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UNA RAZA MILITAR General Indalicio Tellez (1876-1964)

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Libro que aborda la supuesta (y falsa) naturaleza bélica del pueblo mapuche por medio de la figura de Lautaro.

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UNA RAZA MILITAR

General Indalicio Tellez(1876-1964)

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ADVERTENCIA

Hace varios años di en la Universidad de Chile una conferencia sobre Lautaro, el gran caudillo araucano, conferencia que poco después hice imprimir en un folleto de corta tirada y que hoy, algo ampliado, pienso refundir en el presente estudio sobre las condiciones militares de los indlos araucarias.

Están tan íntimamente ligados ambos temas, que no es posible prescindir del uno, al tratar del otro, y eso es lo que da plena justificación a la fusión que aquí se hará.

La tarea que me he impuesto de dar a conocer los méritos militares de Lautaro y de los araucanos, la vengo cumpliendo a medida de mis fuerzas desde 1924, año en que publiqué mi primer trabajo histórico sobre Chile, trabajo que tuvo la suerte de ser premiado en un certamen. La he continuado a través de "Epopeyas Chilenas", de "La Historia Militar de Chile" (que fué presentada al Congreso Pan Americano de Río de Janeiro y editada por la Universidad de Chile) y de "Lautaro", y hoy hago el último esfuerzo con este estudio, en que pretendo probar, no sólo que Lautaro fué uno de los genios. militares más grandes que ha producido la humanidad, sino que el pueblo araucano constituyó una raza militar de características únicas en la historia.

Para comenzar, creo necesario dar una ligera idea de la situación militar en que los araucanos se encontraban al iniciarse la conquista y del concepto, que de su capacidad bélica se formó Valdivia, al encontrarse con ellos.

Después de descubrir y conquistar a Cuba, Venezuela, Panamá, Centro América, México y Perú, España emprendió el descubrimiento y la conquista de Chile.

Correspondió a Almagro en 1536 el descubrimiento del norte de Chile, como había correspondido a Magallanes el descubrimiento del sur, en 1520, pero las vicisitudes de la campaña y la noticia de que el rey de España había determinado los límites de su jurisdicción y la de Pizarro, lo hicieron regresar, cuando apenas iniciaba el descubrimiento.

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Cuatro años más tarde, el esforzado capitán, don Pedro de Valdivia, emprendió la tarea de continuar la obra de Almagro y después de algunos encuentros con los aborígenes, llegó al valle del Mapocho, donde fundó la ciudad de Santiago (hoy capital de la República), el 12 de Febrero de 1541.

Instalada aquí su base de operaciones, se preparó durante varios años para iniciar el descubrimiento y la conquista de la región poblada por los indios araucanos, famosos, ya en esos tiempos por sus grandes aptitudes guerreras y prestigiados por el antecedente de no haber sido jamás dominados por ninguna otra raza.

Por fin, en los primeros días de 1550, se puso en marcha hacia el sur, a la cabeza de 200 guerreros españoles -aparte de los yanaconas (indios auxiliares) - y tras varios, días de marcha, llegó al río Laja, donde tuvo su primer encuentro con los araucanos.

No fué ésta sino una escaramuza, que se repitió pocos días después al atravesar el río Bío-Bío; pero le sirvió ya a Valdivira para darse cuenta del empuje y del carácter de la raza araucana.

Desde ese momento, el avance se convirtió en una continuada lucha, pues los indios no le dieron tregua, ni de día ni de noche.

Felizmente para Valdivia, era tan rudimentaria la civilización de esos indios, tan primitivas sus armas y tan escasos sus conocimientos guerreros, que la superior organización y la eficacia de las armas de que él disponía, le daban, una ventaja casi incontrarrestable.

Con todo, fué tal la bravura y belicosidad de esos indios, que el caudillo español no juzgó prudente continuar el avance y repasó el Bío-Bío y el Laja, para buscar un puerto en el cual apoyarse y desde donde poder pedir a Santiago algunos refuerzos.

Marchando y pernoctando con toda clase de precauciones, llegó al valle del Andalién, donde acampó en un sector de terreno protegido por el río Bío-Bío y algunas lagunas.

Ya en reposo toda la gente y cuando sólo velaban las guardias y los centinelas, con gran violencia y vocerío, un numeroso ejército indio, (que Valdivia hizo subir a 20,000 hbs) cayó sobre el campamento español, emprendiendo un ataque, tan tenaz, que a no ser por la protección que el río y las lagunas ofrecieron, habría terminado con todos los españoles.

Baste decir que, segñun un cronista de la época (Góngora de Marmolejo), a pesar de sus corazas, todos los españoles quedaron heridos, cosa jamás vista en América hasta esa época. Además, salieron también heridos 60 caballos.

Refiriéndose a esta batalla, dijo Valdivia en una comunicación al rey de España: "Atacaron con tal ímpetu y alarido que parecían hundir la

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tierra. Prometo por mi fe que ha 30 años que sirvo a V.M. y he peleado contra muchas naciones y nunca tal tesón de gente he visto jamás en el pelear como estos indios tuvieron contra nosotros; que en espacio, de tres horas no podía entrar con dento de á caballo en el escuadrón".

Ante tal muestra de capacidad guerrera, Valdida ya no pensó sin en realizar en el más breve plazo el proyecto de buscar contacto con el mar y dándose el tiempo apenas indispensable para curar a sus heridos, continuó su marcha hacia la costa, hasta llegar a un lugar llamado Penco, dentro de la bahía de Talcahuano.

Mientras esperaba aquí los refuerzos que debían llegarle por mar, juzgó prudente apoyarse firmemente en el terreno e hizo levantar una sólida empalizada, tras la cual dió abrigo a toda su tropa.

Muy a tieinpo tomó esa medida de precación, pues algunos días más tarde, se presentaron de nuevo los indios, llevándole un ataque simultáneo desde los cuatro puntos cardinales.

Una vez más, tras largo esfuerzo, los españoles alcanazaron la victoria.

Siguió a esta batalla una larga paralización de las operaciones, debida a la necesidad que los indios tenían de recoger sus cosechas y de prepararse para la siguiente campaña, que prometía ser de larga duración. Eran los primeros días de Marzo de 1553.

Valdivia interpretó mal, la tregua que los indios le daban, atribuyéndola al temor y al convencimiento de que se sentían impotentes para vencer al ejército español, y en vez de prepararse para la continuación de una dura campaña, se dedicó a fundar ciudades y a la explotación de lavaderos de oro.

Este fué el momento en que, en realidad, se inició la guerra secular entre las dos grandes razas que se habían de refundir para formar la raza chilena.

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CAPITULO I

RAZON DE LA RESISTENCIA ARAUCANA

Entre los muchos hechos y fenómenos sorprendentes de que está sernbráda la historia del descubrimiento y coriquista de América, descuelIa, sin la menor duda, la inexpliicable e invencible resistencia que los aracanos opusieron al, hasta entonces, incontrarrestable empuje de las fuerzas españolas .

Pero, si sorprendente es este fenómeno, no lo es en menor grado la indiferencia con que los chilenog lo hemos contemplado, sin parar mientes siquiera en que se trata de un caso, tal, vez. único en la historia de la humanidad.

Antes de continuar, dejemos constancia de dos antecedentes de indisclltible veracidad histórica.

1.- En el momento del descubrilniento y conquista de América, .el ejército español era, si no el primero, uno de los primeros ejércitos del mundo. Junto con conquistar uno de Ios más grandes continentes, los ejércitos españoles se paseaban victoriosos a través de toda Europa, de Italia a los Países Bajos, de Pavía a San Quintín.

Y era que, aparte de su organización, aparte de contar con la mejor infantería del mundo, poseía un material humano de insuperable calidad, no sólo por el valor de sus hombres, sino por la casi sobrehumana resistencia de que dieron pruebas.

No fué pues extraño, que en sus encuentros con los aborÍgenes americanos, ese ejército alcanzara invariablemente la victoria, cualquiera que fuera el número de sus adversarios, ni que se moviera victoriosamente desde California hasta el corazón de Chile (hasta el Maule), sin encontrar enemigós de su talla.

2.- Los araucanos,que iban a ser los únicos rivales dignos de ellos, figuraban entre los pueblos más atrasados de la América y entre los menos numerosos, pues, constituían solo una modesta tribu.

Siendo esto asi, ¿cuál debía ser, fatalmente, el resultado de un choque eritre españoles y araucanos? No podía ser otro que la aplastante

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derrota del pueblo araucano.Y no fué así, sin embargo ¿Por qué? Esta es la pregunta que aún

no se ha cohtestado y. ,que ni siquiera hemos intentado contestar; Nos hemos conformado con la infantil explicación que dieron los primeros historiádores: que ello se debió al indomable valor de los indios araucanos,

No pudo deberse al valor de los indios, por la sImple razón de que el valor no es factor decisivo de vidoria, sino en escasas y fugaces ocasiones. Si los araucanos hubieran opuesto sólo su valor al empuje de las huestes españolas, habrían sido derrotados, aniquilados, mucho antes que cualquiera otra tribu americana.

Sólo en los albores de la historia del arte militar, cuando se combatía cuerpo a cuerpo, el valor, junto con el número, la fuerza y la destreza, fué factor decisivo de victoria.

El advenimiento de las armas de fuego, cambió fundamentalmente ésta situación. Las formaciones compactas comenzaron a disgregarse y poco a poco, fueron perdiendo hasta tal punto su densidad, que el orden disperso con sus líneas de tiradores, no pudo salvar la valla que le opusieron en 1914 las modernas armas de fuego, con su casi matemática precisión: fué reemplazado por el avance de hombtes aislados. El concepto del valor, que en su forma más simple no es sino, el desprecio por la vida, fue reemplazado por el amor a la vida. Hoy, el mejor soldado no es el más valiente, sino,el más hábil en avanza, burlanqo a la muerte. Y es que las batallas .las ganan los vivos y no los muertos.

Valientes fueron los incas y aún en mayor grado lo fueron los aztecas; pero eso no obstó a que los españoles los derrotaran en cada ocasión. Y es porque el valór, en ejércitos mal preparados o deficientemente armados, se resuelve sólo en un desordenado espíritu de sacriftcio, que facilita más bien que entraba, la acción destructora de las armas enemigas.

Entre un ejército que se lanza ciegamente al ataque y otro que lo hace aprovechando todas las ventajas que la táctica y el terreno ofrecen, hay esta diferencia: a los primeros no hay más que aniquilarlos, para los segundos, hay que estudiar la manera de vencer.

Todo esto no se opone, a que en determinadas circunstancias muy calificadas, sIga aún siendo el valor una preciosa cualidad en eI soldado, ya que es él, el que le da la necesaria serenidad en los momentos más difíciles de la lucha.

¿Es completamente moderna esta estimación del valor? No, parece muy antigua, pues ya los griegos, cuando tuvieron que designar al heredero de las armas de Aquiles, no eligieron al más valiente y fuerte de sus compatriotas, no eligieron a Ayax, sino al prudente Ulises, al hombre de las estratagemas.

Pero volviendo al punto que dió origen a esta digresión, veamos cuál fue la influencia que tuvo el valor de los araucanos en su iucha con los españoles.

Desde el primer choque los españoles se dieron cuenta de que el rasgo caracterlstico de sus adversarios, era el valor desenfrenado del que

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hacían gala, así como los araucanos se dieron cuenta, a su vez, de que habían chocado con hombres invencibles, con verdaderos semidioses, que formaban un solo cuerpo con el caballo.

Como era de esperar, la victoria, una tras otra vez, correspondió a las armas españolas.

Los primeros en comprender que de nada les servía el valor, ante la superior capacidad militar de los españoles, fueron los araucanos, pues vieron que tan preciada cualidad no hacía otra cosa que facilitar la acción destructiva de las armas enemigas.

Con profundo dolor vieron los pobres indios, que ese valor, que tantos triunfos les había dado, ya había hecho su época y que el destino los había colocado frente a la alternativa de encontrar un nuevo camino de victoria o perecer.

Pues bien, si no fué el valor el factor determinante de los grandes éxitos araucanos, ¿cuál fué? Fué la rara circunstancia de constituir el pueblo araucano una raza militar.

Si los araucanos escribieron la epopeya más grandiosa que registra la historia de los pueblos primitivos, no fué sólo por su imponderable valor, sino, múy especialmente, por las admirables aptitudes militares de sus hombres, adquiridas y acentuadas en largos siglos de incesante batallar.

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CAPITULO II

LA RAZA MILITAR ARAUCANA

Sabido es que ciertos pueblos poseen especiales aptitudes para el ejercicio de un arte determinado. Así, los italianos han sido pintores y músicos, los españoles y franceses literafos, etc. Hasta en el orden físico existen especialidades, ya que sóio los italianos y españoles producen grandes tenores, los rusos grandes bajos, los alemanes tenores wagnerianos, etc. .Y así como hay pueblos literatos, hay también pueblos militares, con la sola diferencia, de que mientras aquéllos abundan, éstos escasean hasta el punto de que, fuera de los araucanos, no ha existido, que yo sepa, otro pueblo de tan acentuadas características de pueblo militar.

¿Qué es lo que puede llamarse Pueblo Militar? Es, a mi juicio, aquel que posee extraordinarias facultades para el

ejercicio del arte militar. Han de ser facultades extraordinarias, que las solas aptitudes, no

bastan para dar a un pueblo el derecho a figurar entre las razas militares. Los franceses podrán vencer a los alemanes, éstos a los españoles

o los ingleses a los rusos, si cuentan con la necesaria superioridad en número, en armamento, en organización y en dirección suprema; pero no por características de raza, no porque los unos sean militarmente superiores a los otros.

¿Y los araucanos? ¿Poseían acaso tan extraordinarias facultades que nos obliguen a calificarlos como pueblo militar? Eso lo dirá el somero estudio que nos proponemos hacer, de la guerra de tres siglos que sostuvieron contra los españoles.

Cuando un pueblo civilizado choca con un pueblo salvaje, éste

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opone al civilizado el ejército, el armamento, la organización y, la táctica que posee en el momento del choque y si sale derrotado -lo que ha ocurrido invariablemente- según el temple de la raza, vuelve dos, tres o más veces a probar la suerte de las armas, hasta que, al fin, convencido de su impotencia, se entrega, se somete incondicionalmente.

Esto fué lo que ocµrrió con los aztecas, con los incas y con todas las demás tribus americanas, como es también lo que ha ocurrido con los salvajes de tocios los continentes.

Ninguno de esos pueblos ha reaccionado, ninguno ha evolucionado durante la campaña contra el pueblo civilizado.

¿Pasó lo mismo con los araucanos? No; los araucanos reaccionaron violentamente, es decir, hicieron lo que no había hecho ninguna otra raza.

Como carecían de táctica, inventaron una de extraordinaria eficacia, abandonaron el arma que no les servía (la flecha), inventaron otras (el lazo, el garrote y el escudo), crearon el espionaje, idearon nuevos sistemas de combate, crearon la fortificación de campaña, la infantería montada, el telégrafo de señales, idearon el mimetismo y reanudando la guerra, infligieron a los españoles la primera derrota que éstos sufrían en América. ¡Y qué, derrota! Tal vez la más decisiva que registra la historia universal. En efecto, jamás se ha visto -si no es en Tucapel- que en una batalla campal y como fruto, no ocasional, sino de un bien meditado plan de combate, mueran todos los adversarios.

Las Termópilas y Concepción fueron combates defensivos, donde el heroísmo determinó la muerte de todos los defensores; pero Tucapel fué un combate en campo abierto, en el cual las medidas preventivas que los indios habían tomado dentro de su plan de combate, fueron las que hicieron a los españoles imposible la retirada.

Y no se detuvo aquí la evolución de los araucanos. Tomaron a sus adversarios el arcabuz y se hicieron arcabuceros, les tomaron el cañón y se hicieron artilleros, les tomaron el caballo y se hicieron centauros. ¿Por qué no ocurrió lo mismo con otros pueblos de mucho más avanzada cultura?

¿Qué pasó frente al cañón, arma estruendosa y completamente desconocida para los indios? Los aztecas y los incas, dos razas muy evolucionadas, que ya sabían mucho de mecánica, de arquitectura y hasta de astronomía, giraron, tal vez, alrededor de la pieza; pero no se atrevieron a tocarla, poseídos de un supersticioso temor. El araucano, en cambio, a pesar de ser un hombre de la más primitiva cultura y de hallarse dominado por toda clase de supersticiones, se avalanzó sobre ella, comenzó a manipularla y tras breve plazo, la dominó tan ampliamente, que pudo volverla contra sus enemigos.

¿Hay exageración en este cuadro? No. La artillería se empleó en Chile, por primera vez, en la batalla de Marigüeñu, ganada por Lautaro y las seis piezas que la constituían, fueron tomadas por los indios, después de matar a los veinte artilleros que las servían. En este hecho están contestes todos los historiadores.

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Pues bien, el primer Gobernador español que llegó a Chile, García Hurtado de Mendoza, recibió la sorpresa, al atacar el fuerte araucano de Quiapo, de que los indios empleaban contra él la artillería. ¿Quiénes les habían enseñado a manejarla, si la arrebataron a los españoles, después de matar a los veinte artilleros que la servían?

Para el ataque al fuerte San Luis, defendido por García Hurtado de Mendoza (el 25 de Agosto de 1557), ya los indios se presentaron con lanzas de punta de fierro, lo que unido a los escudos y a la habilidad adquirida en el manejo de las armas blancas, hacía que tres o cuatro indios equivalieran a un español (Encina, Historia de Chile, Pág. 500).

¿No es todo esto revelar aptitudes extraordinarías para el ejercicio del arte militar?

En esta misma ocasión emplearon arcabuses; pero todavía sin puntería. Esta la adquirieron poco a poco, cosa muy natural. (Historia del Reino de Chile, Rosales, Tomo II, Cap. XXI).

De lo hasta aquí expuesto resulta, que en su evolución, los araucanos crearon una táctica, crearon armas, descubrieron la forltificación de campaña, se apropiaron de las armas españolas y las emplearon contra sus enemigos, etc., Cada uno de estos hechos será tratado en su oportunidad.

Retrocedamos ahora al momento en que los araucanos se convencieron de su impotencia para vencer a los españoles. ¿Qué hicieron? Ni pasó siquiera por sus mentes la idea de rendirse, de entregarse, como hicieron todas las otras tribus americanas.

Se replegaron a sus montañas y comenzaron a deliberar y a estudiar el problema que se les había creado. La solución era difícil; pero también era difícil, que se resignaran a la derrota, esos guerreros orgullosos, que a través de varios siglos, se habían visto halagados por el triunfo.

Desesperaban ya de encontrar el remedio a tan grave mal, cuando apareció en una de sus Juntas (especie de Congresos que ellos celebraban) un muchacho araucano, hijo del cacique Curiñanco, que iba huyendo del cautiverio en que, por algunos años lo habían mantenido los españoles.

Pidió la palabra y haciendo gala de una elocuencia, que según los misioneros españoles era muy frecuente encontrar entre los indios (1), dijo, en substancia, que se equivocaban si creían que los españoles eran inmortales, pues morían como todos, que no formaban una sola pieza con sus caballos y que él se como prometía a vencerlos, si le entregaban el mando del ejército.

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Tal confianza en sí mismo demostró este muchacho y tan desesperada era la situación en que se encontraban los araucanos, que con olvido de sus hábitos y de sus tradiciones, concedieron el mando del ejército a un individuo que carecía de los títulos y de los antecedentes que la costumbre imponía como necesarios para aspirar a tan alto puesto.

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CAPITULO III

CAPACIDAD DE LA RAZA ARAUCANA PARA PRODUCIR UN GENIO

Así apareció en la escena del mundo, uno de los genios militáres más grandes que haya producido la humanidad.

No se me oculta que declaración tan rotunda como sorprendente, ha de ser recibida por todos los lectores con el más grande escepticismo y que la han de atribuir a una admiración tan exagerada como desprovista de fundamento.

L.a primera objeción que a ella se ha de hacer, será, seguramente, la de que jamás se ha visto brotar un genio de una raza salvaje, de una raza que haya carecido de la indispensable base de cultura y de larga gestación que requiere el genio.

En efecto, es ley casi invariable, la de que el genio no es una planta exótica, ni de las que brotan por generación espontánea. Es el producto de la labor silenciosa y fecunda de muchas generaciones que hacen calladamente su obra de evolución.

Nunca se ha visto que de un pueblo salvaje nazca un genio literario, pictórico o musical. Sólo las razas que durante muchos años o siglos han cultivado algunas de esas especialidades, son capaces de producirlos.

Por eso Rafael, Miguel Angel y Leonardo da Vinci, fueron hijos de un pueblo de artistas; Wagner, Mozart y Beethoven, de un pueblo de músicos; Cervantes y Calderón de la Barca, de un pueblo de literatos, etc.

Lautaro no fué una excepción a esta regla.Nació de un pueblo que durante varios siglos no hizo otra cosa que

estudiar, eJercitarse y practicar el arte de la guerra. Para los araucanos no había otra ocupación digna de ellos, que la

guerra y la preparación para la guerra. Dejaban a sus mujeres los pocos trabajos que su primitiva civilización les imponía, mientras ellos. con sus hijos de trece años para arriba, ocupaban el día en el estudio del mejor empleo de

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sus armas ,y en juegos atléticos que los robustecían y les daban agilidad y resistencia.

Este sistema de vida produjo un fenómeno extraño, que es necesario destacar.

Nació de allí una dualidad en la personalidad del indio, que le dió dos faces completamente distintas.

Como salvaje, era el más perfecto salvaje, pues no había pasado de la edad de piedra, según lo declaró el señor Barros Arana.

"Eran incapaces de fijar su atención siquiera en otro orden de ideas de aquel a que estaban habituados".

"Nuestros indios vivían en plena edad de piedra, utilizando sólo para la construcción de sus armas, la piedra, las espinas. de los pescados, las conchas, les huesos, etc. No tenían idea de la propiedad de la tierra. Distinguían sólo dos estaciones: invierno y verano".

En contraposición a estas condiciones, como milItar, era un hombre evolucionado, que se había adelantado en varios siglos a su personalidad de salvaje.

En efecto, por el escaso grado de civilización que había alcanzado, el araucano no tenía todavía los conceptos del derecho, del deber, del honor, de la responsabilidad , de la justicia, ni de la divinidad. "No tenían la menor idea de la divinidad" (Obispo Ovando, en el capítulo 87 de su obra "Descripción de Chile y el Perú"). Pero, en el terreno militar, su situación era muy diversa.

Se le podía comparar con un espejo, de superficie pulida y brillante por un lado, y áspera y opaca por el otro.

En su afán de prepararse para la guerra, inventó juegos deportivos como el linao y la chueca, juegos de tan perfecta factura y de organización tan acabada, que no pudieron ser ideados síno por mentalidades ya muy evolucionadas.

Además, las reglas por que se regían esos juegos, implicaban el reconocimiento de derechos y obligaciones; la existencia de un árbitro, el reconocimiento de la justicia y la condición de que los fallos del árbitro fueran inapelables, un respeto al derecho ajeno completamente incompatible con el escaso grado de civilización que habían alcanzado.

Para formarse una idea del lináo, basta pensar en lo que es el football o balonpie actual, en su cancha, en su meta, etc. Todo era igual, con la sola diferencia de que la pelota, hecha por lo general de cochayuyo, no se movía con los pies sino que era llevada bajo el brazo y de que en el centro de la cancha había una faja, neutra, paralela a los lados cortos de ella, donde por un pequeño momento encontraba refugio el jugador que llevaba la pelota. Mientras se hallaba dentro de esa faja, el jugador era intangible. Los fallos del juez eran inapelables.

¿ No es profundamente extraño que individuos tan primitivos, hayan podido concebir un juego de organización tan acabada y que, voluntariamente, se hayan sometido, respetándolo siempre, al fallo del juez? Y esto no era sino porque el deporte formaba parte esencial de la preparación

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para la guerra. Los detalles de este juego no se conocen porque hayan quedado

escritos en las crónicas o historia de la conquista, sino porque ha llegado hasta nuestros días. Aún no hace muchos años, el linao se jugaba apasionadamente en el sur de Chile. Un detalle curioso, es el de que para jugarlo, los participantes iban desnudos de la cintura para arriba.

Y no podría háber sido de otra manera, pues era tan brusco el juego, que no había habido pieza de vestir capaz de resistirlo.

Y eso, por la particularidad característica, de que en ese juego no existe el foul. ¿Por qué? Porque ese deporte no era otra cosa que una preparación para la guerra y como en la guerra no existe el foul, ya que se puede golpear hasta a traición, era natural que en su preparación tampoco existiera.

El carácter belicoso y desconfiado que los caracterizaba, hizo que vivieran en continuas guerras, ya con las tribus vecinas, ya con otras razas.

Eran reservados. Esta reserva habitual los hacía desconfiados y los obligaba a vivir con las armas en la mano: casi viendo en cada hombre un enemigo. 1

Más tarde se verá, en sus duelos singulares con los españoles, cómo poseían también los sentimientos del honor y de la hidalguía. Rendían culto al valor de sus adversarios. ("Eran admiradores del valor y de la hidalguía. Muy orgullosos, no se creían inferiores a ninguna otra raza". Encina) y esa era también una prueba de altura de sentimientos, que no era dable esperar de seres de tan primitiva cultura.

Poseían para todo lo que se relacionara con el arte militar, una capacidad de comprensión y un poder de asimilación verdaderamente asombrosos, como lo revelaron al emplear las armas y recursos bélicos de los españoles, con habilidad y acierto de avezados profesionales. Hicieron así lo que no pudieron hacer otros pueblos de avanzada cultura. ¿Podrán negarse a estas cualidades y aptitudes el carácter de extraordinarias?

No fueron, pues, los araucanos lo que la generalidad de los pueblos primitivos. No tormaron sólo un pueblo belicoso, ni una tribu de bravos guerreros, sino un pueblo militar, un pueblo que había hecho de la guerra una profesión, que había dedicado a ella todas, absolutamente todas, sus facultades y actividades y que, como lógica consecuencia, se había llegado a colocar en una situación única, en lo que se refiere al desarrollo de sus facultades militares, tanto física como intelectualmente, lo cual es fácil demostrar.

El exclusivismo con que se dedicaron al estudiom y a la práctica de la guerra, esa vida unilateral, si así puede decirse, a que se entregaron durante varios siglos, creó en ellos como una segunda naturaleza y les dió tales aptitudes para el ejercicio del atte militar, que pudieron realizar el prodigioso esfuerzo de resistir durante casi tres siglos a la más poderosa potencia militar de esa época.

¿Cuándo se ha visto que en el choque de una gran nación

1 Barros Arana, Tomo I pag 109

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civilizada con una tribu salvaje, la guerra se eternice para resolverse al fin en la más absoluta impotencia de aquélla contra ésta?

¿Y quién puede creer que la causa de este fenómeno sea sólo el valor de los salvajes, sobre todo cuando sus adversarios, eran los españoles, los soldados más esforzados y valientes de todos los tiempos?

Preciso es, pues, reconocer que ese pueblo, como consecuencia de la práctica incesante del arte de la guerra durante siglos, llegó a desarrollar en tal forma sus facultades militares, que pasó a constituir una raza netamente militar. Por consiguiente, si reconocemos como lógico que un pueblo de artistas haya producido a Miguel Angel, que un pueblo de músicos haya producido a Beethoven, y que uno de literatos haya producido a Cervantes, ¿por qué no podemos convenir en que los araucanos, pueblo militar por excelencia, pueblo cuyos hombres durante varios siglos tuvieron la mente puesta en una estratagema o en un ardid de guerra, pudieron muy bien producir un genio militar?

No hay, por otra parte, para qué dar a este punto más importancia de la que en realidad tiene, Lo que importa, np es saber si el pueblo araucano se hallaba o no en situación de producir un genio, sitio probar que lo produjo.

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CAPITULO IV

LAUTARO COMO GENIO MILITAR

1.--El Ejército Araucano

Poco a poco se irán destacando en el cuerpo de este estudio las razones en que podemos fundarnos para creer que Lautaro fué un genio militar.

Al iniciar esta tarea, conviene advertir que la historia de Arauco tiene la particularidad de que sóio por un lado posee fuentes de información. La conocemos por las crónicas, las declaraciones en juicios y las historias que escribieron los contemporáneos; pero como los araucanos nada escribieron, lo que entre ellos ocurrió durante sus campañas sólo puede reconstituÍrse juzgando a priori, es decir, ascendiendo de los efectos a las causas.

Puede decirse que entre los últimos encuentros de los araucanos y la aparición de Lautaro, transcurrieron, aproximadamente, dos años, de los cuales, tal vez uno, tal vez menos, aprovechó éste en la preparación del ejército que había de oponer a los españoles.

¿Qué era el ejército araucano antes de Lautaro? Simplemente una horda de valientes. No había allí

fraccionamiento, jerarquía de mando, organización, ni nada. Contaba, en cambio, con una materia prima de la más alta calidad.

Valentía, vigor, espíritu de disciplina, extraordinario poder de asimilación y rara intuición para todo lo que se refiriera al arte militar; deben haber sido las cualidades características de esa informe masa de gente, que antes de Lautaro se lanzaba en masa al ataque, como lo haría una muchedumbre o una turba e impulsada sólo por su desenfrenado valor, haciendo cada uno todo lo que podía.

Frente a los españoles, un ejército, de tan deficiente preparación, estaba condenado a un seguro fracaso, especialmente, si se considera la enorme inferioridad de las armas con que contaba.

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Lautaro lo comprendió así Y, poniendo en acción su enorme dinamismo y su férreo carácter (ambas cosas hay que suponerlas, pues sin ellas la tarea que realizó habría sido imposible), impuso la más rígida disciplina, fraccionó el ejército en diversas unidades, lo ejercitó en el manejo de sus armas (suprimiendo la flecha por ineficaz contra las corazas de los espafloles) y en moverse en orden, en silencio y en perfecto acuerdo con las órdenes recibidas y, por fin, le dió una táctica, factor indispensable, del que carecía en absoluto el ejército araucano.

2.-Táctica y Estrategia

Como en el curso de este estudio he de hablar repetidamente de táctica y de estrategia, y como este trabajo no está destinado sólo a los profesionales, creo de necesidad una corta disertación sobre estas dos ramas del arte militar.

Una campaña se parece mucho -aunque parezca extraño- a una novela.

El que quiere escribir una novela, comienza por idear el argumento, ordenar el proceso de los acontecimientos y determinar el desenlace. Tal es la estrategia de la obra.

Con esto, ha realizado la primera parte de su trabajo. La segunda parte es escribirla, entregar los originales a la imprenta, corregir las pruebas, etc., . en fin, terminar la novela. Esta es la táctica de la obra.

Algo parecido ocurre en una campaña. Se comienza por idear, por resolver si la campaña va a ser ofensiva o defensiva, en seguida se crea el plan que se proyecta seguir, ordenando el curso de las operaciones, hasta llegar al primer objetivo decisivo. Más allá no se puede ir, porque la continuación dependerá siempre del resultado que se haya alcanzado en la realización de ese primer plan de operaciones. De aquí resulta que, lo corriente, es que un plan de campaña se componga de varios planes de operaciones.

Con un ejemplo se verá esto más claramente. Supongamos que se resuelve tomar la ofensiva, avanzando simultáneamente por dos caminos. Se fracciona el ejército, se determina el punto y el momento en que se inician los movimientos y se organizan las jornadas de manera que ambas fracciones puedan concentrarse en un día determinádo, en un punto o en una línea del territorio enemigo.

Si aquí se produce ya el primer choque con el adversario, del resultado de ese choque dependerá el curso que han de tomar las siguientes operaciones, dándose así origen al segundo plan de operaciones.

Todos estos planes son obra de la estrategia; pero la ejecución de ellos, es obra de la táctica. Es ésta la que reune a las tropas en los puntos

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iniciales de marcha, la que las pone en movimiento, la que regula los descansos, la que toma las necesarias medidas de seguridad, la que alimenta a la gente, la que fortifica, si hay necesidad, y la que, por fin, dirige y realiza el combate.

Se ve, pues, que, como en la novela, sólo el plan es de la estrategia, la que realiza ese plan es la táctíca.

Por eso se ha definido a la táctica diciendo que "es la forma que, en su realización, toman las ideas de la estrategia".

Puede también decirse, que mientras la estrategia es la concepción, la táctlca es la ejecución.

Esto no se opone a que dentro del campo de operaciones y aún dentro del combate, haya también estrategia.

Así, por ejemplo, si a la noticia de la presencia del ejército enemigo en una zona determinada" se resuelve avanzar para el combate y las tropas que se han de mover son tan numerosas que no pueden marchar por un solo camino, todas las medidas que se tomen, fuera del campo de acción del adversario, para el fraccionamiento del ejérdto y para la ordenacíón armónica de su avance, de manera que todo él pueda quedar concentrado en el mismo día en el punto probable del combate, es acción estratégicá.

Por lo que al combate mismo se refiere, si se le presenta al comandante de las tropas la posibilidad de rechazar a su adversario, lo mismo en una que en otra dirección, puede, por razones estratégicas, optar por la que más convenga a los futuros planes de operaciones. En este caso, se hace, aún dentro del combate, obra estratégica.

Deslindados así los dos campos de acción, conviene advertir que sin embargo, cuando se habla de táctica, en general, uno se refiere a la actividad de las tropas en el combate.

Y es que hasta hace no muchos años, se aceptaba todavía la clasificación que del arte militar hizo el gran escritor y general francés, Enrique Jomini, quien daba a la estrategia la concepción de los planes, a la táctica sublime la realización de los combates y dejaba a la logística todas las restantes actividades de la guerra.

Esta teoría no prosperó, tal vez porque no era sino una logomaquia.

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3.- Primeras actividades de Lautaro

Si por genio se entiende "el grado más alto a que llegan las facultades intelectuales del hombre" o "grande ingenio, fuerza intelectual extraordinaria o facultad capaz de crear o inventar cosas nuevas y admirables" o "la más alta porencia a que pueden elevarse las facultades humanas", ningún general puede, con más propiedad que Lautaro, merecer el calificativo de genio, porque ninguno de ellos fué creador, en el verdadero sentido de la palabra. Lautaro, en cambio, lo creó todo.

Si tuviera que definir a Lautaro, diría que fué un general, que sin haber aprendido nada, lo supo todo.

Sufren un error los que creen que Lautaro aprendió de los españoles el arte de la guerra, durante los varios años que fué prisionero de ellos, por que nada de lo que estos practicaban, podía tener aplicación en el ejército araucano.

¿De qué podía servirle la táctica, que soldados provistos de corazas adoptaban para el empleo de la caballería y de las armas de fuego, a las tropas de un ejército que combatía desnudo, a pie y con picas y mazas?

La táctica está íntimamente relacionada con la calidad de las armas y con ellas evoluciona.

Al período de las armas blancas correspondieron las formaciones en masa de la falange y la legión; a las armas de fuego, las guerrillas y los tiradores frente a las armas horriblemente mortíferas de nuestros días, ya no se presentan sino hombres aislados.

Ninguno de los grandes generales fué creador, ninguno de ellos ideó nuevas armas ni modificó substancialmente los procedimientos tácticos de su época. El mérito de ellos consistió en el brillante, en el geniaÍ empleo que hicieron de sus respectivos ejércitos.

Si Lautaro no hubiera hecho sino eso, no habría pasado a la historia como general de fama, pues con sólo emplear su ejército según la preparación y capacidad que tenía, por genial que ese empleo hubiera sido, no habría logrado cambiar el rumbo de los acontecimientos. Se habría repetido en Chile el heroico, pero estéril sacrificio de los aztecas y de otros valientes pueblos de la América.

Era indispensable una brusca y completa evolución en los procedimientos de combate, y tal cambio de frente no podía ser producido sino por un genio, por un hombre capaz de concebir y crear nuevos sistemas.

En estricta justicia, no fué evolución, sino creación la que Lautaro realizó, Los indios no conocían otro sistema de combate que el choque en masa y el desordenado y frenético empuje de millares de esfuerzos, ajenos a toda cooperación, a toda armonía de fines y a todo objetivo común. Por eso, Lautaro tuvo que crearlo todo.

Comenzó por fraccionar su ejército en unidades que obedecían a determinados jefes, le dió instrucción de combate y lo empleó escalonado, en

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olas, según el giro y las exigencias de la lucha. Constituyó reservas para tener en su mano el medio de contrarrestar sorpresas, de hacer cambiar el centro de gravedad de la lucha y para buscar la decisión y, por fin, hizo del terreno tan acabado aprovechamiento, que la inteligencia más sutil no sabría hacerle observaciones.

Sus planes de combate cumplieron siempre con las dos primordiales exigencias del arte militar: sencillez y eficacia.

De aquí, que nunca le fallaran y que fueran siempre de decisivos resultados.

En el terreno de las armas, bien poco podía hacer Lautaro, dado el estado embrionario ,en que se encontraba la industria entre los indios, que ni siquiera trabajaban el hierro. Sin embargo, después de suprimir la flecha, por ser absolutamente ineficaz contra las corazas españolas, ideó (después de Tucapel), el lazo, arma que llegó a ser temible en manos de los indios, que casi costó la vida a Villagra en la batalla de Marigueñu y a la cual el cronista Góngora de Marmolejo llamó "invención diabólica".. (Historiadores, Tomo II, Pág. 47). Poco más tarde ideó el escudo, que lo hizo fabricar de cuero, y, por fin, el garrote, que le dió muy buenos resultados contra la caballería. "Tan largos como el brazo y si los caballos viniesen tan armados que no tuviesen temor de los muchos garrotazos que les tirarían y los rompiesen, se recogerían a la palizada que tenían hecha". (Historiadores, Tomo II, Pág. 59):

En los tiempos actuales, la infantería tiene en los rifles y ametralladoras eficacísimos recursos contra las aterradoras cargas de la caballería; pero los indios carecían en absoluto del medio de detener o síquiera de atenuar el impulso de esas masas de hombres y caballos, que pasaban sobre ellos sembrando la muerte.

Vió Lautaro que era indispensable hacer algo, sino para detenerlas, por lo menos, para desorganizarlas, e ideó el garrote, una especie de bastón corto y pesado que podía ser lanzado desde cierta distancia contra la cabeza o contra las patas de los caballos, Esta arma rindió todo el efecto que de ella se esperaba y fué empleada por primera vez en la batalla de Concepción, produciendo el más completo desconcierto en las filas enemigas.

En el campo de la estrategia, la obra de Lautaro es aún más digna de admiración, pues tuvo que vencer en él casi insuperables dificultades. Por eso, sólo antes de los combates. le fué posible mantenerse dueño de la situación. Logró siempre combinar sus movlmientos con la necesaria precisión para ser el más fuerte en el campo de batalla, donde jamás dejó de tener oportunamente concentrado su ejército; pero no pudo nunca coronar su obra con una enérgica persecución estratégica, porque todos sus esfuerzos se estrellaron impotentes contra la costumbre rutinaria de los indios, de entregarse a la orgía después de cada victoria.

Esta fatal circunstancia, restó a Lautaro una enorme ventaja, ya que rechazar al adversario no es sino iniciar la victoria, Para coronarla, se impone siempre, como indispensable, una persecución a fondo que agote, desmoralice y desorganice por completo al enemigo,

La parte estratégica fué Ia tarea más difícil para Lautaro, como lo

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fué después para sus sucesores, por lo engorroso que era el manejo de tropas que debían moverse, concentrarse y alimentarse en un teatro de operaciones de pocos recursos y de muy malas y escasas comunicaciones.

Hasta con la sup,erstición de sus tropas tuvo que luchar Lautaro y buena prueba de ello fué su fracaso en el ataque a Imperial, donde en marcha hacia lá ciudad, fué sorprendido por una borrasca que los indios consideraron de mal agüero y que produjo, como consecuencia, la dispersión del ejércíto entero 2. ¿Qué otro general tuvo que vencer tantas y tan graves dificultades?

Era tanta la superioridad técnica del ejército español, que con masas desordenadas, por fuertes y valientes que hubieran sido, no habría existido la posibilidad de derrotarlo. Esto fué lo que comprendió Lautaro y lo que se propuso remediar.

Tenía que comenzar por dar a su ejército una organización y un fracionamiento adecuado a la calidad de mando de sus jefes y lo ideó y lo implantó en el más breve plazo; había que establecer una sólida disciplina para alcanzar el objetivo decisivo de lograr una obediencia ciega en el momento oportuno, y la estableció con mano férrea, hasta llegar muchas veces a la crueldad; y había, por fin, que dar a las tropas la indispensable preparación que requerían sus operaciones militares y se la dió en cuanto fué posible.

Como el servicio de exploración, para llegar a ser eficiente, requiere una preparación relativamente larga que no podía obtenerse en el breve plazo de gue él disponía, buscó ia manera de reemplazarlo por otro, que siendo tan eficaz y requiriendo menos estudio, le permitiera aprovechar las aptitudes de su gente, y empleó el espionaje, con el cual alcanzó los más brillantes resultados.

Y fueron tan rápidos y efectivos, los progresos que los indios hicieron en materia de instrucción y adiestramiento, que, cuatro años más tarde, dieron motivo para que un cronista de la época se expresara así: "Atacaron los indios en escuadrones cerrados; tan bien organizada la piquería, como si fueran soldados alemanes muy cursados y expertos en semejantes ocasiones". 3

Preparado ya así el ejército, el resto era tarea del general que lo mandara y comenzó, por consiguiente, la obra de Lautaro.

El primer problema que tenía que resolver, era el de idear un procedimiento de combate que ofreciera las posibilidades de contrarrestar la eficiencta de las armas españolas. ¿Lo consiguió? ¡Acertó con el único que existía! Por lo menos hasta hoy, a nadie se le ha ocurrido que por otros medios se hubiera podido llegar a los mismos resultados,

2 El 23 de Abril de 1554 fracasó Lautaro en su ataque a. Imperial porque "una gran tempestad de viento y lluvia, acom~ pafiada de

truenos y relámpagos, sembró la desorganización y el espanto entre los indios", y desistiendo de su propósito, se volvieron a sus casas en completa dispersión", (Barros Arana, Tomo II, Pág, 59)

3 Documentos Inéditos. Tomo XXVIII. Pág, 144

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Viendo que de sus armas, casi del todo impotentes contra las corazas españolas, no podía esperar la victoria, resolvió aprovechar su superioridad numérica -el único factor que tenía a su favor- para producir el agotamiento físico de los hombres y de los caballos enemigos.

Para alcanzar estos resultados fraccionó su ejército en numerosos escuadrones 4 y los instruyó para alcanzar de elIos una eficiente y armónica obra de conjunto.

Estudió en seguida el campo en que pensaba librar su primer combate y proyectó en él la distribu, ción que convema dar a sus tropas para alcanzar los siguientes pri!ll0rdiales objetivós:

1) Asegurar la sucesiva y oportuna intervención de sus diversos escuadrones.

2) Obligar a los españoles a pelear en una dirección determinada para alcanzar así, entre otros resultados, el de imponer a la caballería el pie forzado de cargar siempre cuesta arriba.

3) Situar el teatro de la lucha en forma tal, que en cuanto se produjera el rechazo de uno de sus escuadrones, la retirada se pudiera efectuar sin el peligro de ser perseguido por la caballería enemiga.

4) Combinar y regir los movimientos de sus tropas de manera que, producida la derrota de los españoles, no les quedara a éstos ningún camino por donde practicar la retirada.

En forma impecable y con precisión matemática, se realizaron estos cuatro objetivos, y tan perfectos fueron sus resultados, que permitieron a Lautaro alcanzar una de las victorias más decisivas que registra la historia universal.

¿De qué otro gran general puede decirse lo mismo, siquiera algo parecido?

4.- Paralelo entre Lautaro y los grandes generales

Para llegar a conclusiones definitivas, creo que lo más efectivo es hacer un paralelo entre Lautaro y los cinco generales de más fama en la historia militar; Alejandro, Aníbal, César, Federico el Grande y Napoleón.

Edad.- En edad sólo puede comparáresle con Alejandro, que, como él, tomó el mando de su ejército a los 18 años.

Conocimientos.-Todos los grandes generales fueron hombres de vastos conocimientos, hombres que se desarrollaron en un ambiente de alta

4 En la milicia antigua se conocia con este nombre a una porcIón de tropas formadas en filas con cierta disposición, según las reglas de la táctica militar. En los tiempos más antiguos la táctica era conocida con el nombre de arte de escuadronar.

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cultura y con una esmerada educación. Alejandro fué hijo del Rey Filipo de· Macedonia y discípulo de

Aristóteles, el genial filósofo griego; César, que pretendía descender de Eneas, de Venus de Anquises, fué un hombre ilustrado, de gran elocuencia y de destacadas aptitudes políticas (bastaría decir que fué el autor de Los Comentarios) ; Aníbal, hijo de Amícar Barca, general cartaginés, a quien siguió a España, hizo su carrera desde soldado a las órdenes de su cuñado Asdrúbal y se formó, por consiguiente, en un ambiente netamente militar; Federico, hijo de rey y rey él mismo de un pueblo civilizado, no hay para qué decir que fué un hombre de cultura superior y, por fin, Napoleón, fué militar de profesión, formado en el colegio militar de Brienne y en la escuela militar de París.

Todos éstos llevaron, pues, a la guerra el aporte de su preparación y el de las lecciones y experiencias militares que hasta entonces existían, todos fueron hombres de estudio y de grandes conocimientos.

Lautaro, en cambio, fué un indio analfabeto, sin la menor noticia de lo que en el mundo había ocurrido antes de él, sin saber siquiera que habían existido otros generales, ni lo que ellos habían hecho, sin ejemplo ninguno que seguir y, lo que es peor, sin gimnasia intelectual de ninguna especie, pues nunca había tenido oportunidad de ejercitar su inteligencia.

Ejército.- Ninguno de los grandes generales tomó el mando de un ejército de mediana calidad.

El de Alejandro fué el que formó su padre, Filipo de Macedonia, el que usaba la falange, la formación más eficiente de esa época.

César tomó el mando del ejército romano, el mejor de su tiempo, ya evolucionado, pues en vez de la falange, usaba la legión.

Aníbal peleó al mando del aguerrido ejército cartaginés, que ya había sabido vencer en Italia y en España.

Federico recibió de su padre, el Rey Sargento, el ejército más ·disciplinado y aguerrido de su época.

Napoleón, baste decir que tomó el mando del gran ejército francés del siglo XVIII. Hay sí que reconocer, que en ei momento de hacerlo -al iniciar la campaña de Italia- ese ejército se hallaba completamente desmoralizado por el abandono en que lo tenía el Gobierno.

¿y Lautaro? Se hizo cargo del peor ejército del mundo y de la tarea de combatir, con el que, tal vez, era el mejor ejército del mundo.

En ese ejército no se conocía la instrucción, no había organización, táctica, jerarquía de mando, ni otra base para constituir un ejército, que la del material humano.

Pero para establecer en forma concreta y aproximada el verdadero valor militar del ejército que Lautaro recibió, hay que proceder, una vez más, en forma inductiva.

¿Fué sólo una horda, como correspondía al escaso grado de cultura que la tribu había alcanzado?

Habría derecho a suponerlo, pero eso no armonizaría con los

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siguientes antecedentes, perfectamente comprobados: 1.- Eran guerreros que invariablemente habían vencido, a través

de varios siglos, a todas las tribus que se le habían opuesto; 2.- No sólo habían peleado con tribus de su misma cultura, sino

con una raza tan evolucionada como la que poblaba el Perú (los incas), la cual, después de ingentes y repetidos esfuerzos para conquistarlos, renunció a la guerra, declarándolos promaucas, o lo que es lo mismo, "enemigos libres"; y

3.- Vivían dedicados exclusivamente a su preparación para la guerra y esto impone el deber de suponer, por lo menos, que eran muy diestros en el manejo de sus armas, que eran ágiles y resistentes a toda clase de fatigas y que conocían y apreciaban el inmenso valor de la disciplina.

A estos antecedentes hay que agregar, sí, la ignorancia casi absoluta que de toda materia militar tenía Lautaro, y hecho esto, hay que arribar forzosamente a la conclusión de que a él no le quedaba otro recurso, que inventarlo todo

Armamento.-Todos los grandes generales pelearon con los mejores armamentos que en sus respectivas épocas existían, en tanto que Lautaro tuvo que hacer frente a un ejército tan superiormente armado, que se vió reducido casi a la más absoluta impotencia.

Se ve, pues, que mientras los grandes generales gozaron de todas las ventajas que podía ofrécerles un buen ejército, una vasta ilustración, etc., Lautaro tuvo que realizar sus campañas sin otra ayuda que la potencia de su genio creador.

Y tan poderoso fué ese genio, que creándose recursos, mandando tropas colecticias, descubriendo leyes y procedimientos e improvisando sus armas, debeló adversarios, donde quiera que los encontró, logrando morir invicto.

Sintetizando lo ya dicho sobre Lautaro, podemos llegar a la conclusión de que, sin apasionamiento de ningún género, y a la luz de sólo los hechos perfectamente históricos, se le pueden atribuir como principales méritos los siguientes:

1.- Sólo tenía 18 años al tomar el mando de su ejército. 2.- Era analfabeto y de la más absoluta ignorancia. 3.- Ningún general del mundo ha tenido que realizar sus

campañas con un ejército tan deficiente y tan mal armado como el que empleó Lautaro,

4.- Toda la organización y toda ia instrucción del ejército

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araucano, fué obra de Lautaro. Mérito es éste, del cual ningún otro general ha podido vanagloriarse.

5.- Creó una táctica especial para su ejército, táctica que le permitió alcanzar los más brillantes resultados.

6.- Fué un maestro en el arte del aprovechamiento del terreno, arte que en él, fué una verdadera creación.

7.- Ideó planes de combate y los realizó en forma tan perfecta, que, invariablemente, lo condujeron a la victoria.

8.- Su primera batalla fué una de las victorias más completas que registra la historia militar del mundo.

9.- Empleó la fortificáción del campo de batalla, sin haberla aprendido de los españoles, pues éstos nunca hicieron de la fortificación una aliada para el combate, sino un refugio para descansar en la tranquilidad de que no serían sorprendidos. Eran, pues, muy distintas las características de ambas fortificaciones.

10.- Ideó el procedimitmto de fortificaciones a retaguardia de la primera línea de combate, procedimiento que sólo en la penúltima guerra europea ha venido a consagrarse como bueno.

11.- Descubrió todas las leyes de la guerra y en el campo de la estrategia -materia ésta en la cual nada pudieron decirle los procedimientos españoles, movió sus masas de tropa en un vasto y pobre teatro de operaciones, sin sufrir nunca un fracaso.

12.- Inventó nuevas armas que rindieron todo el fruto que de ellas podía esperarse.

13.- Jamás perdió una batalla: murió invicto. 14.- Como todos .los grandes generales, gozó de un enorme

prestigio entre sus soldados y llegó a ser el terror de sus enemigos. ¡De ningún otro general puede decirse lo mismo! Lautaro iguala a unos en ciertos rasgos, a otros en otros, pero

nadie lo iguala a él en todos.

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CAPITULO V

COSTO DE LA GUERRA DE ARAUCO

Antes de comenzar el estudio de la guerra secular que Arauco sostuvo contra España, me parece oportuno poner de manifiesto, con antecedentes indiscutibles, la enorme diferencia que existió entre la resistencia opuesta a los españoles por los araucanos y la que opusieron las restantes tribus americanas.

El descubrimiento y conquista de América, que fué un duelo a muerte entre España y los aborígenes de nuestro continente, se caracterizó especialmente, por la invariable superioridad que revelaron las armas españolas.

Sin excepción, bastó un pequeño ejército español, a, veces 50 jinetes, para derrotar a los más poderosos ejércitos americanos.

Con poco más de 600 soldados invadió Cortés el poderoso imperio azteca y librando numerosas y sangrientas batallas, en que jamás salió derrotado, llegó con ellos a posesionarse de la opulenta capital, a los seis meses y días de haber desembarcado en Veracruz.

Reforzado, poco más tarde, llegó a contar con algo más de 1000 soldados, los que le bastaron para terminar completamente la dominación de México. ¿Cuántos hombres costó a España esta campaña? No alcanzaron a 160.

Con menos gente aún, fué invadido Perú, nación poderosa y conquistadora cuyos dominios se habían extendido ya desde el Ecuador hasta Bolivia y Chile. Bastaron a Pizarro 170 soldados, 70 caballos, 3 arcabuses y 20 ballestas para llegar hasta Cajamarca y ponerse al frente del poderoso ejército que mandaba Atahualpa.

Tras estas invasiones, siguieron las respectivas conquistas, que fueron relativamente breves y de carácter definitivo.

Subyugados así los dos grandes imperios que predominaban en

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América, lógico fué que los españoles dieran por terminada la parte más difícil de su tarea, sin imaginarse siquiera la dolorosa sorpresa que les reservaba el porvenir.

Llegaron los españoles a Chile al mando de uno de los más brillantes oficiales que vieran los teatros de guerra americanos, don Pedro de Valdivia, y su encuentro con los araucanos fué el principio de una era digna de los tiempos heroicos de la antigua Grecia. Fué el choque violento de dos razas gigantes, a las cuales no intimidaban la muerte, ni los más grandes sacrificios.

Aunque extraño, es por eso explicable, que el descubrimiento y conquista de Chile, haya costado a España más, pero inmensamente más, que el descubrimiento y la conquista de la América entera.

La conquista, que en los demás países duró sólo unos cuantos años, en Chile nunca fué terminada. Después de 270 años de no interrumpida lucha, los españoles, los mejores guerreros de esa época, se retiraron de Chile sin poder decir que por un momento siquiera, habían dominado a los araucanos.

Este solo antecedente dice ya más que todo lo que pudiera escribirse sobre el valer militar del pueblo araucano.

No nos fué mejor a los chilenos, que continuamos la obra de los españoles durante más de medio siglo, con los mismos resultados negativos.

La única tribu americana con la cual España pactó treguas y tratados de paz, reconociendo la independencia de los indios, deslindando fronteras, arreglando canjes de prisioneros y estableciendo determinadas y recíprocas relaciones de convivencia, fué la araucana (Paces de Quillén, 1641).

Por eso, mientras en los demás países se mantenían ejércitos de unos cuantos cientos de hombres, ya a principios del siglo XVII, el rey de España dispuso que en Chile existiera permanentemente uno no inferior a 1.500 soldados españoles, sostenido por el real situado que pagaba el Perú.

En 1603, el rey dispuso que en ChÍle se mantuviera permanentemente un ejército de 1.500 hombres y en 1606, Felipe II ordenó, para poderlo mantener, que el situado que pagaba el Perú, se elevara a 212:000 ducados.

En Abril de 1620, el ejército constaba de 1.587 plazas. y así fué cómo en 1605, el ,Gobernador, don Alonso García

Ramón, inició sus operaciones contra Arauco con un ejército superior a 1.200 soldados españoles y otro, aún mucho mayor, de indios auxilíares. Esto no se vió. nunca en ningún otro teatro de guerra arnericano.

Casi no hubo gobernador que no llegara a Chile con un respetable refuerzo de tropas, aparte de las remesas extraordinarias que España hizo, y esto, unido a los innumerables hijos de españoles que en casi tres siglos nacieron en Chile, hizo que fueran muchas las decenas de miles de soldados

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que cayeran en el trágico tonel de las Danaides de la guerra de Arauco5. El más autorizado de los historiadores coloniales, contemporáneo a

esa gloriosa época, don Diego Rosales, calculaba que a fines del siglo XVII, la guerra de Arauco costaba ya a España 42.000 soldados y más de 50 millones de duros6. Sólo en el lapso comprendido entre 1601-1698 la guerra costó 9000 soldados y 16.109.661 pesos y 3 reales.

Con estos antecedentes coinciden los siguientes 1.- En 1614, don Pedro Cortés Monroy, enviado como Procurador

del Gobernador don Alonso de Ribera, ante la Corte de España, pidió al rey un ejército de cuatro o cinco mil hombres, muchas armas y toda clase de elementos, para poder terminar la guerra en cinco o seis años7.

2) En 1664, Jorge de Esquía y Lumbe, en carta al rey de España, ponía en su conocimiento que, hasta esa fecha, habían muerto en la guerra 29.000 españoles y 60.000 indios auxiliares8.

Si estas son las cifras de muertos hasta fines del siglo XVII, dable es calcular, sin la menor exageración, que hasta principios del siglo XIX, en que la guerra terminó, las bajas sufridas por España no pudieron ser inferiores a 50.000 y tal vez más hombres. Y conste, que en estos cálculos, no están comprendidos los heridos, prisioneros, ni desaparecidos.

jQué contraste forman estos antecedentes, con el ya conocido de que, para dominar completamente al gran imperio azteca, España no perdiera sino 160 hombres! Si se computan las bajas sufridas en el resto de América, me parece muy difícil llegar a los 300 hombres.

5 Algunos cronistas dejan constancia de que entre los soldados que acompañaban a don P·edro de Villagra en 1563 iban ya muchos chilenos de nacimIento (Barros Arana, tomo Ir, pág. 314).

6 Capitulo XVIII, página 109

7 Medina. Biblioteca Hispano-Chilena, tomo ir, pág, 38

8 Ult!mo desengaño de la guerra de Chile, Medina. BIblioteca Hispano-Chilena, tomo II. página 308

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CAPITULO VI

LAUTARO EN ACCION

Tan pronto como Lautaro se sintió en situación de hacer frente al poderío español, lanzó su grito de guerra, atacando el fuerte de Tucapel.

Era Tucapel un pequeño fuerte guarnecido por unos cuantos soldados españoles, al mando del capitán Ariza.

Valiéndose los indios de la circunstancia de que diariamente les era dado entrar al fuerte, llevando la provisión de leña y pasto que la guarnición necesitaba, en una de esas veces, llegaron con armas cuidadosamente ocultas en las cargas, y aprovechando el descuido de los españoles, cayeron sobre ellos logrando desconcertarlos oon la sorpresa.

Mas, esto duró poco. Muy luego Ariza logró restablecer el orden entre los suyos y, contraatacando, después de grandes y sangrientos esfuerzos, logró arrojar a sus enemigos del fuerte y aún perseguirlos por corto trecho.

Desgraciadamente para los españoles, este triunfo momentáneo había costado mucha sangre y Ariza se dió cuenta, viendo llegar nuevos refuerzos indios, de que no le quedaba otro recurso que abandonar el fuerte, lo que realizó al caer la noche.

La velocidad de sus caballos le permitió sustraerse a la persecución de los indios y pudo, sin ningún entorpecimiento, llegar al vecino fuerte de Purén, Los indios, viéndose dueños del fuerte, lo incendiaron, prendiendo así de nuevo la antorcha de la guerra.

Según don Crescente Errázuriz, es a Lautaro a quien hay que atribuir esta sublevación. Dice sí, en la pág. 558 del 2" tomo de su obra sobre Pedro de Valdivia: "Fué, sin duda, Lautaro quien infundió en las leguas de Arauco, Tucapel y Purén, el espíritu de revuelta; quien concibió el plan de conflagración general, al ver la imprudente división de las fuerzas españolas.

"En toda su vida, tan corta como agitada y gloriosa, siguió ejerciendo su autoridad sin contrapeso. Designaba a los caciques e indios principales, que en cada empresa habían de tomar parte; los convocaba y mandaba; desechaba a cuantos no creía aptos; perseguía y castigaba sin

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piedad a los que rehusaban ayudarlos o permanecían sujetos a los españoles".

También dice de él: "el más ilustre, poderoso y obedecido de sus capitanes generales".

En la página 559, refiriéndose a la presencia de Lautaro en Tucapel, dice: "El haber sido Lautaro en esa época "Capitán General de los Indios" lo afirman Francisco de Villagra en la pregunta 68 de su interrogatorio, y, en sus respuestas a ella, no menos de 20 de sus testigos, sin que ninguno lo ponga en duda. Eso mismo afirman Juan Gómez de Almagro y sus testigos (XI, 192 y otras), don García de Mendoza (XI, 421) Y numerosos capitanes y soldados".

Tan pronto como Valdivia tuvo conocimiento de la destrucción del fuerte de Tucapel, resolvió reconstruir el fuerte incendiado y salió de Concepción a la cabeza de sólo quince jinetes, para dirigirse a las minas de Chilacoya, que en esos momentos explotaban con una gran cantidad de indios sumisos.

Lo que tan apresuradamente lo hacía proceder, era el temor de que la insurrección se propagara y el consecuente deseo de apagarla en germen. OcurrÍa esto el 15 de Diciembre de 1553, aproximadamente.

Aun cuando en las minas no se tenía ninguna noticia de la insurrección y los indios se mantenían tranquilos, tomó Valdivia la precaución de levantar un fuerte que diera cierta garantía de seguridad a la tropa destacada allí.

Esto le permitió también retirar algunos soldados, que unidos a los que pudo sacar de Arauco, a su paso hacia Tucapel, hizo subir su partida a 50 jinetes.

Tomó al mismo tiempo la precaución de enviar ai capitán Gómez de Almagro, comandante del fuerte Purén, la orden de ponerse en marcha hacia Tucapel con trece de los jinetes que tenía a su mando y de encontrarse en el punto de la cita el 25 de Diciembre, (Sobre la fecha exacta en que ocurrió la batalla de Tucapel, no se han puesto de acuerdo los historiadores. Para el objetivo que en este trabajo me propongo, una diferencia de días, carece en absoluto de importancia.)

Fué relativamente fácil que esta noticia llegara a oídos de Lautaro, pues Gómez de Almagro leyó públicamente en Purén la carta de Valdivia.

Conviene ya establecer aquí, que los españoles, (aún cuando ellos no lo declararon nunca en sus crónicas ni en sus partes, tal vez por creerlo innecesario), jamás dejaron de ir a los combates reforzados con un buen número de indios auxiliares (Yanaconas).

Algunos cronistas, entre ellos Rosales, han fijado en 2.000 el número de yanaconas que acompañaron a Valdivia en Tucapel.

Estos indios peleaban valientemente al lado de los españoles y servían, tanto en los servicios auxiliares, como para proteger los flancos o para ocupar determinados puntos en el campo de batalla. En el caso que comentamos, concurrieron también, pero en un número que, como dijimos, no ha sido posible fijar exactamente.

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Este avance de Valdivia hacia Tucapel, no tomó desprevenido a Lautaro, quien, gracias a su servicio de espionaje, se mantuvo en todo momento orientado sobre el curso de los acontecimientos.

Como su propósito era batir a Valdivia en Tucapel, no hizo esfuerzo alguno para molestarlo en el camino, ni para detenerlo en su avance y se limitó a observarlo por medio de sus espías.

A la viveza y sagacidad de sus indios, no escapó ni siquiera la orden dada a Gómez de Almagro para concurrir a Tucapel, por la razón que consignamos anteriormente, y como esto significaba un refuerzo para su adversario, se propuso hacerla fracasar.

Entre cien generales, por lo menos 90 habrían resuelto en este caso, destacar contra la fracción de Gómez de Almagro la gente necesaria para rechazarlo o, por lo menos, para detenerlo durante todo el tiempo que hubiera sido necesario. Esta era la solución, al parecer más lógica y, sin embargo, a Lautaro no le pareció la mejor.

Destacar tropas contra Gómez de Almagro para detenerlo en su avance, con ser lo más simple, no pareció a Lautaro un recurso apropiado, ya que se resolvía, al fin, en una equivalencia: hacía perder fuerzas a su adversario, pero perdiéndolas él, a su vez. Buscó, pues, otro medio más eficaz, que fué el de hacer saber a Gómez de Almagro que el 24 su fuerte sería atacado con grandes fuerzas. Bastó tal noticia, como era natural, para que éste resolviera postergar por un día su avance a Tucapel.

¿Cómo hacer llegar esa noticia? También éste era un problema que necesitaba ser resuelto con mucho tino, pues no era tan fácil engañar a los españoles.

Lo que Lautaro hizo, fué ordenar a un indio, que debe haber sido muy ladino, que rondara cerca del fuerte simulando mucho interés en no ser visto y procurando, a la vez, que lo sorprendieran. Consiguió su objetivo y el indio fué apresado por los españoles,

Interrogado sobre la intención que allí lo llevaba, se negó a contestar hasta que, viéndose muy apremiado -esto había que esperarlo- confesó que andaba reconociendo el fuerte, porque los indios pensaban atacarlo el 24 con grandes fuerzas. Se ve que a Lautaro no se le escapaba ningún detalle.

Es de hacer notar que el interés de Lautaro no fué impedir la salida de Purén de Gómez de Almagro, sino retardar esa salida, ¿Por qué? Porque a él le convenía esa salida para poderlo batir en campo abierto, como, efectivamente, ocurrió el 26 de Diciembre.

Con sólo la pérdida de cuatro jinetes, adelantados para explorar y que fueron copados y muertos por las avanzadas de Lautaro, llegó Valdivia a Tucapel, antes del medio día del 25 de Diciembre de 1553. (Estos jinetes fueron don Luis de Bobadilla y tres soldados que Valdivia destacó desde Lavolebo.)

Avanzó hasta llegar cerca del lugar en que había existido el fuerte, y se aprestaba ya para dar descanso a su tropa, cuando de un bosque vecino salió, en compacta formación y con denodado empuje, un escuadrón

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araucano. Valdivia, con la rapidez que era de esperar de tan experto capitán,

dividió en tres partes su escuadrón y designó a una de ellas, para salir al encuentro de los indios.

El choque fué tremendo. Los españoles, sedientos de venganza, cayeron como una tromba sobre las compactas filas de los indios, arrollando y matando a diestro y siniestro.

Los indios, entretanto, no les iban en zaga, poseídos de una altísima moral, seguros ya de que los españoles morían como ellos, y convencidos de que había sonado la hora de su redención, resistían y luchaban con un valor desesperado, defendían palmo a palmo el terreno y vendían caras sus vidas.

Sin embargo, aunque el resultado podía hacerse esperar, era muy difícil que en ese choque de los aceros contra los pechos desnudos de los indios, fuera otro que la derrota de éstos. Cedieron, pues, el campo los naturales, para precipitarse por las quebradas (de antemano elegidas para el caso) donde no los podían perseguir los jinetes enemigos. No antes sí, de haber herido a muchos españoles y de haberlos abrumado de cansancio.

Con esto se habían logrado ya dos de los objetivos de Lautaro: debilitar la resistencia española y evitar la persecución de sus tropas.

Así terminó la primera fase del combate de Tucapel, y siguiéndolo en su desarrollo, vamos a ver ahora como se desenvolvió el plan que Lautaro había concebido.

Convencido de que en un choque con los españoles su ejército llevaría siempre la peor parte, si lo empleaba en masa, se había propuesto hacer de la batalla, no un encuentro formidable, como siempre había ocurrido, sino tantos encuentros parciales como fueran necesarios, para agotar las fuerzas de su adversario en un combatir incesante y siempre renovado,

Era el combate en olas, que debía esperar varios siglos para ser aceptado por el arte militar.

Ideaba con esto un nuevo sistema de combatir, creaba una táctica; pero le faltaba realizar y completar su plan y lo hizo en una forma impecable.

La sucesiva y no interrumpida intervención de sus escuadrones se produjo con precisión matemática y sin que ninguno se denunciara antes de entrar en acción. Cómo logró tal orden y disciplina en un ejército que poco tiempo antes se hallaba formado por tropas absolutamente colecticias? Este es uno de los fenómenos más dignos de ser admirados.

Sigamos ahora el curso de los acontecimientos. Rechazada la primera fracción de tropas de Lautaro, una segunda

ocupó inmediatamente su lugar, con iguales bríos, obligando a Valdivia a emplear contra ella, un segundo grupo de jinetes.

Esta vez la resistencia de los indios fué aún más tenaz, y ésto, unido a la fatiga que producía el ardiente sol de un caluroso día de verano, aumentó en tal forma el cansancio de los jinetes y de los caballos, que Valdivia creyó indispensable precipitar el desenlace para resolver cuanto antes un combate que ya se prolongaba inusitadamente. Para llegar a tal

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resultado, puso en acción todas sus tropas simultáneamente y así logró, como era natural, la retirada de la segunda división de Lautaro, aunque sin alcanzar sobre ella un triunfo decisivo, porque, como la anterior, consiguió también burlar la persecución, precipitándose a las quebradas.

Apenas resuelta así la segunda fase del combate, apareció, con el mismo orden y brío que los anteriores, el tercer escuadrón de Lautaro.

Fácil es imaginarse la situación que esta tercera ola de ataque creó a los españoles, ya completamente extenuados, muchos de ellos heridos y desprovistos en absoluto de tropas de refresco. No se desalentaron, sin embargo. Dando, una vez más, elocuentes pruebas del acerado temple de sus almas, en un esfuerzo supremo, cargaron con renovados bríos. ¡Empeño inútil! Extenuados ya los jinetes, agotados los caballos y muy raleadas las filas, faltaron fuerzas para romper la muralla de pechos, que los tenaces indios oponían.

Era el -instante decisivo y, dirigiéndose a sus oficiales, Valdivia preguntó? ¿Qué hacemos? El capitán extremeño, Altamirano de Medellín, tomando la representación de todos, contestó: ¿Qué quiere vuestra señoría que hagamos, sino que peleemos y muramos?

Esta respuesta espartana, da idea de la fibra de esos hombres, que escribieron con hazañas nunca superadas, la epopeya que cantó Ercilla, como cantó Homero la de los griegos.

Para soldados de ese temple, cuando no se podía vencer, había que morir, y a morir tocaron las trompetas cuando ordenaron repetir la carga.

El choque fué tan impotente como el anterior, y por segunda vez se produjo el repliegue de los españoles,

Continuar el combate era ya imprudencia temeraria e inútil sacrificio, y Valdivia, sobre quien pesaba toda la responsabilidad, se vió forzado a ordenar la retirada.

Conociendo la rapacidad de los indios, pensó en que si les abandonaba sus bagajes, por saquearlos, le dejarían escapar con los pocos hombres que aún le quedaban en pie.

Comenzaba a poner en obra este plan, cuando en medio de una ensordecedora vocería, se vió atacado por todos lados por numerosas partidas de indios que avanzaban con loco ardor. Era la reserva, que al mando de Lautaro, intervenía en el momento preciso, para consumar la derrota de los españoles,

Y llegó el epílogo de esa odisea admirable, en que el genio de Lautaro rayó a la altura del espartano valor de los españoles. Por un momento pudieron aún los castellanos ofrecer alguna resistencia; pero eran ya tan pocos y se hallaban tan extenuados, que no vieron otra salvación que la fuga.

Desgraciadamente, ni a este recurso se pudieron acoger, porque Lautaro había tomado ya sus medidas para cerrar todos los caminos de retirada.

Los indios, entretanto, enardecidos con la victoria, y sedientos de venganza, atacaban con verdadera furia, acabando a lanzadas con los pocos sobrevivientes.

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Valdivia, en compañía de un clérigo apellidado Pozo, había logrado escapar del campo de batalIa, pero detenido por un pantano, fué alcanzado por los indios y ultimado sin piedad. El clérigo corrió la misma suerte.

Los autores no están de acuerdo sobre el género de muerte que sufrió Valdivia. Mientras unos creen que murió en el campo de batalla, otros le atribuyen una muerte horrorosa, martirizado por los indios.

Yo me inclino a creer que no salió vivo del campo de batalla, porque juzgo poco probable que Valdivia, conociendo la crueldad de los indios y sabiendo que tenían que vengar en él muchos agravios, se hubiera dejado tomar prisionero. Por otra parte, es también poco probable que en esa orgía de sangre, los indios hubieran pensado en tomar prisioneros.

Terminó, pues, la batalla de Tucapel, la primera que los indios ganaban y la primera que Lauiaro dIrigía, con la muerte de todos los españoles, sin exceptuar uno solo.

La muerte de todos los españoies, hizo difícil la reconstitución de esta batalla y lo que de ella se sabe, lo dijeron los pocos indios auxiliares que escaparon de la hecatombe. Uno de los principales cronistas de la época, Góngora de Marmolejo, obtuvo la mayor parte de sus datos del indio Alonso, guardarropa de Valdivia, que peleó a su lado en Tucapel.

La aparición de Lautaro marcó, en consecuencia, el principio de una nueva era: la de la vulnerabilidad española.

Hasta entonces, los castellanos no habían conocido en Chile al derrota, como no la habían conocido tampoco en el resto del continente americano, que se lo había sido impotente testigo de sus ininterrumpidos triunfos.

Algo extraordinario tenía que resultar del choque de esos dos titanes: Valdivia que no conocía la derrota y Lautaro que no la había de conocer jamás.

Como se ha visto, uno a uno se cumplieron los propósitos de Lautaro, cosa tan difícil en la guerra, que casi se tiene por imposible. Ni llegaron los refuerzos de Purén, ni salvó con vida uno solo de los enemigos.

A consecuencia del ardid de Lautaro, Gómez de Almagro llegó a las inmediaciones de Tucapel 24 horas después de la hecatombe y al darse cuenta de la irreparable desgracia, pensó en el peligro que a él mismo le acechaba e inició inmediatamente su retirada.

Desgraciadamente, era ya tarde para hacerlo impunemente. Atacado por numerosas partidas de indios, al mando de Lincoyán, tuvo que desplegar Gómez de Almagro y los trece jinetes que lo acompañaban tal energía y heroicidad, que han pasado a la historia con el honroso título de "Los catorce de la fama". De los 14 cayeron 7 y los restantes salvaron todos muy mal heridos.

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CAPITULO VII

PRIMERA CAMPAÑA DE LAUT ARO

Batalla de Marigüeñu (26-II-1554)

Convencidos . los españoles, después de doce años de no interrumpidas viétorias, de que sus huestes eran invencibles, no sólo se· sentían completamente seguros, sino que la confianza. en sus armas los había llevado a, una exagerada y peligrosa dispersión de sus fuerzas. En su afán de fundar ciudades, no pensó Valdivia en que cada una de ellas le significaba una sensible .disminución de sus efectivos de combate,

Por eso, la derrota de Tucapel y la muerte de Valdivia, produjeron verdadera consternación en la vecina ciudad de Concepción. Sorpresivamente, sus habitantes se vieron privados de las tropas que los protegían y, a la vez, del experimentado caudillo en quien tenían puesta toda su confianza.

Fué, pues, indescriptible el pánico que la noticia del desastre de Tucapel llevó a los ánimos de los habitantes de todas las ciudades y fuertes que existían al sur del Mau)e.

La guarnición de los Confines y una parte del Cabildo, escaparon de Imperial, y la de Arauco; con gran parte de los pobladores, huyó a Concepción, donde fueron a aumentar el espanto que ya reinaba en la ciudad,

El primer problema que se presentaba, era la elección del jefe que debía reemplazar a Valdivia y, por suerte, con la más completa unanimidad, todos pusieron sus ojos en el Teniente Gobernador, don Francisco de Villagra, valiente y experimentado capitán, que inspiraba plena confianza y que arrastraba todas las simpatías.

Aceptó Villagra el honroso encargo, a pesar de conocer la grave responsabilid'ad que asumía y lo difícil que era la tarea que debía cumplir, y comenzó, sin pérdida de tiempo, a reunir y a organizar un ejército que le diera

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alguna garantía de triunfo contra el caudillo araucano. Juntando toda la tropa que le fué posible y separando a los menos

aptos para encargarlos de la defensa de Concepción, logró formar un ejército de 154 soldados 9 y 6 cañones, fuerzas éstas que eran las más numerosas de las que hasta entonces habían operado en el campo araucano. Mucho se esperaba, especialmente de la artillería, arma hasta ese momento desconocida en Chile y que estaba destinada a producir gran efecto material y aún mayor efecto moral, entre los ignorantes y supersticiosos indios.

A esto hay que agregar un gran número de indios auxiliares. En cuanto Villagra se sintió en estado de operar, nombró a su tío,

don Gabriel Villagra, jefe de la guarnición de Concepción, y emprendió su marcha hacia Arauco. Era el 24 de Febrero de 1554.

A los dos días de marcha, sin hallar el menor rastro de los indios, llegó al valle de Chivilingo, al pie del cerro de Laraquete.

El conocimiento que tenía del carácter de los indios, hizo que en vez de confianza, esta ausencia de enem;gos le produjera recelos, obligándole a extremar las precauciones para evitar una sorpresa.

La marcha del día 26 debía iniciarse repechando la cuesta del cerro Laraquete, que aunque no ofrecía fuertes pendientes, tenía el inconveniente de hallarse cubierta de grandes matorrales, capaces de encubrir una emboscada.

Coronando el cerro a que daba acceso esta cuesta, se extendía una meseta "larga algunas cuadras y ancha cuanto alcanza un tiro de fusil, pero entrecortada de bosques y espesuras. Por la parte oriental está cerrada de una selva densa que no da paso, por el occidente la ciñe un gran precipicio que cae hasta el mar". (Descripción del cronista de la época, el padre jesuíta Miguel de Olivares, Historia de Chile, libro II Cap, XVI).

La descripción tan precisa que el cronista hizo de esta meseta, tiene para nosotros la más alta importancia, porque en ella fué donde se desarrolló la batalla de Marigueñu y.allí, donde los españoles dijeron que Lautaro había peleado a la cabeza de 100,000 hombres. (Así lo declararon Francisco de Villagra y cuatro testigos más),

"Larga algunas cuadras".,. ¿Cuántas? Segurament€ no serían más de tres, tal vez cuatro. "Ancha, cuanto alcanza un tiro de fusil". Esto equivale a decir, que no tendría más de 200 a 300 metros de anchura, (En esos tiempos los rifles no tenían más alcance), "Cerrado por el oriente por una selva densa que no da paso y ceñida al occidente por un precipicio que cae hasta el mar",

Se cierra así un polígono de forma más o menos rectangular y de unos 400 a 500 metros de largo por unos 250 metros de ancho. No hay que olvidar que la meseta se "hallaba entrecortada de bosques y espesura",

¿Cuánta tropa cabe en un espacio así? En formación compacta, difícilmente podrían colocarse allí 10,000

9 En el proceso de Francisco de Villagra, don Juan Gal'cés da ese número en su declaración (XXII, 13). La mayor parte de los testigos dicen 150 y tantos; pero Cristóbal Vareja expresa: "Ciento e cincuenta e cuatro hombres de a caballo e infantes muy bien armados e aderezados, y este testigo los contó por mandato del dicho Francisco de Villagra en un alarde que se hizo".

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hombres, en formación de combate, a duras penas la mitad, Y, sin embargo, los españoles calcularon en 100,000 hombres la fuerza de Lautaro. Esta es una prueba concluyente de que las cifras sobre los efectivos araucanos, hay que aceptarlas siempre con beneficio de inventario,

En un espacio tan reducido oomo el que acabamos de conocer, no pueden combatir 10,000 hombres por· que no tendrían dónde tomar distancia, avanzar, retirarse. relevar las tropas de primera línea, como lo hizo Lautaro, etc,10 Lo más que podrÍa. concederse, es qué la fuerza de los araucanos fué en esa ocasión de unos 4,000 a 5,000 hombres.

Otro ejemplo nos dirá hasta qué punto eran exagerados los datos sobre las fuerzas enemigas, dados por los españoles.

En la batalla de Penco, Valdivia dió cuenta de haber sido atacado por un ejército de 40,000 indios, que divididos en cuatro grandes unidades, atacaron simultáneamente.

Por excepción, en este caso, los españoles se defendían tras una empalizada, es decir, en un recinto que, dados sus escasos efectivos, no puede haber sido de más de 100 metros por cada lado. Pues bien, las cuatro unidades de 10,000 hombres cada una, atacando simultáneamente, no sólo no se estorbaron, si· no que quedaron tan separadas, que le fué posible a los españoles una contraofensiva en que las batieron aisladamente. En la realidad, esto habría sido sensillamente imposible en tan reducido espacio.

Hecha esta digresión, pasemos a la narración de la batalla. Villagra, ante el temor de que la cuesta que daba acceso a la

meseta se hallara ocupada por tropas enemigas, destacó una vanguardia de 30 a 40 hombres al mando de su maestre de campo, don Alonso de Reinoso.

No se había equivocado, pues al llegar a la mitad de la cuesta, Reinoso tuvo que hacer frente a un impetuoso ataque que tropas emboscadas le llevaron desde ambos lados del camino.

Como la misión de la vanguardia no era comprometerse a fondo, comenzó a replegarse, tan pronto como le fué posible desprenderse de sus enemigos, y poco más tarde, logró incorporarse al grueso de la columna.

Sin detenerse por este incidente, Villagra continuó su avance y a las ocho de la mañana, después de rechazar muchos ataques parciales, logró coronar la cumbre.

Con la mayor rapidez que le fué posible, tomó sus disposiciones, fraccionando sus fuerzas, distribuyéndolas en el campo, fijando posiciones a la artillería, etc.

Es de suponer que Lautaro recién terminaba también de ganar la, posición con el grueso de sus fuerzas, que a ser de otra manera, no habría dejado de atacar con más energía a la subida de la cuesta o cuando Villagra tomaba sus primeras disposiciones.

Con todo, cuando apenas terminaban las tropas españolas de tomar sus primeras colocaciones, el combate comenzó, partiendo de los

10 Los testigos que comprueban el mando de Lautaro en Tucapel afirman también que durante toda su vida permaneció frente a las huestes araucanas, Que mandó en Maríguefiu lo declaran, además. Martín Hernández (XXI, .523) y Gabriel de Villagra (XXI, 558), Lo confirman Ercilla y Gongora de Marmolejo,

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indios la iniciativa, con un impetuoso ataque. Como siempre, el resultado de este primer choque fué el rechazo

de los indios ante el ímpetu arrollador de los caballos y la mayor eficacia de las armas españolas, Desgraciadamente para éstos, era su primera ventaja un hecho ya previsto por Lautaro, como estaban tamhién previstos, los sucesivos rechazos que tras ese se seguirían.

Derrotada la primera división, avanzó otra, que al ser a su vez derrotada, fué relevada por una tercera, luego ésta por una cuarta, y así sucesivamente: la táctica de Lautaro en plena acción.

Pasaron así las primeras cuatro horas de combate sin que los indios dieran un sólo momento de tregua a los. fatigados españoles, que careciendo de reservas y de tiempo para tomar un refrigerio, veían cómo, paso a paso, los abrumaba el cansancio, decaía el vigor de sus caballos y se raleaban las filas.

Entretanto, las tropas de Lautaro, descansando alternativamente y recibiendo agua y alimentos que se les tenían listos a retaguardia, peleaban siempre con renovados bríos, sin dar muestra alguna de fatiga 11.

Esto tenía que producir, forllosamente, un grave desaliento en las filas españolas, pues la tropa se daba cueni a de que no hacía otra cosa que prolongar su agonía, Y si la situación se mantenía, era, en gran parte, debido al ejemplo de Villagra, que infatigable y valiente cual ninguno, combatía constantemente en primera fila, estimulando y alentando a sus soldados.

Lautaro se dió cuenta, tanto de esta situación, como del efecto que el ejemplo de Villagra producía y resolvió proceder directamente contra el jefe español, lanzando contra él un poderoso grupo le soldados que provistos de lazos (la nueva arma que había ideado) avanzaron gritando "al apo, al apo" (al jefe).

El ataque surtió pleno ef'ecto, pues Villagra fué enlazado y arrancado del caballo. Comenzaban ya los indios a arrastrarlo, cuando los españoles que con él se hallaban, acudieron en su auxilio, logrando rescatarlo. No impunemente, por cierto, pues perdió el caballo y la celada y, además, salió herido12. Sin embargo, nada había adelantado Lautaro con este golpe de audacia, porque, como si la herida no hubiera sino exacerbado su valor, tomó Villagra un nuevo caballo y otra celada, y continuó luchando en primera línea con redoblado empuje 13.

Y fué porque más que nunca era en esos momentos necesario su valor y su presencia de ánimo, cuando ya los caballos no obedecían y cuando sus soldados, extenuados, desmoralizados y los más heridos, se hallaban al

11 Declaración de Alonso de Reinoso (XXI, 379)

12 Dice Martín Hernández en su declaración en el proceso de ViIlagra (XXI. 502): "arremetieron contra él y lo pusieron a punto de muerte con un arma, al parecer no usada hasta entonces por los indios y cuyo uso en aquellas circunstancias está manifestando la cercanía de los combatientes y la confusión de la lucha: le echaron un lazo al pescuezo hecho con una pica y varas y cargaron muchos indios a tirar de la pica en que estaba el dicho lazo y dieron con él en el suelo",

13 Declaración de Juan Garcés (XXII) 350),

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borde de la derrota. Nada lograba atenuar el brío con que los indios luchaban sin mirar

los innumerables cadáveres que ya les costaba la batana, ni el enorme éstrago que seguían haciendo las armas españolas, y muy especialmente la artillería, a la cual las formaciones en masa de los indios ofrecían un blanco ideal, afrontaban con imperturbable serenidad el peligro, y renovándose sin cesar, ganaban paso a paso el camino de la victoria.

Se prolongó así la batalla hasta las cuatro de la tarde. Ocho horas de combate, y de combate cuerpo a cuerpo, era más de lo que podían resistir los espíritus más fuertes y los organismos más vigorosos, y llegó el instante en que la retirada se impuso como necesidad impostergable.

Este era el momento que Lautaro acechaba ansiosamente para asestar su golpe de muerte. Puso en acción su reserva y moviéndola con rara habilidad, logró aislar a la artillería, que aunque estaba fuertemente protegida por numerosos indios auxiliares, cayó íntegramente en su poder, después de grandes destrozos, y después de la muerte de los 20 soldados españoles que la servían 14. Se calcularon en 2,500 los indios auxiliares que murieron en ese ataque; pero, sin la menor duda, este número es tan exagerado como el de los 100,000 indios de Lautaro.

No hay para qué decir que con esta pérdida los españoles recibieron el golpe de gracia.

Villagra dió la orden de retirada, indicando el camino por donde creyó más viable la operación.

Si hasta ese momento, la actitud de Villagra fué digna de todos los elogios, en adelante, agigantado por el desastre y por el generoso deseo de salvar la mayor parte de su gente, su heroísmo y su pujanza, rayaron en lo imposible.

Pocos ejemplos hay en la historia de un valor tan sereno y de una resistencia tan tenaz a la fatiga, como lo que demostró Villagra en esa noche triste dsue vida.

Ante otro adversario, la retirada no habría tenido nada de extraordinario, pero ante Lautaro, se transformó en un problema casi insoluble.

Y fué porque el caudillo indio, hombre dinámico por excelencia y de extraordinaria clarividencia, junto con dirigir el combate, fué preparando la hecatombe de los españoles, y trabajó con tanto acierto, que si no se operaba un milagro, ninguno de sus enemigos había de salvar con vida, durante la retirada.

Aprovechando su perfecto conocimiento del terreno, había hecho barrear todos los caminos de retirada, colocando albarradas y otros obstáculos que hacían imposible el paso, sin un previo trabajo de destrucción. No contento con esto, en cada obstáculo colocó una fuerte guarnición encargada de defenderlo, lo que significaba para los españoles, en el trágico momento de la retirada, un triple esfuerzo que no se hallaban en situación de

14 El maestre de campo, Alonso de Reinoso dice; "Cerraron con la artilleria e la ganaron e tomaron mucha gente de a pie con ella (XXI, 379). Tomaron equivale a mataron, pues alll los indios no hicieron prisioneros.

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realizar: defenderse de los perseguidores, derribar los obstáculos y resistir el ataque de los que defendían el paso. Agréguese a ésto el desorden consiguiente a una derrota, el cansancio de las tropas, las heridas de los más y la obscuridad en que los choques se producían, y se tendrá un cuadro aproximado de la tremenda situación creada a las fuerzas españolas. Y conste que todo esto fué ordenado y preparado por Lautaro durante la batalla, pues los españoles no encontraron en su avance nada de lo que fué la causa principal de su desastre, al efectuar la retirada. Previó la retirada, se dió tiempo para dirigir la batalla y, simultáneamente, ordenó la construcción de los obstáculos a retaguardia de los españoles, fijando las tropas que debían guarnecerlos.

Iniciada la retirada, Villagra constituyó, eligiendo entre los que mejor habían librado de la batalla, una retaguardia de unos 30 a 40 jinetes 15

y comenzó, con inauditos esfuerzos, el trabajo de contener a los indios perseguidores.

Tal vez, dada las condiciones del terreno, la retirada se podría haber producldo sin grandes pérdidas, si ya en plena noche no hubiera aparecido la complicación de que las tropas eran atacadas también desde el lado opuesto.

C¡uando a esto se unió la presencia de los obstáculos que oerraban el camino, el repliegue se detuvo, y a Villagra, que se debatía desesperadamente por contener la persecución, le llegó la noticia de que sus tropas no podían avanzar más. Galopó entonces hacia la vanguardia y al ver una albarrada que en vano sus soldados trataban de forzar, lanzó contra ella su caballo a toda la velocidad que le fué posible y logró derribarla 16.

Este fué el milagro que se necesitaba para salvar los restos del ejército español, pues a no producirse ese hecho, a las tropas les habría sido forzoso continuar por otro camino que de allí se desprendía y que las habría conducido a un precipicio, donde ya las esperaban los indios para consumar la hecatombe,

La retirada continuó y Villagra regresó a la retaguardia, donde llegó a. tiempo para rescatar a un soldado que, aislado y acosado por los indios, estaba a punto de sucumbir.17

Todavía por algún tiempo se prolongó el desesperado esfuerzo de los español'es para desprenderse de sus tenaces perseguidores, lo que al fin se consíguió, gracias a la incansable actividad de Villagra y a su serena dirección.

Cerca de la media noche, los restos deshechos del ejército español pudieron llegar al Bío-Bío, donde por suerte se hallaban aún las embarcaciones que habían servido en la marcha, de avance.

Hasta el último momento fué Villagra el héroe de la jornada, Vigiló y

15 Es el número que fija Alonso de Reinoso en su declaración (XXI, 320 )

16 "e tizo un portillo", por donde pasaron los que allí habla", (Cristóbal Varela, XXI, 329, Y Alonso de Reinoso, XXI, 381)' (2) Declaración de Martín Hernández (XXI, 504),

17 Declaración de Martín Hernández (XXI, 504)

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dirigió el embarque de sus tropas y sólo cuando ya todo estaba en salvo, pasó, él, el último de todos 18.

Fué tal el esfuerzo desarrollado por los españoles en esta retirada, que a pesar de la oposición que los indios presentaron y a pesar de las barreras, del cansancio, del hambre y de hallarse casi todos herídos, en las solas horas que mediaron entre la caída de la. tarde y la medianoche, recorrieron los cuarenta kilómetros que separan el campo de batalla del río Bío-Bío.

De los 154 soldados que entraron en acción, 88 habían caído en la refriega y de los 66 salvados, casi todos estaban heridos, algunos de tal gravedad, que 5 de ellos murieron poco después. De las bajas entre los indios auxiliares la historia no hace mención; pero es lo más probable que casi todos hayan caído en el combate, ya que ellos eran la verdadera carne de cañón (si se me permite la expresión).

Tuvo esta batalla la particularidad de haber dado origen a la única crítica que los historiadores han hecho a las campañas de Lautaro: la de no haber destruído las embarcaciones que aseguraban en el Bío-Bío la retirada de Villagra.

Encontramos muy discutible la justicia de esta crítica. La hallaríamos bien fundada, si Lautaro no hubiera tomado las

necesarias medidas para cortar la retirada a su enemigo; pero sabiendo como sabemos que las tomó de tal eficiencia, que fué un milagro que no lo consiguiera, la crítica pierde mucho de su valor.

Era, a la verdad, difícil imaginarse que un enemigo en derrota, pudiera salir bien librado de una retirada en que el camino se hallaba completamente obstruído y defendido por numerosas tropas, Lautaro creyó que estas medidas le daban la suficiente garantía de éxito, eso fué todo. No contó con los prodigios de valor, resistencia y serenidad de que iba hacer gala Villagra.

Aquí termina lo que se conoce con el nombre de Primera Campaña de Lautaro.

18 Cuando poco más tarde Villagra fué procesado, los que se hallaban presentes en esta batalla no supieron negarle el testimonio de su admiración y entre otras cosas dijeron: "Uno de los más valerosos y animosos hombres que se pudo ver" (Martín Hernández), "Cree este testigo que si estuviera Cipión no pelearía inejor que el dicho Villagra" (Declaración de Diego de Arana. XXI, 221).

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CAPITULO VIII

SEGUNDA CAMPAÑA DE LAUTARO

Si la derrota de Tucapel produjo alarma en las poblaciones del sur, la de Marigueñu llevó el miedo a su grado máximo. Quedó probado que no había por el momento, fuerzas capaces de contener a Lautaro y ya los habitantes no pensaron sino en la fuga.

Aunque la noticia llegó a Concepción poco después de la media noche, cundió con tal, velocidad, que momentos más tarde los pocos hombres que en la ciudad quedaban, se tenían que ocupar en contener a la población para que no se pusiera en fuga inmediatamente.

Villagra fué uno de los últimos en llegar a Concepción (después del medio día) y en tal estado, que hubo que sangrarlo inmediatamente y echarlo a la cama.

Sin embargo, ante la alarma, y ante la necesidad de abandonar luego a Concepción, Villagra se vió obligado a dejar el lecho para atender a la salvación de las mujeres y de los niños, que ya comenzaban a salir de la ciudad.

No es este el momento de relatar los hechos y nos bastará decir que, parte por mar (mujeres, niños y enfermos) y parte por tierra, todos huyeron a Santiago, logrando llegar a la capital, sólo porque los indios se mostraron inactivos.

Grave cargo sería éste contra Lautaro, si no se supiera que eso se debía a la inveterada costumbre de los indios de entregarse a las fiestas después de cada victoria, fiestas a las cuales seguía la dispersión del ejército. Y no era posible que en unos cuantos meses, Lautaro lograra cambiar costumbres seculares, profundamente arraigadas en el carácter de esa gente.

A no haber sido así, Lautaro habría terminado con la dominación española en Chile, pues le habría bastado llevar a cabo las persecuciones estratégicas que nunca pudo realizar, para producir la ruina completa de las fuerzas enemigas.

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Después de Marigueñu, Lautaro no dió señales de vida durante un largo tiempo. Las razones no se conocen.

Alentados con esta situación, los españoles resolvieron repoblar a Concepción, y en Octubre partieron de Santiago la tropa y los pobladores que debían llenar esa misión.

Los indios vecinos pidieron inmediatamente auxiIio a las tribus de Arauco, y Lautaro respondió al llamado, poniéndose a la cabeza de sólo 4,000 indios.19

Así fué como a los 26 días de haber, sido repoblada Concepción, ya sus habitantes supieron, con terror, que Lautaro se hallaba a sus puertas. Era el 12 de Diciembre de 1555.

Todo era distinto, esta vez, para Lautaro. Realizaba una operación estratégica ofensiva, contaba con un ejército muy inferior a los que antes había manejado, tenía tácticamente que tomar también la ofensiva y el ataque tenía que producirse contra una ciudad protegida por sólidas empalizadas. Veamos cómo procedió.

Después de estudiar el probable teatro del combate y de suponer que los españoles, impetuosos de suyo, y acostumbrados a tomar la ofensiva, no se contendrían, dentro de los límites de su fortificación, calculó que lo más probable sería que su pequeño ejército fuera impotente para resistir el contra-ataque español, con el sólo recurso de sus rudimentarias armas, y resolvió apoyarse en el terreno, construyendo a retaguardia un reducto abierto por la gola (parte posterior) y apoyado en una quebrada para hacer así imposible la persecución de la caballería, .

A primera vista parece que nada de extraordinario hubiera en estas disposiciones y sin embargo, fueron necesarios casi cuatro siglos para que la táctica viniera a consagrar como bueno el procedimiento de fortificar a retaguardia una segunda y aún una tercera línea de resistencia. Esta fué una de las lecciones que nos dejó la última guerra europea, He aquí, pues, cómo Lautaro se adelantaba a su época! ¿ Puede citarse algo semejante de algún otro general?

Preparado así para una contingencia, se adelantó hacia la ciudad. Muy luego los españoles le dieron la razón, pues arrastrados por su impetuosidad, cometieron la imprudencia de salir a campo abierto y de atacar con grandes bríos.

Tal como Lautaro lo había previsto. Esto era lo que el caudillo indio esperaba para poner en acción las

dos nuevas armas que había ideado: el escudo y el garrote. Convenientemente adiestrados sus indios lanzaron en el momento oportuno

19 SIendo éste el número que Córdoba y Figueroa fijan, hay derecho a suponer que en realidad, fueron muchos menos, tal vez 2.000.

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sus pesados garrotes, que cayendo como una lluvia sobre las cabezas de los cabalios los hicieron encabritarse, caer, arrojar sus jinetes y formar, en fin, tal confusión, que inmediatamente la ventaja se pronunció a favor de los naturales. .

Cuatro españoles cayeron en el primer momento, (entre ellos el regidor Pedro Gómez de las Montañas, capitán de caballería) 20, muchos quedaron heridos, y fué tanta la desorganización que se les produjo, que ya no pensaron sino en buscar su salvación dentro de las empalizadas.

La retirada en estas cóndiciónes, se hizo desordenadamente y muy luego se convirtió en despavorida fuga.

El combate le había costado a los españoles 18 a 20 muertos, numerosos heridos y un considerable número de bajas en los indios auxiliares 21. (Se ve que éstos nunca faltaron).

Por tercera vez, Lautaro conseguía la victoria y por segunda vez producía el despueble de Concepción.

(Aprovechando un buque que había en la bahía, se embarcaron las mujeres, los heridos y los niños y el resto de los españoles emprendió por tierra la retirada hacia Santiago.

Los indios, como de costumbre, entregados al saqueo y a la borrachera, hicieron a Lautaro imposible una persecución a fondo.

20 Barros Arana, tomo II. pagina 74.

21 Así lo afirman, en informacfones de servIcios, Juan Martínez de Leiva (XVI, 68) Y Diego Dlaz (XXV, 253). Otros informantes hablaron de 19. 23. 24, 27 y hasta 30.

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CAPITULO IX

TERCERA CAMPAÑA DE LAUTARO

Con lo hasta aquí narrado, hay, ya base suficiente para que hasta los más escépticos se vean forzados a reconocer que en Lautaro se reunían excepcionales condiciones de hombre de guerra. Inventiva, rápidas concepciones, clarividente precisión y tenacidad inquebrantable para lograr sus propósitos, fueron sus principales características.

Sentado esto, desconcierta, al continuar el estudio de sus campañas, su continua pérdida de ocasiones para terminar con la dominación española.

El completo desconocimiento que tenemos de lo que ocurría en el lado de los araucanos, hace, como ya dije, que sólo a priori podamos juzgar los acontecimientos que entre ellos se producían.

De esos acontecimientos se desprende, que después de Marigueñu la situación interna de Arauco cambió radicalmente. Intrigas y tal vez envidias de los que se creían tan capaces y aún más dignos que Lautaro de asumir el mando supremo, lo hicieron caer en desgracia entre los ancianos caciques que dispensaban el poder, y así se vió que pasaron muchos meses, que fueron de espléndida oportunidad, sin que el extraordinario caudillo tomara ninguna iniciativa.

Y cuando la necesidad lo impuso, cuando ya no fué posible prescindir de él, si no se querían perder todas las ventajas ganadas, se le dió apenas un ejérdto de 2,000 a 4,000 hombres, a todas luces pequeño para tomar la ofensiva contra un ejército superiormente armado y reforzado con numerosos indios auxiliares.

Esta situación se fué agravando poco a poco, y ya en la tercera campaña, se le vió salir de Arauco acompañado de sólo un puñado de hombres ,y, con el propósito de ir reclutando gente de otras tribus para formar un ejército. l

Claramente se ve que Arauco le negaba su concurso. ¿Por qué? Eso es lo que no se sabe y lo que sólo es dable conjeturar.

Una característica del pueblo araucano, fué el acendrado amor a

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su tierra y su absoluta falta de espíritu de conquista. Aunque fué en América durante siglos un guerrero invencible,

jamás dió un paso fuera de sus fronteras en busca de nuevos territorios con que ensanchar sus dominios: no fué, pues, un pueblo conquistador.

La proposición de Lautaro de marchar sobre Santiago, rompía esta tradición y no es, por eso extraño, que haya encontrado seria resistencia entre los ancianos y en toda la tribu.

Esta podría ser una explicación a las dificultades que encontró en Arauco, para reclutar la gente que le era necesaria para dar forma a la genial idea de ir a golpear a su adversario en pleno corazón.

Plan de tan alto vuelo estratégico, no fué comprendido por los indios y dieron con ello origen al fracaso y a la muerte de Lautaro.

De qwe ésta fuera la verdadera explicación no cabría la menor duda, si no existiera el antecedente de que cuando se presentó la necesidad de atacar a Coricepción, al ser repoblada por los españoles, tampoco respondió Arauco en la forma que habría sido necesaria.

Ya en esa época Lautaro comenzó a sentir que sus compatriotas lo abandonaban.

Este, no resignándose a la inactividad, mientras su patria se veía invadida, continuó en sus esfuerzos de arrojar a los españoles, valiéndose de cuanto indio podía reclutar en otras tribus.

Naturalmente que esto no era fácil, pues carecía de la necesaria autoridad para levantar ejércitos fuera de las fronteras de Arauco. A falta de autoridad, Lautaro empleó la fuerza, el rigor y hasta la crueldad, y éste fué el origen de su pérdida.

Los indios agráviados, fueron concibiendo poco a poco tal terror por Lautaro, que llegaron a temerlo más que a los españoles y no pensaron sino en librarse de él.

Hecha esta aclaración, será ya más fácil explicarse los sucesos posteriores.

Agotando los medios de persuación, primero, y recurriendo a la fuerza, después, fué Lautaro, poco a poco, engrosando las filas del pequeño ejército con que salió de Arauco en Juio de 1556, y cuando ya llegó a la zona peligrosa, para apoyarse más sólidamente en el terreno, comenzó a construir recintos fortificados (pucaraes), en uno de los cuales fué atacado por don Diego del Cano.

Había éste salido de Santiago, a fines de Julio, con la misión, dada por Villagra, de avanzar al sur con catorce jinetes para contener la actividad que, según noticias recibidas, desplegaban los indios araucanos. iCatorce jinetes! i Con qué rapidez se habia, olvidado Villagra de'Tucapel, Marigüeñu y Concepción!

Al llegar al Mataquito, supo del Cano que Lautaro había pasado el Maule en marcha hacia el norte y sin arredrarse avanzó contra él.

Logró atacarlo por sorpresa y su osadía tuvo al· principio una compensación, pues, ausente Lautaro, logró penetrar en el pucará, poniendo en serias dificultades a la guarnición. Pero no le duró mucho la ventaja,

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porque muy luego llegó Lautaro, restableció el orden e hizo cambiar la faz de los sucesos. El resultado de esta loca aventura fué la muerte de uno de los españoles, apellidado Barrera, y la precipitada fuga de los restantes, casi todos heridos.

La primera medida de del Cano, después de este fracaso, fué dar cuenta a Villagra por medio de un propio, de todos los detalles de la acción. Volvió en sí Villagra con estas noticias y tomándole el peso al peligro que entrañaba para Santiago la marcha de Lautaro, impuso a cada vecino de la capital la obligación de proporcionar de uno a tres hombres de guerra con armas y caballos, -o, en subsidio; $ 100 en dinero 22

Logró así reunir 50 jinetes bien armados y los colocó a las órdenes de su primo, don Pedro de Villagra, que le inspiraba plena confianza 23(1).

Sin pérdida de tiempo, se puso éste en marcha hacia el sur, en busca de Lautaro. Encontró en su camino a del Cano, que herido y seguido de varios soldados también heridos, se encaminaba hacia, Santiago.

Después de recibir todas las informaciones que éste le pudo dar, Villagra continuó su marcha hacia Peteroa, donde esperaba encontrar a Lautaro. Lo encontró, en efecto, sólo dos leguas más al norte del punto en que había vencido a del Cano.

Las pocas tropas de que el caudillo indio disponía lo obligaban a este avance lento y saltando de pucará en pucará.

El fuerte en que ahora se encontraba era mas reforzado que el anterior. Lo había apoyado en un pantano, rodeándolo en seguida de pozos de lobo y albarradas,

Haciendo honor a sus antecedentes, Villagra no vaciló en atacar con todo vigor y poniendo en acción a toda su gente.

Tan enérgico fué el choque, que toda la primera línea de Lautaro fué rechazada; pero muy luego logró éste rehacer sus huestes y contraatacando con total resolución, arrolló a los españoles y los expulsó del pucará.

Villagra no se desalentó por esto, y después de un corto descanso, volvió al ataque con nuevos bríos.

No fué esta vez más afortunada. Bien apercibido ahora Lautaro, lo obligó a retirarse, después de hacerle sufrir un nuevo quebranto24.

Hay que imaginarse lo escasas que serían las fuerzas de Lautaro, cuando, no sólo prescindió de la ventaja alcanzada, sino que, aprovechando la protección de la noche, inició cautelosamente su retirada 25. Cuando Villagra se dió cuenta de ello, era ya demasiado tarde para iniciar la persecución.

22 Declaración de, Juan Jufré

23 Alfonso Hidalgo (XXI, 236) y Diego Cano (XXI, 368) dan este número: Juan Jufré (XXII, 504) da 44 mas o menos y Alonso Escobar (XXII,529) los reduce a 40 más o menos)

24 DeclaracIón de Alonso de Escobar y Diego Cano (XXI, 367)

25 id

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De esta actitud de Lautaro se puede lógicamente deducir, que había fracasado en su intento de constituir un ejército capaz del objetivo de llegar a Santiago y que se retiraba con el propósito de reforzarlo más al sur.

Tan pronto como Villagra sufrió el primer rechazo, pidió al Gobernador que le mandara refuerzos, pedido que fué inmediatamente atendIdo con el envío de 32 hombres, que avanzaron a las órdenes de don Juan Godinez 26.

Aún con este refuerzo, Villagra no se resolvió a salir detrás de Lautaro, sino que juzgó más prudente regresar a Santiago en busca de un descanso que ya necesitaba, y para curarse de las heridas, que tanto él como su gente, habían recibido.

Dejó a Godinez y a sus 32 hombres, encargados de mantener el contacto con los indios.

Tres días después de la partida de Villagra, algunos indios que ya comenzaban a traicionar a Lautaro, le llevaron a Godinez la noticia de que aquél se hallaba a unas doce leguas al sur, ocupado en un recIutamiento forzoso en que no rehusaba medios para conseguirse adeptos. (haciendo grandes daños a los naturales), lo que prueba que no contaba con ellos.

Al llegar Godinez a Guaquila, encontró a un cacique amigo que se ofreció para espiar a Lautaro, ansioso de vengarse, porque el caudillo araucano, sólo el día antes, le había hecho pedazos a su padre. Cum~pliendo su palabra, salió esa misma noche y después de andar 10 leguas bajo "una gran tempestad de agua", regresó con noticias sobre Lautaro.

Como se hallaba fuera del territorio araucano, encontraba Lautaro serias dificultades para engrosar su ejército y se veía obligado a emplear medios violentos y aún crueles, con grave perjuicio de su propia causa.

El primer efecto de esta dura política, que las circunstancias le impusieron fué el c'omplot que los indios formaron para espiar y comunicar a los españoles los movimientos de Lautaro. De aquí que Godinez, desde ese momento, se encontrara constantemente informado de todo lo que le interesaba.

Supo así, que las hopas de su adversario, seguramente para facilitar la alimentación, se encontraban repartidas en varias aldeas y aprovechando ésta, para él, ventajosa situación, cayó sobre una de ellas donde chocó con 150 indios que se le opusieron valientemente. Perdió allí Godinez un soldado y varios caballos, pero al fin derrotó a los indios, después de matar cerca de ciento27.

Tras esta victoria, Godinez se replegó prudentemente ante el temor de que apareciera Lautaro, medida muy acertada, pues una hora más tarde "llegaron más de mil lanzas, que a cogerlo antes en la mala tierra, no quedara hombre vivo".

El completo fracaso del reclutamiento que había intentado, obligó a 26 Alonso de Escobar (XXII, 529) y Alonso López de la Raygada (XXVI, 47)

27 "Y se mataron hasta 1()0 in.dios, poco más o menos", según Alonso de Escobar; má,s de, 80, 'según López de la Rayga~ da (XXVI, ~7) Y entre 60 é5 70, los más de ellos capitanes, según Alonso Alvarez <-XX!:I. 594)

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Lautaro a continuar su repliegue y se retiró al sur del Maule, tal vez en la esperanza de poder engrosar allí su ejército. Renació con esto la tranquilidad en Santiago, y pudo ya Villagra dedicarse a la preparación del ejército que necesitaba para conjurar la sublevación que veía venir.

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CAPITULO X

ULTIMA CAMPAÑA y MUERTE DE LAUTARO

1.-Plan estratégico de Lautaro

Aprovechando la calma que se produjo en el segundo semestre de 1556, Villagra (el Gobernador interino de Chile), en su deseo de tomar contacto con las ciudades del sur, expedicionó hasta Imperial, partiendo de Santiago en los primeros días de 1557. No encontró novedades de importancia; pero era tal la alarma que los preparativos guerreros de los indios habían llevado a esa ciudad, que se vió obligado a dejarle un refuerzo de 20 soldados 28.

Con los 40 que le restaban regresó a Santiago, y sin incidentes que merezcan ser mencionados, negó hasta el pueblo de Reynoguelén, donde recibió una noticia que, con mucha razón, lo llenó de la más viva inquietud. Supo allí que Lautaro, aprovechando la circunstancia de que Santiago se hallaba casi desguarnecido, había concebido el atrevido y eficacísimo plan de marchar sobre la capital.

Ya sabemos que no era ésta la primera vez que Lautaro intentaba esta decisiva operación estratégica y que si antes no la había realizado, era porque carecía de las fuerzas necesarias. ¿Contaba ahora con ellas? Tampoco; muy lejos de eso; pero era tan propicia la situación, que no vaciló en lanzarse en esa aventura, con sólo 800 hombres.

Basta meditar un momento en esta operación, para convencerse de que era difícil concebir otra de más alto vuelo estratégico.

Si en vez de 800 hombres, Lautaro hubiera dispuesto siquiera de unos 2,000, no habría tenido necesidad de detenerse en Peteroa y marchando rectamente sobre Santiago, a la vuelta de pocos días, la sltuación

28 Interrogatorio puesto por Villagra y declaración de Martín Hernández (XXI, 523).

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habría sido la siguiente; Santiago en ruinas, su población desaparecida o en precipitada fuga, y Villagra sin punto alguno de apoyo y con pocas tropas, de nuevo al frente del temido rival que ya sabía derrotarlo.

No es necesario forzar mucho la imaginación para ver que, planteado así el problema, el más probable resultado habría sido el término de la primera campaña española en Chile.

Me parece incuestionable que si los araucanos no hubieran negado a Lautaro su concurso, habría sido muy distinto el curso de los acontecimientos y el rumho de nuestra historia.

Por suerte para Villagra, la ventaja que Lautaro le llevaba era tan escasa, que forzando la marcha podía alcanzarlo perfectamente, antes de que llegara a Santiago.

Lautaro en su avance llegó a las minas de Pocoa, pusó en fuga a la guarnición española, después de matarle dos hombres y se apoderó del oro que allí se había acumulado 29.

Siguió a Peteroa, donde, en la esperanza de reclutar más gente, se detuvo por algún tiempo al amparo de un pucará.

No debe extrañarnos este empeño de Lautaro en reforzar su ejército, porque, sin contar con que él debía calcular un mínimum de 20 indios para batir a cada español, hay que tomar también en cuenta el concurso de los indios auxiliares, que en la ocasión a qué nos referimos, por confesión de los mismos españoles, acompañaban a Villagra en número de 400. Estos datos prueban bien claramente que, en los últimos. tiempos, en las postrimerías, de sus campañas, ya Lautaro peleaba en gran inferioridad de fuerza con los españoles.

Por otra parte, ¿cuándo en América se vió que los indios presentaran un combate con tan escasos efectivos?

Aparte de lo temerario que era ponerse en campaña con ese puñado de gente, hay que considerar también la ignorancia en que Lautaro se encontraba, respectó a la cantidad de tropa que guarnecía a Santiago.

Con los antecedentes que ya tenemos sobre la animosidad que los indios sentían por Lautaro, no debe extrañarnos que su avance haya sido oportunamente conocido en la capital.

Como era de presumir, tal noticia produjo la más viva alarma y para conjurar ese peligro, se envió a Juan Godinez, al mando de 25 hombres, con la misión de que, por lo menos, retardara el avance de Lautaro hasta la llegada de Villagra 30.

Fué así como, sin saberlo, Lautaro se encontró entre dos fuegos: entre Godinez que salía a su encuentro y Villagra que le seguía los pasos a marchas forzadas.

En circunstancias normales, este no habría sido para Lautaro sino un peligro fácil de burlar, pues habría tenido oportuno conocimiento del avance y de los movimientos de ambos enemigos. Pero ya la fortuna le había

29 Góngora de Marmolejo, capítulo XXII

30 Herrera: Década VIlI. Libro VII. capítulo 8

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vuelto la espalda, transformando en enemigos suyos a todos los indios de la región.

Por éstos supieron los españoles todo lo que a Lautaro se refería y les fué fácil sorprenderlo en su pucará. Veamos cómo.

Al llegar al Mataquito, recibió ya Villagra la noticia de que Lautaro se hallaba en Peteroa 31, punto del cual sólo lo separaban unas tres a cuatro leguas y un cordón de cerros, providencialmente colocado para servirle de pantalla en su movimiento de aproximación.

Junto con ésta, recibió la noticia de que, a no mucha distancia, otra partida de españoles iba tras el mismo objetivo de atacar a Lautaro 32, Alentado con esta noticia, Villagra envió inmediatamente a Juan Ruiz, con la orden de decir a Godinez (a éste se refería la noticia) que sin pérdida de tiempo tratara de juntársele 33.

Mientras Godinez llegaba, Villagra ocultó su tropa en un bosque. En la misma noche Godinez alcanzó a juntarse con Villagra. Con

este refuerzo, las tropas españolas. sumaron 57 soldados, 5 arcabuses y, por lo menos, 400 indios auxiliares 34, Para tal fuerza, eran bien poca cosa ~s 800 indios de Lautaro 35.

2.-Combate de Peteroa

Tan pronto como se produjo la conjunción de las fuerzas españolas, Villagra ordenó el avance sobre Peteroa.

Fielmente guiado por los indios de la comarca y aprovechando los senderos menos frecuentados, poco antes del amanecer del 1 de Abril de 1557, llegó con sus tropas a la proximidad del pucará en que Lautaro descansaba, completamente ajeno al peligro que lo acechaba.

También, gracias al conocimiento que los indios traidores tenían de la situación, logró Villagra, al despuntar la aurora ("amanece, no amanece", dijo un testigo presencial) penetrar cautelosamente en el pucará en que Lautaro y sus indios dormían aún.

31 Declaración de Juan Martínez (XXI, 410),

32 Declaración de Juan Jufré (XXII, 506),

33 Declaración de Juan Godfnez (XXII, 481),

34 Carta escrita en Lima por Villagra al rey, 24-I-1558

35 Declaraciones de Juan Fernámiez y Juan Jufré (XXII, 249-506) y carta escrita en Lima al rey por Francisco Villagra el 24-1-1558

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Seguro Lautaro de que ningún peligro lo amenazaba y de que no podía producirse una aproximación de los españoles, sin que los indios se lo advirtieran, descansaba en la mayor confianza. Este es, en realidad, el único error que a Lautaro puede achacarse en toda su carrera militar. Nada puede excusar esa falta de precaución, ni aún el antecedente de que tenía poca probabilidad de ser atacado,

Tal era el respeto que Lautaro infundía a los españoles, que antes de lanzarse Villagra al ataque, juzgó necesario arengar a su gente, diciéndole, según relata un testigo presencial, todo lo preciso para animarIa y agregándoles, que "miraran que eran españoles y aquellos eran indios que asimismo miraran cuanto se servía a Dios y a Su Majestad; que aquel indio (Lautaro) por ser tan belicoso y haciendo tanto daño e alteraciones en la tierra por él fuese desbaratado e muerto, y que mirasen que la mayor parte de la gente de guerra e la más bien armada estaba allí e que ficieran todo lo que debían a hijos dalgos que eran".

Pronunciada esta arenga, dió la orden de avanzar y, siempre guiado por los indios, logró llegar hasta el punto mismo en que Lautaro dormía. Este, sin sospechar siquiera la traición de que era víctima, reposaba aún de sus fatigas, entregado a la confianza de la larga distancia a que suponía a sus enemigos. Fruto de esa falsa confianza, fué el despertar doloroso que le ocasionaron sus propios compatriotas.

Repentinamente rodeado por numerosos españoles que llegaban ansiosos de matarlo, él y los pocos que se hallaban a su lado, lucharon con desesperado valor, fieros y serenos ante la muerte, como correspondía a su legendaria raza y ofrendando gustosos a la patria el último aliento de sus corazones gigantes.

Lautaro fué de los primeros en caer; pero tal vez por encontrarse en un recinto cerrado, sus soldados no se dieron cuenta de este accidente y continuaron luchando, como si se hallaran al mando del general invicto que los había llevado giempre a la victoria. Y lucharon estos indios con tanto valor, con tan desesperada tenacidad, que no cedieron el campo sino cuando ya habían caído más del 80 % .

Para apreciar esta proporción de bajas, bastará recordar que, ordinariamente, las batallas se deciden con el 20 a 30% de ellas. De los 800 indios que tomaron parte en esta acción, murieron 660 (82,5%).

Este episodio habla con elocuencia del enorme prestigio militar de Lautaro. Para los indios, Lautaro no podía perder una batalla: su sola presencia era la más segura garantía del triunfo.

Podemos, pues, decir que Lautaro, como del Cid Campeador dice la leyenda, mandó la batalla después de muerto.

Para una deducción muy interesante se presta esta batalla: para formarnos un concepto más o menos aproximado del valor relativo de las fuerzas contendoras. 57 españoles atacando a 800 indios, alcanzaron la victoria, a pesar de la desesperada resistencia de éstos y después de matar a más del 80 % de sus enemigos. Quince indios por cada español, fueron, pues impotentes para alcanzar la victoria.

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CAPITULO XI

DESPUES DE LAUTARO

l.- Don García Hurtado de Mendoza

Un fenómeno étnico tan conocido como el de qué el genio nace únicamente de razas preparadas para producirlo, es el de que jamás brota solo, aislado, sino escoltado, puede decirse, por numerosos talentos y aún genios de la misma especie.

Por eso, con Rafael, Miguel Angel y Leonardo, se vió una legión de destacados artistas italianos; con Cervantes y Calderón innumerables grandes literatos españoles; con Wagner y Beethoven, una pléyade de músicos famosos, etc.

Y con Lautarlo, ¿pasó algo semejante? A esta pregunta, los hechos contestan con bastante elocuencia. Si a Lautaro lo hubiera seguido una verdadera cohorte de grandes generales, con su muerte habría terminado la resistencia araucana, pues, aún siendo brillantes las cualidades militares de la raza, ningún éxito se habría alcanzado sin un empleo inteligente de su capacidad. ¿De qué sirve la espada mejor tempIada, si no hay un brazo fuerte y diestro que sepa esgrimirla?

Casi con la muerte de Lautaro coincidió la llegada a Chile del primer Gobernador, don García Hurtado de Mendoza, acompañado de un gran refuerzo de tropas y provisto de muchos elementos bélicos y de aprovisionamiento. Fué éste, pues, un momento crítico para la causa araucana, sobre todo si se considera que el nuevo gobernante era un hombre joven, dinámico y valiente, que no tardó en hacer sentir el peso de su fuerza y de su acción.

Alternando la clemencia con el rigor, la ofensiva con las ofertas de perdón; don García fué alcanzando uno tras otro triunfo, que poco a poco, es cierto, se le fueron haciendo más difíciles de lograr.

El cansancio que a los españoles producía la lucha sin tregua a que los naturales los obligaban, por un lado, y por otro, las privaciones a que

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se veían sometidos por la escasez de alimentos que ya se hacía. sentir con bastante rigor, hizo que el ritmo de la guerra comenzara a decaer y que, poco a poco, se sintieran como sitiados, pues ya no eran dueños sino estrictamente del territorio que ocupaban. Las tropas que guarnecían a Cañete, llegaron a pasar cuarenta días sin probar un bocado de carne.

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2.-La quebrada de Purén

Apremiado por la necesidad, don García resolvió enviar a Imperial una demanda de auxilio, que confió al capitán don Miguel de Velasco, dándole el mando de 20 soldados de caballería. .

Con toda felicidad llegó Velasco a Imperial, obtuvo los víveres que necesitaba (mil quinientos cerdos y numerosas cargas de granos y galletas) y tomó el regreso a Cañete, eligiendo, por creerlo más seguro, el camino que atravesaba la cordillera de la costa, por el desfiladero donde nace el río Cayucupil o Tongol-Tongol.

Previendo un ataque de los indios en el desfiladero, don García dispuso que el capitán don Alonso de Reinoso saliera con 100 hombres al encuentro del convoy. Con tal oportunidad avanzó Reinoso, que al amanecer del 20 de Enero de 1558, se hallaba a la puerta del desfiladero, en el momento preciso en que el convoy iniciaba su entrada por el lado opuesto.

De ambos lados se inició el avance y cuando ya el convoy se hallaba en el centro del desfiladero, cayó sobre los españoles una lluvia de flechas, piedras y palos, funesto anuncio de .la iniciación del ataque, que muy luego los indios formalizaron, con tanto coraje como valor.

Tras cuatro largas horas de furiosa lucha, emprendieron los indios la retirada, llevándose gran parte de los víveres que tan ansiosamente habían defendido los españoles. Estos llegaron a Cañete en la tarde de ese mismo día, con sólo una parte de lo que habían sacado de Imperial, heridos todos y completamente estropeados.

A esta altura de la campaña, ya don García se había dado cuenta de la alta calidad dé sus adversarios y de la necesidad en que se encontraba de continuar la guerra, no sólo· con energía, sino con mucha prudencia.

Este combate, conocido también con el nombre de batalla de la Quebrada de Purén, fué relatado por Gógora de Marmolejo (capítulo 27), Mariño de Lobera . (Libro II, Cap. 7) y con más exactitud que ninguno, por Ercilla (Canto XXVIII) que, como actor de la jornada, es el más autorizado.

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3.-Caupolicán

Hasta este momento, los indios no estaban mandados sino por caciques o caudillos de segundo orden, entre los cuales hay que contar a Caupolicán, caudillo que fué, de mucho prestigio, pero no por su talento, sino por su valor y su fuerza. (Todo esto, si no tiene razón don Crescente Errázuriz, que más se inclina a creerlo un héroe de leyenda) .

Don García, para reponerse de las fatigas que su continua actividad guerrera y exploradora le había ocasionado, pasó casi todo el invierno del año 58 en el pueblo de Imperial, donde los indios lo dejaron en paz.,

El que tuvo que soportar por ese tiempo toda la actividad bélica de los indios, fué don Alonso de Reinoso, que se hallaba a cargo de la guarnición de Cañete. Le cupo también a él, la gloria de capturar a Caupolicán, gracias a la traición de un indio, que se prestó para guiar a los españoles hasta las inmediaciones del bosque en que el caudillo tenía su refugio.

Capturado Caupolicán y bárbaramente ejecutado, los españoles creyeron entrar en una era de relativa tranquilidad; pero apenas llegada la primavera, renació la actividad de los indios, a tal punto, que en Octubre, Reinoso se vió en la necesidad de ensanchar y reforzar el fuerte de Cañete .

No satisfecho con esto pidió refuerzos a Imperial, pedido que don García contestó con el envío de 50 hombres, al mando de don Luis de Toledo. Tras este refuerzo, llegó a Cañete el mismo gobernador, al frente de 200 hombres.

Nada se logró, sin embargo, con este despliegue de fuerza, pues muy luego se supo que de nuevo los infatigables indios comenzaban a reunirse en son de guerra. Aludiendo a este momento, dice Góngora de Marmalejo: "Dió pena a todos ver que de nuevo se había de volver a hacer la guerra".

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4.-Fortificaciones araucanas

Como los indios no se atrevieron a irse sobre Cañete, ya tan fuertemente guarnecido, resolvieron fortificarse en Quiapo, al amparo de un pantano, de ciénagas y de un gran barranco.

Iniciaban con esto, los indígenas su entrada en la aplicación de un nuevo recurso del arte militar: la fortificación. Esta fué una rama de ese arte, en la cual los araucanos rayaron a tal altura, que puede decirse que la fortificación llegó en sus manos al más alto grado de perfección.

En efecto, a los reductos que los araucanos construyeron, ya durante los primeros años de su guerra contra los españoles, el arte moderno militar no les puede hacer la más mínima observación. Cumplían con la cinco condiciones fundamentales que hoy exige el arte militar:

1.- Campo despejado al frente. 2.- Obstáculos en el frente. 3.- Apoyo, por lo menos en una de sus alas. 4.- Libre comunicación a lo largo de toda la línea, y 5.- Comunicación a retaguardia.

Nunca el arte nace perfecto. Sus primeros pasos son siempre vacilantes, inciertos. Explora, enmienda, etc., hasta que, al fin, de mejoramiento en mejoramiento, alcanza la perfección que el hombre le puede dar. Pero no fué esto lo que pasó con el arte de la fortificación entre los araucanos: de sus manos nació perfecto.

Ya me parece oír la observación de siempre: lo aprendieron de los españoles.

Basta pensar un momento, para comprender que nó. Desde el primer fuerte que los españoles construyeron en Penco

se vió que, obedeciendo a sus necesidades, ellos no buscaron en él otra cosa que una protección contra los asaltos y sorpresas de los indios, buscaron amparo y seguridad.

Los araucanos, en cambio, no buscaban en el fuerte un refugio, sino un aliado. Les servía para resistir el ataque de los españoles y desde él combatían, en tanto que los españoles salían de él para combatir.

Y salían por la sencillísima razón, de que no podían desperdiciar las inmensas ventajas de su arma principal: la caballería.

Por eso, los fuertes españoles eran por lo general palizadas, reforzadas a veces con murallas de adobe, lo que constituía obstáculo suficiente a un asalto sorpresivo, para tropas que carecían de artillería y de toda clase de elementos de asalto.

Si los araucanos hubieran aprendido de los españoles el arte de la fortificación, lo habrían declarado éstos así, en vez de mostrar su gran admiración ante obras que "en Italia no se podrían construir mejores" .

Entre un fuerte construido por los araucanos y el que se puede

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construir hoy, no hay más diferencias que las que impone el actual progreso, la calidad de las armas del presente y los recursos con que hoy se cuenta. Así se verá en los fuertes modernos, punto de observación, centro de comunicación, nidos de ametralladoras, posiciones para artillería, alambradas. etc.

Nada de lo que podían ofrecer el terreno y los recursos de que los indios disponían, faltaba en los fuertes araucanos y en esto fueron tan lejos, que hasta el mimetismo, que es una invención moderna, fué aplicado por ellos, en forma tan. perfecta, que lograron engañar siempre a los españoles.

Los obstáculos que al frente de sus fuertes construían, no podían ser alambradas, porque el alambre era un material que ellos no conocían, pero constituían una explotación intensa e inteligente de todos los recursos de que podían disponer.

Fué así como, además de las albarradas y de las talas de árboles, idearon los pozos de lobo, de los cuaIes unos eran para los infantes y otros para los caballos. Estos estaban formados por hoyos cilíndricos de unos 20 a 30 centime~ros de diámetro por unos 50 de profundidad y aquéllos, por hoyos de unos 50 a 60· centímetros de diámetro, por 1,80 metros de profundidad más o menos.

En el momento oportuno veremos qué resultados aicanzaron con el empleo de estos obstáculos, que tan a la perfección lograron ellos mimetizar.

Para dar a estos hechos todo el valor que les corresponde, es precIso tener siempre presente que los que los realizaban, eran salvajes de la más primitiva cultura, de ninguna gimnasia intelectual..

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5.-El fuerte de Quiapo

Sobre la verdadera constitución del fuerte de Quiapo no hay noticias exactas. Sólo se sabe que se hallaba apoyado en unas ciénagas, en un gran pantano y en un gran barranco.

Dados los antecedentes que hay sobre los araucanos, es perfectamente lógico suponer que detrás de la gola, es decir; a la retaguardia, se hallaba el barranco, línea natural de retirada, por ser camino vedado a la caballería, que una de las alas del fuerte se hallaba apoyada en las ciénagas o en el pantano, y que el otro obstáculo dificultaba el ataque de frente, si no era el apoyo de la otra ala.

Por primera vez, los indios emplearon la artillería, defendiendo este fuerte. (Dos de las piezas se tomaron en Marigüeñu).

Según la relación que los cronistas de la época hacen, don García, después de un recopocimiento que duró tres días, se lanzó al asalto del pucará (así llamaban los indios a sus fuertes), atacándolo por tres puntos simultáneamente.

Los indios resistieron bravamente y la victoria por parte de los españoles no se declaró, hasta que una fracción de caballería desmontada, logró burlar la vigilancia de los indios atacando por retaguardia.

Hubo aquí un detalle que no debe pasar inadvertido. La primera condición que una posición fortificada debe cumplir, la

condición sin la cual la obra no tiene razón de ser, es la de obligar al adversario a atacarla. ¿Cuidaron de ella los araucanos? Tanto y tan bien cuidaron, que atacarla, resultó para los españoles de mortal necesidad. iComo que la habían colocado entre Concepción y Cañete, cortando la comunicación entre ambas ciudades! Bien se ve que no había detalle que se les escapara a los araucanos.

Este combate de Quiapo no tiene otra importancia que la de haber sido la iniciación del empleo de la fortificación por parte de los indios y el de haberse librado en un período en que los araucanos carecían de un caudillo digno de ellos.

Fué de este pucará del cual dijo don Martín de Guzmán: "el fuerte era de calidad que en Italia no se podía hacer mejor" 36.

36 Declaración que dió en la probanza de servicios de don Garcla de Mendoza y Manrique (XXVII, 114),

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CAPITULO XII

GENERALES ARAUCANOS

Como lo que me propongo, no es hacer la historia de la guerra ciclópea que Arauco sostuvo contra España; de la guerra legendaria que, asombrados, vieron los siglos XVI, XVII y XVIII, entre una de las más modestas y atrasadas tribus de la América y uno de los más grandes y poderosos imperios de esa época, sino, simplemente probar, que si se hizo posible hecho tan extraordinario, fué porque los araucanos constituían una raza militar de excepcionales características, no seguiré paso a paso el curso de esa guerra, sino que me limitaré a perfilar las personalidades araucanas más descolIantes en esa lucha titánica.

Creo que así podré alcanzar el doble objetivo, de poner en relieve las grandes condiciones de la raza y la extraordinaria capacidad militar de sus caudillos.

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Antuhuenu

Don García Hurtado de lVIendoza se retiró d8' Chile, convencido de que éJ había dado término a la. conquista, de -que dejaba a Arauco completamente pa-· cificado.

Así lo comunicó al rey de. España, Felipe II, en carta escrita des4e Lima, quien teniendo presentes estos servicios, al nombrarlo virrey del Perú en 1588, le decía en la real cédula, ·aludiendo a su actuación como Gobernador de Chile: "Que gobernastes loablemente, acabando por entonces aquella guerra, mediante la victoria que Nuestro Reñor fué servido daros en siete batallas que tuvistes con los indios, entre los cuales poblastes nueve ciudades".

Sufrió así don García la pequeña equivocación, de dar por terminada una guerra que apenas comenzaba.

No menos equivocados que él estaban los araucanos, pues, a su vez, creían que los españoles no eran sino aventureros errantes, que aparecían sin patria ni hogar y a los cuales, en un rasgo de magnanimidad, habia que ofrecer algunos terrenos donde se pudieran establecer y cultivar los frutos que. necesitaban para su sustento. Y así lo hicieron, cuando a principios de Mayo de 1562, al llegar el gobernador VilIagra a Imperial, se le presentaron por intermedio,· de numerosos caciques, ofreciéndole terreno para Sil gente, garantizándole que no serían allí inquietados en manera alguna; "pero que no habían de contar con mitagos 37 sino que ellos mismos ganasen el pan con su propio sudor" 38.

DIfícil sería decir cuánto había de malicia y cuánto de ingenuidad en esta proposición, que Villagra fingió agradecer con respuestas evasivas y con algunos regalos. Tampoco el español quería que indios se compenetrarán de sus verdaderos propósitos, que no podían ser de paz, ante la manifiesta rebelión en que se mostraba toda la región.

Y tan resuelto estaba el gobernador a seguir la guerra, que apenas se retiraron los caciques, partió para Valdivia, desde donde, reuniendo apresuradamente las tropas que pudo sacar de Osorno y Villarrica, envió a su hijo, don Pedro de Villagra y al maestre de campa don Julián Gutiérrez de Altamirano, para que desde Cañete iniciaran contra los indios una campaña de hostilidad y de castigo.

Por ese tiempo, había aparecido ya el primer caudillo araucano de acentuada personalidad militar, el toqui (general en jefe) Antuhuenu.

Sin pérdida de tiempo, había puesto sitio a Cañete, de manera que cuando Altamirano llegó a esa plaza, tuvo que abrirse paso a través de las tropas sitiadoras.

Al ver llegar este refuerzo, que era de unos 170 hombres, Antuhuenu no se sintió suficientemente fuerte para provocar un encuentro

37 Indios que trabaJaban en la mita.

38 Historia de Chile, Gay, tomo I, pág. 482.

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decisivo y prefirió retirarse, para dedicar sus tropas al hostigamiento y destrucción de los destacamentos, que indefectiblemente habían de enviar los españoles, en busca de los víveres y forrajes, de que ya se sentían muy escasos.

Altamirano salió tras él, después de reforzar su destacamento con algunas tropas del presidio, y a la cabeza de 280 hombres, atacó a Antuhuenu, que se había fortificado en Lincoya, término de Tucapel.

Rechazado aquí Antuhuenu, se replegó.hacia Nahuelbuta, donde, en la parcialidad de Rucapillán, ofreció una nueva resistencia que los españoles vencieron una vez más; pero a costa ya, de cuatro muertos y de muchos heridos.

Tan mal parados salieron los españoles de esta refriega, que, cuando a su regreso a Cañete, tuvo Altamirano que enviar un refuerzo a Angol, no pudo disponer sino de unos 25 hombres. Y era que casi todos los demás, estaban heridos o maltrechos 39.

Una orden del gobernador para que se traslada ra a Arauco, obligó a Gutiérrez de Altamirano a dejar en su lugar al capitán Arias Pardo Maldonado, y a éste correspondió ir, a su vez, contra Antuhuenu, que se había fortificado en Catirai.

Fué distinto, en esta ocasión, el curso de los acontecimientos. Más reforzado ya el ejército de Antuhuenu y más práctico éste en el empleo de sus tropas, infligó a Arias Pardo una completa derrota, después de matarle 20 soldados. (Versión de Carvallo y Goyeneché.) .

Huyeron, pues, los españoles, unos a Cañete, a donde acababa de llegar Altamirano, y otros a Arauco. Con éstos iba Adas Pardo, gravemente herido.

Alentado Antuhuenu con este triunfo y haciendo lujo de movilidad, se presentó casi al mismo tiempo fnmte a Arauco, Cañete y Los Infantes, aunque sin otro propósito, al parecer, que el de distraer la atención de sus adversarios, pues, sin atacar, desapareció rápidamente para aparecer poco después, ocupando un poderoso pucará en la ya trágica cuesta de Marigueñu.

Los españoles, al tener conocimiento de esta determinación, arrastrados por el joven e impetuoso general Villagra (hijo del gobernador), resolvieron atacar, también ailí a Antuhuenu. Acompañaron en esta ocasión al general Villagra, los experimentados y prestigiosos capitanes Gutiérrez de Altamirano (maestre de campo) 40y Lorenzo Bernal, aunque no estaban de acuerdo con Villagra, en la oportunidad, ni en la conveniencia de esa operación, que ellos juzgaron peligrosa.

El ataque al pucará de Antuhuenu se produjo entre fines de

39 Gay. tomo 1, pág. 485.

40 Maestre de campo lué un graao militar que nació en el siglo XVI y que correspondió al comandante de un tercio, unidad equivalente más o menos a un batallón; pero en la cual el Jete, maestre de campo, estaba revestido de atribuciones especiales. Duraron estos maestres hasta 1704, en que Felipe V suprimió los tercios, cambiandolos por regimIentos de 12 compañias.

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Diciembre de 1562 y principios de Enero de 1563 41. Con el objeto de infundir confianza a los españoles para que se

lanzaran resueltamente al ataque, Antuhuenu colocó bastante a vanguardia de su reducto, numerosas, pero débiles fracciones de tropas, con la misión de retirarse atemorizadas, después de ofrecer sólo cortas resistencias.

Cayeron los españoles en el lazo que así les tendió Antuhuenu y llevados por su valor e impetuosidad, perdieron toda prudencia y avanzaron violentamente.

Era lo que el toqui deseaba, para sacar el mayor provecho de los pozos de lobo con que había sembrado todo el frente de su pucará, pozos, que cuidadosamente había hecho mimetizar con ramas, tepes y pasto.

Unos tras otros, fueron cayendo varios españoles en esos pozos, de los cuales no se libraron ni siquiera Villagra y Altamirano. A VilIagra la caída le fué fatal, pues acto seguido un indio le dió un lanzaso en la boca, que poco después le produjo la muerte. Altamirano salvó, tal vez, porque fué socorrido a tiempo.

"Yendo el primero Altamirano, fué la primera víctima de la celada del indígena. Sin ver el engaño, cayó en un hoyo hecho a manera de "Sepultura" tan hondo como una estatura de un hombre y tras él cayeron muchos en otros hoyos, de tal suerte que, como los indios les tiraban muchas flechas y los alcanzaban con sus lanzas, no podían ser bien socorridos" 42.

El primero en atacar fué el capitán Gómez de Lagos, como lo fué también en ser rechazado; pero eso no obstó, a que, rehaciéndose, volviera a atacar, obligando a los indios a buscar refugio detrás de las trincheras de las cuales recién habían avanzado.

Este fué el momento en que intervino Villagra, lo que indujo al soldado Gregorio Cabrera a gritar imprudentemente: "A ellos que huyen". No necesitaron más los impulsivos españoles, para avalanzarse ciega y desordenadamente hacia las trincheras, salvarlas y caer en un entrevero mortal, que costó la vida de 18 españoles y de más de 60 indios auxiliares.

Ante tan doloroso fracaso y viendo que en todo el frente los españoles salían rechazados, Altamirano y Lagos, con todos los hombres que pudieron salvar, se precipitaron por los despeñaderos del llano, de Colcura, siguiendo por ahí ,su retirada.

A muchos españoles, sin embargo, no les fué posible hallar camino para retirarse y viéndose acorralados dentro del pucará, no les quedó más arbitrio que resolverse a vender caras sus vidas.

Entre ellos, el destino le reservó acl hileno, Pedro Cortés, la parte más gloriosa, pues ignorante de la suerte que habían corrido Villagra y Altamirano en la parte opuésta del pucará, le correspondió, a ia cabeza de sólo 14 hombres, resistir el peso a brumador de numerosos indígenas que lo atacaron corajudamente.

41 Según Barros Arana entre fines de Enero y principios de Febrero de 1563. Según don Francisco Encina el 16 de Enero de 1563.

42 Francisco de Villagra".,...por don Crescente Errázuriz.

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Lo acompañaban, además, algunos indios auxiliares y Agustín Hernández, quien, viendo hasta qué punto era desesperada la situactón, le aconsejó tirarse por el despeñadero de ese flanco 43.

A esta proposición contestó el joven Cortés: nos retiraremos peleando y, no haya aquí más voz que la mía, ni nadie se rinda; la muerte o una honrosa salvación!" 44

Ayudado por su íntimo amigo Francisco Pérez, también chileno, salvó la vida cuando, muerto su cabaIlo, habría sido ultimado sin piedad, si Pérez no lo coloca a la grupa del suyo.

Luchando sin tregua durante las cinco horas que le costó bajar de la meseta, llegó a las inmediaciones de la ensenada de Chivilingo, con sólo Pérez y Gonzalo de Salazar, pues todos sus otros compañeros habían ya caído. En este momento nuevos enemigos salieron a su encuentro y (cedo aquí la palabra a don Claudio Gay) "el caballo de Pérez se atasca en un barrizal; algunos indios se adelantan contra los fugitivos; salta en tierra el generoso Cortés, pues no quiere ser causa de que por él perezca su amigo; acomete furioso a los araucanos más adelantados, tiende a dos de ellos con su espada, deteniéndose los otros a la vista de tal acción, y como Pérez ha salido del atolladero, como la fortuna pone delante un indio auxiliar a caballo y con un niño español, Cortés se revuelve alarga el niño a Pérez, salta en la cabalgadura del auxilar y se salvan todos llegando a Arauco el adalid chileno con ocho terribles heridas, de las que ni siquiera había cuidado, durante su maravillosa resistencia"45.

Así terminó el encuentro entre el joven genenI Villagra y el destacado caudillo Antuhuenu.

Los españoles lo habían atacado con 90 soldados y 500 indios auxliiares 46 (yanaconas) y habían perdido, además de su general, 47 soldados, gran número de caballos y de armas y muchos indios auxiliares 47.

Narraron detalladamente esta batalla Mariño de Lobera (libro II, Cap. 15) y Góngora de Marmolelo (Cap. 36).

Realizada esta hazaña, Antuhuenu se lanzó contra la plaza de Arauco, defendida por el famoso capítán español, don Lorenzo Bernal, hombre de tan sobresalientes condiciones militares, que mereció el honor de ser conocido con el apodo de "El Cid Ruiz Díaz de Chile".

Hay que hacer resaltar estas condiciones, porque nos van a servir para aquilatar las que adornaban a Antuhuenu.

Como expugnar sin una larga preparación la plaza de Arauco, era

43 Este detalle nos pone de manifiesto que, por lo menos, ese flanco del reducto estaba apoyado en un despeñadero.

44 Gay, tomo I, pág. 501.

45 Tomo l. Página 502

46 Barros Arana, tomo II, pág. 314.

47 Gay, tomo l. pág. 502. Según el Sr. Encina murieron 42 y el resto salvó sin armas ni bagajes.

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operación superior a sus fuerzas, Antuhuenu resolvió ponerle sitio y hecho esto, tomó la más inesperada y extrana resolución que pueda uno imaginarse: retó a duelo singular al famoso capitán Bernal.

¿Debía aceptar Bernal? Sus antecedentes de hombre esforzado, valiente y maestro en el manejo de las armas, lo impulsarían seguramente a no rehuír situación tan definida; pero, ¿qué garantías de hidalguía, caballerosidad y corrección (condiciones fundamentales de un caso tal) podía ofrecerle un salvaje de la edad de piedra? ¿No se exponía a caer en una celada, a ser golpeado a traición, etc.?

Pesadas estas consideraciones, a nadie podría extrañar que Bernal se negara a aceptar el reto, fundándose en que el adversario no era digno de cruzar sus armas con él; pero más pudieron en el adalid español sus ímpetus y arrestos de guerrero y sin vacilar, recogió el guante.

Cabe aquí preguntar, ¿de dónde ese salvaje de la más primitiva cultura, sacaba esos instintos caballerescos y en qué fundaba su creencia de que podía competir con un guerrero tan diestro en el manejo de las armas, como era Bernal? .

¿Cuál tenía que ser el resultado fatal de un duelo semejante? Sabemos que era ocupación preferente de los araucanos el ejercicio de las armas; pero de nada vale ese ejercicio si no se realiza bajo la dirección de maestros que exploten la experiencia de varios siglos. La esgrima es un arte que se perfecciona acumulando experiencias.

Iba a realizarse, pues, el duelo más extraño y, según todas las probabilidades, el más desigual.

Se convino en que los adversarios concurrirían al campo del honor acompañados de igual número de testigos o padrinos cada uno y que el duelo tendría lugar en la planicie que separaba el fuerte de las tropas de Antuhuenu.

El resultado de la lucha se conoce; pero, por desgracia, no ha llegado hasta nosotros ninguno de los detalles. Nada sabemos de las armas que emplearon, ni de si se batieron a pie o a caballo.

Oigamos la relación que de duelo tan singular, hace el padre Miguel de Olivares: "Lidiaron en un lugar llano y descubierto igualmente distante de la plaza y de los reales enemigos, asistido cada cabo 48 de igual número de soldados para precaver algún trato doble; pero como batallasen largo tiempo sin conocerse ventaja de parte de alguno de los combatientes se metieron por medio los soldados de ambas naciones, de común consentimiento y los separaron sin disgusto de ellos, que habían conocido mutuamente que no les sería fácil la victoria; y que era peligroso aspirar más tiempo a conseguirla".

Tan extraño como inesperado resultado, sirve para formarse una idea de los puntos que calzaba en materia de valor, destreza e hidalguía, el gran caudillo araucano.

Resuelto así el lance, las cosas volvieron a su primer estado y el sitio continuó hasta que Bernal, viendo que no podía esperar auxilio de Concepciqn, porque el gobernador se hallaba allí, a su vez, estrechamente

48 Caudillo, capitan, jefe.-<N. del A.)

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asediado por el toqul Antunecul, resolvió abandonar el fuerte, aprovechando las tinieblas de la noche. Antuhuenu habia conseguido así una victoria más.

Pero no iba a ser éste el último encuentro ele esos dos caudillos. Poco tiempo después, resolvió Antuhuenu construir un pucará en la

confluencia de los ríos Bío-Bío y Vergara. Para dar más fuerza a este reducto, Antuhuenu lo hizo apoyar en fosos y terraplenes, construídos especialmente.

El cabildo de la ciudad de los Confines, viendo en este pucará una amenaza para su tranquilidad, dió al capitán Bernal orden de atacarlo.

Avanzó Bernal a la cabeza de 50 soldados españoles y 400 indios auxiliares y una vez en las vecindades del fuerte, con prudencia muy laudable, en vez de lanzarse inconsideradamente al asalto, ordenó un reconocimiento a fondo de la posición y de sus alrededores.

Pudo así convencerse de que el pucará estaba bien dispuesto y bien guarnecido y que se hacía necesario contar con el apoyo de una pieza de artillería y de algunos refuerzos.

Sólo cuando ya estos elementos se hallaron a sa disposición, Bernal resolvió el ataque y lo hizo, según dice Carvallo y Goyeneche, yendo hacia la fortificación "con buen orden". y luego agrega: "Puesto a distancia de 500 pasos, dispuso hacerle ataques falsos toda la noche para que consumiesen todos los cartuchos que tenían, y le salió bien, porque el fuego que hicieron fué sin efecto. No sabían todavía usar los arcabuces y más bien les servían de embarazo que de defensa" .

Nada tiene de extraño - y ya se dijo- que en los primeros años los indios hallaran serias dificultades para el acertado empleo de los arcabuces, no sólo porque nadie se lo había enseñado, sino porque ni era fácil ni corto el aprendizaje. Algo semejante les pasó al principio con los cañones.

El desenlace de esta jornada fué determinado por un incidente pueril que revela, que pone de manifiesto, cuán grande era la ignorancia y cuán grande la superstición de los indios araucanos.

Ocurrían estos hechos el 25 de Marzo de 1564 y, al amanecer -según refiere Carvallo y Goyeneche-"pasó una zorra entre el pucara del Vergara y el campamento español y que un perro de Cortés le dió caza".

Incidente de tan poca importancia para gente de mediana cultura, fué para el desdichado Antuhuenu, de las más fatales consecuencias.

Lo juzgaron los indios de mal agüero para su causa y ni las exhortaciones del caudillo, ni el ejemplo que les dió lanzándose denodadamente a la lucha "puesto a caballo y blandiendo una lanza", fueron capaces de devolver el aliento a esos indios desmoralizados por la más desatinada superstición.

A pesar de todo y a pesar, especialmente, del decidido empeño que los españoles pusieron en tomarse el pucará, pues era para ellos la derrota araucana; de vital importancia en esos momentos difíciles porque atravesaba la conquista, pudo tanto la energía con que Antuhuenu dirigió el combate y el ejemplo que dió con su valor, que la lucha durante mucho tiempo, se mantuvo indecisa.

Continúa la narración del combate, Carvallo y Goyeneche,

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diciendo: "Muchos araucanos eran ya muertos, pero también habían caído no pocos auxiliares y estaban heridos 20 españoles. Conoció Bernal que por el lado del sur cargaba doble número de araucanos y conoció debilidad por allí, y dirigió los" ataques contra aquél, con su esforzado brazo. Defendió este punto un valiente capitán de los araucanos, que no le cedió sino con el último aliento. Muerto éste, desampararon la brecha y entraron por ella los españoles, conduciendo los horrores de la muerte por donde pasaban. Amedrentados los araucanos se tiraron muchos al río Vergara, para conservar la vida, repasándolo a nado. "Lo advirtió Antuhuenu y con tanta entereza como presencia de ánimo, dió voces llamando por sus nombres a los capitanes que huían, y pidiéndoles que no lo desamparasen. Mucho pudo aquel hombre con la energía de su voz y volvieron a la batalla, pero ya fué a destiempo, porque aprovecharon los españoles aquel momento y se declaró por ellos la victoria" .

Don Claudio Gay narra así la última fase de esta batalla: "Ya se habían gastado en la pelea más de dos horas, y

considerables estragos traían hechos las armas de los dos partidos, cuando Lorenzo Bernal, que con singular bizarría se obstinaba en romper el flanco enemigo, advirtió cómo éste cargaba en masa a la parte que él quería forzar, dejando casi descubierto el frente; resolviéndose con la celeridad del rayo, cargó tan repentino sobre el punto flaco, que con los suyos y gran número de auxiliares penetró al recinto, corre entonces a resolver la contienda el cuerpo de reserva, entra en los indios la confusión, el campo se convierte en una espantosa carnicería, en vano el animoso toqui pretende contener a los fugitivos que a docenas se arrojan en las aguas del Vergara, para asegurar sus vidas en la opuesta margen; en vano acaba por sí mismo, y con algunos cuerpos y capitanes disciplinados hechos de sin par gallardía, porque al cabo cantan victoria los conquistadores; los auxiliares la vociferan con feroz alegría, y Antuhuenu ya solo, ya desesperado, se arroja al Bío-Bío, que, como si de parte del dichoso vencedor estuviera, apagó un espírítu de brillante porvenir, la vida de un guerrero que supo sustentar ilesa la libertad de su, patria, la gloria de las armas araucanas, con su juventud nueva y aún no hecha a la maestría y superior poder de las del audaz conquistador". (Historia de Chile, Tomo I, Página 522).

Parece que la derrota afectó profundamente el ánímo de Antuhuenu y que no quiso sobrevivir a ella, pues no de otro modo se explica que un hombre de tantas aptitudes físicas y buen nadador, como eran todos los araucanos, se hubiera ahogado al atravesar el río Bío-Bío.

Terminó así la vida de un gran general araucano, de uno de los muchos que ilustraron con sus hazañas, la brillante historia militar de esa desconocida tribu de Arauco.

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CAPITULO XIII

LONGONAVAL

Terminado el gobierno de la Real Audiencia (creada por Felipe II y que gobernó desde los primeros días de Agosto de 1567 hasta la segunda quincena de Agosto de 1568), se hizo cargo del gobierno de Chile el doctor don Melchor Bravo de Sarabia 49, que pudo tener muchos merecimientos; pero que careció del que en esos momentos era esencial; ser militar.

Para colmar este defecto, llegó a Chile con un prejuicio que le fué funesto. Creía, como muchos otros en el Perú y en España, que los españoles de Chile exageraban las dificultades de la conquista para conservar sus puestos y crearse prebendas. Y es que no podían entender cómo era que una modesta tribu oponía tan inverosímil resistenda.

Esto hizo que, a pesar de su ya avanzada edad (pasaba de los 70 años), apenas llegado a Concepción, pensara en salir a campaña, tras el fácil objetivo de conseguir la pacificación de los indios.

Y así fué, cómo a fines de 1568, este improvisado general, se hallaba ya al frente de un ejército relativamente fuerte, acampado al pie de las serranías de la antigua Talcamávida y listo para emprender las operaciones militares.

Por suerte para él, contaba en esa ocasión con la valiosa cooperación de soldados tan distinguidos como Miguel de Avendaño y Velasco, Martín Ruiz de Gamboa y Lorenzo Bernal del Mercado, militares de probada capacidad y de vasta experiencia en la guerra con los indios.

A poco de terminar su instalación en el valle do Talcamávida, recibió Bravo de Sarabia la noticia de que los indios se preparaban para cerrarle el paso, reforzando el ya famoso pucará de Catirai.

Para orientarse y aclarar bien la situación, el gobernador dió al capitán Avendaño la orden de avanzar con un destacamento montado.

Eeto ocurría en los momentos en que recién tomaba el mando del ejército araucano, un joven general llamado Longonaval.

Como era natural, a éste no le pasó inadvertido el avance de Avendaño y le hizo recibir por pequeñas partidas de indios, que sin oponer

49 Barros Arana escribia Saravia. Creo que lo correcto es con b (Gay).

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una seria resistencia, se retiraron paulatinamente hacia las regiones más escarpadas de la sierra, evitando así la persecución de la caballería.

Ante esta dificultad, en realidad insalvable, Avendaño optó por retirarse para dar cuenta de lo poco que había visto.

Tan pobre resultado en la expedición, molestó mucho al gobernador, atribuyéndolo tal vez a poca resolución o iniciativa de parte de Avendaño.

Mariño de Lovera dice que Avendaño, al cual nombra Miguel de Velasco, fué enviado con 90 hombres de a caballo y que a su regreso el gobernador "lo reprendió con palabras ásperas y coléricas por haberse vuelto como se fué, diciéndole que cuando no hallara enemigos, que había que pelear con los árboles, por no hacer viaje en vano; lo cual sintió harto don Miguel aunque disimuló, no dando respuesta a quien tanto respeto se le debía".

Tras esto y tal vez para dar una lección a sus capitanes sobre la manera de combatir a los indios, Bravo de Sarabia dió orden de que todo el ejército se moviera inmediatamente en dirección de Catirai.

Gay dice que en esta ocasión, el ejército español se componía de 260 españoles y 500 indios auxiliares 50.

Habiéndose puesto en marcha -el ejército español, el 7 de Enero de 1569, al amanecer del 8, se halló frente a la posición araucana, recientemente reforzada.

Encontró a Longonaval completamente apercibido, después de haber hecho un gran acopio de piedras "gruesas como membrillos", dice Góngora de Marmolejo, y de haber recibido el refuerzo de tropas que le llevó el toqui, Millalelmo.

Describe la posición Góngora de Marmolejo diciendo: "El fuerte que tenían era un alto cerro, delante del hacía un poco llano; por los demás lados al derredor tenía laderas que el fuerte las señoreaba, y una quebrada grande, y por junto al llano tenía una puerta, por ella entraban los indios y salían".

El ataque al fuerte de Catirai comenzó (8-1-1569) cuando ya el calor del sol principiaba a hacerse sentir con bastante intensidad y a lo largo del camino zigzagueante y polvoroso, que en fuerte pendiente nevaba hacia la cima del cerro.

Iba adelante la fracción que comandaba el capitán Avendaño y a retaguardia la del general Ruiz de Gamboa. (Bernal había quedado como gobernador en Concepción) .

Longónaval los dejó avanzar hasta el pie mismo de la posición y sólo entonces, poniendo repentinamente en acción numerosa tropa y a la vez las piedras de que ,en gran cantidad disponla, lanzó tan poderoso contraataque, que las tropas españolas se desconcertaron, no tanto por las piedras de las cuales no sabían cómo defenderse, como por el envolvimiento de que se vieron objetó.

Asustados los caballos, se hicieron indóciles, siendo Avendaño la primera víctima de esta indocilidad, pues fué llevado por su caballo al centro

50 Hlstoria de Chile, tomo II, pág. 45.

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mismo de un grupo de guerreros enemigos, de donde difícilmente fué rescatado.

"Ni el arresto de los españoles (dice Gay en la página 47 de su tomo Il) igualmente. que el de sus auxiliares; ni la presencia de ánimo de los jefes Velasco y Cortés; ni la temeridad de Francisco Hernández Rondón, penetrando más de cien pasos el campo araucano, del que arrancó un español que allí tenían prisionero, nada bastó a contener el empuje de· los indios, y fué preciso declararse en retirada, con la sensible pérdida de 44 españoles y 100 auxiliares que tendidos quedaron en el pecho de aquel Hadario 51 e imponente cerro".

Un envolvimiento ordenado por Avendaño (a quien Gay y Barros Arana llaman Velasco) y realizado por 20 españoles, no produjo efecto porque se terminó cuando ya la derrota se habia producido.

Apenas inidada la retirada, los indios salieron de sus trincheras y en vigorosa e implacable ofensiva, persiguieron sin dar cuartel a los ya desorganizados y desmoralizados españoles.

Esta fué una de las más graves y tal vez la más desmoralizadora de las derrotas sufridas por los españoles. Toda entera hay que cargarla a la impericia y testarudez de Bravo de Sarabia, pues tuvo que advertir que sus subalternos no fueron partidarios del ataque a Catirai, ya tan funesto para los españoles.

El mismo lo comprendió así y convencido por fin de que no se exageraba al decir que la conquista de Arauco presentaba muchas dificultades, presentó al rey la renuncia de un puesto que no se sintió capaz de servir. Parece que esta renuncia no fué aceptada, pues, como veremos a continuación, Bravo de Saravía continuó gobernando.

Por suerte para los españoles, Longonaval, que era toda una promesa para los araucanos por las grandes condiciones que reveló durante su corta actuación, enfermó y murió poco después.

51 Adjetivo anticuado, que significa desdichado.-(Nota del Autor). ,

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CAPITULO XIV

PAILEACAR

Después de la derrota de Catirai, lo que juzgó más urgente, Bravo de Sarabia, fué solicitar refuerzos y al efecto, envió al Perú a don Miguel de Avendaño (o Miguel de Velasco), que de ambas maneras se le nombra en las historias, quien salió de Chile en Mayo de 1569.

No era empresa pequeña en esos tiempos hallar gente dispuesta a sacrificarse en tan cruenta e interminable lucha y por eso fué que, a pesar del celo gastado por Avendaño y del interés que el virrey demostró para enviar socorros a Chile, la expedición de refuerzos no pudo salir del Callao antes del 8 de Abril de 1570. Llegó a Chile a mediados de Julio.

Creo de interés estampar aquí algunos detalles de lo que costó conseguir ese pequeño refuerzo.

El virrey del Perú, don Francisco de Toledo, en su deseo de socorrer a Chile, rozo pregonar en Lima un bando solemne para que "todos los caballeros, gentiles hombres y soldados que quisieran ir a servir a Su Majestad en la defensa y pacificación de las provincias del reino de Chile, acudan a los oficiales leales que S.M. tiene en esta ciudad, que ellos los asentarán, y por orden que tienen los ayudarán y favorecerán con pIata, armas, ropa, vituallas y otras cosas necesarias para la dicha jornada, demás que la Majestad real y S. E. en su real nombre, tendrá siempre particular cuenta de los que así fuesen a servir a S.M. en esta jornada para hacerles toda merced, y los gratificar, honrar y aprovechar en todo lo que se ofreciese, así en esta tierra como en otras partes, conforme a los servicios de cada uno" 52.

Como se ve, no le quedó al virrey nada que ofrecer, llevado por el interés que tenía en conseguir voluntarios para tan ingrata tarea como era le de venir a Chile y, sin embargo, tal era el temor que inspiraba la guerra de Arauco, que cinco días más tarde, los oficiales reales tuvieron que certificar, que un inscrito era todo el resultado del pomposo bando publicado. La historia ha conservado el nombre de ese valiente: se llamaba Francisco de León.

Y no podía ser de otra manera. Tan desastrosa era la reputación

52 Vlrreyes del Perú, de don Tristán Sánchez, capítulo 15

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que Chile se había ganado, que un cronista de la época dice que se le conocía con el nombre de "sepultura de españoles". Según Bravo de Saravia, las gentes creían en el Perú, que enviarlas a Chile para meterlos en Arauco y Tucapel, era lo mismo que "ponerlos en galeras" 53.

Ante tan rotundo fracaso, el virrey recurrió al arbitdo de organizar una compañía con sus propios servidores. No siendo esto aún suficiente, dispuso que se destinaran al cuerpo auxiliar a todos los condenados a deportación fuera del Perú.

Sólo así y después de tres meses de laborioso reclutamiento, se logró reunir 250 hombres, una buena cantidad de municiones y 4 piezas de artillería.

Apenas recibidos estos refuerzos en Santiago, comenzó Bravo de Sarabia a prepararse para avanzar hacia Arauco; pero no se hallaba listo aún, cuando ya fué sorprendido con la noticia de que un destacamento de 16 hombres, mandados por el capitán Gregorio de Oña, había sido sorprendido y deshecho en las vegas de Purén, con pérdida de 8 hombres, entre los cuales figuraba el mismo capitán Oña. -

Para remediar en algo este desastre, Bravo de Sarabia dispuso que inmediatamente partiera hada el sur, un destacamento de 100 hombres, al mando del general Miguel de Avendaño y que Ramiro Yáñez y el capitán Gaspar de la Barrera, se trasladaran por mar a Valdivia, para reunir alli todos los contingentes de tropas con que las provincias del sur pudieran contribuir a la campaña que se iba a iniciar.

Avendaño llegó a Concepción a principios de Enero de 1571 y sin pérdida de tiempo se trasladó a Angol, en cuyas inmediaciones se instaló. Allí recibió el refuerzo que le llevaron desde Valdivia, Yáñez y de la Barrera y como no cabía duda de que lo sublevación de los indios se iba a producir de un momento a otro, para ganar la iniciativa, Avendaño se puso en acción inmediatamente. Contaba con 130 soldados y algunas piezas de artillería, más los indios auxiliares, qué no faltaron nunca, aunque raras veces fueron mencionados por los españoles.

A la cabeza de las tropas araucanas se hallaba, por ese tiempo, el toqui Paillacar, señor del valle de Purén. Mandaba unos 1500 hombres, tal vez el doble de lo que mandaba Avendaño, contando las tropas auxiliares. Hay que reconocer, que si esta proporción le daba superioridad numérica no le daba superioridad de fuerza, contra un ejército que disponía de caballería y artillería.

El primer encuentro tuvo lugar cerca de los Confines, en un extenso llano, muy apropiado para la actividad de la caballería y para el intenso empleo de la artillería. Esto ocurría por primera vez, pues los indios, con muy fundadas razones, habían rehuído siempre ofrecer tan favorables condiciones a sus adversarios.

. Prima facie, parece que fué una desgracia para los españoles, que

Avendaño no supiera o no quisiera aprovechar situacion tan favorable y que

53 Barros Arana, tomo II, pág. 413.

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en vez de atacar resueltamente, se colocara a la defensiva en un recodo del río Purén, aprovechando la protección que a sus espaldas daban las barrancas del mismo río.

Tal crítica a las disposiciones de Avendaño, parece muy bien fundada y, sin embargo, los hechos le dieron la razón a él, pues mientras se mantuvo a la defensiva, todo fué bien y en cuanto salió de su posición para atacar en campo abierto, la situación camblió bruscamente de aspecto, en favor de los araucanos.

¿ Por qué ocurrría eso; contra todo lo que era de esperar? Primero, porque las tropas que componían el refuerzo enviado desde el Perú, eran completamente colecticias, tropas que carecían de la necesaria solidez y cohesión para combatir en campo abierto, y segundo, porque las huestes araucanas habían alcanzado ya tan alto grado de progreso, que se las podía hacer evolucionar, avanzar y retroceder, sin que el general dejara de tenerlas siempre en la mano.

Se vió, pues, que las tropas araucanas eran más manejables, que las cargas de los españoles no las desorganizaban, que las unidades se reorganizaban rápidamente y esto, unido a la decisión de vencer que las animaba, comenzó a desconcertar a las bisoñas tropas españolas, que no tardaron en declararse en desbandada.

¿Quién pudo imaginarse, cuando se inició esta guerra, que iba a llegar un momento, no muy lejano, en que las tropas araucanas superaran a las españolas en cohesión, disciplina y preparación?

Sólo habían pasado 20 años y quedaban atrás de dos siglos por delante, en los cuales tenían aún mucho que ver los españoles, esos conquistadores de incontrarrestable empuje, que habían recorrido invictos casi toda la América.

Aunque esta batalla no costó sino unos cuatro o cinco españoles y la pérdida de toda la artillería y de todos los pertrechos, su efecto desmoralizador fué enorme, pues la derrota se había producido frente a muy escasas tropas araucanas y cuando más ventajas ofrecían las condiciones en que el encuentro se produjo.

Por eso, al dar cuenta de ese fracaso, Bravo de Sarabia, decía al rey: "Fué una de las mayores desgracias que han sucedido en esta tierra y donde más reputación se ha perdido por haber sido acometidos los españoles en llano, donde nunca habían sido desbaratados" 54:

Góngora de Marmolejo dice, corroborando lo anterior: "Fué una pérdida la que allí se hizo no vista, ni oída en las Indias, porque allí perdieron los españoles toda la reputación que entre los indios tenían, teniéndolos en poco de allí adelante. Viendo que en llano las habían desbaratado y quitado sus haciendas, haciéndolas huír afrentosamente, cobraron grandísimo ánimo, porque antes de esto, en tierra llana, nunca los indios osaron parecer cerca de donde anduviesen cristianos. Quedaron soberbios y los españoles corridos de su flaqueza y poco ánimo" 55 .

54 Carta de Bravo de Sarabía a Felipe II de 15 de Octubre de 1571

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CAPITULO XV

NAMCUNAHUEL

Al gobernador Bravo de Sarabia sucedió el adelantado don Rodrigo de Quiroga, cuyo nombramiento llegó a Chile en el mes de Enero de 1575.

Dos años después partió hacia Arauco al frente de un ejército de más de 400 españoles y 1,500 indios auxiliares. Con él se paseó por algún tiempo a través del territorio araucano, sin encontrar resistencias que valgan la pena de mencionar.

Durante estas correrías recibió la noticia de que, una vez más, los araucanos se fortificaban en el cerro Catirai, ya de infausta fama para los españoles en los anales de la guerra de Arauco.

Sin vacilar se dirigió hacia allá, llegó hasta colocarse a una legua del cerro y allí asentó su campo, dispuesto a realizar el ataque.

No lo hizo, sin embargo, porque, jefes de tanto prestigio como Ruiz de Gamboa, Lorenzo Bernal y Miguel de A vendaño, supieron convencerlo de que era, esa una empresa que una cruel experiencia aconsejaba no intentar.

Fué así, como los araucanos pudieron gozar de la stisfacción de ver que los españoles rehuían un encuentro con ellos.

Para reemplazar a Quiroga, que se hallaba muy viejo y achacoso, nombró el rey, en 1581, al reputado capitán español de los tercios de Flandes, don Alonso de Sotomayor, caballero de Santiago y Comendador de Villa Mayor.

Entre los gobernadores de Chile fué éste, sin duda alguna, el de más honrosos antecedentes militares. Tenía sólo 37 años de edad y de ellos 22 habían sido de servicios prestados a la corona. Había comenzado como simple soldado entre los voluntarios que el duque de Alba llevó a Flandes y culminaba ahora su carrera con el cargo de gobernador, después de haber "tomado parte en innumerables batallas, en que, dando pruebas de gran valor, se había cubierto de gloriosas heridas. Salió de España con un refuerzo de 600 soldados, de los cuales, según parece, sólo llegaron a Chile 400.

El gobierno de este gobernador se caracterizó por la inaudita

55 Góngora de Marmolejo, capitulo 74.

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crueldad con que realizó la guerra. Hizo lo que se llama, una guerra a sangre y fuego.

Era el mayor error que podía cometer, porque tal actitud, a más de ser injustificada, tenia que resultar, fatalmente, contraria a los intereses españoles: eso no era matar la guerra, sino echar fuego a la hoguera. Reveló así no conocer la idioslincracia del pueblo araucano.

Y muy luego tuvo Sotomayor la prueba de que su proceder era contraprudecente. La guerra se avivó, brotaron caudiilos por todas partes y todo el teatro de operaciones se puso en ebullición. Fué el período de Codeguala, Paineñancu, Taruchima, Coyancura, Millalemu, Lonconahuel, Pilquetegua, Canintaro, Ruenualca, Cadepinque, Huechuntureo y Namcunahuel.

Y fué también la época en que brilló, como astro de primera magnitud, la,. gran JANEQUEO (Yanequén), de la cual me ocuparé en breve, aunque sea suscintamente.

El adversario más efectivo que en esa época tuvo el ejército español, fué el toqui Cadeguala, que, a la cabeza de un ejército bastante numeroso, fustigó sin descanso a Sotomayor, mientras éste se hallaba en la región de Angol. De él se hablará en el capítulo siguiente.

Antes de ocuparme de las hazañas de este toqui, creo de justiclia rendir un tributo de admiración al malogrado general Namcunahuel, que fué el creador de. la caballería araucana.

Organizó, el primero, un escuadrón de 160 jinetes, lo armó de largas picas y lo adiestró pzra el combate. Dice Gay: "La caballería araucana parecía en aspecto formidable; bien armada de lanzas de extraordinario alcance, conducida con regularidad y mostrando los jinetes desembarazo, soltura y no poca gallardía" 56

Hijo del cacique Cayaucura, el que no pudo soportar la vergüenza de haber sldo vencido por el maestro de campo García Ramón, fué elegido por su padre, para que lo reemplazara en el mando de las tropas y tan bien acogido fué este nombramiento, que las juventudes de todas las tribus corrieron presurosas a enrolarse en las filas de su ejército.

Sin pérdida de. tiempo, puso sitio al fuerte San Felipe, donde se hallaban las tropas que habían vencido a su padre.

García Ramón no se sintió esta vez con fuerzas suficientes para hacer frente al nuevo toqui e hizo saber a Namculahuel, que podía contar con la plaza, si lo dejaba retirarse con toda la guarnición. El toqui aceptó la proposición y los españoles pudieron abandonar el fuerte, para dirigirse al de Purén, donde se refugiaron.

Una vez más, se vió aquí cómo los araucanos sabían hacer honor a su palabra, pues si la hubieran violado -hecho, que para indios de tán primitiva ·cultura, nada de extraordinario podía tener dada la cantidad y calidad de las fuerzas de que en esos momentos disponía Namcunahuel, lo más probable habría slido ia total destrucción de las tropas españolas.

Esta retirada de los españoles fué un gran aliciente para el toqui

56 Tomo II, página 120

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araucano y acto seguido se puso en marcha hacia Purén, cuya guarnición acababa de ser reforzada por las tropas de García Ramón.

Con claro concepto del empleo de la nueva arma que acababa de crear, la envió adelante en servicio de reconocimiento. Esta tropa sorprendió cerca del fuerte a una docena de españoles, de los cuales cayeron tres.

VIendo García Ramón (que por su grado había tomado el mando del fuerte) la necesidad de aprovechar el momento en que todavía se hallaba sola la caballería araucana, envió a batirla al capitán Francisco Hernández, al mando de unos 80 hombres.

Los araucanos, sabiendo que su infantería se encontraba ya en el bosque que tenían a su espalda, comenzaron a retirarse en esa dirección, imprudentemente seguidos por los españoles.

No se hizo esperar el resultado, pues muy luego éstos se vieron rodeados por.numerosos indios, que los atacaron con gran vigor.

El choque fué terrible, porque los españoles, viéndose acosados en todas· direcciones, se defendieron con el valor que dan las situaciones desesperadas.

El resultado de este encuentro debió ser la muerte de todos los españoles; pero la suerte llegó en auxilio de ellos, en la persona de Tomás Olavarría, que tuvo la fortuna de matar a Namcunahuel, haciéndole pedazos todo el brazo derecho, con un tiro de arcabuz.

Desconcertados los indios con esta desgracia, acudieron en masa al lado de su jefe y dejaron así que se les escapara una victoria segura, pues dieron tiempo a Hernández para replegarse hada el fuerte, con sólo 30 hombres de pérdida. .

La herida recibida por el toqui fué tan grave, que todos los esfuerzos de los indios por salvarlo resultaron infructuosos. La muerte cortó en flor las grandes esperanzas que los indios tenían puestas en su joven y esforzado general.

Gay dice de él: "La muerte se apresuró a quitar de las filas del belicoso pueblo un joven caudillo, tal vez hecho para eclipsar las hazañas de un Lautaro, si tanto tiempo en la milicia quisiera la suerte dejarle" 57.

57 Tomo II página 122

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CAPITULO XVI

CADEGUALA

Merece especial mención este general, no sólo por el orden, la disciplina y la instrucción que logró dar a su ejército, sino por haber sido el segundo -que se sepa- que tuvo la audacia de retar a duelo a un capitán español.

Como el anterior, actuó durante el gobierno de Sotomayor, a quien hostilizó tenazmente, cuando éste se hallaba en Angol, al frente del ejército.

Puso en seguida sitio a la plaza de Purén, defendida por el sargento mayor don Alonso García, Ramón, y lo hizo con tal orden y tan acertadas disposiciones, que el comandante de la plaza se sintió perdido y pidió auxilio al gobernador, explicando su situación.

Sobre la manera de proceder de Cadeguala, dice el Padre Olivares: "procedió como cabo de experiencia formando sus líneas regulares, haciendo montar la guardia y poniendo centinelas que se reanudasen con sus señas y contraseñas, todo al modo de los españoles". Luego agrega: "esta nueva forma de sitiar con tanto acuerdo y pericia, y tan diferente de la que solía practicar esta nación bárbara, puso en cuidado al comandante Alonso García Ramón, que defendía ahora esta plaza, como antes la de Arauco, y dió parte al gobernador de su aprieto".

Dan estos sucesos un nuevo testimonio de las extraordinarias aptitudes que los araucanos poseían para asimilar conocimientos militares pues eso de disponer con acierto sus líneas de vigilancia, y lo de emplear las señas y las contraseñas para evitar que los centinelas se dejaran sorprender por espías o destacamentos enemigos, revela una actividad mental que no podía esperarse de salvajes tan poco evolucionados.

El gobernador dió al apuro en que García Ramón se veía, toda la importancia que en realidad tenía y eligiendo cuidadosamente entre sus hombres, formó un escuadrón con el cual acudió en auxilio de Purén 58.

De la aproximación de este refuerzo tuvo Cadeguala oportuno conocimiento y escogiendo a su vez unos 500 hombres, se adelantó hasta un

58 Gay dice que eran 200 jinetes .tomo Il,- pág. 129

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desfiladero por el cual debía pasar Sotomayor. Todo hacía suponer que se produciría aquí un encuentro

memorable; pero pasó lo que menos podía esperarse: el esforzado y famoso capitán que tantas veces se había distinguido en Flandes, el que en cien ocasiones había desafiado la muerte, como lo probaban las numerosas cicatrices que ostentaba, al ver las djsposiciones tomadas por su adversario, vaciló y en vez de impugnar resueltamente, rehuyó el combate, regresando a su guarnición.

Gay dice que, la descubierta de Sotomayor alcanzó a chocar con las avanzadas de Cadeguala y que se retiró después de perder seis hombres 59.

Enorgullecido Cadeguala con esta retirada, que para él era un triunfo, regresó a Purén y envió a García Ramón un desafío a duelo, emplazándolo para el tercer día.

Por segunda vez deja constancia la historia de esta actitud medioeval de un general araucano y por segunda vez, veremos cómo el duelo se desarrolla sin que ningún detalle haga pensar en que la lucha se libra entre un hombre civilizado y un salvaje de la edad de piedra.

Narra el suceso el padre Olivares en la siguiente forma: "Al tercero día se presentó el indio en el lugar del combate con moderado séquito que dejó en lugar que no diese sospecha; y luego llegó Alonso García Ramón, dejando 40 españoles un poco atrás, a quienes mandó que se mantuviesen en tanta distancia como estaban los indios, a menos que no hubiese traición de parte de ellos. Se pusieron, pues, los dos combatientes a.la vista uno de otro en poderosos caballos armados de las armas que juzgaron más a propósito y con sus picas en la mano, con las cuales comenzaron y acabaron la pelea, porgue habiéndose embestido a toda brida al primer encuentro cayó muy herido Cadeguala y aunque no quería confesarse vencido.y se esforzaba a montar, la muerte que venía muy ejecutiva, lo hizo dár traspié, y dentro de poco expiró".

Gay narra el combate en la siguiente forma: "No rehusó Ramón ese reto, y como quedara aplazado para la mañana del día siguiente, en el campo parecieron ambos adversarios, trayendo cada cual de ellos cuarenta caballos de escolta, y de jefe de los españoles el capitán Francisco Hernández. Puestos estos dos destacamentos a media distancia, dejando entre ellos campo bastante para qµe los jefes midieran en toda anchura y libertad sus armas, salió Gadeguala montado en arrogante potro, y armado de una enorme pica, y a recibirle corrió impávido el maestre de campo. Como al cruzar de los dos caballeros, el lanzazo que el toqui dirigfera contra Ramón pasara en vago por uno de los costados, un revés de la espada del castellano ·cruzo la cara del caudillo araucano, cayendo inmediatamente en tierra, y aunque con aliento se levantó hasta en ademán de querer montar de nuevo, no fué sino el último respiro de su malograda vida, que acabó al instante con pasmo y desaliento de todos los suyos, que se retiraron en silencio, para no volver a pensar en la continuación del cerco, sin traer con ellos un nuevo

59 Tomo II, página, 129

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toqui". (Tomo II, página 131) . Lo que la historia no establece -y es de sentirlo- es la forma en que

los contendores iban armados. Se sabe que se atacaron con pica, pero ¿llevaba coraza el español? Parece lo más probable. ¿Iba semidesnudo el indio? Si así fué; hay que reconocer que contra el indio estaban todas las probabilidades y que el resultado queda plenamente justificado.

Una vez más, la suerte favoreció a los españoles, librándolos de un adversario que era toda una esperanza para la causa araucana.

Los araucanos abandonaron el sitio, tan pronto como perdieron a su jefe. Es lo que hicieron siempre en casos semejantes. ¿Por qué? Tal vez sería un homenaje a la memoria del fallecido, tal vez desmoralización.

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CAPITULO XVII

JANEQUEO

A un pueblo tan viril y esforzado como el araucano, no pudo faltarle una heroína, una heroína que hiciera honor a las grandes condiciones militares de la raza: se llamaba JANEQUEO o YANEQUEN.

Figuró también durante el gobierno de Sotomayor, gobierno cruel, si los hubo, durante ese gobierno que fundó su autoridad en el rigor y en la venganza.

Con motivo de ciertas infidelidades cometidas por algunas parcialidades de Toltén y Villarrica, Sotomayor dió orden a su maestre de campo, García Ramón, de que entrara a sangre y fuego en los estados de Purén, Angol y Catirai, mientras él hacía otro tanto en Toltén y Villarrica.

En esos raids, en que no se respetó mujeres, niños ni ancianos, quiso la mala suerte que cayera prisionero un cacique, que por sus merecimientos gozaba de las más altas consideraciones entre los naturales de Toltén y Villarrica. Se llamaba Hueputaún y en él se ensañó Sotomayor, haciéndole morir en un suplicio atroz.

Como era de esperar, estas crueldades produjeron una violenta reacción en el ánimo de los indígenas, que ya no pensaron sino en venganzas, violencias y represalias.

Bajo la dirección del caudillo Huenchuntureu, se comenzó a preparar un levantamiento general y en esos precisos momentos apareció en escena una mujer joven y atrayente, que con lágrimas en los ojos, recorría la región clamando venganza: era la viuda de Hueputaún.

Tanto pudo la elocuencia con que se expresaba, su varonil actitud y la justicia de su causa, que en un verdadero delirio de entusiasmo se inflamaron los corazones de todos los indios y que el mismo caudillo Huechuntureu, le ofreció su cooperación. Nada tenía esto de extraño, pues Huechuntureu era hermano de Janequeo.

Con sendas partidas de tropa comenzaron Huechuntureu y Janequeo a recorrer la región, atacando a los españoles donde quiera que los encontraran.

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Don Luis 8otomayor, hermano del gobernador, que desde Santiagó salió en persecución de ellos, chocó con Huechuntureu en los campos de Purén, lo derrotó y lo tomó prisionero.

Por incidencias que sería largo relatar, poco después, Huechuntureu tuvo que batirse con el cacique Cadepinque y murió en el duelo.

Quedó así sola Janequeo, pero al frente de algunos serranos o de Purén, Nahuelbuta, Arauco y Tucapel y con ellos, gastando una incansable actividad, comenzó a fustigar a los españoles cayendo sobre uno y otro de sus establecimientos, en no interrumpida sucesión.

Fué así como se hicieron inseguros todos los caminos y como en casi todas sus salidas, experimentaban les españoles alguna desgracia.

En su incansable actividad, Janequeo comenzó a deslizarse hacia el sur, en busca de más españoles que matar y de más ocasiones para hostilizarlos, hasta que, por fin, tropezó con un destacamento español que de Osorno se dirigía a Villarrica. Lo copó, los hizo apresar a todos y ordenó que se les cortara la cabeza, para que con ellas se corriera la flecha, en o las cuatro direcciones de los puntos cardinales.

Envalentonada con este triunfo y en busca de otro de mayor significación, intentó caer sobre el fuerte que acababan de construir los españoles en el valle de Andalepe y que Sotomayor había dejado a cargo del capitán Cristóbal de Aranda; pero a la noticia de que el gobernador se aproximaba en su persecución, se replegó hacia la montaña, para esperar allí una ocasión más propicia.

Su dinamismo y la impaciencia de vengarse de que estaba poseída, no le permitieron mantenerse allí por mucho tiempo y a la cabeza de sus tropas se puso en marcha hacia la plaza de Puchangui.

Dándose cuenta de que expugnarla era extremadamente difícil, optó por ponerle sitio e inició una serie de asaltos, encabezados siempre por ella y en los cuales reveló una increíble audacia.

Defendía el fuerte el oficial, Manuel Castañeda, que ampliamente provisto de todo lo que pudiera necesitar para resistir un largo sitio, con tenacidad y valentía, soportó los embates incesantes, con que la heroína lo fustigó durante largos meses.

Fatigada por fin de sus estériles esfuerzos y obligada por la crudeza del invierno que se le echó encima, se retiró a un valle interior, donde la historia perdió sus huellas.

Muy difícil es creer que voluntariamente haya suspendido sus actividades bélicas y todo hace suponer que fué víctima de algún accidente o, lo que es lo más probable, de la peste que por ese tiempo asolaba la región.

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CAPITULO XVIII

CONVENIO DE PAZ DE 1593

Como sucesor de Sotomayor, designó el rey al caballero de la orden de Calatrava, maestre de campo del reino del Perú y pariente cercano (sobrino) de San Ignacio de Loyola, don Martín GarcÍa Oñez de Loyola, que a más de todos estos antecedentes, tenía el no menos significativo, de ser esposo de la real princesa inca (hija de Tupac Amaru), doña Beatriz Clara Coya (Princesa de Oro).

Con un refuerzo de más de 400 soldados y de gran cantidad de provisiones de boca y de guerra, llegó este gobernador a Valparaíso, el 23 de Diciembre de 1592 .

La política que en Chile pretendía adoptar, era diametralmente opuesta a la que con tan mala fortuna había puesto en práctica Sotomayor, y su primer paso fué proponer a Paillamacu, que por ese tiempo se hallaba a la cabeza del ejército araucano, un convenio de paz, "pues él llegaba a Chile por expresa voluntad del rey para ajustar paces con los indios todos y se había prestado gustoso a semejante misión, no por otra causa sino porque, como esposo de una india, un entrañable afecto sentía por todos los de su nación, y no había de parar hasta dejar asegurada su perpetua felicidad" 60.

Paillamacu, que por ese tiempo se hallaba en Lumaco, reforzando e instruyendo su ejército, contestó a la insinuación de Loyola que le placía mucho ver en la suprema autoridad de los españoles a un hombre casi indio por los vínculos que los unían a la hija de un príncipe americano; pero que por esa inisma circunstancia y en prenda de la ventura que quería labrar a los americanos, debía comenzar S.S. por la despoblación de todos los establecimientos españoles desde el río !tata ltasta el canal de Chiloé, declarando a los pueblos intermedios en plena libertad y absoluta independencia. y le agregó al comisario de Loyola (un indio neutro): "Proponédselo al gobernador y prometo no romper las hostilidades hasta saber en esa parte cuál es su voluntad".

60 Gay, tomo II, pág, 202

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Insistió Loyola en la convocación de un parlamento y sobre lo que a esta insistencia siguió, hay dos versiones igualmente interesantes y de un fondo casi igual.

Según Gay, Paillamacu envió al esclarecido cacique Antupillán (día del diablo y hora de la potestad de las tinieblas), hombre de grandes recursos, falaz, solapado y de mucho ingenio, en calidad de plenipotenciario.

Llegado éste a presencia del gobernador, lo oyó con calma, mientras le pintaba el poder y las inmensas fuerzas con que contaba su rey, el mucho amor que sentía por los indios y las dichas que en su real ánimo tenía reservadas para los habitantes, de estas tierras, desde que sumisos vivieran en su obediencia.

A todo lo cual Antupillán contestó:: "Si en paz apetecéis vivir con nosotros, paz ofrecemos, mas dejad nuestro suelo libre. Pero permitidme, señor, que trocándose los cuidados, sea yo quien os aconseje la paz y que no elijáis la guerra. Observad religiosamente los tratados que yo os propongo ,en nombre de mi nación, y permanente y duradera veréis esa deseada paz. Por si hiciereis lo que habéis ténido de costumbre, estad cierto de que uno solo que de los nuestros quede, ese habrá de mantener la guerra, hasta que rinda gloriosamente la vida en obsequio de la libertad y de la patria" 61.

Según Carvallo y Goyeneche, autor de la Histor:a dei Reino de Chile, Antupillán, concurrió al parlamento y al discurso en que Loyola le ofreció la paz, como una concesión del más poderoso monarca de la tierra, el indio contestó con esa espartana elocuencia que les dió a los araucanos tanta fama de grandes oradores.

Después de decir a Loyola que no tenía para qué ponderarle el poder de su rey, pues ellos se habían dado perfecta cuenta de que era inmenso, le pidió que considerara cuál sería la gloria de su nación, que con armas y recursos muy inferiores, había sabido mantener la guerra durante más de 50 años. Y luego con una elocuencia que no necesita ser poriderada, agregó: 'Por ocioso y por inútil debisteis, señor, tener el amenazarnos con ese poder y con vuestras armas.

Peleamos nosotros por la libertad y por la patria. Nacimos libres y defendemos el suelo en que hemos nacido. Ese poder y esas armas nada nos pueden traer más funesto que la muerte, pero nosotros que apreciamos más la libertad que la vida, jamás hemos sabido temer los horrores de aquélla. Vuestras amenazas, señor, me hacen sospechar que graduáis a la muerte como el mayor mal de los mortales. Pues bien, de allí debéis inferir el horror que tenemos a la servidumbre, graduada "por nosotros de mayor mal que la misma muerte. Esto es lo que nos puso las armas en las manos y jamás las dejaremos mientras no veamos que la servidumbre ha quedado muy distante de nosotros y de nuestras tierras". i Admirable concisión y elocuencia!

Sea cual fuere la verdadera versión, ambas reflejan por igual, la altivez de la raza y el amor que los indios sentían por la libertad.

Como a Loyola inspiraban los mejores propósitos y como a los

61 Tomo Il, pág, 204.

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indios, en el peor de los casos, no les iba mal una tregua que les permitiera prepararse mejor para la guerra y acumular aprovisionamientos, Se hizo fácil llegar a un avenmiento por el cual quedó concertada la paz, con solemne juramento de respetarla.

Como se ve, antes de 50 años de guerra, ya Arauco trataba de potencia a potencta con el gran imperio español, con ese imperio que a ningún otro pueblo americano, concedió los derechos de beligerancia.

Esto ocurrió en 1593.

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CAPITULO XIX

GOBIERNO y MUERTE DE OÑEZ DE LOYOLA

Paillamacu

A Loyola le pasó lo que a muchos otros gobernadores que llegaron a Chile animados del decidido propósito de encauzar la conquista por el camino de la paz y de una bondadosa administración: cambiaron radicalmente su política, ante el indomable tesón con que los araucanos defendían su liberlad y su territorio. No querían éstos saber nada de dependencia, por paternal que ella fuera.

Poco tardó, pues, Loyola en transformarse en un enemigo implacable de los indios.

La paz que se convino en 1593 no fué sincera, ni de parte de Loyola, ni de parte de los indios.

Paillamacu la aceptó gustoso, porque le daba el tiempo necesario para completar la instrucción de su ejército, para cimentar su disciplina y para completar la preparación que necesitaba en la campaña a fondo, que pensaba emprender contra los invasores.

Loyola persistía en su propósito (común a todos los gobernadores) de ir adueñándose poco a poco del país, por medio de la fundación de nuevos fuertes y ciudades.

Siguiendo esta política, pasó al sur del Bío-Bío frente a Yumbel y fundó los fuertes de Chibicura y Jesús y poco después la ciudad de Santa Cruz de Coya (en memoria de su esposa), en donde instaló 80 vecinos con dos alcaldes ordinarios, cuatro regídores, un síndico y un escribano: Como corregidor, fué nombrado el capitán don Antonio de Avendaño.

En los fuertes de Chibicura y de Jesús, dejó el gobernador sendos presidios de 50 hombres, al mando de don Juan Rivadeneira.

Esto constituía para los araucanos la más irritante provocación y pronto pudo el gobernador notar que por todas partes despuntaban los síntomas de sublevación.

Fué así cómo, apenas se alejó Loyola del fuerte Jesús, el cacique

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Loncoteua cayó a media noche sobre él y le prendió fuego por los cuatro costados.

Tan de sorpresa tomó esto a los españoles, que no pudieron -a pesar de los enormes esfuerzos que hicieron evitar que del fuerte quedaran sólo los escombros.

Y muy mal lo habrían pasado todos, si en la furiosa lucha que se trabó, no hubiera caído herido de muerte el bravo Loncoteua, atravesado por la espada de Rivadeneira. Como de costumbre, la muerte del jefe, ocasionó la dispersión de la tropa.

Paillamacu se puso en acción en Mayo de 1594, no en una campaña formal, sino de guerrillas, en que a la vez que hostilizaba a los españoles, entrenaba a su gente para las operaciones en grande que pensaba emprender.

Esto exasperó al gobernador y se propuso continuar la guerra a sangre y fuego.

El 2 de Enero de 1595, salió de Concepción al trente de 400 españoles y de más de 2.000 indios auxiliares, pasó el Bío-Bío frente a los fuertes Jesús y Chibicura y fué a caer sobre los indios catirayes, cuyos campos arrasó, dejando a la región sumida en la desolación y en un ansia desesperada de vengar tantas y tan frecuentes devastaciones. .

No sería justo hacer graves cargos a los españoles por estas devastaciones, pues ellos no hacían otra cosa que pagar con la misma moneda. No era ésa una guerra regida por el Derecho Internacional, sino por la ley del más fuerte, una lucha a muerte en que todos los recursos se hacían buenos.

Fué en seguida el gobernador a acampar sobre las ruinas de Purén y desde allí envió a Paillamacu, nuevas proposiciones de paz. Para esto ya era tarde, el juego estaba descubierto y no tenía Loyola fundamento alguno para creer que los araucanos fueran tan simples como para caer en una nueva trampa de paz.

No debió, pues, extrañarle que Paillamacu le contestara que "ya no se debía pensar sino en el exterminio total de uno de los dos pueblos, la Araucanía para los españoles, sin uno siquiera de todos los hijos, o la Araucanía para sus hijos, sin nombre ni reliquia de español"

Despreció Loyola, ésta, que consideró una simple bravata, reedificó el fuerte de Purén, levantó otro en las márgenes del lago Lumaco, reforzó guarniciones y regresó a Concepclón, donde pasó a cuarteles de invierno.

Era, parece, lo que Paillaínacu deseaba, pues apenas supo que el gobernador había llegado a Conoepción, puso sitio formal a los fuertes de Purén y Lumaco, cortando a la vez con sus destacamentos las comunicaciones a Concepción. Gracias a esta precaución, Loyola demoró más de dos meses en recibir noticias de lo que estaba ocurriendo.

Pero, apenas lo supo, y a pesar, de que los serios inconvenientes que la estación oponía a cualquiera clase de operación, comisionó al esforzado capitán Pedro Cortéz para que con 130 españoles y 600 indios auxiliares, acudiera inmediatamente en auxilio de las fortalezas amagadas.

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Tan malos estaban los caminos que Cortéz-pese a todos los esfuerzos que hizo- sólo pudo ponerse a la vista de Purén, catorce días después de salir de Concepción.

Paillamacu, tan sagaz como prudente (de cobarde no se le podría acusar), no quiso exponerse a ser tomado entre dos fuegos y a la aproximación de Cortéz, se replegó hacia la montaña, para esperar allí una ocasión más propicia.

Tan pronto como Loyola tuvo conocimiento de la retirada de Paillamacu, tomó toda la gente que le quedaba y partió en persecución del toqui, a quien deseaba ansiosamente debelar.

Tal vez para disponer de un mayor número de tropas, demolió los fuertes de Purén y Lumaco y reforzado con sus presidios, salió en persecución de Paillamacu. Fué empeño inútil, pues el toqui, ni ninguno de sus soldados, se dejaron ver por parte alguna,

Decepcionado de su empresa, don Martín fué a sentar sus reales en sus Infantes de Angol, desde donde, a principios de Diciembre de 1596, con 400 españoles y 1.700 yanaconas, se trasladó a Quinel.

Entretanto, quiso su buena fortuna que el virrey del Perú, don Luis de Velasco, conociendo las necesidades que la guerra de Arauco imponía, resolviera enviar a Chile un refuerzo de 700 españoles, el cual después de' desembarcar en Valparaíso y de detenerse sólo algunos días en Santiago, siguió su marcha hacia la Araucanía, a las órdenes de don Gabriel de Castilla.

Con la llegada de este refuerzo a Quinel, dispuso ya Loyola de 1.100 españoles, una parte de los cuales envió a la provincia de Cuyo.

Viéndose así, suficientemente fuerte para batir a Paillamacu, salió en su busca y durante todo el año 1597- vagó entre Imperial, Villarrica, ,lago Lumaco y Purén, sin lograr echarle la vista encima.

El toqui supo mantenerse siempre fuera del alcance de las superiores fuerzas de Loyola; pero sin perder el contacto, pues por sus espías estaba continuamente informado de cuanto ocurría en el campo español.

Fué así cómo los araucanos tuvieron exacto conocimiento de que el 21 de Noviembre de 1598, había el gobernador partido de Imperial con el propósito de llegar a Angol y escoltado sólo por 60 oficiales reformados y 600 soldados auxiliares.

Con la necesaria oportunidad, los caciques Ancanamón y Pelantaru recibieron esta noticia por intermedio del capitán correo, Naguelhuri y sin pérdida de tiempo, con sólo 500 infantes (para poder ocultar mejor su avance), partieron al encuentro de Loyola.

Este, convencido de que ya nada tenia que temer de los indios, hizo que los auxiliares regresaran a Imperial y continuó su viaje, acompañado sólo de los 60 oficiales.

Otros autores nada dicen de esta devolución y dejan constancía de que hasta el último momento, la fuerza de que Loyola dispuso, fué de 50 españoles y 300 yarraconas.

Como en el curso del día no alcanzó Loyola a salvar la distancia que media entre Imperial y Angol, al caer la tarde, estableció su campamento

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en el valle de Curalaba. Los indios lo habían seguido cautelosamente y él, que ni

remotamente se imaginaba tal contingencia, no sólo descuidó el reconocimiento, sino que prescindió de la indispensable precaución de establecer guardias y centinelas.

Sus enemigos, que no le perdían pisada, no podían desperdiciar ocasión tan propicia y al amanecer, divididos en cuatro grupos y al grito de ilape! llape! (muera, muera) cayeron sobre el campamento, cuando todavía se hallaban los españoles sumidos en el más profundo sueño.

La sorpresa fué completa y aunque algunos alcanzaron a defenderse con valor y desesperación, no pudieron evitar la verdadera hecatombe que se produjo, ya que de los 150 españoles (entre escolta, frai· les y acompañantes) que en el campamento había, sólo tres lograron escapar, muy mal heridos. Entre los que quedaron vivos, se recuerda a un clérigo, natural de Valdivia, llamado Bartolomé Pérez, y a Bernardo de Pereda, que quedó por muerto y que, cubierto de heridas, tras setenta días de penoso viaje, llegó a Imperial.

La cabeza del gobernador fué llevada por los indios a Purén, para emplear el cráneo en las tradicionales libaciones a que se entregabán después de sus victorias.

Para desgracia de los araucanos, Paillamac cayó muy luego en manos de los españoles, víctima de una sorpresa.

El padre Rosales narra así la muerte de Paillamacu: " ... un indio feroz, de gruesos brazos y piernas, espaldudo y de

grandes fuerzas". "Prendióse a Paillamacu estando durmiendo a la sombra de un

roble, que habiéndose apartado de 80 indios valientes que consigo traía, se puso allí a sestear, y llegando el capitán Zuruzo a aquel paraje, le echó los brazos y conociéndole le sujetó sin dejarle tomar la lanza".

"Mucha alegría produjo al capitán Cortéz y a los españoles esta afortunada aprehensión, pues fué Paillamacu uno de los generales más activos y capaces que tuvo Arauco".

"Le preguntó Cortéz por qué siendo natural de Arauco, se había hecho salteador en las tierras de Tucapel y el indio le contestó: "En tus tierras lo fuera de mejor gana, pues me usurpas las mías tiránicamente. Yo nací en Melirupu y ahora en tus manos, acabaré mis días con mucho gusto en Tucapel, por morir defendiendo la libertad de mi patria. Dejé mis tierras porque tus españoles me forzaban mis mujeres y me robaban mis comidas y por no ver semejantes sinrazones me retiré a estas montañas a morir, siendo de guerra, por no morir en mala paz" 62

62 Rosales, tomo II, página 471.

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Cortéz hizo ahorcar a todos los indios que con Paillamacu tomó prisioneros; pero a éste lo hizo arcabucear.

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CAPITULO XX

UN EPISODIO SENTIMENTAL

En la noche del 21 de Mayo de 1601, en medio de una violentísima tempestad, la ciudad de Osorno se vió sorprendida por el impetuoso ataque de numerosos indios, que entraron a Isangre y fuego, matando, saqueando e incendiando por doquier.

En ese ataque los indios hicieron muchos prisioneros, especialmente mujeres y entre éstas, a la monja de Santa Isabel, doña Gregoria Ramírez, dama de gran belleza.

El indio Huentemagu se enamoró perdidamente de esta religiosa y la requirió de amores, con la insistencia que da una verdadera pasión.

Fácil es imaginarse la situación que a la pobre monja le creó la insistencia del indio, por un lado, y por otro, su deber, su pudor y la natural repulsión que el indio le producía.

Y, sin embargo, estaba condenada a la esclavitud, por su situación de prisionera, a quien no protegía ley, tratado, ni consideración moral de ni nguna especie. Frente a un salvaje regido sólo por sus instintos, y sin freno moral alguno, su suerte estaba echada.

Con todo, su destino fué muy distinto del que se pudo esperar. El indio, hombre de corazón sencillo, pero hidalgo como muchos

araucanos, se sintió más impresionado por la virtud que por la belleza de esa mujer y no solo no la presionó con violencia, sino que se propuso salvarla, lo que no era fácil.

Comenzó por constituirse en su guardián y protector, esforzándose por hacerle llevadera la triste situación a que el destino la había conducido y luego, para coronar su obra, ahogando sus sentimientos, se puso de acuerdo con un español, para que éste le robara su prisiontlra.

El plan que concibieron se llevó a cabo con toda felicidad y la monja recuperó su libertad, sin que el indio apareciera con la menor responsabilidad en la fuga que se produjo.

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Este fué el homenaje que el amor del indio hizo a su ídolo. Tal vez porque, por un extraño contraste, en el guerrero van casi siempre hermanados la violencia con la nobleza de sentimientos, el valor con la hidalguía.

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CAPITULO XXI

GOBIERNO DE DON ALONSO GARCIA RAMON

Políticamente, este gobierno fué uno de los más interesantes que hubo en Chile, durante la colonia pero, militarmente, es de escaso valor, porque en él el ritmo de la guerra declinó sensiblemente, como consecuencia de la acción del famoso padre Luis de Valdivia.

Fué este padre el que se hizo la ilusión de que la dominación araucana podía conseguirse predicando, la paz y la confraternidad. Probó así que desconocía en absoluto la idiosincrasia de los indios y la índole y el objetivo de la guerra que ellos sostenían.

Este plan, fué el que se conoció con el nombre de "Guerra Defensiva".

Olvidó o no supo el padre Valdivia, que los indios no tenían otro móvil, otro propósito, ni otro deseo, que el de ver a su país independiente y libre de toda influencia extraña. Y como esto era absolutamente incompatible con el proyecto del padre, el fracaso se hizo inevitable.

García Ramón, desconfiando en la eficacia de los planes del padre Valdivia, no descuidó ni por un momento su preparación para salir a campaña en las mejores condiciones posibles y como la suerte lo favoreció con la llegada al país de un refuerzo directamente enviado desde España 63, El 7 de Enero de 1606 pudo ya salir de Concepción con un ejército de más de 1.200 soldados españoles, el mayor que se hubiera visto en Chile y, por consiguiente, en América.

A esta favorable situación se unió la grata nueva de que el rey, con fecha 5 de Diciembre de 1606, había elevado el situado a 212.000 ducados, que era la suma que de Chile se había solicitado.

Inició su campaña García Ramón, dividiendo su Ejército en dos fracciones, de 500 hombres la una y de 700 la otra y confiando el mando de la primera al coronel Cortéz, para encargarse él, personalmente, del mando de la segunda.

63 El refuerzo fué de 952 soldados y llegó a Santiago, a través de la cordillera el 6 de Noviembre de 1605.

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Partió Cortéz hacia la región de la costa con la misión de perseguir implacablemente a los indíos de Arauco y Tucapel y García Ramón penetró en el valle central, para atacar a los adversarios en esa dilección.

Los naturales, ante la manifiesta superioridad de los españoles, se replegaron hacia sus montañas, haciendo así infructuosa esta primera campaña de García Ramón.

Intentó, poco más tarde, la repoblación de Angol, misión que confió al capitán Núñez de Pineda. Se puso éste en marcha en los últimos días de Marzo y al atravesar un desfiladero montañoso, cayó sobre su retaguardia un numeroso grupo de indios en impetuoso ataque.

En la calidad del terreno, que hizo imposible el despliegue de las tropas españolas, hallaron los naturales un poderoso aliado y pudieron, no sólo desorganizar por completo a su adversario, sino matar a 20 españoles y retirarse en seguida hacia sus montañas, con un valioso botín de caballos, armamento y vestuario.

Al coronel Cortéz, en su avance por la costa, no le fué mejor y García Ramón perdió el año en dar golpes en el vacío, pues los indios no presentaban combate, sino cuando les convenía.

Con todo, optimista como casi todos los otros gobernadores, en carta que escribió al rey el 12 de Mayo, después de pedirle un nuevo refuerzo de 500 hombres, le daba la seguridad de que al cabo de tres años, ya Chile podría sostenerse con un ejército mucho menor.

Los indios se encargaron, asestándole golpe trasgolpe, de debilitar ese optimismo.

Entre ellos, se puede citar el de la plaza de San Fabián. Mientras García Ramón operaba hacia el interior y mientras el

capitán Lisperguer, desde el fuerte de Boroa, en frecuentes salidas, talaba y asolaba toda la región, los araucanos cayeron sorpresivamente sobre la plaza de San Fabián y mataron a toda la guarnición y a todos los habitantes de la plaza, los que en conjunto llegaban a 400 personas 64.

Aún más grave que este golpe -por sus consecuencias- fué el que tuvo que sufrir el mismo Lisperguer.

Para proveerse de carbón, estableció o armó un gran horno, a un cuarto de l'egua del fuerte, y el 29 de Septiembre, acompañado de 150 a 160 soldados salió con el objeto de recoger la hornada.

Los indios, al mando de Huenencura (Gay) lo esperaban en acecho y en el momento que creyeron cportuno, cayeron sobre él: tan de sorpresa y con tal superioridad numérica, que toda resistencia eficaz se hizo imposible.

Los españoles se defendieron con la bravura que los caracterizaba; pero sin otro resultado que el de prolongar inútilmente la resistencia. Sólo salvaron 15, que fueron tomados prisioneros. Murieron todos los demás, incluso Lisperguer.

Con los pocos hombres que quedaron en el fuerte, el capitán Gil Negrete resistió valientemente todos los ataques que con gran insistencia le llevaron los indios, hasta que, después de dos meses de desesperada lucha,

64 Gay, tomo II, página 332.

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llegó Garcia Ramón, a tiempo sólo para salvar a la guarnición, ordenando, en seguida, la demolición del fuerte.

Fué tal el efecto moral que estos golpes produjeron, que en Cabildo Abierto los capituladores de Santiago -asesorados por los capitanes de más experiencia- acordaron- "que para seguridad de la ciudad y su territorio, se haga una requisición de armas y caballos, que los corregidores vigilen los indios de sus respectivos partidos, y desde luego les hagan entregar las armas que tengan en su poder".

García Ramón, por su parte, recomendó a los encomenderos que dieran buen trato a los indios, tal vez para evitar las represalias.

García Ramón murió en Chile, siendo aún gobernador, el 19 de Julio de 1610, 65 después de cinco años (sin contar el tiempo en que fué gobernador interino) de un gobierno fructífero y por varios conceptos, digno de aplausos.

65 Esta techa es de Barros Arana.-Según Gay, murió el 5 de Agosto de 1610, fundándose en que su sucesor don Luis Merlo de la Fuente en carta al rey de 16 de Agosto de 1610 decía: "A los 5 de Agosto de 1610 fué Nuestro Señor servido de llevar para si a uno de los mayores y mejores criados y de más buena intención que V.M. tenia a su servicio, Alonso García Ramón, gobernador y capitán general de la Real Audiencia y provincias de Chile".

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CAPITULO XXII

LIENTUR

En 1621, durante el gobierno interino del oidor de la Real Audiencia, don Cristóbal de la Cerda; se fué con sus compatriotas, el cacique Lientur, cacique que por varios años se había mantenido al lado de los españoles, en la reducción de Cayuhuenu.

Según el padre Rosales, la razón que tuvo Lientur para abandonar a los españoles, fué el agravio que le hizo el Sargento Mayor Jiménez de Lorca, no entregándole a una hermana que había quedado sola en el fuerte Yumbel, porque el yanacona. que con el vivía, se había pasado al campo enemigo.

Antes de entrar en la narración de las hazañas de Lientur, se hace necesario -porque es pertinente- una ligera digresión sobre la superioridad de fuerzas.

Es argumento muy socorrido, cuando se trata de justipreciar el mérito de los triuníos araucanos, decir que ellos se debieron, en gran parte, a la inmensa superioridad de fuerzas con que lucharon.

En esta materia, se debe hacer una distinción: hay que distinguir entre superioridad numérica y superioridad de fuerza.

Cuando se trata de ejércitos de equivalente capacidad bélica o combativa, la superioridad numérica implica superioridad de fuerza; pero cuando en esa capacidad existe un serio desequilibrio, no hay nada tan difícil como determinar la superioridad de fuerza. Y este es el caso que necesitamos contemplar.

¿Cuántos indios semi-desnudos, armados de pica y maza, se necesitaban oponer a un soldado español, cubierto de coraza, jinete en un caballo también acorazado, armado de sable y lanza y apoyado por infantes armados de arcabuz, para producir un equilibrio de fuerzas?

Si nos atenemos a lo que ya se había visto en los incontables combates que los españoles habían librado con los aborígenes; a través de casi todo el continente americano, ninguna desproporción numérica era capaz

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de dar a los indios la superioridad de fuerzas, pues, ni aún en la batalla de Otumba, en que los españoles lucharon contra un mar humano de guerreros aztecas, pudieron los naturales alcanzar la victoria.

Esto no quiere decir, naturalmente, que la superioridad de fuerza de los españoles no tenia limites, pero permite, sí, establecer, que ni la proporción de uno a ciento, era para los naturales garantía segura de triunfo.

Con todo, como lo que aquí se trata de probar es que los araucanos poseían extraordinarias !acultades para el ejercicio del arte militar, lo natural es exigirles mucho más que a todos los otros guerreros americanos.

¿Les exigiremos vencer en la proporción de uno a cincuenta? Sería poco toda vía. ¿ De uno a veinte? Lo hicieron muchas veces. ¿De uno a diez, de uno a cinco? También lo hicieron. ¿Y EN IGUALDAD NUMERICA? También, también LOS VENCIERON EN IGUALDAD NUMERICA.

¿Alcanzaremos al absurdo de que los araucanos LLEGARON A VENCER A LOS ESPAÑOLES, HALLANDOSE EN INFERIORIDAD NUMERICA? No habrá otro recurso que contestar: sí, TAMBlEN LOS VENCIERON EN ESAS CONDICIONES.

¿Quién lo ha dicho? Por cierto que no han sido los araucanos, como luego se verá.

¿Puede pedirse más? ¿Se p1,lede ir más lejos en lo extraordinario? Me parece que no, salvo que se tratara de llamar la atención a los chilenos, lo que, según hasta aquí se ha visto, no es muy fácil conseguir.

Sigamos, ahora, con Lientur. Fué durante el gobierno de don Luis Fernández de Córdoba

(nombrado el 4 de Enero de 1625), cuando en realidad, comenzaron las. actividades del ·nuevo toqui. El Sargento Mayor, Juan Fernández de Rebolledo, se puso en campaña a fines del año 1627, penetrando en el territorio araucano hasta más allá del lugar en que había estado edificada la ciudad de Imperial. Su avance quedó marcado por los apresamientos de indios, por el robo de animales y por las depredaciones, que, según era costumbre, constituían las características de esta clase de incursiones, tanto en uno, como en otro bando.

Lientur, que hasta ese momento se había mantenido tranquilo, al imponerse de estas tropelías, se puso también en campaña, acompañado sólo de un grupo más o menos numeroso de indígenas, que apresuradamente logró reunir. Se puso sobre las huellas de Fernández de Rebolledo y comenzó a seguir sus pasos, en acecho de una ocasión propicia para atacarlo.

No tardó ésta en presentarse.Ignorando el mayor español que tan de cerca era seguido,

descuidó una noche sus necesarias medidas de seguridad y cónfiadamente Se entregó al descanso.

No desperdició Lientur tan favorable ocasión, y con toda rapidez y acierto, cayó sobre el campamento español causando a Fernández la pérdida de 28 soldados y de todos los indios que ya había hecho prisioneros. 66

La retirada, después de esta sorpresa, se hizo muy difícil, ante la

66 Barros Arana, tomo IV, página 211

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persistente presión con que Lientur fustigó a los españoles. Con incansable actividad el toqui araucano prosiguió sus

operaciones de guerrillas, sorprendiendo aquí, asaltando allá, robando animales, y cayendo por fin, sobre los campos vecinos a Chillán, donde con sus depredaciones mantuvo en constante alarma a los españoles.

Animado con las ventajas así adquiridas, el 6 de Febrero de 1628, algunas horas antes del amanecer, y con un ejército ya más numeroso, cayó como un alud sobre la plaza de Nacimiento, atacando corajudamente y con el valor que le era característico.

Prendió fuego a los cobertizos y a las palizadas con que los españoles se protegían, y puso en tan serios aprietos a sus enemigos, que los obligó a retirarse del fuerte para refugiarse en un torreón, donde el capitán Pablo de Juneo, comandante de la placa, defendiéndose, con todo heroísmo, logró mantenerse hasta las 10 de la mañana, hora en que el gobernador, oportunamente avisado por un indio amigo,- acudió en su socorro.

Fué así cómo la guarnición se libró de su total destrucción, pues Lientur, sintiéndose impotente para oponerse a los refuerzos, se retiró llevándose dos cañones de bronce y muchas armas, ropas y pertrechos.

El efecto moral que la destrucción de este fuerte produjo, fué desastroso y sus consecuencias se hicieron sentir muy luego en el ánimo exaltado y belicoso de todos los indios de la región.

Como era natural, el sargento mayor, don Juan Fernández, ansiaba mucho encontrarse de nuevo con Lientur, y éste, que lo sabía, se propuso sorprenderlo.

Tuvo Fernández noticias de esta aproximación y envió al capitán Monje, con 20 indios amigos, en una especie de reconocimiento, durante el cual mató tres centinelas avanzados de Lientur. Los centinelas restantes se retiraron hacia un bosque hasta donde Monje los siguió, recibiendo la desagradable sorpresa de un inesperado e impetuoso ataque de numerosos indios, que lo obligaron a retroceder en dirección a sus fuerzas principales que ya avanzaban en busca de Lientur.

El choque de los gruesos de ambas fuerzas se produjo así rápidamente, y como ambos partidos se hallaban ansiosos de este encuentro, la lucha se hizo violentísima desde el primer momento.

Lientur atacó con la furia de un león -dice el Padre Rosales,- los españoles se defendieron como sabían hacerlo, pero como los indios eran más, "los trageron a mal traher y el Sargento Mayor, animando a todos y peleando con grande esfuerzo, se vio en gran peligro de la vida y le tubieron dos veces assido y se lo llebaban captivo; mas socorrióle el Alférez Basco Sánchez, soldado de grande ánimo y le libró de los enemigos sacando tres heridas".

Después de hora y media de heroica resistencia, los españoles se vieron en la penosa necesidad de retirarse, dejando en el campo más de 60 muertos entre oficiales y tropa y 37 prisioneros, sin contar a numerosos indios amigos, gran cantidad de caballos, lanzas, espadas y arcabuces.

La única cabeza que los indios cortaron, fué la de Pedro Gamboa,

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por ser éste. el que mayor valor había demostrado. A costa, pues, de muchas pérdidas, había logrado el sargento

mayor, Fernández, su deseo de encontrarse con Lientur. En Abril de 1629, Lientur cayó sobre Chillán, sin causar grandes

destrozos, porque sólo io acompañaba un escaso número de tropa, y el corregidor de la ciudad, el capitán don Gregorio Sánchez Osorio, salió tras él, con el propósito de infligirle un serio castigo.

En ese intento, el corregidor perdió, no sólo la vida, sino la de dos de sus hijos -uno, dice el Padre Rosales- y en el combate más extraordinario de los ganados por Lientur, por haber logrado ese triunfo, hallándose él, en inferioridad numérica.

Entre los que han narrado este combate, tal vez el más autorizado es don Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, (quien fué prisionero de Lientur), hijo del maestre de campo don Alvaro Núñez, y autor del libro "Cautiverio Feliz".

En ese libro, haciendo la narración de este combate, dice: " ... pues,. Arrojándose al paso ,el capitán y caudillo, con particular

valor y esfuerzo (que las más· veces, el atrevimiento sin sagaz consejo, sólo de precipitarse sirve), adonde al punto que él entró resuelto, a lanzas lo derribaron del caballo abajo; y dos hijos que iban en su compañía, habiendo visto en tan evidente peligro a su padre, por defenderlo le siguieron, dejando valerosamente sus vidas, y otros tres o cuatro soldados que hicieron reputación de quedar a donde su corregidor y cabo había dado el último fin de sus días".

Y luego agrega: "En el combate en que sucumbió Sánchez Osorio con sus dos hijos, los indígenas VENCIERON a los españoles peleando con ellos, no en igualdad de fuerzas, sino con fuerzas NUMERICAMENTE INFERIORES a las de éstos. .. porque, como después supimos con evidencia, no era el número de ellos más que de OCHENTA y los nuestros pasaban de más de CIENTO, gente valerosa y escogida con que no les hubiera sucedido al contrario de lo que la disposición y buen acuerdo pudo ofrecerles".

También Gay, en su Historia de Chile, 67 dice que "los españoles eran ciento y los araucanos no pasaban de ochenta:'.

Queda, pues, comprobado, que hasta en inferioridad numérica, los araucanos vencleron a los españoles.

67 Tomo II página 432.

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CAPITULO XXIII

BUTAPICHUN

VIvía aún Lientur, cuando ya surgIó un nuevo caudillo, que en valor ni en talento le iba en zaga: Butapichún (Barros Arana lo llama Butapichón).

Fué durante el gobierno de don Francisco Lazo de la Vega, miilitar muy distinguido, que llegó a Concepción el 23 de Diciembre de 1629, y que el mismo día fué reconocido como gobernador por el Cabildo de la ciudad.

En actitud provocadora, el 24 de Enero de 1630, Butapichún se presentó ante la plaza de Arauco, al frente de sólo un pequeño escuadrón de indios.

Mandaba en la plaza el maestre de campo, don Alonso de Córdoba, soldado de muchos bríos que no sabía tolerar altanerías y no fué por eso extraño que sin pérdida de tiempo y a la cabeza de tres compañías de caballería y seis de infantería, saliera al encuentro del atrevido toqui araucano.

Este, simulando un temor, que por cierto no sentía, comenzó a retirarse en dirección a Picoloé (o Picolhué), un lugarejo vecino donde tenía emboscado el grueso de sus tropas.

Poco a poco logró llevar a los españoles hasta un punto en que el camino se estrechaba tanto, que el avance se hacía difícil (Paso de don García), y allí, cuando los españoles menos se lo imaginaban, cayeron sobre ellos los indios que en ese punto se hallaban emboscados, atacándolos por todos lados.

Desde el primer instánte, la situación se ·hizo crítica para los peninsulares.

Rodeados de indios que los acosaban con una muralla de picas, se vieron ante el dilema de morir luchando o de buscar en la fuga su salvación. Optaron por lo último, lográndolo difícilmente, y sólo a costa de la pérdida de

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más de 40 oficiales y soldados y de muchos indios auxiíiares. (Una vez más hay que hacer notar que los españoles no dejaron nunca de ir acompañados de numerosos yanaconas, que sólo incidentalmente mencionaban) .

Gay cuenta que la caballería. Atravesó el Paso de don García y qué, derrotada al otro lado, se retiraba atropelladamente por el desfiladero, cuando encontró a la infantería, que a su vez avanzaba, y pasando a través de ella, le hizo tanto daño, "que no deja nada que hacer a los enemigos".

Entre los capitanes que alli cayeron, Gay menciona a Carmona, Avendaño, Lillo, Bernal, Téllez y Morales.

Este es el combate que se conoce con el nombre de Picolhué. Con este estreno de Butapichún, conocieron ya los españoles los

puntos que calzaba el nuevo toqui araucano. Poco más tarde, hallándose el gobernador en la plaza de San

Felipe, recibió la noticia de que Butapichún había caído sobre San Bartolomé de Gamboa, y de que l!acía estragos en las estancias españolas de esa región.

Tales eran los deseos que Lazo de la Vega sentía de castigar al atrevido toqui, que aún sintiéndose enfermo, no vaciló en salir en su persecución.

Al frente de 400 españoles y de 100 indios auxiliares se puso en marcha inmediatamente, y con tanto empeño lo hizo, que en pocas horas avanzó ocho leguas. Al día siguiente repitió tan dura jornada v así, sin saberlo, por cierto, a las cuatro de la tarde, con los caballos completamente rendidos, acampó a sólo un tiro de arcabuz de las tropas de Butapichún. Era a las orillas de Itata, en un lugar llamado Los Robles.

Butapiehún, que desde un bosque vecino lo acechaba, esperó que las tropas españolas entraran en descanso, y cuarrdo ese momento llegó, por tres puntos a la vez, cayó como una tromba sobre el campamento enemigo, produciendo, como era natural, la alarma y el desconcierto más completos.

Se debe tener presente que para una operación como ésta, en que lo más importante .es la simultaneidad y la armonía de acción, Se requiere contar con tropa muy disciplinada y' con un jefe listo y enérgico, que sea capaz de mantenerla en la mano, haciéndola fiel instrumento de su voluntad. Se ve que en este camino, habían avanzado ya mucho los ·araucanos.

Tan sorpresivo y violento fué el ataque, que dentro de un prudente cáÍculo de probabilidades; a los españoles no les quedo ninguna esperanza de escapar a una completa destrucción.

Pero derrotar al gobérnador no era tan fácil. Soldado valiente, tranquilo y de gran experiencia, no demoró

mucho en devolver a su gente, con su ejemplo, la serenidad que había perdido y poco a poco, las formaciones se fueron reconstituyendo y el orden se afianzó, Produciéndose así un equilibrio de fuerzas que permitió a los españoles oponer porfiada resistencia.

La lucha se prolongó en medio de la mayor confusión, por más de_ una hora y sólo ya cuando las sombras de la noche hicieron difícil la continuación, Butapichún .ordenó la retirada, llevándose numerosos

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prisioneros. El campo quedó cubierto de cadáveres de ambos bandos. Naturalmente, fué entre los indios donde hubo mayor número de

bajas, número que con exactitud no se conoce; pero para los españoles fué extremádamente doloroso comprobar, que a más de los cautivos, habían perdido más de cuarenta soldados y que quedaban con numerosos heridos.

Esa· noche fué para ros españoles de continua alarma, pues esperaron constantemente que de un momento a otro, se reprodujera el ataque.

No hubo allí, vencedores ni vencidos, a pesar de que se peleó en igualdad numérica, según lo establece don Domingo Contreras, en su obra "La Ciudad de Los Angeles".

Fué tal el entrevero que se formó en el combate, que Butapichún logró arrebatarle a Lazo de la Vega su capote de grana.

Se había hecho necesaria esta dolorosa experiencia. para que Lazo de la Vega cambiara la idea. con que llegó a Chile, de la capacidad militar de los araucanos.

Aludiendo a esa opinión del gobernador, dice Córdoba y Figueroa: "La pericia militar· de don Francisco desestimó la guerra y el valor

decantado de los indios de Chile y oía con impaciencia lo opuesto a su dictamen; mas quedó sólo el volante y sin subsistencia la pintura que de ellos había hecho; y con modesto rubor mudó de dictamen con la experiencia de Los Robles y la experimentada batalla del maestre de campo, don Alonso de Córdoba, haciéndose más apreciable la salud que se debió a la enfermedad, que no la que gozó sin ella".

Todavía una vez más, tuvo Lazo de la Vega que hallarse al frente de Butapichún y fué en la batalla de la Albarrada.

Era el 13 de Enero de 1631. Desde Arauco, donde estaba acuartelado y al frente de 800

españoles y de más de 500 indios auxiliares, el gobernador se puso en marcha, poco antes del amanecer, con los indios auxiliares adelante, (adornados con una escarapela blanca para no confundirlos con los adversarios) en busca de los araucanos, que según las noticias recibidas, se hallaban ya muy cerca.

Esta gran guardia de indios auxiliares chocó muy luego con los enemigos, retirándose, tras una lígera escaramuza, después de matar a cuatro araucanos, de tomar dos prisioneros·y de tener algunos heridos.

Continuó su avance Lazo de la Vega hasta llegar al punto en que se había producido el choque de los indios, una loma suave llamada Loma de Petaco, y ahí ordenó sus tropas, colocando a la derecha a su infantería, mezclada· con los indios amigos, al mando del sargento mayor y a la izquierda a la caballería al mando del maestre de campo Zea. La reserva, formada por gente escogida, quedó a las órdenes de Dn. Alonso Villanueva.

Amanecía apenas, cuando los españoles vieron avanzar a los indios, tan airosos, y en tan correcta formación, que Lazo de la Vega... "ejercitadísimo. por veinticinco años en las guerras de Flandes, alabó mucho

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la buena formación de los indios" 68. Sobre la fuerza, de los araucanos, no están de acuerdo los autores;

pero parece lo más probable que ella estaba formada por 4000 jinetes y 1000 infantes.

Tanto el padre Olivares como Gay afirman que las lanzas de los araucanos medían 40 palmos, dimensión a mi juicio exagerada, pues eso equivale a. 8,40 metros. Cierto es que un arma así da, una gran ventaja en el choque; pero no lo es menos, que su manejo merece serias dificultades.

"Butapichún desplegó sus tropas rápidamente, confiando a Queupuantú la caballería" que quedó en el ala derecha y tomando él el mando de la infantería, con la cual constituyó el ala izquierda.

Arengó en seguida a sus tropas, recordándoles las victorias de Chillán y de las Cangruejeras y la heroica resistencia con que defendían a su patria desde hacía cerca de 100 años 69

Queupuantú no hacía otra cosa que demostrar su impaciencia por entrar en acción y Lazo de la Vega que lo observaba, dijo: démosle gusto y ordenó a Zea que con la caballería cargara sobre la infantería de Butapichún.

Aunque la carga fué impetuosa y bien concertada, no logró conmover las filas araucanas, que la recibió con la punta de sus lanzas, sin dar un solo paso atrás. 'Desconcertada la caballería española, volvió grupas y en un confuso tropel, que más parecía fuga, llegó hasta la retaguardia de sus tropas.

Este fué el momento que pudo aprovechar Butapichún para alcanzar la más completa victoria; pero el destino había dispuesto otra cosa y en vez de un enérgico ataque araucano, lo que se vió fué la retirada de todá la línea. ¿Qué había pasado? Que Butapichún había caído gravemente herido, lo mismo que su caballo y ese accidente, tomado como de mal agüero por los indios, produjo la desbandada, en cuanto la caballería española, urgida por el gobernador, repitió la carga.

Una vez más, los generales araucanos eran vÍctimas de la superstición de sus tropas.

Es interesante oír la relación que de la carga hace un testIgo presencial, don Santiago de Tresillo:

"Ejecutóse con resolución, pero fué tan grande la resistencía del enemigo, que sin poderlo romper ni aun obligarle a ningún movimiento, se halló forzada nuestra caballería a volver con desairados remolinos casi hasta nuestra retaguardia Y casi a espaldas vueltas, con que quedó todo a disposición de la fortuna y aún pareció que se iba declarando por el enemigo (notable accidente), en que ya no podía obrar la destreza, sino el valor y arrojamiento de nuestro general que, enfurecido, daba voces a la caballería para obligarla, a segundo acometimiento, diciéndoles que volviesen como españoles por sí mismos y por la honra de su rey".

Inútiles fueron los inauditos. esfuerzos que Queupuantú hizo para

68 Padre Olivares.

69 Gay, tomo II. pág. 462,

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contrarrestar el pánico que había invadido a los indios: la retirada no pudo ser contenida.

A las grandes condiciones militares que adornaban al general Butapichún, hay que agregar el mérito indiscutible y muy grande, de haber sidó el inventor de la Infantería montada, arma de la cual voy a tratar en el capítulo siguiente.

De 12 batallas que libró contra los españoles, Btltapichún ganó 6. (Latcham. - "Capacidad guerrera de los araucanos".)

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CAPITULO XXIV

INFANTERIA MONTADA

Uno de los problemas de más difícil solución .para un General en Jefe, es el que presenta la necesidad muy frecuente, de contar en un momento determinado con las fuerzas necesarias para alcanzar un objetivo.

Por lo general, estas fuerzas han de ser de infantería, porque sólo con ellas se puede llegar a resultados decisivos ; pero, ¿cómo trasladarlas?

La infantería no sólo avanza muy lentamente (de ordinario no más de 25 Kmts. por día), sino que necesita ser exigida con prudencia, para que pueda llegar al combate con el vigor y la energía que éste requiere.

Especialmente importante es la solución de este problema, cuando se necesita llegar oportunamente al campo de batalla o cuando se trata de ganar un punto o una línea de gran valor táctico o estratégico antes que el adversario.

El medio más eficaz con que en los tiempos modernos se cuenta para llegar a este fin, es el empleo de la infantería montada (no considerando los ultramodernos de las tropas motorizadas y paracaidistas), que no es otra cosa que infantería a caballo.

Pero, ¿cuál fué el primer ejército que la empleó? ¿Fué el francés, el alemán o el español? Ninguno de ellos. Fué el araucano.

Se me podría decir que no fué Butapichún, sino Aníbal el que en Italia y por primera vez en el mundo, transportó a la infantería a caballo. Es cierto, pero una cosa es colocar a los infantes a las ancas de la caballería, para hacerlos llegar más rápidamente al campo de batalla -como lo hizo Aníbal- y otra, montar a la infantería en caballos propios, para darle mayor movilidad en cualquiera operación, hacerla llegar a su objetivo, desmontarla allí, dejar los caballos en manos de los "tenedores de caballos" y quedar así en condiciones de hacerla montar de nuevo, cuando se crea oportuno. El arte militar moderno, no le ha agregado ni un solo detalle a la creación de

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Butapichún, que empleó su infantería montada con los mismos fines y en la misma forma en que se emplea hoy.

La ideó el toqui araucano en su primera batalla contra el gobernador, Francisco Lazo de la Vega- en 1631, batalla en que llegó al combate con toda su tropa a caballo. Hizo desmontar a la que era infantería, dejando los caballos a cargo de los muchachones, y a la verdadera caballería la dividió en dos fracciones, para colocarla escalonada a retaguardia de ambas alas 70. No lo habría hecho mejor, el más aguerrido general moderno.

La infantería montada es, por consiguiente, una creación del genio militar araucano.

Como era de esperar, los españoles se dieron cuenta inmediatamente de las grandes ventajas que este nuevo sistema de transporte aportaba al ejército araucano y solicitaron de su rey que les diera los medios para organizarla.

Antonio Parisi, cura y vicario de los españoles, en carta al rey le decía: "Conviene que de España se lleven muchas armas defensivas, pues hay tanta falta de ellas en el ejército, que viene mejor armado el enemigo que lo están muchos españoles" 71.

Pedía en seguida que se adoptara la infantería montada, creada por los indios, y decía "La razón de esto es haber de pelear casi siempre con gente de a caballo los cuales a dos pasos dejan la infantería y se ríen de ella, y en un pensamiento están sobre ella; y aunque es más fuerte para la defensa, después de formado el escuadrón; no puede ofender al enemigo siguiendo el alcance, ni de los enemigos de a caballo, ni de los enemigos de a pie, siendo los enemigos infantes más sueltos y ligeros que los nuestros" 72.

Después de la batalla de Albarada, Butapichún se retiró a Quilicura y allí recluído, esperaba con impaciencia la curación de sus heridas; pero como ésta nI llegaba y la inactividad del ejército no podía continuar, los Butalmapus acordaron nombrarle sucesor y eligjeron con tal fin a Queupuantú, el que mandó una de las alas del ejército araucano, en la batalla de Albarrada.

Lazo de la Vega tuvo noticia de este nombramiento, como también del lugar ,en que el nuevo toqui residía y resolvió sorprenderlo en su guarida.

Envió con este objeto un destacamento de 100 españoles y 300 yanaconas, con el encargo de proceder con la mayor cautela.

Llegó el destacamento y fraccionado en tres grupos, comenzó a penetrar sigilosamente en el bosque donde Queupuantú tenía su choza.

Aunque sorprendido con el inesperado ataque, el toquí alcanzó a huír, ínternándose en el bosque, pero engañado sobre la verdadera fuerza de sus enemigos, regresó poco después, acompañado de 50 mocetones, con los

70 Latcham en su libro "Capacidad guerrera de los araucanos" (Del libro "Relación de la victoria que' Dios Nuestro Señor fué servido en dar en el Reino de Chile a los 13 de Enero de 1631, etc.", por Francisco Gómez Pastrana, Lima, Biblioteca Hispano-Chilena, tomo I, página 368.

71 Medina, Biblioteca Hispano-Chilena, tomo II, página 212

72 Medina, Biblioteca Hispano-Chilena, .tomo II, página 216

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cuales atacó. Rechazado por fuerzas superiores y ligeramente herido, se replegó

de nuevo hacia el bosque; pero para volver, una vez más, con un pequeño refuerzo que él creyó suficiente.

Trabado de nuevo en combate, los españoles pusieron en acción toda su gente, situación con la cual el toqui no contaba. Esto tornó la situación tan desfavorable, que Queupuantú se vió perdido y lo que fué peor, sin poder ya retirarse, porque se hallaba completamente rodeado de enemigos.

Resuelto a morir luchando,empezó a gritar: "Yo soy Queupuantú, el que ha matado a tantos españoles. Quisiera extermínarlos a todos y tener mil vidas para perderlas todas por la patria y por la libertad".

Comentando esta declaración, dice Figueroa: "¿No es esto tan heroico como el "ahora nazco, pues así muero" de Epaminondas ?".

Comandante de los indios auxiliares, era un indio de gran musculatura, valiente y diestro en el manejo de las armas. Se llamaba Loncomilla.

Oyendo a Queupuantú, se enfureció y se adelantó para presentarle combate.

Trabados en lucha singular, se tiran y se paran golpes con verdadera zaña, luchando largo rato sin tocarse y con tal fuerza chocan sus lanzas, que, al fin, ambas se quiebran. Toman entonces sus macanas y la lucha continúa con no disminuído furor, hasta que, favorecido por la suerte, Loncomilla logra asestar tan poderoso golpe sobre la cabeza de su adversario, que materialmente, se la hace trizas.

Así murió Queupuntú, sin alcanzar a ejercitar el mando supremo. Tenía al caer 23 heridas, recibidas en esa misma mañana.

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CAPITULO XXV

PAZ DE QUILLEN

Por cédula real de 30 de Marzo de 1638, fué nombrado Gobernador de Chile, por un período de ocho años, don Francisco López de Zúñiga, caballero del hábito de Santiago y Marqués de Baides. Llegó a Conoepción el 1 de Marzo de 1639, a Ia cabeza de tres compañías, cuya gente sumaba 326 individuos.

En su primera carta al rey, le daba cuenta de que en vez de las 2.000 plazas de españoles que se consignaban en el situado, sólo existían 1.738, de manera que queda así establecido que este gobernador iniciaba su gobierno con más de 2,000 soldados españoles.

Sin embargo, la impresión que se formó al estudiar el teatro de guerra y los recursos con que contaba, fué la de que nada convenía más que buscar el camino para llegar a pactar con los indios una paz definitiva. Se convenció de que para vencer a los indios, se necesitaba contar con un ejército en el cual, no se podía ni soñar.

Para preparar el terreno, de acuerdo con la Real Audiencia, hizo levantar una información firmada por diez personas ilustres, con el objeto de probar al rey que los españoles no estaban en situación de poder continuar la guerra con espectativas de triunfo. Esta información fué remitida al rey, acompañada de una carta en que, con él, firmaban todos los regidores, y en ella, entre otras cosas, se decía: "La guerra de este reino y pacificación de estos rebeldes, en común sentir de soldados prácticos, se halla al presente no menos dificultuosa y entera que antes, i tanto que al paso i en la forma que hasta aquí se ha tratado, no se debe esperar prudentemente en largos años su conclusión i fin deseado, antes se reputa por perpetua ... "

Como se ve, es este el reconocimiento más explícito de la impotencia .española, frente a la férrea resistencia araucana.

Aunque decidido Baides a buscar la paz, no había encontrado aún la forma de llegar a ella y, entre tanto, no pudo desentenderse de la obligación

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que tenía de ponerse en campaña, aprovechando el numeroso y aguerrido ejército de que disponía.

El 4 de Enero de 1640 se puso, pues, en movimiento, partiendo de las inmediaciones de Nacimiento, a la cabeza de 1,700 españoles. Como siempre, los indios auxiliares deben haber ido en gran cantidad, pero su número se desconoce.

Enarbolando una bandera blanca y haciendo ofrecimientos de paz (según dicen varios cronistas), entró Baides en el territorio araucano y antes de muchos días se iniciaban ya las primeras conversaciones sobre ella.· Lincopichón, caudillo de las tribus que habitaban en las faldas de la cordillera, fué el primero en presentarse al llamado de la paz y fué afectuosamente recibido por ,el gobernador.

Inmediatamente, en el campo espanol se pronunciaron dos corrientes de opinión: unos que querían y creían en la paz que ofrecía Lincopichón, y otros que la repudiaban por no juzgarla sincera y porque el caudillo ese, no representaba a todos los araucanos.

Baides, aconsejado por los jesuítas y frailes que lo acompañaban y cediendo a sus propios sentimientos, despidió amablemente al caudillo indio, después de hacerle muchos regalos y se retiró a la frontera para preparar allí los términos de la paz.

Durante el invierno el gobernador no se movió de Concepción. Cuidó, además, de prohibir toda incursión hostil contra el territorio araucano, invitando y agasajando a la vez a los naturales que se le presentaban, con lo cua! iba preparando el advenimiento de la paz.

Puesto ya de acuerdo con los índios, el 6 de Octubre el gobernador lanzó un auto que se publicó en todas las ciudades de Chile, y en él ordenó a todos los encomenderos, hallarse en Concepción el 15 de Diciembre, para acompañarlo en el solemne parlamento que se iba a celebrar con los indios.

Saliendo por fracciones de Concepción, y después de concentrarse en Nacimiento, el 6 de Enero de 1641 se hallaron todos los españoles en los llanos de Quillén, a orillas del río del mismo nombre, punto de cita para concertar la paz.

Principiaron las ceremonias con misas que los españoles ofrecieron a Dios "por el buen suceso de esas paces" y con la muerte de algunas ovejas de la tierra (guanacos), por parte de los araucanos.

Se inició la conferencia con un discurso del gobernador (transmitido a los indios por el intérprete general del reino, don Miguel de Ibancos) en el cual se trató de convencer a los indios de que el rey de España no buscaba en esa guerra una mayor extensión de sus dominios, sino la conversión y la felicidad de los indios.

Contestaron varios toquis y caciques indios en conceptuosos discursos, mostrándose todos decididos partidarios de la paz. Entre los concurrentes figuraban Lientur y Butapichún.

El padre Rosales describe así a Butapichún: "era de mediana estatura, robusto, moreno de rostro y feroz en su aspecto, arrogante en las acciones y iracundo en el obrar, natural de Angol, noble por su ascendencia y

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estimado por su lanza". El acuerdo a que se llegó -en términos generales- fué el siguiente:

1) Absoluta independencia de los indios, sin que nadie pudiera molestarlos en su territorio, ni reducirlos a esclavitud.

2) Canje de prisioneros. 3) Derecho de los misioneros para entrar en el territorio araucano

con el objeto de predicar el cristianismo. 4) Compromiso de los indios de ser enemigos de los enemigos de

los españoles. Y . 5) Destrucción del fuerte español de Angol.

Aunque de este tratado no se pudo dejar constancia por escrito, por ser analfabetos los indios, por las solemnidades con que se celebró y por la importancía que el rey Felipe IV le concedió, es digno de figurar -como en el hecho figuró- entre los más formales tratados de la historia internacional de España. Esta nación trató, pues, de igual a igual, con la nación araucana.

Tal fué la importancia que España concedió a este tratado, que por cédula real de 29 de Abril de 1643. se le aprobó como tal, ratificando explícitamente las estipulaciones que en él se habían fijado y ordenando que no se fundasen más pueblos en la Araucanía.

Hubo más: mereció. el honor de ser incluído -como cualquier otro tratado de importancia- en la "Gran coleccíón de tratados de paz, alianzas, neutralidad, garantía, etc., hechos por los pueblos, reyes y príncipes de España, con los pueblos, reyes y príncipes de Europa y otras partes del mundo" de la cual fué autor don José A.Abreu y Bertodorto, marqués de RegaIfa.

Queda con esto plenamente comprobado que las relaciones entre España y Arauco fueron únicas en América por el rango de nación que a Arauco se conquistó y por el respeto y consideraciones que España dispensó al único pueblo aborigen, que ante ella alcanzó derechos de beligerante.

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CAPITULO XXVI

LEVANTAMIENTO GENERAL

La paz, que pudo ser una realidad durante muchos años, fué bruscamente interrumpida con el gran levantamiento del 14 de Febrero de 1655.

Con el propósito de apresar indígenas para venderlos como esclavos 73, iniciaron los españoles frecuentes incursiones en el territorio araucano y esto exasperó tanto a los indios, que, poniéndose de acuerdo todas las tribus, produjeron un levantamiento general, que abarcó casi todo el territorio comprendido entre el Maule y Chiloé.

El estallido de la sublevación fué simultáneo y de la más extrema violencia.

Los indios de servicio de todas las haciendas existentes entre el Bío-Bío y el Maule, cayeron de improviso sopre las casas de las estancias, atacando y matando a los hombres, apresando a las mujeres y a los niños, robando los ganados e incendiando y destruyendo todo lo que podían.

El cálculo que más tarde se hizo de las pérdidas que este levantamiento produjo, fué de ocho millones de pesos.

Tan general y tan violento fué el levantamiento, que las plazas comenzaron a ser abandonadas por sus presidios y por sus pobladores, todos los cuales huyeron a Concepción.

Los vecinos de esta ciudad, buscando un responsable, encontraron al gobernador, don Antonio dé Acuña y Cabrera, y lo obligaron a renunciar, nombrando en su lugar al veedor general del ejército, don Francisco de la Fuente VilIalobos.

Esta rebeldía sin precedentes contra la autoridad real, no pudo ser tolerada por la Audiencia de Santiago y mandó reponer en su puesto al gobernador Acuña, censurando a la vez a Villalobos, tanto por haber

73 Según un informe dado en Lima en 1656, por el capitán don Diego, por cada indio se pagaba más de $ 100, por cada mujer o muchacho más de $ 200 y más de $ 100 por los que no llegaban a 10 años.

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aceptado el puesto, como por las medidas militares que había tomado. La paz que deseaba Villalobos no podía ser aceptada por las

autoridades españolas, pues, se hallaban ansiosas de aplicar a los indios el más riguroso castigo.

Ante esta situación de intranquilidad, el virrey del Perú llamó al gobernador Acuña e interinamente nombró para reemplazarlo, al Almirante Porter Casanate, con fecha 30 de Octubre de 1655. Llegó a Chile este gobernador cuando el país se hallaba en medio de la mayor confusión y espanto. El levantamiento costaba ya cerca de 300 muertos y gran número de mujeres y niños, que gemían en el cautiverio.

Desde el primer momento, Porter Casanate, que era un militar de grandes antecedentes, se mostró activísimo, atacando a los indios que se acercaban a Concepción y estableciendo el fuerte de San Fabián, al norte de esta ciudad y el de las colinas de Chepe, al sur.

Organizó en seguida una columna de 700 infantes y de algunos jinetes, la puso a las órdenes del maestre de campo, don Francisco Núñez de Pineda y la envió hácia Boroa, en los úItimos días de Febrero de 1656.

Despµés de vencer la resistencia que los indios le opusieron en el paso del río Laja y en Los Sauces, este destacamento llegó a Boroa el 18 de Marzo.

Los sitiadores de la plaza se sintieron impotentes para oponerse a los 700 hombres de Núñez de Pineda y pudo así éste, no sólo levantar el sitio que dede hacía trece meses soportaba la plaza, sino hacerla evacuar, después de destruir y quemar todas las instalaciones.

. Llevándose, a más de la guarnición, todas las armas y municiones, el 21 de Marzo Núñez de Pineda regresó a Concepción y venciendo toda la resistencia que los indios le opusieron -que no fué poca- püdo hallarse de nuevo en su punto de partida, el 29 de Marzo.

Con esto se creyó más o menos restablecida la tranquilidad y el gobernador se puso en marcha hacia Santiago.

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CAPITULO XXVII

EL MESTIZO ALEJO

Una vez .más los españoles se engañaron al creer que era paz la aparente tranquilidad que se notaba en el teatro de operaciones araucano.

Mientras Porter Casanate tomaba en Santiago algunas medidas administrativas y preparaba las divisiones (dos) que pensaba poner en campaña simultáneamente, estalló de nuevo la guerra con violencia extraordinaria en el territorio araucano.

Un nuevo gran caudillo había de pronto aparecido, dando muestras de un dinamismo y de una capacidad excepcionales. Se le llamaba "El Mestizo Alejo" y hasta hacía poco, había servido como soldado en lafs filas españolas. Era de obscuro origen, pero "distinguido por su audacia y su maestría en el manejo de las armas".

Disgustado por el desprecio con que fué recibida su petición de que se le hiciera oficial, resolvió pasarse al lado de los suyos, para probarles a los españoles que era capaz y digno de mandar tropas.

Muy luego se halló al frente de unos 1,000 indios araucanos con los cuales se dirigió hacia el fuerte español de Conuco, en la jurisdicción de Concepción.

Coincidió con el avance de El Mestizo, el del capitán don Pedro de Gallegos. que a la cabeza de más de 200 españoles, se dirigía también hacia el fuerte de Conuco, sin sospechar, por cierto, la proximidad de los indios. El encuentro que fatalmente tenía que producirse, tuvo lugar en el Molino del Ciego, donde Gallegos alcanzó a tomar una ventajosa posición, en una loma situada a la derecha del camino.

Los flancos de la línea española quedaron apoyados en sendas quebradas y como el frente era despejado y propicio para el aprovechamiento

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del fuego de los mosquetes, el capitán hizo desmontar a su caballería y constituyó así una línea defensiva muy difícil de atacar, sobre todo por los indios.

Tan cierto era esto, que el primer ataque araucano fué fácilmente rechazado y que El Mestizo, convencido de que no iba por buen camino, resolvió buscar otro.

Gallegos había dejado sus caballos a retaguardia, cerca de un bosque que allí había y en ese detalle fundó Alejo su nueva resolución.

Horw que un grupo de sus soldados, haciendo un largo rodeo, cayera sobre los caballos y los atacara con las picas, procurando que éstos escaparan hacia las propias líneas de los españoles.

El ardid produjo todo el efecto que el toqui indio esperaba, pues los caballos, en medio del mayor espanto, se precipitaron sobre la línea de defensa. produciendo en ella el más completo desorden y confusión.

Haciendo coincidir esta operación con un violento ataque frontal, El Mestizo logró quebrar la línea española, a pesar de la desesperada resistencia que opuso, e introducir en ella tál desorganización Y tal pánico, que en pocos momentos la derrota más compieta hizo presa de los aterrados españoles; los que ya no atinaron sino a buscar en la fuga su salvación.

Era, tarde, por desgrada, para apelar a este recurso. Sin cejar un puntó en su afán de destrucción, los indios se cebaron en sus víctimas, haciendo entre ellos una horrible carnicería. Allí no hubo sino muertos, heridos y prisioneros. Sólo lograron escapar algunos que fueron dejados por muertos en el campo de batalla.

Entre éstos, estaba el mismo capitán Gallegos, tan mal herido, que falleció pocos días más tarde, durante el proceso que se le instauró como responsable de la catástrofe.

Poco tiempo después, la suerte le deparó al Mestizo Alejo una nueva ocasión de batir a los españoles.

En un sitio llamado Perales, chocó con un destacamento español de unos 250 soldados, que al mando del capitán don Bartolomé Pérez de Villagrán, había salido de Conuco.

En esa refriega el destacamento español fué rudamente batido, casi completamente destrozado, y se vió forzado a emprender la retirada degpués de perder a su jefe y a muchos soldados.

Un nuevo encuentro se produjo pocos días después con otro destacamento de 280 españoles, que mandaba el sargento mayor don Bartolomé Gómez Bravo, en un lugar próximo a Yumbel, denominado Lonquén y aunque en esta ocasión fueron los indios los que se vieron obligados a retirarse, no lo hicieron sino cuando los españoles ya habían perdido a su jefe y a varios soldados.

Se ve que El Mestizo fué fatal para los que llevaban el nombre de Bartolomé.

A fines de Agosto de 1660, un nuevo triunfo del Mestizo Alejo llegó a aumentar la intranquilidad y hasta, la angustia, que la infatigable e inteligente actividad de este caudillo causaba en la población española.

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Creyendo muy débilmente guarnecida a Concepción, resolvió atacarla por sorpresa, aprovechando el perfecto conocimiento que de la región tenía, y poniéndose al frente de sólo 300 mocetones, emprendió su avance, pasando sigilosamente el Bío-Bío por el punto denominado Hualqui.

No lejos de Concepción, entre el Andalién y el Bío-Bío, aprovechando unas colinas que allí existían, el gobernador había fundado un fuerte con él nombre de Chepe, dotándolo de una guarnición de 400 soldados, que puso al mando del capitán don Juan de Zúñiga.

Ignorando este antecedente, El Mestizo llegó hasta el valle Palomares, formado por el río de este nombre (río que después toma el nombre de Andalién). después de dar un gran rodeo con el objeto de conseguir que su avance no fuera advertid'o.

No consiguió el indio su objetivo, pues a la activa vigilancia del capitán Zúñiga, no se le escapó esta operación, y tan pronto como se dió cuenta del carácter que tenía y de las escasas fuerzas con que se realizaba, poniéndose al frente de 200 españoles, se adelantó al encuentro de los indios.

Conviene tomar aquí nota de que el choque se va a producir entre 200 españoles, contra sólo 300 indios, muy inferiormente armados. La desproporción de fuerzas no puede ser más desfavorable para los naturales.

Apenas El Mestizo Alejo se dió cuenta del avance de los españoles, se separó del camino que llevaba y con toda rapidez, ganó unas alturas vecinas, donde tomó posición. Este lugar se llamaba Hudenco.

Desde allí comenzó a provocar a los españoles, con el manifiesto propósito de inducirlos a atacarlo de frente.

Confiado el capitán Zúñiga en su relativa superioridad, no vaciló en proceder de, acuerdo con los deseos de Alejo y se lanzó al ataque frontal, en vez de buscar el flanco de su adversario.

Como la cuesta era bastante empinada, el repecho le significó a los españoles un verdadero esfuerzo y cuando Alejo vió que ya el avance se les hacía extremadamente fatigoso, tomó enérgicamente la ofensiva, lanzando a sus indios como una tromba, pues la pendiente favorable les daba un impulso que los ya cansados españoles no pudieron resistir a pie firme.

El talento de .Alejo consistió en saber elegir el momento de su máximo esfuerzo: aquel en que su adversario no podia oponerle sino el mínimo.

Acosados los españoles por todos lados, empujados cuesta abajo y casi agotados por el esfuerzo que les había significado la subida de la cuesta, no lograron oponer sino una leve resistencia, tras la cual llegó la desmoralización, que se transformó muy luego en una desbandada general.

Hábilmente aprovechado este momento crítico por los dinámicos indios, la derrota española se hizo inevitable y sangrienta, a tal punto, que costó más de 70 muertos, quedados en el campo de batalla, aparte de los que cayeron en la enérgica persecución con que el Mestizo coronó su victoria.

Entre los caídos figuró el jefe español, víctima de su impetuosidad y de su desprecio por el adversario, falta ésta, que no por ser de las más

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funestas, deja de ser frecuente en los comandantes de tropa. En ésta, como en tantas otras ocasiones, la suerte se puso de

parte de los españoles, librándolos, cuando menos lo esperaban, de un, por muchos conceptos, temible adversario.

Tenía el Mestizo Alejo dos funestas debilidades: el amor y el licor. No contento con poseer una mujer, tenía varias, y muy luego brotó

entre ellas una rivalidad, que se transformó en celos del más violento carácter.

De aquí nació la resolución de dos de ellas de terminar con la vida del brillante caudillo, y una noche, en que lo sorprendieron dormido y completamente ebrio, lo asesinaron despiadadamente.

Fué así como Alejo murió víctima de sus dos grandes pasiones, a manos del amor y en brazos de la embriaguez.

Ningún suceso pudo, en esos momentos, ser más digno de celebración para los españoles, ni más funesto para la causa araucana.

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CAPITULO XXVIII

¿ATAVISMO?

Surge ahora una pregunta: ¿hemos heredado las aptitudes militares de nuestros aborígenes?

Mi opinión es que sí, que hemos heredado ciertas aptitudes; pero no las facultades extraordinarias que poseían los araucanos. Por eso, podrá decirse de nosotros que somos un pueblo de guerreros -como lo hemos probado en todas nuestras campañas- pero no un pueblo militar.

Es notoria la facilidad con que nuestro pueblo asimila los conocimientos militares, la rapidez con que nuestros hombres se transforman en grandes, jinetes, la habilidad con que intuitivamente se mueven en el terreno, etc., y buena prueba de ello es el hecho, de que los instructores alemanes que hubo en nuestro Ejército, lo observaron y lo declararon inmediatamente.

Hubo aquí un oficial ruso que dejó en el Ejército los más gratos recuerdos por su bondad y su vasta ilustración, el Teniente Coronel Drentel.

Llegó a Chile, Iquique, cuando en esa ciudad se preparaba el ejército que se pensaba, oponer al de Balmaceda, y tan pobre y desamparado, que se presentó a un cuartel, solicitando la plaza de soldado. (Nunca se conocieron las razones que tuvo para abandonar su puesto en el ejército ruso, donde era teniente de la Guardia Imperial).

Como había muchas vacantes de soldados, fué admitido sin ninguna dificultad.

Muy pronto los oficiales se dieron cuenta de que no era ese un hombre vulgar, y lo ascendieron a cabo, luego a sargento y antes de pocos meses, era ya oficial.

A Concón llegó con el grado de capitán y al frente de una compañía con la cual se lució, tomando por asalto una batería.

Pocos años más tarde, era profesor de balística en la Escuela Militar y un buen día, en una digresión sobre la capacidad militar de ciertos

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pueblos, nos dijo: (a los alumnos) "yo no me canso de admirar las aptitudes militares del roto chileno".

"En Concón me conquisté cierta fama de buen militar, porque con mi compañia tomé por asalto una batería; pero en esa hazaña tuve yo tanta parte como en el descubrimiento de América".

"Llegué a Concón al frente de una compañía que recién se me entregaba y cuya gente, por consiguiente, yo no conocía. Sumen a esto mi poco dominio del idioma, mi desconocimiento del terreno y la carencia de cartas y comprenderán cómo yo avancé, durante la primera parte del coinbate, en medio de la más completa desorientación. Pero, de pronto, oigo que un soldado me dice: por acá, mi capitán; luego otra me díce: paremos aquí, mi capitán; sigamos, mi capitán; corramos, mi capitán y así, obedeciendo yo como un autómata, no supe ni cómo ni cuándo, me había tomado una batería".

En la táctica hace mucha falta una clasificación para distinguir las batallas que se libran en vista de un análisis de la situación, de un plan preconcebido y de una orden bien meditada, de aquellas que no hacen otra cosa que seguir el curso de los acontecimientos, amoldarse a ellos y proceder en consecuencia.

A las primeras se las podría conocer con el nombre de batallas premeditadas y a las segundas con el de ocasionales.

Las primeras sólo las libran los generales de gran talento o los de vasta preparación militar, las libran, o un Napoleón o un Moltke; las segundas están al alcance de todos los generales y forman, tal vez, el 95% de las batallas que se han dado.

La independencia americana no dió lugar a batallas premeditadas: ni Chacabuco, ni Maipú, ni Carabobo, ni Junín, ni Ayacucho, fueron de esa clase.

Durante la guerra del Pacífico, nuestro ejército fué mandado por el general Baquedano, un general que, militarmente considerado, era hombre de muy escasos conocimientos.

Y no podía ser otra cosa, el militar de un país donde no había Academia de Guerra, escuelas técnicas, ni de aplicación, donde no se conocían las maniobras, ni los viajes técnicos, ni estratégicos, ni excursiones tácticas, ni siquiera los ejercicios en el terreno. ¿Cómo podía haber en esa época oficiales preparados, si carecían de todos los medios que les eran indispensables para conseguir esa preparación?

Ni siquiera en teoría podían prepararse, porque sólo había una qúe otra traducción del francés, de libros que carecían de todo valor práctico y ninguna del alemán, que habría sido lo más importantte.

Tan escasa era la preparación de nuestro ejército antes de la llegada de los oficiales alemanes, que a pesar de haber empleado el año 79 el material Krupp, llegó al año 91 sin saber cómo se empleaba el schrapnel, ni para qué servía la espoleta y fué así cómo se vió a la artillería de Balmaceda, emplear el schrapnel como si hubiera sido un proyectil sólido.

Pues bien, dados estos antecedentes, ¿qué derecho tenía el país

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para pedirle a Baquedano que dirigiera bien una batalla. Ninguno. Y, ¿qué pasó? Que Baquedano se condujo, como sólo habría podido hacerlo un gran general. Fué el primer general que en América dió batallas premeditadas.

En Chorrillos supo que el adversario se había fortificado en la línea San Juan-Morro Solar. ¿ Qué hizo, qué disposlciones tomó?

Lo primero y lo que más le interesó conocer, fué la fuerza del ejército adversario, la distribución que de ella se había hecho y las condiciones y características del terreno por donde se debía avanzar.

Para averiguarlo, empleó intensamente sus órganos de exploración, ordenó reconocimientos en fuerza y, por último, se adelantó todo lo que el terreno y la situación se lo permitían, para alcanzar una impresión más clara y completa de todo lo que le interesaba. Hizo, por consiguiente, todo lo que debía y todo lo que se podía hacer.

Una vez en posesión de los antecedentes que necesitaba, concibió su plan de ataque y en seguida lo tradujo en una orden clara y precisa, en que dió a cada una de sus grandes unidades, una misión concreta que cumplir. Pueden haber faltado en esa orden muchos detalles; pero nada esencial, nada fundamental. La complementó poco más tarde, designando la reserva.

Tanto el plan como el desarrollo de la batalla fueron correctos y alcanzaron, en las mejores condiciones, el fin que perseguían.

Baquedano, lo mismo en esta batalla que en otras ocasiones, se condujo como un general avezado o inteligente. ¿De dónde sacaba estas aptitudes? .

¿De dónde, las sacaron BuInes, Canto, Lagos, Gorostiaga y tantos otros, que en semejantes ocasiones, demostraron ser buenos generales?

En materia de resistencia y de vigor, son innumerables las pruebas que nuestros rotos dieron durante la pesadísima campaña del Pacífico, en que a través de cordilleras y desiertos, tan luego soportaron climas glaciales, como tropicales, hambre, sed, saroche, etc.

Conocida es la diferencia que se produjo entre Chile y Alemania, con motivo de la reclamación que en un mitin hicieron los cargadores del puerto de Hamburgo, por el excesivo peso de las cargas de salitre.

Tramitada la reclamación por conducto del Ministerio de Relaciones, el Ministro del Interior pidió al Intendente de lquique que propusiera una solución, porque en el gobierno existía el propósito de acceder, en lo que fuera posible, al deseo de los cargadores de Hamburgo.

El Intendente contestó que no sabía qué solución proponer, pues las cargas que los cargadores de Hamburgo encontraban tan pesadas, eran sólo medias cargas: todos los cargadores de Iquique, se echaban al hombro dos.

iFácil es comprender lo que nuestro pueblo sería, sin alcohol ni enfermedades sociales!

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CAPITULO XXIX

OPINIONES

Son muchos los que han admirado el valor de los araucanos y la invencible resistencia que opusieron al poder español; pero son muy pocos, los que han sabido apreciar en todo su valer, la capacidad militar de ese pueblo y sus características raciales.

Entre estos últimos, se destacan dos historiadores, un extranjero y un nacional.

El extranjero fué don Claudia Gay, que emitió los siguientes justicieros conceptos, hadendo un parangón entre los españoles y los araucanos:

"¡Qué movimiento! iQué multitud de hechos heroicos y de héroes de una y otra parte!. .. Es una particularidad de la Historia de Chile, sin parangón en las demás historias .. Por un lado el tesón y la perseverancia de los Españoles, -sus padecimientos y sus grandes desgracias. Por otro, los esfuerzos incesantes, el arrojo y la bizarría de aquellos brillantes Araucanos que en una nación culta hubiesen tenido estatuas y láminas de broncé" 74.

"Las causas de la eterna duración de la guerra eran la táctica y el valor de esos hombres invencibles.

El número de sus guerreros en verqad ilustres, ilustres por hechos asombrosos, sin mezcla alguna de sofisma, parece increíble y su táctica. lo repetimos, era la de Follard, la de los mariscales de Luxemburgo y de Villan; y otros célebres autores sobre el arte de la guerra".

"Si a estas consideraciones añadimos la consideración de no menor importancia, del valor y de la experiencia de los Españoles, veremos que desde el gran Ciro hasta ellos, no ha habido historia militar más fértil en grandes acciones que la de los Araucanos. Porque, en efecto, sus enemigos eran los vencedores de Europa. El mismo día en que fundaban una plaza en

74 Gay, tomo lI, capitulo XXVIII

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Chile, ganaban una batalla en Europa y ponían en peligro la capital de la civilización; y lo que los españoles no han podido hacer, ningún ejército lo hubiera hecho, en iguales circunstancias 75".

El historiador nacional es don Francisco Encina, que en su Histnria de Chile, repetidamente, rinde tributo al genio militar araucano.

Me bastará recordar el siguiente juicio: "Pero lo que permitió al pueblo mapuche sostenerse por tres siglos

frente al español y después su descendiente, el chileno, fué su cerebro y nó su heroísmo. El valor sin la poderosa imaginación creadora latente en la raza lo habría conducido al sacrifícío estéril, ¡habría acortado fa duración de la contienda en vez de prolongarla! Al paso que los peruanos y los aztecas nada inventaron, en su lucha contra el invasor, ninguno de los pueblos guerreros en igual grado de evolución mental que registra la historia, exteriorizó la imaginación del mapuche. "Delante de los nuevos elementos para él totalmente desconocidos, que ei español esgrimió en su lucha, inventó nuevas armas e ideó una nueva táctica y una nueva estrategia".

"Creó en cuatro años lo que los pueblos bien dotados suelen crear en siglos 76".

Como se ve, Gay y Encina -especialmente el último- han sido los primeros historiadores que se han dado cuenta cabal de la escasa influencÍa que el valor tuvo en la epopeya araucana Y de que si los araucanos no hubieran contado sino con él, su sacrificio, no sólo habría sido inútil, sino contraproducente.

Sin duda, pues, que voy en buena compañía, al hacer la siguiente declaración:

'La raza araucana fué una raza militar de características tales, que creo, punto menos que imposible, encontrar otra que pueda comparársela, en toda la historia de la humanidad.

Su historia militar es única en el mundo y las hazañas por ella realizadas, lindan en lo maravilloso.

Tanto, pues, como los griegos fueron dignos de ser cantados por Homero, fueron los araucanos dignos, de ser cantados por Ercilla.

75 Gay, tomo II, capitulo XXVIII

76 Página 113.

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CAPITULO FINAL

Como ya dije, no me he propuesto hacer la historia de la guerra hispano-araucana, labor tal vez superior a mis fuerzas, sino tratar de probar que los araucanos constituyeron una raza militar y, por eso, me he limitado a bosquejar algunos episodios y a presentar a las personalidades militares más destacadas de ese ejército legendario.

Tarea interminable sería narrar toda esa homérica lucha de dos razas gigantescas que a través de varios siglos libraron una de las guerras más largas y encarnizadas que ha visto la historia.

Sólo me resta décir que no hubo resorte guerrero ni invento militar -dentro de los recursos y de la cultura alcanzados- que los araucanos no idearan.

A los ya citados en páginas anteriores, quedan sólo por enunciar el uso del silbato para las maniobras militares y el empleo del telégrafo de señales para la transmisión de noticias.

El silbato lo hacían de huesos huecos (canillas, generalmente), y para el telégrafo empleaban las ramas.

No es una novedad en la historia de las razas primitivas, eso de contar con medios (generalmente acústicos) para transmitir noticias; pero debe reconocerse que de ordinario los servicios que esos medios prestaban, eran de muy limitado radio de acción.

Sirven o han servido, por lo general, para comunicar a la tribu o tribus el avance del enemigo. para dar la orden de movilización, para llamar a la gente, etc., correspondiendo a cada uno de estos hechos o de estas órdenes, una señal determinada.

Esto, en el fondo, no tiene nada de extraordinario, porque no exige, su establecimiento, la acción de un ingenio excepcional.

Pero otra cosa, y muy diversa, es idear un medio de transmisión que permita, con los más elementales recursos, comunicar todo lo que sea necesario para orientar a los partidarios, sobre la actitud, actuación y actividades del adversario.

Prueba de que de esto eran capaces los araucanos, la dan los

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siguientes antecedentes: Entre los años 1771 y 1772 resguardaban las riberas derecha e

izquierda del Bío-Bío, el comandante don Ambrosio O'Higgins y el toqui Ailla Pagui, respectivamente, y en esa tarea, los indios les llevaban a los españoles una gran ventaja, con el empleo de un telégrafo, que éstos maldecían. ("Raza Chilena", del Dr. Vicente Palacios).

Hablando de estos acontecimientos. el cronista Carvallo y Goyeneche, que se hallaba presente en el teatro de operaciones, pues era, nada menos que teniente-comandante de uno de los fuertes de la ribera norte del río, dice lo siguiente:

"Enviaba (Ailla Pagui) con frecuencia dos o tres partidas por diferentes partes y apostaba sus centinelas en los cerros más elevados que tienen sobre el río Bío-Bío, para observar los moviinientos de los españoles y avisar de ellos a sus partidarios, por medio de las señales que les daba y le salió tan bien esta operación, que no daba golpe en vano"; (Colección; tomo 9, pág. 372.)

¿Y de qué elementos se ·valían los araucanos para esta transmisión de noticias? De una sencilla rama de árbol.

El telegrafista (llamémosle así) se colocaba en la cumbre de ·un cerro que tuviera algunas partes boscosas o cubiertas de matorrales y desde un punto perfectamente conocido y reconocible por todos los partidarios que tenían que intervenir en la transmisión de las notiicias, hacía las señales moviendo una rama de árbol.

Justo es reconocer que se necesitó mucho ingenio para idear una clave de movimiento, capaz de transmitir todo lo que fuera necesario para orientar y encauzar las propias operaciones. ¿No fué eso adelantarse a su época? .

Pero, ¿qué les quedó por hacer a los araucanos? Francamente, me parece que es difícil contestar a esta pregunta. Condensando en unas cuantas líneas los méritos que deben

atribuirse a los araucanos, creo que se puede llegar a la siguiente conc!us!ón: 1) Fueron los únicos aborígenes americanos que vencieron a los

españoles.2) Los vencieron lo mismo, con superioridad, con igualdad, que con

inferioridad numérica. 3) Como consecuencia de vivir aún en la edad de piedra, poseían

uno de los peores ejércitos del mundo. 4) Lucharon con una de las razas más esforzadas y de mayor

cultura de la época. 5) Vencieron al que podía considerarse eÍ mejor ejército del mundo. 6) Los araucanos tuvieron que crearlo todo: táctica, estrategia,

armamento, etc.7) Crearon a la perfección la fortificación de campaña. S) Crearon el telégrafo, de señales.9) Crearon la infantería montada. 10) Idearon el mimetismo.

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11) Inventaron el obstáculo llamado pozo de lobo, que se usa hasta, hoy día 77.

12) Idearon nuevos procedimientos de combate. 13) Asimilaron y aplicaron con singular perfección, todos los

progresos militares que poseían sus adversarios, hazaña esta, que no ha realizado ninguna otra raza.

í4) Hicieron que, a España le significara la guerra contra ellos sostenida, más de cien veces más esfuerzos y sacrificios de todo orden, que el descubrimiento y conquista de la Amériéa entera.

15) Lograron, después de casi tres siglos de incesante batallar, mantener incólume su independencia, obligando a los españoles a reconocer, que en ninguna época lograron dominarlos. Y ..

16) Impusieron con tal fuerza y tenacidad la personalidad de su nación, que España se vio obligada a tratarla en un plano de igualdad, que no soñaron jamás las restantes tribus americanas.

Sé que, en este estudio no encontrará el lector nada que aprender en materia de historia, pues yo no aporto ningún dato nuevo, ningún hecho ni documento, que no se halle establecido y hasta mil veces repetido, por todos los historiadores chilenos y extranjeros. Me he limitado a dar a cada uno de esos hechos y de esos antecedentes, la importancia que, a mi juicio tienen, cuando se les mira a través del prisma de la profesión militar.

Por ese camino he llegado a la conclusión, de qué si hay una nación que pueda y deba sentirse orgullosa de sus aborígenes, esa nación es Chile.

No hay pues, nada tan infundado como ese prejuicio -por desgracia muy arraigado en nuestra sociedad- de sentirse avergonzado ante la sola sospecha de que por sus venas corra una gota siquiera de sangre araucana.

Esa ascendencia se reputa como un baldón y nadie que se estime decente, reconoce, ni remotamente, su origen araucano: todos son españoles de la más pura cepa.

Ya nadie se acuerda de que durante muchos años y hasta siglos, a Chile no llegaron sino muy pocas mujeres, ni de que nuestra raza se desarrolló por la mezcla de éspañol y araucana. Y una de las razones de que no llegaron sino hombres, fué la de que a Chile no se venía sino a morir, en la. más cruenta de las guerras americanas.

De la imparcial narración de los hechos, Se desprende que el

77 Digo que los inventaron, porque de los españoles --que no los usaron- no los pudieron copiar, nI pudieron saber que ya César las habla usado en la Guerra de las Galias. ConvIene sí, establecer, que lo que César usó fueron sólo los pozos de lobo contra la caballería y que los pozos contra la infantería fueron netamente araucanos: al César lo que es del César".

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araucano era valiente, esforzado, hidalgo e inteligente. ¿Puede pedirse más a una raza salvaje

Los contradictores podrán decir que cometieron crueldades inauditas y que muchas veces faltaron a su palabra, pero ¿no hicieron otro tanto los españoles? En ese terreno estaba planteada la guerra y renunciar a un recurso, aunque fuera vedado, habría equivalido a colocarse en un plano de inferioridad, que ninguno de los dos bandos estaba en situación de soportar.

Podrán también decir que son ladrones y borrachos; pero no podrán décir que eso es, a pesar de la educación que nuestros gobiernos se han esforzado en darles, ni a pesar de la protección incondicional que se les ha prestado. Nó, eso nó, porque lo que se ha hecho con ellos ha sido mirar con la más completa indiferencia cómo se les perseguía, cómo se les quitaba sus tierras y lo que era peor, cómo se les hundía en el vicio de la embriaguez.

Por suerte, en los últimos años se ha reacclonado, se les ha dispensado una protección directa, se han dictado leyes en su favor y se les ha reconocido el derecho de ser tan ciudadanos del país, como cualquiera de sus compatriotas chilenos.

Sin embargq, lo honrado es reconocer que en la degeneración de esa raza admirable, hemos sido nosotros, los chilenos, los primeros culpables y que si no son aún unos verdaderos salvajes, es a la imponderable abnegación de las misiones católicas a quien se lo deben.

Prueba indiscutible de la gran calidad de esa raza, es que, apenas se les ha iniciado en el camino del estudio, han lanzado al caudal de nuestra cultura varios profesionales universitarios, representantes ante el Congreso Nacional y muchos hombres de trabajo, de alto nivel moral.

Tiempo es, pues, ya de decir la verdad sobre esa raza ciclópea, que con su valor, con su esfuerzo y con su inteligencia, escribió una historia que hace innecesario a nuestros niños, el estudio de la legendaria historia griega.

Durante varios siglos han dormido en la historia los nombres de Arauco y de Lautaro, pero llega ya la hora de hacerles justicia, lanzándolos en alas de la fama.

No cumplirá nuestra patria con el más sagrado de sus deberes mientras en la parte más destacada de su capital, no se levante un soberbio monumento que, a la vez que un símbolo de la raza, sea la perpetuación de la memoria del más grande de sus hijos.

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INDICE

Pág.

Advertencia 3

CAPITULO 1

Razón de la resistencia araucana 9

CAPITULO II

La Raza militar araucana 15

CAPITULO III Capacidad de la raza araucana para producir un genio 21

CAPITULO IV

Lautaro como genio militar 29 1) El Ejército Araucano 29 2) Táctica y Estrategia 31 3) Primeras actividades de Lautaro 34 4) Paralelo entre Lautaro y los grandes generales 41

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- 236- CAPITULO V

Costo de la guerra de Arauco 47

CAPITULO VI

Lautaro en acción 53

CAPITULO VII

Primera campaña de Lautaro 65 Batalla de Marigüeñu -26-11-1554- 65

CAPITULO VIII

Segunda campaña de Lautaro 79

CAPITULO IX

Tercera campaña de Lautaro 85

CAPITULO X

Ultima campaña y muerte de Lautaro 93 1) Plan estratégico de Lautaro 932) Combate de Peteroa 93

CAPITULO XI

Después de Lautaro 1011) Don García Hurtado de Mendoza 101 2) La quebrada de Purén 103 3) Caupolicán 105 4) Fortificaciones araucanas 107 5) El fuerte de Quiapo 110

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CAPITULO XII

Generales araucanos 113Antuhuenu 114

CAPITULO XIII

Longopaval 129

CAPITULO XIV

Paillacar 135

CAPITULO XV

Namcunahuel 141

CAPITULO XVI

Codeguala 147

CAPITULO XVII

Janequeo 153

CAPITULO XVIII

Convenio de paz de 1593 157

CAPITULO XIX

Gobierno y muerte de Oñez de Loyola 161Paillarilacu 161

CAPITULO XX

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Un episodio sentimental 169

CAPITULO XXI

Gobierno de don Alonso García Ramón 171

CAPITULO XXII

Lientur 177

CAPITULO XXIII

Butapichún 185

CAPITULO XXIV

Infantería montada 193

CAPITULO XXV

Paz de Quillén 199

CAPITULO XXVI

Levantamiento General 205

CAPITULO XXVII

El Mestizo Alejo 209

CAPITULO XXVIII

¿Atavismo? 215

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CAPITULO XXIX

Opiniones 221Capítulo Final 225

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MAPA PRIMITIVO

DE CHILE

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