viaje al corazon de pablo neruda. por belisario … · ... en su reciente libro retrato de familia,...
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VIAJE AL CORAZON DE PABLO NERUDA.
Por Belisario Betancur.
Lectura en el ciclo de conferencias sobre el tema Colombia mira al Chile literario, organizado por el Instituto Colombo-Chileno, la embajada de Chile y la Fundación Santillana: junio 17 de 1998.
Dejo de lado mis inconsolables tristezas inesperadas, para atender el
compromiso adquirido antes de que ellas llegaran, con un amigo de todas las
horas, Otto Morales Benitez, presidente del Instituto Colombo Chileno, y con
S.E. Aníbal Palma, Embajador de Chile. Como preparación para esta charla,
a comienzos de junio hice una nueva lectura de las Cartas de Neruda a
Albertina Azócar. La hice con mi esposa Rosa Helena: a ella y a mis hijos y
mis nietos, dedico esta exposición, que toma su título de una conferencia de
Neruda, Viaje al corazón de Quevedo.
I.- El Bosque y la Lluvia.
Neftalí Reyes Basoalto –Pablo Neruda- nació el 12 de julio de 1904 en
Parral, pequeña población a 670 kilómetros al sur de Santiago, en la
Araucanía, a un lado las nieves de la cordillera de los Andes; en medio, la
carretera, el ferrocarril, los lagos dormidos y los ríos turbulentos; del otro
lado, el mar, los puertos y los marineros. Poblándolo todo de aromas y
silencios, el bosque. Y por encima de la cordillera, de la carretera, el
ferrocarril, los ríos, los lagos, el mar y el bosque, la lluvia. Sobre los años de
mi infancia, escribe Neruda en Confieso que he vivido, mi único personaje
inolvidable fue la lluvia. Y el bosque. Siempre el bosque, que he visto hace
poco hasta Valdivia y Osorno.
...Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno... Se hunden los pies en el follaje muerto, crepitó una rama quebradiza, los gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura, un pájaro de la selva fría cruza, aletea, se detiene entre los sombríos ramajes. Y luego desde su escondite suena como un oboe... Me entra por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo... El ciprés de las guaitecas intercepta mi paso... Es un mundo vertical: una nación de pájaros, una muchedumbre de hojas... Tropiezo en una piedra, escarbo la cavidad descubierta, una inmensa araña de cabellera roja me mira con ojos fríos, inmóvil, grande como un cangrejo ... Un cárabo dorado me lanza su emanación mefítica, mientras desaparece como un relámpago su radiante arco iris... Al pasar cruzo un bosque de helechos mucho más alto que mi persona: se me dejan caer en la cara sesenta lágrimas desde sus verdes ojos fríos, y detrás de mí quedan por mucho tiempo temblando sus abanicos... Un tronco podrido: ¡qué tesoro!... Hongos negros y azules le han dado orejas, rojas plantas parásitas lo han colmado de rubíes, otras plantas perezosas le han prestado sus barbas y brota, veloz, una culebra desde sus entrañas podridas, como una emanación, como que al tronco muerto se le escapara el alma... Más lejos cada árbol se separó de sus semejantes ... Se yerguen sobre la alfombra de la selva secreta, y cada uno de
los follajes, lineal, encrespado, ramoso, lanceolado, tiene un estilo diferente, como cortado por una tijera de movimientos infinitos... Una barranca; abajo el agua transparente se desliza sobre el granito y el jaspe... Vuela una mariposa pura como un limón, danzando entre el agua y la luz... A mi lado me saludan con sus cabecitas amarillas las infinitas calceolarias... En la altura, como gotas arteriales de la selva mágica se cimbran los copihues rojos (Lapageria Rosea)... El copibue rojo es la flor de la sangre, el copihue blanco es la flor de la nieve... En un temblor de hojas atravesó el silencio la velocidad de un zorro, pero el silencio es la ley de estos follajes.... Apenas el grito lejano de un animal confuso... La intersección penetrante de un pájaro escondido.... El universo vegetal susurra apenas hasta que una tempestad ponga en acción toda la música terrestre.
Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta.
De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo.
II.- Los Cuadernos de Temuco. En Parral era la vida lenta, somnolienta. Apenas los golpes secos de los
martillos sobre las traviesas del ferrocarril. Y los gruesos abrigos de los
trabajadores. Entre ellos, José del Carmen Reyes, el padre, y Rosa Basoalto,
la madre. Sin que yo lo recuerde, sin saber que la miré con mis ojos, murió
mi madre... Mi padre salió muy joven de las tierras paternas y trabajó de
obrero en los diques del puerto de Talcahuano, terminando como ferroviario
en Temuco. El padre se casó de nuevo y la madrastra se convirtió en otra
madre del poeta, quien le dedicaría más de un poema como la Mamadre.
Neruda tenía dos años cuando se fueron a vivir a Temuco. Bernardo Reyes,
su sobrino, en su reciente libro Retrato de familia, incluye una fotografía del
poeta con bata de mangas largas y cuello alto, cerrado. El poeta escribió en
Primer viaje:
No sé cuándo llegamos a Temuco. Fue impreciso nacer y fue tardío nacer de veras, lento, Y palpar, conocer, odiar, amar, Todo eso tiene flor y tiene espinas. Del pecho polvoriento de mi patria Me llevaron sin habla Hasta la lluvia de la Araucanía.
En 1910, a los seis años de edad, entró Neruda al Liceo de Temuco, en
el cual cursaría los estudios escolares y los secundarios. Los muchachos en el
Liceo no conocían ni respetaban mi condición de poeta. De aquellos años
nacieron los Cuadernos en los cuales recogió con propósito de libro que
nunca publicó, sus creaciones de entonces. El ejemplar que el poeta entregó
a su hermana media Laura Reyes, ella lo regaló a un sobrino de su marido,
quien lo hizo subastar en Sotheby’s en Londres. La firma Sotheby’s se negó a
devolver los tres cuadernos a Matilde Urrutia. Pero recientemente apareció
una fotocopia en la casa de Bernardo Reyes en Temuco y sobre esa copia se
hizo la edición de Seix Barral en 1997, con prólogo del escritor Victor Farías.
Creaciones adolescentes y balbucientes, los Cuadernos anticipan ya al poeta
de dimensión universal, a más de que algunos versos de aquellos poemas
aparecen más tarde en libros como Crepusculario, El Hondero Entusiasta y
Tentativa del Hombre Infinito.
Fui creciendo, dice Neruda. Me comenzaron a interesar los libros. Pero
no le interesaron los de matemáticas, ni los de biología, ni los de física y
química. De todas esas materias en la única en que alcanzó nota de
distinguido fue en francés. En cambio se interesó en el género epistolar.
Cuenta el poeta que mis primeros amores, purísimos, se desarrollaron en
cartas enviadas a Blanca Wilson. Esta muchacha, agrega, era hija del herrero
y uno de los muchachos, perdido de amor por ella, me pidió que le escribiera
sus cartas de amor. No recuerdo como serían estas cartas, pero talvez
fueron mis primeras obras literarias, pues, cierta vez, al encontrarme con la
colegiala ésta me preguntó si yo era el autor de las cartas que le llevaba su
enamorado. No me atreví a renegar de mis obras y muy turbado respondí
que sí. Entonces me pasó un membrillo que por supuesto no quise comer y
guardé como un tesoro. Desplazado así mi compañero en el corazón de la
muchacha, continué escribiéndole a ella interminables cartas de amor y
recibiendo membrillos.
En aquellos años del Liceo tuvo un encuentro importante, que Neruda
narra así, en Confieso que he vivido: Por ese tiempo llegó a Temuco una
señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo. Era la nueva
directora del liceo de niñas. Venía de nuestra ciudad austral, de las nieves de
Magallanes. Se llamaba Gabriela Mistral. Yo la miraba pasar por las calles de
mi pueblo con sus ropones talares, y le tenía miedo. Pero, cuando me
llevaron a visitarla, la encontré buena moza. En su rostro tostado en que la
sangre india predominaba como en un bello cántaro araucano, sus dientes
blanquísimos se mostraban en una sonrisa plena y generosa que iluminaba la
habitación. Yo era demasiado joven para ser su amigo, y demasiado tímido y
ensimismado. Gabriela leyó poemas de Neruda y le regaló libros de Chejov,
Tolstoi y Dostoievski. Más tarde escribió: Estaba enferma pero me puse a
leer sus versos y me he mejorado porque tengo la seguridad de que aquí si
que hay un poeta de verdad.
El siguiente paso de Neruda fue presentar las pruebas finales de
bachillerato en la Universidad en Santiago. Atrás quedaron canciones y
amoríos, sobretodo con Teresa Vásquez, Terusa, quien inspirará algunos de
los Veinte poemas de amor y una Canción desesperada. Y quedaba atrás la
incomprensión de su padre, el cual había declarado guerra abierta a la poesía
de su hijo, en quien no quería ver un bohemio sino un profesional, al punto
de quemar sus libros y poemas originales en el patio de la casa. Pero
quedaba también la complicidad de su hermana Laurita, tenedora de los
Cuadernos y centro del contraespionaje familiar.
III.- Escribir y recibir.
Dejemos a Neruda en Santiago, en el número 513 de la calle Maruri. Y
sobre las cartas de amor, repitamos algo de lo escrito para presentar el
epistolario de Silvio Villegas, recogido, prologado y editado por Otto Morales
Benítez en Manizales.
La carta de amor es la forma escrita del murmullo en la oreja. Mi voz
buscaba el viento para tocar su oído, dice Neruda en los Veinte Poemas. Sin
el pudor de hablar y con la lenta deliberación de la caligrafía, la carta
amorosa alcanza una intensidad perdurable y se convierte en prueba
material del amor mismo: quien recibe aquellas cartas puede detenerse por
un instante, mirando al vacío, y exclamar: “alguien me ama”. Y quien las
escribe después del arrobamiento del enamorado, siente la incapacidad de
sus palabras para transmitir el grado de alienación que lo posee. No se trata
del temor al ridículo, porque en la intimidad de todo amor ronda la cursilería.
Ya el portugués Pessoa lo dijo : más ridículo es no haber escrito nunca cartas
de amor. Se trata de desanudar la explosiva mezcla de emociones en frases
que comprueben el arrobo. Recibir tales cartas es recibir pruebas
enamoradas. Escribir una tal carta es dar la prueba de ese amor. Cuando los
reyes de Suecia entregaban a Gabriel García Márquez en 1982 en Estocolmo,
el Premio Nobel de Literatura, supo que el gobierno de Colombia lanzaría una
estampilla en su homenaje. Espero que con esa estampilla, comentó, solo se
envíen cartas de amor.
Cabe suponer que cuando se escriben aquellas cartas es porque se
está lejos de la amada. La ausencia es un ingrediente contradictorio, pues
hace que las quejas de la misiva de amor sean “te amo pero no te tengo”, “te
necesito”. En fin, las cartas son expresión del mayor lugar común de los
enamorados, a saber : “me haces mucha falta”.
De la dificultad de manifestar por escrito el amor, han nacido los
manuales de correspondencia que hicieron su fiesta desde finales del siglo
XVI pero, principalmente, durante el anterior cambio de siglo. Existía, por
ejemplo, el secretario de los amantes con modelos para todas las situaciones
imaginables: a una señorita que se acaba de conocer; para una dama
hermosa que no nos han presentado ; para reconciliarse con la amada. De
este modo, el manual le presta sus palabras al amante confundido y puede
inducir que la amada conteste con la carta que está en la página siguiente del
Secretario de los amantes. O de El mensajero de Cupido, La lengua del
galante enamorado, Arte de cortejar, para los cuáqueros, El corresponsal
entretenido, El secretario de las damas, que son algunos títulos de los
manuales al servicio de enamorados, de amanuenses o de escribanos.
IV.- Palabras falsas para amantes verdaderos.
Fueron muchos los dramas que resolví durante mi vida universitaria,
con estos recetarios de pócimas de amor. A mi propio padre, que enviudó
joven, sin que él nunca lo supiera le armé un segundo matrimonio
extrayendo de esas enciclopedias emocionales las cartas que adobaba y
enviaba yo, sin su conocimiento, a la novia que le inventé; y las que ella le
contestaba, también sin saberlo. Me queda una tierna hermana de aquella
dulce travesura. Y quedan muchas satisfacciones para el portero del
internado en la Universidad Bolivariana de Medellín, a quien le suministraba,
con mi grafía barroca un tanto adornada y amanerada, suplicantes mensajes
a su novia, que terminaron en el altar; a cambio de que él me diera de
cuando en cuando licencia para salir subrepticiamente del internado a visitar
a Rosa Helena en la oquedad del parque, a cubierto de la intransigencia
inicial de suegro y de cuñados.
Pero estas son palabras falsas para amantes verdaderos. Puede darse
la situación contraria, las palabras verdaderas de los amantes inventados.
Estas ocurren en las novelas epistolares, donde un autor sueña y crea
personajes, situaciones y cartas. Un poeta amigo mío, Darío Jaramillo, quien
escribió una novela epistolar con Cartas Cruzadas, piensa que sus
abundantes lectores se deben a que todo el mundo experimenta una
particular sensación de violador de correspondencia cuando se entromete
en las epístolas ajenas, que es como introducirse de rondón en los secretos
insondables de la otredad. Tal sensación de invadir las vidas ajenas, se
acrecienta cuando se pasa de la ficción a la realidad. El fraile Abelardo y
la monja Eloisa existieron. Su historia
es verdadera y sus palabras están transidas de emociones auténticas. Por
rendirles homenaje en su tumba de altas rejas en el cementerio del Pére
Lachaise en París, los guardianes me dejaron encerrado en un remoto
verano: valía la pena con tan conmovedora compañía. También existieron la
monja portuguesa Mariana Alcoforado y el fugaz militar a quien ella escribiera
deliquios tan sensuales.
V.- Geometria y encantamiento.
Es fascinante la romería de la carta en el recorrido de la humanidad.
Algo más de un centenar de páginas deliciosas dedica Pedro Salinas en “El
defensor”, en pro de la carta, luego de indignarse contra aquel aviso en las
oficinas de telégrafos de “no escribáis cartas, poned telegramas”. “Son
capaces de imaginarse Ustedes, dice, un mundo sin cartas? ¿Sin buenas
almas que escriban cartas, sin otras almas que las lean y las disfruten, sin
esas otras almas terceras que las lleven de aquellas a éstas, es decir, un
mundo sin remitentes, sin destinatarios y sin carteros ? ¿Un universo en el
que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin
arte y sin gracia ? ¿Un mundo de telegramas? La única localidad en que yo
sitúo semejante mundo, agrega el poeta de la generación española del 27,
es en los avernos ; tengo noticia de que los diablos mayores nunca se
escriben entre sí, sería demasiado generoso, demasiado cordial : se
telegrafían”.
Salinas da a la invención de la carta una importancia similar a la
invención de la rueda. Y al hermoso verbo cartearse, el valor de los más
sofisticados instrumentos. La primera carta de amor la sitúa hace cuatro mil
años en Babilonia. En la antigüedad el cartearse era privativo de los varones:
a las mujeres les estaban vedadas tales expansiones intimistas, por el riesgo
de no contar con el celestinaje que le permitía a Melibea entenderse con
Calixto sin mengua de su pudor, y a Carlota de Manizales entenderse con
Werther a través de Ricardo, protagonistas de las cartas de Silvio Villegas, de
que antes se habló. Hasta cuando, en la Edad Media, la sabiduría de la Iglesia
y de las Universidades inventó la institución de los messagers volants, “una
ilustre nobleza en el cuerpo benemérito de la cartería”, que ya en el siglo
XVII contaba en la Francia de la picaresca epistolar, con 900 estafetas
postales. Vinieron luego los buzones, “callados, fidelísimos, discretamente
vestidos de verde, como en los Estados Unidos; otros uniformados de rojo,
como en las grisuras de Londres, que se ofrecen en cada esquina a todas las
querencias de un alma por otra alma ausente”.
Ese entendimiento entre dos almas, si que también el obsequio de
escritos en forma de cartas de los filósofos griegos y latinos para las
cogitaciones y errabundias espirituales, invita a pensar en los elementos
esenciales de la epístola: en los encabezamientos cursis y las despedidas
melancólicas; en la geometría para doblar el papel de lo esquela y la
dimensión y decorado del sobre. Aún en el leve aroma que la envuelva.
Recuerda Salinas que el segundo conde de Chesterfield elaboró para un nieto
suyo unas Breves observaciones sobre el modo de escribir cartas ordinarias,
dedicadas a lady Mary Stanhope: “Cuando queramos contestar una carta,
decía el abuelo aristócrata al nieto enamorado, primero hay que leerla bien,
luego piénsese lo que uno diría a esa persona si estuviera con ella, tratando
de decirlo mejor. Aconseja que se tomen notas, que se haga un borrador y
que se extreme el cuidado en la ortografía, en evitar las cacofonías y en
mantener la armonía”. El amante que se aleja, deja tras de sí un temor
diario, la amenaza sin tregua del olvido. “Ojos que no ven, corazón que no
siente”, reza el proverbio : pero con la comunicación epistolar no sucede
aquella tragedia, porque la carta ayuda a seguir sintiendo el corazón del que
ya no puede ver”.
VI.- Las Cartas a Albertina.
Retomemos la vida de Neruda, ya en marzo de 1921, recién llegado
del lejano Sur, en un cuarto de alquiler en el número 513 de ha calle Maruri
de Santiago y estudiante del Instituto Pedagógico. El resplandor de su poesía
había llegado desde Temuco a través de sus compañeros de provincia, entre
ellos el poeta Juvencio Valle. Y nunca más el nombre de pila sino el
pseudónimo Neruda, tomado del poeta y novelista checo Jan Neruda, que da
nombre a una de las más hermosas calles de Praga en el barrio Malá Strana,
cerca del Castillo, inmortalizado por Kafka.
En el instituto Pedagógico coincidió, en el curso de francés, con
Albertina Azócar Soto, uno de cuyos cinco hermanos, Rubén, también poeta,
introduciría en las tertulias literarias al alto y pálido y enjuto provinciano.
Nació entonces la gran pasión amorosa de Neruda, que se expresaría en
más de un centenar de cartas, algunas de las cuales incluyen poemas que
más tarde harían parte del Crepusculario, El Hondero Entusiasta y por lo
menos la mitad de los Veinte poemas de amor. En las Lecturas Dominicales
de “El Tiempo, el 15 de julio de 1984, el poeta José Luis Díaz Granados
publicó un denso ensayo a propósito del libro no autorizado en el cual recoge
algunos encabezamientos de las cartas de Neruda: Lombriz regalona,
Lombriz zalamera, Mocosa mía, Rana, Culebra, Araña, Escarabajo, Mala
pécora, Pequeña canalla, Ratoncilla, Caracola, Abeja, Fea mía, Querida
mocosa de mi alma, Netocha, Arabella, Muñeca adorada, Niña de los
secretos.
Pero esta historia es mejor oírsela contar a la propia Albertina, en la
conversación que sirve de preámbulo a la edición oficial, pero no venal, de las
Cartas, hecha en Madrid, en 1983, por el Banco Exterior de España, con
ensayos de los Premios Nobel Vicente Alexandre y Jorge Guillén; y escritos de
Alberti, Jorge Edwards, Paco Umbral y Francisco Fernández Ordóñez:
Es una antigua historia... Yo tendría entonces diecinueve años. Pablo era un año más
joven. Nos conocimos en el Instituto Pedagógico, que quedaba en Alameda con Cumming. Yo vivía con mis padres en Lota y estudié interna los seis años de humanidades, y de mi Bachillerato en Concepción, porque en Lota no había Liceo. Después, como mis hermanos estaban estudiando en el Pedagógico, mis padres me mandaron a Santiago. Los dos estábamos matriculados en francés, éramos compañeros , aunque Pablo pertenecía a otro grupo. El Instituto era un viejo edificio de dos plantas, con una sala de actos en la que celebrábamos reuniones los sábados. Había estudiantes que componían poesías. Pablo estaba entre ellos y recitaba con aquel tono suyo lento y grave: “Farewell...
desde el fondo de ti, arrodillado, un niño triste como yo nos mira...” Yo solía remedarle, junto a unas compañeras de curso, cómo
recitaba sus poemas, y empleaba el mismo sonsonete que tenía Pablo. No sé cómo, de repente, comenzamos a sentarnos en una de
aquellas largas bancas de la clase, con otros poetas que también
estudiaban allí, como Romeo Murga, que murió muy joven y tenía lindas cosas; y Víctor Barberi, que era de Talca. Se formó un grupo muy interesante, del que recuerdo también a Rojas Giménez, Tomás Lago, Richi, el “cadáver” Valdivia... De la pandilla de Pablo era Raimundo Echevarría, un eterno estudiante que vivía en el Pedagógico porque estuvo no sé cuántos años y nunca pasó del primero.
Así principiamos a conversar y a pasear juntos, después de las clases en el Pedagógico. Al volver a casa, a la pensión en que vivía con mi hermano Rubén, cerca de la calle República, Pablo me acompañaba. El creo que estaba también de pensión en el barrio. A mi hermana no le gustaba, porque mi familia era muy conservadora y los poetas tanían mala fama. Además, Pablo era muy delgado, taciturno, de cara macilenta. Iba muy abrigado con capa, porque su padre era ferroviario y entonces les daban unas capas enormes, largas... Le recuerdo con aquella capa y sombrero, como a veces se dibujaba, de negro. La verdad es que Pablo fue muy delicado de salud toda su vida. Pasaba resfriado, con gripe, con un romadizo que no se le quitaba nunca, siempre sonándose la nariz. Su madre murió de tuberculosis a poco de nacer él. Pero de la India volvió cambiado y acá engordó, se hizo corpulento, terrible. Era algo más alto que yo. Caminábamos por la Alameda; salíamos a andar, no más. Nos sentábamos en alguna parte para conversar y fuimos algunas veces al cine, muy pocas, a un cine aque estaba en la Calle República, cerca de la casa. Era tan joven, tan enamoradizo... No sé, a muchas chiquillas les gustaban los poetas. Cuando me escribía, por ejemplo, tenía acá dos, tres, cuatro amores... Es verdad que en sus cartas se quejaba de que no le escribía, pero es que mi carácter es así. Yo le quería mucho, pero no soy de esas personas que se muestran apasionadas ni ninguna de esas cosas.
En realidad, le escribía poco, porque toda esta historia de nuestra correspondencia para mí estuvo llena de dificultades. Yo tenía que sacar las cartas del correo a escondidas, porque en mi casa eran terribles para esto y me escondía también para escribirle y poner las cartas. Me controlaban todas las salidas; ni con amigas me dejaban salir. Cuando estaba en Lota principió a escribirme y me ponía Netocha Neruda. Era el nombre que más me gustaba y lo empleó mucho. También me llamaba Arabella... Nuestras relaciones en Santiago duraron un año y medio más o menos. Me habría casado con él, pero volví a Concepción para terminar los estudios, hacer mi Memoria y trabajar en una escuela experimental al lado de la Universidad. Pablo terminó los cuatro años en el Pedagógico. Entre tanto, caí enferma y me operaron de peritonitis en la Asistencia pública, porque fue de urgencia, y allá me visitó Pablo. Después pasé al hospital. Publicó entonces Crepusculario y me lo llevó a la Asistencia, y un retrato suyo, con la capa. El seguía escribiéndome. Antes de irse me pidió que viniera, porque era cuando iba a embarcar y todas esas cosas. También quería que fuera con mi hermano a México, para que allá nos encontráramos. Pero yo no podía, en mi casa no me dejaban, mi padre era un hombre duro. Imposible salir -¿con qué pretexto?-, ni mucho menos viajar... Estuve trabajando dos años, más o menos, en la Escuela Experimental de Concepción. Un día me llamó el director y me dijo que si quería ir a Bruselas para estudiar un sistema de enseñanza audiovisual que era una creación de un profesor belga apellidado Decroly. Lo acepté. Mis padres, como yo estaba trabajando y era un poco más independiente, me dejaron ir. Me fui en barco, que se demoraba como un mes, por el canal de Panamá. Allá me esperaba una amiga, también profesora de la Experimental. Estuvimos en París y
después nos fuimos a Bruselas, adonde yo iba, a la Escuela. Fueron seis meses en total, con ida y vuelta. Pablo estaba en la India. No nos habíamos escrito. Entonces, desde París, le mandé un retrato mío, nada más que un retrato, porque yo sabía su dirección. Como la mía estaba detrás, él principió a escribirme todos los días. Las cartas las recibía tarde, mal y nunca. Me pedía que me fuera para allá, que cambiara mi pasaje de Europa a Santiago, por el de Europa a la India. Creo que en ese tiempo estaba ya en Java. Pero yo tenía el compromiso con la Universidad, que me estaba pagando; tenía mi pasaje para volver, qué sé yo. Como yo estaba así educada, no me atrevi, simplemente. Cuando volví a Concepción, seguí en las clases, aplicando el sistema Decroly, del curso que me habían dado en Bruselas. Un día me llamó el director, un tipo moralista, pero completamente distinto de lo que predicaba. Había abierto y leído la última carta de Pablo, en la que me decía que no me fui con él, qué sé yo... Principió a llamarme la atención. Le dije que cómo se había permitido abrir la carta, que no podía soportar aquello, que era una falta terrible. Me retiré de la Universidad. No me acuerdo cómo reaccionaron en mi casa. Les dije que en Santiago una amiga mía tenía una Escuela Montessori y que allá podía trabajar. Volví a Santiago, a la casa de mi hermano Rubén, que ya estaba casado. Cuando me vine y lo supo él –yo le mandé decir que me venía-, entonces trató de... Estaba tan solo allá, desesperado, porque era una vida terrible la que allá tenía. En Java conoció a la Maruca, la Maruca Hagenaar, javanesa, holandesa de origen. Era una mujer enorme de alta, más alta que él, una persona que no coincidía en absoluto con Pablo respecto a su condición de escritor. No podía tolerar a los amigos que tenía y que iban a verlo cuando llegó con ella.
Como Rubén era escritor, iban muchos escritores a su casa, y ahí conocí a Angel. Era diez años mayor que yo, un solterón, una persona muy fina, muy tranquila... No tenía nada de la bohemia de Pablo. Pablo y Rubén se habían hecho muy amigos, porque Pablo lo quería mucho. Cuando murió mi hermano, le publicó un poema muy hermoso, igual que cuando murió Rojas Giménez. De los que a mi me dedicó, el que más se ha popularizado es el poema quince, el Poema del silencio: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente...” Y hay varios que les han puesto música. En Residencia en la tierra tiene otro que está en un pergamino y que se llama Lamento lento; ahí me hizo varios, pero no me acuerdo de cuáles son, porque cuando publicó esos, ya nosotros.... La historia, después, de las cartas es otra. Vivíamos mi marido y yo en La Reina, en una parcela donde construímos una casita. Entonces tenía ahí todas mis cosas y Angel tenía su biblioteca. Cuando él murió, yo no podía seguir ahí, porque me quedé con una pequeña cosa del Montepío y había que gastar en la parcela, ararla, cuidar de los árboles frutales y no tenía objeto dejarla abandonada. Entonces me vine a Santiago y arrendé lo de arriba. En el departamento no cabían las cosas. Estaban los libros amontonados en una pieza, terrible... Buscando entre los libros, de repente apareció una caja donde yo tenía guardadas las cartas desde... toda la vida. Nunca nadie las había visto. Ni en mi casa, porque yo tenía un velador donde las metía cuando me llegaban, con llave. Si entonces me hubieran visto una carta... Y ahí estaban, casi rompiéndose por el tiempo. Sí, ¿cuánto tiempo? Sesenta años; sesenta años...
VII.- Los Textos.
El ciclo de las 111 cartas publicadas en 1975 sin consentimiento de
Albertina, se inició en marzo de 1921 y se extendió por diez años: se trata
de postales, esquelas escritas en billetes de ferrocarril, en servilletas, en
trocitos de papel, incluso con dibujos del poeta..... Veamos algunas:
Albertina:
Eres una mala mujer. Nunca me escribes. Pudieras envidiar la alegría que me dan las pocas cartas que me llegan. ¿Recibiste una tarjeta envuelta en un poema? Ayer, galopando por los cerros, me acordaba de ti. De allí traje las carteras llenas de avellanas, de chupones, de copihues, de boldo, de murtas. Ah, qué necesidad tengo de ti, de tenerte aquí conmigo. Vente. Escribe a Rubén: yo nunca le he escrito. Al mar no le cuentes nada, el mar es mi enemigo. Cuando me baño, yo lo insulto con grandes gritos, y él trata de ahogarme, y de azotarme lleno de furia. Yo me creo un gran dactilógrafo, por eso te escribo a máquina. Tengo una larga barba de 15 días, y he consumido 200 gramos de tabaco amarillo. ¿Viste anoche una luna delgadísima, y al lado una estrellita? ¿Temblor? En Temuco anda una Machela, ¿te conoce? Descubro que a máquina se miente con más facilidad. Todas las tardes escribo, cotesto alguna carta, en esta máquina de D. Augusto Winter. Ahora veo que ahí puse “cotesto”, y esto me llena de tristeza. ¿Conoces los pingüinos? ¡Cuidado, muerden! No te escribo más, y te envío un largo beso largo en el lomo de la marea alta. PABLO tontatontatontatontatontatontatontatontatonta .............
Querida mocosa. El domingo me voy a Temuco. Que te han dicho de mí, mi chiquilla bonita. No sé. Aquí, ayer, remolcamos una gibia rosada. Te mandaré unas vistas. ¿Rezaste por mi
alma? ¡Ah!, estoy condenado. ¿A qué hora te levantas? Esta tarde escribiré en la arena tu nombre: ALBERTINA.
.................
Me contarás largamente lo que has hecho y lo que haces, y si tienes dolores, y qué piensas. Ya llegarás hoy; mientras te escribo, es martes en la mañana, ya habrás llegado a tu casa. He pasado estos tres días leyendo y fumando; mientras tenga libros que leer y tabaco no me aburriré. Pienso estar todo el mes aquí. Ahora te copio unos versos. (Aparecieron en Tentativa del Hombre Infinito).
Al lado de mí mismo, señorita enamorada, ¿quién sino tú, como el alambre ebrio, es una canción sin título? Ah, triste mía, la sonrisa se extiende como una mariposa en tu rostro y por ti mi hermana no se viste de negro. Y soy el que deshoja nombres y altas constelaciones de rocío en la noche de paredes azules, alta sobre tu frente, para alabarte a ti, palabra de alas puras, el que rompió su suerte, siempre, donde no estuvo. Por ejemplo, es la noche rondando entre cruces de plata qué fue tu primer beso, para qué recordarlo, yo te puse extendida delante del silencio, tierra mía, los pájaros de mi sed te protegen y te beso la boca mojada de crepúsculo. Es más allá, más alto. Para significarte amaina una espiga. Corazón distraído, torcido hacia una llaga.
Atajas el color de la noche y libertas a los prisioneros. Ah, para qué alargaron la tierra del lado en que te miro y no estás, niña mía, entre sombra y sombra, destino de naufragio, nada tengo, ah, soledad. Sin embargo, eres la luz distante que madura las frutas y moriremos juntos. Pensar que estás ahí navío blanco, listo para la gran partida, Y que tenemos juntas las manos en la proa. Me he tomado el insoportable trabajo de copiarte esto de mi
próximo libro para saber si te interesa algo de lo que escribo para ti. Tú me das una sensación de indiferencia que me abre la curiosidad.
Espero que esta carta no se pierda, ¿tienes otra dirección más segura? ¿Enfermita saldrás a buscar al correo estas palabras sin importancia? Escríbeme con generosidad y recibe besos para mucho tiempo. Tu
PABLO ................
Ministro de Instrucción Pública CHILE Mi mocosa, ya creo haberte dicho que tengo una hermosa habitación, más clara que otras en el número 330 de Echaurren. Te diré dónde está.
¡Te gusta el croquis? Mi linda, escríbeme a esa dirección porque así recibo las cartas en la cama, en las mañanas. Ahora te escribo acostado. Son las 2 de la noche del sábado. Hoy no recibí carta tuya. Es una mentirita de la cucharacha fea, que me escribe todos los días. Cuando llegue le bajaré los calzones y le pegaré en el potito.
Hoy estuve con la Vicha, la encontré en el café, quedó de escribirte en estos días, iré a conversar con ella. Después se fue al cementerio, la muy zorzala. Tu hermano macaco guanaco chivato, tu hermano retaco chivato se ha dejado barba y le compré un cucurucho. .......... República de Chile Ministerio de Relaciones Exteriores Santiago, 15 mayo 1932 Albertina, recibí el soneto que te escribí hace tantos años. Me ha hecho pensar y sufrir. Me gustaría verte. ¿Quieres escribirme una larga carta? Habría mucho que hablar, mucho que recordar. No quiero apenarte, pero me parece que hiciste un gran error. Mis telegramas, mis cartas te dijeron que yo iba a casarme contigo en cuanto llegaras a Colombo. Albertina, yo ya tenía la licencia de matrimonio, y pedido el dinero necesario. Tú sabes esto, te lo repetí con paciencia en cada una de mis cartas, con gran detalle. Ahora me cuenta mi hermana que yo te pedí que te fueras a vivir conmigo, sin casarte, y que tú has dicho esto. ¡Nunca¡ ¿Por qué mientes? Además de la horrible amargura de que no me hayas comprendido tengo la de que me calumnias. Te he querido mucho, Albertina, tú lo sabes, y te has portado mal, callada cuando más necesité de ti, igual en el último episodio como cuando no contestaste una sola de mis cartas de Llanquihue, en 1926.
Cuando saliste de Bélgica, ni cuando supiste que regresabas, me escribiste explicándome. ¿Por qué? Tú sabrás. Tu carta de Concepción que recibí con 10 meses de atraso me daba razones raras. Como si pudieras explicar tanto silencio. Pero en fin, olvidemos el mal que nos hemos hecho y seamos amigos, tengamos esperanza.
VIII.- Los poemas.
Algunas expresiones epistolares a Albertina aparecen en poemas de
Neruda en distintos libros, como antes se dijo. Y aparecen los 17 poemas que
el poeta le envió entre 1923 y 1944.
Veamos algunos:
ERES TODA DE ESPUMA (de El hondero entusiasta) Eres toda de espumas delgadas y ligeras Y te cruzan los besos y te riegan los días. Mi gesto, mi ansiedad cuelgan de tu mirada. Vaso de resonancias y de estrellas cautivas. Estoy cansado: todas las hojas caen, mueren. Caen, mueren los pájaros. Caen, mueren las vidas. Cansado, estoy cansado. Ven, anhélame, víbrame. ¡Oh, mi pobre ilusión, mi guirnada encendida! El ansia cae, muere. Cae, muere el deseo. Caen, mueren las llamas en la noche infinita. Fogonazo de luces, paloma de gredas rubias, Líbrame de esta noche que acosa y aniquila. Sumérgeme en tu nido de vértigo y caricia.
Anhélame, retiéneme. La embriaguez a la sombra florida de tus ojos, Las caídas, los triunfos, los saltos de la fiebre. Amame, ámame, ámame. ¡De pie te grito! Quiéreme. Rompo mi voz gritándote y hago horarios de fuego En la noche preñada de estrellas y lebreles. Rompo mi voz y grito. Mujer, ámame, anhélame. Mi voz arde en los vientos, mi voz que cae y muere. Cansado.Estoy cansado. Húye. Aléjate. Extínguete. No aprisiones mi estéril cabeza entre tus manos. Que me crucen la frente los látigos del hielo. Que mi inquietud se azote con los vientos atlánticos. Húye. Aléjate. Extínguete. Mi alma debe estar sola. Debe crucificarse sola, Abierta a la marea de los llantos, Ardiendo en el ciclón de las furias, Erguida entre los cerros y los pájaros, Aniquilarse, exterminarse sola, Abandonada y única como un faro de espanto. ..............
PARA QUE TU ME OIGAS ( De Veinte Poemas de Amor).
Para que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras. Más que mías son tuyas. Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas. Eres tú la culpable de este fuego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura. Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas, Y están acostumbradas más que tú a mi tristeza. Ahora quiero que digan lo que quiero decirte para que tú me oigas como quiero que me oigas. .........
ANGELA ADONICA (De Residencia en la tierra).
Hoy me he tendido junto a una joven pura como a la orilla de un océano blanco, como en el centro de una ardiente estrella de lento espacio.
De su mirada largamente verde la luz caía como un agua seca, en transparentes y profundos círculos de fresca fuerza. Su pecho como un fuego de dos llamas ardía en dos regiones levantado, y en doble río llegaba a sus pies, grandes y claros.
Un clima de oro maduraba apenas las diurnas longitudes de su cuerpo llenándolo de frutas extendidas y oculto fuego.
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CARTA A LA SEÑORITA ALBERTINA ROSA
Albertina Rosa, mariposa. Collar de lumbres sobre las cosas. Es la hora de las rosas, la hora que no cesa. Acosa, besa la poderosa cabeza del que te apresa, te roza y te besa. En todas las cosas, dulce y divina Albertina Rosa. ............ POEMA DEL SILENCIO Mariposa de sueño
Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca. Como todas las cosas están llenas de mi alma Emerges de las cosas, llena del alma mía. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía. Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: Déjame que me calle con el silencio tuyo. Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.