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Universidad de Chile. Instituto de Asuntos Públicos. Departamento de Ciencia Política. USOS DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA. El saber sociológico como oráculo de la transición política chilena. Por: ANTONIO ALMENDRAS GALLARDO. Tesis presentada al Departamento de Ciencia Política del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile para optar al grado académico de Magíster en Ciencia Política. Profesor Guía: Alfredo Joignant. Santiago de Chile. 2007.

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Universidad de Chile. Instituto de Asuntos Públicos.

Departamento de Ciencia Política.

USOS DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA. El saber sociológico como oráculo de la transición política chilena.

Por:

ANTONIO ALMENDRAS GALLARDO. Tesis presentada al Departamento de Ciencia Política del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile para optar al grado académico de Magíster en Ciencia Política. Profesor Guía: Alfredo Joignant.

Santiago de Chile.

2007.

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UNIVERSIDAD DE CHILE. INSTITUTO DE ASUNTOS PUBLICOS.

DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLITICA.

USOS DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA.

El saber sociológico como oráculo de la transición política chilena.

Tesis para optar al grado de Magíster en Ciencia Política. Autor: Antonio Almendras Gallardo. Prof. Guía: Alfredo Joignant.

Santiago de Chile. 2007.

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USOS DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA.

El saber sociológico como oráculo de la transición política chilena.

Imagen: Pitonisa. El oráculo de Delfos.

Vaso ático del siglo V a de C.

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Pitonisa (Pitia): Sacerdotisa de Delfos que pronunciaba los oráculos

del dios como respuestas a las preguntas que le

hacían.

Estaba sentada en un trípode colocado sobre la angosta obertura de un antro profundo por

la que escapaba un vapor que contribuía a

provocar el extraño delirio (manía) profético de la sacerdotisa. La

emanación subterránea era considerada como el

soplo mismo del dios.

La Pitia, en su delirio pronunciaba frases a

menudo incomprensibles y profería agudos

gritos que exigían una interpretación. Los

oráculos eran redactados en

hexámetros por el cuerpo sacerdotal del

templo.

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Tabla de Contenidos. Prefacio. 5 Resumen. 8 Acrónimos y Siglas utilizados en la presente Investigación. 10 Introducción. 12 El Rol de los Intelectuales. 26 El intelectual de izquierda en América Latina. 37 El transito teórico de la izquierda intelectual: Desde la revolución a la transición. 49 Los sitios del saber sociológico. Chile: 1974 – 1986. 63 La (in)visibilidad de los nuevos movimientos sociales. (nms). 77 Comunidad epistémica, disciplinar, generacional y política. 93 El diseño de la transición política chilena como producción del orden social. 109 Conclusiones. 135 Bibliografía. 139

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Prefacio.

La historia chilena reciente, es una acumulación notablemente

compleja y diversa de clivajes1 históricos (reforma/revolución,

dictadura/democracia, Estado/mercado), que generaron esperanzas en unos y

temores en otros. La sociedad chilena durante los últimos decenios no se ha

privado de casi nada: cambios estructurales - en el lenguaje historiográfico de

Mario Góngora “planificaciones globales y excluyentes” -; violencia política;

colapso económico; terrorismo de Estado; despliegue de un nuevo patrón de

desarrollo, centrado en la inversión privada, la apertura externa y las señales de

mercado; creciente desigualdad en la distribución de la riqueza; nuevos

derrumbes económicos; nuevos ajustes estructurales; renacimiento del

crecimiento económico; redemocratización; juicios por violaciones a los derechos

humanos, etc. Pueda que semejante pasado, nos aliente en el presente, a

desconfiar de entusiasmos exagerados y de soluciones demasiado drásticas.

Pertenezco a una generación que vio estallar en mil pedazos la

utopía - mito para otros - de la emancipación que daría vida al “hombre nuevo”;

una generación que logró intuir a través de sus adolescentes sentidos la épica de

los ’70, que padeció con asombro y estupor, e inmersa en la contingencia, la furia

de los ’80 y que vivió - en una etapa ya más madura - el desencantó en los ’90,

con su desembozado pragmatismo político y cinismo individualista.

En esa trayectoria se ha ido configurando mi interés por la historia, la

ciencia política, la sociología política, la política comparada y la economía política,

como instrumentos heurísticos, que me permiten indagar el pasado. En realidad,

el pasado es lo que, desde el presente, creemos que es. Por supuesto, hay un

1 La ciencia política tiene un término útil - de poco uso escritural en la politología nacional – que suele

utilizarse para denominar el principio fundamental en torno del cual se articula, o se divide, el campo político en una comunidad política anclada en un tiempo y espacio político determinado. Aunque las identidades políticas son siempre más de dos, es un axioma con propósitos heurísticos, que un campo político tiende a dividirse más o menos binariamente. La barbarie. (categorías - razones – archivos) weblog colectivo sobre política y temas aledaños.

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pasado real, pero siempre lo miramos desde el presente, con la lente que

queramos aplicarle.

Mis mejores años como estudiante de pre grado los viví en ese

acogedor y hoy nostálgico Campus Oriente de la Universidad Católica, en sus

aulas, en sus pasillos, y en sus patios, fue despertando en mí un intenso cariño

por la historia, por un pretérito que requiere ser interpelado permanentemente.

Desde muy temprano – al egresar de mi pregrado – me interesaron las formas

inéditas que adquieren, en momentos de cambios políticos, las narrativas

producidas por intelectuales acerca de sí mismos, de la política y de sus

sociedades. Desde esa perspectiva me interesa “revisitar” un pasado que exige

ser interpelado, escrutado, discutido, asimilado y re-evaluado. La memoria del

pasado debe estar abierta a la discusión.

Mis intereses tanto temáticos como disciplinares se fueron

consolidando y madurando a partir de mi enriquecedora y extenuante experiencia

vivida en un Seminario extracurricular, organizado por la profesora Amparo

Menéndez-Carrión, mientras cursaba el postgrado en Ciencia Política, en la Casa

de Bello.

Toda esa rica experiencia y bagaje convergen en este trabajo de

investigación que no es casual ni contingente, más bien es el reflejo de una

trayectoria personal que nunca ha abandonado la reflexión y el respeto hacia esas

disciplinas de las humanidades y de las ciencias sociales con las cuales

escrutamos el pasado.

No puedo dejar de mencionar mi pertenencia y trayectoria al Círculo

de Santiago, un colectivo de reflexión epistemo-teórica de múltiples

convergencias disciplinares, espacio reflexivo, de vibrante discusión, que no en

pocas ocasiones, enriqueció desde diversas perspectivas mis propias búsquedas

epistémicas, teóricas y disciplinares. Para ellos mi gratitud y mi respeto por su

insobornable compromiso con la Academia. Esta de más decir, que mis puntos de

vista, en este trabajo de investigación, no comprometen a ninguno de sus

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miembros. Aquí planteo cuestiones que algunos de ellos rechazarán o sólo

compartirán a medias.

Finalmente, quisiera expresar mi reconocimiento a dos profesores

que me acompañaron en este proceso de construcción de esta tesis. En primer

lugar, valoro ampliamente el interés que desde un comienzo mostró el Profesor

Alfredo Joignant ante mi proyecto de investigación, particularmente la entusiasta

acogida que este proyecto tuvo en el Seminario de Tesis, realizado el segundo

semestre del 2006. El profesor Joignant, ha sido mi profesor guía; para él mi

gratitud por la calidad intelectual de su respaldo y por estimularme a continuar con

mi trabajo de investigación, lo que se tradujo en un sustantivo apoyo, para

mantener las energías y concluir la presente tesis. En segundo lugar, agradezco

las sugerencias y comentarios del profesor Hernán Cuevas de la Universidad

Alberto Hurtado. Ambos contribuyeron con su generosidad intelectual a mejorar la

versión original de esta tesis. Sin embargo, ninguno es responsable por lo que he

escrito aquí.

Peñalolen, Junio de 2007.

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Resumen.

Descubrí las transiciones hacia la democracia leyendo - mientras

cursaba mis créditos de profundización en el Instituto de Ciencia Política de la

Pontificia Universidad Católica de Chile - a Guillermo O’Donnel, Manuel Alcántara,

Marcelo Cavarozzi, Fernando Enrique Cardoso, Norbert Lechner, Ángel Flisfisch,

Manuel Antonio Garretón, Tomás Moulian, Eugenio Tironi y a muchos otros.

La noción de Transición a la Democracia se instaló en las

discusiones formales e informales de los intelectuales dedicados a las ciencias

sociales en general y a la ciencia política en particular; penetrando de manera

inédita, los ambientes académicos. Corría la década del ’90 y en las aulas y en los

pasillos de las diversas facultades, en los bares aledaños, en las asambleas

universitarias, en las lecturas obligatorias de cátedra, en la prensa escrita, en los

noticiarios de televisión y en boca de la clase política comenzaba a circular con

profusión esta noción, con la que se reinterpretaba el pasado, se discutía el

presente y se imaginaba un futuro nuevo y esperanzador. La presente

investigación esta transversalizada por incalculables literaturas de estos autores,

muchas leídas con prolijidad, algunas de reojo y otras apenas intuidas; todas sin

embargo, orientadas a realizar una genealogía2 del proceso de construcción

teórico y conceptual de la noción Transición a la Democracia y tratando de

dilucidar la historia a través de la cual se empoderaron nuevos términos y cayeron

en desuso otros. El eje argumental que recorre estas páginas analiza cómo se

realizó el proceso de construcción conceptual que le dio el nombre al proceso

político inaugurado en Chile, a partir del triunfo del “NO” en el plebiscito de 1988.

2 Tomo prestado el análisis histórico “genealógico” foucaultiano; como un método de interpretación, que me

permite analizar el saber en términos de estrategias y tácticas de poder. Esta perspectiva de análisis apunta a mostrar cómo se articulan los efectos de cierto tipo de saber (en este caso el saber sociológico) y la referencia de ese saber; el engranaje en virtud del cual las relaciones de poder dan lugar a un saber posible y como este saber reconduce y refuerza los efectos de poder. Me he apoyado ampliamente en las siguientes obras del filósofo – historiador Michel Foucault, que a continuación indico como textos de referencia: Microfísica del poder. La Piqueta, Madrid, 1992; La arqueología del saber. Siglo XXI, Madrid, 1991 y Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Gallimard, París, 1987.

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A través de textos, artículos de prensa, artículos de revistas

especializadas, entrevistas, seminarios, congresos y papers, reconstruyo la

notable innovación conceptual que provocó la recuperación de la idea de

democracia política y la invención de la de Transición a la Democracia. Esta

última entendida como una producción intelectual de época que le dio el nombre a

los procesos políticos que la sucedieron, provocando debates, perfilando

comportamientos, resignificando las nociones en uso, produciendo nuevas

conceptualizaciones e intencionando las prácticas políticas.

Esta investigación se encuadra en esa Historia del Pensamiento que

dibuja sus contornos en algunas de las nuevas tendencias de la Teoría Política

que realiza una labor interdisciplinaria con la Historia Intelectual y Conceptual. En

esta tendencia, se pueden encontrar politólogos que cruzan la frontera hacia la

historia y algunos historiadores que toman herramientas de la Teoría Política.

Entrecruzando la historia conceptual, la intelectual y la semántica histórica, esta

perspectiva insiste en leer los textos pretéritos críticamente, estudiando las

categorías fundamentales del pensamiento para analizar las maneras en que

cada época se argumenta y conceptualiza a sí misma y para mostrar la raigambre

histórica de las nociones. En este sentido la presente investigación reconstruye el

surgimiento y la trayectoria de la noción Transición Política en nuestra experiencia

histórica reciente.3

3 Frente a los anuncios que la Ciencia Política atrapada por el behaviorismo hizo acerca de la muerte

definitiva de la Filosofía y de la Teoría Política, el renacimiento puede encontrarse en nuevos trabajos procedentes de diversas tradiciones intelectuales que quiebran fronteras de separación disciplinarias y que marcan algunas transformaciones. En este contexto, importa poner de relieve que, junto a la referida reanudación, se han visibilizado, al ponerse en circulación, ciertas premisas importantes para el fortalecimiento de la Teoría Política. Primero, reconocimiento de que las ideas importan. Segundo, relevancia que ha adquirido la historia para la Ciencia Política. Tercero, hay interés creciente por problematizar y someter a crítica la producción, utilización y significado de los conceptos, términos y/o categorías que se emplean en algunos análisis políticos. Algunos cruces que los estudios politológicos realizan entre las ideas, los conceptos y la historia han tomado el nombre de nueva historia del pensamiento y se puede hallar en diversas obras de historiadores y teóricos de la política como por ejemplo: Rorty, R; Schneewind, J. B; Skinner, Q. La filosofía en la historia. Paidóa. Barcelona. 1990. Skinner, Q; Pocock, J. G. B; Dunn, J; Farr, J; Dryzek, J; Stephen, L; Gunnell, T. B; Tully, J; Hanson, R. Consultar: Bull, T. Reappraising Political Theory Revisionist Studies in the History of Political Thought. Clarendon Press. Oxford, 1995. Koselleck, Reinhart. Futuro. Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Paidós. Barcelona, 1993.

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Acrónimos y Siglas utilizadas en la presente investigación:

En relación al siempre controversial uso de las mayúsculas en lengua

castellana, he uniformado la grafía reservándola para determinados acrónimos y

siglas que nombran los think tanks, centros académicos alternativos, organizaciones

no gubernamentales, partidos y movimientos políticos, así como para algunos

términos donde lo justifica una fuerte tradición disciplinar o cierta utilidad para

distinguirlos de sus homónimos.

AHC: Academia de Humanismo Cristiano. BA: dominio (s) Burocrático (s) Autoritario (s). BID: Banco Interamericano de Desarrollo. BM: Banco Mundial. CED: Centro de Estudios del Desarrollo. CEL: Centro de Estudios Latinoamericanos Simón Bolívar. CENECA: Centro de Indagación y Expresión Cultural y Artística. CEP: Centro de Estudios Públicos. CERC: Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea. – AHC. CEREN: Centro de Estudios de la Realidad Nacional. CESOC Ediciones: Centro de Estudios Sociales. (Área editorial). CIDE: Centro para la Investigación del Desarrollo Educacional. CEPAL: Comisión Económica para América Latina. CIPMA: Centro de Investigación y Planificación del Medio Ambiente. CIEPLAN: Corporación de Investigaciones Económicas para América Latina. CISEC: Centro de Investigaciones Socio-Económicas. CLACSO: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. CPU: Corporación de Promoción Universitaria. CTC: Confederación de Trabajadores del Cobre. DC: Democracia Cristiana. ECO: Educación y Comunicaciones. FLACSO: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. FMI: Fondo Monetario Internacional. FPMR: Frente Patriótico Manuel Rodríguez. GEA: Grupo de Estudios Agro-Regionales. – AHC.

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ICAL: Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz. ICHEH: Instituto Chileno de Estudios Humanísticos IEC: Instituto de Estudios Contemporáneos. ILADES: Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales. ILET: Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales. MAPU: Movimiento de Acción Popular Unitaria. MAPU-OC: Movimiento de Acción Popular Unitaria - Obrero Campesino. MDP: Movimiento Democrático Popular. MIC: Movimiento Izquierda Cristiana. MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria. nms: Nuevos Movimientos Sociales. OMC: Organización Mundial del Comercio. PC: Partido Comunista de Chile. PET: Programa de Economía del Trabajo – AHC. PIIE: Programa Interdisciplinario para la Investigación Educacional. PNUD: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. PRESCALA: Programa de Estudios y de Capacitación Laboral. PS: Partido Socialista de Chile. RN: Renovación Nacional. SUR: Profesionales Consultores. Centro de Estudios Sociales y Educación. TICs: Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. UDI: Unión Demócrata Independiente. UNC: Universidad Nacional de Córdoba – Argentina. VECTOR: Centro de Estudios Económicos Sociales.

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Introducción.

“… en toda sociedad la producción del

discurso está a la vez controlada,

seleccionada y redistribuida por un cierto

número de procedimientos que tienen

por función conjurar los poderes y

peligros, dominar el acontecimiento

aleatorio y esquivar su pesada y temible

materialidad.”

Michel Foucault.

El Orden del Discurso.

Los griegos, según Burckhardt4, eran un pueblo cuya fe en la

mántica5 era ilimitada, y cada día, cada hora se preocupaban del futuro a

propósito de pequeñas y grandes cosas, del destino de los individuos y de los

Estados.

Los griegos cuando dudaban y estaban llenos de angustia, acudían

ávidamente al oráculo. Creían que en lo divino estaba el origen de todas las

cosas, y que el misterio sólo podía ser desatado por la religión en su raíz

misteriosa.

4 Jacob Christopher Burkhardt. Nació el 25 de mayo de 1818 en Basilea, Suiza, en el seno de una familia

protestante. Realizó sus primeros estudios en la universidad de su ciudad natal, donde recibió una educación humanista. Entre 1839 y 1843 se trasladó a Berlín, donde continuó sus estudios universitarios, especializándose en historia y arte. Tras licenciarse, ejerció como profesor en la escuela politécnica de Zurich y más tarde volvió a Basilea para dar clases de historia. Desde 1866 hasta su jubilación, en 1893, Burkhardt enseñó exclusivamente historia del arte. Burkhardt está considerado como uno de los primeros y más grandes historiadores del arte y la civilización europea. Una de sus obras, Die kultur der Renaissance in Italien (1860; La cultura del Renacimiento en Italia), ha sido repetidamente designada como el texto canon para el estudio de la historia de la cultura en general. Otra obra suya de importancia fue Griechische kultur geschicte (1898; Historia de la cultura griega). Esta última fue publicada póstumamente en cuatro volúmenes, en los que realiza un notable repaso completo a la civilización griega. Murió el 08 de agosto de 1897, en su Basilea natal. En: Enciclopedia Hispánica. Volumen 3. Enciclopedia Británica Publishers, Inc. Barcelona, 1992 – 1993, p 202.

5 Mántica: La mujer inspirada, la pitia, domina los oráculos. Mantis es el nombre griego del vidente, y mania (delirio) designa un estado que oscila entre la verdadera inspiración y la locura. En: Bartra, Agustín. Diccionario de mitología. Ediciones Grijalbo. Barcelona, 1982.

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A través del oráculo la divinidad no interviene nunca directamente:

sólo se limita a contestar, mediante un intermediario, las preguntas que se le

hacen. Los griegos vivían fascinados por el futuro, y eso explica que hubiese

tantos profetas y sibilas, cuyas palabras eran escuchadas y creídas.

El saber sociológico cuan oráculo de Delfos y sus practicantes

(sociólogos y cientistas políticos) cuan cuerpo sacerdotal del templo, en tanto

productores de conocimientos de la “realidad”, en tanto fuerza hegemónica capaz

de presentar su propia narrativa histórica como el conocimiento objetivo, en tanto

lugar de la discursividad (el lenguaje como herramienta de organización colectiva)

desde el cual se da inicio a una sucesividad múltiple de posibilidades de acción,

es lo que en esta investigación pretendo indagar.

“Asistimos a un cambio muy profundo en el modo de analizar las

sociedades y el cambio social.”6 De esta manera el sociólogo Manuel Antonio

Garretón inicia su particular y agudo trabajo de reflexión en Hacia una nueve era

política, volumen presentado como la culminación de una tetralogía analítica que

integran además El proceso político chileno y continúa con Dictaduras y

democratización y Reconstruir la política. Transición y Consolidación

Democráticas en Chile; todas de su autoría. Hay una vasta literatura7, organizada

editorialmente, en torno a esta problemática, la mayoría de ella surgida desde

ciertos núcleos del saber sociológico (“think-tanks”)8 en tiempos de dictadura. Su

6 Manuel Antonio Garretón. Hacia una nueva era política. Estudio sobre las democratizaciones. Fondo de

Cultura Económica. México. D. F. 1995. p 15. 7 Como anota Joignant: “La importancia política de esta vastísima literatura provenía de la intencionalidad

propiamente normativa de los cientistas sociales que se situaban en la óptica de la transitología, cual es la de entregar herramientas teóricas y recetas a los actores políticos que enfrentaban el desafío de conducir exitosamente el complejo tránsito desde el antiguo régimen dictatorial al nuevo orden democrático. Pocas veces se ha estado en presencia de una literatura especializada que, apropiándose de ciertos recursos de las ciencias sociales, se proponía explícitamente incidir (dirigenciar ingenierilmente) en los procesos políticos.” Límites temporales y obstáculos de la transición chilena. Comentarios metodológicos para una crítica política. Alfredo Joignant. En: Revista In fraganti. Nº 1. La transición Chilena: Carcajadas en la niebla. Junio de 1999 pp 74 – 82. El paréntesis en letra cursiva es mío y no corresponde a la letra del autor. 8 De acuerdo con el contexto, la expresión think tanks se traduce como “grupos de expertos” o “centros de estudio”, según se refiera a personas o instituciones, que son grupos de investigación privados y sin fines de lucro que funcionan en los márgenes de los procesos políticos formales de un país y cuyas ideas dan forma a los programas políticos y gubernamentales, definiendo el perfil de los debates políticos a todo nivel. Situados entre la ciencia social académica y la educación superior, por un lado, y el gobierno y la política de partidos, por el otro, los grupos de expertos constituyen un punto central bien concreto, para explorar el cambiante rol del intelectual orgánico o experto político en el mundo contemporáneo. Hoy esas

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cartografía está orientada a erigirse como la más veraz fuente de nombramiento y

conocimiento de las poliarquías9 intentando explicar “lo que realmente paso”,

diseñando y poniendo en circulación un saber disciplinar ”científico”10, “objetivo”

necesario y suficiente para reinterpretar nuestra historia reciente.

Basta una lectura sinóptica y diacrónica de la teoría social elaborada

en Chile en los últimos decenios para advertir, las articulaciones existentes entre

el saber de la sociología y los procesos políticos imperantes. Se trata de una

permanente interacción – con alcances continentales incluso – donde siempre

una teoría paradigmática es habilitada para proveer la lógica interna de los

cambios sociales. Si extremo el argumento, podría llegar a sostener que el saber

sociológico, durante los últimos decenios, ha contribuido, inexcusablemente, a la

fundaciones privilegian estudios orientados al área de las políticas públicas. Curiosamente leyendo un influyente diario vespertino en la sección señales económicas podemos advertir la gravitante actualidad que tienen estos “centros de estudio” al leer: “otros think tank (refiriéndose al Instituto Libertad y Desarrollo y a Chile 21) de todos los colores (seguramente se refiere a las diversas orientaciones ideológicas que los animan) están generando alianzas con sus pares y sus no tan pares. La idea es reciclarse y poder dialogar con una contraparte distinta para generar políticas publicas, desmarcándose de la guerra fría que hace unos años los mantenía a distancia.” Los paréntesis son míos. Artículo de prensa de la periodista Miriam Leiva. Diario La Segunda. Jueves 11 de Enero de 2007, p 24.

9 En la ciencia política contemporánea, el término se usa, por lo general para hacer referencia a las instituciones o procesos políticos de la democracia representativa moderna. Procede directamente de un uso mucho más antiguo de la palabra, cuyo significado etimológico es el de “muchos gobernantes”. La palabra fue poco usada hasta 1953, año en el que Robert Dahl, en su libro Politics, Economics, and Welfare, la utilizó para designar a “los principales procesos sociopolíticos que nos permiten aproximarnos a la democracia” (aunque no alcanzarla). Precisamente, Dahl utilizó el concepto de poliarquía en vez de democracia, a partir de la premisa, de que ningún gobierno - “real” - es - o puede ser - completamente democrático. Lo que pretendía Dahl con el vocablo en cuestión, fue proporcionar una formula clara de distinguir la democracia como ideal, del componente democrático o popular empleado en el gobierno de determinados Estados modernos que en lenguaje corriente, serían considerados “democracias”. Así, la premisa inicial para entender a la poliarquía es que la democracia es un fin y si la poliarquía es un proceso que nos permite aproximarnos a ese fin, debemos evaluar a la poliarquía como un medio.

10 En este caso me remito a reproducir la auto representación disciplinar a nivel escritural del saber sociológico; más bien mi opinión se distancia de manifiesta reticencia epistémica en la medida que, “Toda comunidad científica es un microcosmos social, con sus instituciones de control, de presión y formación, autoridades universitarias, jurados, tribunas críticas, comisiones, instancias de cooptación, etc., que determinan las normas de la competencia profesional y tienden a inculcar los valores que expresan…… La pregunta referida a si la sociología es o no una ciencia, y una ciencia como las otras, debe sustituirse…… por la pregunta sobre el tipo de organización y funcionamiento de la fortaleza científica, más favorables a la aparición y desarrollo de una investigación sometida a controles estrictamente científicos. A esta nueva pregunta, no se la puede responder en términos de todo o nada: es preciso analizar, en cada caso, los múltiples efectos de los variados factores que concurren a determinar las oportunidades de aparición de una producción más o menos científica y distinguir, con precisión, los factores que contribuyen a aumentar las oportunidades de cientificidad de una comunidad científica en su conjunto y las posibilidades que cada científico tiene de beneficiarse con ellas en función de la posición que ocupa dentro de la comunidad científica”. En: El oficio de sociólogo. Pierre Bourdieu. Jean Claude Chamboderon y Jean Claude Passeron. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 2004, pp 106-108.

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elaboración de criterios gubernamentales y formas históricas de Estado. Dicho de

otro modo, la sociología, desde sus orígenes, aparece revestida de un

significativo potencial de racionalización de la vida político-social de nuestra

sociedad, mediante la producción de conocimientos que servirían para operar

eficazmente sobre la realidad y para dotar al debate de los asuntos públicos de un

fundamento objetivo, y previsor.

En este punto me refiero al movimiento de renovación intelectual,

que en nuestro país coincide con los primeros debates, esfuerzos e intentos por

una “reforma universitaria”, que progresivamente encontró eco en una generación

de jóvenes intelectuales que estaban profesionalmente disponibles y que

buscaban abrirse paso en la vida académica a partir de nuevas bases de

legitimidad para sus posiciones en la estructura universitaria.

Así se explica que en el breve plazo de dos a tres años, en la

segunda mitad de la década del ’50, se establecieran sucesivamente tres

instituciones dedicadas al cultivo de la sociología: el Instituto de Sociología de la

Universidad de Chile, con Eduardo Hamuy a la cabeza; la Facultad

Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) con un plantel cosmopolita de

docentes, cuyo directivos fueron el español José Medina Echavarría y luego Peter

Heinz, sociólogo suizo y la Escuela de Sociología de la Pontificia Universidad

Católica de Chile, cuyo impulsor fue el sacerdote jesuita de nacionalidad belga

Roger Vekemans.

Corría 1957, cuando a los 36 años de vida arribó a nuestro país,

proveniente de Bélgica, el sacerdote Jesuita Roger Vekemans. Su obra y legado

en nuestro país fueron notables. A solo 2 años de su llegada organizó la Escuela

de Sociología de la Universidad Católica de Chile, siendo director y maestro de

una generación de sociólogos entre los que destacan José Joaquín Brunner,

Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, entre muchos otros.

Fue en esa escuela donde surgieron los primeros esbozos de la denominada

“Promoción Popular”, uno de los ejes estructurantes del programa de gobierno de

Eduardo Frei Montalva. Aquella buscaba remodelar la estructura social, con el fin

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de establecer un cambio social radical. Esta iniciativa postulaba que la sociedad

debería abrirse para permitir el acceso de los grupos marginales, a través de una

extensa gama de mecanismos de acogida, fueran éstos culturales, económicos o

políticos. Éstos organizarían a los sectores marginados para intentar las reformas

sociales, reunidos en juntas de vecinos, centros de madres, clubes deportivos y

talleres de todo tipo. Roger Vekemans también participó activamente en 1959 en

la fundación del Centro de Investigaciones Socioculturales CISOC- Bellarmino, y

en la creación del Centro para el Desarrollo Social de América Latina (DESAL).

Fue asesor de la Acción Sindical Chilena y de la Unión Social de Empresarios

Cristianos. Luego de un largo interregno en Medellín - Colombia, retorna a Chile a

mediados de los años 90, continuando con sus estudios socio-teológicos, pero ya

retirado del ámbito público. Trabajó como orientador espiritual de muchos jóvenes

cristianos. Todo eso hasta que el 24 de octubre del presente año, y por causa de

una larga enfermedad falleció, en el más absoluto anonimato.

Como vemos, desde sus propios inicios, la sociología ha

fundamentado su relevancia en la capacidad de definir contextos al interior de los

cuales operarían diversas formas de transformación de las sociedades,

erigiéndose como el lugar privilegiado - en el ámbito de las ciencias sociales –

desde donde miramos el mundo social11. Tal lugar debe ser entendido en tanto

saber efectivo, capaz de describir procesos, de establecer pautas de

comportamiento eficaces, y de determinar en último término el esquema

normativo al cual debieran circunscribirse los diversos contextos sociales.12

Asombra en esa perspectiva su capacidad para presentar su propia narrativa

histórica como el conocimiento científico y objetivo, capaz de constituirse en el

11 Respecto al tema en cuestión quisiera fijar mi particular punto de vista, tomando prestado el siguiente

argumento: Toda comunidad científica es necesariamente un microcosmos social, con sus instituciones de control, de presión y formación, autoridades universitarias, jurados, tribunas críticas, comisiones, instancias de cooptación, etc; que, a la larga, determinan o al menos condicionan las normas de la competencia profesional y tienden a inculcar los valores que expresan. En: El oficio de sociólogo. Op cit pp 106 y 107.

12 El lugar de privilegio de la Sociología debemos comprenderlo en relación a la “fiabilidad” de su conocimiento, lograda a través de su operatoria análoga a las ciencias naturales, tanto como a la instalación político-gremial de su comunidad científica capaz de regular las prácticas y vinculación social de la disciplina sociológica. Para conocer el modo como se ha configurado y reconfigurado la instalación del discurso sociológico en Chile, resulta necesario consultar: Brunner, José Joaquín. El Caso de la Sociología en Chile: Formación de una disciplina. FLACSO. Santiago. 1988.

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sentido común de la sociedad, evidenciando una tremenda eficacia

naturalizadora.

Para abordar lo anteriormente expuesto es necesario insertarme en

el “tenso” espacio político que comienza a reconfigurarse en Chile hacia 198613,

año marcado por dos grandes hitos que condicionaran la pauta futura de tal

reconfiguración; me refiero al fallido intento de derrumbe de la dictadura por

medio del “paro nacional activo” del 2 y 3 de julio y al frustrado magnicidio. Para

tal propósito, intento reconstruir algunas claves del discurso de los intelectuales

orgánicos, sobre el proceso político contingente instalado por el saber

transitológico en algunos medios de comunicación escrita14 que levantaban una

oposición política a la dictadura.

Dicho de otra manera, busco una aproximación lo más cercana

posible al modo como el discurso transicional comienza a instalarse en Chile

como texto y lectura hegemonizante de la práctica política, como discurso capaz

de definir los límites y alcances de lo que se entiende por política, definiendo los

contornos de la verosimilitud tanto en la construcción teórica como en la acción

política.

La pregunta eje que recorre y vertebra esta tesis es cómo se realizó

la construcción conceptual que le dio nombre al proceso político iniciado con el

plebiscito del 05 de octubre de 198815.

13 El Partido Comunista había desplegado en 1985 la estrategia de la “sublevación nacional de masas” y

habían definido a 1986 como el “año decisivo”, aquel de la última oportunidad para impedir el éxito de las negociaciones que culminaron con el pacto que permitió la transición chilena a la democracia.

14 Me refiero, en concreto, a las revistas Análisis, Apsi, Cauce y Hoy por cuánto se constituyeron en el lugar privilegiado en el que se visibilizaron y pusieron en circulación las ideas y planteamientos de cientistas sociales, politólogos y en particular, sociólogos vinculados a la instalación de la categoría discursiva de “transición política”.

15 Fijar las fronteras temporales de la transición - en tanto objeto de estudio – supone hacerse cargo de la multiplicidad de puntos de vista en competencia. Pues bien, sostengo que la “transición” en tanto objeto de estudio - que por lo demás no es el tema central de esta tesis, como se advirtió en la introducción - se inicia con el plebiscito del 05 de octubre de 1988, por cuánto el resultado de dicho plebiscito instala la “negociación” en plenitud, junto con generar una evidente alteración del horizonte político del conjunto de los actores que en ese instante historizaban el proceso.

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Para tal propósito he seguido la reticente16 y elíptica ruta de

construcción y operación de ingeniería política que le dio sentido, poniendo en

escena una mirada genealógica que intenta develar los móviles ocultos de la

experiencia transitológica chilena, inserta en el contexto regional latinoamericano,

y que en gran medida nos recuerda, de vez en cuando, el autoritarismo

estructural17 que aún padece nuestra sociedad.

Para alcanzar ese objetivo he revisado artículos de revistas

especializadas, y documentos de investigación; he realizado entrevistas semi-

estructuradas, a intelectuales que tomaron parte en este proceso; cito seminarios

y congresos ocurridos en América Latina; registro entrevistas a intelectuales

orgánicos publicadas en semanarios importantes de la época; analizo proyectos

de investigación, documentos de trabajo y grupos de discusión, diseñados y

ejecutados por importantes “think tanks” de la época, que tuvieron lugar en los

años posteriores a los golpes de Estado en el “cono sur”; específicamente en el

cruce de las décadas de los ‘70 y ‘80 y en los que tuvieron participación

intelectuales latinoamericanos y latinoamericanistas.

Con este material hago una genealogía para dar cuenta de los

progenitores y los ascendientes de esta notable innovación conceptual,

reconstruyendo la noción de transición política, entendida como una producción

16 Me refiero a una de las características sustantivas del discurso transitológico, a saber, al efecto de no decir

sino en parte, o de dar a entender claramente, y de ordinario con malicia, que se oculta o calla algo que debiera o pudiera decirse.

17 Con el siglo XX, el mundo entró en una nueva fase de la época moderna, la que se caracteriza esencialmente por una alteración sustancial del modo en que la reproducción capitalista de la riqueza social afecta al conjunto de la vida humana; en efecto, según manifiesta Horkheimer, la omnipotencia del capital ha dado al traste no sólo con el liberalismo económico, sino con toda la esfera de la circulación mercantil, sobre la cual se levantaba el escenario de la política y del que despegaba la ilusión del gobierno democrático. Las decisiones del capital parecen ahora no necesitar de la mediación del Estado en el escenario de la actividad política, sino sólo de la utilización del mismo como instrumento directo de su puesta en practica. El Estado ha sido despedido de su función instauradora de un encuentro en el vaivén de presiones ejercidas, en un sentido, por el capital y, en otro, por la sociedad, y ha sido encargado de imponer incuestionadamente las primeras sobre las segundas, sea por las buenas, mediante una política demagógica, o por las malas, sirviéndose de la represión. El Estado liberal ha madurado hasta convertirse en un Estado autoritario, es decir, obediente hacia arriba, hacia el capital, e impositivo hacia abajo, hacia la sociedad. En: Estado Autoritario (Ensayo) de Max Horkheimer. Preparado desde 1939, escrito en 1940 y publicado marginalmente, casi como para ocultarlo en 1942, este ensayo contiene algo así como el manifiesto político de la Escuela de Frankfurt, un manifiesto con el que –dada la explosividad política y el atrevimiento teórico de su tesis- no todos los miembros de ella estaban necesariamente de acuerdo o, al menos, no con el entusiasmo que su autor hubiera esperado.

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intelectual de época, que le dio el nombre a los procesos políticos que la

sucedieron, con el fin de establecer de modo explicito los ejes argumentativos y

las ideas, tanto manifiestas como latentes, que han configurado y reconfigurado

las identidades y significados de la polis.

Esta tesis desarrolla y procura fundamentar cuatro búsquedas centrales:

(1) Este proyecto de investigación se propone indagar el rol de los

intelectuales en la construcción hegemónica de “lo político”, a fin de entender sus

implicancias en la construcción de identidades y significados, examinando cómo

desde la sociología política, en particular, teorías y teóricos18 llegaron a

constituirse en portadores de un “saber”, - cuerpo sacerdotal del templo -

encargados de construir un discurso19 legitimador de la transición chilena.

(2) Indagar, describir y poner de relieve la importancia que

parecieran tener las “redes intelectuales” transnacionalizadas, entendiendo por

“Red Intelectual” a un “conjunto de personas [intelectuales orgánicos] ocupadas

en la producción y difusión del conocimiento, que se comunica en razón de su

actividad profesional, a lo largo de los años”.20

Las formas de relación entre quienes constituyen una red, pueden

ser variadas. Los encuentros cara a cara, la correspondencia a través de diversos

soportes y los contactos telefónicos dan lugar a seminarios, congresos,

publicaciones, reseñas de libros, citaciones recíprocas y otras tantas formas en

que se establecen articulaciones en el mundo intelectual. No es menos cierto que

18 “En no pocas ocasiones el estudioso [teórico] latinoamericano era [es] un investigador-político y, por tanto

sus investigaciones tenían [tienen] un cierto fin prospectivo. Le interesa el diseño [la circulación y puesta en práctica] de una estrategia democratizadora”. Los paréntesis entre corchetes son míos. En: Cuevas Valenzuela, Hernán. La democratización chilena: Democracia limitada e ideología. Tesis para optar al grado de magíster en ciencia política. Instituto de Ciencia Política. Pontificia Universidad Católica de Chile, 1999, p 10.

19 Entiendo el discurso como “el terreno en el que el conocimiento se produce y opera, fijando normas y elaborando criterios”, y por ende hace posible hablar de algo, o silenciar algo. Michael Foucault. Microfísica del Poder. Las Ediciones de la Piqueta. Madrid, 1992 p. 66.

20 Devés-Valdés, Eduardo. Redes Intelectuales en América Latina. Colección IDEA del Instituto de Estudios Avanzados. Universidad de Santiago de Chile. 2007, p 30

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estas mismas dan origen o se superponen con otros tipos de relaciones:

afectivas, familiares, políticas, religiosas, etc.

Habida cuenta de la complejidad que nos plantea la referida

categoría conceptual, su uso aquí se justifica por que normalmente las ideas y

conceptos relevantes se encuentran disponibles en las redes, allí van madurando

colectivamente, asimilándose y ganando cédula de ciudadanía. Además, la noción

de red apunta prioritariamente a detectar y a poner en relieve la colaboración y no

el conflicto o la competencia. Al mismo tiempo, no es menos importante cuándo

se quiere pensar las relaciones entre la intelectualidad y otros sectores de la

sociedad: partidos políticos, autoridades, burocracias, agencias internacionales,

diplomacia, sectores empresariales, poderes del Estado. No es menos cierto, que

en las últimas décadas ha sido fundamental para imaginar los roles del mundo

intelectual en los procesos de Mundialización en curso.

(3) Esta investigación tiene una preocupación central: “el proceso de

construcción teórica y conceptual de la idea de Transición a la Democracia”.

Específicamente trato de seguir el rastro - y los rostros - de la historia a través de

la cual se asociaron nuevos términos y cayeron en desuso otros. Este afán me

llevó a reconstruir la producción intelectual de los términos

Autoritarismo/Democracia y Revolución/Democracia. Debo aclarar que en este

proceso intervienen preferentemente intelectuales orgánicos latinoamericanos y

latinoamericanistas, por allá en el cruce de los años setenta y ochenta. Por esto,

me propongo narrar una posible historia de tales “redes” mostrando cómo se

construyeron, cómo comenzaron a circular y en cómo ingresaron en la agenda de

las Ciencias Sociales regionales. Y cómo en dicha trayectoria, fueron capaces de

desplazar a las grandes controversias que hasta ese momento se centraban en la

idea de modernización y desarrollo; de dependencia, reformismo y revolución;

hasta llegar a la caracterización sobre el Nuevo Autoritarismo. Estos términos

fueron transformados en clivajes (parejas duales) por varios intelectuales con

posterioridad a los golpes de estado del período ’73 al ’76. Ellos son reconocibles

por el énfasis que hacen en una u otra pareja, por el vocabulario que utilizan para

hablar o escribir sobre ellas, y por los interlocutores que escogen en sus

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contiendas argumentativas. Por un lado, una fuerte tendencia de izquierda

intelectual, que nace a partir de la reconsideración de su experiencia histórica

reciente, sobre la existencia de una Teoría marxista sobre el Estado y la Política,

cuestionan la cultura de izquierda anterior a los golpes (acusando el mismo) y

culminan en la “renovación” del proyecto e ideal socialista. Por el otro, aquellos

que desde la politología y la sociología consolidan el campo de los estudios

comparados sobre América latina. Ellos usan un léxico especializado y crean

nuevos conceptos o resignificando otros: Estado Burocrático-Autoritario, Nuevo

Autoritarismo, régimen político, y Transición a la Democracia.

(4) Mi objeto de investigación corresponde a la transición política, en

tanto, objeto/discurso, configurador de realidad y definidor de determinadas

lógicas de sentido y verosimilitud. Lo que intento es la búsqueda de las llaves que

me permitan abrir los ejercicios de puesta en marcha de un complejo entramado

teórico-conceptual puesto a disposición de un saber sociológico capaz de instalar

y dotar de sentido al proceso político tematizado como “transición”.

Este conjunto de planteamientos arriba enunciadas, forman parte de

un programa de investigación, que no se agota en la presente tesis, y que se

pretende continuar en una etapa doctoral.

En síntesis, en este proyecto de tesis me propongo comprender el

pasado, más que informar hechos, esta no es una tesis sobre el proceso de

transición política a la democracia en Chile. A riesgo de ser reiterativo, insisto en

que mi objeto de estudio es el pensamiento intelectual que la produjo y que hizo

de ella una construcción conceptual con la cual se han revisitado las

concepciones de la política, que hasta entonces se tenían a la mano. De este

modo la transición a la democracia obró primero, como una gran idea y, después,

como una metáfora espacio-temporal; un área de estudio para la política

comparada; concepto omnicomprensivo; una consigna; un motivo de reflexión

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sobre la sociedad; ciertas expectativas políticas y un argumento para tematizar el

posterior desencanto21.

De este modo, queda especificado el propósito de este trabajo, y las líneas de argumentación que en él se desarrollarán. Finalmente, cabe explicitar cuatro premisas básicas que informan mi interés por emprender esta investigación, las preguntas centrales que la organizan, y mi esfuerzo por confrontarlas:

(1) En la actualidad, todo aquel que trabaja en cualquiera de los campos relacionados tanto con la producción como con la distribución de conocimiento es un intelectual en el sentido gramsciano. Para mí, el hecho decisivo es que el intelectual orgánico es un individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actividad, filosofía u opinión. Quienes manejan capital cultural, a saber, producen conocimiento tienen un rol gravitante en sus sociedades. Los intelectuales son los mayores productores de discursos y por tanto dominan la esfera de "lo público".22

(2) Tomando los planteamientos de Horkheimer (1998) y la nomenclatura de Cox (1985), las teorías siempre son “para alguien” y “para algún propósito”. Las Ciencias Sociales se relacionan con, e inciden en las visiones y prácticas de los más diversos actores – desde cualquier modesto actor local hasta los agencias internacionales promotoras de políticas –. Dichas visiones y las prácticas que éstas hacen posible revisten consecuencias en modo alguno “inocentes” ya que poseen directas consecuencias políticas y normativas. De allí la importancia de la reflexión teórica acerca de los parámetros que enmarcan las nociones a las que apelamos para definir cualquier ámbito o fenómeno social. 21 El relato de O’Donnell en su texto Contrapuntos, respecto al desencanto en América Latina – aplicable al

caso chileno - post dictaduras es elocuente: “El desencanto, se apoderó de muchos cuando, después de la caída de los BA, una serie de melancólicas realidades se hizo evidente: crisis económica y su tratamiento tecnocrático y socialmente insensible; el debilitamiento de actores que fueron históricamente los grandes soportes sociales de los avances democráticos; el paralelo debilitamiento, si no la destrucción, de buena parte del aparato estatal al ritmo de aquellas crisis y de la ofensiva neoconservadora; la persistencia y, en muchos casos, la acentuación de grandes desigualdades y, junto con ellas, de relaciones sociales, con marcado acento autoritario, y por cierto el amargo descubrimiento que parte de los líderes políticos que la democracia trajo consigo seguía teniendo, como antes, grave dificultad en distinguir el bien público de sus intereses privados”. En: Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. Buenos Aires. Paidós. 2004, p 21.

22 En este caso entiendo “lo público” como el espacio de las interacciones humanas, en términos de tensiones, encuentros y desencuentros.

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(3) En términos amplios, considero que el lenguaje ocupa hoy un lugar más prominente y más importante en la variedad de procesos sociales. El lenguaje no sólo es un instrumento para informar sobre la experiencia humana, sino que, por su propia estructura formal, la define y permite conocer los significados que los actores individuales y colectivos atribuyen a las cosas. De allí que cobra relevancia analítica indagar la vinculación que se establece entre el discurso, su circulación y su impacto societal, respaldados por los rendimientos que el lenguaje tiene en dicha esfera cotidiana, como dispositivos para negociar, redefinir relaciones, desafiar, resistir, hegemonizar y, en definitiva, el modo de entender y experimentar “lo público”.

(4) Al mismo tiempo, los medios, especialmente la televisión,23 ocupan un lugar cada vez más importante en aspectos claves de la vida social, en especial en la política.24 Podemos decir - concordando con la opinión de Sartori - que la televisión25 se ha transformado en la agencia más grande de formación de opinión pública, puesto que la información es la piedra angular de la formación de la opinión pública.

(5) En lenguaje foucaultiano las “formaciones discursivas” y los “regímenes 23 Video Política. Medios, información y democracia de sondeo. Giovanni Sartori. Fondo de Cultura

Económica. 2003. En su libro Homo Videns, Sartori abre un debate con suficiente respaldo en evidencias que muestra cómo en la mayoría de los países occidentales el desempeño en el quehacer noticioso de la televisión representa básicamente, cuándo mucho, una subinformación, que es información insuficiente, que conduce a una desinformación absoluta, engañosa.

24 Se utiliza el término política para referirnos a su dimensión subjetiva. En ese contexto entiendo por política lo que Lechner llama “la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”. Ello presupone, que la política contribuye efectivamente a producir sociedad. Reivindicar el carácter constructivista de la política moderna no está de más en una época que tiende a la naturalización de lo social. En nuestros días, cunde la sensación que el estado de cosas existente sería un hecho natural frente al cual no hay alternativas. Sabemos poco de la dimensión subjetiva de la política. Para mayor información consultar: Lechner, Norbert. Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política. Lom Ediciones. 2002.

25 Quisiera traer a colación un penetrante análisis de Henry Kissinger al respecto: “Cuando la imagen visual reemplazó a la palabra escrita como el medio principal de comprensión del mundo, el proceso de aprendizaje se transformó de un modo activo a uno pasivo, de un acto participativo pasó a ser uno de asimilación de información ya digerida. Uno aprende de los libros por medio de conceptos que relacionan sucesos aparentemente diferentes unos con otros, lo que requiere esfuerzo y entrenamiento. Por contraste, las imágenes enseñan pasivamente. Evocan impresiones que no requieren ningún acto por parte del espectador, ponen énfasis en el afán del momento y dejan poco espacio al racionamiento deductivo o a la imaginación. Los conceptos son permanentes; las impresiones son cambiantes y, en parte, accidentales”. En: Years of renewal. Simon and Schuster. Nueva York. 1999, pp 28 y ss.

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de significación” son vistos como tramas de control, de violencia y de lucha en torno al poder de la palabra y a la autoridad de la representación, es decir, se trata de dar sentido, de fijar el sentido. En definitiva ninguna expresión de lenguaje es neutra; toda situación de discurso es atravesada por reglas de poder socio comunicativas que norman el acceso a la palabra y la distribución del “capital simbólico”26 Debido a la importancia de la influencia social del discurso, este plantea importantes cuestiones relativas al poder. Las “prácticas discursivas” pueden tener efectos ideológicos de peso, es decir, pueden ayudar a producir y reproducir relaciones de poder desiguales entre (por ejemplo) las clases sociales, las mujeres y los hombres, las mayorías y las minorías culturales o étnicas, por medio de la manera como representan los objetos y sitúan a las personas

26 Bourdieu, Pierre. Intelectuales, política y poder. EUDEBA. Buenos Aires. 2.000. Leer capítulo: Sobre el

poder simbólico; pp 65 a 73.

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Este trabajo está dividido en siete capítulos, en el primero hago un

recorrido a la galería donde se alinean los grandes “tipos intelectuales” de los

últimos dos siglos, recreando la figura del intelectual tal como se produjo en la

modernidad clásica, poniendo el énfasis en los diversos roles que han jugado a lo

largo de la última centuria; y destacando su rol fundamental en la génesis y

difusión de los conceptos y en las representaciones simbólicas de relevancia

social; en el segundo hago una breve sociología del intelectual de izquierda

latinoamericano, poniendo énfasis en las configuraciones y reconfiguraciones de

sus productos intelectuales y posturas política, a la luz de los clivajes históricos de

las últimas décadas; para en el tercer capítulo presentar y analizar los vínculos

que es posible establecer entre la transitología y el proceso de renovación

socialista, que tan hondo calo en la política chilena. En el cuarto capítulo narro

analíticamente cómo se fueron configurando los centros académicos alternativos

y cómo se constituyeron en espacios del saber crítico, desde donde se puso en

circulación el discurso transitológico. En el quinto capitulo, reviso críticamente el

corpus teórico que tematiza a los nms, poniendo hincapié en el trabajo de

disciplinamiento e invisibilidad que realizó magistralmente la transitología con

dichos nms. A continuación, en el capitulo seis, analizo cómo la transitología fue

producida por las comunidades epistémicas. Para terminar en el capitulo siete,

refiriéndome al proceso de diseño y la posterior circulación del término en las

redes de intelectuales transnacionalizadas.

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El Rol de los Intelectuales.

“La boga, predominante sin discusión en los últimos

decenios, respecto a la objetividad de la ciencia y su

neutralidad valorativa vino a traducirse de hecho en

irresponsabilidad del científico… La inteligencia, y

especialmente la académica, tomaba así el aspecto de un

brillante prestidigitador de ideas a quien admirar quizá en las

horas de ocio, pero del todo inútil en el momento de la decisión.

Nadie se extrañe del descrédito subsiguiente del intelectual.”

José Medina Echavarría.

La responsabilidad de la inteligencia.

Hay tres momentos históricos que perfilan la imagen del intelectual,

tal como se la entendió en el siglo XX. A principios del siglo XIX, Napoleón les

denominó “ideològues”, acaso inspirado en la novísima noción de ideología

acuñada por el filósofo francés Destutt de Tracy.27 Más allá del interesado uso

que le dio al término el autocoronado Emperador, lo que efectivamente reflejaba

su puesta en circulación, a partir de 1798, era la aspiración ilustrada por constituir

una ciencia que describiese la estructura del principal objeto del proyecto

iluminista: las ideas.

Hacia 1860, en la Rusia zarista, el narrador Boborykin28 acuña el

término “intelligentsia”, inmediatamente reproducido y difundido por I. S.

27 Para una actualización del debate académico que comporta la noción véase un interesante artículo de

Ricardo Camargo: Notas acerca de la determinación de lo ideológico y verdadero en Teoría de la Ideología. En: Revista de Ciencia Política. Vol. 25. Nº 2 del 2005 del Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El autor es miembro del Círculo de Santiago, grupo de reflexión epistemo-teórica de transversalidad disciplinar al que también pertenece el autor de esta tesis.

28 Boborykin (Pietr Dmitrüevitch) Novelista ruso, nació en Nijni - Novgorod en 1836. Doctorado en Derecho en la Universidad de San Petersburgo en 1860, al poco tiempo de titularse, abandonó la profesión de abogado por la literatura. Los especialistas lo consideran como uno de los primeros novelistas de su tiempo por la ingeniosa trama de sus libros, el acierto con que traza los caracteres de sus personajes y la viveza y brillantez de sus descripciones, pero le censuran por su estilo descuidado y el pesimismo que revelan todos sus personajes, condición que le hizo sospechoso en la corte moscovita. En: Enciclopedia Universal Ilustrada. Europeo - Americana. Espasa - Calpe S. A. Madrid. 1962. Tomo 7 p. 17.

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Turgueniev. Transcrito a las principales lenguas europeas, este término indicó

originalmente a un grupo social particular, típico de la Rusia zarista y de la

mayoría de los países eslavos de la época, con él se englobaba al círculo de

profesores, escritores y artistas sin recursos, así como a los eclesiásticos y

descendientes de clérigos de la Iglesia Ortodoxa que trabajaban en la

administración y ejercían profesiones liberales.; pero muy pronto se generalizó

para designar el estrato culto, la categoría de personas que tenían una

instrucción superior, en todas las sociedades.

Cerca de cuarenta años después de esta segunda forma de

sustantivación aparece una tercera en lengua francesa, con el término

“intellectuels”. Este último es el episodio más emblemático, fue un acto legitimador

y el modelo de la intervención de los intelectuales en los asuntos públicos, en el

que se vio involucrado Emile Zola, el 18 de enero de 1898; al publicar su famoso

artículo “Yo acuso” carta abierta a Felix Faure, presidente de la República

Francesa, en L’ Aurore, diario parisino, consagrando así el partido de los

intelectuales, a favor del capitán Dreyfus29, condenado y degradado por la justicia

militar francesa por espionaje, proceso que velaba las posiciones antisemita del

Estado Mayor francés. El 05 de enero de 1895 tuvo lugar su degradación solemne

en el patio de la Escuela militar. He aquí el conmovedor relato de Jean-Denis

Bredine30:

“Eran las ocho cuarenta y cinco. El general Darras

mira de arriba abajo al traidor mientras que el

escribano del Consejo de guerra lee la sentencia. A

29 Dreyfus, Alfred. (Mulhouse 1859 - París 1935) Militar francés, proveniente de una acaudalada familia

judía de Alsacia, se incorporó al ejército donde alcanzó el grado de capitán de artillería agregado al Estado Mayor (1889). En 1893 se le involucró en la difusión de una lista de secretos militares a Alemania, circunstancia que dio paso al célebre “caso Dreyfus”, que marcó política y socialmente a la III República Francesa. Tras ser juzgado irregularmente por un tribunal militar sin las suficientes evidencias, fue acusado de traición, degradado y condenado a deportación perpetua. Tras ser embarcado el 21 de febrero para Guyana, llega a su destino el 21 de marzo tras una terrible travesía en una jaula de hierro. Le trasladan en abril a la isla del Diablo, en la costa de Cayena (1894).

30 Jean-Denis Bredin. Licenciado en letras. Doctor en derecho. Miembro de la Academia de Letras de Francia, fundada en 1625 por el Cardenal Richelieu. Nació en París el 17 de mayo de 1929. Fue Presidente del Consejo de Administración de la Biblioteca Nacional de Francia en el período 1982 al 1986. A partir de 1989 ocupa la vacancia dejada por Marguerite Yourcenar en la Academia de Letras de Francia. www.academie-francaise.fr

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continuación, el general se levanta sobre estribos y,

con la espada en alto, pronuncia las palabras

sacramentales: Alfred Dreyfus, usted no es digno de

llevar las armas. En nombre del pueblo francés, le

degradamos. Alfred Dreyfus grita con una voz

metálica que se rompe: ¡Soldados, se degrada a un

inocente! ¡Soldados, se deshonra a un inocente! ¡Viva

Francia! ¡Viva el ejército! Se oyen los gritos de la

muchedumbre mantenida a distancia: ¡Muera! ¡Muerte

a los judíos! El suboficial Bouxin de la Guardia

republicana se acerca al condenado, inmóvil. De una

manera brutal, les arranca los galones del quepis y de

las mangas, las bandas rojas del pantalón, las

charreteras de las hombreras, y tira al suelo todas las

insignias del grado. Le arranca el sable y la vaina, y

los rompe sobre su rodilla. En posición de firmes, con

la cabeza alta, Dreyfus lanza un grito de angustia, un

alarido ronco que acaba en un sollozo. ¡Viva Francia!

¡Soy inocente! ¡Lo juro por mi mujer y mis hijos!

Harapiento ahora, el traidor debe desfilar ante las

tropas y dar la vuelta al patio de armas. Los soldados

permanecen silenciosos, helados. Cada vez que se

acerca en su marcha a la verja que contiene a la

muchedumbre, los gritos se redoblan: ¡Muera, muera!

Dreyfus se agota gritando todavía: No tenéis derecho

a insultarme. Soy inocente. ¡Viva Francia! Pero los

clamores ahogan su voz. Cuando pasa delante de los

representantes de la prensa, grita: ¡Decid a toda

Francia que soy inocente! Los abucheos le

responden: ¡Cobarde! ¡Judas! ¡Sucio judío!”31

31 Verdín, Jean-Denis. L’Affaire, Julliard, 1983.

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El manifiesto de Zola - el primero de una larga serie – abrió el

camino a la rehabilitación del capitán degradado. Le siguió la publicación el 15 de

enero en el periódico Le Temps de una petición que estaba firmada por hombres

de letras, universitarios, médicos de hospitales, abogados, estudiantes, críticos y

estudiosos quienes exigían la revisión del proceso Dreyfus. Entre los firmantes se

encuentran los nombres de Marcel Proust, Daniel Halévy, Anatole France, Emile

Durkheim, Claude Monet y Lucien Herr, entre otros.

Todo parece indicar que la idea del título del manifiesto publicado en

la primera página de L’ Aurore, se debe a Clemenceau, a la sazón, director del

diario, quien algunos días más tarde escribió. “¿No constituyen una señal todos

estos intelectuales, procedentes de todos los rincones del horizonte, que se

agrupan en torno a una idea y se mantienen inquebrantables a ella?” Clemenceau

no había inventado el término. La palabra intelectual aparece en 1821 de la pluma

de Saint-Simon, quien: “Invita a los intelectuales positivos a unirse y a combinar

sus fuerzas para proceder a un ataque general y definitivo contra los prejuicios,

comenzando por la organización del sistema industrial”. Sin embargo fue a finales

del siglo XIX, durante el caso Dreyfus, cuando la palabra intelectual se vuelve de

uso corriente. El uso público del término provocó inmediatamente una mordaz

respuesta en la prensa nacionalista por parte de M. Barrès32; a la polémica contra

los intelectuales se unían, algún tiempo después, también los más grandes

exponentes del sindicalismo revolucionario de la época, como G. Sorel y E. Berth.

Recibido con desconfianza en los diccionarios, y considerado a menudo como voz

jergal y despreciativa, el término intelectual, conservaba todavía el sentido político

que tenía por el hecho de haber sido acuñado, como si fuera un nombre de

batalla, en el conflicto que puso frente a frente a conservadores y progresistas en

torno al affaire Dreyfus. Aún en la actualidad, señalarse a si mismo o a los demás

como intelectual, no designa en efecto, únicamente una condición social y

profesional sino que sobreentiende una elección polémica de ubicación y de

alineamiento, la insatisfacción por una cultura que no es capaz de convertirse 32 Maurice Barrès fue un prominente adversario de Alfred Dreyfus. Como novelista francés de finales del

siglo XIX y comienzos del XX mostró tendencias protofascistas y antiintelectualistas, defendiendo la existencia de un inconsciente político, en virtud del cual razas y naciones eran portadoras colectivas de ideas y tendencias.

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también en política, o por una política que no quiere entender las razones de la

cultura.

El rol de liderazgo de los intelectuales (tanto de izquierda como de

derecha) en el caso Dreyfus sentó un precedente que sirvió de base para todos

los momentos políticamente dramáticos de la historia del siglo XX. Aún más, los

precedentes establecidos por Zola, Barrés y otros, no sólo tienen una dimensión

moral (el comportamiento del intelectual y el uso de su fama, posición privilegiada

y elocuencia deben estar al servicio de una causa), sino también estratégica

(cómo el compromiso de los intelectuales puede favorecer una causa o contribuir

a un movimiento).33

Historizando el término vemos que en L’ ancien régime et la

revolución (1865), Tocqueville sostiene que la politización de los intelectuales

nace de su falta de experiencia práctica y de su amor a las ideas generales, que

los hacen indulgentes con el extremismo simplificador y apriorista, enemigos

máximos de una correcta conducción de los asuntos públicos y de la libertad

política. Da la impresión que el sentido implícito de esta argumentación es que los

intelectuales sólo pueden tener una función negativa en la política, exaltando a la

muchedumbre con sus simplificaciones y abriendo el camino al despotismo.

Deben retornar pues a las letras, dejando la política a una clase de gobierno

experta y capaz.

Contemporáneamente, Marx y Engels, partiendo también de la denuncia de

la ideología del extremismo impotente y charlatán de las “cabezas alemanas“,

llegaban a resultados muy distintos y en cierto sentido opuestos.34 Su itinerario

juvenil del radicalismo al socialismo, parece marcado por un descubrimiento,

33 Véase: Regis Debray. Le pouvoir intellectuel en France. París. Ramsay, 1980. 34 En efecto, en La ideología alemana Marx y Engels analizan, de manera crítica y desmistificadora, las

doctrinas de los jóvenes hegelianos, remitiéndolas a las condiciones materiales de la vida social en Alemania alrededor de 1845, especialmente a las relaciones de clase que oponían a la burguesía y a las masas populares frente a la clase nobiliaria y a los Estados monarco-feudales. Por ello, las ideas, las representaciones, en suma las “formas de la conciencia social”, son tratadas como aspectos de la superestructura que se elevan sobre la base real constituida por las relaciones de producción ligadas al nivel alcanzado en ese tiempo por las fuerzas productivas. Fougeyrollas, Pierre. Ciencias Sociales y Marxismo. Fondo de Cultura Económica. México, 1996, p 199.

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económico y filosófico, esto es, que contrariamente a lo que habían afirmado

primero Fichte y luego Hegel, reproduciendo en esto un punto de vista ilustrado,

los intelectuales no eran de ninguna manera la clase representante de los

intereses más generales de la sociedad; más bien, tomados en sí mismos, no

eran siquiera una clase, un grupo social fundamental. Por sí solos nunca hubieran

podido llevar a cabo el proyecto de liberación histórica que la izquierda hegeliana

había concebido. Era preciso, por el contrario, considerar a “la clase que no tenía

nada que perder excepto sus propias cadenas” y cuya emancipación coincidiría,

por lo tanto, con la de la humanidad entera. Solamente con la alianza con los

explotados la filosofía habría podido poner fin a su propia miseria y a la

mistificación de lo real, transformándose en una fuerza material e histórica capaz

de revolucionar las relaciones sociales y orientar el desarrollo productivo.

Si desde el punto de vista subjetivo es muy difícil para los

intelectuales, sobretodo en los momentos de radicalización, no verse

comprometidos y no participar en la lucha política, por otra parte su ubicación

social intermedia impide una adhesión sin reservas a una de las dos partes en

contienda. Max Weber nos ha dejado tanto en sus escritos como en su

experiencia personal una imagen inquieta y cuestionadora de este contraste

lacerante para los intelectuales. Escindido entre la pura entrega a su propio

objetivo y la necesidad de optar por una posición y participar de los problemas de

su tiempo, para Weber la tarea del intelectual la constituye el continuo esfuerzo

crítico y la tensión entre la comprensión y la autonomía del juicio, “ética de la

responsabilidad y de la convicción”, como términos que por ser irreconciliables es

necesario encarar.35

La historia contemporánea, debe tributo a las relaciones entre las

esferas del conocimiento y el poder político al período en el que se constituyen las

ciencias sociales, como disciplinas autónomas, sistematizadas en lo que a su

estructura cognitiva se refiere, y con un cada vez mayor grado de

institucionalización y profesionalización; todo lo cual le permitió simultáneamente 35 Rabotnikof, Nora. “Máx. Weber: El sentido de la ciencia y la tarea de los intelectuales. Baca Olamendi,

Laura y Cisneros, Isidro. (compiladores). Los intelectuales y los dilemas políticos del siglo XX. Tomo I

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su articulación con las necesidades del Estado burocrático y racional, las

exigencias de los mercados capitalistas, y las expectativas de justicia de nuevos

actores sociales. Pensemos por ejemplo en los casos de Comte o Durkheim en

Francia; o la fundación de la London School of Economics para el caso británico;

o la labor del propio Máx Weber, Edgar Jaffé y Gustav Schmoller en los trabajos

de la renovada Verein für Socialpolitik (1873), algo que en el lenguaje actual

consideraríamos un think tank.36

Ya sea con Luckács, que al estudiar la difusión de las tendencias

irracionales en la cultura burguesa describía su historia como un “asalto a la

razón”; ya sea con Gramsci, que teorizaba respecto a la necesidad de un bloque

histórico de clases y de una lucha por la hegemonía que indicara a los mismos

intelectuales burgueses un camino para el renacimiento de la cultura después del

fascismo, volviendo a sus raíces nacionales y populares, el término intelectuales

adquirió un significado unívoco en los años del Frente Popular, en la guerra civil

española y en la resistencia, durante la segunda guerra mundial; junto con los

obreros y campesinos, los intelectuales se convirtieron en una de las categorías

constitutivas del frente unido antifascista, en representantes de la pequeña

burguesía revolucionaria y en los elemento más avanzados de la misma.

Durante la segunda mitad de la década del sesenta, el problema

comienza a trastocarse a propósito de la guerra de Vietnam y con el movimiento

estudiantil, cuyo momento culminante está representado por el “mayo del ’68”; a

la crítica intelectual del poder la sustituye la impugnación política de la cultura. A

los ojos de muchos, la llamada impugnación se presenta como una tentativa

extremista de rechazar y dar por cerrado el discurso sobre los intelectuales en la

forma en que lo habían desarrollado las generaciones anteriores. Mirado con una

perspectiva histórica más reposada, se puede advertir que la impugnación sólo

fue en muchos aspectos el enésimo episodio del proceso que la razón, había

intentado hacer contra la razón, en condiciones sociales distintas. Ahora bien, por

Editorial Triana-FLACSO. México, 1997. 36 Es primordial advertir - como curiosidad histórica - que estos primigenios “tanques de pensamiento”

creados en Europa fueron obra de socialistas y reformadores, y no tenían ligazón con los sectores dominantes, más bien se originaron a partir de iniciativas de intelectuales y políticos preocupados por las

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encima de las tendencias irracionalistas que se presentan siempre en las

sociedades industriales, la cuestión relevante consiste en saber si el desarrollo de

las fuerzas productivas, en escala no sólo local - nacional - sino global -

internacional - había eliminado las condiciones que hacían posible la alianza entre

el proletariado y las fracciones mas avanzadas de los estratos medios.

En esta larga historia de encuentros y desencuentros entre el mundo

del saber y la política las sociedades occidentales actuales le fueron incorporando

sus propias características, y también sus propias tensiones. Entre las más

destacadas, como lo indicara Lewis A. Coser37, hay que anotar el hecho de que el

vasto proceso de burocratización de la vida social ha llevado a que la

“productividad cultural se racionaliza de manera que la producción de ideas se

parece, en los aspectos principales, a la producción de otros bienes económicos”.

Paralelamente, el lugar que detentaba el literato y el intelectual de tipo

“generalista” es progresivamente ocupado por el “experto”, dotado de un dominio

técnico sobre un campo del saber, y capaz de orientarlo a la solución de

problemas concretos de elaboración de políticas.38 En el mismo sentido, la

vinculación entre los especialistas y la política se opera cada vez más al interior

de redes de asuntos (issue networks),39 que conectan agencias de gobierno,

centros de estudio, centros de investigación, fundaciones privadas, organismos

multilaterales, universidades públicas y privadas, empresas patrocinadoras de

condiciones de vida de los sectores populares. 37 Lewis A. Coser. Hombres de ideas. El punto de vista de un sociólogo. México, FCE, 1968. 38 José Joaquín Brunner. “Investigación social y decisiones políticas: El mercado del conocimiento”, Nueva

Sociedad, Nº 146, p 11 y ss, 1996. 39 Para la jerga “redes de asuntos”, ver: Hugh Heclo. “Issue Networks and the Executive Establishment”. En:

Anthony King (ed). The New American Political System. Washington DC, American Enterprise Institute, 1978. Heclo publica “Issue Network an the Executive Estabishment”, como crítica ante la inadecuación del concepto “triangulo de hierro” para comprender los cambios que habían tenido lugar en la política federal norteamericana durante los años setenta. Dichos cambios hacían referencia, primero, al crecimiento de la intervención gubernamental y, en segundo lugar, al paralelo incremento del número y categorías de actores que trataban de influir en el proceso de las políticas públicas. De este modo, frente a la figura del “triángulo de hierro”, que presumía un pequeño número de participantes, aislados y autónomos respecto al entorno, Heclo elabora el concepto de “issue network”, para dar cuenta del gran número de actores que pululan en torno a las políticas, con grados variables de compromiso o dependencia mutua, moviéndose constantemente dentro y fuera de la red resultante. Al mismo tiempo ninguno de estos actores, conseguía el control total de las políticas, y el papel de los intereses económicos era tan importante, como el de los compromisos ideológicos o emocionales. La nueva conceptualización de Heclo estaba asociada con el fenómeno observado en la sociedad estadounidense desde finales de los años sesenta; me refiero al surgimiento de multitud de grupos y organizaciones vinculadas a la defensa de intereses no económicos: feministas, medioambientalistas, étnicos, de defensa de los derechos y libertades

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proyectos, y otras organizaciones complejas, que dejan poco espacio a la figura

declinante del intelectual “independiente”.

¿La cultura crítica se estaría transformando, pues, de elemento

progresivo en un privilegio y en un instrumento de conservación de relaciones

sociales ya superadas? Es de particular interés, a este propósito, el análisis de la

revolución cultural china. Esta última muestra, por un lado, que el avance en la

profundización del proceso de socialización de las masas campesinas y obreras

requiere un cuestionamiento radical de la relación entre división del trabajo y

cultura, y, por otro lado, que el desarrollo programado y estatal de la economía

hace desaparecer ciertas figuras capitalistas como los propietarios y los

empresarios, pero hace surgir al mismo tiempo un nuevo estrato dirigente,

formado por administradores, técnicos y cuadros políticos. En este estrato el

intelectual encuentra una alternativa de clase en alianza con el proletariado; es

significativo que en China la polémica no se haya dirigido contra el intelectual

tradicional sino contra un nuevo tipo de intelectual que “estudia para convertirse

en funcionario”. Es igualmente significativo que la revolución cultural, a pesar de

haber estado precedida por un choque dentro del partido, haya empezado como

movimiento masivo, a partir de discusiones filosóficas en las universidades y a

partir de la representación de espectáculos teatrales. El espíritu igualitario de la

revolución cultural, no sólo tuvo su origen en el estímulo masivo sino en cierta

forma en aquel racionalismo de los intelectuales que Tocqueville definía como

abstracto. Por esto, si en China y en otras partes el desarrollo de las fuerzas

productivas hizo posible y actual, a través del dirigismo, que los intelectuales

adquirieran una función de poder como “expertos”, no por eso lo intelectuales

como grupo social están condenados inevitablemente a ser absorbidos por la

nueva “burguesía de Estado”, ni la cultura ha dejado de ser la fuente de

tendencias y movimientos de radicalización política.

Esta visita nostálgica a la galería donde se alinean los grandes tipos

intelectuales de los últimos dos siglos sólo podría aceptarse como recorrido por

una tradición que ha sido cerrada por los hechos. La figura del intelectual tal como

civiles, etc.

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se produjo en la modernidad clásica ha entrado en su ocaso. Las

transformaciones en los ámbitos económicos, sociales, culturales y tecnológicos

han dado origen a un intenso cambio en el estatus y rol de los intelectuales. Ante

la nueva situación mundial creada en los últimos años, los intelectuales de viejo

cuño no volverán a ser los únicos administradores de la globalidad. Por la crisis

en la que se hundieron con sus errores y por el nuevo clima que no tiene interés

en rescatar el estilo con el que construyeron sus aciertos, la autoridad perdida

difícilmente les será restituida en algún proceso restaurador de legitimidades. En

tamaña complejidad, los intelectuales en general han optado por un gran

escepticismo en los fines y un sorprendente pragmatismo en los medios; quienes

antes eran considerados intelectuales, hoy son los primeros en rechazarlo, y no

sólo porque hayan realizado a fondo la crítica del elitismo heroico de los

intelectuales modernos de viejo cuño. También por que las instituciones de la así

llamada postmodernidad han cooptado a los portadores del saber indispensable

para ejercer la crítica. Los intelectuales públicos, es decir hombres y mujeres cuyo

teatro era la esfera pública, han entrado por miles en una zona especializada de

lo público: la academia. Y en ella trabajan como expertos no como intelectuales.

Sin embargo, la función crítica, que, entre otras funciones tuvieron

los intelectuales - y las vanguardias - todavía ejerce un llamado poderoso porque

no se han desvanecido las injusticias que dieron impulso al fuego donde se

impugnaron poderes absolutos y legitimidades basadas en la autoridad despótica

y la concentración de riquezas.

¿Necesitamos de los intelectuales? ¿Es necesario que hayan voces

que hablen de aquello que no la concierne directamente: el conflicto entre judíos y

palestinos siendo cristiano; los negros, siendo blanco; los homosexuales, siendo

heterosexual; los mapuches, siendo mestizo; los pobres, aunque se viva en el

confort; los ricos, aunque su riqueza no afecte nuestro bienestar? ¿Son

preferibles los “ghettos” donde cada cual habla de lo suyo, a los espacios abiertos

donde cada cual habla, desde su saber y desde su interés, pero considerando

otros saberes y otros intereses? ¿Cómo pensar el tema del poder? ¿Cómo

explicar la razonabilidad de las prácticas sociales? ¿Cómo entender la relación

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sujeto-objeto de conocimiento? ¿Cómo comprender y explicar nuestras propias

prácticas, como investigadores?

Si responder a esas preguntas aún tiene sentido, la cuestión doble

de quién habla y cómo se habla, no ha sido liquidada definitivamente, pese a la

crisis de la figura intelectual clásica. En la sociedad en la que vivi(re)mos, el

individualismo, el repliegue de la esfera pública, la baja credibilidad de los

políticos y de las instituciones políticas, la trivialidad y vulgaridad de los mass

media, el desplazamiento de la política letrada40 y la crisis de la escuela como

espacio de redistribución simbólica, producen un efecto de dispersión que no

puede confundirse con pluralidad de centros dinámicos, y una pobreza de

sentidos globales, que no puede confundirse con autonomía de los individuos.

El conocimiento, como ejercicio del pensar, o es crítico o no es,

puesto que el pensar implica la capacidad para interrelacionar y confrontar

distintas interpretaciones del mundo, lo que nos lleva a plantearnos preguntas y a

formular las interpretaciones dadas de forma permanente. Somos tan

responsables del pasado como del futuro, por que en el pasado están las tareas

no concluidas y las injusticias no compensadas. Quienes quieren hacer crítica del

presente, necesitan pensar en el pasado, que sólo llegará a ser una herencia

intolerable, cuando se la recibe sin someterla a una crítica radical.

40 Moulian, Tomás. De la política letrada a la política analfabeta. Lom Ediciones. 2004. Moulian plantea la

tesis de un proceso involutivo que estaría experimentando el ejercicio de la política, el que estaría a punto de ser reemplazado por una pseudo política. Cuando la política agoniza y considera lo existente como racional de por sí, la sociedad pierde su reflexión imperiosa sobre sí misma.

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El Intelectual de Izquierda en América Latina.

“Entonces amó como si fuera la última vez Besó a su mujer como si fuera la última y a cada hijo suyo como si fuera el único y atravesó la calle con su paso tímido. Trepó a lo alto de la construcción como si fuera una maquina Y levantó cuatro paredes sólidas Ladrillo por ladrillo en un dibujo mágico Sus ojos se llenaron de cemento y lágrimas. Se sentó a descansar como si fuera sábado comió un escaso arroz como si fuera un príncipe bebió y sollozó como si fuera un naúfrago bailó y río como si escuchara música y se deslizó en el vacío con su paso ebrio. Y flotó en el aire como si fuese un pájaro y termino en el suelo como un paquete fláccido y vivió su agonía en medio de los transeúntes Y murió en contrasentido bloqueando el transito.”

Chico Buarque.

Construcción. 1969.

Los intelectuales siempre han cumplido una función crucial en las

sociedades y en la política latinoamericana. Desde la independencia y a lo largo

del siglo XIX, en parte por la importancia de las tradiciones europeas, en parte a

consecuencia de la debilidad de las instituciones representativas, intelectuales

claves ocuparon un espacio decisivo en muchas sociedades latinoamericanas.

Domingo Faustino Sarmiento participó en la fundación del ejército argentino, del

sistema de enseñanza y de la política migratoria y también en la racionalización

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genocida de los pueblos originarios; y Rui Barbosa contribuyó a la abolición de la

esclavitud y a la instauración de la República en Brasil. Innumerables

historiadores, periodistas, políticos mexicanos, desde Valentín Gómez Farías

hasta Ricardo Flores Magón, coadyuvaron a la formación de la identidad nacional

de su país, lo mismo que el poeta José Martí luchó por la independencia cubana:

la tenue línea que separaba la actividad intelectual del activismo político sentó

una distinción también tenue entre ambos, tanto entonces como ahora. Era

frecuente que los partidos políticos no existieran o carecían de toda

representatividad; los sistemas electorales pecaban casi siempre de ser

puramente formales. La construcción de la nación seguía incompleta y en el vacío

que creaban ausencias, el intelectual brillaba.

Guardianes de la conciencia nacional, críticos en constante

exigencia de responsabilidad, baluartes de principios y rectitud, durante casi cinco

siglos, los intelectuales latinoamericanos, a través de sus escritos, enseñanzas,

discursos y otras actividades, sustituyeron a innumerables instituciones y actores

sociales. Estos, o bien eran incapaces o bien no estaban dispuestos a asumir

esas responsabilidades y las transfirieron a aquellos que, por una u otra razón,

podían cargar con ellas. Huelga decir que no todos los intelectuales

latinoamericanos, y ni siquiera una mayoría significativa, cumplieron esa función.

Pero sí lo hizo un número suficiente: a través de los años, en muchos países

latinoamericanos llegaron a ocupar un lugar que en realidad ninguna otra

sociedad les brindaba. Baste aquí recordar la notable influencia que en su día

ejercieron Bartolomé Mitre, Rómulo Gallegos, José Vasconcelos, Lucas Alamán,

Arturo Uslar Pietri y muchos otros intelectuales en casi todos los estados

latinoamericanos

Siguiendo un interesante argumento de la historiadora Sol Serrano,

el rol central de los intelectuales en el siglo XIX, habría consistido en la “función

de mediación; de mediación de la producción de conocimiento de los países del

centro y la sociedades locales”41 o periféricas. De manera tal, que este argumento

41 Serrano, Sol. Rol histórico de los intelectuales en Chile. Revista Proposiciones. Nº 24. Sur Ediciones. 1994.

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va a contrapelo de lo comúnmente señalado por la explicación colonialista42, en el

sentido que está función mediadora no es pura recepción-imitación. Tiene en

consecuencia, un fuerte carácter creativo, al adaptar y traducir el conocimiento en

proposiciones para las sociedades locales.43 Corresponde a lo que Eisenstadt ha

definido como “intelectuales secundarios”, aquellos que toman en préstamo la

producción original de otros y que juegan un rol central en el proceso de

construcción y transmisión de la tradición; sirven como canales de

institucionalización y posibles creadores de nuevos tipos de símbolos de

orientación cultural, de tradición y de identidad colectiva.

A medida que avanzó el siglo XX, la intelligentsia latinoamericana

siguió desempeñando ese papel, en revoluciones y reformas, en la oposición a

golpes militares y dictaduras, en la educación, la cultura y los medios de

comunicación. Allí donde surgieron partidos políticos estructurados y verdaderos,

los intelectuales participaron en sus directivas o redactaron sus programas.

Cuando finalmente aparecieron los medios masivos de comunicación en algunos

países latinoamericanos, los intelectuales ocuparon sus salas de redacción y

escribieron sus páginas editoriales. Al estructurarse los sistemas modernos de

educación superior, los intelectuales contribuyeron a su creación o a su reforma,

confiriendo a los movimientos universitarios un alcance y una influencia duradera

que trascendían sus méritos intrínsecos iniciales. Y cuando se presentó la

oportunidad de gobernar, la abrazaron. Como lo demuestran las citas que siguen

de notables intelectuales brasileños de los años treinta, en su opinión, un

intelectual y un gobernante solían ser la misma cosa:

42 Respecto a la circulación de las ideas, es frecuente por su mayor visibilidad la perspectiva colonialista. Esta

interpretación asume que somos – en América Latina - sólo receptores-imitadores; argumentando que recibimos aquello que las metrópolis deciden exportarnos y aquello que nuestras elites colonizadas buscan para estar a tono. La versión marxista de este paradigma apunta a que cada clase social de la periferia, a través de sus intelectuales orgánicos, va al centro a buscar las teorías que le sirven para sustentar sus posiciones y reproducir sus intereses. Un agudo tratamiento del tema, aunque focalizado en las redes de intelectuales conosureñas en la convulsionada década del ’60, puede leerse en: Eduardo Devés Valdés, “La circulación de las ideas y la inserción de los cientistas económico-sociales chilenos en las redes conosureñas durante los largos 1960”. Historia, Nº 37, Volumen II, julio-diciembre 2004, pp 337-366.

43 Serrano, S. Op. cit p 165.

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A juicio de Martins de Almeida, “la capacidad

de gobernar del hombre moderno depende de un

conocimiento especializado, de cultura sociológica,

de concepciones intelectuales”. Candido Mota Filho

afirmaba: “En la sociedad moderna, todo estadista

es más o menos un sociólogo”. Y según Mario de

Andrade, hablando en broma, “la sociología es el

arte de salvar rápidamente a Brasil”. Estas son

diversas maneras de proclamar que entre el oficio

del intelectual y el del gobernante hay una profunda

semejanza. También es … un modo de presentar su

candidatura a puestos de liderazgo político.44

En el pasado reciente, cuando América Latina sufrió los traumáticos

sucesos de los años setenta y ochenta – golpes de Estado, guerras civiles,

revoluciones y contrarrevoluciones, tortura y quema de libros – los intelectuales

siguieron ocupando la primera fila de la escena política. A través de la larga

noche de las dictaduras militares y las “guerras sucias” en Sudamérica, los

intelectuales denunciaron violaciones a los derechos humanos, resistieron los

intentos de censura y con frecuencia se convirtieron, con el riesgo de sus propias

vidas, en el núcleo de la resistencia a múltiples gobiernos autoritarios que

copaban el panorama de la política regional.

En Brasil, durante los años más difíciles de la dictadura, abogados y

periodistas, obispos, músicos, sociólogos y cantantes fueron figuras centrales,

primero en la dirección de la lucha contra la represión, y después, garantizando una

transición pacífica e inexorable, aunque prolongada. En esa época resurgió el

papel central que tradicionalmente desempeñaron los intelectuales en Brasil y se

les adjudicó a los sociólogos y economistas del país, junto con sus cantantes y

compositores. Científicos sociales como Hélio Jaguaribe, Francisco Weffort,

Fernando Henrique Cardoso, Cándido Mendes, Bolívar Lamounier y economistas

44 Daniel Pécaut. Entre le Peuple et la Nation: Les Intellectuels et la Politique au Brasil. Editions de la

Maison des Sciencies de L`Homme. París. 1989. pp 21-22.

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como Celso Furtado fueron decisivos en la crítica a la dictadura militar y en el

esbozo de una alternativa. Cuando emergió la democracia, fundaron partidos

políticos, escribieron columnas semanales en la prensa de circulación masiva y

contribuyeron a guiar al país desde los problemas del pasado hacia los desafíos del

futuro.

En Argentina, psicoanalistas y periodistas, junto con escritores y

defensores de los derechos humanos, fueron a la vez víctimas y actores en la

lucha contra la guerra sucia. No fue por casualidad que el gobierno de Alfonsín,

que presidió el fin de la pesadilla, entregara la tarea de revisar el pasado y saldar

cuentas con él a una comisión encabezada por Ernesto Sábato, uno de los

principales novelistas del país. Y en Perú, donde un segmento sustancial de la

población se levantó contra el caos reinante, Mario Vargas Llosa, el escritor más

reconocido del país andino, fuera reclutado como candidato a la presidencia de

una nación al borde del precipicio.

Una explicación de lo anterior se halla en la naturaleza de las

brechas que los intelectuales siempre trataron de salvar con mayor o menor éxito.

En gran medida, desempeñaron un rol de intermediarios entre dos conjuntos de

actores que con frecuencia resultaron incapaces de comunicarse entre sí. Los

intelectuales se situaron con frecuencia justo en el intersticio entre América Latina

y el resto del mundo, y entre un Estado fuerte y una sociedad civil débil.

Desde la independencia formal, el hemisferio se erigió en un gran

importador de ideas, ideologías, teorías y doctrinas sociales. Ya en la época de la

Colonia, la importación de ideas y teorías creó el clima intelectual para la

independencia. A principios del siglo XIX se importó el liberalismo constitucional

de Europa y Estados Unidos, muchas veces con flagrante descuido de su

absoluta inaplicabilidad a nivel local. Mientras se redactaban, aprobaban y

promulgaban constituciones con credenciales liberales, impecables y con una

regularidad asombrosa, simultáneamente, las verdaderas características de la

vida nacional que predominaban eran las guerras civiles, la intervención

extranjera, el cautiverio, la privación de derechos civiles y hasta la esclavitud.

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A principios del siglo XX, y con más intensidad a partir del segundo

decenio, se importaron el marxismo y el leninismo. No obstante, estas ideas

también se revelaron inaplicables a las condiciones de la época. La ortodoxia

marxista trató de formar partidos de clase obrera allí donde no había obreros,

distribuir una riqueza que no existía, y dirigir la revolución a nombre de un sector

de la sociedad que constituía la más pequeña de las minorías.

Los intelectuales se lanzaron a viajar por el globo en busca de

ideologías en venta, y asimilaron, empacaron y enviaron a su destino para

consumo local. Un sinnúmero de intelectuales latinoamericanos contemporáneos

vivieron en el extranjero: diplomáticos y escritores mexicanos, como Carlos

Fuentes, Octavio Paz, José Gorostiza y Fernando del Paso; muralistas que

pintaron tanto en París, Detroit, Nueva York, y Dartmouth como en México;

escritores del “boom” latinoamericano, desde Gabriel García Márquez hasta el

ciudadano francés naturalizado Julio Cortázar. No es casual que cuatro de los

cinco premios Nóbel de literatura latinoamericanos hayan ocupado cargos

diplomáticos: Octavio Paz, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias y nuestros

poetas Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Es posible intentar una explicación de la

destacada función de los intelectuales en la sociedad latinoamericana. Emana en

parte del papel que desempeñaron como conducto entre una región ávida de

ideas, experiencias y doctrinas del exterior y el resto del mundo, donde se

producían y generaban. Los intelectuales latinoamericanos se parecen a los

venerables poetas y trovadores de la época homérica, que viajaban por el mundo

del Egeo con noticias, rumores y canciones, con la salvedad de que los

intelectuales latinoamericanos regresan a sus países con el caudal de ideas y

cultura adquirida.

Pese a todo, el efecto de esa situación privilegiada no es

exclusivamente positivo. En tiempos recientes, un buen número de participantes y

observadores de la escena intelectual latinoamericana han criticado y critican aún

la tendencia de muchos pensadores y analistas del hemisferio a adaptar sus

investigaciones y gustos a los del público internacional y de las fundaciones que

los financian. Desde la derecha del espectro político, Mario Vargas Llosa

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denunció que el intelectual latinoamericano antinorteamericano complace al

“establishment cultural de Estados Unidos, haciendo y diciendo lo que se espera

de él, y confirmando todos los estereotipos de la visión latinoamericana del

mundo”. Desde la izquierda. James Petras impugna rotundamente esa deriva:

“Hace veinte años, era virtualmente imposible

encontrar en América Latina a un intelectual de

izquierda que estuviera dispuesto aceptar ser

financiado por fundaciones con fondos del exterior.

Hoy, raras veces se encuentra a un investigador que

tenga contactos con cualquier institución reconocida

y que no esté financiado por alguna de las

fundaciones europeas o norteamericanas,

importantes o menores. Y en el caso de muchos que

no reciben financiamiento, no es porque no tengan

reparos en ello, sino porque todavía no han

establecido los contactos o conexiones

adecuadas”.45

El comentario no es falso y tampoco del todo nuevo. La

internacionalización de los intelectuales latinoamericanos y su posterior

subordinación a los caprichos, dictados o simples inclinaciones de amigos y

fundaciones en el extranjero ha sido un tema constante en las discusiones sobre

el papel de la intelligentsia en la política del continente. Es cierto que en el

período del exilio en los años setenta y ochenta se engendraron vínculos más

estrechos a nivel internacional y el carácter específico del trabajo en cuestión fue

cambiando; toda América Latina sufrió una transformación dramática en su

afinidad con las influencias extranjeras. Es posible que lo que hicieron sus

intelectuales se asemejara simplemente a las transformaciones que sufrieron al

mismo tiempo sus gobiernos, empresas y trabajadores migratorios.

45 James Petras. US Hegemony Under Siege. Verso Books. Londres y Nueva York. 2001, p 147.

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44

Ahora bien, esto explica sólo parte del fenómeno. El papel de los

intelectuales también tuvo su origen en la enorme brecha que existía entonces en

Latinoamérica, y que a menor escala perdura hoy, entre el Estado y la sociedad

civil, entre Estados tradicionales fuertes y sociedades civiles crónicas débiles:

“En un continente como América Latina, con

países que se caracterizan por una sociedad civil

débil, al intelectual se le imputan responsabilidades

exageradas que lo transforman en un tribuno, en un

miembro del parlamento, en un dirigente laboral, en

un periodista, en un redentor de su sociedad ante la

ausencia de las funciones que debería cumplir la

sociedad civil. A medida que esta última se fortalece,

el papel del intelectual disminuye, pero entretanto, el

intelectual es importante porque representa a la otra

elite. Latinoamericana ha sido un continente

gobernado por elites, por una elite de poder y por

una elite crítica, con una especie de diálogo entre las

dos”.46

Si se observa más de cerca el rol que con frecuencia los

intelectuales han cumplido en Latinoamérica, éste consiste en sustituir a alguien o

algo. Escriben, hablan, defienden o hacen lo que otras instituciones o grupos

generalmente realizan en otros lugares. Luchan por los derechos laborales en vez

que lo hagan los sindicatos; denuncian violaciones a los derechos humanos en

sustitución de jueces o tribunales; censuran la injusticia, la opresión y el fraude

electoral en nombre de partidos políticos inexistentes y escriben folletos en los

que revelan y condenan la corrupción en sustitución de una prensa amordazada o

autocensurada y convocan a la protección del medioambiente en sustitución de

grupos o asociaciones ecológicas embrionarias o aún por crearse. De acuerdo a

Norbert Lechner, los intelectuales, independientemente incluso de su filiación

ideológica, no han cesado de influir sobre la vida política de América Latina desde

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45

los comienzos de la vida republicana “ …… han sido los especialistas en producir

o reproducir los valores y mundos simbólicos, las creencias y representaciones

colectivas, en fin, las ideas e imágenes que se hace una sociedad acerca de sí

misma”.47 En realidad el papel fundamental que se descarga en los hombros a

menudo frágiles de los intelectuales emana más de la falta de otros capaces de

cumplir este papel que de sus propios deseos, capacidades o méritos.

La causa de esta sustitución recurrente pareciera ser obvia, como lo

han destacado innumerables historiadores y estudiosos de la política y de las

sociedades latinoamericanas. Estas últimas evolucionaron sin desarrollar muchos

de los sectores fuertes de la sociedad civil que en otros países surgieron junto con

instituciones representativas, por lo menos formalmente. Ello se debe en parte a

que casi en todo el hemisferio el Estado surgió antes de que la nación estuviera

verdaderamente constituida como tal, y una vez creada la nación, condujo a la

existencia de un Estado demasiado poderoso en relación con la sociedad civil.

Aunque, como sucedió en el transcurso de gran parte del siglo pasado, el Estado

no era particularmente fuerte en términos absolutos, en términos relativos se

encumbró por encima de la sociedad civil. Sindicatos obreros, partidos políticos,

medios de comunicación de masas, cooperativas campesinas, son instituciones

que, si bien no estuvieron ausentes de América Latina en el pasado, carecieron

del vigor que alcanzaron en Europa o Norteamérica.

La izquierda intelectual latinoamericana es un producto directo del

papel que los intelectuales de toda índole desempeñaron en la política del

hemisferio por decenas de años. No todos, obviamente, y ni siquiera la mayoría

de los intelectuales destacados del continente fueron hombres y mujeres de

izquierda; y de ningún modo todos los intelectuales de izquierda fueron

especialmente notorios. Pero, en general, desde comienzos del siglo XX hasta

hace poco, muchos de los intelectuales latinoamericanos se situaron a la

izquierda del espectro político; aunque no dominaron el pensamiento o la política

de la región.

46 Carlos Fuentes. Entrevista Diario El País. Madrid. Septiembre de 1991. 47 Lechner, Norbert. Intelectuales y política: nuevo contexto y nuevos desafíos. En: Los intelectuales y los

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46

La izquierda intelectual latinoamericana configuró una corriente bien

organizada y coherente de acción política y de orientación ideológica, que la

centro-derecha intelectual comenzó a formar hasta hace poco, cuando varios

antiguos miembros de la izquierda - Mario Vargas Llosa, Octavio Paz - la

abandonaron.48

La izquierda intelectual latinoamericana cumplió una función

primordial en la conceptualización y socialización de los regímenes nacional –

populistas de los treinta, cuarenta y cincuenta, ejerciendo una gran influencia en

la conservación de sus logros y su legado en la mentalidad de sus ciudadanos. En

los sesenta, cuando se aisló totalmente a la Revolución Cubana49 en la oficialidad

hemisférica, los intelectuales del continente sustituyeron en gran parte a

gobiernos y embajadas. Todo intelectual latinoamericano digno de su pluma, su

lienzo o su cancionero hizo su peregrinación a La Habana en un momento u otro.

El número de reuniones, congresos simposios y asambleas

celebrados en la isla desde el inicio de la Revolución hasta finales de los ochenta

es sorprendente. Además, hasta 1968, entre los intelectuales latinoamericanos

imperaba una especie de consenso en torno al apoyo a Cuba. Pero esta casi

unanimidad no perduró. Cuba ya no volvería a ser objeto de consenso. Las

rupturas variaron en intensidad: Vargas Llosa se convirtió en un crítico estridente

de todo lo que sucedía en Cuba; Fuentes nunca regresó, pero se negó a criticar

directamente la Revolución, por fuertes que fueran sus reservas. Algunos - como

Cortazar - brindaron otra oportunidad a Nicaragua,50 aunque los sandinistas no

dilemas políticos en el siglo XX. FLACSO. México, 1997, p 34.

48 Paz nunca fue un gran entusiasta, por ejemplo, de la Revolución Cubana, pero Vargas Llosa sí lo fue y nunca lo negó: “A finales de los cincuenta y principios de los sesenta estuve comprometido políticamente con causas e ideales de extrema izquierda. Como muchos latinoamericanos, mi entusiasmo por el triunfo de la Revolución Cubana fue muy intenso. Cuando Fidel Castro entró en La Habana fue algo sumamente importante para la izquierda en Latinoamérica. Yo estuve muy cerca de los ideales de la izquierda; la idea del socialismo me resultaba sumamente atractiva”. Mario Vargas Llosa. Transforming a Lie into Truth. En: A Writer’s Reality. Syracuse University Press. Syracuse. 1991, p 145.

49 Cuba tuvo un papel significativo en la articulación de redes de novelistas, ensayistas y críticos culturales cosa que se explica por el alto nivel que esas disciplinas alcanzaron en la isla. Esto no guarda relación alguna con lo que ocurría en el campo de las ciencias sociales, mucho más fuertes en el Caribe de los ’60 en los territorios anglófonos que en los hispanoparlantes. Para mayor información leer: Germán Alburquerque. Los escritores latinoamericanos en los ’60: una red intelectual. Tesis de Magíster en Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile. 2003.

50 Cortázar, Julio (1914 – 1984) Escritor argentino. Renovó el género narrativo, especialmente el cuento

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vivieron una historia de amor con la intelligentsia latinoamericana como lo vivió

Cuba en los años sesenta. Muchos de los grandes escritores de esa época

trabajaron por La Habana en uno u otro terreno, pero pocos obraron igual veinte

años después por los comandantes de Managua.51

En los sesenta, no existían muchas dudas en torno al rol y a las

funciones del intelectual, era claro que tenían una especie de compromiso

histórico con la “verdad” (muy probablemente reminiscencias del affaire Dreyfus),

que defendían valores normativos abstractos y casi absolutos, como la verdad, la

justicia y la democracia, y que no se contentaban con propugnar valores de

validez parcial y relevancia limitada. En su autopercepción y ante los ojos de la

opinión pública se colocaban a menudo allende las nociones corrientes del bien y

del mal; se consideraban a sí mismos y eran vistos por los demás como personas

que tenían el privilegio de permanecer al margen de las contradicciones y

conflictos de su entorno, sin ser determinados a su vez por su posición o su

origen social. Por ello tal vez hasta la segunda mitad del siglo XX no se dieron

cuestionamientos científicos o políticos serios del rol de los intelectuales. Como

anota María Susana Arrosa Soares, “la desacralización del intelectual y el

desencanto con sus funciones constituyen procesos recientes, lo que a su vez ha

provocado polémicas corporativas en torno a su propio proceso identitario”.52 En

pocas generaciones los intelectuales han devenido de conciencia crítica de la

nación a meros expertos en legitimación.

breve, tanto en la estructura como en el uso del lenguaje. Nació en Bruselas, Bélgica. Luego sus padres se trasladaron a Buenos Aires. Estudió en la Escuela Normal de Preceptores y fue profesor de Lengua y Literatura francesas en varias Universidades de la provincia de Buenos Aires, y más tarde en la Universidad de Cuyo. En 1951 gana una beca para realizar estudios en París, ciudad en la que residirá hasta su muerte. En octubre de 1979 visita Nicaragua y desde entonces se dedica a apoyar y a servir a la Revolución Sandinista. Algunos de sus libros fueron utilizados en la campaña de alfabetización del país centroamericano. En 1983 se publicó Nicaragua tan violentamente dulce. En 1984 regresa a Nicaragua donde es homenajeado por el ministro de cultura, el poeta Ernesto Cardenal, quien a nombre del gobierno sandinista le entregó la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío. Mantuvo a lo largo de su vida, un compromiso político activo, sobre todo en defensa de los derechos humanos. Su obra literaria más innovadora fue Rayuela (1963).

51 En retrospectiva, el apoyo de los intelectuales a Cuba fue decisivo, como lo fue su devoción a la causa. Cuando García Márquez contempló esos años, rememora: “Solo ahora podemos ver cuán orgánicos éramos y qué útil fue en realidad para la Revolución Cubana todo ese apoyo intelectual”. García Márquez. Diario El País. Julio de 1992.

52 Arrosa Soares, María Susana. “Apresentaçâo”, en: Arrosa Soares, María Susana. (Compiladora) Os intelectuais nos processos políticos da América Latina. Porto Alegre. Editora da Universidade Federal do Rio Grande do Sul. 1985, p 08 y siguientes. Esta compilación de ensayos, representa una obra pionera en

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En los setenta, los intelectuales de la época mantuvieron sus

papeles prominentes y participaron con frecuencia en puestos de dirección de los

movimientos revolucionarios que surgieron en Centroamérica y en la resistencia

a los BA del Cono Sur. No fue casual que muchos de los insurgentes de las

insurrecciones nicaragüenses y salvadoreña hubieran cursado sus talleres

prácticos de la ciencia revolucionaria en las universidades del istmo, dirigidos por

miembros de la izquierda laica o jesuita.

En los ochenta a medida que avanzaba la transición hacia

regímenes menos autoritarios, la izquierda intelectual latinoamericana aumentó su

participación en la política de la región. Los intelectuales conceptualizaron,

negociaron, narraron y muchas veces dirigieron el proceso transición política

hacia el gobierno civil, el respeto a los derechos humanos y la construcción y

consolidación de instituciones democráticas.

el campo de la sociología política de los intelectuales latinoamericanos y grupos afines.

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El tránsito teórico de la izquierda intelectual: Desde la revolución a la transición.

“Insistir que aquí hay un pacto, sin poder aún

dilucidar – lo confieso – si es de naturaleza explícita o

tácita, lleva la discusión a un plano histórico más concreto

que las tesis más convencionales que sostienen que

estos intelectuales son unos conversos o traidores natos.”

Alfredo Jocelyn-Holt.

Los Intelectuales-Políticos Chilenos.

“Imaginen ustedes, dice, un movimiento radical que hubiera sufrido

una enfática derrota. Tan enfática, en efecto, que le resulte improbable resurgir en

el tiempo de vida de sus miembros, si acaso. La derrota que tengo en mente no

es el tipo de rechazo al cual la izquierda política se halla depresivamente

acostumbrada; sino una repulsa tan total y definitiva que parece desacreditar los

propios paradigmas con los cuales esa izquierda tradicionalmente ha trabajado.

Ya no cabría, por tanto, defender esos conceptos apasionadamente sino que

bastaría con otorgarles el suave interés del anticuario cuando contempla la

cosmología ptolomeica o el escolasticismo de Duns Scotto. Tales conceptos y el

lenguaje actual de la sociedad semejarían estar ya no tanto en feroz pugna como

ser, sencillamente, inconmensurables – cual lenguajes de diferentes planetas más

que de naciones adyacentes -. ¿Qué ocurriría si la izquierda se encontrara de

pronto no sólo apabullada y sobrepasada sino completamente descolocada,

hablando un discurso tan fuera de tono con la modernidad que, como el lenguaje

del gnosticismo o del amor cortesano, nadie siquiera se preocupara indagar sobre

el valor de su verdad? ¿Qué si la vanguardia deviniera un remanente; sus

argumentos aún inteligibles pero alejándose velozmente hacia alguna estratosfera

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50

metafísica donde se convirtieron nada más que en un apagado grito? ¿Cuál sería

la reacción de la izquierda política frente a ese tipo de derrota?53

La caída de los socialismos reales54 funcionó sin lugar a dudas como

divisor de aguas para la izquierda en América Latina y en nuestro país. En la

superficie por lo menos, la debacle del Este y el fin de la Guerra Fría le asestaron

un golpe terrible; pero en realidad, las cosas han sido más complejas. Por una

parte, la desaparición y el descrédito de los socialismos reales obviamente que

provocó grandes daños a la izquierda en Latinoamérica y en todas partes. Por

otra, las condiciones en América Latina que dieron origen y legitimidad a la

izquierda en el pasado imperan tanto ahora como siempre. En buena medida, el

efecto más nocivo del fin de la Guerra Fría sobre la izquierda latinoamericana ha

sido la sensación generalizada de derrota. Esta sensación deriva de la conexión

real o imaginaria de la izquierda con el socialismo existente. Para la izquierda, la

caída del socialismo en Europa Oriental (1989) y en la Unión Soviética (1991)

representó el fin de una utopía motivadora y real que llegó a tener casi un siglo

de antigüedad. De hecho, la idea misma de una alternativa totalizante al statu quo

fue puesta en entredicho. A tal punto, que se ha tornado casi imposible que la

izquierda piense fuera de los parámetros existentes de la realidad latinoamericana

de nuestros días. Además, la idea misma de revolución, crucial para el

pensamiento radical latinoamericano durante décadas, perdió su significado55. En

palabras de José Aricó:

“Es necesario trasladar el paradigma del

antiguo pensamiento a las nuevas situaciones,

53 Eagleton, Ferry. “The Illusions of Postmodernism”. Extracto del discurso leído con ocasión del 40º

aniversario de la FLACSO – Chile; por José Joaquín Brunner. Santiago de Chile. 28 de abril de 1997. 54 Con esta denominación la literatura especializada solía llamar a las sociedades post-revolucionarias de

cuño soviético y/o a las edificadas a imagen de aquellas en el Este de Europa tras la segunda guerra mundial. Sobre las implicancias teóricas – discusión significativa - que el uso del término comportaba, léase: Tras El Diluvio. La izquierda ante el fin de siglo. Ludolfo Paramio. Siglo XXI Editores. México Distrito Federal. 1988, pp 31 – 48.

55 En las ciencias sociales latinoamericanas tuvo lugar, particularmente en la década de los ’80, el tema de la llamada “crisis de paradigmas”, en ese ámbito hubo gramáticas que plantean la bancarrota de los antiguos discursos modernizantes en sus expresiones “desarrollista” y “revolucionaria”. Al respecto léase los excelentes aportes de: Mires, Fernando. Continuidad y ruptura en el discurso político. En: Revista Nueva Sociedad. Nº 60, Caracas, 1987; y Sonntag, Heinz. Duda, certeza, crisis. La evolución de las ciencias sociales de América Latina. UNESCO. Editorial Nueva Sociedad. Caracas, 1988.

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51

porque la idea de revolución se ha conmocionado de

arriba a abajo con el derrumbe del Este”.56

¿De qué modo estas transformaciones fueron reconfigurando las

identidades y significados de la polis y de la política a nivel local?

Es curioso el proceso ocurrido en Chile, dado que al comenzar la

década del ’80, la mayoría de los analistas, coinciden en señalar que sólo muy

reducidos grupos radicales mantuvieron en el Occidente desarrollado, la vieja

creencia en que la revolución, el colapso violento de un régimen anterior, puede

dar origen a una sociedad libre y emancipada; por el contrario comenzaba a

identificarse a la revolución con el nacimiento de regímenes autocráticos. Sin

embargo, la izquierda chilena, que convergía en el MDP, y más específicamente

el Partido Comunista, estaba fraguando el gran cambio, el viraje hecho público en

1980.

Coincido con Moulian, cuándo sostiene que desde el punto de vista

analítico, lo más interesante que le ocurre al PC en esta etapa, es el desfase

histórico que expresa su estrategia insurreccional57 (“todas las formas de lucha”),

56 José Aricó. Entrevista Diario El Clarín. Buenos Aires. 10 de diciembre de 1989. Aricó, José María (1931–

1991). Intelectual argentino. Autodidacta brillante. Lector voraz. Desde joven en su natal Córdoba leyó y socializó la obra de Antonio Gramsci, lo cual representa un hito fundamental en su posterior reflexión sobre el socialismo. A raíz del golpe de Estado en Argentina, el 24 de marzo de 1976, como tantos otros intelectuales argentinos, viajó al exilio en México. Allí se incorpora a la Universidad, dictando cursos y conferencias (UNAM y FLACSO) e ingresa a trabajar a la editorial Siglo XXI, desarrollando una notable labor editorial, que le valió gran reconocimiento al dar a conocer, en muchos casos, por primera vez en español, obras de teóricos como Bauer, Kautsky, Berstein, Grossmann y del propio Marx. A su regreso a la Argentina, junto con su amigo Juan Carlos Portantiero fundaron en Buenos Aires la revista Ciudad Futura y también el Club Socialista, que luego de su muerte llevaría su nombre. Su obra consta de numerosos artículos, ensayos y libros, entre ellos: Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano (1978); Marx y América Latina (1980). En 1999 se editaron dos libros póstumos: La Hipótesis de Justo: Escritos sobre el socialismo en América Latina, de Editorial Sudamericana y Entrevistas: 1974–1991, a cargo del Centro de Estudios Avanzados de la UNC. La temprana desaparición de Aricó interrumpió una de las más originales reflexiones críticas sobre la teoría política marxista realizada en América Latina, durante la segunda mitad del siglo XX. Para mayor información consultar: www.clubsocialista.com.ar o www.arico.unc.edu.ar.

57 “La vemos como una sublevación o una insurrección de masas que englobará a toda la población, la mayor parte de las fuerzas políticas y sociales y, esperamos, también a una parte de las FFAA que está contra la dictadura. Se trata de llegar a un estado de rebelión generalizada que pueda paralizar al país: levantamientos populares en los principales centros urbanos, con la participación decidida del proletariado industrial, de los estudiantes, de las capas medias y de los campesinos”. Declaraciones realizadas por Luis Corvalán, a la sazón, Secretario General del Partido Comunista de Chile, en Octubre de 1985.

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en momentos que se iniciaba la fase constitucional 58 de la dictadura, en

circunstancias, que en la fase terrorista59 planteaba una línea de acuerdos que

privilegiaba la unión de todas las fuerzas democráticas, para formar un frente

antifascista. El propio Moulian se pregunta ¿Qué lo movió en esa dirección más

radical? La certeza que la dictadura había conseguido crear su propio régimen de

transición, el cual al imponerse generaba evidentes condiciones de posibilidad

para su reproducibilidad de largo plazo.

Vayamos a la facticidad del proceso: “1986: El año decisivo”, así

rubricaba el Partido Comunista al año en cuestión, reflejo de su potencial

operativo, cada vez con mayor visibilidad en la escena pública y de su entusiasmo

por el protagonismo de las masas. Lo cierto es que 1986, fue un año paradójico,

por cuanto se nos presenta a la distancia como el momento de máxima agitación

y despliegue de la vía insurreccional de combate frontal a la dictadura, pero, a su

vez, como el año que marca el despegue definitivo de la alternativa transicional de

negociación pactada y de reconocimiento del itinerario institucional previamente

diseñado por la intelligentsia del régimen militar.

58 Moulian entiende la fase constitucional en los siguientes sentidos: La dictadura constitucional contó con un

cuerpo de leyes políticas que no generaban obligaciones inmediatas, pero sí operaban como recurso de legitimación, en especial para soportar el período de crisis económica que tuvo como consecuencias severas repercusiones políticas para el régimen, cuyos momentos más desestabilizadores fueron en los años 1983 – 1986; debió someterse a un calendario de “transición” que fijaba plazos máximos para aprobar las leyes orgánicas constitucionales y realizar el plebiscito sucesorio y debió poner en funcionamiento un Tribunal Constitucional que actuó con cierta autonomía y en ocasiones generó contrapesos jurídicos a las decisiones de la Junta Militar. Moulian, Tomás. Op cit; pp 273 y 274.

59 Del mismo modo Moulian conceptualiza la etapa terrorista de la dictadura como aquella fase “en la que el derecho, que define lo prohibido y lo permitido, y el saber que define el proyecto se imponen privilegiando los castigos. El orden se afirma sobre el terror. Este tiene la principal valencia en la combinación de recursos de poder. Para que ello ocurra, la capacidad del Estado de actuar sobre los cuerpos no puede estar limitada ni por el derecho ni por la moral, ella debe poseer flexibilidad, elasticidad absoluta. Pero, para que esa total plasticidad sea alcanzable, no basta disponer de toda la capacidad legal. Más importante, es que haya emergido una capacidad subjetiva, la de actuar con crueldad, la de sentirse por encima de la moral convencional.” Los principales rasgos de esta fase terrorista, según el autor serían: el derecho se fundaba en procedimientos absolutamente formales, autonomizados de toda fuente de legitimidad; la capacidad de legislar se concentraba en un aparato de las FF.AA. y no en un poder estatal diferenciado; el saber teórico, orientado a guiar las opciones políticas, no funcionaba como sistema de proposiciones confrontables sino como sistema dogmático, como ortodoxia; el terror tuvo absoluta elasticidad y en él se sostenía básicamente el orden, siendo anulada la posibilidad de movilización política así como la posibilidad de cuestionar los actos de poder.” Ibid, pp 171 y 172. Cabe destacar que la conceptualización del “Estado terrorista” fue aplicada por primera vez por Marcio Moreira Alves, para el caso específico de Brasil en la década del ’70. Para mayor información. Ver: Moreira Alves, Marcio. 1972. “Urban Guerrillas and the Terrorist State”, en Jon Rosenbaum y William Tyler. Editores. Contemporary Brazil: Issues in Economic and Political Development. Nueva York. Praeger.

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¿Cuáles son los acontecimientos más relevantes que se encuentran

historizando 1986?

Acontecimientos tales como el paro nacional de los días 2 y 3 de

julio; el descubrimiento por parte de los aparatos de inteligencia de las Fuerzas

Armadas de un profuso como “sorpresivo” arsenal de armas - internado por el

Frente Patriótico Manuel Rodríguez, aparato armado del Partido Comunista - en la

localidad nortina de Carrizal Bajo (agosto de 1986); y el frustrado magnicidio60,

dosis de “fortuna”61 mediante, en contra del General Pinochet en el Cajón del

Maipo (septiembre de 1986) son la clara manifestación de que la alternativa

insurreccional era “algo más” que una propuesta teóricamente esbozada y

performativamente voluntarista. Ello produjo, además del evidente temor político,

en los sectores vinculados al interés por la negociación política como formula de

salida al régimen autoritario, la urgente necesidad de copar, a cualquier costo, el

itinerario político, cerrando el paso a la vía insurreccional. A cualquier costo, por

cuanto tal alternativa se reinstalaba aún con la fallida experiencia de las

negociaciones del año 198362, cuando las primeras protestas masivas obligaron al

régimen a una apertura política controlada y encabezada en ese entonces por el

Ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpa.

60 Bajo el código “Operación Siglo XX”, el magnicidio había sido sigilosamente preparado. En la estrecha

ruta que baja de San José de Maipo, donde converge el camino que comúnmente seguía el general Pinochet desde su residencia en El Melocotón a Santiago, un destacamento del FPMR tendió la emboscada al dictador. Vigías discretos ubicados en lugares estratégicos, un equipo de asalto bien adiestrado y dotado de fusiles ametralladoras y lanzacohetes, vehículos de repliegue, casas de seguridad; aparentemente nada faltaba. Salvo que la “fortuna” estaba de parte del general, porque esa tarde del 07 de septiembre de 1986, cuando la caravana del jefe de gobierno fue bloqueada y atacada por los combatientes del FPMR, nadie comprende cómo el chofer de Pinochet, en medio del fuego cruzado, logró maniobrar el auto blindado - pese al fallido impacto de un rocket que se trabó - hacer retroceder el vehículo y lograr escapar en la dirección de El Melocotón. En: Hertz, Carmen y Verdugo, Patricia. Operación Siglo XX. Ediciones Ornitorrinco. Santiago. 1990.

61 Uso el término “fortuna” en el sentido que le da Maquiavelo en El Príncipe. Se trata de una categoría residual que intenta capturar el conjunto de factores imprevisibles e incontrolables que influyen en una situación. No dice relación alguna con el concepto de “providencia” o cualquier equivalente que postule la intervención de entidades metafísicas en los asuntos humanos.

62 Me refiero al frustrado diálogo, que se inició entre el gobierno de facto y la oposición, a esa alturas autodenominada Alianza Democrática, diálogo, mediado por el arzobispo de Santiago, Monseñor Juan Francisco Fresno. En aquel instante la oposición exigía: Asamblea Nacional Constituyente, una nueva Constitución Política, la renuncia del General Pinochet y un gobierno provisorio de “transición”. En: Historia del siglo XX chileno. Op cit p 329.

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De este modo, 1986 marca la separación definitiva de la oposición

política al régimen militar, en dos sectores claramente diferenciados: los que

planteaban la alternativa insurreccional63, y quienes instalaban la necesidad de la

negociación política con el régimen militar para poner fin a la situación de empate

político entre régimen militar y oposición política.

Ahora bien, es en relación con este segundo sector, en donde se

despliega el diseño, la producción y acción teórica de la así llamada “sociología

transicional”, una sociología que es el fruto de un complejo proceso de

configuración de la temáticas de interés de los horizontes políticos, y que al decir

de Tomás Moulian, presenta una estrecha vinculación, en sus orígenes, con el así

llamado movimiento de “renovación socialista”, del cual se hace preciso hacer una

breve mención.

El movimiento de la “Renovación Socialista” comienza sus primeros

años de vida casi con el nacimiento mismo de la dictadura militar chilena. Tal

movimiento bien puede ser caracterizado, en su doble dimensión político -

ideológica, como un resultado previsible de la magnitud de la derrota histórica de

1973, derrota que dio brutal cuenta de los límites objetivos de la así llamada “vía

chilena al socialismo”, y que condujo, a fin de cuentas, a un cuestionamiento

general de las lógicas políticas propias del contexto chileno anterior a 1973.

Aspectos centrales del proceso de renovación del socialismo criollo

lo constituyen, entre otros, la ruptura, gradual pero sostenida, con el marxismo

leninismo; un distanciamiento del modelo clásico de la izquierda chilena respecto

a la “vía al socialismo”; una crítica a la visión instrumental de la democracia

política; distanciamiento crítico respecto a la homologación entre las categorías de

nación, país y sociedad, y las categorías de clase o movimiento popular.64

63 El actual Presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, refiriéndose a Carrizal y al intento de

tiranicidio (sic), manifiesta, en una columna de opinión, que “estos hechos aseguraron la búsqueda de la salida pactada. Los mismos que promovieron el golpe, Estados Unidos, en primer lugar, ahora le amarraban las manos a Pinochet. En la misma medida que se potenciaba la salida pactada, se debilitaba la posibilidad de una salida popular.” El Mostrador.cl. 11 de Enero de 2007.

64 En relación a los aspectos puestos de relieve en este párrafo, una descripción detallada se encuentra en Garretón, Manuel Antonio. “Socialismo Renovado y Democracia”. En: Reconstruir la política. Transición

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Tal como indicara más arriba, el proceso de renovación del

socialismo chileno comienza a desarrollarse desde los inicios mismos del régimen

militar. Tal proceso decantó en una lenta pero sostenida división del Partido

Socialista en torno a dos estrategias que, tras de sí, comenzaban a dar cuenta de

diferencias doctrinarias e ideológicas insalvables. Es así como “Aniceto Rodríguez

en Caracas; José Antonio Viera-Gallo y otros redactores de la Revista Chile-

América desde Roma; Jorge Arrate en Holanda, plantearon críticas sustantivas al

proyecto de la Unidad Popular y a su estrategia política. La dicotomía dirección

interna-exilio y la multiplicidad de centros externos de dirección dio lugar a

crecientes discrepancias y competencia por la conducción entre los diversos

líderes del partido, factores que, añadidos a las miradas discrepantes sobre el

pasado, terminaron en 1979 por producir el quiebre del Partido Socialista.”65

Una vez producido el quiebre definitivo de la izquierda chilena,

manifestado en la división de la estructura partidaria del PS, al interior del sector

renovado comienza a circular un segundo eje de renovación socialista,

proveniente del campo de las ciencias sociales.66

La renovación, vista en la clave del campo de las ciencias sociales

en general y de la sociología en particular, presenta como uno de sus

componentes centrales la manifestación de un vertiginoso giro desde lo que se

denomina “la centralidad de la revolución”, hacia la revalorización de la

y consolidación democrática en Chile. Andante. Santiago. 1987.

65 El “Pleno de Argel” realizado por los socialistas en 1978 se constituyó como el hito que determinó la división al interior del Partido Socialista. Tal división se materializó en 1979, cuando en el mes de febrero un pleno realizado al interior del país resolvió el cambio de la secretaría general del Partido nombrando a Clodomiro Almeyda en reemplazo de Carlos Altamirano. El sector que impulsaba la renovación, encabezado por el mismo Altamirano, promovió la constitución de un bloque opositor amplio, tras cuyos pasos se organizó la denominada “Convergencia Socialista”, integrada por la facción socialista de Altamirano, el MIC, el MAPU y el MAPU-OC. Ya en estas circunstancias, la división estaba sellada.

66 Al respecto Moulian señala. “ …… el movimiento de renovación empieza casi inmediatamente después del golpe. Un año después, o una cosa así. Afuera, en el exterior, a través de la revista Chile-América …… y en el interior, a través básicamente del trabajo de Garretón y mío, que se reduce en una investigación sobre el período 1970-1973 … la tesis básica es que no se cumplen las condiciones de la vía chilena al socialismo, porque tal vía era una vía de tránsito institucional, y para eso se requería de mayoría en el Congreso Nacional. Y, en vez de eso, se ponían en marcha reformas extra-parlamentarias que tensionaban al sistema político”. Entrevista a Tomás Moulian.

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Democracia67, en tanto único régimen político dentro de cuyos márgenes se

tornan legítimas las aspiraciones de transformación social.

El giro se fundamentaba en atención a la crisis de los consensos

básicos de las sociedades políticas latinoamericanas, y en especial de Chile,

provocada en gran parte por el despliegue de una concepción egocéntrica de la

política, concepción que, negando el fundamento mismo de la democracia

política, no podía tener otro resultado que el incentivo del autoritarismo como

respuesta a las tendencias centrífugas de la sociedad. Reconocer la necesidad de

una renovación política, en este sentido, no sólo significaba una opción, sino que,

en términos radicales, una necesidad de reconocimiento del carácter secularizado

de la moderna política: ”…la izquierda necesita un cultura política que reconozca

el pluralismo social, que abandone las ilusiones religiosas y deje de lado el

espejismo de la utópica sociedad reconciliada y sin conflictos, transparente y

armoniosa…”68

El siguiente relato de Eugenio Tironi, representa un momento de

inflexión notable por su desenfado y pragmatismo, y sobre todo por cuanto traza

los contornos de una profecía auto cumplida, en momentos que el futuro local y

global era absolutamente incierto:

“Si alguna duda quedaba, 1980 se encargó de

disiparla: se ha iniciado una nueva época histórica

en el mundo entero. ¡Cuántos mitos se desfondaron!,

¡cuántos símbolos se desvanecieron!, ¡cuántos

ídolos fueron aplastados durante este primer año de

la nueva década!

67 Como lo demuestra la asertiva opinión de Ángel Flisfisch – uno de los intelectuales orgánicos más

gravitantes de la renovación socialista – al señalar en 1987 que “la preeminencia y centralidad que ha adquirido la idea de la democracia, no sólo como tema de la reflexión teórica y de la elaboración ideológica, sino a la vez como ideal práctico, orientador de las luchas políticas, y como una cuestión principal que gravita con altísima intensidad en las consideraciones, definiciones y decisiones estratégicas es hoy dramática y visible”. La Política como compromiso democrático. Ángel Flisfisch. FLACSO. Santiago de Chile. 1987 p 154.

68 Paramio, Ludolfo. “Del radicalismo reivindicativo al pluralismo radical”. En: Lechner, Norbert (comp): Cultura y democratización. FLACSO, ICI.

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No solamente el asesinato de Lennon. Es

también Pinochet que saco adelante su plebiscito y

su constitución. Los miles de cubanos que huyeron

de su isla hipnotizados por la reluciente vida de su

parentela en Miami; los obreros de Polonia

rebelados contra el gobierno de los obreros polacos;

y la viuda de Mao en el estrado de un juicio de

pacotilla (sic). Y es Reagan que desde su caballo y

con el águila imperial en su mano, arrolló con el

liberalismo norteamericano de otros tiempos.

También Althusser, el profeta que se reveló ahora

como un maníaco depresivo peligroso. Y la izquierda

europea congelada frente al horror de una crisis

social que no puede soslayar y que deja en el aire a

su discurso tradicional.

Creo que es el ocaso – en el mundo entero - de

aquellos que protagonizamos ardorosamente esa

otra época, la de las décadas del ’60 y ’70. Los que

fuimos educados en la ideología del progreso. Los

de ese tiempo desbordante de energía en que la

historia se presentaba como desafío colectivo, con

modelos de futuro perfectamente ensamblados y

catálogos de respuestas para todas las preguntas.

Ahora para nosotros, esa idea de progreso se nos

vuelve asfixiante, los modelos sospechosos y el

destino más humilde y personal.

No se trata de seguir mirando el presente con

ojos del pasado, ni de rehuir los problemas de ahora

para quedar atados eternamente a la nostalgia. Ha

cambiado el escenario histórico y es obligatorio

reconocerlo. Hay que edificar una nueva esperanza.

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Situarnos en medio de los cambios, descifrar los

nuevos sentidos de la historia, alentar las nuevas

energías transformadoras, responder a las nuevas

demandas sociales. Otras categorías, otro lenguaje,

otros sujetos. Debemos sacudirnos hasta la médula

de los huesos.

Si alguien se atreviera, todo empezaría a ser

distinto, aunque nadie lo notara. El año que termina,

parece no dejar otra alternativa. Por eso fue un buen

año y el que se ha iniciado será mejor: será el

primero de nuestra nueva época”.69

Ahora bien, ya con la división producida al interior del Partido

Socialista en 1979, y con mayor fuerza a partir del rumbo sucesivo del proceso

político chileno, quedaba claro que la preocupación por nuevas temáticas de

análisis, y la revalorización del interés por la democracia que se produce al interior

del campo teórico de las ciencias sociales, presentaban un estrecho correlato con

los procesos de renovación en el ámbito de la política y de la acción política

militante. Sociología y Política, una vez más, comenzaban a vincularse

estrechamente.

Ya hacia 1983, el movimiento de renovación cristalizado en la

práctica sociológica comenzaba a manifestarse públicamente, instalándose ahora

ya con fuerza el término, recogido de la tradición sociológica, de Transición: “Lo

que pasa el año 1983 es que justamente por la crisis y las propuestas, hay una

especie de espacio que se abre, con la aparición de las revistas opositoras …… 69 Eugenio Tironi. (columnista). Artículo: Nueva Época. Revista APSI Nº 91. Del 27 de enero al 09 de

febrero de 1981; p 4. Eugenio Tironi, sociólogo, era uno de los intelectuales orgánicos de la izquierda renovada, más influyentes en tiempos de dictadura, formaba parte de Sur - Centro de Estudios Sociales y Educación, una de las ONG de mayor producción intelectual de la época, que recibía aportes de SAREC. Agencia Sueca para la Cooperación y la Investigación. Al asumir el primer gobierno civil concertacionista, Tironi fue designado Director de Comunicación y Cultura del Ministerio Secretaría

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Entonces, en esa coyuntura empiezan a aparecer debates y libros. Aparece un

libro de José Joaquín Brunner sobre la cultura autoritaria; aparece un libro mío

que se llama Socialismo y Democracia, pero que recoge artículos del período

anterior; aparece un libro de Garretón sobre el sistema político chileno, y se

empieza a meter (sic) la palabra transición. La palabra transición es una jerga

antigua que cambia totalmente de contenido: transición, en el lenguaje marxista,

significaba transición “de un modo de producción a otro”.70 El uso del término, en

este caso, reconoce sus fuentes en el vocabulario marxista latinoamericanizado,

que prontamente dejó de ser utilizado cuando comenzó a empoderarse en las

prácticas discursivas el término transición a la democracia. Las incursiones de

Marx, Engels y los revolucionarios rusos Lenin y Bakunin teorizando sobre

problemas de alcance general y sobre aspectos particulares de la temática, fueron

utilizados en la región no siempre literalmente. Podemos encontrar una vasta

bibliografía producida durante loa años sesenta y setenta, centrada e las

General de Gobierno, por el Presidente Patricio Aylwin.

70 Como análisis del presente y visión del pasado están necesariamente integrados en el materialismo histórico, la historia reaparece con frecuencia en medio del análisis económico y su papel en el conjunto de la teoría es recordada explícitamente por Marx en el prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política, en un texto que resulta de interés citar por el hecho que fue utilizado, una y otra vez, como canon doctrinal del marxismo latinoamericanizado. Allí Marx nos indica, que “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social”; de este modo, la base material de la transición de un modo de producción a otro, se caracteriza por una no-correspondencia entre las viejas relaciones de producción dominantes que entran en contradicción con el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Pues bien “ninguna formación social desaparece antes que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes que las condiciones materiales para su subsistencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.” Esta transición de un modo de producción a otro se realiza siempre dentro de una formación determinada. Lo que ocurre primeramente es que, en la estructura económica compleja de dicha formación social, donde coexisten diferentes relaciones de producción, una de las relaciones de producción hasta entonces subordinada empieza a adquirir un papel cada vez más importante, hasta que llega a constituirse en la relación de producción dominante a nivel de la estructura económica. Ahora bien, como la estructura jurídico-política e ideológica de dicha formación social no ha cambiado, tendiendo a favorecer las antiguas relaciones de producción dominantes, se hace necesario que la clase que representa las nuevas relaciones de producción conquiste el aparato de Estado para cambiar las condiciones ideológicas y jurídico-políticas que frenan el desarrollo de las nuevas relaciones de producción. En la transición del capitalismo al socialismo son las relaciones jurídico-políticas las primeras en establecerse. La toma del poder político por la clase obrera o por la clase obrera y sus aliados crea las condiciones que permiten establecer las relaciones de producción sociales y las nuevas relaciones ideológicas que permitirán un pleno desarrollo de las fuerzas productivas, base necesaria para el establecimiento final de la utopía comunista. Ver: Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política. Publicado originalmente en el libro. Kart Marx. “Zur kritik der politischer oekonomie”. Restes Helf. Berlín, 1859. En: Kart Marx. El Manifieto Comunista y otros ensayos. Sarpe. Madrid, 1983.

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discusiones sobre los tránsitos. Desde uno de usos epocales, la misma indicaba

una forma abstracta de devenir en donde cualquier sociedad, entendida como

formación económica –social, se encontraría en transición. Por otro lado, podía

indicar el trazo específico de determinados períodos históricos: el tránsito de un

modo de producción de determinada formación económica-social a otra. Ahí

había transición. También hablaban de transición los sociólogos, para referirse al

“tránsito de la sociedad tradicional a la moderna”.71 O’Donnell toma esa palabra

para definir las dictaduras de nuevo tipo, como él las llama. O sea, estas

dictaduras con las Fuerzas Armadas instaladas institucionalmente en el poder.

Pero transición aquí quiere decir que (el régimen autoritario) está colocado en

oposición al totalitarismo, porque en los regímenes totalitarios no puede haber

transición. Estas transiciones son cambios de regímenes políticos, y no

necesariamente tienen que ser cambio de sociedad. En términos específicos, está

la teoría de las coaliciones liberalizantes como el mecanismo básico de salida de

estas transiciones ……”72

Una de las ideas que más fuerza cobra al trazar la línea

argumentativa transicional que hemos rastreado es la que dice relación con la

centralidad de los partidos políticos como condición fundamental para la

configuración de un óptimo proceso transicional. De acuerdo a esta particular

idea, los partidos políticos constituyen el medio primordial de canalización de las

demandas opositoras frente al régimen militar.73

71 Como se sabe, este es un “tema” intensa y frenéticamente debatido – tanto en la academia como en el

espacio público - en la década de los ’60 y comienzos de los ’70. La literatura es prolífica al respecto. No puedo dejar de sugerir la lectura del libro clásico de Gino Germani (1971) donde concibe “el desarrollo económico en términos de tránsito de una sociedad tradicional a una sociedad desarrollada. La primera se caracteriza sobre todo por una economía de subsistencia, la segunda por una economía expansiva fundada en una creciente aplicación a la técnica moderna.” Esta profunda transformación – continúa Germani – “abarca todos los aspectos de la vida humana: organización económica, estratificación social, familia, moral, costumbres, organización política. Su impacto implica además cambios sustanciales en las formas de pensar, de sentir y de comportarse de la gente”. Germani, Gino. Política y Sociedad en una Época de Transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas. Buenos Aires. Paidós. 4ª Edición, 1971, pp 90 y 91. Cf cita nº 82.

72 Entrevista a Tomás Moulian. Respecto a la instalación del concepto de transición política como eje de la caracterización de los regímenes postdictatoriales en América Latina en particular, fundamental resulta la obra de O’Donnell, Guillermo y Schmitter Philippe. Transiciones desde un gobierno autoritario. Paidós. Buenos Aires, 1986. En especial volumen IV.

73 Cabe insistir que la categoría de transición política se encuentra en su génesis claramente acotada a su sentido estrictamente político - procedimental. Visto así, resulta claro que el acople de esta categoría en la

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Desde este punto de vista, resulta evidente que la lucha opositora

sin partidos políticos correspondería a una movilización de corto alcance, sin

proyección ni capacidad de victoria, como lo expresa en ese entonces el dirigente

del MIC, Luis Maira, en relación al Paro Nacional de los días 2 y 3 de julio de

1986: “La Asamblea de la Civilidad ha mostrado una notable capacidad de

conducción, pero también ha dejado en claro, con toda franqueza, sus límites. La

resolución de éstos es responsabilidad de los partidos políticos”.74

Uno de los objetivos centrales que se perseguía al instalar la idea de

la centralidad de los partidos políticos en el proceso transicional, se orientaba a

dar cuenta de una cuestión central que pretendía dirimir el saber sociológico, me

refiero a la dicotomía que puso en circulación el discurso transitológico: la

dicotomía ruptura/negociación política. En términos gruesos, esta dicotomía

planteaba la idea que “es irreal pensar que podrá haber una transición por la vía

de la sublevación o insurrección”.75

De acuerdo a lo señalado por Moulian, la dicotomía entre

ruptura/negociación fue la que catalizó la gruesa división al interior de la izquierda

intelectual entre los así llamados transitólogos y revolucionarios de viejo cuño, al

sostener que “todo lo que ocurre, desde el ‘80 para adelante, hay que verlo a la

luz de la división de la oposición (de izquierda), y las producciones teóricas tienen

mucho que ver con esa división … Entonces, aquí ya todo giraba en torno a este

problema de las estrategias distintas. Primero, los comunistas empiezan a

percatarse que una estrategia de transición puede llevar a un cambio de régimen

político, pero no a una democratización, y yo creo que tempranamente se dieron

cuenta de que meterse en una estrategia de transición política iba a significar

aceptar las reglas del juego de la constitución de 1980 …… todo lo que se

produce teóricamente en el período tiene que ver con la defensa de la idea de

transición política”.76

acción política devenía necesariamente en la reducción y centralización del horizonte de posibilidades a la constitución de un régimen formal de democracia.

74 Maira, Luis. “La urgencia de una propuesta política”. En: Análisis. Santiago, 15 al 21 de julio de 1986. 75 Garretón, Manuel Antonio. “Y fue el año decisivo”. En: Apsi. Del 15 al 28 de diciembre de 1986. 76 Entrevista a Tomás Moulian.

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Como ya señaláramos más arriba, 1986 es el año en que la

alternativa transicional, en su variante de negociación política y aceptación de la

institucionalidad del régimen militar, termina por imponerse. Es así como, hacia

1987, las cartas estaban jugadas: la alternativa de una salida negociada que

aceptara la institucionalidad del régimen había triunfado. El realismo político se

imponía definitivamente. Incluso el partido Comunista, inicialmente opuesto a toda

posibilidad de negociación política, termina por subordinarse a esta victoriosa

alternativa.

De este modo, los diversos caminos de historicidad77 por los cuales

se direccionaron la diversidad de sectores opuestos a la dictadura militar,

presentan como destino único la instalación en Chile de un particular proceso de

transición a la democracia, proceso ya descrito y definido en su carácter

normativo por la transitología proveniente de las ciencias sociales en general, y de

la sociología en particular.

77 Entiendo por “caminos de historicidad” la construcción social de la realidad futura. Me explico, parto de la premisa que la historia no es sólo pasado, sino también, y principalmente, presente y futuro. La historia es proyección, en el sentido de asumir como necesaria la tarea colectiva de reconstruir una visión del pasado que pueda ser utilizada como fundamentación del proceso de construcción de un nuevo proyecto de futuro, acorde con nuestras necesidades, con nuestras urgencias y con nuestras aspiraciones. Tomo prestada esta particular perspectiva de entender la historia del historiador español Josep Fontana, director del Instituto Universitario de Historia “Jaume Vicens i Vives”, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona - España. Véase: Fontana, Josep. Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Editorial Crítica. Barcelona – España, 1982; y Fontana, Josep.

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Los Sitios del Saber Sociológico. Chile: 1974 - 1986.

“Todo lo que ha ocurrido teme a su palabra.”

Elías Canetti.

Toda esta acción dilapidada.

El golpe de Estado de 1973 significó la intervención militar en todas

las universidades, la designación en ellas de rectores-delegados por la Junta

Militar y el inicio de una extensa e intensa represión política e ideológica. Según

cifras entregadas por diversos estudios, se calcula que, para el conjunto de las

universidades y áreas científicas y profesionales, alrededor de un 25 por ciento

del personal docente, incluyendo todas las categorías académicas y tipos de

jornada, fue removido o forzado a renunciar a las semanas y meses siguientes al

derrocamiento del gobierno de Salvador Allende.78

Inmediatamente de producido el golpe, los “rectores delegados”

(interventores) que asumieron en las 8 universidades del país79, lo hicieron

investidos con amplias atribuciones para depurar los claustros, suprimir carreras y

unidades académicas y remover profesores, estudiantes y personal

administrativo. El libre juego de las ideas y el debate intelectual fueron reducidos

notablemente. Según lo expresaba el propio General Pinochet en 1976:

“La emergencia político-social que vive

nuestra patria también repercute inevitablemente

en el medio universitario. Desde luego, ciertos

debates universitarios tienen la tendencia

subconsciente de pretender que el libre juego de

La historia de los hombres: el siglo XX. Editorial Crítica. Barcelona – España, 2002. 78 Muchos cientistas sociales fueron expulsados de la universidad, pero tal vez más cruel que el desamparo

económico, que aquello implicaba, fue la experiencia de exclusión social: ser marginal. Incluso quienes continuaron en la universidad, se sentían condenados - virtual o explícitamente - al silencio.

79 Hasta 1980 hubo en Chile sólo ocho universidades, dos públicas y las seis restantes privadas, pero financiadas por el Estado.

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ideas se admita sin limitaciones de ninguna

especie, lo que equivale a instaurar un pluralismo

ideológico absoluto. Debo ser franco y categórico

para declarar que esto es radicalmente

incompatible no sólo con la actual situación de

emergencia del país, sino que con la esencia

misma del régimen nacido el 11 de septiembre de

1973, porque con el advenimiento de éste, el

pluralismo ideológico irrestricto y absoluto debe

entenderse como definitivamente abolido”.80

En el campo de las ciencias sociales, el proceso de represión

política fue extremadamente duro. Se suprimieron unidades académicas enteras,

se clausuraron carreras, se congelo el ingreso de nuevos alumnos y se expulsó

personal docente sobre la base de consideraciones exclusivamente políticas. En

la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile (Sede Oriente) se

exoneró al 55 por ciento del personal; en la misma universidad debieron

abandonar sus funciones el 77 por ciento de los docentes del Departamento de

Geografía y Cartografía, el 15 por ciento del Departamento de Antropología, el 36

por ciento de la Facultad de Filosofía y Letras, y el 23 por ciento de la Facultad de

Ciencias Jurídicas y Sociales. En la Pontificia Universidad Católica de Chile se

procedió a la clausura del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea

(CEREN), del Departamento de Historia Económica y Social del Instituto de

Historia, y del Programa de Estudios y de Capacitación Laboral (PRESCALA).81

Este proceso de desinstitucionalización universitaria de las ciencias

sociales, representa una etapa de crisis82 y cuestionamiento a la legitimidad y al

rol de las ciencias sociales en nuestro país. La crisis referida tuvo manifestaciones 80 Citado en Brunner, José Joaquín. Informe sobre Educación Superior en Chile. FLACSO, Santiago de Chile,

1986, p 45. 81 Datos tomados de Brunner, José Joaquín y Barros, Alicia. Inquisición, mercado y filantropía. Ciencias

Sociales y Autoritarismo en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Santiago de Chile. FLACSO. 1987, cap. V.

82 Sostengo que toda “crisis” representa oportunidades de reflexión para la acción que no cabe evadir, de manera tal que, el sentido atribuido por Sonntag (1988) a la noción de crisis y a sus implicancias en tanto

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claras y persistentes en el plano del desarrollo disciplinar (docencia e

investigación), cuyos principales síntomas fueron:

Desmembramiento y paralización de la docencia, por la drástica

reducción y empobrecimiento de su temática o contenido (troncos teóricos hasta

entonces predominantes, orientaciones analíticas, imagen implícita de la sociedad

y temas de investigación) excluyendo aquellas materias que eran vistas como

punto de apoyo intelectual a proyectos sociales y políticos contrarios o

alternativos a la ideología neoliberal, que inspiraba al régimen.

Disminución ostensible de la admisión de alumnos nuevos a nivel de

pregrado, con lo cual se abre una brecha, que dificultó el recambio generacional,

al impedir la formación sistemática de una generación de reemplazo.

Carencia de investigación básica, en cantidad y calidad respecto a la

que se produjo en las etapas previas al ’73.

Esquemáticamente puede caracterizarse la situación de las Ciencias

Sociales en Chile previa a 1973 sobre la base de los siguientes rasgos: 1º Había

un desarrollo amplio y diversificado de las distintas disciplinas en sus versiones

modernas en organizaciones específicamente destinadas a la formación e

investigación, como Departamentos, Institutos o Escuelas de base principalmente

universitaria. Para todas las disciplinas existía una formación sistemática hasta

niveles de Licenciatura, con lo que se aseguraba la reproducción de profesionales

y académicos. 2º Se había impulsado fuertemente en los últimos años los

enfoques más integrados en torno a determinados problemas nacionales. Ello dio

origen a un creciente desarrollo en Universidades y dependencias estatales de

centros interdisciplinarios que se definían por la investigación en torno a estas

áreas problemas (desarrollo, educación, agricultura, planificación nacional, etc.) o

en torno a un análisis globalizado de la sociedad y en los cuales convergían

académicos y profesionales de diversas disciplinas científico sociales. 3º A la

pluralidad y diversidad disciplinaria, expresada también en la pluralidad y

diversidad de base organizacional, debe agregarse el pluralismo de enfoques

“momento de creatividad” es el que en esta investigación adopto.

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epistémicos, teóricos, metodológicos e ideológicos al interior de las disciplinas y

en el tratamiento multidisciplinario de los problemas. Ello no puede entenderse

sino en el contexto institucional nacional de libertades públicas y su reflejo en el

marco institucional universitario de libertad académica, todo lo cual permitía un

reclutamiento de personal académico dentro de un marco amplio de opciones

ideológicas y teórico metodológicas y, cuando ello no sucedía, la alternativa era la

creación de nuevas organizaciones académicas. 4º El desarrollo disciplinario e

interdisciplinario de las Ciencias Sociales en el marco institucional señalado,

permitió la creación de un circuito académico relativamente amplio y fluido y una

proliferación de publicaciones. Pese a la base predominantemente universitaria de

las Ciencias Sociales, otros dos circuitos las conectaban de algún modo con el

conjunto de la sociedad. Por un lado, la presencia de científicos sociales y los

productos de investigación en el debate nacional, principalmente a través de la

difusión en los medios de comunicación, los vinculaban a la “opinión pública”. Por

otro lado, los intercambios relativamente fluidos entre el mundo académico y las

organizaciones estatales, político partidarias y sociales y la presencia y

participación activa en el Estado y en partidos y organizaciones sociales de

sociólogos, economistas e historiadores, vinculaban a las ciencias sociales al

debate ideológico, político nacional, a proyectos y programas sociales nacionales

y sectoriales, y sobre todo al proceso de toma de decisiones. 5º Todo lo anterior

hace mucho más difícil una síntesis exacta respecto de los contenidos (matrices

teóricas, orientaciones analíticas, temas de investigación) predominantes en las

Ciencias Sociales hasta 1973, tanto por la variedad disciplinaria y

multidisciplinaria, como por la diversidad y amplitud organizacional y productiva,

como por la pluralidad de enfoques teórico-metodológicos dada la libertad

ideológica imperante. 6º El desarrollo de las Ciencias Sociales descrito obedece a

ciertas premisas no siempre explicitadas, me refiero a la legitimidad de la

reflexión sobre la práctica histórica de una sociedad y reconocimiento de un

espacio institucional y organizacional autónomo para ello. 7º En el marco del

contexto socio histórico que posibilita este desarrollo de las Ciencias Sociales,

creo pertinente mencionar al menos tres factores. En primer lugar, la correlación

entre un modelo de desarrollo, comúnmente denominado en jerga historiográfica

“hacia adentro”, un régimen político democrático estable y un proceso de

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profundización democrática sustantivo, progresivo pero segmentado y

contradictorio, con creciente movilización de actores político sociales dotados de

identidad ideológica y orgánica. En segundo lugar, y en estrecho vínculo con lo

anterior, legitimidad generalizada de una ideología de cambios, aunque con

contenidos variables (reformas estructurales, transición al socialismo) y en tercer

lugar, importancia fundamental del Estado en el desarrollo económico y en las

diversas esferas de la vida social, al concebírsele como agente del desarrollo

económico y social. Estos elementos ayudan a no sólo comprender la expansión

de las Ciencias Sociales desde fines de la década del ’50 y especialmente

durante la segunda mitad de los ’60 y comienzo de los ’70, sino, a entender

algunos de los rasgos específicos que las caracterizaban hasta 1973.83

Sin embargo, tras el desconcierto de los primeros meses se inició al

margen de las universidades, un proceso de reorganización de la investigación

social. En este contexto, la instalación de nuevos centros académicos alternativos

paso a constituir una instancia central a partir de la cual se hace posible la propia

reconstrucción de un espacio de investigación independiente en el país.

Los nuevos sitios del saber sociológico, verdaderos centros

académicos alternativos comienzan a configurarse a partir de 1974, cada uno con

sus propias características, peculiar forma de funcionamiento y objetivos

específicos. Ese año se constituye el Instituto Chileno de Estudios Humanísticos

(ICHEH), afiliado a la familia de centros pertenecientes al mundo cristiano de

orientación democrática. En el año 1975 se funda la Academia de Humanismo

Cristiano (AHC), organismo del Arzobispado de Santiago de la Iglesia Católica

que, además de desarrollar tareas propias, acoge o patrocina varios nuevos

centros o programas y, mediante convenios específicos, permite la permanencia o

instalación de otros. En los dos años siguientes se establecen dos nuevos

centros, ambos productos de grupos que deben salir de la Pontificia Universidad

83 Señalo como textos de referencia para la elaboración del panorama de las ciencias sociales previo a 1973, los artículos compilados por la CPU, en: Las Ciencias Sociales en Chile. 1983. Santiago de Chile, 1983; Inquisición, Mercado y Filantropía. Ciencias Sociales y Autoritarismo en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Brunner, José Joaquín y Barrios, Alicia. FLACSO. Santiago de Chile, 1987 y Las Ciencias Sociales en Chile. Situación, problemas, perspectivas. Edición de la Academia de Humanismo Cristiano. Santiago de Chile, 1982.

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Católica de Chile con el fin de asegurar su autonomía académica y preservar un

clima de libertad intelectual para sus actividades. Se forma así primero la

Corporación de Investigaciones Económicas para América Latina (CIEPLAN) en

1976 y luego, un año más tarde, el Programa de Investigaciones

Interdisciplinarias en Educación (PIIE). Este último se asocia a la Academia de

Humanismo Cristiano.

Ese mismo año se establece el Centro de Indagación en Expresión

Cultural y Artística (CENECA) y el Centro de Estudios Económicos Sociales

(VECTOR), nacido éste del área socialista. En 1978 se crean tres programas al

interior de la Academia de Humanismo Cristiano: El Programa de Economía del

Trabajo (PET), el Grupo de Investigaciones Agrarias y el Grupo de Estudios

Agrorregionales (GEA). A éstos se une la Corporación de Investigaciones para el

Desarrollo (CINDE), que en lo básico se dedicará a la promoción de debates y

seminarios sobre problemas del país. Al año siguiente se crean SUR

Profesionales Consultores y el Centro de Investigaciones y Planificación del

Medio Ambiente (CIPMA). Todavía en el año 1979 nace el grupo Educación y

Comunicaciones (ECO). En 1980 se instala en Chile la sede del Instituto

Latinoamericano de Estudios Transnacionales (ILET). Asimismo se constituye el

Centro para el Desarrollo Campesino y Alimentario (AGRARIA). Por último y aún

dentro de un ambiente limitado de expresión política, se crea el Centro de

Estudios del Desarrollo (CED).84

Es posible que la intervención militar de que eran objeto las

Universidades chilenas no haya sido la causa exclusiva de la riquísima gestación

de los centros privados de investigación, pero fue una causa muy importante.

Quizás en un principio algunos centros se platearon con una temporalidad

proporcional a la duración de la dictadura, pero la mayoría lo hizo en términos de

alternativa académica más allá de la longevidad del régimen. Avanzaba la década

de los ’80 y muchos de los centros privados de investigación se consolidaban en

84 La información ha sido registrada a partir de los datos obtenidos de los siguientes trabajos: Garretón,

Manuel Antonio. Op cit. y Brunner, José Joaquín. Centros Académicos Privados. Estudios Públicos Nº 19. Santiago. 1985, pp. 163-173.

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tanto su estabilidad y permanencia se vinculaba a los nms, a los partidos políticos

y a experiencias alternativas de desarrollo.

La creciente reducción de las posibilidades de trabajo intelectual

libre en las Universidades, hasta entonces “intervenidas”, la existencia de una

cierta cantidad no despreciable de investigadores que buscaban alternativas más

o menos estables fuera de las Universidades, la necesidad de mantener grupos

homogéneos que habían desarrollado experiencias comunes de actividad

académica, como lo fue el CEREN, las primeras oleadas de científicos sociales

que lograban retornar del exilio, por cierto, la vocación intelectual y profesional

crítica de muchos, etc; se alzaron como verdaderas condiciones de posibilidad,

que permitieron configurar un nuevo panorama institucional de las Ciencias

Sociales en Chile, con notables repercusiones en las temáticas y en las prácticas

de investigación.

La diversidad de estudios y actividades desarrollados por los centros

se manifestó a través de sus publicaciones, cuyo detalle no nos deja de

sorprender a la distancia, debido a su variedad y cantidad, especialmente

apreciable a mediados de la década de los ’80. Durante los años 1984 y 1985,

alrededor de 40 centros académicos alternativos editaron 99 libros, sin considerar

los libros cuyos autores son investigadores de los centros y que han sido

publicados por otras instituciones nacionales y extranjeras. A dicha cifra es

preciso agregar 35 artículos en libros, escritos por algunos de dichos

investigadores, se publicaron 10 revistas, en su mayoría trimestrales. Se

reprodujeron 367 documentos de trabajo y 154 materiales de discusión

mimeografiados de edición limitada de ejemplares; 22 boletines mensuales o

bimensuales; 28 series y 34 cartillas, esencialmente de formación y capacitación.

A esta tan vasta como diversa variedad de publicaciones, se agregan los

numerosos artículos en revistas extranjeras especializadas en ciencias sociales y

artículos y entrevistas en diarios y revistas nacionales.85

85 Los datos los he recopilado de: Lladser, María Teresa. Centros Privados de Investigación en Ciencias

Sociales en Chile. AHC. FLACSO. CESOC. Ediciones Chile y América. Santiago de Chile, 1986. El estudio constituye un notable esfuerzo por sistematizar la información correspondiente a las actividades

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Efectivamente, los noveles sitios del saber sociológico impulsaron

fuertemente la investigación social en torno a ciertos temas, profundizando el

conocimiento disponible (know-how) y abriendo nuevas perspectivas para su

desarrollo. Lo anterior es particularmente cierto en el caso de un conjunto de

temas cuyo tratamiento fue abordado prioritariamente por estos nuevos lugares

del saber sociológico. Entre éstos es necesario poner de relieve los siguientes:

- Análisis del BA, línea de investigación que comprometió el trabajo

de varias decenas de investigadores de los centros académicos alternativos del

“cono sur” y de Brasil, algunos de cuyos miembros pasaron a integrar una red de

intercomunicación en torno a este tema con colegas de Estados Unidos y de

algunos países de Europa mediterránea.

- Análisis de los procesos de transición a la democracia, tema en

torno al cual se estableció una red de intercomunicación regional y extrarregional,

que incluye el estudio de los subsistemas institucionales, electorales, de

circulación de las elites, del comportamiento de los partidos y de las relaciones

entre éstos, el Estado y la sociedad.

Como anota Puryear, estos centros académicos alternativos se

transforman en lugares de reunión y discusión, actúan como nexos operativos

para canalizar fondos externos de asistencia a los partidos políticos – en la

clandestinidad – y asumen un papel de liderazgo disidente opacando, si es que no

suplantando en esta etapa la función de los partidos políticos tradicionales.86

A partir de 1982, con la primera crisis económica del modelo

neoliberal87, y el inicio de un ciclo de protestas sostenido contra el régimen militar,

que perdurará por lo menos hasta 1986, se abre una nueva situación histórica

desarrolladas por los centros privados de investigación en ciencias sociales durante los años 1984 y 1985.

86 Jeffrey M. Puryear. Thinking Politics: Intellectuals and Democracy in Chile, 1973 – 1988. The Johns University Press , Baltimore, Maryland, 1994.

87 En 1982, el “milagro económico” chileno dio paso a la peor crisis de la economía chilena en los últimos cincuenta años. Ese año el PGB cayó en 14,4% y la tasa de crecimiento económico también fue negativa para 1983 (-0,7%); la industria y la construcción registraron las tasas de crecimiento negativo de -21.1% y -23,4% respectivamente. Para mayor información leer: Meller, Patricio. Un siglo de economía política chilena. (1890–1990). Editorial Andrés Bello. Santiago de Chile. 1998, pp 198 – 233.

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caracterizada por una progresiva apertura y liberalización política. La

reconfiguración parcial de un espacio público deliberante, como consecuencia

directa de esta liberalización, crea condiciones favorables para la emergencia de

nuevos centros alternativos de investigación social. Entre los variados centros que

se forman en este período merecen especial mención, por el aporte que desde

ellos se hará al conocimiento histórico, el Instituto de Estudios Contemporáneos

(IEC), creado en 1984 bajo el amparo de una fracción del Partido Socialista, y el

Centro de Estudios Latinoamericanos Simón Bolívar (CEL), formado en 1986 y

que tendrá una importancia no menor en la afirmación y desarrollo de un

pensamiento social latinoamericanista. Es importante señalar, por último, que a

partir de 1983 comienza a funcionar con cierta regularidad el Instituto de Ciencias

Alejandro Lipschutz (ICAL), ligado al Partido Comunista de Chile.

De igual modo, a la conformación definitiva de los contornos estructurales

de un espacio intelectual alternativo de investigación social contribuyen un

conjunto de revistas culturales de debate político e intelectual. Editoriales privadas

fomentan y divulgan, a su vez, diversos ensayos y estudios sobre la democracia y

la historia política nacional. Entre las revistas de pensamiento que circulan en este

período cabe mencionar por su importancia a publicaciones como Convergencia

(época Chile), Krítica, Opciones, Araucaria de Chile (publicada en Madrid y

dirigida por Volodia Teitelbiom), Temas Socialistas, Mensaje y Plural (aún cuando

esta última era editada en Rótterdam - Holanda). Entre las editoriales que

resultaron fundamentales en la apertura y consolidación de un espacio público de

deliberación intelectual no se puede dejar de mencionar a las Producciones del

Ornitorrinco, Ediciones Andante, Documentas, Amerindia Estudios, Ediciones

Melquíades, CESOC Ediciones88 y FLACSO.

88 Esta área editorial se formó en Roma - Italia en 1974, y publicó durante 9 años la revista “Chile-América” que

tuvo importante acogida en la diáspora de los chilenos por el mundo, en esos años, al punto que la revista llegaba a 66 países. Los fundadores de ella fueron: Bernardo Leighton, José Antonio Viera-Gallo, Julio Silva Solar, y Esteban Tomic, con la colaboración periodística de Esteban Murillo. Una vez regresados del exilio, el grupo editor, en 1984, se articuló como editorial de libros, llevando sus obras el nombre de Ediciones Chile-América de CESOC, con lo que se estableció la vinculación, con el trabajo de los 10 años anteriores al conservar el nombre de la revista.

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Esta reducción cuantitativa y cualitativa de las ciencias sociales en el

ámbito institucional, fue acompañada de un proceso de desvalorización de éstas,

pero también de cambios importantes en su contenido. Efectivamente, la

tendencia consistió en abandonar marcos teóricos, áreas y temáticas de

investigación relevantes, que se consideraban conflictivas para el régimen; y se

privilegio en cambio proyectos de investigación que respondían a la visión oficial,

a las demandas del mercado, formado por las empresas y el Estado o,

simplemente, que se consideraban neutros. Incluso este desmedro de la reflexión

en asuntos sociales y políticos en la Universidad y en el cultivo de las disciplinas

respectivas fue puesto de relieve en su momento por el CEP, como la justificación

de su trabajo en este campo. El CEP es un centro de estudios privados, vinculado

a un importante grupo económico (El grupo Matte), y con estrechos vínculos con

conocidas instituciones conservadoras extranjeras como la Sociedad Mont

Pèlerin89 que promueve permanentemente a través de Seminarios nacionales e

internacionales y de sus publicaciones el pensamiento económico y político liberal

de personalidades como Hayek, Friedman y Tullock.

Probablemente los sitios del saber sociológico no hubieran podido

jugar un rol tan importante en la preservación y desarrollo de las ciencias sociales

al margen de las universidades, si no se hubiesen conjugado algunos elementos

fundamentales: el financiamiento otorgado por agencias gubernamentales y no

gubernamentales extranjeras para la realización de proyectos de investigación y

trabajos de campo; el apoyo y patrocinio jurídico de algunas instituciones

eclesiásticas; el esfuerzo, la perseverancia y, por que no decirlo, el compromiso

político de los investigadores que, coincidiendo desde caminos ideológicos

divergentes, buscaron afanosamente “transitar” hacia la democracia.

La disciplina de la Historia, merece una mención especial. Resulta

sorprendente que no hubiese un proyecto oficial que haya intentado imponerse a

89 La creación en 1947 de la Sociedad de Mont Pèlerin, fue iniciativa de Friedrich Hayek quien convoco a las

más prominentes figuras conservadoras del momento (postguerra) alineadas contra el Estado de Bienestar y el comunismo internacional. A ella asistieron Milton Friedman, Ludwig Von Mises, Kart Popper, Walter Lippman, entre otros. Para mayor información véase: Anderson, Perry (1995), quien nos indica que la Sociedad “desafiando el consenso oficial de la época, argumentaban que la desigualdad es un valor positivo [en realidad imprescindible en sí mismo] de la que precisaban las sociedades occidentales”. p 8.

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cualquier costo con el fin de homogeneizar la investigación y la docencia en torno

a una determinada visión o escuela. Más bien lo que hubo fue el desarrollo de

cierta inercia o normalidad institucional que prolongo sin grandes y traumáticos

cambios el quehacer del período anterior a la intervención militar de las

Universidades. Incluso, en contados casos podemos hablar de cierto florecimiento

de la disciplina, como se puede apreciar a partir de algunas publicaciones,

durante los primeros años de la década del ’80, no obstante ello se explica sólo

en parte a la labor propia de institutos universitarios. La publicación de algunas

historias generales de Chile, como las de Gonzalo Vial o de Sergio Villalobos,

profesores por aquel entonces del ex Pedagógico el primero y de la Pontificia

Universidad Católica el segundo; las publicaciones sobre historia del ICHEH; los

Seminarios sobre historia chilena contemporánea organizados por centros de

estudios extrauniversitarios como FLACSO, CIEPLAN y VECTOR, o por la CPU,

en los que participaban profesores universitarios, son ejemplos palpables que al

menos un espacio de resiliencia intelectual quedaba.

Apoyados en este espacio de relativa normalidad institucional, un

conjunto significativo de investigaciones sobre historia de Chile, desarrolladas

desde algún tiempo en el país y en el exterior, comienzan a buscar espacios

comunes de visibilidad y comunicación. Sobre la sospecha compartida de que la

crisis política que atravesaba Chile tenía por ejes centrales problemas de

convivencia de orden histórico, un número significativo de integrantes de la

comunidad historiográfica nacional, de vocación progresista90, se dan a la tarea

90 Utilizo el término “progresista” con la cautela que dicta su carácter controvertido en el debate de las

ciencias políticas contemporáneas. Este término generalmente designa en la literatura politológica la postura humana de optimismo respecto a las posibilidades de avance, adelanto, desarrollo y perfeccionamiento de la sociedad. El término implica vocación de mejoramiento social y de lucha por la superación de las trabas que lo detienen. Fe en el progreso. El enciclopedismo francés fue, en el siglo XVIII una intensa profesión de fe en el progreso ilimitado de las ciencias, las letras y las artes, desligadas ya de las ataduras del dogma. Era la confianza ciega en las posibilidades de la razón como el motor del progreso humano. Durante el siglo XIX el concepto de progresismo estuvo principalmente ligado con el de libertad. Progresista era el que amaba la libertad y luchaba por su consolidación en la sociedad. En la segunda parte del siglo XIX, bajo la influencia del darwinismo, el progreso se fundó en la evolución de la sociedad y en su adaptación a la naturaleza. Posteriormente en los tiempos en que se instaló el clivaje de clase en la política contemporánea, al concepto se lo vinculó con nuevas metas humanas, el progresista, esta vez, era el que luchaba por la justicia social. Más tarde, en tiempos de “Guerra Fría” el término estuvo referido a los de izquierdismo y vanguardismo, auque sin las connotaciones radicales que estos conceptos alojaban. En efecto, “las personas e ideas progresistas al favorecer el cambio, el adelanto social, buscan eliminar los efectos de una sociedad injustamente organizada para reemplazarla por

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de generar diversos espacios de encuentro y colaboración. Fruto de esos

esfuerzos son las ya míticas reuniones anuales de historiadores realizadas en

FLACSO y en la Academia de Humanismo Cristiano a partir de 1983 y conocidas

bajo el nombre de Encuentro de Historiadores. Fruto de esas reuniones es

también el Boletín del Encuentro de Historiadores (1984-1987) que se publica

bajo el auspicio de FLACSO91, y que sirve de soporte textual a las actividades del

Encuentro.

Desde el punto de vista de la rearticulación de una red intertextual

de orden disciplinar, la historiografía de izquierda se reconstruye, en cambio, a

partir de investigaciones históricas llevadas a cabo principalmente en el extranjero

y de revistas académicas y de pensamiento crítico fundadas también en el

exterior. Para el caso de las revistas de pensamiento que tienen especial

importancia en la rearticulación temática de los estudios históricos en Chile,

merece mencionarse Araucaria de Chile (1978) que a través de una variada

producción historiográfica logra configurar un espacio complejo de análisis

histórico común al horizonte de formación de la nueva historiografía chilena. En el

caso de las revistas estrictamente académicas, Nueva Historia, fundada en

Londres en 1981 por una asociación de historiadores chilenos exiliados, vino a

constituir, sin duda, para el orden del discurso historiográfico más reciente, un

espacio textual de inscripción singular a partir del cual era factible pensar la

órdenes socioeconómicos más equitativos”. Sin embargo, su pensamiento no implica, como el izquierdismo una ruptura radical con el pasado. Esta última acepción es la que utilizo en esta investigación.

91 En abril de 1957, se reunió en Río de Janeiro la Conferencia Latinoamericana de Ciencias Sociales que resuelve, crear una Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales “bajo el alto patrocinio del Gobierno de Chile, representado por la Universidad de Chile”, cuya sede estaría en la ciudad de Santiago. Los estatutos de la Facultad se suscribieron el 17 de abril en el Palacio de Itamaraty por los representantes de los Estados de América Latina y de la UNESCO, la OEA y la CEPAL. En los estatutos se establece que la FLACSO “es una institución universitaria regional para la enseñanza de las disciplinas comprendidas en el campo de las ciencias sociales, que tiene por finalidad asegurar la formación de profesores y de investigadores de estas ciencias en un nivel superior en América Latina”. Los orígenes de la sociología profesional en Chile. José Joaquín Brunner. En: El Pensamiento Chileno en el Siglo XX. Eduardo Devés. Javier Pinedo y Rafael Sagrado. (Compiladores). FCE. México. 1.999 pp 65 – 80. FLACSO durante las décadas de los ’70 y ’80 creó Sedes, Programas Académicos y/o Proyectos de Investigación en los siguientes países de América Latina: Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, México y Uruguay. Actualmente su Secretaría General se halla localizada en San José, Costa Rica. La FLACSO se rige por un Acuerdo Internacional, el que se encuentra registrado en la Secretaría de las Naciones Unidas de conformidad con el artículo 102 de la Carta de ese organismo internacional.

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posibilidad de una (re)fundación epistemológica de las practicas escritúrales

internas al campo de las historiografía popular nacional del período.

En el país, y ya situados en los intentos de recomposición

institucional de un campo propio a la “historiografía crítica”, a la reorganización

académica de un espacio historiográfico de izquierda, centrales fueron las

dependencias de FLACSO - CHILE como las aulas de la Academia de

Humanismo Cristiano. En el caso de FLACSO, su importancia en la constitución

de un espacio disciplinar común a las distintas corrientes de la nueva

historiografía crítica, no sólo parece estar dada por el soporte textual en el que el

Centro se constituyó para numerosas investigaciones en curso en áreas tales

como la historia social y política, sino que además, ella parece descansar en una

cierta labor formativa desarrollada en el ámbito de las ciencias sociales e

históricas. Así, por ejemplo, en los años claves al desarrollo de la nueva escena

de la historiografía crítica, nos referimos al bienio 1983-1984, la labor de

enseñanza de FLACSO en el dominio de las Ciencias Sociales estaba orientada a

la formación de jóvenes investigadores (a través de un Diplomado en Ciencias

Sociales), a la realización de seminarios para profesionales (cuyos temas

centrales giraban en torno a la marginalidad, la metodología del trabajo

poblacional, la confección de cuestionarios, etc.) y a la Dirección de Cursos y

Talleres para estudiantes universitarios. En el terreno de la historiografía,

destacaban aquellos cursos y seminarios referidos a la historia política nacional,

la experiencia autoritaria en América Latina, y los movimientos sociales en Chile

en los siglos XIX y XX. A esta labor formativa se agregaba también un número

variado de conferencias en las cuales participaban historiadores extranjeros de

reconocida acreditación y experticia disciplinar. No es extraño, por ello, que en

este período no sea del todo desacostumbrado asistir a conferencias de Chile

dictadas por Paul Drake, Alan Angel, Simon Collier u otros investigadores de nota.

La estructuración de un campo institucional de argumentación, de

orden textual y discursivo, permitió a FLACSO ofrecer asimismo un espacio de

renovación que en los hechos no sólo se mostró capaz de potenciar teórica y

empíricamente las líneas de trabajo de una singular perspectiva política de

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izquierda abocada al estudio del proceso político chileno, sino que, a su vez, a

través del espacio de debate crítico y formativo que favorecía, se mostró capaz de

establecer las condiciones de posibilidad y de producción de una nueva

comunidad historiográfica alternativa cristalizada en las reuniones del Encuentro

de Historiadores Jóvenes.

La Academia de Humanismo Cristiano, por su parte, contribuyó a la

ampliación de este ejercicio renovador de la historiografía crítica nacional al

facilitar y potenciar en sus primeros años las reuniones del Encuentro de

Historiadores. Además, dicho Centro académico fomentó y apoyó la formación en

su seno de diversos programas de trabajo que tenían por objeto el desarrollo de

áreas de investigación temática referidas a la cultura popular, el pensamiento

latinoamericano, la historia local y los (nms) nuevos movimientos sociales.

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La (in)visibilidad de los nuevos movimientos sociales.92 (nms):

“Si la Historia se me escapa, la razón no es que

yo no la haga; la razón es que la hace el otro

también.”

Jean Paul Sartre.

El existencialismo es un humanismo.

Sorprende que después de las intensas movilizaciones93 que

antecedieron al proceso de transición94 política en Chile, haya sucedido un

período de pasividad y desarticulación tan rápido, profundo y duradero como el

que caracterizó a la década del ’90.

Las interrogantes que surgen a partir de este planteamiento son:

¿Por qué los nms no lograron sobrevivir en la democracia electoral?

¿Qué factores desactivaron las potencialidades de los nms?

92 “Los movimientos sociales son actividades organizadas y de larga duración con el fin de promover o

preservar algunos elementos de la sociedad pudiendo producir formas de cambio social. Se distinguen de otras formas de conductas colectivas por una combinación de tres características: 1º poseen un alto nivel de organización interna; 2º presentan una duración relativamente duradera; y 3º conllevan un intento deliberado de cambiar o transformar sustancialmente una parte o la totalidad de una sociedad.” En: Introducción a la Sociología. Gilbert Ceballos, Jorge. Lom Ediciones. Santiago, 1997; pp 478 a 486.

93 Puesta de relieve por uno de los más emblemáticos exponentes del saber sociológico, al sostener que “el año 1983 marcó la división de las aguas en la historia del régimen. La crisis económica golpeó con gran fuerza en el momento en que el lento y desigual proceso de adaptación y desarrollo de la sociedad civil alcanzó madurez y tomó una forma públicamente visible … La aparición pública de la oposición, sus nuevos agrupamientos con raíces más profundas, la irrupción de un movimiento masivo de descontento y protesta, y la adopción por el régimen de una estrategia política para contrarrestar esas tendencias: todos esos eran nuevos desafíos que se le planteaban a la oposición”. La evolución política del régimen militar chileno y los problemas en la transición a la democracia. Manuel Antonio Garretón. En: Transiciones desde un gobierno autoritario. O’Donnell. Schmitter y Whitehead. Editorial Paidós. Volumen 2. América Latina p. 180.

94 Entendida convencionalmente, a saber, como un proceso conformado por un "intervalo que se extiende entre un régimen político y otro". (O´Donnell y Schmitter, 1994: 19).

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¿Cómo explicar una transición que en su materialización, en su

retorno a la democracia, no cuenta con movimientos sociales que la

nutran?

¿La ausencia de movimientos sociales se debe solamente a los

factores de carácter estructural de nuestro sistema político?

Revisión crítica de la literatura relevante.

Los movimientos sociales han sido siempre entendidos como

momentos decisivos por sus protagonistas y la respuesta más común desde los

grupos dominantes ha sido, lógicamente, criminalizarlos en términos éticos y

tratar de impedirlos en términos políticos. Por eso la historia de los

movimientos sociales es un campo historiográfico especialmente apropiado para

rastrear las conexiones entre historia y política o, a nivel más general, entre las

ciencias sociales y su entorno social.95

La protesta colectiva fue siempre considerada un delito penal, y

extremadamente grave, inclusive hasta recién consolidados los regímenes

liberales en el mundo occidental y hasta el colapso de nuestro orden oligárquico.

Hacia finales del siglo XIX, las viejas interpretaciones ideológicas96; al modo

de Tocqueville97, dan paso a otras perspectivas renovadoras, influidas esta vez

por la psicología – y el psicoanálisis - como la teoría del contagio emocional, y el

estudio del comportamiento de las masas, cuya irrupción en la política levantó una

mezcla extraña de esperanza, miedo y asombro, desplazando, en gran medida, al

de las élites intelectuales de los movimientos.

95 Un interesante punto de vista al respecto, desde la teoría de la historia, puede leerse en: Fontana, Josep.

Análisis del pasado y proyecto social. Crítica. Grupo Editorial Grijalbo. Barcelona. 1982. 96 Ideológico en el sentido de los entendimientos que legitiman la forma que adopta el orden social predominante. 97 Léase Tocqueville, A. de. El Antiguo Régimen y la Revolución. Editorial Siglo XXI, Madrid, 1968. (texto

escrito originalmente en 1856)

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En los albores del siglo XX y de la mano de la psicología

conductista, del funcionalismo, del marxismo, y de la historia económica - social,

los procesos estructurales - cambios sociales y económicos - y los psicosociales -

teoría de la privación relativa98 - representaron sendos avances en el

conocimiento del comportamiento colectivo.

En ese ámbito intelectual ingresan en escena las nuevas ciencias

sociales, fundamentalmente, la sociología, la antropología, la psicología y la

ciencia política, aportando al estudio del conflicto social enfoques mucho más

conceptualizados que los usuales en la historia y ampliando la gama de los

hechos sociales susceptibles de ser considerados como formas de conflicto.

Quizás si la última gran mutación se fraguó a finales de los ´60 con

el incentivo intelectual que supusieron los llamados nms, ante los que las teorías

tradicionales del funcionalismo y el marxismo mostraban insuficiencias

explicativas notorias.

En ese ambiente social e intelectual se originaron en Estados Unidos

las llamadas teorías racionalistas99, que consideraban que la decisión de

participar en un movimiento tiene su origen en una elección racional – con una

vinculación con el conductismo – y que eran la capacidad de movilización de

recursos y las oportunidades políticas, las claves para explicar el movimiento y la

forma en que se desarrollaban los movimientos sociales. Por su parte en Europa

occidental , en los años ochenta, se desarrollaron explicaciones menos 98 Las teorías de la privación relativa intentan explicar las causas del sentimiento de descontento o

insatisfacción, que eventualmente puede conducir a la acción colectiva. Una primera formación la encontramos en Stouffer (1949), al que siguieron las observaciones de Merton y Kitt (1950). Esta formulación inicial de privación relativa o comparativa, sostiene que las personas evalúan lo que tienen, es decir, sus propios logros, en relación con sus grupos de referencia; que son el patrón con el que comparan lo que creen que, en justicia, deben tener. Si obtienen menos de lo que esperan, lo consideran injusto y cunde entre ellos el descontento.

99 Según el enfoque racional de Olson (1965), la acción colectiva no se debe fundamentalmente a agravios o sentimientos de injusticia compartidos, sino más bien a otras razones: primera, que la gente se mueve en función de su propio interés, de manera que actuará colectivamente si posee incentivos selectivos, es decir, que repercuten en beneficio exclusivo de los participantes; y, segunda, que, teniendo en cuenta que por todas partes existe una gran variedad de intereses e injusticias de las que podría protestarse, ambas cosas pueden ayudarnos a delimitar entre qué grupos existe más probabilidad de que surja la movilización, pero no nos ayudan a predecir qué grupos potenciales se movilizaran en mayor o menor grado.

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estructurales, muy influidas por la psicología constructivista y, en general, por el

creciente desapego hacia las técnicas cuantitativas y los análisis estructurales, es

la llamada teoría de las identidades colectivas100, que convierte a la cultura y las

formas de sociabilidad, al nivel emotivo-vivencial, si se prefiere, concretadas en la

construcción de determinados marcos interpretativos, en el eje explicativo central.

Ambas posturas teóricas - de la “elección racional” y de las

“identidades colectivas” - asumen que los movimientos sociales implican algún

tipo de disputa contestataria de comunicación y recursos. Ambos enfoques

distinguen, además, dos niveles de acción colectiva: la dimensión manifiesta

(protesta, manifestaciones, huelga) y la dimensión latente de organización y

comunicación en la base, donde el actor desarrolla su vida cotidiana. También e

inevitablemente, en ambas concepciones teóricas, los actores son reducidos, por

una parte, a manifestaciones instrumentalistas y, por otra, a manifestaciones

expresivo - culturales de la acción social.

Soy de la opinión que, para el caso latinoamericano en general y

chileno en particular, debemos tener presente el hecho que no es lo mismo usar

esas categorías analíticas para estudiar el desarrollo de nuevas formas de acción

colectiva, luchas y acciones sociales emprendidas bajo el imperio de las

dictaduras militares, o compararlas con las acciones llevadas a cabo en la Europa

post -industrial, cruzada por crecientes procesos de ampliación de las autonomías

políticas de la sociedad civil en un contexto democrático o enfrentada a efectos de

crisis del Estado de bienestar y a la caída de los socialismos reales; o en Estados

100 Tajfel (1981) propuso una teoría de las relaciones intergrupales a partir de unos estudios sobre la

naturaleza de la conducta grupal que pusieron de manifiesto que los individuos cambian su forma ordinaria de actuar cuando se sienten miembros de un grupo. Sus estudios demostraron que basta la mera asignación de un individuo a un grupo o categoría social, para que surja un tipo de comportamiento nuevo, no impulsado por motivos personales sino por el deseo de favorecer los intereses del grupo del que se siente miembro. Tajfel considera que todo miembro de una minoría tiene una identidad social, es decir, un conocimiento que pertenece a ciertos grupos junto con un significado emocional y valorativo que asocia a dicha pertenencia. Ahora bien, todo individuo y todo grupo busca una identidad positiva, es decir, una forma de logar y conservar la estima propia, una manera de afirmar una imagen tan favorable como sea posible. ¿Cómo es esto posible en el miembro de una minoría dado que es despreciado precisamente por pertenecer a ella? Tajfel responde a la interrogante señalando que la minoría despreciada puede encerrarse en si misma creando una minicultura en el seno de la cual tiene un sitio digno y no es despreciado … o bien puede pasar a la acción creando un movimiento social.

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Unidos donde se desarrollan luchas por la ampliación de la ciudadanía y por los

derechos civiles de las minorías.

Los llamados nms su desarrollo y sus manifestaciones en Chile,

resultarían incomprensibles y poco significativos si en su análisis no

contemplamos la reconstrucción del contexto histórico y social específico que

antecede y acompaña su evolución, esto porque al intentar reconfigurar el papel

que tuvieron las acciones colectivas y movilizaciones sociales de carácter popular

durante la década de los ochenta en pleno proceso de institucionalización del

régimen militar primero, y de "transición pactada"101 después, el cuerpo teórico

utilizado, en función del problema interpretativo, de contextualización y

representación en relación a los nms no logra explicar cabalmente las realidades

de estos movimientos, pues es una teoría que no parte del reconocimiento del

contexto propio y particular en donde las acciones se desarrollan, dificultando

explicar el por qué y el cómo de la acción, en el caso específico de la sociedad

chilena, fundamentalmente, por la utilización mecánica de cuerpos teóricos que

no dan cuenta de las diferencias culturales, de los modos de organización, de las

formas ideológicas y de los particulares sustratos sociales e históricos del sujeto

popular chileno.

Además, por ser una teorización que no ha estado ajena a las

experiencias políticas de los teóricos que la elaboran y cuyo rendimiento está

estrechamente vinculado a concepciones políticas y estratégicas de la forma en

cómo debía evolucionar el conflicto y la transición hacia la democracia

privilegiando teórica y prácticamente “lo político” por sobre el factor social que

pudieran tener este tipo de acciones. Por lo cual, como es evidente, las

101 Uno de los análisis más interesantes y lucidos de la transición política chilena a la democracia lo realiza

Oscar Godoy (1999), ex director del Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El autor sostiene que la transición chilena fue pactada. Y que el pacto de transición es expreso en todo lo que se refiere a los acuerdos convenidos entre la dictadura y la oposición para reformar (parcialmente sin tocar sus cimientos) la constitución de 1980 y plebiscitados en 1989. A estos efectos analiza las dos concepciones de democracia que sustenta uno y otro actor - protegida y representativa-, el proceso de configuración de los actores pactantes, el desarrollo de las negociaciones y su culminación en el plebiscito referido. Sostiene, además, que hubo un pacto tácito, que involucro la aceptación por la oposición de la inclusión de las Fuerzas Armadas en el proceso político, el fuero parlamentario del general Pinochet y la intangibilidad de la ley de amnistía, decretada por los militares. El paréntesis en cursiva es mío y no corresponde a la interpretación del autor del artículo.

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respuestas dadas por la teoría social, no fueron ni han sido las más adecuadas,

no obstante, han resultado política y “consensualmente” eficaces102.

Respuestas a las interrogantes planteadas al comienzo del capítulo.

¿Por qué la necesidad de revisitar el viejo tema de los nms?

Chile fue uno de los escenarios con mayor intensidad y cantidad de

protestas sociales en la década de los 80. En forma abierta y masiva, a partir de

mayo de 1983103, y a un ritmo sostenido, las calles fueron tomadas por distintos

movimientos. Los movimientos sociales, fuertes y vigorosos creaban plataformas

de lucha colectivas, mostrando una gran capacidad de organización y

convocatoria, un enorme compromiso con los temas sociales y políticos, situación

que auguraba el advenimiento de una democracia participativa y dinámica.

Los movimientos sociales que sostuvieron la lucha antidictatorial, y que

el discurso transitológico reconoce como una de las condiciones de posibilidad

fundamentales - al menos en su génesis- para la propia transición, permitió la

confluencia de una pluralidad de mundos, tradiciones culturales y políticas. Esta 102 Empleo el término "eficacia" a lo largo de la presente investigación para referirme a resultados de

acciones premeditadas, congruentes con la intencionalidad de esas acciones, a saber, que contribuyan a implementarla y a asegurar el fin del propósito buscado o al menos que tiendan a ese logro.

103 Conmueve el relato – basado en los testimonios verbales de los pobladores y pobladoras de Lo Hermida - que dos observadores externos (un sociólogo y un antropólogo) realizan de los acontecimientos de la época. “Era el 11 de Mayo de 1983, en Lo Hermida; una de las poblaciones de la periferia de Santiago, no lejos de la circunvalación Américo Vespucio, al pie de la cordillera. Caía la tarde. Todo el mundo estaba en casa, viendo la televisión o escuchando radio Cooperativa, la más conocida radio de oposición. Muchos esperaban tensos, impacientes. La incógnita que rondaba era si el llamado a protestar ese día, lanzado por el Congreso de Punta de Tralca de la CTC, sería efectivamente respaldado por la población. Más aún cuando Rodolfo Seguel, presidente de la Confederación, había renunciado al llamado inicial a una huelga general. Una intensa campaña de prensa, unida al cerco militar que se tendió alrededor de los campamentos mineros de Chuquicamata y El Salvador, parecía haberlo doblegado. Recuperando su imagen, abandonó el llamado a huelga, pero optó por una solución alternativa y nueva: flexibilizar las formas de acción y llamar a una jornada general de protesta. Las consignas eran simples. Se trataba de participar colectivamente en un conjunto de gestos no habituales: no enviar los niños a la escuela, volver a la casa a las dos de la tarde, conducir los vehículos lentamente y, sobre todo, a las 8 de la noche, apagar las luces y hacer sonar las cacerolas…… ¿Engancharía la gente? …… En Lo Hermida, seguro, …… Lo asombroso se produjo sobre todo en los sectores residenciales donde el caceroleo alcanzó proporciones inesperadas. En los pasillos la gente conversaba, sorprendida, estupefacta de encontrarse como arrebatada por un mismo movimiento, descubriendo complicidades insospechadas. No sólo compartía el descontento sino que además lo manifestaba públicamente. En tanto, la dictadura parecía desconcertada. Por primera vez, el muro de silencio y de temor se derrumbaba, de un lado a otro de la ciudad”. En: Los Movimientos Sociales en Chile. 1973 – 1993. Guillaudat, Patrick y Mouterde, Pierre. Lom Ediciones. Santiago de

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pluralidad se torna problemática para el modelo neoliberal económico y cultural

que la transición chilena asumió como propio. La administración, profundización y

continuidad del modelo requería de una operación de disciplinamiento de la

sociedad civil. Es lo que intento demostrar en los capítulos siguientes. Durante la

dictadura irrumpió un vasto y complejo movimiento social, con base territorial en

las poblaciones populares, notablemente diversificado en sus expresiones

organizativas y en su acción colectiva: ollas comunes, comunidades cristianas de

base, comités de allegados, comités de derechos humanos, talleres culturales de

mujeres, mujeres temporeras104, grupos de salud, grupos juveniles y culturales,

entre otros. Esta base organizativa, constituidas en verdaderas estrategias de

sobrevivencia, se masificaron y movilizaron en las llamadas jornadas de protesta

nacional entre 1983 y 1986. Las estrategias performativas que adoptaron los

diversos grupos de pobladores durante las protestas nacionales, llevaron a los

actores políticos a interpretaciones divergentes, mientras unos desconfiaban del

radicalismo e inorganicidad que exhibían; otros apostaron a convertirlos en punta

de lanza de un movimiento insurreccional. Los cientistas sociales también se

dividieron entre los que sólo vieron en esos grupos “anomia”105, “retraimiento

comunitario” y “disolución social” y quienes percibían el surgimiento de nms,

viendo en ellos la ruta para la profundización de las demandas democráticas.106

Las condiciones de la transición democrática no fueron favorables

para la continuidad y desarrollo de esas nuevas expresiones del movimiento

social. La movilización electoral, instalada ya con fuerza al finalizar 1986, en

función de un cambio institucional “por arriba”, si bien es cierto, catalizaba una

expectativa genéricamente democrática, daba preponderancia a otros actores.

Del mismo modo, las reivindicaciones de los nms vinculaban la demanda política

con cambios económicos y sociales inmediatos, lo que desde luego no estaba en

Chile. 1998, pp 139 – 140. 104 Ver: Valenzuela, María. La mujer en el Chile militar. Ediciones Chile y América. Cesoc – Achip. 1987,

pp 127 – 138. 105 Noción utilizada originalmente por Durkheim para referirse a la ausencia o carencia de regulaciones

sociales. Merton retomó la noción para referirse a las consecuencias de una relación defectuosa o imperfecta entre las metas y las formas legítimas de lograrlas.

106 Entre los primeros destaca: Tironi, Eugenio. Para una sociología de la decadencia. En: Revista Proposiciones. Nº 12. Sur Ediciones. Santiago. 1986. Entre los segundos: Leer: Bravo, Loreto y de la Maza, Gonzalo. El estrecho dudoso. Los movimientos sociales y la política en un año electoral. Revista

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el itinerario de los transitologos. Ya en el período posterior al plebiscito de 1988 se

pudo constatar una importante desmovilización de las organizaciones y una

evidente falta de orientaciones claras.

La gestión posterior de los gobiernos de la Concertación no ha

hecho otra cosa que corroborar este propósito matriz, la transición se hace “por y

desde arriba”. En definitiva, “el oficialismo concertacionista, a fin de cumplir su

parte en los acuerdos, se ha empeñado todos estos años en desmovilizar a la

ciudadanía.”107

En concreto son varios los factores que nos permiten explicar la

desactivación de los nms:

En primer lugar, se advierte una razón estructural, a mi saber, la

aplicación del nuevo patrón de desarrollo – aún con sus correcciones de política

social implementadas por los gobiernos de la Concertación – generó significativos

procesos de desarticulación social, a pesar de los indicadores económicos

positivos que son capaces de exhibir las tres administraciones concertacionistas.

En términos socioeconómicos lo que se ha logrado hasta el momento es una

evidente disminución de la pobreza en el país, particularmente urbana, por la vía

de la mejoría de los ingresos y el aumento significativo de las prestaciones

sociales. Sin embargo, no se ha obtenido mayor equidad, ni en la distribución de

los ingresos, ni de las oportunidades. Se ha desestructurado el movimiento

sociopolítico antidictadura y las redes sociales locales, sin que se hayan

fortalecido nuevas formas asociativas con horizontes de cambio social.

En segundo lugar, el itinerario de “modernización” pactado en el

segundo quinquenio de la década de los ’80 por las elites económicas y políticas;

y diseñado por el saber sociológico, no contenía un concepto de sociedad, sino

que fue entendido principalmente como crecimiento económico y normalización

institucional de la política.

Krítica. Nº 30. Santiago. 1989.

107 Jocelyn – Holt y otros. Historia del siglo XX chileno. Balance Paradojal. Editorial Sudamericana. Santiago. 2001; p 339.

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La movilización antiautoritaria a partir de febrero de 1988 – instante

en que los partidos políticos que formaban la Concertación firmaron un pacto

solemne, en virtud del cual junto con aceptar el itinerario de la Constitución del

’80, que hasta entonces impugnaban, se comprometían a realizar una campaña

unitaria por el NO – no se efectuó fuera, sino desde el interior de la

institucionalidad creada por el régimen militar. “El espacio en que se desarrollo - la

campaña entorno al plebiscito - fue organizado por el gobierno [militar], y

respetado escrupulosamente por la oposición. Gobierno y oposición, en suma,

parecen haber concordado tácitamente en que el plebiscito era la arena donde

debía resolverse un conflicto político que ponía en riesgo el futuro de la

modernización en curco.”108

Si bien es cierto, que el Estado ha tenido cierta activación en el área

social – en la lógica de las políticas públicas de focalización, en ningún caso de

universalización – durante estos últimos dieciséis años, lo cierto es que una

agenda de reconstrucción social específica no ha estado incluida en los

programas de los gobiernos concertacionistas. Lo que se ha privilegiado es

mantener el crecimiento, sin alterar las condiciones previamente existentes e

incorporar políticas sociales más activas, que naturalmente no han podido

cambiar el rumbo básico de la estructura productiva. El producto obtenido a nivel

de la conciencia ciudadana ha sido la desarticulación social; la que en ningún

caso se traduce en movilizaciones colectivas, ni en demandas políticas, sino que

se expresa como temor, desafiliación política, inseguridad109, y debilitamiento de

108 La cita reproduce (salvo el corchete que es mío) la opinión de uno de los intelectuales más influyentes de

la Concertación en esa etapa de nuestra historia nacional. Tironi, Eugenio. El Régimen Autoritario. Para una sociología de Pinochet. Dolmen Ediciones. Santiago, 1998, p 136.

109 Al respecto Lechner nos recuerda lucidamente que “La modernización actual se apoya en un vasto proceso de privatización. Privatización de las empresas productivas, y también de lo servicios públicos; privatización de la educación, instancias típicas de integración social. Esa contracción drástica del espacio público en tanto espacio compartido provoca otros procesos de privatización. Expulsada del espacio público, la gente se vuelca a lo privado y a lo íntimo. El auge de tal cultura del yo expresa una privatización de actitudes y conductas, propia de una sociabilidad de mercado”. De este modo, el gran enemigo común de la gente es la inseguridad, en sus distintas manifestaciones: precariedad laboral, precariedad del ingreso, temor a la delincuencia y a la criminalidad en las calles y el angustiante sentido de vulnerabilidad; todos síntomas de los miedos sociales. Lechner, Norbert. Los Patios Interiores de la Democracia. Subjetividad y Política. Fondo de Cultura Económica. Santiago. 1990. Leer: capítulo IV. Hay gente que muere de miedo; pp 87 a 101. Para mayor información sobre la noción de seguridad, remitirse a: “Informe Desarrollo Humano en Chile. 1998. Las Paradojas de la Modernización”. Elaborado por el PNUD. Particularmente interesante es el capítulo 10. “La Seguridad Humana en Chile.”

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los lazos colectivos y comunitarios. Al respecto un notable trabajo de

investigación realizado por Sur Consultores arroja resultados inquietantes que

reflejan las tensiones y los desencuentros en el espacio público del Chile actual.

Los antecedentes de la investigación indican que “Santiago es una ciudad de

habitantes con temor y que el aumento de la percepción de inseguridad de sus

habitantes contrasta con que las tasas de victimización se hayan mantenido más

o menos constantes en los años que precedieron a la encuesta”; realizada entre

noviembre de 1996 y marzo de 1997. “El temor se relaciona con el abandono del

espacio publico físico y sociopolítico, así como en el refugio en los espacios

privados. La actitud de resolver los conflictos por medios no pacíficos es alta y se

asocia, en mayor medida, con la inseguridad, la actitud negativa hacia la

democracia y la falta de expectativas con el futuro del país.”110

En tercer lugar, cabe destacar el diseño de ingeniería política que ha

marcado la transición, en este sentido, el rol de los intelectuales resulta un factor

significativo. La producción discursiva de los intelectuales orgánicos, ha sido

capaz de diseñar y anticipar las practicas políticas, es decir, la producción del

discurso transitológico y su circulación han ido mucho más rápido que el proceso

social, entre otros factores porque las voces oficiales son pocas y muy difundidas

a través de un sistema mediático extraordinariamente restringido, donde no ha

existido espacio para voces disidentes111.

El golpe militar por el cual el general Pinochet tomó el poder en Chile

en 1973 significó no sólo el fin de una larga tradición democrática, sino también el

de una tradición por lo menos igualmente larga, de control de los partidos políticos

sobre las organizaciones sociales. El actuar del movimiento sindical, y también las

protestas de los pobres urbanos contra la ausencia de servicios urbanos, los

110 En: Temas Sociales. Nº 26. Agosto de 1999. Boletín del Programa de Pobreza y Políticas Sociales de Sur.

Centro de Estudios Sociales y Educación. 111 Los centros académicos alternativos – otrora reductos del pensamiento crítico – durante los últimos

dieciséis años han sufrido la diáspora de sus miembros cooptados por puestos de gobierno, debiendo resistir con cada vez menos financiamiento externo, o teniendo que convertirse en consultoras privadas que operan con lógicas de mercado y fondos concursables. Por otra parte, resulta sintomático que prácticamente todos los medios de comunicación escrita que emergieron durante la dictadura en la década de los ’80 desaparecieron, es el caso de los diarios: Fortín Mapocho, La Época y las Revistas Análisis, Apsi, Cauce, Hoy y Página Abierta, entre otras.

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movimientos de inquilinos y las tomas de tierra, se habían dado siempre bajo los

auspicios de, sobre todo, los partidos socialista, comunista y demás partidos más

pequeños de izquierda, fenómeno al que se agregaron también los

democratacristianos a partir de los años sesenta, asumiendo un papel importante

en la movilización social. Los partidos ofrecían apoyo político y ayuda

organizacional, jurídica y a veces también financiera, y a cambio exigían adhesión

y disponibilidad en acciones propagandísticas y en las opciones estratégicas y

tácticas. Un complemento a esta influencia de los partidos políticos era el fuerte

enfoque hacia el Estado en prácticamente todas las movilizaciones sociales. Los

partidos funcionaban como intermediarios, brokers, frente al Estado. A su vez, el

Estado tenía carácter "de compromiso", y en principio se dejaba apelar por su

responsabilidad hacia la nación y el bienestar de todos los chilenos, a pesar de

que frecuentemente se aplicaban, como hecho natural, estrategias de represión,

cooptación y manipulación. No obstante, para muchos movilizadores, el Estado

seguía siendo el blanco principal y, frecuentemente, se le responsabilizaba del no

cumplimiento de las obligaciones que se le atribuían, o se le consideraba el

vehículo más apropiado para la integración y la movilidad sociales. Un efecto

lateral de este estatismo era el integracionismo graduado de los pobres. A pesar

de la asesoría ideológica de los partidos políticos, las mayorías le daban más

importancia a la movilidad social que a las reformas políticas.

Estos parámetros y orientaciones básicas para acciones colectivas

cayeron con el golpe militar de 1973. Conjuntamente con los efectos de

desintegración, desorientación y derrota que tuviera la dictadura sobre los

chilenos pobres, nació, lenta pero con solidez, un nuevo patrón de acción

colectiva. Con el tiempo, y sobre todo en las poblaciones, surgió una red amplia

de pequeñas organizaciones informales. Al contrario de sus predecesoras, estas

organizaciones no se caracterizaban por su orientación hacia el Estado, por

acciones dirigidas hacia "afuera" y por su lealtad a partidos políticos.

Generalmente eran de tamaño reducido, sobre todo apegadas a estrategias de

autoayuda, de carácter informal y participativo, e independientes de y a veces

hasta confrontacionales con, las influencias ideológicamente coloreadas por la

política partidaria. Al contrario de antes, en los años ochenta no fueron los

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hombres sino las mujeres quienes jugaban el papel principal en esta nueva forma

de organización,112 seguidas por los jóvenes pobladores. Las profundas

transformaciones socioeconómicas impuestas por la dictadura llevaron a las

mujeres a jugar un papel económico y social mucho más importante que en el

pasado. “Fueron ellas, sobre todo, las que animaron las organizaciones populares

solidarias en los primeros años de dictadura; las que, patrocinadas por la Iglesia,

se esmeraban por aportar una ayuda mínima a los más desposeídos de los

barrios populares a través de las ollas comunes, los comedores infantiles, los

grupos de autoayuda, etc. Más tarde, serían ellas también quines tomarían a su

cargo las organizaciones reivindicativas de barrio como los comité sin casas, de

derechos humanos, etc. Que florecieron en el momento de las protestas,

dándoles la amplitud y fuerza que llegaron a alcanzar”.113 La comunidad, el grupo

de iguales y la solidaridad en pequeña escala jugaban un papel más importante

en estas organizaciones que la efectividad política, las concesiones de las

autoridades o la cuota de poder.

Su desarrollo dio origen a una discusión en la que se expresó

asombro y admiración por ellas. En la opinión de un grupo creciente de

participantes y observadores, incluso se llegó a hablar, ni más ni menos, que de

una renovación de la cultura política chilena, a pesar de, o quizás justamente a

causa de, las circunstancias difíciles en las que la dictadura había enredado al

país. Se esperaba y se preveía que estas nuevas formas de organización no

resultarían tan sólo una "expresión de crisis", sino la cuna de una nueva cultura

política en la que la participación, la solidaridad, la democracia de base, la

autonomía y la pequeña escala desplazarían a las antiguas tradiciones de

movilizaciones de "arriba hacia abajo", al mando de las cúpulas, a la fijación en el

Estado y al integracionismo conformista. Las organizaciones demostraban nuevas

prácticas, y también nuevos actores y nuevos valores. Y al contrario de la

aceptación del mando de la política partidaria, ahora se apreciaba la autonomía, 112 Véase: Espacio y Poder, los pobladores. colectivo de autores. Santiago. FLACSO, 1987. Destaco el

artículo de Valdés, Teresa. Ser mujeres en sectores populares urbanos, pp 203 a 258. Otro texto ilustrador es el de: Valenzuela, María. La mujer en el Chile militar. Santiago. Ediciones Chile y América – Cesoc-Achip. 1987, pp 127 a 138.

113 Guillaudat, Patrick y Mouyerde, Pierre. Los movimientos sociales en Chile. 1973 – 1993. Lom Ediciones. Santiago, 1998, p 121.

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la autogestión y la participación activa. Parecía que se trabajaba en pleno en los

bloques de construcción de una "democratización desde abajo".

La influencia de las discusiones y la teorización sobre los "nuevos

movimientos sociales" jugó un papel importante en estos desarrollos, y alimentaba

el optimismo. Con el tiempo, el potencial de las organizaciones, como extensión

de las ideas positivas sobre nuevos movimientos sociales, fue considerado cada

vez más profundo, más ancho y sustancial (Miéres 1983, Melucci 1985, Kothari

1984, Sheth 1983, Friberg & Hettne 1988). No sólo la emancipación política, sino

también (y quizás justamente) la emancipación social y cultural parecían

pertenecer al dominio natural del actuar de los nuevos movimientos sociales (Jelin

1985, Kärner 1983, Evers 1985). En este contexto, las organizaciones en Chile

fueron vistas como "un foco de organización política y autoeducación, así como

un medio de empoderamiento" (Chuchryk 1989:154).

En no pocos casos se anticipaba que esta actividad organizativa

tendría consecuencias que irían más allá de su ámbito específico: "ellas abren la

posibilidad de introducir formas de administración y poder locales, que serán

adoptados en la democratización municipal" (Rodríguez 1988:236). Se

revaloraron procesos a los que antes se daba escasa importancia, redoblándose

las expectativas políticas. La "recomposición de la solidaridad social" (Valdés

1986), entonces, más que un mero fenómeno de crisis, más que una táctica

temporal de sobrevivencia, fue interpretada como una "búsqueda de nuevas

formas de expresión democráticas del movimiento social. No se trata solamente

de la preservación de [estas] organizaciones [después de la democratización],

sino se trata de la búsqueda de nuevas formas de acción de base, que resultará

en una contribución independiente y creativa al movimiento popular en general”.

No hay nada que indique que estas nuevas metas se perderán después de una

apertura democrática. Así las organizaciones significaban una promesa para toda

la sociedad chilena, en que su importancia como organizaciones iba más allá de

la mera sobrevivencia.

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Finalmente, sin embargo - no voy a profundizar aquí en todos los

acontecimientos y desarrollos que llevaron a ese resultado -, ocurrió exactamente

lo contrario. Pinochet abandonó el campo después de dos mediciones de fuerza

electorales (1988 y 1989), que fueron ganadas por la oposición baja la dirección

de los antiguos protagonistas políticos: los partidos. El presidente elegido, Patricio

Aylwin, que ya había sido presidente de su partido antes de 1973, simbolizaba

decididamente el retorno de los patrones y corifeos de antaño. La coalición de

partidos de centro y moderadamente progresistas dio cuerpo a la transición

democrática de una manera típicamente chilena, "a la antigua", y aunque en su

discurso planteaba la "renovación desde abajo", que según muchos estaba

incorporada en las organizaciones informales, emprendió enérgicamente el

restablecimiento de las formas políticas de antaño. Esto causó la decepción

inmensa de muchos miles que habían esperado otra democratización, y que

habían mirado con muchas expectativas hacia las organizaciones y/o habían

estado muy activamente involucrados con ellas. Se oyeron reproches dirigidos a

los "institucionalistas", léase el grupo que incorporó la "democratización

meramente formal". Sin duda había mucha verdad en las acusaciones de que las

fuerzas políticas renovadoras fueron desviadas a un carril lateral, y que detrás de

la democratización "ordenada" en Chile había un juego de negociaciones opacas

entre los militares en el poder y los políticos tradicionales.

Pero la desilusión - y el problema - eran más complejos y profundos.

Pues ¿acaso las organizaciones no habían brillado por su ausencia? ¿Acaso no

habrían podido prevenir que la democratización terminara en un procedimiento

tan estéril? ¿Por qué se habían dejado marginar de esta forma? Es en este punto

que se siente la necesidad de apelar a la idea de la lentitud de los cambios en los

sujetos. Se trata de saber qué ha pasado con los cientos de miles que no hace

tanto tiempo eran la prueba viviente del cambio, del idealismo, de la dedicación,

de una nueva identidad y actitudes, competencia, sentido crítico, capacidades y

autoestima, basados en una mayor confianza en sí mismos. Se trata de saber qué

ha pasado con aquella supuestamente nueva manera de actuar político; con las

metas, promesas y esperanzas de las nuevas prácticas organizativas, de acción,

concientizantes y pedagógicas que florecían durante la dictadura de Pinochet, que

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expresaban al "hombre nuevo" pero que parecen haberse fundido como la nieve

ante el sol. ¿Dónde están los efectos, las consecuencias, dónde está la cosecha

de esos procesos de enseñanza y concientización?

Ciertos autores, para explicar la promesa no cumplida, pusieron el

acento sobre todo en la actuación "astuta" de los antiguos actores políticos

institucionales. Analizaron las estrategias y la actuación de los partidos que

participaban en la concertación política en el poder para medir su capacidad de

desanimar la "resurrección desde abajo", y denunciaron la "traición" de los

muchos que alguna vez parecían estar dedicados al desarrollo de la base, y que a

pesar de eso después optaron por una carrera prometedora dentro de la política

del "establishment" (Fernández 1991, Trumper & Phillips 1996). Estos autores

adoptaron una actitud extremamente decepcionada y crítica. Otros, en cambio,

han señalado sobre todo lo limitado de la renovación reclamada por la población.

Insistieron, para aclarar su punto de vista, en la desintegración de los pobres por

la pauperización y el desempleo en aquellos tiempos de supuesta renovación, en

la falta de comunicación horizontal y coordinación entre las organizaciones, y en

los intentos fallidos de desarrollar organizaciones confederativas.

Extendiendo este argumento, a veces también se señaló la falta de

experiencia y visión políticas. Los participantes en las organizaciones, en su gran

mayoría, no habrían sido capaces ni estado dispuestos a encargarse de la tarea

política de dar forma a la transición democrática (Tironi 1986 b, 1987), y los

análisis de renovación democrática de base en las poblaciones habrían estado

basados en un pensamiento ilusorio y una sobre-estimación. Aunque este

enfoque sí se refiere marginalmente a la cultura popular en las poblaciones, esto

ocurría sobre todo en términos de impotencia política de parte de los pobladores,

y no en términos de procesos y tensiones dentro de prácticas culturales en las

poblaciones. No se manejaron distinciones adicionales dentro de los diferentes

sectores de los pobladores, y hubo omisión total en lo que se refiere a la eventual

generación de competencias y de aspiraciones de los pobladores, tanto de los

organizados como de los no-organizados. En cierto grado, este enfoque resultó

en una legitimación de la transición "institucionalista" que finalmente se dio: según

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este análisis, simplemente no hubo potencial o posibilidad para hacerlo de otra

manera.

Un último grupo de observadores y analistas optó por un

desplazamiento dentro del ámbito en el cual habría tenido lugar la renovación: en

vez de una renovación cristalizada en un nuevo potencial político, más bien se

trataba, según ellos, de una renovación dentro de la dimensión sociocultural. Sí

hubo cambios en la formación de identidad, patrones recíprocos de solidaridad y

sentimientos de comunidad; pero estos cambios aún no se transformaban en

nuevas relaciones de poder políticos y/o en un aporte efectivo a la transición

democrática; no obstante, fueron de un gran significado para los desarrollos

futuros en la sociedad chilena y finalmente también iban a serlo para la cultura

política (Friedman 1989). Empero, lo problemático de este análisis es que

nuevamente quedó subexpuesto el proceso de cambio de identidad y cultura, a

favor de una idea un tanto romántica de una “contra-cultura solidaria” (Hardy &

Razeto 1986).

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Comunidad epistémica, disciplinar, generacional y política.

“Los prados, los salones y las flores mienten. Se

ofrecen naturales y eternas a condición de olvidar el

trabajo que las sostiene. Esa facultad de olvido le facilita

andar por el mundo sin un por qué, … Borran su historia

y se fetichizan como realidad per se, generando para sí

y sus espectadores la ilusión de constituir un mundo sin

genealogía.”

Willy Thayer.

El pasaje zurdo del rostro.

Durante las últimas décadas se ha reiterado hasta la saciedad tanto

en la academia como fuera de ella, la llamada “crisis de las ciencias sociales” en

América Latina. Discusión que se ha enunciado a nivel local sin ahondar en sus

implicancias epistémicas, teóricas ni prácticas. Es más, en este debate, más

regional que local, se aplica la expresión “crisis de las ciencias sociales” como si

la ciencia, toda ella y por sí misma, pudiera entrar en crisis. ¿Es esto posible?,

realmente ¿puede entrar en crisis la ciencia? con toda la acumulación de

conocimientos generales por decenios, contadas sus categorías, conceptos e

innegables aportes.

El debate tiende a referirse en abstracto a las crisis de las ciencias

sociales, olvidando que una expresión tan general da cuenta del conocimiento

que ha permitido interpretar y comprender la realidad social regional y local en sus

distintas perspectivas y dimensiones (histórica, económica, política, social,

cultural) desde el siglo XIX hasta nuestros días. Da la impresión que, desde el

punto de vista de los que hablan de crisis de las ciencias sociales, la acumulación

de conocimiento se truncó a la par que la posibilidad de construir nuevo

conocimiento.

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¿Será cierto que los distintos aportes y debates ya no dan cuenta de

nuestra realidad?, ¿Qué no podemos rescatar de ellos elementos para

comprenderla y que las categorías que ocupamos ya no tienen rendimiento

explicativo? ¿Tiene sentido ese debate? ¿O será por el contrario, que estamos

planteando erróneamente el problema?

Si cuando hablamos de crisis de las ciencias sociales nos estamos

refiriendo al hecho de que el cuerpo teórico que interpreta la realidad y sus

problemáticas concretas no da cuenta de dicha realidad, lo primero que tenemos

que preguntarnos es ¿quién construye conocimiento? En este sentido, es

fundamental rescatar el rol central del sujeto -intelectuales- como constructor (es)

de conocimiento en relación con los sujetos reales y concretos que son objeto de

estudio de las ciencias sociales.

Cuando se asevera la existencia de la crisis de las ciencias sociales,

sin más, se está asumiendo la escisión sujeto-objeto como dada; en la medida

que se separa al sujeto - el intelectual - de la realidad. Situándolo fuera del

problema y, así, la ciencia aparece como algo ajeno a quien la produce, e incluso

en relación con lo que se produce; es decir los sujetos sociales que estudiamos.

Reconocemos la existencia de un problema pero desvirtuamos y cercenamos la

posibilidad de construirlo en todas sus dimensiones para poder explicarlo.

Precisamente porque no reconocemos al sujeto como constructor de ciencia y lo

extraemos del escenario es por lo que negamos el hecho de que formamos parte

del problema argumentando que es ese ente abstracto y ajeno - la ciencia - el

que está en crisis y no nosotros. Por lo tanto no tenemos responsabilidades, ni

tampoco podemos reconocer a otros científicos sociales que las tengan.

Detrás de esta particular forma de razonar se encubren las

diferencias en términos de lo que se produce (diversas posturas epistemológicas,

ideológicas, etcétera), y la ciencia y los científicos sociales son interpretados

como un todo homogéneo ajeno a la realidad en la que producimos conocimiento

y sobre la que interpretamos. Recortando el problema a partir de una falsa

conciencia, cerramos el diálogo con la propia realidad a la que requerimos

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preguntar permanentemente, porque es sobre la que construimos cada día. De

este modo desaparecen del tapete preguntas básicas: ¿quién está en crisis, la

ciencia o los intelectuales?; si preguntamos ¿desde cuándo?, habrá que saber

respecto a qué momento; ¿cuál es la diferencia en relación con ese otro tiempo?,

¿cómo producían otros?; y si tuvo y tiene capacidad explicativa ¿qué es lo que

caracteriza y caracterizó el quehacer de esos intelectuales?, ¿quienes son los que

han perdido dicha capacidad?; ¿qué sucedió en la realidad latinoamericana y

local de los últimos decenios para que cierto tipo de intelectuales vinculados al

campo de las ciencias sociales y humanidades hayan dejado de dar cuenta de las

grandes problemáticas regionales?; ¿qué rol están cumpliendo las otrora

“universidades públicas”, acechadas por la eficiencia neoliberal, de cara a esta

situación de crisis?, ¿quién y cómo se forma a las nuevas generaciones de

intelectuales?

En este sentido, planteo que existe una crisis de los intelectuales

vinculados al campo de las ciencias sociales y no de la ciencia como tal, en tanto

son los sujetos que la construyen los que pierden capacidad de interpretación y

explicación de la realidad.

Lo que en este capítulo pretendo plantear es que la autodenominada

crisis de las ciencias sociales está directamente relacionada con una postura

epistemológica que se impuso y luego ha pasado a ser dominante hasta nuestros

días en el campo de las ciencias sociales y de las humanidades a partir de la

refundación neoliberal aplicada en casi toda la región y con particular éxito en

nuestro país. Intento explicar como los intelectuales “renovados” no sufrieron una

transformación ideológica-epistemológica espontánea. Es decir, estos sujetos que

aún más proceden de la intelectualidad crítica de los años sesenta, no sufrieron

un cambio drástico de la noche a la mañana. No es posible pasar de un pensar

crítico, así, de buenas a primeras, a una forma de construcción caracterizada por

el pragmatismo de una razón instrumental propia del liberalismo, la producción

teorética y la escisión sujeto-objeto.

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Otra de las razones que están a la base de la perspectiva que he

elegido para desarrollar esta tesis centrando mi interés en los intelectuales, se

debe a que, hoy por hoy representan el pensamiento dominante de quienes están

en las esferas del poder; permeando todos los ámbitos de la vida nacional: las

universidades, los mass media, los nuevos estilos empresariales, y sobre todo

como consejeros de la clase política. A tal punto, que incluso podemos establecer

una correlación entre el pensamiento y el discurso de los intelectuales

“renovados” y el proyecto de refundación neoliberal hoy dominante. Esta

correlación no responde a la casualidad. La supervivencia durante casi tres

decenios del proyecto neoliberal jamás hubiese sido factible sin la contribución de

los intelectuales renovados a la legitimación del orden conservador actual.

Si bien la construcción del pensamiento renovado es simple y

elemental en su análisis, su expresión en el discurso, por el contrario, no es burda

ni se percibe a primera vista. Si revisamos la producción de este sector de la

intelectualidad, encontramos que algunos pueden ser abiertamente (neo)

liberales. Sin embargo, la mayor parte se mimetiza en la ambigüedad del

lenguaje, siendo capaces de incidir y hacerse creíbles precisamente por que el

medio social está conformado para ser receptivo a este tipo de discursos. Este

tipo de producción científica constituye una dimensión más de la propaganda

neoliberal que actúa en los medios de comunicación, en los discursos políticos y

que, por distintos medios, llega al ámbito de la convivencia societal.

Como lo manifiesta explícitamente Brunner, en su evidente elogio a

la tecnificación de la política y las políticas al aseverar que “en un mundo cuyas

estructuras y apariencias están representadas por estrictos mapas de

reconocimientos: la pobreza es cuantificada rigurosamente, los movimientos de la

opinión pública son medidos por las encuestas, a cada momento empleamos

estadísticas sociales y los propios problemas de la sociedad existen una vez que

son identificados por la investigación […] se desconfía de las soluciones

puramente ideológicas y se insiste en la necesidad de otorgarles un fundamento

técnico. Cada vez más, la política se apoya en el saber experto, y algo similar

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ocurre con los ministerios, el Congreso, los partidos, los sindicatos y los medios

de comunicación”.114

La forma en que se manejan en el terreno de la ambigüedad (la

apariencia crítica, de compromiso, de afán democrático) es lo que hace

especialmente importante, urgente y necesario problematizar las bases de

construcción de este pensamiento y discurso si queremos develar lo que está a la

base de estas posturas dominantes y sus lazos con la reproducción del orden

conservador.

Para tal propósito he elegido el discurso transitológico, emblemático

en el ámbito de la ciencias políticas a nivel regional (América Latina) y local

(Chile). Pensemos en la teoría de las transiciones políticas y en su circulación

discursiva en las universidades, academias y opinión pública; y en los teóricos

que aún siguen siendo citados.

Uno de los estudios pioneros, publicado en la segunda mitad de la

década del ‘80, se articuló en torno a la premisa que los análisis sobre la

democracia debían basarse en las relaciones de causalidad, abriendo camino a

nuevas vertientes teóricas y metodológicas, postulaba la autonomía explicativa de

la esfera política. Me refiero al notable y muy difundido texto de O’Donnell,

Schmitter y Whitehead. Transiciones desde un Gobierno Autoritario.115 En esta

obra el estudio sobre las transiciones políticas minimiza la importancia de la

esfera socioeconómica como uno de os actores determinantes del desarrollo

político.116 De acuerdo con esta perspectiva transitológica, los procesos de

114 José Joaquín Brunner. “Paradigmas sobre utilización del conocimiento producido por la investigación

social”, Santiago de Chile, FLACSO. En: Antonio Camou, “Los Consejeros del Príncipe: Saber técnico y política en los procesos de reforma económica en América Latina”. En Nueva Sociedad, Nº 152, Caracas, Venezuela. 1993, p 9.

115 Publicada en español en 1989 por la editorial Paidós. Argentina. No se han publicado desde entonces trabajos de dimensiones comparables sobre las transiciones: más de 700 páginas, cuatro volúmenes, tres prominentes editores y veintidós acreditados autores. Apareció por primera vez en inglés: Transitions from Authoritian Rule. The Johns Hopkins University Press. 1986.

116 El mismo O’Donnell admite el enfoque procesualista y politicista que vertebraba su investigación, señalándonos que “se ha criticado (injustificadamente según el autor) el énfasis de mi trabajo con Schmitter, en decisiones y alianzas políticas y en la gran incertidumbre que rodea las transiciones, con descuido de factores más estructurales y de largo plazo …… quiero señalar que, en esa época (segundo quinquenio del ’80) el logro de una democracia política aparecía tan inmensamente importante que

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transición están determinados por la acción política de los actores políticamente

relevantes. En este sentido, las investigaciones académicas que comienzan a

circular adhieren a los análisis que, desde la ciencia política, postulan un margen

de libertad de acción a determinados actores por encima de las condicionantes de

carácter estructural. Por tal razón, y en lo que respecta a la dimensión específica

de los actores políticos, los análisis sobre las transiciones generalmente se

estructuran, en torno a tres ejes temáticos: el primer tema está relacionado con la

necesidad de definir quienes son aquellos que, con su acción política, intervienen

en forma directa en las transformaciones consideradas (Fuerzas Armadas,

partidos políticos, etc.). El segundo eje temático se orienta a identificar el proceso

seguido para la reproducción de sus estrategias políticas (negociación, pactos,

etc.) Por último, el tercer eje, se orienta a reconocer los hechos políticos a través

de los cuales los actores evidencian tanto sus estrategias políticas, como los

recursos de poder disponibles (constitución, elecciones libres, etc.).

Complementariamente, la nueva perspectiva aplicó un marco de

análisis teórico que recuperaba el ámbito de lo político como esfera explicativa per

se. Esta opción analítica resulta razonable, si se considera a la democracia más

como una cuestión de procedimiento que de sustancia, y si se entiende por

transición el proceso mediante (y durante) el cual determinadas reglas del juego

son transformadas hasta producir un nuevo orden (poliárquico) que influye en la

capacidad decisoria y en los intereses de los actores.

El contexto de incertidumbre que envuelve los procesos de

transición no permite definir a priori las estrategias y comportamientos de los

actores involucrados. De este modo, uno de sus argumentos centrales descansa

en el alto grado de indeterminación de las acciones políticas de los actores, en

tanto, parte de un proceso de redefiniciones del incierto contexto y de sí mismos.

Este hecho implica que desde esta particular perspectiva de análisis, los

conceptos acuñados observen de manera inductiva el cómo del proceso, antes de

responder el por qué del mismo.

quisimos concentrarnos en los factores y procesos políticos y sociales que podían conducir con la mayor celeridad a ella”. Los paréntesis son míos. En: O’Donnell, Guillermo. Contrapuntos. Ensayos escogidos

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Cuando O’Donnell, Schmitter y Whitehead (1989) plantearon el

escenario por el que estaba atravesando América Latina en el decenio de los

años ochenta, la democracia quedó despojada de las reivindicaciones sociales y

económicas que la han caracterizado históricamente.117

Esta perspectiva tiene su correlato, no azaroso en la dimensión

institucionalista que desde sus orígenes adquirió la transición chilena.

Efectivamente, la importancia de la dimensión institucional en el proceso

transitológico chileno se manifiesta en el carácter regulado de su tradición y en el

legalismo presente en la cultura política chilena.

Pues bien, la transición chilena sólo pudo llevarse a cabo mediante

un acuerdo tácito de la oposición acerca de la vigencia, no necesariamente de la

legitimidad de origen, de la institucionalidad dictada de facto durante el régimen

militar, todo en el marco de la constitución del ‘ 80.

El punto de partida del acuerdo respecto a la institucionalidad

debemos rastrearlo en un seminario organizado por el ICHEH el 27 y 28 de julio

de 1984, Un sistema jurídico político institucional para Chile, cuyas ponencias

fueron publicadas en 1985 bajo el titulo Una salida político-institucional para Chile.

En esa oportunidad, el ex Presidente Patricio Aylwin se refirió al tema de la

legitimidad de la Constitución de 1980, formulando, grosso modo, el espíritu que

debía tener el diseño transitológico que finalmente se impuso; nótese el guiño de

Aylwin al General Pinochet, que no disimula el “transformismo”118 subyacente. El

sobre autoritarismo y democratización. Paidós. Buenos Aires. 2004 p 18.

117 Una de las características centrales del proceso transicional chileno lo constituye precisamente su carácter estrictamente político. De ahí el hecho de que el término que, en sentido estricto, corresponde a la caracterización de este proceso sea precisamente el de Transición Política. En este sentido, nuestra transitología nos advierte que “ …… las transiciones políticas deben dejar pendientes los problemas de democratización social …… y esta pasa a ser, como hipótesis general de este tipo de países, una de las condiciones de la consolidación democrática”. Garretón, Manuel Antonio. “Transición, inauguración y evolución democráticas”. En: Hacia una nueva era política. Op. Cit. p 104.

118 Moulian reduce la transición a una operación de “transformismo”, destinada según sus propias palabras al blanqueo de la dictadura. Moulian denomina transformismo “al largo proceso de preparación, durante la dictadura, de una salida de la dictadura, destinada a permitir la continuidad de sus estructuras básicas bajo otros ropajes políticos, las vestimentas democráticas. El objetivo es el gatopardismo, cambiar para permanecer”. En ese contexto el transformismo, sería el conjunto de operaciones [prácticas discursivas] que en las últimas décadas se han realizado para asegurar la reproducción de la infraestructura creada durante la dictadura. Despojada de las molestas formas, de las brutales y de las manifiestas

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ex Presidente, por aquel entonces ex Senador de la República sostuvo que lo

primero para buscar una salida “es dejar de lado la disputa sobre la legitimidad del

régimen y su Constitución ( …… ) Yo la creo ilegitima, pero no puedo pretender

que el General Pinochet lo reconozca ni él puede exigirme que yo la reconozca

cono legitima. La única ventaja que él tiene sobre mí es que esa Constitución está

rigiendo. Es un hecho, y lo acato”.119 Luego plantea la necesidad de: “eludir

deliberadamente el tema de la legitimidad”120 para que “hagamos un esfuerzo en

buscar coincidencias para llevar al país a la normalidad democrática”.121

Aylwin dio otro paso premonitorio al señalar que, pese a creer “que

una Asamblea Constituyente es el mejor procedimiento para elaborar una

Constitución democrática ( … ) es evidente que en las actuales circunstancias no

resulta viable”.122 Y habló de explorar otros caminos, para introducir “muchas e

importantes modificaciones a la Constitución”.123

¿Su fórmula? Lograr un amplio acuerdo cívico sobre reformas a la

Constitución, que se concrete en un “pacto Constitucional” o “Acuerdo

Democrático”. Propuso someter ese acuerdo a la Junta de Gobierno, “porque

ninguna salida jurídico – política es válida sin participación de las Fuerzas

Armadas”.124

Las palabras de Aylwin resultan elocuentes: “¿Cómo superar este

impasse sin que nadie sufra humillación? Sólo hay una manera: eludiendo

deliberadamente el tema de la legitimidad transaccional de la transición, así como

superestructuras de entonces. Tomo el término transformismo, no para reducir la transición a una operación cuasi-conspirativa, destinada al blanqueo, como lo plantea Moulian; lo utilizo como el término que me permite plantear el análisis como una operación de denuncia, que intenta develar el trasfondo, lo que la transición oculta, calla u omite. Creo que esta perspectiva permite entender el éxito editorial de Chile Actual. El paréntesis entre corchetes es mío. Chile Actual. Op cit 145 – 147.

119 Revista Hoy. Nº 367. Semana del 1º al 07 de Agosto de 1984. pp 10 y 11. 120 Idem. 121 Idem. 122 Idem. 123 Idem. 124 Idem.

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demostrando ante la ciudadanía el peso de las normas jurídicas para enmarcar

los procesos políticos”.125

Al cierre y advirtiendo las implicancias del trazado propuesto, Aylwin

concluye: “Nos parece el modo más razonable y más jurídico para superar el

impasse producido sobre la manera de llevar adelante una transición, cuya

vigente necesidad todos tienen que reconocer. Nos mueve, sobre todo, el afán de

asegurar al país una salida que evite antes que sea demasiado tarde, el

despeñadero de la violencia con sus irreparables males”.126

Aquella tarde de invierno la semilla de una transición a la chilena,

pragmática y legalista al mismo tiempo, se había gestado.

La tesis propuesta aquel día por Patricio Aylwin introducía un

quiebre conceptual que modificaba toda la perspectiva y el modus operandi de la

transición chilena. Aylwin la redefinía. Pretendía el cambio de régimen, pero

aceptando una cierta continuidad de la realidad política oficial. Evocaba las Cortes

franquistas de la España de 1976, autoinmolándose como institución a través de

un acto de harakiri, y poniendo fin al caudaloso andamiaje autocrático acumulado

durante cuarenta años de maciza dictadura. Algo parecido deseaba, Aylwin para

Chile. Ante el clima de impaciencia democrática - atizado por las protestas

sociales – de aquel invierno de 1984, uno de los líderes del PDC127 buscaba la

formula para que una constitución autoritaria diese a luz de modo incruento una

realidad democrática.

No era la de Aylwin la solución más ortodoxa para los manuales de

ciencia política. El líder democratacristiano reconoció en su intervención en el

Seminario, que el ideal para salir hacia la democracia sería la formula soberana 125 Idem. 126 Idem. 127 Patricio Aylwin se desempeñaba por aquel entonces como uno de los vicepresidentes del PDC,

representando a la tendencia de los llamados “guatones”, en una mesa presidida por Gabriel Valdés, líder de la otra ala demócrata cristiana más rebelde, la de los llamados “chascones”. Cabe destacar que ni las opiniones ni la persona de Patricio Aylwin tenían en aquel momento mucha audiencia en el partido. Francisco Cumplido (destacado jurista) y Gutenberg Martínez (operador político) organizaron el seminario, entre otras razones, para darle una plataforma en que expresara sus ideas respecto a la

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de una Asamblea Constituyente. Tal vía era la reclamada por Valdés desde la

Alianza Democrática y por ella se estaba peleando en las protestas. Pero el ex

senador creía que esa actitud era poco realista. Estimaba conveniente el camino

de hacer profundas reformas a la Constitución del ’80, donde se podrían poner de

acuerdo adversarios y también algunos partidarios del régimen. La afirmación

resultaba sorprendente – en ese instante - en un hijo y hermano de juristas como

Patricio Aylwin, integrante ilustre del Grupo de los 24, importante colectivo que

había hecho en plena dictadura una propuesta de Carta Magna para Chile y que

había sometido a una crítica demoledora la Constitución del ’80.

El Seminario en cuestión no fue lo suficientemente bien cubierto, por

la prensa escrita de la época. Sólo la revista Hoy publicó un artículo a dos

páginas, el resto de la prensa opositora a la dictadura (Apsi, Análisis y Cauce)

más bien omitió informar al respecto, poniendo de relieve en cambio, el llamado a

una pacífica “Jornada por la Vida”, que se desarrollo el día 09 de agosto de 1984,

quizás, si contagiada por el fervor épico de las calles.

En lo que sigue, delimitaré al grupo de cientistas sociales y

politólogos, a nivel regional y local, que acuñaron el término transición desde los

gobiernos autoritarios y que usaron la formula transición a la democracia y que se

convirtieron en la primera generación de estudiosos de ellas.128

La suya, nos dice O’Donnell, fue la primera generación de científicos

sociales graduada y profesionalizada pero claramente encaminada a la sociología

y, en menor medida, a la ciencia política.129 Razones había de sobra para

explicarlo. La primera, el hecho que la sociología era la disciplina más antigua y

mejor desarrollada teórica y metodológicamente, pero también por que los que él

llama Founding Fathers eran todos sociólogos renombrados e influyentes, como

Florestán Fernándes, Gino Germani, Pablo González Casanova y José Medina

transición.

128 Tomo prestada la expresión “primera generación” de Moisés, Álvaro. Entre la incertidumbre y la tradición política. Una crítica de la primera generación de estudios sobre la transición. Revista de Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Quilmas. Buenos Aires. Noviembre de 1995.

129 O’Donnell, Guillermo. “Latin America”. En: Political Sciencie and Politics. Washington, diciembre de 2001.

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Echevarría. Lo social y la política serían desde entonces consustánciales a las

ciencias sociales y a los académicos latinoamericanos.

Como lo señala O’Donnell, fue gracias a la inmigración que muchos

científicos sociales, en particular los que pertenecieron a aquella primera

generación profesional, tuvieron contacto con líderes intelectuales como Juan

Linz, Giovanni Sartori, Philippe Schmitter, Alfred Stepan, Alain Touraine, etc. Que

al margen de sus preferencias políticas desarrollaron un pensamiento abierto a

las técnicas, métodos y teorías que se orientaban a la explicación objetiva. En ese

contexto los científicos sociales es propusieron temas novedosos, sin duda

propios de la realidad social y política latinoamericana. Si bien hubo influencias de

izquierda, éstas no cancelaron las discusiones creativas y el avance del

pensamiento sociopolítico. Los temas de la dependencia, el empresariado

latinoamericano, la intervención estatal en las economías de mercado, el

populismo como fenómeno histórico, el autoritarismo y más tarde los nms, las

preferencias y comportamientos electorales y las transiciones a la democracia,

lograron imponerse, y, a la postre, arrojar luz sobre la realidad latinoamericana.

Con posterioridad al golpe de estado en septiembre del ’73, y como

consecuencia de él, una importante camada de cientistas sociales quedó fuera de

las universidades. De ahí en adelante crean, organizan o se incorporan a

importantes centros de estudio e investigación alternativos (FLACSO – ICHEH –

CED – ILET – CIEPLAN – SUR) con fuerte ayuda de agencias internacionales y

de la Iglesia católica. Al evidenciarse el proyecto refundacional de la dictadura y

estando prohibida la actividad partidista, muchos de ellos tienden a cumplir un rol

intelectual político complejo, por lo general durante los primeros años de bajo

perfil, en que por un lado se dedican a trabajos académicos serios, procesan la

derrota histórica de la Unidad Popular y el colapso de la democracia chilena130

decepcionan la experiencia de las izquierdas renovadas a partir de el colapso de

130 Por ejemplo Manuel Antonio Garretón y Tomás Moulian recopilan materiales del período de la Unidad

Popular hasta el golpe y realizan una cronología de acontecimientos políticos, ensayando las posibles causas que condujeron al golpe de estado. Véase: Garretón, Manuel Antonio. Continuidad, ruptura y vacío teórico ideológico. Dos hipótesis sobre el proceso político chileno. 1970 – 1973. Revista Mexicana de Sociología. 1977; Garretón, Manuel Antonio y Moulian, Tomás. La Unidad Popular y el conflicto político en Chile. 1970 – 1973. Ediciones Minga. Santiago de Chile. 1983.

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los socialismo reales y encaran el desafío que va a significar el modelo tanto en el

ámbito teórico como en su proceso de implementación. Formaban parte de este

grupo intelectuales tales como: José Joaquín Brunner, Enrique Correa, Angel

Flisfisch, Manuel Antonio Garretón, Norbert Lechner, Tomás Moulian, Eugenio

Tironi, entre otros.

No es un dato menor resaltar como muchos de estos intelectuales

habían circulado por los mismos países, instituciones y/o espacios académicos

intelectuales. Es el caso de Cardoso y de Cavarozzi por nuestro país; el de

O’Donnell por Brasil, país en el que se instaló por un período; las relaciones de

Garretón y de Cardoso con Francia y de Cavarozzi, O’Donnell y Cardoso con

Estados Unidos. A modo de ejemplo, es importante poner de relieve que varios de

ellos participaban de algún grupo de discusión de CLACSO y que, en forma

secuencial, el grupo “Estado y Política” fue coordinado primero por Guillermo

O’Donnel y, posteriormente, por Norbert Lechner.

Lechner es un intelectual central que densifica los debates nutriendo

las discusiones con el pensamiento alemán, análisis sobre la vida cotidiana y que

además tiene la capacidad metateórica de conceptualizar procesos que se llevan

adelante en América latina y en Chile. Su trayectoria intelectual es muy

interesante, sale de Alemania en 1968, luego de realizar una tesis sobre Chile que

fue publicada posteriormente, por la Editorial Signos en Buenos Aires, bajo el

título La Democracia en Chile. En 1970, con una beca alemana viaja a Córdoba –

Argentina y es allí cuando conoce a Francisco Aricó y a Juan Carlos Portantiero.

En 1971, en pleno desarrollo del gobierno de la Unidad Popular, se radica en

Chile. A fines de 1973, a raíz del golpe, viaja a Alemania y trabaja en el centro de

estudios que por aquel entonces dirigía Jürgen Habermas. Poco tiempo después,

regresa a Buenos Aires como docente e investigador de FLACSO y, hacia fines

de 1974 converge en FLACSO-Santiago de Chile como experto de la UNESCO,

allí estaban como investigadores: Brunner, Moulian, Garretón, Flisfisch, Baño y

otros.

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Asimismo, es preciso reconocer que más allá de la intervención en

los debates en curso, cada uno de los intelectuales guardó especificidades en el

tipo de intervención realizada, la que se caracterizó por las elecciones

intelectuales propias y por los contextos en los que estaban insertos. A modo de

caracterizar las trayectorias particulares es posible sostener que Manuel Antonio

Garretón, elabora una vasta producción con la que interviene en los procesos

teóricos que van desde el autoritarismo y la revolución hasta la democracia y la

transición.

Podemos advertir, al igual que en la obra de O’Donnell, Schmitter y

Whitehead, que en la transición chilena, los problemas de lo legal formal

atraviesa, por una parte los distintos volúmenes de esa obra, y por otra el

itinerario transitológico; desplazando de la realidad las problemáticas que algunos

otros sí empezaban a abordar: la correlación entre pobreza, exclusión,

marginación y el cambio de formas de ejercicios autoritarios que no se mostraban

ya, en primer término, con rostro militar. El conflicto y la contradicción quedan

subsumidos en el consenso y, de esta forma se redefine el sentido de la política y

de la propia democracia. El conflicto se resuelve a partir de reglas que, en el

mejor de los casos, hay que mejorar para dar cuenta del “interés común” con

mayor equidad.

Desarrollada la importancia de la dimensión procedimental de la

democracia, se ponen en escena algunos temas que la diferencian de los

aspectos sustantivos y la fortalecen en sí misma. Básicamente, ellos se ordenan

alrededor del pacto que ha de darle vida al nuevo ordenamiento político y de las

reglas – la constitución del ’80 – que le otorgarán su forma.

De este modo, la democracia política, se perfila como una idea que

conduce a que las sociedades que transiten de un régimen político a otro, lo

hagan por un sendero previsible. Asociada al pacto y a las reglas hace del cambio

político un episodio pacífico y negociado. Estas transformaciones, que se

complementan y fortalecen junto a las renovadas representaciones que brinda el

término transición, no están solamente basadas en las metodologías surgidas

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para teorizar y pensar el cambio político. La introducción del pacto y de las reglas

del juego, también hacen que la democracia procedimental se separe de la

sustantiva en el sentido de un proyecto diferente. La última cede la trascendencia

de sus posibles causas, relega las acciones conducidas de acuerdo a mandatos

en la que los sujetos son guías ejemplares, abandonando la idea de

imprevisibilidad de las acciones y de cambio radical para que la segunda, se vista

de actores racionales, acciones estratégicas y consecuencias previsibles. Esta

distinción se agudiza en tanto que la institucionalidad democrática hace posible su

convivencia con el sistema capitalista, en el cual el socialismo sólo se incorpora

como un posible proyecto de profundización del conjunto de rutinas institucionales

recurrentes. En efecto, a pesar de los múltiples significados que en el cruce entre

las décadas se le atribuyen a la democracia, ella comienza a ser pensada como

un espacio institucional, reglado, consensuado y previsible.

La ciencia política de la década de los ‘80 puso en el tapete otro

vocabulario, centrado en los actores y referido a los acuerdos estratégicos, a los

arreglos institucionales y a las transiciones pactadas. De este modo el pacto

aparece conceptualizado como un acuerdo explícito – aunque no siempre

justificable públicamente – entre un conjunto de actores que procuran definir o

redefinir reglas, entendidas como un conjunto de rutinas aceptadas por la mayoría

de los actores fundamentales del régimen político.

En 2001 O’Donnell escribe:

“Conforme uno se va acercando a la noción

de democracia, uno va viendo no sólo una sino

varias ciudadanías, no sólo la ciudadanía política

sino también una ciudadanía civil en términos de

goce de garantías fundamentales y un grado

importante de ciudadanía social. El logro de una

ciudadanía social, dadas las miserias existentes en

América Latina, está lejos y no lo veré en mi vida

[…] Pero, en principio, para mí, es un síntoma

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bueno que haya luchas y sus consiguientes

conflictos por la ciudadanía civil y social, tal como

las hubo, y en buena hora, por la conquista de la

ciudadanía política”. (O’Donnell, 2001:1-2).

Hasta aquí, parecería incluirse la perspectiva de la democracia

social, que no económica; la perspectiva de conflicto en la realidad política

latinoamericana actual y una dimensión crítica de la exclusión. Elementos estos

ajenos a los análisis del mismo autor en el decenio de los ochenta. Al respecto,

hay que recordar que en los últimos años, ya no es posible cerrar, de buenas a

primeras, los ojos a la exclusión y a las múltiples expresiones de resistencia que

ha generado el neoliberalismo. Ya no es posible escindir el ámbito de lo

económico social de lo político, ni tampoco restringir el primero a la distribución

modernizadora en el mediano plazo.131

Tal cual lo indica el informe del PNUD del 2004132, América Latina

presenta una extraordinaria paradoja. Por un lado, la región puede exhibir con

orgullo, el predominio por primera vez en su historia de más de dos décadas de

gobiernos formalmente democráticos. Por otro, persisten severos problemas

sociales. Se mantienen profundas desigualdades, existen serios niveles de

pobreza, el crecimiento económico ha sido insuficiente y ha aumentado la

insatisfacción ciudadana con sus democracias. En este contexto el cinismo se

articula gramaticalmente a partir de los mismos elementos formalistas y

reformistas del decenio de los ochenta. Así, en el mismo documento, O’Donnell

comenta: “¿es posible la democracia sin un mínimo bienestar social? Yo creo que

es posible y la experiencia de América Latina lo ésta demostrando. Tenemos

regímenes democráticos que coexisten con grados tremendos de desigualdad y

131 Para muestra resulta interesante repasar los conceptos de gravitante actualidad, que formuló Juan

Somavía, Director de la OIT, en el reciente Encuentro Anual de la Empresa – ENADE 2007, celebrado en los primeros días de diciembre, al expresar que “crecer primero y distribuir después no funciona”. En ese sentido subrayo, que el concepto de trabajo decente, que preconiza la OIT, “es nuestra respuesta productiva a la interrogante sobre como se conjuga la naturaleza económica y productiva del trabajo con su papel en la sociedad”. Diario electrónico El Mostrador. cl. Artículo: Crecer primero y distribuir después no funciona, según director de OIT. 04 de Diciembre de 2007.

132 La Democracia en América Latina: Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos. PNUD. 2ª Edición. Alfaguara. Buenos Aires, 2004.

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autoritarismo social, así como con estados que funcionan de manera poco

democrática. Lo que tenemos es un régimen democrático, nada más y nada

menos”. (idem: 7). Huelga mayores comentarios133.

133 En 1993, O’Donnell planteó que en América Latina una proporción considerable de los ciudadanos no

pueden ejercer sus derechos civiles y son discriminados, pese a que sus derechos políticos están razonablemente protegidos. Denominó a ese fenómeno “ciudadanía de baja intensidad”, y lo atribuyó a barreras objetivas, como la debilidad del estado democrático de derecho y el efecto de las desigualdades

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El diseño de la transición política chilena como producción del orden social.

“… no existe juzgando con rigor, una ciencia

libre de presupuestos, el pensamiento de tal ciencia es

impensable, es paralógico: siempre tiene que haber allí

una filosofía, una fe, para que de esta extraiga la ciencia

una dirección, un sentido un límite, un método, un

derecho a existir.”

Nietzche.

Genealogía de la moral.

Fueron varias las condiciones de posibilidad que proveyeron a la

ciencia política, de nuevos insumos para instalar resignificandolo el término

transición política. Primeo, el abordaje teórico de problemas respondió a los

sucesos políticos que habían ocurrido en el cono sur y a aquellos que estaban

ocurriendo más allá de dichas fronteras. Segundo, se vincularon con las

discusiones entre enfoques que convocaban, desde hacía un largo tiempo, a la

disciplina. Y también, a una historia inscrita en el reacomodo de los estudios

latinoamericanos al interior de la academia norteamericana. Tercero, a cambios

en las preferencias teóricas y políticas de algunos intelectuales.

Sigámosle la pista a los referidos insumos más de cerca.

Agotados los análisis sobre el Nuevo Autoritarismo que habían

descrito su naturaleza política, vaticinado su debilidad, planteado la tensión entre

burocratización de las Fuerzas Armadas y el estado militarizado134, puestas en

sociales extremas. Idem, p 145.

134 Véase: Artículo de: Cardoso, Fernando Enrique. En: Los límites de la democracia. Varios Autores. 2 Volúmenes. CLACSO, 1985.

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escena las preguntas sobre cómo ocurrían las caídas democráticas135, la

democracia política desplazó el análisis minucioso de los regímenes militares y

del llamado Nuevo Autoritarismo. Ese desplazamiento instaló la preocupación en

torno al cambio de régimen político, haciendo énfasis en el punto de llegada, la

democracia política. En un primer caso, los estudiosos latinoamericanos

descubrieron la idea de democracia partiendo del multifacético debate sobre los

efectos antidemocráticos de los procesos históricos de cambio en las sociedades

de la periferia capitalista. Los enfoques de la dependencia, la crítica que ellos le

realizaron a las perspectivas sobre la modernización, y la evidencia empírica que

contrariaba la principal hipótesis de las teorizaciones de la modernización, fueron

materiales de gran valor para la producción de la idea democrática. En un

segundo caso, los procesos de resquebrajamiento de los regímenes políticos de

Europa del sur, le otorgaron a la politología los insumos necesarios para pensar

tránsitos posibles desde los regímenes de naturalezas no – representativa. En

efecto, los casos español, griego, y portugués, fueron factores importantes para el

cambio temático. Como también lo fueron las investigaciones que, desde

mediados de la década del setenta, se iniciaron con el estudio de estos tres casos

europeos. Aquí el papel desempeñado por el politólogo español Juan Linz es

crucial; el autor contaba con una larga trayectoria en la utilización de la categoría

régimen político y en la distinción de tipologías de regímenes políticos.136

Sin embargo, es necesario destacar que, no fue solamente el

intelectual español quien brindó herramientas para la innovación conceptual. En

1970, un artículo escrito por Dankwart Rustow y publicado en Comparative

Politics Review137, había propuesto una fórmula para pensar las Transiciones a la

Democracia. Rustow, había sido uno de los principales politólogos americanos en

desarrollar el enfoque de la modernización y en trabajar enfáticamente con la

135 Véase: Linz, Juan y Stepan, Alfred. The Breakdown of Democratic Regimes. The Johns Hopkins

University. Press. Baltimore and London, 1978. El libro consta de cuatro textos escritos bajo el mismo título; uno teórico sobre la quiebra de las democracias escrito por Juan Linz; una compilación sobre casos europeos; una compilación con casos latinoamericanos y un texto sobre Chile, escrito por Arturo Valenzuela.

136 Véase: Linz, Juan. “Some comparative thoughts on the Transition to Democracy in Portugal and Spain”. En: Braga de Macedo, D. y Serfaty, S. (comp). Portugal since the revolution Economic and Political Perspectives. Boulder, 1981.

137 “Transitions to Democracy Toward a Dynamic Model”. Compative Politics. Volumen 2. Nº 3. April, 1970.

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comparación como método en Ciencia Política138. En ese artículo, haciendo una

revisión sobre el estado de la cuestión en las corrientes politológicas y

sociológicas que se habían centrado en las democratizaciones, propuso un

modelo dinámico de las transiciones a la democracia que obró como un

antecedente teórico y metodológico importante. Discutiendo los enfoques

centrales que habían abordado a la democracia como variable dependiente (del

desarrollo económico y social, de las actitudes o de la cultura política) y que

habían enfatizado los prerrequisitos necesarios para la democratización, propuso

pensar a la democracia como régimen político alejándola de sus connotaciones

sustantivas139. Asumiendo la a democracia como procedimiento, en rechazo a su

uso como valor, y analizando los motivos por los cuales un sistema democrático

podía preservar su estabilidad, el texto impulso líneas de reflexión a futuro.

En primer lugar, Rostow aseveraba que eran diversos los caminos

que podían conducir hacia la democracia:

“Como tempranamente he insistido, para buscar explicaciones

causales, hace falta abandonar los juicios ingenuos. Específicamente,

necesitamos no suponer que la Transición a la Democracia es un proceso

uniforme a lo ancho y largo del mundo, que siempre relaciona las mismas clases

sociales, el mismo tipo de issues políticos o aún, los mismos métodos de

solución. Al contrario, sería mejor relacionar, siguiendo a Harry Eckstein, que una

gran variedad de conflictos sociales y de contenidos políticos pueden ser

combinados con la democracia. Por supuesto que esto es así, reconociendo que,

en términos generales, la democracia es primariamente una cuestión de

procedimientos más que de sustancia. Además, esto implica que, a lo largo de

varios países que han hecho la transición, puede haber varios senderos hacia la 138 Markovitz, Irving L. and Erickson, K. “Dankwart A. Rostow: Personal Remenbrances”. Comparative

Politics. Volumen 29. Nº 1 October, 1996. 139 A su vez, el valor que había tenido en el pasado la literatura sobre los “requisitos necesarios”

(económicos, sociales, culturales) para el surgimiento y/o estabilidad de la democracia, había sido la de desafiar los enfoques jurídicos y legalistas que habían predominado durante generaciones en la Ciencia Política. Y también, la de rivalizar con el antipoliticismo legado por la revolución behaviorista. Para mayor información, sobre este último tema, remítase a una interesante tesis defendida en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. Ghio, Gonzalo. Entre la Politización y Despolitización del Mundo Social. La Política y Lo Político: Itinerario, Confrontaciones e Implicancias

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democracia. Ningún modelo de transición necesita mantener que la evolución

democrática es un proceso firme y homogéneo a través del tiempo”.140

En segundo lugar, se pone énfasis en que la ruta hacia ella era

temporalmente discontinua. Aunque se atrevió a plantear una medida temporal

para la culminación del proceso de transición: aproximadamente una generación.

“Por supuesto que, el advenimiento de la democracia, no debe ser

entendido como ocurriendo en un solo año. Ya que la emergencia de nuevos

grupos sociales y la formación de nuevos hábitos se relacionan, una generación

es probablemente el período mínimo de la transición. En países que no tienen

modelos tempranos para emular, la transición es como que llega más despacio”141

En tercer lugar, se puso en escena la posibilidad de que fueran

diversos los grupos que le dieran impulso a la democratización (ciudadanos,

gobernantes, fuerzas a favor del cambio). En este caso, advirtió tempranamente

sobre la necesidad de pensar el cambio al interior de los sistemas políticos

nacionales, dejando a un lado el excesivo ímpetu que los analistas políticos le

habían otorgado a las constricciones internacionales o externas.

En cuarto lugar, allí se recomendaba a los politólogos realizar un

trabajo histórico, examinando dos o tres casos empíricos significativos.

Un poco más acá en el tiempo, el proyecto de investigación y la

compilación que sobre América latina y su contraste con otras áreas geográficas,

habían realizado Juan Linz y Alfred Stepan con la participación de Arturo

Valenzuela, dieron inició al trabajo sistemático sobre un área geográfica (América

latina) en estado embrionario. Además reflexionaron sobre las democratizaciones

desde una perspectiva teórica diferente a las que, hasta aquel momento, había

ocupado a los enfoques más estructurales. Seguramente, el peso de cada uno de

estos intelectuales debe ser diferencialmente subrayado. Ciertamente, Juan Linz

para los Estudios Internacionales. 2004.

140 Markovitz, Irving L. and Erickso, K. op cit. La traducción es mía. 141 Ibidem, p 347. La traducción es mía.

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desarrollaba labores de investigación desde tiempo atrás, específicamente, la

quiebra de la democracia española. Sus intervenciones en las discusiones que los

integrantes del proyecto del Woodrow Wilson Center fueron importantes en la

construcción de un nuevo léxico político y politológico. Alfred Stepan, trabajaba el

caso brasileño. Así, las discusiones que en 1973 llegaron a convertirse en los

textos The Beakdown of Democratic Regimes, habían inaugurado los estudios

contemporáneos sobre América latina, desafiando el modelo de la modernización.

Frente a los enfoques estructurales (estructuristas), que como ejemplo

paradigmático podemos encontrar en las obras de Barrington Moore142, los

autores se centraron en cómo ocurrían determinados procesos de quiebre

institucional subrayando, no obstante, los constreñimientos estructurales que

llevan al colapso de las instituciones democráticas. Este enfoque hizo énfasis en

las dinámicas de las crisis, el reequilibrio de diferentes regímenes políticos y en

las opciones electivas de los actores (políticos y/o sociales, individuales y/o

colectivos) que aumentaban o disminuían la probabilidad de persistencia o

estabilidad de un régimen político.

Frente a los enfoques estructuralistas, la opción de un modelo de

opciones estratégicas impuso algunos cambios que fueron retomados por

O’Donnell, Schmitter y Whitehead.

Primero, una mirada sobre el tipo de régimen político como

dimensión diferente a cierto orden socio-económico, cultural o religioso. Así, entre

la opción por el régimen político y la expresión del orden económico o cultural,

142 Barrington Moore es uno de los principales practicantes de modelos estructuristas en la sociología

histórica. Esta perspectiva disciplinar parte de la premisa que todo conocimiento se forja, no a partir de la observación sino de algún tipo de teoría, aún cuando esta sea muy burda. De ahí que cuanto mejores sean estas teorías, mejor será nuestro conocimiento de la realidad. Esta perspectiva asume que las estructuras están constituidas y poseen propiedades no reductibles a los individuos o grupos. Al mismo tiempo, esas propiedades estructurales no son independientes de las prácticas estructurantes intencionales e inintencionales de los individuos y grupos. En suma, en la sociedad existen dos núcleos de poder causal, pero diferentes: uno a nivel macro y otro a nivel micro. Ambos tienen el poder de influirse mutuamente. Sin embargo, solamente el poder de los individuos y grupos es agencial, incluso cuando no es consciente, en virtud de los arreglos cooperativos que establecen día a día. En cambio, las estructuras tienen un poder condicionante. Tienden hacia la continuidad espacial y temporal y moldean la acción y el pensamiento humanos. Los seres humanos no pueden existir, pensar o actuar excepto dentro de contextos estructurales que permiten y constriñen su existencia. En: Guarisco, Claudia. Sociología histórica y modelos teóricos estructuristas. El Colegio Mexiquense. México. 2001. [email protected]

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ahora se evaluaba que no había transparencia. El régimen político era una

dimensión que debía estudiarse como variable independiente.

Cito a Linz para respaldar con evidencias las aseveraciones del

párrafo anterior:

“Pero también rechazamos decididamente el supuesto de que todo

tipo de régimen es simplemente la expresión y defensa de un orden particular

socioeconómico, cultural o religioso. En realidad, la democracia es el tipo de

institucionalización política que permite cambios en estos órdenes sin un cambio

inmediato en la esfera política, así como considerable influencia independiente del

liderazgo político en estos otros sectores del orden social. Ciertamente, hinc et

nunc y a corto plazo, es sólo analíticamente posible separar el régimen político de

un orden social dado, o de procesos particulares de un cambio políticamente

impuesto. A más largo plazo, la democracia puede servir a múltiples y diversos

fines, y puede defender y contribuir a la creación de diferentes órdenes sociales y

económicos. Por tanto, en principio, un sistema democrático debería ser capaz de

congregar multitudes de gente que persiguen objetivos muy variables a lo largo

del tiempo. Sólo a corto plazo y con una visión de los conflictos de la sociedad

suma-cero, de alternativas mutuamente excluyentes (ambas cosas características

de posiciones extremas), el apoyo a la democracia como algo distinto del apoyo a

una concepción particular del orden social se hace imposible y pierde sentido”.143

Segundo, la democracia como tipo de régimen político y fundada en

reglas de procedimientos institucionales, apareció como fin en sí misma. Los

análisis se centraron en las democracias competitivas y la definieron de manera

minimalista.

“Nuestro criterio para definir una democracia puede resumirse

diciendo que es la libertad legal para formular y proponer alternativas políticas con

derechos concomitantes de libertas de asociación, libertad de expresión y otras

libertades básicas de la persona; competencia libre y no violenta entre líderes con

143 Linz, Juan. La quiebra de las democracias. Alianza Universidad. 1987, pp. 26 y 27.

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una revalidación periódica de su derecho para gobernar; inclusión de todos lo

cargos políticos efectivos en el proceso democrático, y medidas para la

participación de todos los miembros de la comunidad política, cualesquiera que

sean sus preferencias políticas. Prácticamente esto significa libertad para crear

partidos políticos y para realizar elecciones libres y honestas a intervalos

regulares, sin excluir ningún cargo político efectivo de la responsabilidad directa o

indirecta ante el electorado. Hoy día la democracia supone por lo menos el

sufragio universal, pero quizá en el pasado fuera compatible con un sufragio

censitario o de capacidades de períodos anteriores, limitado a ciertos grupos

sociales. La exclusión de la competencia de política de partidos no

comprometidos con la vía legal de consecución del poder – que en realidad se

limita a exclusiones que puedan hacerse efectivas (de partidos menores o de

individuos de modo temporal o parcial, como el control de antecedentes políticos

de funcionarios) – no es incompatible con las garantías de competencia libre de

nuestra definición de democracia. Lo que distingue a un régimen democrático no

es tanto la oportunidad incondicional para expresar opiniones, sino la oportunidad

legal e igual para todos los de expresar todas las opiniones y la protección del

estado contra las arbitrariedades, especialmente la interferencia violenta contra

ese derecho”.144

Tercero, estos textos fueron los primeros en plantear – para el caso

de América latina en particular y comparativos en general – generalizaciones de

nivel medio sobre realidades históricas complejas. Y también los que propusieron

una mirada que si bien no abandonó la descripción, hizo énfasis en el análisis y

explicación de situaciones históricas únicas, aunque sugiriendo patrones

comunes, secuencias de eventos que se repetían país tras país.

En síntesis, América latina era a la fecha en cuestión un área de

estudio en gestación. En efecto, el proceso de innovación teórica y metodológica

que se inauguró con el proyecto coordinado por Guillermo O’Donnell, Philippe

Schmitter y Lawrence Whitehead, pudo ser llevado a cabo dado el reacomodo

que de los estudios latinoamericanos se realizaron en este contexto en la 144 Ibidem, pp 17 y 18.

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academia norteamericana. Y por el énfasis que sobre la Política Comparada –

considerada como método a la vez que como objeto de estudio – generó este

proceso.

Pues bien, teniendo presente los antecedentes previos, es

importante señalar que, entre los últimos tramos de los años setenta y los

comienzos de la década del ochenta, un concepto clave comienza a ocupar un

lugar central en el vocabulario de las ciencias sociales a niveles regional y local.

El término transición a la democracia, como horizonte de expectativas, es

acuñado y comienza la “circulación de ideas”145 en el cono sur de América Latina

en momentos que aún no se han abierto señales regionales claras que den

cuenta que se podía torcer el trágico rumbo impuesto por las dictaduras militares

en los destinos colectivos y personales.

Las dictaduras militares siguen imponiendo mediante represión

condiciones a las instituciones académicas y a las prácticas de los intelectuales

dedicados a las ciencias sociales. Entre ellas, interesa resaltar; la intervención de

las universidades públicas; la expulsión o cese de contrataciones de académicos

que tienen labores de investigación y/o docencia; el exilio forzado, la migración o

el silenciamiento a los intelectuales y restricciones a la publicación y/o circulación

de escritos académicos críticos o disidentes. De esta manera, el trabajo de

muchos cientistas sociales se desplaza a espacios que se construyen por fuera

del Estado, y también de las fronteras geográficas nacionales. En un contexto de

fuerte lucha política, de desmantelamiento de las modalidades organizativas

anteriores, de prohibición a la discusión pública y de persecución, surgen o se

refuerzan instituciones privadas, otras de interés público no estatales, regionales

o nacionales y prácticas informales o formalizadas al interior de las anteriores.

Desde ellas constituidas como universidades itinerantes, foros de encuentro,

grupos de discusión o paraguas institucionales, se mantiene o ejercita una

reflexión crítica, una producción teórica disidente frente a los temas de

investigación que promueven los autoritarismos a través de sus sistemas oficiales. 145 Por “circulación de ideas” entiendo el proceso de emisión y recepción de las ideas desde unas regiones

(centro) hacia otras (periferia), asumiendo que en este transcurso se van produciendo mutaciones,

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Estos espacios son heterogéneos: en los objetivos planteados, en los debates

que en ellos se despliegan, en la forma jurídica elegida, en el tamaño alcanzado,

en el tipo de organización interna adoptada, en la recepción y distribución de

recursos materiales, simbólicos y económicos. Tampoco son homogéneos en la

línea de investigación, en su relación con la producción de un conocimiento

estrictamente apegado a criterios científicos o en la procedencia disciplinar de las

“redes intelectuales”146 que los constituyen.

Como acontecimiento fundacional, es central la conferencia regional

realizada en Costa Rica entre el 16 y 20 de octubre de 1978 por el CLACSO. El

Congreso que lleva por título “Las Condiciones Sociales de la Democracia”, marca

el inicio de un programa de reflexión que convoca a intelectuales provenientes de

tendencias teóricas confrontadas pocos años antes. Aquí, el término democracia

se desenvuelve como catalizador y pívot de rumbos teóricos generados a partir de

realidades desvanecidas, de hipótesis teóricas contrariadas por dolorosos

procesos en marcha, de utopías desarmadas y de narrativas en crisis. El término

surge de una polémica sobre el presente que encuentra en el pasado sus

motivos, legándole al momento actual la tarea de distanciarse de diversas

experiencias regionales fracturadas (la vía chilena al socialismo, la izquierda

chilena leninizada, etc.). También contribuye la reflexión que cierta tendencia

intelectual de izquierda monta sobre la percepción de fracaso y/o derrota de sus

proyectos políticos anteriores y que encuentra en la Italia del “compromiso

histórico” un laboratorio de ideas e iniciativas políticas. Los procesos políticos de

la Europa mediterránea y específicamente el caso griego, español y portugués,

también auxilian este tránsito teórico, ofreciendo un modelo de cambio político

pactado y pacífico.

A modo de ejemplos se pueden destacar la segunda conferencia

regional “Estrategias de desarrollo económico y procesos de democratización en

adaptaciones o hibridaciones.

146 Por “redes intelectuales” entiendo la existencia de contactos profesionales durante un período de años entre un conjunto de personas que se reconocen como pares y que de manera consciente utilizan estos contactos para promover algún tipo de actividad profesional que puede ser: circulación de la información, difusión de su trabajo, organización de equipos, creación de revistas o instituciones y hasta defensa de intereses corporativos.

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América Latina, realizada en 1979, en la ciudad de Río de Janeiro; la conferencia

regional “Estrategias para el fortalecimiento de la Sociedad Civil” preparada con el

Centro de Estudios para el Desarrollo, en Caracas, a mediados de julio de 1981.

Además de organizar seminarios y congresos, el papel que cumple el CLACSO

en el ambiente intelectual regional es importantísimo: facilita el intercambio

académico, gestiona becas, impulsa la publicación de textos, reúne a los centros

e institutos de investigación más representativos de América Latina. Además, los

grupos de discusión y/o trabajo que se organizan con el arribo de Francisco

Delich, merecen una atención especial. Entre ellos, el de “Estado y Política”

coordinado primero por Guillermo O’Donnell y, posteriormente por, Norbert

Lechner, se constituyó en un espacio propicio para la realización de seminarios en

los que se reúnen intelectuales del cono sur y brasileños y en el que se plantean

las discusiones que convergen en la producción de la idea de transición a la

democracia.

De este modo el CLACSO cumple la función de universidad

itinerante, constituyéndose en un espacio propicio para la circulación de la

comunicación intelectual a través de América Latina y de esta con el resto del

mundo académico, albergando, propiciando y patrocinando el trabajo de

intelectuales de diversas tendencias teóricas y disciplinares, y de trayectorias

heterogéneas. Todo este proceso había comenzado en el año 1973, momento en

que el CLACSO organiza un sistema de bolsas de becas, mediante el cual logra

una subsistencia económica mínima para sustentar a los intelectuales chilenos

que debían emigrar del país a causa de la instalación de la dictadura.

En Chile, hacia finales de los años setenta, comienzan a surgir

varios centros académicos privados que financian sus investigaciones con fondos

provenientes de fundaciones extranjeras,147 especialmente de la Fundación Ford.

Sin embargo, desde el mismo momento del golpe, ella otorga financiamientos

para lograr la subsistencia mínima de algunos intelectuales que eran expulsados

de las universidades estatales. Además el Programa de la FLACSO con sede en

Santiago de Chile, actuó desde los primeros días del golpe como un paraguas

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institucional. A los pocos días de instalado el régimen militar, y hasta el año 1974,

varios intelectuales chilenos iniciaron una fuerte discusión estratégica acerca de si

debían partir al exilio o quedarse en el país. Al ser la FLACSO una institución

independiente del gobierno y extraterritorial, los militares la respetaron más que al

resto de las instituciones y, en ella, pudieron congregarse intelectuales

expulsados de la Universidad de Chile y de la Pontificia Universidad Católica de

Chile, algunos integrantes del MAPU y varios intelectuales socialistas.148

Todo este proceso fue generando la desprovincialización149 de las

ciencias sociales y de algunos intelectuales a través del intercambio de ideas y

también de experiencias políticas entre agentes de distintas latitudes.

Simultáneamente, produjo un embrionario proceso de especialización interesado

por reproducir materialmente a las disciplinas y por expandir líneas de

investigación en y para un mercado de trabajo ampliado - localizado ahora en el

exterior - por desarrollar niveles de carreras y por producir saberes que se

distingan de la promoción de ideologías.

El proyecto de investigación del Woodrow Wilson Center for

International Scholars titulado “Los períodos de transición posteriores a los

gobiernos autoritarios: Perspectivas para la democracia en América Latina y

Europa Meridional”, exige atención particular.

Es notable el testimonio de primera mano de Guillermo

O’Donnell al rememorar el instante en virtud del cual se hace parte de una

verdadera industria sobre procesos de democratización señalándonos que “Una

de las actividades que me sonaba más útil en ese sentido y, a la vez, más

intelectualmente interesante era ser miembro del Consejo Asesor del Programa

147Un interesante análisis al respecto se puede leer en: PURYEAR. op cit, pp 33 – 70. 148 Después del golpe del ’73, en la FLACSO convergen varios intelectuales expulsados de las universidades

nacionales entre los que cabe nombrar a: Manuel Antonio Garretón, Norbert Lechner, Enzo Faletto, Angel Flisfisch, Tomás Moulian y Rodrigo Baño.

149 La expresión la tomo prestada de Lechner, Norbert. El debate intelectual en América del Sur. En: Los patios interiores de la democracia. Siglo XXI. Santiago. 1990. Con ella manifiesto que los debates y algunos intelectuales, se desligaron de la subordinación al partido, la presión de la acción armada, de la idea de proletarización del oficio y dada la circulación que permiten los financiamientos, exilios y jornadas, se logran incorporar poco a poco, discusiones que surgían de y con la nueva situación.

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Latinoamericano del Woodrow Wilson Center for International Schoolars, en

Washington DC. El presidente de ese Consejo era Albert Hirschman y el director

del Programa, Abraham Lowenthal. En 1977, viajando para una reunión de ese

Consejo junto con otro miembro, Fernando Enrique Cardoso, nos preguntamos

qué actividad queríamos proponer. Nos dijimos que, inspirados en las transiciones

recién iniciadas en España, Grecia y Portugal, deberíamos proponer un proyecto

de estudio de las transiciones desde diversos tipos de regímenes autoritarios,

incluyendo por supuesto nuestros BA latinoamericanos. Este proyecto se podría

basar en los trabajos que ambos, ya habíamos hecho, tanto criticando el

autoritarismo en nuestros países como postulando la democracia como la vía

deseable de su superación. En cuanto llegamos a Washington conversamos con

un amigo, también miembro de aquel Consejo, Philippe Schmitter, quien había

tenido destacada actuación en la defensa de derechos humanos durante el

período más represivo del BA brasileño y cuyos trabajos apuntaban en una

dirección convergente con los nuestros. Schmitter concordó y entre los tres

presentamos estas ideas al Consejo que, para nuestra alegría y con el decidido

apoyo de Hirschmann y Lowenthal, decidió lanzarse a él”.150

El programa latinoamericano del centro se creó en 1977 y, en 1979,

comienzan las investigaciones que son publicadas en inglés en el año 1986 y, en

1989 en español bajo el nombre de Transiciones desde un gobierno autoritario.

Estas instituciones, prácticas académicas y espacios, tienen un

significado mayúsculo en la circulación e intercambio de las ideas y en el uso de

un vocabulario construido a través del prisma de la gobernabilidad y el interés en

los mecanismos institucionales.

En definitiva, la producción y revalorización de estas ideas se ubica

en un complejo entramado de instituciones, geografías e intelectuales. En esta

historia surgida de una situación de catástrofe política, las fronteras geográficas

en donde se logra esta producción intelectual se vuelven difusas. Participan

150 En: O’Donnell, Guillermo. Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. Paidós. Buenos Aires. 2004 p 17.

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chilenos, argentinos, uruguayos, brasileños, mexicanos y también europeos y

estadounidenses. Estos intelectuales tienen diversas procedencias disciplinares

los hay sociólogos, politólogos, filósofos, y abogados.

En Chile, donde la actividad partidista y la labor académica poseen

barreras tenues, los intelectuales trabajan con los políticos e influyen en el

proceso de liberalización y transición a la democracia colaborando en la

moderación de actitudes y comportamientos de la oposición política, lo que se

plasmará en la elaboración de la estrategia por el NO.151 Modernizan las practicas

del hacer en política, introduciendo nuevos métodos - análisis de actitudes y

comportamientos, focus groups, estudios de encuestas, de enorme utilidad en la

campaña plebiscitaria de 1988 - generando todo este proceso una, si se quiere,

intelectualización de la política152. Estos intelectuales, procedentes de los centros

académicos alternativos, “ayudaron a ingeniar la exitosa transición a la

democracia en Chile”. Rol que, según Puryear, no tendría equivalente alguno en

otros países latinoamericanos. “Ellos contribuyeron de distintas maneras y en

diferentes momentos, a superar las antiguas divisiones y desconfianzas entre las

distintas culturas partidarias153, ayudando a moderar el pensamiento político de

oposición, a repensar la estrategia de transición, a modernizar la política, a

encarar el plebiscito [de 1988] como un solo conglomerado político, participando

en el staff del comité multipartidario, y en algunos casos, dirigiendo los partidos

políticos”.154

Durante la década del ‘80 los politólogos en particular y los cientistas

sociales en general comienzan a utilizar, para analizar las dictaduras del “cono 151 La estrecha vinculación entre intelectuales y poder político no es una conclusión sorprendente. Ella ha

sido profusamente tratada por estudiosos de la sociología de los intelectuales y particularmente destacado para los casos de América Latina y otras sociedades periféricas. Chile pareciera ser un caso arquetípico al respecto. Véase: Puryear, Jeffrey. op cit.

152 Existe intelectualización de la política cuando hay una interpretación predominante de la política que la concibe como salvación de la sociedad a partir de un conocimiento racional adquirido racionalmente. Angel Flisfisch. Algunas hipótesis sobre la relación entre intelectuales y partidos políticos en Chile. Documento de Trabajo. Nº 234. FLACSO. Santiago de Chile, 1985, p 4.

153 Como señala crudamente Manuel Antonio Garretón refiriéndose al programa de talleres, que por aquel entonces – en la medianía de la década de los ’80 - se desarrollaban en el CED, “hizo que los demócratas cristianos se dieran cuenta que los socialistas, al menos al nivel teórico, no eran unos brutos, y la izquierda se dio cuenta que los demócratas cristianos no eran fascistas”. Citado en PURYEAR. op cit, p 97.

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sur”, la teoría que distingue entre autoritarismos y totalitarismos. Esa tendencia

teórica se apoderó para resignificarlo del término transición. Si bien es cierto, por

una parte, la operación consistió en disminuir su alcance y a la vez su

rendimiento explicativo, por otra, ella se mostró eficaz para transformar las

nociones de cambio político hasta allí predominantes y efectiva en tanto

constructora de un futuro pronto a llegar.155

En primer lugar, mediante el uso del término se anunció una idea de

movimiento que implicaba, al menos, dos espacios identificables. Por definición, el

empleo de esta palabra indica un lugar de partida y uno de llegada. Sin embargo,

hablar en términos de tránsito también supone pensar en un ritmo. Aquí la palabra

transición proporciona una imagen a través de la cual parece posible hablar de

estadios intermedios entre las situaciones que se colocan por detrás - el punto de

partida - y por delante - el punto de llegada -. Por esto, se acuñaron palabras que

revelan instancias anteriores, intermedias o posteriores: liberalización, apertura,

democratización, consolidación. Por este lado, la palabra transición dibujó una

manera de pensar el cambio político, asimilable a un proceso paulatino, gradual,

distinto y opuesto a las transformaciones hechas en un solo movimiento,

concluyentes y/o violentas a las que se aludía con la utilización de la idea de

revolución. Es más, mediante la utilización de este término, siempre es posible

retrasar la llegada del futuro puesto que deja abierta la posibilidad de argüir que

nos hallamos en tránsito hacia el estado que se piensa y se desea alcanzar. Por

este lado, la Transición a la Democracia expresó una aspiración a futuro que se

alejó de la presión que le podría haber impuesto una determinación temporal

precisa. Desde su acuñación, el término estuvo disponible para argumentar que

se estaba en un momento previo o mezclado de la situación a la que se esperaba

llegar.

154 PURYEAR. op cit, p 5. 155 No es menor el cúmulo de dificultades que la Teoría Política ha debido franquear al problematizar las

nociones de espacio y tiempo en su ámbito disciplinar. Para mayor información consultar: Lesgart, Cecilia: “Tiempo y Política”. Léxico de la Política. Conceptos y categorías de las Ciencias Sociales en un diálogo intercultural. CONACYT - FLACSO. México. UNAM - UAM. Xochimilco. F. C. E. 2.000.

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En segundo lugar, mediante el uso del término transición, los puntos

de partida y de llegada estuvieron nombrados desde el comienzo. En el primer

caso, fueron el Estado Burocrático-Autoritario o el Nuevo Autoritarismo. Lo

burocrático-autoritario es de la clase de términos que después de acuñado se

independiza de quien lo produjo - Guillermo O’Donnell – y pasa a formar parte del

acervo de las ciencias sociales en general y de la Ciencia Política en particular.

Producido para caracterizar a los “golpes de estado” surgidos en la década del

sesenta, su disponibilidad permitió que la región ganara un lugar de importancia

en la Política Comparada, especialmente dentro de la academia estadounidense.

Fue el término sobre el que más intentos analíticos y explicativos se tejieron lo

que hizo que se utilizara como concentrado de muchos contenidos significativos.

Su uso no siempre fue específico puesto que el designó una forma de Estado, un

tipo de régimen político, un sistema político y una forma de dominación moderna.

Fue empleado de manera generalizadora, lo que le permitió ir más allá de la

experiencia que intentaba describir. Además, fue aplicado desde una cualidad

puramente lingüística, que lo llevó a formar otras categorías y que otorgó la

perspectiva de la comparación sin perder densidad analítica a pesar de la

cantidad de cualidades que el término iba adquiriendo. Fue empleado como

término descriptivo y, sin embargo, continuó siendo eficaz en su aplicación a

casos concretos, en el hallazgo de continuidades y diferencias halladas país tras

país, lo que contribuyó a desentrañar las especificidades que adquirían los

autoritarismos latinoamericanos. A su alrededor, se ordenaron una serie de

debates que fueron eficaces al plantear una tensión que recorrería a las ciencias

sociales de los primeros años de la década de los ochenta: la especificidad de un

régimen político y sus diferencias con el Estado para hablar de la política.

Epocalmente se opuso enérgicamente al término fascismo156. Entendido como

tipo de Estado, fue diferenciado de cualquier otra forma de dominación moderna

autoritaria ya que el fascismo corresponde a países de ( …… ) “industrialización

tardía, no la secuencial de los B. A. en los que el papel dinámico correspondió a 156 Para mayor información leer: Bracher, Karl Dietrich. Controversias de historia contemporánea sobre

fascismo, totalitarismo y democracia. Editorial Alfa. Barcelona. España, 1983. Según Bracher, la tendencia a una generalización indiscriminada de conceptos tales como “fascismo” o “totalitarismo” no sólo no da cuenta de los diferentes movimientos políticos, sino que encierra el peligro de la subvaloración del fascismo, reproduciendo así los mismos errores de las discusiones de las décadas del ’20 y ’30 de la

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un dúo muy diferente – Estado y burguesía nacional – y en el que la emergencia

de la clase obrera se dio por canales muy diferentes a los de los B. A.”157

En el segundo caso, mientras que algunos intelectuales hablaban de

un “futuro abierto”, al mismo tiempo le colocaban un nombre genérico. Así, la

democracia representativa, la democracia política o la poliarquía, se convirtieron

en el arribo imaginado y en términos que dieron sentido a la reflexión teórica y al

cambio político. Sin embargo, lo que nunca se indicó, fue el tiempo que iba a

tardar ese recorrido. Por esto, fue posible designar mediante el mismo término

procesos con duraciones tan disímiles: en Uruguay, transición prolongada; en

Argentina, transición por colapso, y en Chile, transición retardada, posteriormente

llamada incompleta.158 De aquí también que, un término con connotaciones

altamente temporales, encuentre la delimitación de sus diferentes estadios en la

compleja interacción de sus actores y no en una medida temporal per se. Esto

indica la dificultad que tuvo la producción teórica más sistemática sobre las

Transiciones desde los gobiernos autoritarios y a la Democracia para lograr una

conceptualización ajustada de las categorías intermedias que indican que el punto

de partida se encuentra resquebrajado, en crisis o en desequilibrio y que se

puede hablar de una apertura, de una liberalización o de una transición. Si bien

epocalmente, algunos intelectuales hicieron un esfuerzo sostenido por

conceptualizar dichos términos y ajustarlos temporalmente,159 a la literatura en

primera mitad del siglo XX. 157 O’Donnell, Guillermo. “Reflexiones sobre ascendencias de cambio del estado burocrático – autoritario.

En: Revista Mexicana de Sociología Nº 1. Enero/Marzo de 1977. Para mayor información léase: 1966 – 1973. El Estado Burocrático – Autoritario. Triunfos, derrotas y crisis. Editorial de Belgrano. Buenos Aires, 1982. En esta obra O’Donnell realiza una importante contribución al conocimiento de las nuevas formas de dominación autoritaria – mediante el estudio del caso argentino de 1966 a 1973 – que emergieron en América Latina a partir del golpe de Estado de 1964 en Brasil, continuaron con el golpe en Argentina en 1966 y, en la década del ’70 asumieron en Chile, Uruguay y nuevamente Argentina, características mucho más agudas.

158 Recomiendo al respecto, un interesante texto - volumen colectivo - que reúne un conjunto de reflexiones en las que, desde distintas tradiciones intelectuales, escuelas de pensamiento, enfoques, perspectivas y métodos de análisis se examina la naturaleza, significado y sentido de la “transición chilena”. En: La Caja De Pandora. El retorno de la transición chilena. Amparo Menéndez-Carrión y Alfredo Joignant (Editores) Planeta/Ariel. 1999.

159 Cabe destacar el sistemático esfuerzo realizado por Manuel Antonio Garretón, quien en el marco de su notable producción intelectual ha mantenido a lo largo de los años una ininterrumpida línea de investigación en esta materia, intentado definir e incluso redefinir estos términos. Para profundizar en esta temática se requiere consultar: Garretón, Manuel Antonio. Dictaduras y democratización. FLACSO. Santiago de Chile. 1994; Reconstruir la política. Transición y Consolidación democrática en Chile. Editorial Andante. Santiago de Chile. 1987; y Hacia una nueva era política. Estudio sobre las

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cuestión le fue notablemente difícil lidiar con la vaguedad conceptual. Los

recursos explicativos se encontraron en la particularidad de los casos, que venían

a ofrecerle a las definiciones generales sus connotaciones específicas.

Para ilustrar las diferentes significaciones atribuidas al término

transición y la delimitación de sus tiempos de duración, podemos citar algunas

conceptualizaciones. Primero, la transición fue entendida como “( … ) el intervalo

que se extiende entre un régimen político y otro”. Aquí, la definición y la

delimitación temporal de la idea de transición - indicada mediante la palabra

intervalo - dependió de la conceptualización del término régimen político y de la

construcción de tipologías de regímenes políticos.160

En este caso, la transición se limitó por el proceso de disolución del

régimen autoritario y por el establecimiento de alguna forma de democracia, de

retorno a algún tipo de régimen autoritario o el surgimiento de una alternativa

revolucionaria. Segundo, se definió a la transición como el cambio de régimen

político: del autoritarismo a la democracia. Aquí, se reconoció la dificultad

empírica que suponía el establecimiento del punto de inicio de la transición y el de

llegada. De esta manera, la transición - definida como cambio de régimen político

democratizaciones. Fondo de Cultura Económica. Santiago de Chile, 1995.

160 Es el caso del volumen IV de “Transiciones desde un gobierno autoritario“. Aquí se ofreció esta idea de la transición, dependiente de la conceptualización del tipo de régimen, cuya definición genérica está dada en una cita del texto en página 118. La transición debe ser distinguida de la liberalización que sería una primera etapa en la transición: ocurre durante la misma y debe diferenciarse del proceso de democratización, puesto que no son sinónimos. Pueden darse o no en forma simultánea con la democratización y las diferencias que guardan son de grado. Es el proceso a través del cual se redefinen y amplían los derechos, que los vuelven efectivos “(…) que protege a individuos y grupos sociales ante los actos arbitrarios o ilegales cometidos por el Estado o por terceros. En el plano individual estas garantías incluyen los elementos clásicos de la tradición liberal: el habeas corpus, la inviolabilidad de la correspondencia y de la vida privada en el hogar, el derecho de defenderse en debido proceso y de acuerdo con las leyes preestablecidas, la libertad de palabra, de movimiento, de petición ante las autoridades. En el plano de los grupos, abarcan la libertad para expresar colectivamente su discrepancia respecto de la política oficial sin sufrir castigo por ello, la falta de censura en los medios de comunicación y la libertad para asociarse voluntariamente con otros ciudadanos” p 20. Por democratización se entiende el proceso en que “( …) las normas y los procedimientos de la ciudadanía son, o bien aplicados a instituciones políticas antes regidas por otros principios ( … ) o bien ampliadas de modo de incluir individuos que antes no gozaban de tales derechos y obligaciones ( … ) o para abarcar problemas e instituciones que antes no participaban en la vida ciudadana ( … )” pp 22/23.

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- comenzaría cuando un régimen entra en crisis terminal y culminaría con las

primeras elecciones constitucionales.161

Tercero, hallamos definiciones de la transición como un proceso

extendido en el tiempo, cuya primera fase es el inicio de la descomposición del

régimen autoritario, la segunda fase es la instalación de un régimen político

democrático y, la tercera, el momento en que se plantea la tarea de consolidar el

nuevo régimen.162

Por último, la transición era significada de formas más generales:

apertura del régimen militar, paso de un régimen militar a otro tipo de régimen

político, fin de la política autoritaria y restitución de la política democrática, puesta

en escena de los partidos políticos, de los nuevos movimientos sociales, acceso a

los medios de comunicación, fin de la represión, momento de derrota de la

dictadura, momento límite de la política, momento en que comienza la

construcción y el ejercicio del poder, momento de coexistencia de una dictadura

inviable y de una naciente democracia, hilo conductor con una lógica propia que

surge entre el autoritarismo y la democracia, momento reactivo de resurrección de

la sociedad civil, retorno al imperio de la ley.

Todas estas definiciones, que señalan la existencia de dos

momentos a lo largo del tiempo, muestran también una seguridad más firme en

torno a cuál es el punto de partida. En efecto, con éste se realizó un trabajo

descriptivo y analítico incomparablemente más rico cuali y cuantitativamente que 161 Es el caso que propone Manuel Antonio Garretón. En: Reconstruir la política. Transición y

Consolidación democrática en Chile. Editorial Andante. Santiago de Chile. 1987. Garretón realiza una nítida diferenciación entre democratización y transición política. La primera se refiere a un cambio social global, mientras que la segunda tiene que ver con el cambio de régimen político: del autoritarismo a la democracia. Aunque más adelante, sostiene que la transición comienza una vez inaugurada la democracia. Es decir, en el mismo momento en que comienza la consolidación, “ ( … ) aunque no es seguro decir que éste consolidada una vez inaugurada la democracia, aunque no haya riesgo inminente de golpe”. En otro de sus libros, la consolidación la describe como el proceso que se inicia con el primer gobierno surgido de elecciones democráticas y la tarea de la consolidación es la de completar la transición y profundizar la democratización social y la modernización. Garretón, Manuel Antonio. Hacia una nueva era política. Op cit.

162 Es el caso de Portantiero, Juan Carlos. “La Transición entre la confrontación y el acuerdo”. Portantiero, J. C. y Nun, J. (comp.) Ensayos sobre la transición a la democracia en Argentina. Buenos Aires, 1987. Especialmente la p. 262, donde el autor diseña un cuadro en el cual incluye dentro de la transición: la crisis del autoritarismo, la instalación democrática y el proceso de consolidación.

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con el punto de llegada. El lugar de la partida señalado en estos debates es el de

los regímenes militares, conceptualizados como Estados Burocráticos

Autoritarios. Sin embargo, no se encuentran trabajos que se hayan detenido en la

discusión y distinción de diferentes arribos posibles. Es verdad que en aquellos

trabajos abocados a la politología163 se hace mención a los riesgos contenidos en

los procesos de transito: posible regresión autoritaria y permanencia de “enclaves

autoritarios”164. Sin embargo, desde el inicio se explicitó que la democracia

política era el objetivo deseable per se,165 es decir, el punto de llegada deseado

aunque pudiera ser empíricamente imposible.

De esta manera, el arribo estuvo desde el comienzo nombrado a

través del término democracia, a la que se le adjetivó con algunas palabras:

poliarquía, representativa, política. Lo curioso, es que este punto de llegada nunca

fue sometido a debate durante la discusión sobre las Transiciones desde los

gobiernos autoritarios hacia la Democracia. Así, en vez de resaltarse diferentes

oportunidades y/o posibilidades de organización, la democracia creó una nueva

situación. Por un lado, cumplió el papel de creación de una experiencia futura. Por

otro lado, se constituyó en un término de movimiento. Desde el principio, la

democracia se organizó como un ideal y como un concepto que anticipó el

movimiento histórico, influyendo en la organización de imágenes y de

representaciones sobre el futuro y fijando sentido a la vez.

De todas maneras, la selección de la democracia - como expectativa

política y como vocablo - no se realizó en el vacío. Con ella, se puso énfasis en

las reglas y en los procedimientos formales como mecanismo para la formación

de las decisiones colectivas y, a la vez, se definieron los actores necesarios para

llevar a cabo y el tipo de acciones que se corresponderían con ella. Esto se hizo 163 Consultar los trabajos incluidos en Transiciones desde un gobierno autoritario. Op cit. 164 “Estos enclaves se refieren al poder de las Fuerzas Armadas, al tipo de Justicia y Tribunales heredados, al

sistema electoral [binominal aún vigente], los senadores designados [y vitalicios] y todas las amarras constitucionales [imposibilidad del Presidente de la República de remover a los Jefes castrenses] y legales no democráticas, así como al problema ético-simbólico de la violación de derechos humanos bajo la dictadura militar que deja sin resolver la cuestión de la reconciliación nacional”. Garretón, Manuel Antonio. Balances y perspectivas de la democratización política chilena. En: La Caja de Pandora. Op cit, p 62.

165 O’Donnell, G; Schmitter, P; Whitehead, I. Op cit. Especialmente en la introducción a los casos

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así por algunos motivos. En primer lugar, porque era el nombre utilizado - y

disponible - para llamar a algunos regímenes políticos vigentes, evaluados como

“exitosos” por ciertos intelectuales: las democracias de los países del capitalismo

avanzado del cuadrante noroeste del planeta. En cuanto a la adopción de este

modelo interpretativo, parece pertinente citar al menos dos intelectuales que

epocalmente tuvieron trascendencia sobre las discusiones y producciones

politológicas, especialmente sobre los intelectuales que integraron el proyecto del

Woodrow Wilson International Center: Robert Dahl y Joseph Schumpeter. El

primero, con sus libros Un Prefacio a la Teoría Democrática y La Poliarquía166. El

segundo, a través de Capitalismo. Socialismo y Democracia167. De estos textos,

canónicos en la ciencia política, los intelectuales latinoamericanos de ese ámbito

disciplinar, se apropiaron del aspecto procedimental de la democracia política y,

también, de algunos derechos y libertades para los ciudadanos: elecciones

competitivas, organización a través de partidos políticos, amplitud en la expresión

de la opinión pública, alternancia en el poder, vigencia del Estado de Derecho,

respeto por los Derechos Humanos.

Nohlen llama a este enfoque “orientación analítico-procesal” y lo

contextualiza históricamente como una reacción respecto a ciertos modelos

estructuralistas predominantes en las ciencias sociales latinoamericanas en las

décadas de los sesenta y setenta. Refiriéndose a esta perspectiva, nos plantea

que “la investigación sobre la transición [política a la democracia] significó un

cierto quiebre con la tradición de investigación latinoamericana. El

estructuralismo, con su acentuación de las variables socioeconómicas, fue

reemplazado por enfoques que ponían énfasis, por una parte en situaciones

decisionales y el comportamiento estratégico de actores y, por otra, en variables

políticas genuinas.” 168

latinoamericanos que realiza Guillermo O’Donnell en el volumen 2.

166 Dahl, Robert. La Poliarquía. Participación y Oposición. Editorial Tecnos. Madrid. 1989 y Un Prefacio a la Teoría Democrática. Ediciones Gernika. México. 1987.

167 Schumpeter, J. A. Capitalismo. Socialismo y Democracia. 2 Tomos. Editorial ORBIS. S.A. Buenos Aires. 1983.

168 Nohlen, Dieter y Thibaut, Bernhard. “Investigación sobre la transición en América Latina: Enfoques, conceptos, tesis. Traducción de Martín Lauga. Arbeitspapier, Universitat Heidelberg. Institut für Politische Wissenschaft, nº 11.

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El desplazamiento de las perspectivas de análisis macrosociológicas

o estructuralistas crearon condiciones de posibilidad para que los actores y las

situaciones de decisiones estratégicas comenzaran a hegemonizar los análisis,

favoreciendo de este modo, métodos de investigación explícitamente inspirados

en la teoría de los juegos.169 O’Donnell y Schmitter plantearon – justificando de

este modo su elección metodológica – que la situación de incertidumbre y caos en

situaciones de transición, obligó a la comunidad disciplinar a una búsqueda

colectiva de metodologías excepcionales, entre las cuales el análisis estratégico

tuvo [tiene] gran influencia. (O’Donnell y Schmitter. 1988).

Como es dable observar, en los volúmenes de Transiciones desde

un gobierno autoritario, los intelectuales que participaron del proyecto utilizaron

como sinónimos a la democracia política como objetivo deseable per se y a la

poliarquía. En segundo lugar, por el lado de aquellos intelectuales que hicieron del

socialismo una idea en proceso de revisión, la adopción del “modelo

interpretativo” de democracia se asoció con los procesos de renovación teórica

del marxismo latinoamericano y con las búsquedas teóricas y prácticas del

llamado por aquel entonces eurocomunismo.

Es importante poner de relieve, que hasta entonces, la noción como

categoría de análisis del marxismo aludía al paso de un modo de producción a

otro170 y en las teorías de la modernización implicaba el cambio de las sociedades

169 Un interesante artículo del profesor Joignant ilumina este debate, lamentablemente ausente en la

Academia chilena actual. Joignant, Alfredo. Modelos, juegos y artefactos. Supuestos, premisas e ilusiones de los estudios electorales y de sistemas de partidos en Chile. (1988 – 2005). Santiago de Chile. 2006. Mimeo. 45 paginas.

170 Debemos a la corriente sociológica marxista - de impronta althusseriana - de la década del ’60 haber introducido el término en la jerga política chilena. Para los marxistas de aquel entonces hablar de transición significaba referirse a los “pasos de un modo de producción al otro”. La forma como se producen los bienes materiales constituye para Marx el determinante en última instancia – a largo plazo – de las concepciones que los individuos tienen de sus propias vidas, así como sus relaciones con los ámbitos de la vida social y política. Anclada en esta línea de pensamiento, la teoría marxista del cambio social se concentra en el estudio histórico de la transición de un modo de producción al otro. La importancia de comprender las causas, las formas y el destino de las transiciones permiten – según lo indicaba el canon doctrinario del marxismo estructuralista de la época - conocer las características del cambio social, una tarea indispensable para impulsar las modificaciones necesarias, para avanzar hacia la sociedad ideal sin clases sociales y sin explotación. Para mayor información ver: Marta Harnecker. Los conceptos elementales del materialismo histórico. Siglo XXI Editores. Santiago de Chile. Novena Edición. 1971; pp 155 a 161.

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tradicionales a las modernas171. En ambos casos constituía un macro concepto.

Es decir, una constelación de conceptos que al interactuar entre sí hacen emerger

una nueva figura. Figura que se disolvería si dejamos de interrelacionar los

conceptos que interactúan. Macroconceptuar es asociar en el orden del macro

concepto, en forma dinámica, conceptos simples o atómicos. Asociar conceptos

que incluso pueden ser opuestos tomados en abstracto, de forma absoluta.

Conceptos que se hacen complementarios en el orden del macro concepto.172

En la analítica de las dictaduras del cono sur cambió de dimensión.

El macro concepto original derivó hacia un micro concepto, referido

exclusivamente al paso formal del régimen político autoritario, al régimen político

electoral. Dejando de lado el problema de la calidad de la democracia, medida por

ejemplo, por la calidad de la representación.

171 Los tratados clásicos de Rostow (Las etapas del crecimiento) y Germani (Sociología de la modernización)

sentaron los pilares teóricos que dieron sustento a una visión del desarrollo como sucesión lineal de etapas. Conforme a esa visión, el desarrollo de una sociedad consistía en hacerla transitar desde etapas iniciales o tradicionales hacia etapas avanzadas o modernas. En términos concretos, tal concepción se traducía en instrumentar los mecanismos para que las sociedades atrasadas lograran su propia transición desde economías agrarias y orientadas a las exportaciones, hacia economías urbano-industriales orientadas al mercado interno y con una creciente capacidad productiva. Se suponía que el proceso mismo haría posible proporcionar a la población empleo e ingresos que permitieran un nivel de consumo y acceso a servicios sociales modernos. Aplicado sociológicamente, el término “modernización” permite describir las características de los patrones productivos, económicos, culturales y sociales desde el comienzo de la Revolución Industrial iniciada en Europa durante el siglo XVIII hasta el presente. Max Weber entiende el surgimiento de la modernización como una declinación de los patrones tradicionales de pensamiento junto al incremento simultáneo de la importancia de la racionalidad. Weber sostenía que la sociedad moderna se basa en una visión racional del mundo, es decir, algo calculado y predictible, a diferencia de las sociedades preindustriales cuya tendencia era considerarlos como objetos de voluntad divina o del destino. Quizás, una de las evidencias más claras de la visión de un mundo racional para Weber, es la emergencia de la burocracia en la sociedad moderna. A diferencia de la organización social tradicional, basada en lealtades personales y adherencias a prácticas del pasado la burocracia envuelve, de una manera deliberada, políticas y regulaciones creadas para la consecución efectiva de metas y objetivos de largo alcance. Ver: Weber, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. México. Premia Editora. Novena Edición. 1991. El original fue publicado en 1904.

172 Este modo de conceptualizar se inscribe en el contexto de las llamadas ciencias de la complejidad, que sostienen que tanto los fenómenos como sus explicaciones son complejos. La linealidad de los procesos es sólo episódica, dado que llegan a puntos de su historia en los que se bifurcan, se tornan caóticos y luego se reorganizan y forman nuevos sistemas. Esos procesos son indeterminados en el sentido que es imposible predecir qué resultará de ellos, en tanto el resultado es una función del material histórico real, complejo, que ingresa en el proceso de bifurcación. Para mayor información leer: Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo. Gedisa. Barcelona. 1995. Sociología. Tecnos. Barcelona. 1995. Morin es un pensador multidisciplinar conocido especialmente como sociólogo y epistemólogo. Figura cono pionero en los estudios de complejidad. Trabaja por un conocimiento que no mutile, ni tabique entre las diferentes disciplinas, que respete lo individual y lo singular, al mismo tiempo que lo inserta en su contexto y su conjunto.

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Recapitulando, desde el inicio de la década del ’80, la transición a la

democracia, fue empleada como idea general, disponible para distintos

argumentos y combates, tanto académicos como políticos. Su mención, tanto en

el mundo académico como fuera de él, nos remite a una nueva manera de pensar

el cambio político. Utilizada como modelo adquirió capacidad evaluativo-

descriptiva sobre los procesos históricos nombrados bajo los términos apertura,

liberalización y/o transición, tarea iniciada por el proyecto de investigación

comparativo entre diferentes áreas geográficas del Woodrow Wilson International

Center for Schoolars. Los gobiernos civiles post dictaduras del cono sur

(Argentina – Chile y Uruguay), la utilizaron como consigna sintetizadora de una

nueva época en la política. Así la empleo, entre otros, Patricio Aylwin en nuestro

país.

A lo largo de los años ochenta convivieron todos estos usos.

Designando distintos acontecimientos y remitiendo a variados motivos, la

transición le otorgó nuevos contenidos a la democracia, ayudándole en unos

casos a adquirir su máxima capacidad expresiva, así como también, precisiones e

imprecisiones conceptuales. Sin embargo, los términos transición y democracia y

el uso de la expresión transición desde los gobiernos autoritarios y/o a la

democracia, ganaron claridad conceptual y analítica a medida que avanzaba el

trabajo de aquellos intelectuales que la inventaron como fórmula teórica y que la

convirtieron primero, en un proyecto de investigación y posteriormente, en un área

de los Estudios Comparados, particularmente, de la Ciencia Política. Junto al

término transición, la democracia se alejó de las connotaciones que la asociaban,

como variable dependiente, al desarrollo económico y a la modernización social y

cultural, como así también, de su vinculación con los contenidos sustantivos

indicando, más específicamente, un tipo de cambio político.

Además, la palabra transición imprimió una idea de movimiento que

se alejaba de los ritmos concluyentes y definitivos y se asociaba a lo gradual y

paulatino. Ella, indicaba que se estaba saliendo y en camino hacia algo que no

eran los regímenes militares. De aquí en más, la transición anunciaba en primer

lugar, un cambio en las prioridades de las investigaciones: el énfasis ya no estaba

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en el estudio y descripción del autoritarismo. En segundo lugar, se subrayaba

menos el pasado y más el porvenir que, de ahora en adelante, quedaba abierto a

la investigación teórica y a las expectativas políticas.

En Chile el acto fundacional de la transición, el plebiscito de 1988, ni

siquiera surgió, como en Uruguay, de un acuerdo negociado entre gobierno y

oposición sino por la imposición por parte de los militares de las disposiciones de

la Constitución de 1980 que ellos mismos habían creado. Pese a que se recibió el

legado de un régimen político semi-democrático, plagado de restricciones, los

actores políticos dominantes de la Concertación optaron por neutralizar o lisa y

llanamente desactivar las movilizaciones sociales, haciendo uso del temor al

retroceso. Su opción fue confiar en la ingeniería política y en los acuerdos173 con

la futura oposición de derecha174 llamada política de los consensos.

En ese contexto la transición política en Chile se caracterizó por

tener lugar:

1º en el marco político-legal fijado por la Constitución de 1980.

2º con una economía capitalista de mercado en expansión.

3º la continuidad del General Pinochet en la escena política, primero como

Comandante en Jefe del Ejército y luego en calidad de senador vitalicio,

que el ordenamiento jurídico constitucional amparaba.

4º y una distribución bicoalicional bastante estable de las fuerzas políticas,

inducida por el sistema electoral binominal.

173 Enrique Correa, futuro Secretario General de Gobierno del primer gobierno civil de la transición,

presidido por Patricio Aylwin, al respecto aseveraba en 1987 que “No hay razones para demorar un acuerdo en torno a estos asuntos básicos [inscripción en los registros electorales; elecciones libres o plebiscito, lo que implicaba aceptar la constitución del ’80; movilización social pacífica, como mecanismo de presión y - al menos hasta entonces - rechazo al modelo económico]. Estamos ya en el mes de junio y las definiciones urgen. Cada uno debe asumir su responsabilidad y dar cuenta clara de sus opiniones”. Enrique Correa. Elecciones libres: responsabilidad opositora. En: APSI. Nº 205, del 15 al 21 de junio de 1987, pp 6 y7.

174 Para mayor información véase el artículo escrito por Oscar Godoy. Op cit. Escrito al calor del debate político que generó la detención del General Pinochet en Londres en octubre de 1998.

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Se trata de una transición pactada en el sentido de que las fuerzas

armadas reconocen la vigencia de un régimen democrático formal y los partidos

políticos reconocen los procedimientos establecidos por la Constitución de 1980.

El primer gobierno civil de Patricio Aylwin encaró tres tares

prioritarias: afianzar el retorno a la democracia procedimental; introducir algunas

reformas a la economía para vincular crecimiento y equidad social, focalizando las

políticas públicas en tal sentido a los sectores sociales más postergados y

excluidos del modelo y juzgar en la “medida de lo posible” las violaciones a los

Derechos Humanos. La enumeración trasunta una jerarquización que obedece a

un cálculo de factibilidad. No pudiendo enfrentar las tres tareas simultáneamente,

la coalición gubernamental enfatiza la consolidación de la democracia. En el

fondo, apuesta a la ingeniería política; es decir, confía en que la dinámica del

“juego político” vaya abriendo el campo de maniobra. Ello circunscribe lo posible:

es posible lo que se puede lograr mediante acuerdos amplios. La llamada

“democracia de los acuerdos”175 exige reformas negociadas, graduales y que no

pongan en riesgo los intereses vitales de las partes. De este modo queda

entronizado como principio rector la gobernabilidad176. Bajo el imperio de ese

imperativo - no siempre explícito - queda al margen - de facto y de jure - un

conjunto de materias de interés societal a las decisiones políticas.

175 La “democracia de los acuerdos” o de los consensos fue producto de un intento de reconciliación práctica

impulsada por Andrés Allamand, a la sazón Presidente de Renovación Nacional; en absoluta concordancia con los lideres de la Concertación, presidida por aquel entonces – fines de la década de los ’80 y comienzos de la de los ’90 – por Patricio Aylwin. Cabe destacar que la política de la democracia de los acuerdos, se hizo un poco a contrapelo de los deseos de la militancia de RN, ni que decir de la UDI; lo que fue generando junto a otros factores, condiciones de posibilidad que progresivamente fueron socavando el liderazgo de Allamand en la derecha, hasta su derrota electoral y política, en las elecciones parlamentarias de diciembre de 1997, a manos del candidato de la UDI Carlos Bombal. Para conocer de primera mano este proceso clave durante los primeros años de la “transición” leer: Allamand, Andrés. La travesía del desierto. Aguilar, 1999. Escrito como respuesta a la sensación de vacío y de final que, comprensiblemente, se le apareció en la faz de la derrota; el lector podrá encontrar un autorretrato del autor y un particular punto de vista de la historia más reciente de nuestro país, de uno de sus principales protagonistas.

176 Al usar el término “gobernabilidad” aquí, me estoy refiriendo simplemente a la gestión del poder civil, sin atribuir al término connotaciones relativas a la calidad de desempeño gubernamental.

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Más que un consenso en torno a un futuro compartido, Moulian nos

dice, que se trata de un miedo compartido a la reversibilidad del proceso, a saber,

a revivir los conflictos pasados.177

177 Moulian desarrolla esta singular y aguda interpretación del proceso transicional chileno en el capítulo

segundo, punto 3. La democracia actual como jaula de hiero. En: Chile Actual. Anatomía de un mito. Lom Ediciones. 1997 Octava Edición, pp. 45 - 56.

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Conclusiones.

“El tiene dos adversarios. El primero lo

presiona desde atrás, desde su origen. El

segundo le bloquea el camino hacia delante.

Lucha con ambos. En realidad, el primero lo

apoya en su lucha contra el segundo, pues

lo quiere empujar hacia delante e,

igualmente, el segundo le presta su apoyo

en su lucha contra el primero, dado que lo

proyecta hacia atrás. Pero esto teóricamente

es así. Pues ahí no están solamente los dos

adversarios, sino el mismo también, ¿y quién

conoce sus intenciones? Siempre sueña que

en un momento de descuido - aunque

requeriría una noche más oscura que nunca

- pueda evadirse del frente de batalla y ser

elevado, gracias a su experiencia de lucha, a

árbitro por encima de los combatientes.”

Kafka.

Él.

Aforismos de Zürau.

La parábola de Kafka, sintetiza el desgarro del hombre entre pasado

y futuro. Por un lado, las experiencias pasadas. Por el otro, expuestos a un futuro

inédito, somos llevados a buscar en el pasado las lecciones que ayuden a

comprenderlo. Y soñamos entonces con estar por encima de esa tensión; no

fuera del tiempo, sino pudiendo seleccionar qué pasado asumimos y qué futuro

nace de cero. Pero, en ningún caso, podemos escapar del fuego cruzado.

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Las tensiones entre voluntad y espontaneidad, entre cuestiones

propiamente académicas y otras no tanto, se encuentran en el origen y posterior

desarrollo de las redes de intelectuales. Condiciones idiomáticas (brasileño,

español, alemán, inglés) de cercanía cultural (América latina, Europa latina,

Norteamérica anglosajona) y económicas entre otras, también se encuentran

presentes en la constitución de las redes de intelectuales transnacionalizadas.

Las afinidades electivas entre intelectuales que trabajan sobre

cuestiones similares crean relaciones espontáneas que se van afirmando

frecuentemente desde épocas estudiantiles. Estas a menudo se van traslapando

con relaciones de amistad, de política, institucionales y muchas otras. La

densidad de la comunicación hace que la espontaneidad se vaya transformando

en institucionalidad, tendiendo a las sociedades, centros académicos, congresos,

seminarios, asociaciones, publicaciones y otras. Por otra parte, lo académico

frecuentemente tiende a proyectarse más allá de sí mismo, pretendiendo influir

sobre los destinos de la polis.

En este último sentido, y luego de muchas lecturas sobre el punto,

creo que es posible concluir, que más allá de las especificidades, las redes de

intelectuales aquí signadas produjeron y/o usaron la fórmula Transición a la

Democracia, recuperaron el término democracia, construyeron y utilizaron los

clivajes Autoritarismo/Democracia y Revolución/Democracia, debido a la tragedia

política (vivida personal o colectivamente) que condujo a los regímenes militares

que se inauguraron en el cono sur entre 1973 y 1976. Detrás de esta producción

hay dolorosos derroteros generacionales: procesos de revisión de ideas y de

esperanzas para muchos; sinceras expectativas para la no repetición del pasado

(“Nunca Más”) en el futuro; nuevas apuestas políticas; sed de cambio conceptual;

necesidad de encontrar otros insumos teóricos frente al apuro por salir de

situaciones políticas por aquel entonces apremiantes.

La producción de la idea de Transición desde los gobiernos

autoritarios y a la Democracia y la recuperación teórica de la poliarquía o

democracia representativa tuvieron valor, en la medida que impulsaron nuevas

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realidades políticas. Ellas originaron nuevos procesos al interior de la Ciencia

Política en particular, modificaron el tipo de intervención político-cultural de

muchos intelectuales, modificaron sus tareas y le imprimieron nuevos sentidos a

sus profesiones, como cientistas sociales.

Sin embargo, ni los intelectuales dedicados a la politología ni quienes

intervinieron en su resignificación desde preocupaciones menos disciplinarias,

hicieron con ella un trabajo analítica y conceptualmente riguroso. Esto provocó

problemas de ambigüedad conceptual, pérdida de la capacidad analítica de los

términos, utilización de categorías universales para evaluar procesos específicos.

Aquí lo que parece como discutible en la literatura sobre transiciones no es tanto

su comportamiento normativo, ni tampoco su particular combinación entre su

ambición de ofrecer recetas y de explicar. Lo que resulta teóricamente criticable

son más bien sus propios fundamentos teóricos, con sus inevitables secuelas

políticas: una visión ingenieril de la política y del mundo que, además de producir

un efecto de justificación de comportamientos y procesos en virtud del “noble” y

francamente idealizado principio de racionalidad (individualismo metodológico)

hace caso omiso de las lógicas de situación y de sus urgencias prácticas.

Tengamos presente que el término Transición a la Democracia se

formuló antes que hubiesen señales concretas que se podía salir de los BA.

Considerada como valor límite o como intención de producir aspiracionalmente un

resultado político – estratégico, su acuñación y su uso en el vocabulario político

de la época actuaron como una formulación semántica previa sobre perspectivas

que se querían alcanzar en el futuro incierto.

El proceso de diseño, producción y circulación de esta idea fuerza, a

partir de la tensión entre experiencias y expectativas, entre recuerdos y

esperanzas, fue eficaz. Construida por oposición, como idea distinta a aquella que

había configurado la década anterior y utilizada como valor límite; la Transición a

la Democracia, fue capaz de impulsar nuevos y “renovadas” rutas políticas. De ahí

su valor como producto intelectual, puesto que a su alrededor, y a la luz de las

reconfiguraciones que sobre la concepción sobre la política esta impulsaba, se

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convirtió en un campo semántico propicio para que en él convergieran diversas

trayectorias y expectativas políticas.

Pues bien, en determinadas etapas históricas, los conceptos que se

logran instalar valen por los usos y significados que adquieren en contextos

concretos y situados; más que por ser empleados con apego a la sistematización

que puede otorgar el análisis científico. Por tal razón, tiendo a creer, que la

Transición, sirvió más a un nivel propositivo que a uno analítico, toda vez, que los

diversos modos de entender el concepto político- académico en cuestión, denota

incertidumbre y vacilaciones sobre lo real.

Con todo, en el cono sur, el término Transición a la Democracia, en

todas sus connotaciones y usos, conserva su lugar histórico, lo que explica en

parte el interés en revisitarlo analíticamente, en la perspectiva de encuadre que la

presente investigación asumió. El espacio histórico conquistado, debemos

asociarlo a su capacidad de haber obrado, a un nivel teórico, como la noción

sepulturera de aquellos BA que irrumpieron violentamente en la polis. Si bien es

cierto, durante los últimos años el término viene siendo relevado por nuevos

conceptos: consolidación democrática178; calidad de la democracia; políticas

públicas y modernización del Estado; política y género; gobernabilidad; inclusión y

responsabilidad social, en aquel momento la Transición evidenció la fuerza que

tienen los conceptos cuando se constituyen en lenguaje a partir del momento que

tienen el poder de ser repetido o actualizado socialmente.

178 La mayoría de las definiciones y análisis de consolidación democrática se concentran en la

“institucionalización”, haciendo valer, implícita o explícitamente, la aceptación o aprobación de las instituciones democráticas y sus reglas formales. El mainstream (corriente principal) a la mayoría de las viejas poliarquías, localizadas en el cuadrante Noroeste del planeta les asigna los términos “democracias altamente institucionalizadas” o “democracias consolidadas”. O’Donnell opta por denominarlas democracias “formalmente institucionalizadas” a las poliarquías consolidadas. Recordemos que los atributos formales que caracterizan a la Poliarquía según Robert Dahl son: 1º Autoridades públicas electas; 2º Elecciones libres y limpias; 3º Sufragio universal; 4º Derecho a competir por los cargos públicos; 5º Libertad de expresión; 6º Información alternativa y 7º Libertad de asociación. Ver: Ilusiones sobre la consolidación. O’Donnell, Guillermo. En: Revista Nueva Sociedad. Nº 144. Julio – Agosto de 1996. 71 – 89. Cf con cita nº 9.

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139

Bibliografía.

La búsqueda bibliográfica siempre estuvo orientada por el interés que

tengo en conocer la manera en que las Ciencias Sociales en general y la Ciencia

Política en particular, se apropian, utilizan y acuñan ciertos conceptos y las formas

inéditas que adquieren las narrativas producidas por intelectuales acerca de sí

mismos, de la política y de sus contextos sociales. No obstante la bibliografía

utilizada excede los diversos ámbitos tratados en la presente investigación, y no

necesariamente refleja – aunque debo reconocer que en muchos casos así ocurren –

las perspectivas epistémicas, teóricas y el modo como me aproximo hacia mis

preferencias temáticas.

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