una nueva biología e para una nueva sociedad

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Una nueva biología para una nueva sociedad Máximo Sandín E n junio de 1999 tuvo lugar en Buda- pest la «Conferencia Mundial sobre la Ciencia», organizada conjuntamente por la UNESCO y el Consejo Internacional para la Ciencia. Los participantes, en un núme- ro próximo a los 2000, elaboraron un mani- fiesto, impregnado de inquietud, con el título «Declaración sobre la Ciencia y la utilización del Conocimiento Científico», que en su punto 20 afirma: «Que ciertas aplicaciones de la Ciencia pueden ser perjudiciales para las per- sonas, así como para la sociedad, el medio ambiente y la salud humana, y que pueden incluso amenazar la supervivencia de la espe- cie humana...». Y en el 21: «Que constituye una responsabilidad específica de los científi- cos prevenir aquellas aplicaciones de la Cien- cia que resulten contrarias a la ética o que tengan consecuencias indeseadas». Mi inten- ción aquí es dar cumplimiento a este mandato. Con la utilización en la década de los 70 de la técnica del ADN recombinante nació lo que hoy se conoce como «ingeniería genética» (denominación que discutiremos más adelan- te). Un nacimiento rodeado de controversias e inquietud... Veamos por qué: La técnica del ADN recombinante consiste en la utilización de enzimas obtenidas de bacterias que son capaces de cortar en trozos el ADN por sitios que tienen tendencia a unirse de nuevo (es decir, no se trata de una invención, porque es la manipulación de un fenómeno existente en la Naturaleza). El uso de estas enzimas hace posible insertar, con mayor o menor precisión, trozos de ADN ajenos en el de virus, plásmi- dos o elementos genéticos móviles, todos los cuales tienen en la Naturaleza las capacidades de, o bien infectar las células y multiplicarse dentro de ellas, o de insertarse en sus cromo- somas y replicarse junto con la célula recepto- ra. Son lo que se conoce como «vectores», que permiten, por ejemplo, transferir «genes» de una especie a otra con la que no se cruza natu- ralmente. Pero fueron los propios científicos involu- crados en estas prácticas los que se alarmaron ante sus posibles implicaciones. Comprendie- ron que existía la posibilidad de que un error, o incluso una acción deliberada, condujese a la aparición de nuevos virus y bacterias pató- genos, dada la plasticidad y capacidad natural 537 Título del artículo Máximo Sandín. Dpto. de Biología. Facultad de Ciencias. UAM. Política y Sociedad, Vol 39, Núm. 3 (2002), Madrid (pp. 537-573) brought to you by CORE View metadata, citation and similar papers at core.ac.uk provided by Portal de Revistas Científicas Complutenses

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Una nueva biologíapara una nuevasociedad

Máximo Sandín

E n junio de 1999 tuvo lugar en Buda-pest la «Conferencia Mundial sobre laCiencia», organizada conjuntamente

por la UNESCO y el Consejo Internacionalpara la Ciencia. Los participantes, en un núme-ro próximo a los 2000, elaboraron un mani-fiesto, impregnado de inquietud, con el título«Declaración sobre la Ciencia y la utilizacióndel Conocimiento Científico», que en su punto20 afirma: «Que ciertas aplicaciones de laCiencia pueden ser perjudiciales para las per-sonas, así como para la sociedad, el medioambiente y la salud humana, y que puedenincluso amenazar la supervivencia de la espe-cie humana...». Y en el 21: «Que constituyeuna responsabilidad específica de los científi-cos prevenir aquellas aplicaciones de la Cien-cia que resulten contrarias a la ética o quetengan consecuencias indeseadas». Mi inten-ción aquí es dar cumplimiento a este mandato.

Con la utilización en la década de los 70 dela técnica del ADN recombinante nació lo quehoy se conoce como «ingeniería genética»(denominación que discutiremos más adelan-te). Un nacimiento rodeado de controversias einquietud... Veamos por qué: La técnica delADN recombinante consiste en la utilizaciónde enzimas obtenidas de bacterias que soncapaces de cortar en trozos el ADN por sitiosque tienen tendencia a unirse de nuevo (esdecir, no se trata de una invención, porque esla manipulación de un fenómeno existente enla Naturaleza). El uso de estas enzimas haceposible insertar, con mayor o menor precisión,trozos de ADN ajenos en el de virus, plásmi-dos o elementos genéticos móviles, todos loscuales tienen en la Naturaleza las capacidadesde, o bien infectar las células y multiplicarsedentro de ellas, o de insertarse en sus cromo-somas y replicarse junto con la célula recepto-ra. Son lo que se conoce como «vectores», quepermiten, por ejemplo, transferir «genes» deuna especie a otra con la que no se cruza natu-ralmente.

Pero fueron los propios científicos involu-crados en estas prácticas los que se alarmaronante sus posibles implicaciones. Comprendie-ron que existía la posibilidad de que un error,o incluso una acción deliberada, condujese ala aparición de nuevos virus y bacterias pató-genos, dada la plasticidad y capacidad natural

537Título del artículo

Máximo Sandín. Dpto. de Biología. Facultad de Ciencias. UAM.Política y Sociedad, Vol 39, Núm. 3 (2002), Madrid (pp. 537-573)

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de recombinación de su material genético. En1974 los investigadores pioneros en estecampo acordaron aplazar voluntariamentevarios tipos de experimentos que podíanresultar arriesgados. En aquellas fechas losconocimientos sobre Genética molecular eranincipientes, pero ya se tenía conciencia de quelos microorganismos utilizados como «hospe-dadores» del ADN recombinante podían con-vertirse en patógenos incontrolables. Losdebates científicos sobre estos riesgos congre-garon a los máximos expertos en la materia.Erwin Chargaff, pionero en las investigacio-nes que condujeron al desciframiento delcódigo genético, afirmó: «Mi generación, oquizás la que me precede, ha sido la primeraque ha librado, bajo el liderazgo de las cien-cias exactas, una batalla destructiva y colo-nial contra la Naturaleza. El futuro nos mal-decirá por ello» (Grobstein, 1977). Cuando sepronunciaba esta sentencia, que lleva caminode convertirse en premonitoria, la actividadcientífica todavía estaba concebida como unaprofundización en los conocimientos, cuyosavances debían ser compartidos por toda lacomunidad científica y sus posibles aplicacio-nes prácticas por toda la Humanidad. Pero enlos Estados Unidos ya se palpaba la inquietudpor la posibilidad de que las prácticas demanipulación genética escaparan del controlcientífico y social: «Ha ido ganando terrenola idea de que es necesario dar inmediata-mente una base legal a la regulación que seencuentra en las normas de los InstitutosNacionales de Salud. En particular, la regula-ción debe extenderse a las actividades nofinanciadas por organismos no federales,especialmente en el sector industrial». Tam-bién eran contempladas con inquietud lasposibles desviaciones de los científicos de laética científica: «Para estar sobre aviso desdeel principio, es de especial importancia unsistema de control eficaz que siga las direc-ciones reales de la investigación del ADNrecombinante. /.../ Es esencial que se sigan demanera sistemática los caminos que tomanlos intereses de los investigadores, desde losprogramas de ayudas económicas y las comu-nicaciones hasta la publicación del trabajo».Finalmente, una conferencia celebrada enAsilomar, California, en la que se discutiósobre los riesgos potenciales de la técnica delADN recombinante, finalizó con la Declara-

ción de Asilomar, en la que se proponía unamoratoria en estas prácticas hasta que se esta-bleciese una regulación.

Como hemos podido comprobar, las inquie-tudes de los científicos de los 70 estaban ple-namente justificadas. En la actualidad, lasprácticas de manipulación genética han pasa-do, en su mayor parte, a estar dirigidas por losintereses de las empresas privadas. La irrup-ción del «Mercado» en la Ciencia ha transfor-mado la concepción de la investigación hastaconvertirla en una actividad comercial. Lasperspectivas de rentabilización de los descu-brimientos genéticos ha llevado a que muchosgenetistas moleculares se hayan convertido endueños de sus propias compañías de biotecno-logía, y/o a que colaboren o dependan de lafinanciación de grandes empresas. Esta acti-tud es entusiastamente justificada por losmedios de comunicación: «Algunos de losinvestigadores más brillantes, al menos en losEstados Unidos, parecen haberse hartado deque la mina de oro de sus ideas acabe siendoexplotada comercialmente por otros y handecidido constituir sus propias empresas» (ElPaís, 9-4-2000). La «economía de libre mer-cado» y la Biología se han encontrado, y elresultado es que esta última parece haber olvi-dado su condición de Ciencia que busca elconocimiento para convertirse en una supues-ta tecnología (dado el insuficiente conoci-miento y control de los fenómenos que mani-pula) al servicio de la industria y delcomercio, y un factor más a incluir en las osci-laciones de la Bolsa (fenómeno del que lasmultinacionales de la biotecnología son elmáximo exponente). La consecuencia de estadegradación del espíritu científico es la crea-ción de un sendero por el que biotecnología yeconomía caminan alegremente hacia uncallejón sin salida, añadiendo a la crecientedegradación ambiental, a la extensión de lapobreza y al agotamiento de recursos, la pro-gresión, aparentemente imparable, de los peli-gros derivados de la irresponsable manipula-ción genética de los seres vivos. Sin embargo,esta confluencia no resulta sorprendente, por-que desde el 24 de noviembre de 1859 la Bio-logía y la Economía han estado estrechamen-te unidas. Tan estrechamente unidas que susconceptos centrales y su terminología sonprácticamente indistinguibles.

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Evolución, iguala Darwinismo

«V a para siglo y medio queCharles Darwin postularael origen de todas las espe-

cies actuales a partir de otro elenco menor,surgido a su vez de otro más exiguo y así hastael amanecer de la vida». Este es uno de losmás típicos (y tópicos) comienzos de cual-quier texto científico sobre la evolución bioló-gica. En este caso se trata de un artículo deuno de los más prestigiosos expertos mundia-les en el estudio del origen de la vida: WilliamFord Doolittle. Sorprendentemente, en dichoartículo («Nuevo árbol de la vida», Investiga-ción y Ciencia, 2000), una de sus conclusioneses que: «La explicación razonable de resulta-dos tan contradictorios hay que buscarla en elproceso de la evolución, que no es lineal nitan parecida a la estructura dendriforme queDarwin imaginó». Es más, toda la informa-ción expuesta en el citado artículo (sobre elque volveremos más adelante) es abiertamen-te contradictoria con la visión darwinista de laevolución gradual de los organismos mediantecambios aleatorios. El origen de las célulaseucariotas que constituyen los organismos ani-males y vegetales tuvo lugar hace al menosmil millones de años, mediante la agregaciónde diferentes tipos de bacterias que, actual-mente, constituyen el núcleo y los orgánuloscelulares, cuyas secuencias génicas, extrema-damente conservadas, se pueden identificaractualmente. Es decir, uno de los hechos fun-damentales de la evolución de la vida (el ori-gen de nuestros componentes) se produjo por«integración», por asociación de elementosque ya manifestaban una gran complejidadbiológica, y que se han conservado hasta laactualidad. Sólo este hecho, definitivamentecontrastado, tira por tierra la visión de la evo-lución de la vida como un fenómeno de cam-bio gradual, en el que las «mutaciones» alea-torias serían fijadas o eliminadas por laselección natural: en primer lugar, porque estecambio de tan gran trascendencia no fue gra-dual, y en segundo lugar, porque si las muta-ciones fueran aleatorias el ADN de nuestrascélulas tendría muy poco que ver con el bacte-

riano después de más de mil millones de añosde evolución.

William Ford Doolittle finaliza su magnífi-co artículo rebatiendo la idea darwinista de un«árbol de la vida» con un único antecesor, yconcluye: «Los datos demuestran que estemodelo es demasiado simple. Ahora se necesi-tan nuevas hipótesis cuyas implicaciones fina-les ni tan siquiera atisbamos». Es decir, reco-noce que el modelo evolutivo darwinista es«demasiado simple» para explicar estoshechos. Sin embargo, no puede evitar, denuevo, la referencia, al parecer de obligadocumplimiento, al «descubridor» de la evolu-ción: «Creen algunos biólogos que por estecamino sólo podemos llegar a la confusión yal desánimo. Como si nos confesáramos inca-paces de tomar el testigo de Darwin y recrearla estructura del árbol de la vida».

Pero, éste puede que sea el verdadero proble-ma responsable del desánimo: «el testigo deDarwin». La sistemática identificación delhecho de la evolución con la teoría darwinista,incluso cuando los datos y las conclusionesderivadas de ellos son totalmente contradicto-rios con esta teoría, es el resultado de asumirque la evolución biológica fue un «descubri-miento» de Darwin, y, en consecuencia,muchos científicos están honestamente conven-cidos (no tendrían por qué mencionarlo si nofuera así) de que cuando se habla de evoluciónse habla de darwinismo. A este fenómeno notendría por qué concedérsele mayor importan-cia (¿qué importa quién fue el primero?) si nofuese porque, incluso cuando los conocimientosque se van acumulando desbordan totalmente lacapacidad explicativa del darwinismo, los con-ceptos, los argumentos e incluso los mismostérminos científicos que se utilizan para intentarexplicar los fenómenos biológicos están carga-dos de significados procedentes de la visióndarwinista de la evolución, de «cómo ha tenidoque ser», lo cual conduce, necesariamente, acualquier investigador que, honradamente,intente comprender estos fenómenos dentro deesta visión, a «la confusión y al desánimo». Yéste es sólo uno de los muchos ejemplos delestado de desconcierto en que está sumida laBiología (ver Sandín, 2002). Su base teórica setambalea, precisamente en una época en la quelas esperanzas (y la confianza) en sus aplicacio-nes prácticas se han extendido al ámbito social,lo cual resulta, cuando menos, alarmante.

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Sin embargo, parece que va a resultar difícilun cambio de perspectiva, especialmente porel hecho de que la concepción darwinista de lavida va más allá de una teoría o hipótesis cien-tífica, porque forma parte de toda una visiónde la Naturaleza y de la sociedad con unas pro-fundas raíces culturales en el mundo anglosa-jón, claramente hegemónico en la actualidaden el campo científico (y en el económico). Ylos libros de texto que los biólogos utilizamospara nuestra formación, las revistas científicasen que publicamos nuestros trabajos (si quere-mos que sean valorados) e incluso el «lengua-je científico» son de origen anglosajón, lo cualconlleva no sólo una forma determinada dedescribir, de interpretar «su» realidad (median-te un vocabulario concreto), sino también unbagaje histórico que ha conformado esa visiónde la realidad. Y una típica narración «objeti-va» del origen de la base teórica de la Biologíaes la cita que encabeza este apartado y que seha convertido en un hecho «histórico» común-mente admitido, no sólo en las facultades deBiología, sino en la sociedad en general: «Laevolución» fue un descubrimiento de CharlesDarwin.

Nada es menos cierto. El hecho de la evolu-ción estaba firmemente establecido y amplia-mente debatido en el ámbito científico desdefinales del siglo XVIII hasta mediados delsiglo XIX, con un importante núcleo en laAcademia de las Ciencias de París. Desde Buf-fon con su Historia Natural (1749-89), en laque plantea sus teorías «transformistas» consus conceptos de progreso y encadenamientode los seres vivos, hasta Frederic Gerard consu Theorie de l’evolution des formes organi-ques, publicada en el Diccionario Universalde Historia Natural (París, 1841-49), pasandopor Cuvier y su Recherches sur les ossementsfósiles de cuadrupedes (1812) o GeoffroySaint-Hilaire con el Cours de l’Hitoire Nature-lle des Mammiferes (1829), se estaban plante-ando y debatiendo hipótesis científicas,muchas de las cuales (naturalmente, limitadaspor los conocimientos y la capacidad experi-mental de la época) se están viendo apoyadaspor los datos más recientes. Los «planes deorganización» de Geoffroy Saint-Hilaire,arquetipos compartidos por grupos animalesalejados filogenéticamente, o sus «teratologías»,cambios morfológicos bruscos que se han deproducir durante el desarrollo embrionario; los

cataclismos y bruscas apariciones de nuevasmorfologías de Cuvier, o la distinción entreprocesos microevolutivos (en realidad, demo-gráficos) y la macroevolución (los cambios deorganización morfológica) de Gerard, habíanplanteado en el ámbito académico las bases deuna visión realmente científica de la evolu-ción. Incluso desde 1850 se convocaban con-cursos sobre estudios paleontológicos: en1856, la Academia de las Ciencias de Parísotorgó el premio al paleontólogo alemán Hen-rich-Georg Bronn por su informe Investigacio-nes sobre las leyes de la evolución del mundoorgánico durante la formación de la cortezaterrestre (Galera, 2002).

Posiblemente se haya echado de menos alcientífico más denigrado e incluso ridiculizadode la Historia, pero su ausencia de esta rela-ción es debida a que merece, a modo de «reha-bilitación», una mención especial. La innece-saria ferocidad con que Lamarck es atacado enlos tratados darwinistas parece esconder algomás que una crítica científica. Para sus, cierta-mente escasos, admiradores nos resulta menosdoloroso leer en los libros de texto el tópicoejemplo de la evolución del cuello de la jirafa,con el que se suelen liquidar sus aportacionesa la Biología, que las reseñas «históricas» que,a veces, se pueden encontrar en los textos «ofi-ciales». He aquí un ejemplo (Harris, 85): La-marck fue el último de once hermanos hijos deun miembro de la baja nobleza un tanto veni-do a menos... A los once años fue a París a unseminario jesuita, pero a la muerte de supadre, en 1758, se alistó inmediatamente en laGuerra de los Siete Años. Se distinguió pornegarse a retirarse una vez muertos todos losoficiales superiores de su compañía.(Este fueel primer caso en que Lamarck se negaría adarse por vencido, defendiendo una posiciónindefendible). Abandonada la milicia y trascomenzar estudios de medicina, su interésderivó a la Naturaleza... Lamarck se contagióde la manía francesa por la historia natural.Dedicó cada vez más tiempo a la botánica, amenudo en compañía de Rousseau. En 1778publicó flore Françoise (sic), una clave popu-lar (el subrayado es mío) para la identifica-ción de flores francesas (se refiere a las ClavesDicotómicas, sobre las que volveremos). Buf-fon, satisfecho por el rechazo de Lamarckhacia el sistema linneano, utilizaba susinfluencias cerca de Luis XVI para obtener

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puestos prestigiosos, aunque de bajo sueldo,para Lamarck. En sus ratos libres, Lamarckadquirió seis hijos y una esposa (en eseorden). Más adelante tuvo dos hijos más yotras dos o tres esposas. Con la Revolución, el«Jardin du Roi» fue reorganizado bajo el con-trol del Museo de Historia Natural. El ciuda-dano Lamarck fue nombrado «profesor deinsectos y lombrices» en el Museo. El título«lombrices» –el comodín linneano para los«animales blandos y húmedos»– indica lapoca estima de la que disfrutaban esos anima-les y Lamarck.

En cuanto a sus aportaciones científicas, ladescripción no es mucho más elogiosa: A par-tir de 1790 Lamarck comenzó a ponerse cadavez más pesado con sus grandes ideas de uni-ficar toda la ciencia bajo una filosofía generalbasada en unas pocas leyes. Entre las gracio-sas ideas de Lamarck estaba su aceptación delos cuatro elementos clásicos (el subrayado esmío) y el rechazo a la química de Lavoisier. ...El evolucionismo de Lamarck descrito en Phi-losophie Zoologique (1809) no tuvo mejor re-cepción que sus demás teorías. Cuando La-marck presentó al emperador Napoleón unacopia del libro, se vio reducido al llanto por lainsultante reticencia de Napoleón a aceptar loque creía un trabajo sobre meteorología.Lamarck siguió publicando docenas de artícu-los hasta 1820, pero pasó los últimos onceaños de su vida ciego y en la indigencia. Fueenterrado en una fosa común y sus huesos fue-ron exhumados cinco años más tarde parahacer sitio a otros.

El encono, que lleva incluso a seguir el ras-tro de sus pobres huesos, no produce la impre-sión de que se pretenda transmitir la admira-ción (o, cuando menos, la comprensión) quepor los precursores suelen expresar los histo-riadores de otras disciplinas. Sin embargo, esposible encontrar fuera del ámbito «oficial» (sepodría expresar más concretamente: anglosa-jón) otro tipo de narración: En cuanto a la«clave popular» que menciona Harris, En1778, en un corto espacio de tiempo, culminósu Flore française, que entusiasmó a Buffon yconquistó el honor de ser impresa por la«Imprimerie Royale». En dicha obra, que leabrió las puertas de la Academia de Ciencias,realizó su primera aportación destacada, delas muchas que haría, al desarrollo de las cien-cias naturales: el método dicotómico (Casinos,

86). A lo que se refiere Adriá Casinos en el pró-logo a la edición facsímil de Filosofía Zoológi-ca, es a las claves dicotómicas que actualmen-te se utilizan en Botánica para la identificaciónde plantas (y, también en el campo de la Zoo-logía). Su nombramiento como «profesor delombrices» tiene, también, otra narración:Cuando la Convención lleva a cabo la reorga-nización del «Jardin des Plantes», a propuestadel propio Lamarck, transformándolo en el«Museum d’Histoire Naturelle», se convierteoficialmente en zoólogo. En efecto, el 10 dejunio de 1793 el gobierno republicano creadoce cátedras, para las que son nombrados/ .../E. Geoffroy Saint-Hilaire (Animales superio-res), A. L. de Jussieu (Botánica, herboriza-ción), Lamarck (Animales inferiores) / ... / El«Muséum» no es sino un eslabón más de laprofunda renovación de la enseñanza superiorque el poder revolucionario lleva a cabo, sobretodo como alternativa a la decrépita y obsole-ta Sorbona, la misma que había intentadoprohibir la Historia Natural de Buffon.

A lo largo de su actividad investigadora ydocente sus aportaciones a las Ciencias Natu-rales fueron realmente notables (incluso fun-damentales). En 1794, en su Discurso de aper-tura del curso académico, introdujo el término«invertebrado» (hasta entonces se utilizaba la«presencia o ausencia» de sangre), en 1794publica sus Investigaciones sobre las causasde los principales hechos físicos (En Física,sus aportaciones no fueron brillantes). Entre1799 y 1810, once volúmenes de AnuariosMeteorológicos. En 1801, Sistema de los ani-males sin vértebras, en el que plantea por pri-mera vez sus ideas evolutivas. Entre 1802 y1806 publica Memorias sobre los fósiles de losalrededores de París... Su capacidad de traba-jo y su anticipación a su tiempo eran realmen-te excepcionales. Aportó el concepto de «orga-nización» de los seres vivos, la clara divisióndel mundo orgánico del inorgánico, realizóuna revolucionaria clasificación de los anima-les de acuerdo a su complejidad y fue el fun-dador de una nueva Ciencia: La Biología. Conla publicación, en 1802, de Hidrogeologíaintroduce una definición general, articuladorade los conocimientos existentes de los seresvivos, para convertirla en disciplina científicabajo dicha denominación.

En cuanto a su «pesadez» en la búsqueda deuna «filosofía general», a la que hace referen-

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cia Harris, quizás no esté de más recordar queel término «filosofía» se aplicaba, en los siglosXVIII y XIX, en el sentido de «teoría», yLamarck tenía muy clara una idea que, al pare-cer, no es contemplada en la actualidad pormuchos de los más prestigiosos especialistasde la moderna Biología: para cualquier disci-plina científica es imprescindible una base teó-rica unificadora que la dote de coherencia ypermita entender los fenómenos estudiados:Nadie ignora que toda ciencia debe tener sufilosofía, y que sólo por este camino puedehacer progresos reales. En vano consumiránlos naturalistas todo su tiempo en describirnuevas especies / ... / porque si la filosofía esolvidada, sus progresos resultarán sin reali-dad y la obra entera quedará imperfecta(p. 48). Su Filosofía Zoológica, el primer tra-tado científico completo dedicado a la evolu-ción, está escrito en el típico estilo decimonó-nico (más bien dieciochesco) de los textosacadémicos de la época, con sus interpretacio-nes condicionadas por los conocimientos ycreencias de la época, pero introduce ideas yconceptos sorprendentemente modernos,como el de «organización», no sólo morfológi-ca o anatómica, sino también referida al ordengeneral de la Naturaleza (p. 88): La multipli-cación de las pequeñas especies de animaleses tan considerable, que ellas harían el globoinhabitable para las demás, si la Naturalezano hubiese opuesto un término a tal multipli-cación. Pero como sirven de presa a una mul-titud de otros animales, y como la duración desu vida es muy limitada, su cantidad se man-tiene siempre en justas proporciones para laconservación de sus razas. / ... / y ello conser-va a su respecto la especie de equilibrio quedebe existir. Su concepción ecológica de laNaturaleza tiene muy claro el elemento deses-tabilizador que el Hombre ha introducido enestas relaciones: Por último, sólo el hombreseparadamente de todo lo que es particular aél parece poder multiplicarse indefinidamente,porque su inteligencia y sus medios le colocanal abrigo de ver su expansión limitada por lavoracidad de ninguno de los animales. Ejercesobre ellos una supremacía tal, que es capazde aniquilar a las razas de animales más gran-des y más fuertes, y restringe diariamente elnúmero de individuos (p. 89).

Otro de sus conceptos dignos de resaltar esel de la complejidad intrínseca a las más ele-

mentales formas de vida: Como las condicio-nes necesarias para la existencia de la vida seencuentran ya completas en la organizaciónmenos compleja, aunque reducida a su mínimaexpresión, se trataba de saber cómo esta orga-nización a causa de cualquier tipo de cambioshabía llegado a dar lugar a otras menos sim-ples y a organismos gradualmente más com-plicados, como se observa en toda la extensiónde la escala animal (p. 249). Este hecho, toda-vía no asimilado por los darwinistas ortodo-xos, empeñados en el intento de explicar laaparición «por partes» y «al azar» de los com-plejos componentes de la vida, ha emergido delos modernos enfoques de la Teoría de Siste-mas con la denominación de «Sistemas irre-ductiblemente complejos», compuestos porvarias piezas armónicas e interactuantes quecontribuyen a la función básica, en el cual laeliminación de cualquiera de estas piezasimpide al sistema funcionar (Behe, 2000).

Pero la anticipación, sin duda, más brillante,y por la cual ha recibido los más feroces ata-ques, fue su concepción de la interacción orga-nismo-ambiente de su proceso de adaptación,que ha pasado a constituir en los libros de textoel ridículo tópico utilizado para descalificar aLamarck, como si toda su labor científica seredujera a la afirmación de que «el cuello de lasjirafas se alargó como consecuencia de susesfuerzos por alcanzar las hojas de los árbo-les», es decir la evolución morfológica comoconsecuencia del «uso y el desuso». Veamosahora su explicación: Las circunstancias influ-yen sobre la forma y la organización de losindividuos / ... / Ciertamente, si se me tomasenestas expresiones al pie de la letra, se me atri-buiría un error, porque cualesquiera que pue-dan ser las circunstancias, no operan directa-mente sobre la forma y sobre la organizaciónde los animales ninguna modificación. Perograndes cambios en las circunstancias produ-cen en los animales grandes cambios en susnecesidades y tales cambios en ellas las produ-cen necesariamente en las acciones. Luego silas nuevas necesidades llegan a ser constanteso muy durables, los animales adquieren enton-ces nuevos hábitos, que son tan durables comolas necesidades que los han hecho nacer (p.167). A lo que Lamarck se refería, por tanto, noes a la herencia de las consecuencias directasde la utilización o del fortalecimiento de unórgano o estructura, una idea bastante simplis-

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ta que veremos planteada por «otro autor» másadelante, sino a los efectos, a largo plazo, de lascircunstancias ambientales naturales que pro-duzcan una respuesta del organismo (y cortar lacola a cientos de ratones, la supuesta demostra-ción de Weissman de la falsedad del lamarckis-mo, no sólo no es una influencia ambiental,sino que es una simpleza cruel e inútil). En laactualidad se ha podido comprobar que esasrespuestas al ambiente existen, tanto medianteremodelaciones genéticas llevadas a cabo por«elementos móviles» del genoma (Witelaw yMartin, 2001), como por procesos mediante losque una misma secuencia génica puede «codi-ficar» distintos mensajes (y no al azar) en fun-ción de las circunstancias ambientales (Herberty Rich, 1999).

En cuanto a la «recompensa» final a susaportaciones científicas, narrada de una formatan despiadada como poco fundamentada porHarris, se trata de unos hechos que, aunque porsu profunda injusticia puedan resultar indig-nantes, en el fondo no resultan sorprendentespor ser un fenómeno muy repetido en la Histo-ria con las personas cuyas ideas no resultangratas a los poderosos: Lamarck era un entu-siasta de la Revolución Francesa, al parecerdebido a la influencia de Rousseau y su Con-trato social. En su Recherches sur les causesdes principaux faits physiques escribe unadedicatoria muy ilustrativa sobre su pensa-miento político: Al pueblo francés. Acepta pue-blo magnánimo / ... / pueblo que has recupera-do los derechos sagrados e imprescindiblesque has recibido de la naturaleza /... / y por eldeseo que yo tengo de compartir tu gloria con-tribuyendo al menos, según mis débiles faculta-des, a ser útil a mis semejantes, mis hermanos,mis iguales. Y el fin de la etapa revolucionariale pasó factura: El Imperio y la Restauraciónborbónica no le serán favorables. El propioNapoleón le recriminará públicamente duranteuna reunión del Instituto por su obra meteoro-lógica cuando Lamarck intentaba hacerleentrega de su «Filosofía» (Casinos, 85). Sucaída en desgracia con el poder tuvo conse-cuencias fatales. Pasó los últimos 10 años de suvida ciego y en la indigencia, cuidado por unade sus hijas a la que dictó, en su mayor parte,uno de sus legados principales: Histoire Natu-relle des animaux sans vertèbres. Murió el 18de diciembre de 1829 y, efectivamente, fueenterrado en una fosa común.

En definitiva, el saludable (y, en ocasiones,fructífero) ejercicio que para un profesional dela Biología constituye el abandonar por untiempo la rutina (o, en su caso, la competencia)habitual, y bucear en las fuentes originales,puede conducir a tomar conciencia del cúmulode ocultamientos, deformaciones y falsedadesque se ha fraguado en torno al fundador denuestra disciplina e ilustre colega, sólo compa-rable en cantidad y calidad a las medias verda-des, evidentes falsedades y componendas conlas que se ha adornado en los textos científicosdidácticos y divulgativos a la gran figura his-tórica de la Biología: el reverendo CharlesRobert Darwin. Un fenómeno sin parangón enninguna otra disciplina científica y que debede tener algún motivo, porque revela una evi-dente intencionalidad de ocultar los datos his-tóricos. Así es como los estudiantes de Biolo-gía hemos recibido nuestra «formación» porparte de nuestros maestros más prestigiosos:Antes de Darwin, la diversidad de los organis-mos quedaba sin explicación o se atribuía alos designios del Creador» (Ayala, «La Natu-raleza inacabada», p. 6). Los organismosvivientes han existido sobre la Tierra sinnunca saber por qué, hasta que la verdad, alfin, fuese comprendida por uno de ellos. Porun hombre llamado Charles Darwin (Daw-kins, «El gen egoísta», p. 1). La recopilaciónde glosas al descubridor de la evolución (Stra-tern, 1999) que figura en los textos que los bió-logos utilizamos habitualmente podría ser ina-cabable. La figura y la trascendencia históricade Darwin se ha igualado a las de Newton,Shakespeare y Einstein. Su obra cumbre Elorigen de las especies ha sido propuesta como«el libro del milenio» (no parece arriesgadoaventurar que los autores de tal propuesta, obien no han leído el citado libro o han leídopocos libros).

Lo cierto es que su publicación constituyólo que se podría considerar el origen de los«Best Seller» de los libros científicos. El díade su publicación, el 24 de noviembre de 1859,se vendió la primera edición de 1250 ejempla-res, y una segunda de 3000 se agotó en unasemana. Su éxito social, sin precedentes enobras de este tipo, no fue acompañado, sinembargo, de una acogida elogiosa (que narra-remos más adelante) por parte de personajesde reconocido prestigio con conocimientos ointerés por la evolución. El motivo es com-

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prensible. El libro de Darwin resultaba (y re-sulta), para cualquiera que tuviese una mínimaformación científica, filosófica o incluso lite-raria, una obra de gran debilidad argumental,con unas bases conceptuales científicas (sepodrían calificar de «populares»), y unaestructuración errática e inconsistente. Veamosen qué se fundamentan estas calificaciones: Elprimer capítulo (página 19 de la edición espa-ñola) comienza con la Variación en el estadodoméstico, en el que expone los Efectos delhábito del uso o desuso de las partes, según elcual: Así encuentro en el pato doméstico quelos huesos del ala pesan menos y los huesos dela pierna más en proporción a todo el esquele-to, que lo que pesaban los mismos huesos en elpato salvaje; y este cambio puede atribuirse,sin riesgo de equivocarse, a que el domésticovuela mucho menos y anda mucho más que sussalvajes padres (p. 23). Es decir, la versiónmás simplificada y pobre del lamarckismo, dela que, al parecer, era el más firme defensor:Cuando discute casos especiales pasa M.Mivart en silencio los efectos del uso y el desu-so de las partes, que yo siempre he sostenidoser altamente importante y que he tratado conmayor extensión que ningún otro escritor...(p. 237). En su conjunto la obra puede ser cali-ficada de cualquier cosa menos coherente, entanto que tratado científico. Desde la tenden-cia a variar de la misma manera (p. 239) hastalo que hoy se conoce como «neutralismo»modificaciones que no son importantes para elbienestar de la especie ...que se hicieron cons-tantes por la naturaleza del organismo...perono por la selección natural (pp. 236-237),pasando por narraciones de lo que le contaron(p. 194): En la América del Norte ha vistoHearne al oso negro nadando horas enterascon la boca completamente abierta, atrapandoasí, casi como una ballena los insectos delagua. A lo largo del libro se pueden encontrarabundantes argumentaciones de consistenciacientífica semejante, referidas a las orejas caí-das del ganado porque se asustan menos(p. 23), a la situación de los ojos de los pecesplanos debida a los esfuerzos por mirar haciaarriba (p. 251)... Pero, para no resultar exhaus-tivos, nos centraremos en sus conclusionesfinales (pp. 556-561), que resumen y «concre-tan» su mensaje científico. Las implicacionesde su visión de la Naturaleza tienen, en elHombre, un inevitable resultado final: Y como

la selección natural obra solamente por y parael bien de cada ser, todos los atributos corpó-reos y mentales tenderán a progresar hacia laperfección (para una más concreta informa-ción sobre lo que significa para él la perfec-ción en los atributos corpóreos y mentalesvéase su «Origen del Hombre»); lo que, porotra parte, pone de manifiesto que la, tandenostada por los darwinistas, «tendencia a laperfección» atribuida a Lamarck, y que ésterefería a la complejidad, en realidad tiene otrapaternidad. Pero leamos su resumen final:Estas leyes, tomadas en un sentido más am-plio, son crecimiento con reproducción;variabilidad, resultado de la acción directa eindirecta de las condiciones de vida y del usoy desuso; aumento en una proporción tan alta,que conduce a una lucha por la existencia, ycomo consecuencia, a la selección natural, lacual trae consigo la divergencia de carácter yla extinción de las formas menos mejoradas.

Naturalmente, todas estas aportaciones al«esclarecimiento» de la evolución son meticu-losamente depuradas en los tratados darwinis-tas, en los que los «descubrimientos de Darwinquedan resumidos en los dos conceptos (masbien axiomas) que hoy constituyen el dogmacentral de la Biología: el azar como fuente devariación y la selección natural como motor decambio. Concretemos, pues, sus bases «cientí-ficas»: He hablado hasta aquí como si lasvariaciones, tan comunes y multiformes en losseres orgánicos en estado de domesticidad yno tan comunes en los silvestres, fueran debi-das a la casualidad. Innecesario es decir queeste término es completamente inexacto y quesólo sirve para reconocer paladinamentenuestra ignorancia de la causa de cada varia-ción particular (p. 149). Es decir, la variación«al azar», dogma y pilar fundamental de laBiología actual, era en realidad desconoci-miento. Pero el otro pilar no tiene una basemucho más sólida. El intento de explicar losgrandes cambios de organización morfológicay funcional que se han producido a lo largo dela evolución, el «mecanismo» propuesto e in-cluso el término «selección» eran una simplis-ta extrapolación de las actividades de los gana-deros y criadores de palomas de su país:Cuando vemos que han ocurrido indudable-mente variaciones útiles para el hombre, nopodemos creer improbable que ocurran en elcurso de muchas generaciones sucesivas,

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otras variaciones útiles de algún modo a cadaser en la batalla grande y compleja de la vida.Y si ocurren, ¿podemos dudar (recordandoque nacen muchos más individuos que los quees posible que vivan) que los individuos quetengan alguna ventaja sobre los demás, porpequeña que sea, tendrán la mejores probabi-lidades de sobrevivir y reproducir su especie?Por otra parte, podemos estar seguros de quecualquier variación en el más pequeño gradoperjudicial, sería rígidamente destruida. Estaconservación de las variaciones y diferenciasindividuales favorables, y la destrucción deaquellas que son nocivas, es lo que he llama-do «selección natural» o «supervivencia de losmás aptos» (p. 94). Es decir, las transicionesentre la «organización» pez y anfibio, o reptily ave, serían, simplemente, el resultado de unproceso semejante a la actividad de los gana-deros: la selección forzada (aquí sí sería ade-cuado el término «contra Natura») de anima-les, en muchos casos, con defectos e inclusopatologías (enanismo, obesidad, atrofias, ...)que serían inviables en condiciones naturales,pero que a pesar de milenios de selección porel Hombre siguen siendo perros, cerdos, galli-nas... es decir, la misma especie.

Esta fragilidad conceptual (por calificarla deun modo benévolo) fue rápidamente denuncia-da por científicos e intelectuales de la época.El zoólogo evolucionista S. G. Mivart puso demanifiesto (entre muchas otras cosas) lo absur-do de la idea de que un proceso así fuera el res-ponsable de la aparición gradual y al azar denuevas estructuras: La selección natural esincapaz de explicar las etapas incipientes delas estructuras útiles (Mivart, 1871). El inge-niero (y, al igual que Darwin, naturalista afi-cionado) Fleeming Jenkin puso de manifiestolo poco creíble que resultaba la idea de que enla Naturaleza una desviación ocasional de laestructura se extendiese, en animales norma-les, hasta hacerse común a toda la población.Además hizo notar que, en los animales selec-cionados, cuando retornan a la libertad nosolamente no pueden variar indefinidamente,sino que muchos sujetos vuelven a la condi-ción primera (Thuillier, 1990). Este evidentefenómeno se encuentra explicado actualmenteen los tratados darwinistas bajo la incoherentedenominación de «selección estabilizadora»,que, más propiamente, debería llamarse «se-lección desseleccionadora»: La selección esta-

bilizadora es muy común. Con frecuencia, losindividuos que sobreviven y se reproducen conmás éxito son los que presentan los valoresfenotípicos intermedios (Ayala, 1999). Porqueesto es lo que sucede en la Naturaleza: losindividuos que sobreviven no son ni más nimenos «aptos», son los individuos normales.Para finalizar, nos referiremos a una objeciónde una solidez lógica difícilmente discutible,expuesta por el matemático William Hopkins:La teoría de Señor Darwin no puede explicarnada, ya que es incapaz de asignar una rela-ción necesaria entre los fenómenos (los cam-bios de organización) y las causas que les atri-buye (la variación dentro de la especie)(Thuillier, 1990).

Cuando se tiene acceso a estas informacio-nes resulta absolutamente pasmoso no ya eléxito que alcanzó Darwin en su época y en suentorno, sino el mantenimiento, incluso elauge, que tiene la visión Darwinista de laNaturaleza en la actualidad, a pesar de los des-cubrimientos sobre la enorme complejidad delos fenómenos biológicos. Sin embargo, unsomero estudio de las circunstancias históricasy sociales que rodearon el nacimiento del dar-winismo nos puede dar cuenta, no sólo de suéxito inicial sino del motivo de su auge actual.

Durante los años finales del siglo XVIII yprimeros del XIX la situación social en lasislas británicas estuvo agitada, hasta llegar, enocasiones, al borde de la revolución, que fueevitada mediante una dura represión. Fue laépoca de la masacre de Peterloo y de «los már-tires de Tolpuddle». Según las narraciones his-tóricas (Stratern, 1999), el mariscal Wellingtonpermitió a sus soldados disparar contra lostrabajadores (cabe suponer que la orden debióser: «si les apetece...»). Gran Bretaña habíaentrado en la edad moderna arrastrando elbagaje de leyes feudales y costumbres diseña-das por y para los ricos y aristócratas (Harris,1985). Las leyes de cerramiento de fincas, pro-mulgadas en el siglo XVIII, permitieron a losterratenientes vallar sus tierras para utilizarlascomo pastos para el ganado, expulsando a susrenteros y condenándolos a ser mano de obrabarata para las oscuras fábricas satánicas, yque pasaron a constituir una gran masa de des-heredados hacinados en las grandes ciudadesindustriales. Entonces comenzaron a surgir«pensadores» que aportaron sus diagnósticos ysus justificaciones de la situación (Ekelund y

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Herbert, 1995): Para Arthur Young cualquiera,excepto un imbécil, sabe que las clases inferio-res deben mantenerse pobres o nunca seránlaboriosos (Eastern Tour, 1771). Bernard deMandeville dictaminó que a los hijos de lospobres y a los huérfanos no se les debía dar unaeducación a cargo de los fondos públicos, sinoque debían ser puestos a trabajar a una tempra-na edad, ya que la educación arruinaba al quemerece ser pobre (La Fábula de las abejas,1714). Mandeville sostenía la máxima calvinis-ta de que el Hombre está lleno de vicio, no obs-tante, era de la opinión de que los vicios indivi-duales hacen la prosperidad pública.

Estos antecedentes constituyen el sustratosobre el que se construyó la «teoría científica»de Adam Smith, el «padre de la economíamoderna». Su idea rectora es que No es de labenevolencia del carnicero, cervecero o pana-dero de donde obtendremos nuestra cena, sinode su preocupación por sus propios intereses... que proviene de nuestra propensión a cam-biar una cosa por otra (La Riqueza de lasNaciones, 1776). Para Adam Smith es el ego-ísmo individual lo que conlleva al bien gene-ral: Por regla general, no intenta promover elbienestar público ni saber cómo está contribu-yendo a ello. Prefiriendo ... mano invisible quepromueve un objetivo que no estaba en suspropósitos.

Como se puede ver la base conceptual deSmith no era mucho más amplia y general quela de Darwin. Igual que éste convirtió las acti-vidades de los ganaderos de su entorno en LeyGeneral de la evolución, Adam Smith constru-yó su teoría a partir de sus observaciones decómo actuaban sus vecinos y correligionarios.Es decir, un análisis (mas bien, una descrip-ción) de su entorno social, tal vez incluso de laciudad donde vivía. Porque es evidente queestos planteamientos, sin necesidad de ir máslejos de su propio país, no serían extrapolablesa la economía y a la «libertad de elección» delos trabajadores de «las fábricas satánicas». Detodas formas, da la impresión de que éstos noparecen estar incluidos en su modelo «científi-co» (salvo, tal vez, como recursos naturales),porque según él: Los trabajadores y otras cla-ses inferiores de personas, engendran dema-siados hijos, lo cual hará descender sus sala-rios a un nivel de subsistencia.

Esta «entrañable» concepción de la sociedadtiene unas evidentes y muy estudiadas (Weber,

1994) raíces culturales y religiosas, pero elmotivo de que estas ideas se presentasen como«leyes científicas» era que se estaba producien-do en Gran Bretaña una peculiar «revolución»de la burguesía contra la oligarquía y la noble-za, para arrebatarles el monopolio de la explo-tación de los trabajadores «y otras clases infe-riores de personas». Por eso, una de lasmáximas fundamentales del «liberalismo eco-nómico» era (y es) que los gobiernos no debenentrometerse en la libertad de «operaciones»del mercado, es decir, que dejen a la sociedaden manos de los realizan esas «operaciones».

Y, del mismo modo que en el campo de laBiología la capacidad creadora del azar y lacompetencia han pasado a convertirse en undogma, a pesar de su inconsistencia científica,el papel benefactor de «la mano invisible delmercado» se ha convertido en una creencia, pormuy lejos que sus verdaderos efectos estén deella en el mundo real, que no es el reino de laprovidencial mano invisible y benefactora sino,al contrario, el de manos bien visibles e intere-sadas, buscando el máximo beneficio privado acosta de lo que sea (San Pedro, 2002).

Otra obra de gran relevancia en este contex-to fue el «Ensayo sobre el Principio de lapoblación, publicado en 1798 por el ministroanglicano Thomas Robert Malthus, y que seconvirtió en una parte importante e integral dela economía liberal clásica (The Peel Web).Malthus, que sólo salió de Inglaterra para unabreve visita a Irlanda y para un viaje al «conti-nente» por razones de salud, elaboró su ensayobasado en la observación de las masas de des-heredados que abarrotaban las calles de lasciudades inglesas. Su famosa tesis era que elaumento de la población en progresión geomé-trica, mientras que los alimentos aumentabanen progresión aritmética, impondría una«lucha por la vida». Su libro, que al parecerfue su única aportación sustancial, tuvo unagran influencia en el «Acta de Enmienda de laLey de Pobres» de 1834. Según Malthus, las«Leyes de Pobres» estimulaban la existenciade grandes familias con sus limosnas, y afir-maba que no deberían de existir, porque ade-más limitaban la movilidad de los trabajado-res. Estaba en contra de la ayudas a los pobresy afirmaba que las «casas de trabajo» donde sehacinaban los desempleados no deberían serconfortables asilos, sino sitios donde la estan-cia debería ser dura (Peel Web).

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Quizás sea conveniente señalar que, proba-blemente, la intención que dirigía las ideas delos autores reseñados no era necesariamentemalévola (aunque no se puede descartar estaposibilidad); de hecho, los historiadores deMalthus le describen como un hombre amabley benevolente que ha sufrido unas grandes malinterpretaciones tanto por revolucionarioscomo por conservadores ) (Peel Web). La uni-formidad de sus argumentos hace pensar queera una forma muy común de ver el mundo, almenos por un sector concreto de una sociedadcon unos determinados fundamentos y valoresculturales. Pero, además, las víctimas de la«Revolución Industrial» (en la que jornadas de16 horas de trabajo llegaron a ser comunespara los niños de seis, cinco y, a veces, de cua-tro años, que alcanzaban a duras penas la ado-lescencia con deformaciones que permitíandeducir en qué máquinas habían trabajado) yde la expansión colonial británica, necesita-ban, probablemente, de alguna justificación«científica» y «objetiva» de las terribles situa-ciones creadas dentro y fuera del país. Y unade las más «autorizadas» fue la que ofrecióHerbert Spencer. Economista y filósofo, en suprimer y exitoso libro «La Estática Social»(1850) trata de dar algunas directrices, basadasen sus ideas sobre la evolución biológica, parallevarlas a la política social. Según él, los polí-ticos no deberían intervenir en la evolución dela sociedad, pues ésta tiene un instinto innatode libertad. La sociedad eliminará a los «noaptos» y elegirá a aquellos individuos mássanos e inteligentes. En su opinión, el intentode ayudar a los pobres era un entorpecimientode las «Leyes Naturales» que se rigen por lacompetencia. Según Spencer: Las civilizacio-nes, sociedades e instituciones compiten entresí, y sólo resultan vencedores aquellos que sonbiológicamente más eficaces (Woodward,1982). Fue él quien aplicó la famosa noción dela «supervivencia del más apto» (más exacta-mente, del más «adecuado») como el motor delas relaciones sociales.

Y, una vez más, para no «desentonar» con lametodología «científica» de los pensadoresantes mencionados, todas las investigacionesde Spencer sobre otras culturas son «de segun-da mano». No están basadas en ningún trabajode campo, ni siquiera en alguna observacióndirecta, sino en relatos y observaciones de via-jeros británicos (Ekelund y Herbert, 1995).

Estos son los cimientos «científicos» y«objetivos» (y, especialmente, metodológicos)sobre los que se edificaron las bases concep-tuales de «la» teoría de la evolución (del dar-winismo, para ser exactos). Porque ésta no seelaboró a partir del estudio de la Naturaleza (loque parecería, al menos, razonable) es decir,no se basó en observaciones de animales sal-vajes, ni en estudios anatómicos o embriológi-cos o, al menos, en lecturas de textos científi-cos. Tampoco fue el resultado directo (como senos cuenta) de la famosa expedición del Bea-gle, de la que Darwin volvió sin ninguna ideaconcreta (mas bien con dudas) sobre la evolu-ción, a pesar de que había leído a Lamarck,como nos narra él mismo en su autobiografía.El método no fue mucho más empírico que losde sus antecesores conceptuales: consistió enla lectura, durante lo que describe como elperíodo de trabajo más intenso de mi vida(Autobiografía, p. 66) de textos especialmenteen relación con productos domesticados, a tra-vés de estudios publicados, de conversacionescon expertos ganaderos y jardineros y deabundantes lecturas. También de filosofía,política y economía. En «La riqueza de lasNaciones» encontró Darwin las ideas de laimportancia de las diferencias individuales ydel resultado beneficioso de actividades «noguiadas». Spencer le aportaría, posteriormen-te, la idea de que sólo los «más adecuados»sobreviven en un mundo de feroz competen-cia. Pero la revelación decisiva le llegó de los«filantrópicos» principios malthusianos. Asíes como él mismo lo describe; En octubre de1838, esto es, quince meses después de habercomenzado mi estudio sistemático, se me ocu-rrió leer por entretenimiento el ensayo deMalthus sobre la población y, como estababien preparado para apreciar la lucha por laexistencia que por doquier se deduce de unaobservación larga y constante de los hábitosde animales y plantas, descubrí enseguida quebajo estas condiciones las variaciones favora-bles tenderían a preservarse, y las desfavora-bles a ser destruidas. El resultado de ello seríala formación de especies nuevas. Aquí habíaconseguido por fin una teoría sobre la que tra-bajar (Autobiografía, p. 67). En efecto, laextensión al mundo natural de las actividadesde jardineros, criadores de animales y agricul-tores, le lleva directamente a su gran (y, alparecer, indeleble) aportación: He llamado a

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este principio por el cual se conserva todavariación pequeña, cuando es útil, selecciónnatural para marcar su relación con la facultadde selección del hombre. Pero la expresiónusada a menudo por Mr. Herbert Spencer, deque sobreviven los más idóneos es más exacta,y algunas veces igualmente conveniente (p. 76).En cuanto a su concepción de las relacionesentre los seres vivos en la Naturaleza, ésta essu interpretación «ecológica: De aquí, quecomo se producen más individuos de los que esposible que sobrevivan, tiene que haber forzo-samente en todos los casos una lucha por laexistencia / ... / Es la doctrina de Malthus apli-cada con multiplicada fuerza al conjunto delos reinos animal y vegetal; porque en estecaso, no hay aumento artificial de alimento ylimitación prudente de matrimonios (p. 78).

Con estos argumentos como conceptos fun-damentales no puede resultar extraño el enor-me éxito de su libro, cuyas dos primeras edi-ciones ya descritas fueron seguidas, hasta1876, de otras siete. En un período de máximoesplendor de la revolución industrial y delimperio británico, con muy duras consecuen-cias para las víctimas de ambos fenómenos,llegó la «explicación científica». El título dellibro «Sobre el Origen de las Especies pormedio de la Selección Natural o el manteni-miento de las Razas favorecidas en la Luchapor la Existencia» debió resultar muy sugeren-te para muchos de sus compatriotas (que no seencontrarían, lógicamente, entre los «desfavo-recidos»), aunque, como hemos visto, tambiénrecibió muchas críticas, en algunos casos muybien fundamentadas, que le obligaron a añadira la sexta edición otra con todo un capítulo enel que respondía, en muchas ocasiones conescasa fortuna, a las objeciones.

Con semejantes antecedentes se puedeentender el éxito de Darwin en Gran Bretaña,pero su proyección internacional resulta, cuan-do menos, desconcertante si tenemos en cuen-ta los datos antes mencionados sobre los estu-dios sobre evolución en «el continente». ¿Cuálpudo ser, entonces, el motivo de que un librocon semejantes bases conceptuales y consemejantes méritos científicos se haya conver-tido en la obra de la que nace toda la biologíamoderna (Fernández, 1985)? Aunque la expli-cación no sea, probablemente, sencilla, porquerequeriría más profundos estudios históricos ysociales, tal vez se puedan arriesgar algunas

hipótesis (o especulaciones) que, si bien pue-den resultar sesgadas o parciales, posiblemen-te no lo sean más que las narraciones de susseguidores.

La «transformación mental»de Darwin, o cómo se fabrica

un genio

E s un hecho histórico, perfectamentedocumentado, que en la primeramitad del siglo XIX la evolución

biológica era un fenómeno ampliamente estu-diado y debatido en el ámbito académico. Esmás, los partidarios de la evolución eran lla-mados «lamarckianos» (Harris, 1985). Natu-ralmente, estos estudios y debates estaban res-tringidos al entorno científico o a personascultivadas con interés por la materia. No esarriesgado suponer que las noticias del éxitoeditorial que supuso la publicación de la obrade Darwin contribuyera en gran medida a des-pertar el interés por ella fuera de Gran Bretañay fuera del ámbito estrictamente biológico. Lasencillez y la fácil «visualización» de sus argu-mentos fue la probable causa de que muchaspersonas, que no habrían tenido noticias sobrelas investigaciones e hipótesis previas sobre laevolución, la «descubrieran» como un fenó-meno plausible.

De hecho, los debates (y la aceptación) quesuscitó la obra de Darwin se produjeron, fun-damentalmente, en torno a la idea de la evolu-ción. En España, por ejemplo, «El Origen delas Especies» se tradujo (incompleto) en 1872.«The Descent of Man, and Selection in rela-tion to Sex», traducido incorrectamente como«El Origen del Hombre», y del que los darwi-nistas actuales hablan poco (y con muy funda-dos motivos), se tradujo en 1876; y en 1877apareció la primera traducción completa del«Origen de las Especies», corregida y amplia-da. «Filosofía zoológica» tardó un siglo en sertraducida al español. Fue publicada en 1911por la pequeña editorial Sempere, de Valencia.Por eso, las narraciones darwinistas se puedenpermitir, «sin faltar exactamente a la verdad»,hablar del debate sobre «la» Teoría de la evo-lución tanto dentro como fuera de las aulas

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universitarias (Gomis y Josa, 2002), como undebate sobre el darwinismo. Y así se adornanlas ideas de Darwin con un tinte progresista, eincluso revolucionario, al narrar las confronta-ciones que se produjeron entre sectores de ten-dencias liberales y, del otro, los sectores másconservadores de la sociedad española, conun fuerte apoyo de la Iglesia Católica.

Esta manera de deformar la Historia,mediante la narración de hechos reales y laocultación de otros no menos ciertos, es unaconstante en los textos científicos o divulgati-vos. El debate entre Thomas Henry Huxley(«el buldog de Darwin) y el obispo de Oxford,Samuel Wilbeforce, del que, por cierto, Dar-win se escabulló (Stratern, 1999), se ha con-vertido en el tópico habitual en la narración dela epopeya de la «revolución» darwinista, perono se citan las críticas científicas, como lasanteriormente recogidas, de naturalistas cono-cedores del hecho de la evolución, de las que,quizás la más significativa, porque sintetiza uncertero análisis de la obra de Darwin en pocaspalabras, es la del profesor Haughton, deDublín, citado por él mismo en su Autobiogra-fía: Todo lo que había de nuevo era falso, ytodo lo que había de cierto era viejo.

Pero tal vez la deformación más descarada(porque su falsedad se puede revelar en librosexistentes) es la de atribuir a la supuesta«revolución» darwinista un carácter de progre-so científico porque «fue el primero en dar unaexplicación materialista, no teísta de los fenó-menos naturales (Rose, 1999; Ayala, 1985;etc.), como si las explicaciones de Saint Hilai-re, Lamarck, Gerard (entre otros muchos),basadas en experimentos con embriones, estu-dios anatómicos, taxonómicos o paleontológi-cos, fueran interpretaciones «supersticiosas».

Si cada una de estas lagunas en la informa-ción o las interpretaciones parciales o inexac-tas pueden ser consideradas producto de algúndescuido o, incluso, de la típica idealización delos personajes «míticos» por parte de susseguidores, el conjunto de ellas, añadido a lascrueles descalificaciones y descaradas falseda-des lanzadas sobre los precursores del evolu-cionismo, producen la impresión de un engañopremeditado. De que se ha «fabricado» un per-sonaje, una historia e, incluso, una «sólida teo-ría científica» muy alejados de los hechos rea-les. Una realidad a la que nos podemos acercar,no sólo buceando pacientemente en la historia,

sino leyendo directamente al mismo Darwin(algo que, al parecer, pocos darwinistas se hanmolestado en hacer).

Como hemos visto, en las hagiografías deDarwin que suelen figurar en las introduccio-nes de los textos científicos y divulgativos lahistoria suele comenzar con la publicación dela «obra cumbre de nuestra civilización», o, enalgunos casos, con el viaje de «un joven natu-ralista» a bordo del Beagle, durante el cual«descubrió» la evolución. Aunque vistos losanteriores datos pueda parecer reiterativa(incluso innecesaria) la exposición de las cir-cunstancias personales que rodearon realmen-te el nacimiento de la obra que completó larevolución que comenzó en el siglo XVI conCopérnico, etc., etc., la información sobre ellotal vez no resulte superflua, porque cuando loque se está valorando es la teoría de un perso-naje que ocupa una de las más altas cumbresdel pensamiento humano (para mí la más)(Arsuaga, 2002), algunos datos históricamentedocumentados sobre este aspecto puedenresultar esclarecedores. Porque su formación,las influencias recibidas y el contexto científi-co y social en que este hecho tuvo lugar nospueden ofrecer alguna información, tantosobre su bagaje científico como sobre la formaen que todo esto ha sido (y sigue siendo) trans-mitido por sus apologistas. Para no correr elriesgo de incurrir en valoraciones del tipo delas que, por ejemplo Harris, hacía de Lamarck,vamos a recurrir a su propia autobiografía y abiógrafos cuya calificación de Darwin como elhombre que aportó la idea más importante dela humanidad (Stratern, 1999) no deja dudassobre sus inclinaciones.

A pesar de que la narración por este último(Stratern) de varias anécdotas y circunstanciasreferidas a la infancia y juventud de nuestropersonaje se presta, sin gran esfuerzo, a unasátira despiadada, nos ceñiremos a lo que serefiere a su formación intelectual. Su padre,un acaudalado médico de las clases altas (sólosi podían pagar sus elevados honorarioshacía algún caso a los pacientes) lo envió alos 16 años a estudiar medicina a Edimburgo.Así es como él mismo narra sus experiencias:También asistí en dos ocasiones a la sala deoperaciones en el hospital de Edimburgo y vidos operaciones muy graves, una de ellas deun niño, pero salí huyendo antes de que con-cluyeran (Autobiografía, p. 16). El resultado

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de su poca inclinación a la medicina fue que:Tras haber pasado dos cursos en Edimburgomi padre se percató, o se enteró por mis her-manas, de que no me agradaba la idea de sermédico, así que me propuso hacerme clérigo./ .../ sentía escrúpulos acerca de la declara-ción de mi fe en todos los dogmas de la igle-sia Anglicana aunque, por otra parte, meagradaba la idea de ser cura rural. Durantesus estudios de Teología en el Christ’s Colle-ge conoció al hombre quizás más determinan-te en su futuro: el reverendo J.S. Henslow,teólogo y coadjutor de la iglesia de St. Mary,quien constituyó para Darwin el equivalentede lo que fue (salvando ciertas distancias)Rousseau para Lamarck. Según Stratern Eratambién hijo de padres ricos que lo enviarona Cambridge a estudiar para la Iglesia, dondehabía descubierto que su verdadero interésera la ciencia. Darwin quedó impresionadocon él: Era profundamente religioso y tanortodoxo que un día me dijo que se afligiría sise alterara una sola palabra de los treinta ynueve artículos. Sus cualidades morales eranadmirables en todos los sentidos. / .../ En laUniversidad se daban clases en diversasramas, siendo la asistencia absolutamentevoluntarias/ ... / De cualquier forma asistía alas conferencias de botánica de Heslow /.../Estas excursiones eran absolutamente deli-ciosas. Darwin aprobó, a principios de enerode 1831, su examen de bachiller con el pues-to décimo de la promoción, lo que le abría elcamino para la profesión de pastor de la Igle-sia Anglicana. Pero por lo pronto se quedódos semestres más en Cambridge (Hemleben,1971). El hecho de no tener prisa en comenzarsus actividades profesionales y su admiraciónpor Henslow hizo posible la clave del descu-brimiento de la evolución (Stratern, 2000): elviaje alrededor del Mundo en el Beagle. Poraquellos días le ofrecieron a Henslow el pues-to de naturalista sin sueldo a bordo del HMSBeagle / ... / Como Henslow no quería aban-donar Cambridge, le ofreció el trabajo a Dar-win, que no quiso dejar pasar la ocasión/ ... /Era costumbre llevar un botánico en este tipode viajes de exploración / ... / (hasta al médi-co de a bordo se la exigía un certificado decarpintería)... Puede resultar incongruentecon nuestra historia que al «botánico de abordo» se le exigiese un certificado de botáni-co, pero lo cierto es que se le exigía. Y lo

tenía. El naturalista del Beagle era un expertoque había desempeñado su cargo con distin-ción en otros viajes, ... El joven S. J. Gould,en su artículo La transformación marítima deDarwin o cinco años a la mesa del capitán(Gould, 1977), nos narra un curioso descubri-miento: He aquí toda una historia; no sola-mente un puntilloso pié de página para la his-toria académica, sino un descubrimiento deno poca significación. El naturalista del Bea-gle se llamaba Robert McKormick, y la histo-ria resulta ser, una vez más, muy diferente acomo nos la han contado. Y comienza con lacarta que J.S. Henslow escribió a Darwin: ElCap. F. busca un hombre (por lo que tengoentendido) más para compañero de viaje quecomo simple coleccionista. El capitán delBeagle, Robert Fitzroy, un aristocrático mari-no (su tío, el vizconde de Castlereagh, sofocóla rebelión irlandesa de 1798) cuya relacióncon sus subordinados, narrada por Darwin, ylos motivos de su posterior suicidio, relatadospor Gould, hacen pensar que a su lado el capi-tán William Bligh, causante del (histórico)«motín de la Bounty», era una especie demonje budista, necesitaba un compañero deviaje: La tradición naval británica dictabaque un capitán no podía tener virtualmenteningún contacto social con ningún miembroinferior en la escala de mando. / ... / Sólo uncaballero podía compartir sus comidas, y esoes precisamente lo que era Darwin, un caba-llero.

Parece que, desgraciadamente, no hay másremedio que suscribir la opinión de Gould:Qué diferente sería hoy la ciencia de la biolo-gía si Darwin hubiera sido hijo de un comer-ciante y no de un médico extremadamenterico. Efectivamente, Darwin se embarcóacompañado de un criado, con una abundantesuma de dinero, y con cuentas abiertas en lasprincipales ciudades en las que se hizo escala.La competencia de Darwin, que podía reclutara un considerable número de «nativos» parasus recolecciones de «especimenes», y los des-precios del capitán exasperaron al naturalistaoficial del Beagle y las consecuencias las narraDarwin en su diario: La suerte del pobreMcKormick estaba echada. / ... / En abril de1832, en Río de Janeiro, fue «dado de baja porinvalidez». Darwin comprendió el eufemismoy le escribió a su hermana, refiriéndose aMcKormick, «dado de baja por invalidez, es

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decir, por resultarle desagradable al capitán...no constituye una pérdida.

En las narraciones habituales de la epopeyadel «descubrimiento de la evolución» senarran meticulosos detalles del viaje, pero elpobre McKormick, con los sempiternos pro-blemas de «presupuesto oficial», ha sidoborrado de la historia en aras a la «financia-ción privada». Y esto también explica (por fin)el misterio de que cuando el joven biólogo,entusiasmado tras leer en el prólogo del primerlibro de Darwin, Viaje de un naturalista(1972), la presentación de éste como el factordel mayor escándalo del siglo XIX, motor deuna biología, sociología, antropología, histo-riología e incluso una ética a su manera, divi-soria de aguas de la ciencia decimonónica yaún de mucha de la contemporánea, y esperaconocer los, sin duda, dramáticamente inten-sos momentos iniciales del impresionante ytrascendental viaje, que habría de durar desdeel 27 de diciembre de 1831 hasta el 2 de octu-bre de 1836, se encuentra con el siguiente co-mienzo: Río de Janeiro: del 4 de abril al 5 dejulio de 1832.

Las ocultaciones y manipulaciones de lahistoria «oficial» son demasiadas como parapensar en descuidos. Del mítico y trascenden-tal viaje del Beagle no volvió Darwin con nin-guna idea sobre la evolución, a pesar de quecomo nos cuenta en su Autobiografía habíaoído hablar de Lamarck. Su «descubrimiento»tuvo lugar ocho años más tarde del regreso,tras su documentación antes mencionada.Concretamente, alrededor del 11 de enero de1844, aunque fuera un descubrimiento vaci-lante: Por fin ha surgido un rayo de luz, yestoy casi convencido (el subrayado es mío)(totalmente en contra de la opinión de la quepartí) de que las especies no son (es comoconfesar un asesinato) inmutables (Carta a J.Hooker en Autobiografía y cartas escogidas,p. 273). Tampoco sufrió durante el famosoviaje la transformación de que se nos habla,que le convirtió en un lúcido científico mate-rialista. Bien avanzado el viaje escribía en unade sus cartas a sus amigos: A menudo hagoconjeturas acerca de lo que será de mí: si medejara llevar por mis deseos acabaría sinduda siendo un clérigo de aldea (Gould,1985). Es más: Todavía a bordo del Beaglecitaba la Biblia a los oficiales del barco comola prueba irrefutable de sus principios mora-

les, y tuvo que soportar por ello las burlas delos marineros (Hemleben, 1971, p. 72). Suposterior, y siempre inseguro alejamiento dela Iglesia Anglicana, fue en realidad otramuestra de su ingenua honestidad intelectualque le llevó a dudar de la interpretación litera-lista de la Biblia (Hemleben, 1971). Y, enton-ces, ocurrió un milagro: se convirtió en ungenio. Pero, ¿cómo ocurría?, ¿qué mecanis-mo encerraba ese proceso? Darwin no habíarecibido formación científica en el sentidoacadémico, y hasta el momento no habíademostrado poseer una inteligencia excepcio-nal. (Su celebridad se debía enteramente ahaber estado en el lugar oportuno en elmomento oportuno) / ... / Pero, de pronto, alos veintiocho años pareció descubrir su ima-ginación / ... / El resultado sería un científicogenial (Stratern, 1999, p. 51). Sin embargo, laexplicación de esta «reorganización cerebral»sin precedentes (al menos hasta entonces) enla historia de la Humanidad, tal vez resultemenos esotérica y más comprensible. Graciasa sus abundantes recursos económicos Darwinse pudo permitir enviar a su mentor, el reve-rendo Henslow, una gran cantidad de especi-menes de todo tipo, recolectados por sus asa-lariados. Éste, entusiasmado, pronunció variasconferencias sobre ellos en la GeologicalSociety de Londres. Estas provocaron el sufi-ciente revuelo como para hacer de Darwinuna pequeña celebridad en los círculos cientí-ficos / ... / Al llegar a Londres, Darwin descu-brió que se había convertido en una especiede celebridad / ... / Le nombraron miembro dela Geological Society y le ascendieron casi deinmediato a su consejo rector. Un año mástarde fue aceptado por el Ateneo, el club paracaballeros más exclusivo de Londres, y al añosiguiente le nombraron miembro de la RoyalSociety. El regreso de Darwin no fue precisa-mente discreto (Stratern, 1999, p. 45). El«revolucionario» Darwin no era, ciertamente,un proscrito entre la rancia aristocracia cientí-fica de las «exclusivas» sociedades victoria-nas. Y, a pesar del manido relato de la reac-ción escandalizada del obispo de Oxford,también es cierto que Sir Charles Lyell y SirWilliam Hooker, importantes miembros deestas sociedades, le ofrecieron todo su apoyopara la publicación de su famosa obra, e inclu-so para que obtuviera la prioridad sobre lostrabajos enviados previamente por Alfred

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Rusell Wallace, en los que proponía su teoríasobre la evolución basada en la selecciónnatural. Y también lo es que, tanto éste comoPatrick Mathew, otro naturalista aficionadoque también había publicado en 1831 unahipótesis semejante, compartían defectos difí-cilmente tolerables por los aristocráticos aca-démicos: el primero era de ideas socialistas, yMathew fue miembro del «Movimiento Char-tista», que denunciaba y combatía las durascondiciones de vida de los trabajadores de laépoca.

En suma, de los datos históricos se des-prende que la sorprendente «conversión» deDarwin en el hombre genial que descubrió laselección natural, el «verdadero mecanismode la evolución», fue más una creación exter-na que propia. De hecho, él mismo acabó porestar muy poco convencido de que esto fueraasí. En su otra gran obra, La variación de losanimales y las plantas en domesticidad, publi-cada diez años después del Origen de lasespecies... elaboró lo que consideraba su teo-ría definitiva, en la que daba el paso drásticode abandonar la idea de la selección natural.De lo sublime a lo ridículo. En su lugar pro-puso una teoría pergeñada por primera vez enel siglo V a. C. por el filósofo griego Demó-crito, conocida como Pangénesis. Su versiónmoderna afirmaba que cada órgano y sustan-cia del cuerpo segregaba sus propias partícu-las que luego se combinaban para formar lascélulas reproductivas. Las partículas segrega-das por cada órgano eran un eco fiel, no sólode las características, sino también de la res-pectiva fuerza, tamaño y salud del órgano(Stratern, 1999). Es decir, al parecer son susapologistas los que deciden cuáles de susideas son las adecuadas, incluso en contra desu opinión. Lo cual resulta un caso de mitifi-cación realmente peculiar (si bien, no único),porque sería algo así como reconocerle lasaportaciones que él admitía como errores yrechazar, precisamente, las que creía válidas.Es más, muy probablemente Darwin tampocoestaría de acuerdo con los atributos de genia-lidad con que le adornan sus «correctores»:No tengo la gran presteza de aprehensión oingenio, tan notable en algunos hombres inte-ligentes, por ejemplo Huxley. Por lo tanto soyun mal crítico: la lectura de un artículo o deun libro suscita en un principio mi admira-ción, y sólo después de una considerable

reflexión me percato de los puntos débiles. Micapacidad para seguir una argumentaciónprolongada y puramente abstracta es muylimitada y por eso nunca hubiese triunfado enmetafísica ni en matemáticas. Parece, en defi-nitiva, que no hay más remedio que estar deacuerdo con Stratern en lo que respecta a sudescripción de las cualidades y verdaderosméritos de Darwin previos a su «transforma-ción». Y que, por mucho que sus seguidoresse empeñen en hacernos creer que ésta ocu-rrió, el mismo Darwin se niega tozudamente areconocerlo, a juzgar por la frase con quefinaliza su Autobiografía: Con unas faculta-des tan ordinarias como las que poseo, es ver-daderamente sorprendente que haya influen-ciado en grado considerable las creencias delos científicos respecto a algunos puntosimportantes.

Pero, la sensación de desconfianza que pro-duce constatar cómo se ha fabricado un mitomediante la «creación» de una sólida teoría yuna impecable y coherente biografía, no sóloinexactas sino contrarias a las que manifiestael propio personaje, llega al extremo cuandonos enfrentamos con la falacia (absolutamentemanifiesta, porque se puede comprobar enlibros que se encuentran actualmente en laslibrerías) de negarle a Darwin la responsabili-dad del «darwinismo social», ya que fue Her-bert Spencer su verdadero creador, antes de lapublicación del «Origen de las Especies».Esta frase, «clonada» literalmente en los textosdarwinistas, resulta muy poco favorecedorapara la credibilidad del resto de la obra porque,tanto si es resultado de una tergiversaciónintencionada como si lo es del desconocimien-to, no dice mucho a favor del rigor científicode sus autores. Porque, aún sin tener en cuentala existencia de cartas muy significativas(especialmente, una escrita por Darwin aHeinrich Fick, un jurista suizo partidario de laaplicación de la teoría darwiniana a la legisla-ción) (Sandín, 2000), cuyo desconocimiento sepodría justificar por no resultar de fácil acceso,la otra «obra cumbre» de Darwin, Descenden-cia del Hombre y la Selección en Relación alSexo (1871), conocida como El Origen delHombre, resulta (naturalmente, si uno se tomala molestia de leerla) suficientemente informa-tiva al respecto, y merece, con todos los hono-res, un capítulo aparte.

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Sobre «la tendenciaa la perfección»

E sta obra es, sin duda, la más clarifi-cadora sobre la concepción que Dar-win tenía realmente del hecho y,

especialmente, del significado de la evolucióny de la selección natural. Porque, a diferenciade «El Origen de las Especies», en el quecomo hemos visto encontraba muchas dificul-tades para explicar la Naturaleza mediante susbases conceptuales (selección de ganados,Malthus y Spencer), en este caso esos proble-mas (obviamente) no existen para explicar«su» sociedad humana.

Comencemos por la situación de su «obser-vatorio» de la realidad: La presencia de uncuerpo de hombres bien instruidos que nonecesitan trabajar materialmente para ganarel pan de cada día, es de un grado de impor-tancia que no puede fácilmente apreciarse,por llevar ellos sobre sí todo el trabajo inte-lectual superior (del) que depende principal-mente todo progreso positivo, sin hacer men-ción de otras no menos ventajas (p. 192).Entre éstas, hay algunas no despreciables: Losricos por derecho de primogenitura pueden,de generación en generación, elegir la muje-res más hermosas, las más encantadoras,dotadas por lo general de bienes materiales yde espíritu superior (p. 193). Pero este «espíri-tu superior» hay que considerarlo en propor-ción al nivel de las mujeres, ya que, Está gene-ralmente admitido que en la mujer lasfacultades de intuición, de rápida percepción yquizá también las de imitación, son muchomás vivas que en el hombre; mas algunas deestas facultades, al menos, son propias ycaracterísticas de las razas inferiores, y portanto corresponden a un estado de culturapasado y más bajo. / .../ Por consiguientepodemos inferir de la ley de la desviación delos tipos medios –tan bien expuesta por Galtonen su obra sobre «El Genio hereditario – quesi los hombres están en decidida superioridadsobre las mujeres en muchos aspectos, el tér-mino medio de las facultades mentales delhombre estará por encima del de la mujer(p. 728).

En cuanto a las «clases inferiores», citadascontinuamente en la obra (y poco caritativa-

mente, por cierto), su «observatorio de la rea-lidad» no le debía permitir mucho contactocon ellas, ya que, en muchos casos, hablabapor referencias ajenas: Mas en estos casosparecen ser igualmente hereditarias la aptitudmental y la conformación corporal. Se asegu-ra que las manos de los menestrales inglesesson ya al nacer mayores que las de la genteelevada (p. 47). Sin embargo, a pesar de queya nacen con las «herramientas» incorporadas,es precisa una selección, como expone en elapartado Acción de la selección natural sobrelas naciones civilizadas: Existe en las socieda-des civilizadas un obstáculo importante parael incremento numérico de los hombres decualidades superiores, sobre cuya gravedadinsisten Grey y Galton, a saber: que los pobresy holgazanes, degradados también a veces porlos vicios, se casan de ordinario a edad tem-prana, mientras que los jóvenes prudentes yeconómicos, adornados casi siempre de otrasvirtudes, lo hacen tarde a fin de reunir recur-sos con que sostenerse y sostener a sus hijos. /.../ Resulta así que los holgazanes, los degra-dados y con frecuencia viciosos tienden a mul-tiplicarse en una proporción más rápida quelos próvidos y en general virtuosos. A conti-nuación cita un ejemplo en el que los irlande-ses se corresponden con la primera categoría,mientras que los escoceses están adornados desiete virtudes superiores, para finalizar: En lalucha perpetua por la existencia habría preva-lecido la raza superior, y menos favorecidasobre la superior, y no en virtud de sus buenascualidades, sino de sus graves defectos.

Pero, también para este problema hay solu-ción: Con respecto a las cualidades morales,aun los pueblos más civilizados progresansiempre eliminando algunas de las disposicio-nes malévolas de sus individuos. Veamos, sino, cómo la transmisión libre de las perversascualidades de los malhechores se impide o eje-cutándolos o reduciéndolos a la cárcel pormucho tiempo. Porque, como señala a conti-nuación: En la cría de animales domésticos eselemento muy importante de buenos resulta-dos la eliminación de aquellos individuos que,aunque sea en corto número, presenten cuali-dades inferiores.

Todos los argumentos del libro se puedencondensar en unas ideas básicas muy sencillas:Las cosas son como deben ser, porque laselección (bien natural o en su caso la del ver-

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dugo) se encarga de ello. Dado que las cuali-dades morales e intelectuales son innatas, lospaíses civilizados han llegado a dominar elMundo por obra y gracia de la mayor calidadde sus ciudadanos; y, naturalmente, dentro deéstos y de acuerdo con sir Francis Galton, lasclases superiores son las adornadas de lasmayores virtudes. Por eso, ... sería una inter-minable tarea señalar los numerosos puntosde diferencia de las razas. / .../ Sus caracteresmentales son igualmente muy distintos, sobretodo cuando se trata de las partes emociona-les, aunque mucho, asimismo, en sus faculta-des intelectuales. La consecuencia de estasdiferencias en un Mundo dirigido por la impla-cable selección natural es inevitable: Llegaráun día, por cierto, no muy distante, que deaquí allá se cuenten por miles los años en quelas razas humanas civilizadas habrán extermi-nado y reemplazado a todas las salvajes por elmundo esparcidas / ... / y entonces la lagunaserá aún más considerable, porque no existi-rán eslabones intermedios entre la raza huma-na que prepondera en civilización, a saber: laraza caucásica y una especie de mono inferior,por ejemplo, el papión; en tanto que en laactualidad la laguna sólo existe entre el negroy el gorila (p. 225). Y, en este caso, Darwin sícontaba con datos objetivos para reforzar susargumentos. Cuando las naciones civilizadasentran en contacto con las bárbaras, la luchaes corta, excepto allí donde el clima mortalayuda y favorece a los nativos. / .../ Cuando secomenzó a colonizar Tasmania, estimabanalgunos el numero de sus habitantes en 7.000y otros en 20.000. Este número disminuyó con-siderablemente a causa, sobre todo, de lasluchas con los ingleses y consigo mismos.Después de la famosa cacería emprendida portodos los colonizadores en que se sometieronlos residuos que quedaban de la antiguapoblación indígena, su número no era más que120 individuos, los cuales en 1832 fuerondeportados a la isla Flinders (en 1864 queda-ba un hombre, que murió en 1869, y tres muje-res. La última tasmana murió a finales delsiglo XIX). A la vista de «procesos naturales»como éste, se entienden perfectamente Losnotables resultados que los ingleses han obte-nido siempre como colonizadores, compara-dos con los de otras naciones de Europa / ... /Es en apariencia muy verdadera la opinión delos que entienden proceder el admirable pro-

greso de Estados Unidos, como también elcarácter del pueblo, de la selección natural(p. 201)

En suma, el libro (que, por cierto, sería muyde agradecer que fuera leído por los darwinis-tas), que no estaba concebido por Darwin, nimucho menos, como una obra secundaria, sinocomo la culminación necesaria del Origen delas Especies ..., no cuenta con mayores virtu-des científicas y literarias que éste, porqueademás de las abundantes argumentaciones deltipo de las ya citadas, cuya calificación bené-vola podría ser de «políticamente incorrectas»,contiene muchas otras referidas, por ejemplo,a las clases entregadas a la destemplanza, allibertinaje y al crimen, o al matrimonio y lareproducción que no se pueden calificar deotro modo que de absolutamente ridículas. Nome puedo resistir a mencionar una muestrafinal: En suma, concluimos como el doctorFarr en que la menor mortalidad de los casa-dos, relativamente a la de los solteros, ley queparece ser general, se debe principalmente ala eliminación constante de los tipos imperfec-tos y a la hábil selección de los individuos máshermosos que en cada generación se verifica,por no haber selección más que cuando setrata de matrimonio, y ser tan grande su influ-jo sobre las cualidades corporales, intelectua-les y morales. De lo cual podemos inferir quelos hombres sanos y buenos no se hallaránsujetos a mayor mortalidad si sólo por pru-dencia permanecen sin casarse algún tiempo.

Del candor (que mejor se podría calificar desimpleza) y del rancio puritanismo victorianoque se refleja en sus escritos no se desprendela más mínima intención de manipular o dis-torsionar los hechos (entre otros motivos, por-que, como él mismo reconoce, carecía enabsoluto de las capacidades necesarias parahacerlo). Se trata, sencillamente, de una con-cepción del Mundo característica del sectorsocial del que procedía y en el que se relacio-naba (y no «un producto de su época», comose suele justificar, porque en la misma época yen el mismo país existían visiones muy dife-rentes de la realidad, como, sin ir más lejos, lasde Wallace o Mathew). Una clase social que secaracterizaba por unos valores profundamenteenraizados en la tradición calvinista (otra revo-lución burguesa), según la cual ciertas perso-nas están predestinadas por Dios a la salvacióny otras a la condenación. Pero, eso sí, el cre-

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yente, aunque desconoce su destino, puededemostrar que es un «elegido de Dios» con loséxitos que alcance en su vida privada. Estacuriosa «fe» que, por otra parte fue la quealumbró la teoría de Adam Smith, desvela unaenvidiable capacidad de amoldar toda una cos-movisión a los intereses de una clase socialconcreta, de modo que, mediante unos conve-nientes e inevitables designios, un Dios tancomplaciente con los ricos como implacablecon los pobres, la mano invisible del mercadoy la poderosa y ciega selección natural favore-cen, curiosamente, a los mismos, otorgándo-les, de una tacada y por los mismos méritos(que se pueden sintetizar en «ir a lo suyo»), lasalvación, la riqueza y el éxito biológico.

Y estos principios no pertenecen al campode las anécdotas históricas, porque son los queconforman en la actualidad los basamentos delas sociedades «avanzadas». Su intelectualiza-ción en forma de «leyes científicas» y sucarácter eminentemente práctico (especial-mente para los «más aptos») los ha expandidoy consolidado, de forma que de ser en su ori-gen una justificación del «status quo», conmayor o menor dosis de hipocresía o de sim-pleza, han pasado a convertirse en una firmecreencia de cómo es (y cómo debe ser) la rea-lidad, y muchos de los argumentos no sólo deDarwin sino de Smith, Malthus y Spencer per-manecen, además de en las «leyes» de la eco-nomía de libre mercado, en los textos en losque los científicos darwinistas nos explican suvisión de la Naturaleza y de la Sociedad enforma de metáforas y «leyes» científicas.

El Darwinismo «moderno»

R esulta verdaderamente difícil definirqué es hoy el Darwinismo (el neo-darwinismo, para ser exactos), lo

cual es un serio problema, porque se trata de«la» teoría de la evolución, la base teórica dela biología que permitiría explicar (pero sobretodo comprender) todos los fenómenos bioló-gicos y muchas de las grandes cuestiones can-dentes actuales, desde los graves problemasambientales hasta el posible futuro de los eco-sistemas (especialmente el humano), desde elSIDA hasta el cáncer (ver Sandín, 1997). Pero

lo cierto es que a pesar de que en los últimos25 años se han producido descubrimientosespectaculares en el campo de los conocimien-tos biológicos (o, tal vez, precisamente porello), nos encontramos con una gama tanvariada y, a veces, tan contradictoria de con-cepciones y explicaciones de los procesos evo-lutivos que la base teórica, más que en confu-sa se ha convertido en inexistente.

La teoría «oficial» que sigue figurando enlos libros de texto, a pesar de estar totalmentedescalificada por los datos recientes, es la lla-mada «Teoría sintética moderna». El término«moderna» hace referencia a la época en quefue elaborada, desde los años veinte a los cin-cuenta, fundamentalmente por matemáticos(Wrigth, Fisher y Haldane) que tenían muypocos conocimientos de genética cuandoincluso los genetistas tenían muy pocos cono-cimientos de genética. La idea de evolución(de cambio en la organización morfológica,fisiológica y genética) se resume así de senci-llamente: «La visión de Darwin sobre la selec-ción natural se puede incorporar fácilmente ala visión genética de que la evolución se pro-duce físicamente a partir de cambios en lasfrecuencias génicas» (Boyd y Silk, 2001).

La «visión genética» a la que se refieren esla simplificación mendeliana que explica (soloen ciertas ocasiones) la transmisión de caracte-rísticas superficiales (en su mayor parte«defectos»), como las famosas característicasde la piel de los guisantes o del pelo de losratones, que no afectan en absoluto a su condi-ción de guisantes o de ratones, pero que, sobretodo, ha conducido a la concepción de queexiste «un gen» responsable directo de cadacarácter, ya sea fisiológico, anatómico o, in-cluso, de comportamiento, concepción quetodavía subyace en las interpretaciones demuchos teóricos de la evolución. Lo cierto esque después de medio siglo desde que se for-muló (difusamente) la Teoría Sintética Moder-na, los dos ejemplos clásicos que figuran enlos libros de texto como explicación de la evo-lución según sus criterios (es decir, mediantela selección natural) son la resistencia a lamalaria de los heterocigotos para «el gen» dela anemia falciforme y el cambio de coloraciónde las famosas «polillas del abedul». El hechode que los individuos resistentes a la malaria ylas polillas oscuras, teóricamente supervivien-tes a los pájaros gracias a su ocultación en el

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hollín contaminante, sigan siendo los mismoshombres y las mismas polillas existentes antesde la «actuación» de la selección natural no lesinvalida como ejemplo de evolución. La ideade evolución implícita (es más, firmementeasumida) en estos argumentos es que las muta-ciones (errores de copia del ADN en su repli-cación) producen al azar variantes de un gen(alelos diferentes) que causan pequeñas varia-ciones como las anteriormente mencionadas; yestas variaciones «con el tiempo» llegarían aconvertirse en los grandes cambios de organi-zación genómica, fenotípica y anatómica quese han producido en los seres vivos. Según F.J.Ayala (1999), la evolución se produce median-te cambios en la composición genética de unaespecie, como si los genes fueran unas entida-des individuales, cada una responsable de uncarácter que se situarían, a modo de cuentas deun collar, en los cromosomas.

Sin embargo, hace tiempo que esta visión delos genomas está totalmente invalidada. Hoysabemos que lo que llamamos «genes» (dondese localiza la información sobre cómo se hacey cómo funciona un organismo vivo) es algomucho más complejo que un segmento con-creto de ADN: puede haber genes repetidos entrozos dispersos por el genoma, hay genes conotros genes dentro, los hay enormes, formadospor millones de pares de bases, y muy peque-ños, formados por unos pocos miles (ver San-dín, 2001). Pero, sobre todo, lo que más hacambiado de la visión extremadamente simpley, especialmente, determinista de la teoría sin-tética, y que desgraciadamente ha pasado aformar parte de los tópicos populares, es laidea de que «un gen» tiene un significadoúnico y concreto. En la época en que se elabo-ró la Teoría Sintética se hablaba de un gen-uncarácter. Posteriormente se pasó a asociar ungen con una proteína y, finalmente se ha com-probado que la información genética es algode una complejidad difícil de abarcar. En pri-mer lugar, el ADN en sí mismo no es ni auto-rreplicable ni de único significado. Es algo asícomo un diccionario, que necesita de una gra-mática, incluso de un idioma, que dé sentido (ycontexto) a la información que contiene. En elprimer aspecto, para la replicación del ADNson necesarias un buen número de complejísi-mas y muy específicas proteínas que separanla doble cadena, inducen la replicación, revi-san, corrigen los errores, los reparan y unen los

trozos reparados. En cuanto a los mensajescodificados en el ADN, el «significado» deuna secuencia concreta de bases varía según susituación en el genoma, de la regulación porparte de otros genes y del tipo de organismo enel que esté. Por ejemplo, el gen llamado GAIcodifica en plantas una proteína que frena sucrecimiento, excepto en presencia del ácidogiberélico (una especie de hormona vegetal).Se ha visto (Peng, et al., 1999; Boss y Thomas,2002) que una mutación de este gen tiene dis-tintas consecuencias en plantas diferentes: enArabidopsis (una planta silvestre muy común)este gen o su mutante pueden producir hojas oflores; en vides, uvas o zarcillos y en trigo tallolargo o corto.

Pero la plasticidad del ADN puede ir aúnmás lejos. Muchos genes tienen la capacidadde lo que se conoce como «splicing» (empal-me o ligamiento) alternativo (Herbert y Rich,1999), es decir, de producir diferentes mensa-jes (diferentes proteínas) en función de lascondiciones del ambiente celular (que, a suvez, depende del ambiente externo), lo que endefinitiva significa que el ADN posee la capa-cidad de respuesta al ambiente. Y esta capaci-dad de respuesta va aún más lejos si tenemosen cuenta los descubrimientos derivados de lasecuenciación (parcial) del genoma humano(The Genome Sequencing Consortium, 2001).El 95% de nuestro genoma está constituido porelementos móviles y virus endógenos. Los pri-meros pueden estar de dos formas: transposo-nes, que son «trozos» de ADN que pueden sal-tar de unas partes a otras de los cromosoma, yretrotransposones, que pueden realizan(mediante las proteínas correspondientes)copias de sí mismos que se insertan en otrazona del genoma, produciéndose duplicacio-nes de sus secuencias. Ambos se activan comoreacción a agresiones ambientales (Witelaw yMartin, 2001). En cuento a los virus endóge-nos, que constituyen, por el momento, el 10%del genoma, se considera que su presenciaobedece a que en algún momento de la historiaevolutiva «infectaron» al «hospedador» y seinsertaron en el genoma, donde permanecencomo «parásitos». Lo cierto es que sus secuen-cias participan activamente en procesos celula-res normales de distintos órganos como cere-bro, pulmón, corazón… (Genome directory,2001). Y también tienen capacidad de respues-ta al ambiente, «malignizándose» ante agresio-

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nes ambientales (Gaunt y Tracy, 1995) e inclu-so reconstruyendo su cápsida y recuperando sucapacidad infectiva (Ter-Grigorov et al.,1997).

Por si todos estos datos sobre la enormecomplejidad del material genético no fueransuficientes para mostrarnos lo mucho quetodavía nos queda por conocer, los estudiossobre el proteoma (el conjunto de proteínascelulares que participan en todos sus procesos)están poniendo de manifiesto fenómenos que,según sus investigadores (Gavin et al., 2002;Ho et al., 2002) desafían la imaginación: losmiles de complejas proteínas que interactúanen las células se asocian en grupos de, almenos, 96 proteínas. Cada combinación deter-mina, al parecer, sus estructuras y funcionescaracterísticas. Según los autores La célulaestá organizada en una forma para la que noestamos preparados.

En suma, los procesos biológicos, incluso alnivel más básico, están resultando tan diferen-tes de la visión reduccionista del darwinismoque todavía figura en los libros de texto la con-clusión lógica que planteó Philip Ball (2001),uno de los editorialistas de Nature, ante elinforme de la secuenciación del genoma hu-mano: «Nos encontramos sin base teórica pa-ra explicar esta complejidad». En otras pala-bras, lo que tenemos es inútil. Porque, desdeluego, todo esto que estamos explicandoimplica que la evolución de la vida no ha podi-do producirse según la narración darwinista,mediante mutaciones –es decir «errores» odesorganizaciones que se producen al azar–que generan variantes de un mismo gen quetienen pequeñas consecuencias en el fenotipo,y que serían «fijadas» por la selección naturalen el caso de ser «mejores» que sus otrasvariantes, produciendo como consecuenciauna evolución gradual.

Y, efectivamente, los datos nos informan deque la historia no ha sido así. Desde el origende las células que constituyen los seres vivos,que como ha sido comprobado por W.F. Doo-lottle (2000), Linn Margulis (1995) y R. Gupta(2000) se ha producido por agregaciones debacterias, hasta las bruscas remodelaciones defauna y flora que inician los grandes periodosgeológicos (Moreno, 2002) y que coincidencon grandes catástrofes ambientales perfecta-mente documentadas en la actualidad (Kemp,1999), pasando por la todavía misteriosa para

los científicos «explosión del Cámbrico»(Morris, 2000), en la que aparecieron de unmodo repentino todos los tipos generales deorganización animal (ver Sandín 2002), todosestos hechos constituyen un relato más acordecon las características reales de los fenómenosnaturales. Desde la naturaleza de la informa-ción genética hasta el todavía indescifrablefuncionamiento celular, o desde las sofistica-das e interdependientes actividades de los pro-cesos fisiológicos hasta la coordinación en laformación de un organismo o la complejidadde los ecosistemas, la Naturaleza nos habla,fundamentalmente, de cooperación. De siste-mas biológicos de una enorme complejidad enlos que no hay sitio para los «errores», pero,sobre todo, de una gran interacción con elambiente y una gran capacidad de respuesta,con poco de aleatorio a las condiciones-agre-siones ambientales. Una realidad totalmenteopuesta a la visión de las características genéti-cas rígidamente determinadas y herméticamen-te aisladas del ambiente, en las que los supues-tos cambios aleatorios serían seleccionados pormedio de una implacable competencia.

Sin embargo, los términos y los conceptos,incluso el modo de razonar darwinista, aparen-temente «grabados a fuego» en el cerebro du-rante nuestra formación como biólogos, impi-den dar a estos hechos el significado quetienen. Solo a modo de ejemplo de los siste-máticos y tópicos argumentos, a veces real-mente peregrinos, que se utilizan para embutirlos nuevos datos en el paradigma darwinistavamos a hacer referencia a algunas interpreta-ciones sobre los fenómenos fundamentales delos procesos evolutivos que aparecen conti-nuamente en las revistas especializadas enreferencia a cualquier fenómeno investigado,incluido el nivel molecular.

Rodhey Gupta, de la Universidad Macmas-ter de Canadá, ha conseguido identificar dequé tipo de bacterias proviene el materialgenético (ADN y proteínas) de nuestras célu-las: los genes y las proteínas que controlan lareplicación del ADN provienen de arqueobac-terias; los que controlan el metabolismo celu-lar, de eubacterias. Sin embargo, para él estehecho fundamental en la evolución de la vida,que indica hasta qué punto son importantes losfenómenos de cooperación y de integración desistemas, en sí mismos complejos, y «cómotienen que ser» para conseguir los increíbles

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niveles de complejidad e interconexión que seencuentran en los más mínimos procesos bio-lógicos, es el resultado de un fenómeno oca-sional, aleatorio y único (a pesar de la increí-ble eficacia de su resultado), de manera quenuestro autor considera que «los siguientes»fenómenos evolutivos tuvieron lugar pormedio de la selección natural (Gupta, 2001).

Pero los «siguientes procesos evolutivos»también resultan para los especialistas que losestudian fenómenos excepcionales. La llama-da «explosión del Cámbrico», en la que apare-cieron en un periodo máximo de cinco millo-nes de años (G. Bellido, 1999) todos losgrandes tipos de organización animal existen-tes en la actualidad (anélidos, artrópodos,moluscos, ... e incluso vertebrados), tuvo lugaren un medio marino muy estable y a partir deantecesores muy sencillos. Antonio García Be-llido, sin duda el científico español de mayorprestigio internacional, ha denominado «sin-tagma» al conjunto de genes/proteínas respon-sable de la regulación embrionaria de la dife-renciación de distintos tejidos y órganos (queconstituyen los llamados homeoboxes) y que,forzosamente, tuvieron que aparecer en aquelperíodo. Se ha podido comprobar que loshomeoboxes que coordinan la aparición de lasalas de los mamíferos, aves e insectos estánformados por las mismas secuencias de ADN.Sólo se diferencian en el número de duplica-ciones. Y lo mismo ocurre para los ojos, extre-midades, tubo digestivo... Se ha podido com-probar (Morata, 2000) que «transplantando»los genes que controlan el ojo de ratón a diver-sos puntos del embrión de la mosca del vina-gre se formaban ojos de mosca (que, paracolmo, son ojos compuestos, muy diferentes alos de mamífero). Es decir, una vez más lamisma secuencia genética en un medio celulardiferente se expresa de modo distinto. SegúnGarcía Bellido sintagmas completos, en unnúmero creciente de casos, están conservadosdesde el origen. Es decir, que la evolución delos organismos y de las estructuras biológicasno ha sido, ni mucho menos, mediante «muta-ciones» aleatorias fijadas por la selecciónnatural. De hecho, García Bellido lo expresaclaramente: Las mutaciones clásicas en losgenes que codifican para proteínas han debidoser de escasa relevancia para la evoluciónmorfológica» (García Bellido, 1999). Sinembargo, no podemos olvidarnos de la reve-

rencia al darwinismo: Así se inició una compe-tición morfológica y de comportamiento entreorganismos, elaboraciones que han continua-do y diversificado (sic) desde entonces.

Es decir, aunque los descubrimientos «rea-les», los datos, nos indican que la competenciay la selección no han podido tener nada quever en la formación de estos sistemas «conser-vados desde el origen», tiene que existir, for-zosamente, una competencia que suponemosque fue «después». Y la competencia se buscadonde haga falta. En la sutil proliferaciónembrionaria de las células que forman las alasde la mosca Drosophyla existe, al parecer, unproceso llamado «competición celular», que«elimina» las células que proliferan lentamen-te (Moreno et al., 2002) (y se supone que lasalas son consecuencia de esta competición).Incluso el centrómero, un orgánulo celular quecontiene ADN formado por «secuencias repe-tidas en tandem»,y que es el responsable de laseparación exacta de las dos hebras de los cro-mosomas en la división celular, no es, en rea-lidad, una muestra más de eficacia y coordina-ción de los procesos celulares sino «ADNegoísta» (Menikoff y Malik, 2002), y que «lacompetición darwiniana entre centrómerosoponentes aporta un mecanismo moleculargeneral para la evolución del centrómero...»

En suma, visto desde una «mentalidad bio-lógica exterior al paradigma» resulta una desa-lentadora sensación de que el «adiestramien-to» (Feyerhabend, 1989) en el modo de verdarwinista impide la compresión de lo quetenemos delante de los ojos. Y no parece queeste problema tenga fácil solución. No solo esuna visión reforzada por el modelo social del«libre mercado» y la «libre competencia» quese ha impuesto en todos los ámbitos de la vidaen la llamada «civilización occidental», sinoque ya ha sido «científicamente demostrado»nada menos que mediante programas de orde-nador. Leamos: «Los organismos digitales,esencialmente programas de ordenador queobedecen las leyes de mutación y selecciónnatural, pueden ser usados para investigar lasrelaciones entre los procesos básicos de evolu-ción» (Wilkie et al., 2001).

Es decir, si se programa una secuencia paraque «obedezca» las «leyes» de la mutación yla selección natural, las obedecerá. Pero difí-cilmente se podrá programar el funcionamien-to de una simple célula con sus cientos de

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miles de moléculas interactuando y contribu-yendo a su funcionamiento. Sencillamente,porque actualmente desconocemos cómohacerlo.

La consecuencia de todo esto es una Biolo-gía con una gran cantidad de informacionesdesconexas, sin una base teórica capaz de uni-ficarlas y de dar sentido científico a estosconocimientos. Simplemente se mantienen lasinterpretaciones basadas en la competición. Ymientras en las universidades se enseña la evo-lución como «un cambio gradual en las fre-cuencias génicas», en sus propios laboratoriosse observa que los procesos implicados en laevolución morfológica nos dicen exactamentelo contrario. Pero el darwinismo subsiste enforma de auténtica creencia, en muchos casoscon carácter integrista, en la que el azar y lacompetencia son los dogmas intocables. Pero,además, son «conceptos científicos»: Entre laordalía de opiniones personales en que se haconvertido la base teórica de la Biología sepueden leer sentencias como ésta, aportada porLynn Margulis, una de los principales contri-buyentes a la teoría del «origen endosimbion-te» de las células eucariotas: «La variación enla evolución no viene de la selección natural /.../ Estamos de acuerdo con Darwin en casitodo, excepto en de dónde vienen las variacio-nes; pero no estamos de acuerdo con susseguidores, que han corrompido la teoría (?) /... / «la cooperación y la colaboración (deriva-ción lógica de sus descubrimientos) son térmi-nos sociales» (El País, 12-5-2002). Es decir,son inutilizables y desechables frente a los tér-minos «competencia» y «más apto» (más ade-cuado), que son conceptos realmente «científi-cos». Porque éste es el más grave daño que haprovocado el darwinismo: el convertir unosprejuicios culturales en conceptos científicos.Y el daño de esta visión deformada de la reali-dad no se ha limitado al ámbito científico.

El darwinismo parece haber vuelto a sus raí-ces de justificación teórica del «statu quo»social, aunque en realidad nunca se alejómucho. A lo largo de los últimos 150 años elvocabulario de la Biología sólo se ha diferen-ciado del lenguaje de la economía de mercadoen los sujetos (banquero, empresa o bolsa, porindividuo, especie o ecosistema, por ejemplo),porque los procesos y las reglas («leyes») quelos rigen son prácticamente indistinguibles: lasestrategias adaptativas, el coste-beneficio, la

explotación de recursos, la competitividad, laeficacia de un comportamiento, o su rentabili-dad, incluso las carreras armamentísticas (ymuchos otros) se han llevado hasta los másrecónditos procesos bioquímicos. De hecho,incluso en las secciones de periódicos relacio-nadas con la economía se puede leer: «Elmejor libro de negocios que se ha escrito es ElOrigen de las Especies...» («Digital Darwi-nism», en el País Negocios). Porque en lo másprofundo del Darwinismo, con sus inamovi-bles principios, lo que subyace en realidad noes el intento de estudiar o comprender la Natu-raleza, sino el espíritu que guiaba las argu-mentaciones de Malthus, Spencer y el mismoDarwin: la justificación de las diferenciassociales y entre países colonizadores y coloni-zados (o «avanzados» y «atrasados»). Y estoexplica la magnífica acogida de los libros«científicos» encaminados en esta dirección,su gran difusión y el gran prestigio que adquie-ren sus autores. Por ejemplo, uno de los mayo-res éxitos editoriales de un libro que supuesta-mente era estrictamente científico fue el de«Sociobiología: La Nueva Síntesis», del ento-mólogo estadounidense E.O. Wilson. Cuandose publicó por primera vez, en 1975, el des-pliegue de medios de comunicación fue impre-sionante: se le concedieron entrevistas en dis-tintas cadenas de televisión y en revistas, entrelas que figuraban People, The New York TimesSunday Magazine, e incluso House and Gar-den. La tesis fundamental que mantiene Wil-son es que el comportamiento social humanoes sólo un ejemplo especial de categorías másgenerales de comportamiento y organizaciónsocial del Reino animal. En consecuencia,tanto los comportamientos individuales comolos de grupo (léase pueblos o «razas») hanevolucionado como resultado de la selecciónnatural. Entre las características humanasresultantes del proceso de selección naturalfiguran, según él, la agresividad, la competi-ción, la división del trabajo, el núcleo familiar,el individualismo y la defensa del territorionacional. Si tenemos en cuenta cuál es el paísque sobresale en estas virtudes sobre cualquierotro del planeta, no parece necesario un análi-sis en profundidad de estos argumentos «cien-tíficos».

Pero sin duda el caso más nefasto, por loprofundamente que ha calado en el ámbitocientífico, es el protagonizado por el zoólogo

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inglés Richard Dawkins. Como él mismoescribe en el prefacio a una de sus múltiplesreediciones (en este caso a la de 1989): En ladecena de años trascurridos desde la publica-ción de «El gen egoísta», su mensaje centralse ha transformado en ortodoxia en los librosde texto. / ... / La teoría del gen egoísta es lateoría de Darwin, expresada de una maneraque Darwin no eligió pero que me gustaríapensar que él habría aprobado y le habríaencantado. La tesis central de «El Gen Egoís-ta: las bases biológicas de nuestra conducta»es que los seres vivos somos, simplemente,«máquinas de supervivencia» construidas porlos genes que son la «unidad de evolución», yque compiten por alcanzar la supremacía sobrelos otros genes. Según Dawkins Toda máquinade supervivencia es para otra máquina desupervivencia un obstáculo que vencer o unafuente que explotar. Su «entrañable» visión dela vida la resume así: ... pienso que la naturale-za en estado puro, la naturaleza «roja en uñasy dientes», resume admirablemente nuestracompresión moderna de la selección natural».

El problema de su visión es que sus basescientíficas son inexistentes, y rizan el rizo deldarwinismo original, cuyas bases conceptualeseran claramente las creencias o la visión de lavida de una clase social concreta, que explica-ba los procesos evolutivos mediante la sim-plista extrapolación de las actividades de losganaderos y horticultores, que al menos eranhechos existentes, mientras que ahora losfenómenos biológicos que se invocan son unaabsoluta invención. Comenzando por la «defi-nición» que hace Dawkins del protagonistaactivo de su historia, «el gen», nos encontra-mos con una tautología y con una simplifica-ción, no ya absolutamente descalificada porlos datos actuales sino absurda en el momentoen que la formuló: Un gen se define como unaporción de material cromosómico que, poten-cialmente, permanece durante infinitas gene-raciones para servir como una unidad deselección natural. Desde su punto de vista, unautomóvil de competición podría definirsecomo «una porción de material metálico quepotencialmente dura lo suficiente para servircomo una unidad de competición en un circui-to». En cuanto al origen y las característicasdel material cromosómico, el «ADN egoísta»,sus opiniones no son menos fantasiosas: Enalgún punto, una molécula especialmente

notable se formó por accidente. La denomina-remos el replicador. No tuvo que ser, necesa-riamente, la más grande o la más compleja detodas las moléculas, pero tenía la extraordina-ria propiedad de poder crear copias de símisma / ... / tan pronto como nació el replica-dor, sin duda esparció rápidamente sus copiasa través de los mares hasta que las moléculasmás pequeñas, cuya función era la de ser com-ponentes, se convirtieron en un recurso escasoy otras moléculas más grandes no pudieronformarse sino muy rara vez /... / Pero cuandolos replicadores llegaron a ser numerosos,estos componentes debieron de ser utilizadosen una proporción tan elevada que se convir-tieron en un recurso escaso y precioso. Lasdiferentes variedades o especies de replicado-res debieron de competir por ellos./ ... / Hubouna lucha por la existencia entre las distintasvariedades de replicadores / ... / Los replica-dores que sobrevivieron fueron aquellos quecrearon máquinas de supervivencia para viviren ellas. Las primeras máquinas de supervi-vencia consistían, probablemente, nada másque en una capa protectora. Pero ganarse lavida se hizo cada vez más duro a medida quesurgían nuevos rivales con mejores y más efec-tivas máquinas de supervivencia.

Además de que, como hemos visto, no exis-ten en la Naturaleza «moléculas autorreplican-tes», los argumentos de su «explicación» decómo apareció la vida no son mucho más cien-tíficos: sin duda esparció... una molécula espe-cialmente notable... por accidente... En defini-tiva, da la impresión de que las especulacionesde Dawkins no reflejan un intento de compren-sión muy profunda de los fenómenos naturales.Porque no existen en la Naturaleza estos entesautorreplicantes y competitivos, pero lo que síexisten son personas (claramente, una de ellasR. Dawkins) que tienen una concepción muyclara de cómo es realmente la sociedad huma-na y de cuál es el verdadero mensaje de suobra: «El planteamiento de este libro es quenosotros, al igual que todos los demás anima-les, somos máquinas creadas por nuestrosgenes. De la misma manera que los prósperosgángsteres de Chicago, nuestros genes hansobrevivido, en algunos casos durante millonesde años, en un mundo altamente competitivo.Esto nos autoriza a suponer ciertas cualidadesen nuestros genes. Argumentaré que una cuali-dad predominante que podemos esperar que se

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encuentre en un gen próspero será el egoísmodespiadado. Esta cualidad egoísta en el gendará, normalmente, origen al egoísmo en elcomportamiento humano. Sin embargo, comopodremos apreciar, hay circunstancias espe-ciales en las cuales los genes pueden alcanzarmejor sus objetivos egoístas fomentando unaforma limitada de altruismo a nivel de los ani-males individuales. «Especiales» y «limitadas»son palabras importantes en la última frase.Por mucho que deseemos creer de otra mane-ra, el amor universal y el bienestar de las espe-cies consideradas en su conjunto son concep-tos que, simplemente, carecen de sentido encuanto a la evolución». La consecuencia, real-mente dramática, del enorme éxito editorial deDawkins, es que sus argumentos se valoranmuy especialmente por los jóvenes biólogos,convencidos de la «objetividad» de la ciencia,como conceptos científicos descarnados y sinconcesiones a la sensiblería ni a valores mora-les. Y, dentro de esta ingenua convicción, Daw-kins les resulta muy convincente cuando afir-ma: «No estoy defendiendo una moralidadbasada en la evolución. Estoy diciendo cómohan evolucionado las cosas». Y su seguridadde la posesión de la verdad, le permite pontifi-car sobre el más complejo y más antidarwinis-ta de los fenómenos naturales: la evolución cul-tural. Su invento más peregrino, los memes,son los «nuevos replicadores» y «unidades detransición cultural», que evolucionan por selec-ción natural, al ser transmitidos con errores:«Cuando aseguramos que hoy en día todos losbiólogos creen en la teoría de Darwin, no que-remos decir con ello que todos los biólogos tie-nen, grabada en sus cerebros, una copia idén-tica de las palabras exactas del propio CharlesDarwin. Cada individuo tiene su propia formade interpretar las ideas de Darwin. Probable-mente las aprendió basándose no en los pro-pios escritos de Darwin, sino en otros autoresmás recientes» (esto último parece una peque-ña traición del subconsciente). Al parecer exis-ten memes para todas las actividades y com-portamientos humanos: para la música, lascreencias, la forma de vestir: Por la imitación,considerada en su sentido más amplio es comolos memes pueden crear copias de sí mismos.Por ejemplo, El meme para el celibato es trans-mitido por los sacerdote a los muchachos jóve-nes que aún no han decidido lo que van a haceren su vida».

El éxito de estos despropósitos ha llevado ala creación de toda una disciplina científica quese denomina «Teoría General de los Memes».El problema surge a la hora de buscar unadenominación para sus «especialistas». Sinembargo, a pesar de lo absurdas que resultanestas argumentaciones para cualquier personano ya con conocimientos históricos, etnográfi-cos o sociológicos sino con un mínimo nivelcultural y con la capacidad de hacer uso de unelemental sentido común, las ideas de Dawkinshan tenido un auge creciente entre los darwi-nistas más radicales (que, sin exagerar, se pue-den considerar los dominantes en la Biologíaactual), desde que apareciera la primera edi-ción, en 1976, de su Gen egoísta. Véanse a esterespecto los siguientes artículos o libros: «Cul-ture and Evolutionary Process» (Boyd yRichardson, 1985), Darwin machines and theNature of Knowledge (Plotkin, 1993), Darwindangerous Idea» (Dennett, 1995), y muy espe-cialmente Darwininizing Culture: The story ofMemetics as a Science (Anger, 2001), libros yartículos que se están constituyendo en la «basecientífica» de la justificación de la actual situa-ción política y económica mundial.

Naturalmente este proceso viene acompaña-do de un apoyo «oficial» mediático inversa-mente proporcional al que suscitan las actitu-des críticas con este fenómeno. Por ejemplo,M. Ruse, el más prestigioso, promocionado yleído historiador de «la» Biología evolutiva(según opina él, aunque seríamos más exactossi dijéramos del darwinismo), contrapone lascríticas que desde las Ciencias humanas sehacen a estas simplificaciones dogmáticas deldarwinismo a «la» evolución como hecho, y ensu publicitado libro El misterio de los miste-rios: ¿es la evolución una construcción social?lanza furibundos ataques a los «catedráticos yrectores de las facultades de humanidades yciencias sociales», acusándoles de hacer «unaoposición a la ciencia basada en el prejuicio, elmiedo y, sobre todo, en una absoluta ignoran-cia». Este desprecio por los «ignorantes» sejustifica cuando, entre la brillante panoplia deejemplos de documentación objetiva queencontramos en su libro (muy divertida la con-sagración del abuelo de Darwin como el verda-dero científico «precursor« del evolucionis-mo), inicia el apartado de «La ciencia deDarwin» con estas palabras: Darwin empezó sucarrera científica como geólogo...

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Los guardianes oficiales del darwinismo sontan implacables con cualquier actitud no yacrítica sino dudosa entre los biólogos comoelogiosos con los más dogmáticos (o «integris-tas»). En «El fin de la ciencia» John Horgan(1998), redactor de la revista Scientific Ameri-can, sostiene la tesis de que la investigación enBiología está llegando a su fin, precisamentepor el éxito de la teoría darwinista de la queafirma que No sólo es bella, sino, además, ver-dadera. Según dice Gunter Stent, presidentedel departamento de neurobiología de la Aca-demia Nacional de Ciencias de Estados Uni-dos, entrevistado en su libro: Los biólogos, sólotenían tres cuestiones de gran calado queexplorar; a saber, cómo empezó la vida, cómouna única célula fertilizada se desarrolla hastaconvertirse en un organismo multicelular ycómo el sistema nervioso central procesa lainformación (es decir, sólo quedan «minucias»por conocer). Cuando se alcancen estas metas,decía Stent, la tarea fundamental de la Biolo-gía, de la Biología pura, habrá concluido. / .../La biología evolutiva, en particular, había con-cluido con la publicación, por parte de CharlesDarwin, de El origen de las especies.

Y, a los poseedores de «la verdad» lo quemás les irrita no son las otras posibles verda-des, que no merecen ni un segundo de su con-sideración, sino las dudas razonadas sobre lapropia. Así es como Horgan trata en su libro alrecientemente fallecido S. J. Gould, el más bri-llante (y crítico, dentro de la ortodoxia) teóri-co evolucionista de los últimos años: La granpesadilla de Gould es su falta de originalidad.Darwin vaticinó el concepto básico del equili-brio puntuado en «Sobre el origen de las espe-cies»... (Aquí conviene señalar que, comohemos visto, en el libro de Darwin se puedenencontrar especulaciones tan variadas, confu-sas y contradictorias que los darwinistas pue-den encontrar antecedentes para cualquier ver-sión de la evolución). Pero su falta deoriginalidad tiene una explicación: La clavepara entender a Gould puede que no sea susupuesto marxismo, o liberalismo, o antiauto-ritarismo, sino su miedo al potencial puntofinal de su campo de investigación. La aver-sión por los científicos con espíritu críticollega a extremos realmente esperpénticos:Gould desarma a cualquiera con su aspectoordinario: bajito y regordete, de cara rechon-cha, nariz chata y pequeña y bigote a lo Char-

lot, especialmente, si comparamos esta des-cripción con la del abanderado de «la Natura-leza roja en dientes y garras»: La primera vezque vi a Dawkins fue con motivo de un encuen-tro organizado por su agente literario enManhattan. Es un hombre de una belleza gla-cial, ojos de ave rapaz, nariz puntiaguda ymejillas incongruentemente sonrosadas. Lle-vaba lo que me pareció un traje caro, hecho amedida. Cuando extendía sus manos surcadasde venas para rematar una idea, éstas tembla-ban ligeramente. Era el temblor, no de unhombre nervioso, sino de un competidor per-fectamente adiestrado –y con espíritu gana-dor– para la guerra de las ideas: del galgo deDarwin. No será necesario aclarar que paraHorgan Dawkins se expresa con absoluta cla-ridad, tanta que no deja espacio alguno parael misterio, el significado, la finalidad ni paralas grandes revelaciones científicas, fuera delas que Darwin nos hizo.

La sensación de opresión dogmática y depráctica imposibilidad de combatir o, almenos, debatir públicamente estas descripcio-nes «objetivas» del estado actual de la teoríade la evolución, que se pueden calificar deauténticas supercherías, se acrecienta cuandoen los medios de comunicación nos encontra-mos con glosas – promociones como éstas,transmitidas al público por los especialistas enla materia: (El País, 22-5-2002): Vivimos unmomento muy favorable para la evolución.Ensayos como los de Michael Ruse, Juan LuisArsuaga, Camilo José Cela Conde o Francis-co J. Ayala plantean aproximaciones al temadesde perspectivas tan diversas como la pale-ontología y el urbanismo. Es decir, «unaamplia gama de perspectivas». Sin embargo,difícilmente se podrán encontrar (salvo comoobjeto de crítica, a veces feroz) autores comoM. Behe (La caja negra de Darwin, 1999), N.Eldredge (Síntesis inacabada, 1997), B. Good-win (Las manchas del leopardo, 1999), o R.Chauvin (Darwinismo. El fin de un mito, 2000).

Pero los dictámenes de la autoridades cien-tíficas no son más proclives a la «duda inteli-gente» que la de los diarios. Con motivo de lamuerte de Gould se publicó, también en ElPaís, la «elegía» de Ernst Mayr, uno de losmáximos representantes actuales de la ortodo-xia: Para sus colegas era confuso. Lo cual esperfectamente comprensible. Para un colegaque cree que el «experimento» de la polilla del

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abedul es un ejemplo de la evolución de losorganismos, una frase de Gould como Es de-masiado difícil inventar una secuencia razo-nable de formas intermedias (es decir, deorganismos viables y funcionales) entre ante-cesores y descendientes en transicionesestructurales cardinales, debe resultar tanindescifrable como un texto de escritura cunei-forme.

Y es que la duda «no vende». Los sabios sonlos que conocen «La Verdad», los que estánconvencidos de que Darwin nos dijo ya bási-camente todo lo que sabemos y necesitamossaber sobre la vida. Un ejemplo: Uno de lostópicos más repetidos por los darwinistas, conun aire de suficiencia que produce la impre-sión de estar emitido desde el Olimpo de lasabiduría, es El ojo es una chapuza de la evo-lución. Hoy día se podría diseñar mejor. Sinduda esta seguridad impresiona a la audiencia,pero quizás se olvidan explicarla que, en elmomento actual, la ciencia es incapaz no ya dediseñar una sola de las células que forman elojo, sino tan siquiera de comprender su fun-cionamiento.

Pero eso no parece tener importancia. Sehan inventado una Naturaleza muy fácil deentender, porque en la forma de razonar en queestán «adiestrados» (Feyerhabend, 1989) nohay necesidad de reflexionar sobre cómo sepueden producir estos fenómenos de tal com-plejidad (Para el «filósofo» M. Ruse Eso de lacomplejidad es una tontería). Simplemente,las células, los ojos, las conexiones neurona-les, la organización de los campos visuales delcerebro,... aparecen, por partes, «al azar» y loque realmente importa es que la selecciónnatural elige a lo que, naturalmente por casua-lidad, funciona mejor. ¡Ya está entendido! UnUniverso indiferente, sí, pero ya nunca másincomprensible desde que Darwin, sobre lastinieblas de la ignorancia, arrojara luz, muchaluz. El descubrimiento de la verdad nos hizo,al fin, libres (Arsuaga, 2001).

El problema de mayor gravedad que se deri-va de esta concepción no es sólo la deforma-ción de los fenómenos biológicos, por lo queimplica de auténtico bloqueo para la profundi-zación en el conocimiento. Lo realmente peli-groso (y comprobado históricamente) son lasaplicaciones prácticas de esta doctrina, tantoen lo que respecta a las «explicaciones» de lacondición humana y de la sociedad como a las

interferencias y manipulaciones de los proce-sos naturales, ya que el «conocimiento» de quela Naturaleza es un ente indiferente regido porel azar nos concede la libertad de controlarla anuestro antojo.

En el aspecto social parece deducirse quelas cosa son como son porque funcionan segúnlas Leyes de la Naturaleza, que, curiosamente,son las mismas que «descubrieron» los padresfundadores de la economía moderna: En laNaturaleza el comportamiento altruista es algoque es sencillamente incompatible con laselección natural operando en el nivel del indi-viduo, que es la única forma de selección queadmite el neodarwinismo (Arsuaga, 2001). Locierto es que en la Naturaleza (por no hablar delas sociedades humanas) se pueden observarcomportamientos razonablemente calificablesde altruistas o cooperativos. Pero para el dar-winismo no resultan creíbles: En el caso deque los individuos estén genéticamente empa-rentados la explicación es la «selección fami-liar», es decir ayudas a mantener tus propiosgenes. Pero entre los individuos no consanguí-neos, cuando uno de ellos arriesga su vida conuna llamada de alarma para que otro escape, oavisa de la existencia de alimento el problemaes mucho más complejo y plantea un verdade-ro reto al neodarwinismo, porque la selecciónfamiliar no puede actuar cuando los individuosno están muy relacionados genéticamente...Pero John Maynard Smith ha ofrecido unaexplicación que se basa en la teoría matemáti-ca de juegos / .../ Un conocido ejemplo es elllamado «dilema del prisionero»: dos acusadosde haber cometido un robo juntos son aisladosen celdas separadas y obligados a confesar sinque uno sepa lo que hace el otro / .../ Paradóji-camente, si cooperan los dos ladrones (y nin-guno confiesa) les va mejor que si los dos con-fiesan (y no cooperan entre sí) /... /. Lacooperación puede, como se ha visto resultarrentable aunque los individuos no sean pornaturaleza altruistas (Arsuaga, 2001) (Elsubrayado es mío).

Lo dramático de la situación es que, aunquesinceramente creen que lo que lo que nos estántransmitiendo son hechos científicos objetivos,sus explicaciones de la realidad son interpreta-ciones que les han inculcado en su formación,pero que están muy lejos de estar «científica-mente demostradas». Porque, desde el puntode vista científico, no existe un comportamien-

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to humano dictado por naturaleza, es decir«programado» en nuestros genes (Lewontin etal, 1987). A lo largo de nuestra historia hanexistido (y existen) culturas, sociedades,modos de vida e individuos en los que la coo-peración realmente solidaria es norma común,y no parece muy científico calificar a esosindividuos de «mutantes». En el comporta-miento humano el aprendizaje (desde períodossorprendentemente tempranos de la vida) es laparte fundamental, y un claro ejemplo de estolo constituyen los darwinistas, que sólo ven loque les han enseñado a ver.

Pero la proyección a la sociedad, tanampliamente apoyada desde los medio decomunicación, de estas «verdades científicas»,más o menos sutilmente disfrazadas de «polí-ticamente correctas», están calando profunda-mente en la población, de forma que frasescomo «lo lleva en los genes» o «los africanos(o cualquier otro grupo) son genéticamente detal forma» son parte habitual del vocabulariocoloquial, con lo que estamos asistiendo a loque puede derivar en un fenómeno que tuvo(por el momento) su máxima expresión y susmás terribles consecuencias durante la primeramitad del siglo XX: El determinismo genéticocomo excusa supuestamente científica para laopresión e incluso el exterminio de los grupos«inferiores». La concepción darwinista de lanaturaleza humana, junto con la simplificaciónmendeliana de que cada carácter era el resulta-do de la actividad o el control de «un gen»,condujo en los países «civilizados» a atribuir ala herencia genética la responsabilidad de todotipo de circunstancias y condiciones humanas:desde las jerarquías sociales hasta los compor-tamientos inadaptados, desde la inteligenciahasta la peligrosidad social. Las actuacionesque como resultado de estas ideas llevaron acabo las autoridades políticas sobre la socie-dad nos las narra Michael Rose (1999), unentusiasta darwinista, que no tiene inconve-niente en exponer algunos efectos lamentablesdel darwinismo: La mayoría de los biólogosevolucionistas (a lo que se refiere es a los dar-winistas, únicos evolucionistas posibles) noquieren ni pensar en el grado sobre el gradoen el que el Darwinismo contribuyó al desa-rrollo de ideas racistas en el mundo moderno./.../ La idea de evolución por modificacióngradual llevó a muchos líderes culturales ypolíticos a caracterizar a los grupos despre-

ciados en términos de su supuesto origenracial. /.../ Añadida a esta idea fue la de lacompetición, en la que las razas superiorespudieron vencer –posiblemente eliminar– aotra razas. Efectivamente, las aplicacionesprácticas de estas ideas fueron terribles: EnEstados Unidos durante la primera mitad delsiglo XIX, la eugenesia alcanzó un alto gradode influencia entre científicos y administradoresgubernamentales en el mundo angloparlante,Un moderado número de leyes y directivasburocráticas tomaron un sesgo eugenésico, sino una razón explícitamente eugenésica. Enefecto, en 1930 las Leyes Eugenésicas se habí-an extendido a treinta y un estados norteameri-canos. Según cifras oficiales, en pocos añosfueron esterilizadas más de setenta mil perso-nas (una práctica que todavía se aplica en algu-nos estados). Según esas Leyes los motivos detal actuación eran la consideración de quecaracterísticas como la delincuencia, el alco-holismo (en los pobres), debilidad mental, epi-lepsia y otros defectos como «lunáticos, per-versos sexuales y morales, enfermos morbososy personas degeneradas, eran hereditarios(Woodward, 1982).

Pero su culminación tuvo lugar con laimplantación en Alemania de las leyes euge-nésicas norteamericanas mediante la «Ley desanidad genética». Según Rose: Aunque laeugenesia logró triunfos legislativos en Esta-dos Unidos, fueron los alemanes los que toma-ron la eugenesia con mayor entusiasmo. Esmás: La edición de 1937 del manual del jovenHitler estaba llena de teoría darwinista y degenética y como tal ciencia fue tomada comojustificación para el exterminio de los judíos.

Lo que resulta realmente sorprendente eshasta qué punto ha de llegar la fe darwinistapara que incluso «creyentes» informadoscomo Rose justifiquen lo injustificable en arasde La Verdad: El darwinismo probablementecontribuyó al ascenso del racismo a finales delsiglo XIX y, por tanto, ayudó a fomentar engeneral el racismo del siglo XX. El darwinis-mo fue usado también para exacerbar el des-precio por los pobres en el siglo XIX. Consi-derado todo ello, el darwinismo ha tenidomuchos efectos lamentables y, a veces, actual-mente viciosos en el clima social del mundomoderno. Es comprensible que tantos odien aDarwin y el darwinismo. A diferencia de tan-tas doctrinas, religiosas e ideológicas, no es,

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ciertamente, un opio intelectual. Como conse-cuencia: nadie puede hacer un juicio al darwi-nismo basado en higiene moral. Pero, al pare-cer, existe otra justificación que, ésta sí, esindiscutible, y es (casualmente) la económica:En lo que concierne a los beneficios prácticosdel darwinismo el caso es casi el opuesto. Elpensamiento darwinista es esencial en el crucedel ganado, agronomía y similares. La agricul-tura moderna depende del darwinismo comouna de sus más importantes piedras fundado-ras. Estamos sólo empezando a ver el uso demetodologías darwinistas en medicina, inge-niería genética y campos asociados. Pero esseguro que llegarán más de sus aplicaciones.

Una nueva sociedadpara una nueva biología

A lo que Rose se refiere es a la«ganadería industrial» y a la«revolución verde», el inicio de

uno de los mayores desastres ecológicos ysociales a que se va a enfrentar la Humanidad,pero que puede llegar a proporciones inimagi-nables gracias al uso de metodologías darwi-nianas en medicina, ingeniería genética ycampos asociados.

La llamada «revolución verde» fue posible-mente el primer exponente a gran escala de laestrecha y profunda relación entre las basesconceptuales del darwinismo y el modelo eco-nómico de Adam Smith, y de la similitud desus consecuencias. Financiada por la Funda-ción Rockefeller y el Banco Mundial, e impul-sada a partir de los años 50 por Norman Bor-laug (que recibió por ello el Premio Nóbel dela Paz en 1970) y basada científicamente en elreduccionismo darwinista, consistió, esencial-mente, en el uso de semillas seleccionadas dealto rendimiento, no importa cuáles fueran lascondiciones ambientales de la tierra, y de gran-des cantidades de abonos químicos y pestici-das. Aunque inicialmente se apreció un des-censo en la proporción de personas desnutridasen el Tercer Mundo, que se estimó en un 16%,y fue el logro que justificó el Nobel para Bor-laug, pronto los efectos del libre mercado y delreduccionismo científico se hicieron patentes.El alto precio de las semillas mejoradas, de los

fertilizantes y de los pesticidas hizo quemuchas pequeñas explotaciones no pudierancompetir con los grandes propietarios. Sólo enEstados Unidos el número de granjas se hareducido a un tercio y la mayoría de las quehay son grandes empresas mecanizadas, engran parte propiedad de multinacionales de laalimentación. Los efectos fueron aún másdesastrosos en el Tercer Mundo, en donde laconcentración de la tierra en pocas manos yaera considerable, pero, además, aumentaronlos precios por el alto costo en productos quí-micos y maquinaria.

Pero en la economía de libre mercado pro-ducción no equivale a acceso a los alimentos.La escasez de «demanda efectiva» en los paí-ses pobres hizo que, por ejemplo en la India,se acumularan enormes producciones de cere-ales que se podrían en los graneros (en los paí-ses ricos se llega a destruir alimentos para queno bajen los precios). Y en la mayoría de lospaíses del Tercer Mundo (por ejemplo, Etio-pía) los cultivos de cereales se venden en sumayoría a los países ricos como alimento paraganado (el 36% del cereal mundial se destinaa la alimentación de ganado, según el Informede la FAO, 2002). Mientras, sus ciudadanos semueren de hambre, y el verdadero beneficioha sido para las industrias química y demaquinaria, grandes impulsoras de este tipode agricultura.

Sin embargo esto es sólo un aspecto del pro-blema: la producción comenzó a disminuir enmuchas partes y aumentaron las plagas. Comosolución tuvo que aumentarse de forma conti-nua el uso de fertilizantes y plaguicidas. Yesto, para lograr, con suerte, los mismos resul-tados, porque los abonos químicos destruyenla fertilidad natural del suelo, en la que las bac-terias y los hongos tienen un papel fundamen-tal, y además los plaguicidas «generan» plagascada vez más resistentes. Con el tiempo la tie-rra acaba por perder su capa orgánica. En losúltimos 30 años el incremento en la cantidadde fertilizantes para el arroz asiático fue de tresa cuarenta veces más rápido que el de las cose-chas de arroz. En la India la cantidad de pro-ducción agrícola por tonelada de fertilizantedisminuyó en dos tercios durante los años de laRevolución Verde. Por el momento, el 6% desus tierras se ha vuelto inutilizable. Pero elproblema no es sólo para los países pobres: enel estado de Iowa estas prácticas han hecho

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desaparecer en los últimos treinta años lamitad del mantillo de sus terrenos de cultivo.

En cuanto a la ganadería de producción«intensiva», la concepción «científica» y lasconsecuencias son semejantes: La competen-cia de grandes instalaciones ha arruinado amillones de pequeños ganaderos en todo elMundo. La utilización de razas muy seleccio-nadas de «alta producción» ha hecho desapa-recer variedades de ganado que estaban per-fectamente adaptadas a sus tierras y a susclimas. Las razas seleccionadas, muy endogá-micas, son más susceptibles a enfermedades, ymás aún por las condiciones de hacinamientoen que se las cría; y se ha tenido que abusar deluso de antibióticos, primero para protegerlasde enfermedades pero posteriormente paraacelerar su engorde (lo que ocurre por motivosaún desconocidos). Con el consumo de estacarne se está acelerando un grave problemacausado por el (reduccionista) uso excesivo deantibióticos: el aumento de la resistencia de lasbacterias «patogenizadas» a estos fármacos. Aesto habría que añadir los brotes esporádicosde variadas y desconcertantes enfermedadesen los animales de crianza «intensiva», resul-tado de sus condiciones antinaturales de vida yde la avidez de beneficios.

Pero las repercusiones de esta forma de pro-ducción en la disponibilidad de alimentos en elMundo son, si cabe, más vergonzosas que las delos cereales. Para que un novillo «de engorde»gane alrededor de medio kilo hacen falta más decuatro kilos de pienso, de los que sólo el 11% esutilizado para «producir» carne. Cuando unnovillo se lleva al matadero ha consumidounos 1.200 kilos de cereales. Actualmente,más del 70% de los cereales producidos enEstados Unidos se destina a la alimentación deganado, la mayoría vacuno. Mientras, dos ter-cios de la Humanidad permanecen en un esta-do que va desde una alimentación precariahasta el hambre crónica, de la que mueren cadaaño 20 millones de personas (Informe FAO,2002). Y en el «Primer Mundo» millones de«consumidores» fallecen por enfermedadesrelacionadas con el exceso de alimentacióncárnica (enfermedades coronarias, infartos,diabetes y cáncer); y más de la mitad de lapoblación adulta de los países ricos (en Esta-dos Unidos el 61%) «padecen» sobrepeso. Ylas cifras de obesos crecen rápidamente entrelas minorías adineradas de los países pobres.

Según el informe de la FAO del 2002: Si todoslos alimentos del Mundo fueran repartidosequitativamente, habría muchos para todos eincluso sobrarían; en realidad el Mundoactual produce un 10% más de alimentos de lonecesario para alimentar a todos»

Y, como afirma Rose, el pensamiento dar-winista ha sido esencial en este proceso. Perono sólo por sus «aportaciones científicas»,sino por su inevitable traducción al ámbitosocial y económico. Porque «la mano invisi-ble» que gobierna el Mercado es la misma quedirige esa entidad trascendente que es la selec-ción natural: una competencia implacable en laque «el mejor»debe vencer, y los incompeten-tes e incapacitados son excluidos del premio,ya sea éste el éxito o la simple supervivencia.Y, por mucho que sus terribles consecuenciaspara la mayor parte de la Humanidad sean evi-dentes, su camino es imparable porque son«Leyes Naturales». Según Paul A. Samuelson,Premio Nóbel de Economía en 1970 (¡un buenaño!) y de gran influencia en economistas ypolíticos, El mercado es una evolución nece-saria de la naturaleza humana y sólo el mer-cado rige de forma eficiente la división socialdel trabajo en las sociedades modernas. LasLeyes Naturales del mercado, según MiltonFriedman, regulan la vida de la sociedad y elcomportamiento de los individuos. Todas lasrelaciones sociales pueden ser reducidas a la«Ley» de la oferta y la demanda, que se rigepor la «libre competencia», y la exclusión delos incompetentes e incapaces redundará, alargo plazo, en beneficio de la especie.

«La verdad» nos haráhumildes

C ada día resulta más evidente que sien la Naturaleza existe algo que sepueda denominar «Leyes» seguro

que son muy diferentes a los rancios e hipócri-tas principios que impregnan «la superviven-cia del más apto», y nos hacen tomar concien-cia de lo lejos que estamos de poder controlarla Naturaleza. Porque casi diariamente estánapareciendo nuevas evidencias de que losfenómenos vitales, desde el nivel celular hastael ecosistémico, incluido el que constituye la

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Biosfera, están constituidos por un complejísi-mo entramado de relaciones que interconectana todos sus componentes, tanto bióticos comoabióticos, que contribuyen a su funcionamien-to y en la que todos sus componentes son taninterdependientes como necesarios.

Incluso las bacterias y los virus, considera-dos por los darwinistas nuestros peores com-petidores, se han revelado como una parte fun-damental de los procesos naturales. Lasbacterias no sólo fueron, como se ha visto, lasresponsables de la formación de nuestros com-ponentes celulares (Doolitle, 2000; Gupta,2000; Margulis, 1995), sino también de la cre-ación de las condiciones que hicieron posiblela vida tal como la conocemos (Margulis,1995). En la actualidad siguen siendo funda-mentales para el funcionamiento de la vida.Hoy sabemos que los suelos terrestres estánrepletos de bacterias que cumplen funcionesesenciales como la degradación de sustanciastóxicas y la regeneración de suelos y ecosiste-mas terrestres y marinos. También son indis-pensables para la vida vegetal y animal: lasbacterias son absolutamente imprescindiblespara que las plantas fijen el Nitrógeno, en unasimbiosis tan estrecha que se ha comprobado(Endel, G. et al., 2002) que existen célulasvegetales con receptores moleculares parafacilitar su relación con las bacterias. En cuan-to al Reino Animal, enormes colonias de bac-terias viven y realizan sus necesarias funcionestanto en nuestro interior como en nuestro exte-rior. En el tubo digestivo, colaborando en fun-ciones esenciales tales como la degradación desustancias que no podemos digerir o la pro-ducción de otras, imprescindibles para el orga-nismo. En la piel, una capa formada por unnúmero aproximado de 100.000 bacterias porcentímetro cuadrado nos protege de microor-ganismos ajenos.

También se ha podido comprobar que elcarácter patógeno de las bacterias no es intrín-seco a ellas, sino que se produce mediante sucapacidad de transferencia horizontal de genes(Margulis, 1995) como respuesta a agresionesambientales, la mayoría provocadas por elhombre. Según Linn Margulis: Los organis-mos vivos visibles funcionan sólo gracias a susbien desarrolladas conexiones con la red devida bacteriana / ... / toda la vida está embebi-da en una red bacteriana auto organizadora,que incluye complicadas redes de sistemas

sensores y de control que tan sólo empezamosa percibir.

Un papel de igual importancia es el queestán mostrando, cada día con más evidencias,los temidos virus. Tanto éstos como las bacte-rias arrastran el estigma de «nuestros peoresenemigos invisibles» gracias a que su descu-brimiento fue debido a su actividad patógena(Ver Sandín, 2002). Y es cierto que la tienen.El problema que ahora se plantea es cuándo ypor qué se convierten en patógenos, y si es ésteel carácter predominante que les atribuye laconcepción competitiva del darwinismo. Por-que del mismo modo que las bacterias, losvirus están resultando ser no sólo una partemás de los complejos sistemas de relacionesque hacen posible la vida, sino una parte fun-damental. Además de las implicaciones en losprocesos evolutivos que ya hemos visto, y queles sitúa en un papel central en la historia de laVida, los virus siguen colaborando en los(todavía muy desconocidos) procesos natura-les de la transferencia de genes (Patience et al,1997). También tenemos datos sobre agresio-nes ambientales que pueden provocar su«malignización (Ter Grigorov et al, 1997. Perolo que puede resultar más sorprendente es quesu papel ecológico es, al menos, tan importan-te como el de las bacterias. Un estudio, queinicialmente pasó casi desapercibido (Furham,1999), pero que desencadenó una serie deinvestigaciones posteriores, ha sacado a la luzel hecho de que en las aguas superficialesmarinas hay 10.000 millones de virus por litro.Su papel ecológico consiste en el manteni-miento del equilibrio entre las distintas espe-cies que componen el microplancton (y portanto, el resto de la cadena trófica) y entre losdistintos tipos de bacterias, destruyéndolascuando hay un exceso. La materia orgánicaliberada tras la destrucción de los pequeñosmicoorganismos enriquece en nutrientes elagua. Pero su papel más sorprendente es quelos compuestos de Azufre producidos por estasactividades contribuyen ¿a la nucleación de lasnubes!

Se conocen unos 4.000 tipos de bacterias(no se puede hablar de especies porque poten-cialmente todas son capaces de intercambiarinformación genética), y unos 5.000 de virus,de los que sólo una mínima proporción seconocen como patógenos. Según el Informedel Programa de las Naciones Unidas para el

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Medio Ambiente (PNUMA, 2000), el númeromínimo estimado, tanto de bacterias como devirus, por ahora desconocidos, es al menoscien veces mayor. Parece claro que su aspectopatógeno es extremadamente minoritario.Desde luego, si fueran «nuestros competido-res» tendríamos pocas oportunidades de «ven-cerlos».

Pero el modelo social y el modelo biológicode la «libre competencia» necesitan competi-dores. Por eso si no los encuentran los crean.Y, por si no fueran suficientemente dramáticasy peligrosas las consecuencias de la hipócrita«Mano invisible» sobre la gran mayoría de lapoblación y sobre el medio ambiente mundial,la irrupción de la «Biología de mercado»puede ser el golpe final capaz de hacer real elvaticinio de Chargaff. Cuando en los años 70se «inventó» la llamada «ingeniería genética»,los conocimientos que hoy tenemos sobre lacomplejidad de los sistemas de control de lainformación genética y su sensibilidad a facto-res ambientales eran impensables. La visiónreduccionista que impregnaba (y aún impreg-na, en muchos casos) las interpretaciones delos procesos biológicos estaba firmementeanclada en la concepción darwinista – mende-liana de la evolución. Para que sus postuladosse cumplan, el «lenguaje» genético ha de seruniversal y único, es decir, la información con-tenida en una secuencia de ADN ha de ser lamisma independientemente del organismo enque esté, y hoy sabemos que no es así. Lainformación genética debería estar restringidaal núcleo de la célula, y hoy sabemos que no esasí. La información de «un gen» sería inde-pendiente de la de otros genes y del lugar delgenoma en que se sitúe, y hoy sabemos que noes así. Sin embargo, éstos son los principiosque rigen las prácticas de «ingeniería genéti-ca», lo que implica que, en realidad, no es una«ingeniería» porque su base teórica no es quesea inexacta o incompleta: sencillamente esinexistente. Y esta afirmación se refuerza sinos informamos sobre las técnicas empleadaspara las manipulaciones genéticas, porque noresultan especialmente tranquilizadoras. Parala inserción de material genético ajeno en unorganismo se utilizan fundamentalmente dosmétodos, a cual más incontrolable: Uno con-siste en añadir las secuencias modificadas a«vectores», es decir, a elementos de gran com-plejidad que en la Naturaleza tienen la capaci-

dad de intercambiar información genética,como plásmidos (utilizados por las bacteriaspara transmitirse, por ejemplo, genes de resis-tencia a antibióticos) o virus más o menos«mutilados, e «infectar « con ellos las célulastratadas. El lugar de inserción de estas secuen-cias en el genoma es incontrolable, porque nodepende de los deseos del experimentador sinode las capacidades y tendencias del vector. Laotra técnica resulta aún más inquietante, aun-que sólo sea por su denominación: Se trata dela «biobalística». Consiste en impregnar conlos segmentos modificados de ADN pequeñísi-mas partículas de oro o tungsteno y dispararlascon una especie de pistola sobre las células (seutiliza fundamentalmente en plantas). En algu-nos casos estos proyectiles pueden llegar alnúcleo de la célula y en algunos casos el ADNpuede integrarse en algún punto del celular.

Pero esto no es todo. Como las técnicas sontan poco fiables, para poder encontrar las célu-las en las que se encuentran los nuevos genesse ha añadido otro factor inquietante: Antes detransferir el «nuevo gen» se le añade un genbacteriano de resistencia a los antibióticos.Después de realizada la transferencia se añadeal cultivo celular un gen bacteriano de resis-tencia a un antibiótico. Y tras realizar la trans-ferencia se añade al cultivo celular el antibió-tico, y sólo sobreviven las células que tienen«el nuevo gen»... con la resistencia al antibió-tico incorporada. Pero hay más: A este «Fran-kestein» se le ha de añadir, para que el nuevogen se exprese, un «promotor»; un segmentode ADN que suele ser de origen viral y que,frecuentemente, produce un exceso de «expre-sión» (producción) del nuevo gen.

Aunque las noticias sobre estos «logroscientíficos» suelen ser muy triunfalistas (Cien-tíficos norteamericanos crean el primer monoque incorpora un gen de otra especie (El País,12-1-2001), las consecuencias reales de estos«avances» y los fracasos sistemáticos parecenser menos periodísticos. Como la realidad esque cuando se realiza una transferencia dematerial genético no se sabe dónde se va ainsertar (en el caso de que lo haga) en el geno-ma que lo recibe, las consecuencias son impre-decibles. Como hemos visto, el conocimientode la manera en que se controlan y autorregu-lan los genes es muy limitado, aunque sabe-mos que un cambio de posición de los genes alintroducir otros puede alterar las relaciones

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entre todos ellos. Y de esto sí existen pruebas:Un ejemplo muy ilustrativo fue el intento detransferir «el gen» del pigmento rojo de maíz apetunia. Las flores se pusieron rojas, pero ade-más las plantas tenían más hojas, más brotes,mayor resistencia a los hongos y baja fertilidad(Steinbrecher, 1997).

Sorpresas de este tipo se están produciendoen abundancia: maíz transgénico con un gende resistencia a los insectos redujo su rendi-miento en un 27% y se produjeron cambios ensus componentes minerales (Hormick, 1997).Levaduras modificadas producían altas con-centraciones de metabolitos tóxicos (Inose yMurata, 1995). La producción de L – triptófa-no (usado como suplemento dietético) median-te bacterias modificadas genéticamente produ-jo en Estados Unidos la muerte de 37 personasy más de 1.500 con daños permanentes (Maye-no y Gleich, 1994). La introducción de proteí-nas extrañas en otros organismos ha producidofuertes reacciones alérgicas, como el caso de lasoja con proteínas de nuez de Brasil en Esta-dos Unidos (Nordlee et al, 1994). ... [Para unamás amplia documentación ver: Ingenieríagenética: ¿Sueño o pesadilla? de Mae Wan Ho(2001) y Transgénicos, de Luke Anderson(2001)].

En cuanto a los efectos de estas manipula-ciones sobre el medio ambiente han sido tandocumentados y denunciados por organizacio-nes ecologistas y científicos independientesque casi se han convertido en un lugar común:«Contaminación genética» (transferencia delas características introducidas, deseadas o no,a las plantas silvestres y cultivos cercanos),pérdida de insectos beneficiosos (Tudge,1993) y alteración de los ecosistemas naturales(Hilbeck et al, 1998), disminución de varieda-des de cultivos (The Ecologist, 1998), posiblegeneración de nuevos virus patógenos porhibridación de los «vectores» (Cory, 1991). Enresumen, peligros de los que la mayor parteson desconocidos, impredecibles y, probable-mente, inimaginables.

Pero los riesgos de la manipulación genéticacon fines comerciales no se limitan a los de losalimentos transgénicos. Los experimentos enhumanos de intentos de «terapia génica», elintento de sustituir «un gen malo» por otro«bueno», que han producido el fallecimientode pacientes que podrían haber vivido mástiempo si no se les hubiese «tratado» (Wan Ho,

2001). Los Xenotransplantes (transplantes deórganos de animales) en los que se pretendeutilizar cerdos transgénicos, con el riesgo dehibridación de virus endógenos animales yhumanos y la generación de nuevos patógenosque pueden ser incontrolables (Stoye, 1997)...

También los fracasos, como las falsas clona-ciones de animales con el evidente propósitode llegar a clonar a los humanos que puedanpagárselo (entre ellos a Richard Dawkins, aquien, al parecer, le entusiasma la idea) que sehan puesto de manifiesto al intentar clonar ungato, que ha resultado de otro color que laaportadora del núcleo (Shin et al, 2002), (fenó-meno que no se podía detectar en la famosaDolly, que, salvo por algún carnero enamora-do, era imposible de distinguir de otras de suseleccionada raza), y cuyas consecuencias enla salud de los animales y el rigor y alto índicede fracasos de su metodología no son muydiferentes de los que produce la transferenciagénica.

Las críticas a algunas de estas manipulacio-nes irresponsables ya han llegado desde lasinstituciones científicas: La terapia génica estodavía arriesgada, pero los intentos siguenen marcha, advierte el Comité de Ética de laOrganización del Genoma Humano (HUGO)(Nature, 2001). Pero las denuncias más docu-mentadas y fundamentadas provienen de cien-tíficos muy cualificados y críticos con lavisión reduccionista y economicista quemueve estas actividades: El prestigioso gene-tista Richard Lewontin considera que En unecosisistema siempre se puede intervenir ycambiar algo en él, pero no hay manera desaber cuáles serán los efectos o cómo puedeafectar al medio ambiente. Y esto es así, por-que según Bárbara McClintock, la descubri-dora de los elementos móviles, La función delos genes es totalmente dependiente delambiente en que se encuentran. Para la hindúVandana Shiva, la más prestigiosa experta enlos problemas medioambientales de su país, yuna activista en contra de los cultivos transgé-nicos, Su introducción en los sistemas agra-rios del Tercer Mundo, llevará aparejado unaumento en el uso de los agro – químicos,incrementándose así los problemas medioam-bientales. Destruirá también la biodiversidad,que es el sustento y el modo de vida de lasmujeres rurales. Lo que para Monsanto sonmalas hierbas, para las mujeres del Tercer

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Mundo es alimentación, pienso y medicinas(The Ecologist, 1998).

Pero estas fundadas objeciones, que difícil-mente llegan a los medios de comunicación,más dados a ensalzar los «logros científicos»que a sacar a la luz los problemas derivados deellos, no son obstáculo para que se continúecon estas peligrosas prácticas. Incluso los tra-bajos científicos que ponen de manifiesto losriesgos de estas actividades, o las pruebas deaccidentes relacionados con ellas, son rápida-mente descalificados (ver ISIS Report, 29-4-2002) por «equipos científicos» entre los que,sin el menor pudor, figuran miembros de algu-na gran empresa de la biotecnología. Porque larealidad es que los verdaderos intereses quesubyacen a todas estas prácticas (incluidas lasde muchos especialistas de buena voluntad quecreen trabajar «por el bien de la Humanidad»)son intereses económicos. Tanto las grandessumas invertidas en la investigación pública (amenudo financiada por grandes empresas)como (mayoritariamente) la llevada a cabo porlas empresas involucradas en su comercializa-ción esperan resultados prácticos (aproxima-damente, el 25% de las acciones de Wall Stre-et pertenecen a empresas de biotecnología), yesos resultados prácticos no son, evidentemen-te, la solución de los problemas del 80% de laHumanidad, sino el beneficio económico desus poseedores.

Sin embargo, son muy abundantes los cien-tíficos (sobre todo entre los altamente especia-lizados) de buena fe que están convencidos deque estas prácticas no son más que una acele-ración de los procesos que han tenido lugar enla Naturaleza. Es decir, como los cambiosevolutivos han sido «al azar», no hay motivode preocupación por introducir más. Por otraparte, es lógico que se tengan que pagar porestos descubrimientos en los que tanto se hainvertido. Y así asistimos al vergonzoso espec-táculo del abandono de las multinacionalesfarmacéuticas de las investigaciones sobre lasenfermedades que azotan al Tercer Mundo,porque sus ciudadanos no son un buen merca-do. Las doctrinas de la mano invisible del mer-cado y de la selección natural justifican laexistencia de un creciente número de deshere-dados, y los millones de personas que muerenen el Mundo de hambre y de enfermedadesfáciles de curar. A título personal nadie es res-ponsable: son el mercado y la supervivencia

del más apto los que deciden. La Naturaleza esasí. John R. Rockefeller lo tenía muy claro: Elcrecimiento de un gran negocio consiste sim-plemente en la supervivencia del más apto /.../es sencillamente el desarrollo de una ley de laNaturaleza (Lewontin et al., 1987).

Se ha creado una Biología virtual en unasociedad virtual. La competencia es el verda-dero poder creador y, como no se cansan derepetir los (innecesarios) propagandistas delMercado, ni el Estado debe tener el poder deimpedirla (Rodríguez Braun, C., «Poder nohay más que uno». 18-3-2002). Es decir, hayque dejar, más aún, a los ciudadanos en manosde los «más aptos», para que dirijan la socie-dad según sus «Leyes de la Naturaleza» por-que, «a la larga», todos saldremos beneficia-dos. No importa que lo que suceda seaexactamente lo contrario: Si «la economía deun país va bien, lo que quiere decir es que unospocos han ganado mucho (naturalmente, acosta de otros). Porque el progreso económicose mide por la «renta per cápita» (que no mere-ce la pena discutir). Lo que «tira» de la econo-mía es el aumento «del consumo», (también«per cápita»), que al parecer ha de ser cons-tante, sin fin. Pero si aumenta «la demanda» deun producto, éste «lógicamente» sube sus pre-cios, independientemente de su valor real o desu necesidad, y entonces altera las científicasprevisiones del IPC. Y se puede llegar a oírdecir a los expertos que «el culpable delaumento del IPC» ha sido «el pollo», lo cualhace pensar en algún especulador internacio-nal o, al menos, en algún gangster más omenos atildado, pero no, es el pollo muerto.

Pero «así son las leyes de la libre competen-cia». Y la competencia se está extendiendo aunos niveles que harán extremadamente feli-ces a Richard Dawkins y a sus discípulos:Incluso para los líderes sindicales, «el merca-do laboral es muy competitivo», lo que quieredecir que hay que competir hasta para podertrabajar, es decir, ofrecer el mismo trabajo pormenos salario (lo que hace suponer que, con eltiempo, habría que pagar por trabajar), con locual se ha conseguido poner a competir a lospobres de todos los países, que ofrecen su tra-bajo a cambio de salarios de miseria.

Y así se está creando un Mundo en el quemientras las dos terceras partes de la poblaciónse mueren prácticamente de hambre, en el ter-cio restante la vida se está convirtiendo cre-

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cientemente en un estado de tensión e insegu-ridad permanentes. Para la mayor parte de lapoblación la sensación (en el «mercado labo-ral», en la calle, en las relaciones humanas) esque existe una sociedad cada día más insolida-ria, agresiva e inhóspita.

Mientras, y cumpliendo las «Leyes de laNaturaleza», las grandes empresas han defusionarse para no ser vencidas por la compe-tencia (La cooperación, como se ve, puederesultar rentable...), lo que supone despidosmasivos y naturalmente la subida de sus accio-nes en «La Bolsa», el «mercado del dinero»,que constituye junto con otros no menos filan-trópicos los mayores «creadores de riqueza»en el Mundo.

Es evidente que esta creciente acumulaciónde riqueza en manos de, cada vez, menos per-sonas, a costa del expolio de los recursos y lapoblación de la Tierra es tan inviable a largoplazo como las consecuencias científicas de lahipócrita visión spenceriana de «la supervi-vencia del más adecuado». Pero será difícil uncambio de rumbo en este camino hacia uncallejón sin salida mientras que las sociedadesde los países «desarrollados» no tengan laposibilidad de acceder a una información libreque haga posible una reflexión sobre las «ver-dades científicas» que nos imponen este ferozsistema económico y sus propagandistas.

La Nueva Biología está transformando esteinhóspito Mundo, degradado por la competen-cia de todos contra todos, y plagado de terri-bles enemigos, en un Mundo rico y complejo,pero, sobre todo, lleno de misterios por desve-lar; un Mundo en el que todos sus habitantes,hasta el más ínfimo y extraño, tienen un papelque jugar, y en el que tienen un derecho a lavida. Tal vez sea posible una sociedad en laque haya sitio para todos. Como se ha podidover, no somos los biólogos los más adecuadospara dictaminar cómo ha de ser una sociedadhumana viable. Es un campo para los queposeen la experiencia y los conocimientosadecuados para esta labor, que, cada día quepasa, resulta más urgente, pero que, sobretodo, impone a los que tenemos conciencia deello la obligación ética de luchar por este tipode sociedad, aunque tengamos pocas esperan-zas de conseguirlo. Porque, dadas las caracte-rísticas morales y los principios del enemigo abatir, podemos tener la certeza de que la derro-ta está garantizada.

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