un análisis de la biblioteca de babel

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Un análisis de LA BIBLIOTECA DE BABEL (de Jorge Luis Borges) Noé Jirik afirma que en muchos cuentos de Ficciones, “el libro es el motor principal, el centro en torno del cual gira lo que se cuenta” (El Fuego de la especie, p. 142). En “La Biblioteca de Babel” se trata de explicar la existencia del universo, al que muchos llaman Biblioteca, el cual es interminable e infinito. La Biblioteca no es más que un símbolo y este universo, a su vez, posee un orden, que también por ser infinito es impenetrable. Jitrik establece también, que la acumulación en la Biblioteca de todas las posibilidades resulta, en su sincronía, la negación de la posibilidad del conocimiento. En este cuento, afirma el autor, los libros giran incesantemente; son la imagen de lo ya resuelto e inmodificable y, por lo tanto, repetición. Dice Jitrik que la biblioteca es “infierno indestructible en el que se congela la mente humana” (El Fuego de la especie, p.145). El rol de los libros es central en el cuento: ellos son de naturaleza informe y caótica, y la vida de los bibliotecarios gira en torno a explicar la existencia de estos libros; en torno, por ejemplo, a conjeturas sobre el idioma en que están escritos. Los bibliotecarios tienen la certeza que los libros están compuestos por los mismos 25 símbolos: el espacio, la coma, el punto y las veintidós letras del abecedario. Sin embargo, encuentran una gran incógnita en el momento de intentar descifrar esos volúmenes ilegibles: el intento de interpretarlos es constante, pero estos caóticos libros son impenetrables. Sostienen que: “en algún anaquel de algún hexágono (…) debe existir un libro que sea cifra y el compendio perfecto de todo los demás (…)” (Ficciones, p.41) y también, que uno de los bibliotecarios lo ha recorrido y descubierto que el libro es análogo a un dios. Este simbolismo, el de un libro que sea la existencia perfecta de todos los demás,

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Page 1: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

Un análisis de LA BIBLIOTECA DE BABEL (de Jorge Luis Borges)Noé Jirik afirma que en muchos cuentos de Ficciones, “el libro es el motor principal, el centro en torno del cual gira lo que se cuenta” (El Fuego de la especie, p. 142). En “La Biblioteca de Babel” se trata de explicar la existencia del universo, al que muchos llaman Biblioteca, el cual es interminable e infinito. La Biblioteca no es más que un símbolo y este universo, a su vez, posee un orden, que también por ser infinito es impenetrable.

Jitrik establece también, que la acumulación en la Biblioteca de todas las posibilidades resulta, en su sincronía, la negación de la posibilidad del conocimiento. En este cuento, afirma el autor, los libros giran incesantemente; son la imagen de lo ya resuelto e inmodificable y, por lo tanto, repetición. Dice Jitrik que la biblioteca es “infierno indestructible en el que se congela la mente humana” (El Fuego de la especie, p.145).

El rol de los libros es central en el cuento: ellos son de naturaleza informe y caótica, y la vida de los bibliotecarios gira en torno a explicar la existencia de estos libros; en torno, por ejemplo, a conjeturas sobre el idioma en que están escritos. Los bibliotecarios tienen la certeza que los libros están compuestos por los mismos 25 símbolos: el espacio, la coma, el punto y las veintidós letras del abecedario. Sin embargo, encuentran una gran incógnita en el momento de intentar descifrar esos volúmenes ilegibles: el intento de interpretarlos es constante, pero estos caóticos libros son impenetrables. Sostienen que:

“en algún anaquel de algún hexágono (…) debe existir un libro que sea cifra y el compendio perfecto de todo los demás (…)” (Ficciones, p.41)

y también, que uno de los bibliotecarios lo ha recorrido y descubierto que el libro es análogo a un dios. Este simbolismo, el de un libro que sea la existencia perfecta de todos los demás, permite llegar a la conclusión que los libros que nombra Borges son hombres, que habitan la biblioteca (el universo).

Borges explica que, a pesar de la imposibilidad de penetrar el entramado tejido por alguna divinidad, al que llama universo, no puede el hombre desistir en la tarea de planear esquemas humanos para la explicación de la existencia y los límites de dicho universo. Ni tampoco los intentos de los bibliotecarios de descifrar su contenido. Borges ironiza sobre este intento de los bibliotecarios:

“Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones del árabe clásico” (Ficciones, p.39)

Además, este tópico de la confusión de lenguas hace pensar la conexión del título del cuento con el mito cristiano de la Torre de Babel, en la antigua

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Babilonia. En aquel lugar, los habitantes habían construido una torre para llegar al Cielo, y habían pagado con un castigo divino, el de la ininteligibilidad entre las lenguas que se hablaban en dicho centro urbano. La referencia en el cuento a la diversidad de lenguas y a los innumerables idiomas que se hallan fuera del alcance de los humanos, es muy clara.

De la visión caótica del universo emerge la imagen favorita de Borges: el laberinto. Este representa el vehículo a través del cual Borges lleva su cosmovisión a casi todos sus relatos.

“La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden)(…).” (Ficciones, p.42)

Jitrik afirma que el libro se “construye sobre un lenguaje que tiene detrás un pensamiento” y que “en la medida en que el libro se magnifica frente a la acción, en la medida en que, por consecuencia, el pensamiento se agiganta, esas figuras como el laberinto indicarán no tanto una forma de ser del mundo sino una dificultad del pensamiento.” (El fuego de la especie, p.148).

JUEVES, 10 DE MARZO DE 2011

Punto Literario : Análisis en torno a la Biblioteca de Babel.

*Una mirada al apasionante cuento de Borges "La Biblioteca de Babel" donde la temática de la infinitud y la finitud se hacen presentes.Por Luis Felipe Caneo.

Una de las problemáticas abordadas por la humanidad a lo largo de la existencia es el tópico de la infinitud y la finitud, un tema que el gran escritor argentino José Luis Borges aborda en diversos cuentos, como en la Biblioteca de Babel. Es un cuento inserto dentro del libro Ficciones que narra la historia de un bibliotecario que relata su experiencia de vida en cuanto a la función que realiza

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en el día a día. Lo interesante del planteamiento de Borges dice relación con la metáfora utilizada: la biblioteca es el semejante del universo, de lo infinito[1].

Es importante señalar que el gran filósofo y matemático Pascal describían al universo, lo infinito, como una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna, un razonamiento posible de hallar en la Biblioteca de Babel como queda graficado en la siguiente frase: “La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible”. Es posible, además, de hallar en el cuento la tesis pitagórica de Nietzsche: éste dice que el universo se repite en forma cíclica, tal como ocurre con la Biblioteca: “Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que repetido, sería un orden: el Orden)”.

Al buscar las razones de la utilización de lo infinito en la Biblioteca, éstas se explican no por una búsqueda de la verdad sino por un anhelo de asombro y diversión intelectual. A lo anterior, debemos sumar que Borges, una vez que vio los efectos de la Segunda Guerra Mundial, tomó conciencia de que en sus escritos resaltaba el nacionalismo, por lo que decidió en sus creaciones futuras enfrentan a los personajes a ideas.

La Biblioteca de Babel se ve una comparación entre el universo y la biblioteca infinita que está compuesta por una multitud de galerías hexagonales e idénticas. Una biblioteca que está gobernada por dos axiomas: el primero de ellos dice relación con que la biblioteca existe desde la eternidad y el segundo de ellos es que los libros están conformados por una combinación aleatoria de 25 signos ortográficos.

El rasgo infinito y totalizador de la biblioteca en cuestión nos lleva al problema eje del cuento de Borges: “Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. […] A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable”.

          Una mirada al narrador del cuento

Para comprender los escritos es clave identificar el tipo de narrador que prima en la obra y cómo éste se expresa en el relato, un ejercicio que haremos con la “Biblioteca de Babel”. Es así como a lo largo del cuento reseñado es posible de hallar dos narradores: el primero de ellos es un narrador

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personaje[2] y un narrador editor[3], el grado de conocimiento que se observa en ellos se explica por la función desarrollada dentro de la historia: en el caso del primero hallamos un conocimiento total ya que él nos cuenta una experiencia propia[4], en el segundo presenta un conocimiento relativo ya que su misión es aportar antecedentes a la historia y en ese sentido desconoce muchos aspectos de la misma. Tiene una estructura abierta el relato, dado a que al final de la obra, del escrito, señala que la biblioteca es infinita y siempre mantiene el mismo orden, por lo que cualquier viajero en la historia de la humanidad va a hallar el mismo orden. Fiel al estilo Borges, concluye “La Biblioteca de Babel”[5] con un final sin terminar, abierto.

Al buscar el punto de hablada en el relato, éste lo hallamos en el narrador personaje: está él en la biblioteca al final de su vida. Un momento en la vida en que desea relatara la historia de la Biblioteca para traspasar el conocimiento que tuvo en torno a la biblioteca, con el fin de que en el futuro sepan quién fue y donde se desarrolló su vida; al mismo tiempo, anhela que al dar a conocer los secretos de la biblioteca, por decirlo de alguna manera, alguien puede optar por el honor y la sabiduría que en su vida no hallo.

La “Biblioteca de Babel” muestra a lo largo de sus páginas una historia visible y otra oculta: la primera de ellas nos narra las experiencias de un sujeto, que se expresan mediante el narrador personaje, en torno a su lugar de trabajo: la biblioteca y la segunda, por su parte, se refiere a la problemática de la infinitud y finitud en la existencia humana y como lo anterior influye en la concepción en torno a la biblioteca. Dos historias que, al final de cuentas, configuran un lector: el que está leyendo el cuento, es decir, todos nosotros, haciéndonos una invitación en forma implícita a reflexionar sobre las ideas de la infinitud en nuestro día a día.

En resumen, en el cuento citado vemos como Borges refleja en el relato el enfrentamiento entre un personaje protagonista, el bibliotecario, y la idea de la infinitud que a la larga genera una duda en torno a si realmente sabemos qué es la finitud o es simplemente una sensación mental, una ficción que la certeza a nuestra existencia. Una interrogante que, al igual que los cuentos de Borges, queda abierta, sin respuesta.

[1] Lo que quiere hacer Borges es destruir la certeza que tenemos hoy en día en torno a la finitud, uno de los fundamentos de la realidad. Ante este escenario, el lector se ve inserto en un ambiente de imposibilidad de representación de lo infinito.

[2] Éste es un narrador que utiliza la primera persona, sabemos que es bibliotecario y ya está en el final de sus días, es viejo. Este narrador se encuentra dentro de la historia, ya que dado a sus características nos cuenta una experiencia propia.

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[3] La función del citado narrador fue poner el epígrafe, las notas al pie de página etc. Sabemos con respecto a él que realizó su trabajo en el Mar del Plata en el año 1941, mas mayores detalles se desconocen. Este narrador se halla fuera de la historia, pues su función dice relación con aportar detalles sobre aspectos de la historia.

[4] Allí está la clave para entender porque a uno de los narradores de este cuento se le denomina narrador autoral.

[5] El relato en el cuento está fundamentalmente en presente, dándole el paso al pasado cuando el narrador recuerda viejos tiempos de su vida y futuro se hace presente al imaginar su muerte.

http://elmundodeayeryhoy.blogspot.com/2011/03/punto-literario-analisis-en-torno-la.html

Sobre la des-construcción de “La Biblioteca de Babel” 

o El imperio de la Metáfora

Raquel Bórquez B.

Instituto de Literatura y Ciencias del LenguajePontificia Universidad Católica de Valparaíso - Chile

[email protected]

 

Localice en este documento

 

“…Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal…”         Friedrich Nietzsche

 

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1. No resulta del todo curioso leer en “La retirada de la metáfora” [1] a Jacques Derrida aludiendo a una biblioteca para “representar” los dominios de la metáfora en la cultura occidental. Una biblioteca sin límites perceptibles, en la que deambulamos, concientes o no, en un sofisticado vehículo que no ostenta estabilidad ni permanencia, sino que, por el contrario, tiene la sugerente propiedad del traslado perpetuo en un viaje infinito y la necesidad constante de la transformación de su forma, su velocidad y su dirección. Este “vehículo” imprescindible se torna ante nuestros ojos como aquello que nos funda, aquello que nos justifica y nos “significa”: el lenguaje. Sin embargo, detenerse a indagar en el carácter metafórico de éste es a su vez otra forma de patentizar una ausencia siempre disfrazada de otra cosa: de presencia, de verdad, de fundamento, es decir, de la falacia de un centro inmutable. Esta pretendida estabilidad nos da la medida de nuestra cultura. Hemos construido o escrito el “universo” asumiendo una presencia sublime que anula a partir del olvido la cualidad tropológica de la palabra. Ahora bien, “dentro” del discurso filosófico, la “metáfora” es un concepto que, no obstante lo antes sugerido sobre ella, es utilizado para validar una metafísica de la presencia que caracteriza el saber occidental, cuyo antecedente podríamos encontrar ya en la Poética de Aristóteles. Esta validación de la presencia a partir de la metáfora (nominación de una cosa con un nombre que designa otra, cuya lógica es la semejanza o la analogía) se justifica a partir de la oposición entre un “sentido propio” y un “sentido figurado” de lo dicho. Queda expuesta así aquella instancia propia de la metafísica y el reconocimiento de la metáfora en beneficio de ésta, de ese significado “propio”, literal, al que alude constantemente el discurso occidental logocéntrico. A partir de estos presupuestos no es difícil comprender el lugar que ocupa la literatura en relación a otros discursos humanos que aluden a una verdad imperecedera. Porque el lugar de la literatura es el espacio de la escritura, entendida como pura figuración, topoi predilecto de la ficción, del engaño, de la mentira. Sin embargo, una vez relegada a un margen escrupulosamente dibujado, queda el misterio de lo oscurecido, aquello que atrae perversamente, como la metáfora, que siempre oculta algo, o lo demora. Ese “algo”, lo aplazado o diferido constantemente, no parece ser otra cosa que un vacío, una carencia disfrazada una y otra vez a partir de una “pasión” que constituye su único movimiento: el de la proliferación del significante, la constatación del juego interminable que funda el “imperio de la metáfora”. Ahora bien, recordar el carácter tropológico del lenguaje, poniendo en crisis así la transparencia de cualquier representación, es abogar por la existencia de una “archiliteratura”, concepto a partir del cual es posible considerar el “lenguaje serio” como “un caso especial del poco serio” (Culler 1984: 160) y el discurso filosófico, en palabras de Derrida, como “un género literario particular, que extrae las reservas de un sistema lingüístico , organizando, forzando o desviando un sistema de posibilidades tropológicas que son más antiguas que la filosofía” (Cit. en Culler 161).

2. Jorge Luis Borges, identificado por Sarlo como “un escritor en las orillas” [2] es también un viajero en el límite de ese abismo que configura la palabra. Así, en “La biblioteca de Babel” [3] se nos describe el universo como una biblioteca cuyo centro, sugerido a partir de su descripción arquitectónica, es el vacío, el abismo infinito. No obstante, ese vacío dibujado está circunscrito por una cantidad ilimitada de anaqueles que, en su conjunto, constituyen el mundo por donde el hombre-bibliotecario deambula. Habitante perpetuo de la escritura, nuestro protagonista nos da la medida del universo: veinticinco símbolos ortográficos a partir de cuya inestimable combinación se produce la infinitud de libros que conforman el universo, cuyo centro vacío es imposible de fijar: “La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible”. (Borges 113).

Es a partir de estos rasgos presentes en “La Biblioteca de Babel” que los argumentos desconstructivos nos permiten no sólo identificar gran parte de la escritura borgeana con

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estos postulados, sino que también proponer una lectura de este relato a partir del uso de algunas de las herramientas críticas que derivan de la propuesta teórica de Jacques Derrida. De esta forma, el propósito inmediato de este trabajo es situar dicho cuento en los parámetros antes referidos, tomando como eje central de esta revisión la dimensión tropológica del lenguaje que sitúa todo texto en los dominios de una “literatura generalizada”, lo que implica, a su vez, concebir el habla como otra forma de escritura que se sustenta en la repetitividad potencial de todo signo. Por otro lado, a partir de este eje, abordaremos el tratamiento que la pareja “hombre/dios” recibe en el texto borgeano y los alcances de esta oposición que desde la eternidad ostenta una jerarquía interesante de desentrañar a partir de la problemática que en este cuento dice relación con la escritura.

 

Babel: La unidad desconstruída y el “Dios” demoledor.

“La Biblioteca de Babel” nos sitúa ante una primera referencia intertextual que aparece en el Génesis de la Biblia, donde se relata un episodio en que Dios, al ver a los hombres proyectar la construcción de una torre, cuya altura pretendía llegar al cielo, interviene despojando a los hombres de su lengua única, sembrando la confusión y dispersándolos por la faz de la tierra [4]. A partir de este mito no sólo es posible determinar el supuesto “origen” de las diversas lenguas por mandato divino, sino que también reafirmar la naturaleza caótica del universo/biblioteca. Desde esta perspectiva, el origen de la biblioteca, del universo, de la escritura, no es otro que Dios, fuente de la verdad, culpable de la confusión reinante. Nos encontramos así frente a una concepción logocéntrica de la escritura que hunde sus raíces en un libro “sagrado” que ha marcado gran parte de la historia occidental, pues, como bien señala Jacques Derrida, el logocentrismo domina el concepto de escritura al asignarle al logos el origen de toda verdad. Por otro lado, es también “La Biblioteca de Babel” aquel espacio concebido caóticamente para impedir el acceso al “cielo”, negando toda posible igualdad entre el hombre y Dios. La “Biblioteca” es concebida así como otra forma de la divinidad, biblioteca que a lo largo de casi todo el relato ostenta una inquebrantable mayúscula inicial que contrasta con la pequeñez del hombre-bibliotecario. Siguiendo esta idea, podemos encontrar que tan sólo en un momento el hombre común y corriente se corona con la mayúscula divina: es el Hombre del Libro, el hombre que ha tenido el privilegio de leer el libro total, es decir, aquel que convoca en sus páginas todos los libros y cuyo lector es “análogo a un Dios” (Borges 122). Pero e ahí que las “trampas” del texto afloran significativamente desde un supuesto “margen” del relato en cuestión. Así, el comienzo de la primera cita que firma el “editor” de “La biblioteca de Babel” dice: “El manuscrito original no contiene guarismos o mayúsculas.” (Borges 114).

Tomando en consideración esta cita, es posible abordar el texto haciendo uso de una “lógica de la suplementariedad como estrategia interpretativa” (Culler 125) mediante la cual podemos explicar la importancia de reparar en aquellos espacios periféricos del texto, como en nuestro caso lo es el pie de página referido. Explica Culler que la marginalidad de algo puede comprenderse precisamente a partir de las razones que han motivado la exclusión o postergación de aquello que se dice en ese espacio textual relegado, que actúa como un “suplemento” que cumple la función crucial de “suplir” una carencia, un vacío del texto central que, por lo tanto, posibilita y necesita para su existencia de ese “otro” texto. Así, el “pie de página” señalado anteriormente resulta crucial y de significativa importancia para dar cuenta del mecanismo desconstructivo que opera en este texto a partir de este “injerto marginal” [5], ya que éste sugiere subrepticiamente que el texto que se presenta inmediatamente al lector no es el original,

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ni siquiera una reproducción fiel, muy por el contrario, es un texto que manifiesta una manipulación de la escritura que, por un lado, siembra la duda respecto del origen, y, por otro, sugiere que la “Biblioteca” es situada en un nivel fundamental, divino y metafísico de manera intencionada, como producto de la maniobra de alguien, en nuestro caso, del editor.

Ante este panorama descrito, la problemática de la “presencia” se implica en la de la escritura. Desde esta perspectiva es sumamente significativo retomar la discusión que establece Derrida cuando señala que la historia de Occidente o de la metafísica es la historia de los sucesivos nombres que a lo largo del tiempo ha recibido el centro, o el deseo de éste. Este centro, a partir del cual se constituye la estructura, ha estado sucesivamente habitado por metáforas, inaugurándose así, un juego de sustituciones sin comienzo ni fin. Dice Derrida con respecto al centro o a la “presencia central” que “no ha sido nunca ella misma, ya que desde siempre ha estado deportada fuera de sí en su sustituto.” (Derrida, La escritura y la diferencia 385). Entonces, concebida de esta manera, la noción de centro se desestabiliza, el centro mismo se difumina cediendo lugar a un vacío habitado por signos que se sustituyen hasta el infinito. “La Biblioteca de Babel”, por su parte, ostenta una estructura cuyo centro, ya habíamos señalado, es el vacío, lugar también de la muerte a partir de una “caída infinita”. Pero ese centro, a su vez, puede encontrarse en cualquier parte, no ostenta fijeza ni dimensiones establecidas. No obstante, la búsqueda de centro es un deseo manifiesto en el protagonista del texto borgeano. La presencia es eternamente buscada, pero dicha empresa termina siempre en el fracaso. Dadas las características de “La Biblioteca”, de su forma ortográfica de imponerse y de los alcances del complemento de su nombre, ésta simboliza también la presencia divina:

(Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso, sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.). (Borges 113).

La “Biblioteca” ha sido descrita anteriormente como “una esfera”. Esta forma circular no sólo hace referencia a la forma del mundo, después de todo, la Biblioteca también lo es, sino que además alude a ese libro total descrito en la última cita, ese libro que es Dios y que todo lo abarca. Sin embargo, esta creencia implica una sospecha. Se hace referencia a la oscuridad propia de la palabra, a una dimensión nunca presente, nunca inmediata, a partir de la cual está constituida toda escritura, toda biblioteca. Esa dimensión nunca presente alude a lo que Derrida identifica con el juego que instaura un sistema de diferencias. De esta forma, el absoluto y la jerarquía no es concebible, porque así como la “Biblioteca” es infinita y su centro puede estar en cualquier parte, “la ausencia de un significado trascendental extiende hasta el infinito el campo y el juego de la significación.” (Derrida, La escritura y la diferencia 385). Es entonces a partir de la proliferación del significante, de la escritura, que se compensa la carencia de presencia, de origen, de fundamento eternamente buscado, deseado:

…En aventuras de esas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses que en algún anaquel del universo haya un libro total (…) Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique. (Borges 122-123)

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A partir de esta cita es posible deducir una vez más aquella oposición entre el hombre y Dios. También queda explícitamente señalado el orden divino de la “Biblioteca”. Confirma esta oposición la alusión a los espacios históricamente connotados por el cristianismo: el cielo y el infierno. Ambos espacios representan a Dios y al hombre respectivamente y a la jerarquía que ostenta el primero sobre el segundo, deducible además por las dimensiones espaciales a las que aluden (arriba-abajo). Por otro lado, el lugar que habita el hombre-bibliotecario es el espacio maldito, demoníaco a partir del cual se garantiza la oposición radical, Dios-hombre, cielo-infierno, Biblioteca-bibliotecario, verdad-escritura. Sin embargo, pese a que el hombre habita la “Biblioteca” se encuentra perdido en ella. La búsqueda del libro total, de la verdad, del sentido es perpetua, no hay centro. De hecho, la “Biblioteca de Babel”, es quizás aquel intento humano de alzarse al cielo, de llegar a Dios, toda la biblioteca es una búsqueda, toda la escritura una proliferación que sale al encuentro de una justificación, de un sentido siempre postergado, inalcanzable. Es la escritura la mejor “metáfora” de ese descentramiento que opera a nivel de todo discurso y que justifica, a su vez, las dimensiones abismales, infinitas de la biblioteca. He escrito “biblioteca” con minúscula. Y es que, finalmente, nuestro protagonista da con la solución para el “antiguo problema” (la inconexión entre lo que dicen las letras en el dorso de un libro y lo que contienen):

La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). (Borges 126).

Es el único momento en que la gran “Biblioteca” abandona su corona divina para dar paso al hombre, al bibliotecario que no es otro que el lector ávido, aquel encargado de comprobar que el único “orden” posible es aquel que se realiza sólo a partir del caos, desorden que se “ordena” a partir de la repetición, es decir, a partir de la “escritura”. Como señala Jonathan Culler en su explicación de Derrida, “esta repetitividad es la condición de cualquier signo. Una secuencia de sonidos puede funcionar como significante sólo si es repetible, si es susceptible de ser reconocida como “la misma” en diferentes circunstancias.” (93). La repetición, entonces, funda el “Orden” y como repetir un signo es no fijar una intención significativa concreta por parte de éste, el “orden” con mayúscula, que vuelve a aludir a una presencia trascendental, se desfigura inmediatamente por la repetición que alude al vacío constantemente sustituido por diversos contenidos. De esta forma la oposición Dios-hombre, en la cual el primer término goza de una jerarquía superior respecto del segundo, queda desconstruida en el propio relato a partir del ejercicio del descentramiento. Para garantizar este cuestionamiento “La Biblioteca de Babel” finaliza con una cita “ejemplar”:

Letizia Álvarez de Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaría un solo volumen, de formato común, impreso en cuerpo nueve o en cuerpo diez, que constara de un número de hojas infinitamente delgadas. (…) El manejo de ese vademecum sedoso no sería cómodo: cada hoja aparente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés. (Borges 126).

 

La “Biblioteca Total” y el juego de la combinación

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Son dos los axiomas que nos presenta el narrador de “La Biblioteca de Babel”, el primero es que La Biblioteca existe desde la eternidad, el segundo, que el número de símbolos ortográficos es veinticinco. A partir de la proclamación de estos axiomas podemos una vez más detectar como se va entretejiendo en el texto la oposición Dios-hombre y algunas de sus implicancias antes descritas. En relación a la primera “verdad” se establece una comparación entre la escritura humana; imperfecta, ruda y la escritura divina; puntual, delicada, simétrica. Todo esto para justificar la hipótesis de que el universo-biblioteca sólo puede ser obra de un dios, mientras el hombre bien puede ser producto del azar. La distancia que separa a los hombres de los dioses es precisamente la escritura. Sin embargo, a partir de la descripción de esta distancia que toma por ejemplo a la escritura, se infiere una vez más cierta oposición que sólo es justificable para el caso que nos convoca, a partir de la inserción de sus términos en un sistema de diferencias. Dice el texto:

Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas. (Borges 114).

A partir de esta cita se observa que la escritura humana comprende la exterioridad del libro, mientras la escritura divina comprende el interior. Esto señala la interdependencia de ambos términos para su mutua significancia y la igualdad de lo términos para este propósito fundamental. Pero también podemos percibir una vez más que lo divino está situado en un centro que, como hemos revisado, representa el vacío suplido por una escritura infinita que tiene su “origen” en el juego de la combinación. Situémonos ahora en el axioma que se nos propone en segundo lugar, la existencia finita de símbolos ortográficos a partir de los cuales se puede decir todo lo que sea expresable:

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros (…) Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. (Borges 116-117).

Surge así la “Teoría de la Biblioteca Total” cuyos anaqueles registran todas las posibles combinaciones de esos veinticinco símbolos ortográficos: “Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible.” (Borges 122). Sin embargo, surge aquí una contradicción aclaradora. Hablar de totalización, siguiendo los postulados desconstructivos que plantea Derrida, no tendría sentido, ya que la naturaleza del lenguaje excluye precisamente la totalización y, dado el vacío que detenta, posibilita el juego de las sustituciones infinitas que anulan la presencia absoluta. De esta manera, la totalización “puede juzgarse imposible en el sentido clásico: se evoca entonces el esfuerzo empírico de un sujeto o de un discurso finito que se sofoca en vano en pos de una riqueza infinita que no podrá dominar jamás. Hay demasiadas cosas y más de lo que puede decirse.” (Derrida, La escritura y la diferencia 396). Ese sujeto recién aludido es también el viajero de nuestra Biblioteca que ha dedicado su vida a buscar la justificación del universo de la escritura. Esa razón se resuelve tan sólo en el juego, que permite, a partir de las sustituciones, suplir una falta. La pareja Hombre-bibliotecario / Dios-Biblioteca, sólo se puede concebir al ser considerada su mutua dependencia. Como dice Derrida, “no se puede determinar el centro y agotar la totalización puesto que el signo que reemplaza al centro (Dios- Biblioteca) [6], que lo suple, que ocupa su lugar en su ausencia, ese signo se añade, viene por añadidura, como suplemento.” (La escritura y la diferencia 397).

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Finalmente, una vez acechada la naturaleza incierta de esta biblioteca infinita, es imprescindible recordar que a la entrada de cada uno de sus hexágonos nos recibe “un espejo que fielmente duplica las apariencias” (Borges 112). Si ponemos atención en este espejo, es imposible no reparar en la metáfora que encierra su superficie y por la que a su vez él mismo es encerrado. Tropo de la apariencia infinita, que implica que lo que vemos es también otra cosa que siempre se opone al ser como presencia. Es ese espejo ubicado en cada zaguán de la biblioteca el que nos invita o nos advierte silenciosamente sobre la naturaleza del mundo en el que nos adentramos, un mundo singular, imperio de la figuración o de la escritura entendida en el más completo sentido de la palabra, que nunca es total.

 

NOTAS

[1] Derrida, Jacques. 1989. La desconstrucción en las fronteras de la filosofía. España: Ediciones Paidós Ibérica.

[2] Sarlo, Beatriz. 1995. Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel.

[3] Borges, J. L. 1996. “La Biblioteca de Babel”. Ficciones. Buenos Aires: Emecé Editores. De aquí en adelante, todas las citas de este cuento corresponderán a esta edición.

[4] Génesis 11:1-9

[5] Entiéndase “injerto” como aquel procedimiento a partir del cual un texto se hace cargo de sus afirmaciones por medio de su propio proceso de enunciación.

[6] El paréntesis es mío.

 

OBRAS CITADAS

Borges, J. L. 1996. “La Biblioteca de Babel”. Ficciones. Buenos Aires: Emecé Editores.

Culler, Jonathan. 1984. Sobre la deconstrucción. Madrid: Cátedra.

Derrida, Jacques. 1989. La desconstrucción en las fronteras de la filosofía. España: Ediciones Paidós Ibérica.

Derrida, Jacques. 1989. “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”. La escritura y la diferencia. Barcelona: Antrophos.

Sarlo, Beatriz. 1995. Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel.

 

Page 12: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

© Raquel Bórquez B. 2007

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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“La Biblioteca de Babel” de Jorge Luis Borges

Por El Documentalista Enredado

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Publicado el Viernes, 10 de febrero de 2006

Page 13: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

La biblioteca de Babel es un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges, aparecido por

primera vez en la colección de relatos "El jardín de senderos que se bifurcan" 1941), colección

que más tarde fue incluida en "Ficciones" (1944).

El relato es la especulación de un mundo compuesto de una biblioteca de todos los libros

posibles, sus libros están arbitrariamente ordenados, o sin orden, preexiste al hombre y es

infinita.

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez

infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por

barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores:

interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco

largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los

pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto

zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquirda y a

derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer

las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo

remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres

suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa

duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el

infinito… La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos

en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca

de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo

que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no

faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi

cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la

caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que

las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de

nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal.

(Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular

de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso;

sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen

clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es

inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel

encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas;

cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro.

También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán

las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la

solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital

de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

Page 14: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la

eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto

bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su

elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el

viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir

la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos

trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del

interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace

trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el

problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los

libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las

letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy

consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice Oh tiempo tus

pirámides. Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas

cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos

bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la

equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano… Admiten que los

inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa

aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo

falaz).

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas

pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios,

usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la

derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso,

lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables M C V no pueden

corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que

cada letra podia influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la

página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa

vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido

aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los

otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un

descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que

en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del

guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de

análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos

ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la

Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de

elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También

alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos

Page 15: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus

anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos

(número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los

idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el

catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia

de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico

de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio,

la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las

interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no

escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de

extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto.

No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún

hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones

ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de

apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y

guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce

hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su

Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras

maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al

fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se

enloquecieron… Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del

porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la

posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es

computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen

de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en

palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el

idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro

siglos que los hombres fatigan los hexágonos… Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yolos

he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin

peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez,

toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie

espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre

de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros

preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran

las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un

improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a

promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos

Page 16: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete

prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los

hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y

condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición

de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los "tesoros" que su

frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda

reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único,

irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de

facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la

opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas

por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los

urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los

naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún

anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el

compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un

dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto.

Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos

rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso

un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el

sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito… En

aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece ínverosímil que en

algún anaquel del universo haya un libro total

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la

humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de "la Biblioteca

febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo

lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira". Esas palabras que no sólo

denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto

pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras

verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un

solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que

administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö. Esas

proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación

criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca.

No puedo combinar unos caracteres

dhcmrlchtdj

que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no

encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y

de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar

Page 17: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta

volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos—y también su

refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el

símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías

hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la

definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de

que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se

prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola

letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente

degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los

suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que

la especie humana—la única— está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada,

solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible,

secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que

no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en

lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar—lo

cual es absurdo. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de

libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y

periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los

siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un

orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.

Mar del Plata, 1941

http://www.documentalistaenredado.net/327/la-biblioteca-de-babel-de-jorge-luis-borges/

Ficción y realidad en La biblioteca de Babel de Borges

Categoría: Ensayos

Creado en Miércoles, 10 Diciembre 2008 10:01

Escrito por Mariana Zegers Izquierdo

Ficción y realidad en La biblioteca de Babel de Borges

Breve relato propio

Bibliografía

Todas las páginas

Page 18: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

Página 1 de 3

La  biblioteca  de  Babel, de  Jorge  Luís  Borges,

es  una  descripción  y  visión  profunda  del universo (es  decir, la  biblioteca)  y  del  posicionamiento  del  ser  humano  en  éste. El narrador  del  relato  es  representado, ya  que  aparece  inserto  dentro  del  texto, jugando  un rol  protagónico. Dicho  cuento  pertenece  a  la  ficción, lo  cual  es  indudable. Sin  embargo: ¿aquello  implica  la  inexistencia  de  trozos  de  realidad  en  el  texto? El  presente  trabajo  se propone  demostrar  que  sí  es  posible  observar  una  relación  con  la  realidad  en  La biblioteca  de  Babel. Además  se  hará  una  análisis  sobre  la  pertinencia  de  dividir tajantemente  lo  imaginario  de  lo  real.

Borges, escritor  argentino, nace  en  Buenos  Aires (1899)  y  muere  en  Ginebra  (1986). Dado que  provenía  de  una  familia  acomodada, tuvo  la  oportunidad  de  visitar  Europa. Realiza  un viaje  a  España, que  marcó  su  carrera. Allí   se  vincula  con  movimientos  vanguardistas, formando  parte  del  ultraísta. Cuando  vuelve  a  Argentina, participa  activamente  del  proceso vanguardista  latinoamericano. Esta  es  considerada  la  primera  etapa  de  su  obra, la  que  se  caracteriza  por  una  marcada tendencia  esteticista.

En  una  segunda  etapa  el  autor  se  aleja  de  las  vanguardias, llegando  a  criticarlas  muy  duramente. Esto  es  visible, a  modo de  ejemplo, en  su  rechazo  a  “(…) la  idea  de  lo  nuevo  y  la  idolatría  de  la  máquina” (Schwartz  80). Sin  embargo, aunque  “ (…) cuestionará  la deconstrucción  formal  a  ultranza  en  la  que  se  sumergen  los  autores  vanguardistas, hay  que destacar  que  no  deshecha  un  principio  básico  de  la  estética  vanguardista:  la  obra  de  arte  es  en  sí  misma  un  centro significante; que  toda  obra  posee  una  legalidad  interna  a  partir  de  la  cual  se  despliega  el  sentido  del  texto, descartando con  ello  una  concepción  estética  que  entiende  el  sentido  del  arte  en  una  relación especular  con  la  realidad” (Cisterna, diapositiva  12). Empero, cabe  mencionar  que  el  hecho  de  que  la  obra  adquiera  independencia  del  contexto  histórico, no quiere  decir  que  no  aluda  a  éste  de  alguna  manera.

La  biblioteca  de  Babel  forma  parte  de  la  segunda  etapa  en  la  obra  del  autor, como  el  resto  de  sus  cuentos. El  principio que  opera  en  los  cuentos  de  Borges  tiene  que  ver  con  la  construcción  de  una  realidad  alternativa: la  ficción. Para  dicho autor  la  realidad  es  imposible  de  abarcar  cognitivamente. Se  exhibe  de  manera  caótica  y  azarosa. Frente  a  ese  caos, el hombre  tiene  como  alternativa  la  literatura. Por  medio  de  ésta,

Page 19: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

puede  darle  lógica, sentido  y  comprender  ese  entramado que  es  la  realidad, que  se  le  presenta  como  algo  indescifrable, ilógico  y  sin  sentido.

Según  Borges  no  existe  una  realidad  fuera  de  la  conciencia. No  hay  una  gran  verdad, una  que  sea  universal  Al contrario, el  idealismo  que  profesa  dicho  escritor  es  totalmente  relativista. No  hay  un  mundo, sino  muchos  dependiendo del  individuo: no  es  la  verdad,  es  mi  verdad. Aquí  se  observa  que  no  hay  un  universo  real  y  uno  imaginario. Ambos  se entremezclan, conformando  infinitas  realidades, que  varían  de  un  ser  a  otro.    

El  teórico  literario  Thomas  Pavel  (simbolista)  afirma  que  la  ficción, al  ser  una  construcción, obtiene  independencia  de la  realidad. Además  puede  “ influenciarnos  vigorosamente, de  manera  no  muy  diferente  a  una  colonia  asentada  en  otro país, que  desarrolla  su  estructura  propia  y  singular  para  más  tarde  llegar  a  afectar  en  diversas  formas  la  vida  de  la madre  patria” (Pavel  177-178). Luego  de  hacer  esta  analogía, el  autor  declara  que  la  ficción  no  tiene  en  todos  los  casos un  contenido  ideológico  que  pueda  influir  en  la  realidad. Dice: “ A  menudo, los  arreglos  ficticios  pretenden  elevar  al máximo  la  distancia  entre  realidad  y  ficción” (Pavel  178). Para  aseverar  lo  dicho, presenta  el  caso  de   La  biblioteca  de Babel.

Si  se  toma  en  cuenta  el  movimiento  vanguardista  ultraísta  al  que  perteneció  el  autor, se  puede  hacer  una  relación  con la  tesis  de  Pavel.  Esta  corriente  promueve  la  total  autonomía  del  objeto  artístico  ante  su  contexto. Se  renuncia  a cualquier  función  referencial, no  habiendo  necesidad  de  volver  a  la  realidad  para  comprender  la  obra. Al  haber  sido Borges  militante  ultraísta,  se  podría  deducir  que  su  propósito  efectivamente  era  alejarse  lo  más  posible  de  la  madre patria, prescindiendo  de  la  necesidad  de  volver  a  la  realidad  para  entender  el  texto  en  su  amplitud. Pero  las  intenciones del  autor  se  separan  de  la  obra  en  gran  parte  de  las  teorías  literarias  recientes (esto  es  algo  que  Pavel  no  considera, razón  por  la  cuál  se  puede  discutir  con  él). El  lector  adquiere  relevancia  en  el  análisis  del  texto. Por  lo  mismo, es importante  considerar  su  opinión: si  el  destinatario  ve  en  este  cuento una  referencia  a  la  realidad, es  porque  de  cierta forma, aunque  sea  casi  impenetrable, ésta  existe (por  cierto, siempre  apoyado  en  las  marcas  textuales). Sin  embargo, una conclusión  radical  en  torno  a  esto  es  compleja, teniendo  en  cuenta  que  hay  infinitos  posibles  lectores, sometidos  a infinitas  subjetividades  e  infinitos  contextos.

Page 20: Un Análisis de La Biblioteca de Babel

Al  tomar  en  consideración  una  teoría  literaria  que  distingue  y  separa  la  vida  del  autor  del  sentido  del  texto, el  hecho de  que  dicho  autor  halla  pertenecido  al  movimiento  ultraísta  poco  importa  a  la  hora  de  analizar  La  biblioteca  de Babel  (además  hay  que  recordar  que  este  cuento  no  pertenece  a  su  etapa  ultraísta). Por  lo  demás, en  el  caso  de  que  se quisiera  establecer  algún  tipo  de  vínculo, el  mismo  Borges  afirma, acerca  de  su  participación  en  las  vanguardias: “Estoy arrepentido  de  esa  participación  en  escuelas  literarias. Hoy  no  creo  en  ellas. Son  formas  de  la  publicidad  o conveniencias  para  la  historia  de  la  literatura. Actualmente, no  profeso  ninguna  estética. Creo  que  cada  tema  impone  su estética (…) Desconfío  de  una  estética  preliminar, sobre  todo  de  una  estética  previa. Hoy, cuando  pienso  en  esa  escuelas, pienso  que  fueron  un  juego  y, a veces, un  juego  hecho  para  la  publicidad, nada  más. No  obstante, tengo  un  buen recuerdo  de  aquellos  amigos, pero  no  de  nuestras  arbitrarias  teorías” (Schwartz  82).         

Al  hacer  un  análisis  de  la  presente  obra, sí  se  puede  percibir  un  vínculo  con  la  realidad. A  modo  de  ejemplo, en   el texto  se  halla  manifiesta  la  lucha  del  hombre  por  el  conocimiento, por  encontrarle  respuestas  certeras  a  lo  desconocido, lo  que  trae  nefastas  consecuencias: “Miles  de  codiciosos  abandonaron  el  dulce  hexágono  natal  y  se  lanzaron  escaleras arriba, urgidos  por  el  vano  propósito  de  encontrar  su  Vindicación. Esos  peregrinos  se  disputaban  en  los  corredores estrechos, proferían  oscuras  maldiciones, se  estrangulaban  en  las  escaleras  divinas, arrojaban  los  libros  engañosos  al fondo  de  los  túneles, morían  despeñados  por  los  hombres  de  regiones  remotas. Otros  se  enloquecieron…” (Borges  468). Se  puede  observar  claramente  como  este  cuento  aporta  conocimiento  sobre  el  conocimiento  mismo.

El  saber  que  crea  este  texto  de  ficción  es  bastante  extenso. Detrás  del  ejercicio  racional  del  escritor, subyace  una  serie de  imágenes  simbólicas  que  nos  entregan  visiones  de  la  sociedad. La  Biblioteca, es  decir, “El  universo” (Borges  465) se presenta  ante  el  lector  como  un  lugar  interminable, complejo  en  su  estructura  y  nunca  posible  de  conocer  en  su cabalidad. Esto  tiene  mucho  que  ver  con  la  idea  que  los  hombres  tenemos  del  cosmos, algo  inconmensurable, que  a ratos  nos  deja  estupefactos  debido  a  nuestra  incapacidad  de  conocerlo  certera  e  íntegramente, pero  también  debido  a nuestra  capacidad  de  maravillarnos. El  universo  de  la  obra, tal  como  el  real, perdura  por  sobre  la  especie  humana: “la Biblioteca  perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente  inmóvil, armada  de  volúmenes  preciosos, inútil, incorruptible, secreta” (Borges  471).

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La  biblioteca  de  Babel, a  raíz  de  lo  ya  mencionado, abre  las  puertas  a  una  reflexión  esencial  en  la  experiencia  humana: la  permanente  búsqueda  del  hombre  por  descubrir  aquella  certidumbre  que  se  encuentra  oculta  en  algún  recoveco  del cosmos  “nos  anula  o  nos  afantasma” (Borges  470). Creer  que  existe  una  verdad  implacable  y  hacer  de  nuestro  fin  su búsqueda, nos  priva  de  todos  los  posibles  sentidos  y  goces  que  puede  brindar  la  vida.

A  través  del  presente  relato  de  Borges, el  lector  puede  conferirle  múltiples  significados  a  lo  angustiante  de  su existencia, con  el  fin  de  equilibrarla. Esto  contribuye, en  un  aspecto  funcional, a  la  profundización  del  conocimiento  del ser  humano  sobre  si  mismo  y  ofrece  una  posibilidad  de  mejorar  su  existencia. Por  lo  mismo, es  evidente  que  la  ficción influye  directamente  en  la  historia, determinándola. Si  el  universo  es  la  biblioteca  y  lo  que  allí  sucede  representa elementos  del  mundo  existente, entonces  este  texto  sí  es  capaz  de  incidir  en  la  realidad.

Si   se   considera  que  el  lenguaje  es  algo  ficticio, al  ser  una  invención  arbitraria, donde  la  palabra  no  tiene  relación directa  y  natural  con  lo  que  representa, y  éste  es  el  primordial  instrumento  que  tenemos  para  conformar  nuestro universo  existente  y  a  nosotros  mismos, entonces  es  probable  que  una  gran  porción  de  lo  que  creemos  parte  del mundo  real  sea  un  imaginario.

El  pensamiento  nace  de  la  capacidad  imaginativa, por  lo  que  la  construcción  de  la  sociedad  es  producto  de  la  ficción. A  partir  de  imaginarios  (como  los  conceptos  de  nación, economía, familia, moral, religión, política, etc.)  la  sociedad  se autoconstruye  y  el  modo  en  que  ésta  se  piensa, es  deconstruyendo  aquellos  sentidos. En  otras  palabras: la  realidad  se reflexiona  a  si  misma  a  través  de  la  ficción.  Como  consecuencia, separar  drásticamente  las  fronteras  entre  lo  real  y  lo imaginario  puede  ser  una  tarea  infructuosa  y  hasta  sin  sentido. Hacer  una  lectura  unilateral  de  los  textos  ficcionales; siempre  en  función  de  definir  lo  que  es  ficción  y  lo  que, supuestamente, es  realidad, nos  limita  el  acceso  a  los múltiples  significados, saberes  y  enseñanzas  que  nos  pueden  proporcionar  estas  obras.

Breve  relato  propio

A  continuación  se  profundizarán, a  través  de  un  breve  relato  propio, las  visiones  y pensamientos  del  narrador.  

En  busca  de  Dios ( el  libro  cíclico)  he  recorrido  los  interminables  hexágonos  del  universo, revisado  los  anaqueles. En  mis  viajes  he  presenciado  hombres  imponiendo  inadmisibles estructuras, con  el  único  fin  de  exterminar  potenciales  contrincantes;  otros  peregrinos

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ansiosos, soñadores, egoístas.  He  visto  miles  de  ambiciosos  en  busca  de  su  Vindicación  y, a  momentos, he  sido  yo  uno  de  ellos. Vagabundos  sagaces, patriotas  implacables, abnegados creyentes, nihilistas  y  falsos  revolucionarios. Mi  vida  se  cansa  de  infames  visiones, pero cuando  de  súbito  lo  frígido  se  me  vuelve  sugestivo  recobro  las  esperanzas. El  universo  se  mantendrá incólume.                     

Bibliografía

-Borges, Jorge  Luís. Obras  completas, volumen I, La  biblioteca  de  Babel. Buenos  Aires: Emece, 1974.

-Cisterna, Natalia. Jorge  Luis  Borges, PowerPoint.

-Garrido, Antonio.  Teorías  de  la  ficción  literaria, Las  fronteras  de  la  ficción, de              Thomas  Pavel. Madrid: Arco/Libros, 1997.

-Schwartz, Jorge. Las  vanguardias  latinoamericanas, México, Fondo  de  cultura  económica, 2006.

RINCON DE LOS ESCRITORES

http://www.larmancialtda.com/ensayos/ensayos/ficcin-y-realidad-en-la-biblioteca-de-babel-de-borges/bibliograf-iacute-a