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VID A • •

O E L .P. F R A N e 1 s e o DE BORIA,QVE FVE DVQVE DE

Gandia, y de[pues Religa[a, y tercero General de la Campaúia de..;

lE S V s.

ES CR ITA POR EL PADRE PEDRO ae' Ribadmeyrade /a mifmll CompaEia.

Djrjgida al Catolico Rey don Felipe 11. nuefl:ro feñor.

En Madrid,porlabiuda de P.M~ Año :M;.D, XC IIII.

v ....

AL REY NUESTRO SEÑOR

La vida del Padre Francisco de Borja, que fué Duque de Gandía, y después pobre religioso, y Prepósito gene­ral de nuestra mínima Compañía de Jesús, he impreso y publicado debajo del real nombre y amparo de Vuestra Majestad. He tomado este atrevimiento, porque esperv de la gran benignidad de Vuestra Majestad que me lo perdo­nará fácilmente: pues ha nacido de deseo de servirle, y de las muchas y graves obligaciones que he cenido para hacerlo. El haber sido el Padre Francisco vasallo de Vues­tra . Majestad y persona tan insigne y tan conocida en estos reinos, y criado del Emperador y de la Emperatriz nues­tros señores, de gloriosa memoria; el haber recibido tan­tas y tan señaladas mercedes de sus manos; el favorecer Vuestra Majestad tanto a su casa , y servirse cl<:< sus hijos y hermanos; el poder ser testigo de algunas de las cosas que en esta historia se cuentan, y dar autoridad a la verdad de ellas con su real aprobación, son muy justos títulos para dedicar este libro a Vuestra Majestad. Y no menos el ha­ber sido ' el Padre Francisco religÍoso y Prepósito general de nuestra Compañía. La cual, así como por su instituto está consagrada al servicio de Dios nuestro Señor, . y al de la santa Iglesia, así necesariamente lo ha de estar al de Vuestra Majestad, pues tanto cela la gloria de Dios y el bien de la misma Iglesia. Y Vuestra Majestad por esta cau­sa la debe tomar debajo de su sombra y protección; y por haberla el Señor instituído, y enviado al mundo en tiempo de Vuestra Majestad. Porque siempre los reyes y príncipes piadosos hicieron gran caso de esta circunstancia del tiem­po, para favorecer a las religiones que se comenzaron en el suyo. Como lo hizo en España el rey don Alfonso el VII. con la Orden de San Bernardo. Y con las de Santo Domin­go y San Francisco el santo rey don Fernando, y el rey don Alfonso el Saqio su hijo, y en Francia el rey San Luis. Y el rey don Jaime de Aragón con la de Nuestra Señora de la Merced; y Luis XI, rey de Francia, con la de los Mínimos, que siendo él rey, comenzó San Francisco de Paula; y otros reyes favorecieron a estas y otras religiones. por esta misma razón. Especialmente, que el Fundador y Padre de nuestra religión, fué también natural de estos reinos; y su conversión y mudanza de vida, tuvo principio de las· heri.

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das que le dieron defendiendo la fortaleza de Pamplona contra los franceses, en servicio del Emperador nuestro señor, y de la real corona de Vuestra Majestad. Y sin duda que es grande honra de nuestra nación, que entre otros muchos, hayan salido de ella seis Padres de los diez que dieron principio a nuestra Compañía, y tres varones tan eminentes y singulares como fueron los Padres Ignacio de Loyola, Diego Laínez y Francisco de Borja: el primero para plantarla, y los dos para regarla, dándole el Señqr con su gracia el aumento, y tan copioso y s'aludable fruto , como vemos en el mundo. Suplico humildemente a Vuestra Ma­jestad acepte este pequeño servicio, que yo en nombre de toda nuestra Compañía, como el mínimo de ella le ofrezco en señaJ del entrañable afecto y reverencia con que desea­mos ' servir a Vuestra Majestad, cuya vida nuestro Señor guarde y p'rospere largos años, y con tanta felicidad como todos estos sus humildes siervos y capellanes suplicamos, y nuestra santa y católica religión, ha ' menester.

Pedro de Ribadeneyra.

AL CRISTIANO LECTOR

Gran beneficio hacen a .la república los que escriben bien vidas de santos varones , y señalados en religión y vir o tud. Porque nos representan una viva voz que callando ha­bla, y continuamente nos predica, y un claro espejo en que mirarnos y enmendar nuestras fealdades, y un perfectísimo dechado de .admirables virtudes que imitar, sin que o nuestra ignorancia o flacjueza se pueda excusar de seguir a los que nos van delante. Pues leyendo las vidas de los santos, sabemos lo que ellos hicieron; y por haberlo he­cho ellos, debemos esperar que también nosotros lo podre­mos hacer, pues . somos todos formados del mismo barro,

' y el favor de Dios nunca falta de su parte. Ninguna cosa mueve tanto a buena vida como el buen ejemplo , sin el cual todas las palabras comúnmente son frías. No hay más f.ácil ni más corto camiho para enseñar y persuadir lo que se quiere, . que el de las obras: este es el atajo, y el de los preCeptos y consejos de palabra es rodeo y camino largo, conio gravemente dice Séneca.

San Agustín cuenta quedos caballeros de la corte de T eodosio emperador, leyendo la vida de San Antonio abad, se encendieron y trocaron de manera, que luego die­ron de mano a la vanidad, y dejando la temporal milicia comenzaron a Ser verdaderos soldados de Jesucristo . y San Jerónimo escribe el gran fruto que hizo en Roma esta mis­ma vida de San Antonio ¡ que trajo a ella San Atanasio , cuando siendo perseguido y acosado de los. herejes arria­nos, se acogió al papa, como' a sagrado, y a aquella san­ta ciudad como a la ciudad de refugio ' y puerto seguro. ¿ Qué diré de San Juan Columbino, el cual leyendo la vida de Santa María Egipciaca' se mudó en otro varón y fué fundador de una religión? ¿ Qué de nuestro bienaventurado Padre Ignacio, el cual leyendo las vidas de los s.antos (aun­que al principio más por entretenimiento que por devo-ción) fué ilustrado de un rayo celestial y abrasado con tan ardientes llamas 'de amor divino, que vino a instituir; y plantar, y extender esta mínima Conwañía de Jesús por todo el mlJ.ndo, con el fruto maravilloso que vemos? Y corno éstos podríamos traer otros ejemplos.

Pero aunque todas las vidas' de .los santos nos sean es­tímulos y despertadores para la virtud, no hay duda sino

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que las de los santos presentes y que conservamos y tra­tamos, tienen tanto mayor fuerza para movernos , cuanto el sentido de 'la vista es más eficaz y vehemente que el del oído; y cuanto los hombres más fácilmente creemos lo que vemos con nuestros propios ojos y tocamos con nuestras manos, que lo que oímos o leemos en las historias antiguas, por más grave y elegantemente que sean escritas. Especial­mente, si en la persona que conocimos, con la santidad de la vida se junta la grandeza, del estado , porque entonces parece que campea más la virtud y que se asienta sobre la nobleza y sangre ilustre como esmalte sobre oro. Y tene­mos en más al que se hizo pequeño por Cristo , siendo grande: no porque lo fué, sino porque lo menospreció y por su voluntad lo dejó de ser.

T odas las ánimas de los hombres son de una misma especie y naturaleza, criadas por la misma mano de Dios, y compradas con un mismo precio: y no hay diferencia delante del Señor entre el ánima del rey y la del pobre la_ brador; entre la del monarca que está sentado en el trono, y del mendigo que está tendido en el suelo. Y si alguna diferen~ia hay, es el haber escogido Dios para su servicio antes al pobre que al rico, y al despreciado y abatido an­tes que al honrado y p,oderoso; como los vemos en los sa­grados Apóstoles, que de pescadores los hizo predicadores de su Evangelio , y conquistadores del mundo . Y en los que inmediatamente los imitaron y siguieron: de los cuales dice el Apóstol San Pablo, que Dios por la mayor parte los había escogido, no nobles, poderosos y sabios, sino viles, y flacos, y tenidos, por la horrura y basura del mundo. Para que la gloria y victoria de su cruz no se pudiese atri .. buir a cosa humana: sino que se entendiese que El solo era el autor y acusador de aquella tan maravillosa y divi­na mudanza que se hizo en los corazones de los hombres, por medio de gente tan grosera y despreciada.

Pero después, de fundado ya el Evangelio, ha querido el Señor servirse también de los príncipes y grandes seño­res, y aun hacerlos pescadores de los otros: para mostrar que es Señor de to<:1os y de todo. Y que siendo el T odopo­deroso, no desecha (como dice Job) a los que por su gracia son poderosos: ni ellos desmayen y piensen que sólo los pobres tienen cabida con Dios. Y no menos para que má~ se descubra la admirable virtud y eficacia de su gracia, que rompe las cadenas fuertes y desata las ataduras tan apre­tadas del regalo, lisonja y vanidad con que los ricos y po_ derosos, más que los pobres, están aprisionados. Que por esto Salom6n pide a Dios que no le dé abundancia de ' ri­quezas, y añade la causa: porque por ventura enlazado y abastado de ellas, no me sean motivo para negaros y para

VIDA DEL P. FHANCISCO DE BORlA 627

decir : ¿ quién es el Señor? Y asimismo, p a ra que con el ejemplo de los grandes se animen y esfuercen muchos otros a seguidos. Porque como son más conocidos y respetados , cualquiera cosa que hacen suena más, y convi<:la más para ser imitada en bien y en mal. Y por esto dice Cicerón es­tas palabras: «No es tan grande mal que los príncipes y señores pequen (aunque es gran mal en sí), cuanto el daño que con su ejemplo hacen a la república, porque muchos los imitan.» Y es cierto que cuales son las. cabezas, tales suelen ser las ciudades, y que al paso que van los grandes, llevan tras sí a los demás. Por tanto, los príncipes vicio­sos y escandalosos, en dos maneras son perniciosos a la re­pública. La una, por ser ellos perdidos; la otra, porque pierden y estragan a los otros, y dañan más con su ejem­plo que con su pecado: esto dice Cicerón. Por donde -la conversión y mudanza debida de un gran señor, es benefi­cio y bien de muchos. Porque comúnmente muchos se ad­miran de ella, y la procuran imitar, como lo escribe el glorioso Padre San Agustín. Y no es el menor, ni el ¡;nenas provéchoso frJ.lto de esta misericordia y maravilla del Se­ñor, el darnos a entender cuánto más valen las consolacio­nes del espíritu que los gustos de la carne, y una gota del rocío de} cielo, que los ríos caudalosos de los bienes ' y fe­IIcidades . temporales. Porque cuando vemos que un gran príncipe da libelo de repudio a todas las cosas de gusto, y renuncia a los estados; las pompas, las galas, riquezas y reg~los con que resplandecía en los ojos de los hombres, y era servido, y adorado de ellos, como un dios en la tierra, y se viste de un pobre y áspero hábito, y vive más alegre y contento con la pobreza de Cristo, que con la abundan­cia del siglo, y con la sujeción que con el mando, y con la necesidad y bajeza presente más que con el regalo y glo­ria que antes tenía: si no estamos ciegos, bien claro pode­mos ver que ' todo aquel aparato de los bienes qUe poseía era falso y aparente . Y lo que después posee es existente y verdadero: aquélla era sombra de bienes, estos otros son ciertos y macizos bienes; aquéllos no le podían har-

. tar ni llenar el vacío del alma, estos ótros le dan hartura y entera y bienaventurada quietud. Y juntamente se nos descubren otras dos verdades. La una, que DIOS nuestro Señor es tan franco y dadjvoso, que nunca se deja vencer de nadie en liberalidad: antes al que deja mucho por su amor, le da mucho más de Jo que deja: o por mejor decir, recibe por servicio la merced que El mismo le hace, y se la paga aventajadamente con otro mayor beneficio y mer­ced. Porque la misma obra que el hombre hace en dejar lo que tiene por Dios, es singular gracia y favor de Dios: sin el cual no lo pudiera dejar. y lN ~s maravilloso que

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haga esto el Señor, pues aun los hombres magnánimos así lo suelen hacer: y conviene a su divina grandeza que así lo haga, y aun a la misma naturaleza del hombre, para ser más fácilmente atraído a su servicio con esta su inmensa liberalidad. Porque el hombre, naturalmente es amigo de su interés: y nunca deja lo mucho por lo poco, ni suelta lo que tiene y posee sino para tener y poseer más. La otra verdad que se manifiesta es, que para hacer bienaventura­do al hombre, no tiene Dios necesidad de regalos, ni de tesoros, ni de estados, sino de infundir un rayo de su luz y comunicar al alma una centella de su amor: con lo cual esclarecida y abrasada menosprecia todo lo que posee y se puede poseer en el mundo.

Esto es lo que nos quiere enseñar el Señor con los ejem­plos de los príncipes que siendo soberbios en el siglo, en la religión fueron humildes: y se hicieron de señores, sier­vos; de poderosos, abyectos: de ricos, mendigos; de de. licados, fuertes; de regalados, penitentes, y, finalmente, de hombres· que antes vivían por su antojo y apetito, án­geles e imitadores de Dios. El cual, para enseñarnos y per­suadirnos esta tan saJudable e importante doctrina, llama a la religión (que es escuela de perfección) no solamente a la gente pobre y común, sino también a los señores y prín­cipes de la tierrá: para que toda la grandeza y poder de ella .se le rinda y humille, y los cetros y coronas, los impe­rios y señoríos, reconozcan lo poco que valen y se arrojen y postren al pie de su Cruz. .

Las historias de las religiones están llenas de maravillo-. sos ejemplo~ de caballeros, de señores, de hijos de reyes

y de los mismos reyes y emperadores, que dejando sus grandes estádos se vistieron de la pobreza de Cristo. Yo no los quiero aquÍ traer: ni hablar de Anastasia el II, T eo­dosio el IlI, Miguel el IV, Ignacio Comneno, Emmanuel pa­dre de Alegio, y Juan, llap1ado Cantacuzeno, emperado­res de Oriente; ni de Lothario emperador del Occidel)te, ni de Ugón rey de Provenza, ni de Pipino rey de Italia, hijo <;le Carlo Magno; ni de nuestro:;; reyes Wamba, Ber­mudo y Ramiro; ni de los otros grandes señores, que en nuestra España, en Alemania, Franciá, Inglaterra y otros reinos hallaron este tesoro escondido, y para comprar la

. preciosa joya del Evangelio vendieron cuanto tenían. · Los cuales todos, abrazándose con la Cruz de Cristo, fueron predicadores de este misterio inefabJe y del mundo no co­nocido, y pregoneros de la gloria y grandeza que en el oprobio y abatimiento de la misma Cruz está encerrada .

. Solamente pretendo escribir y pintar en · este libro la vida de uno de estos ilustres varones y esforzado soldado de Dios,ql,l~ en nuestros días, y e.n nl,lestfO$ ojos. arm¡;¡,~

v iDA DEL P. FRANCISCO DE BOR lA 629

do de su gracia, d esafió , y p eleó, y venció a l mundo, y triunfó gloriosamente de é l. Este es don Francisco de Bor­ja, antes Duque de G andía y después pobre religioso de la Compañía de Jesús . El cual , hab iendo nacido de esclare­cida y real sangre, y de una casa tan ilustre, que a d emás de los muchos y grandes señores , así seglares como· ecle ­siásticos, que en ella ha habido , ha sido sublimada con dos sumos Pontífices , que han presidido en la Iglesia de Dios , después de haber gozado de la grandeza de su estado , y del favor de sus reyes. :v del resplandor de la Corte, y d e l ~obierno y mando de los reino~ , y de todo lo que por acá ~~ precia y estima : en lo mejor de su eda d, y al tiempo que a los ojos de los hombres era tenido por dichoso y bien­aventurado, en medio de este teatro del mundo , le acució y pisó, y se despojó de toda su grandeza, y se vistió y arreó de la desnudez de Cristo. .

Me he movido a. ' tomar este trabajo por obediencia de nuestro Padre General Claudio Acuaviva, que me lo ha or­denado y querido que a las dos vidas de los Padres Maes­tros Ignacio de Loybla, Fundador y primero Prepósito ge-

. neral, y Maestro Diego LaÍnez, segundo General de nuestra Compañía (las cuales yo tengo escritas" publicadas e ' impre­sas) , añadiese ésta del Padre F rancisco de Borla, que fué el tercero General de I~ misma, Compañía. Porque estos tres varones fueron muy señalados, y los primeros , como fundamentos y fuertes pilares de este nuestro ' edificio y ' re­ligión; y tan .conformes y semejantes en la santidad entre sí, que es justo se comprendan debajo de la misma pluma, y se escriban sus vidas con un mismo estilo, aunque no debería ser tan bajo como el mío. Además de esto hay otras muchas personas, así de la Compañía como fuera de ella. graves y de mucha autoridad, a las cuales yo debo particu­lar amor y respeto, que me han rogado e importunado me encargase de escribir la vida del Padre Francisco, y .esto con tan continua y grande instancia, que no ' se lo he podi­do negar. Especialmente 'viendo la obliga<;'ión que yo ten­go a perpetuar la memoria de este siervo del Señ9r, por lo mucho que (sin yo merecerlo) me amó y comunicó; y a procurar qUe su santa vida 'se escriba, y publique, y ex­tienda, y ·venga a manos .de · muchos, para que muchos se aprovechen de sus heroicas virtudes y le imiten, y alaben y glorifiquen al Seña! qu~ le enriqueció con ellas y le puso como una lumbrera en su Iglesia para que todas las perso­nas y estados de ella participen de los rayos y resplandor de su luz. Y es bien que esto se haga mientras que ~un vi­ven muchos de ' los · que le conocieron en el siglo y en la religión, y le trataron familiarmente en su grandeza y en su bajeza , para que sean testigos de lo que escribimos y nq

630 HISTORIA~ DE LA CQNTRARREFORMA

nos dejen discrepar un punto de la verdad. La cual con el favor que nos hiere la Verdad Eterna tendremos siempre por· blanco, y en él puesta la mira para no escribir sino lo que vimos u oímos de~ m'ismo Padre, o de personas gra­ves y dignas de fe, así en las cosas que hizo antes de en­trar en la COIllpañía, como despué,s. Porque yo tuve cui­dado, luego que murió el Padre Fnmcisco, que los Paqres y Hermanos que habían sido compañeros de sus trabajos y peregrinaciones, escribiesen lo que habían visto y notado de sus virtudes, para nuestro ejemplo y edificación, y lo tengo todo con lo demás que después con gran diligencia para el mismo efecto se ha allegado y recogido.

Va repartida esta historia en cuatro libros. El primero comprende la vida del Padre Francisco, desde que nació hasta que renunció su Estado y se vistió de un pobre ves­tido de la Compañía de Jesús. El segundo, desde este pun­to hasta que le hicieron Prepósito general. El tercero abar­ca el resto de su vida y muerte y e~ fin bienaventurado 'que tuvieron sus grandes y provechosos trabajos, empleados to­dos para tanta gloria de Dios y bien de su religión. El cuar­to y último será de sus particulares , virtudes, por las razo· nes que diremos en su lugar.

No piense nadie que ya no hay santos en el mundo, que sí hay, y muchos. Y si no fuese por ellos, ya el mismo mun­do , sería acabado según son innumerables y gravÍsimos nuestros pecados, que dan voces y piden venganza delante del Señor. El cual a todas horas y en todos los siglos llama obreros para que 'cultiven su viña, y oye las plegaria~ y las oraciones de ellos, y se aplaca y nos ~erdona por sus merecimientos. Tampoco se excuse nadie de seguir a Jesu­cristo, alegando que los caminos de la virtud son ásperos y dificultosos y tan llenos de abrojos y espinas que no se pue­den andar sin lastimarse y derramar sangre: porque esto es jqzgar mal de la virtud, y medirla con la estrechura de nuestros corazones. Ponga los ojos en este modelo que aquÍ le representamos, siga las pisadas de este siervo de Dios, y persuádase por lo que éJ. dejó, y por lo que él hizo, que la gracia del Señor es tan poderosa y liberal, que con­vierte los desiertos 'ásperos en caminos llanos y deleitosos para los pies del justo. Que por esto dijo el Real Profeta: «(Ensanchaste, Señor, mis pasos debajo de mí, y no se en­flaquecieron ni debilitaron mis pies.)) Y en otro lugar: «Se­ñor, yo corrí por los caminos ' de vuestros mandamientos, cuando dilataste mi corazón.))