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UN PERFIL DE ALBERTO G. PADILLA Por el académico DR. JORGE A. AJA ESPIL Desde la antigua Grecia, la actitud más clásica y estética del académico consiste en recordar y meditar. Tengo para mí, que cada recordación de un antiguo académico vale tanto como el milagro de Ulises en el poema de Hornero: con una gota de sangre volvía a dar vida a las augustas sombras de sus héroes. Esta tarde, con nuestra evocación centenaria, damos también renovada vida a uno de nuestros más esclarecidos académicos, el Dr. Alberto G. Padilla. Es así como los silenciosos recintos de esta casa de las Academias vuelven a poblarse con sus palabras prudentes, sus ideas profundas y sus invalorables consejos. Pero, señores, no es sólo su recuerdo lo que buscamos preservar, sino poner de manifiesto el público reconocimiento por todo lo que aportó al acervo jurídico, histórico y universitario del país. Nace nuestro académico al finalizar el siglo pasado en la tradicional casona de los Padilla, vecina al Palacio de Gobierno de la histórica ciudad de Tucumán. Fueron sus padres el Dr. Alberto Padilla y doña Dolores Gallo 293

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Page 1: UN PERFIL DE ALBERTO G. P ADILLA Por el académico DR ... · para mí, que cada recordación de un antiguo académico vale tanto como el milagro de Ulises en el poema de Hornero:

UN PERFIL DE ALBERTO G. PADILLA

Por el académico DR. JORGE A. AJA ESPIL

Desde la antigua Grecia, la actitud más clásica yestética del académicoconsiste en recordar y meditar. Tengopara mí, que cada recordación de un antiguo académico valetanto como el milagro de Ulises en el poema de Hornero: conuna gota de sangre volvía a dar vida a las augustas sombras desus héroes.

Esta tarde, con nuestra evocación centenaria, damostambién renovada vida a uno de nuestros más esclarecidosacadémicos, el Dr. Alberto G. Padilla. Es así como lossilenciosos recintos de esta casa de las Academias vuelven a

poblarse con sus palabras prudentes, sus ideas profundas ysus invalorables consejos.

Pero, señores, no es sólo su recuerdo lo que buscamospreservar, sino poner de manifiesto el público reconocimientopor todo lo que aportó al acervo jurídico, histórico yuniversitario del país.

Nace nuestro académico al finalizar el siglo pasado enla tradicional casona de los Padilla, vecina al Palacio deGobierno de la histórica ciudad de Tucumán. Fueron sus

padres el Dr. Alberto Padilla y doña Dolores Gallo

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Colombres, hermana del Dr. Vicente Gallo. En su casa natalluce todavía la placa de bronce con la inscripción "Padilla-Abogado" que fuera instalada por su abuelo, el docto yfilántropo Angel Cruz Padilla, graduado en leyes en 1858enla Universidad de Córdoba.

Padilla rememora su infancia en páginas llenas deternura. Recuerda su temprana convicción de que la vida sóloes fecunda si se fOlja en el cultivo de los valores éticos,convicción que traduce con estas palabras de acentoinolvidable: "Vuelvo a verme allí, en la vereda del Cabildodonde está mi casa contigua al solar en que una placa recuerdaal transeúnte el sitio de nacimiento de Alberdi. En el interior

de esa casa supe del calor del hogar; vi a la virtud fortalecerseen la devoción y a la austeridad aunarse con la generosidad yengalanarse con la modestia". Se trataba, ciertamente, delhogar provinciano ejemplar, el de los padres y los abuelosque impregnaban de luz el espíritu de aquel adolescente.

Cursa su bachillerato en el Colegio Nacional deTucumán, donde escuchó las enseñanzas de personalidadesde ~atalla de Miguel Lillo y del poeta Ricardo Jaimes Freyre.

Se graduó de abogado a la temprana edad de 21 añosen las aulas de la Facultad de Derecho de Buenos Aires,nutrida entonces por los juristas del Centenario, quebuscaban adentrarse en la médula de la sociedadargentina.

Pronto a egresar de la vieja casa de estudios de la calleMoreno con su diploma de abogado, le toca en suerteparticipar en la inauguración oficial de los cursos de 1920ejerciendo la primera representación conferida a los alumnosen tal solemne ceremonia. Y ajustándoseal mandato habla porlos estudiantes y para los estudiantes. Me detendré en sudiscurso, no sólo por ser un trabajo agudísimo y rico en ideassino porque marca la madurez intelectual del joven Padilla ysu concepción integradorade la políticaeducacional:

"Los estudiantes venidos de las provincias -subrayaPadilla- con el caudal artístico formado por la visión

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maravillosa del cielo abierto y del amplio panorama, y con lasana filosofia nacida de su mayor contacto con la naturaleza,están obligados a conservar y acrecentar esas fuerzas delinterior, conocedoras ya del paseo triunfal por estas calles,después de haber impuesto las reacciones salvadoras de losdestinos del país."

"Por su parte, los estudiantes de la metrópoli, mejordispuestos para el estudio, porque este ambiente de actividadestimula el trabajo y porque la magnitud del conjunto calmalas impaciencias, deben, con su permanencia en laUniversidad, que 'resume, expresa y por ello fortifica elespíritu nacional', exaltar el sentimiento patriótico paraimponerlo por sobre el cosmopolitismo de la urbe".

"Y unos y otros -concluye- deben considerar lasituación del interior y el litoral, de la Capital y lasprovincias, para mantener el equilibrio económico, político ysocial de la nación."

Recién superado el conflicto estudiantil del año 18,que desembocó en la Reforma Universitaria, aprovecha eljoven Padilla para hablar sobre los alcances pedagógicos deaquel acontecimiento:"La reforma -dice- no ha de permitir laformación de círculos, ni tranSgresiones de ninguna especie,los profesores deben marchar alIado de los estudiantes paraguiarlosmejor; el principio de autoridad y el de disciplina seimponen por el convencimiento y el prestigio; y la reformano destruye principios ni provoca disturbios sino que exigehonestidad en las intenciones, integridad y sencillez en elcarácter."

Muchos años después y frente a los que inter-pretaban que la reforma excedía los límites académicos y per-mitía que los estudiantes incursionaran en el activismo polí-tico dentro de los claustros, Padilla argumentaba así: "Cuandolos estudiantes, de colaboradores se convirtieron en árbitrosde la situación, la Facultad no pudo ser gobernada coneficiencia", y concluye:"se había llegadodemasiado lejos".

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Pocos como él ponen de relieve el anverso de luz y elreverso de sombra que la reforma trajo consigo. Una de lascuestiones docentes debatidas por los estudiantes y sobre lasque el joven tucumano hace especial hincapié, es la de laspruebas finales. Reproduce, entonces, autorizadas críticas deprestigiosos universitarios franceses para mostrar losinconvenientes que presenta el sistema en vigor. Trasmencionar las opiniones de Saleilles,Thaller y Barthelemy,entre otros, echa mano de la crítica argumentación delprofesor Emille Faguet, para quien "una de las plagas másdolorosas de nuestra civilización es la preparación para losexámenes(oo.) o seaunatiborramientode saber,un excesoquepor lo pronto vuelve del todo pasivo a un hombreposiblemente bien dotado en la edad de la actividadintelectualmás viva".

Alberto Padilla, que entre sus numerosas virtudesposeía la de leer metódicamente a Marcel Proust, a quienconsideraba el más grande novelista del siglo xx, acude a suprimera novela Jean Santeui/ para destacar la opinión críticaque le merecía la prueba oral, en estos términos: "El examenoral, según Proust, decepciona al estudiante, porque no le daocasión para exponer todo lo que aprendió en largas vigilias,y resulta calificadopor respuestas sobre temas que preparóen pocas horas, lo que le deja la impresión de haber perdido eltiempo aprendiendo cosas inútiles. A la prueba escrita, encambio, la recuerda como el momento solemne en que elestudiante entrega al profesor un pliego que consideraprecioso porque contiene todo su porvenir en potencia."

¿Quién podría negarle a Padilla su penetraciónsicológica,su entereza de juicio, su sensibilidad de captaciónfrente a la generaciónjoven cargada de rebeldías?Los párrafostranscriptos constituyen una página abierta al tiempo y a losestudiantes de todos los confines.

Alberto Padilla se incorporó a la Academia Nacionalde Ciencias Morales y Políticas en octubre de 1960, cuando

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presidía la Corporación don Adolfo Bioy. Ocupó, al igual queen la Academia Nacional de Derecho, el sitial de Félix Frías,figura cara a sus sentimientos, con quien coincidía en elacierto de apoyar un justo equilibrio entre la libertad y laautoridad dentro del ordenjuridico, así como en la fidelidad alas creencias cristianas.

Su contribuciónacadémica se caracterizó por enfatizarla presencia del elemento histórico como modo de enriquecerlos estudios constitucionales y evitar así los desvíos decontenido parlamentario y judicial en las tomas de decisionesque hacen a nuestra vida nacional.

El último tributo que legó a nuestra Corporación fueun interesantísimo estudio sobre "Los Congresales de laIndependencia", donde marca el perfil -y lo digo con suspalabras- "de aquellos veintiocho varones de tan recio templey de tan alta visión (...) que dieron a nuestra patria el carácterde nación libre e independiente".

Su afición por la historia, construida con espíritureflexivo y ponderado criterio, siempre imparcial, se volcó apenetrantes trabajos, tales como: 1) "Instrucciones de losdiputados por Tucumán a la Asamblea de 1813"; 2) "Elgeneral Roca, de ministro a presidente"; 3) "El generalCeledonio Gutiérrez y la política de la Confederación"; 4)"Alberdi en viaje por América y Europa"; 5) "LaConstitución de 1819y las tentativas monárquicas".

Deseo ahora resaltar su magisterio docente. Suvocación por la enseñanza universitaria se concretó en el año1928, cuando fue designado profesor suplente de DerechoConstitucional en la Facultad de Derecho y Ciencias Socialesde Buenos Aires. Se propuso repetir la misma lección que através de los siglos han venido enseñando los grandesmaestros de la humanidad, a saber, que la misión del espíritues liberar al hombre de las ataduras de la irracionalidad,dando

primacía a los valores éticos. Convencido de que la misión delprofesor es la de capacitar y crear en el alumno nuevas e

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infinitas curiosidades, advertía sobre los peligros de estudiarpor apuntes y estudiar para exámenes. Apoyaba laimplantación de seminarios y cursos de promoción sinexamen, como modo de intercambiar doctrinas y opinionesentre profesores y alumnos, creando el hábito de la reflexión.En otras palabras, enseñar a pensar.

Me permito una pequeña digresión. Hace pocos díásvisitó Buenos Aires el decano de la muy prestigiosa Escuelade Derecho de la Universidad de Yale, quien expresó que elmáximo nivel de excelencia académica de que ésta goza selogró merced al desarrollo de la inteligenciacrítica del alumnoy no a la rutinaria memorización de los textos. Es decir, loque impulsaba Padilla 70 años atrás.

Sus enseñanzas constitucionales se inspiraban en lastradiciones históricas argentinas, siendo la cita alberdiana unamención obligada.En el campo del derecho comparado, dosfuentes alimentaron su formación: la francesa, a través delTraité Elementaire de Barthelemy y Duez, y, más tarde, elTraité du Droit Constitutionnelde Duguit; y la americana, conlos "leading cases" de la jurisprudencia constitucional de laCorte de los Estados Unidos.

Designado profesor titular en la cátedra de DerechoConstitucional en el año 1957, integró ésta con los adjuntosIsmael Basaldúa (h), Luis Botet, y quien en este momento leshabla, creando en el grupo una vinculación entrañable en elcomún quehacer universitario.

Conservo viva en mi mente alguna reunión de lacátedra en la biblioteca de su petit hotel frente a la plazaVicente López, cuando concluía sus Lecciones sobre laConstitución, editada en el año 1961. La nobleza de suespíritu se traduce en el generoso agradecimiento a susadjuntos, volcada en la nota preliminar del libro.No quiero cerrar esta semblanza de nuestro admiradoacadémico sin mencionar su ponderada percepción sobre lascreencias religiosas.Convencido de que si los mandatos de la

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religión y la tradición se quiebran y no son reemplazados porimpulsos morales básicos, se abre el doloroso capítulo de laviolencia descontrolada.

La inclusión, en sus Lecciones sobre la Constitución,de un fragmento de José Manuel Estrada referido al DerechoNatural, testimonia su fe en los valores éticos delcristianismo. Recordaba en sus clases que Alberdi, al apoyarla libertadreligiosa,buscabaconciliada con la religión católica,y lo enunciaba con esta frase alberdiana que aparece en laedición Bec;ansonde Las Bases: "La libertad religiosa es elmedio de poblar el país; la religión católica es el medio deeducar sus poblaciones". Padilla insistía en diluir toda dudaacerca de que su admirado comprovinciano hubiera dejado detransitar por el camino que une lo temporal a lo espiritual.

En el curso del año 1963 hizo hincapié en untrascendente fallo de la Corte Suprema de los EstadosUnidos, por el cual se declaró inconstitucional una resoluciónde las autoridades de New York que autorizaba la lectura deun pasaje de la Biblia o del Misal, en el inicio cotidiano de lasclases. Su luminoso análisis del mismo -transcriptoíntegramente en "La Prensa" con el título "La plegaria delescolar" - lo lleva a la convicción de que la Corte americana no

combate los principios religiosos en las escuelas, ni tampocolos impide el muro divisorio con que la Enmienda Primeraconsagró el divorcio entre el Estado y la Iglesia.

Tras analizar numerosos fallos del Superior Tribunalamericano sobre la cuestión,recuerda Padilla que el pueblo delos Estados Unidos es un "pueblo religioso" cuyasinstituciones presuponen la existencia de un Ser supremo,como lo prueba la propia Corte al iniciar sus deliberacionescon un sacramental "Dios proteja a los Estados Unidos". Lasolución impecable -concluye Padilla- consistió en disponerque, al comienzo de la clase, se concedaun minuto de silenciopara que cada alumno rece su propia plegaria. Y estaapelación a la conciencia individual -que no otra cosa es el

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minuto de silencio- lleva al joven escolar a hacer suyos losvalores éticos que encierra su propia religión.

Así era Alberto Padilla. Rebosaba talento y poseíauna inconmovible fe en los valores cristianos. Siempre buscóconciliar el saber con el creer. Tuvo una vida bella y feliz, quele dio satisfaccionesprofundas. Y no fue la menor que tres desus hijos sean la cuarta generaciónde los Padilla abogados yque dos de ellos cultiven el Derecho Constitucional. No dudode que este eco de sus anhelos más íntimos expresa el máscálido homenaje que podemos brindar a su memoria.

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