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Una nueva estela de guerrero procedente de Cabañas del Castillo (Cáceres) Esther Rodríguez González Instituto de Arqueología (CSIC – Junta de Extremadura) [email protected] José Miguel González Bornay Arqueólogo del Museo de Cáceres [email protected] Resumen: Más de un siglo después de la aparición de la primera estela de guerrero en Solana de Cabañas (Cáceres) y contando ahora con más de un centenar y medio de ejemplares para el estudio de este fenómeno, se presenta un nuevo monumento hallado en Cabañas del Castillo (Cáceres). La ausencia de contexto arqueoló- gico que permita ponerla en relación con el poblamiento del entorno donde fue localizada, nos ha llevado a realizar un análisis iconográfico y estilístico que ha permitido, por un lado, incluirla dentro del denominado grupo de la sierra de Montánchez – valle del Tajo, dentro de la comarca de las Villuercas – Ibores, en la provincia de Cáceres; mientras que, por otro lado, se le asigna una crono- logía avanzada dentro del período tartésico, como así evidencian la presencia de elementos mediterráneos entre los objetos que acompañan al antropomorfo. Palabras claves: Estelas de guerrero, las Villuercas – Ibores, Tarteso, antro- pomorfo, armas y objetos suntuarios. Abstract: More than a century after the appearance of the first warrior´s stela in Solana de Cabañas (Cáceres), the first of more than a hundred of currently known specimens, we submit a new monument found in Cabañas del Castillo (Cáceres). The absence of archaeological context prevents us from putting it in relation to the settlement near which it was located. Instead, we carry out an iconographic and stylistic analysis, which allows, on the one hand, including it within the so-called group of the Sierra de Montánchez; on the other hand, we assign it an advanced chronology within the Tartessian period, as evidenced by the presence of Mediterranean elements among the objects associated with the anthropomorph. Keywords: Warrior’s Stelae, Villuercas - Ibores, Tartessos, anthropomorph, weapons and luxury items. Revista de Estudios Extremeños, 2018, Tomo LXXIV, N.º III, pp 1451-1474

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Una nueva estela de guerrero procedente de Cabañas del Castillo (Cáceres)

Esther Rodríguez GonzálezInstituto de Arqueología (CSIC – Junta de Extremadura)

[email protected]é Miguel González Bornay

Arqueólogo del Museo de Cá[email protected]

Resumen:Más de un siglo después de la aparición de la primera estela de guerrero en

Solana de Cabañas (Cáceres) y contando ahora con más de un centenar y medio de ejemplares para el estudio de este fenómeno, se presenta un nuevo monumento hallado en Cabañas del Castillo (Cáceres). La ausencia de contexto arqueoló-gico que permita ponerla en relación con el poblamiento del entorno donde fue localizada, nos ha llevado a realizar un análisis iconográfico y estilístico que ha permitido, por un lado, incluirla dentro del denominado grupo de la sierra de Montánchez – valle del Tajo, dentro de la comarca de las Villuercas – Ibores, en la provincia de Cáceres; mientras que, por otro lado, se le asigna una crono-logía avanzada dentro del período tartésico, como así evidencian la presencia de elementos mediterráneos entre los objetos que acompañan al antropomorfo.Palabras claves: Estelas de guerrero, las Villuercas – Ibores, Tarteso, antro-pomorfo, armas y objetos suntuarios.

Abstract:More than a century after the appearance of the first warrior s stela in

Solana de Cabañas (Cáceres), the first of more than a hundred of currently known specimens, we submit a new monument found in Cabañas del Castillo (Cáceres). The absence of archaeological context prevents us from putting it in relation to the settlement near which it was located. Instead, we carry out an iconographic and stylistic analysis, which allows, on the one hand, including it within the so-called group of the Sierra de Montánchez; on the other hand, we assign it an advanced chronology within the Tartessian period, as evidenced by the presence of Mediterranean elements among the objects associated with the anthropomorph.Keywords: Warrior’s Stelae, Villuercas - Ibores, Tartessos, anthropomorph, weapons and luxury items.

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UNA APROXIMACIÓN HISTORIOGRÁFICA A UN FENÓMENO EN PROCESO DE CAMBIO

El paisaje que comprende la actual comunidad de Extremadura es, desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, uno de los horizontes que me-jores testimonios materiales nos ha legado para el estudio de la Protohistoria del Suroeste. A esta región pertenecen importantes conjunto áureos como el tesoro de la Aliseda, el de Serradilla o Berzocana, recientemente analizados y recopilados en un completo trabajo (Rodríguez Díaz, Pavón y Duque (eds.), 2017); los conocidos jarros de bronce, en torno a los cuales se construyó en los años cincuenta del pasado siglo, el primer capítulo de los estudios acerca del fenómeno orientalizante; o emblemáticos yacimientos de nuestra geografía como la necrópolis de Medellín o el santuario de Cancho Roano. Sin embargo, huelga decir que han sido las estelas de guerrero las que se han convertido en parte de su identidad, referentes ineludibles cuando uno de adentra en el estu-dio que comprende la etapa de transición entre un prácticamente desconocido Bronce Final y el Período tartésico, al haber aparecido en este territorio más de la mitad de los ejemplos conocidos.

Desde que M. Roso de Luna publicara en 1898 la primera estela hallada en la localidad de Solana de Cabañas, el número de ejemplares no ha dejado de crecer de forma exponencial hasta completar, a día de hoy, un conjunto de casi centenar y medio de estelas. Si bien es cierto que la localización de los primeros ejemplares documentados llevó a pensar que se trataba de un fenómeno exclusivo de la región de Extremadura, los hallazgos de las últimas décadas nos llevan a pensar que nos encontramos antes un fenómeno que se extiende, grosso modo, a lo largo de la fachada occidental peninsular (Celestino y Salgado, 2011: 434); pues ya se cuentan con varios ejemplares procedentes del noroeste de la península ibérica que así lo ratifican (Alves y Reis, 2011; Bettencourt, 2013; Silva y otros, 2014; Santos-Estévez y otros, 2017). Así mismo, el hecho de que además se hayan encontrado fuera de contexto arqueológico, ha provocado que la interpretación de estos monumentos se llene de cierta incertidumbre y espe-culación que, al mismo tiempo que ha distorsionado la realidad que representan, las ha convertido en uno de los elementos más estudiados y sobre los que más bibliografía se ha elaborado hasta la fecha.

El desconocimiento que su interpretación despertaba llevó a J. Cabré (1923) a presentar la que podría considerarse como la primera aproximación acerca de este fenómeno, siendo el primer autor que las inscribió dentro del Bronce Final, período del que desde entonces nunca se han desligado. Sus planteamientos no encontraron oposición alguna en la investigación, razón por

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la cual tuvieron que pasar casi dos décadas hasta la publicación, por parte de J. Ramón Fernández-Oxea (1950), de un nuevo trabajo. A éste autor se debe la elaboración del primer corpus de lo que él definía como estelas extremeñas en el que, a diferencia de sus predecesores, junto al estudio tipológico y estilístico, se incluía el primer mapa de distribución de los doce ejemplares hasta aquel momento conocidos.

La aparición en 1961 del primer ejemplar de Carmona, fuera del territorio que comprende la actual región de Extremadura, romperá con la exclusividad que ésta poseía en la aparición de estos monumentos, hecho que provocó la progresiva desaparición del concepto de “estelas extremeñas” que, inevitable-mente, se fue diluyendo dentro de nuestra historiografía para adoptar la nueva denominación de “estelas del suroeste”. Así, a pesar del extraordinario trabajo presentado por Ramón Fernández Oxea, el aumento del número de ejemplares y la extensión territorial que el fenómeno comenzaba a adoptar, llevaron a M. Almagro Basch (1966) a elaborar un nuevo corpus de estelas que sería consi-derado como un auténtico hito dentro del estudio de este fenómeno. Almagro Basch establece, por primera vez, una diferenciación tipológica entre el grupo compuesto por las losas alentejanas y las estelas propiamente dichas, conside-rando a estas segundas como una derivación de las primeras. Su trabajo abría las puertas a la pluralidad cultural que desde entonces caracterizará al estudio de estas piezas, pues mientras las armas tenían una clara procedencia atlántica y los carros una influencia centro europea, el soporte, es decir, la estela en sí misma, se vinculaba con el ritual funerario oriental, junto a algunos de los objetos que en ellas aparecían representados. El peso de este trabajo contuvo la discusión teórica durante toda una década (Celestino, 1990: 48), período en el que solo aparecieron publicados nuevos trabajos bajo su firma (Almagro Basch, 1972; 1974).

La revalorización que durante la década de los setenta sufre la investiga-ción acerca del proceso de colonización fenicia, también ha quedado reflejado en los estudios de las estelas, dentro de los cuales, frente al difusionismo cen-troeuropeo, se alza la sombra oriental que dotará a estos objetos de un fuerte componente mediterráneo. En esta línea se inscribe el trabajo de M. Almagro Gorbea (1977), quien presenta una nueva y más completa seriación tipológi-ca cuya mayor novedad será la inclusión de éstas dentro de un nuevo marco cronológico relacionado con el momento previo al inicio de la colonización denominado por la investigación como “precolonial” y que este autor define para el interior peninsular como Protoorientalizante (Almagro-Gorbea, 1977: 194). Ello daría pie a pensar en la existencia de una serie de contactos previos al

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establecimiento de las primeras factorías fenicias en las costas del sur peninsular, dotando de una nueva dimensión geográfica a la procedencia de los objetos que aparecían representados en las estelas (Blázquez, 1975; Bendala, 1977; 1983).

La década de los ochenta vendrá acompañada de un aumento inusitado de los ejemplares que provocará la ampliación del marco geográfico de proce-dencia, así como la incorporación de ejemplares con una complejidad mayor en sus composiciones. Esto dará pie a la aparición de las primeras reconstrucciones de contextos históricos a través de los cuales poder rastrear el significado y la relación cultural existente entre los diversos ejemplares conocidos. Lamenta-blemente, la carencia de contextos arqueológicos que permitiesen dotar a estos objetos de una funcionalidad concreta, influyó en el mantenimiento de una misma línea de trabajo en torno al estudio de la composición iconográfica de las escenas representadas en las estelas, análisis que paliaba la falta de infor-mación arqueológica que, al mismo tiempo, provocaba la aparición de dispares e irrebatibles interpretaciones acerca de su hipotético significado. Es en estos momentos cuando además se le otorga a este fenómeno un origen autóctono como consecuencia de la influencia ejercida por las teorías anti difusionistas llegadas de la mano de la Arqueología Procesual anglosajona.

La posibilidad de que fueran elementos de origen local, sumado a la con-centración de un elevado número de ejemplares dentro de una región geográfica concreta, dio paso, a principios de los noventa, a la aparición de trabajos que, por primera vez, tenían en cuenta no solo el aspecto puramente tipológico, sino también el factor humano y el entorno geográfico en el que se documentaban estas manifestaciones. A esta etapa pertenecen los estudios de S. Celestino (1990) y M. Ruiz-Gálvez y E. Galán (1991) que, a pesar de compartir algunos de los objetivos y planteamientos, difieren en cuanto a la funcionalidad asignada a las estelas. Así, frente a la tradicional defensa de su uso dentro del ritual funerario, estos dos últimos autores presentan una novedosa alternativa que interpreta a las estelas como hitos de paso, demarcadores territoriales localizados en zonas de contraste ecológico que definirían áreas de influencia y control (Ruíz-Gálvez y Galán, 1991: 270-271). Esta hipótesis será ampliada por Galán (1993) en una monografía dedicada al estudio de las estelas. Dentro de este trabajo desestima la idea de que las estelas estén descontextualizadas en el paisaje, abogando porque la localización de su hallazgo fuera probablemente próxima a la del lugar en el que fueron colocadas en origen, hipótesis que dota a estos monumentos de un papel como hitos que delimitan espacios de influencia o señalan vías de paso.

Esta etapa quedará sin duda culminada con la obra elaborada por S. Celestino (2001) quien, por primera vez, incluirá dentro de un mismo estudio

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la variable tipológica junto a un riguroso análisis geográfico que dará como resultado la dispersión de las estelas atendiendo a vertientes regionales y esti-lísticas. Con este trabajo se completaba el ensayo publicado en 1990 y en el se establecían cuatro zonas geográficas de distribución de las estelas: la Sierra de Gata, el valle del Tajo-Montánchez, el Valle del Guadiana, el Valle del Guadal-quivir y las zonas marginales; siendo a la segunda de estas regiones a las que se adscribe la pieza que aquí presentamos.

A pesar de los completos e interesantes trabajos elaborados hasta la fecha, aquí solo recogemos los que hemos considerado más significativos con la intención de generar una aproximación a la discusión que gira en torno a la contextualización tipológica y espacial de estas piezas. Por otro lado, la proble-mática cronológica y cultural de las estelas sigue siendo una tarea pendiente en el estudio de este fenómeno. Hemos asistido en los últimos años a un aumento gradual de los hallazgos, vinculados muchos a la comunidad de Extremadura (Pavón y Duque, 2010; Pavón y otros, 2018), dentro de la cual estos objetos siguen representando un símbolo de su identidad. Sirva de ejemplo el catálogo publicado por el Museo Arqueológico de Badajoz (De la Concha y otros, 2005) con motivo de la reubicación de las estelas dentro de uno de los claustros del museo. Además, a estos nuevos hallazgos se suman nuevas síntesis que buscan dar una explicación plausible al fenómeno, entre las que destacaremos la obra de M. Díaz-Guardamino (2010), donde se plantea un novedoso acercamiento al estudio de las estelas desde términos sociales e ideológicos, actualizando el catálogo con la inclusión de los ejemplos documentados más recientemente; y la nueva propuesta tipológica recogida en la publicación de un encuentro destinado a la puesta en común y actualización de los datos conocidos acerca de este fenómeno (Vilaça, 2011). En ella, S. Celestino y J. A. Salgado (2011) retoman la modalidad del análisis tipológico proponiendo una nueva clasifica-ción en cuatro tipos (fig. 1).

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Fig. 1. Tabla tipológica propuesta por S. Celestino y J.A. Salgado (Celestino y Salgado, 2011: 425, cuadro: 1)

Para ello se ha tenido en cuenta la presencia o ausencia de determinados objetos con los que, además, poder fecharlas. Esta clasificación ha sido reciente-mente simplificada y publicada dentro de un volumen dedicado a Tarteso donde uno de sus capítulos está destinado al estudio de este fenómeno (Celestino y López Ruiz, 2016: 164: fig. 5.3) (fig. 2).

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Fig. 2. Tabla de tipología de estelas propuesta por S. Celestino (Celestino y López Ruiz, 2016: 164, fig. 5.3).

La incorporación dentro de la distribución geográfica de las estelas de nuevas localizaciones, ha llevado a plantear la posibilidad de que se trate de un fenómeno occidental, abandonando la teoría que circunscribía las estelas al suroeste peninsular, lo que no excluye a esta región de contar con el conjunto más numeroso de estos monumentos (Celestino y Salgado, 2011:434). Prueba de esta diversidad geográfica es la aparición de varios ejemplares al norte del Tajo, caso del reciente hallazgo producido en la localidad de Castrelo de Val, Galicia (Santos y otros, 2017), lo que ha obligado a cambiar su denominación por la de “estelas de oeste”, quedando, de ese modo, vinculadas a la fachada atlántica, región de las que parece fueron originarias (fig. 3).

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Fig. 3. Mapa de distribución de las estelas (a partir de Celestino y Salgado, 2011: 447, fig. 1)

HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTOEl descubrimiento de la estela de Cabañas del Castillo se produjo de

forma casual en el año 2004. La estela había sido reutilizada en la portada de un camino vecinal que comunicaba los municipios de Torrecillas de la Tiesa y Deleitosa, procedente de un cargamento de material constructivo extraído de una pedrera localizada en el término municipal de Cabañas del Castillo (fig. 4), material que iba a ser utilizado como relleno para la capa de firme de un camino vecinal. Debido a su tamaño, la estela fue recolocada en la portada de una de las fincas como parte de los habituales cercados de piedra construidos para la delimitación de las parcelas. El propietario de la finca, alertado por los grabados que ésta presentaba, decidió recogerla y trasladarla a su domicilio en Trujillo, donde tuvimos ocasión de fotografiarla, medirla y realizar un calco. En la actualidad, y a pesar de los esfuerzos realizados por el Museo de Cáceres para recuperar la pieza, la estela continúa inserta en los muros del patio del domicilio al que fue trasladada tras su aparición.

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Fig. 4. Mapa de localización de los municipios relacionados con el hallazgo de la estela.

La ausencia de un contexto arqueológico en el que insertar el hallazgo de esta pieza complica la lectura cronocultural de la misma. Según la información oral trasmitida por los familiares herederos de la pieza, ésta procedería de las pedreras de Cabañas del Castillo, procedencia que también se considera para la estela de Solana de Cabañas (Celestino, 2001: 348). Estas pedreras (fig. 5), también denominadas como canchales, pedrizas o casqueras, son unos depósitos de bloques cuarcíticos de gran extensión pero de escasa potencia. Su forma-ción se debe a la meteorización mecánica que tiene lugar sobre las cuarcitas localizadas en las cumbres durante los períodos glaciares del Cuaternario. El agua que se introduce en las fracturas de las rocas al congelarse actúa a modo de cuña provocando el desprendimiento de grandes bloques que se depositan en las laderas aprovechando la pendiente. De ese modo, hoy en día todavía se aprecian a los pies de algunas elevaciones de crestas cuarcíticas mantos que se extienden a lo largo de sus laderas como auténticos ríos de piedras de forma longitudinal, triangular o trasversal. Su forma angulosa, su diversa morfología y su tamaño, hacen de estos bloques una materia prima excepcional para la realización de estelas; lo que sin duda alguna es una razón por la cual el mayor volumen de estas piezas se concentra en esta región geográfica.

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Fig. 5. Imagen de las pedreras de Cabañas del Castillo (Cáceres).

LA ESTELA DE CABAÑAS DEL CASTILLO: DESCRIPCIÓN TECNO-MORFOLÓGICA

La estela de Cabañas del Castillo está realizada sobre un soporte de cuarcita de tendencia rectangular de 1,24 m de altura, 0,48 m de anchura y 0,18 m de grosor medio, aunque su altura original debió acercarse al 1,70 m de altura (fig. 6). Dicho soporte se corresponde con un bloque natural rodado muy común en las pedreras de la zona, pero que debió ser preparada por su grabador en la cara que recibe la decoración, ya que la parte posterior presenta más irregularidades y conserva el córtex original. En uno de sus laterales se observan marcas diago-nales a intervalos regulares producidas por el golpe con algún objeto metálico para desbastar y preparar el soporte (fig. 7), algo que también se observa en estelas como las de Benquerencia, Herrera del Duque o el Viso II. Por su parte, la cara principal, la que presenta la decoración, fue rebajada y ha perdido parte de la corteza original y la pátina, presentando algunos problemas de exfoliación originados posiblemente por el grabado. Aunque su estado de conservación es bastante bueno, lo que permite que los grabados de la estela sean fácilmente visibles, la pieza ha perdido parte de la coronación y el tercio inferior de la base, zona que estaría probablemente sin decorar para que la pieza pudiera ir hincada verticalmente a modo de estela. Esta rotura suele ser bastante común en todos los ejemplos conocidos, pues parece indicar una intencionalidad en el derribo de las estelas desde la verticalidad de su situación original.

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Fig. 6. Imagen de la estela de Cabañas del Castillo (Cáceres).

En lo que respecta al grabado (fig. 8) no se aprecian planteamientos previos de un grabado más fino mediante punzón, por lo que la decoración se acometió directamente sobre la superficie, apreciándose en distinto color aquellas zonas que no han sido rebajadas a la hora de grabar. El dibujo se realizó mediante un piqueteado profundo, con posterior abrasión del surco, que se aprecia muy bien delimitado debido a la naturaleza de la cuarcita y a la superficie, más o menos

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plana, que presenta el soporte; no obstante, en lo que respecta a la representación de la espada y el espejo, concretamente, se observa como se ha practicado un rebajado completo de la hoja y la superficie, un aspecto habitual en las estelas pertenecientes a la Zona II, valle del Tajo – Montánchez.

Fig. 7. Fotografía en la que se observan las marcas del piqueteado presentes en la estela de Caba-ñas del Castillo (Cáceres).

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Fig. 8. Dibujo de la estela de Cabañas del Castillo (Cáceres).

Ante la ausencia de un contexto arqueológico que permita enmarcar la pieza, el mayor volumen de información acerca del significado y la cronolo-gía de estos objetos la proporciona la composición escénica. Ocupa toda la superficie del soporte y presenta un buen estado de conservación, a excepción

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de las fracturas y la pérdida de superficie por el proceso de exfoliación antes mencionado. La pieza central es un gran escudo con escotadura en V en su lado izquierdo, un elemento muy común en este tipo de composiciones. Posee un diámetro máximo de 40 cm y está formado por tres círculos concéntricos, los dos exteriores con escotadura en V a la izquierda y, en el interior, una abrazadera o asidero en posición vertical, perpendicular a la escotadura, algo inusual en las representaciones de los escudos; así como un claveteado representado en tres grupos de tres en los dos círculos exteriores (fig. 9b). Aunque su estado de conservación es excelente, el grabado del círculo exterior en su parte izquierda se ha perdido por exfoliación de la piedra; sin embargo, puede incluirse, sin duda alguna, en el grupo Ib2, escudo con escotadura y asidero, de la tipología de Celestino (2001: 116-118).

Figs. 9a-b-c-d. Detalles de los elementos representados en la estela de Cabañas del Castillo. A. Casco; B. Escudo; C. Antropomorfo; D. Espejo y fíbula.

De la representación del escudo se pueden extraer dos particularismos. Por un lado, el claveteado está representado en igual número en los dos círculos exteriores, siendo este el único caso en el que el número de clavos represen-tados coincide, pues lo habitual es que el número sea distinto, al igual que su alternancia. No debe tratarse de una representación al azar ya que en la mayoría

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de los escudos hay una intencionalidad en estas representaciones de clavos por agrupaciones de dos o tres. Así, en el escudo de la estela de Brozas (White 1947: 147; Celestino, 2001: 338) y en la de Aldea del Rey I (Valiente y Prado, 1978: 375; Celestino, 2001: 411), se representan cinco grupos de tres clavos en el círculo exterior, mientras que en el interior pasa a grupos de dos. En la estela de Telhado (Mendes y Bizarro, 2015: 95), en Fundao, la disposición de los remaches también es regular y sigue ese mismo esquema pero en grupos de cinco clavos dispuestos en dos líneas de tres y dos en los dos círculos exteriores. Por último, la estela de Torrejón el Rubio (Ramón Fernández-Oxea, 1950: 299; Celestino, 2001: 329) presenta cuatro grupos de tres o la estela de Solana de Cabañas alterna dos grupos de dos y tres, al igual que la de Santa Ana de Trujillo (Ramón Fernández-Oxea, 1942: 334-337; Celestino, 2001: 343).

Por otro lado, la segunda particularidad presente en el escudo se refiere a la disposición que presenta el asidero o abrazadera, pues se trata de uno de los pocos casos en los que ésta se dispone de forma perpendicular a la escotadura. Su representación suele estar, en la casi totalidad de los escudos, en línea con la escotadura, pues según algunos autores esta alineación indicaría la dirección en la que el escudo debería ser cogido (Harding, 2003: 282). Solo conocemos hasta el momento tres casos en los cuales el asidero no está en línea con la escotadura, sino dispuesto de forma perpendicular. Nos referimos a las estelas de Córdoba II (Murillo, 1994: 11; Celestino, 2001: 437), la de Cerro Muriano II (Murillo Redondo y otros, 2005: 17-19) y la de Foios (Curado, 1984: 103-108; Celestino, 2001: 328), aunque huelga decir que esta última fue interpretada como un error o falta de pericia por parte del grabador (Celestino, 2001: 116). Sin embargo, en el caso de la estela de Cabañas del Castillo, no parece que la orientación del asidero obedezca a un error o descuido, más cuando hay un especial esmero en la representación de otros detalles como el claveteado. Así mismo, en alguno de los ejemplos conocidos el asidero está representado por dos líneas paralelas o asidero doble I.d de Celestino (2001: 120), en línea con la escotadura, como en el caso de la estela de Vega de San Miguel o Capilla IV (Celestino, 2001: 376-377; Domínguez y otros, 2005: 30-31) y la de Almendralejo (Almagro Basch, 1966: 30). La unión de ambos asideros paralelos nos proporcionaría un asidero en H horizontal, por lo que podríamos estar hablando de la existencia de dos tipos de asidero, uno simple (en I) que se sitúa en línea con la escotadura; y uno doble (en H) perpendicular a la escotadura diseñado para introducir el brazo u otra forma de asir el escudo. Así mismo, no podemos tampoco olvidar que este tipo de asidero podría estar en relación con el hecho de que se tratase de la representación de las armas de un guerrero zurdo (Celestino, 2001: 137).

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El escudo constituye uno de los elementos más representativos de las este-las, lo que lo convierte tanto en un elemento de identidad como en un marcador cronológico, más en casos como el aquí analizado donde el escudo ocupa una posición central. En la estela de Cabañas del Castillo, al tratarse de un escudo con escotadura y clavos, del tipo Ib2 de Celestino (2001:118) nos encontramos ante un escudo considerado autóctono con una cronología en torno al siglo IX a.C. (Celes-tino, 2001: 150), que con el tiempo evolucionaran a otros tipos ya sin escotadura.

El siguiente elemento a caracterizar en la representación iconográfica de la estela de Cabañas del Castillo es el casco. Está grabado en la parte superior, como suele ser habitual, aprovechando los rebajes naturales de la propia piedra para dar cierta profundidad a la parte derecha de la representación. Éste ha sido realizado a partir de dos líneas paralelas a modo de doble cono que cierra en la parte interior también a partir de dos líneas paralelas que marcan dos apéndices en el lateral. La base del casco mide 20 cm, por lo que formaría aproximada-mente un triángulo equilátero. A pesar de haber perdido un fragmento de su parte superior por la rotura del soporte, no cabe duda de que se trata de un casco cónico similar a otros representados en otras estelas de la Zona II, caso de la estela de Valencia de Alcántara III (Almagro Basch, 1966: 114-115; Celestino, 2001: 337), la de Zarza de Montánchez (Naharro, 1976: 28-29; Celestino, 2001: 347), la de Santa Ana de Trujillo (Ramón Fernández Oxea, 1942: 334-337; Ce-lestino, 2001: 343) o la de Telhado (Mendes y Bizarro, 2015: 95); así como el ejemplo de la estela de Herencias I (Fernández Miranda, 1987: 463; Celestino 2001:352), donde la representación del casco es mucho más simplificada. Un caso particular lo constituye la representación de la estela de Solana de Caba-ñas, donde la figura triangular que aparece junto al espejo ha sido interpretada como un posible casco cónico (Celestino, 2001: 349). Sin embargo, la similitud compositiva que la estela de Cabañas del Castillo guarda con la de Solana de Cabañas nos lleva a calificar esta representación triangular como una posible fíbula, mientras que el casco posiblemente habría sido representado en la parte superior de la estela, perdida en el caso del ejemplar de Solana, donde la parte superior del soporte aparece fragmentada.

De ese modo, si aceptamos que el elemento representado en la parte supe-rior de la escena de la estela de Cabañas del Castillo es un casco de cimera, su origen estaría en los contactos atlánticos de mediados del siglo X a.C. (Celestino, 2001: 156), un objeto que posteriormente perdurarán hasta mediados del siglo VIII a.C. (Almagro-Gorbea, 1973: 359).

Bajo el casco aparece representada la lanza, quizás el elemento que ha sido representado de manera más tosca. Este objeto está presente en la totalidad de

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las estelas de la Zona I, Sierra de Gata y la Zona II, valle del Tajo-Montánchez (Celestino, 2001: 101), donde además aparecen representadas en posición hori-zontal y orientadas hacia la izquierda coincidiendo con la escotadura del escudo, un hecho que se cumple en todos los casos menos en el ejemplo de Solana de Cabañas. En el caso de la estela de Cabañas del Castillo, su representación se efectuó mediante el grabado de una gruesa línea horizontal de 27 cm de longitud, en la cual apenas se aprecia diferencia entre la punta y el astil, pues este último no está completo al estar la estela fracturada por su lado derecho (fig. 9a).

Bajo el escudo, en la parte inferior izquierda de la escena se encuentra otro de los elementos más comunes presentes en las estelas, la espada. De hoja ancha estrechada únicamente en la punta, ha sido rebajada completamente. Su grabado está incompleto al haberse perdido parte de la empuñadura, aunque pueden apreciarse la guarda con los gavilanes curvados hacia la hoja, al igual que se observa en las espadas de las estelas de Zarza de Montánchez (Naharro, 1976: 28-29; Celestino, 2001: 347), del Carneril de Trujillo (Almagro Basch, 1974: 26-28; Celestino, 2001: 341), de Ibahernando (Ramón Fernández Oxea, 1955: 266; Celestino, 2001: 342) y la de Brozas (White, 1947: 159; Celestino, 2001: 338). Dichos gavilanes miden 7 cm mientras que la espada tiene una lon-gitud conservada de 31 cm. Esta espada tiene la particularidad de estar dibujada verticalmente, lo que la diferencia de las espadas aparecidas en las Zonas I y II dispuestas en horizontal (Celestino, 2001: 92). Este cambio en la disposición del objeto, la coloca cercana a la mano del antropomorfo, lo que simula la actitud de blandir la espada. Así mismo, su situación bajo el escudo mantiene el esquema vertical de lanza-escudo-espada tan ampliamente repetido en todas las estelas básicas que acusarán la evolución compositiva de las estelas (Celestino, 2001: 137). Con la evolución de las estelas las espadas pasaran a situarse en el cinto del antropomorfo o cercanas a éste, como queda bien reflejado en las estelas de la Zona III, valle del Guadiana/valle del Zújar (Celestino, 2001: 93).

En cuanto a la definición tipológica del ejemplar representado en la estela de Cabañas del Castillo, la imprecisión con la que ésta ha sido grabada en la estela complica su adscripción a cualquiera de los diferentes tipos de espadas que circulan durante el Bronce Final por la fachada atlántica; sin embargo, por comparación con otros ejemplos representados, el estrechamiento de la punta podría apuntar hacía un modelo pistiliforme como el aparecido en la estela de Bronzas o en la de Ibahernando (Celestino, 2001: 130).

La aparición del antropomorfo en la escena supone una evolución que llevará a una gran transformación en la composición de las estelas (Celestino 2001: 94). Dentro de este fenómeno destacan los ejemplares aparecidos en la

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parte oriental de la Zona II, valle del Tajo-Montánchez, donde se pone de ma-nifiesto esta transición compositiva. El antropomorfo aparece bajo el escudo (fig. 9c), centrado y en un tamaño que ya anuncia el cambio que posicionará a la figura humana junto al escudo, para terminar de imponerse como el elemento más importante y destacado dentro de la escena. La figura humana presenta un gran esquematismo, como ocurre en la gran mayoría de los ejemplos conocidos. Posee una cabeza ovalada unida al torso del que parten los brazos abiertos que se separan del cuerpo sin que los hombros aparezcan marcados. El torso se inclina ligeramente hacia la derecha, lo que parece indicar que las piernas estarían dis-puestas hacia el lado izquierdo, tal vez en la misma posición en la que aparecen en la estela de Solana de Cabañas; sin embargo, la rotura de la parte inferior de la estela no ha permitido conservar ni las manos ni los pies de esta figura.

A la derecha, bajo el escudo y junto a la cabeza del antropomorfo, aparece representado un espejo, un objeto de prestigio asociado al mundo funerario. Su ubicación en la zona inferior de la estela supone una excepción en la Zona II junto a la estela de Santa Ana de Trujillo (Celestino, 2001:165). Posiblemente es la aparición del antropomorfo la que motiva un cambio en la composición que hace que el espejo se localice en la posición más idónea con respecto a éste, es decir, mirando hacia el cuello del antropomorfo. El disco es redondo, con un diámetro de 6,5 cm al que se adhiere un mango recto y alargado de 5,5 cm de longitud y 2 cm. de anchura. Su grabado se ha practicado a partir del rebaje completo del mango y la superficie, al igual que en las estelas de Solana de Cabañas, Brozas, Zarza de Montánchez, Torrejón el Rubio IV (Celestino 2001: 333) o las Bodeguillas (Pavón y Duque 2010: 118). La simplicidad de su representación nos impide arrojar algún comentario sobre su tipología; sin embargo es bien conocido que se trata de un objeto de prestigio procedente de los contactos comerciales con el mundo mediterráneo, aunque no se conoce ningún ejemplar ni en la zona donde se detectan las estelas tartésicas ni en el resto de la Península Ibérica. Del cercano Cerro de San Cristóbal, en Logrosán, procede un fragmento de molde de caliza utilizado en una de sus caras para la fabricación de hachas, pero que posteriormente fue reutilizado para servir de molde de espejos (Merideth, 2000: 2); no obstante, el disco resultante de este molde sería demasiado pequeño y el canalillo se ha interpretado más como un conducto de llenado que como un mango de espejo (Rodríguez Díaz y otros, 2013: 104), por lo que no se puede afirmar que se trate de un molde para la fabricación de espejos, ni que se trate de objetos fabricados en este territorio.

El último elemento representado es la fíbula. Se ha grabado mediante un triángulo de ángulos redondeados y líneas gruesas con unas medidas de 6 cm en

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su base menor y 9 cm de longitud. Su colocación se sitúa bajo el espejo, junto al antropomorfo. Su forma y disposición es igual que la presente en la estela de Solana de Cabañas, sin embargo, como antes ya mencionamos, ésta había sido interpretada como un casco debido a la simplicidad en la realización de la fíbula y la falta de resorte. A diferencia del resto de objetos representados en las estelas, es de la fíbula de los que más ejemplos disponemos en el registro arqueológico, contando con un número destacado de ellas en la provincia de Cáceres (fig. 9d).

LA ESTELA DE CABAÑAS DEL CASTILLO EN SU CONTEXTO CRONOCULTURAL

Abordar este apartado del trabajo resulta una labor muy complicada ya que la estela objeto de estudio carece de un contexto arqueológico en el que encuadrarla. Si bien, esto es un hecho recurrente en los diferentes estudios que abordan el análisis de este fenómeno, pues los ejemplos aparecen dispersos y descontextualizados en el paisaje; sin embargo, en el caso aquí analizado este hecho se agudiza, pues solo tenemos indicios del entorno de procedencia de la pieza.

Dadas las circunstancias, solo la composición iconográfica de la pieza puede acercarnos a su contexto. De ese modo, la relevancia que presenta el escudo, dispuesto en el centro de la escena con un tamaño superior al del resto de objetos, así como el grabado del antropomorfo en el centro de la escena bajo éste, es un rasgo simbólico que también se aprecia en otros ejemplos como la estela de Zarza de Montánchez o la de Solana de Cabañas, si bien ésta última, aunque más esbelta, es la que mayor similitud guarda con el ejemplo aquí presentado. Esto nos permite incluir el nuevo ejemplar dentro del Tipo II, valle del Tajo - Montánchez (fig. 10). Este tipo de estelas constituyen una evolución compositiva de las tipo IB, las denominadas estelas básicas, donde únicamente se representa el escudo, la lanza y la espada. Están presentes en la denominada como Zona I, Sierra de Gata (Celestino, 2001: 48), y a ellas se le añadirán los elementos foráneos, tanto aquellos de procedencia atlántica como los medite-rráneos. Las estelas Tipo II serán los primeros ejemplos en los que se introduce la figura del antropomorfo que ganará progresivamente protagonismo hasta imponerse como el elemento preponderante y más característico. De ese modo, la estela que aquí presentamos supone el paso previo a las estelas de Zarza de Montánchez y Solana de Cabañas, donde el escudo y el antropomorfo ocupan la posición central y la misma importancia dentro de la jerarquía de la compo-sición. Por otro lado, los objetos contenidos en la estela muestran una dualidad

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entre los elementos de clara ascendencia atlántica, como el casco, la espada y probablemente la lanza; y la aparición de objetos de procedencia mediterránea consecuencia del comercio fenicio y del horizonte tartésico de la cuenca media del Guadiana, como son el espejo y la fíbula.

Fig. 10. Distribución de las estelas tipo II, valle del Tajo – Montánchez.

Lamentablemente, poco podemos aportar al debate acerca de la funciona-lidad de estos monumentos, pues, como ya se ha reiterado en varias ocasiones la estela que aquí presentamos carece de un contexto arqueológico. Igualmente, escasos son los indicios que nos permiten otorgarle una cronología cerrada, pues del mismo modo que ocurre con el resto de casos conocidos, es la datación otorgada a los objetos representados en la estela la que marca su cronología, un método que al menos nos acerca al contexto en el que estas piezas fueron realizadas; en este caso inserto en el horizonte tartésico del suroeste peninsular.

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