viaje al nacimiento de las nubes

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Viaje al nacimiento de las nubes es un relato de viaje por nuestra América Latina, una obra sincera y sentimental, a veces descarnada, otras, llenas de profunda admiración hacia el Inka, hacia su civilización, sus ciudades, sus caminos, sus tragedias. Un viaje que comienza en Argentina y que termina en el punto final de un libro que el autor y protagonista va relatando en páginas sueltas.

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INDICE

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9Fue un viaje, apenas un viaje a un lugar único, irrepetible. Fue un mes subido a una camioneta

recorriendo ocho mil kilómetros por caminos de Argentina, Bolivia, Perú y Chile. Se sumaron las

emociones, los encuentros, los descubrimientos, los ojos bien abiertos para copiar tanto paisaje, tanta

naturaleza, tanta historia. Fui escribiendo páginas sueltas cargadas de opuestos: a veces me los dictó

la bronca, a veces el amor, a veces, mínimamente, me lo sugirió una roca al pasar, a veces me los

prestaron los ojos de un niño empobrecido hasta las lágrimas. Son páginas sueltas que tienen una ila-

ción en el camino. Quedaron por escribir infi nidad de circunstancias que, a pesar del mes escaso, dan

para escribir una enciclopedia. Fue un viaje y ahora es un libro. La intención es que puedan acercarse

con nuestra mirada a esas maravillas que recorre el Camino del Inka, el Capac Ñan, hasta el ombligo

del mundo, tal vez el corazón de América. Son páginas sueltas, cargadas de imágenes, como las fotos

de un álbum. Esperemos haber elegido las mejores y que ustedes vuelvan a viajar, como nosotros lo

hacemos de vez en cuando, para ver el nacimiento de las nubes.

PROLOGO

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Cam

ino a

Tupiza

, Bol

ivia

.

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... yo soy camino que pasa por sus bordes desbordados.

la presencia de una ausencia que mira para otro lado...

el CAMINO

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Lago Titicaca

Potosi

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Bolivia es un país precario. Tengo la sensación de que Bolivia fue descubierta por los aymara, por los

Inkas, por los españoles, pero todavía no ha sido descubierta por los bolivianos. Bolivia es historia

pura; tal vez por eso no puede ser actualidad. Tiene paisajes maravillosos, pero no tiene caminos;

tiene gente maravillosa pero no tiene pueblos; tiene historia profunda, visceral, pero no tiene histo-

riadores ni interés de su gente por su historia; tiene el sol más cerca pero llueve casi todos los días.

En Bolivia para todo hay que subir, hasta para bajar hay que subir. No sé por qué se llama Altiplano,

encontramos “alti” por todos lados pero en muy pocos lados “plano”. Llegamos a Bolivia con la ansie-

dad puesta y holgada, íbamos a conocer de cuerpo presente lo que habíamos aprendido en libros y

videos. La Quebrada de Humahuaca sirvió como precalentamiento, una muestra pequeña del paisaje

de adelante, una fi sonomía parecida a los rostros que veríamos, una aproximación física y cultural.

Pero la Quebrada es argentina y sus habitantes ejercen la argentinidad, saben, si no saben inventan,

hablan y miran a los ojos. Nos habían dicho:

- Cuídense en Bolivia, los van a querer coimear desde el “vamos.”

Nos coimearon desde el “vinimos”. Llegamos a la Quiaca y para cruzar a Villazón tuvimos que pagar

por el sellado de una autorización de manejo de la camioneta que no necesitaba sellado. Cuarenta

y un dólares hacen arrugar la frente, el traste y la billetera. Lo insólito fue que quien nos coimeó fue

el Consulado de Bolivia en la Quiaca. Estaban almorzando cuando llegué. La ofi cina era una insólita

mezcla de papeles, sopa, expedientes, cerveza, sellos y salsas. Sellaron y cobraron con una sonrisa

que a mí me pareció con mondadientes. Intenté una protesta, me contestaron con el silencio. Com-

prendí el sentido de la diplomacia: la diplomacia consiste en saber guardar silencio en varios idiomas.

Los empleados bolivianos de la aduana sonrieron con la coima estampillada. Otro que cayó. Me sentí

más tonto que cuando la pagué. Pensé: _ No todos están incluidos - Sí, .hay bolivianos que están

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contra la corrupción no todos son corruptos. Estos votaron por Evo, pensé. Volvimos a encontrarnos

con la coima en todo momento. En el camino de Villazón a Tupiza descubrimos que también se puede

cobrar peaje por transitar por un camino de tierra. De tierra y poceado, sin señales, con serrucho y por

tramos sin camino.

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No sé qué hicimos en Tupiza además de joder con el nombre:

- Tupiza

- Yo no pedí pizza.

Tonterías que uno inventa cuando no tiene qué hacer, porque no creo que nadie sepa qué hacer en

Tupiza, a lo mejor se puede vivir, pero no todo el tiempo. Hablamos por teléfono, era una forma de

no estar donde estábamos. Desde Villazón a Tupiza lo mejor que tiene el camino es el paisaje, claro

que el paisaje es tan reiterado que uno termina por cansarse de él. Pueblos muy pocos, aldehuelas

quizás, un puñadito de casas o casas aisladas que ni siquiera forman un puñadito. Casas a las que les

faltan paredes y les sobra patio, pequeñas parcelas de cultivo con abundancia de maíz y papa. Hay tal

variedad de papas en Bolivia que cuesta darle un número, algunos dicen 300, los más exagerados

3000; la riqueza más notable es la papa. La gente con sus trajes tradicionales de colores vistosos bajo

la tierra. Animales sueltos o en majadas. Del asombro casi festivo de ver las primeras llamas en Hu-

mahuaca pasamos a la molestia de encontrarnos con multitudes de llamas después de cada curva y

¡mire que hay curvas, compadre!. A los cien kilómetros le silbaba a la camioneta y doblaba sola. Creo

que ponen las llamas sobre el camino para que uno pare y ellos puedan pedir. Los niños te estiran sus

dos manitas juntas para que uno tenga posibilidades de dejar algo en la nada.

La vimos de espalda, iba en dirección adonde íbamos. Era una niña, diez años calculé, aunque en Boli-

via es difícil discernir por la altura. Aminoramos la marcha por precaución, pasamos junto a ella muy

lentamente y entonces le vimos la cara. ¿O la calavera?. La piel pegada al hueso, apenas piel sobre el

hueso, y los huesos prominentes con lo poco de boca abierta.

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Carita de no tengo nada.

Ojitos que no me alcanzan,

miradas que ven distancia

para los cuatro costados.

Yo soy camino que pasa

por sus bordes desbordados.

La presencia de una ausencia

Que mira para otro lado.

Carita de calavera

con la piel cerca del hueso.

Hambre con cara de niño

me vio pasar como el viento.

Y pasé sin darme cuenta

de que no existe el paisaje

si los que están en la orilla

nos ven pasar desde el hambre.

Carita de no te vayas,

de no pasés por pasar,

date cuenta caminante

que yo soy la que se va.

Me he ido por tantos siglos

que no los puedo contar,

en los números del tiempo

yo soy cero, nada más.

Al costado del camino

la niña me vio pasar

y yo pasé sin llorarla

que no es forma de pasar.

Carita de un valle ignoto

conmigo habrás de vivir,

colgada de mi recuerdo

arrepentido de mí.

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El camino era una barbaridad. A lo mejor estoy exagerando; tal vez Atila no se hubiera animado. Da

la impresión de que Machado pecó de exactitud: - Caminante no hay caminos, se hace camino al an-

dar.- Por trechos no tiene bordes, entonces no es camino, es un pedazo de montaña que se deja re-

correr. No hay nombres de pueblos, ni distancias como referencias, ni “Curva peligrosa”, ni “Velocidad

máxima”, ni “Camino lateral”, ni “Tome Coca Cola”, ni “Sitio histórico”, ni “Si va a tomar no conduzca”.

Sólo Evo, Mas, y más Evo, y más Más, y el nombre de algunos rivales que no retuve porque no valía

la pena si perdieron. El camino sube, siempre sube, la segunda marcha de la camioneta llega a pedir

gancho de tanto abuso. Uno pasa modifi cando el paisaje. Pasa y levanta tierra y ya la tierra no es la

misma, saca el polvo de un lado y lo pone en otro, ahuyenta los reptiles, alerta a los perros, se lleva

alguna mosca a otros lugares de donde se les hará difícil volver, salvo que vuelvan como polizonte

de otro vehículo. Da la impresión de que el paisaje está hecho para uno, para que uno, sólo uno, lo

disfrute o lo sufra. Pasamos caseríos donde seguramente vive alguien pero lo disimula muy bien, o tal

vez las casas estén ahí desde hace miles de años para que puedan dormir bajo techo los fantasmas.

Me agarró un ataque de Historia, pensé: - ¿Cómo no iba a perder Belgrano si tuvo que atravesar estos

caminos? - Ni Vilcapugio, ni Ayohuma hubieran sido victorias por más que Belgrano hubiera gana-

do. De pronto el paisaje te cachetea de belleza. Es un golpe nomás, una vega, un caserío colgando

del cerro como piedras talladas, un río escuálido, una quebrada, un sembradío como escalones de la

montaña.

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Paredes de pircas,

ladrillos de barro,

techo de caña o paja,

algún remedo de árbol.

Pueblos del tiempo e ñaupa

que se muestran cuando alguien pasa.

Cuando no pasan nadie

se borran,

no existen,

desaparecen,

se los tragan los cerros

para guardarlos

con sus historias

de hambre y distancia

Pintorescos caseríos que duelen,

pueblos fantasmas,

que están al borde del camino

del hombre,

del mundo,

del pasado.

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Cerr

o Ri

co, P

otosi

, Bol

ivia

.

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POTOSI

... Vos seguis siendo lo que te hizo la conquista, vos seguis conquistado.

Corres por los pasillos oscuros, barrosos, malolientes, asesinos, corres para palear el carro,

para empujar el carro, para darle una razon de existir...

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Lago Titicaca

Potosi

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Estoy escribiendo ahora, en el anochecer de Iquique. El sol nos regaló un espectáculo que ni el Inti de

los inkas, y encima gratuito, lo que nos vino muy bien porque ya estamos sin un peso. Y cuando el sol

se las tomó a darle día a los ponjas, apareció una medialuna de Islam un tanto inclinada, cosa que

es lógica porque sabemos que el Islam es una religión con ciertas inclinaciones. El sol y la luna, me

acuerdo del Titicaca: la isla del Sol y la isla de la Luna. Todo está impregnado de los que hicieron una

historia que todavía tiene que escribirse. Pero también me acuerdo de la noche del minero de Potosí.

Toda la vida es noche para el minero de Potosí. Entra a los socavones de noche, sale de noche, y todo

lo demás es noche. ¡Cómo no va a ser de piel oscura el hombre! Dicen que tiene un promedio de vida

de cuarenta y cinco años. ¡Vamos! No me la contés, guía piadoso. Nadie puede vivir tanto en esas

condiciones.

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Yo te ví, hermano,

y vos me viste.

Pero yo pude ver lo que eras

y vos solo viste una caricatura de mí.

Yo no soy turista, hermano,

aunque me hayan puesto cobertura de plástico

y unas botas fantoches

y una antorcha en la cabeza.

Yo soy el que vino a mirarte para poder escribirte frente a frente;

yo soy el que vino a entenderte

aunque en el propósito

se me vayan los siglos.

Yo soy el que vino a pedirte perdón

con los ojos,

porque con la palabra no me animo.

Vos sos…

lo que eras, hermano.

Vos seguís siendo lo que te hizo la conquista,

vos seguís conquistado.

Corrés por los pasillos oscuros,

barrosos, malolientes, asesinos,

corrés para palear el carro,

para llenar el carro,

para empujar el carro,

para darle una razón de existir

a los joyeros,

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a los orfebres,

a los artesanos,

al escote ampuloso que quiso un encastre de plata.

Pero ellos están fuera de la mina

y fuera de vos

y nunca se les va a ocurrir

que el que inventa el metal

está ahora,

en este instante,

a esta hora exactamente,

escupiendo sangre,

tragándose el sorojche,

destrozándose las manos para moler

lo que se lo traga,

sombra entre sombras,

que putea en quechua,

que rebota contra paredes fi losas,

coqueando hasta que los cachetes digan basta,

respirando polvo de montaña,

polvo de genocidio.

Dejáme llamarte hermano por un instante,

por el minúsculo instante en que te vi..

Yo sé que me miraste

pero yo era uno más entre los fi sgones de la historia.

En cambio vos, hermano (dejáme llamarte así)

vos eras el mismo.

Yo no te vi cuando Pizarro,

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y cuando los otros Pizarros que le siguieron.

Pero estoy seguro de que eras igual,

eran iguales los ojos brillantes,

los labios horizontes,

las manos de madera rugosa

sobre el cabo de madera lustrada por las manos rugosas.

¿Quién te robó tanto tiempo?

¿Cómo podés seguir estando como cuando empezaba

este cuento infame.

Hermano,

Por favor dejáme llamarte así.

Terminála de una vez a la montaña,

sacále todo de una vez,

vaciála de avaricia, de conquistadores,

cooperativas y mutuales,

Terminála de una vez para siempre,

que sólo queden los agujeros,

pero vos no quedés más,.

por favor no quedés más.

Hay una vida afuera, ¿sabés?

y vos te la merecés,

toda,

la tuya

y las de los millones

que no tuvieron posibilidad

de salir a ver la vida.

Terminála de una puta vez a esa montaña,

sacale ya el último puñado de polvo,

y salí a decir - ¡Se acabó!

pero con voz de todos.

Se acabó con voz de - ¡Aquí estamos,

aún vivos, mierda!

Se acabó con voz de nunca más,

¡Se acabó!

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Potosí me gustó. Es una ciudad entejada. Techo sin tejas no sirve, con tejas tengo dudas pero todos

tienen. No hay ninguna calle de bajada, todas son de subida. Uno se cansa de estar cansado y enton-

ces sube. ¿Sube adónde? Bueno mirá, acá sobran los abogados así que adonde subas vas a encontrar

un abogado. Los abogados siempre hacen lo posible por estar arriba. Una maestría en Abogacía es la

Presidencia. Potosí no tiene presidente, tiene alcalde, y una Casa de la Moneda que es mucho más im-

portante que la Municipalidad. Nadie sabe dónde está la Municipalidad de Potosí, sin embargo todos

saben donde está la Casa de la Moneda. La Casa de la Moneda es un museo. Mirá, hermano, para mí

la moneda siempre fue una cuestión de coleccionistas. Te llevan a recorrer la casa en una visita tan or-

denada como estúpida, porque tenés que ser muy choto para gastarte todo un día de enero en ir a vi-

sitar la Casa de la Moneda de Potosí. Potosí es como un tango, lo más importante para el tango y para

Potosí es la mina, con la ventaja, para el tango de que la mina se las tomó. Recorrimos con cara de

tener ganas de entender todas las galerías de una casa colonial que tiene muy poco de la colonia. Nos

explicaron el proceso de fabricación de las monedas que ya no se usa porque las monedas bolivianas

se fabrican en…España. Si esto no es una paradoja es una parajoda. Los españoles vinieron a Bolivia

entre otros fi nes altruistas para fabricar monedas y en la actualidad España le vende las monedas a

los bolivianos. ¿Cuánto se cobra por una moneda? ¿Dos monedas? Al fi nal, con el Rolo acuñamos unas

monedas de golpe, digo de golpe porque tenés que darle un combazo convincente al cuño que tiene

el sello. Más tarde hablamos con dos funcionarios de la Casa de la Moneda. Señorita ella y señorita él.

Mi tema no era la numismática, era el genocidio, pero ambos gambetearon el bulto reiteradamente.

Parece que para ellos no pasó nada. Murieron ocho millones de indígenas en la mina y para ellos no

pasó nada. Escúcheme señorita ella, escúcheme señorita él: aquí se respira el dolor y la muerte. Sí,

pero esta ciudad es la mina, si no estuviera la mina no estaría la ciudad, ni nosotros, ni usted hubiera

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venido a visitarnos, así que se sigan pudriendo de

oscuridad los mineros que no podemos fallarle a los folletos. Dicen

que el Inca sabía de la plata pero para el Inca la montaña era

sagrada y la plata también, así que déjela ahí nomás por más que

brille. Dicen que un indio lo avivó al español que andaba buscan-

do eso que brilla y entonces todo cambió. Hicieron kilómetros de

túneles adentro de la montaña, le fabricaron intestinos gruesos

y delgados y se cagaron en todos los que devoraba la mina con

su apetito de siglos. Potosí es hermosa por afuera, pero tiene una

tremenda úlcera por dentro.

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Carna

val

de O

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olivia

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amor en ORURO

... Hay un viento moreno volando faldas y un sol que ha repartido miles de solesen un bosque de piernas. la vida salta y los ojos se encienden provocadores...

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157Fue un viaje muy pensado pero muy lejos del pensamiento. Quiero decir uno puede imaginarse lo

que va a ver, pero es muy distinto lo que ve. Es inconmensurablemente distinto. Una suma de emo-

ciones que tal vez no se puedan refl ejar en palabras. Hace falta todos los sentidos para abarcarlo todo.

Fuimos a Cuzco porque sabíamos que había formado parte del Collasuyo, la parte sur de los caminos

del Tahantisuyo, que Mendoza había formado parte de su imperio. Seguimos el camino del Inca por

largo trecho. Caminamos hasta alturas difíciles de alcanzar, nos hicimos parte de paisajes maravillosos,

y tratamos de entender a sus pueblos, al menos con una cercanía de miradas y palabras. Falta en este

libro el recorrido por regiones de Argentina y de Chile por donde también ellos hicieron caminos. Tal

vez haya un espacio adelante para contarlas. El libro termina con Doña Ramona, en Mendoza, porque

volvimos a hacernos parte del sur, pero porque estamos ligados íntimamente, aún en una minúscula

papa con todo ese norte de esplendor que nos signó el pasado y que aún tiene que decir cosas en

el presente. El Camino del Inca también es nuestro patrimonio cultural. Espero que este libro ayude a

conocerlo en segmentos de su trascendencia.

EPILOGO

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FIN