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1 Vida del Autor del Amadís de Gaula (Pequeña Biografía de Enrique de Castilla) Por Santiago Sevilla ¡Primero rompamos lanzas en aras de la verdad! El autor del “Amadís” es el Infante Don Enrique de Castilla, hijo del Rey Fernando III el Santo, y hermano de Alfonso X el Sabio. Los indicios de su autoría son irrebatibles, como se verá. Don Enrique nació en 1230 en Burgos. Su padre estaba empeñado en la reconquista de España, de manos del Islam. Su madre Isabel Beatriz de Suabia, nobilísima princesa nieta del Emperador Federico Barbarossa del Sacro Imperio Romano Germano, y del Emperador de Constantinopla Isaac II Ángelo, era una mujer admirada por su cultura y belleza, que le enseñó a Don Enrique el idioma alemán y los romances caballerescos de Hartman von Aue, Walter von der Vogelweide, y Wolfram von Eschenbach. Ella murió cuando el Infante Enrique tenía apenas cinco años de edad, pero dejó en él admiración y devoción por la cultura germana de su progenitora. No obstante, Don Enrique fue ante todo un príncipe castellano y leonés formado en la cultura caballeresca de la que su padre fue preclaro ejemplo. Su lenguaje es el mismo que el de Alfonso el Sabio en Las Siete Partidas y que el de Don Juan Manuel en El Conde Lucanor. Sin duda el castellano del “Amadís” se parece también mucho al idioma de la Crónica del Rey Fernando III el Santo, siendo posterior en el tiempo por una generación. La siguiente influencia profunda en la cultura del Infante Don Enrique, fue su madrastra Jeanne de Dammartin, Condesa de Ponthieu, Reina consorte de Castilla y León. Ella le enseñó el francés y con ello las tradiciones romances de Chrétien de Troyes, con Yvain el Caballero del León, que habría de resurgir como su experiencia propia en la corte de Túnez. La reina Jeanne era diez años mayor que Don Enrique y su cariño por ella, y el suyo, de ella por él, fueron muy entrañables hasta el punto que,

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Vida del Autor del Amadís de Gaula

(Pequeña Biografía de Enrique de Castilla)

Por Santiago Sevilla

¡Primero rompamos lanzas en aras de la verdad! El autor del “Amadís” es el Infante Don Enrique de

Castilla, hijo del Rey Fernando III el Santo, y hermano de Alfonso X el Sabio. Los indicios de su autoría

son irrebatibles, como se verá.

Don Enrique nació en 1230 en Burgos. Su padre estaba empeñado en la reconquista de España, de

manos del Islam. Su madre Isabel Beatriz de Suabia, nobilísima princesa nieta del Emperador

Federico Barbarossa del Sacro Imperio Romano Germano, y del Emperador de Constantinopla

Isaac II Ángelo, era una mujer admirada por su cultura y belleza, que le enseñó a Don Enrique el

idioma alemán y los romances caballerescos de Hartman von Aue, Walter von der Vogelweide, y

Wolfram von Eschenbach. Ella murió cuando el Infante Enrique tenía apenas cinco años de edad,

pero dejó en él admiración y devoción por la cultura germana de su progenitora. No obstante, Don

Enrique fue ante todo un príncipe castellano y leonés formado en la cultura caballeresca de la que su

padre fue preclaro ejemplo. Su lenguaje es el mismo que el de Alfonso el Sabio en Las Siete Partidas

y que el de Don Juan Manuel en El Conde Lucanor. Sin duda el castellano del “Amadís” se parece

también mucho al idioma de la Crónica del Rey Fernando III el Santo, siendo posterior en el tiempo

por una generación.

La siguiente influencia profunda en la cultura del Infante Don Enrique, fue su madrastra Jeanne de

Dammartin, Condesa de Ponthieu, Reina consorte de Castilla y León. Ella le enseñó el francés y con

ello las tradiciones romances de Chrétien de Troyes, con Yvain el Caballero del León, que habría de

resurgir como su experiencia propia en la corte de Túnez. La reina Jeanne era diez años mayor que

Don Enrique y su cariño por ella, y el suyo, de ella por él, fueron muy entrañables hasta el punto que,

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después de la muerte del Rey Fernando III en 1252, se dijo que se amaron y que se veían

secretamente en la Torre Mocha de Sevilla, que fue construida por el Infante Don Fadrique, su

hermano mayor y gran amigo compañero, que había aprendido arquitectura en Nápoles,

inspirándose en el maravilloso Castel de Santa María del Monte.

La lengua francesa habría de servirle mucho a Don Enrique, no sólo en Bretaña y Normandía, sino

también en la corte de Westminster y Windsor, cuando visitó a su hermanastra Doña Leonor de

Castilla, esposa del Príncipe Eduardo Plantagenet, futuro rey de Inglaterra. Es que en esa corte de

Henry III se hablaba muchísimo el francés porque la reina Eleanor de Provenza y el propio rey de

Inglaterra eran de origen francés y en su corte residían muchos importantes parientes de Saboya y

Lusiñán respectivamente, a más del noble francés Don Simón de Montfort , Conde de Leicester,

cuñado del Rey, quien habría de impresionar profundamente a Don Enrique, hasta el punto de

inspirarle el personaje de Amadís, y del traidor Barsinán, más tarde.

La relación de Don Enrique con su hermano mayor Alfonso X el Sabio resultó fatalmente crucial en su

vida. Don Alfonso era nueve años mayor que Don Enrique y se casó con una mujer cruel, la Infanta

Doña Violante de Aragón, cuyo carácter tuvo una maligna influencia sobre Alfonso X, quien a raíz de

su coronación en 1252, arrebató feudos y derechos tanto a la reina viuda Doña Jeanne de

Dammartin, como a su hermano Don Enrique. La Historia de España cuenta cómo Alfonso X le

impidió casarse con la bella infanta Constanza de Aragón, le arrebató el reino de Niebla, y en su

momento cometió un fratricidio, mandando ahogar al común hermano, y compañero de andanzas y

guerras de Don Enrique, al Infante Don Fadrique.

Don Enrique se formó como caballero aprendiendo de su padre el arte de la guerra. Fue gran jinete y

supo batirse en torneos y justas como era usual entre los nobles europeos del Siglo XIII. Su primer

gran desempeño militar se realizó en la conquista de Sevilla en 1248 cuando apenas tenía dieciocho

años: Mientras el rey Don Fernando y el Almirante Don Ramón de Bonifaz y Camargo tajaban el

puente de barcos entre Triana y Sevilla, para conquistar la ciudad, el rey de Sevilla, Axataf asaltó el

real del ejército castellano que había quedado a cargo del Infante Don Enrique. Su guardia exterior

fue derrotada y el real parecía condenado al saqueo y exterminio, pero Don Enrique con dos

capitanes y pocos peones de brega se defendió con tanto denuedo y valor que puso en fuga a los

moros y dio muerte a muchos de ellos. Su padre Don Fernando III le reconoció su mérito de

caballero valiente y le entrego Morón, Écija, Medina Sidonia, y otros feudos como merced y gratitud.

Seis años después, su hermano Alfonso X se los arrebató para dárselos más tarde a su hija bastarda

Beatriz, a quien también donó el reino de Niebla.

Don Enrique derrotó primero a las huestes castellanas en Morón, en 1254, pero la superioridad de

Castilla con el refuerzo de más ejércitos, le obligó a huir con la reina viuda a su condado de Ponthieu

en Normandía, y después por último, con pequeño séquito, a la Gran Bretaña, a donde su

hermanastra Leonor, recientemente desposada con Lord Edward, como se llamó al heredero de la

corona inglesa. Ahí permaneció Don Enrique desde 1255 hasta 1259 gracias a la generosidad y

munificencia del rey Henry III, que le regaló ingresos pecuniarios de los que hay constancia contable

en Inglaterra.

Estos años en Inglaterra fueron fundamentales para el invento del “Amadís de Gaula”. La corte de

Westminster le sirvió a Don Enrique de inspiración para los principales personajes de su novela.

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También a esos impresionantes sucesos de 1257 y 1258, que gestaron el parlamento inglés, el buen

entendedor los reconoce en el “Amadís”.

El año de 1257 fue de mal clima y pésimas cosechas. Encima sobrevinieron dos guerras, la una

contra Gales, la otra contra Irlanda. Ambos territorios habían sido dados como feudos a Lord

Edward, quien era Conde de Chester, en Gales del Norte, y el equivalente de un Virrey para Irlanda.

Los ejércitos ingleses en ambos reinos de Gales e Irlanda fueron uno tras otro derrotados. Los

capitanes generales de las huestes inglesas, Maurice Fitzgerald en Irlanda y Stephen Bauzan en

Gales habían caído malheridos en las batallas de Connaught y Cadfan, enfrentando al rey de Irlanda

Godfrey O’Donnell y al Príncipe de Gales, Llywelyn ap Gruffydd.

Don Enrique admiró mucho a los triunfantes reyes de Irlanda Godfrey O’Donnell y su sucesor Brian

O’Neil y en el “Amadís” los convirtió en el rey Abiés y el rey Cildadán. Él habla claramente de la

batalla de Cadfan llamándola de Galfán y describiéndola con sorprendente apego a la Historia.

Él acompañó a Lord Edward a Gales y estuvo con él en Chester y Bristol, muy cerca, aunque no en los

campos de batalla. Pero, a juzgar por los detalles con que rememora esas guerras en el “Amadís”, se

nota que estuvo muy enterado. La muerte del rey Abiés en el “Amadís” es equivalente a la herida

mortal que recibiera en combate singular el Rey de Irlanda Godfrey O’Donnell contra el también mal

herido comandante inglés Maurice Fitzgerald.

Más aún, los conflictos en la corte de Henry III, a causa de los privilegios de sus hermanos de madre,

los “Lusignan”, aparecen en el “Amadís” como el motivo del enfrentamiento de Amadís con el rey

Lisuarte, a causa de las intrigas de sus favoritos Brocadan y Gandandel, que no son otros que el

Conde de Pembroke Guillaume de Valence y su hermano Guy de Lusignan.

Don Enrique admiró mucho al carismático Simón de Montfort. Él fue para Don Enrique el ejemplo

de perfecta caballerosidad, pues era valeroso, franco, y generoso. Había servido muy bien al rey en

sus territorios franceses, pero cuando por pedido del papa Alejandro IV el rey quiso cargar con

impuestos a la empobrecida Inglaterra de 1258, para financiar la guerra por Sicilia contra el rey

Manfredo von Hohenstaufen, Simón de Montfort encabezó la rebelión de los siete barones y logró la

aceptación de las “Provisiones de Oxford” que defendiendo los derechos establecidos en la Magna

Carta, impusieron la creación del primer parlamento inglés y acabaron con la monarquía absoluta.

Esta es la rebelión de Amadís y sus caballeros amigos contra el rey Lisuarte, entre ellos Brian de

Monjaste, hijo del rey de España Ladasán, obvio alter ego de Don Enrique de Castilla, hijo del rey

Santo. En el Amadís de Gaula el motivo de la rebelión contra el rey Lisuarte es justamente el

diferendo por la Isla de Mongaza, que no es otra que Sicilia. Esta guerra por Sicilia o Mongaza es

medular tanto en la vida de Don Enrique y de su hermano Don Fadrique, como en esta gran novela.

Es patente, que la simpatía de Don Enrique por Simón de Montfort debe haberle causado daño en su

relación con Henry III y su cuñado Eduardo Plantagenet. Por eso es que tuvo que dejar la corte de

Westminster en 1259 y marcharse, por Francia, a Valencia y a la corte de Aragón. Otra causa de

desasosiego para Don Enrique fue la contienda por la corona del Sacro Imperio Romano Germánico

entre su hermano Alfonso X y el Conde de Cornwall Richard, hermano de Henry III. Ambos fueron

elegidos emperador respectivamente, pero ninguno llegó a imperar desde el trono. La posición de

Don Enrique en Inglaterra se hizo incómoda, razón por la que se marchó a Valencia, donde ya en la

corte del rey Jaime el Conquistador, se enamoró de la Infanta Constanza, que le correspondió

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apasionadamente. El rey Don Jaime le amonestó, diciendo que tal matrimonio imposible sería, pues

él había prometido a su falleciente esposa, que sus hijas sólo se casarían con reyes. A esto Don

Enrique respondió con obras, pues armó una hueste de caballeros aragoneses y catalanes y con ellos

galopó a la conquista del reino de Niebla en el Algarbe y lo tomó y sojuzgó por asalto, reclamando

así, ya con señorío, la mano de la adorada Infanta.

Pero este matrimonio de amor no pudo ser, porque, enterado de esto el rey de Castilla Don Alfonso

X, quien tenía ojeriza contra su andante hermano menor, mandó a Niebla su ejército bajo el mando

del invencible Don Nuño González de Lara para que apresara o diera muerte a Don Enrique,

impidiendo así sus pretensiones de casamiento como rey de Niebla.

Ya en el campo de batalla, Don Enrique desafió a Don Nuño a batalla singular, que fue aceptada por

este gran caballero. Se batieron a ultranza, sin palestra, y Don Enrique hirió a Don Nuño en el rostro

por el visor del yelmo y quedó vencedor. Pudo así salir incólume del enfrentamiento con todos sus

caballeros y fue a Cádiz, desde donde se embarcó hacia Valencia, a ver al Rey Don Jaime que le negó

asilo, y entonces siguió viaje, navegando a Túnez, donde se empleó como caballero de fortuna en el

comando general del ejército del Emir Al Mustansir, renunciando así a sus sueños matrimoniales con

la Infanta Constanza. Ella tuvo que casarse con Don Manuel de Castilla, hermano menor de Don

Enrique. Cuenta su hijo, Don Juan Manuel, sobrino de Don Enrique, que Doña Constanza fue más

tarde envenenada por su hermana Violante, Reina de Castilla, con un alijo de cerezas.

Don Enrique fue a la guerra por la conquista de la rica ciudad de Miliana en el Magreb con el

hermano del emir de Túnez, Abu Hafs, quien fue su buen amigo y le acogió en el exilio de nuevo,

muchos años después, antes de su vuelta definitiva a Castilla, como oportunamente veremos.

En estas guerras de Túnez Don Enrique hizo fortuna y con su ejército de más de trescientos

caballeros españoles, en su mayoría catalanes, constituirse, pareció, en una amenaza para el reino.

Los consejeros del Emir recomendaron dar muerte a Don Enrique con una estratagema: Se le invitó a

presentarse ante Al Mustansir en su palacio. Cuando llegó a los patios del palacio, cerraron de

improviso las puertas y soltaron dos hambrientos leones para que le devorasen. Los leones se

acercaron alevosos, y Don Enrique les enfrentó con la espada desenvainada y mirándoles a los ojos.

Los leones prefirieron entonces perseguir a sus seguidores por paredes y tejados para hartarse con

sus despojos. Don Enrique salvóse así y en el “Amadís” lo narra como cosa que le pasara a su héroe.

De esta aventura también da razón Don Juan Manuel, su noble y famoso sobrino.

La estadía de Don Enrique como soldado de fortuna en Túnez duró entre 1259 y 1265, cuando el

Emir le obligó a dejar Túnez.

En estos años ya escribió Don Enrique muchos capítulos de los dos primeros libros del “Amadís”,

como es obvio suponer, por su contenido. No obstante, conviene imaginar que Don Enrique escribió

la obra por capítulos y folios que reordenó a su gusto, sin mantener un orden cronológico, en

referencia a los hechos que los inspiraron.

El 4 de Agosto de 1265 murió cuarteado y degollado Simón de Montfort tras la Batalla de Evesham,

después de haber apresado al rey Henry III y al príncipe Eduardo, y haber sido el gobernante de facto

de Inglaterra por un año.

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Este caballero sin tacha, que había inspirado el personaje de Amadís, se tornó en la novela de pronto

en el traidor Barsinán. Así sabemos que aquel capítulo del Segundo Libro, se escribió después de

esta lúgubre fecha, donde Barsinán sufre, asimismo, crueles mutilaciones mortales.

En este año, el Papa Urbano IV había logrado que el Príncipe Charles d’Anjou aceptara la corona de

Nápoles y Sicilia como feudo papal, contra los legítimos derechos de la Casa de Hohenstaufen, en las

personas del regente Don Manfredo y del heredero Príncipe Conradino.

Charles d’Anjou desembarcó en Ostia y entró con sus caballeros en Roma el 23 de Mayo de 1265.

Don Enrique se juntó con este primo suyo, pues era hijo de su tía abuela Blanca de Castilla, y a su

requerimiento, le prestó cuarenta mil onzas de oro, para financiar la guerra contra Manfredo, de

facto rey de Nápoles y Sicilia con su ejército sarraceno de 3 mil jinetes y arqueros árabes

estacionados en el castillo de Lucera.

El 26 de Febrero de 1266 se libró la batalla de Benevento, que se describe en el “Amadís” como la

batalla contra el Rey Arábigo, como se tildaba entonces al Rey Manfredo, por sus huestes sarracenas

y su soberanía sobre Túnez. Don Enrique participó en esta contienda en el bando francés, mientras

su hermano Don Fadrique, leal amigo del rey Manfredo, peleó de su lado con los caballeros teutones

y los mercenarios sarracenos. Murió en la lucha el rey Manfredo, hombre de grandes méritos como

caballero y trovador, que tocaba la cítara a perfección, era muy culto y, en su valentía, temerario,

pues entró a batirse en lo más intricado de la batalla, donde encontró honrosa muerte.

Don Fadrique salvó la vida y se fue a Sicilia a proseguir la guerra contra Charles d’Anjou. Don

Enrique, en cambio, gustó del triunfo y creyó que el Papa Clemente IV y Charles d’Anjou le darían la

corona del reino de Cerdeña. Pretendió casarse con la viuda del infausto rey Manfredo, la bellísima

Doña Helena, Reina de Corfú, hija de Miguel, Déspota del Épiro, pero ella le rechazó, sumida en el

dolor de haber perdido su esposo, y desesperada de nunca más ver sus hijos, que fueron puestos en

prisión por Charles d’Anjou para el resto de sus vidas, aunque eran niños.

Don Enrique fue notando que el Papa y Chales d’Anjou le habían usado malamente, pues ni Charles

d’Anjou le pagó su magna deuda cuando había logrado el triunfo de Benevento, ni el Papa había

cumplido su palabra de darle el reino de Cerdeña.

Don Enrique entonces maquinó su elección como Senador de Roma, con la ayuda del “Capitano del

Popolo” Angelo Capocci, y respaldado por trescientos caballeros españoles que con él vinieron de

Túnez, se constituyó en el gobernante máximo de la Ciudad Eterna, muy para sorpresa y desagrado

del Santo Padre Clemente IV.

El Papa residía en Viterbo y Don Enrique pretendió restablecer los antiguos fueros y derechos de los

romanos frente al poder terrenal del Pontífice, y así se enfrentaron los dos: Ya en los primeros días

de su desempeño senatorial, Don Enrique comunicó a la comunidad, a los castillos y a los señores de

la nobleza del “Patrimonium Sancti Petri” en los territorios de Tuscia y Sabina, su obligación de

aceptar y reconocer la jurisdicción romana y de darle obediencia política. Se reinstauraron y fueron

puestos en vigor y vigencia los servicios caídos en desuso. Obligó Don Enrique a que se impusieran

tributos para financiar su caballería.

El Papa asustado invocó la ayuda del capitán General del ejército de Charles d’Anjou. Don Enrique

resolvió enfrentarse con el papa y con Charles d’Anjou, toda vez que se sintió afrentado y

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traicionado por ellos. El airado Infante nombró como su vicario a un connotado Gibelino, al Conde

Guido da Montefeltro, para que entablara conversaciones con el legítimo heredero de la corona de

Nápoles y Sicilia, el Príncipe Conradino de Suabia, primo suyo, en Augsburgo.

El 18 de octubre de 1267 Don Enrique el Senador, recibió solemnemente al embajador de

Conradino, Don Galvano Lancia, y le hospedó en el Palacio del Laterano. Mandó izar el estandarte de

Conradino con el águila imperial de los Hohenstaufen. El 13 de noviembre de 1267, Don Enrique

mandó apresar a los jefes de las familias ilustres de Roma, Orsini, Malabranca, Annibaldi, Savelli,

Stefaneschi a quienes había invitado al Capitolio con un pretexto. Sus casas y fortalezas en Roma

fueron destruidas y ellos exilados fuera de Roma. Rinaldo Orsini logró refugiarse en su castillo de

Marino. Don Enrique hizo entrar a Roma en la liga de ciudades gibelinas, compuesta por Pisa, Siena y

otras ciudades toscanas. La Liga declaró a Charles d’Anjou su enemigo y a Conradino de Suabia como

legítimo pretendiente a la corona de Nápoles y Sicilia.

Ya en Septiembre Don Fadrique y Corrado Capece habían atacado la Isla de Pantelaria y el castillo de

Sciacca en Sicilia y los habían tomado de los franceses por asalto, con una flota de navíos de Pisa y

Túnez. Esta batalla está descrita en sus sorprendentes pormenores en el “Amadís de Gaula” como la

Batalla del Castillo del Lago Ferviente.

Al igual aparece en el “Amadís” la siguiente gran batalla de Tagliacozzo, entre Conradino y Don

Enrique de Castilla por una parte, y Charles d’Anjou y su mariscal de campo, Henry de Courances,

por otra. Esta última batalla se la bautiza en el “Amadís” como la Batalla de los Siete Reyes. Es aquí

donde el Infante Brian de Monjaste, el alter ego de Don Enrique, aparece al igual que él mismo en

Tagliacozzo, capitaneando trescientos españoles bien encabalgados, que inician vencedores la

contienda.

El 5º. De Abril de 1268, un Jueves Santo, el Papa Clemente IV montó en santa cólera contra Don

Enrique por sus atropellos en Roma y por tomar partido a favor de sus ya ancestrales contrarios, los

emperadores germanos de la casa de Hohenstaufen, en la persona de su sucesor Conradino y le

excomulgó a él, destituyéndolo de su cargo de Senador de Roma y reemplazándolo con Charles

d’Anjou, quien fue declarado Vicario Imperial de la Toscana.

Paladinamente, Don Enrique y los romanos ignoraron el interdicto papal, que habría de pesar sobre

él por muchos años.

El 23 de Abril un ejército de dos mil caballeros franceses de Charles d’Anjou pretendió tomarse

Roma en un ataque nocturno, pero fue derrotado por Don Enrique y sus huestes. Mandó el Infante

saquear las iglesias de sus tesoros propios y encomendados sacros, y convirtió la Ciudad Eterna en

campo de Marte a favor del Sacro Imperio Romano Germano.

Conradino, a instancias del Conde Guido da Montefeltro, de Galvano Lancia y de Don Enrique de

Castilla armó un ejército en Suabia y, no obstantes múltiples deserciones y desengaños, bajó a Italia

a través de los Alpes, y valientemente, librando escaramuzas, llegó por Pisa, Siena y Viterbo, donde

el Papa, absorto, lo vio desfilar ante sus ojos, hasta Roma. Aquí fue recibido y alojado en el Capitolio,

con gran pompa y protocolo, por Don Enrique, quien ya había sido proclamado Capitán General de la

Tuscia para un período de cinco años con un estipendio de 10.000 liras pisanas para su ejército de

doscientos caballeros y 2.000 soldados.

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El 23 de Agosto de 1268 los ejércitos de Charles d’Anjou y Conradino se enfrentaron en Campi

Palentini cerca del pueblo de Tagliacozzo.

En el “Amadís” Don Enrique lo describe así:

“Pero aquellos caballeros que en la ínsola de Mongaça (Sciacca, Sicilia) desbaratados fueron, aunque

el bien del rey no desseassen, veyendo de su parte a Don Galaor, y a Don Brian de Monjaste, que por

mandato del rey Ladasán de España venían con dosmil cavalleros que en su ayuda envió, de qu’él

avía de ser caudillo y le había de seguir, y don Galvanes, que era su vasallo, acordaron de ser en su

ayuda en aquella batalla donde gran peligro de armas se esperaba.”…

”Aquellos caballeros que vos digo fizieron de la gente cinco hazes. Y de la primera ovo don Brian de

Monjaste con mil caballeros d’España que le aguardaban, que su padre embiara al rey Lisuarte.”…

”Así como oís, en esta ordenança, movieron por el campo muy passo los unos contra los otros. Mas

a esta sazón eran ya llegados a la vega el rey Perión y sus fijos Amadís y Florestán en sus hermosos

cavallos y con las armas de las sierpes, que mucho con el sol resplandeçían;…Y ellos, como vieron

que la haz de Brian de Monjaste iva por se juntar con los enemigos, pusieron las spuelas a los

cavallos y llegaron con la seña de Brian de Monjaste…

Y luego pusieron mano a las spadas, y pasaron por aquella haz primera derribando cuantos ante si

fallavan, y dieron en la otra segunda. Y cuando así se vieron en medio de entrambas, allí pudiérades

ver las sus grandes maravillas que con las spadas fazían, tanto, que de la una ni otra parte no había

hombre que a ellos se llegasse, y tenían debaxo de sus cavallos más de diez caballeros que habían

derribado. Pero a la fin, como los contrarios viesen que no eran más de tres, cargavan ya sobre ellos

de todas partes con grandes golpes; así que fue bien menester el ayuda de don Brian de Monjaste,

que llegó luego con los sus españoles, que era fuerte gente y bien encabalgada. Y entraron tan recio

por ellos derribando y matando, y dellos también muriendo y cayendo por el suelo, que los de las

sierpes fueron socorridos, y los contrarios tan afrontados, que por fuerça llevaron aquellas dos hazes

fasta dar en la tercera. Y allí fue muy gran priessa y gran peligro de todos, y murieron muchos

cavalleros de ambas partes…Assí que las batallas todas fueron mezcladas, y las feridas fueron tantas,

y las bozes y el estruendo de los caballeros, que la tierra temblaba y los valles reteñían.”

En Wikipedia la Batalla de Tagliacozzo se describe así:

“After considerable manoeuvre, Conradin’s invading army confronted that of Charles of Anjou

outside the town of Tagliacozzo. Each army deployed in three divisions. The first Hohenstaufen

division was composed of Spanish and Italian knights, led by the Infant Henry; the second division

was largely Italian but included a body of German knights, and was led by Galvano Lancia; the final

division contained most of German knights, and was led by Conradin himself, accompanied by his

close friend, the youthful Frederick I, Markgraf von Baden. Charles’s first division was composed of

Italians, with some Provencal knights, under an unknown commander; the second division contained

French knights under Henry of Courances, and the final division, which Charles led along with the

veteran crusader, Count Saint-Valery (Allardo di Valleri), was composed of French veteran knights—

this final division was hidden by Charles at Saint-Valery’s advise, in order to constitute a tactical

surprise against the Hohenstaufen forces. Conradin’s forces won the initial phase of the battle, and

broke up to pursue Charles’s first two divisions, which were in flight, and to pillage the Angevin

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camp. At this point Charles sprung his trap, his hidden reserve forces entering the fight and

massacring Conradin’s scattered forces. Conradin was forced to flee back to Rome, but was later

captured and imprisoned. This defeat ended the rule of the Hohenstaufens.”

(Traducción: Después de muchas maniobras, el ejército invasor de Conradino se enfrentó con las

huestes de Charles d’Anjou en las afueras del pueblo de Tagliacozzo. Cada ejército se partió en tres

divisiones. La primera división de los Hohenstaufen (Gibelinos) se componía de caballeros españoles

e italianos, bajo el mando del Infante Don Enrique; la segunda división integrada en su mayoría por

italianos y que incluía un cuerpo de caballeros alemanes, obedecía a Galvano Lancia; la última

división de caballeros germanos estaba acaudillada por el propio Conradino, a quien secundaba su

íntimo amigo, el joven Marqués de Baden, Federico I.

La primera división de Charles d’Anjou estaba integrada por italianos, junto con algunos caballeros

provenzales bajo un mando desconocido ahora; la segunda división se componía de caballeros

franceses bajo el Mariscal Henri de Courances, y la postrera división, bajo el mando de Charles

d’Anjou, junto con el veterano cruzado Conde de Saint Valery (Conocido en Italia como Allardo di

Valleri), se integraba con veteranos caballeros cruzados franceses. Esta última división mantuvo

oculta Charles d’Anjou, por recomendación de Saint-Valery, con miras a convertirse en sorpresa

táctica contra las fuerzas de los Hohenstaufen.

Las huestes de Conradino ganaron la primera parte de la batalla, y rompieron formación para

perseguir las primeras dos divisiones de Charles d’Anjou que se dieron a la fuga, y para saquear el

real de los angevinos. En este punto, Charles d’Anjou hizo saltar la trampa, lanzando sus frescas

tropas de reserva al combate, para masacrar las fuerzas de Conradino esparcidas y dispersas.

Conradino se vio forzado a escapar a Roma, pero más tarde fue capturado y encarcelado. Esta

derrota puso fin al imperio de los Hohenstaufen.)

El connotado historiador alemán Peter Herde en su estudio de la misma Batalla de Tagliacozzo, lo

describe así:

“Im vollen Galopp sprengten nun die Spanier heran, fielen dem Gegner in die Flanke und in den

Rücken und schnitten ihm den Rückzug zum verborgenen dritten Treffen unter Karl im Hügelgelende

ab. Zur gleichen Zeit setzten auch die übrigen Anhänger Konradins bei der Holzbrücke über den Bach

und stürzten sich auf den Feind. In kurzer Zeit befanden sich die ersten beiden Treffen Karls in voller

Flucht.... Heinrich von Kastilien stürzte sich mit den Spaniern zuerst auf den Marschal Henri de

Courances, den er für den König hielt, da er ja, wie wir sahen, die Feldzeichen des königlichen

Hauses trug. Die Rachsucht des wütenden Kastilianers kannte gegenüber seinem Vetter, der seine

hochfahrenden Pläne vereitelt hatte, keine Grenzen. Es passt ganz zu seinem jähzornigen und

ungezügelten Charakter, wenn wir annehmen, dass er für die Grausamkeiten, die sich vor und

während der Schlacht auf staufischer Seite ereigneten, weitgehend mitverantwortlich war. Denn

noch im Lager hatten die Staufer entgegen jeder ritterlichen Sitte den in der Toskana gefangenen

Marschall Karls Jean de Braiselve hingerichtet, und jetzt, während der Kampf noch um ihn herum

tobte, tötete der Senator auf grausamste Weise Henri de Courances, den er für seinen Vetter hielt.

Die Spanier stiegen, nachdem der Marschal vom Pferde gefallen war, ab und verstümelten ihn völlig.

Noch vor dem Kampfe hatte sich Heinrich mit den spanischen Rittern und angeblich auch mit den

Deutschen verschworen, Karl zu töten, was dieser später, als Heinrich in seinem Kerker gefangen

sass, in einem Brief an König Jakob I von Aragon gegen ihn geltend machte.“

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(Traducción: A pleno galope los españoles se lanzaron al ataque sobre el flanco enemigo y por su

retaguardia, cortándoles la retirada hacia el tercio de reserva de Charles d’Anjou en escondite detrás

de las colinas. Al mismo tiempo los demás seguidores de Conradino cruzaron el puente de madera

sobre el torrente y agredieron a sus contendores. En poco tiempo las dos huestes de Charles d’Anjou

se dieron a total y franca fuga… Don Enrique de Castilla y sus españoles cargaron enseguida sobre

quien él creía fuese el rey, el mariscal Henri de Courances, que, como sabemos, portaba el estandarte

y blasones de Charles d’Anjou. El ánimo de vindicta del sañudo castellano no conocía mesura en su

odio contra su primo que sus ambiciosos planes le había echado a perder. Corresponde muy bien a su

desbocado y feroz carácter, la suposición que él tuvo culpa y parte en las crueldades, que de parte

imperial gibelina se cometieron antes y durante la batalla. Pues ya en el real del ejército de

Conradino, y contra toda costumbre caballeresca, se había ajusticiado al Mariscal Jean de Braiselve,

apresado anteriormente en la Toscana. Ahora, mientras bullía la batalla a su alrededor, dio el

senador de Roma cruenta y cruel muerte al Mariscal Henri de Courances, a quien creyó ser su primo

Charles d’Anjou. Los jinetes españoles echaron pie a tierra cuando el Mariscal fue arrojado del

caballo, e hicieron tasajo con él. Antes mismo del combate, Don Enrique y sus españoles, junto con

los alemanes se habían conjurado en matar a Charles d’Anjou. Esta conjura fue invocada por Charles

d’Anjou en una carta dirigida a Don Jaime Rey de Aragón, en contra de Don Enrique cuando yacía en

prisión.)

Según Busson, en los Anales Clericales de aquel tiempo se narran estos hechos, señalando el

liderazgo de Don Enrique de Castilla:

“…idem Henricus tamquam audax miles et probus in prima scala partis adverse cum pluribus bonis

se ponens…” “Henricus, frater regis Hyspanie, prime phalangis vexilum accipiens cum Hyspanis suis

de castris primus egreditur… »

(Traducción: « Así mismo Don Enrique, caballero audaz y excelente, se pone, con muchos buenos, en

primer lugar enfrentando a los contrarios…”

“Don Enrique, hermano del rey de España, tomando en sus manos la bandera de la primera falange,

salió con sus españoles del castillo como primero…”)

El propio Charles d’Anjou, en una carta dirigida al rey de Aragón, Don Jaime, narra la as acciones de

Don Enrique en la Batalla de Tagliacozzo:

“Idem namque contra mores antiques clarissimorum progenitorum suorum se opposuit nequiter

sancte Romane ecclesie atque nobis conatus… non solum regni nostri proditionem set mortem

nostram specialiter procurare, sicut ex regestris dicti Corradini et aliis testibus evidenter apparet, ac

ex eo etiam, quod Theotonici et Yspani iurati nos interficere nobilem virum marescallum regis

Francie ipsius aliqua signa portatem, posquam de equo prolapsus extitit, ipsi descendentes ex equis

durante prelio crudeliter trucidarunt nos esse mortuos per hoc credentes firmiter et altis vocibus

acclamantes…”

(Traducción: “También se opuso por igual contra la costumbre antigua de su ilustrísimo progenitor, y

en daño a la Santa Iglesia, y en atentado contra Nos, no sólo procuró la destrucción de nuestro reino,

sino nuestra muerte muy en especial, tal como se hace evidente de los registros del mencionado

Conradino y de otros testigos, y también en la misma fuente se revela que los alemanes y españoles

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se conjuraron para matar a Nos y al noble Mariscal del Rey de Francia que portaba los emblemas

ajenos, después que cayera arrojado del caballo, durante la batalla, ellos mismos desmontando de

sus caballos le dieron muerte cruel y creyendo firmemente por eso que yo había muerto, a grandes

voces lo proclamaron…”)

Después del triunfo de Don Enrique y sus caballeros al comienzo de esta Batalla de Tagliacozzo,

Charles d’Anjou sacó a relucir su reserva estratégica de mil caballeros cruzados y sorprendió a los

caballeros alemanes e italianos que habían desmontado para saquear de armas y joyas a los

derrotados en el campo de batalla. Cuando Don Enrique regresó de la persecución con sus

caballeros españoles, se encontró con que las huestes de Conradino habían sido arrasadas.

Él se lanzó de nuevo al combate, pero le mataron el caballo y tuvo que huir en otra cabalgadura,

pues estuvo en franca inferioridad ante la fresca fuerza de caballeros franceses mucho más

numerosos que los suyos. A poco tiempo después, Don Enrique cayó preso en la Abadía de

Montecassino, fue condenado a muerte por Charles d’Anjou, pero su pena fue conmutada a prisión

perpetua en razón de su cercano parentesco entre los dos. Lo pasearon en una jaula de hierro desde

Nápoles hasta Canosa de Puglia, haciéndole escarnio a su paso, y ahí estuvo preso en el castillo

desde 1268 hasta 1277, cuando se le trasladó a Castel del Monte, donde permaneció encarcelado

hasta 1291. Su compañero de infortunio fue el Conde Corrado de Caserta.

En estos años Don Enrique escribió gran parte del “Amadís de Gaula”. Su hermanastra, la reina de

Inglaterra Leonor de Castilla, y Eduardo I Plantagenet le visitaron a su vuelta de la Cruzada, y Don

Enrique siempre mantuvo con ella correspondencia, pero estos años de prisión le robaron media

vida. El mismo lo confiesa en su poema de la Peña Pobre del “Amadís”:

Pues se me niega victoria

do justo m’era devida,

allí do muere la gloria

es gloria morir la vida.

Y con esta muerte mía

morirán todos mis daños,

mi esperanza, mi porfía,

el amor y sus engaños;

mas quedará en mi memoria

lástima nunca perdida,

que por me matar la gloria

me mataron gloria y vida.

Sin duda la redacción del “Amadís” fue para Don Enrique una válida fuga mental de su encierro, y a

la vez una manera velada de revivir su pasado.

En Italia se le venera a Don Enrique como poeta, y hay muchos “sirventese” que le rememoran como

gran caballero andante.

Famosos trovadores de su tiempo le ensalzaron en sus cantares: Paoletto di Marsiglia, Bartolomeo

Zorzi y Folchetto di Lunel. Paoletto acusó a los caballeros alemanes de haberle fallado en el campo

de batalla:

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Alaman flac, volpilh, de frevol malha,

Ya lo vers dieus no us aiut ni vos valia,

Quar a N Enric fallitz a la batalla;

Aunid’avetz Alamanha, ses falla,

Malvaya mendic,

Quar sol layssetz el camp lo pros N Enric.

Que per valor et per noble coratge

Mantenía N Enricx l’onrat linhatge

De Colradi ab honrat vassalatge;

E’l reys N Alfons, ab son noble barnatge,

Que a cor ric,

Deu demander los: son frair En Enric.

(Traducción:

Frágiles, cobardes germanos, en vanas lorigas de malla,

Dios verdadero ni os valga, ni asista,

Porque a Don Enrique en batalla fallasteis,

Habéis deshonrado a Alemania,

Míseros mendigos,

Pues dejasteis solo en el campo al valeroso Don Enrique.

A quien con valor y noble coraje,

Don Enrique salvaba su honrado linaje,

Con Conradino en leal vasallaje.

El Rey Alfonso con nobles feudales,

Por su noble corazón,

De Enrique debe demandar liberación.)

Don Enrique salió libre en 1291 y se marchó navegante hacia Túnez donde le recibió honrosamente

su viejo amigo el Emir Abu Hafs. Don Enrique había tenido parte en empresas de navegación

genovesas con base en Túnez y por eso regresó a esos lares donde permaneció hasta 1294, cuando

regresó a Aragón como embajador, para pedir al rey que parase los ataques de corsarios sicilianos

contra Túnez. El rey aceptó su embajada y Don Enrique pasó a Castilla a la corte del rey Don Sancho

el Bravo, que le acogió con todos los honores de un Infante envejecido. Cuando Don Sancho dejó

este mundo en 1295, Don Enrique asumió la regencia de Castilla en amparo del rey niño Don

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Fernando IV, junto a la Reina Doña María de Molina. Este fue un cargo enojoso, pues en contra de su

encargo se arremolinaron quienes tenían justificadas pretensiones al trono de Castilla:

Don Alfonso, Infante de la Cerda, nieto de Alfonso X, con el apoyo del Rey de Aragón y de su madre

la reina viuda Doña Violante, el Infante Don Juan, con el respaldo del Rey Diniz de Portugal, y

también Don Juan Manuel en causa propia.

A Todo esto, conspiraba siempre el Reino de Granada por frenar por las armas la reconquista final de

España. Don Enrique, gran maquinador político, jugó en esto un ajedrez que le brindó medra propia

de feudos y fortuna. Al final prevaleció el Rey Fernando IV cuando por fin el Papa ratificó la validez

del matrimonio del Rey Sancho el Bravo con su prima Doña María de Molina.

Fue fundamental para la historia del Amadís de Gaula que Don Enrique entregara con motivo de su

encuentro personal entre los dos, un ejemplar del manuscrito del “Amadís” al Rey Diniz de Portugal,

que pasó también a manos de Don Alfonso, su rey heredero. Esto dio lugar al errado origen

portugués del “Amadís”, porque se lo tradujo cien años después a la lengua de “Os Lusiadas”.

En cuanto a las amenazas del Reino de Granada, estas llevaron a Don Enrique a librar su última

batalla, como narra Don Gonzalo Argote de Molina en su obra “Nobleza de Andaluzía” en 1548,

basado en la Crónica de Fernando IV:

“Y el Infante Enrique partió contra los Moros, y hallaron cuatro leguas más delante de Arjona, donde

se dieron batalla, y al principio los Christianos se desbarataron, y los Moros mataron muchos de

ellos, y los demás dieron a huyr, y hubieran muerto al Infante, si dó Alfonso Pérez de Guzmán no lo

socorriera. El cual aviendo peleado bravamente con los Moros por su parte, y muerto y derribado

muchos dellos, sabiendo el peligro en que el Infante estaba, dexó la batalla, fuéle a socorrer, y

allándolo derribado en tierra, y a su caballo cortadas las riendas en poder de los Moros, y

socorriéndolo con otro caballo lo sacó en salvo, quedando Don Alfonso peleando hasta que el

Infante estuviese fuera de peligro. Y allí cargó toda la batalla de los Moros contra Don Alfonso, y le

mataron todos sus vasallos, y él solo escapó entre tanta muchedumbre, aviendo hecho una azaña

tan famosa. Y siendo muertos y captivos muchos Christianos los demás se salvaron en Arjona con

Don Alfonso Pérez de Guzmá, y có el Infante dó Enrique. (Batalla que Don Ruiz Pérez Ponce de León

Maestre de Calatrava tuvo con los Moros y Muerte Suya. Libro Segundo Don Alfonso Pérez de

Guzmán Cap. XXX)

En 1296 Don Enrique contaba ya sesenta y seis años de edad, y su larguísima prisión sin duda le

quitó algo de su destreza como caballero guerrero, pero estos sus últimos hechos son admirables y

le pintan de cuerpo entero como quién fue toda la vida, y cuál fue el ánimo que le inspiró para

escribir el Amadís de Gaula. Hay muchas descripciones de su personalidad, y todas coinciden en

pintarle como un gran señor, apuesto, fuerte, ingenioso, cruel, poético, iracundo, vengativo, y

enamorado.

Viejo ya, se casó con una muy noble y bellísima mujer apellidada la “Palomilla”: Doña Juana Núñez

de Lara. Cuando muy joven había tenido amores con Doña Mayor Rodríguez Pecha, (hija de Don

Esteban Pecha, Barón de San Román de la Hornija, Alcaide de Zamora, y de Mayor Rodríguez de

Balboa) de quien tuvo un hijo, Don Enrique Enríquez Pecha que le acompañó en Italia y Túnez, y con

quien retornó a Castilla. De él desciende toda su progenie y él mismo heredó los feudos sevillanos

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del Infante su padre. Su nieto, Don Enrique Enríquez de Sevilla comandó las tropas del Obispado de

Jaén contra los Moros en 1336, y en 1344 participó en la reconquista de Algeciras. Él fue, bajo el Rey

Alfonso XI, Justicia Mayor de la Casa del Rey, y en 1358, bajo el Rey Don Pedro I, nombrado

Adelantado de la Frontera de Andalucía.

Quienes ostentamos el apellido de Sevilla, o Henríquez de Sevilla, somos sus descendientes, entre

ellos la Profesora de la Universidad de León, Doña Margarita Torres de Sevilla, su connotada

biógrafa.

Uno de sus estudiosos escribe en la enciclopedia Treccani de Italia, esta descripción:

“Enrico trascorse la sua infanzia a Burgos, dove, secondo una notizia posteriore, avrebbe avuto tra i

suoi precettori il futuro cardenale Egidio Torres. Conformemente al suo rango ricevette

un’educazione cavalleresca. Si demostrò molto dotato: di intelligenza acuta, versatto nelle lingue,

adatto alla guerra per il fisico robusto, valoroso ed energico, fu aperto e diretto nei rapporti

personali; già durante la giovinezza tutte queste dotti contribuirono a formare una personalità fuori

dal comune che suscitò l’attenzione di poeti e trovatori.”

(Traducción: Don Enrique transcurre su infancia en Burgos, donde, según información posterior,

habría tenido entre sus preceptores al futuro cardenal Egidio Torres. En conformidad con su rango,

recibió una educación caballeresca. Dio muestras de ser muy dotado: de inteligencia aguda, versado

en los idiomas, bien dispuesto para la guerra por su físico robusto, valeroso y enérgico. Fue sincero y

directo en las relaciones personales; ya durante su juventud todos estos talentos contribuyeron a

formar una personalidad fuera de lo común que suscitó la atención de poetas y trovadores.)

Vale en este punto rememorar la Cultura Caballeresca tan venida a desuso en nuestro tiempo,

donde con mucho aplauso ciertos hombres se afeminan, y ciertas féminas se vuelven hombrunas.

En el Siglo XIII, tiempos en que se ha sumergido este estudio, reinaban ciertos valores basados en

dos puntales, la hombría de bien, y la supremacía de la mujer.

Los caballeros no nacían, sino se hacían, por sus obras, principalmente en justas, torneos y en el

campo de batalla. La nobleza de origen era un requisito sine qua non, pero no era bastante, para ser

armado caballero. Podría armarse caballero a un escudero o infanzón en víspera de una gran batalla,

o después de ella, cuando el joven noble había dado pruebas de gran valor y lealtad.

Se graduaba la valentía de acuerdo al riesgo de muerte incurrido, sea en combate singular, o al

asaltar un castillo, o las altas murallas de una ciudad sitiada, o contra los sarracenos en Tierra Santa,

o en cualquier combate de las Cruzadas. También se ganaba la prez de la Caballería dando prueba de

valor en un torneo, donde acaso cien caballeros se enfrentaban contra otra centuria, como extremo

ejercicio para la guerra.

Los Heraldos actuaban como jueces y bajo estrictas normas consuetudinarias daban su fallo sobre

los méritos o fallas de los combatientes. Así había caballeros sin tacha muy famosos, y otros que

perdían el honor por cobardía ante el enemigo, o cuando se retiraban de la batalla si se veían

perdidos y no querían sufrir la muerte.

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Las órdenes caballerescas obligaban a un mayor grado de heroicidad. El premio para el caballero

famoso era la invitación a una cena en la mesa redonda con que se honraba a los mejores, a la que

invitaba un rey o un príncipe.

Las damas eran veneradas por sus amadores, a veces distantes y en su pasión no correspondidos.

Las reinas, duquesas, y condesas, muchas veces desdeñadas por sus esposos, mantenían un amor

más o menos secreto con algún caballero de la corte.

De esta constelación nos hablan los romances del rey Arturo y su esposa la reina Ginebra, que tenía

amores con Don Lanzarote, o de Oriana que se entregó en brazos de Amadís cuando aún era

doncella. Había un libertinaje insospechado.

La iglesia con sus severas normas no logró desmoronar la cultura caballeresca con su amor libre,

sino dos siglos después, cuando la hombría de bien se vio menguada por la aparición de las armas de

fuego que mermaron la valía del coraje individual y dieron paso al combate a mansalva, desde lejos y

sin identificar, ni al asaltante ni a su víctima.

Cuando los reyes ya no fueron al campo de batalla a la cabeza de sus ejércitos, la cultura

caballeresca perdió su razón de ser. El último caballero andante fue Don Quijote de la Mancha que

puso en alto y en ridículo sus encumbrados valores: la defensa de las mujeres, los ancianos y los

niños, la ayuda a los desvalidos y el castigo a los malvados.

Las damas tenían como méritos su belleza, su ilustración, su amor por las artes y las letras, su

destreza en el ajedrez, su conversación exquisita. También su valor ante la adversidad. Asimismo las

damas de la cultura caballeresca son admirables por su maternidad, pues no pocas reinas tuvieron

pléyade de hijos e hijas, como Beatriz de Suabia, o Violante de Aragón.

Había también entre ellas algunas malas y perversas, otras en los romances corteses eran

encantadoras, hadas o brujas, que hundían suerte y honor de los caballeros. Urganda la Desconocida

es un mágico ejemplo en el “Amadís”. Pero Urganda era una encantadora con miras al bien.

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La Religión siempre anduvo conspirando contra la cultura caballeresca, queriendo imponer su

maniqueísmo fatal. Al fin la Santa Madre Iglesia logró su desaparición, a fuerza de excomuniones y

amenazas. La persecución y saña con que el Papado exterminó la noble casa imperial de los

Hohenstaufen es prueba de ello. Después que el emperador Federico Barbarossa y su hijo Federico

Duque de Suabia encabezaron la tercera cruzada, que al cabo del triunfo de Iconium les trajo la

muerte, y después que el Emperador Federico II logró la reconquista de Jerusalén, Belén y Nazaret,

la Iglesia sólo supo odiar su casta y prole, que llamó de sierpes y de víboras.

Esta conducta impía pudo verse contra los hijos del rey Don Manfredo de Hohenstaufen, que

cargados de cadenas a instancias del Papado, pasaron en prisión desde la niñez toda su vida, sin

culpa alguna, hasta sufrir ceguera y muerte. No es de extrañar que el Amadís de Gaula, novela

escrita por un vástago de esa casa imperial de los Hohenstaufen, como fue Don Enrique por el linaje

de su madre, no tenga un ápice de religiosidad católica, sino solamente caballeresca veneración por

Dios.

En la “Gesta Sancti Ludovici” (RHF, XX, 428), que he encontrado traducida del latín al inglés, hay esta

aseveración que lo dice todo desde la perspectiva eclesiástica:

“Henry of Castile was remembered as powerful in war and exceedingly crafty, but most wicked and

not a diligent follower of the practice of the Catholic Faith.”

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(Traducción: A Don Enrique de Castilla se lo recordaba como poderoso en la guerra y

extremadamente astuto, pero por demás perverso y en nada un seguidor diligente en la práctica de

la Religión Católica”)

Al hundimiento de la casa imperial de los Hohenstaufen sucedió pronto el linaje de los Habsburgos,

y en Alemania no se conoce a ningún “Staufer” en la actualidad. La heredad siguió en Aragón por vía

de la Reina Constanza, hija del Rey Manfredo von Hohenstaufen, esposa de Pedro III el Grande. Ella

es Madásima en el “Amadís de Gaula”.

Don Enrique vivió hasta 1303, cuando sucumbió en Roa, cerca de Burgos, a lo que parece fue un

ataque cerebral, pues perdió el habla, según cuenta Don Juan Manuel, su sobrino, con quien muchas

veces salió en cetrería, cazando aves con sus halcones de alto vuelo. Él le acompañó en sus últimas

horas. Don Juan Manuel recogió sus documentos, joyas, y platería, para evitar el acostumbrado

saqueo que solía seguir a la muerte de gente principal mal guardada. Sin duda de aquí salió el

manuscrito del Amadís que fue a darlas en la biblioteca real de Medina del Campo, que sirvió para

que lo lean los reyes de Castilla y personajes como Don Pero López de Ayala, cronista de Pedro el

Cruel, y un siglo más tarde, el insigne plagiario del “Amadís”, Don Garcí Rodríguez de Montalvo,

Regidor de Medina del Campo.

Don Enrique de Castilla, después de una vida azarosa de caballero andante, tuvo la gran suerte de

dejar el mundo como Grande de España y Rico Hombre, aunque tuvo muchos enemigos, por sus

diferencias con Alfonso X el Sabio, tan venerado por los historiadores españoles. Es en Italia donde

Don Arrigo, como se lo conoce en esta Ínsula Firme, donde él ha encontrado admiración y

veneración.

Menciono aquí a G. del Giudice, “Don Arrigo Infante di Castiglia” y Prof. Valeria Bertolucci Pizzorusso

Università di Pisa, “Don Enrique/ Don Arrigo: un infante di Castiglia tra storia e letteratura”, como

dos fuentes italianas inmensamente valiosas, entre muchas otras.

Mi descubrimiento de la autoría del Amadís de Gaula por Don Enrique, después de setecientos años

de haber sido escrita por él esta famosa novela, no debe sorprender a nadie, porque ha sido fruto de

mi buena suerte, de los muchos años que he vivido en Alemania e Inglaterra, de la facilidad que me

ha dado Internet para acceder a muchos documentos esenciales y el hecho que conocí de Don

Enrique de Castilla, por ser su descendiente por la estirpe de mi padre, y provenir del Rey Alfonso X

el Sabio, por parte de mi madre, Carlota Larrea de Borja y Aragón.

Bibliografía Básica sobre Don Enrique de Castilla

1. Crónica del Rey Don Fernando III el Santo.

2. G. Del Giudice, Codice Diplomatico del regno di Carlo I e II d’Angiò , Napoli (1863).

3. Crónica del rey Don Alfonso X

4. Crónica del Rey Don Sancho IV

5. Crónica del rey Don Fernando IV

6. J. Manuel, El Libro de la Caza

7. Biografías de s. Fernando y de Alfonso el Sabio por Gil de Zamora (1278)

8. J. Manuel, El Libro de los Enxiemplos del conde Lucanor et de Patronio.

9. Juan Manuel, Libro de las Armas

17

10. G. Del Giudice, Don Arrigo Infante di Castiglia, Napoli (1875).

11. B. Desclot, Crónica.

12. Ramon Muntaner, Les quatre grans cróniques.

13. G. Argote de Molina, Nobleza de Andaluzia, Sevilla (1588).

14. A. Giménez Soler, Caballeros Españoles en África y Africanos en España Revue Hispanique

(XII, 1905).

15. A. Ballesteros y Beretta, Sevilla en el Siglo XIII, Madrid (1913).

16. R. Brunschwig, La Berberie orientale sous les Hafsides des origines a la fin du XVe siècle

Paris, (1940).

17. P.S. Leicht, Arrigo di Castiglia senatore di Roma, en Studi Romani, (1953).

18. P. Herde, Die Schlacht bei Tagliacozzo in Zeitschrift für bayrische Landesgeschichte, (1961).

19. Crónica de Alfonso XI

20. G. Del Giudice, La Famiglia di re Manfredi, Napoli, (1896).

21. J.-P. Trabut-Cussac, Don Enrique de Castille en Angleterre 1256-1259, in Melanges de la Casa

de Velásquez, (1966).

22. Valeria Bertolucci Pizzorusso, Università di Pisa, Don Enrique/ Don Arrigo: un infante di

Castiglia tra storia e letteratura en Alcanate Revista de Estudios Alfonsíes Vol. IV, 2004-2005,

Puerto de Santa María.

Santiago Sevilla, Autor de este Estudio, en Windsor Great Park, en Pastor Lusitano.