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Violeta Quinteros

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Una mariposa color naranja

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Violeta Quinteros

a e Biblioteca i Popular Digital o Artesanal u

Una mariposa color naranja

Cuaderno Nº 54

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A, e, i, o, u. Biblioteca. Popular. Digital. Artesanal. Dirigida por Roxana Barth y Carlos A. D’Orio. Bibliotecarios.

Este libro puede ser reproducido total o parcialmente, por todos los medios conocidos, dando fe de su origen y no ser con fines de lucro. Se entregarán como “Noticia de creación” un ejemplar a una o dos bibliotecas populares www.noticiadecreacion.blogspot.com [email protected] [email protected]

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Cuando la mariposa color naranja visita la pileta azul, mi madre trae un mensaje celestial. Cuando marcho en el desierto de la soledad y el dolor oprime mi garganta, también está. La autora Para nuestra familia. Con amor: Violeta

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Declaración de amor La cascada de cabellos cobrizos iluminaban los ojos de miguel que tenía los labios temblorosos de pasión. La madre se dio cuenta y ordenó:

-Andá para la pieza Juana que te voy a hacer las trenzas – y agregó dirigiéndose a Ramoncito:

-Cebale unos amargos a Don Miguel. -Si señora – contestó este – ya tengo el agua

calentita. Las dos mujeres se dirigieron a los aposentos interiores y Miguel exclamó:

-Che Ramón, dejame empezar el mate, haceme la gauchada de darle agua fresca a mi zaino, lo traje al galope y la debe estar necesitando.

-No faltaba más, delo por hecho – le contestó a Miguel.

Mientras tanto se escuchó el canto de un hornero pronosticando buen tiempo.

Miguel invitó a Doña Adela con un mate bien espumoso y hablaron de zonceras.

Juana regresó prolijamente peinada, su cuerpo olía a jazmín del cielo. Entonces lo invitó a su novio a caminar por los jardines del amor. Iban muy juntos tomados de la mano.

De pronto Miguel se detuvo, sacó del cinto un cuchillo de puño plateado y en una hoja muy nueva de tuna ovalada, escribió sus nombres encerrados en un corazón.

Se besaron con los ojos. Entonces Miguel le propuso casamiento para el 24 de mayo de 1934.

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-Y si – le contestó Juana muy emocionada, y comentando:

-¿Siempre tan patriótico vos! -Cierto mi vida, por eso quiero que el salón donde

será nuestra fiesta esté decorado con los colores celeste y blanco.

-¿Te gustará Juanita? -¡Ya sabes que sí! ¡Sos mi dueño, mi rey, mi todo!

– y agregó – vos sos el más inteligente de la muchachada.

-¿Por qué me elegiste a mí? -Porque sos la más hermosa y cándida como una

rosa. -¡Qué lindas cosas me decís! ¡Sos un poeta!

El presagio Esa noche Juana se durmió muy tarde y soñó con

su novio, con su casa nueva y la galería de baldosas coloradas.

De pronto una tormenta derrumbaba la casa, arrancaba los árboles y ella comenzó a gritar:

-¡Miguel! ¡Miguel! – pero estaba muy sola y nadie la escuchaba y tenía mucho fredo.

Entonces se despertó llorando, gimiendo. -¡Mare! ¡Mare!

- La madre se levantó de inmediato y corrió a confortarla. - ¿Qué pasa mía figlia? -¡Non piange piu! ¡No piange! Juana le contó entre lágrimas: -Tuve una pesadilla, mi casa destruida y Miguel no estaba con me.

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Doña Adela la recostó contra su pecho, le acarició el cabello, mientras le decía: -¿Sabe que é questo? Lo nervio usted lo quiere mucho a Miguel, tiene miedo a la nueva vida. -Todo estará bene. Usted se va de acá, pero sempre, con nuestro San Antonio de Padua la cuidaremos.

El casamiento El pueblo lleno de gente; la Iglesia completa: -¡Vivan los novios! -Vivan los novios! Eran unos príncipes valientes, tan jóvenes, de

veintidós y veinticinco años. Con sus trajes nuevos y sus flores de azahar.

Con sus sueños intactos ardientes de amor. -¿Y a donde se van de luna de miel? – preguntó

una pariente. - A Buenos Aires, al Hotel Victoria – le contestó “la

Chila”. -¿Y vos cómo sabes todo eso? – continuó

preguntando la otra. -Porque es mi cuñada – le replicó Chila. Y la otra continuó curioseando -¿Y cómo viajan?¿En tren? -No, en el vapor de la carrera, en el Washintong.. -¡Ay! – suspiró la curiosa. . ¡Qué suerte tiene Juanita! -¡Silencio! – Chistaron unas comadres – que llega

la novia del brazo de su hermano Mingo.

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Ahí estaban todos los parientes y amigos, expectantes. Pero seguramente las más emocionadas: eran las madres.

Doña Paulina, bien plantada como las montañas del Piamonte, con su cuello de piel, abrochado con cabecitas de marta, se destacaba en forma especial.

En tanto que la mamá de Juana, doña Adela, con su mantilla negra de viuda para siempre, tenía los ojos celestes clavados en la Madonna, mientras oraba en silencio profundo.

La luna de miel Tomaron el tren en la estación del pueblito, a

donde los acompañaron sus primos y cuñados. En menos de una hora llegaron a Concepción a donde tomaron un coche de alquiler, así lo llamaban en esos tiempos.

Miguel pidió al chofer que los paseara por la ciudad, dar la vuelta manzana por la plaza Ramírez, por la costanera, mirando el río Uruguay.

-Sabes una cosa Miguel, tengo un poco de frío en los pies.

-Sacate los zapatos querida. Ustedes las mujeres los usan muy apretados.

Él la ayudó diligentemente y le comenzó a frotar los pies hasta calentarlos con sus manos poderosas.

-Me da un poco de vergüenza, basta Miguel. ¿Qué pensará el chofer?

-Pensará que soy muy práctico y no quiero que sufras.

-Bueno, bueno, gracias querido.

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Llegaron al puerto, ya estaba colocada la escalera de acceso.

El chofer los acompañó llevando el equipaje. Soplaba suave el viento del río, la pluma azul del

sombrero de Juana rozó la cara de Miguel. Y entonces él dijo: -Te queda muy bonito ese sombrero. Por fin lo dijo, pensó ella extasiada ante el

cumplido. -¿Todo en orden? – preguntó el oficial de a bordo –

Por la derecha, segundo piso, camarote veintiséis. -Mi número predilecto – agradeció Juana. El viaje fue bueno, Juana tenía miedo de marearse

mucho, pero miguel la estrechó fuerte entre sus brazos, amorosos, la fue deshojando delicadamente para no herir su pudor.

Y por fin la Capital Federal. -¡Que maravilla! Miguel la había conocido cuatro años atrás, cuando

convocaron a los soldados del interior en la Revolución de 1930, fue nombrado Presidente Provisional de la República Argentina el general José Félix Uriburu .

Por suerte la sangre no llegó al río, al ser destituido Hipólito Yrigoyen.

Estos acontecimientos estaba recordando Miguel, cuando Juana le dijo:

-Mirá, mirá, allá lo veo a tu hermano Bernardo, saludando con su sombrero gardeliano.

Efectivamente en esos años estaba de última moda ese sombrero, como era de paja, lo llamaban ranchero.

Bernardo los acompañó hasta el Hotel Victoria de Avenida de Mayo, prometiendo regresar por la tarde y acompañarlos al Jardín Botánico, al Zoológico, atracciones especiales de aquellos tiempos.

-¡Que maravillas! – disfrutaba Juana - ¡Soy muy feliz!.

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El nuevo hogar

Al regreso en el puerto de la ciudad histórica, porque en ella el General Urquiza, Gobernador de Entre Ríos, fundó un colegio secundario, y la catedral, dejando su huella; allí en la explanada, ofrecían los chóferes sus coches de alquiler. Fue entonces cuando Miguel dijo: -Ahí está Loviza, lo vamos a tomar para ir a la estación. Juana se animó a decir: -Creí que tu hermano vendría con el auto a buscarnos. Y él le contestó: -El auto es de mi madre, puede ser que lo hubiera necesitado. Juana hizo silencio y en ese momento comprendió, que era esa una de las mejores respuestas. Juana volvió a sentir mucho frío. Por suerte Miguel compró el diario La Nación y ella la revista Para Ti. Unos momentos después Juana comentó: -Podríamos haber ido hasta lo de tu hermana, teníamos tiempo. -Mira Juanita, a mi no me gusta andar visitando parientes, mi cuñado es un tacaño, no nos hubieran convidado ni con un te. Juana se mordió los labios, no entendía como había personas así. Ella y su familia siempre fueron recibidos con alegría y cariño en toda la colonia gringa. Por fin ya era noche cuando llegaron a la casa. Los faroles iluminaban la entrada del almacén de Ramos Generales.

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Latour, el dependiente estaba a su cargo, dejó de atender un cliente y saludó a Miguel con un abrazo. A Juana le dio un apretón en la mano, él era muy suave. Doña Paulina estaba en la caja ordenando las monedas por su tamaño. No se movió de su sitio. Una ancha sonrisa se dibujó en su cara linda, de nariz pequeña, Juana se percató que se alegraba del regreso de Miguel. A Juana, después de besarla en la mejilla, le dijo: -¿Me parece o estás más flaca vos? -Puede ser – la defendió Miguel – hemos andado mucho. Bernardo nos ha paseado por toda la capital. Fuimos al teatro. A propósito te manda muchos cariños. -¿No tiene novia? – preguntó Paulina. -En eso anda. Es una santafesina de ascendencia francesa – y agregó: por ahora se están conociendo. -Me alegro, me alegro – contestó ella – por mi parte te puedo decir que acá en el negocio anduvo todo bien. Farher estuvo enfermo, con bronquitis, pero nuestro Doctor Felman lo sacó adelante. -Permiso . dijo Juana – me voy a cambiar. Así ustedes hablan de sus cosas. Miguel preguntó: -¿Hay dinero para llevar al Banco Nación?

Si, hijo. Aparté una buena suma. -Gracias mamá. Yo también quiero desensillar,

como dicen los criollos. -A propósito, no le aflojes la cincha a Juana, puede

corcovear. -No me hagas reír mamá, es muy dócil, muy fácil

de llevar. -Está bien Miguel, vos sabrás. Cuando el joven esposo fue al dormitorio observó

que su mujercita se estaba enjugando unos lagrimones. -¿Qué te pasa Juana? – Preguntó.

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-Me pasa Miguel, que será difícil que tu madre me aprecie, y yo que le tengo tanta admiración y cariño.

- Bueno, bueno querida, Estás muy sensible. Ya te irá conociendo y aprenderá a quererte mucho, mucho.

Así fue en efecto, Juana supo ganarse su ternura, tan escondida, pero pasaron muchos inviernos.

La ducha Se cumplieron dos meses de casados y la suegra

preguntó: -¿No tenés novedades, Juana? -¿Me pregunta si estoy embarazada Doña Paulina? -Si, m’ hija, eso mismo. ¡Me gustaría tanto un nieto

parecido a Miguel! Juana estaba con la menstruación y sólo dijo: -Todavía no... -Bueno ya vendrá – le contestó su suegra – no hay

apuro – y agregó: -Me voy para el almacén, ya estará por llegar

Miguel de la ciudad. Entonces Juana, mujer coqueta fue a arreglar su

peinado, buscó su lápiz labial para disimular su palidez. Miguel fue en su busca al dormitorio, se besaron

fugazmente. A Juana no le gustaba que su suegra los viera acaramelados, por respeto.

Su esposo tenía la frente llena de gotitas de sudor. -Me voy a pegar un baño – le dijo – por favor ,

alcánzame una muda de ropa interior, la camisa azul y el pantalón cremita.

-Si, querido – contestó ella obediente.

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Miguel cruzó la amplia terraza de cemento y se dirigió a la ducha. Estaba en una habitación fuera de la casa. Había sido idea del albañil polaco... Bucosich.

Encima del techo hizo un depósito de esas mismas dimensiones, limitado por cuatro paredes de ladrillo y cemento, abierto al cielo. Cuando llovía, muy común en Entre Ríos , esa agua tan pura, quedaba ahí como en una represa.

La familia disfrutaba de ese hermoso y novedoso baño, con una flor para la ducha, sus canillas, su pileta, lavabo. Se usaba especialmente en primavera y verano, porque solamente salía agua fría. Sin embargo Miguel, cuando estuvo bajo bandera, en el ejército Argentino, se acostumbró a bañarse con esa temperatura las cuatro estaciones del año y nunca se resfrió. Era una novedad para esos tiempos de 1940

¡Mare! ¡Mare! Su suegra le preguntó: -¿No estará enferma tu madre, que no ha venido

desde que regresaron de la luna de miel? Juana disimuló su tristeza. Sólo contestó: -No se. -No se – repitió Doña Paulina. ¡Que pocas cosas sabés vos! – y al darse cuenta

que la había ofendido, agregó – Discúlpame Juana, es muy larga la lista de tus habilidades: limpiar, cocinar, cuidar las plantas y los pajaritos, tener lista la ropa de Miguel...

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-¡Gracias!- musitó Juana tragándose las lágrimas y se fue a la cocina.

-¡Mare!¡Mare! – gimió su corazón. Y el milagro se produjo, en el marco de la puerta

azul, con su pequeña figura de rodete blanco, vestida de negro, de viuda para siempre, mirándola con los ojos celestes más lindos del mundo, su madre la miraba sonriendo. Por unos segundos se abrazaron fuerte, se fundieron en un solo ser. La madre se sentó junto a la cocina de hierro donde en una de las hornallas saludaba el fuego sagrado del amor filial.

Paulina acercó sus manos callosas de campesina fuerte y las frotó para calentarlas.

-¡Sírvase mare! -¿Ché é questo? -Es un mate de té con limón. Lo inventó Miguel

para mi que soy delicada del hígado y no puedo tomar mate de yerba.

Doña Adela chupó la bombilla y exclamó: -¡Que rico! -Si – contestó Juana – es con terrones de azúcar

refinada. Hace unos días le preparé un paquete grande y lo

tengo bien escondido. ¿Y perqué cosí? – dijo la madre. Juana bajó la voz y murmuró: -Porque mi suegra es mezquina. -Pero é buona – dijo la madre. -Es muy buena – asintió – y hablando de Roma...

se escuchó su voz. -¿Quién es muy buena? -Usted, Doña paulina – dijo Adela. -Me alegro, me alegro – contestó ella – sigan

charlando que yo debo regresar al negocio: “el ojo del amo engorda el ganado”

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Embarazo y alumbramiento Y llegó el mes de Agosto. Cuando los clientes

venían al negocio, donde también había despacho de bebida, tenían sus conversaciones de hombres.

-¿Y cómo anda Don Averame? -Acá estoy Don Juan, fuerte como un tabaco é pito. -Me alegro – respondía el primero, agregando -

¿Vamos a tomarnos otra ginebra? Mire que hace frío ¿no? Tenemos que pasar el mes de Agosto, usted sabe compadre, pasando este mes la parda se irá a otro lado.

-Y si, hay que calentar el garguero. A ver Doña Paulina, largue esa revista que la necesitamos.

-¡Cómo no! Aquí estoy – les dijo, mientras llenaba sus vasitos.

-Y a propósito – dijo Don Averame. -¿Cómo se llama esa revista? -Para ti.- Contestó ella cortésmente. -Y si – dijo Don Juan – son revistas de mujeres. -Enseguida vuelvo- dijo Doña Paulina y regresó con

un par de Vosotras y un figurín. -Sírvase Don Juan, el figurín de modas es para

Felisa, ya que a ella le gusta la costura y las revistas se las reparten.

-Gracias, gracias – contestaron al unísono los hombres, agregando - ya nos vamos, hasta mañana pues.

-Hasta mañana – dijo Doña Paulina. Llegó un carro ruso, de esos largos y playos con

ruedas pequeñas. Se bajaron del mismo Matilde con una gran

canasta de huevos, su marido, el gordo Farer, ató las

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riendas de los caballos en un poste y bajó una bolsa de choclos colorados.

-Buen día – saludó Miguel, que les fue al encuentro para ayudarlos a bajar la mercadería.

Como por arte de magia, apareció el ayudante Latour a darles una mano.

-¿A dónde estabas? – le preguntó Miguel. -En el excusado – respondió este. -Como excusa, está bien – le contestó Miguel y

agregó - ¿No estarías apretando a la Rosita, eh? -Ja, ja – contestó Latour -¡que ocurrencia la suya! -Seguí ayudando que me voy para adentro. Parece

que me llama Juana. Y en efecto, en la puerta de la otra entrada, la del

comedor, estaba la hermosa figura de su esposa esperándolo, parecía sonreír.

-¡Hola mi vida! – la saludó Miguel. -¿Qué andas necesitando? -Que me escuches un ratito por favor – le dijo

Juana – porque anoche te dormiste enseguida rendido por tanto trabajo y no te pude contar.

-Cuente, cuente, mi amor – asintió con curiosidad. -Mira, van quince días de atraso, parece que estoy

emb... -¡Que alegría me das! ¡Dame un abrazo! Unos paisanos que estaban apeándose de sus

caballos vieron los destellos del amor. Luego entraron al negocio y Miguel les contó la verdad, brindaron por eso.

Juana mientras tanto fue a la galería, ahí colgada, enganchada en un tirante estaba la fiambrera y retiró la carne para preparar un matambre.

Su corazón maternal ya soñaba con acunar a su hijo entre los brazos.

Llegó su suegra, que dormía en su casa de la colina. Saludó como siempre:

-¡Buen día! ¿Cómo has amanecido?

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-Bien Doña Paulina ¿y usted? Sólo eso, quería que fuera Miguel el que le diera la

noticia a la familia. ... Pasó el invierno, llegó la primavera, el embarazo de

Juana era muy comentado y felicitado. Para el verano sus caderas se ensancharon, la

panza redondeada. -¿Qué le parece Mare? ¿Será varón? le comentó a

Doña Adela. -É non sé que decirte, según algunas comadres, si

el bebé viene en punta, es varón, todavía non se puede sapere.

-Bueno , bueno mare, me gustaría un varón para Miguel, pero usted sabe que para mi es lo mismo, es el fruto del amor.

-¡Que buena! Que noble es usted m’hija, por eso la valoro tanto.

-Le pido una cosa mamá, no me trate de usted, haga como Doña Paulina, de vos.

-Veré si me acostumbro – y agregó- ¿Y que nombre te gusta para el bambino?

-Si es varón como su papá y si es nena Victoria. -¿Cómo, ningún nombre de santo? -Tranquila mare, ya tendrá su ángel de la guarda

como usted me lo enseñó a mí. -Tenés razón Juana, contá con mis oraciones. ... Y así fueron pasando las nueve lunas. Juana no

aflojó su ritmo de heroica ama de casa. El veintinueve de abril si, comenzó el trabajo de

parto. Justamente como ocurre muchas veces, se desató una fuerte tormenta.

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Su incansable suegra, se fue más temprano a la casa de la colina para ayudar a Chila a cerrar puertas y ventanas.

El viento azotaba las ramas de los árboles, hacía bailar el polvo del camino real.

Los parroquianos se quedaron tomando grapa, a la espera de que afloje. Juana fue hasta el comedor grande, próximo al negocio y sacando fuerzas llamó a su esposo.

-¡Miguel! ¡Miguel! – gritó. -¿Que pasa mujer? No me asustes. Entonces Juana pudo balbucear: -Mandá a buscar a doña Catalina, nuestro hijo

quiere nacer. -Si, si – contestó Miguel, acompañándola hasta el

dormitorio, ayudándola a meterse en la cama. Justo empezó a llover. -¡Que contrariedad! – pensó y regresó al almacén

en busca de ayuda.

Alumbramiento: nacimiento Contó a los presentes que Juana estaba con

dolores de parto, que él no podía ir en busca de la comadrona, porque el barro del camino iba a empantanar el camión.

Entonces el ruso Farer ofreció ir en su carro y traer a doña Catalina.

-Este ruso es un gaucho – dijo Miguel – y Fajardo, el flaco más flaco que se haya visto – exclamó:

-¡Salud por el nacimiento! -¡Salud! – contestaron todos, levantando los vasos

al brindar.

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-Esta vuelta no se paga – dijo Miguel a los cuatro gringos, morochos de tanto trabajo al sol.

-Que sea un varón - dijo uno -Que Juana se aguante el parto – dijo otro y

agregó: -se acuerdan de la María de Ojeda que se murió hace poco...

-No seas animal, ché... – le respondió don Acosta. El silencio fue unánime, retumbaron los truenos,

empezó a llover fuerte. Se venía la noche. -Voy a ver a Juana – dijo Miguel. -Ya vuelvo. La habitación estaba a oscuras, buscó los fósforos,

levantó la mecha de la lámpara de querosén, y la encendió. La luz era muy tenue, apenas se dibujaba la figura de Juana en la cama.

El no quiso alarmarla, se sentó junto a ella, que gimiendo dijo:

-Ay Miguel. Él coronó su frente con un beso, le frotó los brazos

y las manos con alcohol, para que entrara en calor, mientras le decía:

-Ya fueron en busca de Catalina, ella te ayudará. Ánimo mi amor... cierro el negocio y estoy con vos.

........ Cuando los hombres vieron regresar a Miguel, uno

de ellos dijo: -Nos vamos, ahora llueve poco – y juntos saludaron

con un: -¡Hasta mañana! Miguel desenganchó la cadena de hierro y

comenzó a bajar la cortina metálica. Cerró las puertas, puso la tranca de madera y regresó al dormitorio.

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El parto Juana estaba sin dolores en ese momento. Se

escucharon las pisadas fuertes de una persona que se acercaba.

Miguel dijo: -Pasá, pasá. -Soy Ramona – contestó su cuñada y agregó

después de saludar a Juana: -Me voy a la cocina a calentar agua. -¿Quién le avisó? preguntó Miguel. -Don Acosta, cuando iba de paso para su rancho. -¡Gracias! – dijo Juana emocionada y agregó – Me

parece que falta poco. -Eso no se sabe, puede tardar horas – le replicó

Ramona. Entonces llegó Doña Catalina, con su valijita de

emergencia. Allí tenía sus elementos, el más importante, la tijera para cortar el cordón umbilical.

A las cinco de la mattina se escuchó el llanto del bebé.

En la cocina estaban mateando el turco Félix y su mujer. Miguel tomaba la tercera taza de té. El primero comentó:

-¿Será varón? Y Miguel habló gritando: -Que me importa lo que sea, Juana ha sufrido

mucho, lo que Dios quiera está bien. Ramona vino a contarles con rapidez. -¡Es una hermosa nena! El calco de Miguel. Los hombres no acostumbraban ver los partos ni a

la parturienta, preguntaron: -¿Y Juana? ¿Cómo está Juanita? -Muy cansada dijo Ramona, pero está bien.

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El bautismo Cuando la nena tenía tres meses la llevaron a bautizar.

El Padre Ignacio preguntó: -¿Qué nombre tendrá en su vida? -María Victoria – contestaron Juana y Miguel. Lo habían conversado antes y acordaron que el

primer nombre sería el de la Virgen. Cuando terminó la ceremonia en la Capilla de San

Miguel Arcángel subieron al automóvil y se fueron por el camino real.

Detrás, los padrinos Kaufman en su camión y detrás de ellos los tíos en su Ford T .

El almuerzo del festejo lo preparó Ramona. Asaron un cordero en el horno de ladrillos y barro de Doña Paulina.

-Otra vez en fiesta Patria, como el día del casamiento, pensó el abuelo Feliciano mientras se quitaba el corbatín.

La fiesta Era el nueve de Julio. Después de la

comilona de los veinte familiares y padrinos, se pusieron a cantar.

Un hermano de Juana había traído un acordeón. Cantaron en italiano y los padrinos en alemán.

Miguel tomó a la niña en brazos, la levantó sobre su cabeza y exclamó:

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-Gracias a todos por acompañarnos – y agregó – es mi heredera y nadie más.

Todos aplaudieron tanta felicidad. Sólo Juana percibió que los ángeles bordados en la

capa de seda natural le contaban que otros niños heredarían la vocación de su marido: escribir y soñar.

Cuando Victoria cumplió un año se reunieron nuevamente. A Miguel le gustaba compartir buenos momentos, las reuniones sociales y sobretodo sobresalir con su verborragia natural. Juan era feliz con la felicidad de los demás.

Ese 30 de abril, el otoño venía lento, como estirando el verano, hacía un poco de calor. Tal es así que Miguel había comprado barras de hielo para enfriar las bebidas.

Su comadre Helena se ofreció para acompañarlo a buscar más botellas de cerveza.

La madre de Juana observó como ellos se reían y miraban con mucha simpatía.

-Serán ideas mías – pensó Doña Adela – todos dicen que soy muy puritana y desconfiada.

Juana atendía a los invitados y especialmente a Victoria que andaba en la búsqueda de caminar por si sola.

-¡Que no se caiga!¡Cuidado! – decía tía María – que no se lastime – decía la madrina, agregando – esta niña debería llamarse Miguela, es el retrato de mi compadre.

-Si, si – confirmaba la abuela Paulina – satisfecha con el parecido.

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Los parientes se retiran de la fiesta Llegó el momento y se fueron retirando los

parientes. -¿Cómo tan pronto? – dijo Juana. -Ya se va la tarde – contestó Ramona – y mañana

hay que madrugar. -Muy cierto – agregó Fajardo – los animales

madrugan y las lecheras me esperan. Siempre parece que en las fiestas se pusieran

todos de acuerdo para emprender la retirada. Juana y Miguel se fueron al dormitorio para escuchar la radio CW 35 del Uruguay.

-Pone bajito – indicó Juana – la nena duerme profundamente.

-También, con todo lo que estuvo requerida, la pasaron de un brazo a otro.

-¡Tan buenita y risueña nuestra hijita! Juana se quedó frita como dicen en Entre Ríos,

una sonrisa apenas dibujada, mostraba la satisfacción de: “Todo salió bien”

La jardinera -Tomá Juana, Maruca te manda dulce de

leche y yo te traigo crema con pan casero. -Muchas gracias mamá. -Vamos a merendar con las nenas. -Voy a buscar el mantel, regreso enseguida.

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Una vez ubicadas en las sillas de madera, con asiento de paja, mientras comían conversaban.

-La cosecha de trigo viene buena este año – decía Doña Adela.

-¡Cuanto me alegro por mi hermano Luis que trabaja tanto!

Una de las primas, Idelma dijo a las otras: -¿Vieron mi vestido nuevo? -¡Si, si, que lindo! le contestaron. Y la abuela dijo: -Los chicos no pueden hablar en la mesa y menos

con la boca llena. Se hizo un pequeño silencio y Juana les dijo: -Cuando terminen con la merienda pueden ir a

jugar. Y las cuatro primas salieron para la terraza,

llevando por delante a Mariana, la más pequeña que empezó a llorar.

-¡No ha pasado nada! ¡Vení que te hago upa! -¡Señora, señora! – dijo un peón asustado. -¿Qué pasa? preguntó Doña Adela. -¿Es suya la jardinera del caballo blanco? -Si, si. ¿Qué sucede? -Se escapó por el camino real -¡Mamma mía! – gritó Doña Adela. -No se asuste señora, yo monté mi zaino, al galope

y ya la tienen acá de nuevo, porque sino... -Grazie, grazie. – dijo ella mientras le daba unos

pesos para que se tome un aperitivo.

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La lotería: 323

El trabajo siempre abundante. La mañana fría. Los vasos que habían quedado sucios de vino y

caña, manoseados, eran lavados con afán, por la madrugadora Paulina.

El olor de las bebidas le repugnaba, su marido Francisco era alcohólico, ese era el principal motivo de dormir en habitaciones separadas. Finalizada esa tarea comenzó a controlar la mercadería.

Escuchó los pasos de Miguel y le ordenó: -Tráeme una bolsa de galletas del depósito. -¡Que galletas, ni que ocho cuartos! – gritó su hijo-

me acabo de ganar la lotería con el número 323. -¿Estás seguro hijo? -Segurísimo. Recién lo repitieron por Radio

Belgrano. -Bueno Miguel te felicito – los dos se rieron con

fuerza, con felicidad. -Doña Paulina se acordó en ese momento que le

había recriminado por tener la venta de billetes, se ganaba poco y a veces le quedaban los clavos.

Observó que Miguel se iba corriendo llamando a Juana para contarle.

Su mujer estaba pelando un pollo, con la nena más chica colgada de su falda.

Ella levantó la cabeza suspirando, incrédula dijo: -¿Si? -¿Viste que suertudo? -Realmente – exclamó Juana y lo besó en uno de

sus cachetes colorados. Miguel se encaminó al galpón de los cereales a

contárselo a sus peones y agregó: -El domingo estamos de festejo.

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-Vamos a carnear un chancho. -Perdone, Don Miguel – dijo el rengo – pero usted

ya vendió todos los chanchos ¿o no se acuerda? -Si, si – contestó él – pero yo me gané la lotería

con Rodríguez y Don Toledo. Así que ya conseguiré uno de primera clase.

-Tá gueno, se las piensa todas – dijo el peón, y de paso le preguntó -¿Qué va hacer con tanta plata?

-Lo primero, comprar un camión nuevo, y después veremos. Voy a invertir y ustedes saldrán favorecidos también.

-¿Y de hay? –dijo el Tito. -Habrá más trabajo y diversión en la fiesta del

girasol. No se olviden de los judíos de Basavilbaso.

La radio Los sábados por la tarde venían visitas. En el gran

comedor resplandecían dos sillones dorados, que invitaban a tomar asiento y leer con placidez.

A un costado, una biblioteca con veinticuatro tomos de la Enciclopedia Hispano Americana.

En el medio de la habitación una mesa grande y larga con la frutera repleta de mandarinas y naranjas de la estación invernal.

Pero lo más apreciado, que pocos vecinos tenían, era la radio, la reina de la música y la comunicación

Las anfitrionas eran Doña Paulina y su hija Chila. Llegaban primero las hermanas Pesentti, con sus

cabellos rubios y sus ojos claros, altas y delgadas. Luego las petizas Rodríguez y por último las

estiradas Almeida, demasiado perfumadas.

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Saludos, besos, abrazos, preguntas. -¿Cómo vinieron Elvira? -En el auto de Fernando, un rato a pie y un rato

caminando. Risas: -Ja, ja, ja... -Tomen asiento, por favor. – Indicó Chila. -¿Cómo está tu madre? – dijo Doña Paulina

dirigiéndose a la más bajita de las Rodríguez. -Mejorando de su bronquitis le contestó la chica y

añadió – Gracias a Dios y la Virgen. -¿Y Juana? – se interesó Raquel, su prima. -Bien, bien, gracias – contestó Chila – dentro de un

rato nos acompañará – y se fue a prender la radio. En ese momento la orquesta de Feliciano Brunelli

interpretaba el vals “Ilusión de mi vida”. -¡Qué hermoso está el bailable! Aprovechamos y la saco a bailar a una de las

Almeida. Fueron pasando los minutos, disfrutando de la

música y la conversación risueña de Doña Paulina. Había pasado una hora cuando se presentó Juana

con una bandeja de pasteles en almíbar. Los dejó sobre la mesa y saludó amablemente a todas.

-Ay Juana ¿porqué te molestaste? – dijo una; y otra agregó:

-Ya estás muy adelantada con tu encargue, ¿cuídate Juanita!

-Sí, sí – opinó doña Paulina pero ella es así, muy trabajadora.

-Como su mamá, Doña Adela. -Voy a buscar licor de mandarina que hice yo – dijo

Chila. Se tomaron un recreo y las copitas de licor. -Me imagino que esta vea será el varoncito – dijo

Raquel esperanzada.

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-Lo que Dios quiera – contestó Juana, bajando la mirada.

-¿Qué pasa con Dios? – se escuchó la voz potente de Miguel y agregó:

-Buenas tardes, señoras y señoritas ¿Cómo están? – y les dio su mano una por una.

Risas, alegría, chistes, las saludaba el sol. La tarde se fue marchando y las visitas también.

Juana aprovechó ese rato de soledad para recostarse, le molestaba la espalda.

-Tengo que preparar la cena – pensó. A Miguel le gustan tanto las milanesas adobadas con ajo y perejil. Por suerte la negrita me entretiene las nenas.

Sino creyera en la esperanza, sino creyera que puede ser un varón...

Sintió una patadita suave en su vientre. -¿Y si no fuera?

No hay dos sin tres Los días pasaban y en esa casa con negocio

incorporado, había muchísimo trabajo. Los camioneros iban a cargar nafta en el surtidor y

de paso cañazo consumían minutas. Los ricos bifachos a la plancha, con huevos fritos.

-¿Quién cocina tan rico? -¡Juana! Pero Juana iba por su tercer embarazo, con sólo un

año de diferencia con su segunda nena. Por suerte era joven y fuerte...

Pero el parto se adelantó, y como no hay dos sin tres, llegó otra palomita.

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Tan pequeña que parecía una tacuarita. Doña Adela, su madre, vino como siempre a ayudarla pos-parto.

Para hacerle una rica sopa de gallina. Para darle su fuerza y su amor.

-¿Sabe mamá? Es tan chiquita que se me escapa entre las manos, tengo miedo de que se ahogue.

-Ma, no... Juana, es al principio ya irá ganando peso.

-No se prende bien, le cuesta mamar, tengo tanta leche que podría alimentar otra criatura.

En ese momento, entró Victoria, la mayor y se quedó mirando como su mamita, apretando el pezón, colmaba un vaso con el alimento. Y preguntó:

-¿Cuando viene papá? Juana le contestó con dulzura: -Ya vendrá, no ha de tardar. Puso a su tesoro en la cunita mientras pensaba. En

esos días Miguel se demora en regresar. Lo veo poco. Mi suegra atiende el almacén y los dependientes son muy buenos. ¿No tendrá otra mujer? ¿Pero que estoy pensando? ¡Estoy loca!

-Juana – dijo Doña Adela – voy a cocinar polenta con estofado.

-¡Gracias Mare! ¿Qué buena es usted! -Ya sé lo que estás pensando – dijo su madre –

Que doña Paulina no es amiga de la cocina, ni de las cosas de la casa. Ella tiene sus virtudes, hija – agregó – es como Miguel, tienen un imán para atraer a los clientes y su dinero.

-Es cierto – contestó Juana – y yo también voy para el lado de la cocina, regaré las plantas de la galería y las nenas me ayudarán.

-Vamos Victoria, te daré un jarrito para que saques agua de mi balde.

-Dale la mano a tu hermanita, vamos despacito, no se vaya a caer...

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La cancha de bochas

Victoria sale al patio grande de los paraísos. Allá a

la derecha cerca del alambrado que da a la calle Rea, está el lugar más sombreado.

Desde ahí llegan las voces de los hombres diciendo:

¡Dale! ¿Dale! Un bochazo al mingo Y un estrepitoso ruido hacen las bolas de madera, ante la fuerza del envión del gallego Fajardo.

Grandes risotadas de los compañeros, los gorriones asustados se dispersan.

-Hola mascota. La saluda Rodríguez el capataz de la estancia de los Echemaite.

La nena sonríe y sus ojitos color miel destellan de alegría ante el afectuoso saludo.

-Bueno, ahora jugaremos el desquite dice el chueco Smith. Y comienza otra jugada.

Fajardo, el narigón de ojos mansos, toma la bocha pequeña, el mingo. Lo acomoda entre sus manos callosas, suavemente, y lo hace deslizar por la tierra lisita, hacia el centro de la cancha.

Ahora es el chueco Smith el que se prepara. Toma una de las bochas lustrosa de caricias y la envía lo más cerquita del mingo que puede.

-Vamos bien – dice su compañero, Don Toledo el criador de ovejas.

Y agrega: - voy a probar por el otro lado. Finalmente el capataz Rodríguez con gran maestría hace su arrime.

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La pequeña Victoria los mira maravillada, ya nadie más se fija en ella. En ese momento los ojos y el corazón de esos cuatro hombres, son prisioneros de las idas y venidas de las bolas de madera que a veces siguen de largo hasta el fondo de la cancha, y los desilusionan como chica que se quedó sin la yapa de los caramelos.

Y ahora viene el punto final. hay que sacar del medio la bocha de don Toledo.

El chueco Smith se prepara. Toma distancia hacia atrás, en sus fuertes y cortos brazos está la palanca que empuja la bocha, que va desalojar otra que está molestando.

Con gran puntería la saca del medio. Y el capataz grita: -¡La gran siete, ganamos! -¡Momentito paisano! Me parece que la nuestra

quedó más cerca del mingo. -Está bien, que sos medio bizcocho. Pero no es pá

tanto. Está clarito que nosotros estamos en mejor posición.

-¡Bueno, bueno! – basta de pelear – se oye la voz de Víctor.

-Yo seré el juez, y se acerca con un palito de paraíso, dispuesto a tomar la medida justa se agacha junto al mingo, a unos veinte centímetros hay dos bochas, una de cada lado- ¿Cuál está más cerca? A ver... a ver... trató de no tocarlas, por arribita, para no molestarlas toma distancia, por un solo dedo, poco más de medio centímetro. Han ganado Don Toledo y el bizco Fajardo.

-¡Muy bien Víctor! -Tenés razón has sido un buen juez. -Vamos al almacén, que les va a pagar la copa. -Vení vos también Víctor. -Se agradece. A esta hora de la mañana no tomo,

después me agarra la modorra.

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Los cuatro hombres se van pitando sus cigarrillos negros. Al entrar al negocio van directo al mostrados.

-Buen día Doña Paulina – saludan tocándose la gorra o el sombrero.

La abuela de Victoria contesta sonriendo, sus pequeños dientes se ven perfectos.

Levanta a su nieta en brazos y la sube a una silla de paja, desde allí en puntas de pie, podrá seguir observando a los paisanos.

-¿Qué van a tomar? Dice Paulina. -Una vuelta de Lucera con Fernet para todos.

Ordena el capataz. Ella baja las dos botellas del estante, sirve las

copas de vidrio grueso y base firma. Busca un sifón de soda fresca y les dice:

-¡Acá tienen, a su gusto! -Esta güeña Lucerita, dice Smith mientras se pasa

el puño cerrado por el bigote. Ya tenía seco el garguero, con tantas idas y

venidas – agrega don Toledo. -Suerte que don Miguel siempre tiene hielo. Hay

otros boliches que no toman estas precauciones y más con calor.

-¿Y dónde está el patroncito? dice don Fajardo. -Salió temprano para Concepción, con el camión

cargado de huevos y gallinas. -Ta güeno – le salió bravo el mayor pá los

negocios. -Así es – contesta la matrona, contenta con el

halago de una lisonja cierta. De pronto se escucha una voz clara y fuerte que

llama: -Victoria – la niña pega un salto y baja de la silla.

-Sale corriendo y dice; ¡Ya voy mamá!

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Briscio: Viajante de comercio El hombre de la camioneta blanca pasó la mañana en el pueblo de Basabilbaso. Terminó de recorrer los negocios vendiendo sus bombones y se dirigió a Villa Mantero. El paisaje campesino estaba brillante. Un poco de lluvia había lavado las hojas de los paraísos, de los sauces... Los trigales estaban listos para convertir sus granos en monedas de oro. El camino de tierra bien cuidado por Vialidad Nacional lo predisponía para vender su mercancía y conocer clientes nuevos. Apretó el acelerador para poder trepar por el puente del arroyo Gená. Unos muchachos estaban pescando y al escuchar el sonido del motor levantaron la cabeza y saludaron con la mano amablemente. -Les debe llamar la atención mi hermosa camioneta blanca con inscripciones doradas- pensó Águila Saint Ahí está el almacén de Ramos Generales. El negocio de Carlos María Quinteros. Dicen que sus ancestros españoles son Quintero, sin s. A él le suena mejor en plural ¡Pucha! ¡Qué original! Estaciona bajo la sombra del segundo paraíso ¡Cuántos! A ver, son once. Hay carros, sulkis, una chatita...

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-¡Parece que hay movimiento! – Piensa Briscio. Por la puerta principal del negocio hace su aparición. ¡Buenos días a todos! – saluda. -Buen día – le contestan tocándose el sombrero con la mano. Y otro levanta su copa de Lucera deseando -¡Salud! ¿Bienvenido señor! – lo recibe muy sonriente Doña Carmen, desde su puesto de cajera. -¡Gracias! – le contestó Briscio preguntando: ¿Y don Quinteros? -Mi hijo está cargando el camión con cereales para llevarlo a Concepción del Uruguay – le aclara con orgullo. En ese momento viene entrando un hombre fuerte, colorado y rubio de unos 40 años. Tiene en su espalda prendida una niñita muy parecida a él, la desliza en sus brazos feliz. ¿Es su hijita? Inquiere Briscio. -Es mi nena mayor, Victoria. ¡Qué lindo nombre! -¡Yo se lo elegí! – dice el padre orgulloso. Planificación “Club de Brisas Juveniles” El día amaneció fresco y soleado. Miguel como todos los días se levantó muy temprano. Era de buen dormir, como dicen. Seis horas de sueño profundo lo dejaban listo para trabajar y disfrutar de la vida.

-¿Y cómo disfrutaba la vida?

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Era amante de la buena mesa, los ricos manjares. La grata compañía. La cercanía de su madre inteligente, alegre, sobresaliente como él. entre los chacareros. Su esposa amable, sencilla, bondadosa, su hijita Victoria, en fin, para él la vida era lucha y armonía. Odiaba las discusiones, por eso cuando alguien lo contrariaba en sus ideas el respondía: -Será como usted dice nomás – y se retiraba a su escritorio para reírse a solas, de la torpeza de sus semejantes. ... Ese lunes, doña Paulina llegó acompañada de Mingo, su hijo mayor, tenía una reunión de familia a pedido de Miguel. Este ya tenía preparado un rico café con leche en la cocina grande. El ambiente estaba agradable por el calorcito del fuego, los leños crepitaban prendidos. Después de los saludos Mingo le preguntó a Miguel:

-¿Y cuál es la cuestión? Su hermano le contestó: -La cuestión es... que me anda dando vueltas en la cabeza, la idea de construir un salón grande, acá junto al almacén. -Ajá – dijo Mingo -¿Y para qué? -Bueno – contestó Miguel – Durante el tiempo de cosecha, en diciembre, enero y febrero se usaría para guardar las bolsas de cereales, y en otoño, invierno y primavera organizamos bailes familiares, para toda la colonia y pueblos vecinos.

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La caída Y comenzó la construcción del enorme salón rectangular. Paredes muy altas, techo con tirantes de madera y chapas de zinc. Estaban haciendo el contrapiso de cascotes de ladrillo. Los ayudantes del albañil los picaban con fuertes mazazos. La pequeña Victoria tenía prohibido merodear por esos lugares de trabajo por dos razones. La primera, podía lastimarse. La segunda, los peones eran mirones y coquetones de las muñequitas lindas y perfumadas. La madrecita Juana, criada en el campo, conocedora de la vida por los conceptos que le había transmitido su desconfiada progenitora, doña Adela, quien cuidaba celosamente a sus hijitas. Pero... pero a veces Victoria, curiosa con su alma de mujer en crecimiento, disfrutaba de aventuras chiquititas como ella, trepar por las enredaderas, perseguir mariposas o prender o encender la radio a todo volumen. Esa tarde el salón que se estaba terminando, lucía desierto. La escalera de madera, que habían dejado los albañiles, apoyada contra la pared era una tentación al ascenso. Y así lo hizo, contando: -Uno, dos, tres, cuatro – repitiendo dos veces más – uno, dos, tres, cuatro. Pero erró el escalón y se vino abajo, al contrapiso de ladrillos en forma de cascotes puntiagudos. Sus gritos fueron escuchados por la abuela Paulina que la buscó de inmediato, la cargó en sus brazos y la llevó al corredor, sentándose con la preciosa carga en un sillón de mimbre. Juana fue al encuentro, secándose las manos en el delantal, vio la sangre que brotaba de la cabeza de Victoria.

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También se acercó Leoni, con Anita prendida a su vestido gris, y preguntó: -¿Llamo a Miguel? -Sí, sí, por favor – contestó Juana y agregó – mirá como se está manchando la ropa con tanta sangre. Victoria seguía llorando, todos pendientes del pequeño accidente. -Abran paso – ordenó Miguel. Traía una damajuana de Kerosene, en sus poderosas manos y un paquete de algodón. Vertió el líquido sobre el tajo del cráneo y luego lo tapó con algodón diciendo: -Sostenlo apretado. Ya no saldrá más sangre. El abuelo Feliciano, que también quería enterarse de lo que pasaba, exclamó: -Victoria es muy traviesa, habrá que atarla a su cama. -Basta de decir zonceras papá. Esta nena es muy inquieta, nada más. Sigamos trabajando. -Voy a llamar al doctor para que me de algunas indicaciones por teléfono Demoró algunos minutos hasta que la operadora lo comunicó con el pueblo. Se escuchó que decía: -Muy bien, entiendo. Por una hora que no se duerma y unos caramelos de miel. Sandías y zapallos ¿Qué estás haciendo papá? – le preguntó Anita interesada.

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-Ya ves querida, dibujo la cabeza de una persona en este zapallo vacío. -¿Y para qué? – dijo Anita. -Para poder divertirme esta noche, ya lo verás. Miguel con mucho entusiasmo hizo los ojos en forma de triángulo. Su filoso cuchillo continuó con una enorme boca. Después escondió la sandía y el zapallo debajo de los catres de Luisito y Latour. Era una noche hermosa de verano pero oscura, de luna nueva. Terminada la cena y después de conversar, los dependientes dieron las buenas noches y se retiraron al salón grande que tenía en el fondo los dos catres, dos sillas y una mesa improvisada con un cajón vacío de yerba . Ellos tenían una linterna pequeña que prendían para no llevarse por delante los árboles del jardín. Cuando abrieron la puerta del salón donde en el otro extremo guardaban las bolsas de cereales . Luisito gritó:

-¿Qué es esto? Latour unos años mayor dijo: -No te asustés, vamos a investigar - Pero mire como brillan los ojos, parece una

calavera, un resucitado.. Latour empezó a acercarse despacio diciendo: -Más mandinga la pata de la gringa. Vení Luisito, Mirá, adentro tiene una vela

encendida, será una treta de don Miguel. -Escucharon, uí, uí... soy un alma en pena. Luisito temblaba. Latour prendió un fósforo y encendió la lámpara a

kerosen y desapareció el miedo. Mientras Miguel reía sin parar y después dijo: -Que descansen, hasta mañana muchachos.

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-Yo no me quiero quedar más acá, le voy a decir a mi tata que me lleve pa’ las casas. Deme la mano amigo, escuche como late mi corazón.

Y así fue que por culpa de las cabezas de zapallos y las sandías que Luisito aprendió el trabajo de arriero.

El teatro de Ortega Saenz Todas las tardes las muchachas de Colonia de San

Martín, hacían un alto en sus tareas diarias para escuchar por radio una novela de Susy Kent. Muchas de ellas aprovechaban esos momentos para coser o bordar .

La madres sugerían: -¿A ver si terminan sus labores! Podían ser manteles, carpetitas. Las nenas no pueden escuchar esas novelas. -¡Vayan a escuchar afuera! les ordenaban

Pero Victoria pasaba despacio y algo pescaba. Por ejemplo:

-¡Cuánto te quiero mamarrachito- por Oscar Casco. Tía Chila decía: -No se queden escuchando, total no entenderán. -Sí tía. -Me gusta mirar que lindo y parejito te sale el punto

cruz. -Gracias. contestaba Chila – y ahora ya miraste,

andá, andá con tus hermanitas – y le daba una suave palmada en la cola, empujándola.

Cuando llegaban los minutos de los anunciantes: Jabón Lux o Palmolive del aire, el locutor decía en que fecha se presentarían en los pueblos cercanos.

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Chila apagó la radio. La novela había terminado y se fue a conversar con su cuñada.

-¡Sabes Juana que bárbaro estuvo este capítulo!! Ya la chica sabe que Alejandro la engaña.

-¡Que macana Chila! Me lo perdí por atender la comida.

-Te cuento que el último domingo de agosto vienen a representar la obra a Basabilvasso.

-Y vamos... para que tenemos el auto – continuó Chila.

-¿A dónde vamos dijo Leoni acercándose. - A ver la obra de Atilano Ortega Sáenz ¿te

prendés? -Y como no. Pero ¿Que hacemos con las nenas? -Las llevamos – dijo Juana. -¿Te parece, che? -Sé, dijo Leoni – son buenitas. Además termina

como a las diez de la noche, se quedarán dormidas en la falda.

Desilusión primera Juana Caminaba suave para no hacer ruido. Era la

hora de la siesta. Al pasar junto a la ventana de la muchacha escuchó hablar muy bajo a dos personas.

-¿Con quién podría estar hablando Rita? y de pronto, claramente la voz de su marido

diciendo: -Un besito te doy, no seas tonta. Entreabrió la puerta y vio a Miguel que tenía la chic

abrazada en un rincón. Juana se quedó muda de espanto. Miguel abandonó su presa y corrió detrás de su mujer.

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Juana se fue al dormitorio y no pudo reprimir el llanto. Miguel trató de consolarla, pero ella lo empujó apoyando sus manos en el pecho gigante. El sólo dijo:

-Perdóname, no sé que me pasó, soy un tonto. Por favor, no se lo cuentes a nadie.

-Quédate tranquilo, a mi madre no se lo diré, sería un disgusto y a la tuya no me atrevería, me da mucha vergüenza.

-Y ahora por favor déjame sola. Secaré mis lágrimas y seguiré con mi rutina.

-¡Juana! ¿Qué son esas palabras? ¡Nunca te habías quejado!

-No, porque tu amor me daba fuerzas y ahora estoy muy triste, muy desilusionada.

Sábalos y tarariras Pasó el día, cada uno en lo suyo, como de

costumbre. Doña Paulina controlando el negocio y los dependientes. Leoni cociendo a máquina vestidos y bombachitas para las nenas. Juana regando las flores y cantando los tangos de Gardel y Le Pera.

A la tardecita llegó Miguel con su cargamento de bolsas de harina, azúcar, fideos, barriles de vino, un tambor de aceite. Se escuchó a Luisito anunciarlo:

-Llegó Don Miguel, llegó don Miguel. Parecía un pregonero de 1820. Juana terminó de arreglarse, ordenó sus ensortijados cabellos y lo esperó en el comedor con sus hijitas.

-Papá, papá – dijo Victoria . ¿Trajiste caramelos y masitas?

-Quero tita, - dijo Ani.

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-Acá tengo algo más rico, una caja de bombones de licor –levantó la tapa y brillaba el envoltorio de los papelitos de colores.

Y regresó con la nena pataleando a los gritos. -¡Basta Ani, basta! ¿Qué queres? -Quero a mi mamá. -Bueno, bueno, dame a Mariana y agarrá a esta

llorona. -Está bien Leoni, porque quiero darle la papocha Arreglada la escena familiar apareció el abuelo

Feliciano con sus pescados, tarariras, sábalos y fumando su cigarro. Saludó a todos diciendo:

Me voy a dormir enseguida. Toda la noche estuve en el arroyo Gena, voy a dormir.

Los tres perros eran su cortejo y a la otra casa se fueron juntos.

La billetera -¡Buen día Juana! ¿Cómo has amanecido? – le

preguntó su esposo. -¡Bien querido! - contestó ella -Anoche las nenas se durmieron temprano, así que

descansé bien. Miguel observó su figura esbelta, delgada, su

cabello brillante como sus ojos y le pidió que se acostara otro ratito.

-¡Ah no! –contestó ella, sabes que de día no me gusta...

-Está bien mi prienda, pero esta noche no te escapás de mi propuesta.

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-Sí, querido... Déjame por favor, tengo que vestirme y asearme.

En ese momento se despertó Mariana y se puso a llorar.

-Ya ves Miguel que tengo razón, de día no se puede.

Él le dio un beso en la mejilla y se fue a bombear agua fresca para lavarse la cara.

Después llegó su hermana Chila con un bolsito y lo saludó amorosamente. ¡Cómo quería ella a su hermano Miguel, todos lo querían! Siempre chistoso, de buen humor, riendo a carcajadas. Desparramando su energía positiva.

-¿Y qué hacés tan temprano por acá? -Vengo para hacer diez docenas de empanadas –

le contestó ella. -Está bien hermanita, yo sé que sos la campeona

de amasar. A veces te he visto trabajar con el palote y tenés un don especial para dar vuelta la masa en el aire.

-Gracias Miguel, Juanita también tiene su mérito, preparó dos fuentes de relleno, con mucha cebolla y carne picada, huevo duro, pasas de uva.

¡¡Hay que rico! Se me hace agua la boca- y agregó - ¡Buen día Leoni! –la mujer comodín de la familia le contestó el saludo con mucha alegría y se dispuso a ayudar a Chila , cerraría las empanadas con un repulgue de primera.

Después llegó el momento de freírlas en esa grasa de cerdo tan transparente. Tenían preparado un fogón afuera, para no humear la cocina.

Comenzaron a llegar los paisanos. Algunos a caballo, otros en sulky o carro ruso.

Había preparada una tarima para el discurso de los políticos . Miguel y su hermano Víctor recibían a todos los entusiastas. Hacía calor. Comenzó la venta de cerveza y de vino refrescado en barriles con hielo picado. El Cholo

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era diestro para destapar las botellas y doña Paulina en la caja.

Llegaron los candidatos en un hermoso auto Chevrolet.. Bajaron mostrando una sonrisa de oreja a oreja, repartiendo abrazos.

Miguel y Farer les salieron al encuentro diciendo: ¿Cómo está doctor T.? Este era promovido por los boinas blancas para

gobernador de la provincia y le dijo a Miguel: -¡Lo felicito. Cuanta gente! Así me dará gusto

dirigirles la palabra, pero primero usted Miguel, que es el dueño de casa.

¡Muchas gracias Doctor! – comenzaron los aplausos y los vítores.

-¿Que viva el Doctor, que viva! – volaban las boinas por el aire.

Desde la ventana Juana observaba atentamente. Se acercó Chila y le preguntó:

-¿Cuando empezamos a servir las empanadas? -Tenemos que esperar a que terminen los

discursos, ¡Cómo se lució mi hermano! ¿Viste? Sí, sí –contestó Juana y agregó: No me gustan los

políticos son unos interesados -En ese sentido tenés razón, pero si ganan,

nosotros también estaremos mejor... –dijo Chila. -Tal vez – razonó Juana – del dicho al hecho hay

mucho trecho. Pará Juana. Ya terminaron. Se bajan de la tarima. -Yo no voy – dijo Juana – me quedo con las nenas

a escuchar la radio. ¡Qué arisca que sos Juana! -Realista, Chila, eso soy. No quiero ver como en

contados minutos se devoran nuestro trabajo. -Eso sí, Juana porque están de rechupete.

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Los paisanos comieron y bebieron. Algunos demasiado borrachos, doblados sobre el caballo emprendieron el regreso.

Los peones desarmaron la tarima, guardaron los bancos, las sillas, el mostrador adentro del almacén.

Doña Paulina entregó el dinero a su hijo diciendo: -Cuando hay estas reuniones toman que da gusto. Miguel guardó la plata en su billetera de cuero y le

agradeció a su madre. A la mañana siguiente era domingo. Juana, Leoni y

las nenas ya estaban listas para ir al pueblo. Miguel se despertó y al verlas dijo: -¿Mamá te prestó el auto para ir a misa? -Así es querido, ya nos vamos... Pará Juanita. ¿Vos guardaste mi billetera? -Pero no – contestó ella – la tendrás en el bolsillo

del pantalón .Ahora me acuerdo que la puse acá encima de la

mesa de luz. -¡Me robaron! – gritó Miguel -¿Pero no! ¿Cómo puede ser eso? -Si, Juana. Con tanto trajín quedamos rendidos y

hemos dormido profundamente. Ni pienso contárselo a mamá que estaba tan contenta- y riéndose agregó - ¡Qué linda sorpresa que nos dieron!

-Bueno Miguel, me voy a la Iglesia a dar las gracias a Dios que no pasó ninguna desgracia y también por tu bendito buen humor.

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Vía libre -Así es Doña Paulina. Tenía mucho para comprar y

vender a los mayoristas y además el Dr. G quería hablar con él al mediodía en el comité. ¡Veremos que cargo le ofrece!

-¡Cierto que ganamos lejos! -Vendrá contento – dijo la suegra. Se incorporó Leoni al grupo trayendo a Mariana en

brazos. -Tomá Juana, acá tenés a la tacuarita. ¿Cuándo

vas a dejar de darle el pecho? ¡Estás muy flaca vos! -¿Sabes que pasa Leoni? Mientras amamanto no

quedo embarazada. -¡Qué bien! Tenés via libre, pero cuidate, estás muy

pálida. -Sí, si voy a tratar. – Juana no quería preocupar a

su amiga. De pronto se escucharon unos sollozos -¡Es Anita! Por favor, andá, Leoni, puede despertar

a Victoria. -Sí, sí allá voy,. se apuró Leoni.

El disgusto. Los políticos. Juana estaba ansiosa. “¿Cómo habrá sido el

encuentro con el Dr. G “? Por eso cuando Miguel se acercó a ellas dijo antes que le preguntaran:

-Estos políticos no me agarran más. Solamente sacan agua para su molino. No pueden darme ningún puesto porque no tengo título universitario.

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-¡Habrase visto! – dijo Doña Paulina y agregó – bueno, bueno hijo, yo te lo decía son unos vendidos. Vos tenés bastante con el negocio, con los pic-nic, con la radio.

-Sí, mamá. Pero usted sabe que trabajo de sol a sol, ellos tienen todo el panal y unas gotitas de miel me hubieran endulzado.

“¡Qué disgusto! pensó Juana es la primera vez que a Miguel se le escapan unos lagrimones.

El viaje Después de doce años de matrimonio Miguel dijo a

su madre y a Juana que necesitaba conversar con las dos esa misma tarde.

Se reunieron a las seis en la casa de doña Paulina. -Pero Miguel, ¿tan importante es lo que tenés que

decirme? ¡He dejado un montón de cosas sin hacer, las nenas con la muchacha, qué ocurrencia la tuya!

-¡Ahí tenés Juana! Hoy porque te lo he exigido podés dejar todo.

-¿Qué decis? Soy la mejor madre y la mejor ama de casa de estos lugares, todos lo dicen.

-Por eso, porque es fuera mayor le retruca Miguel, tuve que exigirte. Esta conversación fue durante la caminata desde el almacén a la colina de doña Paulina.

-Mirá Juana, yo sé que soy diferente a los demás maridos de la parentela. También te agradezco tu comprensión, tu tolerancia, mis llegadas tardes. Pero nunca te lo dije, nunca interpretás mis sueños, mis apetencias personales. Tu mundo es la familia, y el mío todo lo demás.

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-No hablemos – dijo Juana- allá está tu madre sonriendo de alegría por nuestra visita. Hablaremos después.

-Pasen, pasen, ya preparé café y un rico té para Juanita.

Tomaron asiento en las confortables sillas de madera. Saludos, triviales y Miguel dijo:

-Quiero que ustedes dos, los pilares de mi familia, sepan que me voy de viaje.

Juana sintió un frío repentino en su cuerpo, pero no dijo nada. En tanto que doña Paulina, como la cosa más natural del mundo preguntó:

-¿Y a dónde Miguel? -Mirá mamá quiero conocer mi Argentina. -Me parece muy bien hijo, te lo merecés – y agregó

- ¿Con quién vas? -Solo, por supuesto mamá. -Todavía no tenés cuarenta años, sos joven y

fuerte. Bajar y subir los trenes te será muy fácil. -Juana ¡Que tenés? te has puesto pálida – dijo

Miguel. -Me falta el aire – contestó ella. -Será la sorpresa que le causa tu partida. No seas

egoísta le dijo doña Paulina a su nuera. Entonces Miguel entendió que una madre se alegra

con la alegría de los hijos, nunca los perderá. Pero0 una esposa sufre mucho, siente miedo de la soledad.

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La enfermedad Juana amaneció con mucho dolor de cabeza, no

podía levantarse. Se le partían las sienes. Miguel hacía rato que había viajado en tren a la ciudad. Era fin de semana y debía cruzar en lancha el río Uruguay hasta el país limítrofe. El domingo tenía su audición radial por CW35 de la ciudad de Paysandú. Era ya una cita obligada. Una gran cantidad de oyentes lo esperaban, principalmente mujeres a las que había nombrado sus colaboradores de la cadena del aire.

Antes de cruzar al país vecino Miguel llama a su familia para avisar que iba el doctor Francisco a atender a Juana.

Era el médico de cabecera, un judío inteligente, capacitado, que en esos tiempos trataba a sus enfermos demostrando su superioridad.

Apenas entró en la semi oscura habitación de Juana exclamó:

-¡Che! ¿Que te anda pasando? -Ay doctor – contestó Juana entre suspiros – me

siento muy mal. -A ver , a ver doña Adela, me ayuda a levantarle el

camisón para auscultarla. -Sí, sí doctor, come no. -Bien, bien, con mi linterna veré mejor. -¡Qué regio ataque de hígado tenés Juanita! -Se te ha derramado la bilis ictericia. De inmediato preparó una caja de metal, con

alcohol desinfectó la aguja. Y le aplicó una inyección para calmar el dolor.

Escribió las instrucciones en una receta y dijo: -Por favor doña Adela, cuando llegue Miguel que

me llame urgente. Juana está muy delicada.

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-¡Ay dotore! ¿É grave? -No, no, delicado, ya que usted sabe rezar, pida

ayuda al cielo. ... A la semana siguiente llegó la hermana mayor de

Juana a visitarla. Venía en el sulky con su hijo Beto de catorce años. El muchacho ató el caballo al poste del alambrado y junto con su madre pasaron primero por el negocio, saludaron a Miguel y al dependiente Latour que estaba atendiendo varios clientes.

-¿Qué tal cómo les va? dijo Ema. -Adelante, mi querida cuñada. ¿Qué decís Beto?

¡Qué alto estás! ¡Cuánto has crecido! ¡Gracias tío! Acá andamos bien. -Ema, vengan un ratito conmigo que les voy a

explicar como está Juanita. -Sí, sí – dijeron el hijo y su madre a dúo. Una vez en el escritorio, donde la máquina de

escribir era la reina de los días de Miguel, les dijo: -Ya saben que Juana está bastante enferma, le

tienen que hacer estudios de la vesícula y del hígado. En Buenos Aires están los mayores adelantos tecnológicos, los mejores médicos.

-Sí, sí – dijo Ema y preguntó- ¿la van a internar en algún hospital importante?

-No, solamente le harán estudios. Lleva la recomendación especial del doctor F. para que se ocupen con mayor interés.

-Ah, bueno Miguel, es un alivio saber que estará en la casa de tu hermano y tu cuñada la podrá acompañar en todo lo que sea necesario.

Beto había permanecido en respetuoso silencio, pero quiso saber un dato de la Capital Federal.

¿Es grande Buenos Aires? ¿Es hermosa?

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-Si querido tiene edificios tan altos que les llaman rascacielos.

¡Qué maravilla tío! Te prometo Beto que cuando vaya a buscar a tu tía

Juana te llevaré conmigo. -¡Gracias tío Miguel! -Bueno vamos a ver a Juana, tengo tantos deseos

de verla – dijo Ema. -Vayan, que yo me vuelvo a la despensa – les dijo. Pero en realidad se fue a su escritorio para teclear

su chiche preferido y contestar las cartas de sus admiradoras.

El traslado Ema fue al encuentro de su hermana con una

suave sonrisa, la acurrucó en sus brazos. Se besaron y el cariño salía por sus poros. A Juana se le escaparon unas lágrimas ardientes

Ema dijo: -Vamos querida acá está la mayor y la menor; un

solo corazón. -¿Viste lo que me pasó Ema? Debo estar horrible. -Pero Juanita, ya te vas a poner bien. Beto, andá

para afuera querido. Entretenete mirando como juegan a las bochas.

-Sí mamá, como usted mande. Las dos hermanas se sentaron a conversar

mirando la cuna de Graciela. -¡Qué hermosa está! ¡Cómo duerme! – dijo Ema. -Así es – le contestó Juana, y agregó – ya no le doy

más el pecho, mi leche también está enferma.

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-Ahora lo más importante es tu salud ¿Cuándo te lleva Miguel a Buenos aires?

El lunes de noche abordaremos el vapor, estoy muy delicada, pero mi chiquita... ella me preocupa.

-Tu hijita va a estar muy bien criada con todo mi amor y el de mis hijas. Ya sabes cuanto te queremos.

-Si Ema, será una deuda eterna para mí. -No vuelvas a repetir eso Juana. Si hay una

persona buena y generosa, esa sos vos. ¿Cuántas gauchadas me hiciste en tu vida? ¡Eh! Nadie le debe nada a ninguna, por lo menos entre vos y yo.

-Gracias, no te enojes por favor. -No, faltaba más. Ahora quiero que sepas que la

vaca más nueva y de mejor calidad, será la que ordeñaremos para la mamadera de Chiquita.

En ese momento entró doña Adela con una canasta diciendo

-Acá está toda la ropa de la bambina: pañales, batita, mantillas, baberos...

-¡Gracias mamá ¡ - dijo Juana. Gracias por enseñarnos a querernos tanto.

-La única manera de soportar las tormentas de la vida, é una buona familia. – dijo ella.

-Así las quería encontrar – dijo Miguel – bien abrazadas. Y ahora vamos a tu casa florida a llevar a Chiquita en el camión; tu hijo llevará el sulky de vuelta, ahí les cargué algunas provisiones.

-Gracias Miguel – dijo Ema, mientras tomaba en sus brazos a su sobrinita.

Juana se prendió de los brazos de doña Adela porque peligraba su estabilidad.

-Juana, me prometiste ser fuerte vamos a rezar el Santo Rosario. Y también necesito ser fuerte para cuidar a Ani y a Mariana en tu ausencia.

-Sí, mare. Por suerte Victoria está en la ciudad y no ve los movimientos del traslado. Vamos a rezar.

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Cuando Miguel tuvo el diagnóstico completo de la

enfermedad de Juana: hepatitis, volvió a Concepción. Siguió ocupándose de su negocio y su audición de

radio y por supuesto de sus colaboradoras. Juana debía permanecer en la Capital Federal dos

o tres meses, mucho reposo y nada de preocupaciones. El recibía doscientas cartas por día, en ese

pequeño pueblo. Un día organizó una reunión de trabajo con sus

secretarias en un salón de la confitería del Club Social. Las muchachas vendían estampillas de correo, a

los votantes, que debían adivinar a que hora se detenía el reloj de la amistad.

Todas eran jóvenes, buenas mozas y con deseos de ser nombradas por la radio.

La que vendía más votos, encabezaba la lista, era triunfadora.

Ese día conoció una morocha muy interesante y muy fogosa con la que trabó una relación más cercana.

Sería un pasatiempo para él, una conquista y nada más. Su esposa estaba lejos y fuera de peligro. Nunca se enteraría

Las cartas. “El cartero” Pasaron dos meses. Juana pronto podría regresar

a su hogar. Mientras tanto, esperaba las noticias de su familia. Cuando escuchó la voz del cartero anunciando la correspondencia, corrió al zaguán de inmediato.

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-Firme aquí, por favor – le dijo el muchacho – viene certificada.

-Gracias – dijo Juana, cumpliendo con el requisito y muy emocionada abrió la carta de Miguel que decía así:

Querida Juanita: Deseo te encuentres cada día mejor y

me digas cuando viajo a buscarte. Acá todos estamos muy bien, parientes y vecinos

te mandan muchos cariños. Mariana con sus seis añitos es muy lista e

independiente, se copia de su hermanita Ani. Van a la escuela y estudian mucho. Chiquita está preciosa, aumenta de peso y Ema la cuida como un tesoro.

En cuanto a Victoria, ya hemos recibido el vestido bordado de organza para su primera comunión.

La encomienda que mandaste llegó perfecta. Yo no podré ir a la ceremonia religiosa, por mis

actividades sociales, pero doña Adela será nuestra representante junto a tu sobrina Olga.

Bueno mi querida esposa recibe muchos besos y cariños de toda tu familia que te adora.

Un fuerte abrazo Miguel

El vidente Mientras tanto su cuñado Juan le contó a Juana

que tenía un conocido que hacía videncias de la vida de las personas.

-¿Y cómo es eso? -Tenemos que pedir un turno para una consulta,

vos me dijiste que no quieres sufrir una operación ¿verdad?

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-Así es – contestó ella – tengo mucho miedo y tendré que quedarme más tiempo ¡Extraño a la familia!

-Bueno, estamos de acuerdo, le voy a pedir a mi querida Mary que me atienda el negocio y vamos el jueves a la tarde. Se llama don Carlos, es un estudioso de los astros, también de las hierbas medicinales. Hace quiromancia, tiene poderes especiales. Yo lo tengo comprobado.

El jueves se tomaron un taxi y fueron al consultorio del famoso doctor Carlos. Después de las presentaciones el dijo:

-Tomen asiento, pónganse cómodos. Necesito señora que se afloje, que me mire confiadamente a los ojos. Déme sus pequeñas manos que las siento tan frías.

Su cuñado, respetuosamente, observaba la escena, satisfecho de su ida para ayudar a esa enferma tan amada por todos. Don Carlos dio esta explicación:

-Usted Juana es una persona muy responsable. Trabaja demasiado, es su manera de ser, dar, siempre dar. Esta enfermedad es un aviso para que usted se quiera un poco más. Tenga la seguridad de que sus hijitas están muy bien atendidas y le darán las mayores alegrías de su vida. En cuanto a Miguel, no lo controle tanto, no viva tan pendiente de sus actos.

En ese momento Juana empezó a llorar copiosamente. Don Carlos le alcanzó un vaso de agua y le palmeó la espalda. Su cuñado también se emocionó y dijo:

-Mi hermano es una persona multifacética y la tiene un poco descuidada a Juanita, encontró un mundo nuevo en la radio. ¿Cómo podemos ayudar?

-Ahora lo más importante es que Juana se recupere totalmente.

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El camino Real Miguel venía conduciendo su camión Chevrolet por

el bien cuidado comunicador de los pueblos: el camino Real. Este camino quedará a un lado- pensaba Miguel- ya están pavimentando un nuevo trazado a 10 km de acá.

Avanza el progreso y Vialidad nacional cumple este objetivo. Ese nombre deriva de rey, hoy vemos a la Panamericana, a la altura de San Isidro, el mismo nombre en los carteles “green”

Ya no pasarán los vendedores por este lugar, ni los camioneros a cargar nafta o a comer, ni autos.

-Tengo que mudarme cerca de la estación, hay mayor movimiento – siguió pensando.

El era un hombre de acción. Los primeros días de marzo de 1943, estrenaba un

nuevo local donde lo había proyectado, cerca de la estación del FFCC.

Su esposa Juana no tuvo tiempo para reflexionar. El instaló su familia en menos que canta un gallo en una nueva casa.

Cuando la pequeña Victoria vino en las vacaciones de Julio, desde Concepción se puso a llorar.

-¿Qué te pasa nena? Le preguntó Juana asustada. -No me gusta esta casa, extraño el jardín y el canto

de los pájaros. -Es cierto Victoria – dijo su mamá –que

experimentaba la misma nostalgia y agregó: -Tendremos vecinos más cerca – el jefe de la

estación tiene tres niñas bonitas como son ustedes. Podrán jugar juntas – Ya verás, tienen una bicicleta hermosa.

Victoria guardó un instante de silencio y formuló otra pregunta: -¿Y la abuela Paulina?

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-Se quedó allá, atendiendo el almacén, acompañada por tu tía Chila.

-¡Pobrecitas! – dijo Victoria, que solitas se van a sentir sin nosotros.

.Bueno, bueno, dijo Juana. Vamos a buscar a tus hermanitas y tomaremos la merienda.

-Sí, sí mami - ¿Hay crema de leche que hace tía Ema y dulce de leche de tía Maruca?

-Sí mi tesoro, me vinieron a visitar con sus ricas ofrendas.

En ese instante Victoria, recuperó su alegría.

Día fatal Las chicas no iban a la escuela, aún dormían. Anita

miró el reloj: ocho y treinta horas. Se puso su bata azul y se encaminó hacia el baño. Antes pasó por la cocina y saludó a su madre diciendo: “¡Feliz cumpleaños!”

Una cabeza blanca se destacaba en su conjunto de figura vigorosa, enhiesta en su vestimenta negra. Los ojos celestes le devolvieron la mirada con una sonrisa pequeña, de labios finos y apretados.

Se acercó a su hija y se besaron en las pálidas mejillas. Los horneros cantaron agradeciendo un año más.

¿Te preparo el desayuno? - dijo doña Adela . -No, mamá. Voy a tomar unos mates de té con

limón. La madre del cariño puso a calentar más agua del

río Uruguay en la pava. Después se sentó en una silla de paja y siguió tomando su mate amargo.

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Juana regresó del baño con un pote de crema en una de sus manos y con la otra comenzó a masajearse la cara. Su madre la miró y le dijo:

-Te acostaste tarde anoche, tenés unas ojeras. -Siempre las he tenido. –Le contestó Juana. -¡Así es figlia mía! Pero tanto hacer pasteles y

ponerles los confititos pegados con almíbar... -Yo sé que el tiempo se va y no vuelve más, pero

es su cumpleaños mamá y a usted le gustan tanto. -Sí, pero también esperas a Miguel. ¿no? Escuché

que venía questo domingo. -Sí, mamá. Usted no parla pero se fija. – y se rieron

las dos. -¡Buen día! ¿Qué pasa acá? Feliz cumple abuela –

dijo la dulce voz de Mariana. -Estamos comentando que anoche terminé de

hacer los pasteles por su cumpleaños. Y cree que también a sido porque hoy viene tu padre.

-¡Bueno mami, ya sabés que papá es muy goloso! ¿Ya estás preparada para ir a misa vos? -¡Claro si no rezo yo por todos, quién lo hará!

Hasta luego, vengo temprano para ayudar a preparar la mesa.

-Esta nieta salió como a mí me gusta, respetuosa de los mandamientos

-Su nieta mayor también, anunció Victoria. -Y yo también – dijo Anita, abrazando las dos a

doña Adela. Después se sumaron Chiquita y Carlitos con un

paquete muy grande envuelto en papel de regalo. -¿Má, que é questo? dijo la abuela fingiendo

asombro. -¡Tiene que abrirlo y lo sabrá! – gritaron todos- Y

así fue como aparecieron jabones perfumados, un par de medias y zapatos negros y un delantal azul con adornos broderí.

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Todos contentos fueron a desayunar y la abuela dijo:

-¡Grazie Dios mío! Después los más chicos fueron a comprar el pan

con Victoria, Ana María se puso a barrer la vereda prolijamente, Juana alimentó su canario cantor y doña Adela sentada en su silla petiza peló una gran cantidad de papas, guarnición para el asado al horno con ensalada de lechuga y tomates...

Pasó la mañana. Todo estaba listo para almorzar. -¡Tengo hambre! – dijo Carlitos. -Y yo también. – Se copió Chiquita. -¿Ya regresó Mariana de Misa? preguntó Juana. -Sí mamá.- le contestó Ana María. -Podemos esperarlo mientras nos vas sirviendo –

acotó Victoria. -Bueno, bueno vengan a la mesa, la abuela en la

cabecera como siempre. - Servile primero a los chicos – opinó doña Adela. Comenzaron a comer despacio, masticando bien la

carne, como se les enseñaba diariamente. Juana dijo: -Enseguida vuelvo, me olvido de una cosa. Y se fue

para su dormitorio. Buscó una carta certificada que había llegado el día anterior. Era su costumbre leer la correspondencia tranquila, la disfrutaba más. Ni siquiera había mirado el remitente con tantas ocupaciones.

Seguramente ahí estaba la clave de la tardanza de Miguel, algún negocio, algún viaje inesperado.

Comenzó a leer su contenido y cuando iba por la mitad empezó a gritar como si le hubieran clavado un puñal en las entrañas. Como si le desgarraran el alma. Victoria había escuchado ese llanto enloquecido en algunos velatorios.

Era como el alarido de un perro castigado, se levantó de un salto y llegó primera que todos al lado de

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Juana y comenzó a marearse de la impresión terrible que le producía tanto dolor, se le aflojaron las rodillas y se sentó en la cama.

Ana María y Mariana trajeron perfume y un vaso de agua y auxiliaron a su madre. La abuela Adela abrazó con fuerza a los pequeños y sacó su blanco pañuelo del delantal. Chiquita y Carlitos habían alcanzado a ver por la puerta entornada a su madre con la cabeza entre las manos y el corazón en la boca. También se pusieron a llorar asustadísimos.

Pasados los primeros minutos la abuela mandó a las chicas mayores a casa de la tía Manuela, hermana de Miguel diciendo: “Que venga urgente, le cuentan que Juana esta descompuesta.”

Las chicas comenzaron a correr por las cinco cuadras distantes, Victoria había recuperado sus fuerzas, al llegar a la esquina antes de doblar le dijo su hermana Anita:

- Papá no vuelve más.

Malos pensamientos No puedo seguir viviendo, voy a enloquecer.

Encima del techo del ropero está el revólver 38, yo sé usarlo, terminaré con mi vida.

De pronto unos truenos la sacaron de sus pensamientos. Pero volvió a la misma idea. Aprovecharía cuando se produjera un estruendo fuerte para no asustar a los chicos ni a su madre. Sabemos que la luz es más rápida que el sonido. Un relámpago irrumpió por la ventana mal cerrada y fue justo a iluminar el cuadro de la

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Virgen del Huerto. Entonces de un salto se irguió y depositó el arma en su lugar. Inmediatamente tuvo conciencia del drama que estaba por desenredar. La tragedia completa, un cuadro aterrador. Empezó a repetir una y otra vez: Dios te salve María, hasta que se quedó dormida.

Lo que nunca pudo ser Y se fue. Ese hombre tan cordial y dicharachero,

ese hombre generoso, amigo de todos, amable, inteligente y progresista de la comunidad se fue. Dejando a su abnegada esposa y cinco hijos con todo el escándalo y la vergüenza de aquellos tiempos.

En la carta que le dejó a Juana, en ese inmenso sobre con papel oficio, escrito a máquina, estaba la firma de un cobarde que se fue con otra mujer embarazada, con la mente y el corazón enfermos, que no le dejaron medir las consecuencias.

Juana leyó: “les dejo todo lo que tengo, la casa en que viven, las propiedades alquiladas, deudas a cobrar”

Pero ella no quería nada de eso. Porque nunca se interesó por la parte económica. Ella confiaba en su marido, pese a todas las infidelidades, primero estaba el deber y el honor de la familia.

Tal vez su equivocación fue atender más a los hijos que a Miguel. Cuando no podía dormir se justificaba analizando sus ocupaciones diarias. ¿Se podía escuchar el llanto de un bebé sin amamantarlo? Ella se sentía orgullosa de la cantidad y la calidad de su leche materna. Otras mujeres la envidiaban cuando le contaban:

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-¿Sabés Juana que a los tres meses de Ramoncito se me cortó la leche y tuve que darle leche de vaca rebajada?

-¡Ah no! Mira Mercedes aquí tengo un vaso lleno que anoche tuve que sacarme porque Carlitos ya estaba satisfecho.

-¡Qué suerte tenés Juana, te envidio, sanamente, por supuesto – le decía la vecina.

-Además su jardín. ¡Qué manos tenés para las plantas! – le decían

-¡Sí, herencia de mi madre! De tanto mirarla aprendí

Seguía pensando y analizando cuando viajó a visitar a su hermana a Brasil.

-Andá tranquila Juana – le dijo Miguel y además: ¿Cuánto dinero necesitás? Acá hay suficiente para

vos y tu hermano que te acompañará tan lejos. Y recuerda, catorce años que no veía a su

hermana. Viajó confiada porque su hermana y Leoni se encargarían de los hijos.

Cuando regresó vivió una pequeña luna de miel con su querido Miguel. Tuvo más fuerzas para blanquear sus sábanas, bordar sus manteles. Ella tenía en sus venas la fuerza pujante de la alta Italia, responsabilidad y dedicación por la vajilla brillante.

Aunque tenía ayuda le costaba delegar, nadie hacía mejor las cosas que sus manos laboriosas.

Pero Miguel me dejó por otra que será más fea y menos eficiente para planchar sus camisas y perfumar sus pañuelos. Esto es una pesadilla.

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¿Adonde está? Juana se despertó a media noche haciéndose esta

pregunta: -¿Por qué tanto dolor? Le dolía la espalda de tanto lavar los platos y

cacerolas. Pero sobre todo le dolía el corazón. Abrazó la almohada y se puso a llorar. Una vez

más la pregunta: -¿Por qué tanto dolor? ¿Porqué? Sintió frío, Miguel le daba tanto calor. Eran jóvenes

todavía... No tenían cuarenta años. Y ella tenía que cuidar sus hijos, educarlos,

apoyarlos, disimular su pena. -¡cómo quisiera que esto fuera una pesadilla!

Miguel está muy lejos, siento que me muero, no tenemos su dirección – pensaba. Mi suegra también está muy triste. Por eso publicara un aviso en un diario de Buenos Aires que se lee en todo el país, para que nos escriba que mande su dirección, que no tenga vergüenza del crimen que cometió.

-¡Cómo quisiera calmar mi aflicción! ¡Tengo el corazón partido!

Vio que encendían la luz del velador. Era su madre, la anciana se había levantado para orinar y se percató que Juana no dormía.

-¿Qué pasa mía figlia? Dorme, fa una plegaria. -No puedo mare, sufro mucho. -Si, si io capito. Te ricorda que túo padre también

me dejó sola con ustedes seis. -Pero mamá, usted perdió a su marido porque se

enfermó y murió, es diferente. -Má si... pero el dolor es igual. Se abrazaron las dos sollozando y después

rezando.

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-Non se pregunta porque, sino para que. – dijo Doña Adela. Y agregó – verás Juana, estás en una hermosa ciudad, buenos colegios, hijos inteligentes, después de la lluvia siempre sale el sol.

-Io te acompaño todavía, no estás sola. La tormenta, la tortura pasará. Cosí é la vita. Andiamo a dormir, care mía.

-Usted es mi ángel de la guarda – afirmó Juana.

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SEGUNDA PARTE

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Extraño conjuro Doña Paulina, la madre de Miguel, con su

consuegra, doña Adela conversaban sentadas en un sillón de mimbre, debajo del parral.

Por lo menos ahí se sentía un poco de frescura en ese cálido verano.

-Ya van tres meses que mi hijo cometió la gran locura de su vida.

-E cosí. – le contestó la madre de Juana. -A mi nadie me quita de la cabeza que a mi hijo le

hicieron un daño. -Ma no, no Doña Paulina, esa maledeta se lo portó

vía. -¿Y cómo puede ser que perdió la cabeza de ese

modo? -¡Son giovenes y la sinvegonia tiene el premio de

esperar un figlio! -Todo lo que usted quiera, pero me contaron que la

madre de ella es curandera y de las buenas. Con buena clientela, con sapos y culebras.

-Io non credo en esas cosas del demonio. -Usted no cree porque en la Iglesia el cura no

quiere que usted tenga miedo a la maldad. -Y si Dios y los santos nos protegen. -Parece que no es así, el diablo tiene la cola muy

larga y Miguel no pudo escaparse. -¡Ay doña Paulina no tenemos nessuna noticia! - Voy a poner un aviso en un diario que se lea en

todo el país. -Eco, eco, aliviar un poco esta desgracia. -Ojala fuera una desgracia y estuviera muerto,

sabría adonde llevarle unas flores.

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-¿h, non diga questo! Todo pasará, usted debe tener confianza, Dios escribe dirito en líneas torcidas.

-Yo no sé como escribe el Todopoderoso. –dijo doña Paulina, mientras se sonaba muy fuerte la nariz y agregó:

-Mi hijo Víctor está muy enfermo. Su lunar en el brazo va camino a un cáncer, la pena y el desaliento lo dominan. ¿Él lo admiraba tanto!

En ese momento una de las nietas trajo una jarra de limonada y dijo:

-Mamá me pidió que les sirviera para que se refresquen.

-Gracias, m’hija – contestaron las abuelas. -Cambiemos de tema – pidió doña Adela hay que

seguir adelante. Cosí e la vita. -¡Así es mi consuegra, parece ayer que nos

casamos con Feliciano hicimos una fiesta muy grande con toda la parentela!

-Que bueno. ¿Tuvieron muchos regalos? Sicuro que sí.

-Claro que sí – dijo doña Paulina. -Pero el más hermoso fue un mate de porcelana

labrado en realce con pétalos de rosa que lo había traído una tía mía de Holanda.

La carta Después de almorzar Juana llamó a victoria y le entregó una carta de su padre. -Abrila, por favor – le dijo – y me contás el contenido, yo sola no podría.

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Las dos estaban muy emocionadas, era la primera carta en un año de ausencia. Victoria hizo lo que su madre le había pedido y después comentó: -Manda muchos cariños para todos, dice que está bien. Puso un nuevo negocio allá en Catamarca. Nos pide que seamos buenos y obedientes con vos. Se acuerda siempre de nosotros y nos pide perdón. -¡Ay Victoria! – suspiró la madre y le observó: -Vos sos la mayor, lo comenzaste a querer primero que todos los demás. Por eso te digo, ahora que la abuela Paulina consiguió la dirección, si querés le podes contestar. Las dos se abrazaron y lloraron por ese destino cruel. El pequeño Carlitos no tenía recuerdos de su padre durante la niñez. -Tanto esperar un varón para no verlo crecer -¡Qué ironía! -¿Qué pasa con ustedes? – dijo doña Adela mientras se secaba las manos en el delantal. -Sabe mamá – le contestó Juana – hemos recibido una carta de Miguel. -¡Madonna Santa! Mientras lavaba los platos, rezaba el Santo Rosario, pidiendo noticias de Miguel y la Virgen me escuchó. ¿Está bien? -Si mamá, está bien. Puso otro negocio, un bazar. Y victoria comentó: -Yo sé que aunque papá sólo podrá ser perdonado por Dios, no puedo dejar de quererlo. Todos lo querían. Y Juana agregó: -Todos los que lo conocieron seguirán recordando su buen humor, sus reuniones tan importantes para la paisanada y las muchachas. Nos separa un cielo extraño. Esta melancolía es como la hiedra aferrada a mi piel.

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Los hermanos -¿Cuándo vuelve papá? preguntó Mariana. -Ya te dije que papá no vuelve más – le contestó

Ana María. Mariana se enojó y arrojó una piedra con tanta

fuerza, que justo fue a dar en la pierna de Chiquita. Victoria estaba regando las flores, esas margaritas

tan bonitas, blancas y amarillas, al ver lo que pasaba tiró la regadera en el suelo y fue a buscar a su abuela.

Ella cuando veía sangre sentía que se le aflojaban las piernas.

Doña Adela se acercó protestando: -Basta tossata – dijo en su dialecto veneciano – a

estudiar la música. -Ven cuá chiquita, agua oxigenada y una venda en

la rodilla, no piange piú. Y como tenía la escoba en la mano, espantó a las

chicas como si fueran gallinas. -¡A estudiar! A los pocos minutos regresó Juana del centro,

tenía mucho calor y fue a servirse un vaso de soda fresca. -¡Hola mamá! Que lindo recibimiento con la música,

es el vals que más me gusta “Desde el alma”. Lo tocan muy lindo Victoria con su bandoneón, Ana María con su violín y Mariana con el acordeón a piano. Forman un trío muy hermoso. ¿Y que grandes están! Saben leer las notas, lenguaje universal.

-¿Dónde está Chiquita? -Acá estoy mamá – mirá lo que me hizo Mariana. -¡Pero que cosa! – dijo Juana – la venda está toda

manchada con sangre. -Niente, niente cosa de hermanos. ¿Y cómo te fue

con el abogado?

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-Bien, bien Miguel deberá mandarme un poder para que no solo pueda administrar las propiedades. Sino que en caso de necesidad también pueda venderlas.

-Usted sabe mamá que yo no tengo otros recursos, no tengo un oficio, ni de costurera, que no me gusta.

-Juana, vos tenés el mejor oficio, sos la madre más eficiente, podés estar segura. En ese momento se acercó Carlitos chupándose el dedo. -Venga para acá mi hombrecito lindo dele un beso a su mamá, no se chupe más el dedo. -¿Dónde estuviste? Seguro con el Tito de Doña Catalina – y le preguntó - ¿Jugaron mucho? -Sí – dijo la vecina – pero me dieron un susto bárbaro el Tito le dio a este a tomar kerosén que tenía en una botellita. -Menos mal que había poco, sino se intoxicaba. -¡Mamma mía! Esto no lo esperaba – susurró Doña Adela. Juana acompaño a Doña Catalina hasta el portón agradeciéndole sus favores, mientras miraba hacia el cielo prometiendo una misa en acción de gracias. Después buscó la caja de bombones que les había traído, los reunió a todos para endulzar la tarde. La profecía

-¿Sabe abuela? Tengo una llamita de amor a Jesús en mi corazón. Me parece que seré Misionera, todavía es un secreto. ¿Sabe? Doña Paulina cerró los ojos y vio a su nieta en un poderoso avión lleno de peregrinos, cruzando el océano para visitar al Santo Padre en Roma.

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-¿Qué piensa abuela? - En tu futuro, Mariana. Yo te acompañaré desde el cielo, en tu misión. - No se ponga triste abuela, por favor. - Para nada hija. He leído muchas historias. Sigo leyendo, es mi pasatiempo favorito. Todas las personas que Dios elige para su reino son muy bien recompensadas cuando dan su sí confiadamente. - ¡Qué estímulo son sus palabras! ¡Gracias abuela! Cada día la quiero más. La abuela murió en 1956. La escuela normal

-¡La campana! - ¿La primera? – Preguntó Victoria. - Si, si. - contestó Anita y agregó: Metele, que te

espero. Siempre lo mismo, pensó Juana. Nos acostamos

tarde, nos olvidamos de poner el despertador y las chicas se van sin desayunar.

Mientras se lavan la cara, tomen un poco de agua, por favor. -Si, mamá – contestaron ambas, y rápidamente vinieron junto a su cama para que les prendiera los botones del delantal. Mejor dicho ella a Victoria y esta a Anita. - ¡El moño mami, me falta el moño! - Si, hija, si. Chau, chau, voy a dormir otro rato. Las chicas salieron a toda carrera las cuatro cuadras hasta la Escuela Normal.

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Hacía una semana que habían comenzado las clases. Tenían como doce materias y aún no conocían a todos los profesores. En la puerta de entrada se paseaba como una centinela la vice-directora. Gorda, alta, joven, gruesos lentes de carey. Se hacía la disimulada y en una libreta anotaba las llegadas tardes. La primera vez, media falta, a la segunda falta entera, señoritas...

¡Buenos días, señorita! la saludan al pasar presurosas.

Sigan así nomás. – les dijo ella – ya tienen una falta entera, señoritas...

Las chicas fueron al patio a integrarse a la formación y cantar:

“Alta en el cielo... Un águila guerrera...” Anita estaba en primer año, tercera división. Esa

mañana iba a conocer a la profesora de Historia. Cuando pasó lista al llegar al apellido Martínez, preguntó: “¿Usted es la hermana de Victoria?”

- Si, señorita – respondió Ana. - Espero que seas tan buena alumna como ella.

-Si, señorita – dijo otra vez Ana. -Toma asiento... – le indicó y siguió pasando lista. Ana escuchó que una compañera le decía a otra: -Debe ser una traga. Entonces les contestó: “nos gusta estudiar y tenemos buena memoria.” La profesora había terminado con la lista y dijo muy enojada: - En clase no se habla sin permiso. El único muchacho de las treinta y dos alumnas, levantó su brazo y preguntó: - ¿Hoy nos dirá el nombre del autor del texto de historia, Señorita?

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- Si, joven – le contestó cortésmente – Anoten, por favor: Ricardo Levene, y si tienen historia de Grosso, también sirve. Mientras tanto, Victoria estaba en la clase de matemática de tercer año, temblando. La señorita De Carli, dijo: - ¿Recuerdan que hoy tenemos clase de geometría? A ver, a ver... pase Aguirre a desarrollar el teorema de Pitágoras. Esa alumna estuvo brillante. - Ay, Dios mío que no me mande. No lo recuerdo- dijo Victoria. Pilato, Pilato, si me manda no te desato, y se aferraba a su pañuelo con desesperación. La profesora miró a su clase y dirigiéndose a Victoria, que estaba sentada en la segunda fila, le dijo:

- Pase usted. Ella se incorporó lentamente, borró el pizarrón,

buscó una tiza y... justo entró el ordenanza diciendo: - Profesora, la llaman de dirección. Yo me quedo

cuidando la disciplina. Apenas salió la educadora, una compañera le gritó

a Victoria: - Mirá que sos tarrina ¡eh! Por la cara que pusiste,

no estudiaste nada. - Claro que si – contestó Victoria - ¿Vos qué

sabés? Fue a su asiento y le dio un beso a su pañuelo y lo

desató, agradecida.

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Cumpleaños feliz. En la casa de Juana encontramos un ambiente de

festejo. En su cumpleaños número sesenta. Sin embargo

no los representa. Su figura delgada, la agilidad de sus piernas, la fuerza de sus brazos aparentan diez años menos.

- Todos dicen que mamá parece hermana mía. - Te lo creo – comenta una prima – Porque vos sos

gordita y rubia, las morochas como la tía parecen menores.

- Bueno, che – dice Victoria – yo siempre represento la edad que tengo, pero no más.

- Dejen de charlar y vengan que le vamos a entregar un ramo de flores a mamá, dice Anita.

Todos se reúnen en el gran comedor. Abrazos, besos, cantos. Entra Mariana llevando una torta muy grande con una velita. Carlitos con sus quince años ya se perfilaba como un buen guitarrero y acompañó a su hermana Chiquita en el vals que ella cantó: “Soñar y nada más”

La libreta Juana como todos los días comenzó a arreglar las

camas, iba poniendo las frazadas, el cobertor sobre la silla. Retiró la almohada, comenzó a palmearla para acomodar el relleno de la lana y de pronto desde el interior de la funda cayó una libreta negra. La levantó desde la alfombra multicolor y la puso sobre la mesa de

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luz. Pero la curiosidad pudo más, por algo será que Dios la ponía en sus manos. Era el diario de Victoria de esos meses. Comenzó a ojearlo, contaba sus vivencias, salidas, estados de ánimo.

- Bueno todo va bien – pensó, siguió leyendo un poco más y decía: “me tomó en sus brazos y me besó, mi primer beso de amor, que emoción.”

Juana se sintió sorprendida ¿Cómo era posible? Victoria sólo tenía dieciséis. Sabía que los muchachos la piropeaban, conocía alguno de sus pretendientes, pero quién era Juan José.

Ay Dios mío, suspiró. Las lágrimas inundaron sus ojos tristes. El amor, el amor. Todo muy lindo mientras dura. Sintió unos pasos rápidos entrando a la casa. Una voz suave llamándola:

- ¡Mamá! ¡mami! ¿Dónde estás? - Acá hija, en el dormitorio, tendiendo las camas. - Dejá que te ayude ¿pero que te pasa? ¿te sentís

mal? -No Victoria – dijo ella secándose los ojos con el

delantal, agregó – lo que pasa que encontré tu libreta. -Ah, era eso, mi diario. No creas todo lo que

escribo, mami, soy muy fantasiosa – y se acercó para abrazarla y darle un beso, quería borrarle la pena.

- Mirá Victoria, te pido buena conducta, no vas a andar haciendo papelones con tu noviecito por ahí.

- Descuida mamá, por favor. Es un muchacho muy correcto.

-¿Estudia? - Si, ya está terminando el Bachillerato y quiere ser

contador. - Bueno, pero nada de traerlo a casa. Vos sabés

que desde que tu padre se fue, acá no entra ningún hombre.

- Si, mamá. ¡Qué cosa! Salí más temprano del cole porque faltó la profesora y ahora vos por esa libreta me

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estás haciendo una historia. Me voy a lavar la cabeza y después preparo la mesa para almorzar.

- Si, hija. Si. Las cartas de Miguel. Siempre escribía. Siempre viajaba llevando consigo

la máquina portátil de escribir. Le gustaba comunicarse con la gente que

apreciaba. Era su manera de decir: -Aquí estoy. Ustedes están en mi mente y en mi

corazón. No los olvido. Los amigos, los parientes se contaban: - ¿Sabés

que me escribió Miguel? Y agregaban: Es un loco lindo... Victoria contestaba con amor las cartas de su

padre. Ella era el nexo entre sus hermanos, con su madre, toda la familia.

Nunca hubiera aceptado que él no era normal. Su padre era muy bueno, ella había recibido su cariño, una niñez poblada de sonrisas y alegría. Él se fue, no los abandonó, porque les dejó las propiedades que tenía, para empezar de nuevo.

Por eso su madrecita pudo estar con ellos noche y día, brindándoles enseñanzas buenas, ideas de superación.

Firmaba los boletines orgullosa de sus cinco hijos y pensaba agradeciendo: ¡Gracias Dios mío!

-Heredaron la inteligencia de Miguel, el afán por el estudio y mi responsabilidad.

-¿Se acordará que hoy es mi cumpleaños? -Seguro que si, fui su primera y única novia.

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Y se preguntaba: ¿Mandará una carta a Victoria y ella me la reenviará? Eso estaba pensando, aunque nunca tenía tiempo para pensar. Su vida era cocinar, lavar, planchar y a veces renegar.

Cuando los domingos por la noche terminaba de plancharlos almidonados guardapolvos blancos, satisfecha cerraba los ojos y agradecía a Dios Padre por sus cuatro palomas.

En ese momento entró Anita y le preguntó: - ¿Mamá, qué te pasa? - Nada Ani, nada, sólo pensaba. - Seguro en papá. Entonces si no me das una

sonrisa, no te doy lo que tengo para vos. -Así no vale – dijo Juana - ¿que escondés detrás

de tu espalda? -Y agregó: ¿otro regalo? -No mamá, es un telegrama, tomá. - Dámelo, después lo leo. Si no lo abrís ahora no te lo doy. - Bueno está bien. A continuación buscó la firma y

dijo: - Es de tu padre. Ani le preguntó: ¿y qué dice? Juana leyó con voz temblorosa: “Felicidades.

Comparto vuestra alegría. Otra flor anida en tu jardín. Perdón. Miguel.”

Anita como otras veces juzgó duramente a su padre diciendo:

- Me alegro por vos mamá. Pero no tiene perdón. - Y se fue en busca de su violín. Debía practicar las

lecciones. Juana supo en ese instante que ese instrumento

era el indicado para hacer vibrar las cuerdas de la pena con tanta pasión.

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La oración final Ema, la mayor de las hijas de Doña Adela, vino a

visitarla a casa de Juana en la ciudad. Se quedó durante dos días.

Todas muy contentas reviviendo momentos cómicos de la época que tenían un criadito medio tonto de unos doce años y Doña Adela le enseñaba a rezar la oración del dolor de los pecados.

-¡Ay! si ya me acuerdo – dijo Juana – usted le hacía repetir pésame Dios mío, también que se golpeara el pecho pidiendo perdón y él no entendía.

- Bueno – dijo Ema – justo pasé en ese momento cerca de la ventana y usted mare le mostraba con la mano, aquí bombao, aquí bombao. Entonces el muchachito creyendo que esa era parte de la oración se golpeaba el pecho repitiendo: aquí bombao.

Comenzaron a reír estrepitosamente las tres recordando aquellos momentos.

Cuando terminaron la tertulia, Ema invitó a su madre a que fuera con ella a su pueblo. Así fue como Doña Adela se marchó con su valija de recuerdos. Era verano y amanecía muy temprano. La anciana se cansaba de estar muchas horas en la cama, le dolían los huesos. Había llovido durante la noche y el piso de la galería estaba mojado.

Doña Adela siempre caminó erguida y sin bastón. Cuando resbaló Ema sintió el golpe, corrió a levantarle, llamó a su hijo Erasmo y la depositaron sobre una cama. Llamaron al médico.

El diagnóstico fue: rotura de cadera, estudios, internación, mucho dolor. Tres meses de seguimiento.

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Juana estaba desesperada. Sabía que se iba a quedar completamente sola. Sus hijos ya empezaban a tener un mundo propio, donde ella se sentía excluida.

Finalmente cuando los médicos dijeron que no había ninguna solución para mejorarla, Juana la llevó a su casa.

Consiguió una cama ortopédica, enfermeras. Mariana también asistió a su abuela con mucha entrega.

Una tarde de abril, Victoria escuchó a Doña Adela decir:

- ¡Ven cuá! - Si abuela, aquí estoy – le contestó la nieta que

pasaba en ese momento. -Quiero que reces conmigo la oración de San

Antonio. - Bueno abuela. ¿Está el libro de la Virgen del

Huerto en el cajón de la mesa de luz? - Si, mía figlia. - Después de la oración la abuela cerró sus ojitos

celestes para siempre. Había cumplido su misión. Fue llevada al cementerio de la Villa Mantero, en

Entre Ríos, donde descansa en paz junto a su esposo Gerónimo Gonzalve D’Acevedo.

El que las hace las paga. En la galería soleada de la casa de Victoria, con la

mirada perdida, se encuentra sentado el anciano Miguel. Pero sin embargo, se da cuenta que no está en su

casa.

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¡Qué solo se siente! Ni un perro, ni un gato, todo es mucho trabajo, todo molesta.

¿Y él molestará? Suspira, murmura: -¡Ay Dios! Una muchachita linda y buena está tendiendo la

ropa. Tiene los ojitos tristes, herencia milenaria de su tierra formoseña. Trabaja sin apuro, sin hablar, tampoco suele cantar. Entonces él le pregunta:

-¿Tomé el desayuno? -Si, Don Miguel. - ¿Café con leche y pan con manteca? - Con tostadas y mermelada – le aclara ella. - ¿Viste Erme? Dicen que me cuidan por el maldito

colesterol. ¡Y a mí me gusta tanto el pan con manteca! - ¿Ah si? – dice ella. -¿En dónde está la gente de esta casa? - Su yerno trabajando, sus nietos en el colegio. -¿Y mi hija? - Tenía una reunión en la Iglesia. - ¡qué barbaridad! ¿Por qué no se hizo monja? - No sé – contesta Erme y se va a la cocina a pelar

papas para el pastel de carne. Se escucha abrir el portón de la entrada. Es

Victoria. Pletórica de vida. La Hermana Edna las hizo meditar sobre el capital de gracias. Entregar a la Virgen nuestras penas y alegrías. “Ella obrará milagros” Se acerca a su querido padre y lo besa en el cachete. Él sonríe y dice:

- Estoy triste. - En ese momento llega su segunda hija y

alcanza a escucharlo. Saluda a su hermana victoria y le pregunta:

-¿Qué le pasa a papá? - No sé, sería largo de explicar – contesta

ella.

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-Entonces Ana María toma el toro por las astas. Se pone delante de él diciendo:

- Mirás papá, en esta casa te atendieron como un príncipe. Tu habitación impecable. Buena comida – y agrega - ¿Qué más querés?

Y él con su vos tan clara dice: -Una mujer. Las hermanas se miran espantadas, sin imaginar como sufría ese mujeriego, la soledad. Victoria se pone melancólica. Que suerte que su hermana vino a Córdoba a pasar las vacaciones, es un bálsamo para su corazón. Todos se dirigen al comedor. Las hijas una de cada lado, llevan a su padre del brazo. Lo ayudan a sentarse en un sillón. Don Miguel vuelve a suspirar mientras se sienta con dificultad, diciendo: -Bien dicen que el que las hace las paga. Comunicado del 29-09-84 Querido papá: La vida tiene estas cosas. Pero hay una

cosa importante que debemos tener: PACIENCIA y confianza en el amor de Dios. No estás solo, no te hemos abandonado. Los hijos de Ana G., los nietos de Alba Lazarini

tienen sentimientos. Queremos lo mejor para vos y, mi casa no es el

mejor lugar.

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Debes reconocer que te equivocaste muchas veces.

Llegó el momento de que tus hijos busquen lo mejor para vos.

Atención médica y cuidado. Afectuosamente: Susy, Violeta, Estrella, Chano y

Mabel

El destierro Para Semana Santa Don Miguel se enfermó de

gravedad. Su mente perdida. Victoria una tarde le llevó la merienda y preguntó: -¿Te sientes mejor? -Sí – dijo él- acá en este sanatorio me atienden

muy bien. -Me alegro, me alegro, le contestó ella. -Usted es muy buena y muy linda ¿Cuál es tu

nombre? - Yo soy tu hija, papá. -¡Qué lástima! – dijo el anciano con la desilusión

marcada en su rostro. Victoria comenta a sus hermanos lo que pasaba. El

padre no controlaba sus necesidades psicológicas. Había llegado el momento de internarlo en un geriátrico. La familia le dio carta blanca. Entonces ella y su esposo lo llevaron en el automóvil. Le explicaron que le tenían que realizar estudios.

El anciano lucía prolijo, afeitado por su yerno. Victoria le había puesto un traje gris y camisa celeste.

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Trataron de no demostrarle el esfuerzo que hacían al abandonarlo. Pero el anciano se dio cuenta e intuyó que era un náufrago.

Pasaron cinco días. El doctor recomendó no visitarlo pronto, hasta que

se fuera adaptando al lugar. Victoria le pidió a una amiga que fuera en su lugar

y le mandó una carta muy cariñosa. Las noticias que le trajo fueron: -Está muy triste, no me reconoció, pero leyó tu

carta. Pasaron dos días más. El veintitrés de abril,

Victoria se despierta muy conmovida. Se incorporó en la cama y se puso a pensar en San José. Media hora después sonó el teléfono:

-Queremos avisarle que el señor Miguel Martínez ha fallecido esta mañana.

Como era su deseo lo trasladaron al cementerio de

su pueblo natal. Muchos conocidos y algunos parientes

aguardaban. Había terminado la vida de un hombre singular. Había concluido su destierro por él elegido. Ahora su alma podía descansar en paz. Sus padres, sus hermanos, sus amigos, le

mostrarían el camino hacia la eternidad.

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Epílogo Los cinco hijos de Juana y Miguel, heredaron sus

genes de amor al trabajo, a la música y a la poesía. También heredaron bienes materiales y cada uno

los disfrutó a su manera. Ampliando su casa, cambiando el automóvil, o ahorrándolo para más a delante.

Victoria siempre había soñado conocer Europa. Su viaje duró cuarenta días y pudo visitar algunos parientes de Italia.

En su álbum de fotografías luce feliz junto a sus primos, Hugo y Bárbara en las blancas arenas de las islas Baleares.

Una mariposa color naranja la saluda mientras canta una copla Mallorquí.

FIN

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PROTAGONISTAS: Miguel: Carlos M. Quinteros. Juana: Ana G. de Quinteros. Victoria: Violeta, hija mayor Anita: Susy, hija segunda Mariana: Mabel, hija tercera. Estrella: Estrella, hija cuarta. Carlitos: Chano, quinto hijo. Doña Adela: Abuela Alba. Doña Paulina: Abuela Carmen.

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Villa Marqués de Aguado Partido de Gral. San Martín Setiembre de 2011

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