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El camino de la comunión con Dios Circular del superieor general Hno. José Ignacio Carmona Una peregrinación de espe ranza

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El camino

de la comunión con Dios

Circular del superieor general

Hno. José Ignacio Carmona

Una peregrinación de esperanza

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camino de la comunión”. Afirmábamos también queen las palabras peregrinación, esperanza, camino ycomunión está la clave “para vivir con autenticidadnuestra vida religiosa y ser signos de esperanza en elmundo actual” (Una peregrinación de esperanza, p. 3).Por eso, quiero detenerme a explicar un poco cadauna de estas palabras.

Les invito, hermanos, a iniciar nuestra peregrina-ción con los ojos y el corazón puestos en el Corazónde Dios que nos llama a vivir una creciente comunióncon Él. Mediante ella, hermanos y colaboradores avan-zaremos en la peregrinación de esperanza por el cami-no de la comunión fraterna y de la comunión en elcarisma y en la misión.

Peregrinar es algocaracterístico de la per-sona humana. El hom-bre, antes de ser seden-tario, fue nómada, des-plazándose a distintoslugares para poderencontrar el alimento yproveer a sus otrasnecesidades. La condi-ción peregrinante delhombre se manifiesta ensu sed de viajar, de descubrir nuevos mundos, comosi buscara permanentemente algo que le falta. El viajese convierte a veces en una huída para no encontrar-se consigo mismo ni con los demás.

Ponerse en camino es también una actitud cristia-na. La vida cristiana se ha entendido desde siemprecomo una peregrinación: venimos de Dios y hacia Élvamos. El pueblo de Israel camina cuarenta años a

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Escribo esta circular para nosotros, hermanos delInstituto, y para las personas con quienes comparti-mos nuestra vida y misión. Quiero subrayar en ella lanecesidad y la urgencia de volver en nuestra vida a loesencial, en fidelidad al carisma recibido del P. AndrésCoindre, encarnado y transmitido por el VenerableHermano Policarpo y por nuestros antepasados.

No es fácil decir algo que pueda servir a personascon mentalidades tan distintas. Quedaría muy satisfe-cho si el mensaje de esta circular nos ayudara a viviren profundidad el espíritu de nuestro Capítulo generalde 2006 y nos estimulara a emprender nuestra pere-grinación de esperanza con una profunda disposiciónde conversión a Dios y con el deseo de que el Padrenos haga experimentar su inmenso amor en elencuentro íntimo con Jesús-Hermano (cf. Una peregri-nación de esperanza, Ordenanza).

Además de la confianza en Dios y del apoyo de mishermanos, otro de los motivos que me animaron aaceptar mi servicio como Superior general delInstituto fue pensar que no tenía que preocuparmepor hacer un programa. Ha sido siempre muy claropara mi que nuestra vida religiosa se fundamenta enla Palabra de Dios y en el Carisma de André Coindre,tal como los encontramos expresados en nuestraRegla de Vida y en el legado de nuestros antepasados.El Capítulo general tenía que señalar los puntos fuer-tes de dicho programa. Lo importante, pues, era estaratento a él y escuchar en él la voz del Espíritu.

El 8 de abril de este año, Domingo de la resurrec-ción del Señor, publicábamos las informaciones y deci-siones del Capítulo general. Decíamos en la introduc-ción que los capitulares, “movidos por la esperanza“,quisieron avanzar “mar adentro“, es decir, vivir hoy lavida religiosa con radicalidad. Propusieron para elloemprender “Una peregrinación de esperanza por el

Circular del superior generalHermanos del Sagrado Corazón

C A P Í T U L O I

“¡Oh, qué alegría cuando me dijeron:vamos a la casa de Yahveh!”

(Sal 122, 1)

“¡Qué amables tus moradas,oh Yaveh Sebaot!...

Hasta el pajarillo ha encontrado una casa,y para sí la golondrina un nido

donde poner a sus polluelos:¡tus altares, oh Yaveh Sebaot,

rey mío y Dios mío!” (Sal 84, 2-4)

Peregrinación, camino

Preparando la peregrinación

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¿Qué motivos me impulsan a peregrinar en la vidareligiosa respondiendo a la llamada del Señor?Hermanos, les abro mi cuaderno de ruta. La imagendel peregrino me pide ser un religioso más auténtico,me ayuda a buscar el sentido de mi vida religiosa enDios. Él, Padre-Madre, me ha dado la existencia; en lapersona de Jesús, su Hijo y mi hermano, se ha hechomi compañero de camino; me da su Espíritu paraamarlo y amar a los hermanos y me espera al final delcamino para recibirme en su casa que será también lamía. Como religioso, no estoy en el mundo para un finexclusivamente humanitario. Soy un consagrado paravivir la experiencia gozosa del “sólo Dios basta”.

Vivo la experiencia profunda de Dios en el encuen-tro íntimo con Jesús-Hermano, identificándome con él,con su forma de ser y de vivir. Esto me lleva a apre-ciar todo lo que hay de bueno en el mundo y en la cul-tura de hoy: el cuidado de la naturaleza, el interés porel conocimiento, los avances científicos y tecnológicos,la valoración adecuada del cuerpo humano, la sensibi-lidad ante el dolor ajeno, la solidaridad, la dignifica-ción de la mujer… Pero también me lleva a ser crítico,rechazando los falsos ídolos del individualismo, mate-rialismo, consumismo, confort, de la búsqueda de laeficiencia a cualquier precio, de la superficialidad, delhedonismo…

En un mundo en el que la gente vale por su capacidad decompra y por la cantidad de cosas que posee, vivir para Diosme lleva a peregrinar ligero de equipaje, con lo indispensable,en el desprendimiento de las cosas y de mi mismo, alejadode todo apego, siempre en búsqueda, vigilante, lejos de lamediocridad y de la instalación.

Como peregrino, trato de dejarme conducir por elEspíritu Santo y de vivir en estado permanente de

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través del desierto. Jesús recorre con nosotros loscaminos de este mundo. La Virgen María, peregrina enla fe y en la esperanza, se pone también en camino.Lo mismo tantos santos: Santiago el Mayor,Bartolomé, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola... ytantos misioneros... y tantos hermanos nuestros.

El hombre religioso se pone en camino hacia loslugares consagrados a Dios y a sus santos. Desde losprimeros siglos del cristianismo los discípulos de Jesúsperegrinaron a Jerusalén, Roma, Santiago deCompostela, Le Puy, Fourvière… Yo nací en un peque-ño pueblo de Navarra, España, cerca del Camino deSantiago. Miles de peregrinos hicieron el camino en laépoca medieval; todo parecía olvidado cuando, en lasegunda mitad del siglo XX, renace esta peregrina-ción. Hoy es casi imposible salir al camino, a cualquierhora del día y en cualquier época del año, y no encon-trar peregrinos.

¿Qué motivos puede tener esta gente para hacer elcamino a pie, con el morral a la espalda, solos o enpequeños grupos? Unos caminan para sentirse libresen un mundo de tantas esclavitudes; otros para hacerejercicio físico y mantener o mejorar sus condicionesde salud; a otros les atrae el contacto con la natura-leza; a otros su afición a la historia y al arte; otroscaminan como reacción al mundo de hoy, en el que sevive a un ritmo frenético; otros como expresión degratuidad frente al ídolo de la eficiencia; otros comorechazo a la sociedad del confort; otros para experi-mentar su propia precariedad al sentir la sed y el can-sancio; otros para descender a la profundidad de símismos, sentir la necesidad de los demás, liberarse dela reducción egoísta del yo, abrirse a encuentrosimportantes y recobrar la alegría de existir; finalmen-te, otros peregrinan para vivir una profunda experien-cia del Dios que sale a su encuentro en el camino.

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Dios es nuestra esperanzaDios se hace esperanza para nosotros en Jesucristo,

por obra del Espíritu. Él es el “’Dios de la esperanza’(cf. Rm 15, 13): el ’Padre de la gloria’ que en su Hijodescubre al hombre su ’inmensa gloria’ (cf. Ef 1, 18)y le abre su Reino” (cf. Mc 1, 15; Lc 17, 21) 1.

En Jesucristo, el Padre bueno nos descubre su ros-tro de Padre, nos revela que somos hijos, llamados ala intimidad con Él y que nuestra vida es un caminohacia la resurrección. Cristo es nuestra esperanza,pues en Él se han cumplido ya todas las promesas (cf.Hch 2, 25-35; Lc 4,21; Rm 8, 11; Col 1,18; Hb 10,23).

El texto de la primera carta de San Pedro es másexpresivo que cualquier comentario que podamoshacer:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro SeñorJesucristo, quien, por su gran misericordia,mediante la Resurrección de Jesucristo de entrelos muertos, nos ha reengendrado a una espe-ranza viva, a una herencia incorruptible, inma-culada e inmarcesible, reservada en los cielospara vosotros, a quienes el poder de Dios, pormedio de la fe, protege para la salvación.” (1 Pe1, 3-5)

Nosotros esperamos en DiosLa esperanza forma parte de lo más profundo de la

persona humana, está siempre en camino entre su serde hoy y su futuro deber ser; es un proyecto que seconstruye día tras día. En esta proyección de la perso-na vemos los creyentes una sed de Dios. Decíamosantes que es Dios quien espera primero en nosotros.Por ello la verdad completa podríamos expresarla así:la esperanza es tendencia de Dios hacia nosotros ytendencia de nosotros hacia Dios.

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conversión al Dios Amor. Esta disposición me ayuda aorar “en espíritu y en verdad”. Esta relación alienta yda forma a mi vida de comunión con los demás y a micompromiso por el Reino.

El 4 de junio de 2005, Fiesta del InmaculadoCorazón de María, el hermano Bernard Couvillionpublicó la circular Un patrimonio de esperanza. Osrecomiendo que volváis sobre ella para tenerla muypresente. A riesgo de repetir sus ideas, hago algunasconsideraciones a propósito de la esperanza.

Dios espera en nosotrosDios espera en nosotros antes de que nosotros

esperáramos en Él. Y Dios espera en nosotros porquenos ama. Espera en nosotros cuando crea estemundo, cuando nos crea a su imagen y semejanza,cuando, después pecado del hombre, nos da a su pro-pio Hijo que se hace hombre como nosotros y que, sinhacer alarde de su categoría de Dios, renuncia alibrarse del poder mismo de la muerte (cf. Flp 2, 6);Dios espera en nosotros cuando sufre con Jesús en lacruz, cuando lo resucita como garantía de nuestrapropia resurrección.

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“En Dios sólo el descanso de mi alma,de él viene mi salvación;

sólo él mi roca, mi salvación, mi ciudadela, no he de vacilar.”

(Sal 62, 2.3)

“El Seƒor nos ama demasiado, querido Hermano,ya que después de habernos mostrado el fondo del abismo,quiere alejarnos de él. Mantengamos siempre la esperanza.

Abraham llegó a ser el Padre de los creyentesporque esperó contra toda esperanza.”

(André Coindre, Escritos y Documentos, 1, Cartas 1821-1826, Carta VIII, p. 87)

Esperanza

1 BORILE, Eros y otros. Diccionario de pastoral vocacional. Salamanca,Ed. Sígueme, 2005, p. 437.

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mismo. El cristiano es un realista esperanzado. Lavocación cristiana es una llamada a la esperanza (cf.Ef 4, 4). Nuestro optimismo se fundamenta en la fe enel Dios creador – “y vio Dios que era bueno” (Gn 1,4)– y liberador. Sepamos descubrir los signos de espe-ranza: sepamos mirar los signos de vida sin limitarnosa ver únicamente los signos de muerte. Como profe-tas, denunciemos los signos de muerte y anunciemoslos signos de vida que pueblan la historia humana, yla historia de la Iglesia. Creamos en la bondad de lacreación y en que nuestra historia es historia de sal-vación. Esperemos que el Dios que resucitó a Jesúsresucitará esta humanidad.

¿Nos contentaremos con vivir la esperanza paranosotros mismos? No, porque nuestra esperanza esmisionera y nos mueve a comprometernos en la cons-trucción del Reino desde este mundo. La esperanza esincompatible con una vida cristiana desencarnada,alienada, alejada de las responsabilidades históricas.Dice el Concilio Vaticano II: “Se alejan de la verdadquienes, sabiendo que nosotros no tenemos aquí unaciudad permanente, sino que buscamos la futura,piensan que pueden descuidar por ello sus deberesterrenos” (Gaudium et spes 3). En el mismo documen-to leemos: “En efecto, la esperanza escatológica nodisminuye la importancia de los compromisos terre-nos, sino que añade nuevos motivos para sostenerlosy realizarlos” (GS 21).

No hay esperanza sin caridad: no podemos separarel amor a Dios y al prójimo. Por eso, estamos llama-dos a ser esperanza para los demás, para los niños yjóvenes y en particular para los más necesitados. Loseremos en la medida en que hagamos nuestra la pre-ocupación del P. Coindre: “Librar a los jóvenes de laignorancia, prepararlos para la vida y darles el cono-cimiento y el amor de la religión” (Regla de vida,Preámbulo, p. 15).

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Puesto que la esperanza cristiana es una virtudteologal, no es obra nuestra sino del Espíritu Santo;tiene su fuente en nuestra participación en la vida tri-nitaria, pues por el don del Espíritu somos en Cristohijos del Padre y, por lo tanto, herederos de Dios (cf.Rm 8, 16-17). La esperanza emana de la certeza delamor de Dios y conduce, por lo tanto, al abandonofilial en las manos del Padre; es la seguridad confiadade recibir la herencia de los hijos de Dios, en cumpli-miento de las promesas. Para el cristiano, el Reino yaha comenzado, aunque todavía no ha llegado a su ple-nitud. La esperanza es el presente de los hijos deDios, peregrinos, que ya están en camino, aunquetodavía no han llegado a la meta.

Puesto que Cristo es nuestra esperanza, ésta semantendrá viva en nosotros si permanecemos enrai-zados en Él (cf. Col 2, 6; 1 Co 3, 10-11). El encuentrocon el Resucitado reavivará nuestra esperanza comoles sucedió a los discípulos de Emaús. Nuestro amor aJesús nos llevará a identificarnos con Él y a la confian-za absoluta en el Padre. Como Jesús, seremos capa-ces de esperar aún en la noche oscura de Getsemaní.Como Él seguiremos confiando en el Padre, incluso apesar de su silencio, cuando no haya motivos paraesperar ni garantías de éxito. La esperanza es unaosadía desde la fe que lleva a esperar, como Abrahán,contra toda esperanza (cf. Rm 4, 18-19). Es la certe-za de obtener lo que todavía no poseemos

Llamados a ser y a construir la esperanzaDiariamente los medios de comunicación nos infor-

man de desastres naturales, injusticias, pobreza,hambre, enfermedades, guerras y muerte. No pode-mos encerrarnos en un castillo para soñar en unmundo perfecto, cerrando los ojos a la realidad. Perotampoco podemos caer en el derrotismo o en el pesi-

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Ciertas corrientes teológicas actuales nos presen-tan a Dios como Dios-Familia y subrayan su dimensióntrinitaria: El Padre, al darse completamente, suscita alHijo y de su don recíproco surge el Espíritu. Dios,esencialmente don y comunión, crea al hombre a suimagen y semejanza (cf. Gn 1, 27). Puesto que somosimagen y semejanza del Dios comunión, nosotrostambién estamos llamados a la comunión. Y esa es, almismo tiempo, la realidad más profunda de la Iglesia.El amor es la misma vida de Dios (cf. 1 Jn 4, 8.16, R1) y la caridad es la esencia de la Iglesia y signo de suvida: “si no tengo amor, nada soy” (1 Co 13, 2).

La Iglesia es sacramento del Reino; de ese Reinoque no es de este mundo (cf. Jn 18, 36). El Evangelionos presenta el Reino como un banquete, un lugar deencuentro y de comunión (cf. Mt 22, 2). El Reino es,por lo tanto, un lugar de encuentro; es la comunidadde los que viven los valores del Evangelio de Jesús.

La Iglesia en los últimos cincuenta años ha venidoinsistiendo en la comunión como elemento constituti-vo de la vida cristiana y eclesial. En los documentosdel Concilio Vaticano II se encuentra claramenteexpresada esta enseñanza. Ya en los primeros párra-fos de la Constitución Lumen Gentium, leemos que laIglesia, cuerpo místico de Cristo, es “el sacramento, osea, signo e instrumento de la unión íntima con Diosy de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Másrecientemente la Iglesia se ha presentado como “casay escuela de comunión” (Caminar desde Cristo 25). LaIglesia es sacramento del Reino viviendo y constru-yendo la comunión.

Si la Iglesia debe vivir la comunión, con mayorrazón los religiosos y, especialmente, los religiososhermanos y nosotros, Hermanos del Sagrado Corazón.El 29 de octubre de 2005, en una presentación de laidentidad del religioso hermano a los religiosos y reli-

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Muchas personas se preguntan hoy si la vida reli-giosa tiene porvenir. Ante la disminución del númerode hermanos nos preguntamos cuál será nuestro futu-ro. ¿Qué hacer? El temor, la desesperación y la angus-tia no son propios de quien vive en esperanza.Tampoco la pasividad, pues sabemos que la salvaciónes fruto del encuentro del don de Dios con el esfuerzohumano Por lo tanto, vivamos con fidelidad nuestravocación, trabajemos al máximo por la promoción delas vocaciones y la formación y, a la vez, esperemos ydejemos el futuro en las manos de Dios.

En nuestros días, la población se va concentrandoen las grandes ciudades. Las personas están cada vezmás juntas pero viven más aisladas. La soledad y elindividualismo caracterizan al hombre de nuestrotiempo. Pero, por otra parte, hay también una fuertetendencia a estrechar los lazos entre las personas ygrupos, a intensificar la comunicación y la colabora-ción; esto se constata en la multiplicación de los ges-tos de solidaridad, de las asociaciones nacionales einternacionales y de las instituciones de ayuda a lasgentes más desfavorecidas del planeta. Vemos tam-bién que en el mundo del pensamiento se insiste cadavez más en la dimensión social de la persona, la cualsólo puede realizarse en la convivencia con las demás.

Sin el ánimo de generalizar, el hombre religioso delpasado corría más riesgo de vivir su relación con Dioscomo una relación individual, en la que lo importanteera hacer méritos para su propia salvación. Hoy lascosas han cambiado mucho y la Iglesia comprendemejor que la fe se expresa también por la vivencia dela comunión y del servicio. Esto se debe a los cambiosculturales y sociales y a una lectura del Evangelio enclave de comunión.

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Comunión

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giosas de Colombia, destacaba que nuestra Regla,cuya versión postconciliar fue aprobada en 1984, tieneun esquema similar al de la Exhortación ApostólicaVita Consecrata, publicada el 25 de marzo de 1996.Esta tiene tres partes: la confessio Trinitatis, el sig-num fraternitatis y el servitium caritatis. NuestraRegla de vida, de manera significativa, prefierecomenzar mas bien por subrayar la unidad, el signumfraternitatis, en sus tres primeros capítulos; vienendespués la confessio Trinitatis (la consagración) y elservitium caritatis (la misión).

Estamos convocados y reunidos para vivir la comu-nión. Y esto interpela a los hermanos a vivir encomún. Pero la vida en común, bajo el mismo techo ycon un horario y actividades comunes, es insuficiente.Vivir en comunión implica cultivar el diálogo, las bue-nas relaciones, el conocimiento mutuo, la amistadverdadera y, en una palabra, el auténtico amor frater-no que llega hasta el olvido de sí y la corrección fra-terna.

Suelo repetir que la única vocación en esta vida esla vocación a la comunión. En ella se resume el amora Dios y al prójimo, que es “toda la ley y los profetas”.La comunión es también nuestra vocación definitiva,que viviremos en plenitud cuando el Padre nos recibaen su bienaventuranza eterna.

La comunión fraterna no se cierra en sí misma.Estamos en comunidad para los demás. Ella es expre-sión de la comunión con Dios y su finalidad es formarcomunidad. Un obispo de Colombia me decía: “Admiroen los hermanos que no solamente son una verdade-ra comunidad sino que forman comunidad a su alre-dedor”.

Sólo podemos amar de verdad y vivir en comuniónen un espíritu de conversión profunda al Dios Amorque nos mueve a ser verdaderos hijos y hermanos detodos. Para entrar en el Reino de la comunión hay quepasar por la puerta estrecha del don de sí mismohasta dar la propia vida por amor.

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relaciones interpersonales” y la “misión”. Por lo tanto,estamos llamados a vivir la comunión simultáneamen-te en cada una de sus tres dimensiones. Éstas seexplican de la siguiente manera:

“Es una comunión con Cristo resucitado;con Aquél que nos apasiona y nos devuelve alamor del primer encuentro (cf. Os 2, 16-21).Es una comunión que se fundamenta en lacomunión del Dios Trinidad: para que seamosuno como el Padre y el Hijo en el Espíritu (cf.Jn 17,21).

Una comunión con nuestros hermanos,porque es el mismo Señor quien nos sigue lla-mando a ser testigos de fraternidad en unmundo en busca de sentido y de esperanza.Una comunión para responder a la llamada dela Iglesia: que nuestras comunidades seancasa y escuela de comunión (cf. Caminar desdeCristo, nº 25).

Una comunión con nuestros colaboradorespara responder juntos, desde un carisma com-partido, al grito de los niños y jóvenes, espe-cialmente de los más necesitados. Hermanos ycolaboradores debemos ser testigos de unidady signos de esperanza.

En cada una de estas dimensiones el Capítulopropone medios concretos para responder a lasinterpelaciones del Señor: “Hermano, ¿meamas lo suficiente como para descubrir… com-partir… abrir…?”. Nuestro compromiso decomunión con Dios, con nuestros hermanos ycon nuestros colaboradores expresa cuántoamamos a Dios, a nuestros hermanos, a losniños y jóvenes y a todas las personas”.

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La frase “Una peregrinación de esperanza por elcamino de la comunión” resume la decisión funda-mental de nuestro Capítulo general de 2006. El textocentral de la Ordenanza es el siguiente :

• “En respuesta a las interpelaciones del Señorresucitado (cf. Jn 21,15s), nosotros,Hermanos del Sagrado Corazón, nos compro-metemos a avanzar más radicalmente por elcamino de comunión para la que estamos reu-nidos (cf. R 22).

•Reafirmamos así nuestra esperanza: que porla gracia de la comunión recibida en el bautis-mo, nosotros y nuestros colaboradores, en fra-ternidad universal, lleguemos a ser signos deesperanza para nuestro mundo herido y parasus hijos.

•Nos comprometemos a emprender, de aquí alaño 2012, una peregrinación de esperanza porel camino de la comunión: bajando a la vidainterior, revitalizando las relaciones interper-sonales y encendiendo el fuego en el santua-rio de la misión”.

La ordenanza comienza así: “en respuesta a lasinterpelaciones del Señor resucitado”. Ello quiere decirque no emprendemos la peregrinación únicamentepor iniciativa propia, o por voluntarismo, sino porqueJesús resucitado sale a nuestro encuentro en el cami-no de la vida, como les sucedió a los discípulos deEmaús (cf. Lc 24, 13-35).

El segundo párrafo destaca cómo hermanos y cola-boradores, “en fraternidad universal”, “por la gracia dela comunión recibida en el bautismo”, estamos llama-dos a ser signos de esperanza para nuestro mundo.

El tercero nos hace ver que el camino de la comu-nión tiene tres dimensiones: “la vida interior”, “las

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El primer párrafo de este texto expresa nuestrofuerte deseo de “experimentar el amor del Padre”, sinolvidar que la primera iniciativa viene de Dios mismo.Él es quien despierta en nosotros el deseo de conocer-lo en un encuentro íntimo con Jesús-Hermano. Y deeste conocimiento surge el amor. El encuentro conti-nuo con Jesús nos identifica progresivamente con Él,nos llena de su compasión salvadora y nos transformapara una creciente comunión con los demás.

Vivir la compasión y la comunión exige salir de nos-otros mismos, venciendo nuestra tendencia al egoís-mo. Y ello requiere de la gracia del Espíritu Santo,quien actúa permanentemente en nosotros para “uni-ficar nuestra vida”, es decir, para vivir en cada instan-te el encuentro con Dios que nos va transformando enpersonas de compasión y de comunión. El mismoEspíritu nos ayuda a superar nuestras resistenciaspara comulgar de corazón a corazón con Jesús en laoración, hasta llegar a orar en espíritu y en verdad.

Hay diversas expresiones para referirnos a la comu-nión con Dios. Por ejemplo, hablamos de ella en tér-minos de encuentro con Dios, vida interior, experien-cia de Dios, espiritualidad. Estas dos últimas son lasque emplearé con más frecuencia de aquí en adelan-te. Sobre todo la última. Pero antes de hablar de laespiritualidad como algo propio de la persona huma-na, quiero exponer muy brevemente la unidad funda-mental de la misma.

La persona humana es una unidad de espíritu ycuerpo. A quienes hablan hoy de espiritualidad se lesmira a veces como sospechosos de un espiritualismodesencarnado y de buscar egoístamente su equilibrioy felicidad personal, desconectados del mundo y desus necesidades. Es la actitud de la “fuga mundi”, dela falta de compromiso por construir el mundo en que

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Iniciamos la reflexión sobre este tema presentandoel texto de la primera dimensión de la comunión, talcomo se explica en la Ordenanza del Capítulo.

Circular del superior generalHermanos del Sagrado Corazón

Encontrar a Jesús

La persona humana, una unidad

“Dios, tú mi Dios, yo te busco,sed de ti tiene mi alma,

en pos de ti languidece mi carne,cual tierra seca, agotada, sin agua.”

(Sal 63, 2)

Hermano, ¿me amas lo suficiente como para descubrir cada día

en los acontecimientos, en las personasy en tu vida de oración

cuánto te amo?

Deseamos vivamente experimentar elamor del Padre. Nos invita a conocerle enun encuentro íntimo con Jesús-Hermano,que quiere llenarnos de su compasión sal-vadora y transformarnos para una másprofunda comunión con los demás.

Ponemos nuestra frágil esperanza en lagracia del Espíritu Santo, siempre activopara unificar nuestra vida y liberarnos delas coacciones que nos impiden dedicartiempo para comulgar de corazón a cora-zón con Jesús en la oración.Nos atrevemos a arriesgar la transforma-ción del ritmo trepidante de nuestra vida,tomando el “camino necesario” de la asce-sis “para orar ‘en espíritu y en verdad’ (Jn4, 23)” (R 131; cf. R 133, 139).

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que se da solamente en la medida en que nosotros ledamos. No es el Dios que quiera nuestro mal y a quienpodamos reprochar diciéndole: “¿Por qué has queridoque me suceda esto?”.

Nuestro Dios es el Dios Padre-Madre que amaentrañablemente a sus hijos. Es el Dios-Amor que seda gratuitamente a todos, aún a aquéllos que pensa-mos no lo merecen. Es el Dios-Familia, Padre, Hijo yEspíritu Santo; es el Dios-Comunión, que nos ha cre-ado a su imagen y semejanza, para que vivamos lacomunión. Es el Dios-de-Jesús, encarnado, uno de losnuestros, débil, siervo, igual en todo a nosotros, quepadece, compasivo, compañero de camino, sedientode justicia, que muere por el perdón y la reconciliacióny es resucitado por el Padre. Es el Dios de la vida quequiere que todas las personas vivan y sean salvadas.Es el Dios que respeta nuestra madurez y libertad,pues hace lo que está de su parte y espera nuestrarespuesta responsable. Es el Dios del encuentro quehace arder nuestros corazones mientras nos explicalas Escrituras.

La palabra espiritualidad viene de espíritu que sig-nifica soplo, aire, aliento vital: “El espíritu de Diosrevoloteaba sobre las aguas” (Gn 1, 1). Está asociadatambién al fuego. “Vieron aparecer como lenguas defuego que se repartían y se posaban sobre cada unode ellos” (Hch 2, 3). Avanzando un poco más, debodecir que la palabra espiritualidad se refiere alEspíritu, tercera persona de la Trinidad. Vivir la espiri-tualidad cristiana es vivir según el Espíritu de Jesús. Ypuesto que el Espíritu es relación de amor, podemosafirmar que la espiritualidad es la manera particularde vivir nuestra relación con Dios y la repercusión deesta relación en nuestra vida.

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vivimos, de la espera pasiva e irresponsable. Estadisposición tiene su origen, en buena parte, en laexclusiva valoración de la dimensión espiritual delhombre en detrimento de su dimensión corporal.Entonces las realidades materiales no tienen impor-tancia e importa poco que las personas carezcan dealimento, vivienda digna, medios para la salud y edu-cación, etc. Esta forma de ver no está de acuerdo conel Evangelio

Para nosotros la persona humana es una unidad decuerpo y espíritu. El hombre es formalmente cuerpo yformalmente espíritu. “El hombre se halla compuestode una sustancia psíquica y de millones de sustanciasmateriales, pero todas ellas constituyen una sola uni-dad estructural. Cada sustancia tiene por sí sus pro-piedades, pero la estructura les confiere una sustanti-vidad única, en virtud de la cual la actividad humanaes absolutamente nueva” 2.

El Concilio Vaticano II reconoce esta unidad subs-tancial cuando afirma: “En la unidad de cuerpo yalma, el hombre, por su misma condición corporal, esuna síntesis del universo material, el cual alcanza pormedio del hombre su más alta cima” (GS 14).

Puesto que, como vamos a ver, la espiritualidad esla vivencia de nuestra relación con Dios, es importan-te precisar cuál es nuestra concepción de Dios. ¿Es elDios de los filósofos? ¿Es el Dios del AntiguoTestamento? ¿Es el Dios de Jesús?

Para nosotros Dios no es una energía sin rostro, almodo del Dios de la nueva era, pues si así fuera nopodríamos tener una relación ni un diálogo personalcon Él. Tampoco es un Dios espectáculo que hacemilagros a cada instante, realizando lo que nos corres-ponde hacer a nosotros. No es el Dios comerciante

Circular del superior generalHermanos del Sagrado Corazón

El Dios de nuestra oración

Espiritualidad cristiana

2 ZUBIRI, Xavier. Cinco lecciones de filosofía, 2ª ed., Madrid: Sociedad de Estudiosy Publicaciones, 1970, p. 25.

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nocimiento, humildad… amor. Son estos los senti-mientos que el Espíritu pone en mi corazón. En mirelación con Dios aprendo a tener para con Él, paraconmigo mismo, para con los demás y para con todala creación los mismos sentimientos de Dios, que sonlos sentimientos de Jesús. De este modo sigo el con-sejo de S. Pablo: “Tened entre vosotros los mismossentimientos que Cristo ” (Flp 2, 5). Vivimos la espiri-tualidad en el encuentro íntimo con Jesús-Hermano;la espiritualidad es una experiencia íntima de amistadcon Dios.

La espiritualidad cristiana como intercambio de servi-cios

Nuestro Dios es un Dios que está siempre en acti-tud de servicio. Recibo de Él la vida física, la vida espi-ritual, los sacramentos, el perdón, etc. Por mi parte,lo sirvo amándole y por las buenas obras a favor delprójimo, pues “cuanto hicisteis a uno de estos mishermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25,40), y no puedo decir que amo a Dios a quien no veosi no amo al prójimo a quien veo (cf. 1 Jn 4, 20).

Los encuentros especiales con Dios son momentosfuertes de relación con Él. En ellos comparto conoci-mientos, sentimientos y servicios. En ellos estrecho miunión íntima con el Padre por el encuentro íntimo conJesús-Hermano, que me enriquece con “su compasiónsalvadora y (me transforma) para una más profundacomunión con los demás” (Una peregrinación de espe-ranza, Ordenanza, primera dimensión). Dichosencuentros me permiten vivir la compasión y la comu-nión en las demás actividades y momentos de miperegrinar cotidiano de hombre de acción.

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Bauer dice que la vida interior o espiritualidad es“una elevada disposición de amor de Dios, cimentadaen un profundo espíritu de fe y de confianza en Él; enuna actitud permanente del alma, una alegre pronti-tud de nuestra voluntad a hacer todo lo que Dios quie-re y como lo quiere” 3.

Relaciones, intercambo de conocimientos,sentimientos y servicios

Para profundizar un poco más en el significado de laespiritualidad, y puesto que estamos diciendo que laespiritualidad es relación, se me ocurre afirmar queen las relaciones interpersonales intercambiamosconocimientos, sentimientos y servicios. Podríamosseñalar, por lo tanto, que la espiritualidad es la rela-ción permanente con Dios en la que intercambiamosconocimientos, sentimientos y servicios.La espiritualidad cristiana como intercambio de cono-cimientos

En este sentido forma parte de la espiritualidad loque Dios me dice de sí mismo, lo que yo sé de él (gra-cias sobre todo a su Palabra) y lo que yo le digo a Diosde mi mismo (lo que pienso, lo que deseo, lo quehago, lo que me pasa…). En mi relación con Diosaprendo a ver a Dios como Él es y aprendo a vermecomo Dios me ve, es decir, con ojos de compasión, deaceptación, de misericordia, de amor. En la mismarelación aprendo a ver al mundo y a las personascomo Dios los ve: con ojos de admiración y de amor.La espiritualidad nos lleva a ver en los demás el ros-tro de Cristo y a ver la vida con los ojos de Dios.

La espiritualidad cristiana como intercambio de senti-mientos

Esto significa que la espiritualidad es escuchar loque Dios siente por mi (en su Palabra, sobre todo) yexpresar a Dios mis sentimientos de admiración, reco-

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3 BAUER, Benito. En la intimidad con Dios. Barcelona: Herder, 1997, 13a edición,p. 204.

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Una espiritualidad: múltiples rostrosLa única espiritualidad es la vida según el Espíritu o

según el espíritu de Jesús. Ahora bien, la persona deJesús es tan rica, tiene tantas facetas, que cada unopuede acercarse a Él atraído por un rasgo particular.Este puede ser la pobreza de Jesús, su intimidad conel Padre, la obediencia a su voluntad, su entrega alanuncio del Reino, su sensibilidad para con los quesufren, su preferencia por los pobres, su mansedum-bre, su amor total e incondicional a todas las perso-nas, etc.

Un instituto religioso reúne a personas que tienenuna forma particular de vivir el Evangelio, es decir, derelacionarse con el Dios de Jesús y de expresar estarelación en su forma de ser, en la relación con sus her-manos y con toda la creación, en un esfuerzo porconstruir el Reino de Dios. Dicho grupo, al ver a Jesús,se fija en algún rasgo característico de su persona ycentra su atención en algunos pasajes preferidos delEvangelio; y su forma de ver a Jesús influye en laforma de verse a sí mismo, de ver a los demás, a todala creación y a la Iglesia. Los Hermanos del SagradoCorazón tenemos una forma particular de aceptarnosy de amarnos, de ver a nuestros colaboradores y a laspersonas a quienes servimos, de convivir con losdemás, de ver el mundo y de comprometernos en él.

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En los siguientes párrafos trataré de presentaralgunos de los rasgos que caracterizan una personaespiritual. Con respecto a su relación con Dios, la per-sona espiritual vive en sintonía y en intimidad con Élpor el encuentro con Jesús, medita la Palabra de Dios,dedica un buen tiempo a la oración, celebra y vive laliturgia y los sacramentos y acompaña a María, lamujer orante, en la contemplación de los misterios deDios.

La relación de una persona espiritual consigomisma se caracteriza por su amor a ella misma, sualegría y su paz interior, su equilibrio, su coherenciade vida, su capacidad de silencio, su motivación paravivir y por el dinamismo de su vida.

La relación de una persona espiritual con las otraspersonas se destaca por el respeto, su capacidad parala escucha y el diálogo, su sensibilidad para con eldolor ajeno, su compasión, su bondad, su sencillez, sucercanía, su acogida, su ayuda, su solidaridad comoopción afectiva y efectiva por los más pobres, por sugenerosidad en su entrega a la misión.

La relación de una persona espiritual con la crea-ción se distingue por su aprecio a la naturaleza, por elinterés que pone en cuidarla y conservarla.

A modo de síntesis de este apartado podemos decirque la persona espiritual vive una profunda experien-cia de Dios, es decir que sale de sí misma para cono-cer al Dios Amor, para verse, para ver a los demás yal mundo con los ojos de Dios; al mismo tiempo, paraamarse a sí misma, amar a los demás y al mundo conel Corazón de Dios, en una vivencia de compasión yservicio. Su vida está llena de los frutos del Espírituque son, entre otros, “amor, alegría, paz, paciencia,afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominiode sí” (Ga 5, 22.23).

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La espiritualidad de nuestro Instituto 4La persona espiritual

“Hay que trabajar por mantener la unión con Diosno para disfrutar del goce de la paz,

sino para sostenerse en el ardor del combate.La paz total la tendremos en el otro mundo.”

(André Coindre, Escritos y Documentos, 1, Cartas 1821-1826,Carta XXII, página 142)

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4 He tomado ciertas ideas de esta sección de conferencias dadas por el hermanoRené Sanctorum en los años noventa. Alguna otra, de la circular del hermanoBernard Couvillion, “La opción por la compasión”.

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Espiritualidad centrada en Cristo

La espiritualidad de nuestro Instituto es una espiri-tualidad cristiana. Y cristiana viene de Cristo, Camino,Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6). La Regla de vida en elartículo 112 dice al respecto: “Cristo, en su misteriode amor, ocupa por ello un lugar primordial en nues-tra vida de Hermanos del Sagrado Corazón. Está en elcentro de nuestras motivaciones y referencias, asícomo en el principio de nuestro don total y de nuestraacción apostólica”. El hermano del Sagrado Corazóntiene el Espíritu de Cristo: manso, bueno, humilde,sencillo, sensible, servicial, agradecido, filial, fraterno,generoso, desprendido, firme, valiente…

Contemplación de Cristo con su costado atrave-sado

Nuestra espiritualidad “brota de la contemplaciónde Cristo, cuyo corazón abierto significa y manifiestael amor trinitario a los hombres” (R 14). Juan, por suparte, nos invita a contemplar a Jesús con el costadoabierto. A quien contemplamos es al que traspasaron,es decir, a la persona entera de Cristo, recapitulada ensu corazón traspasado. Juan nos presenta el costadoabierto de Cristo con solemnidad e insistencia (cf. Jn19, 33-37 y 20, 19-29), como el artista que quiereperpetuar en una de sus obras la vida entera de unapersona.

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Nuestro fundador, Andrés Coindre, y después elhermano Policarpo, han vivido una verdadera espiri-tualidad del Sagrado Corazón. Encontramos las hue-llas de la misma en muchas frases de sus escritos,pero ninguno de los dos nos dejó un estudio ordena-do del tema. Tal vez esa es la razón de que hayamospodido identificar la espiritualidad con determinadasprácticas de piedad, buenas por cierto, pero claramen-te insuficientes.

En el apartado siguiente intento presentar algunosrasgos de la espiritualidad del Instituto. No pretendohacer una presentación exhaustiva, pues iría más alláde la finalidad de esta circular. Reconozco el valor delos pocos estudios que se han realizado hasta el pre-sente y, al mismo tiempo, soy consciente de que siem-pre será posible profundizar el tema, precisarlo cadavez más y presentarlo con un lenguaje actualizado.Tengo la firme convicción de que en la Regla de vidaencontramos la naturaleza de nuestra espiritualidad ycómo vivirla hoy. Ella nos presenta una espiritualidadcentrada en Cristo, que surge de la contemplación,que se expresa en el amor, que abarca toda la vida,en estrecha relación con la misión, en la que la ora-ción y la liturgia ocupan un lugar especial, iluminadapor la presencia de María, Madre, educadora y mode-lo.

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“… Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos;

pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran…Se dijeron uno a otro:

‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotroscuando nos hablaba en el caminoy nos explicaba las Escrituras?’…”

(Lc 24, 13-35)

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Espiritualidad del amor

El costado abierto nos invita a mirar el amor de unDios compasivo que nos llena de su gracia.

¿Qué significa el símbolo del costado abierto? Dicenuestra Regla de vida: “El Evangelio nos muestra alSalvador con el costado traspasado como la fuente delEspíritu vivificador, el camino y el signo del amor divi-no” (R 114). El costado abierto de Cristo nos invita acontemplar el inconmensurable amor recíproco delPadre y el Hijo, y el amor del Padre y del Hijo a nos-otros. Jesús es el nuevo Cordero Pascual que nos dala vida y nos libera. De su costado abierto brotan lasangre y el agua, es decir la Iglesia y los sacramen-tos, por los que recibimos la vida de Dios (cf. Jn 19,34). De la fuente del amor de Dios, de su corazón,nace un río de gracia : la creación, la redención, la

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Decíamos antes que la espiritualidad es intercam-bio de conocimientos. Al contemplar el costado abier-to comprendemos el gran amor de Dios (cf. R 113) yacogemos lo que nos dice en San Juan (cf. 1 Jn 4, 8)que encontramos en el primer artículo de nuestraRegla de vida: “Dios es amor” (R 1). El costado abier-to es testimonio de la solicitud del Corazón de Jesúspor el mundo (cf. R 64). Esa mirada nos ayuda a“creer en el amor de Dios, vivir de él y difundirlo” (R13). La contemplación del costado abierto requiereque cuidemos con esmero nuestra vida de oración (cf.R 128-148). Y ésta permitirá que encontremos alSeñor en cada uno de los momentos de nuestra vida.

Hablábamos también de la espiritualidad como deun intercambio de sentimientos. Nuestra espirituali-dad consiste en revestirnos de los sentimientos delCorazón de Jesús, lo que implica abrazar su estilo devida casto, pobre y obediente (cf. R 61).

Hemos dicho también que la espiritualidad es unintercambio de servicios. Dios nos da su Palabra, suHijo y su gracia; nosotros le respondemos con nues-tra oración, el culto y el servicio a los demás. Nuestraespiritualidad aporta un matiz propio a nuestras rela-ciones con el prójimo (cf. R 15) y al servicio a nues-tros contemporáneos (cf. R 6), a los pobres (cf. R 10,50, 126, 150), a los niños y jóvenes, especialmente alos más necesitados (cf. R 11, 13, 18, 118, 149, 151,155).

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“La salvación y [la preocupación] por la perfección de las almases uno de los fines de la congregación.

Los Hermanos del Corazón de Jesús recordarán a menudo estaspalabras de Jesucristo:

He venido a traer fuego a la tierra y no deseo sino que arda.Procurarán extender este fuego en todos los corazones,

después de haberlo prendido ellos mismosdel corazón sagrado de Jesucristo.”

(Andrés Coindre, Escritos y Documentos 2, Reglas y Reglamentos, p. 25)

“Acercaos frecuentementea quien funde el hielo de los corazones más fríos.

Continuad amando a nuestro Salvador, permaneciendo fieles a él,pues solamente en él se encuentran

la paz y la felicidad verdaderas,la fuente del amor y el tesoro de los bienes celestiales.”

(Positio del hermano Policarpo, pp. 439-440)

“Sed todos, sin cesar y en todo lugar el buen olor de Jesucristo,por la práctica fiel de todas las virtudes cristianas y religiosas.”(Hermano Policarpo, Carta a los hermanos de América, 28 de febrero de 1847)

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causemos heridas en nuestra convivencia diaria.Sufrir con paciencia las limitaciones propias y ajenasrequiere de una gran fortaleza espiritual para perdo-nar de verdad y amar a pesar de las dificultades.

Sufrir, con el Padre, para los otros. Esto nos exigecomprometernos por el bien de los demás, empeñar-nos en el difícil trabajo de la educación de los niños yjóvenes, cuidar con solicitud a nuestros hermanosenfermos y a aquellos que tienen especiales dificulta-des y estar permanentemente en actitud de servicio alos demás.

El Amor llama al amor El amor inconmensurable de Dios reclama nuestro

amor. La experiencia de su amor nos lleva a la estimay aceptación propias, a la compasión y a la misericor-dia para con nosotros mismos.

El amor de Dios nos lleva, igualmente, a amar a losdemás y amar el mundo a la manera de Dios, es decir,a vivir la pasión de Dios por el hombre y el mundo. Enel contacto con el Corazón abierto, el hermano delSagrado Corazón va llegando a ser corazón abierto. Yun corazón abierto derrama benevolencia, compasión,bondad, ternura, aprecio, comprensión, acogida, amorincondicional, ánimo conciliador, perdón, misericordiahacia todos, especialmente para los niños y jóvenesque se nos confían. Vivir la espiritualidad del Institutoes ser apasionados, con la pasión de quien ama sinmedida, porque ha recibido del Corazón de Dios el dondel amor; es mirar a todas las personas con cariño,hasta aquéllas que son difíciles – y sobre todo a ellas–, vivir para ellas, dándoles ayuda, servicio, orienta-ción, acompañamiento, apoyo, escucha y compren-sión.

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Palabra, la Iglesia, los sacramentos, la vida religiosa,nuestro querido Instituto; todas estas realidades songotas de ese río de gracia cuya fuente es el Corazónde Dios que se nos muestra en el Corazón de Jesús.

Es en el momento de la muerte de Jesús cuandoDios se nos da del todo. Conocedor de la incapacidadde nuestro pobre corazón para amar, Dios nos regalael Corazón de su Hijo para que con Él, animados porel Espíritu, podamos amar al Padre en espíritu y enverdad. Y para que podamos amar a nuestros herma-nos y a todas las criaturas de Dios. De este modo,Dios, que pone en nosotros la sed y el hambre deamor, nos regala el agua y el pan de dicho amor paraque podamos seguir caminando hacia la meta delamor pleno, hacia el momento del ágape definitivo,cuando ya solo quedará el Amor.

El costado abierto nos revela también a un Dioshumilde, lento a la cólera; a un Dios compasivo que‘sufre con’ – como la madre con su hijo enfermo –,‘sufre por causa de’ – como los padres, al comprobarla falta de reconocimiento y de amor de sus hijos – y‘sufre para’ nosotros – como los padres que se impo-nen mil trabajos y sacrificios por el bien de sus hijos.

Sufrir con los que sufren. Esto supone empatía ysensibilidad especial para con los más necesitados,para con nuestros hermanos, los profesores, alumnosy todas las personas. Sufrir con los que sufren impli-ca capacidad de escucha, asumir riesgos para respon-der a las necesidades de los demás, tener gestosamables y acompañar a Jesús cuya pasión se prolon-ga en los que sufren.

Sufrir, como el Hijo, por causa de otros. Todos esta-mos llenos de imperfecciones y de defectos: el egoís-mo, la soberbia, la envidia, la tendencia a dominar alos demás… Todas estas limitaciones hacen que nos

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Por el contrario, si no hay compromiso auténtico enla misión, hay que dudar de la espiritualidad. Existe,pues, una estrecha relación entre espiritualidad ymisión.

El Decreto Perfectæ Caritatis subraya que los reli-giosos están llamados a vivir una profunda espiritua-lidad:

“Los que profesan los consejos evangélicos bus-quen y amen ante todo a Dios, que nos amó prime-ro (cf. 1 Jn 4, 10), y procuren con afán fomentar entoda ocasión la vida escondida con Cristo en Dios(cf. Col 3,3), de donde fluye y se urge el amor alprójimo para la salvación del mundo y la edificaciónde la Iglesia” (PC 6).

El mismo Decreto, tras afirmar que la acción apos-tólica y de beneficencia pertenece a la naturalezamisma de los institutos de vida activa, subraya con lassiguientes palabras la unidad que hay entre espiritua-lidad y misión:

“Por eso, toda la vida religiosa de sus miembrosdebe estar imbuida de espíritu apostólico, y toda laacción apostólica, informada de espíritu religioso.Así, pues, a fin de que sus miembros respondanante todo a su vocación de seguir a Cristo y sirvana Cristo mismo en sus miembros, es necesario quesu acción apostólica proceda de la íntima unión conÉl. Con lo cual se fomenta la caridad misma paracon Dios y el prójimo” (PC 8).

Quiero insistir en el hecho de que la espiritualidad es un esti-lo de relación con Dios que informa toda nuestra manera de sery de obrar, tanto en el ámbito personal como en el comunita-rio. No podemos reducirla al intercambio íntimo individual conDios, ya que está presente también en nuestras relaciones fra-ternas y en toda nuestra acción apostólica, marcándolas conuna especial impronta o estilo, y contribuyendo así a la unifica-ción de nuestra existencia.

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La espiritualidad del Corazón traspasado penetratambién enteramente nuestra misión. Ella nos impul-sa a mostrar la ternura de Dios en un mundo en el quehay tantas personas que carecen de afecto, tantosniños y jóvenes no queridos, despreciados y abando-nados. Esta espiritualidad nos lleva a abrir nuestrocorazón a la miseria de los más pobres, de los niños yjóvenes con mayores dificultades, al dolor de los heri-dos por la vida, a los hundidos en el infierno del alco-hol o de las drogas. En principio, la exclusión de losalumnos más difíciles de nuestras obras educativas nova con el Evangelio ni con la práctica de Jesús.

Espiritualidad unificadoraLa visión que presentamos es la de una espirituali-

dad unificadora gracias a la cual la vida de oración, lavida comunitaria y la misión están íntimamente uni-das. La espiritualidad penetra la vida comunitaria y lamisión, dinamizándolas y dándoles una forma particu-lar; y la vida comunitaria y la misión imprimen tam-bién a la espiritualidad un sello característico. Asícomo no podemos separar en una persona el cuerpo,la mente y el espíritu, tampoco podemos separar cadauno de estos tres elementos. La vida espiritual esimpulsada por el Espíritu de Amor y se expresa en lapráctica del amor exigente, “vivido en la relación per-sonal con el Señor, en la vida de comunión fraterna,en el servicio a cada hombre y a cada mujer”(Caminar desde Cristo 20).

Sin espiritualidad, la misión se coinvierte pronto enactivismo o, en el mejor de los casos, en profesiona-lismo. Por supuesto, tenemos que ser muy profesiona-les en el ejercicio de nuestra misión apostólica; peroésta debe estar siempre marcada por el sello de nues-tra relación íntima con Jesús-Hermano que nos trans-forma en hombres de Dios y hombres para los demás.

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Hermanos, les describo el comienzo de mi peregri-nación como religioso hermano: estoy en el Institutoporque al comienzo de mi vida religiosa viví la expe-riencia de la cercanía de Dios. En aquel momento sentíespecialmente el amor de Dios para conmigo; almismo tiempo, desde lo más profundo de mi corazón,surgió en mi el deseo de corresponder a dicho amorhaciendo algo por Él y por los demás, y tomé la deci-sión de entregarme a Dios del todo y por toda mi vida.

Esta primera experiencia del encuentro con Jesúsque vive, continua todavía influendo en mi vida coti-diana. A lo largo de ella, con momentos de más ánimoy otros de menos, perdura en mí el gozo de encontrar-me con Jesús cada día, de escuchar su voz y de expe-rimentar las delicadezas de su amor. Esta experienciame llena de paz suficiente para afrontar la vida en losmomentos desagradables y para soportar las dificulta-des y desencantos de mi existencia. El hecho de vivirla experiencia del Dios que me ama, me da fuerza,dinamismo, alegría y paz.

Una de mis mayores cruces en el poco tiempo quellevo como Superior general ha sido tener que darcurso a la solicitud de algunos hermanos para aban-donar el Instituto. Cada uno de ellos expresa susmotivos: la dificultad para vivir los votos, la vidacomunitaria, el apostolado… Pero en la mayoría de loscasos se advierte un denominador común: un déficitde espiritualidad. Hermanos, es urgente profundizarnuestra espiritualidad: sin espiritualidad no hay futu-ro para nuestra vida religiosa. Sin ella no podemoshablar de vida sino de muerte religiosa. Un cuerpo sinespíritu está muerto. Es imprescindible que verifique-mos, tanto a nivel personal y comunitario, la calidadde nuestra espiritualidad, acogiendo la invitación de laRegla de vida: “Ante Dios y ante los hermanos acep-tamos verificar nuestros objetivos de acción, nuestroobrar apostólico y nuestra disponibilidad” (R 27).

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Aunque toda comparación es imperfecta, podemosconsiderar la espiritualidad como el perfume delencuentro con el Señor que da el buen olor a la mismapersona espiritual, a todos sus encuentros, a todassus relaciones, a todas sus actividades. La espirituali-dad, por lo tanto, involucra todo nuestro ser: iluminanuestra inteligencia, refuerza nuestro sentido común,anima nuestra oración, guía nuestras opciones, muevenuestra voluntad, ordena nuestros sentimientos eimpulsa nuestro obrar.

Hace algún tiempo decía a los religiosos y religiosasde Colombia que no podemos separar la espiritualidadde la misión, el amor a Dios del amor al mundo, lapasión por Cristo de la pasión por la humanidad, elseguimiento de Jesús del compromiso por el Reino, laopción por Jesucristo de la opción por el pobre.Asimismo, no podemos separar la meditación de laatención al enfermo, la eucaristía de la clase de mate-máticas, la oración del taller, la contemplación de Diosde la contemplación de las personas que atiendo en laoficina, de los niños que llegan al colegio, de lasmadres que se desviven por ellos, de la persona salu-dable, de las personas agobiadas por problemas quellegan a nosotros resentidas y agresivas. Tenemos queser religiosos las veinticuatro horas del día y día trasdía, en el ora y en el labora, unidos al Señor en laescucha de la Palabra de Vida: oración, lectio divina,lectura espiritual, meditación, sacramento del perdón,eucaristía… Y unidos al Señor en una vida cotidiana enla que encarnamos la Palabra de Vida, en una vidasegún la Palabra. Activos en la contemplación y con-templativos en la acción. El mundo de hoy nos nece-sita, no tanto para que le digamos palabras importan-tes sino para que seamos Palabra viva, Palabra encar-nada.

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Que María, peregrina en la fe y en la esperanza, nosacompañe y proteja.

Hno. José Ignacio Carmona

Roma, 30 de septiembre de 2007

186 aniversario de la fundación del Instituto.

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Espiritualidad marianaEl nombre que el Padre Coindre quiso darnos fue

Hermanos de los Sagrados Corazones de Jesús y deMaría. Con el tiempo se perdió la alusión a María ennuestro nombre oficial. Pero la disposición y la prácti-ca de vivir el encuentro con el Señor en compañía deMaría, Madre de Jesús y Madre nuestra, se han man-tenido. Nuestro fundador y todos los hermanos, a lolargo de nuestra historia, han tenido siempre el nom-bre de María en los labios y el amor a ella en el cora-zón. La Regla de vida nos la presenta como “el mode-lo acabado de la fidelidad al Señor” (R 66), como laconsagrada por excelencia, como modelo “que perse-vera en la intimidad de su Señor” (R 74), como lamadre que Jesús nos dio en la cruz (cf. R 119) y aquien dirigimos nuestra oración (cf. R 138) y como“nuestra madre y educadora” (R 178).

Reconozcamos en María a la madre que, como enPentecostés, nos reúne a sus hijos en Iglesia, paravivir la comunión con Dios y anunciar y construir suReino. Verdaderamente María es, también, artífice denuestra comunión.

Nutrientes de nuestra vida espiritualLa oración ocupa un lugar especial en la espirituali-

dad. Desarrollaré este tema en la próxima circular,que publicaré en mayo del próximo año. Veremos lamanera de vivir nuestro encuentro diario de intimidadcon Jesús-Hermano.

Por el momento les invito, hermanos, a reflexionar,orar y compartir esta circular. Que ella nos ayude aavanzar en la peregrinación de esperanza por el cami-no de la comunión con Dios que, en la persona deJesús, sale diariamente a nuestro encuentro.

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PREGUNTAS SUGERIDAS PARA LA REFLEXIÓNPERSONAL Y PARA EL COMPARTIR COMUNITARIO 1. ¿Qué entiendes por espiritualidad?

2. ¿Cuáles son los rasgos fundamentales de la espiri-tualidad del Instituto?

3. ¿Qué señales nos llevan a afirmar que un herma-no vive una profunda espiritualidad?

4. En estos últimos tiempos, ¿qué textos de laSagrada escritura inspiran más tu encuentro conJesús? Escoge uno o dos y explica el por qué.

5. En estos últimos tiempos, ¿qué textos de la Reglade vida inspiran más tu encuentro con Jesús? Escogeuno o dos y explica el por qué.

6. ¿Qué motivos te impulsan a peregrinar hoy en lavida religiosa, a permanecer y realizarte en ella?

CELEBRACIONES DE LA PALABRA.Sugiero, para favorecer la vida espiritual tanto a nivelpersonal como comunitario, que los equipos provincia-les de animación y acompañamiento preparen, paraser realizadas en las comunidades locales, algunascelebraciones de la Palabra sobre algunos de lostemas de esta circular, y los iluminen con la Palabra deDios y con la Regla de Vida. Donde no existan dichosequipos, se pueden preparar las celebraciones en cadacomunidad local. Es importante emplear signos enellas. Los temas pueden ser:

1. Una peregrinación de esperanza.

2. Mirar al que traspasaron.

3. El encuentro íntimo con Jesús.

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