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Pobladores rurales, prácticas políticas y construcción del territorio Osorio, Flor Edilma 2007 1 Pobladores rurales, prácticas políticas y construcción del territorio. Una revisión de algunas fuentes bibliográficas clásicas y contemporáneas 1 . Flor Edilma Osorio Pérez 2 Desde las epopeyas de los campesinos revolucionarios hasta el desprecio generalizado con que se mira al campesino señalado como apático y conforme, son diversos los análisis que se han hecho sobre el papel político de los campesinos, sus dinámicas, las situaciones en las cuales surgen y sus alcances. Desde la desafortunada comparación que hizo Marx de los campesinos como sacos de patatas, o su ubicación como seres prepolíticos, hasta el reconocimiento y exaltación que desde finales del siglo XX y comienzos del XXI se hace sobre la capacidad de las sociedades rurales en América Latina para seguir luchando con persistencia en medio de condiciones muy adversas y pese a todos los cálculos sobre su pronta y total desaparición. Este texto se sitúa en torno a esa larga y compleja discusión sobre el papel político de los campesinos y de los pobladores rurales. Vistos como subordinados y dependientes, desposeídos del poder económico y social, los campesinos y pobladores rurales, nos siguen ofreciendo lecciones de resistencia, dignidad y pensamiento propio. Así, en América Latina y de manera contundente, grupos de origen y tradición rural se constituyen en este momento en paradigmas de procesos transformadores no solo de sí mismos sino también, como ejemplo para las sociedades urbanas. Es el caso, de los zapatistas en México, de los indígenas campesinos en Ecuador y Bolivia y de los Nasa en Colombia. Tales procesos en construcción, más que triunfos rápidos dentro de la escala tradicional de valorar lo político en términos de tomar el poder del estado; dan testimonio de principios y valores en sus relaciones entre ellos y con la naturaleza, con propuestas que se salen del marco hegemónico del capital y del consumo como principal referente para construir un ideal de sociedad. Precisamente, desde la exclusión y secular discriminación, las voces de indígenas, campesinos y afrodescendientes, adquieren una fuerza y un peso mayor como fuentes de legitimidad y de conciencia de la humanidad, para pensar otros mundos posibles y para dar fuerza a las búsquedas de otros sectores, que buscan rumbos alternos. Pero qué peso tienen estas dinámicas frente al poder hegemónico de la sociedad? ¿Se trata más bien de cambios en las categorías con las cuales se analiza la realidad o cambios sustanciales en las prácticas mismas de los sujetos fruto de cada época? Es posible que haya un poco de todo esto. Pero sin duda, hay nuevos signos que muestran un panorama diferente, del que se mencionaba a finales de los años 80, cuando la inviabilidad del campesino no era solo una afirmación desde la perspectiva económica por su articulación a los mercados, sino también política y sociocultural. El documento busca hacer un acercamiento de corte general a dichos procesos, en un recorrido histórico que permita situar ciertos hitos y también desilusiones de procesos estudiados, en donde los pobladores rurales son vistos como actores centrales. Para ello estaremos retomando, en primer lugar, algunos estudios sobre 1 Informe de investigación bibliográfica realizado durante el año 2006. 2 Profesora Investigadora Universidad Javeriana. Facultad de Estudios Ambientales y Rurales. [email protected]

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Pobladores rurales, prácticas políticas y construcción del territorio Osorio, Flor Edilma 2007 1

Pobladores rurales, prácticas políticas y construcción del territorio. Una revisión de algunas fuentes bibliográficas clásicas y contemporáneas1.

Flor Edilma Osorio Pérez2

Desde las epopeyas de los campesinos revolucionarios hasta el desprecio

generalizado con que se mira al campesino señalado como apático y conforme, son diversos los análisis que se han hecho sobre el papel político de los campesinos, sus dinámicas, las situaciones en las cuales surgen y sus alcances. Desde la

desafortunada comparación que hizo Marx de los campesinos como sacos de patatas, o su ubicación como seres prepolíticos, hasta el reconocimiento y exaltación que

desde finales del siglo XX y comienzos del XXI se hace sobre la capacidad de las sociedades rurales en América Latina para seguir luchando con persistencia en medio de condiciones muy adversas y pese a todos los cálculos sobre su pronta y total

desaparición. Este texto se sitúa en torno a esa larga y compleja discusión sobre el papel político de los campesinos y de los pobladores rurales.

Vistos como subordinados y dependientes, desposeídos del poder económico y social, los campesinos y pobladores rurales, nos siguen ofreciendo lecciones de resistencia,

dignidad y pensamiento propio. Así, en América Latina y de manera contundente, grupos de origen y tradición rural se constituyen en este momento en paradigmas de

procesos transformadores no solo de sí mismos sino también, como ejemplo para las sociedades urbanas. Es el caso, de los zapatistas en México, de los indígenas campesinos en Ecuador y Bolivia y de los Nasa en Colombia. Tales procesos en

construcción, más que triunfos rápidos dentro de la escala tradicional de valorar lo político en términos de tomar el poder del estado; dan testimonio de principios y

valores en sus relaciones entre ellos y con la naturaleza, con propuestas que se salen del marco hegemónico del capital y del consumo como principal referente para construir un ideal de sociedad. Precisamente, desde la exclusión y secular

discriminación, las voces de indígenas, campesinos y afrodescendientes, adquieren una fuerza y un peso mayor como fuentes de legitimidad y de conciencia de la

humanidad, para pensar otros mundos posibles y para dar fuerza a las búsquedas de otros sectores, que buscan rumbos alternos. Pero qué peso tienen estas dinámicas frente al poder hegemónico de la sociedad? ¿Se trata más bien de cambios en las

categorías con las cuales se analiza la realidad o cambios sustanciales en las prácticas mismas de los sujetos fruto de cada época? Es posible que haya un poco de

todo esto. Pero sin duda, hay nuevos signos que muestran un panorama diferente, del que se mencionaba a finales de los años 80, cuando la inviabilidad del campesino no era solo una afirmación desde la perspectiva económica por su articulación a los

mercados, sino también política y sociocultural.

El documento busca hacer un acercamiento de corte general a dichos procesos, en un recorrido histórico que permita situar ciertos hitos y también desilusiones de

procesos estudiados, en donde los pobladores rurales son vistos como actores centrales. Para ello estaremos retomando, en primer lugar, algunos estudios sobre

1 Informe de investigación bibliográfica realizado durante el año 2006. 2 Profesora Investigadora Universidad Javeriana. Facultad de Estudios Ambientales y Rurales.

[email protected]

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revoluciones, como los realizados por Barrington Moore3, Eric Wolf4 y Hobsbawm5. Es necesario reconocer que las circunstancias históricas en las cuales vive el campesino

actual están muy lejos de las que se dieron y que fueron objeto de tales estudios ubicados en los albores de la construcción de los estados modernos. Sin embargo,

estos estudios clásicos tienen un enorme valor en el marco de la discusión sobre el papel del campesinado en tales procesos.

Igualmente, consultamos autores que analizan fenómenos más contemporáneos como los denominados movimientos sociales, las acciones colectivas y las

resistencias cotidianas. Con ellos cabría preguntarnos si estamos ad portas de un nuevo período, dados los cambios sustanciales de las sociedades rurales, tanto en

términos de articulación con el mercado, como con la tecnología y los medios de comunicación. Así mismo, y para el caso de los campesinos de los denominados países en desarrollo, encontramos unos estados con una formalidad democrática que

encubre una gran exclusión y empobrecimiento de las mayorías, en el campo no sólo político sino también político-social, en el marco de un proceso creciente, ambiguo y

contradictorio de globalización, vivida con diferentes intensidades y ritmos. Precisamente, en tales circunstancias afloran y se reconfiguran procesos de

movilización de sociedades rurales, que guardan algunas constantes con sus reivindicaciones anteriores, pero que han incorporado nuevas demandas, repertorios

y dinámicas. Encontramos así, por ejemplo, el movimiento zapatista en México6, el de los indígenas en el Ecuador, el movimiento de los campesinos e indígenas en Bolivia7, algunos movimientos de orden regional en Colombia8.

En todo el texto estaremos poniendo especial atención a identificar el proceso de

construcción territorial que va de la mano con esta dinámicas, al papel que se le reconoce a los territorios como escenario activo que condiciona y favorece determinadas prácticas y sociabilidades, y que es a la vez recurso y configurador de

sentido de luchas y reivindicaciones de pobladores rurales. Las relaciones en estas

3 Moore, Barrington, Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia, Ed. Península, Barcelona, 1985. 4 Wolf, Eric. Las luchas campesinas en el siglo XX. México, Editorial Siglo XXI. 1972. 5 Hobsbawm, Eric John. La era de la revolución (1789-1848). 1a ed. Buenos Aires : Crítica, 1997 6 Amin, Samir y François Houtart. 2003. Mundialización de las resistencias. Estado de las luchas 2002.

Forum Mondial des Alternatives, Ediciones desde abajo, L‟Harmattan. Bogotá. Hernández, Rosalva Aida.

2001. La otra frontera. Identidades múltiples en el Chiapas poscolonial. Shanan L, Hernandez y Rus, editores. 2002. Tierra, libertad y autonomía: impactos regionales del Zapatismo en Chiapas. 7 Por ejemplo, Prada Alcoreza, 2003. Perfiles del movimiento social contemporáneo. El conflicto social y político en Bolivia. En: Revista del Observatorio Social, CLACSO, OSAL. Año IV, N0.12, septiembre diciembre. García Linera, Alvaro. 2004. La sublevación indígeno-popular en Bolivia. En: Chiapas No. 16. Instituto de Investigaciones Económicas de México y Ediciones Era. 8 Son varias las experiencias analizadas en ese sentido. Cfr. Por ejemplo, Ramírez, 2001. Entre el

estado y la guerrilla. ICANH, COLCIENCIAS, sobre el movimiento de campesinos cocaleros en el Putumayo. Oslender, Ulrich. 1999. “Espacializando resistencia: perspectivas de „espacio‟ y „lugar‟ en las investigaciones de movimientos sociales”. En: Cuadernos de Geografía. Vol III, N° 1. Departamento de Geografía. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, Colombia. Hernández y Salazar. 1999. Con la esperanza intacta. Experiencias comunitarias de resistencia civil no violenta. OXFAM. Santafé de Bogotá, Colombia. Osorio Pérez, Flor Edilma 2005. Los Desplazados. Entre survie et résistance, identités et territoires en suspens. ANRT, Lille, Francia. Salgado Carlos y Prada Esmeralda. 2000. Campesinado y

protesta social en Colombia en Colombia. 1980-1995. CINEP. Bogotá.

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sociedades están marcadas de manera importante por los conflictos derivados del uso y acceso a los recursos fundamentales, tales como la tierra, y el agua que, en

tales contextos, constituyen los ejes básicos no solo para la subsistencia y la producción, sino para definición de estatus. Con frecuencia, el acceso y posesión de

estos recursos define tanto los ejes de conflicto y sus manejos, como las relaciones de poder que se van estableciendo y redefiniendo a través del tiempo.

La correlación de fuerzas para el manejo y tramitación de esos conflictos cotidianos, a su vez, está condicionada por el poder ya generado y establecido. Usualmente, por

ejemplo, la población campesina, colona e indígena constituye una de las partes en conflicto con menor capacidad de influencia para resolver tales conflictos a su favor o

de lograr, por lo menos, una mayor equidad en las decisiones políticas y jurídicas. Así, la tierra se configura como un recurso que genera una renta económica y, a la vez, incentiva la acumulación una renta política y cultural9. ¿Cómo participan los

pobladores rurales, usualmente subordinados, para intervenir en la reconfiguración de tales relaciones de poder?

El sujeto de estudio es muy diverso, complejo e interesante. Cada expresión de las aquí enunciadas, las revoluciones, los movimientos sociales y las resistencias son

fuente de largas y densas discusiones teóricas, plasmadas en volúmenes enteros. Pero el alcance de este texto es modesto y busca una aproximación que entrecruce

expresiones diversas de participación política de los pobladores rurales en un marco histórico de larga duración, con un énfasis particular en la cuestión territorial, como clave para comprender estos procesos.

El desarrollo de este estudio además de la consulta de fuentes bibliográficas, contó

con una dinámica adicional que se había pensado como una etapa posterior, y que consistió en desarrollar una asignatura electiva en la Maestría en Desarrollo Rural durante un año10. La idea de generar una articulación suficiente entre docencia e

investigación, resultó muy acertada en tanto fuerza dinamizadora del proceso de lectura y análisis que, además, pudo ser retroalimentado con los aportes de los

estudiantes. De todo ello se nutre este texto que se desarrolla en cuatro apartes: Un primero, que

se orienta a hacer un rápido mapa de las tendencias sobre la comprensión y práctica de lo político en el mundo rural. El segundo se ocupa de mirar lo que fue un

desarrollo clásico alrededor de las revoluciones y las grandes manifestaciones de tipo nacional que significaban un cambio de régimen. El tercer aparte trata de mirar las discusiones en torno a los movimientos sociales rurales con énfasis en América

Latina. El cuarto aparte se concentra en dar cuenta de la discusión en torno a las resistencias desde la economía moral y desde lo cotidiano, menos perceptible y

valorado. Finalmente, hacemos un cierre con algunas reflexiones transversales.

9 La noción de renta política es tomada de Bardham, 1999. “Entendiendo el subdesarrollo: retos de la economía institucional desde el punto de vista de los países pobres”. Documento fotocopiado. La renta cultural es una “hipótesis” que tiene su génesis en el desarrollo de Bourdieu en su texto La distinction, y en su concepto de habitus. 10 Esta dinámica docente la emprendimos con Gloria Restrepo, colega del Departamento de Desarrollo Rural y Regional.

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1. Poder y pobladores rurales: algunos elementos para la discusión

Asumiremos, como punto de partida, la comprensión de lo político en tanto tipo de

relación en cualquier campo, dentro o fuera del campo institucional. Lo político es un “magma de voluntades en conflicto, antagonismos, móvil, ubicuo”. Lo diferenciamos

de la política en la medida en que ésta última corresponde al espacio público, los partidos, los escenarios institucionales y formales del sistema (Escobar, Alvarez y Dagnino, 2001:30)11. En esta discusión aparece la tradicional división entre Estado y

sociedad civil y la pregunta por las fronteras allí presentes. Abreviando, nos estaremos concentrando en lo político como campo privilegiado, del cual forma parte

la política. De hecho, las revoluciones en particular, se han orientado fundamentalmente hacia la llegada al poder para transformar la política. Sin embargo, los movimientos sociales y resistencias no necesariamente están buscando

el protagonismo en el espacio público.

En estas precisiones es de gran ayuda la propuesta de Foucault y, de manera particular algunos de sus postulados con respecto al poder. Veámoslos con algún detalle. Uno, el postulado de la propiedad que es debatido, afirmando que el poder

no se posee, se ejerce. Es algo que está en juego. Dos, el postulado de la localización, contra el cual afirma que el Estado no es ni el único ni el más

importante espacio de poder. Al referirse a la microfísica del poder y a los dispositivos de poder que se dan en todos las relaciones sociales incluyendo aquellas de la vida privada, deja al descubierto la existente correlación entre el micropoder y

macropoder. Tres, el postulado de la subordinación del poder al modo de producción, al plantear que el poder no es una mera sobreestructura sino que actúa desde y con

la estructura misma. Cuatro, el postulado del modo de acción, cuando insiste en que más allá de los mecanismos de represión hay un muy fuerte ejercicio del poder en la normalización de los sujetos. Cinco, el postulado de legalidad, pues afirma que la ley

no es un estado de paz como se concibe usualmente, sino un campo de batalla permanente.

Para Foucault12, una sociedad sin relaciones de poder solo puede ser una abstracción, pues el poder está enraizado en el sistema de todas las redes sociales. El poder por

lo tanto, se conforma de acciones prácticas y es en esencia un principio relacional. El poder construye verdades y se sostiene con estas y allí el saber y el conocimiento

entran a formar parte de esa construcción del poder mismo. Sin embargo, donde hay poder habrá siempre resistencia, porque existe un escenario de correlación de fuerzas, que se sitúa en perspectiva histórica y es dinámico. El poder es pues una

guerra por otros medios, por lo cual la política y la guerra no son mundos separados o excluyentes, ya que la guerra es el eje estructurante de la política y del derecho,

invisible pero latente en los estados modernos. Esa guerra se traduce de varias maneras. Una de ellas es la biopolítica, o el control de las personas, de sus cuerpos y

11 Cf. Escobar, Alvarez y Dagnino, 2001. Política cultural y cultura política. Introducción. ICANH y Taurus. Bogotá, Colombia. 12 Cf, entre otros textos: Foucault, 2001. Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Alianza. Madrid. También. Deleuze, Gilles. 1994. Désir et plaisir. En: Revue Magazine Littéraire. Foucault aujourd‟hui. No. 325. Octubre.

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de sus prácticas, más allá del estado que interiorizamos y asumimos en tanto sujetos.

Estas nuevas comprensiones, categorías y discursos desde las ciencias sociales sobre

la comprensión del poder y de lo político, abren nuevas perspectivas para reconocer y comprender lo que sucede en este campo, para nuestro interés, en el ámbito de lo

rural. En particular los estudios desde la lógica de las hegemonías13, contrahegemonías y las emancipaciones, para los cuales la dominación no solo se concibe en el orden físico, sino también en la generación de una concepción del

mundo que se impone.

Ahora bien. Si asumimos con Foucault que una sociedad sin relaciones de poder solo puede ser una abstracción, pues el poder está enraizado en el sistema de todas las redes sociales, es preciso hacer explícito el poder en el proceso continuo de definir y

significar el territorio en el que habita cualquier grupo social. Entenderemos por territorio el marco socio-espacial en donde se producen los recursos materiales y

simbólicos de una colectividad, resultado de la relación dialéctica entre el espacio físico14 y las personas. “Diversamente percibido y valorado por quienes lo habitan o le ponen valor, el espacio vive sobre la forma de imágenes mentales” (Claval,

1978:20). La territorialidad, en tanto proceso de apropiación de un territorio, se teje a través de las necesarias relaciones e interacción (sociabilidades) entre las mismas

personas y con el lugar que habitan. Los territorios son entonces construcciones sociales que van a reflejar en su

configuración las sociabilidades allí generadas y las relaciones de poder. La tierra, el agua y los bosques, constituyen referentes fundamentales en la construcción de ese

lugar, en tanto recursos necesarios para poder vivir y factores de enriquecimiento, de producción y de prestigio. El acceso a los recursos y particularmente a la tierra, en zonas rurales, constituye uno de los factores diferenciadores de los habitantes

rurales. La tierra sigue siendo un factor que produce renta económica, pero no solo eso. Es un importante generador de renta política y sociocultural. De allí que la

democracia política en el papel, se vuelve añicos cuando se estrella con una flagrante antidemocracia económica, derivada de la concentración de la tierra. Es indudable que muchas de las relaciones de producción en el campo, basadas en la alta

explotación de la mano de obra, llevan aparejadas relaciones sociales y políticas de dominación. Como dice Wills15, “visto como menos que, al campesino se le dan

ordenes, pero jamás se le trata de igual a igual. La subordinación del trabajador agrícola esta implícita en la relación social, política y económica que el terrateniente establece con él (…) Nunca percibido como ciudadano, su lugar en el mapa mental

del dueño de la tierra será el de un „otro‟ que nunca alcanzará la pertenencia total a la comunidad política de ciudadanos con derechos plenos”. Pero además, la

concentración de recursos restringe de manera importante la movilidad social, pues en Colombia “quien nace de padres pobres, seguramente morirá pobre”, y los grados

13 Cf. por ejemplo. Ceceña, Ana Ester (compiladora). 2004. Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI. Clacso. Buenos Aires. 14 Con el avance de las comunicaciones, la noción de espacio, de proximidad y cotidianidad, incluye tanto lo físico como lo virtual. 15 Ver Wills, María Emma. 2007. “Tierra, explotación y democracia”. En: El Espectador, febrero.

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de pobreza son mucho más severos en las zonas rurales.16 ¿Es posible pensar en una democracia con tan altos niveles de concentración de la riqueza?

Las estructuras y las prácticas de poder local se alimentan, precisamente, de la

cotidianidad, la proximidad y los nexos entre el vecindario. Se sostienen mediante relaciones personales, reciprocidad, tributo, formas culturales de autoridad patriarcal

e inclusive el uso de la violencia física y la exclusión, entre otras, muchas de ellas reconocidas como necesarias y legítimas e inclusive percibidas como connaturales. En esa construcción simultánea con los otros pobladores y con un medio físico se van

a construir los procesos concretos de habitar un lugar, en una relación hecha a través de nuestras prácticas cotidianas, periódicas y esporádicas. A través de ese “practicar

el espacio” le damos sentido a esos lugares, van significando algo para nosotros de acuerdo con nuestras motivaciones e intenciones. Así pues, las relaciones con el lugar se establecen a través de referentes concretos y simbólicos de las prácticas

humanas. Allí se fraguan las identidades del “nosotros”, las confianzas y desconfianzas, las memorias e historias comunes.

De allí que las valoraciones, relaciones y prácticas del habitar generen una serie de relaciones muy fuertes de las cuales se nutren muchas luchas y demandas de los

pobladores. En el caso de los habitantes rurales se siguen manteniendo luchas ancestrales por la tierra, asumida como fuente de vida y presente en muchos de los

mitos de construcción de la humanidad. Más lejos o más cerca de la comprensión de la tierra como un factor de producción, ese vínculo estrecho, esa topofilia entendida por Tuan como “el conjunto de relaciones emotivo-afectivas que ligan al hombre a un

determinado lugar” (Yori, 1998:53)17, puede ayudar a explicar la fuerza política de grupos tan diversos como los indígenas U‟wa que en Colombia amenazan con el

suicidio colectivo, si perforan la tierra para extraer petróleo. O que mujeres de sectores medios campesinos, antes por fuera de la esfera pública, se levanten en Argentina para evitar el remate de sus fincas familiares. Porque para muchos

pobladores rurales, en particular campesinos, indígenas y afrodescendientes, la tierra y los territorios tienen una dimensión profunda que está ligada con su propio sentido

de lo que son y de lo que serán, por lo tanto, cuando perderlos, equivale a dejar de existir.

Haciendo mucho más complejas las dinámicas territoriales y sus inherentes construcciones de poder, es necesario poner de relieve la nueva lectura que se hace

de los recursos básicos de las comunidades rurales. La preocupación por la sostenibilidad del planeta para las futuras generaciones, y también el cálculo económico de tales recursos en un futuro próximo, refuerzan su carácter estratégico

que va a superar las ambiciones del hacendado vecino, para reorientar inversiones de grandes transnacionales. Como lo explica Porto-Goncalves18, el nuevo discurso de la

escasez, esta vez planteado a nivel global, ha justificado la adopción de políticas dirigidas a mejorar la eficacia del aprovechamiento del agua, políticas de precios y el

procesos de privatización, funciones delegadas a las denominadas empresas del

16 Cf. Estudio de Fedesarrollo. Enero de 2007 17 YORY, Carlos Mario. 1999. Topofilia o la dimensión poética del habitar. Centro Editorial Javeriano, CEJA. Santafé de Bogotá, Colombia. 18 Porto-Goncalves, Carlos. 2006. “El agua no se le niega a nadie”. Documento.

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medio ambiente, en el marco de un modelo mercantilista que transforma el destino del agua y sus destinatarios. “El agua tiene que ser pensada en cuanto territorio,

esto es, en cuanto inscripción de la sociedad en la naturaleza con todas sus contradicciones implicadas en el proceso de apropiación de la naturaleza por los

hombres y las mujeres por medio de las relaciones sociales y de poder. El ciclo del agua no es externo a la sociedad, él la contiene con todas sus contradicciones. Así, la

crisis ambiental, vista a partir del agua”, también revela el carácter de la crisis de la sociedad, así como de sus formas de conocimiento” ( Porto-Goncalves, 2006:5). Por ello no nos debe extrañar las muchas movilizaciones y crisis sociales que ya se han

hecho evidentes en torno al agua. En Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil, Canadá, Francia, sólo por nombrar algunos países se han logrado luchas sociales que han

producido el retiro de empresas privadas, las cuales inclusive han obtenido la concesión bajo cláusula de confidencialidad, como en el caso de Cochabamba (Ibid, 2006).

Los movimientos sociales rurales están fuertemente relacionados con sus valoraciones del territorio y del lugar que habitan. Un ejemplo de ello nos lo ofrece

Oslender (2002)19 quien realiza una lectura muy sugestiva frente a la relación entre territorio y luchas sociales, en un ejercicio que pone en evidencia que espacio y lugar son elementos constitutivos de las formas específicas en que se desarrolla un

conflicto dado y que el autor acuña con el concepto de "espacialidad de resistencia". Esta es una noción afín a la de territorios de resistencia que propone Routledge20, y

que busca dar cuenta de la dialéctica entre dominación y resistencia, y de cómo se manifiesta dentro del espacio y del tiempo. Es el caso de las comunidades negras del Pacífico colombiano, las cuales se definen como una organización étnico-

territorial, la lucha por el territorio está explícitamente vinculada a una re-interpretación del espacio y su significado para los actores locales (Oslender,

2002:4). Así, las relaciones sociales de comunidades negras rurales se tejen y definen a lo largo de los ríos y de las cuencas fluviales; y, desde esas sociabilidades

construidas espacialmente, ingresan fortalecidos en tanto organizaciones para jugar un contexto político de secular exclusión. Las diversas dinámicas que allí se suscitan y que son leídas en clave territorial, no se quedan solamente para estudiar a los

otros, sino que también confronta sobre el lugar y posición del quien investiga.

Porto-Goncalvez21 en un estudio muy interesante sobre los Seringueiros22 en el

Brasil, del cual fue líder Chico Méndez, símbolo del movimiento ecologista, señala cómo pese a haber existido estos, cobran existencia en tanto identidad político-cultural, al enfrentarse con un proceso de cambio radical en las relaciones con la

naturaleza, que iba en contra de la selva misma. Así el hábitat adquiere un

19 Oslender, Ulrich. 2002. “Espacio, lugar y movimientos sociales: hacia una especialidad de

resistencia”. En: Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona. Vol.VI, núm. 115, 1 de junio. 20 Routledge, Paul. 1993. Backstreets, barricades and blackouts: Nepal‟s urban terrains of resistance. Consultado en http://www.wcfi.harvard.edu. Consultado en diciembre de 2005. 21 Porto-Goncalves, Carlos. 2001. Geo-grafías. Movimientos sociales, nuevas territorialidades y sustentabilidad. Siglo XXI. México. 22 Nombre tomado de la seringueira, árbol de caucho, hevea brasiliensis, de donde se extrae la seringa

o látex

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significado particular para vivir por la selva que da lugar a un proceso de territorilización de un profundo significado en sus relaciones socioespaciales. De este

modo emerge un movimiento de seringueiros que emana de la comprensión interesada de lo que es común, lo que implica una comunidad territorial que va más

allá del espacio vivido, presuponiéndolo; que va más allá del lugar/los lugares, conteniéndolos (2001:204). Luego de una ardua lucha de 20 años, logran en 1990

que el Estado consagre su territorio en tanto reservas extractivas, lo cual se constituye una expresión de su autonomía, de la territorialidad seringueira que grafió la tierra construyendo sus varaderos no solo con los memoriales, con sus

descripciones y sus mapas necesarios para su decreto legal, sino también dejando rastros de sangre por la selva (2001:207). Así el territorio se erige en el lugar de la

diferencia, de la alteridad socio-cultural, que afirma una forma de vida y reconfigura sus múltiples relaciones, y desde el cual se confrontan los intereses del mercado mundial.

Dinámicas similares se pueden analizar frente a los bosques, los recursos genéticos,

la pesca, el aire y demás recursos, muchos de ellos presentes de manera importante en los países del sur, en manos de desposeídos y excluidos pobladores rurales. Estos territorios y poblaciones se tornan altamente codiciados frente a una globalización y

urbanización del problema ambiental, que muestra los límites de un modelo basado en el consumismo y la acumulación.

2. Los pobladores rurales y su papel en las revoluciones

Las revoluciones son “incidentes en el cambio macro histórico, es decir, como „puntos de ruptura‟ en sistemas sometidos a una tensión creciente y de las

consecuencias de tales rupturas” afirma Hobsbawm23 (1990:19) Pero, ¿cuáles con las características que diferencian una revolución? Retomando a Griewank, Hobsbawm recoge tres características: un proceso violento que ocurre de manera súbita; un

contenido social que se manifiesta en el movimiento de grupos y masas con sus acciones de resistencia; una idea o ideología que establece objetivos positivos que

apuntan a la renovación o al progreso de la humanidad. Si bien la revolución debe procurar la «transferencia potencial de poder», debe producir una transformación histórica como elemento esencial, es decir, debe haber una transferencia de poder de

un antiguo régimen a uno nuevo, ese paso no es tan lineal pues hay interrupciones y evoluciones de la revolución. Sin embargo, una revolución con frecuencia genera

una antirevolución y tanto la una como la otra, pueden ser analizadas de la misma manera. «No se oponen simplemente (...) sino que están relacionados dialécticamente»

Hobsbawm24 señala que las revoluciones no siempre surgen de una fuerza

dominante que impulse un cambio estable e igualmente que, los cambios después de estas, no siempre son sus derivados directos. Existe una gran dificultad para

distinguir condiciones previas y factores desencadenantes que provocan el estallido.

23 Hobsbawm, 1990. La revolución. En: La revolución en la historia. Roy Porter y Mikulás Teich, editores. Serie general, Los Hombres. Editorial Crítica. Barcelona. PP 16-59 24 Ibid. 190.

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Pero además, las revoluciones no son predecibles, pues en buena parte son incontrolables, afirma Hobsbawm. Por ello, la capacidad organizativa raras veces

permite dictar el curso de los acontecimientos y los intentos de planear desde abajo el estallido de las revoluciones han fracasado con frecuencia. El logro de las

revoluciones consiste, por lo tanto, en aprovechar en beneficio propio, una situación cambiante. Tampoco se puede hablar de unas características revolucionarias de los

actores pues, en determinadas condiciones, “pasan a ser revolucionarios unos individuos que no lo son en una situación normal” (1990:29) Las revoluciones engendran modelos de comportamiento identificables y tienden a reclutar a aquellos

a los que llaman. Si bien puede haber influencia por la pertenencia a una clase o grupos social, el lugar de tales grupos en la escala de participación en una

revolución va a ser incierto y variable. Esta afirmación pone en cuestión afirmaciones que asignan per se un carácter de revolucionarios o de conservadores a campesinos y a trabajadores. Los comportamientos de un mismo grupo varían según la situación.

Las protestas por el costo de vida en una época no desafían necesariamente el orden existente, pero pueden ser el principio de una revolución en otra. “La estructura y la

situación interactúan y determinan los límites de la decisión y de la acción, pero es la situación la que delimita fundamentalmente las posibilidades de acción” (1990:30). Ahí adquiere importancia las fuerzas movilizadoras que organicen e induzcan a la

acción pero eso no debe sobreestimar el papel de partidos vanguardistas.

Otro de los clásicos estudiosos de las revoluciones, Barrington Moore25, analizó tres tipos de revoluciones: las de tipo burgués, como la inglesa, la francesa y la norteamericana, conocidas respectivamente, como revolución puritana, francesa y

guerra civil Americana. Estas se caracterizan por el “desarrollo de un grupo social con base económica independiente que ataca los obstáculos que se oponen a la versión

democrática del capitalismo, obstáculos heredados del pasado” (2002:15) que condujo a la combinación de democracia occidental y capitalismo. Un segundo tipo corresponde a los casos del Japón y Alemania, las cuales según Moore, condujeron a

un sistema de tipo capitalista y reaccionario. Se trata de una revolución desde arriba, con un débil impulso burgués, y los cambios políticos y económicos permitieron un

rápido desarrollo industrial, pero dentro de un régimen fascista. Un tercer tipo de revoluciones se dan por la vía del comunismo, como los casos de Rusia y China. En todas estos tipos de revolución, “las formas como las clases altas rurales y los

campesinos reaccionaron al reto de la agricultura comercial, fueron factores decisivos para que se dieran determinados resultados políticos” (2002:18).

Para Theda Skocpol26 las revoluciones son transformaciones rápidas y fundamentales. Transforman los Estados, las estructuras de clase y las ideologías

dominantes. Tienen una importancia geopolítica más allá del país mismo como modelo o antimodelo y con frecuencia animan o inspiran procesos de

descolonización. Diferencia las revoluciones sociales exitosas de las revoluciones políticas, siendo estas últimas, por ejemplo, procesos de independencia que repiten

el mismo modelo de dominación. Luego de un análisis de las principales teorías desde las cuales se han leído las revoluciones, concluye que, en términos generales,

25 Barrington Moore. 2002. Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia. 26 Skocpol, Theda. 1984. El Estado y las revoluciones sociales. Un análisis comparativo de Francia, Rusia

y China. Fondo de Cultura Económica. México.

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la dinámica planteada señala un tiempo de inconformidad que produce un movimiento conciente de derrocamiento. Por supuesto es necesario verlas en el

contexto de las estructuras internacionales y en el marco de la historia universal. Subraya además la necesidad de identificar al Estado en tanto organización

administrativa y coactiva, potencialmente autónoma, y no caer en el error de identificarlo solamente con intereses puramente económicos o de unirlo

necesariamente con la sociedad. Pero, ¿qué lecciones nos dejan estos estudios y estudiosos sobre las revoluciones y el

papel de los pobladores rurales? Veamos algunas apreciaciones. Skopcpol señala que las revoluciones clásicas (francesa, china y rusa) marcadas por antiguos

regímenes, se caracterizan por la incapacidad del estado central, las rebeliones de clases bajas y de campesinos y por la inestabilidad en la jefatura nacional. Pese a ello, eran países ricos, agrarios y políticamente ambiciosos, pero sobretodo no

habían sido colonias. Por todo ello, su resultado fue una nación - estado centralizada y burócrata.

Para Moore27, la demanda prioritaria de los campesinos no era la libertad, sino la igualdad. Las tácticas psicológicas y organizacionales fueron importantes, pero solo

surtieron efecto cuando se correspondieron con experiencias cotidianas de los campesinos que intentan movilizar. Tanto el localismo campesino como su fijación al

suelo, no es algo innato, sino el producto de experiencias y circunstancias concretas. Esta última afirmación de Moore, nos sugiere el proceso de habitar y de construir territorio, dependiendo de manera fundamental de éste en sus características básicas

para su supervivencia. Es importante su insistencia en estudiar el cambio pero también aquello y aquellos que no cambian, pues las continuidades son muy claves

para entender las sociedades, dado que mantenerlas exige trabajos y sufrimientos. Su percepción sobre el papel de los campesinos se sitúa en la afirmación generalizada de muchas corrientes cuando afirman que “los campesinos nunca han

podido consumar una revolución por si solos” (2002:678). El triunfo de los alzamientos requiere de muchas condiciones y con frecuencia son fácilmente

sofocados. “Los campesinos han proporcionado la dinamita para volar el edificio viejo” (2002: 678), pero a las obras siguientes no han contribuido, pues han sido sus primeras víctimas. El movimiento campesino requiere liderazgo de otras clases. Pero

no hallará aliados en la elite. Quizás arrastre a un puñado de intelectuales, pero este poco pueden hacer en el campo político.

Según Wolf, "los campesinos se levantan en armas para corregir males; pero las injusticias contra las que se rebelan son, a su vez, manifestaciones locales de

grandes perturbaciones sociales. De este modo la rebelión se convierte con facilidad en revolución y movimientos de masas transforman la estructura social como un

todo. La misma sociedad se convierte en un campo de batalla y, cuando la guerra termine, la sociedad habrá cambiado y con ella los campesinos” (1970:409). Y

añade que la clave para hacer posible una rebelión campesina, está en la relación del campesino con la estructura de poder que lo rodea (1970:409). Existen diferentes dinámicas territoriales en un mismo país, que dan cuenta de particularidades en las

relaciones de producción, de subordinación, los intereses y prácticas en la revolución,

27 Op.cit. 2002

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como en el caso del sur y el norte de México. Por ello llama la atención sobre la importancia de tener en cuenta la diferenciación interna entre los campesinos. “El

factor decisivo para hacer posible una rebelión campesina está en la relación del campesino con la estructura de poder que lo rodea” (1970:394).

Pese a esta afirmación sin embargo Wolf sostiene que los campesinos tienen diversas

dificultades para asumir la participación política como medio para corregir los males que perciben. Por una parte, su trabajo lo realizan individuamente y compiten por recursos con los otros. Tienen una rutina anual que no es fácil alterar. La tierra les

permite mantenerse en la subsistencia, sin llegar a límites de sobrevivencia. Los nexos comunitarios sirven de colchón para amortiguar carencias e insatisfacciones.

Tienen redes de interés y parentesco con diferentes grupos sociales lo cual hace que estén alineados de manera múltiple, dificultando su polarización. Pero además les falta conocimiento para articularse y actuar. Por ello, no todos los estratos de

campesinos están disponibles para una revolución. «El campesino de clase media y los campesinos pobres pero „libres‟, que no están restringidos por el dominio de

ningún poder, son los que constituyen los grupos clave para los levantamientos campesinos”. Por lo tanto, “cualquier factor que sirva para ampliar las posibilidades otorgadas por la movilidad táctica, reforzará su potencial revolucionario” (1970:397).

Tales factores tienen que ver con la ubicación periférica respecto del control estatal central, las diferencias étnicas, de lengua u otros aspectos, que les refuerce su

solidaridad y sus identidades colectivas. Pero la separación con el Estado no es necesariamente física, pues puede haber una combinación de dependencia con el Estado con autonomía comunal que genera tradición y que, en tiempos de

descontento, puede explotar con éxito. En este aspecto se van a marcar dinámicas territoriales particulares, en términos de relaciones de vecindario, distancia y

vínculos con el Estado central, acciones tácticas según las condiciones geográficas del lugar y todo lo que significa la construcción identitaria.

¿Pueden los campesinos hacer una revolución sin dirección externa? Wolf afirma que cuando se han dado rebeliones autónomas, se lograron en ocasiones cambios en la

estructura social del campo, pero no hubo control del Estado. Al parecer, una rebelión en una sociedad compleja se autolimita. Los campesinos son los mayores anarquistas, cuya utopía es su aldea libre. Aquí Wolf niega la perspectiva macro de

los campesinos cuando afirma que ellos consideran al Estado como algo malo, que debe reemplazarse por su propio orden, de carácter más doméstico. Sin embargo,

“un levantamiento campesino (...) puede llevar, sin tener intención consciente, a toda la sociedad al borde del colapso” (1970:402). En sus luchas, los campesinos encuentran «la „intelectualidad armada‟ dispuesta a beneficiarse del desorden

prevaleciente para imponer el propio» (1970:402).

Analizando desde las revoluciones que estudia Wolf identifica dos formas organizativas que han sido comunes: una organización militar y un partido

semimilitar organizado en torno a una visión de nueva sociedad. Entre estos se dan diferentes prioridades, articulaciones, alianzas. Por ejemplo, en Rusia, China y Vietnam, que han tenido una ideología marxista común, las funciones del ejército y

de partido se invirtieron, para ser este último el de mayor peso y conducción. Pero hubo diferencias también derivadas de las predisposiciones culturales. En Rusia la

revolución se dio en las ciudades, mientras que en el campo se daban insurrecciones

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paralelas pero independientes. « La guerra en defensa de la revolución siguió a la toma del poder, no la acompañó » (1970:405) y el ejército rojo reforzó el proceso de

« asentamiento » de los campesinos rebeldes. En China y Vietnam, la guerra la dirigió el partido, pero a través de ella y en su desarrollo se organiza la población

campesina. Las aldeas “sirvieron de crisol para unir al ejército y los campesinos en un cuerpo común” (1970:405) lo cual impidió rebeliones campesinas no coordinadas

y autónomas como en Rusia. Allí el campesino se convirtió en miembro efectivo del nuevo orden, sólo después de pasar por la industrialización.

La discusión de Wolf tiene mucho valor para nuestro estudio en la medida en que se centra en el papel de los campesinos y en que da cuenta de muchos elementos de

orden territorial. Sus planteos a veces contradictorios, confiere sin embargo un reconocimiento relativo y restringido de su papel en las revoluciones, parecen corresponder a los vaivenes y dificultades para generalizar desde lo empírico. Desde

su óptica, “la función del campesino es esencialmente trágica: sus esfuerzos por eliminar el oneroso presente sólo desembocan en un futuro más amplio e incierto. No

obstante aunque es trágico, también está lleno de esperanza” (1970:409). La idea de la revolución armada como vía para la transformación social parece estar

en entredicho. Según Zibechi, “el problema del concepto tradicional de la revolución no es quizás que apuntó alto, sino que lo hizo demasiado bajo” (2002:36). Porque

“no hay forma de destruir al enemigo que no pase por volvernos iguales a él” (2001: ). Pero además “la estrategia menos revolucionaria es la de cambiar el mundo desde el poder (…) ya que el estado no sirve para transformar el mundo” (2002: ). La

interpretación de Zibechi se sitúa de manera muy similar a la que formula Holloway28: “cambiar el mundo por medio del Estado (…) es el paradigma que ha

predominado en el pensamiento revolucionario por más de un siglo (…) se considera que ganar el poder estatal es el punto nodal del proceso revolucionario, el centro desde el cual se irradiará el cambio revolucionario”. Esta apuesta vista como rápida y

contundente se marca en abierta oposición a una perspectiva social-demócrata reformista de tipo gradual por la vía parlamentaria y constitucional. Sin embargo,

continúa Holloway, ambos enfoques han fracasado por completo frente a las expectativas y certezas de sus defensores. Esta discusión nos remite a la pregunta fundamental del poder para qué. Sobre ello volveremos en el cierre del texto.

Pero, ¿podrían haberse hecho las revoluciones sin la contribución de los campesinos?

Sin duda es difícil extrapolar temporalmente hacia realidades actuales dado que las épocas de las revoluciones clásicas correspondieron con una distribución demográfica en donde los pobladores rurales eran mayoritarios y las sociedades estaban en un

proceso de desarrollo agrícola y una naciente industria. Además, es necesario señalar que tales revoluciones se dieron en contextos altamente fragmentados en donde,

precisamente, las revoluciones entraron a jugar en la constitución de estados modernos que buscaban fraguar su unidad a través de un nuevo orden social.

Ubicados en contextos nacionales actuales y bajo condiciones distintas de estados ya conformados pero de alta exclusión de mayorías rurales e indígenas, cómo podrían leerse las propuestas orientadas a un replanteamiento nacional, que se han hecho en

28 Cfr. Holloway, John. 2002. Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy.

El Viejo Topo. España.

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los casos de Ecuador y Bolivia, por ejemplo? Aquí encontramos una nueva categoría con la cuales denominan estos procesos que es la de movimientos sociales, sobre los

cuales nos referiremos en el siguiente aparte.

3. Movimientos sociales y las acciones colectivas de pobladores rurales

La acción colectiva es una acción voluntaria. Son "situaciones en las cuales se manifiestan convergencias entre una pluralidad de agentes sociales, una variable de intención de cooperación" (Neveau, 2000:6). Retomando un estudio previo nuestro

(Osorio, 2005)29, podemos afirmar que la acción colectiva implica la voluntad y decisión, y también la necesidad, no siempre totalmente consciente y voluntaria, de

actuar con otros en torno a algunos propósitos comunes. Requiere de la interrelación con los otros, es decir de la cotidianidad y la proximidad (Santos, 1999). En esa relación de sociabilidad, las personas crean, renuevan y movilizan diferentes recursos

materiales y simbólicos con los cuales van conformando su patrimonio social, en un tiempo (historicidad) y un espacio dados (territorio). A partir de esos recursos, que

se constituyen en patrimonio social en la medida en que se hacen y usan de manera colectiva, se estructura la dinámica interna del grupo y se marca la especificidad de ese grupo frente al entorno social (identidad colectiva), de cada persona con

respecto al grupo y al patrimonio colectivo (identidad individual) y hacia otros grupos y patrimonios (multipertenencia). En esa construcción de la identidad, la memoria se

constituye en un discurso que se crea y recrea de manera constante para producir significaciones: dar cuenta de una realidad, denunciarla públicamente o mostrarla, generar alianzas y neutralizar a sus oponentes. Así, se constituyen las justificaciones

explícitas o implícitas para conformar las acciones y para emplear ciertos repertorios. A partir de la memoria se anudan los lazos de sociabilidad y de solidaridad, de

conflicto y de controversia. De allí surgen los argumentos que se emplean para justificar y legitimar su existencia como actores sociales. Desde la memoria como lo vivido, se construye también la perspectiva de futuro y de proyecto de vida colectivo.

Las acciones colectivas son múltiples e incluyen entre otros las organizaciones, los

grupos de presión y los movimientos sociales. Las primeras a veces se identifican por el carácter formalizado de sus objetivos, sus estructuras y sus roles; parecen más previsibles, con mayor control y estructuración. En tanto, los movimientos pueden

ser vistos con dinámicas de surgimiento e interacción menos estructuradas, más fluidas, con menor jerarquía y más aleatoriedad. Sin embargo esta caracterización

polar no es cierta. Tampoco se puede hacer una diferenciación muy precisa entre los grupos de presión y los movimientos sociales. Según Neveau, los primeros tienen un carácter más presentable y los movimientos sociales parecen más sospechosos. Los

movimientos sociales actúan de manera abierta con miras a generar golpes de publicidad y de opinión pública, en tanto que los grupos de presión negocian

silenciosamente y es desde esos espacios que se definen acuerdos muy importantes para la vida de las personas. Por lo tanto si bien el movimiento social es un arma de

los grupos de presión, los movimientos parecen estar más cerca de los dominados quienes tienen menos posibilidades de ser escuchados por las instituciones en el lobby burocrático.

29 Op.cit. 2005

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Pese a estos traslapes de categorías, podemos asumir que los movimientos sociales son aquellos que producen acciones concertadas en favor de una causa, con una

lógica de reivindicación contra alguien, que en palabras de Touraine se denomina el adversario. Según Neveau, es ahí donde adquiere el movimiento una carga política

(1993:325), en la medida que hace un llamado a las autoridades políticas, para demandar una intervención pública y donde se le imputa a una autoridad pública la

responsabilidad de los problemas que están al origen de la movilización (Neveau, 2000:12). Esto tiene que ver con el cada vez mayor auge del reforzamiento del rol del estado y de la invención del derecho social que generan una ubicuidad del estado

que interviene en todo y que se convierte así en el destinatario mayoritario de las protestas. El caso del movimiento negro en EU ha llevado a concentrar las demandas

a nivel central, de manera que por pura táctica se vuelve más eficaz politizar las movilizaciones.

Touraine, uno de los autores clásicos sobre movimientos sociales, lo define como “la conducta colectiva organizada de un actor luchando contra su adversario por la

dirección social de la historicidad dentro de una colectividad concreta” (1978:103) sin separar nunca las orientaciones culturales y el conflicto social. El movimiento social tiene una doble relación: con respecto a un adversario y con respecto a una apuesta.

Plantea también la existencia de tres principios en los movimientos sociales: el de identidad, que no puede ser definida independientemente del conflicto real ya que es

el conflicto el que organiza el actor; el de totalidad, que es el sistema de acción histórico, que va más allá del conflicto mismo; y el de oposición, que significa nombrar a su adversario, aunque su acción no presuponga esta identificación

(1993:325).

Dentro del argot del estudio de los movimientos sociales, encontramos algunas nociones importantes como la arena, los repertorios y los marcos. Se habla de la arena, en tanto sistema organizado de instituciones, de procedimientos y de actores

en el cual las fuerzas sociales pueden hacerse entender, utilizar sus recursos para obtener respuestas a sus problemas" (Neveau, 2000:17). Allí se visibilizan los

problemas y se generan procesos de consecución de recursos. Pero además de esto, los movimientos sociales a través de sus diferentes repertorios producen una arena específica, que es un espacio de llamada, que se interconecta con las otras arenas.

Aunque los movimientos sociales recogen una serie de demandas que no tienen cabida ni trámite institucional, no por ello están conformados solamente por

dominados, excluidos y marginados. Los repertorios son formas de institucionalización propias de los movimientos

sociales, a través de los cuales se encuentran en concreto las personas. Los repertorios se construyen se improvisan y se recrean, cual pieza de jazz. Existe una

paleta preexistente de la cual se usan cosas según objetivos y posibilidades. Offerlé (año?) señala cuatro cambios significativos en los repertorios: la dimensión

internacional, lógicas de experticia, la dimensión simbólica y la reticencia a toda delegación de poder. Estos cambios en el tiempo dan cuenta de que existe una relativa institucionalización y organización de los movimientos sociales.

Ello tiene que ver con lo que Cefaï denomina la gramática de la vida pública,

desde la cual las denuncias, las reivindicaciones y las justificaciones de los actores

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adquieren un sentido que transforma las experiencias de los actores y la configuración de sus mundos privados y públicos (2001: 82).Los denominados

marcos de la acción colectiva se definen "como el conjunto de creencias y de significaciones orientadas hacia la acción" (Snow, 2001:41). Se derivan parcialmente

de los códigos culturales preexistentes y están conectados con la producción de movilizaciones de reivindicaciones y de protestas. Los marcos se focalizan sobre los

capitales materiales y simbólicos invertidos y sobre las estrategias organizacionales e ideológicas comprometidos para producir una acción colectiva (Snow, 2001). Las respuestas al cómo y al por qué de sus demandas van a justificar sus acciones

colectivas.

Pero, ¿cómo se han percibido expresiones de revueltas, rebeliones, y movimientos campesinos? Según Landsberger30 “las exigencias campesinas no son generalmente ni radicales ni muy amplias (…)no se han efectuado cambios en el status del

campesinado, excepto como parte de un cambio revolucionario general(…) los campesinos no toman la iniciativa en estas revoluciones, aunque desempeñan un

papel crucial en ellas al poco tiempo de su estallido, barriendo el antiguo régimen del sector agrícola. En ese momento el campesinado es, por un tiempo, verdaderamente revolucionario”. Alexandrov31, en su estudio que recoge buena parte de experiencias

de liberación nacional sucedidos en la segunda mitad del siglo XX, señala que un valioso aporte de los campesinos tanto de manera directa como apoyando las fuerzas

nacionalistas. Sin embargo, luego de la independencia política la vitalidad de los movimientos campesinos se disminuyó notablemente. Los ensayos de reformas agrarias y su posterior desmonte, en lo que el autor denomina las reformas de las

reformas. Ello llevó a nuevas expresiones de rebeliones y de presiones que continuaron marcando debilidades a estas democracias de apariencia. Así el autor

afirma de manera optimista que “se puede decir con seguridad que los movimientos campesinos de muchos países en el norte de Africa y en Asia muestran notables signos de recuperación y crecimiento. La revitalización está relacionada bastante

directamente a la diferenciación de la propiedad y de clase en el sector rural, la pauperización de un gran número de pequeños productores, el creciente desempleo

(…) y la amenaza en algunas regiones de una inanición masiva” (1978:378). Para Quijano32, en su estudio realizado en la década del 60, existen dos etapas de los

movimientos campesinos en América Latina: el período político y el de la politización. En el primero, los movimientos corresponden a las categorías de movimientos

mesiánicos, bandolerismo social, movimientos racistas y movimientos agraristas tradicionales o incipientes. La característica principal residió en que no se propusieron de manera directa la modificación de la estructura profunda de poder en

la sociedad en que participaban” (1967:7). En el período de la politización los movimientos campesinos se caracterizaron por la tendencia a poner en cuestión los

aspectos básicos del orden de dominación social en el cual participan” (1967:16), dejando de lado la condición feudal-religiosa del período prepolítico. Las formas

30 Cf. Landsberger, Henry, editor. 1978. Rebelión campesina y cambio social. Crítica, Grupo editorial Grijalbo. Barcelona. 31 Cf. Alexandrov, Yu G. 1978. Los movimientos campesinos en los países subdesarrollados de Asia y del Norte de Africa después de la segunda guerra mundial. En: Rebelión campesina y cambio social. Landsberger, Henry, editor. Crítica, Grupo editorial Grijalbo. Barcelona 32 Cf. Quijano, Anibal, 1967. Los movimientos campesinos contemporáneos en América Latina. XXXXX

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particulares que han asumido se resumen en el agrarismo reformista, el bandolerismo político y el agrarismo revolucionario. El primero de estos supone la

admisión de la legitimidad de la estructura de poder vigente y busca su mejoramiento y actuando a través de movilizaciones, que era propia de los

trabajadores urbanos. Pero también cabe en el agrarismo reformista que se orienta a la modificación de los sistemas de tenencia de la tierra. El agrarismo revolucionario

amplía sus propósitos a la modificación de “la entera estructura de poder imperante en la sociedad campesina” (1967:25), a través de métodos directos e ilegales que van desde la toma de tierras hasta la acción armada de defensa o represalia. El

bandolerismo político presente solo en Colombia, que según Quijano no es legítimamente “un movimientos campesino en sensustricto” (1967:33). Este

fenómeno es singular en Latinoamérica sobretodo “porque los objetivos perseguidos de defensa y de represalia son objetivos políticos y, en un nivel más desarrollado, también sociales”(1967:37).

Afirma el autor que la organicidad, la modernización de las organizaciones y las

formas de lucha, la generalización a escala nacional, la coordinación y la centralización, su carácter no espontáneo, la ruptura creciente con ideologías de tipo feudal-religioso, la politización creciente de sus niveles más desarrollados y la

institucionalización de una nueva estructura de poder que compite con la estructura tradicional de poder en el campo” (1967:57) serían a juicio de Quijano las nuevas

características de los movimientos campesinos. Esta emergencia del movimiento campesino se explica por un proceso de „clasificación‟, es decir por su diferenciación y organización social como clase.

Unas décadas más tarde el autor, en un análisis del denominado movimientos

indigenista en América Latina33, recoge por una parte su análisis sobre la colonialidad del poder, fundada en cuatro aspectos: Uno, la racialización de las relaciones entre colonizadores y colonizados. Dos, en la configuración de “un nuevos sistema de

explotación que articula en una sola estructura todas las formas históricas de control del trabajo y explotación en torno a la hegemonía del capital. Tres, el eurocentrismo

como nuevo modo de producción y de control de subjetividad, en tanto imaginario, conocimiento, y memoria. Y cuatro, el establecimiento de un nuevo sistema privado de control de la autoridad colectiva, como exclusivo atributo de los colonizadores o

blancos, hegemónico desde el siglo XVIII. Es en este contexto, que se configura “el problema indígena” que maniata el movimiento histórico en América latina y que se

fundamenta en el desencuentro entre nación, identidad y democracia. Ello ha significado en la práctica un “estado de derecho” con “una sociedad de derecha”, y que marca unas relaciones que se han movido y combinado entre el asimilacionismo

cultural y la discriminación de los indios. Siguiendo estas reflexiones podríamos añadir que en este proceso entraron también las poblaciones y campesinas, todos

ellos pobladores rurales. Redefinir la cuestión nacional y la democracia política constituyen dos retos fundamentales, en tanto posibilidad de transformación y

potencial conflictivo para confrontar el patrón de poder colonial. Otro análisis de los últimos 25 años de luchas rurales, plantea que se han dado dos

33 Quijano, Aníbal. 2004. El movimiento indígena y las cuestiones pendientes en América Latina.

Consultado en www.forociudadano.com/regional/QuijanoMovIndigenaAL.htm. en octubre 2006.

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fases, en consonancia con procesos de orden económico: una caracterizada por la organización y el discurso indigenista, dado que los campesinos habían pasado de

explotados a despojados. A partir del 2000 y en medio de un incremento de las migraciones rurales, se recampesinizan los movimientos en un proceso que pugna

por la integración con dignidad de los excluidos (Rubio, 2006:13).34

En el vasto debate sobre los movimientos sociales y situados en discusiones sobre el carácter de éstos, retomamos aquí la discusión y propuesta de Ferro35 (2007) cuando se pregunta por la categoría más apropiada para denominar los procesos

actuales, muchos de los cuales tienen raíces en siglos atrás, y van más allá de la diferencia cultural por lo cual la categoría de nuevos movimientos sociales no les

queda, como tampoco les cuadra el dilema reforma-revolución (2007:9), por su horizonte utópico y por su ausencia de formas armadas para tomar el poder del estado. No son movimientos sociales modernos y tampoco son posmodernos, en

tanto están lejos de comulgar con los principios del mundo occidental, racional hegemónico y están lejos del relativismo. Son profundamente políticos y/o son

partidos, son profundamente revolucionarios y no son grupos guerrilleros marxistas-leninistas, están fuertemente enraizados en un territorio local y son movimientos de impacto local (…) trastocan el sentido político de la autonomía pues creen que la

autonomía no es una solución política exclusiva para ellos sino para todos (2007:9). El autor se refiere a casos tan disímiles como los aquí mismo tratados: ecuador,

Bolivia, el Movimientos sin tierra del Brasil, los piqueteros en Argentina, los Nasa en Colombia, el Movimiento Zapatista en México. Para Ferro, la mejor denominación es la de movimientos emancipatorios entendiendo estos como aquellos que se mueven

del lugar al que históricamente estaban asignados en la búsqueda permanente de una nueva sociabilidad de base comunitaria y territorial que intenta superar todas las

formas de dominación existentes con base en la dignidad, la autonomía, la igualdad y el respecto a la diferencia (2007:10) y desde una perspectiva integral que articula las diferentes escalas, en articular la relación global-local. Para Ferro, la noción de

movimientos emancipatorios permite distinguirlos de los otros movimientos, porque los recoge a todos, en contra de cualquier forma de poder y entendiendo este como

una relación social regulada por el intercambio desigual (2007:41). 4. Resistencias cotidianas de pobladores rurales.

La literatura nos muestra por lo menos dos grandes formas de las resistencias.

Ambas se sitúan en contextos de alta dominación, unas de manera silenciosa y casi soterrada, otras abiertas y confrontadoras. ¿Es una mejor que la otra o tiene más validez social y política? ¿Son quizá excluyentes o convergen mezcladas de manera

aleatoria según la circunstancias? Quizá debamos también incorporar una tercera acepción que ubica las resistencias como una actitud humana tan presente como las

dominaciones, y por ello inmersa no solo en las revoluciones, revueltas, movimientos sociales, sino en todas las relaciones de poder, esto es en todas las relaciones

sociales y en todas las sociedades. Demos un vistazo a cada una de las dos formas

34 Rubio, Blanca.2006. Exclusión rural y resistencia social en América latina. En: La cuestión rural en América latina. Exclusión y resistencia social, VII Congreso. Alasru. Númro 4. México. 35 Ferro, Juan Guillermo. 2007. Aproximaciones y debates sobre los movimientos emancipatorios.

Capítulo I, Tesis doctoral. Documento borrador. UNAM. México.

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Pobladores rurales, prácticas políticas y construcción del territorio Osorio, Flor Edilma 2007 18

ya mencionadas.

4.1. Las resistencias cotidianas. Se refieren a aquellas prácticas y expresiones casi imperceptibles. Estas se ubican dentro del concepto de "economía moral",

propuesto por Thompson, que se constituye en una especie de equilibrio o campo de fuerza y en el regateo entre fuerzas sociales desiguales en el cual, el más débil,

todavía tiene derechos reconocidos sobre los más poderosos36. Según este autor toda dominación tiene sus normas de comportamiento, sus sanciones y sus transgresiones, es decir un orden aparente y explícito que regula tales relaciones. De

manera simultánea se dan unos "textos ocultos" de resistencia cotidiana que, a manera de compensaciones, se van construyendo desde los más débiles, y que

pueden desatar acciones colectivas de rebeldía explícitas cuando se rompe el equilibrio entre explotación y reciprocidad (Scott, 1976)37. Dado que las resistencias cotidianas se dan en medio de alianzas tácitas entre las personas y no en

expresiones colectivas organizadas y abiertas, pasan desapercibidas o vistas en apariencia con un sentido muy pragmático, que con frecuencia es sólo una

sumisión... aparente. La guerra es una realidad en donde todos los riesgos son altos y en donde la

dominación expresa de grupos armados, por principio de la realidad política lleva a buscar algunos mecanismos de seguridad. Desde las fisuras de ese control y

dominación, y a través de unas tácticas en donde el ingenio del débil por sacar partido del fuerte, se puede llegar a en una politización de las prácticas cotidianas, esto es a una serie de microrresistencias, en términos de De Certau38. Así, en el caso

de la guerra en Colombia, en las regiones y localidades el silencio es el mejor seguro para sobrevivir. “En boca cerrada no entran moscas” parece ser el lema pues además

no es fácil confiar en los otros. En este contexto de alta desconfianza y riguroso control, las resistencias cotidianas se constituyen en el mecanismo posible frente a una dominación difícil de disputar y de transgredir de manera abierta y organizada39.

El riesgo se disminuye y previene, en la medida en que se asuma una lógica de

sometimiento e incluso de cooperación a las normas impuestas. De allí que se deban obedecer ciertas órdenes de organización, de participación en manifestaciones y, sobretodo, de evitar reclamaciones o confrontaciones que puedan provocarles

problemas con quienes detentan el poder. La historia de reivindicaciones y reclamaciones perseguidas y aniquiladas, también coadyuvan a generar aprendizajes

silenciosos para valorar cotidianamente el peligro, mientras se mantiene una subordinación aparente. Como lo señala Lüdtke “un comportamiento conformista no corresponde casi nunca a la imagen de una marioneta” (2000:71)40.

36 En 1971 en Past and Present. Una revisión crítica de los diferentes cursos que ha tomado ese concepto puede leerse en: La economía moral revisada, escrita por Thompson en 1991. La versión en español aparece en Costumbres en Común, E.P. Thompson, Editorial Crítica, Barcelona, 1995. 37 Scott, James. 1976. The moral economy of the peasants. Yale University Press. New Haven. 38 De Certeau, Michel. 1990. L‟invention du quotidien. Arts de faire. Gallimard. Paris. XX 39 En algunas familias se desarrollan estrategias de aparente convivencia, sin rechazos abiertos, pero manteniendo la distancia. Ello se traduce, por ejemplo, en buscar disculpas de todo orden para no aceptar invitaciones de “ellos” que son sus vecinos a beber, celebrar y hasta a sembrar coca. Los hijos deben hacer lo propio para evitar compartir con otros jóvenes que están con “ellos”. La familia en general, busca recogerse en la casa muy temprano y mantenerse adentro para evitar problemas. 40 Lüdtke, Alf. 2000. Des Ouvriers dans l'Allemagne du XX siècle. Le quotidien des dictatures.

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Veamos algunos ejemplos de estas resistencias cotidianas, silenciosas, casi invisibles.

En un municipio de la costa atlántica los grupos paramilitares definieron quién podría ser el candidato a la alcaldía municipal, hecho bastante generalizado. Sin embargo,

otro candidato independiente se inscribió y, al parecer, dado su bajo perfil y pocas posibilidades de éxito, no fue prohibido. Un sector de la población, de manera no

organizada, fue modificando poco a poco su decisión hacia este segundo candidato, quien fue ganando adhesiones porque “era el candidato pobre”, “por demostrar que no nos pueden imponer lo que quieran” y “porque quede claro que aquí no todos

somos autodefensas”. Aunque no ganó pero tuvo una votación significativa. Lo interesante de subrayar aquí es la vigencia de un sentido crítico en medio de una

situación de dominación, pese a no asumir una acción colectiva explícita, dadas las evidentes condiciones de desventaja.

En otro municipio y frente a la prohibición explícita y personal con amenazas concretas a los jóvenes, estos mantuvieron y ampliaron el uso de aretes, llegando a

ser una práctica generalizada. “Una vez nos reunimos un montón de pelados que tenemos aretes, en un chuzo de maquinitas nos alcanzamos a juntar como cincuenta o sesenta, todos amigos unos de otros, y el dueño del chuzo que es amigo de

nosotros lo cerró y ahí adentro empezamos a hablar de que estaban matando los pelaos por los aretes y uno se paró y dijo que los aretes no nos los íbamos a quitar,

que así maten al que maten no nos los quitamos y todos dijimos que sí (...) y después nos andaban cogiendo de a uno por el pueblo “que quiubo, que de qué hablaron, que quién fue el que habló, que si fue usted”, pero nosotros nada”.(

Madarriaga, 2006:68)41. Este ejercicio de sutil desobediencia, no individual sino colectiva, muestra la capacidad de alianza y complicidad para hacer un pacto y para

no denunciar pese a las presiones y peligros inminentes. ¿Hasta dónde tenían conciencia los jóvenes de los límites políticos del poder militar?

Mostrar su inconformidad y su rabia, tiene lugares y momentos. “En los velorios nadie abre la boca, pero una vez cuando mataron a uno de los paracos grandes

después había gente que iba al cementerio y le saltaba encima de la tumba y le escupía y „siquiera te mataron paraco hijueputa‟”. Este tipo de prácticas se corresponde más con los planteamientos de Scott42, cuando afirma que “cada grupo

subordinado produce, a partir de su sufrimiento, un discurso oculto que representa una crítica del poder a espaldas del dominador” (2000:21). La construcción y sentido

de los discursos públicos y ocultos, es para Scott parte sustancial de las formas en que se entretejen y fortalecen las resistencias cotidianas pues cada grupo subordinado produce, a partir de su sufrimiento, un discurso oculto que representa

una crítica al poder a espaldas del dominador (2000:21) Por ello la primera declaración pública del discurso oculto tiene una prehistoria que explica su capacidad

de producir conquistas políticas (…) su capacidad movilizadora como acto simbólico es potencialmente asombrosa (…) la primera declaración habla de innumerables

subordinados, grita lo que históricamente había tenido que ser murmurado, controlado, reprimido, ahogado y suprimido (2000:266).

L‟Harmattan. París, Francia. 41 Cf. Madariaga, op. Cit.Capítulo 11. 42 Scott, James. 2000. Los dominados y el arte de la resistencia. Ediciones Era. México.

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Para Scott, los grupos que carecen de poder mientras no recurran a una rebelión,

están interesados en mantener las apariencias de una relación hegemónica de poder. De ahí la importancia de lo oculto que se disfraza pero termina haciéndose evidente,

a través de chismes, rumores, cuentos, canciones, chistes, y gestos, mecanismos por medio de los cuales se protegen en el anonimato se constituyen en formas de

insubordinación ideológica y podrían según el autor, denominarse la infrapolìtica de los desvalidos (2000:22). Los interesantes estudios de Scott con respecto a las formas encubiertas de resistencia, particularmente de poblaciones rurales

subordinadas, dejan sin embargo, en ciertas afirmaciones como ésta última, un sabor de displicencia y de marginalidad con respecto a aquello que se podría considerar

como lo verdaderamente político y generan ambigüedad con respecto a vehementes defensas que se hacen en otros apartes, sobre toda la construcción y sentido de estas prácticas. Al respecto vale la pena considerar que tales prácticas no son

solamente de subordinados pobres e ignorantes, sino que es posible encontrarlas en los ambientes laborales modernos, en las relaciones educativas, en las relaciones

familiares y parecen constituirse en mecanismos para evitar situaciones conflictivas o para manejar relaciones muy sensibles pero muy importantes. Pero, además, creo que constituyen expresiones altamente significativas, con carácter político, que

buscan contrarrestar ejercicios de poder y de dominación y que dan señales inequívocas de conciencia crítica, lejos de la apatía o el conformismo. Pero además,

conviven y comparten espacios y tiempos con otras expresiones abiertas de reivindicación y de lucha, tanto en el campo como en la ciudad.

4.2. La resistencia civil o no violenta. Es una oposición a la dominación o a la presión que implica tres características: Una, la afirmación de la identidad de los

sujetos que resisten, que exige una toma de conciencia y afirmación de su propia dignidad, de liberarse del miedo. Dos, la desobediencia colectiva y la no colaboración para enfrentarse con quien está ejerciendo la dominación. Tres, la consecución de

terceras fuerzas que apoyen su causa, lo cual implica abrirse al exterior y buscar en la opinión pública, entendida como “contra-poder” (Semelin, 1999).La resistencia

civil parte del reconocimiento del “poder de los sin poder” y está relacionada con una posición de lucha sin armas, que supone un aprendizaje dentro del riesgo compartido haciendo prueba de unidad y solidaridad. En la resistencia la organización social

cobra gran importancia a la luz de ciertos ideales y de su asunción como sujetos de derechos. Exige, por lo tanto, una nueva manera de ser y de hacer, que reafirma una

nueva identidad, la cual se manifiesta a través de la palabra, la marcha o la manifestación. La resistencia civil supone una clara definición del adversario: un régimen dictatorial, una empresa injusta, etc.43

La resistencia civil si bien parece estar presente en la historia de la humanidad, su

génesis contemporánea se ubica con frecuencia en el texto de Thoreau44 escrito en

43 De hecho, las Comunidades de Paz (grupos que se han declarado públicamente neutrales y que cuentan con acompañamiento internacional) al rechazar a todos los actores armados, tuvieron un enorme dilema y varios conflictos por las implicaciones de incluir en ese “adversario” a las fuerzas estatales, en muchos casos identificados con una alianza abierta con los grupos paramilitares, y por lo tanto, sin el significado de protección que podría tener en otro contexto. Cf. Hernández y Salazar, 2000 44 Thoreau, Henry David. 2004. Del deber de la desobediencia civil. En: Desobediencia civil y otras

propuestas. Longseller. Argentina.

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1849 y reconocido como fundador de la contestación social en el siglo XIX en el cual afirma “el derecho a negarse a obedecer el gobierno y resistirse a él cuando su

tiranía sea enorme e insoportable” (2004:38). De allí se alimentaron los textos y las acciones de Gandhi, Luther King y Mandela, estos dos últimos muy inspirados en el

primero, constituyen ejemplos más recientes de las resistencia civil o Satyagrha, entendida como el arma de lo fuertes no de los débiles, que no admite violencia

alguna en ninguna circunstancia y que insiste en la verdad. En palabras de Gandhi45, Satyagrha no es nada más que la introducción de la verdad y la delicadeza en lo político, o sea, en la vida nacional (2004:165).

Para el caso colombiano a partir de la dominación de los grupos armados en un

contexto de guerra complejo, esta categoría se ha ido impulsando y reconociendo. Múltiples comunidades de resistencia que en diferentes lugares del país demandan exigencias particulares de autonomía frente a los grupos armados ilegales, pero

también en algunos casos de las fuerzas militares estatales. Son procesos que representan una concepción de paz, que traspasa la negociación del conflicto entre

los actores armados, reivindicando por tanto la necesidad, en tanto comunidades, de posicionarse crítica y creativamente frente a los múltiples conflictos que lesionan su integridad en tanto pueblos, sus derechos y su posibilidades de una vida digna.

Experiencias como las de la comunidad de San José de Apartadó, la de Micoahumado, la Asociación de Campesinos trabajadores del Carare, las

comunidades Nasa del Cauca, los procesos de los municipios de Mogotes y de Tarso, entre muchas otras, permiten entonces dar cuenta de la capacidad creadora de las comunidades que, en medio de violencias estructurales y del conflicto armado,

proponen, ensayan y perseveran en sus iniciativas para la construcción de la paz, de acuerdo a nociones propias de autonomía, autodeterminación y desarrollo, pese a los

grandes costos humanos que ello les ha implicado (Hernández, 2004)46.

Según Ferro, este tipo de experiencias más que ubicarse como movimiento social por

la paz, forman parte de los denominados movimientos societales o movimientos emancipatorios, en tanto comunidad rural mestiza y autónoma que desde distintas raíces culturales pretende y viene construyendo en la práctica diaria una sociedad

radicalmente diferente a la propuesta hegemónica (2007:27). Como dice uno de los documentos de la comunidad de Cacarica47:"Ellos nos dijeron: se van o se mueren.

Nosotros dijimos: regresamos, nos quedamos, hasta el último muerto, hasta el último destierro. Ellos dijeron: se van a callar, no van a decir nada. Nosotros dijimos: creemos en la verdad, y la vamos a expresar. Ellos quisieron acabar con la

organización, terminar con las juntas de acción comunal, porque para ellos eran comunistas y subversivas. Nosotros dijimos: reconstruiremos nuestro tejido social en

libertad. Ellos hicieron el terror de Estado. Nosotros les dijimos: creemos en la justicia para que lo ocurrido no se vuelva a repetir (2004:3). Vale la pena aclarar que al igual que en el caso de los seringueiros, también estas experiencias se han hecho

45 Gadhi, Mahatma. 2004. Satyagrha: la reivindicación suprema. En: Desobediencia civil y otras propuestas. Longseller. Argentina. 46 Ver, Hernández Delgado, Esperanza. 2004. Resistencia civil artesana de paz. Experiencias indígenas, afrodescendientes y campesinas. Editorial Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Colombia. 47 César Jerez y Freddy Ruiz. 2004. "Nuestra resistencia se ha basado en la exigencia al Estado por sus

responsabilidades, por que él nos desplazó". Documento en Internet.

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en medio del terror y la persecución. La comunidad de paz de San José de Apartadò, luego de haber ensayado otras estrategias y mecanismos de resistencia, se declara

como comunidad de paz en 1997. De esa fecha hasta ahora y luego de 10 años del proceso y 179 miembros han sido asesinados, sus 1500 miembros continúan

confrontados con una exigencia de soberanía territorial que incluye al estado mismo y a sus fuerzas militares, lo cual los hace sospechosos ante todos los actores

armados. El tránsito del estado de guerra a la guerra en acción, significaba romper con prácticas tradicionales, inventar otras nuevas e imaginar un nuevo orden político-social en procura de mínimas condiciones para la supervivencia (Uribe,

2005:XX)48.

Varios de los procesos colombianos reconocidos y autodefinidos como de resistencia se ubican en contextos regionales de frontera interna, caracterizados por la marginalidad y la exclusión. Como lo plantea Restrepo49, si bien son resultado

inmediato del ascenso de la confrontación, obedecen a una guerra que va más allá de las coyunturas y que se encuentra anclada en todos los niveles de la estructura social (2006:197). Las acciones de estas experiencias se han caracterizado por ser

públicas y transparentes, voluntarias y concientes, y no violentas. El estudio realizado en dos procesos, el de San José de Apartadò y el de la Asociación de

Trabajadores Campesinos del Carare, muestra que se reivindican formas históricas de organización comunitaria, la economía campesina, las formas locales de gobierno, la

justicia alternativa a las estructuras estatales y armadas y se declara un posición ética frente a la guerra y a la memoria de los muertos (Ibid, 2006:197).

El valor indudable de estas prácticas en situaciones límite como la guerra que se vive en Colombia, deja muchas preguntas de frente a las posibilidades y restricciones que

tienen no sólo para su propia colectividad, sino también como parte de una lección de dignidad y coraje para la sociedad en su conjunto. Con frecuencia, sin embargo,

pareciera minimizarse los conflictos y tensiones internas que son múltiples y frecuentes, muchos de ellos irresolubles. Al mismo tiempo, pone en la mesa preguntas por la poca solidaridad que recibe de la sociedad nacional y por la soledad

con que asumen sus retos cotidianos de supervivencia. También interpela sobre el por qué de su excepcionalidad. Por esa vía, con frecuencia, genera el efecto perverso

de menospreciar a quienes no asumen dichas prácticas. La tentación de colocar ese como el modelo a seguir y de situar todas las otras prácticas como no merecedoras de ser valoradas en tanto acciones de orden político, es grande y riesgoso, pues nos

sitúa de frente a una jerarquización o gradación de la emancipación social, de lo que se debe o no hacer, dejando de lado los proceso históricos y las decisiones que los

grupos y comunidades deben tomar frente a sus vidas y a sus riesgos. Y lo peor de todo, caemos en reproducir esquemas excluyentes, en donde la diferencia genera de manera automática desigualdad, lo cual invisibiliza y niega esfuerzos y realidades

que no correspondan con modelos o situaciones predefinidas como ideales.

48 Uribe, María Teresa.2004. “Emancipación social en un contexto de guerra prolongada. El caso de las comunidades de paz de san José de Apartadò. En: Emancipación social y violencia en Colombia. De Sousa santos y Villegas, editores. Editorial norma. Bogotá. 49 Restrepo, Gloria Inés. 2006. Dinámicas e interacciones en los procesos de resistencia civil. Studio de caso comparado entre la Comunidad de Paz de San José de Apartadò y el de la Asociación de

Trabajadores Campesinos del Carare En: Rvista Colombiana de Sociología. No. 27.

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A manera de cierre

El recorrido por tres dimensiones de la participación política de los campesinos desde una revisión de la literatura acerca de revoluciones, movimientos y

resistencias, nos ha permitido relacionar dos niveles básicos, propuestos en los objetivos del estudio: el nivel teórico y el empírico. Viejas y nuevas preguntas

quedan en pie para estimular reflexiones propias y ajenas en torno al resurgimiento del papel de los pobladores rurales y ante nuevas formas de comprensión de lo político y de búsquedas del poder. Sobre el alcance y el poder que tienen

efectivamente los pobladores ancestrales representados en campesinos, afrodescendientes e indígenas en tanto una conciencia ética para la sociedad. En el

papel que juega la soberanía alimentaria y la calidad de la alimentación como un poder potencial a reconquistar por los pobladores y para recrear nuevas alianzas con los citadinos, desde una relación no subordinada. Con respecto a la crisis ambiental,

cada vez más reconocida, como una muestra fehaciente de la crisis del modelo de vida y de desarrollo y el papel que juegan las sociedades rurales en la sostenibilidad

y en el manejo y prevención de situaciones como la gripe aviar y el calentamiento global. Sobre la posibilidad de articulación más universal de lo rural, impulsada por esfuerzos como los de Vía Campesina y otras redes y los impactos significativos que

se logren para incrementar la fuerza política del campo y de sus pobladores.

Pero también quisiéramos tres ejes transversales que cruzan vertebralmente las reflexiones sobre el papel político de los pobladores rurales.

Memorias, continuidades e innovaciones. Ya desde el bandolerismo social, identificado como una forma arcaica de protesta rural, los pobladores rurales han

dado muestras de reaccionar frente a los malestares de la dominación. “El bandolero es un héroe, un campeón, un hombre cuyos enemigos son los mismos del campesino, cuyas actividades corrigen la injusticia, controlan la opresión y la

explotación, y quizás incluso mantienen vivo el ideal de emancipación e independencia” (Hobsbawm,1978:194). El bandolero social limitaba el uso de la

fuerza y la violencia, y enderezaba entuertos, es decir representaba el ideal de justicia contra la realidad injusta. Por ello podía reintegrarse inmediatamente como miembro respetable de la comunidad. El bandolero social se configura como la

idealización de una cierta protesta social y las acciones que de allí se derivan. Es, esencialmente, el mantenimiento o la restauración de un modelo estable de

relaciones tradicionales; no es un llamamiento para abolir la explotación, sino una protesta social contra sus abusos. Su meta no es la libertad, sino la justicia” (Hobsbawm, 1978:197). Ello coincide con Moore cuando afirma que los campesinos

no quieren la libertad sino la igualdad, en su análisis sobre las revoluciones. Para Hobsbawm los modestos fines de los bandoleros sociales, se corresponden con los

modestos sueños de los campesinos. Pero nos preguntamos si tales sueños corresponden a ideales de justicia y de igualdad, ¿se pueden adjetivar de modestos?

Los bandidos sociales entrelazan movimientos e ideales, ya sea porque se suceden en los mismos lugares, en la misma época, porque proporcionan modelos de

insurrección y también con frecuencia porque sus líderes se articulan a otros movimientos revolucionarios ya sea por decisión propia porque son buscados y

reclutados por estos. Al igual que se dan estos cruces entre bandoleros sociales y

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otras formas de presión y de lucha social, podríamos decir que sin duda hay fuertes vínculos entre formas, repertorios, prácticas y dinámicas de las revueltas,

movimientos y luchas de los pobladores rurales, dentro de un mismo lugar y a través del tiempo. Pareciera que los territorios van guardando y activando memorias de

luchas sociales que se van recomponiendo a través de tiempo, es decir a través de su propia historia. Pero ello no significa que tales memorias se queden allí prisioneras de

esas fronteras imaginarias. Por el contrario. Los casos conocidos dan cuenta de luchas que de acuerdo con los ritmos de las amenazas, hacen saltar los diques de las fronteras para lograr conformarse de manera muy rápida movimientos de orden

nacional, como es el caso de las mujeres del movimiento agrario en Argentina frente al riesgo inminente de que sus fincas fueran a remate, en medio de la crisis

económica nacional. Como afirma Petras50 a pesar del “aparente consenso entre académicos y políticos, el

campesino se niega a desaparecer o a jugar un papel marginal” (2005:2). Este autor reclama que ningún enfoque “captura las complejas luchas, cambiantes y dialécticas

en las que se comprometen los movimientos campesinos” (2005:3), los cuales se comprometen en luchas de orden micro, pero también nacional e internacional, que han construido bases locales de hegemonía política con perspectiva nacional y que se

encuentran articulados a intereses de clase con otras clases explotadas. Para Petras, no se ha reconocido la heterogeneidad y múltiples estrategias que impiden

“extrapolar estos patrones de organización campesina desde tiempos y lugares específicos” (2005:4).

Al igual que muchas otras dinámicas sociales en sectores distintos como los sindicales en la lógica urbano-industrial, las y los pobladores rurales mantienen parte

de su tradición de lucha, pero sin duda, también incorporan, resignifican y crean nuevas maneras de interactuar y de enfrentarse con los nuevos poderes. En ese proceso, con frecuencia su memoria colectiva recoge hitos, sujetos y situaciones, que

se constituyen en lecciones e inspiraciones que permiten relecturas del presente y diseños de futuro deseables.

Tener el poder, para qué? La discusión sobre la autonomía: la discusión sobre la autonomía se ha revitalizado en los estudios sobre los movimientos sociales. Hay

varias nociones de autonomía: con respecto al trabajo, frente al capital, sobre las organizaciones frente a los partidos, con respecto al Estado, de las clases dominadas

frente a las dominantes y también aquello que tiene que ver con la autonomía social e individual. Es Castoriadis uno de los autores que aporta a esta discusión cuando afirma una nueva sociedad que sale de una revolución debería poner en tela de juicio

“todas las condiciones de la vida social”51. La autonomía social exige personas autónomas y esto implica la búsqueda de libertad y de igualdad como rectores de la

vida social.

50 Petras, James. 2005. La centralidad de los movimientos campesinos en América latina: logros y limitaciones. En: Alasru Nueva Epoca. Análisis latinoamericano del medio rural. Número 2. Movimientos sociales en América latina. México. 51 Cf. Castoriadis, Cornelius. 1986. La cuestión de la autonomía social e individual. http://www.magma-

net.com.ar/textos.htm

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La autonomía está presente en diferentes procesos emancipatorios, planteando que la construcción política alternativa no debe tener como eje central la conquista del

poder del Estado, sino que debe partir de la potencialidad de las acciones colectivas que emergen de y arraigan en la sociedad para construir „otro mundo‟ (Thwaites,

2004)52. La discusión entre seguir luchando para tener el poder del estado o hacerlo al margen de este, sigue siendo fuente de un muy rico debate.

Retomando este debate iniciado en el aparte dos, Holloway recoge dos grandes preocupaciones sobre los errores de considerar la apuesta fundamental a controlar el

poder desde el Estado, pues el objetivo de la revolución debe ser la disolución de las relaciones de poder, es decir construir el anti-poder, no el contra-poder, como lo

denominaran Petras y Negri en su libro Imperio. Desde su perspectiva, uno de los problemas ha radicado en que se le atribuye al Estado una autonomía de acción que no tiene. La idea de cambiar la sociedad por medio del estado descansa en el

concepto de que el estado es, o debiera ser, soberano (2002:31). Craso error que lleva a que “lo que comienza como un grito de protesta contra el poder, contra la

deshumanización de las personas, contra el tratamiento de los hombres como medios y no como fines, termina convirtiéndose en su opuesto, en la imposición de la lógica, de los hábitos y del discurso del poder en el corazón mismo de la lucha contra el

poder”(2002:33). De otra parte, se apostó a controlar un estado y se dejó de lado la consideración del poder del capital en donde reside el verdadero enemigo de la

constricción del sujeto, pues el poder-hacer se convierte en un poder-sobre. El poder-hacer es un proceso de unir mi hacer con el hacer de los otros, en tanto el ejercicio del poder-sobre es la separación entre la concepción y la ejecución, lo hecho

del hacer, el sujeto del objeto. “En la sociedad capitalista la estabilización de la autoridad de algunas personas sobre otras en un „derecho‟ no se basa en la relación

directa entre el dominador y el hacedor, sino entre el dominador y lo hecho (…) El capital se basa en el congelamiento del hacer pasado de las personas en propiedad” (2002:51). La separación entre lo económico y lo político, es central para el ejercicio

de la dominación bajo el capitalismo. Así, lo político aparece como el “reino del ejercicio del poder” (2002:51) dejando lo económico como una esfera natural,

cuando precisamente la penetración del poder-sobre genera mutilamiento del sujeto, invade la profunda existencia de las personas, genera indignación y resignación.

Aquí habría que añadir una nueva preocupación. No es suficiente articular lo económico y lo político, sino también lo cultural y lo simbólico, que no es un

agregado más sino que forma parte de las anteriores. Sin duda, las búsquedas de autonomía y de emancipación pasan por una ampliación del campo de lo político y de la política. La cultura es política porque los significados son elementos constitutivos

de procesos que, implícita o explícitamente, buscan dar nuevas definiciones de poder social (Escobar, Alvarez y Dagnino, 2000:26)53. Muchos de los movimientos a los

cuales nos estamos refiriendo no buscan ser incluidos, sino que luchan por el derecho a definir aquello en lo que desean ser incluidos. Estamos entonces afirmando la

necesidad de tener una perspectiva integral en donde no se privilegien ni se invisibilicen unas dimensiones de la vida humana sobre las otras, sino en donde

52 Cf. Thwaites Rey, Mabel. 2004. La autonomía como búsqueda, el Estado como contradicción. Prometeo libros. Buenos Aires. 53 Escobar y otros, 2006, Op.cit

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logremos acercarnos a la compleja interacción y dinámica que nos sitúa de manera simultánea y multidimensionales tanto individuos y colectividades.

En una perspectiva muy similar, Zibechi54 señala que el enfrentamiento, la

aniquilación del enemigo, la destrucción, cuyo mayor desarrollo es la burocracia militar, pero que se da en muchas instancias, es la esencia del capitalismo y del

estado moderno. Por ello, la revolución armada, no tiene mayor sentido, pues es más de lo mismo, solo que desde otra orilla. “Todas las revoluciones triunfantes crearon estados allí donde estaban en crisis o descomposición” (2001: ) Este tipo de lucha

supone dos polos que pierden movimiento. La dominación fija a cada persona y colectivo un lugar, los cuarteles, las fábricas (taylorismo), que se refleja en la orden

de “esténse quietos” de padres y maestros. Las luchas sociales se militarizan y entonces es necesario el tiempo largo y doloroso de la guerra y luego el tiempo lento para sanar las heridas. “La vida se aliena a la destrucción de la vida” (2001:17). Para

Zibechi, “no es la lucha la que cambia el mundo. Sin embargo hay que seguir luchando” (2001: ) Los sentidos del término lucha tienen que ver con la

sobrevivencia cotidiana, con la vida diaria que se reflejan en el esfuerzo solidario y recíproco de construcción. La realidad nos muestra otras maneras de encarar el cambio social que tiene como la tarea principal “la re-construcción de los vínculos

sociales, que son el núcleo de los cambios que, llegado cierto momento, deben expresarse y defenderse a través de la acción callejera de la multitud” (2001: ) Las

organizaciones populares son un invernadero para que la sociedad crezca mejor. Eso fue lo que sucedió en Argentina, y por ello fue posible crear un amplio movimiento social con la potencia suficiente para derribar dos gobiernos y poner en jaque a las

clases dominantes. Fue precisamente la inexistencia de las instancias sindicales y de vanguardias de izquierda lo que permitió que surgiera dicho proceso en diciembre

del 2001. Algunas posiciones intermedias afirman, la necesidad permanente de asumir las dos

posturas de manera simultánea, de mantener la reforma, entendida como los medios y también la revolución como los fines. Se trata de “luchar contra el estado para

eliminarlo como instrumento de desigualdad y opresión, a la vez que se lucha por ganar territorios en el estado, que sirvan para avanzar en las conquistas populares” (Thwaites, 2004:84). Sin duda, romper un poder tan omnipresente y manifiesto en

tantos lugares y situaciones, exige estar atento a confrontar sus expresiones. Como dice Holloway, “un poder ubicuo implica una resistencia ubicua” (2002:113).

Territorios y escalas diversos: Indígenas, afrodescendientes y campesinos, mujeres y hombres, requieren de un lugar físico y simbólico, para continuar siendo lo

que son en tanto sujetos individuales y colectivos. Hay que recordar que la topofilia es “la manera más propia de ser del ser en tanto ser-en-el-mundo y, por tanto, del

habitar como tal” (Yori, 1998:59). Los territorios se autodefinen y marcan fronteras en función de las historias y memorias de sus habitantes. Sin embargo, la dinámica

arrasadora de un modelo extractivo, competitivo y altamente depredador, está buscando por diferentes medios, desterrarlos. Ubicados en sus territorios han logrado en muchos casos generar prácticas cotidianas que concilian sus necesidades

de producción con las de reproducción, estableciendo relaciones de respecto y

54 Cfr. Zibechi, Raúl. 2001. Genealogía de la revuelta, 2001

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cuidado con los recursos de los cuales dependen. Sin embargo tales prácticas son vistas como inadecuadas y poco eficientes en la generación de capital, lo cual ha

llevado ante el agotamiento de los recursos en otros lugares a buscar la manera de colonizar y dominar otros lugares, en alianza con los gobiernos y dentro de una

lógica transnacional. El modelo forma parte de un proceso global que ha reestructurado “las relaciones ente naciones, capitales, estados nacionales y clases

sociales. Por eso mismo es invisible e inasible: está en todas partes y en ninguna. Se presenta, además, como la única forma de sociedad posible, como el „pensamiento único‟ para el cual no hay alternativa” (Gilly, 2002:116) 55.

Así la experiencia mexicana muestra que “la rebelión de los indígenas mexicanos nos

dice, como tantas otras pasadas y futuras, que no habrá modernidad y razón para nadie si no hay trabajo, disfrute y dignidad para todos” (2002:15). Esta rebelión se manifiesta en medio del avance imparable de un modelo económico, que se concretó

para México en el Nafta, que rompe con los viejos pactos del estado mexicano y que “acorrala a los campesinos y sus modos de producir, de relacionarse con la tierra y el

mercado y de darle sentido al mundo y a sus vidas” (2002:116). La perspectiva territorial sobre la cual enfatizamos tiene múltiples expresiones muy

significativas de frente a los movimientos y luchas rurales. Por una parte, la necesaria interrelación de encuentro o desencuentro entre lo local, lo nacional y lo

internacional, que juega de manera sustancial para todas las escalas y cuya mirada de conjunto permite mejores comprensiones de las realidades, procesos y alcances. De otra parte, está el espíritu comunitario, existente en muchos indígenas, negros y

también campesinos, el cual se ha revalorizado y repolitizado, que permite identidades fuertes ancladas en sustentos colectivos y no identificaciones de tipo

individual, carentes de soporte comunitario (Ferro, 2007:23). Otra expresión que consideramos clave, es la posibilidad de nuevas lógicas de relación entre lo urbano y lo rural. Como lo mencionara Quijano son muchos los estudiosos que asignan el éxito

de los movimientos rurales a los aprendizajes y al „seguidismo‟ que han hecho del proceso urbano sindicalista. Sin embargo, parece haber reconocimiento para el

intercambio de formas de acción y sobretodo de esperanzas de transformación social, en la vía contraria rural-urbana, como lo han hecho los neozapatistas y su amplia influencia en diversas luchas a lo largo y ancho del mundo. Así, se habla del

zapatismo urbano, como lo reconocen los piqueteros en Argentina cuando afirman que “el zapatismo fue una grata sorpresa porque nos ayudó a ver con más

optimismo (…) es la capacidad de generar una experiencia distinta a la que tradicionalmente se conocía” (citado por Ferro, 2007:24). Una expresión más que queremos resaltar de la importancia de la perspectiva territorial es la de poner en

evidencia cómo más allá de las instituciones y del estado, espacios y fuentes tradicionales de poder, se construyen y de construyen dinámicas cotidianas del

ejercicio del poder, del contrapoder y del antipoder, como también de las resistencias y de las luchas.

Una reflexión final inevitable. Referirnos al poder, la resistencia, la emancipación no nos debe dejar de interpelarnos de frente al lugar y la posición que tomamos quienes

estudiamos estos procesos, y sobre la responsabilidad que nos compete en el

55 Gilly, Adolfo. 2002. Chiapas. La razón ardiente. Ediciones Era. México.

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Pobladores rurales, prácticas políticas y construcción del territorio Osorio, Flor Edilma 2007 28

modelo, en el sistema y en la replicación de mecanismos de poder y de dominación, aún desde las mejores intenciones. Quizá es hora de aceptar la incertidumbre como

única certeza, para definir y con ello legitimar y deslegitimar a quienes entran o no en una categoría universal y ahistórica, para seguir el ejemplo de De Souza Santos

cuando se pregunta si es posible y legítimo definir en abstracto la emancipación y precisarle grados, formas y agentes. O el de Holloway cuando dice que el cambio

revolucionario es más desesperadamente urgente que nunca pero ya no sabemos qué significa revolución (2002:309). Inmersos en la arrogancia de la ciencia y el poder del conocimiento, vale la pena escuchar el llamado de atención de Gilly: “Si el

discurso de la razón, el recurso de la abstracción y el dominio de la cuantificación, señas de identidad de la modernidad siguen siendo instrumentos de dominación de

los menos sobre los más y de exclusión de éstos de esos bienes inmateriales y de todos los demás bienes terrenales, no hay modernidad sino barbarie, no hay razón sino irracionalidad, no hay humanidad como sujeto pensante sino como mero objeto

de una fuerza inhumana y destructora de los seres humanos y del patrimonio natural vivido y transformado por ellos en la larga duración de sus generaciones sucesivas”

(Gilly, 2002:14)