primera influencia política son los grupos nacionalistas y antiimperialistas. Durante 1950 comienza a publicar cuentos policiales y notas periodísticas en la revista Leoplan. En

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1953 aparece el libro de cuentos policiales Variaciones en Rojo, que recibe el premio Municipal de Literatura. Como la mayoría de los intelectuales argentinos, en 1955 apoya el golpe de Estado que derroca el gobierno constitucional de Perón. Pero, también como muchos intelectuales, rápidamente se siente defraudado por la autodenominada Revolución Libertadora, que resulta un gobierno represivo, revanchista y conservador. En 1957 publica Operación Masacre, la investigación periodística de los asesinatos realizados en José León Suárez por policías de la provincia de Buenos Aires, bajo las órdenes de militares que respondían a la Revolución Libertadora. El conocimiento de estos hechos y el contacto directo con los peronistas lo van a llevar a comprender y adherir al peronismo. Hasta aquí, el Walsh que da a luz Operación Masacre, su vida continúa vinculada a la literatura, al periodismo y a la militancia política (se vincula, en el orden que sigue, con la Revolución Cubana, con las Fuerzas Armadas Peronistas y, finalmente, con Montoneros). Su última acción, como nota destacable, es eminentemente periodística: la distribución de su “Carta abierta de un escritor a la junta militar” (1977). Cumpliendo esta tarea es emboscado, asesinado y su cuerpo desaparecido. Pero todo esto ha brindado, y brinda aún, materia para otros estudios. El crítico Roberto Ferro cuenta, de la siguiente manera, cómo nace Operación Masacre: “La noche de aquel 9 de junio, el frío, la posibilidad de una velada hogareña repetida y, sobre todo, su pasión por el ajedrez empujaron a Rodolfo Walsh al club Capablanca, muy cerca de la plaza San Martín en La Plata. Como siempre, eligió una de las mesas más apartadas; inclinado sobre el tablero, revisa las variantes posibles antes de arriesgar una jugada. Fuma pausadamente, envuelto en una chalina; alienta su gastritis insoslayable con una ginebra; piensa, quizás, en las suaves tranquilas estaciones. Pero aquella partida se verá interrumpida por el estruendo de las explosiones y el incesante resonar de los disparos. Tardará varias horas en recorrer las pocas cuadras que lo separan de su casa en la calle 54 Nº 418 entre 3 y 4, justo frente a los fondos de la segunda división, donde se combatía violentamente” (Lafforge, 2000). La noche de aquel 9 de junio pertenece al año 1956. Los enfrentamientos, al levantamiento que los Generales Valle y Tanco encabezan, desde La Plata, con el propósito de devolverle el poder al peronismo, a un año de su derrocamiento por la Revolución Libertadora. El levantamiento es rápidamente sofocado. El General Valle, fusilado. Y el General Tanco, el cabo suelto, escapa. Su búsqueda se extiende por toda la provincia de Buenos Aires. Por todo el país, si se tiene en cuenta que, la madrugada del 10 de junio, se decreta la Ley Marcial para todo el territorio de la República. La fuga del General Tanco justifica, entre otras cosas, la detención y el fusilamiento de una veintena de obreros ferroviarios que juegan a las cartas y escuchan radio en los fondos de una casa de Florida, en Vicente López. Pero Walsh olvida. Seis meses más tarde, en el mismo club, jugando al ajedrez, con una cerveza en el lugar de la ginebra, Walsh levanta la vista del tablero y encuentra el rostro de su amigo Enrique Dillon que, a media voz, le confía un secreto: “Hay un fusilado que vive”. En este preciso momento cambia, para siempre, la vida de Rodolfo Walsh y nace, como novela, como relato periodístico de largo aliento, Operación Masacre. Él mismo, en su “Nota autobiográfica”, confiesa: “Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior” (Lafforgue, 2000). De esta forma, queda presentado el primer problema, la atribución de género discursivo o, mejor, la disolución de los géneros discursivos. Mientras, esa calurosa noche de diciembre, Enrique Dillon habla con Walsh en Capablanca, en otra mesa, a metros de ellos, Juan Carlos Livraga, “el fusilado que vive”, espera su momento para conceder el primero, de una larga serie de reportajes, que conforman la investigación

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periodística. De súbito, se cruzan los dos oficios, un mismo acontecimiento convoca al periodista y al escritor de ficción. El periodista comienza la tarea: pregunta, escucha y escribe: “Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:-Hay un fusilado que vive. No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga. Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de una persiana. Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto. Así nace aquella investigación, este libro” (Walsh, 1994, pág. 11). Con Walsh, este problema, el de los géneros, se agrava. Por lo pronto, el fragmento citado ofrece algunas señas de identidad: un narrador en primera persona, ¿quién?, ¿el mismo Walsh?, ¿un personaje más de la novela que, además, narra? o, contra toda pedagogía literaria, ¿el narrador, el autor, el escritor y el hombre se identifican? Con Walsh, se tiene la tendencia de responder con una afirmación la última pregunta. Pero mucho antes, hace más de cuatro siglos, el más célebre de los manchegos confundió vida y literatura y así le fue. La reflexión racional, por el momento, se impone. En Operación Masacre, un narrador en primera persona cuenta, desde el comienzo, una investigación de los hechos ocurridos en La Plata, Vicente López y José León Suárez, entre la noche y la madrugada del 9 y 10 de junio de 1956 respectivamente. Este narrador, efectivamente, recibe el nombre de Rodolfo Walsh. Dos apreciaciones del estudio de Garza Acuña convienen como aproximación a este fenómeno: en la primera, proscribe la creación literaria en los reportajes; menciona, incluso, el caso de Daniel Defoe que, en Diario del año de la peste, se deja ganar por la tentación e inventa un narrador protagonista. En la segunda, en cambio, recomienda la forma autobiográfica para contar una investigación porque, según su criterio, favorece la credibilidad. De alguna manera, estos intereses se cruzan en Operación Masacre; Rodolfo Walsh recurre a la autobiografía para contar su investigación y se erige como un narrador protagonista, en el sentido etimológico de este calificativo (Walsh es el primero que agoniza, el que más cambia, desde la noche del 9 de junio de 1956, en La Plata, hasta el final de su investigación, cambiará su vida). Así, invención de un narrador protagonista y autobiografía, para contar la investigación, conviven en Operación Masacre. Sin embargo aquí, con la autobiografía, no se agota la cuestión del género: en “El sueño eterno de justicia”, Ana María Amar Sánchez señala: “A partir de los años ’60 aparecen relatos vinculados al género no-ficcional. Suele pensarse en los narradores norteamericanos, en especial Capote, Mailer y Wolfe, como sus iniciadores. Sin embargo, ocho años antes de que Capote escribiera A Sangre Fría (1965) Rodolfo Walsh había publicado Operación Masacre (1957) en Buenos Aires y comenzado así la elaboración de esta forma que cuestiona muchos postulados con los que se piensa la literatura” (Lafforgue, 2000). Tres elementos para la discusión: la fecha de inicio y la paternidad de este nuevo género llamado “no-ficcional” (que será materia para otra discusión); las características propias de este nuevo género; y, por último, si este nuevo género cuestiona muchos de los postulados con los que se piensa la literatura, qué pasa con los postulados con los que se piensa el periodismo. Amar Sánchez refiere del género “no ficcional” o testimonial que: “(…), se trata de una forma con legalidad propia y el gesto que lo separa de la crónica determina su

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autonomía: los textos son relatos, liberados de la inmediatez y dispersión que caracterizan las notas periodísticas. Definirlos por sus rasgos específicos no significa negar su politización, ni tampoco evadir su vínculo con lo documental” (Lafforgue, 2000). Aquí conviene insertar una nota de Garza Acuña que encuentra que, desde el punto de vista periodístico, estos textos están más vinculados con los reportajes que con las crónicas. Incluso se sirve de un término novedoso: “el metareportaje”, una declaración de las condiciones en las que se efectúa el reportaje que forma parte del reportaje mismo, en la que, además, aparece la figura del periodista y sus incidencias. Mediante este “metarreportaje” se practica lo que Garza Acuña llama la disección del reportaje. La investigación y el cuaderno de bitácora de la investigación por el mismo precio, en el mismo libro. Otra nota sobre lo “no-ficcional”: “Lo específico del género está en el modo en que se resuelve esta tensión entre lo ficcional y lo testimonial. El concepto de construcción resulta clave en este proceso. Los relatos construyen versiones de los acontecimientos por medio de la selección y montaje del material y códigos narrativos que fusionan. Por esta razón, en tanto son versiones, constituyen el acontecimiento y, a la vez, se constituyen como narraciones en segundo grado: trabajan con documentos y testimonios grabados o escritos que ya son relatos de los testigos y protagonistas. Como resultado de la “puesta en relato” se generan efectos de ficcionalidad que destruyen las nociones de verdad y realidad como algo dado, objetivo y externo al discurso. Los textos trabajan la ecuación versión=verdad del sujeto y acentúan la importancia y la responsabilidad de este último en la búsqueda de la verdad” (Lafforgue, 2000). Por un lado y sin reservas Amar Sánchez afirma que verdad y realidad no son dadas, objetivas ni externas al discurso. Por el otro Garza Acuña prescribe, para los periodistas, la búsqueda incesante de la verdad, ¿dónde? Una última cita de “El sueño eterno de justicia”: “Dos rasgos marcan las diferencias de la no-ficción con el género periodístico y permiten trazar los límites de su especificidad. Por una parte el relato testimonial narrativiza, es decir, construye una narración y lleva a primer plano –los enfoca de cerca- a aquellos sujetos que en una nota periodística quedarían en el anonimato. Si el periodismo suele trabajar generalizando y distanciando, la no-ficción lo hace metonímicamente enfocando de muy cerca fragmentos, personajes, narradores, momentos claves. Los acontecimientos, resumidos en el reportaje, se representan y dramatizan en el relato; las voces y los puntos de vista de los testigos y protagonistas adquieren un espacio propio, se atiende al detalle mínimo, y nace el suspenso y la tensión. La narración testimonial trabaja con dos procedimientos interrelacionados: la expansión de la historia y la concentración en el detalle” (Lafforgue, 2000). Una muestra cabal de Operación Masacre: “Nicolás Carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa, y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos del todo. Mucho pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra. Por un momento, sin embargo, pudo olvidar sus preocupaciones. Tras el azorado silencio inicial, un coro de voces chillonas se alzó para recibirlo. Seis hijos tenía Nicolás Carranza. Los más pequeños se habrán prendido a sus rodillas. La mayor, Elena, habrá puesto la cabeza al alcance de la mano del padre. La ínfima Julia Renée –cuarenta días apenas-dormitaba en su cuna” (Walsh, 1994). Simplemente: expansión de la historia y concentración en el detalle, para el cine, plano detalle y mucha ficción. El cruce entre Garza Acuña y Amar Sánchez brinda la posibilidad de exponer algunas conclusiones preliminares. La literatura y el periodismo, tal como queda planteado por estos autores, poseen concepciones y métodos diferentes para acceder a “la realidad”. El periodismo considera que la realidad le es externa y, por lo tanto, debe desarrollar

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procedimientos para indagarla. La literatura, en cambio, postula una realidad, la narrativiza y de esta manera la construye. Las posturas parecen irreconciliables y, sin embargo, el conjunto de autores y obras que estudia Garza Acuña y Operación Masacre demuestran lo contrario. Hablan, si se quiere, de una relación complementaria.

Notas complementarias y finales

En estas notas complementarias se presenta y comenta el aporte a la discusión de María Teresa Teramo y Silvia Pellegrini y María Constanza Mujica. En “Calidad de la información periodística en Argentina. Estudio de diarios y noticieros” Teramo señala que la mejora en la calidad de la información mejora la calidad de vida. Los valores-noticia garantizan estas mejoras: “Los valores/noticia funcionan como reglas prácticas que surgen de los conocimientos profesionales y sirven de guía tanto para la selección del material como para su presentación al público; son cualidades de los acontecimientos o de su elaboración periodística, cuya relativa ausencia o presencia recomienda su inserción en un medio informativo ya que cuantas más cualidades tenga una potencial noticia, mayores serán sus probabilidades de ser incluida” (Teramo, 2006, pág. 59). Una enumeración de esos valores resulta necesaria:

1. Proximidad: cuanto más próximo es un acontecimiento más interés despierta. 2. Impacto: el interés crece de manera proporcional al impacto emocional. 3. Relevancia: cuanto mayor es el número de involucrados o afectados por el

acontecimiento, mayor interés despierta. 4. Actualidad: implica decidir qué acontecimientos deben publicarse de inmediato

y cuáles pueden definirse como atemporales, es decir, que pueden publicarse en otro momento.

5. El equilibrio o la equidad en la pauta informativa: puede ser que un acontecimiento no sea tan importante pero que su no publicación produzca un desequilibrio en el producto informativo total.

6. Fuentes informativas: la potencia informativa se pone de manifiesto por el número, la calidad y el pluralismo de sus fuentes de información.

Estos seis valores se interrelacionan en una misma noticia y, de ninguna manera, pueden medirse por separado. Son complementarios también con las afirmaciones de Garza Acuña y Amar Sánchez, bien podrían aplicarse por ejemplo los criterios “proximidad” y “fuentes informativas”, por citar los dos extremos de la lista, para evaluar Operación Masacre. En “Valor Agregado Periodístico (VAP): la calidad periodística como un factor productivo en un entorno medial complejo” Pellegrini y Mujica pretenden también trabajar sobre la calidad periodística; esta vez desde una evaluación cuantitativa. A tal efecto presentan el concepto de Valor Agregado Periodístico (VAP), acuñado en la década del 90 por un grupo de investigadores de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. “El Valor Agregado Periodístico” se entiende como aquello que el medio añade a la información que el público podría obtener directamente” (Pellegrini, S. y Mujica, C., 2006, pág. 15). Dos son las funciones que se pueden medir:

1. Función notarial: de todos los hechos y fuentes posibles el periodista selecciona aquellos que son realmente existentes y confiables.

2. Función de asignación de sentido: el medio organiza, jerarquiza y pone en relación todos los elementos del hecho a fin de hacerlo comprensible y situarlo respecto del resto de los movimientos sociales.

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Valor-noticia y Valor Agregado Periodístico. Según puede verse, la primera función del VAP se vincula directamente con el sexto valor-noticia y la segunda con el resto de los valores. Siempre se trata de categorías que por sí mismas tienen un corto alcance de análisis y cobran mayor importancia cuando son trabajadas en conjunto. En definitiva, se trata de utilizar estas categorías como herramientas de análisis y estudio de los discursos de los medios revisados por estos dos últimos artículos, que destacan la capacidad de intervención y construcción del periodismo, y sobre todo de utilizarlas como complemento de análisis de otros discursos como Operación Masacre (releer por ejemplo la novela de Walsh desde la segunda función: organización y jerarquización del hecho). Sin duda, estas categorías pueden enriquecer este análisis. Nota final: se trata de pensar a Operación Masacre en el inicio del siglo XXI. Como se sabe, las condiciones de producción y publicación originales de la novela fueron extremadamente complejas: Rodolfo Walsh, que cambió de identidad y domicilio, deambuló por numerosas redacciones en busca de una posibilidad para publicar su historia, hasta que encontró un hombre que temblando aceptó. La circulación de la novela no fue más apacible: desde su primera impresión, en unas hojitas amarillentas, su lectura fue clandestina y sufrió censura en las dictaduras sucesivas. Las nuevas tecnologías ofrecen un cambio radical en las condiciones de producción y recepción para este tipo de relatos testimoniales. Ciertamente, Internet le hubiese ofrecido a Walsh una posibilidad de publicación inmediata y de dimensiones insospechadas pero quién sabe si Operación Masacre hubiera alcanzado el estatuto periodístico y literario que hoy se le reconoce. La jerarquización de contenidos es una variable a tener en cuenta y a estudiar.

.Referencias bibliográficas.

Garza Acuña, C. J., (2005), “Vigencia del relato como sentido de la realidad”, en: Estudios sobre el mensaje periodístico, Universidad Autónoma de Nuevo León, México.Lafforgue, J., (2000), Textos de y sobre Rodolfo Walsh, Bs. As., Alianza Editorial.Lescano, M. y Lombardo S., (2001), “Operación Masacre: nuevo periodismo y nueva literatura”, en: Lecturas y Escrituras, Bs. As., Ediciones del Eclipse. Pellegrini, S. y Mujica, C., (2006), “Valor Agregado Periodístico (VAP): la calidad periodística como un factor productivo en un entorno medial complejo”, en: Palabra-Clave, junio, número 001, Universidad de La Sabana, Bogotá, Colombia. Teramo, M.T., (2006), “Calidad de la información periodística en Argentina. Estudio de diarios y noticieros” en: Palabra-Clave, junio, número 001, Universidad de La Sabana, Bogotá, Colombia.Walsh, R., (1994), Operación Masacre, Bs. As., Ediciones de La Flor.

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