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1 UNIVERSIDAD ANDINA SIMÓN BOLÍVAR SEDE ECUADOR COMITÉ DE INVESTIGACIONES INFORME DE INVESTIGACIÓN EL ESMERALDEÑO: ¿UNA LENGUA PREHISPÁNICA EN EL SIGLO XIX? JORGE ARSENIO GÓMEZ RENDÓN QUITO – ECUADOR 2012

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UNIVERSIDAD ANDINA SIMÓN BOLÍVAR 

SEDE ECUADOR 

COMITÉ DE INVESTIGACIONES 

INFORME DE INVESTIGACIÓN

EL ESMERALDEÑO:

¿UNA LENGUA PREHISPÁNICA EN EL SIGLO XIX?

JORGE ARSENIO GÓMEZ RENDÓN

QUITO – ECUADOR

2012

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RESUMEN

El esmeraldeño fue una lengua que se habló en el curso medio e inferior del Esmeraldas hasta

finales del siglo diecinueve, cuando fue registrada por J. M. Pallares para Theodor Wolf de

boca de los últimos ancianos que aún la recordaban. Saber más sobre cuál fue el asiento

original de esta lengua y quiénes fueron sus hablantes es una pieza clave rompecabezas

etnolingüístico de la costa norte del Ecuador antes de la conquista castellana y de las

relaciones interétnicas entre conquistadores, indígena y afrodescendientes desde mediados del

siglo dieciséis. Aunque ha habido algunos intentos por describir y clasificar el esmeraldeño

con criterios lingüísticos y a partir de fuentes etnohistóricas, sigue siendo una lengua no

clasificada y poco o nada se sabe de sus hablantes. Esto se debe a la falta de una coteja

exhaustiva entre los datos lingüísticos y etnohistóricos disponibles, pero sobre todo a un

acercamiento clasificatorio tradicional que no toma en cuenta las consecuencias lingüísticas

del contacto interétnico. Se pretende resolver ambas falencias con una interpretación

sociolingüística de las fuentes etnohistóricas y un análisis lingüístico comparativo del corpus

disponible, que incluye la evidencia toponímica, antroponímica, pero sobre todo de las

palabras y oraciones glosadas que conforman el corpus Pallares-Wolf.

Palabras clave: esmeraldeño, lenguas prehispánicas, zambaje, contacto lingüístico, toponimia.

Jorge Gómez Rendón estudió antropología y lingüística aplicada en la Universidad Católica de Quito

y obtuvo una maestría en Estudios Interdisciplinarios de las Culturas Andinas por la Universidad

Andina Simón Bolívar. En 2008 se doctoró en lingüística por la Universidad de Ámsterdam con un

estudio tipológico comparativo de varias lenguas indígenas de América. Desde 2004 se dedica a la

documentación de lenguas indígenas orientada a su revitalización y al análisis del discurso como

herramienta para comprender mejor las sutiles relaciones entre lengua y poder.

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Tabla de contenidos

Pág.

1. Introducción 1.1. El esmeraldeño en el mosaico lingüístico de la costa del Pacífico

1.2. Discontinuidad étnica del esmeraldeño: de los wásus a los zambos

1.3. Contacto interétnico y etnogénesis: implicaciones sociolingüísticas

1.4. Caracterización de las fuentes históricas y criterios de análisis

2.. Análisis sociolingüístico de la evidencia histórica sobre los zambos emeraldeños

2.1. Orígenes de la presencia africana en Esmeraldas e implicaciones sociolingüísticas

2.2. Grupos étnicos esmeraldeños y africanos: las lenguas del contacto

2.3. Los hablantes del Esmeraldeño y el clan africano de los Mangaches

2.4. Historia de los grupos zambos esmeraldeños y sus implicaciones sociolingüísticas

3. Análisis de la evidencia lingüística de la lengua esmeraldeña a la luz de la historia

3.1. Caracterización de las fuentes lingüísticas y procesamiento de los datos

3.2. La toponimia y la antroponimia esmeraldeña: análisis y resultados 3.3. La lengua esmeraldeña en el corpus Pallares-Wolf

3.3.1. Alcance y limitaciones del análisis del corpus Pallares-Wolf

3.3.2. Clasificación filogenética del esmeraldeño a partir del corpus

3.3.3. Caracterización tipológica del esmeraldeño a partir del corpus 3.3.4. Contactología de los préstamos léxicos en el corpus Pallares-Wolf 4. Conclusiones: contacto, zambaje, mezcla y resistencia etnolingüística 5. Bibliografía Anexos (Mapas)

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El Esmeraldeño: ¿una lengua prehispánica en el siglo XIX?

Jorge Gómez Rendón

Universidad de Ámsterdam

Universidad Andina Simón Bolívar

0. Resumen

El esmeraldeño fue una lengua que se habló en el curso medio e inferior del Esmeraldas hasta

finales del siglo diecinueve, cuando fue registrada por J. M. Pallares para Theodor Wolf de

boca de los últimos ancianos que aún la recordaban. Saber más sobre cuál fue el asiento

original de esta lengua y quiénes fueron sus hablantes es una pieza clave del rompecabezas

etnolingüístico de la costa norte del Ecuador antes de la conquista castellana y de las

relaciones interétnicas entre conquistadores, indígenas y afrodescendientes desde mediados

del siglo dieciséis. Aunque ha habido algunos intentos por describir y clasificar el

esmeraldeño con criterios lingüísticos y a partir de fuentes etnohistóricas, sigue siendo una

lengua no clasificada y poco o nada se sabe de sus hablantes. Esto se debe a la falta de una

coteja exhaustiva entre los datos lingüísticos y etnohistóricos disponibles, pero sobre todo a

un acercamiento clasificatorio tradicional que no toma en cuenta las consecuencias

lingüísticas del contacto interétnico. Se pretende resolver ambas falencias con una

interpretación sociolingüística de las fuentes etnohistóricas y un análisis lingüístico

comparativo del corpus disponible, que incluye la evidencia toponímica, antroponímica, pero

sobre todo de las palabras y oraciones glosadas que conforman el corpus Pallares-Wolf.

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1. Introducción

El título original de este artículo no llevaba signos de interrogación, pues daba por supuesto

que el esmeraldeño1 – o atacame como lo llaman algunos – era una lengua prehispánica que

sobrevivió intacta hasta finales del siglo diecinueve. Sin embargo, el estudio de las fuentes

etnohistóricas conjugado con el análisis de los datos lingüísticos me obligaron a replantear

este supuesto y a profundizar en las características sociolingüísticas que acabaron por

modelar la lengua documentada en 1877 en el curso inferior del Esmeraldas. Como veremos

a lo largo de este trabajo, las características de esta lengua reflejan el devenir histórico de su

comunidad de hablantes y las intensas relaciones interétnicas fraguadas desde las primeras

décadas de la conquista, de manera que no es posible asumir en estricto sentido una

equivalencia perfecta entre el esmeraldeño documentado en 1877 y la lengua prehispánica

que está en sus orígenes, de la misma manera como no podemos asumir la misma

equivalencia entre el castellano hablado en la actualidad y la lengua de los Cartularios de

Valpuesta, los primeros documentos que atestiguan el nacimiento de un proto-castellano en el

siglo IX. En ambos casos existe, entre un estadio y otro, una serie de desarrollos

sociohistóricos que reconstituyeron la comunidad de hablantes originaria, sólo a la luz de los

cuales es posible comprender la verdadera naturaleza de la lengua. En este contexto el

presente artículo se propone no sólo enmarcar la evidencia etnohistórica desde una

perspectiva sociolingüística sino además analizar los datos lingüísticos desde una perspectiva

de contacto interétnico. Esperamos de esta manera contribuir no sólo al estudio de las lenguas

indígenas del Ecuador sino también al estudio de los efectos lingüísticos del contacto y la

criollización, a la historia de las relaciones interétnicas en Esmeraldas, y al origen y

desarrollo de sus pueblos afrodescendientes.

                                                            1 No está por demás advertir al lector que el glotónimo “esmeraldeño” que utilizamos a lo largo de este estudio no designa ninguna variedad del castellano hablado en el pasado o en el presente por la población afrodescendiente asentada en la actual provincia de Esmeraldas, sino una entidad lingüística distinta del castellano en su origen filogenético y su tipología.

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Luego de identificar la lengua esmeraldeña y sus hablantes en el contexto de la costa norte, se

realiza una presentación crítica de la evidencia histórica desde un punto de vista

sociolingüístico, para finalmente discutir la evidencia lingüística a partir de un análisis de los

datos y una evaluación de los resultados desde el marco de interpretación etnohistórica. Las

conclusiones retoman los resultados a fin de sopesar sus implicaciones para la historia y la

lingüística de la costa norte ecuatoriana y para los estudios de contacto lingüístico y

criollización en los Andes.

1.1. El esmeraldeño en el mosaico lingüístico de la costa norte del Pacífico ecuatoriano

Si sabemos poco de la situación lingüística de la Sierra de nuestro país antes de la conquista

castellana, menos sabemos de las lenguas que se hablaban en la franja costera que se extiende

desde el pie de la cordillera occidental de los Andes hasta el litoral del Pacífico. En otro lugar

(Gómez Rendón 2010b) hemos intentado, a partir de la evidencia etnohistórica disponible,

trazar una serie de deslindes lingüísticos para las tierras bajas occidentales. Las fuentes

disponibles son a menudo oscuras en sus referencias lingüísticas e incluso una coteja

detallada revela contradicciones en algunos puntos. En todo caso, si de algo podemos estar

seguros, es que las tierras bajas del Pacífico mostraban un verdadero mosaico de lenguas.

Esta diversidad lingüística, que Jijón y Caamaño soslaya cuando afirma que todas las lenguas

habladas en las tierras bajas occidentales desde el río Mira se reducirían a la que él llama

lengua manabita (Jijón y Caamaño 1940, II: 99), pudo haber sido menor en la costa centro-

sur según sugiere la evidencia etnohistórica (Gómez Rendón 2010b: 87), pero era mucho más

marcada al norte del río Coaque, es decir, en la región que hoy en día corresponde a la

provincia de Esmeraldas, y en términos geográficos, al extremo sur del sistema ecológico del

Chocó. En efecto, un breve vistazo a las fuentes históricas más tempranas de la región sugiere

una curva peraltada de biodiversidad, etnodiversidad y glotodiversidad.

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Es significativo que sea Esmeraldas la única provincia de la costa donde todavía hoy se

hablen tres lenguas indígenas – el cha’palaa y el awapit, ambas lenguas barbacoanas, pero

también el sia pedee, de la familia lingüística chocoana – mientras el resto del litoral es

monolingüe castellano. Y es que Esmeraldas, en virtud de su accidentada geografía y del

espeso bosque tropical que hasta hace mediados del siglo pasado cubrió la mayor parte de su

territorio, se convirtió en una zona de refugio para muchas comunidades indígenas que

lograron de esta manera conservar sus principales rasgos culturales y sus lenguas vernáculas,

pero también para grupos no originarios que se asentaron en la zona y supieron sacar partido

de su situación geográfica y su ecosistema. Entre estos últimos están precisamente los

llamados zambos esmeraldeños, de quienes diremos más en su momento.

Jijón y Caamaño fue el primero en ofrecer una descripción pormenorizada de los grupos

que habrían poblado la costa norte de nuestro país antes de la conquista castellana (Jijón y

Caamaño 1940: II, 70-103). En su Ojeada general sobre la composición étnica de la Costa

ecuatoriana este autor identifica los siguientes grupos étnicos, a cuyos nombres hacemos

seguir la fuente de donde provienen:

1) los caraques (Cieza 1553), también llamados wásu (Barret 1925) o esmeraldeños

(Stevenson 1829);

2) los colimas (Cieza 1553, Carranza 1568), también conocidos como barbacoas

(Cabello Balboa 1583) y clasificados por los misioneros mercedarios como nurpes,

puntales mayasqueres, taxombis, hutales, chicales, quinchales, chuchos, mallamas y

guacales (Monroy 1932), y que Jijón y Caamaño prefiere llamar coayqueres o pastos;

3) un primer tipo de indios serranos (Cieza 1553), que los misioneros mercedarios

agrupan en singobuches, cunabas, yahuatentes, lambas, lachas y litas (Monroy 1932),

y que según este autor serían los niguas (Cabello Balboa 1583) y los cayapas actuales

(Barret 1925);

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4) un segundo tipo de indios serranos (Cieza 1553), que corresponderían a los campaces

(Carranza 1568, Cabello Balboa 1583) y que los misioneros mercedarios agrupan en

bunigandos, maynomos, cilaguas, combis, calopis, mollos, longazasos, amboyos,

hondamas, pucamas y ohongos (Monroy 1932), pero que serían los llamados

‘colorados’ (Rivet 1905);

5) los malabas (Lizárraga 1605, Stevenson 1829), que los mercedarios agrupan en

malabas propiamente dichos, aguamalabas, espíes, pruces, niupes, mingas y

cuasmingas (Monroy 1932), y que según Jijón y Caamaño serían los indios bravos de

las tradiciones cayapas (Barret 1925);

6) y por último, los indios yumbos, de quienes Jijón y Caamaño no da mayores

referencias quizá por ser de sobra conocidos en las fuentes etnohistóricas.

Después de Jijón y Caamaño otros autores como Murra (1946), León-Borja (1964) y más

recientemente Palop Martínez (1994), Alcina-Franch (2001) y Rueda Novoa (2001) han

intentado reconstruir el mapa étnico de la actual provincia de Esmeraldas. La nueva coteja de

fuentes ha arrojado interpretaciones alternativas, como que el territorio de los campaces no

era el mismo que el de los colorados y que, por lo tanto, es incorrecto equiparar unos con

otros, o bien que los niguas no son los cayapas de la etnografía contemporánea sino los

esmeraldeño-parlantes que Jijón y Caamaño asocia con los wásu de la tradición chachi.

(Palop Martínez 1994: 143s; Alcina-Franch 2001: 18). Esta última afirmación, desde todo

punto de vista interesante para el tema que nos ocupa, no deja de presentar algunos problemas

como veremos al momento de discutir las fuentes históricas sobre este grupo étnico (cf.

infra).

A propósito de estas clasificaciones divergentes, es preciso insistir en un criterio de

interpretación que a nuestro juicio debe guiar toda reconstrucción lingüística a partir de

fuentes etnohistóricas (Gómez Rendón 2010b: 86s). Este criterio nos advierte del peligro de

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hacer equivalentes la clasificación étnica y la clasificación lingüística, como si a cada grupo

étnico le perteneciera una lengua específica. La no observancia de este principio puede

oscurecer antes que aclarar el panorama, y así lo ha hecho en más de una ocasión. Hoy en día

es aceptado por la antropología cultural pero también por la lingüística contemporánea que

“los accidentes de la historia reordenan constantemente las fronteras de las áreas culturales

sin que borren necesariamente las divisiones existentes entre las lenguas” (Sapir 1921: 87).

Esto impide que a una cultura asociada en las fuentes con uno o más grupos étnicos, le

corresponda necesariamente una lengua, peor aún cuando los observadores apenas tuvieron

oportunidad de establecer diferencias sustanciales, ora por su desconocimiento de las

relaciones interétnicas, ora por su ignorancia de las lenguas locales. Esto significa que pese a

la mayor exactitud con que se ha identificado la composición étnica de la costa norte, estamos

lejos de tener la misma exactitud en la identificación del mosaico lingüístico de la región.

Aun así, creemos que es posible establecer a grandes rasgos sus principales elementos

lingüísticos, como hemos hecho en otro lugar para la costa centro-sur (Gómez Rendón 2010b:

105) y como hacemos a continuación para la costa norte con el fin de ubicar la lengua

esmeraldeña en un contexto etnolingüístico más amplio.

Entidades lingüísticas identificables en la costa norte del Pacifico ecuatoriano

Empecemos por la lengua que aquí nos ocupa. A juzgar por la evidencia lingüística que ha

llegado hasta nosotros, está claro que los hablantes del esmeraldeño constituían un grupo

etnolingüístico independiente, aunque no sabemos si culturalmente distinto de sus vecinos.

Como veremos en su momento, esta lengua, o al menos aquella de la que ésta proviene, tiene

unas características tipológicas específicas que impiden agruparla en alguna de las familias

lingüísticas conocidas (lenguas barbacoanas y lenguas chocoanas). No obstante, varios han

sido los intentos por clasificarla. Seler (1902), por ejemplo, sugiere a partir del vocabulario

recogido en 1877 que el esmeraldeño podría estar emparentado con la lengua yaruro de las

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llanuras del Arauca y el Sinaruco en el estado venezolano de Apure. Esta clasificación fue

rechazada más tarde por Jijón y Caamaño (1940, II: 452), quien asocia más bien el

esmeraldeño con las lenguas chibchas, aun cuando dicha asociación se sostenga casi

exclusivamente con el tsa’fiki y el cha’palaa. Loukotka (1968) retomó la propuesta de Seler,

que fue rechazada nuevamente por Adelaar, quien encuentra más bien semejanzas

interesantes con el yurimangui, una lengua aislada que se hablaba al oeste de la actual ciudad

de Cali (Adelaar 2005: 241s). Volveremos sobre estos intentos de clasificación en secciones

posteriores, luego de haber analizado la evidencia etnohistórica disponible y los datos del

vocabulario de 1877. Sea cual sea la clasificación, es un hecho que existe una suerte de

‘discontinuidad étnica’ entre los hablantes prehispánicos a quienes se asigna la lengua

esmeraldeña y aquellos que desde finales del siglo dieciséis hasta el año de 1877 fueron sus

hablantes – los zambos – pues se trata de dos grupos distintos aunque no necesariamente dos

culturas diferentes.

Otra lengua de la región es el cha’palaa, hablada hoy por el pueblo chachi2, que junto

con el tsa’fiki, forma la rama meridional de las lenguas barbacoanas (Fabre 2005: Barbacoa,

1). Algún autor sugiere incluso que un análisis comparativo de tipo léxico-estadístico, como

el que acostumbra la glotocronología, no es suficiente para plantear un parentesco cercano

entre el cha’palaa y el tsa’fiki, pues una comparación de su gramática arroja más diferencias

que semejanzas (Bernárdez 1979: 343). Sus análisis lo llevan a plantear una hipótesis que no

ha sido tomada en cuenta hasta la fecha, a saber, que las coincidencias entre el cha’palaa y el

tsa’fiki no son de tipo genético sino resultado de una influencia de la segunda lengua – de

claro origen chibcha – en la primera, que entonces debería pertenecer a otra familia

lingüística. Más allá de estas divergencias, si aceptamos la propuesta de Alcina Franch de que

                                                            2 El exónimo ‘cayapa’, de larga data en las fuentes históricas, parece ser una generalización del antropónimo que caracterizaba a algunos de sus líderes más importantes. Por tal motivo preferimos aquí el autónimo que ha adoptado hoy en día la propia nacionalidad, que es el de chachi. Cosa similar se aplica al caso de su lengua, que no llamaremos aquí por extensión ‘cayapa’, sino cha’palaa.

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los chachis (cayapas) no son los niguas como pretende Jijón y Caamaño, entonces estamos en

condiciones de afirmar que la lengua que aprendió Illescas entre los niguas no fue el

cha’palaa sino otra que podría estar en el origen de la lengua esmeraldeña registrada en 1877.

La tercera lengua que se hablaba en la época de la conquista castellana en el norte de

Esmeraldas es la de los colimas o coayqueres3 de Jijón y Caamaño, que no parece ser otra que

el awapit, lengua de la nacionalidad awa, presente en Ecuador en las provincias de

Esmeraldas, Carchi e Imbabura, y en Colombia en los departamentos de Nariño (municipios

de Tumaco, Piedrancha, Ricaurte, Cumbal y Barbacoas) y Putumayo como producto de la

migración (municipios de Mocoa, Orito y Villagarzón) (cf. Gómez Rendón 2011). Hemos

asociado al awapit con la lengua de los colimas o coayqueres en virtud de los etnónimos que

menciona Jijón y Caamaño al citar a Monroy (1932), la mayoría de los cuales corresponden

efectivamente a topónimos de origen awa por las terminaciones /-al/, /-ker/ y /-pi/, esta última

presente también en topónimos de origen chachi y tsáchila debido al parentesco lingüístico

entre las tres lenguas4. Lamentablemente no disponemos de evidencia suficiente que nos

permita asegurar, como hace Jijón y Caamaño, que los coayqueres (awa) sean los mismos

pastos, aun cuando podemos encontrar la misma evidencia toponímica en el territorio

tradicionalmente asignado al pueblo pasto, lo que más bien sugeriría un cercano parentesco

entre el awapit y el pasto. En base a evidencias etnohistóricas y toponímicas se acostumbra a

clasificar la lengua pasto dentro del grupo de las lenguas barbacoanas, junto con el tsa’fiki y

el cha’palaa (rama meridional), el awapit, el guambiano y el totoró (rama septentrional)

(Curnow y Liddicoat 1998: 405, pero vide supra).

                                                            3 Como en el caso anterior, en lugar de coayquer, término que se repite a menudo en las fuentes etnohistóricas y es de uso frecuente aún en Colombia, preferimos el autónimo awa, utilizado por los miembros del mismo grupo étnico, los cuales llaman además a su lengua awapit. 4 Por ejemplo, punt-al, mayas-quer, taxom-bi, hut-al, chic-al, quinch-al y guac-al. El gentilicio – o topónimo – mallamá, posiblemente sea de origen pasto, por su semejanza formal con muellamués, una variedad pasto extinta hablada en el departamento colombiano de Nariño. Sin embargo, Palop (1994: 151) sugiere a partir del estudio de Lehman (1949) que la lengua malla, hablada por los históricos sindaguas, sería el awapit (cf. supra).

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La cuarta lengua que podemos identificar a partir de las fuentes etnohistóricas es la de

los llamados ‘colorados’5, que no son otros que los tsáchilas de la etnografía contemporánea

(véase, por ejemplo, Ventura 1997: 1-32). El tsa’fiki, lengua del pueblo tsáchila, se habla

actualmente en una pequeña zona de la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, en las

estribaciones de la cordillera occidental de los Andes. Según indican las fuentes históricas, su

área de influencia antes de la conquista castellana fue mayor, llegando incluso al curso

inferior del río Daule por el sur y al hinterland de la provincia de Manabí por el oeste6. En tal

virtud no es improbable que existieran comunidades de habla tsa’fiki en el extremo

meridional de la zona esmeraldeña, sobre todo hacia las cabeceras del Daule, que estaba

habitado en buena parte de su curso por los tsáchilas. Para Jijón y Caamaño (1940, II: 103),

los indios del Daule habrían formado un grupo étnico distinto de los tsáchilas, al cual da el

nombre de ‘chonos’. Sin embargo, en base a un cotejo de fuentes etnohistóricas (León-Borja

1964: 411) y evidencia arqueológica (Estrada 1957: 238), otros autores afirman que los

chonos serían los mismos colorados y su lengua la misma de este grupo (por ejemplo,

Newson 1995: 74). Espinoza Soriano es de otra opinión, pues sostiene que la lengua de los

chonos no es la cayapa-colorado de Rivet (1907) sino más bien “la misma lengua de los

silvícolas de Aparia7, pues Orellana comprendía ambos idiomas, lo que quiere decir que lo

aprendió en Guayaquil” (Espinoza Soriano 1988: 132). En nuestra opinión, luego de evaluada

la evidencia histórica y toponímica de la cuenca del Daule, no cabe duda de la ocupación

tsáchila de dicha cuenca, aun si planteamos una entidad sociopolítica como el ‘reino chono’

conforme propone Soriano (op. cit.).

                                                            5 El exónimo ‘colorado’ es un calificativo que se origina en la costumbre de teñirse el cabello y el rostro con achiote – cosa que se encuentra además en otros pueblos de las tierras bajas del Pacífico. Por tal razón preferimos el autónimo adoptado hoy en día por la propia nacionalidad, que es el de tsáchila. Cosa similar se aplica al caso de su lengua, que no vamos a llamar ‘colorado’ sino tsa’fiki. 6 Por ejemplo, solo en la segunda década del siglo diecinueve, Gabriel Lafond de Lurcy, viajero francés, visitó varios asentamientos tsa’chilas ubicados en la actual provincia de Los Ríos y en el extremo nororiental de la actual Manabí. Al respecto véase, Darío Lara. Gabriel Lafond de Lurcy. Viajero y Testigo de la Historia Ecuatoriana. Quito: Banco Central del Ecuador, 1996. 7 Aparia fue uno de los principales poblados omaguas que visitó Orellana a orillas del Coca, al norte de la región de Quijos, en su viaje de descubrimiento del río Amazonas.

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En cuanto a la lengua hablada por el grupo yumbo, las cosas no están del todo claras.

Es evidente que el territorio de yumbos y tsáchilas se superponía en muchas zonas, pues se

encuentra una toponimia muy similar en sus respectivas zonas de influencia, la misma que

gira en torno a la terminación /-pi/, asociada con ríos o corrientes de agua. Esto podría sugerir

que la lengua de ambos grupos, si no era la misma, al menos podría haberse manifestado en

dos dialectos cercanos. Al respecto Salomon llama la atención sobre dos datos de importancia

respecto a la situación sociolingüística de los yumbos. Por una parte afirma que “los yumbos

y los tsáchila parecen haber sido en tiempos remotos (pre-incaicos) pueblos cultural y

lingüísticamente emparentados con pueblos de las serranías quiteñas y ambateñas-

latacungueñas respectivamente, a pesar de mostrar algunas diferencias en su adaptación al

medio ambiente” (Salomon 1997: 12). Interpretamos esta afirmación en el sentido de que

yumbos y tsáchilas no sólo habrían hablado dialectos de una misma lengua sino que además

manejaban en alguna medida, por su contacto con los indios serranos, el kichwa como lengua

franca, cosa demostrada por la existencia de topónimos kichwas en sus respectivos territorios

y por la presencia de un número nada despreciable de préstamos léxicos e incluso

gramaticales en el tsa’fiki actual (cf. Gómez Rendón, en preparación). Por otra parte, no deja

de ser sugerente una segunda afirmación de Salomon, relacionada con la anterior pero que

apunta en otra dirección. A propósito de la unión de las doctrinas de Aloag y Cansacoto, los

misioneros sostenían que la única forma de llevar una comunicación exitosa con los

indígenas de ambas doctrinas era a través de un intérprete de Aloag que hablaba no sólo el

kichwa sino también la lengua de los yumbos. Esta medida la interpreta Salomon en el

sentido de una “semejanza entre el idioma yumbo y la lengua prequichua, ‘materna’, que se

siguió utilizando en las cercanías de Quito hasta bien entrado el siglo XVII” (Salomon 1997:

53). Esta afirmación cobra sentido, como sugiere el mismo autor, si los yumbos guardaban

estrechas relaciones con las poblaciones kichwas – o más bien kichwizadas – de la zona de

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Latacunga y Ambato, cuya lengua materna antes de la conquista inca habría sido el panzaleo

(Jijón y Caamaño 1940, I: 286ss; Murra 1946: 795). Es posible comprobar dicha filiación de

dos maneras: por un lado, la toponimia similar en las zonas de Aloag y Panzaleo; por otro, el

hecho de que el cacique principal y gobernador de Aloag, Polinario Linquinzumba, “mandaba

por su propia cuenta el más grande de los ‘ayllos’ yumbos, y a veces se hacía cargo de otros

‘ayllos’ durante ausencias de sus propios señores o durante sus interregnos” (Salomon 1997:

79). Pese a esta evidencia, no podemos más que ser cautelosos al trazar deslindes

apresurados, dada la escasísima evidencia lingüística disponible – mayormente de tipo

toponímico y antroponímico – y la falta de un análisis que perfeccione el realizado por Jijón y

Caamaño en los años cuarenta. No podemos dejar de mencionar, sin embargo, el hecho de

que algunos autores desconocen la existencia del panzaleo como entidad lingüística

independiente (Costales y Peñaherrera de Costales 2002: 93; Pérez 1962: 255; Paz y Miño

1940-1942), pues sostienen que Jijón y Caamaño inventó la lengua panzaleo para explicar los

datos toponímicos y antroponímicos. Según estos autores, no sólo que el panzaleo nunca

existió sino que la lengua que explica los topónimos de la zona no es otra que el mismo

tsa’fiki o colorado. Aceptar esta aseveración conlleva profundas implicaciones para la

interpretación de los datos etnolingüísticos, aun cuando no influyan decisivamente en el

panorama lingüístico trazado para la región de Esmeraldas. En efecto, de ser así, la lengua de

los yumbos no sería otra que el tsa’fiki, que entonces se habría hablado también en las

actuales provincias de Pichincha y Cotopaxi. Ello explicaría incluso la estrecha relación

sociopolítica entre las comunidades yumbos occidentales y las llaktas serranas (cf. supra).

La última y tal vez la más oscura entidad lingüística que nos queda por perfilar es la

lengua de los indios malabas. En otro lugar nos referimos brevemente a la escasa información

disponible (Gómez Rendón 2008b: 106), y en particular al testimonio de uno de los viajeros

que visitó a los malabas hacia 1809 (Stevenson [1829] 1994: 478). Ninguna de las referencias

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a este grupo que hemos consultado dice algo sobre su lengua. Tampoco hay evidencias que

permitan indicar un parentesco etnolingüístico entre chachis y malabas, aun cuando estos

vivían en el extremo norte del territorio chachi, a orillas del río Mira (Palop Martínez 1994:

148). En estas circunstancias la referencia de Stevenson resulta interesante porque este

viajero se habría comunicado con ellos en kichwa, escuchando incluso de sus labios la

expresión manan, manan chy trapichote (‘no, no es un trapiche’, en referencia al único

instrumento que conocían y que querían asemejarlo a un mecanismo de relojería que

Stevenson les mostró). Stevenson sostiene que, según la tradición malaba, su origen estaba en

los Puncays de Quito (Stevenson [1829] 1994: 478). Si aceptamos por un momento este

origen, debemos suponer que los malabas hablaban el kichwa al igual que su antepasados,

aun cuando la lengua materna de estos no fuera el kichwa sino el panzaleo – o mejor dicho el

tsa’fiki – dada su zona de sentamiento. De hecho, un breve análisis de la frase que consigna

Stevenson no sólo arroja claros elementos kichwas (la negación manan o el demostrativo

chay) sino también el sufijo /-te/, muy cercano al morfema de negación en cha’palaa y tsa’fiki

(Gómez Rendón 2008b: 106). Como es obvio, sería descabellado sacar conclusiones sobre el

origen lingüístico de los malabas a partir de una sola frase, por lo que no diremos nada más

sobre ellos.

Antes de terminar esta sección, queda por resolver un asunto que a nuestro juicio no

ha sido debidamente tratado en trabajos previos sobre la composición étnica de Esmeraldas, o

bien lo ha sido sólo de manera perimetral. Se trata de la presencia de grupos ‘chocoes’, cuyo

etnónimo aparece, por ejemplo, en el mapa de Palop Martínez (1994: 154) pero que no

merecen su atención por considerarlos fuera del área de estudio, esto es, el sur de Colombia y

el norte del Ecuador (!). La omisión es grave por los motivos que pasamos a exponer.

Tenemos, en primer lugar, un motivo de tipo geográfico. Como su nombre lo indica,

los grupos chocoanos meridionales de Colombia ocupaban y continúan ocupando en la

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actualidad un ecosistema que forma parte de la misma región bio-geográfica tropical donde

se encuentra la provincia de Esmeraldas (el Chocó), lo cual establece de principio una suerte

de base territorial y ecológica común a ambas zonas. El segundo motivo, de tipo cultural, es

consecuencia directa del primero. En efecto, la existencia de numerosas vías fluviales y la

cercanía de la costa facilitaron desde siempre la comunicación entre pueblos ubicados tanto al

norte como al sur de la actual frontera colombo-ecuatoriana. El contacto interétnico, a más

de permitir un desarrollo cultural continuo inusual en las tierras bajas (Bouchard 1994: 316),

debió crear una base cultural compartida entre los pueblos del litoral pacífico nor-ecuatorial,

incluyendo a los grupos chocoanos. Esta base compartida tendría varias aristas. Primero, sería

de tipo ritual, como lo evidencia el papel aglutinante desempeñado por el centro ceremonial

de la Tolita en el período de integración regional y la existencia de una ruta marítima entre la

Tolita y Tumaco (Bouchard 1994: 320). Segundo, sería de tipo comercial, como lo demuestra

la existencia de un centro de intercambio regional “que se llama Ciscala, que tiene paz con

todas las demás provincias, y aquel pueblo es seguro a todos, y allí se hacen ferias y

mercados, y los Tacamas traen oro y esmeraldas a vender, y los Campaces y Pidres llevan sal

y pescado, y los Belinquiamas llevan ropa y algodón y hacen allí sus mercados […] Todas

estas tierras se incluyen desde Pasao hasta el Río de San Juan por la costa” (Carranza 1994

[1568], I: 70). Tercero, sería de tipo religioso-medicinal, como lo constata Barret en su

monografía sobre los cayapas (1925) cuando señala que otra etnia con la que éstos están en

contacto son “los llamados por el término ambiguo de ‘cholos’, al norte, que viven a lo largo

del río Saija, un arroyo que desemboca en el océano a 2º50’ N, en un punto opuesto a la isla

de Gorgona. Este grupo es muy distinto al cayapa, tanto social como lingüísticamente

hablando, pero ejerce alguna influencia sobre todo en las prácticas medicinales” (Barret

[1925] 1994: 30). Estos cholos – mote con el que se los conoce hasta hoy en Ecuador y

Colombia – son en verdad los eperaarã siapidaarã, cuyo asentamiento principal, Santa Rosa

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de los Épera, se encuentra en el curso inferior del río Cayapas, más arriba de la población

afrodescendiente de Borbón, en el cantón esmeraldeño Eloy Alfaro. Su constitución como

nacionalidad es tardía (2001) aunque su presencia en Ecuador se remontaría hacia el año de

1895, según testimonios recogidos con los inmigrantes más ancianos (Carrasco 2010: 49).

Aunque estos testimonios dan fe de la presencia de hablantes de una lengua chocoana en el

litoral esmeraldeño desde hace más de un siglo – en este caso el sia pedee, lengua del pueblo

eperarã siapidaarã –, sólo constituyen la punta de un iceberg que se hunde más profundo en

la historia de la zona. No deja de ser interesante, por ejemplo, que todo los testimonios

coincidan en lo ya observado por Barret, el curanderismo, oficio en que los shamanes o

jaipanas eperarã descollaban por sobre los demás de la región. Como señala Carrasco, “[l]os

primeros Épera migrantes fueron grandes ‘Jaipana’, curanderos reconocidos que encontraron

aprecio y hospitalidad en tierras esmeraldeñas. Se puede afirmar que la sabiduría shamánica

es una del causas de la migración de las primeras familias Épera” (Carrasco 2010: 45).

Esto concluye nuestra identificación del mosaico lingüístico de la costa norte del

Ecuador en la época anterior a la conquista castellana. A partir de una enumeración de los

grupos étnicos prehispánicos identificamos entidades lingüísticas que estarían asociadas, con

mayor o menor probabilidad, con grupos éticos contemporáneos. Cabe señalar que no nos

hemos ocupado de otros grupos menores que mencionan Palop Martínez (1994) y Alcina

Franch (2001), por considerar insuficientes las evidencias etnohistóricas de que disponemos

para una mínima identificación. Se trata de los yambas y los lachas. A juzgar por su zona de

asentamiento y por los patronímicos de sus caciques principales (Palop Martínez 1994: 150),

es posible que se trate de dos grupos chachis medianamente diferenciados. Otro es el caso de

los barbacoas, exónimo frecuente en las fuentes etnohistóricas, pero a partir del cual resulta

extremadamente difícil identificar grupos específicos, pues el término mismo, de origen

castellano, se refería a la forma de construcción de sus viviendas – sobre palos levantados del

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suelo – cosa por lo demás común a la región litoral del Pacífico colombo-ecuatoriano (Alcina

Franch y de la Peña 1975: 285).

1.2. Discontinuidad étnica del esmeraldeño: de los wásu a los zambos

De las lenguas que hemos podido identificar en la costa norte del Pacífico ecuatoriano, existe

una a la que no es posible asignar a través del tiempo una misma pertenencia étnica, es decir,

una lengua cuya comunidad de hablantes no fue la misma a través de la historia. Es la lengua

que a falta de un glotónimo propio hemos llamado ‘el esmeraldeño’.

Mientras podemos asociar el cha’palaa, el tsa’fiki, el awapit o el sia pedee con sendas

comunidades de hablantes que, sin mantenerse inmutables a lo largo del tiempo, mantuvieron

una identidad étnica diferenciada – los chachi, los tsáchilas, los awa y los eperaarã

siapidaarã – no podemos hacer lo mismo con el esmeraldeño. Adscripción semejante sería

posible incluso en el caso de grupos que no han subsistido hasta el presente como los malabas

o los yumbos8, aun cuando no poseemos registros etnohistóricos precisos que nos hablen

sobre la tipología de sus lenguas respectivas. En el caso particular de la lengua esmeraldeña,

sus hablantes originarios habrían sido los caraques de Cieza (1553) o los wásu de Barret

(1925) y Jijón y Caamaño (1940, II: 415), que habitaban en el curso inferior del río

Esmeraldas y en los extremos sur y norte de las provincias de Esmeraldas y Manabí,

respectivamente. No obstante, si damos un salto a los primeros años del siglo dieciocho,

encontramos que los hablantes del esmeraldeño ya no son indígenas sino zambos. Así lo

confirma el testimonio del viajero inglés William Bennet Stevenson (1829), que visitó a los

hablantes del esmeraldeño en 1809 en el mismo lugar que describen las fuentes. De ellos dice

Stevenson claramente que “son todos zambos, aparentemente una mezcla de negros e indios”,

y a párrafo seguido, que “la lengua de los esmeraldeños es totalmente diferente del quichua,

                                                            8 Nótese, sin embargo, los reparos sobre la lengua de los yumbos y su relación con el tsa’fiki que hacen algunos autores (cf. supra).

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que es la lengua general de los indios” (Stevenson 1829 [1994]: 463). En otras palabras, a

principios del siglo diecinueve la lengua esmeraldeña sobrevivía no en boca de indios sino de

zambos o zambaigos9, lo que supone que éstos aprendieron e hicieron suya en el transcurso

de poco más de dos siglos esta lengua de orígen prehispánico.

El punto de partida de esta reconstitución, que no implica únicamente un aspecto

racial sino sobre todo étnico, lingüístico y cultural, lo encontramos a escasas décadas de

conquistados los Andes septentrionales. A mediados del siglo dieciséis ocurrió un evento

fortuito que cambiaría la composición etnolingüística y sociopolítica de la región: la llegada

de esclavos de origen africano a las costas esmeraldeñas. La etnohistoria ha conservado el

nombre y las hazañas de Alonso de Illescas, quien estuvo presente junto a otros veintidós

esclavos y esclavas en la huida del barco que naufragó en 1553 frente a las costas de Portete.

Pero la presencia africana se remonta diez años antes. De acuerdo con Tardieu, el esclavo

cimarrón Andrés Mangache – mencionado también en la crónica de Cabello Balboa y en

otros documentos de la época – se habría asentado junto con una indígena nicaragüense en la

Bahía de San Mateo ya hacia 1543, cosa que se deduce por la edad que tenía uno de sus hijos

(Francisco Arrobe, 56 años) cuando fue retratado por Andrés Sánchez Gualque en 1599 con

otros dos zambos que llegaron en comitiva a la ciudad de Quito (Tardieu 2006: 38).

Hoy sabemos que hubo dos grupos de zambos en la provincia de Esmeraldas: uno

asentado en el curso inferior del Esmeraldas y los alrededores de la Bahía de San Mateo,

liderado por Andrés Mangache y más tarde por sus hijos; otro asentado en la Sierra de

                                                            9 Mari (1985: 80) señala que la etimología del término zambo es obscura. Dos posibles etimologías apuntan al vocablo mandinga sambango, que designa el pelaje oscuro de un caballo (Beltrán 1946: 159, citado en Mari); pero también al latín strambus, ‘torcido’, que pasó al castellano como zambo para referirse a quien tiene juntas las rodillas y separadas las piernas hacia afuera. Mari señala incluso una segunda acepción de esta palabra en el Diccionario de Autoridades (1739), según la cual zambo se refiere también a “un animal silvestre, y disforme, que se cría en algunos parajes de la América […] Es tan horrible que a la primera vista espanta a quien no le conoce”. Basta esta asociación para comprender el carácter despectivo del término zambo o zambaigo (fusión de zambo e hijo), por la cual “los europeos clasificaban al afro-indio en una categoría sospechosa, aberrante y monstruosa” (loc. cit.), algo por lo demás muy acorde al pensamiento clasificatorio racial imperante en la época. En el presente ensayo, por fuera de cualquier asignación racial despectiva, conservamos el término zambo para referirnos a esta población por ser el utilizado en crónicas y estudios relativos al tema. Al respecto, véase por ejemplo, el estudio de Rueda Novoa intitulado Zambaje y autonomía (2001)

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Campaz (hoy Montañas de Mache, que forman los contrafuertes septentrionales de la

cordillera Chongón-Colonche), en el extremo suroeste de la provincia de Esmeraldas,

liderado por Alonso de Illescas y sus hijos. Las fuentes históricas más tempranas (por

ejemplo, Díaz de Fuenmayor 1582 y Cabello Balboa 1583), escritas casi cuarenta años

después de los sucesos arriba mencionados, consignan la presencia de afrodescendientes en la

región. En este contexto, la mezcla racial se inició casi tan pronto entraron los

afrodescendientes, pues ésta fue una de sus estrategias de sobrevivencia en una región que, si

creemos a Newson, habría tenido al momento de la conquista alrededor de 20.000 habitantes

autóctonos, con una densidad de 90 personas por kilómetro cuadrado (Newson 1995: 78)10.

Es lógico suponer que la población zamba continuó creciendo a lo largo de los dos siglos

siguientes, aunque resulta difícil determinar su población en números exactos por distintos

factores que analizaremos en su momento – entre ellos, la tendencia original al asentamiento

disperso, la ausencia de un liderazgo político entre la población zamba luego de muertos sus

primeros caciques, la reestructuración jurisdiccional, y la huida de los zambos reducidos en la

cuenca inferior del Esmeraldas para evitar la explotación laboral impuesta por sus

gobernadores desde la segunda mitad del siglo diecisiete.

1.3. Contacto interétnico y etnogénesis: implicaciones sociolingüísticas

A partir de lo dicho hasta aquí, podemos afirmar que lo ocurrido con la comunidad de

hablantes del esmeraldeño no es una desarticulación étnica, una inculturación o una

aculturación; es más bien una reestructuración sociocultural debida al contacto interétnico, o

lo que en términos histórico-antropológicos se ha llegado a conocer como “etnogénesis”11,

                                                            10 Este número excluye a los malabas, que según la misma autora, habrían llegado a 5.000 personas. Para el interior de Esmeraldas, Newson ofrece un estimado de 44.000 habitantes sobre un área de 22.000 km2 (1995: 78). 11 Sobre el desarrollo del concepto desde su acuñación en el siglo dieciocho hasta el presente, véase Barbara Voss, The Archaeology of Ethnogenesis (2008: 33ss).

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entendida como el proceso mediante el cual un grupo de seres humanos pasa a ser

considerado como étnicamente distinto de sus componentes socioculturales originarios.

Procesos de etnogénesis desarrollados en circunstancias asombrosamente semejantes

a las aquí descritas se encuentran en otros lugares del mundo. En América Latina los

referentes de mayor interés constituyen los miskitos y los garífunas.

Los zambos miskitos remontan su origen hacia 1640, cuando los esclavos africanos a

bordo de un barco negrero se revelaron, tomaron el mando de la nave y la llevaron a las

costas de la frontera entre las actuales Honduras y Nicaragua, donde desembarcaron y se

internaron en el continente. Una vez allí establecieron una convivencia prolongada con los

nativos llamados miskitos. Para las primeras décadas del siglo dieciocho sus descendientes

llegaron a dominar sobre otros grupos indígenas de la región y nombraron su propio rey

(Jeremías I, rey de la nación miskito, 1687-1718). Los zambos miskitos lograron incluso

resistir las incursiones armadas españolas que se efectuaron a lo largo de todo el siglo

dieciocho gracias a haberse convertido en protectorado inglés desde 1740. Los garífunas, por

su parte, son descendientes de indios caribes y arahuacas que se mezclaron con esclavos

africanos sobrevivientes de un naufragio frente a las costas de la isla de Bequia. Los zambos

nacidos de la mezcla colonizaron más tarde buena parte de las costas de Guatemala,

Nicaragua y Honduras.

La historia de ambos grupos resulta interesante no sólo por su extremo parecido con la

de los zambos esmeraldeños – salvo por el hecho de que ambos grupos subsisten hasta la

fecha como entidades étnicas diferenciadas – sino también por los resultados del contacto

afro-indiano, que se refleja en distintos elementos de su patrimonio cultural, pasando por la

gastronomía, la danza, la música y, por supuesto, la lengua.

La lengua de los zambos miskitos hoy en día es el llamado criollo miskito, también

conocido como criollo inglés nicaragüense. Éste se desarrolló a partir de un pidgin inglés

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hablado por los esclavos de barcos negreros12. Su configuración actual se debe, sin embargo,

al aporte léxico del miskito nativo, sobre todo para la flora y la fauna, pero también del

castellano en lo que tiene que ver con el gobierno, la educación y la vida moderna (Holm

1988, II: 474).

La lengua de los garífunas se clasifica como arahuaca pero se diferencia de otras de la

misma familia por dos características: 1) se halla fuera del área tradicionalmente asignada a

estas lenguas, esto es, la parte norte de Sudamérica; 2) contiene un importante vocabulario de

lenguas no-arahuacas que incluyen la lengua caribe kallínagu (25%), el francés (15%), el

inglés (10%), el castellano (5%), y palabras provenientes de lenguas africanas (5%). Estos

porcentajes nos colocan frente a una lengua muy particular que los estudios de contacto

lingüístico llaman ‘lengua mixta’13.

Me he detenido con cierto detalle en la descripción de estos grupos y sus lenguas no

sólo para demostrar que el fenómeno del zambaje esmeraldeño no es único en América, sino

sobre todo para plantear por primera vez la tesis que sustenta este artículo, según la cual, la

lengua esmeraldeña hablada primero por los wásu, los caraques o los niguas, como quiera

que se los llame, está en el origen de la lengua esmeraldeña hablada por los zambos

descendientes de los cimarrones Illescas y Mangaches, pero no es la misma sino más bien el

resultado de una mezcla de elementos léxicos y gramaticales de lenguas que formaban parte

del mosaico lingüístico de la costa norte del Pacífico ecuatoriano. El corolario de esta tesis es

que todo intento de clasificación a partir de dicho vocabulario adolece de un problema de

enfoque, pues no estamos frente a una lengua que desciende directamente de otra que es

                                                            12 Un pidgin es una lengua con una estructura gramatical reducida y un léxico simplificado, que es utilizada por individuos de comunidades que no tienen una lengua común, ni conocen suficientemente alguna otra lengua para usarla entre ellos. Los pidgins han sido comunes a lo largo de la historia en situaciones como el comercio, donde los dos grupos hablan lenguas diferentes, o situaciones coloniales de esclavitud. Cuando un pidgin es aprendido como lengua maternal por los miembros de una comunidad se convierte en una lengua criolla, la cual empieza entonces a expandir su léxico y su gramática para abarcar funciones comunicativas más allá de aquella que motivaron su origen (cf. Crystal 2006: 117, 354). 13 Una definición y caracterización de las lenguas mixtas se halla en Yaron Matras y Peter Bakker, The Mixed Language Debate (2003).

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posible identificar individualmente, sino ante una lengua que tiene, en lo que respecta a su

estructura y su vocabulario, varias lenguas en su origen. Esta afirmación, con enormes

implicaciones para la lingüística histórica de nuestro país y para los estudios de contacto

lingüístico en general, debe sustentarse sólidamente en evidencia histórica y lingüística, de

cuyo análisis nos ocupamos en los capítulos segundo y tercero de este artículo, no sin antes

describir en detalle las fuentes de que nos hemos servido y los criterios metodológicos

utilizados.

1.4. Caracterización de las fuentes históricas y criterios de análisis

Los datos que discutiremos en los capítulos siguientes provienen de dos tipos de fuentes,

históricas y lingüísticas. De acuerdo con el criterio de análisis expuesto en la introducción, se

extraerán de las fuentes históricas implicaciones de carácter sociolingüístico en tanto que las

fuentes lingüísticas serán analizadas en cuanto al léxico y la morfosintaxis, interpretándose

los resultados en el marco de las implicaciones sociolingüísticas obtenidas previamente.

Ambos tipos de fuentes, no obstante, no son iguales ni en la cantidad ni en la calidad de los

datos que proporcionan, por lo que es preciso que las caractericemos adecuadamente.

Las fuentes históricas primarias son de autores que visitaron Esmeraldas y adquirieron

conocimientos de primera mano, que fueron testigos presenciales o protagonistas de eventos

desarrollados en la región. Podemos agrupar estas fuentes en cuatro grandes categorías:

a) Relaciones geográficas, informes redactados a partir de cuestionarios que fueron

perfeccionándose entre 1569 y 1600 y que pretendían ofrecer una descripción lo más

completa posible de cada una de las posesiones españolas de ultramar. En este caso

hemos utilizado la compilación de Pilar Ponce Leiva titulada Relaciones histórico-

geográficas de la Audiencia de Quito (1992);

b) Epistolarios misioneros, consistentes en el conjunto de cartas escritas por miembros

de la orden mercedaria, que misionó entre los zambos esmeraldeños y otros pueblos

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originarios de la región desde finales del siglo XVI. El epistolario reunido proviene de

tres fuentes: las dos primeras corresponden a la recopilación de Joel Monroy, con los

títulos El Convento de la Merced de Quito, de 1617 a 1700 (1932) y Los Religiosos

de la Merced en la Costa del Antiguo Reino de Quito (1935); la tercera fuente

proviene de la documentación reunida por Alcina Franch y Remedios de la Peña

dentro de su Proyecto “Arqueología de Esmeraldas (Ecuador)”, en el volumen Textos

para la Etnohistoria de Esmeraldas (1976).

c) Documentos oficiales que incluyen correspondencia, autos, memoriales,

declaraciones, informes, consultas, descripciones, peticiones y representaciones, entre

otros. La totalidad de esta documentación oficial se encuentra en la monumental

recopilación que José Rumazo publicara en ocho tomos con el título Documentos

para la Historia de la Audiencia de Quito (1948-1952).

d) Narraciones de viajes, relatos de viajeros que visitaron la región desde 1547

(Girolamo Benzoni) hasta 1823 (Julián Mellet). Se ha realizado una búsqueda de este

tipo de fuentes con especial atención al siglo diecinueve, que es la época en la cual se

tiene menos noticias sobre el esmeraldeño y comprende la fecha de levantamiento del

corpus Pallares-Wolf. En esta pesquisa hemos logrado dar con fuentes nuevas e

interesantes a más de las usualmente citadas.

e) Mapas. 1) El primer mapa de la región de Esmeraldas, tal como consta en la Carta de

la Provincia de Quito y sus adyacentes, preparada por Pedro Vicente Maldonado y

aparecida como obra póstuma en 1750; fragmentos de este mapa correspondientes a la

costa norte aparecieron en los Documentos para la Historia de la Audiencia de Quito

(Rumazo 1948-1952); para la coteja toponímica hemos accedido al mapa digitalizado

en alta resolución según aparece en los acervos de la Biblioteca del Congreso de los

Estados Unidos y la Biblioteca Nacional de Francia. 2) La Carta Geográfica de la

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Provincia de Esmeraldas, elaborada por Theodor Wolf y aparecida en su Memoria

sobre la Geografía y la Geología de la Provincia de las Esmeraldas (1879).

Aparte de las fuentes históricas primarias, se han investigado otras que incluyen estudios,

reflexiones, comentarios y análisis en torno a los zambos esmeraldeños. Estas fuentes las

podrá encontrar el lector en la bibliografía al final de este estudio.

2. Análisis sociolingüístico de la evidencia histórica sobre los zambos esmeraldeños

A la fecha se han publicado dos obras señeras que hacen innecesario un recuento

pormenorizado de la historia de la población zamba esmeraldeña desde la segunda mitad del

siglo XVI hasta finales del siglo XVIII. Una de ellas, Zambaje y autonomía (2001), la

debemos a la historiadora ecuatoriana Rocío Rueda Novoa; la otra, escrita por Jean Pierre

Tardieu, lleva por título El Negro en la Real Audiencia de Quito (Ecuador), ss. XVI-XVIII

(2006). En ambas el lector podrá encontrar una relación detallada de todo lo que en adelante

diremos de manera compendiosa y que tiene como único fin identificar los acontecimientos y

desarrollos más importantes que, a nuestro juicio, modelaron la situación etnolingüística de la

comunidad zamba de Esmeraldas en el período antes mencionado. Sobre la marcha

matizaremos nuestra narración con vieja y nueva bibliografía, a fin de iluminar distintos

aspectos que no quedan del todo claros a partir de las fuentes y que son, con demasiada

frecuencia, más asumidos que demostrados. Para el siglo XIX, donde existe mayor escasez de

fuentes históricas, echaremos mano de las relaciones de viajeros que visitaron Esmeraldas y

que, en algunos casos, escucharon hablar la lengua de los zambos.

2.1. Orígenes de la presencia africana en Esmeraldas e implicaciones sociolingüísticas

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Luego de los primeros viajes de reconocimiento y exploración de la costa norte que inician

con Bartolomé Ruiz en 152614, se lleva a cabo en 1564 la primera expedición autorizada por

la Audiencia, a cargo de Diego López de Zúñiga. No existe de ella una relación pero sí un

documento probatorio de servicios, aunque no encontramos en él noticia alguna de los negros

del barco naufragado (Rumazo 1948 [1603], IV: 37-39). Sin embargo, según la información

que presenta Tardieu, un fraile trinitario enviado a la zona en 1583 y 1585 supo de primera

mano que López de Zúñiga había entrado con intención de aprehender a los Illescas “con

intinción de dalles tormento por la codicia y ansia del oro” (Tardieu 2006: 50). Esto significa

que para 1564 la Audiencia ya tenía conocimiento de la presencia de los Illescas y quería

buscar una forma de ponerlos bajo su férula.

Tampoco hay mención ni de Illescas ni de Mangaches en la primera relación de la

provincia de Esmeraldas atribuida a Bartolomé Martín de Carranza (1568), que junto con su

suegro Andrés Contero entraron a “pacificar” la tierra a principios de 1568. Sabemos por

otras fuentes que Contero apresó a Illescas y a sus hijos y que éstos lograron salvarse por la

ayuda de un español a quien Illescas ofreció después en recompensa una de sus hijas. La

siguiente relación, debida a Díaz de Fuenmayor (1582), es la primera que menciona la

presencia de africanos, y lo hace en estos términos:

“En un puerto de aquella costa dio un navío al través y en ella quedó un negro que se salvó, que ha más de veinte años que está entre los indios; tiene ya mucha suma de hijos y nietos, y de por si tiene un pueblo poblado junto a los indios. Respétanle mucho porque está emparentado con todos los caciques de aquella provincia” (Díaz de Fuenmayor, en Ponce Leiva 1992, I: 312s).

Los hechos se confirman plenamente en el documento más extenso que ha llegado hasta

nosotros sobre la región de Esmeraldas. Se trata de la Verdadera descripción y relación de la

                                                            14 Una cronología detallada de las incursiones españolas a la región se encuentra en José Alcina Franch, Encarnación Moreno y Remedios de la Peña, “Penetración española en Esmeraldas (Ecuador): tipología del descubrimiento”, Revista de Indias, Nos. 143-144, págs. 65-121, 1976.

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provincia y tierra de las Esmeraldas, contenida desde el cabo llamado de Pasao hasta la

Bahía de Buenaventura, de Miguel Cabello Balboa (1583), que aun siendo posterior a las

anteriores, recoge la información que Cabello Balboa obtuvo durante su visita a Esmeraldas

en 1577 por comisión de la Real Audiencia. De acuerdo con la Relación de Cabello Balboa,

no sólo que el naufragio del barco negrero y la inmediata huida de diecisiete esclavos y seis

esclavas se habría producido el mes de noviembre del año 1553 frente a la ensenada de

Portete, sino que

“Días antes que pasasen las cosas sobredichas, llegó a aquella costa un navío que venía de Nicaragua, tierra de la Nueva España, y aportó a la bahía de San Mateo y saltaron en tierra los pasajeros con los negros e indias de servicio que traían, y entre los demás era uno que venía amancebado con una india de aquellas, por la cual había sido maltratado, y como estos se vieron en tierra, quisieron hurtar su libertad y quitarse de servidumbre, aventurando en ello las vidas y ansi, so color de buscar marisco, como los demás, se huyeron y metieron la tierra adentro, donde fueron recibidos por huéspedes de los naturales de aquella tierra de Dobe” (Cabello Balboa 1945 [1583]: 21).

Estos “días antes” han de interpretarse como años. En efecto, si restamos del año en que fue

pintado el famoso cuadro de la comisión mulata en Quito (1599) la edad de uno de retratados

(56), tenemos que su padre – llamado Andrés Mangache por Pedro de Arévalo en su Relación

de 1600 – habría llegado a la Bahía de San Mateo hacia 154115.

Sintetizando lo dicho hasta aquí en relación con nuestro objeto de investigación

podemos hacer las siguientes afirmaciones: a) que la presencia afrodescendiente en

Esmeraldas se remonta a 1541; b) que dicha presencia tuvo dos orígenes diferentes, o dicho

de otro modo, que gira en torno a dos circunstancias y dos grupos de personajes diferentes (la

llegada de Andrés Mangache y la india nicaragüense hacia 1541, por un lado, y la llegada de

Alonso de Illescas junto con otros veintidós esclavos en noviembre de 1541, por otro); y c)

                                                            15 A fecha similar (1540) llega Alcina Franch en su estudio introductorio a la Descripción de la provincia de Esmeraldas de Miguel Cabello Balboa (2001: 21).

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que por las razones que explicaremos enseguida los miembros de estos grupos se mezclaron

enseguida con los indígenas locales y dieron origen al zambaje esmeraldeño. Es preciso tener

en cuenta estas afirmaciones porque conllevan importantes implicaciones sociolingüísticas.

En primer lugar, podemos asumir que aun siendo hábiles guerreros, al ser

numéricamente inferiores, los africanos tuvieron que aprender la lengua de los indígenas

locales, cualquiera que haya sido, sin llegar a imponer en ningún caso la suya (cf. infra). En

segundo lugar, la adopción o creación de un código comunicativo compartido entre negros e

indios, el mismo que enseñaron luego a sus hijos, debió realizarse en un período

relativamente corto de tiempo, digamos una o máximo dos generaciones. En tercer lugar, ni

los indígenas ni los negros pudieron haber adoptado el castellano para comunicarse entre sí,

no sólo porque ninguno de ellos hablaba esta lengua sino porque no hubo en la zona un

mínimo de población blanca hispanohablante hasta principios del siglo dieciocho (Rueda

Novoa 2001: 149), como tampoco hubo de manera permanente misioneros que hablaran el

castellano en la región hasta finales del siglo dieciséis, es decir, cincuenta años después de

llegados los africanos. La excepción, sin embargo, podrían ser los propios líderes zambos y la

india nicaragüense. Sabemos por Cabello Balboa que Alonso de Illescas aprendió el

castellano durante su estadía de algunos años en la casa de su amo en Sevilla; ello pese a que

tan pronto llegó a Esmeraldas, se esforzó por aprender la lengua vernácula, siendo esta

pericia lingüística, entre otras, causa de su éxito en las relaciones con los indígenas locales.

Del mismo modo, es posible suponer un cierto conocimiento del castellano por parte de

Andrés Mangache e inclusive de la india nicaragüense con quien escapó, pues como dice el

cronista era ella una de las indias de servicio que los españoles traían consigo en el barco16.

                                                            16 A decir de su origen, la lengua materna de la india nicaragüense podría haber sido una lengua misumalpa, como el miskito del que hablamos antes, una lengua chibcha, como el rama, o incluso una lengua otomangue, como el subtiaba. Al respecto véase Lewis, M. Paul (ed.), 2009. Ethnologue: Languages of the World, Décimo sexta edición. Dallas, Texas: SIL International. URL: http://www.ethnologue.org/show_country.asp?name=NI. Es posible que la india nicaragüense se comunicara en castellano con su pareja y que por lo tanto hablara en esta

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Por lo demás, resultan esclarecedoras las palabras de Cabello Balboa, quien al referirse a los

hijos de Andrés Mangache asegura que “estos mulatos entendían y hablaban un poco la

lengua española”, cuyos rudimentos debemos asumir los aprendieron de su madre. Al

contrario, los dos hijos de Alonso de Illescas, no entendían ni hablaban el castellano, como

tampoco los indios (Cabello Balboa 1945 [1583]: 42).

En pocas palabras, ni la lengua africana17 ni el castellano pudieron imponerse como

lenguas de comunicación interétnica entre negros e indios, y por lo tanto tampoco entre los

hijos de ambos. La cuestión radica entonces en saber qué lengua, o quizás, qué mezcla de

lenguas hablaron negros e indios y luego aprendieron sus hijos. Para ello es necesario

continuar explorando los datos etnohistóricos.

2.2. Grupos étnicos esmeraldeños y africanos: las lenguas del contacto

De acuerdo con la Relación de Cabello Balboa, el barco de Illescas dobló el cabo de San

Francisco y sus pasajeros, incluidos los esclavos, tomaron tierra en una ensenada “que se

hace en aquella parte que llamamos el Portete”, desde donde, tan pronto naufragado el barco,

huyeron los negros internándose “monte adentro, sin propósito ninguno de volver a

servidumbre” (Cabello Balboa 1945 [1583]: 18). No podemos identificar el lugar exacto del

desembarco a partir de estos datos, pero sí tener una idea clara de su situación geográfica. En

la actualidad existe una playa y una punta que llevan el nombre de Portete; se ubican al sur de

la provincia de Esmeraldas, en el cantón Muisne, a una latitud de 0° 29' 39.51" N y una

longitud de 80° 02' 45.84" O, muy cerca de la población de Mompiche. Si se trataba de una

ensenada, no puede ser otra que la actual Ensenada de Mompiche, ubicada unos pocos

                                                                                                                                                                                         lengua a sus hijos, muy posiblemente con una profusa mezcla de su lengua materna. Aunque aventurada, no está por demás recordar esta posibilidad pues, como veremos, podría arrojar alguna luz sobre los datos lingüísticos. 17 Si es que hubo una sola, pues lo más lógico es pensar que hubo varias lenguas africanas, ya que los esclavos solían tener siempre diversos orígenes lingüísticos, dada la diversidad de lenguas del Africa occidental, pero también debido a la estrategia de mezclar esclavos de diferentes lenguas para evitar motines (cf. Holm 1988).

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kilómetros al norte, también dentro del cantón Muisne. La ensenada tiene una longitud

aproximada de diecisiete kilómetros y su hinterland se eleva hacia las estribaciones

surorientales y nororientales de las sierras de Mache y Chindul, respectivamente, que al

parecer corresponden a la muchas veces referida “Sierra de Campaz”, zona de asentamiento

del clan de los Illescas. Aunque la zona debe tener hoy en día un paisaje natural bastante

diferente del que encontró Illescas a su llegada, es posible tener una idea muy clara de él si

tomamos en cuenta que hacia el oriente de la ensenada, en las sierras que acabamos de

mencionar, se encuentra precisamente uno de los últimos remanentes de bosque húmedo

tropical de la costa del Ecuador, encerrado en los límites de la Reserva Mache-Chindul.

Siguiendo la información del cronista, Rueda Novoa sostiene que “el sitio de

desembarco del grupo negro se ubica en un área fronteriza entre dos etnias: los Niguas y los

Campaces” (Rueda Novoa 2001: 44), ocupando los primeros el curso medio e inferior del río

Esmeraldas, desde su desembocadura hasta la ensenada de Mompiche, y los segundos desde

aproximadamente dicha ensenada hasta la Bahía de Caráquez (véase Mapa 2). Otros autores

ofrecen la misma ubicación para ambos pueblos (Alcina y de la Peña 1980: 335; Palop

Martínez 1994: 144). Según estos últimos, los indios que fueron subyugados primero por los

negros serían los niguas, con quienes se aliaron y mezclaron, para después combatir a los que

se encontraban más al sur, esto es, a los campaces, “gente la más belicosa de aquella

comarca” (Cabello Balboa 1945 [1583]: 18).

La Relación de Martín de Carranza, según la cual asistían al puerto comercial de

Císcala indios de diferentes lugares, como los campaces, los piches, los tacamas y los

beliquiamas, parece sugerir que había distintas parcialidades de uno o más grupos étnicos.

Esto no significa que cada una hablara su propia lengua. Al contrario, los gentilicios que

menciona el texto de Carranza parecen estar relacionados con otros topónimos locales y

tienen raíces de la lengua esmeraldeña: por un lado, los piches habrían sido un grupo de los

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mismos campaces que habitaban en las cercanías de la actual zona de Mompiche18; por otro,

los tacama y los beliquiama tendrían un mismo origen etnolingüístico, a juzgar por la raíz de

su gentilicio, /-kama/ o /-kiama/, cuyo significado es “casa” de acuerdo con el vocabulario

esmeraldeño recogido por Pallares. En la siguiente sección, cuando abordemos el material

toponímico, ensayaremos un deslinde lingüístico de la región con el fin de saber si es posible

identificar en ella las zonas de ocupación de niguas, campaces y esmeraldeños.

Llegados a este punto, conviene preguntarnos cuál era la lengua de los niguas, entre

quienes se asentaron Illescas y sus compañeros. La exploración de las fuentes etnohistóricas

disponibles no arroja más que algunos datos sueltos pero de extrema importancia.

Nuevamente es la Relación de Cabello Balboa la que ofrece una primera referencia. Así, de

los niguas nos dice el cronista:

Los que habitan en la parte señalada de la bahía hasta el Portete se llaman entre sí Niguas y en decir que su origen fue de la sierra, no se engañan, porque son derivados y de la misma nación de los Niguas, repartimientos de la ciudad de Quito, parte dellos encomendados en el Contador Francisco Ruiz y parte en Carlos de Salazar y en otros, y ser esto ansi se verifica por muchos bocábulos que examinamos, comunes a entre ambas naciones, demás de que no están distantes dellos treinta leguas, como se podrá colegir cuando tratemos del descubrimiento del río de San Gregorio que hicimos en el año de setenta y siete; estos indios adoran al que mueve al cielo, a quien ellos llaman bola y este nombre dan a toda cosa grande y usan deste término por interjección admirativa de tal manera, que a toda cosa que ven digna de admiración la significan con esta palabra bola” (Cabello Balboa 1945 [1583]: 16-7).

El alcance de las palabras de Cabello Balboa se dimensiona mejor si consideramos dos datos

a propósito de los niguas. El primero es que llegada una delegación nigua a Quito el 12 de

enero de 1606, el cacique principal del asiento yumbo de Napa, don Phelipe Liquinzumba, se

                                                            18 La similitud fonética entre la terminación /-s/ de campaz y su correspondiente /-če/ de piche/mompiche, ambos sonidos sibilantes, sugiere incluso que ambos habrían tenido una misma terminación /- š/ y que ésta mudó a /-s/ o /-če/ para acomodarse a la pronunciación castellana. A similar conclusión podemos llegar si consideramos la grafía original del término campaz, que en el siglo XVI se escribía campaç. Hasta donde sabemos de la fonética histórica del castellano, el grafema {ç} equivalía precisamente a la pronunciación de una fricativa apical /-ŝ/ o alveolar /-š/.

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prestó para “interpretar ‘la lengua materna’ de los niguas, aparentemente una que no fue el

quichua, mientras que otro intérprete nombrado por la Real Audiencia hizo una segunda

interpretación de ‘la lengua general del ynga’ (quichua) al español para que el escribano

tomara las declaraciones” (Salomon 1997: 66). El segundo dato proviene de la misma

Relación de Cabello Balboa, quien afirma que los niguas tienen su lengua y sus costumbres

propias a pesar de que se los llama yumbos (Cabello Balboa 1945 [1583]:62-63). Cruzando

toda esta información creemos no equivocarnos al sostener que la lengua de los niguas no fue

la lengua de los antiguos esmeraldeños y que más bien tenía una cercana afinidad lingüística

con la lengua de los yumbos. Así lo sostienen Costales y Peñaherrera de Costales (2002: 20),

para quienes incluso los niguas habrían sido antepasados de los actuales chachis. No estamos

en condiciones de equiparar a los niguas con los cayapas a partir de la evidencia disponible,

pero sí podemos asegurar una filiación lingüística cercana entre niguas, yumbos, colorados y

cayapas, como lo hacen estos autores. Esto significa, en pocas palabras, que la lengua de los

niguas estuvo muy emparentada con las actuales lenguas tsa’fiki y cha’palaa.

La comunión lingüística de estos grupos étnicos no sólo contradice la propuesta de

Palop Martínez (1994: 144) y Alcina Franch (2001: 18) – quienes sostienen que los niguas

eran los hablantes del esmeraldeño19 – sino que resulta problemática para nuestro estudio. En

efecto, un análisis del corpus Pallares-Wolf (1877) arroja una lengua que tiene un cierto

porcentaje de préstamos del cha’palaa y el tsa’fiki, pero cuyos rasgos tipológicos nada tienen

que ver con estas lenguas ni con otras de la familia barbacoana.

Creemos que la solución está, precisamente, en el multilingüismo fomentado por

Illescas y que seguramente sirvió de modelo para su clan. Esto significa que los Illescas bien

pudieron haber hablado más de una lengua indígena, en este caso al menos, la de los niguas,

                                                            19 Un dato adicional confirma lo erróneo de esta equivalencia: según una fuente mencionada por Salomon, “en tiempos de su gentilidad, los niguas no utilizaron canoas sino que fueron objeto de ataques por parte de los agresivos canoeros” (Salomon 1997: 106). Si los niguas hubiesen sido los mismos que Jijón y Caamaño llamaba “pueblos de marinos” (Jijón y Caamaño 1940, II: 385), lo más lógico habría sido que tuvieran dominio de la navegación fluvial.

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muy cercana al cha’palaa, y la de los esmeraldeños, de otro tronco lingüístico. Nos convence

esta propuesta por un dato adicional que encontramos en la Relación de Cabello Balboa, de

importantes consecuencias para nuestro argumento:

En el tiempo y coyuntura que los negros andaban ocupándose en lo que está dicho (en la guerra) se hizo poderoso un cacique de una marca de tierra que está de la Bahía de San Matheo arriba, llamada de Bey, el cacique se llamaba Chilindauli; este vino en gracia de los indios sus comarcanos, porque con dádiva y convites y cautelosas industrias los tuvo a su amor, y como era riquísimo de oro, porque quieren decir, que dello tenía hechas sus armas y silla de asentar de oro todo, pudo con facilidad granjearlos, y cuando Chilindauli en mayor prosperidad estaba, fue rogado con la paz de Alonso y de sus pocos compañeros que ya quedaban, interviniendo en este trato los de su parentela por afinidad, y así supieron lisonjear al incauto Chilindauli, que vino a conceder con lo que se le pedía y dio entrada en sus convites y fiestas a el Alonso […] y para poner en ejecución su propósito, trató de que en Dobe, en casa de Chilindauli, se hiciese una solemnísima junta” (Cabello Balboa 1945 [1583]: 20, mi cursiva)

A poco de ello Illescas mataría a Chilindauli junto con quinientos súbditos suyos, tomando

por esclavos a los pocos indios que quedaron con vida. Todo esto ocurrió, como queda dicho,

en la casa del cacique en Dobe. Dos son los datos que extraemos de este pasaje. El primero es

la ayuda que recibe Alonso para tratar la paz con Chilindauli de “su parentela por afinidad”,

lo que nos hace suponer que dicha parentela, o bien era nigua y tenía buenas relaciones con

Chilindauli (cosa posible pero poco probable dadas las rivalidades étnicas de la zona), o bien

era una parcialidad, posiblemente contraria, del mismo grupo étnico de Chilindauli. Esta

última opción presupone que Illescas ya estaba emparentado con miembros de dicho grupo

étnico por haberse casado con algunas de sus mujeres. Lo segundo que nos llama la atención

es el nombre de Dobe, con toda seguridad el mismo lugar donde fue recibido Andrés

Mangache, patriarca de otro de los grupos zambos asentados en la zona (cf. infra). Ahora

bien, la tierra de Dobe, según Cabello Balboa, está más arriba de la Bahía de San Mateo. Pero

éstas y sus alrededores, como demostraremos enseguida, fueron el lugar de asentamiento de

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los hablantes del esmeraldeño. La consecuencia es que la tierra de Dobe y la comarca de Bey

estuvieron pobladas por hablantes del esmeraldeño, uno de los cuales fue precisamente

Chilindauli. Un análisis de los topónimos y patronímicos esmeraldeños corrobora

ampliamente esta afirmación (cf. capítulo 3).

Lo ocurrido luego de la muerte de Chilindauli no deja de tener su importancia. Por un

lado, podemos asumir que los indios cautivos de Illescas, ellos mismos hablantes del

esmeraldeño, fueron a engrosar el pool de esta lengua dentro del clan Illescas, presente ya

desde antes gracias a las alianzas matrimoniales del patriarca con las indias locales. Por otro

lado, el matrimonio de uno de los hijos de Illescas con una de las hijas de Chilindauli selló la

alianza con el antiguo clan del cacique asesinado y su inserción dentro del clan zambo

(Tardieu 2006: 45).

Estos datos sugieren, por lo tanto, que si bien Alonso debió haber hablado la lengua

de los niguas, lengua que utilizaba en sus tratos con estos indios, con los cuales tampoco se

excluye relaciones de parentesco por afinidad en virtud de alianzas matrimoniales, el mayor

número de éstas se dio sobre todo con los miembros del grupo étnico esmeraldeño, antes y

después de los sucesos de Dobe arriba referidos, razón por la cual, pasó a ser el esmeraldeño

y no otra lengua aquella adoptada por el grupo de Illescas. ¿Qué podemos decir con respecto

al otro grupo de zambos?

En principio se han identificado dos grandes grupos zambos en la provincia de

Esmeraldas 20 . El primero de estos, no en tiempo sino en importancia política, fue el

acaudillado por Alonso de Illescas. El segundo grupo, de menor perfil en las fuentes

etnohistóricas pero no por ello menos importante, es el fundado por el cimarrón Andrés

Mangache, en virtud de cuyo patronímico se lo ha llegado a conocer como el de los “mulatos

mangaches” para diferenciarlos de los “mulatos yllescas” (Salomon 1997: 63). Los                                                             20 Es posible que hubiera un tercer grupo de zambos, conocido como “mulatos chinches…muy bellacos” (Salomón 1997: 66), que no eran ni parte de los Arrobes (clan de uno de los hijos de Andrés Mangache) ni de los Illescas (clan de los hijos de Alonso de Illescas).

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mangaches ocuparon durante varios siglos el curso medio e inferior del Esmeraldas, desde

donde incluso colonizaron otros lugares, como la cuenca del bajo Guayllabamba. Los zambos

mangaches tienen su origen en la llegada y el asentamiento del negro Andrés Mangache y

una india nicaragüense entre los indios de la Bahía de San Mateo. Por lo tanto, es preciso que

identifiquemos los grupos étnicos que habitaban esta bahía, sus alrededores costeros y el

hinterland inmediato.

Nos llama la atención que el mapa étnico de Palop Martínez (1994: 154) no contenga

un grupo indígena en el curso medio e inferior del Esmeraldas a más de los “mulatos”.

Significa acaso que no hubo antes de ellos ningún grupo indígena asentado en la zona.

Evidentemente no fue así, pues incluso la más temprana de las fuentes disponibles menciona

importantes asentamientos en ella (cf. infra). El vacío dejado en el mapa étnico de Palop es el

resultado de haber hecho caso omiso de los wásu o esmeraldeños que mencionan Barret

(1994 [1925]: 34) y Jijón y Caamaño (1940: 415), por considerarlos idénticos a los niguas.

Como acabamos de ver, existe un error en esta equivalencia y el resultado es que el curso

medio e inferior del Esmeraldas queda sin una población autóctona correspondiente. Una

coteja de las fuentes, sin embargo, permite perfilar claramente este grupo étnico, en el cual

habría tomado asiento el segundo grupo de mulatos, los Mangaches.

La primera mención de asentamientos que encontramos para la Bahía de San Mateo la

debemos a Bartolomé Ruiz, quien vio allí “tres pueblos grandes junto al mar” en el año de

1526. Como señalan Alcina Franch y otros, no ha sido posible encontrar evidencia

arqueológica que respalde esta afirmación pero los asentamientos podrían hallarse debajo de

la actual ciudad de Esmeraldas y en la zona de Tachina, donde sí existe evidencia de

montículos (Alcina Franch et al. 1987: 38). Cinco años más tarde una expedición a cargo de

Sebastián de Benalcázar llegó a la misma bahía. Sobre el desembarco y lo que allí

encontraron nos relata Ruiz de Arce, uno de los expedicionarios:

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“…luego desembarcamos los caballos y otro día fuimos un río arriba que en la bahía entraba y dimos en un pueblezuelo de hasta veinte casas. Allá hallamos principio de nuestra buena ventura. E yo entré en una casita pequeña. Andando buscando maíz para mi caballo, hallé una tinaja con ropa e otras cosillas entre las cuales había una cestica pequeña con un poco de lana hilada de colores y dos o tres agujas de plata. Entre ésta estaba un poco de algodón. Y descogí el algodón y hallé tres esmeraldas razonables” (Ruiz, 1964: 77-78).

Conviene cotejar estas líneas con aquellas de la Relación de Carranza de 1568 que hablan del

pueblo de Císcala, donde acudían indígenas de diferente procedencia a trocar sus productos.

Nos llama en particular la atención el hecho de que los beliquiamas eran quienes traían ropa y

algodón para el trueque. A juzgar por sus etnónimos, beliquiamas y tacamas parecen haber

pertenecido al mismo grupo etnolingüístico esmeraldeño.

La evidencia presentada sugiere que eran precisamente los hablantes del esmeraldeño

quienes habitaban la bahía de San Mateo, tanto en la desembocadura del Esmeraldas como al

norte y al sur siguiendo el perfil costero, aun cuando no es posible determinar su penetración

en el hinterland. Al norte podemos rastrear la existencia de al menos un asentamiento

importante en la zona costera actual de Río Verde (1.0666 N, -79.4166 O). Al sur, las

crónicas hablan de varios asentamientos, de mayor o menor población, aglutinados todos en

torno al puerto comercial de Tacamez (¿Ciscala?), en donde según Francisco de Jerez vivían

“poblaciones que eran grandes y de mucha gente y belicosa, que en estos pueblos de Tacames, llegando noventa españoles una legua del pueblo, los salieron a recibir más de diez mil indios de guerra” (Jerez 1891: 29).

Que esta fue la distribución original de los hablantes del esmeraldeño prehispánico lo

corrobora además la existencia de asentamientos zambos dos siglos y medio después en los

mismos lugares. De tales asentamientos hablan tres fuentes tardías. La primera es la relación

de viajes del ya mencionado William Bennet Stevenson, según la cual, los habitantes de

Esmeraldas, Rio Verde y Atacames son todos zambos y hablan la lengua esmeraldeña –

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excepto los de este último lugar, por razones que explicaremos luego (Stevenson 1994

[1829]: 463).

La segunda fuente también es Juan Mellet, viajero de origen francés que recorrió varios

puntos de la costa esmeraldeña en los primeros años de la Gran Colombia (Gómez Rendón

2012). El viajero nos da la siguiente descripción de Esmeraldas,

“Esmeralda, aldea situada sobre un riachuelo a tres leguas del puerto de ese nombre, está habitada por indios, dista siete leguas noreste de Atacama y sesenta y dos noroeste de Quito […] Los habitantes han conservado todas sus primeras costumbres; sobre todo en su traje. Los hombres llevan, desde la cintura hasta el tobillo un calzón de tela extremadamente gruesa, que proviene de la corteza de un árbol, hecha con mucho trabajo […] Su idioma es muy diferente de las otras provincias y dificilísimo de entender y su pronunciación es casi salvaje” (Mellet 1823: 308-9).

La tercera y última evidencia proviene de la ya citada etnografía de Barret sobre los chachis

(cayapas), donde se identifica así el asentamiento de los wásu o esmeraldeños:

“Tampoco era el mismo pueblo el que ocupaba antes el curso inferior del río Esmeraldas. A poca distancia al norte de lo que actualmente es la ciudad de Esmeraldas [Bahía de San Mateo], antes de la llegada de blancos o negros vivía una tribu de indígenas llamada Wásu. De aspecto similar a los Cayapas, hablaban una lengua totalmente distinta a ellos o a cualquier otra tribu conocida. Hace una o dos generaciones se extinguieron, y hoy ninguno de los informadores Cayapas recuerda una palabra en aquella lengua” (Barret 1994 [1925]: 34).

Cuando añadamos a la evidencia histórica presentada un análisis de la toponimia

esmeraldeña, como efectivamente haremos en el tercer capítulo, quedará claro que los

hablantes del esmeraldeño habitaban la Bahía de San Mateo, siguiendo el perfil costero al

norte y al sur, y que por lo tanto fueron ellos quienes acogieron a Andrés Mangache y a la

india nicaragüense, cuya progenie debió haberse mezclado más tarde con los indígenas

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locales, dando origen a un grupo de zambos de procedencia diferente a los Illescas de la

Sierra de Campaz.

2.3. Los hablantes del Esmeraldeño y el clan africano de los Mangaches

A partir de la distribución geográfica de los grupos étnicos que entraron en contacto con los

dos grupos africanos desembarcados en la provincia de Esmeraldas, estamos en condiciones

de afirmar que el vocabulario recogido por Pallares en 1877 en el curso inferior del río

Esmeraldas de boca de sus últimos hablantes corresponde precisamente a los zambos

“Mangaches”, nombre tomado de su patriarca. Por la importancia para nuestro objeto de

estudio, conviene que tratemos aquí sobre el origen de este patronímico antes de rastrear el

desarrollo de la sociedad zamba en sus diferentes asentamientos.

El término “mangache” podría tener dos orígenes distintos, aunque la evidencia

sugiere que el primero que diremos es el más probable. “Mangache” es una variante de

“malgache”, término utilizado durante la esclavitud para referirse específicamente a los

esclavos venidos de Madagascar y, por extensión, a los esclavos traídos del África

subsahariana. Por lo tanto, es muy probable que el apellido del cimarrón Andrés Mangache

haya sido un exónimo para referirse a su origen, a pesar de que, hasta donde sabemos, la

absoluta mayoría de los esclavos que vinieron entre los siglos dieciséis y diecisiete a América

fueron del tronco lingüístico bantú, que se extiende a lo largo de toda África occidental

(Martínez-Labarga 1997: 132). El segundo origen del término sería de tipo vernáculo, pues

en el memorial del viaje que hace en 1597 el mercedario Fray Gaspar de Torres a la

provincia de Esmeraldas menciona la ubicación del río Achuacpi21, señalando que “este río

entra en la mar del sur entre el río de mira y el de mangachi” (Alcina Franch y de la Peña

1976: 36). Como el río Mira se encuentra al norte de la provincia y el Achuacpi no puede ser

                                                            21 Si cotejamos el mapa de Maldonado con la hidrografía actual de la provincia, encontramos que este río es muy probablemente el río Cayapas, a juzgar por la descripción del mercedario.

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otro que el Cayapas antes de su confluencia con el Santiago a pocos kilómetros del mar, el

río de Mangachi debe encontrarse al sur, y el único río de importancia que puede ser tomado

como referencia con respecto a ambos es el Esmeraldas. Esto significa que, a diferencia de lo

que sostiene Savoia (1998: 53) y repite Tardieu (2006: 110), el río Mangachi no es otro que

el Esmeraldas, llamado así muy probablemente por quienes en sus orillas se habían asentado

y multiplicado, los zambos “mangaches”. Por lo demás, que “Mangachi” no es el hidrónimo

original del río Esmeraldas lo sabemos gracias a que aquél aparece en el vocabulario

esmeraldeño de Pallares-Wolf y es uno muy distinto: Chinto (Jijón y Caamaño 1940, II: 422).

Por lo tanto, el uso del término “Mangache” como mote del río Esmeraldas en su

desembocadura confirma que ese fue el lugar de asentamiento de uno de los grupos zambos

desde mediados del siglo dieciséis22.

Tomando en cuenta lo anterior, es curioso que el exónimo “Mangachis” no aparezca

en el mapa de Maldonado, o mejor dicho, que no aparezca en el curso inferior y medio del río

Esmeraldas – donde en su lugar encontramos la leyenda “Sitio antiguo de los Esmeraldeños”

– sino más abajo de la línea divisoria de la gobernación de Esmeraldas y la gobernación de

Guayaquil, hacia el suroeste de la actual ciudad de Santo Domingo de los Colorados. La

leyenda del mapa en ese punto reza “Mangachis, nombre de los zambos de Esmeraldas y

Cabo Pasado que viven aquí retirados”. Savoia explica esta ubicación porque el grupo de los

Mangaches se desplazó hacia las cabeceras del Daule y el Babahoyo ya en el siglo diecisiete

(Savoia 1998: 57). Asimismo, de acuerdo con Velasco, el citado lugar de los Mangaches

formaba junto con Oxiba, Quilca y Caracol las cuatro parroquias de la tenencia de Babahoyo.

A propósito de dicho pueblo el jesuita dice que,                                                             22 En el Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales encontramos la siguiente definición del término: “MANGACHES, Casta de zambos descendientes de Indios y Negros, que viven retirados al N de Guayaquil y N O del río Daule, en un territorio de espaciosas llanuras, que está poco conocido, y por el N confina con la Provincia de Esmeraldas, y al Poniente con el Partido de Puerto Viejo: viven estos naturales en cabañas dispersas, y se mantienen de frutas y carne de vaca, de que se proveen en las llanuras donde pace un gran número de ganado: siembran algún maíz, y raíces y tabaco, que después llevan a vender al Pueblo de Balsar en cambio de otras cosas que necesitan” (Alcedo 1786, III: 46).

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“El de Mangaches es parte de aquella mezclada descendencia que resultó de la ciudad destruida de Cara [JGR: ¿Coaque?] con la general peste de 1589 esparcida en los dos gobiernos de Cara y Guayaquil. Aquellos que están en este pueblo, viven cristianamente con alguna cultura. Más los que están todavía en la selva son del todo rústicos y con vestigios muy equívocos de cristiandad” (Velasco, citado en Savoia 1998: 58)

Estos mangaches serían un subgrupo no solo de los zambos que se dispersaron por el curso

medio del Esmeraldas y parte del río Guayllabamba (Savoia 1998: 55), sino también de

aquellos zambos descendientes de los Illescas que fueron reubicados en los primeros años de

1600 desde el asentamiento de San Martín de Campaz hacia Cabo Pasado (cf. infra).

Entre las referencias más tardías que tenemos de los Mangaches en la ubicación antes

mencionada – noroeste del río Daule – queremos citar dos testimonios de viajeros que son de

gran importancia por las implicaciones con respecto a la sobrevivencia de este grupo y a la

lengua que utilizaban. El primer testimonio proviene del viajero y filólogo francés Enrique

Onffroy de Thoron, ya identificado por Savoia (1998: 58), que visitó el cantón Baba en los

primeros años de 1860 y que citamos a continuación:

“De Sanborondón hasta las montañas de los Colorados y de Angamarca, uno se encuentra en el territorio del cantón de Baba, cuyos principales pueblos son Baba, la capital, Pasaje, San Lorenzo y Palenque […] Palenque del Ecuador, es decir el del cantón Baba, está habitado por el resto de los Mangaches, ellos mismos descendientes de una fracción de la nación cara a la que ya hicimos mención” (Onffroy de Thoron 1866 [1983]:125).

La población de Palenque subsiste en la actualidad y es la cabecera cantonal de uno de los

cantones de la Provincia de Los Ríos, siendo su ubicación la misma descrita por Alcedo y

Herrera en su Diccionario geográfico-histórico (1741) y por Maldonado en su Carta de la

Provincia de Quito y sus adyacentes (1750).

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Una segunda referencia – aun más interesante desde el punto de vista lingüístico – la

ofrece Chávez Franco en el segundo tomo de sus Crónicas del Guayaquil Antiguo (1944). El

autor señala la existencia de este Palenque ya en 1695, cuando Francisco de Gantes pidió

ayuda para sacar de dicha población a mulatos, zambos, esclavos fugitivos y mestizos

vagabundos que se habían escondido en las montañas de Palmar. El autor señala además que

muy cerca de este Palenque se encuentra un sitio llamado Pichilingüe, y que los habitantes de

la zona hablaban un idioma llamado jerga o caló para entenderse sólo entre ellos, citando a

párrafo seguido una estrofa en esta lengua, seguida de su glosa y algunas frases sueltas

adicionales (Chávez Franco 1944, II: 338). La referencia es del todo evidente y un vistazo a

la estrofa nos confirma que se trata de una lengua muy al estilo de la que podría haber sido la

lengua esmeraldeña mezclada con el castellano, las lenguas indígenas locales y las lenguas de

los esclavos africanos. A propósito, Chávez Franco al parecer desconoce que la voz

“pichilingüe”, a más del significado de “pirata de mar” que le atribuye el diccionario, es un

préstamo adaptado del inglés pidgin language, lengua gramaticalmente reducida que

hablaban los esclavos de los barcos negreros ingleses (cf. nota al pie 12). Aunque la

evidencia disponible es demasiado reducida para un análisis lingüístico exhaustivo, es

posible que la lengua hablada en Palenque tuviese algún origen en el esmeraldeño de los

zambos de Cabo Pasado y que se transformara en un criollo de base hispana debido a la

presencia de hispanohablantes (mestizos vagabundos) y a la agregación permanente de

nuevos elementos africanos (esclavos cimarrones) que venían a refugiarse en la zona23.

2.4. Historia de los grupos zambos esmeraldeños y sus implicaciones sociolingüísticas

Las fuentes históricas sugieren que los dos grupos de zambos guardaron siempre estrechas

relaciones, las mismas que se plasmaron no sólo en alianzas para la guerra contra grupos

                                                            23 El caso de Palenque es citado y analizado en un contexto más amplio por el connotado criollista Germán de Granda en su estudio Cimarronismo, Palenques y Hablas Criollas en Hispanoamérica (1978: 362-385).

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étnicos locales, como los campaces o los cayapas, sino también en alianzas matrimoniales,

pues sabemos que luego de la muerte del patriarca Andrés Mangache, uno de sus hijos, Juan

Mangache, se desposó con una de las hijas de Alonso de Illescas (Rumazo 1948, IV: 33).

Más todavía, tanto por la crónica de Cabello Balboa como por la variada correspondencia

mantenida entre funcionarios de la Real Audiencia y los frailes mercedarios encargados de la

pacificación y cristianización de los zambos esmeraldeños24, sabemos que los líderes de

ambos grupos actuaban juntos en toda decisión que concerniese a uno, aun cuando los

capitanes Illescas siempre tuvieran el mando.

El contacto de ambos grupos fue permanente entre sus respectivas zonas de

asentamiento hasta principios del siglo XVI. Para finales de 1600, luego de la visita de la

comitiva zamba a Quito para celebrar la paz y obtener el perdón general de las autoridades,

se fundó el pueblo de San Matheo de la Bahía, ubicado en el curso medio del Esmeraldas, a

once jornadas de su desembocadura. En él se reunieron los zambos de los clanes Arrobe y

Mangache, que se formaron a partir de los dos hijos del patriarca, Francisco de Arrobe y

Juan Mangache. Poco después el clan de Alonso Sebastián Illescas – hijo del patriarca

Alonso de Illescas – se redujo en la misma zona de asentamiento originario, la Sierra de

Campaz, dando lugar al pueblo que el doctrinero Juan Bautista de Burgos bautizó como San

Martín de Campaz, ubicado según parece en la cuenca media del río Jama. Para 1606,

sostiene Rueda Novoa (2001: 78), se hallaban fundados ya dos pueblos de zambos. No

obstante, debido a la casi inaccesibilidad del último de ellos y su consiguiente inutilidad para

los proyectos viales de la Audiencia, así como la dispersión en que vivían sus habitantes en la

práctica, se decidió la reubicación, la misma que tuvo lugar en 1607 y estuvo a cargo del

mercedario Fernando Hincapié. Según documentación consultada por Rueda Novoa (2001:

                                                            24 Al respecto, véase, por ejemplo, la carta del Padre Juan Burgos al oidor Juan del Barro del 30 de diciembre de 1600, en Joel Monroy, Los religiosos de la Merced en la Costa del Antiguo Reino de Quito, 1935, Tomo I, pág. 85.

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78), se decidió trasladar a los zambos de San Matheo que habían podido ser reducidos al

asentamiento del recién fallecido Alonso Sebastián de Illescas, con el fin de formar

asentamientos en la zona de Cabo Pasado, que en todo caso había sido la zona donde

acostumbraba hacer sus correrías contra los indios el clan de los Illescas. Para 1617 los

pueblos de Cabo Pasado y Coaque estaban fundados al norte de Bahía de Caráquez, “a cinco

leguas y ocho del dicho puerto poblados en la misma costa hacia la banda del norte como

dicho es” (Rumazo 1948, IV: 113).

Diversas historias tuvieron los tres poblados zambos a lo largo de los siglos dieciséis

y diecisiete. El pueblo de Coaque virtualmente desapareció del mapa, debido a la huida tierra

adentro de los indígenas que estaban sometidos a los zambos, cosa que había empezado a

ocurrir ya en 1617 conforme indica la fuente arriba mencionada,

“y ansimismo suplican a vuestra señoría los dichos mulatos que por quanto de los yndios que se auian poblado en coaque y cabo pasado se an ausentado y rretiradosse a la montaña hazia el rio de daule mas de doscientos y cinquenta yndios por estar a sus anchas” (Rumazo 1948, IV: 111s).

Otra razón del descalabro demográfico de Coaque se halla en el cambio de jurisdicción

operado por aquellos años entre la gobernación de Popayán – que se hizo cargo del norte de

la antigua jurisdicción de Esmeraldas – y la gobernación de Guayaquil, que tomó a cargo la

administración de la zona de Cabo Pasado, con lo cual el liderazgo zambo articulado en torno

al clan de los Illescas perdió su influencia en el norte (Rueda Novoa 2001: 137). La huida de

los indios a su mando motivó enseguida la misma acción por parte de los mulatos, de suerte

que algunos de ellos se avecindaron, como queda dicho, en el sector de Daule y Babahoyo,

desvinculándose así de la prestación de todo servicio para la Audiencia, sobre todo a partir de

1625 (Rueda Novoa 2001: 137). Este grupo es el que aparece con el exónimo de

“Mangaches” en el mapa de Maldonado y en el Compendio histórico de la Provincia,

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Partidos, Ciudades, Astilleros Ríos y Puerto de Guayaquil, de Dionisio de Alcedo y Herrera

(1741), donde encontramos una descripción sobre “la calidad de los indios mangaches”, que

citamos a continuación por ser relevante para el tema de estudio:

“También son adyacentes otras pequeñas poblaciones de Indios, que habitan: unos, en una playa, llamada Quilca; otros en una rinconada del Monte de Chilintomo; y otros, que son los Mangaches, en la cabecera de una montaña, que confina con los pueblos de los Colorados; cuya inmediación y trato comunica a estos muchos resabios de la Gentilidad, como se reconoce, de que aunque acuden a la Missa del Anexo los días de fiesta, y a la enseñanza de la Doctrina Christiana, quando los cita el Coadjutor, son muy diferentes de los demás en las costumbres, en las condiciones, y en estar propensos a los abusos de la idolatría, y de la superstición, cuya subsistencia se atribuye a la distancia en que viven apartados de la frequencia del pasto espiritual, y del trato con los españoles en las soledades de la montaña” (Alcedo y Herrera 1741: 66).

Todas estas palabras no hacen sino confirmar un hecho: la retirada a los montes de los

zambos de Coaque y de algunos de Cabo Pasado tuvo como inmediata consecuencia el

fortalecimiento de sus formas tradicionales de reproducción cultural, entre las cuales

podemos incluir la conservación de su lengua materna25.

Debido a su importancia estratégica en la costa manabita, el pueblo de Cabo Pasado

no corrió la misma suerte, viéndose acrecentada su población con algunos indios y españoles

que se asentaron en él a lo largo de los años, pero también con un contingente considerable

de zambos de San Matheo de la Bahía que huían de las onerosas obligaciones laborales que

les imponía la Audiencia para la construcción del camino de Esmeraldas (cf. infra). A finales

                                                            25 Esta estrategia, claro está, no fue única de los zambos. Salomon recaba información sobre una colonia de “gentiles” radicada en Río Verde, formada por “aquellos yndios cayapas que no queriendo reducirse al evangelio se avian retirado, y de otros yndios christianos del pueblo de guacpi que estavan en estas inmediaciones serca de Gualea, que al presente se halla desolado, y cubierto de selva; y que la lengua que hablan los dichos gentiles hera una mista de cayapas y yumbos” (Rumazo 1948 [1741], I: 244). La información resulta interesante cuando recordamos que Río Verde era, según Stevenson, otra de los pueblos de zambos, “una población formada por unas veinte casas y una capilla” (Stevenson 1994 [1829]: 469). Es posible, sin embargo, que se trate de otra población del mismo nombre.

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del siglo dieciséis Cabo Pasado pasó a llamarse La Canoa26. Francisco de Requena visitó La

Canoa en los primeros años de 1770 y consignó en su Relación un dato de suma importancia

en relación a los habitantes de los pueblos de La Canoa y Tosagua, de quienes afirma que

“son zambos de indios y usan un dialecto particular diferente del inca; según las noticias que ellos mismos han conservado de sus antepasados, parece que naufragó en esta costa una embarcación con negros bozales, los que se mezclaron con las mujeres del país y de este modo formaron un idioma particular, muy extraño del que se habla en el Perú” (Requena 1992 [1774]: 586).

Esto significa que la presencia zamba en Cabo Pasado se mantuvo vigorosa a lo largo del

tiempo e incluso se difundió a algún poblado aledaño. Se sabe incluso que para fecha tan

tardía como 1790, La Canoa tenía un cabildo formado todo por zambos; esto sugiere que la

población zamba de la zona gozó de mayor libertad para continuar con su forma de vida y,

como es lógico, para continuar con el uso de su lengua. Desafortunadamente, a más de la

referencia explícita que encontramos en la Relación de Requena, no disponemos de ningún

registro escrito sobre la lengua hablada en La Canoa y Tosagua como sí tenemos para la

lengua hablada en el curso inferior del Esmeraldas (corpus Pallares-Wolf).

La suerte corrida por el pueblo de San Matheo de la Bahía fue distinta. La población

se mantuvo, aunque sensiblemente mermada. San Matheo fue el único de los tres pueblos

zambos que continuó prestando sus servicios para los proyectos de construcción vial de la

Audiencia de manera sistemática aunque no siempre exitosa. La opresión laboral motivó a

que un buen número de zambos de San Matheo huyeran al asentamiento zambo de Cabo

Pasado (La Canoa) o se dispersaran en los esteros y afluentes menores del Esmeraldas. Sin

embargo, como sostiene Rueda Novoa, hubo al menos otras dos razones para esta

descomposición demográfica en el caso de San Matheo: por un lado, el reemplazo de las

                                                            26 Con este nombre aparece ya en el Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales, de Antonio de Alcedo, 1786, tomo 1, pág. 341.

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autoridades zambas tradicionales con autoridades indígenas desde 1677 (Rueda Novoa 2001:

140); por otro, la presencia de la Orden Mercedaria, que a través de sus doctrineros, permitía

una convivencia más apropiada a los patrones de asentamiento tradicional. Al respecto nos

recuerda Salomon que,

“[L]a práctica mercedaria se diferencia del método seguido tanto por el estado como por los demás órdenes religiosas durante el período toledano. Las iglesias iban a servir exclusivamente como centros ceremoniales, aparentemente sin afectar el patrón de asentamiento disperso típico de la región. Esta estrategia, si bien habrá retardado en alguna medida la aculturación, también habrá moderado los efectos destructores de la intervención europea…” (Salomon 1997: 51).

Este contexto favorable para la reproducción cultural del grupo zambo esmeraldeño tuvo

consecuencias importantes para la conservación lingüística, como se puede colegir del

testimonio de un viajero francés que estuvo en 1738 en el pueblo de San Matheo de la Bahía,

que para entonces tenía unas cincuenta familias de zambos y había sido reubicado río abajo

desde su asiento original en la confluencia de los ríos Viche y Esmeraldas a una legua de su

entrada al mar. Según este viajero, “la escasa población ‘zamba’ que permanecía en el pueblo

debía su conocimiento de la lengua castellana a su gobernador” (Rueda Novoa 2001: 152),

que para entonces ya no era un zambo sino algún indio yumbo, nigua o cayapa, lo

suficientemente ladino para conocer la lengua castellana y relacionarse con las autoridades de

la audiencia (cf. supra).

Para esta época (1738), en persecución de los propósitos viales de la Audiencia, se

habían fundado otros pueblos en la provincia de Esmeraldas, algunos de ellos con

contingentes zambos, aunque también casi siempre con la participación de indígenas locales

y españoles. Tal es el caso de Santa Rosa de Tacames (Atacames), fundado en 1677 sobre el

antiguo asentamiento prehispánico por Nicolás de Andagoya con los zambos de San Matheo,

pero a donde fueron llevados décadas más tarde, a instancias del gobernador Maldonado, no

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sólo indígenas yumbos o colorados de la provincia de Cansacoto sino también delincuentes y

familias libres (Rueda Novoa 2001: 149). En estas circunstancias, es fácil suponer que la

reproducción cultural y lingüística de la sociedad zamba se vio sensiblemente afectada y dio

lugar a un proceso acelerado de hispanización. Este proceso explicaría que para 1809, cuando

Stevenson visitó Atacames, sus habitantes no hablaran ya la lengua esmeraldeña. Lo propio

ocurrió con los pueblos de La Tola y Limones, donde suponemos que la población zamba se

mezcló con indígenas y mestizos y perdió de esta manera su lengua materna.

Recapitulando lo dicho hasta aquí, podemos afirmar que hubo al menos cuatro

desarrollos sociolingüísticos motivados por el devenir histórico de los pueblos zambos:

a) Los zambos del pueblo de Cabo Pasado (Canoa) lograron mantener su

independencia política al menos hasta finales del siglo dieciocho y con ello

conservaron sus formas tradicionales de organización social y su cultura,

incluyendo la lengua de sus antepasados, que se vio fortalecida con la inmigración

de los hablantes zambos de San Matheo;

b) Los zambos del pueblo de Coaque y algunos de Cabo Pasado buscaron refugio al

noroeste del Daule y lograron mantener su independencia hasta bien entrado el

siglo diecinueve, conservando la lengua de sus antepasados, mezclada con

influencias castellanas y africanas de mestizos vagabundos y esclavos cimarrones

de las haciendas guayasenses;

c) Los zambos del pueblo de San Matheo, en virtud de su nuevo patrón de

asentamiento disperso y gracias a la libertad otorgada por los misioneros

mercedarios, lograron mantener en mayor grado su forma tradicional de

organización social y los rasgos culturales originarios del zambaje, incluyendo la

lengua esmeraldeña27;

                                                            27 De acuerdo con una investigación sobre genética de poblaciones llevada a cabo por Martínez-Labarga, son precisamente los habitantes de Viche (antiguo lugar de asentamiento de los zambos esmeraldeños) los que muestran un mestizaje más antiguo y abigarrado de elementos africanos e indígenas. En palabras de esta autora, “el elevado porcentaje del componente indígena presente en Viche testimonia que ha existido un considerable grado de mestizaje con las poblaciones indias e híbridas español/indio. En efecto, según las fuentes históricas el primer grupo de africanos que llegó a Ecuador no era proporcionado entre los dos sexos, con los varones que superaban numéricamente a las mujeres al menos tres veces, lo que les ha obligado a emparejarse con las mujeres indias de las tribus de Niguas y Campaces, actualmente extinguidas (Alcina Franch 1976). Esto

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d) Los zambos de San Matheo reubicados en los pueblos de Atacames, La Tola y

Limones se mestizaron con población hispanohablante e indígena, pero también

africana, proveniente de esclavos del distrito minero de Barbacoas, perdiendo en

ello la lengua de sus antepasados y convirtiéndose en hispanohablantes

monolingües.

Aunque hemos aclarado varios asuntos relativos a la ubicación de los desembarcos

cimarrones y los grupos étnicos que entraron en contacto con ellos, así como las situaciones

sociolingüísticas generadas por los desarrollos históricos específicos de cada pueblo zambo,

quedan pendientes dos preguntas a las que es preciso pergeñar una respuesta.

La primera de estas interrogantes es en torno a las lenguas que hablaban

originalmente los Illescas en su asentamiento de Campaz. La segunda, relacionada con la

primera, es saber cuándo y de qué manera la lengua esmeraldeña se difundió a todos los

clanes zambos de Esmeraldas y más tarde del norte de Manabí.

La respuesta a la primera pregunta se halla en la misma Relación de las Esmeraldas.

En ella afirma claramente Cabello Balboa, a propósito de la reunión entre los hijos de Andrés

Mangache y Alonso de Illescas, que “estos mulatos [los hijos de Andrés Mangache]

entendían y hablaban un poco la lengua española [mientras] los dos hijos del negro [Alonso

de Illescas] no la entendían, ni la hablaban, y menos los indios, a causa que el negro y su

yerno, siempre hablaban en la lengua de los naturales, en que son muy expeditos” (Cabello

Balboa 1945 [1583]: 42). Como bien señala Rueda Novoa, buena parte del éxito político de

Alonso de Illescas para hacerse del poder y poner bajo su mando a los indígenas fue aprender

sus lenguas. Éstas habrían sido al menos dos: por un lado, la lengua de los niguas,

emparentada con el cha’palaa y el tsa’fiki; por otro, la lengua de los esmeraldeños, de

diferente filiación genética. Como las fuentes sugieren que las principales alianzas de Illescas

                                                                                                                                                                                         explicaría el elevado porcentaje femenino indígena (51%) en el pool génico de los negros de Viche que se ha evidenciado con el análisis de la deleción de la región V del DNA mitocondrial” (Martínez-Labarga 1997: 136).

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se dieron sobre todo entre el grupo esmeraldeño, es de esperar que mientras Alonso y sus

coetáneos aprendieron esta lengua como segunda, los hijos que tuvieron con las indias del

lugar debieron adquirirla como primera lengua, al tiempo que aprendían como segunda la de

los niguas. En esta situación es del todo probable una mezcla abigarrada de elementos

lingüísticos como la que translucen los datos del esmeraldeño que han llegado hasta nosotros.

En ella podríamos encontrar incluso, a más de las lenguas originarias de los esclavos

cimarrones, todas africanas de origen bantú, el castellano, gracias a que esta lengua era

conocida por Illescas y su yerno Gonzalo de Ávila, que la utilizaban exclusivamente en sus

tratos con náufragos, religiosos y funcionarios. La génesis de la variedad esmeraldeña

hablada por los zambos de Mangache habría seguido un desarrollo similar.

Es posible plantear entonces un escenario de comunicación en el cual los recién

llegados hablaran una forma de pidgin de base esmeraldeña para comunicarse con los

indígenas de la Bahía de San Mateo y sus alrededores. Años después éste se expandiría hasta

convertirse en un criollo en boca de las nuevas generaciones de ambos clanes, gracias a la

convivencia con esmeraldeño-hablantes pero sobre todo a las alianzas matrimoniales con la

población local. Al pool lingüístico inicial – lengua esmeraldeña y lenguas africanas – se

habrían añadido paulatinamente elementos léxicos y gramaticales de lenguas vecinas como el

cha’palaa o el tsa’fiki por contactos interétnicos, o incluso del kichwa, lengua conocida por

los yumbos (cf. supra). No faltarían, por supuesto, influencias del castellano, traídas sobre

todo de la mano de los frailes mercedarios que convivieron durante largos años entre los

zambos y cuya presencia fue decisiva para la pacificación y cristianización de la provincia

desde 1590, pero también de la mano de gobernadores indios ladinos, como aquél que se

asegura impartió el conocimiento de la lengua castellana a los zambos de San Mateo de la

Bahía allá por 1738 (cf. supra, Rueda Novoa 2001: 152).

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La respuesta a la segunda pregunta está esbozada en la sección que concluimos. En

efecto, a partir de los dos núcleos demográficos y lingüísticos zambos conformados por los

clanes Illescas y Mangaches, el esmeraldeño de contacto se difundió a otras zonas. La

difusión lingüística de Esmeraldas a la provincia de Manabí se dio en tres momentos:

primero, durante su reubicación en Cabo Pasado y Coaque a cargo de Fray Hernando

Hincapié hacia 1607; segundo, a través de la inmigración de los mulatos esmeraldeños que

buscaron refugio en Cabo Pasado; y tercero, mediante el colonización de la zona ubicada al

noroeste del Daule por parte de mulatos de Cabo Pasado y Coaque. Lo más seguro es que la

lengua se difundiera sólo entre la población zamba de cada uno de los pueblos en cuestión,

siendo mayoritaria en aquellos lugares donde la población zamba era demográficamente

superior. Esto significa que en cada pueblo donde se difundió, la lengua esmeraldeña

convivía en mayor o menor medida con otras lenguas locales y el castellano. Estas

conclusiones, sin embargo, no es posible probarlas debido a la falta de datos lingüísticos

sobre la lengua hablada por los zambos de la provincia de Manabí.

Así concluye nuestro análisis de las fuentes históricas sobre los zambos esmeraldeños

y el origen y desarrollo lingüístico del zambaje. Nos resta ahora analizar los datos sobre la

lengua a fin de cotejarlos con lo discutido en las secciones precedentes.

3. Análisis de la evidencia lingüística de la lengua esmeraldeña a la luz de la historia

Ninguno de los estudios elaborados hasta la fecha sobre los zambos esmeraldeños incluye un

análisis exhaustivo de los datos disponibles sobre su lengua, como tampoco ninguno de los

escasos estudios realizados sobre la lengua esmeraldeña cuenta con una debida

caracterización sociohistórica del zambaje. En este contexto el presente estudio se presenta

como una manera de suplir estas carencias y ofrecer una discusión contextualizada de la

sociedad y la lengua de los grupos zambos esmeraldeños. Este capítulo contiene, por lo tanto,

un análisis de los elementos lingüísticos, los mismos que serán siempre contextualizados a

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partir de la caracterización sociohistórica desarrollada en el capítulo anterior. Para ello

iniciamos con unas breves líneas sobre las fuentes lingüísticas utilizadas y el procesamiento

de los datos que hemos llevado a cabo.

3.1. Caracterización de las fuentes lingüísticas y procesamiento de los datos

Las fuentes lingüísticas utilizadas consisten en listas de vocabulario que hemos agrupado en

dos categorías:

a) Corpus Pallares-Wolf (1877): constituye la fuente más importante de datos

lingüísticos sobre el esmeraldeño; contiene un vocabulario de 471 palabras o

raíces y un conjunto de 266 oraciones con sus respectivas glosas castellanas; el

corpus, recogido por J. M. Pallares para el geógrafo alemán Theodor Wolf en

1877, fue publicado por éste en forma parcial en su Geografía y Geología del

Ecuador (Wolf 1892); diez años después apareció el vocabulario en toda su

extensión gracias a Eduard Seler en los Gesammelte Abhandlungen zur

altamerikanishen Sprach- und Alterthumskunde bajo el título “Die Sprache der

Indianer von Esmeraldas” (1902: 49-64); finalmente, Jijón y Caamaño reprodujo

todo el corpus en el volumen segundo de su obra El Ecuador Interandino y

Occidental (1940), bajo el título “El Idioma Esmeraldeño”.

b) Datos toponímicos y antroponímicos recogidos, sistematizados y publicados por

Jijón y Caamaño bajo el título “Algunos topónimos y apellidos de origen

esmeraldeño”, correspondiente al capítulo XXIV del segundo volumen de su ya

citada obra (cf. supra). Se ha cotejado y complementado esta lista con el

Diccionario Toponímico de Luis Telmo Paz y Miño, aparecido en varias entregas

del Boletín de la Academia Nacional de Historia entre 1961 y 1964.

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Debido a la naturaleza de los datos lingüísticos y para mayor facilidad de análisis, hemos

digitalizado el corpus Pallares-Wolf en toda su extensión mediante un programa de

segmentación morfosintáctica semi-automática (Toolbox). Asimismo, hemos digitalizado las

listas toponímicas y antroponímicas conjuntamente con todo el diccionario de Paz y Miño a

través de un programa lexicográfico (Lexique Pro). El diccionario toponímico digitalizado

contiene 10.196 entradas, con la respectiva ubicación geográfica de los topónimos y las

fuentes en donde se mencionan.

En general, el uso de estos programas nos ha permitido mayor accesibilidad al

conjunto de los datos y mayor facilidad a la hora de analizar el vocabulario esmeraldeño y

compararlo con otros de lenguas barbacoanas y africanas. Los vocabularios de estas lenguas

han sido compilados en formato digital, siguiendo la lista de 207 palabras de vocabulario

básico de Swadesh28, a partir de diccionarios disponibles para dichas lenguas, impresos o

electrónicos según el caso29. Para el caso de las lenguas africanas, como sabemos que la

absoluta mayoría de los esclavos que vinieron entre los siglos dieciséis y diecisiete a América

fueron del tronco lingüístico bantú a lo largo y ancho de toda el África occidental (Martínez-

Labarga 1997: 132), hemos tomado como base de comparación sólo lenguas de este tronco en

sus respectivas familias. Para las lenguas indígenas locales hemos tomados en cuenta sólo

aquellas con cuyos hablantes se ha podido demostrar que los zambos esmeraldeños

estuvieron en contacto, siempre y cuando estuviese disponible algún vocabulario o

diccionario en dichas lenguas. De esta manera hemos logrado establecer una lista

comparativa con un total de cuatro lenguas indígenas (cha’palaa, tsa’fiki, awapit y sia pedee)

                                                            28 La lista de Swadesh contiene vocabulario básico altamente resistente a préstamos. Está formada por palabras comunes existentes en cualquier lengua humana. La lista original propuesta por Swadesh incluía unos 200 términos. Más tarde se usó una lista reducida de las palabras más resistentes al cambio, integrada por exactamente 100 términos. La lista de Swadesh permite no sólo establecer el parentesco de dos o más lenguas sino el grado de divergencia entre dos o más lenguas de una familia lingüística. Esta lista es un instrumento fundamental en lingüística histórica comparativa. 29 Para el caso de las lenguas africanas , hemos utilizado los diccionarios en línea que se encuentran en el sitio web www.freelang.net, del cual pueden ser descargados en formato electrónico previa la instalación de un software lexicográfico.

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y cinco lenguas africanas (yoruba, swahili, lingala, gbari, wolof). Ocasionalmente recurrimos

también a datos de otras lenguas de la misma familia que permiten trazar ciertas

correspondencias con el vocabulario esmeraldeño, así como a vocablos que no están en la

lista de Swadesh pero que sí se encuentran en dicho vocabulario. La información

bibliográfica de los diccionarios impresos para las lenguas indígenas comparadas se

encuentra en la bibliografía.

3.2. La toponimia y la antroponimia esmeraldeña: análisis y resultados

A diferencia del resto de resto de lenguas prehispánicas, donde no disponemos más que de

largas listas de topónimos y antropónimos para tener una idea de su antigua distribución, del

esmeraldeño poseemos a más de listas semejantes, un corpus relativamente copioso de

vocablos y oraciones en la lengua. Esta situación especial no invalida, por supuesto, el

análisis toponímico y antroponímico, si no al contrario, nos pone en la ventajosa situación de

poder corroborar, a través de una coteja de ambos tipos de datos, la validez de uno y de otros,

cosa que pretendemos realizar en esta sección, con las obvias limitaciones de espacio.

Jijón y Caamaño fue quien recogió de manera sistemática los topónimos y

antropónimos esmeraldeños en sus dos publicaciones más importantes sobre el tema (1919:

62-63; 1940, II: 420-423). Mientras la primera publicación ofrece una identificación de raíces

y terminaciones (‘bases’ y ‘finales’ las llama el autor), la segunda compila todos los vocablos

disponibles, logrando reunir un total de 58 entre topónimos y antropónimos. Complementa la

lista de Jijón y Caamaño el copioso diccionario de Paz y Miño (1961-64), que recoge para el

cuadrante 2B de su mapa, correspondiente a la zona centro-sur de Esmeraldas, un total de

193 vocablos, de los cuales, sin embargo, las dos terceras partes son toponimia chachi o

tsáchila. Es preciso señalar que no todos los vocablos consignados ni en una ni en otra fuente

se pueden atribuir unívoca y directamente a la lengua esmeraldeña, pues no todos son

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corroborados por un análisis léxico del corpus Pallares-Wolf o por la coteja con fuentes

históricas. A continuación señalamos algunos de los más importantes topónimos y

antropónimos que pueden atribuirse sin riesgo de error a la lengua esmeraldeña.

De todos los antropónimos analizados, aquel que sin lugar a dudas corresponde a la

lengua esmeraldeña, tanto por su morfología como por hallarse citado en las fuentes

históricas, es el nombre del cacique de Bey, llamado Chilindauli. El vocablo es susceptible

de ser analizado en dos morfemas /chilin/ y /dauli/. El primero de ellos significa ‘familia’

/shilin/ según el vocabulario Pallares-Wolf, mientras el segundo corresponde claramente al

nombre de un riachuelo (hidrónimo) que desemboca en el estero de Cojimíes,

correspondiente al extremo sur del territorio étnico esmeraldeño. Según Paz y Miño /dauli/ o

su variante /daule/ es también el nombre dado a una ranchería en el mismo estero de

Cojimíes. Nótese además que el mismo hidrónimo designa el río que confluye en el

Babahoyo para alimentar el sistema hídrico del Guayas y que se halla precisamente dentro

del territorio habitado por los Mangaches que huyeron de La Canoa y Coaque. En virtud de

sus componentes, el nombre Chilindauli debería considerarse más bien un patronímico que

se refiere no al nombre de un individuo, sino a un clan originario del estero de Cojimíes.

Otros dos patronímicos indudablemente esmeraldeños son los citados en la Relación

de Carranza (1568) y mencionados ya en la sección 2.2: beliquiama(s) y tacama(s). Como

todo patronímico, su origen debió estar en sendos topónimos. Éstos se pueden analizar

claramente en la raíz /kiama/ o su variante /kama/, que en el vocabulario Pallares-Wolf se

glosa como ‘casa’. Estamos, por lo tanto, como en el caso anterior, frente a dos patronímicos

asociados con clanes esmeraldeños. Más aún, a partir de una coteja con el corpus, es posible

explicar la semántica de los otros morfemas componentes, /beli/ y /ta-/.

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En primer lugar, el morfema /beli/ está directamente asociado con el vocablo /peli/,

que según Pallares significa ‘canalete’ o ‘remo’. El mismo análisis fue propuesto ya por Jijón

y Caamaño (1940, II: 422). En segundo lugar, el prefijo /ta-/, identificado en su momento por

el mismo autor (Jijón y Caamaño 1919: 62), se utiliza como clasificador de cosas cilíndricas

o alargadas, precisamente en la forma de un río y su lecho, por lo que es factible encontrarlo

presente en numerosos ríos de la cuenca hidrográfica del Esmeraldas como son: Ta-cama, río

que desemboca en la bahía de Atacames (forma castellanizada); Ta-china, afluente del

Esmeraldas y río que entra al mar al sur de Pedernales; Ta-sona, afluente del río Viche; Ta-

vuche, afluente del Esmeraldas; Ta-chile, afluente del Tiaone; Ta-seche, afluente derecho del

río Atacames; Ta-ripe, riachuelo, afluente izquierdo del Tiaone; Ta-viaza, afluente izquierdo

del Tiaone; Ta-pegüe, riachuelo, afluente izquierdo del Ta-vaiza; pero también Ta-vuchila,

río que desemboca en el mar al sur de Cabo Pasado, lugar donde se reubicaron los zambos de

San Martín de Campaz (cf. supra).

A más de los ríos mencionados, existen por lo menos tres hidrónimos más que se

corresponden con la información lingüística del corpus y con las fuentes históricas. El

primero de ellos es Chinto, nombre originario del río Esmeraldas, que aparece también

asociado con un cerro a orillas del mismo río. El segundo es el ya mencionado Tiaone,

ubicado en la parroquia de Vuelta Larga, cerca de Atacames. Tiaone aparece glosado en el

vocabulario de Pallares como ‘mujer’, pero también en la relación del viaje de Stevenson a

Esmeraldas con el mismo significado (1994 [1829]: 463). El tercer hidrónimo es Vilsa, río

que desemboca en las inmediaciones de Muisne, cuya raíz se identifica con el vocablo /vil/,

que significa ‘boca’, tanto la del hombre como por analogía la de un río.

A partir del análisis de la toponimia y la antroponimia, Jijón y Caamaño identifica los

siguientes morfemas: dos raíces, /chich-/ y /chiv-/; y cuatro terminaciones, /-le/, /-ja/ ~ /je/,

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/-de/ y /-güe/ (1919: 62s). Una coteja con los datos lingüísticos del corpus permite asignar

una pertenencia clara a la lengua únicamente a las terminaciones /-güe/ y /-le/~/-li/. La

primera de ellas es de muy baja frecuencia y aparece exclusivamente en territorio zambo

esmeraldeño: en el hidrónimo Tonchigüe, río que desemboca en la Ensenada de Galera; en

Chigüe, río afluente izquierdo del Río Verde, zona de asentamiento zambo; y en Quingüe,

población costera conocida oficialmente como Olmedo Perdomo que se halla cerca de

Atacames. La segunda terminación se encuentra sobre todo en nombres de ríos, como el ya

citado Dau-le, pero también en Tachi-le, Cheve-le, Muti-le, Onzo-le, por nombrar algunos.

De hecho, este morfema es muy frecuente en todo el corpus Pallares-Wolf. Aunque Jijón y

Caamaño le asigna una clara función morfosintáctica – la de auxiliar verbal – creemos que su

naturaleza es de otro tipo y, al menos en algunos casos, es posible asignarle más bien un

origen africano (cf. infra).

Existe, sin embargo, otra terminación que Jijón y Caamaño no considera y de la cual

es posible identificar una clara distribución en la zona de asentamiento zambo, aunque no

queda del todo clara su asignación a la lengua. Se trata de la terminación /-pe/~/-be/, que la

encontramos en varios nombres de corrientes de agua, según consta en el diccionario de Paz

y Miño (1960-64): el topónimo Tonsu-pe, que aparece en el mapa de Maldonado,

castellanizado luego como Tonsupa; Su-pe, riachuelo afluente derecho del Tiaone; Colo-pe,

riachuelo al oeste del poblado de Río Verde; Bam-be, riachuelo afluente izquierdo del río

Viche; Milum-pe, riachuelo afluente del Tachina; y Muru-pe, afluente izquierdo del río

Esmeraldas. Sin embargo, la misma terminación se encuentra en áreas de asentamiento

histórico de grupos yumbos, chachis y tsáchilas. Más aún, en dichas lenguas la terminación /-

pi/, fonéticamente cercana a /-pe/~/-be/, está asociada con corrientes de agua (por ejemplo,

chigüil-pe, comunidad y río en la provincia de los tsáchilas). Ambas cosas nos llevan a

suponer que esta final, tan común en el territorio histórico de los grupos zambos, no es propia

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del esmeraldeño sino de una lengua barbacoana, cuyos hablantes convivieron cercanamente

con los esmeraldeños, o bien ocuparon los territorios abandonados por estos cuando fueron

reasentados en otros pueblos como Cabo Pasado al sur o Limones al norte (cf. supra).

Recordemos a propósito que el grupo étnico nigua, entre quienes se asentó Illescas, tiene una

filiación lingüística barbacoana que lo acercaría al cha’palaa y al tsa’fiki.

Algo similar ocurre con una segunda terminación, tampoco mencionada por Jijón y

Caamaño y que ya identificamos en su momento en la zona de asentamiento de Illescas. Se

trata de la terminación /-che/, la cual se encuentra sobre todo en la parte suroccidental de la

provincia. La terminación se encuentra tanto en topónimos como en hidrónimos: Bun-che, río

y comunidad en las cercanías de Muisne; Cu-che, riachuelo afluente del Esmeraldas, que

aparece además en el mapa de Maldonado cerca del “sitio antiguo de los Esmeraldeños”;

Mompiche, lugar y ensenada al sur de Atacames; Ma-che, nombre de la sierra de Campaz y

afluente derecho del Cojimíes, cuyo significado aparece el vocabulario de Pallares como

“chíparo” (especie de árbol); Tase-che, afluente derecho del río Atacames; Tabu-che,

afluente izquierdo del río Esmeraldas; y por supuesto, Vi-che, afluente del Esmeraldas en la

primera zona de asentamiento de San Matheo de la Bahía. Aunque por su distribución se

puede asociar esta toponimia con la lengua esmeraldeña, no se puede excluir la posibilidad

de que la terminación corresponda a una similar (/-chi/) encontrada en numerosos topónimos

tsáchilas al oeste y suroeste del territorio esmeraldeño. Por lo demás, el hecho de que algunos

de estos nombres geográficos aparezcan en el área que las fuentes históricas asignan al grupo

étnico de los campaces, podría sugerir que éstos fueron un grupo periférico de los tsáchilas o

colorados, como efectivamente sostuvieron en su momento Jijón y Caamaño (1940, II: 108-

110) y Rivet (1905). Esto, nuevamente, invalidaría la propuesta de clasificación de Alcina

Franch (2001) y Palop Martínez (1994), quienes afirman que los campaces no eran los

llamados colorados sino un grupo independiente.

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En resumen, consideramos que la evidencia presentada con respecto a los

antropónimos (patronímicos) y los nombres geográficos (topónimos y sobre todo

hidrónimos) no sólo confirma la ubicación de los asentamientos zambos esmeraldeños que

realizamos en el capítulo anterior a partir de las fuentes históricas, sino que además dicha

toponimia tiene origen en la lengua esmeraldeña en la mayoría de los casos. Aun así,

coexisten con los nombres geográficos esmeraldeños, otros de origen barbacoano, debido a

que el área también estuvo habitada por grupos étnicos como los campaces y los niguas, que

la evidencia histórica y toponímica analizada hasta aquí permite clasificar directamente en la

misma familia de lenguas a las que pertenecen el cha’palaa y el tsa’fiki.

3.3. La lengua esmeraldeña en el corpus Pallares-Wolf

En 1877 J. M. Pallares recogió para el geógrafo alemán Teodoro Wolf un vocabulario de 471

palabras o raíces y un conjunto de 266 oraciones de la lengua esmeraldeña. Como bien señala

Wolf, en su búsqueda de hablantes Pallares tuvo “harta dificultad de encontrar todavía

algunos indios viejos que todavía entendieran y hablaran el idioma” (Wolf 1892: 529). Estas

palabras nos advierten que el corpus resultante de la recolección de Pallares fue recogido en

condiciones muy particulares que no es posible equiparar a los procesos de documentación

actual con lenguas vivas (cf. Gómez Rendón 2008a) y que imponen ciertos alcances al

análisis que de ellos se puede realizar.

3.3.1. Alcance y limitaciones del corpus Pallares-Wolf

El principal factor que influyó en la recolección del corpus y por ende en el tipo de datos

obtenidos es que para 1877 el esmeraldeño se podía caracterizar en términos actuales como

una lengua “moribunda”, es decir, aquella que tiene apenas un puñado de hablantes –

posiblemente no mayor de diez – que la utilizan sólo esporádicamente en su comunicación

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cotidiana. Esta condición de la lengua esmeraldeña para 1877 implica a su vez dos cosas: por

un lado, que sus hablantes – o mejor dicho, los que alguna vez la hablaron y que entonces la

recordaban pero no la utilizaban – mostraban un importante grado de pérdida de la lengua

(language attrition), lo que significa que habían olvidado buena parte sus elementos y reglas

de formación; por otro lado, que la pequeña comunidad de hablantes – o semi-hablantes – del

esmeraldeño no mostraba una interacción lingüística dinámica y permanente entre sus

miembros, con la obvia consecuencia de que lo que cada hablante recordaba era un uso de la

lengua en pocos y muy limitados contextos sociocomunicativos (language obsolescence).

Los efectos de la pérdida y la obsolescencia lingüísticas se plasman en las dos

grandes esferas de la lengua: el léxico y la gramática. En cuanto al léxico, estos efectos se

traducen en el olvido de un sinnúmero de vocablos que ya no cumplen una función

sociocomunicativa, o en su recuerdo errado, que supone una pronunciación incorrecta o un

significado inexacto del vocablo. Tal se comprueba, por ejemplo, en los numerales, de los

cuales Pallares pudo recoger apenas el número uno, pues, como señala Wolf, “se han

olvidado los numerales y cuentan con los castellanos” (1892: 528). En cuanto a la gramática,

los efectos de la pérdida y la obsolescencia se muestran en el olvido de paradigmas, es decir,

de opciones semánticas propias de una clase específica de palabras, como pueden ser las

terminaciones verbales propias de cada persona y tiempo, o las terminaciones nominales que

expresan las relaciones de los sustantivos con otros elementos de la oración. Esto se refleja,

por ejemplo, en la sospechosa multifuncionalidad de algunos morfemas como /-le/, pero

también en el uso de dos o más formas para significar lo mismo.

A todo lo anterior debemos añadir las condiciones propias de quien recolectó los

datos, es decir, un individuo que no hablaba la lengua y utilizaba como lengua de interacción

el castellano. Adicionalmente está el asunto de la falta de experiencia en la recolección de

datos lingüísticos – Pallares no era un filólogo – y en consecuencia utilizó exclusivamente la

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técnica de estímulo-respuesta. Esta técnica, conocida actualmente como elicitación, consiste

en presentar al interlocutor palabras en una lengua que éste y el investigador comparten – el

castellano en este caso – para que el primero produzca una equivalencia aproximada en su

propia lengua – el esmeraldeño. Aunque esta técnica es utilizada todavía en la actualidad, su

uso se combina con otras más informales y espontáneas, y requiere en todo caso una

formación especial del lingüista para obtener en realidad los datos que busca. Hacemos eco, a

manera de resumen, de las palabras de Rivet y Beuchat, recogidas a su vez por Jijón y

Caamaño, en cuanto a que los materiales “parecen haber sido recogidos en no muy buenas

condiciones, lo que dificulta, aún más, nuestra tarea, vuelta ya sumamente ardua, por el

escaso número de palabras y frases que se han conservado” (Jijón y Caamaño 1940, II: 425).

Todo lo dicho hasta aquí no invalida de manera alguna el producto de la recolección

de Pallares, que a fin de cuentas es el único vestigio sistemático de origen prehispánico. Al

contrario, el corpus no sólo es valioso como testimonio lingüístico sino además una rica

fuente de datos para explorar el origen etnolingüístico de los hablantes del esmeraldeño y sus

contactos con otros grupos étnicos, y en general llenar un vació fundamental en el mapa

étnico de la costa norte del Ecuador. Para todo esto, sin embargo, es preciso que el análisis de

los datos se realice con plena conciencia de sus limitaciones, evitando generalizaciones poco

fundadas y, sobre todo, basándose siempre en las fuentes históricas que hemos discutido en

las secciones precedentes, que deben servir como telón de fondo y contexto general para

comprender la lengua. Dicho esto, es necesario que nuestro análisis de los datos lingüísticos

principie con una caracterización tipológica de la lengua para establecer similitudes y

diferencias con otras lenguas conocidas en la actualidad, cosa que tratamos en la siguiente

sección.

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3.3.2. Clasificación filogenética del esmeraldeño a partir del corpus

Varios han sido, desde la recolección del vocabulario esmeraldeño, los que han intentado

clasificar la lengua en una u otra familia lingüística y trazar similitudes y diferencias con las

lenguas que han sobrevivido hasta hoy en la costa e incluso en otros lugares de América del

Sur. Ya Wolf señala con claridad “el parentesco entre el idioma de los Cayapas y el de los

Colorados, y la gran diferencia del de los indios Esmeraldas” (Wolf 1892: 527). Wolf sabía,

sin embargo, que sus conocimientos de geógrafo no le eran suficientes para atinar una

verdadera clasificación, por lo que poco después entregó los materiales al lingüista y

etnohistoriador alemán Eduard Seler – que había publicado ya un vocabulario de los

Colorados en 1885 – a fin de que analizara los datos y ensayara una clasificación, cosas

ambas que publicó apenas en 1902. Valga la pena señalar que para entonces Brinton había

sacado a la luz su obra The American Race (1891), donde a partir de la evidencia histórica y

lingüística disponible agrupaba las lenguas que hoy conocemos como cha’palaa, tsa’fiki y

awapit en una misma familia lingüística.

Los resultados de las pesquisas de Seler son exiguos. Como señala el lingüista, “sobre

las relaciones de parentesco de esta lengua no puedo decir nada con certeza”. Seler ensaya,

sin embargo, un intento de clasificación. Encuentra que el esmeraldeño guarda ciertas

semejanzas – pocas, como él mismo reconoce – con el Yarura, una lengua no clasificada que

se hablaba “en los llanos al este de la cordillera de Colombia, entre los ríos Meta y

Cassanare” (Seler 1902: 62). Son semejanzas de tipo gramatical y léxico, aunque

insuficientes en número y solidez. Las semejanzas léxicas son tres: ví ‘agua’ en yarura, uvvi ~

uvve en esmeraldeño; adó ‘el otro’ en yarura, itú en esmeraldeño; maa ‘corazón’ en yarura,

mil en esmeraldeño. En lo gramatical las similitudes son aún más débiles: primero, ambas

lenguas diferencian las personas a través de sufijos, aunque éstos no son cercanos en su

forma (/-sa/, /-va/, /-e/ en el esmeraldeño; /-ke/, /-me/, /-di/ en el yarura); ambas lenguas

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utilizan partículas locativas semejantes /-re/ en yarura, /-ra/ en esmeraldeño; y finalmente,

ambas lenguas distinguen los tiempos mediante el uso de sílabas que se añaden a las raíces

verbales, si bien su forma dista de cualquier semejanza posible. Evaluando la evidencia en

conjunto, concordamos con Jijón y Caamaño (1940, II: 483s) en que la evidencia presentada

es mucho más débil de lo que Seler pensaba, asumiendo aún ciertas semejanzas estructurales.

El segundo intento de clasificación fue el de Jijón y Caamaño, quien sometió los

datos del corpus a un análisis bastante meticuloso, acertado en muchas ocasiones, pero errado

en otras tantas. Luego de evaluar la evidencia este autor encuentra que tanto en lo gramatical

como en lo léxico existe una importante contribución de lenguas chibchas – en las que se

incluyen sobre todo el cha’palaa y el tsa’fiki – pero además un alto porcentaje de elementos

independientes. Una discusión pormenorizada de las similitudes léxicas y gramaticales se

encuentra a lo largo del extenso capítulo XXVI de su obra El Ecuador Interandino y

Occidental (Jijón y Caamaño 1940, II: 424-539), a la que remitimos al lector para mayores

referencias. Así, después de sopesada toda la evidencia, este autor concluye que,

“La mezcla de elementos Chibchas con otros más antiguos, podría explicar la semejanza del Esmeraldeño con el Yarura, pero a esta hipótesis se opone la existencia de voces de dicho idioma casi no alteradas (Ilumán, Iliniza, etc.) en lugares en que no debió ya usarse muchos siglos antes de la llegada de los españoles, lo que demuestra que ha poseído relativa estabilidad desde tiempos remotos. Parécenos, sin que nos atrevamos a afirmarlo, que el Esmeraldeño, como el Yarura, son formas muy diferenciadas de las lenguas chibchas, o más bien dicho, ramas del tronco fundamental, separadas antes de que se iniciara la diversificación de las varias lenguas de esta gran familia, o para ser más claros, derivada del idioma fundamental Proto-Chibcha” (Jijón y Caamaño 1940, II: 486-7).

Estas palabras sugieren, por lo tanto, una clasificación de la lengua esmeraldeña dentro del

gran phylum macro-chibcha, del cual Jijón y Caamaño es su creador y principal defensor y

en el cual clasificó numerosas familias de lenguas habladas en el norte y noroeste de América

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del Sur y Centroamérica (Jijón y Caamaño 1940, III: 420)30. En la actualidad los estudios

históricos comparativos de muchas de estas familias con nuevos y depurados datos sugieren

que Jijón y Caamaño fue demasiado lejos en su clasificación31. Aún así, es curioso que

lingüistas como Loukotka (1968) hayan aceptado sin más la propuesta de Jijón y Caamaño,

clasificando el esmeraldeño como una lengua paleo-chibcha del gran trono lingüístico

chibcha.

Un último intento de clasificación del esmeraldeño, mucho más reciente, se lo

debemos a Adelaar, quien encuentra coincidencias léxicas muy cercanas entre el esmeraldeño

y una lengua aislada, hoy extinta, que se hablaba en los contrafuertes occidentales de la

cordillera andina: el yurimangui. Su análisis se basa en un vocabulario publicado por Rivet,

que se encuentra en la relación de un viaje hecho en 1768 por el capitán Sebastián Lanchas

de Estrada. A más de las semejanzas halladas entonces por Rivet– como la negación /ba-/ en

ambas lenguas, las raíces /ya-/ y /yar/ ‘hermano’, y /-tina/ y /tiona/ ‘mujer’ – Adelaar agrega

otras dos, como son /-mia-/ y /mil-/ ‘corazón’, y /kine/ y /kuan/ ‘perro’. Este autor sostiene

que de confirmarse el parentesco esmeraldeño-yurimangui, se podría afirmar que ambos

grupos compartieron un mismo espacio geográfico con las lenguas barbacoanas, lo que, en su

opinión, “parece un escenario más convincente que las construcciones algo rebuscadas de

Seler y Rivet” (Adelaar 2005: 242). Coincidimos con Adelaar en insistir lo poco convincente

de las clasificaciones anteriores, pero nos parece igualmente débil la evidencia presentada, al

menos en el estado actual de las investigaciones sobre el tema. Al contrario, creemos

                                                            30 La profundidad histórica de la propuesta de este autor, sin embargo, va mucho más allá de estas palabras. En base a una evidencia comparativa de la toponimia de diferentes zonas interandinas y costeras, Jijón y Caamaño llega a afirmar que “los Esmeraldeños en un tiempo remoto fueron los pobladores de casi todo el Ecuador Interandino y Occidental […] y cuyos últimos representantes, vivían en el siglo XVI, arrinconados en la zona fragosa de los montes de Cojimíes y en el curso medio del Esmeraldas” (Jijón y Caamaño 1940, III: 426-8). Desafortunadamente la evidencia toponímica que presenta Jijón y Caamaño es demasiado débil a causa de un análisis errado de numerosas equivalencias léxicas como para ser aceptada en alguna medida, a la espera de un análisis meticuloso con los criterios que ofrece la lingüística histórica en la actualidad. 31 Ya Rivet se mostraba cauteloso al respecto cuando afirmaba que “el idioma esmeralda encierra un gran número de palabras con raíces chibchas, pero estas concordancias no me parecen suficientes para clasificarlo a partir de ahora en el gran grupo colombiano” (Rivet 1912: 132, mi traducción).

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necesario revalorar el análisis de Jijón y Caamaño porque ofrece sólido sustento para una

comparación que dé cuenta del contacto interlingüístico del esmeraldeño con otras lenguas de

la zona.

El valioso aporte del historiador ecuatoriano se basa no sólo en su estudio detallado

de la lengua – que, como dijimos, no está exento de errores – sino también en las numerosas

semejanzas léxicas y gramaticales encontradas con respecto a las dos lenguas – cha’palaa y

tsa’fiki – cuyos hablantes estuvieron más en contacto con los esmeraldeños nativos y luego

con los zambos. A propósito, en su estudio sobre las afinidades entre las lenguas del sur de

Colombia y el norte del Ecuador (1910), Rivet sostiene que

“las comparaciones precedentes no buscan, en nuestra opinión, establecer el parentesco de las lenguas Paniquita, Coconuco y Barbacoa con el idioma de Esmeraldas… Posiblemente muchas palabras que se asemejan en mayor o menor grado han pasado a este idioma a través de préstamos” (Rivet & Beuchat 1910: 39s, mi traducción).

En efecto, como veremos en la siguiente sección, estas semejanzas han de interpretarse

menos como fruto de un mismo origen filogenético que de un intenso contacto como el que

se dio entre estos grupos étnicos y los esmeraldeños, antes y después de producida la mezcla

con el elemento africano. Mantenemos, por lo tanto, que aún si sigue siendo válido rastrear el

origen filogenético del esmeraldeño, resulta difícil hacerlo sin perder el rastro, pues los

materiales de que disponemos no son los de la lengua nativa original sino de una lengua que

guarda una considerable mezcla de elementos del cha’palaa y del tsa’fiki, pero también del

kichwa, del castellano y, como no podía ser de otra manera, de lenguas africanas del tronco

bantú. Con esta puntualización pasemos ahora a distinguir las características tipológicas del

esmeraldeño a partir del corpus de 1877.

3.3.3. Caracterización tipológica del esmeraldeño a partir del corpus

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Entendemos por caracterización o perfil tipológico de una lengua, el conjunto de

características gramaticales que la distinguen en los diferentes niveles de descripción –

fonético, morfológico y sintáctico – y a lo largo de diferentes paradigmas estructurales. Para

esta caracterización nos hemos servido sobre todo del análisis de Jijón y Caamaño (1940, II:

425-480) – con las precauciones necesarias (cf. supra) – y del más reciente de Adelaar (2004:

155-9)32.

No están equivocados los viajeros Stevenson (1809) y Mellet (ca. 1819) que oyeron

hablar el esmeraldeño cuando afirman que es una lengua que no se parece en nada al kichwa

ni a ninguna otra conocida.

De su pronunciación, por ejemplo, nos dice Mellet que “es dificilísima de entender y

casi salvaje” (1823: 308-9). El juicio de Stevenson es mucho menos etnocentrista y, si se

quiere, más exacto en términos lingüísticos, porque afirma que el esmeraldeño “es un idioma

nasal” y más adelante añade que “no deja de ser una lengua armoniosa, y algunas de las

canciones tienen melodía agradable” (Stevenson 1994 [1829]: 463).

A partir del corpus Pallares-Wolf, parece que el esmeraldeño tenía un sistema

vocálico pentavalente, es decir, de cinco vocales (/a, e, i, o, u/), con la tendencia a un cierto

oscurecimiento de las vocales medias en sílabas no acentuadas, tal como sugiere la

afirmación de Jijón y Caamaño de que “hay ejemplos de una i casi imperceptible”. La

variación /e/~/i/ y /o/~/u/, que se puede corroborar fácilmente con un análisis de las raíces

léxicas, podría sugerir, sin embargo, que en su origen el sistema era trivalente /a, i, u/,

habiéndose registrado como pentavalente sólo en el estadio final de la lengua, muy

posiblemente por influencia del castellano. Pero esto no es lo más interesante. Hay al menos

tres rasgos del sistema vocálico del esmeraldeño, a juzgar por los datos del corpus, que los

                                                            32 Un resumen tipológico a partir de Adelaar (2004) se encuentra en la base de datos del World Atlas of Linguistics Structures-WALS. URL: http://wals.info/languoid/lect/wals_code_esm (acceso, 6.11.2012).

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asemejan y a la vez distinguen de las lenguas circundantes (barbacoanas, kichwas y

chocoanas).

Un rasgo es el aparente alargamiento vocálico, que se encuentra en la vocal abierta

frontal y se representa en el corpus como {aa}. No hay vocales alargadas con valor

fonológico ni en tsa’fiki ni en kichwa, pero se encuentran en cha’palaa (barbacoa) y sia pedee

(chocoana). Sin embargo, como el alargamiento vocálico parece más bien un fenómeno

aislado, reclama otro tipo de explicación. A propósito Jijón y Caamaño notó oportunamente

que además del acento prosódico en la penúltima sílaba que poseen la mayoría de palabras

del esmeraldeño, existiría otro que él llama “acento musical” (1940, II: 427), a juzgar por los

grafemas con que Pallares representó la terminación {àãle} en palabras como sakàãle

‘ahogado’ o yatàãle ‘acabado’, donde la primera /a/ pertenece más bien a la raíz verbal. Si

apoyamos esta explicación en la mención de Stevenson de que el esmeraldeño era “una

lengua muy armoniosa” y dicha característica se palpaba incluso en la melodía de los cantos,

entonces nos parece más que plausible que el acento musical que menciona Jijón y Caamaño

sea un rasgo suprasegmental que se conoce en lingüística como tono. La presencia de tono, el

segundo rasgo vocálico característico del esmeraldeño, permitiría explicar incluso el hecho

de que muchas veces se tilden palabras graves, cuando lo normal es no hacerlo, y que se lo

haga aparentemente con un sentido contrastivo (Jijón y Caamaño 1940, II: 426).

Cuando vamos en busca de lenguas con sistemas tonales, aunque sean simples como

en el caso del esmeraldeño (un solo tono distintivo), encontramos un problema. Con

excepción de algunas lenguas de la selva baja amazónica, con las cuales no es posible que los

hablantes del esmeraldeño hayan tenido contacto alguno o con las cuales al menos no se sabe

que el esmeraldeño pudiera tener parentesco, las otras dos áreas donde se encuentra un

número considerable de lenguas tonales son América Central (incluyendo el sureste de

México) y el África Occidental. Debe excluirse como origen de este rasgo tonal del

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esmeraldeño a América Central, porque, si exceptuamos a la india nicaragüense que vino con

Andrés Mangache, no hubo ningún otro elemento étnico centroamericano presente, más

todavía cuando sabemos que ninguna de las lenguas nicaragüenses actuales son lenguas

tonales. Quedamos pues con la única alternativa, a nuestro juicio la más probable, de que el

tono vocálico del esmeraldeño tenga efectivamente su origen en una lengua del África

Occidental, seguramente del tronco bantú.

El tercer rasgo fonético-fonológico del sistema vocálico esmeraldeño es la nasalidad.

En efecto, según se colige del grafema {~} colocado sobre algunas vocales, es posible inferir

la presencia de este rasgo, respaldado además en la palmaria aseveración de Stevenson de

que el esmeraldeño es “un idioma nasal”. De lenguas nasales, a diferencia de tonales, está

bastante poblado el paisaje lingüístico de las tierras bajas occidentales. Así, por ejemplo,

encontramos claramente este rasgo a nivel fonológico en el sia pedee y el awapit actuales, al

tiempo que existen rezagos de nasalidad presentes también en el tsa’fiki y en menor medida

en el cha’palaa. Obviamente, la nasalidad también es un rasgo ubicuo en las lenguas del

África Occidental, por lo que éste puede ser un origen alternativo de dicho rasgo.

Al pasar a la morfología y la sintaxis de la lengua encontramos un panorama

desconcertante, por decir lo menos, pues es allí donde, junto con el léxico que estudiaremos

en la siguiente sección, se evidencia no sólo el contacto del esmeraldeño con otras lenguas

vecinas, sino, sobre todo, su origen esencialmente alóctono.

La Tabla 1 muestra diez rasgos morfosintácticos comparativos entre el esmeraldeño y

cinco lenguas vecinas (cha’palaa, tsa’fiki, awapit, sia pedee y kichwa). Como todos los

rasgos forman parte de la estructura más íntima de toda lengua, es posible asumir que,

tomados en conjunto, caracterizan su perfil tipológico. Por otro lado, la mayoría de ellos

muestran una elevada estabilidad, lo que significa que es muy poco probable que cambien en

períodos cortos de tiempo y, por lo tanto, que puedan tener su origen en fenómenos de

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contacto areal (Sprachbund). Esta afirmación nos lleva a concluir que los rasgos tipológicos

reunidos en la Tabla 1 son los correspondientes a la lengua esmeraldeña original, es decir,

aquella anterior al zambaje, aunque tal conclusión puede ser demasiado apresurada.

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Tabla 1. Correspondencias tipológicas entre el esmeraldeño y cinco lenguas vecinas

Esmeraldeño Cha’palaa Tsa’fiki Awapit Sia Pedee Kichwa

1. Posición de afijos posesivos pronominales Sufijos

Sin afijos Sin afijos Sin afijos Sin afijos Sin afijos

2. Posición de afijos de caso Sufijos

Sufijos Clíticos

posposicionales

Clíticos

posposicionales

Clíticos

posposicionales

Sufijos

3. Orden de sujeto y verbo VS

SV SV SV SV SV

4. Orden de objeto y verbo VO OV

OV OV OV OV

5. Orden de adposición y frase nominal

Preposiciones Posposiciones Posposiciones Posposiciones Posposiciones Posposiciones

6. Orden genitivo (G) y sustantivo (S) SG GS GS GS GS GS

7. Orden adjetivo (A) y sustantivo (S)

AS/SA AS AS AS SA AS

8. Orden objeto-verbo + adposición-frase nominal

VO + Preposiciones

OV + Posposiciones

OV + Posposiciones

OV + Posposiciones

OV + Posposiciones

OV + Posposiciones

9. Orden objeto-verbo + adjetivo-sustantivo

Ninguno OV + AN OV + AN OV + AN OV + NA OV + AN

10. Expresión de sujetos pronominales Afijos verbales

Afijos verbales Afijos verbales Afijos verbales Pronombres opcionales

Afijos verbales

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Un breve vistazo a la tabla muestra un fenómeno que salta a la vista: existe apenas un rasgo

tipológico – la forma de expresarse los sujetos pronominales – donde la lengua esmeraldeña

comparte el mismo tipo – afijos verbales – con todas las lenguas del área excepto el Sia

Pedee. Para el rasgo correspondiente a los afijos de caso, el esmeraldeño se compara

solamente al cha’palaa y al kichwa por tener sufijos mientras el resto de lenguas poseen

clíticos posposicionales. En los restantes ocho rasgos tipológicos el esmeraldeño es

radicalmente diferente del resto de lenguas del área. Este particularismo de la lengua

esmeraldeña se refleja, como vimos en su momento, en la incapacidad de clasificarla en

alguna de las familias conocidas del área, razón por la cual se puede considerar con justo

derecho una lengua aislada. Esto no significa, sin embargo, que no provenga, como toda

lengua, de alguna otra. En este caso solo hay dos posibilidades. La primera es que el

esmeraldeño sea el último representante de una familia lingüística hoy desaparecida en el

área septentrional interandina y occidental. En este caso se confirmaría su clasificación

dentro del grupo paleo-chibcha de Jijón y Caamaño, donde entrarían incluso el yarura de

Seler y el yurimangui de Rivet. La segunda, más probable en nuestra opinión, es que el

esmeraldeño tenga un origen fuera del área interandina y occidental, o que incluso algunos de

sus rasgos tipológicos puedan venir de un área no americana.

A propósito de esta afirmación, notemos en primer lugar que las áreas sudamericanas

donde se concentran preferentemente lenguas que comparten los rasgos propios del

esmeraldeño (1, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9) son la cuenca amazónica noroccidental, la vertiente

selvática oriental de Bolivia y el Mato Grosso. Hasta donde conocemos no se ha planteado

ninguna relación filogenética con lenguas de estas áreas sudamericanas, como tampoco

ningún tipo de contacto cultural intenso y prolongado que hubiese motivado la difusión de

rasgos tipológicos profundos como los que analizamos. Sin embargo, tan pronto dejamos

Sudamérica encontramos dos áreas sorprendentemente similares, no sólo en cuanto al número

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de rasgos comunes que presentan sino a la concentración de lenguas que los poseen. Para una

mejor visualización hemos elaborado los mapas de ocho de los diez rasgos analizados (Mapas

3A-H), que son precisamente aquellos en que el Esmeraldeño se distingue del resto de

lenguas del área33. Los mapas, que se encuentran reunidos en los anexos en el mismo orden,

muestran una concentración inusual de lenguas que comparten los mismos rasgos del

esmeraldeño en Mesoamérica, particularmente en el centro y sur de México, y en el África

Occidental, en particular la franja que abarca desde Senegal hacia el sur, pasando por Guinea,

Costa de Marfil, Ghana y el resto de países del Golfo de Guinea. Sin duda, la concentración

es mayor en unos rasgos que en otros, llegando a ser dramática en algunos. Así, por ejemplo,

mientras el esmeraldeño es la única lengua en toda el área interandina y pacífica septentrional

que presenta un orden sustantivo-genitivo, hay más de una treintena de lenguas

mesoamericanas, todas ellas mexicanas, que presentan dicho rasgo, como también una decena

de ellas en la franja atlántica de África que mencionamos arriba (Mapa 3E, Anexos). La

distribución de adposiciones con respecto a la frase nominal es más radical: el esmeraldeño es

prácticamente la única lengua aborigen en toda la costa del Pacífico sudamericano que tiene

este rasgo, mientras las lenguas que lo comparten en Honduras, Guatemala y México llegan a

superar el medio centenar, con un número menor pero en ningún caso despreciable en África

Occidental, alrededor de Senegal y Guinea hasta el golfo del mismo nombre (Mapa 3D,

Anexos).

Esta distribución areal de los rasgos tipológicos comparados sugiere efectivamente la

posibilidad de un origen centroamericano para la lengua esmeraldeña. Es justo señalar que no

somos los primeros en presentar esta propuesta, discutida ya sobre un sólido análisis por el

lingüista costarricense Constenla Umaña (1991: 85ss). Recordemos a propósito que el tema

                                                            33 Para ello se ha utilizado el visualizador de mapas Google que ofrece el mismo sitio web. El lector puede elaborarlos directamente visitando al URL http://wals.info/languoid/lect/wals_code_esm y escogiendo la opción “map” en cada rasgo tipológico.

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de la navegación precolombina y los contactos Centroamérica-Sudamérica es de larga data en

la arqueología sudamericana y americana en general. La evidencia etnohistórica y sobre todo

arqueológica parece demostrar un cierto nivel de contacto cultural entre ambas áreas del

continente (cf. Alcina Franch et al 1987; Marcos 1995; Zeidler 1991). Hasta la fecha, sin

embargo, no se ha podido establecer una evidencia sólida de contactos mesoamericanos en el

terreno lingüístico, a pesar de que han sido varias las propuestas en esta dirección34. La

evidencia tipológica presentada aquí con respecto al esmeraldeño, sin ser suficiente, añade

nuevos argumentos sobre los vínculos mesoamericanos desde lo lingüístico.

Sin embargo, en Mesoamérica no se agotan las semejanzas tipológicas del

esmeraldeño. En efecto, la zona de África occidental se presenta con una significativa

distribución de rasgos compartidos con nuestra lengua de estudio. De hecho, aunque con

menor concentración que en Mesoamérica – lo que podría deberse simplemente a que se han

estudiado más lenguas en esta área – los rasgos antes mencionados aparecen en varias

lenguas de la franja occidental del continente africano, en particular en las lenguas nigero-

congolesas de las ramas congo-atlántica (Wolof, Ndut, Temne, Kisi, etc.), bantú (Gbari,

Lingala, Swahili, Zulú, etc.) y kwa (Yoruba, Igbo, etc.).

Tomando en cuenta las dos áreas de concentración de lenguas con similares

características tipológicas, se presenta un problema de interpretación según si tomamos como

criterio la clasificación filogenética o la historia de contacto. Esto significa que el dilema de

clasificación podría plantarse de la siguiente manera: ¿los rasgos tipológicos propios de la

lengua esmeraldeña provienen de una filiación genética con lenguas mesoamericanas o

provienen del contacto con lenguas africanas occidentales presentes en la zona desde

mediados del siglo dieciséis a través de esclavos cimarrones? La respuesta a esta pregunta no

                                                            34 Así, por ejemplo, Stark propone que el mochica estaría estrechamente asociado con la familia lingüística maya mesoamericana (Stark 1968, 1972). La evidencia, sin embargo, como de costumbre, es demasiado exigua.

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es nada fácil, aunque estamos convencidos de que elegir un solo camino nos haría perder la

perspectiva. Efectivamente, consideramos que ambas cosas son posibles, es decir, que los

rasgos estructurales de la comparación tipológica provendrían de ambas vertientes, aunque al

momento no es posible saber qué rasgo se podría adscribir con más seguridad a qué área. Esta

calidad bifronte de la tipología esmeraldeña es precisamente lo que nos ha llevado a

considerarla un caso especial de contacto de lenguas que hace virtualmente imposible

clasificarla univoca e inequívocamente dentro de una familia lingüística. Más todavía, como

veremos en la siguiente y última sección, la multiplicidad de orígenes de buena parte del

vocabulario esmeraldeño recogido en 1877 refleja una profunda mezcla de elementos

lingüísticos como resultado, a su vez, de una igualmente abigarrada mezcla de elementos

culturales, pues de eso mismo, de mezcla y etnogénesis, se trató el zambaje desde sus inicios.

3.3.4. Contactología de los préstamos léxicos en el corpus Pallares-Wolf

Un análisis de la parte léxica del corpus Pallares-Wolf, es decir, de aquella que corresponde a

vocablos individuales muestra una composición multifacética para el esmeraldeño. Así, a más

de las palabras que podemos asumir como originarias de la lengua esmeraldeña, encontramos

otras de diferente procedencia que, tomadas en conjunto, dan cuenta de un porcentaje de

aproximadamente 20% de todo el vocabulario recogido. Los orígenes identificados para los

distintos elementos léxicos no-esmeraldeños incluyen las siguientes familias (con sus

respectivas lenguas representadas entre paréntesis): romance (castellano), kichwa (kichwa

IIB), barbacoa (cha’palaa, tsa’fiki, awapit), chocoana (sia pedee) y bantú (wolof, yoruba,

swahili, ikalanga). Los campos semánticos de donde provienen los préstamos léxicos son

variados y pueden incluir la flora y fauna nativas, el parentesco, pero también otros ´de tipo

mucho más estable que están representados en uno o más elementos de la lista de Swadesh

(cf. supra). A continuación pasamos a discutir los diferentes orígenes léxicos del vocabulario

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y su implicación sociocultural para la situación de contacto entre el esmeraldeño y las lenguas

circundantes; adicionalmente, donde amerita, procedemos a identificar morfología propia del

esmeraldeño o asociada con otras lenguas. Buena parte de los resultados han sido presentados

ya por Jijón y Caamaño (1940, II: 488-500) y Adelaar (2004: 160; 2005: 237-240); el resto

provienen de nuestra investigación y coteja de vocabularios.

Los préstamos léxicos castellanos

Jijón y Caamaño (loc. cit.) identifica un total de catorce préstamos léxicos del castellano. Una

inspección más detenida, sin embargo, nos obliga a reducir la lista a diez vocablos,

incluyendo uno de no muy seguro origen, como es fechinisa ‘hacer’. Es posible atribuirle tal

origen siempre y cuando el préstamo se hubiese hecho en un período de la lengua castellana

en que ésta se hallaba aún en proceso de desaparecer la fricativa labial /ɸ/, cosa que pudo

haberse dado solamente hasta mediados del siglo diecisiete. Los préstamos de evidente origen

castellano incluyen verbos como kansalene ‘cansarse’ o finalene ‘llegar’. Es notable en los

verbos la presencia de los sufijos /-le-/ y /-ne/; según Jijón y Caamaño, el primero tendría la

función de auxiliar verbal, aun cuando hemos podido notar que aparece también

prolíficamente en sustantivos (cf. infra); el segundo es, en nuestra opinión, un morfema de

infinitivo y no de presente como asume Jijón y Caamaño, similar en tal sentido al awapit /-

ne-/. Existen además sustantivos asociados con la cultura hispana tales como kuale ‘caballo’,

cuchi ‘cuchillo’ o yukuchi ‘machete’ – nótese de paso la presencia del prefijo clasificador

esmeraldeño /yu-/ que se adjunta a raíces para dar la idea de algo “grueso” o “grande”. Un

elemento de clara procedencia castellana es soportane ‘cerbatana’, aunque su glosa no resulta

del todo transparente a menos que se asuma un proceso de resemantización basado en el acto

de “soportar” o “sostener” el objeto referido por el término. De nuestra parte creemos

encontrar una procedencia castellana en el sustantivo tete ‘padre’, que tendría su origen muy

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probablemente en el vocablo ‘taita’, apelativo que se daba al sacerdote en el castellano

colonial; recordemos a propósito que fueron precisamente los misioneros mercedarios

quienes primero entraron en contacto con los zambos y lograron establecerse

permanentemente entre ellos. También es posible identificar como de claro origen castellano

el vocablo birute ‘saeta’, del castellano ‘virote’, que el diccionario de la RAE se define como

“especie de saeta guarnecida con un casquillo”. Es posible que el término rampide, ‘hoja’ en

esmeraldeño, esté asociado con el término rampira, una planta muy común en la región, pero

cuyo fitónimo muy seguramente viene de una lengua indígena local que no hemos podido

identificar. Una tercera adición a la lista es el vocablo muransa ‘naranja’, de claro origen

castellano a no ser por su transfonetización.

En general todos los préstamos muestran una adaptación fonética y morfosintáctica a la

lengua matriz (el esmeraldeño); el grado de dicha adaptación depende muy probablemente de

la historia del préstamo, es decir, en qué momento fue introducido en la lengua. Así, por

ejemplo, es posible asumir que un sustantivo como kuale o tete sea de introducción mucho

más temprana que verbos como finalene o aburralene.

En términos generales, es posible explicar la presencia de préstamos castellanos, en

primer lugar, por la influencia misionera, y en segundo lugar, por la presencia de individuos

dentro de las comunidades zambas que hablaban el castellano bien como primera lengua (el

yerno de Illescas, Gonzalo de Ávila) o lengua extranjera aprendida dentro o fuera de su lugar

de origen (el mismo Illescas, la india nicaragüense que desposó Andrés Mangache). A más de

esto, se asume que conforme pasaron los años y la frontera de colonización de la sociedad

mayoritaria se expandió dentro de territorios antes no ocupados, hispanohablantes blanco-

mestizos entraron cada vez en más contacto con los zambos y estos empezaron a conocer más

y mejor el castellano.

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Los préstamos kichwas

La presencia del kichwa en el léxico es mucho menos copiosa, pero aún así no deja de ser

sorprendente, pues, como insisten las fuentes, ninguno de los grupos étnicos inmediatos a los

asentamientos esmeraldeños hablaban esta lengua, con excepción quizás de los malabas (cf.

§1.1.) si asumimos su origen serrano. El origen de estas influencias, creemos, podría ser más

bien de tipo indirecto, es decir, préstamos de préstamos de otras lenguas. De las lenguas

prestadoras originales el mejor candidato es el tsa’fiki – sobre todo en su variedad oriental, es

decir, aquella más en contacto con el mundo serrano – y el yumbo, que sería una lengua muy

cercana a la anterior, por la función de intermediarios comerciales que sus hablantes ejercían

entre el espacio interandino y las tierras bajas occidentales.

Tres son los préstamos kichwas identificados por Jijón y Caamaño. En primer lugar, los

sustantivos kuchampa, del kichwa kuchi ‘puerco’ y wallpa ‘gallina’. En segundo lugar, el

verbo -jati- ‘coger’ (de japi-), tal como aparece en la frase verbal tu-jati-niva. Si bien la

procedencia kichwa de los sustantivos es evidente, no así el verbo, más todavía si tomamos

en cuenta que todo préstamo verbal requiere por lo general un mayor grado de contacto, el

cual no ocurrió a lo largo de la historia de las comunidades zambo-esmeraldeñas. A esta

breve lista podemos añadir la palabra mishe, del kichwa mishi ‘gato’, que Jijón y Caamaño

incluye erróneamente dentro de los préstamos castellanos.

Los préstamos de lenguas barbacoanas

Los préstamos de lenguas barbacoanas son indudablemente los mejor representados en el

corpus, sea que se los atribuya al cha’palaa, al tsa’fiki o al yumbo. A propósito de los

préstamos de las dos primeras lenguas, Adelaar reseña así los hallazgos comparativos,

“Aunque la estructura del esmeraldeño y la mayor parte de su vocabulario no muestran mucha similitud con las lenguas barbacoanas vecinas, notamos una

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cantidad considerable de léxico compartido con estas lenguas (para una enumeración de los casos ver Adelaar 2004: 160). La mayor parte de este léxico común se refiere a elementos de la naturaleza […] Vale la pena notar que la coincidencia léxica entre el esmeraldeño y el tsa’fiki es mayor de aquélla que se da entre el esmeraldeño y el cha’palaachi. Además, no hemos encontrado coincidencias exclusivas entre el esmeraldeño y el cha’palaachi, ya que todas las coincidencias léxicas registradas en estas dos lenguas se encuentran también en tsa’fiki. Esta situación sugiere que los esmeraldeños mantuvieron contactos bastante intensos con poblaciones de lengua tsa’fiki, que podrían haber sido los propios chonos de las fuentes históricas, antiguos habitantes de la cuenca del río Daule” (Adelaar 2005: 138).

Adelaar (2004: 160) identifica un total de 18 préstamos de lenguas barbacoas, todos los

cuales se encuentran en tsa’fiki pero sólo siete en cha’palaa. Adicionalmente a estos

préstamos podemos mencionar: pikiwa, del cha’palaa puchuwa ‘especie de bejuco para

tejidos’ (Heteropsis ecuadorensis, Araceae), término que además se encuentra ahora en otras

lenguas vecinas como el sia pedee pero también en el castellano local; viaksho, del cha’palaa

vi’chisha ‘hacia el costado’; tica, del cha’palaa tyayu ‘sal’; mumbira, del cha’palaa uimbu

‘viejo’; munivele ‘manteca’, del cha’palaa mullinbee ‘mantecoso’; shile ‘guaba’, del

cha’palaa shillu. Creemos encontrar también dos semejanzas con el awapit: una entre vit(o)-

‘lengua’ en esmeraldeño y pit en awapit; otra entre muko- ‘piedra’ en esmeraldeño y uk en

awapit35.

Es preciso señalar que algunas de las palabras identificadas como barbacoas aparecen

incluso en otras lenguas, como el sia pedee (chocoana); tal es el caso de peple, de la misma

raíz que pepema ‘aventador’ en sia pedee; o de piama, semejante a taama en esta misma

lengua. Lo propio ocurre con el préstamo paata y sus variantes ortográficas paanta y pããta,

que aparecen igualmente en tsa’fiki, cha’palaa y sia pedee, pero no en awapit, donde

encontramos la forma diferenciada pala.

                                                            35 Un préstamo gramatical del awapit que se menciona a menudo es el sufijo /–ra/, que en esta lengua cumple exactamente la misma función de locativo y direccional como en esmeraldeño. Al respecto véase Adelaar (2004: 159).

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Tomando en cuenta la evidencia presentada, creemos que el desbalance entre

préstamos del tsa’fiki y el cha’palaa no es tan marcado como señala Adelaar (loc. cit.),

máxime cuando ambas lenguas pertenecen a una misma familia y en varios casos resulta

difícil saber de cuál de ellas vino el préstamo. Junto con los dieciocho vocablos identificados

por Adelaar, contamos un total de 26 préstamos de lenguas barbacoanas, número que

seguramente podría aumentar luego de un análisis más detenido del corpus Pallares-Wolf.

Esta presencia de préstamos barbacoanos no debe sorprendernos, sin embargo, pues como

vimos en la discusión histórica de las fuentes, los más numerosos y más intensos contactos

que establecieron desde el principio los zambos esmeraldeños fueron con poblaciones que

hablaban una lengua de esta familia: los niguas, los yumbos, y los campaces, si aceptamos

con Jijón y Caamaño que se trató efectivamente de un grupo periférico tsáchila.

Los préstamos de lenguas chocoanas

Al momento de identificar los pueblos y lenguas circundantes del área de asentamiento

zambo-esmeraldeño señalamos el caso omiso que se ha hecho hasta la fecha de los grupos

chocoanos, nombrándolos en el mejor de los casos, pero sin asumir algún tipo de presencia

que pueda motivar contactos culturales. Demostramos entonces lo errado de esta apreciación.

Ahora lo volvemos a comprobar al analizar los préstamos del sia pedee en el vocabulario

esmeraldeño. Aun si, como indicamos arriba, algunas palabras que se encuentran en

cha’palaa y tsa’fiki se encuentran también en sia pedee y entonces no es posible trazar un

origen del préstamo exclusivamente en esta lengua, ello demostraría precisamente que sus

hablantes estuvieron presentes en el contexto cultural de la costa septentrional. Recordemos a

propósito que la toponimia barbacoa se extiende al menos un grado de latitud al norte de la

frontera colombo-ecuatoriana actual, siguiendo la franja costera y el hinterland inmediato,

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señal clara de una antigua ocupación de sus hablantes en territorio que hoy en día está

ocupado precisamente por hablantes de lenguas chocoanas.

La siguiente es la evidencia de préstamos chocoanos encontrada en el esmeraldeño.

En primer lugar, po ‘soplar’ en el vocabulario Pallares-Wolf es fonéticamente cercano a p’ua

‘soplar’ en sia pedee, utilizado sobre todo para referirse a la acción de los shamanes al curar a

un enfermo – recordemos a propósito lo dicho sobre la presencia de jaipanas éperas desde

hace muchos años en territorio ecuatoriano (cf. § 1.1.). Las tres evidencias restantes son más

sorprendentes porque involucran elementos de la lista de Swadesh asociados con el

vocabulario básico: el adverbio locativo ‘allí’, que en esmeraldeño es ama y en sia pedee

jama; y el numeral uno, cuya raíz en esmeraldeño es /ba-/ mientras en sia pedee es aba; y el

interrogativo sããma ‘cómo’, que tiene una forma muy cercana en sia pedee, sããnga, en nada

parecida al interrogativo de las lenguas barbacoanas.

Los préstamos de lenguas prehispánicas desaparecidas

Como explicamos en la sección 1.1, el panorama lingüístico de la costa centro-norte del

Pacífico ecuatoriano hacia inicios de la conquista fue de extrema complejidad, por lo que es

posible que existieran entonces lenguas que ahora han desparecido; un buen caso sería la

lengua de los grupos huancavilcas y manteños (cf. Gómez Rendón 2010b). Por otro lado, si

rechazamos la hipótesis de una equivalencia entre el tsa’fiki y la lengua de los campaces, ésta

sería otra lengua que habría desaparecido sin dejar rastro. En este sentido queremos sugerir la

existencia de tres palabras que podrían estar asociadas con una de estas lenguas. La primera

de ellas ya fue identificada por Adelaar, quien señala al respecto:

“La palabra sheve ‘caucho’, que existe en esmeraldeño (Seler 1902: 56, Jijón y Caamaño [1940] 1998: 530) parece estar al origen de la palabra jebe, utilizada en el castellano de los países andinos. Esta palabra se manifiesta como sábe en las lenguas vecinas de afinidad barbacoa (Moore 1962: 288). No podemos decir ahora si se trata de un préstamo del esmeraldeño al tsa’fiki

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y al cha’palaachi o bien de lo contrario. Sin embargo, parece poco probable que el castellano hubiera tomado la palabra sheve de una lengua como el esmeraldeño, salvo cuando esta lengua hubiera tenido una extensión geográfica mayor de la que se puede deducir de su situación terminal en el siglo XIX. De hecho hay dos posibilidades: el esmeraldeño podría haber ocupado un territorio más extenso, como señalado más arriba, o podría haber tomado la palabra sheve de una lengua extinta, ubicada más al sur o de mayor prominencia durante el siglo XVI. Esta última opción hablaría a favor de una conexión de contacto, si no fuera de parentesco o identidad, entre el esmeraldeño y el huancavilca, o entre el esmeraldeño y el manteño” (Adelaar (2005: 237).

De nuestra parte hemos encontrado al menos dos palabras que, como en el caso anterior, han

pasado al castellano costeño sobre todo de Manabí y Guayas, sin encontrarse en tsa’fiki ni,

cha’palaa o awapit. Se trata de mache, que significa ‘chíparo’ según el vocabulario

esmeraldeño y es una especie de árbol endémico de la cordillera de Cojimíes, a cuyas

estribaciones septentrionales pertenece la sierra de Mache. La segunda palabra es

munchieche, de estrecha cercanía fonética con el préstamo castellano utilizado en toda la

provincia de Esmeraldas para referirse al camarón de río, llamado ‘minchilla”. ¿Se trata en el

primer caso de un residuo de la lengua de los antiguos manteño- huancavilcas? ¿O se trata,

en el segundo, de un préstamo de la lengua de los campaces? No estamos en condiciones de

responder a estas preguntas, pues se precisan más investigaciones toponímicas y lingüísticas

para trazar cualquiera de las dos asociaciones. Sea como fuere, tampoco podemos excluir una

tercera posibilidad, a saber, que los vocablos fueran lo suficientemente antiguos, cuando la

distribución de la lengua esmeraldeña era mucho más grande que la que encontró Pallares en

1877, y que en tal virtud su uso en el castellano se deba más bien a ser préstamos del

esmeraldeño (cf. nota al pie 30).

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Los préstamos mesoamericanos

Aunque se ha insistido en las relaciones o incluso el origen mesoamericano de muchos

pueblos y expresiones culturales del Pacifico ecuatorial, no se ha demostrado nada hasta la

fecha en materia lingüística. Adelaar también habla de una “conexión mesoamericana”, pero

no ofrece ningún vocablo que demuestre dicha procedencia. Sin que sea el único en todo el

corpus, creemos haber encontrado uno, que además pertenece al vocabulario básico y está

asociado con la función maternal: se trata de chiche ‘senos, pechos de mujer’, cuyo uso se ha

difundido incluso en el castellano costeño. En este caso la comparación más sugerente

aparece con la palabra náhuatl chichiuali ‘senos’. Valga decir que la palabra se encuentra

incluso en otras lenguas mesoamericanas, sin duda por difusión a partir del náhuatl debido a

la posición geopolítica que tuvo alguna vez en tiempos prehispánicos. Recordemos solamente

a manera de anécdota que la primera madre de un zambo en Esmeraldas fue precisamente

una india nicaragüense, que a no dudar habló a sus vástagos algo de su lengua – a más del

castellano que sabía al ser esclava de servicio doméstico. Estamos convencidos que una

mayor exploración de conexiones léxicas con lenguas mesoamericanas no haría sino

confirmar lo que ya se encontró en la tipología, esto es, que el esmeraldeño tiene una gran

similitud con las lenguas mesoamericanas.

Los préstamos africanos en el corpus

He querido dejar esta sección para el final del capítulo porque de alguna manera cierra

definitivamente nuestro argumento de la naturaleza del esmeraldeño que Pallares documentó

en 1877, esto es, la de una lengua mezclada, con un perfil mesoamericano en su tipología

pero a la vez con características africanas en su estructura y vocabulario. Aunque

sorprendentemente con menos frecuencia que en el caso anterior, en este también se han

hecho afirmaciones de posibles vínculos sin que se demuestre con evidencia sólida las

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conexiones. Adelaar, quien más se ha acercado a una demostración, sugiere, por ejemplo, que

el término virungule ‘desnudo’, proviene de una lengua africana, sin precisar de cuál.

De nuestra parte los resultados arrojados por la comparación de listas de Swadesh (cf.

supra) en cinco lenguas nigero-congolesas de las ramas congo-atlántica (Wolof), bantú

(Gbari, Lingala, Swahili) y kwa (Yoruba) arrojan la sorprenden cantidad de 14 préstamos de

vocabulario básico. La siguiente es una lista de los préstamos identificados y la lengua de

donde provienen.

Esmeraldeño Yoruba Swahili Lingala Gbari Wolof

1. deeve ‘ave’ ndege, 2. yawá ‘bueno’ dyegwé 3. mubul ‘ceniza’ putulú 4. dokshosiva ‘cortar’ dok ~ dog 5. mo-pine ‘día’ me ~ moi 6. tu-chiruane ‘empujar’ to- 7. anká ‘esposa’ mké 8. mu-chala ‘estrella’ mu-shato 9. ambó ‘muchos’ mbo, omo- 10. mukale ‘mujer’ mwanamke mwäsi 11. takte ‘palo’ tay(k)- 12. taha ‘pie’ tanka 13. kien ‘rodilla’ eken 14. mu-kala ‘sol’ mui- mue-

Las cinco lenguas contribuyen con diferente número de préstamos. Lingala y swahili, lenguas

ambas de amplísima distribución en el África Occidental, son las que presentan el mayor

número de préstamos, seguidas de wolof, yoruba y gbari. Tal como se esperaba, si evaluamos

los resultados según las ramificaciones del tronco lingüístico, encontramos que las lenguas

del grupo bantú contribuyen con nueve de los catorce préstamos de vocabulario básico en

tanto que el grupo congo-atlántico (Wolof) y el kwa (Yoruba) lo hacen con tres y dos

respectivamente. Es posible, claro está, que la contribución de estos últimos grupos sea

mayor si hubiésemos tomado en cuenta otra lengua relacionada. De cualquier manera, la

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existencia misma de los préstamos y la tendencia a que sean en su mayoría de origen bantú,

no sólo confirma el elemento africano que está en la raíz de la lengua esmeraldeña de

Pallares, sino además su origen, el África Occidental, y en particular, la franja occidental de

Senegal y Guinea y el golfo del mismo nombre.

A esta lista ya de por si importante podemos agregar al menos dos evidencias que no

aparecen en las listas comparativas de vocabulario básico, ambas de lenguas bantúes. La

primera y más interesante proviene de la lengua ikalaga (bantú meridional), donde nlumé

significa ‘hombre, varón’; en este caso la semejanza fonética con el esmeraldeño ilõm(ane)

es evidente. La segunda es la palabra meme para referirse al rayo en swahili, de cercana

pronunciación a bebe del esmeraldeño, postulándose en este caso una desnasalización de la

palabra original, con la conservación del lugar de articulación bilabial de las consonantes.

Ahora bien, los préstamos mismos merecen un comentario aparte. Como se puede

ver, todos han pasado por un proceso de transfonetización o acomodación fonética a la

lengua receptora – se entiende que el esmeraldeño – si bien unos muestran dicha

acomodación más que otros. A diferencia de préstamos más tardíos como los del castellano o

el kichwa, el proceso de adaptación fonética de los préstamos africanos debió haber ocurrido

en los primeros años del contacto, razón por la cual los vocablos aparecen a menudo en

formas inusitadas que sólo un análisis lingüístico puede revelar. Así, un préstamo como eken

‘rodilla’ en Yoruba apenas se transfonetiza en esmeraldeño, donde se conservó hasta el siglo

diecinueve como kien (desaparición y alargamiento vocálico); algo similar ocurrió con los

alómorfos omó y ombó ‘muchos’, también en yoruba, de donde se convirtieron en ambó en

esmeraldeño (cambio vocálico). Los procesos de adaptación en otros casos son algo más

complejos: así, por ejemplo, dyegwé en lengua gbari se despalataliza al inicio de palabra,

cambia la vocal, pero mantiene el acento, para convertirse finalmente en yawá del

esmeraldeño; asimismo, putulú en lingala sufre al menos cuatro transformaciones antes de

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convertirse en mubul del esmeraldeño: 1) nasalización de la primera sílaba; 2) cambio de

lugar de articulación de la consonante intermedia (de una alveolar a una bilabial); 3) pérdida

de la vocal de la última sílaba; y 4) desplazamiento del acento de la última a la penúltima

sílaba. Lo interesante en este último caso es que pese a todos estos cambios se mantiene a lo

largo de toda la palabra la misma vocal cerrada, posterior y redondeada (/u/).

Más interesante aún es lo que ocurrido a nivel de la morfología. Tal como muestra el

vocablo esmeraldeño dok-shosiva ‘cortar’, en cuya raíz se halla el préstamo africano /dok-/,

se ha operado una composición mixta de raíces africanas con morfología nativa

(esmeraldeña). Este fenómeno, que aparece también en otros vocablos (tu-chiruane

‘empujar’; mu-kala ‘sol’; y ta(y)k-te ‘palo’), es común en situaciones de contacto intenso y

prolongado de lenguas, sobre todo donde se dan fuertes procesos de bilingüismo. Si

consideramos además que el esmeraldeño muestra la tendencia a la incorporación de raíces

nominales en raíces verbales (Jijón y Caamaño 1940, II: 470ss), entonces el proceso de

composición se vuelve paralelo.

No queremos terminar este capítulo sin discutir la naturaleza del sufijo /-le-/. Lo

encontramos sobre todo en los verbos, según Jijón y Caamaño, a manera de auxiliar. Este

mismo autor señala que “le es uno de los verbos fundamentales del Esmeraldeño y se usa con

transitivos e intransitivos, siempre que se quiere expresar que ésta es una cualidad o modo de

ser en el sujeto” (Jijón y Caamaño 1940, II: 455). Es posible, por lo tanto, encontrarlo en los

adjetivos, lo que viene a confirmar su calidad de auxiliar. Sin embargo, /-le-/ también aparece

en sustantivos (por ejemplo, pep-le ‘aventador’, mulomi-le ‘enemigo’), en cuyo caso la

explicación ofrecida por Jijón y Caamaño no puede dar cuenta de su función.

Sobre el origen del morfema /-le-/, tenemos dos hipótesis alternativas a la que sugiere

Jijón y Caamaño. En efecto, /-le-/ ~ /-la-/ se usa en cha’palaa y en tsa’fiki para colectivizar o

pluralizar sustantivos, pero no es parte de la morfología verbal. Alternativamente, hemos

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encontrado el mismo morfema /-le-/ en mandinga, lengua mande hablada por millones de

personas en Senegal, Gambia, Guinea y Costa de Marfil, donde se utiliza como highlighter

be, es decir, como una forma de auxiliar que sirve para “resaltar” la palabra a la que sigue y

convertirla en foco del discurso (Holm 1988: 179ss), con cual pasa a cumplir sobre todo una

función de tipo pragmático y puede ser utilizado virtualmente con cualquier clase de palabra

(sustantivo, adjetivo, verbo, etc.), lo que explicaría bien su frecuencia de uso en el

esmeraldeño.

En resumen, aun aceptando la posibilidad de que /-le-/ sea un morfema originalmente

esmeraldeño como sostiene Jijón y Caamaño, consideramos que ha asumido las funciones

pragmáticas de “focalizador” que tiene el mismo morfema en varias lenguas africanas, lo

cual explicaría su uso no sólo con diferentes clases de palabras sino también su forma

particular de aglutinación de acuerdo con los datos disponibles.

Creemos haber demostrado con suficiencia a través del análisis de los datos

lingüísticos, que todo lo dicho sobre el contacto de los zambos esmeraldeños con varios

grupos étnicos de la zona, desde su misma génesis como entidad sociocultural diferenciada

hasta finales del siglo diecinueve, se refleja de manera especial y transparente en la lengua.

De hecho, si hacemos un recuento de la presencia de préstamos de otras lenguas en el

esmeraldeño, encontramos que alrededor del 20% de los vocablos del corpus son préstamos

de alguna de las lenguas arriba analizadas. Estamos seguros de que un análisis más detenido

de los datos arrojaría un porcentaje mayor. De cualquier manera, la evidencia lingüística

discutida es prueba de una mezcla intensa y multifacética de lenguas y culturas ocurrida en

una zona particularmente diversa como fue y sigue siendo el Choco meridional.

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4. Conclusiones: contacto, zambaje, mezcla y resistencia etnolingüística

Ocurre quizás con demasiada frecuencia que al describir acontecimientos como los ocurridos

a partir de 1541 con la llegada de los primeros africanos a las costas esmeraldeñas,

busquemos ante todo cronografiar los grandes acontecimientos y biografiar a los grandes

personajes que participaron en ellos. Demasiado apegados a la gramática de un grand recit,

(d)escribimos entonces la historia de los grupos olvidándonos de los micro-procesos y las

dinámicas locales que los constituyeron precisamente como actores sociales.

A contracorriente de esta tendencia decidimos que el presente estudio no se agotara

en cronografías o biografías. Hurgamos entonces en las fuentes para encontrar en ellas el

detalle, lo minúsculo, los micro-acontecimientos, las “simples” palabras. A más de uno estas

minutiae parecerán anecdóticas, de poco o ningún valor histórico intrínseco, pero son las

únicas capaces de alumbrar el proceso mismo del zambaje esmeraldeño, un proceso que sólo

las palabras, la lengua, puede revelar en su inmensa cotidianeidad.

Esta visión nos obligó a mirar de la misma manera la lengua, o mejor dicho, las

palabras escritas de ella que han llegado hasta nosotros, no como hechos dados sino como

resultados de procesos y dinámicas determinados por el contacto de varios grupos humanos.

Éstos tuvieron que hallar no sólo la forma de sobrevivir, sino que para hacerlo hubieron de

aprender a comunicarse entre sí, aun a sabiendas de que no hablaban el mismo idioma y que

la comprensión llegaría solamente con el tiempo y la cooperación comunicativa.

Si el zambaje racial, étnico, cultural y lingüístico tiene como condición inicial el

contacto entre grupos humanos distintos, éste tiene como condición la humana necesidad de

la comunicación, y ésta no puede ser más que cooperativa. Sólo así se entiende que una

lengua como el esmeraldeño pudiera albergar en su estructura y su contenido elementos de

tan variados orígenes. En este sentido, la lengua esmeraldeña es el resultado de la

sobrevivencia y la creatividad, no de uno sino de todos los individuos participantes, no de

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uno sino de todos los grupos involucrados, el resultado de sus avatares históricos pero

también el mejor trofeo de sus victorias: ninguna lengua indígena prehispánica logró lo que

ella, sobrevivir más de tres siglos. Esta supervivencia, sin embargo, no debe hacernos perder

la pista y llevarnos a creer que lo que tenemos delante es la lengua prístina de un grupo

ancestral precolombino. Al contrario, la lengua de este grupo persistió precisamente porque

acogió en su seno un maremágnum de elementos exógenos y los supo conjugar de manera

orgánica. En tal medida, la lengua esmeraldeña es el reflejo más perfecto de la sociedad

zamba, una que conjugó en su interior diferentes razas, diferentes formas de ver el mundo y

diferentes modos de vivirlo. Vaya este estudio a la memoria de aquellos hablantes sin

nombre de cuya boca escuchó Pallares palabras que no entendía y que nosotros apenas

estamos empezando a entender, palabras que más allá de cualquier fuente histórica son el

único y más auténtico testimonio del zambaje esmeraldeño.

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A N E X O S

(MAPAS)

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Mapa 1A. Distribución de lenguas con sufijos posesivos pronominales en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental)

 

   

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Mapa 1B. Distribución de lenguas con orden verbo-sujeto en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental) 

 

 

 

 

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Mapa 1C. Distribución de lenguas con orden verbo-objeto en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental) 

 

 

 

 

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Mapa 1D. Distribución de lenguas con preposiciones en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental) 

 

 

 

 

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Mapa 1E. Distribución de lenguas con orden sustantivo-genitivo en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental) 

 

 

 

 

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Mapa 1F. Distribución de lenguas con orden adjetivo--sustantivo-adjetivo en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental) 

 

 

 

 

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Mapa 1G. Distribución de lenguas con orden verbo-objeto y preposiciones en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental) 

 

 

 

 

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Mapa 1H. Distribución de lenguas sin orden objeto-verbo y adjetivo-sustantivo en Sudamérica, Centroamérica y África (Occidental)