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Turismo en Ecosistemas Insulares · Antropología en el Paraíso | 1 Turismo en Ecosistemas Insulares Antropología en el paraíso Beatriz Martín de la Rosa Colección PASOS edita, nº 3

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Turismo en Ecosistemas Insulares

Antropología en el paraíso

Beatriz Martín de la Rosa

Colección PASOS edita, nº 3

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Turismo en Ecosistemas Insulares · Antropología en el Paraíso | 3

Beatriz Martín de la Rosa

Turismo en Ecosistemas Insulares.

Antropología en el paraíso

Agustin
Cuadro de texto
Colección PASOS Edita nº 3 www.pasosonline.org
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Tur ismo en Ecos is temas insu lares. Ant ropología en e l Paraíso / Beat r iz

Mar t ín de la Rosa – El Sauzal (Tener i fe. España) : ACA y PASOS, RTPC.

2009. 116p Inc lu ida b ib l iograf ía.

1 . Tur ismo. 2 . Cul tura. 3 . Is las. 4 . Impactos. I Mar t ín, Beat r iz . I I .

T í tu lo . I I I . PASOS, Revis ta de Tur ismo y Pat r imonio Cul tural . IV. Ser ie

3(304.2) :3(316)(379.85)

Edita:  Asoc iac ión  Canaria  de  Antropolog ía .    

PASOS,  Revista  de  Tur ismo  y  Patr imonio  Cultura l  

P.O.Box  33.  38360  –  El  Sauzal  

Tener ife   (España)  

Maquetac ión  y  diseño:  Antonio  Delgado   a dd e s i n g@ t e l e f o n i c a . n e t  

 

 

 

ISBN   (13) :  978 ‐84 ‐88429 ‐12 ‐4  

 

©  2009.  PASOS.  Revista  de  Turismo  y  Patr imonio  Cultural  

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e ‐mail :   in fo@pasosonl ine.org  

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IndiceIntroducción 9

Capítulo I. Definiendo la cultura 13

1.1. El turismo como agente de cambio cultural. 141.2. Desarrollo histórico del concepto de cultura. 161.3. Definición de cultura propuesta. 33

Capítulo II. Definiendo el turismo y los impactos generados 45

2.1. El sistema turístico 452.2. Los impactos del turismo 502.2.1. El impacto económico del turismo 532.2.2. El impacto físico del turismo 562.2.3. Los impactos socioculturales 582.3. Las culturas como productos turísticos 63

Capítulo III. Algunas peculiaridades del sistema turístico 71

3.1. Características de los Ecosistemas Insulares 713.1.1. Características físicas. 733.1.2. Características económicas 773.1.3. Características Socioculturales 793.2. El turismo en las islas. 813.2.1. La imagen turística de las islas 823.2. La otra cara de la realidad insular: El turismo en las islas 90

Conclusiones 101

Bibliografía 105

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Académicamente esta publicación es posible gracias al profesor Dr. D. Agustín Santana Talavera. Durante todos estos años, desde que nos conocimos accidentalmente, han sido muchas las tardes y las horas que ha dedicado a leer y corregir mis publicaciones, a prestarme y sugerirme lecturas, ideas, líneas de investigación, firmarme documentos, becas, y un largo conjunto de actividades propios de cualquier actividad de investigación. Pero además de darle las gracias por todo esto, le agradezco su continúa confianza y apoyo.

Personalmente le agradezco y le dedico este trabajo, a Julio, porque siempre está, y siempre tiene las palabras necesarias, a mis padres, José y Lola, por su ejemplo, y por darme todo a cambio de nada; a mi hermana, Loli, confidente y madre de Paula y Andrea, que me permiten volver por momentos a la infancia.

Agradecimientos

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Esta publicación es fruto de una investigación realizada durante varios años, casi tantos como los que lleva durmiendo en un cajón. La temática general que aborda, el turismo en las regiones insulares, lejos de convertirse en un tema de preocupación e investigación caduco, se ha establecido como una problemática central en casi la totalidad de los escenarios que se acer-can a las islas. Motivo que nos ha llevado a su revisión y publicación.

Actualmente podemos ver numerosos documentales que inciden en las maravillas naturales que encierran las islas de nuestro planeta, catálogos fotográficos que reflejan lo espectacular de sus paisajes, lo exótico de sus habitantes, informes de organismos internacionales que nos advier-ten de los peligros que actualmente afectan a los archipiélagos en relación al cambio climático, a la superpoblación, a la escasez de recursos, investigaciones universitarias, artículos de periódicos, y como no, la enorme cantidad de material promocional que se edita para atraer a millones de turistas hasta las costas de las islas.

Nuestro acercamiento a las islas y en concreto a las islas y su relación con la actividad turística se produce, principalmente desde el contexto de la antropología, no obstante como se verá a lo largo de esta publicación, ha sido necesario acercarnos a temáticas relacionadas con la ecología, la economía, el marketing…etc. para poder comprender la realidad del turismo en los ecosistemas insulares.

La antropología, al igual que las sociedades que intenta estudiar, ha sufrido dos cambios im-portantes que debemos señalar: el primero ya no se dedica únicamente al estudio de los otros, de los “pueblos primitivos”, sino que cada vez con más frecuencia los antropólogos son investiga-dores insertos en sus propias comunidades; y el segundo, el objetivo central de una investigación antropológica no consiste en elaborar exhaustivas y minuciosas monografías, sino analizar pro-blemas específicos en el seno de las comunidades en cualquier contexto y circunstancia.

Asumiendo esta nueva forma de entender la antropología como una disciplina preocupada por problemas actuales que se desarrollan en contextos cercanos, las razones por las que se puede hablar de una antropología del turismo se hacen más comprensibles.

El turismo es un fenómeno de las sociedades occidentales, consecuencia directa del “estado de bienestar” que facilita que cada año sean millones de turistas los que se desplazan de unos lugares a otros con la intención de disfrutar de su tiempo libre. Representa en palabras de Crick, M. (1995:207) “un gran movimiento pacífico de las poblaciones humanas a través de los límites culturales”. El turismo se sitúa de lleno en el seno de las comunidades que visita.

Establezcamos, por tanto, de manera más detallada los puntos centrales de esta publicación.

El punto de partida lo constituyen los impactos que ocasiona el desarrollo de la actividad tu-rística. Metodológicamente estos impactos se han dividido en tres grandes grupos, económicos, físicos, y socioculturales. Nos centraremos especialmente en los impactos socioculturales, pero esto no implica que dejemos a un margen los impactos físicos y económicos, porque aunque teó-

Introducción

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ricamente se haya establecido una clara diferencia entre unos y otros, en la realidad es bastante frecuente que se establezcan importantes relaciones entre unos y otros.

Más concretamente nos preocupa rastrear los procesos que se originan cuando las culturas se “convierten en productos turísticos”. Los mecanismos a través de los cuáles el turismo intenta compaginar dos objetivos aparentemente contradictorios, su continua demanda de exotismo cul-tural, y su importante papel en la homogeneización cultural.

Nos encontramos, por tanto, con un concepto central en la historia de la antropología, el concepto de cultura. Creemos que ética y metodológicamente es preciso realizar un recorrido his-tórico por la disciplina y sus diferentes maneras de entender la cultura, para poder acercarnos, a plantear una aceptación de cultura que nos permita entender el turismo como agente de cambio cultural.

Otro de los ejes teóricos centrales de esta investigación, lo constituye analizar cómo entende-mos el turismo. En este punto proponemos acercarnos al turismo como un sistema conformado por multitud de variables, los turistas, las motivaciones, el viaje, el destino, las características del destino, la estructura empresarial de los destinos, los touroperadores, y por supuesto los impac-tos. Es preciso acercarnos al turismo, con un enfoque holístico y multidisciplinar. No podemos establecer análisis parciales de algunos fenómenos que se desencadenan en el seno del sistema turístico.

En concreto, en relación con los impactos ocasionados por el desarrollo de la actividad turísti-ca es obvio que no pueden analizarse de una forma aislada. Es preciso, tal y como ha planteado Pearce, D. (1992[1989]), analizar los impactos ocasionados por el desarrollo de la actividad turísti-ca sin divorciarlos de los procesos que los han creado, es decir, que no nos basta con establecer des-cripciones de lo ocurrido sino que es preciso buscar las causas y las variables que han influido.

Aclarados algunos aspectos básicos sobre la naturaleza de los impactos del turismo nuestro interés se deriva hacia los ecosistemas insulares. Una de nuestras hipótesis de partida pretende demostrar que las islas, los ecosistemas insulares, constituyen destinos más frágiles con respecto a los impactos del turismo. Trataremos de mostrar que las islas presentan una serie de caracte-rísticas específicas, tales como el aislamiento, y la escasez de recursos, que las constituyen como entidades diferenciadas con respecto a su relación en el desarrollo de la actividad turística. En las islas tal desarrollo adquiere unas dimensiones diferentes que las que se generan en los destinos turísticos continentales, presentando un alto grado de dependencia, en el sentido de que para la mayoría de las regiones insulares el turismo representa si no el único, si al menos el principal recurso económico.

Metodológicamente, para el desarrollo de estos objetivos, el punto de partida ha sido la selec-ción, lectura y análisis de una amplia bibliografía, recurso y fuente básica del presente trabajo. De ella podemos resaltar tres bloques temáticos que destacan sobre el resto de los textos disciplinares y de otras ciencias sociales que han sido consultadas: el concepto de cultura, la actividad turística y los ecosistemas insulares.

Así pues, el primer bloque temático lo constituyen los textos que hemos considerados básicos para rastrear la evolución histórica que ha sufrido el concepto de cultura en el seno de la antropo-logía. Creemos que hemos recorrido, en líneas generales, los principales paradigmas teóricos de la disciplina, estableciendo diferencias y puntos en común. Finalmente hemos considerado que para nuestros objetivos necesitamos una síntesis entre los planteamientos de la perspectiva sistémica-procesual y algunas contribuciones planteados por los autores postmodernos. Las razones que nos han llevado a considerar cómo necesaria una síntesis entre las dos perspectivas las expondremos en el transcurso de esta investigación.

Un segundo bloque temático lo constituyen las obras básicas sobre la naturaleza y dimensión

de la actividad turística. En este punto hemos considerado que es necesaria una estructura con-ceptual del turismo como un sistema conformado por multitud de elementos que se relacionan

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entre sí según diversos patrones económicos, políticos, culturales. Sólo partiendo de esta estructura consideramos que es posible establecer análisis globales de los principales procesos turísticos. Pero al mismo tiempo que este acercamiento sistémico nos posibilita comprender la estructura funcio-nal básica de la actividad turística, también consideramos que es preciso tener siempre presente que el turismo es un agente más de los procesos de globalización, una forma de consumo, y una búsqueda de la autenticidad.

El tercer bloque temático, que está directamente relacionado con los ecosistemas insulares ha de ser subdividido. Por una parte los textos sobre los ecosistemas insulares en general, es decir, los artículos y ensayos que nos han ayudado a establecer las características generales, los problemas específicos de las regiones insulares. Y por otra la bibliografía, que hemos seleccionado para el análisis de la relación entre islas y turismo. En este punto nos hemos centrado en el análisis de numerosos estudios de caso que plantean la situación del turismo en diferentes ecosistemas insu-lares, (Bali, Seychelles, Cuba, Baleares, Montserrat, Dominica, Bahamas, Bermudas), así como algunos estudios generales que versan sobre en el análisis del turismo en las islas. Con respecto a éstos últimos, señalar que no son muy numerosas las obras que analizan la problemática de las islas en su relación con el turismo. Lo más frecuente es encontrarnos con estudios de caso que, básicamente, se limitan a describir la situación concreta de los destinos elegidos. Pero que no tie-nen en cuenta ni la situación diferencial de las islas con respecto al turismo, ni realizan análisis causales de la situación concreta de los destinos, limitándose únicamente a describir los impactos causados, es decir, plantean un antes y un después del desarrollo de la actividad turística.

Por último señalar que teniendo en cuenta estos tres bloques temáticos nuestra investigación se ha articulado en torno a tres capítulos diferenciados. En el primer capítulo desarrollamos toda la problemática referente al concepto de cultura. Inicialmente establecemos un recorrido histórico por las distintas corrientes teóricas, señalando lo que consideramos sus principales apor-taciones en torno a la manera de entender y de abordar el estudio de la cultura, intentando en todo momento establecer tantos las diferencias como los puntos en común. Posteriormente nos preocupamos por establecer una concepción de cultura que nos sea útil para abordar el estudio de los impactos socioculturales, sugiriendo como hemos visto, que la más adecuada consiste en una síntesis entre los planteamientos sistémicos-procesuales y algunas de las contribuciones post-modernas más interesantes.

En el segundo capítulo, una vez aclarado nuestra postura ante el concepto de cultura, nos

interesa, definir los impactos socioculturales. No obstante, antes de pasar a desarrollar este as-pecto, igualmente nos encontramos con una necesidad previa: plantear algunas consideraciones básicas sobre el turismo, ¿quiénes son los turistas?, ¿cuáles son las motivaciones que los llevan a realizar un viaje?, ¿qué características reúnen los destinos turísticos?, ¿qué imagen se transmite?, para posteriormente centrarnos específicamente en el análisis y descripción de los principales im-pactos ocasionados por el desarrollo de la actividad turística. Pese a que nuestro interés se deriva hacia los impactos socioculturales, antes de pasar a su análisis detallado, establecemos un reco-rrido por los principales impactos físicos, y económicos que se desencadenan con el desarrollo de la actividad turística. Con respecto al análisis de los impactos socioculturales nuestro objetivo no va consistir en la enumeración de diferentes ejemplos, sino que nos preocupa analizar de forma general, ¿qué ocurre cuando las culturas se convierten en productos turísticos?

Finalmente en el tercero y último de los capítulos, abordamos en un primer término las ca-racterísticas básicas de los ecosistemas insulares, para posteriormente centrarnos en analizar al-gunas de las peculiaridades de la relación islas-turismo. Las regiones insulares se han convertido por medio de la industria publicitaria en auténticos paraísos terrenales. Reconocer las claves fun-damentales implicadas en este proceso, es uno de nuestros objetivos, al mismo tiempo, que nos interesa señalar que esa imagen idílica de las islas, contrasta con la realidad de muchas de las regiones insulares.

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Capítulo I

Definiendo la cultura

El término cultura ha logrado insertarse en la casi totalidad de los discursos cotidianos. Se puede oír hablar de la cultura de una comunidad, de la cultura de una persona o de la cultura del fútbol. Nos encontramos, por tanto, ante un término con una importante am-plitud semántica. Los antropólogos se han dedicado, y se dedican, al estudio de la cultura; más concretamente, al estudio de las diferentes culturas contextualizadas en espacios y sociedades. Ahora bien, la manera de entender tanto la cultura, como los procedimientos

utilizados para su estudio han variado significativamente a lo largo de la historia de la disciplina. La no existencia de una definición unánime de la cultura constituye un rasgo característico de la histo-ria de la antropología, como plasmaron durante la década de los cuarenta Kroeber y Kluchohn, que lograron inventariar más de cien definiciones distintas del término (Luque, 1990:93).

El proceso histórico que ha devenido el concepto de cultura se ha mostrado en cambios que van desde las primeras definiciones, de carácter totalitario -cultura era todo, como se manifiesta en la archiconocida definición de Tylor- a definiciones en las que el concepto se ha visto limitado a algún aspecto concreto. En palabras de Geertz, “los ensayos, a veces explícitamente pero con más frecuencia en virtud del análisis particular que desarrollan, preconizan un concepto de cultura más estrecho, especializado y, según imagino teóricamente más vigoroso que el de E.B. Tylor, al que pretende reemplazar, pues “el todo sumamente complejo” de Tylor, cuya fecundidad nadie niega, me parece haber llegado al punto en el que oscurece más las cosas de las que la revela” (1973, 1995:19-20). En síntesis, es como si el concepto de cultura hubiese perdido amplitud pero ganado en profundidad (Luque, 1990:93). Analizar los resultados de este proceso hasta cierto punto evolutivo es el objetivo de este apartado.

Aunque no existe unanimidad a la hora de definir la cultura, si se pueden establecer una serie

de características generales compartidas por el “conjunto de los científicos sociales”. En principio la cultura nos sirve a los humanos para superar las limitaciones de nuestra propia naturaleza, así como, para relacionarnos de una manera satisfactoria con el medio ambiente que nos rodea. La cultura, de esta forma, constituye un saber acumulativo que se trasmite de generación en genera-ción, mediante procesos de aprendizaje cultural.

Lo distintivo, en el proceso de aprendizaje cultural de los humanos, es que nuestro pensamiento es simbólico. Tenemos la capacidad de “utilizar algo en representación de otra cosa”. Los símbolos pueden ser lingüísticos o no. La asociación entre un símbolo y su referente se establece de manera arbitraria. La cultura, por tanto, es también simbólica, de tal forma que, por ejemplo, dentro de una determinada población, llevar un lazo amarillo a la cintura puede representar una promesa y en otra distinta, e incluso para un subgrupo de la misma, vestir a la moda. Se reconoce entonces, la capacidad de la cultura para unificar de alguna manera a grupos de individuos que compar-ten pautas similares de comportamiento, asociaciones simbólicas, artefactos, etc. (elementos que conforman la cultura). Pero al mismo tiempo que compartir “una misma cultura”, nos unifica, también nos diferencia de los que no lo hacen, de los otros que “comparten otras culturas”.

No obstante, las sociedades no son homogéneas. Pese a que hayamos afirmado que existe una cultura que unifica a sus miembros, en realidad, todos somos conscientes de que dentro de una

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misma población se dan distintos grados y formas culturales. Es decir, que se dan aspectos gene-rales compartidos por todos los miembros de aquella pero, a su vez, se presentan articulaciones concretas de esas generalidades, manifestadas por sectores de la comunidad que se diferencia de otros. Dentro de una cultura hay, y no por obvio, menos importante, distintas subculturas.

La antropología se interesa tanto por los aspectos generales, las características comunes com-partidas por todos, como por los aspectos específicos, más concretos de las distintas subculturas.

Por último, otra característica de las culturas es que no son estáticas. Dentro de una cultura se

producen cambios, unas veces de forma paulatina y otras veces de forma mucho más rápida. Esos cambios pueden originarse en el seno de la cultura misma por la simple capacidad de innovación de los humanos ante la necesidad de adaptarse a situaciones cambiantes. En otros momentos los mecanismos de cambio cultural son externos a la propia comunidad. La comunidad, sea esta una tribu del Amazonas, un pueblo en las montañas de Thailandia, o un barrio periférico de Madrid, no es ni cerrada, ni aislada. Todo lo contrario, en la actualidad, más que en ninguna otra época pasada, las poblaciones, mantienen lazos, relaciones tan variadas que van desde la alimenta-ción hasta el trabajo, pasando por ofertas de ocio. Este proceso, la tan nombrada globalización, muestra como por medio de los adelantos tecnológicos, el transporte, y las comunicaciones, así como por las características del sistema de producción a gran escala del sistema capitalista, las comunidades y poblaciones se insertan en redes más amplias –globales- tanto económica como políticamente. Existe un continuo flujo de información, servicios y productos entre las mismas, principalmente de los países desarrollados a los menos desarrollados, a través de los cuales se im-pone un modo de vida, el occidental. Exportando los valores más representativos y simbólicos de esa forma de vida. Dada esta dinámica mundial, la aculturación1 , presenta unas dimensiones específicas, que precisan ser analizadas.

1.1. El turismo como agente de cambio cultural

Anteriormente hemos planteado que las culturas cambian por distintos motivos y de distintas for-mas. El turismo ocasiona que millones de personas se trasladen de su lugar de residencia común y se instalen en el seno de determinadas comunidades que han pasado a ser destinos turísticos. La presencia constante de visitantes, la construcción de las infraestructuras necesarias, así como la realización de espectáculos, y todo un conjunto de transformaciones asociadas al desarrollo turís-tico, desencadenan el desarrollo del potencial del turismo como agente de cambio sociocultural.

El turismo ocasiona en la actualidad un movimiento de individuos de tales dimensiones, que no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Desde la década de los sesenta las estadís-ticas han mostrado un crecimiento ininterrumpido del número de turistas. En 1990 se estimó que más de 415 millones de personas cruzaron las fronteras; y los estudios más conservadores indicaban que en el año 2000 las cifras estarían entre un mínimo de 600 millones y un máximo de 750 millones de turistas (Lanfant, 1995:27),cifras que sin duda se han corroborado, y para el año 2010 se estima que la cifra alcance el billón de desplazamientos, ( Smith y Brent, 2001:8) Los desarrollos tecnológicos, y las medidas de garantía social implantadas en los estados de bienestar, han posibilitado que se produzca el desarrollo turístico actual.

El turismo es, por tanto, un fenómeno de masas, consecuencia y agente de los procesos de globalización. Estos turistas (nosotros en ocasiones incluidos), motivados por distintos factores, abandonan su lugar habitual de residencia, para instalarse en cualquier otro lugar, por remoto que este pueda parecernos. En 1968 la Organización Mundial de Turismo, definía el turismo como la estancia de visitantes temporales por más de veinticuatro horas en un país visitado, con la fi-nalidad de ocio, (diversión, vacaciones, salud, estudio, religión, y deportes) o negocios, (asuntos familiares o reuniones) (Cohen, 1984:374).

1 Entendida como el intercambio de características culturales, entre grupos que mantienen un contacto continuado, en el que se traspasan características de un grupo a otro, pero que en última instancia éstos se mantienen separados (Kottat, P 1996[1994]:76)

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Indudablemente, se trata de una definición excesivamente general y técnica que no tiene en cuenta la compleja realidad del turismo. El turismo puede considerarse como una industria que reúne las siguientes características: cuenta con grandes inversiones de capital de mano de las multinacionales, está patrocinado –en la mayoría de los casos- por los gobiernos, además de regulado y gestionado por agencias internacionales, su producto –el ocio- no es almacenable, y por último, presenta una integración vertical –los dueños de las grandes cadenas hoteleras son, a su vez, dueños o accionistas de las líneas aéreas, de los grandes casinos, discotecas, ocupando los puestos de mayor relevancia, mientras que el resto de la población, los locales, al no poder disponer en principio del capital necesario para el desarrollo de todo este tipo de infraestructura, ni tampoco de la “información” necesaria para la gestión de tal empresa, pasan a ocupar los puestos más bajos de la pirámide. La población local en la mayoría de los destinos, se convierte en asalariados de la actividad turística, caracterizándose tales empleos por la exigencia de poca cualificación, y por estar mal remunerados. Éstas son algunas de las características que reúne la industria turística. Intentar describir y analizar cada una de sus peculiaridades se convertiría en una ardua tarea que nos llevaría a temáticas tan dispares como macroeconomía, marketing. En un esfuerzo de síntesis – tal vez excesiva- se puede establecer que dentro de la industria turística se engloba “el agregado de todos los negocios que directamente proveen bienes o servicios para facilitar actividades de negocios, placer y ocio fuera del hogar habitual” (Santana, 1997:49).

La actividad turística además de poder considerarse como una de las más rentables econó-micamente, tal y como reflejan los datos recopilados en la siguiente cita: “la industria turística generó 112 millones de empleos, o el 6’5 % de la fuerza laboral mundial en el año 1991, así como acaparaba el 12,3% del gasto mundial en consumo en 1991, lo que significa unos 2,9 trillones de US $. ( Wilkinson, 1997:1) presenta otro conjunto de dimensiones. Es decir, la actividad turística se va a caracterizar por englobar diferentes fenómenos. Desde los aspectos más relacionados con la empresa, el marketing, hasta los turistas, los destinos, pasando por compañías aéreas, patrones de consumo, políticas estatales, y un largo etcétera. Este carácter holístico del fenómeno turístico dificulta, como veremos más adelante, la tarea de establecer un cuerpo teórico sistemático, sobre la naturaleza y las consecuencias del turismo.

Indudablemente en la industria del ocio, al igual que en cualquier otra industria como puede

ser la de los automóviles, es preciso, además de las infraestructuras básicas que conforman en el sentido más estricto el producto, el diseño de una correcta estrategia de venta, en la que se incluyen aspectos más sutiles relacionados con los deseos, con la psicología de los compradores potenciales.

En el caso de la industria de los automóviles, siguiendo con el ejemplo, los grandes consultores empresariales tienen en cuenta las motivaciones que “presentan” los sujetos a la hora de comprar un coche, valores como la seguridad, la potencia, o el glamour, han sido el centro de distintas campañas publicitarias. Del mismo modo, en la industria turística es necesario tener presente cuáles son las motivaciones que conducen a los turistas a viajar y cual es la carga simbólica atribuida al viaje. Desde nuestro punto de vista, este tipo de claves psicológicas van a ser impres-cindibles para poder entender algunas de las complejidades de la actividad turística actual, que a simple vista nos pueden parecer incomprensibles y paradójicas.

Los turistas, después de asumir esos aspectos simbólicos, de lo que significa el viaje, de cons-truirse unas expectativas a satisfacer en los destinos elegidos, acaban instalándose en ellos, en las comunidades anfitriona. Es en las comunidades anfitrionas donde los turistas intentarán satisfa-cer sus expectativas. Éstas son tan variadas como los distintos tipos de turistas. Unos soñarán con el tal y como ha sido descrito en el último documental de la tele, otros se imaginarán la playa perfecta para el más bello idilio amoroso, otros buscarán la naturaleza en su estado prístino, y así un largo etcétera. Los turistas realizarán las actividades pertinentes para satisfacer su deseo, unos se conformarán con estar tumbados en la playa, bebiendo exóticos cócteles servidos por exóticos camareros o camareras, mientras que otros querrán ver y tocar el proceso de producción de la seda, tal y como se lo mostraron en el folleto turístico, en la publicidad televisiva, o tal y como lo fotografió su vecina. La comunidad anfitriona, tiene por tanto que prepararse, adaptarse para satisfacer a los turistas. De esta forma, en la misma se desencadenan una serie de cambios. Son

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necesarias la creación de infraestructuras, -aeropuertos, hoteles, casinos, carreteras... hay que re-estructurar espacios- los turistas tienen que ser atendidos, y los locales deben asumir su presencia, constante en muchos destinos, relacionarse con ellos, y un largo etcétera.

Resulta evidente, por tanto que el turismo genera cambios en las comunidades en las que se

instala. A partir de las relaciones entre los turistas y los anfitriones, regidas por aspectos comercia-les y minadas por estereotipos se inicia el “teatro turístico”, en el que tanto turistas y anfitriones tienen un papel concreto que representar. En esta escena se producen intercambios culturales des-iguales, ya que en última instancia son los locales los que acaban asumiendo patrones, valores y modas de los turistas. Parecerse, imitar a los turistas, en algunas de sus acciones es símbolo de modernidad y poder, ellos, los turistas, son los que tienen el poder económico, mientras ellos están de vacaciones, los locales trabajan para satisfacer sus necesidades.

Los cambios, los impactos generados por el turismo en la población anfitriona, se han dividido metodológicamente en tres grandes grupos, el impacto económico - costos y beneficios que resul-tan del desarrollo y usos de los bienes turísticos-, el impacto físico, alteraciones espaciales y del medio ambiente- y por último, los que más nos interesan en nuestra argumentación los impactos socioculturales -cambios en la estructura colectiva y forma de vida de los residentes en las áreas de destino, incluyendo las condiciones de este impacto sobre el nivel intrapersonal- (Santana, A. 1997:69).

Planteadas algunas de las consideraciones más importantes de la actividad turística, y más en concreto siendo patente nuestra preocupación por entender las peculiaridades del turismo como un agente de cambio sociocultural, nuestros objetivos articulados en varios frentes, se materiali-zan y concretan en torno a una problemática definida.

Inicialmente, necesitamos rastrear los textos históricos sobre el concepto de cultura con el fin de aclarar qué es para nosotros la cultura. Precisamos de una definición de cultura que nos sea útil a la hora de analizar el turismo como agente de cambio cultural y que, a su vez, nos permita describir las peculiaridades de esos cambios culturales forjados por el desarrollo turístico, frente a otros agentes de cambio cultural, como pueden ser la televisión, la instalación de una fábrica en un entorno concreto, o cambios adaptativos a nuevas condiciones ambientales o sociales.

1.2. Desarrollo histórico del concepto de cultura

El movimiento ilustrado del siglo XVIII, y su curiosidad por “los otros” sirvió de precedente para los inicios de la antropología. Una vez descubiertos, conquistados y colonizados “los otros pue-blos”, los ilustrados y las clases más acomodadas de la nueva incipiente sociedad europea, co-menzaron a tener noticias sobre ellos y sus costumbres. Pero no será hasta el siglo XIX cuando esa curiosidad comienza a sistematizarse. La antropología logra definir un objeto de estudio diferente al de las otras disciplinas, y unas herramientas de análisis también diferenciadas. Los relatos de los viajeros, cronistas o misioneros que intentaban recoger las exóticas costumbres de los países lejanos, pasan a ser tratados desde una nueva perspectiva que pretende, teóricamente unificar problemática y modo de análisis. Estos primeros esfuerzos de la antropología como disci-plina se traducen en la recolección de una información, en principio se supone que más fiable, de las otras culturas. Se comenzaba a construir una base más sólida que, desde un interés más allá de lo meramente exótico permitiera el acercamiento a otras culturas.

Stocking, historiador de la antropología con un marcado carácter kuhniano, establece una división cronológica de la evolución de la antropología, en base a los distintos paradigmas que se van sucediendo. Establece cinco grandes etapas, la etnológica (1800-1860), la evolucionista (1860-1895), la histórica (1895-1925), la clásica (1925-1960) y la postclásica, sin pretender que los antropólogos de cada uno de los periodos compartan minuciosamente enfoques y perspectivas (Santana, sp. 18). Esta división de la antropología a grandes rasgos nos proporciona una imagen orientativa, un contexto general, a la hora de analizar el desarrollo histórico de la disciplina de forma más detallada.

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Las primeras expediciones con intereses prefijados en la recolección de datos sobre las otras culturas, se llevan a cabo a partir de 1800 auspiciadas por al creación de las primeras sociedades etnológicas, que facilitaron la tarea de recopilación. Se trata de unos inicios bastantes descriptivos en los que resultaba difícil la tarea de generalización.

Será a partir de 1860 cuando, influenciados por el paradigma evolucionista, surgen las pri-

meras obras claves en la disciplina 2. El paradigma evolucionista estaba claramente influenciado por las obras de Darwin y sus teorías acerca de la evolución de las especies, así como por la idea de progreso ilustrada. Los evolucionistas consideraban que la historia de la civilización se dividía en tres grandes periodos: salvajismo, barbarie y civilización o cultura. Todos los pueblos debían pasar por los mismos estados evolutivos, y las diferencias culturales en conocimiento, costumbres o creencias, eran reflejo de esos distintos grados de evolución. Dentro del evolucionismo, la defi-nición de cultura más difundida ha sido la de Tylor, que manifiesta “la cultura o civilización en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos adquiridos por el hom-bre en cuanto miembro de la sociedad” ( Tylor (1975) [1871]:29). La cultura, así definida, debía estudiarse a través del método comparativo, que permitía establecer generalidades basadas en los distintos grados de evolución de las diferentes sociedades. Los evolucionistas compartían la creencia de que las culturas del presente tenían un cierto grado de semejanza con las culturas ya desaparecidas. Es decir, consideraban que estudiando a los “pueblos primitivos” podían hacerse una idea de cómo habían sido los “pueblos civilizados”, a los que ellos pertenecían. A su vez se consideraba, consecuentemente, que la única posibilidad de evolución viable para los pueblos primitivos, era convertirse en pueblos civilizados tal y como lo eran sus observadores.

Dados estos objetivos, para los evolucionistas tenía especial importancia el rastreo de las super-

vivencias culturales, entendiendo por éstas “procesos, costumbres, opiniones... que la fuerza de las costumbre ha transportado a una situación de la sociedad distinta de aquella en que tuvieron su lugar de origen y de este modo se han mantenido como pruebas y ejemplo de la antigua situación cultural a partir de la cual ha evolucionado la nueva” (Tylor, (1975) [1871]:39). Estas superviven-cias eran la prueba empírica que confirmaban sus esquemas evolucionistas.

Los planteamientos evolucionistas sufrieron numerosas críticas. En principio se les objetó que sus reconstrucciones históricas eran más intenciones de buena fe, que evidencias reales. Sus con-clusiones no podían ser verificadas en la práctica. Otro de sus errores se derivaba de su afán por establecer comparaciones, de tal forma que la mayor parte de las veces comparaban sociedades que se encontraban espacial y temporalmente separadas, es decir, no contaban en sus compa-raciones con una unidad de referencia. Por último, Malinoswky, realiza una crítica al concepto de supervivencia, afirmando “que una organización cultural no puede sobrevivir a su función”, (Malinowsky, (1975) [1931]:90), además de criticárseles su punto de vista etnocéntrico. Estas crí-ticas, en especial su afán por comparar, por establecer generalizaciones, aunque carecieran de fundamentos originaron la aparición de un nuevo paradigma de investigación, el particularismo histórico.

Pese a las críticas, en el evolucionismo hay que destacar algunas contribuciones destacadas. Bajo su influencia los estudios de parentesco se realizaban con cierta solidez teórica como se re-fleja en la contribución de Morgan con sus trabajos entre los iroqueses. En sus acercamientos a las comunidades, no sólo se centraron en estudiar las estructuras básicas del parentesco, sino que también impulsaron los estudios sobre la jerarquización social. Por último, su preocupación por la historia y por la necesidad de establecer generalizaciones teóricas han llegado hasta nuestros días. Esta última característica, la necesidad y por tanto posibilidad de establecer regularidades teóricas sobre la cultura, implica una concepción de la antropología como disciplina científica.

2 Las principales obras del evolucionismo: El derecho materno (1861) de Bachofen; La ley antigua, (1861) de Maine; El matrimo-nio primitivo (1865) de McLenan; Sistemas de consaguinidad y afinidad en la familia humana (1869) de Morgan; Cultura Primitiva (1871) de Tylor, Principios de Sociología (1876) de Spencer; Sociedad Antigua (1877) de Morgan. (Santana , A. sp: 20)

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El método comparativo, la necesidad de establecer comparaciones entre las culturas, ha sido retomado y refinado por planteamientos tan divergentes como el de Lévi-Strauss -y sus compara-ciones estructuralistas- hasta Marvin Harris -con su defensa a ultranza del materialismo cultural-.

Aceptar la posibilidad de establecer comparaciones entre las diferentes culturas, supone afir-mar que existen regularidades, a modo de leyes sociales, que pueden ser elaboradas. El universa-lismo de los defensores del método comparativo, frente al relativismo cultural de los particularistas históricos o las antropologías de la postmodernidad entre otros, es un hilo conductor interesante para rastrear el desarrollo de la teoría antropológica, incidiendo en los puntos de conexión entre unas y otras líneas de investigación.

En el mismo contexto histórico del evolucionismo, finales del XIX, primeras décadas del XX, surge el movimiento difusionista. Las contribuciones más importantes, se desarrollaron en el seno de la escuela difusionista alemana, con autores como Ratzel, Schmitd, Gräebner, entre otros. Los difusionistas, también estaban preocupados por establecer el proceso histórico de las distintas sociedades. Éstos teóricos consideraban que algunas pautas culturales se generaban de forma independiente en el seno de una comunidad, pero que otras se transmitían de unas comunidades a otras, se difundían. Según estos, existía un centro cultural, -“kultur-Kreise”- a partir del cual se difundían las pautas culturales hacia las restantes zonas. Gräebner y Schmidt, creyeron ser capa-ces de reconstruir un número límitados de círculos culturales originales.

Toda la historia del mundo podía, desde ahí, entenderse como la difusión de esos “Kreise” a partir de las regiones en que se suponía que habían evolucionado (Harris,1987[1968]:333). El mé-todo histórico-cultural pretendía establecer las regularidades culturales, basándose en los núcleos culturales compartidos. Esta noción implicaba que existían comunidades, más avanzadas, en las que se originaban las pautas culturales que luego se difundían hasta las comunidades más aleja-das, las más atrasadas respecto de ese núcleo cultural. Pretendían, igual que los evolucionistas, tratar de descubrir los orígenes y las causas de los cambios de las sociedades entonces contempo-ráneas, para lo cual usaban tanto el método histórico-cultural como el método comparativo.

El particularismo histórico, como ya hemos planteado, fue el principal crítico de los plantea-

mientos evolucionistas y difusionistas. Se origina a principios del siglo XX en Estados Unidos. Entre sus influencias hay que destacar las tesis empiristas de filósofos como Francis Bacon, y en el caso de Franz Boas -de formación física- la admiración por los planteamientos kantianos, parece ser un hecho decisivo.

El movimiento particularista, aparte de por sus contribuciones teóricas, destaca por los impor-tantes seguidores que se formaron entre sus filas, y que aportaron matices propios al paradigma, destacando antropólogos como Kroeber, Lowie, y los integrados en la escuela de Cultura y Perso-nalidad.

Para los particularistas históricos, la cultura seguía siendo un concepto amplio en el que se in-cluían los mismo fenómenos planteados en la definición de Tylor. Lo diferente en el contexto par-ticularista, era la forma, los métodos y los objetivos presentes a la hora de estudiar la cultura.

El método, conocido como método historicista se caracterizaba por postular la necesidad de estudiar las culturas en su contexto concreto. Las culturas eran diferentes debido a los diferentes entornos en los que se originaban y al desigual proceso histórico al que se habían visto someti-das. Lo fundamental para los particularistas era, por tanto, desarrollar estudios en profundidad sobre las distintas culturas, recurriendo para ello al trabajo de campo y la producción de mono-grafías. En éstas, se reconocía la importancia de aprender las lenguas nativas como vehículo capaz de trasmitir con mayor nitidez las peculiaridades de cada cultura, así como la necesidad de incluir amplias descripciones de la vida diaria de las comunidades. Las técnicas empleadas para tales fines, insertas en el trabajo de campo, eran la observación participante y el uso de infor-mantes. Sin embargo, el reconocimiento de tales técnicas y de sus objetivos es un proceso que los particularistas no culminaron. Esta culminación, se produciría en la obra de Malinowski, con el funcionalismo británico como línea de investigación.

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La defensa del método histórico de los particularistas ha contribuido a expandir una imagen de sus investigadores, en especial de Boas, como un defensor radical de la imposibilidad de ge-neralizar. Autores como Marvin Harris (1987[1968]:218-224), consideran que es necesario tener presente que las críticas de Boas iban destinadas a un evolucionismo excesivamente simplista, como el de Britton, más que los planteamientos evolucionistas de las obras de Spencer o Tylor. En la misma línea, el mismo autor manifiesta que Boas consideraba que estudios históricos y ge-neralización se debían complementar en el futuro de la disciplina, pero que en ese momento la recolección de datos era cuestión de urgencia.

El método histórico y el comparativo, es decir, recopilación de datos y generalización, no eran

tareas excluyentes, sino más bien complementarias. Esta combinación quedó no obstante poster-gada y los particularistas se dedicaron casi en exclusividad a la recopilación de datos, negando la posibilidad de generalización. Su principal supuesto teórico afirmaba que los datos brutos debían ser previos a la teoría.

Dentro del movimiento particularista creemos necesario destacar algunas de las aportaciones de Kroeber, en tanto, que constituye un punto de conexión, de referencia, en obras tan diversas como las de Leslie White, Ruth Benedict y Margaret Mead o Julian Steward. En torno a su obra giran numerosas polémicas. Hay quiénes consideran que con su texto “The superoganic” (1917), se aleja del empirismo boasiano en favor de la generalización y la abstracción, al considerar a la cultura como una entidad supeorgánica, por encima de lo orgánico -lo biológico-. Esta afirmación es el punto de partida de algunas polémicas posteriores.

Kroeber fue sin duda, uno de los primeros en deslindar claramente lo “cultural” de lo “bioló-gico”. Historiadores de la antropología han señalado que en el énfasis puesto en tal delimitación se reflejaba la necesidad de la antropología por delimitar claramente su objeto de estudio frente a otras disciplinas (Luque 1990 [1985]:95). Además de estas delimitaciones disciplinares, Kroeber es tomado como el punto de referencia en el debate centrado en legitimar si es la cultura el elemento activo o si por el contrario es el entorno. Kroeber, manifiesta el papel activo de la cultura, en tanto que compartimento estanco e independiente del resto de fenómenos que ocurrían a su alrededor. El planteamiento de Kroeber se radicaliza en la postura de Leslie White, al afirmar que¬ las “expli-caciones de los fenómenos culturales, se encuentran en el seno de la cultura misma”. Esta idea va a ser normal hasta los años cincuenta en antropología (Martínez, 1978:14), fecha en la surgen los planteamientos de la antropología ecológica, estableciendo una relación de causalidad recíproca entre cultura y entorno.

La otra gran reacción crítica a los planteamientos evolucionistas y difusionistas, apareció

en el contexto de la antropología social británica con el funcionalismo. Sus dos máximos pre-cursores, A.R. Radcliffe-Brown, en los planteamientos teóricos, y B. Malinoswki en la práctica del trabajo de campo, pueden ser considerados como los diseñadores iniciales de la línea de investi-gación, a la que se van sumando otros antropólogos, como Evans- Pritchard, Meyer Foster, etc.

Los funcionalistas retoman ideas de la obra de Durhkeim -el concepto de hecho social 3 - y dan cuerpo a conceptos teóricos como función, estructura o trabajo de campo. Creemos necesario dis-tinguir, por un lado las contribuciones teóricas más importantes del funcionalismo-estructural de Radcliffe-Brown y, por otro, las aportaciones de la obra práctica de Malinowski.

Pese a las diferencias entre ambos, existen una serie de puntos comunes no sólo entre ambos teóricos, sino también extrapolables al conjunto de los partícipes del movimiento funcionalista. Tales características son la negación del carácter especulativo de las reconstrucciones históricas, la necesidad de estudiar las instituciones sociales existentes, el hecho de concebir las culturas como un todo integrado, y el desarrollar un concepto de función en términos del efecto social de una

3 Con la formulación del concepto de hecho social, Durkheim establece de forma clara la separación entre la filosofía y la sociolo-gía. Las dos características mas importantes de los hechos sociales es que son externos a los individuos, por tanto objetivos, y que se dan de forma general en las sociedades, es decir, existen con independencia de las manifestaciones individuales.

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costumbre e institución (Harris 1987[1968]:473). Además del carácter científico que adjudicaron a la antropología. De tal forma que, para Malinowski, en la práctica era necesario y posible la observación objetiva de la realidad, y la observación participante, en la vida diaria de la comu-nidad, esto es, la recolección de datos era un proceso objetivo y con ello, científico. Para Radcliffe-Brown, en cambio, “la investigación ha de estar nomotéticamente encaminada a la definición de leyes generales que gobiernan la interrelación de las partes funcionalmente integrantes en la estructura social, y a partir de ahí explicar comparativamente -la antropología social era consi-derada como sociología comparada- las diferencias, más que las semejanzas, socioculturales de carácter sincrónico”. (Santana, sp: 27). Generalización teórica basada en el método comparativo y estudios intensivos de sociedades concretas, se complementan.

En el contexto de la obra de Radcliffe-Brown y sus discípulos, el concepto de estructura social re-

mitía a tres aspectos fundamentales: los problemas relacionados con el territorio, con las relacio-nes de parentesco -con conciencia de las limitaciones del método genealógico-, y con los sistemas políticos. Las interrelaciones entre estas tres áreas constituían el núcleo de la estructura social y las instituciones eran las que posibilitaban el funcionamiento, el mantenimiento de esas interrelacio-nes. Posibilitaban, en última instancia, la continuidad de unos sistemas sociales, armónicos, en los que los cambios y los conflictos no tenían razón de ser. A partir de las contribuciones teóricas de Radcliffe-Brown, y de trabajos empíricos como los de Evans-Pritchard y Meyer Fortes, Sistemas Políticos Africanos (1940), es necesario señalar que no se habla de cultura como un concepto cen-tral, sino que, en su lugar, se analizan las relaciones entre las distintas estructuras sociales, que posibilitan el correcto funcionamiento del entramado social.

Malinoswki, en cambio, si establece una definición de cultura, si bien esta es considera sim-plista para algunos teóricos, como refleja el comentario de Edmund Leach: “Para mi, Malinowski, hablando de los “trobriand”, es un genio estimulante; pero Malinowski, divagando sobre la cul-tura en general, es un vulgar pelmazo” (cf. Luque, 1990 [1985]:106).

Malinowski considera que la cultura “incluye los artefactos, bienes, procedimientos téc-nicos, ideas, hábitos heredados“ o “estos pertrechos materiales del hombre -sus artefactos, sus edificios, sus embarcaciones, sus instrumentos y armas, la parafernalia litúrgica de su magia y de su religión- constituyen todos y cada uno los aspectos más evidentes y tangibles de la cultura” (Malinowski, (1975) [1931]:85-86). En la obra de Malinowski las relaciones entre naturaleza y cultura constituyen un eje central, siendo la cultura una entidad sui generis. Con sus propias pa-labras, afirma que “el hombre de la naturaleza, el Natürmensch, no existe”. (Malinowski (1975) [1931]:86). No puede existir porque la naturaleza no puede satisfacer un conjunto de necesidades básicas en el hombre. De esta forma para Malinowski la cultura es una “herramienta instrumen-tal” que le sirve al hombre para satisfacer un conjunto de necesidades básicas –siete en concreto: metabolismo, reproducción, bienestar corporal, seguridad, movimiento y salud- a las que corres-ponden otras tantas “respuestas culturales” –aprovisionamiento, parentesco, protección, activida-des, entrenamiento e higiene- (Luque, 1990 [1985]:107).

Las críticas al movimiento funcionalista derivan del carácter extremadamente sincrónico de

sus estudios. Centrados en analizar el funcionamiento de las sociedades, éstas eran vistas como comunidades estáticas en las que los cambios, si se producían, no eran aspectos normales dentro de las comunidades. Los cambios eran patologías de la estructura social, no un proceso normal dentro de las comunidades. En 1954, Eggan predijo que con el tiempo los antropólogos se interesa-rían más por los estudios diacrónicos (Harris, 1987 [1968]:467). En la obra citada anteriormente, “Sistemas políticos africanos” de Evans-Pritchard y Meyers Foster, se aprecian las insuficiencias de los planteamientos funcionalistas en lo referente a sus estudios excesivamente sincrónicos. Las principales deficiencias del funcioanalismo, son revisadas por autores como Raymond Firth y Edmund Leach.

La obra de Leach “Sistemas políticos de la alta Birmania” (1954) constituye una de las más efectivas críticas al funcionalismo estructural. El autor, en su estudio, se enfrentó a la necesidad de estudiar procesos de cambio dentro de las comunidades de Birmania, llegando a reconocer que eran muy pocas las comunidades que el etnógrafo podía estudiar como sistemas estables. Firth, a

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través de obras tan importantes como “Elementos de la organización social” (1961), “Hombre y cultura. La obra de B. Malinowsky” (1954) y varios artículos, elabora el concepto de organización social. Con ese concepto, “el autor trata de lograr una mayor aproximación a la conducta real, en especial a las variaciones que resultan ignoradas en las formulaciones estáticas de la estructura social” (Harris, 1987[1968]: 468).

Estas críticas abren un proceso de modificaciones teóricas en el estructural funcionalismo que se traduce en cambios significativos en autores, como E. Leach, que realizan un giro hacia los planteamientos del estructuralismo francés, o Evans-Pritchard, que abandona las pretensiones científicas (Santana, sp: 30).

Mientras el funcionalismo se desarrollaba en el contexto europeo, en Estados Unidos, bajo la

influencia de la escuela boasiana, se dedicaron a establecer métodos para el análisis de los datos recopilados en sus trabajos de campo.

La preocupación boasiana por la vida mental se tradujo en los trabajos de Ruth Benedict y Margaret Mead, precursoras de la escuela de Cultura y Personalidad. Uno de los antecedentes directos fue la definición mentalista de los rasgos culturales elaborada por Ralph Linton. La ca-racterística distintiva de este movimiento era la presencia de términos y conceptos referentes a la condición mental y emocional de los individuos. Intentaban recopilar las diferencias culturales entre las distintas comunidades, atendiendo al carácter de los individuos concretos de cada una, a los que se les suponía que compartían un mismo sustrato psicológico.

La obra de Ruth Benedict, Patterns of Culture (1934), es pionera en este tipo de estudios. Las influencias, además de las obras de Freud -vaciadas de su carga evolucionista y universal–, se encuentran en la filosofía de Dilthey y el propio Nietzsche. Benedict consideraba que el con-cepto tradicional en la filosofía alemana, weltanschauungen, aludía a categorías psicológicas distintivas e incommensurables que no podían transformarse las unas en las otras (Harris, 1987 [1968]:344). Era necesario encontrar un principio integrador que unificará y ordenará las pautas culturales. Ese principio vendrá determinado desde la psicología.

Le interesaba, por tanto, reflejar “la integración y la coherencia funcional que se advierte en la vida cultural cuando se contempla desde una perspectiva configuracionista” (Harris, 1987 [1968]:334). Desde esta perspectiva psicológica y configuracionista, se podía dar una imagen integradora de los zuñi (Nuevo México), los dobu (Nueva Guinea) y los Kwakiutl (Vancouver), integradora en base a nociones psicológicas. Unos eran considerados apolíneos, otros dionisíacos, etc.

Con estos planteamientos la cultura se encuentra en la mente de los sujetos, es una entidad

mental que en última instancia posibilita el desarrollo de la vida cotidiana. De esta forma, la única forma de acceder a la cultura es a través del análisis del lenguaje, de lo que dicen sus in-formantes, y a través de sus acciones. A partir de estos datos se debe inferir, por inducción, lo que constituye la cultura. Lograr configurar la mente de los individuos era el único medio posible para el estudio de la cultura. El paso del estudio de un individuo, de la mente de un individuo, a con-siderar que ese estudio era representación del conjunto de la comunidad, se realizaba de “forma científica” con el método de la biografía proyectada. A su vez, considerar que la cultura, en última instancia, se puede explicar aludiendo a universales psicológicos -originados y compartidos por occidente- implica asumir un marco teórico previo a la investigación, universalista, y hasta cierto punto etnocéntrico, tesis que se alejan de los presupuestos teóricos básicos del particularismo.

Por otro lado, Margaret Mead, de la que destaca su carácter prolijo a la hora de escribir y el hecho de compartir las contribuciones teóricas de Benedict, centra su preocupación en los proble-mas metodológicos vinculados al modus operandi. En su primera obra, Coming of age in Samoa (1928), establece una serie de generalizaciones etnográficas sobre el carácter no traumático que para las jóvenes de Samoa representaba su paso por la pubertad y la adolescencia. Intentaba, de nuevo, reflejar lo que pasaba por la mente de una muchacha samoana durante su pubertad. Para verificar lo arriesgado de muchas de sus afirmaciones, Mead hace uso de la fotografía y

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las técnicas de filmación como herramientas para dejar constancia de la realidad cotidiana de las comunidades estudiadas. Esta utilización de los medios tecnológicos ha tenido implicaciones bastante importantes para el desarrollo de la disciplina. Sin embargo, la crítica hecha a Mead es que obvia el hecho de que los medios tecnológicos se utilizan con unos fines determinados, no son trasparentes -como se refleja en la actualidad-.

Otros de los problemas derivados de la idea de Benedict y Mead de que existían unas perso-nalidades básicas compartidas a grandes rasgos por los miembros de la comunidad, es que ésta presentó numerosos problemas cuando se intentó aplicar a sociedades que no eran “primitivas” –evidentemente en este tipo de sociedades también presentaban problemas-. Los problemas se reflejaron en los estudios que intentaban describir el carácter nacional de pueblos como Rusia, Estados Unidos o Inglaterra de mano de Geoffrey Gorer, pero también Benedict lo intento con Japón, y Mead, de nuevo, con Estados Unidos.

La escuela de Cultura y Personalidad pretendía explicar la relatividad cultural en base a unas

categorías psicológicas que en última instancia, buscaban la universalidad, la ley que explicara los comportamientos humanos. Este carácter paradójico se observa en la recopilación de Mur-dock, a partir del Cross-Cultural-Survey de 1937, que se tradujo en el Outline of Worl Culture de Murdock (1954). En la práctica, trataba de combinar las tesis boasianas con los análisis compa-rativos a gran escala evolucionistas, y el resultado fue una mala aplicación del método científico que presuponía, por este orden, recoger hechos, clasificarlos y dejar que de los mismos hechos sugirieran las leyes que los explican (Santana, sp. 35). En este estudio, las culturas eran teorizadas como entidades aisladas, como estructuras estáticas, sin posibilidad de cambio -como en los plan-teamientos funcionalistas británicos-.

En el marco francés, la influencia de Durkheim emancipó la sociología del reduccionismo bio-lógico. La verdadera trascendencia de la obra de Durkheim en la etnografía francesa- que hasta la fecha parecía no haber despertado- se produjo en la obra de uno de sus principales discípulos, Marcel Mauss, que se mantuvo siempre fiel a la doctrina positivista del maestro. Éste, con la co-laboración de Paul Rivet y Lévi Bruhl, fundaron el Instituto de Etnología de la Universidad de Paris (1926).

Marcel Mauss intentó explicar grandes dominios de los fenómenos socioculturales a través de la identificación de las representaciones colectivas arquetípicas (Harris, 1987 [1968]:417) 4 . Pero, sin duda, es en la obra de Lévi-Strauss donde ese proyecto de explicar fenómenos socioculturales, recurriendo a estructuras más simples y compartidas por todas las culturas, adquiere mayor soli-dez. Este trabajo analítico, que trata de reducir la complejidad concreta de los datos a estructuras más simples y elementales, sigue siendo todavía la tarea fundamental de la sociología y el obje-tivo de la obra de Lévi –Strauss.

Una de las obras más importantes de Lévi-Strauss, Estructuras elementales del parentesco

(1949), se ha considerado como una obra puente desde un periodo en el que las estructuras eran determinadas por reminiscencias del pensamiento de Durkheim, hasta el descubrimiento por par-te de Lévi- Strauss de los desarrollos de la lingüística, de la escuela de Praga, y las contribuciones de lingüistas como Troubetzkoy y Jacobson. Estos descubrimientos supusieron en la obra del autor francés una especie de revolución copernicana. Los lingüistas consiguieron reducir la amplia va-riedad de sonidos repartidos por todo el mundo a la combinación de varias estructuras fonéticas simples, tales como la combinación entre vocales. A partir de estos desarrollos en la lingüística, Lévi-Strauss considera que las complejidades culturales se pueden reducir a estructuras más sim-ples de carácter inconsciente.

4 En la obra de Durkheim se puede rastrear una visión de la sociedad, como un conjunto firme de sentimientos y creencias compar-tidos por todos los miembros de la comunidad. La definición de conciencia colectiva, como un conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, forma un sistema determinado que tiene vida propia, así como sus definiciones de representaciones colectivas y sus estudios sobre el suicidio, intentan transmitir la misma idea.

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La utilización del modelo lingüístico en la obra de Lévi-Strauss es limitado, es decir, toma algunos supuestos frente a otros. Siguiendo a Luque (1990[1985]:148), el estructuralismo lévi-straussiano toma tres elementos o reglas, esbozadas ya por Saussure: en primer lugar, la idea misma de sistema; en segundo lugar, la relación entre sincronía y diacronía; en tercer lugar, la concepción de que las leyes lingüísticas conciernen a un nivel inconsciente del espíritu. En la obra de Lévi- Strauss no se produce un reduccionismo lingüístico, el autor se limita a retomar el modelo de la lingüística para afirmar que en el caso de las diferencias culturales, éstas se pueden explicar basándose en unas estructuras profundas del pensamiento humano. Entender el pensamiento lévi-straussiano nos exige reconocer los hechos socioculturales como signos, y las realidades que subyacen, y donde se producen esos hechos, como estructuras. “La significación, en Lévi-Strauss, no es en modo alguno un concepto, sino un símbolo” (Luque, 1990 [1985]:152), y los símbolos son tales siempre que nos remitan a categorías dicotómicas enfrentadas, oposiciones simbólicas del tipo sagrado/profano, soltero/casado.

Utilizando también los planteamientos de los lingüistas originó en el contexto americano, a mediados de siglo un nuevo enfoque denominado “nueva etnografía” y conocido también con los nombres de etnolingüística, etnociencia o etnosemántica (Harris, 1987 [1968]:491). Entre sus filas destacan nombres como los de Conklin, Goodenough y Tyler.

Para comprender el objetivo central de la nueva etnografía, hay que tener presente la utili-

zación de los modelos lingüísticos y la relevancia de los aspectos “emic” frente a los “etic”. La distinción emic-etic en antropología deriva de la obra del misionero y lingüista Kenneth Pike. A partir de su formulación en 1954, van a ser centrales en el terreno antropólogico. En éste ámbi-to, usar el término “emic” nos remite, en palabras de Marvin Harris (1987 [1968]:493-497), “a sistemas lógico-empíricos cuyas distinciones fenoméicas o “cosas” están hechas de contrastes y

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discriminaciones que los actores mismos consideran significativas, con sentido, reales, verdade-ras o de algún modo apropiadas”, en cambio, siguiendo al mismo autor lo “etic” nos remite “a distinciones fenoménicas consideradas adecuadas por la comunidad de los observadores cientí-ficos. Las proposiciones “etic” no pueden ser falsadas por no ajustarse a las ideas de los actores. Las proposiciones “etic” quedan verificadas cuando varios observadores independientes, usando operaciones similares, están de acuerdo en que un acontecimiento dado ha ocurrido” 5. De esta forma para la nueva etnografía, el objetivo, va a consistir, en establecer los datos etnográficos a través del análisis del lenguaje, pero del lenguaje desde un punto de vista emic, ya que se basan en lo que la “gente” (los informantes)” dicen de si mismos”.

La nueva etnografía tiene que ser “emic”, y “emic” en el nuevo sentido lingüístico, si es que quiere ser algo. Goodenough, como uno de los representantes de este nuevo enfoque, es bastante explícito a la hora de exponer algunas ideas de su pensamiento referentes a la cultura. Para él, la cultura “no debe confundirse con las cosas que la gente habitualmente hace ni con las opiniones dominantes ni con el estado de las cosas que caracteriza a la sociedad humana como un sistema de conducta material en el que intearctúan personas y cosas, exhibiendo mayores o menores gra-dos de equilibrio en relación con el paso del tiempoEstos son productos, artefactos que la gente ha creado en esa sociedad al enfrentarse a diversas situacionesLas definiciones de sus propósitos, las percepciones que tienen de su situación, y sus respuestas que son consideradas como guías por los miembros de la comunidad y a su vez atribuidas al conjunto de todos los miembros, es lo que debe ser analizado como la cultura”(1970:103)

No es por tanto un fenómeno material, no consiste en cosas, personas comportamientos o

emociones. Se trata, más bien, de una organización de esas cosas. Es la estructura que de las cosas tienen los sujetos en sus mentes. A partir de esta definición todo lo “observable” es un producto de relaciones que se consolidan en nuestra mente, lugar de la cultura. La cultura es algo así como el conjunto de modelos, configuraciones, que los individuos tenemos interiorizados y que, en última instancia, nos permiten interpretar nuestro mundo y a nosotros mismos. El lenguaje se constituye, por tanto, como el único vehículo capaz de exteriorizar esa “cultura”, y la perspectiva emic queda justificada porque se tiene que “acceder de alguna manera a la mente de cada individuo”.

Intentar acceder a la “mente de todos los individuos que conforman una comunidad “- mas si se trata de sociedades como las actuales – además de ser una tarea imposible, resultaría en última instancia un recurso inútil. Seleccionando una adecuada muestra de la población que vamos a investigar, teniendo en cuenta por supuesto las peculiaridades de nuestro problema, así como las características generales de la población, se podrá realizar con mayor o menor grado de acierto el proceso de generalización. En el contexto de la “nueva etnografía” como planteamiento de in-vestigación, este proceso de generalización se realizaba de una forma excesivamente parcial. Las características generales que se atribuían al conjunto de la población eran obtenidas a través de las entrevistas realizadas únicamente a informantes “bien informadas”. Los “mapas mentales” que se les suponían a tales individuos, eran compartidos, generales en la comunidad estudiada.

Las principales críticas a esta “nueva etnografía” se deben a su carácter excesivamente men-talista. La cultura de nuevo es reducida a las conexiones lógicas que operan en la mente de los individuos. Además, resulta evidente que en última instancia es el antropólogo el que supone cuáles son y cómo se articulan las pautas culturales en la mente de los sujetos.

En el contexto americano la aparición de la obra de Leslie White significó la recuperación de

los objetivos evolucionistas, estudios diacrónicos y generalización cultural, frente al dominio de los estudios realizados desde el paradigma particularista. Leslie White intentaba retomar la idea de la cultura y de la evolución cultural, frente al dominio que durante décadas habían tenido los estudios centrados en el análisis de las culturas desde un punto de vista particularista y relativis-ta.

5 Incidir en uno u otro aspecto ( que en mucha ocasiones se complementan) nos sitúan ante unas concepciones de las disciplina, como científica o no.

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Para White, la cultura “es el nombre de un diferente orden, o clase de fenómenos, a saber, aquellas cosas y hechos que dependen del ejercicio de una facultad mental, peculiar de la raza humana, a la que hemos llamado simbolización. De modo más específico, la cultura consiste en objetos materiales –herramientas, utensilios, ornamentos, amuletos, etc.-, actos creencias y actitudes que funcionan dentro de contextos caracterizados por el uso de símbolos” (White, 1982 [1949]:337).

No obstante, no serán los aspectos simbólicos, los que más trascendencia adquieran en la de-finición de cultura de White, sino que será su análisis de la cultura como un sistema vinculado a la obtención de energía el que mayor influencia ejerza en el panorama antropológico. White manifiesta que la cultura es un sistema organizado, integrado (White,1982 [1949]:338), dentro del cual se pueden separar tres subsistemas básicos: el tecnológico, el sociológico y el ideológico. “El sistema tecnológico está compuesto por los instrumentos materiales, físicos y químicos, junto con las técnicas de su uso, con cuya ayuda el hombre, como especie animal, es articulado en su hábitat naturalEl sistema sociológico está compuesto por las relaciones interpersonales expresa-das por pautas de conducta, tanto colectiva como individualEl sistema ideológico esta compuesto por las ideas, creencias, conocimientos, expresados en lenguaje articulado u otra forma simbóli-ca”. ( White, 1982[1949]:338).

El sistema tecnológico es el que determina –ocupa por tanto una posición de primacía- el de-

sarrollo de los otros dos sistemas. El sistema tecnológico, es la variable independiente, frente a la dependencia de los sistemas sociológicos e ideológicos, que en última instancia son una función del sistema tecnológico. Los procesos desempeñados en el sistema tecnológico de cualquier socie-dad son los que van a determinar su evolución cultural. Más concretamente se trata de los proce-sos relacionados con la disponibilidad de fuentes de energía, su aprovechamiento y su uso. White establece la ley básica de la evolución cultural, “la cultura evoluciona a medida que aumenta la cantidad de energía aprovechada anualmente per capita, o a medida que aumenta la eficiencia de los medios instrumentales usados para poner a trabajar la energía” (White, 1982[1949]:341). Siguiendo esta ley, el autor establece un recorrido histórico por las distintas etapas del desarrollo de la humanidad, poniendo el énfasis en cómo las nuevas formas de energía, o de extracción de la energía condicionaban el desarrollo de la diferentes culturas.

White, rescata la idea de la cultura como entidad superorgánica, y general, de tal forma que se puede establecer un desarrollo de su evolución basándose en las relaciones con la energía. Las culturas particulares de los hombres, de las comunidades, están determinadas por el desarrollo de esta cultura general. La principal crítica a su enfoque se deriva de su consideración de la cultura como un sistema cerrado, problema que se intenta solucionar con los planteamientos teóricos posteriores de la ecología cultural, la ecología sistémica y la ecología procesual.

En los planteamientos de la ecología cultural, a través de la obra de Julian Steward como principal teórico, se mantiene el interés por analizar tanto las relaciones entre cultura y entorno, como el problema de la evolución cultural. Hasta el momento, la cultura era vista como una en-tidad que se explicaba y parecía originarse a sí misma, “la cultura se explica por la cultura”. Con Steward la cultura pierde su independencia y el entorno deja de ser un elemento estático. En los planteamientos de la ecología cultural, entre entorno y cultura se produce una relación de causa-lidad recíproca de manera que el entorno no sólo va a limitar, sino que juega un papel activo en el desarrollo de la cultura. El entorno dictamina, de cierta forma, la existencia de determinadas adaptaciones culturales, y a su vez, éstas moldean aspectos concretos del entorno.

Los aspectos de la cultura relacionados con cuestiones tecno-económicas y tecno-ambientales,

son los que más vinculados funcionalmente se encuentran con el entorno. Éstos determinan el núcleo cultural (culture core), “la constelación de características que están más relacionadas con las actividades de subsistencia y las disposiciones económicas. El núcleo incluye modelos sociales, políticos y religiosos, tal como se determinan empíricamente para estar estrechamente relaciona-dos con estas disposiciones. Otras innumerables características pueden tener una gran variabili-dad potencial porque no están tan fuertemente ligadas al núcleo. Estas últimas o características secundarias, son determinadas en gran manera por factores puramente histórico-culturales (por

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innovaciones al azar o por difusión) y dan la apariencia de distinción exterior a las culturas con núcleos similares” (Steward, 1993[1955]:339).

El proceso de evolución cultural es multilineal, no cree al igual que los antiguos evolu-cionistas, que las etapas universales del desarrollo existan y sean las mismas para todas las culturas. En la obra de Steward la evolución multilineal se organiza en torno a modelos paralelos de desarrollo, que se consideran tipos culturales. Algunos de los tipos culturales conocidos son el feudalismo o el despotismo oriental. La estrategia de los tipos culturales, permitía comparar procesos evolutivos de diferentes culturas, con una base más sólida que las simples conjeturas de los antiguos evolucionistas. Se basaba en la selección de aspectos culturales concretos dentro de las culturas, y no la cultura como una totalidad. Tales aspectos culturales debían estar vinculados a un problema y marco de referencia concreto y, por último, los elementos culturales seleccio-nados necesitaban tener las mismas relaciones funcionales en cada cultura que se sometiera a comparación. De esta forma, la comparación entre las distintas culturas, con el fin de establecer similitudes entre los distintos procesos evolutivos se realizaba cimentándose en unos fundamentos sólidos que garantizaban la complementariedad de las unidades comparadas. El objetivo de tales planteamientos era analizar cómo, a partir de entornos y tecnología similares, las organizaciones sociales tendían a ser similares.

Las principales críticas a los planteamientos de Steward se van a derivar de la concepción y

relevancia del “culture core”. Los ataques a su vaga definición de este concepto se realizan desde todos los frentes. Desde el materialismo cultural Marvin Harris, realizando un juego de palabras, manifiesta que el “culture core” puede llamarse el “core of confusion” (Harris, 1987[1968]:573), entre otros motivos porque no se establece en ningún momento cuáles son los criterios a seguir para determinar si un aspecto de la cultura se puede insertar en el “core” o no. Deben de ser crite-rios empíricos, pero no se específica nada más, con lo cual tales criterios empíricos pueden respon-der a los intereses del investigador. Harris también va a señalar que aún logrando establecer los elementos culturales que conforman el “core”, no existiría forma de relacionarlos causalmente. Desde otro enfoque distinto, Geertz, considera que “la calificación del “core” como la parte más importante de la cultura, mientras se consideran todos los otros aspectos como secundarios, es un prejuicio que no se puede sostener a “priori”, y que es muy difícil de defender con datos empíricos“,(Cf. Martínez Veiga, 1978:25).

En definitiva, en la obra se Steward era evidente que las variables que había que seleccionar con el fin de analizar los orígenes de los factores culturales eran las ligadas al “cultural core”. El problema, no obstante, residía en los criterios para diseñar ese “core” que se veían sometidos a grandes dosis de variación.

La relación de reciprocidad y dependencia que se establece con la obra de Steward entre cul-tura y entorno, constituyó, sin duda,el punto de partida en el posterior desarrollo de la perspectiva sistémica en el seno de la Antropología Ecológica.

A mediados de los sesenta a través de las obras de autores como Vayda y Rappaport se perfila-ban las coordenadas de unos estudios antropológicos en los que se tenía en consideración el en-torno, al tratar de analizar los fenómenos culturales, dando significación biológica a los términos básicos utilizados -tales como adaptación, equilibrio, funcionamiento- (Santana, sp. 44).

Los aspectos culturales debían descifrarse en términos biológicos, y la razón de ser de la cultura era superar las limitaciones ambientales, logrando la supervivencia de la especie. La unidad de estudio, ya no serían las culturas, sino las poblaciones 6.

6 Es necesario establecer una diferenciación entre tres conceptos básicos dentro de la ecología sistémica. El concepto de población , que se refiere a los organismos individuales que pertenecen a una especie y viven en un área dada. El concepto de comunidad, todas las poblaciones que viven en un área dada, y por último la noción de ecosistema, el conjunto de relaciones existentes entre los orga-nismo individuales, poblaciones, comunidades y el entorno no vivo.

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El desarrollo del concepto de ecosistema – utilizado por primera vez por Clifford Geertz, en su trabajo sobre la revolución agrícola en Indonesia- nos va a permitir unir aspectos tan variados del hombre (condiciones biológicas, organización social) con los animales, las plantas y los compo-nentes inorgánicos, en un marco único en el que se pueden estudiar las interacciones entre todos los componentes. El objetivo de esta línea de investigación, -claramente vinculado a los desarro-llos de la teoría de sistemas de Bertelanfly- “mas que insistir en el origen o desarrollo de los rasgos culturales a partir de ciertos fenómenos del entorno, –como se establecía en la ecología cultural- trata de analizar rasgos o prácticas culturales en cuanto que éstas funcionan como partes de un sistema en el cual hay que introducir también el entorno” (Martinez Veiga, 1978:26-27). El entor-no y la cultura son variables de un mismo sistema. Un sistema no es un conjunto de elementos relacionados en base a sus características de tipo ontológico, sino un conjunto de variables en el cual el cambio de una de ellas o de su estado produce cambios en al menos una de las otras varia-bles, y por consiguiente en el sistema. La cultura es una variable más sin autonomía funcional, es decir, que necesita de las otras variables, y las relaciones entre éstas, para su existencia.

Dentro de un sistema, evidentemente, se producen alteraciones, las variables y las relaciones entre las variables pueden mutar por cualquier motivo. Dentro del sistema se producen, por tanto, una serie de mecanismo de regulación cibernéticos, feedback, que intentan corregir o compensar los cambios que pueden destruir el estado de perfecto equilibrio homeostático – equilibrio diná-mico que se mantiene entre unos límites determinados- frente a la noción de equilibrio estático 7.

Las principales críticas a los estudios realizados bajo esta perspectiva, por ejemplo los realiza-

dos por Rappaport sobre los Tsembaga, es que limitan como único factor determinante de las culturas a la energía, su obtención y aprovechamiento, mientras que los aspectos sociales, ideoló-gicos, y relaciones de propiedad pasaban a un segundo plano. Otra de las críticas se orientaban hacía el énfasis puesto en el equilibrio del sistema, dado que se constituía en una nueva forma de funcionalismo. No se centraban en estudiar los cambios ocurridos en las poblaciones locales – su unidad de análisis-, entre otros factores porque si se tenía en cuenta la realidad dinámica de las poblaciones locales, no se podían aplicar las fórmulas para el cálculo de la energía extraída, consumida... La imposibilidad de analizar los cambios ocurridos en las poblaciones locales, se de-bía también a que manejaban una noción de sistema cerrado. Las comunidades parecían hacer honor al concepto de estar aisladas, en tanto que no tenían en cuenta las posibles relaciones con otras comunidades o entornos, próximos o no tan próximos.

La cultura era considerada como una variable más dentro de un sistema en el que se incluían aspectos relacionados con el entorno. La cultura dependía no sólo de las otras variables, sino de las variadas relaciones que se podían establecer entre unas y otras variables. Había perdido su carácter autónomo, así como su condición de herramienta mental, para situarse como una varia-ble más dentro de los diferentes ecosistemas en los que el hombre se había adaptado a vivir. La cultura era una herramienta de adaptación que empleaban los hombres para su supervivencia.

El principal problema de estos planteamientos es que están diseñados para el estudio de co-

munidades muy simples, aisladas, en las que las variables y sus conexiones se pueden controlar. Sin embargo, la realidad demuestra que las sociedades, incluso las que por tradición creemos que son más simples, muestran un conjunto de relaciones y de conexiones con otras comunidades, relaciones de poder, relaciones productivas, económicas, que las convierten en sociedades tan complejas como puede ser la sociedad occidental. Por ejemplo, si pensamos en una pequeña comunidad campesina perdida en las montañas del Himalaya, en principio nos parece que las condiciones físicas del entorno y los núcleos poblaciones más cercanos, son la únicas variables a tener en cuenta, y que las relaciones que se establecen entre ambas conforman la cultura, el modo

7 La noción de homeóstasis, equilibrio dinámico, implica que los sistemas están en equilibrio, pero que se trata de un equilibrio que constantemente se adapta a entornos cambiantes. Mientras que el equilibrio estático implica que una vez que el sistema alcanza un momento de estabilidad, no se producen más alteraciones. A modo de ejemplo gráfico los organismos internos del cuerpo huma-no se regulan con procesos de homeóstasis.

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de vida del lugar. Se trata de variables que se controlan y, evidentemente, se tenderá a mantener el equilibrio del sistema como medida que garantice la vida de sus habitantes. Pero ¿responde esta descripción a la realidad de nuestra comunidad? ¿qué influencia ejercen las posibles relaciones con las ayudas de los organismos internacionales, mediante sus técnicos o mediante misioneros si se trata de misiones religiosas?, ¿qué tipo de relaciones se establecen con los deportistas que intentan escalar las cumbres cercanas, o con los turistas que se introducen en la comunidad? Con estas preguntas lo que intento mostrar es que en la actualidad todas las comunidades presentan complejas redes de variables que se relacionan. Sus continuas conexiones alteran el “supuesto equilibrio de las comunidades”, incluso de las que nos parecen “simples”.

En torno a la década de los setenta, surge el enfoque de la ecología procesual con la pretensión de solventar las carencias del enfoque neofuncionalista. Teóricos como Bennett, McCay, y Orlove, reconocieron la complejidad de las sociedades actuales que no se ven constreñidas a las limita-ciones del entorno entendido en un sentido físico-ambiental y como generador de alimentos. Sino todo lo contrario, la sensación dominante en la sociedad actual es la de haber superado, domi-nado y conquistado el entorno entendido de esa forma. Los objetivos del enfoque procesual son definidos claramente por Bennett (1976) al afirmar que “la utilización de la analogía biológica plantea serios problemas especialmente cuando se aplica a sociedades complejas. Es cierto que el comportamiento de los hombres entre si y hacía la naturaleza es parte de los ecosistemas, pero el hecho de suponer como dado los comportamientos culturales ha llevado a omitir el papel de los individuos en la toma de decisiones”.

En el enfoque procesual el entorno no es visto como una entidad estática, o en equilibrio diná-

mico, sino que es teorizado como un conjunto de acontecimientos, azares, problemas y oportuni-dades. La unidad de análisis no serán las poblaciones locales, sino los individuos, los actores, ya que éstos son, en última instancia, los que tienen el poder de decisión. Son los que eligen, los que seleccionan que hacer frente a un problema determinado. Las “estrategias adaptativas”, son esos actos elegidos por los sujetos mediante un proceso de selección desencadenado ante algún pro-blema concreto y que pueden tener distintos grados de éxito. Es decir, son los patrones de compor-tamiento que de forma independiente cada individuo asume ante problemas concretos que tiene que solucionar. Éstas posibilidades de opción de los sujetos, son las que originan y explican los cambios dentro de comunidades abiertas, en las que se producen relaciones de causalidad múlti-ples y variables. Según Bennett, cuando un observador puede establecer generalizaciones acerca de los cambios debidos al uso de las estrategias de adaptación durante periodos relativamente largos, puede hablar de “procesos adaptativos” (cf. Martínez, 1978:47).

Las tesis procesualistas nos permiten analizar las complejas interacciones que se producen entre los fenómenos sociales, biológicos y físicos. Al situar como centro del análisis la capacidad de acción de los actores ante determinados problemas, no sólo se aborda el estudio de los procesos de cambio de las sociedades, sino que también se desdibuja una sociedad heterogénea, ya que las respuestas de los individuos ante un mismo problema, serán tan variadas como tipos de indivi-duos existan. Desde este planteamiento se reconoce, por tanto la diversidad y variabilidad de la sociedad.

Sin duda, el enfoque procesual es una herramienta heurística que nos facilita explicar la reali-dad social. Nos posibilita escudriñar una realidad social cambiante, partiendo de la identificación de problemas – problemas que pueden ser tan variados como la escasez de agua, el cierre de una central nuclear, la construcción de una nueva vía de circunvalación, la implantación de una nue-va secta religiosa, la llegada de los turistas, la transmisión de una determinada serie televisiva- y del análisis de las respuestas, de los procesos de adaptación de los individuos ante éstos. Todos esos nuevos cambios, procesos de adaptación acaban por conformar una nueva sociedad, con unos nuevos patrones culturales distintos. Orlove (1980:262) considera que dentro de este enfoque la cultura, y la ideología pueden ser interpretados como sistemas que mediatizan las relaciones entre actores y entornos a través de la construcción de alternativas comportamentales.

El materialismo cultural, representado en las obras de Marvin Harris, constituye un punto de

vista afín a la antropología ecológica. El materialismo cultural es, o aspira a ser, una estrategia

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de investigación científica que nos permita un acercamiento objetivo a la realidad sociocultural de una determinada comunidad. Para tal fin, el autor, y los teóricos afines, consideran que las investigaciones antropológicas deben enfocarse desde una perspectiva etic. Es decir, como antro-pólogos interesa la información que la gente da acerca de sí misma (perspectiva emic), pero la explicación que, cómo teóricos de la cultura, se postule, debe basarse en construcciones teóri-cas elaboradas en base a la realidad que observa, no según lo que la gente dice y piensa de sí mismos. Con un ejemplo del mismo autor, los habitantes de la India afirman que no se comen la carne de vaca porque se trata de un animal sagrado. Desde una perspectiva emic esta sería la explicación del fenómeno sociocultural. En cambio para un materialista cultural, desde un enfoque etic, la explicación a la negativa de comer carne de vaca alude a complicadas relaciones económicas.

Entendiendo por sociedad “un grupo social máximo compuesto de ambos sexos y todas las edades y que manifiesta una amplia gama de culturas interactivas” y por cultura “el repertorio aprendido de pensamientos y acciones que muestran los miembros de los grupos sociales, reper-torios transmitidos independientemente de la herencia genética, de una generación a otra... Los repertorios culturales de las sociedades contribuyen a la continuidad de la población y su vida social.” (Harris, 1993 [1979]:393), el materialismo cultural pretende reducir los patrones univer-sales socioculturales -aspectos relacionados con el parentesco, la reproducción, la producción, las cuestiones estéticas...- a tres grandes componentes universales de los sistemas socioculturales: la infraestructura, la estructura y la superestructura.

La infraestructura está compuesta por los modos de producción y reproducción. La estructura

engloba los aspectos relacionados con las economías domésticas y economía política y, por últi-mo, en la superestructura se agrupan los fines, planes, valores, creencias... que manifiestan los participantes o deduce el observador. La infraestructura es la principal superficie de contacto entre naturaleza y cultura, el límite a través del cual las restricciones ecológicas, químicas y físicas a las que está sujeta la acción humana, se interrelacionan con las principales prácticas socioculturales destinadas a superar y modificar dichas restricciones (Harris, 1993 [1979]: 402). Al igual que Marx afirmaba que era el modo de producción el que dictaminaba la conciencia, y en la misma línea de Steward al considerar que los elementos que conformaban el núcleo cultural eran los re-lacionados con la producción, los aspectos tecnológicos, Harris afirmará que es la infraestructura la que determina la estructura y la superstructura.

Este determinismo de la infraestructura, ha sido el punto más criticado del materialismo cul-tural; de tal forma que el autor ha intentado suavizarlo mediante la estrategia de los pesos causales, que podría resumirse de la siguiente manera:“lo más probable es que los cambios en la infraestructura causen cambios en la estructura, etc. Es menos probable que los cambios en la estructura produzcan cambios en la infraestructura y superestructura, y mucho menos probable que cambios en la superestructura produzcan cambios en la estructura y en la infraestructura.” (cf. Martínez, 1978.45).

Tanto desde el punto de vista del materialismo cultural, como desde los planteamientos de la ecología cultural, pasando por las tesis sistémicas y procesualistas, la cultura parece reducirse a una mera estrategia de adaptación al medio. Sin duda, tales enfoques se caracterizan por un mar-cado carácter empirista. Con matices, se puede afirmar que en líneas generales todos comparten una concepción positivista de la antropología.

Durante las últimas décadas se ha desarrollado en el ámbito de las Ciencias Sociales

-fundamentalmente- una revisión crítica. ¿Pueden las disciplinas sociales acometer el estudio de fenómenos actuales con los planteamientos y técnicas con las que cuentan?, ¿pueden las discipli-nas sociales considerarse como ciencias, o por el contrario se trata de otro tipo de conocimiento?, ¿cuáles son las características del conocimiento científico?

De las diferentes respuestas a este tipo de preguntas se derivan distintas concepciones de las ciencias sociales. Defender una u otra concepción de la disciplina implica mantener determinados principios ontológicos y metodológicos.

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En el área concreta de la antropología, los positivistas -como el materialismo cultural o el procesualismo (anteriormente explicados)- en líneas generales apuestan por un método antropo-lógico, por la utilización de determinadas técnicas, y por considerar que la elaboración de predic-ciones contrastables es el objetivo último de la antropología. Los antipositivistas, evidentemente niegan la existencia de una metodología propia, así como la posibilidad de objetividad y de hipótesis contrastables. El postmodernismo se consolida como el movimiento intelectual antipo-sitivista por excelencia.

El postmodernismo se caracteriza, al igual que la mayoría de movimientos intelectuales, por su heterogeneidad. No se puede establecer una definición unívoca del postmodernismo, hay casi tantas visiones como autores. No obstante, es posible rastrear las principales aportaciones de este movimiento, como paso previo para luego poder establecer las bases de la antropología post-moderna.

Los antecedentes directos del postmodernismo fueron autores como Nietzsche o Heiddeger, que se aventuraron en la crítica al proyecto moderno de la Ilustración. Pero sin duda el postmoder-nismo es un movimiento de este siglo, que eclosiona con el desarrollo de la sociedad postindus-trial y postcapitalista. “Las modernas sociedades industriales se encuentran en una nueva fase de su evoluciónLa sociedad postindustrial es diferente de la sociedad industrial clásicaEstá más orientada hacía la producción de servicios que de mercancías, así como la mayoría de los puestos de trabajo son desempeñados por “trabajadores de cuello blanco” en detrimento de los trabajos manuales, y muchos de ello son profesionales, gestores, o técnicosLa vieja clase trabajadora ha desaparecidonuevos patrones basados en el estatus y el consumismo han suplantado las rela-ciones basadas en el trabajo y la producción” ( Bell, D. (1973) Cf. Kuper: 651). Según algunos teóricos postmodernos, en las sociedades actuales se han producido, y se producen, una serie de transformaciones que no se pueden entender con las herramientas de la “antigua modernidad”. Las nuevas armas del postmodernismo necesarias para estudiar las nuevas transformaciones de las sociedades, se basan en obras tan dispares como las del postestructuralista Michel Focault que enfatiza la arbitrariedad de la “episteme”, o los desarrollos de la pragmática posterior al giro lin-güístico, sin olvidar la fuerza adquirida por los desarrollos hermeneúticos.

No es nuestro objetivo desarrollar los planteamientos de los distintos autores que han confor-

mado el cuerpo “teórico” postmoderno, de entre los que cabe destacar por citar sólo algunos, a Jean Francois Lyotard, Gianni Vattimo, Richard Rorty, Jacques Derrida y un largo etcétera.

En un intento de síntesis, el movimiento postmoderno considera que no es posible una razón única, que los metarrelatos se han acabado, que la historia no es lineal, que el principio de distin-ción entre bien y mal queda abolido, que la lógica binaria no es reflejo de la realidad En defini-tiva, que todo es relativo y que cualquier punto de vista es válido. Los referentes para dictaminar o juzgar han desaparecido.

Nuestro problema y nuestro objetivo es intentar desdibujar el desarrollo del postmodernismo en el seno de la disciplina antropológica ¿Qué características definen a la antropología postmo-derna? Evidentemente del mismo modo que el postmodernismo es un movimiento heterogéneo, su desarrollo en la antropología desde principios de la década de los ochenta, nos proporciona un amplio número de autores y de conclusiones que igualmente se caracterizan por su diversidad.

El seminario de Santa Fe (Nuevo México), celebrado en Abril de 1984, configuró la identidad de partida de la antropología postmoderna. Algunas de estas conferencias, revisadas y corregi-das, se recogieron en la obra Writting Culture, publicada en 1986 y editada por J. Clifford y G. Marcus. No nos centraremos en el análisis de cada uno de los autores y de sus obras, sino que estableceremos las ideas generales de la antropología postmoderna. En un esfuerzo por sintetizar esta diversidad, Reynoso, C. (1991:11-60), establece que la antropología postmoderna se puede dividir en tres corrientes principales:

1. La considerada más relevante por el autor, y que denomina meta-etnográfica o meta-antropo-lógica. El objeto de estudio no es la cultura etnográfica, sino la etnografía como generó litera-

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rio, y el antropólogo como autor. Se incluyen dentro de esta línea autores como James Clifford, Michael Fischer o Clifford Geertz.

2. La segunda corriente la denomina etnografía experimental. Se caracteriza por una redefinición de las prácticas, por nuevas formas de desarrollar y plasmar el trabajo de campo. Como prin-cipales autores destacan las figuras de Paul Rabinow, Vincent Crapanzano y Kevin Dwyer.

3. Por último se sitúan los planteamientos más radicales, que no sólo inciden en recalcar las in-

suficiencias de las etnográficas y de las técnicas empleadas, sino que proclaman la crisis de la ciencia en general. Entre sus filas destacar las obras de Stephen Tyler o Michael Taussing.

Evidentemente esta clasificación es meramente orientadora, no significa que estos autores, que

además se caracterizan por su facilidad para asimilar y cambiar, no puedan pasar de unos temas de análisis a otros, así como generar nuevos focos de discusión. La primera característica de la antropología postmoderna, compartida por todos los autores

principales, es la crítica radical a la antropología anterior a sus planteamientos, la antropolo-gía clásica. “Ciento quince años (si fechamos el inicio de nuestra profesión, como suele hacerse, a partir de Tylor) de prosa aseverativa e inocencia literaria son ya suficientes” (Geertz, C .1989 [1988]:34). La antropología clásica es vista desde el postmodernismo como una construcción ex-cesivamente pretensiosa, al considerarse disciplina científica y pretender el conocimiento objetivo de las “otras realidades”. Para los postmodernos se trata no sólo de una pretensión, sino también del error de partida de las principales corrientes antropológicas. Es necesario revisar y deconstruir los textos clásicos de la antropología. La deconstrucción como principio metodológico, retomado de la obra de J. Derrida, “implica un proceso más amplio que la simple crítica, la mera exposi-ción de los errores que pueden achacarse a los razonamientos de un determinado autor. En una deconstrucción se atacan y se des-sedimentan ya no las afirmaciones parciales, las hipótesis espe-cíficas, o los errores de una inferencia, sino las premisas, los supuestos ocultos, las epistemes desde las cuáles se habla” (Reynoso, C. 1991:19). Para los antropólogos postmodernos, evidentemente la antropología no es una disciplina científica, no sólo porque no es posible la explicación obje-tiva de la realidad sociocultural, sino que tampoco cuenta con técnicas que puedan considerarse científicas.

La antropología y la ciencia en general, asumiendo las ideas de Paul Feyerabend, -entre mu-chos otros, uno de los filósofos de la ciencia más radicales- está regida por las dimensiones subjeti-vas de cada uno de los científicos, está dominado por intereses personales. A partir de esos intere-ses personales, de esas motivaciones el científico interpreta la realidad, no la refleja tal y como es, sino que en última instancia la refleja tal y como él, desde su posición la observa -la observación está impregnada de subjetivismo- De esta forma, para los postmodernos resulta más adecuada la participación- e incluso un postmoderno se atrevería a afirmar “tal y como la siente”.

Desde esta concepción postmoderna de la antropología como disciplina no objetiva, se derivan una serie de matices que tambalean algunos de los cimientos de la antropología entendida como “clásica” o “científica”- utilizamos “antropología clásica” en el sentido postmoderno, pero no implica que personalmente compartamos el conjunto de las críticas que el uso de tal expresión implica-.

Para el postmodernismo la antropología se reduce a etnografía, descripción o, más correcto, interpretación de la realidad. La carga teórica o reflexiva de la “antropología clásica” está viciada de nuevo por la pretensión de cientificidad. Citando a Clifford Geertz (1995 [1973]:20), ”si uno desea comprender lo que es una ciencia, en primer lugar debe prestar atención, no a sus teorías o sus descubrimientos y ciertamente no a lo que los abogados de esa ciencia dicen sobre ella; uno debe atender a lo que hacen los que lo practican. En la antropología o, en todo caso, en la antro-pología social lo que hacen lo que la practican es etnografía”.

Los postmodernos proponen una nueva forma de hacer etnografías. “La narrativa típica de

la etnografía tradicional se desarrolló en relación de dependencia con las imaginerías analíticas

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culturalista y estructural-funcionalista, los cuales ofrecían una respuesta fácil y sorprendente-mente congruente al problema de la representación de las relaciones entre el todo y las partes. Como el objetivo del escritor antropológico era la “etnografía total” (la descripción completa de otra cultura o sociedad), la solución obvia consistía en atravesar, en orden secuencial, las unidades (complejos culturales o instituciones sociales) en las que –según se suponía sobre bases teóricas- las culturas o sociedades estaban divididas. El resultado fue una tabla de contenidos mí-nimamente ortodoxay la eventual creación de los archivos de la HRAF”. (Marcus, G. Y Cushman, D. 1991[1982]:177).

Las etnografías postmodernas comparten otros objetivos, deben ser vistas como textos, como textos literarios. No se busca que la etnografía sea un reflejo de las notas elaboradas durante el trabajo de campo, sino que como texto literario su principal objetivo es incentivar, evocar la imaginación de sus lectores, utilizando para ello, todas las armas del lenguaje literario, creativo e incluso creando un estilo personal.

El etnógrafo ya no es un transcriptor objetivo de la realidad. El etnógrafo interpreta la reali-dad, de tal forma que “los escritos antropológicos son ellos mismos interpretaciones de segundo y tercer orden.(Por definición sólo un “nativo” hace interpretaciones de primer orden: se trata de su cultura)” (Geertz, C. 1995 [1973]:28).

La autoridad de los textos etnográficos no se deriva de haber estado allí y haber realizado tra-bajo de campo. Tradicionalmente se creía que “lo que un buen etnógrafo debe hacer es ir a los sitios, volver con información de la gente que vive allí, y poner dicha información a disposición de la comunidad profesional de un modo práctico, en vez de vagar por las bibliotecas reflexio-nando sobre cuestiones literarias”(Geertz, C.1989[1988]:11). En esta cita se manifiesta que para los postmodernos el trabajo de campo no es la panacea, sino que puede ser más importante la reflexión teórica sobre los trabajos antropológicos de otros autores. Partiendo de esta considera-ción se entiende el redescubrimiento de figuras importantes de la antropología que han estado en el olvido, como Marcel Grianle o Maurice Leenhard, según los autores postmodernos. Además el haber estado allí, el haber realizado trabajo de campo “solo requiere poco más que un billete de viaje y permiso para aterrizar, capacidad para soportar una cierta dosis de soledad, de invasión del ámbito privado y de incomodidad física; un estado de ánimo relajado para hacer frente a ra-ras excrecencias e inexplicables fiebres; capacidad para soportar a pie firme los insultos artísticos, y una cierta paciencia para soportar una interminable búsqueda de agujas en infinitos pajares”. (Geertz, C. 1989[1988]:33).

Esta infravaloración del trabajo de campo no significa que los postmodernos, hayan deses-

timado su uso por completo. No lo consideran necesario para desarrollar una etnografía, como puso de manifiesto la polémica obra de Florinda Donner 1982, Shabono: A true Adventure in the Remote and Magical Heart of the South American Jungle.

El libro pretendía recoger las vivencias de una graduada en antropología durante una estancia con los Yanomamos, el problema es que no tardaron en aparecer artículos como el de Rebecca B. DeHolmes (1983,en American Anthropologist) en la que se acusaba de plagio y de no haber estado nunca entre los yanomamos. Para los postmodernos estas acusaciones no restaban valor a la obra.

En el supuesto caso de realizar trabajo de campo, evidentemente, las técnicas y los objetivos no son los mismos que los realizados por la “antropología clásica”. Las distancias entre antropólogo y “estudiado” se reducen. El antropólogo no se dedica a observar y participar de una manera im-personal en el desarrollo de la vida diaria de la comunidad, sino que la labor consiste en dialogar, en establecer diálogos de igual a igual. El valor más interesante de la de la escritura etnográfica, dice Strathern, es el dialógico: “El esfuerzo radica en crear una relación con el otro, pues tal es la mejor manera de expresar una interpretación compartida y acaso visualizada como texto común aunque sea poco más que un discurso” (cf. Rabinow, 1991[1986]: 348). El diálogo siempre implica proceso, un proyecto inacabado, un continuo fluir de información entre antropólogos y lugare-ños.

Definiendo la cultura

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El objetivo de los antropólogos postmodernos es convertirse en un miembro más de la comuni-dad estudiada, interpretar la cultura desde la cultura misma, por ese motivo se han planteado si tal vez los etnógrafos nativos no están en situación aventajada. Un antropólogo debe llegar y dejar de ser un ”espectro, un ser invisible” y convertirse en un ser aceptado. Geertz , C. (1995[1973]:339-340) describe el proceso por el que él y su mujer tuvieron que pasar en las aldeas de Bali, durante un periodo de trabajo de campo. Esto es requisito indispensable para poder interpretar la cultura de la comunidad estudiada. La obra de P. Rabinow (1977), Reflections on fieldwork in Morocco, constituye una descripción de las características de sus relaciones con los informantes.

Pero ¿cómo se entiende la cultura? Uno de los autores postmodernos que da una definición

más clara es, de nuevo, C. Geertz, refiriéndose a la misma de la siguiente forma: “El concepto de cultura que propugno y cuya utilidad pretenden demostrar los ensayos que siguen es esencial-mente un concepto semiótico. Compartiendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que el mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Lo que busco es la explicación, in-terpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie” (Geertz, 1995 [1973]:20]. Las culturas son, por tanto, sistemas simbólicos, y los elementos que la integran (parentesco, política, ideología, religión) también son simbólicos.

En el pensamiento de Geertz, el significado de los símbolos, no se sitúa en la mente de los suje-tos, como ocurría con los antropólogos cognitivos, sino que los significados de la cultura, de deter-minadas acciones culturales son de dominio público. De esta forma los significados se convierten en públicos, en hechos tangibles, y la cultura por ende, es también pública. De esta forma una vez que el antropólogo deja de ser un espectro en la comunidad puede acceder a una cultura pública, e interpretarla, aportando el mayor número de detalles, “descripción densa”.

Para los postmodernos es necesario redefinir la antropología, su concepción ontológica, sus

métodos de trabajo y, por supuesto, los objetivos y naturaleza de los escritos de la disciplina. Es necesario reinventar, crear una nueva antropología capaz de asumir nuevos retos. El desarrollo de los Cultural Studies, el estudio de los procesos de construcción de las identidades marginales, las relaciones de poder, las prácticas de consumismo, las vinculaciones globales, el poder de la imagen, las nuevas tecnologías de la comunicación, el culto al propio cuerpo, son procesos que ocurren en las sociedades actuales, y creemos que los postmodernos nos aportan algunas claves fundamentales para su comprensión.

Considerar algunas de las aportaciones de los postmodernos no significa que compartamos todas sus ideas. Evidentemente compartimos algunas de las críticas fundamentales que desde diferentes frentes se han hecho de sus obras. Por ejemplo Sahlins, M. (1999) establece algunas críticas, tales como el carácter excesivamente pragmático, su vinculación con el desarrollo del capitalismo, además de considerarlos como responsables de la especie de amnesia antropológica existente en la actualidad al difundir la idea de que las pautas culturales recogidas en las obras de la disciplina son invenciones.

Pero esto no implica que no reconozcamos que algunas de sus contribuciones nos han aporta-do una forma novedosa, original y productiva de describir, entender los procesos sociales que ocu-rren en la actualidad, especialmente algunos vinculados al desarrollo de la actividad turística.

1.3. Definición de cultura propuesta

Con este resumen de las principales corrientes antropológicas en el que se ha rastreado la evolu-ción del concepto de cultura, perfilando las complejas relaciones que se establecen entre unas y otras definiciones, las similitudes y diferencias entre unos y otros paradigmas, nos da la sensa-ción de que nos situamos en tierra de nadie. Al final, volvemos al principio, y si se nos pregunta directamente, qué entendemos por cultura; posiblemente respondamos que depende de para quién la cultura es tal cosa o tal otra. Pero si tenemos la necesidad práctica de enfrentarnos

Definiendo la cultura

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a un problema concreto de una población concreta, en un tiempo limitado, qué definición de cultura utilizaremos. ¿Qué queremos decir, al afirmar que la cultura de los masai está en peligro de desaparecer porque sus tierras destinadas a los pastos de los animales, se han visto reducidas por la creación de un parque nacional? Más concretamente si tenemos en cuenta los intereses de nuestra investigación cabe preguntarnos: ¿qué queremos decir cuando afirmamos que la cultura de determinada comunidad ha cambiado por la influencia del turismo?, o ¿qué significa que esa determinada cultura, o aspectos culturales se han convertido en productos turísticos? Es decir, necesitamos una definición, un acercamiento al concepto de cultura que nos permita analizar las connotaciones, las relaciones e implicaciones que se producen cuando las culturas se transforman por la llegada del turismo, convirtiéndose en productos turísticos.

Evidentemente resulta una tesis comprometida manifestar que las culturas y en especial deter-

minados procesos culturales, artesanías, fiestas, patrimonio, gastronomía, se convierten en los principales reclamos turísticos de la mayoría de los destinos turísticos. Igualmente comprometido resulta manifestar que el proceso es más profundo, y que no sólo la cultura se comercializa para el turismo, sino que el turismo forma parte de la cultura de determinados enclaves como puede ser Bali tal y como planteó M. Picard (1995), entre otros. Idea que se puede extrapolar a otro conjunto de islas, como puede ser Canarias. Nuestra intención no es juzgar si se trata de un proceso nega-tivo o positivo, nuestras aspiraciones se reducen a establecer las peculiaridades y consecuencias de este tipo de procesos, en especial en los ecosistemas insulares.

Teniendo en cuenta tales objetivos o preocupaciones ¿qué noción de cultura debemos utilizar? No nos vale una definición de carácter ontológica y abstracta, sino que necesitamos una concep-ción práctica que nos permita explicar los cambios que se manifiestan en el seno de las culturas de las comunidades cuando entran en contacto con el turismo, ¿qué procesos se producen?.

De esta forma, podemos considerar adecuado considerar la cultura como un sistema confor-mado por distintas variables complejas, tales como relaciones de parentesco, grupos de edades, relaciones productivas, y otras más abstractas 8, redes económico-políticas de escala mundial, ta-les como la deuda externa de un país, el embargo económico, las comunicaciones con el exterior... Esas variables y las relaciones que se establecen entre unas y otras, conforman el sistema cultural de una determinada población. Muchas de las variables culturales se conectan de forma más

8 Las variables asumidas por un investigador son todas construcciones teóricas, son herramientas para comprender, ordenar la rea-lidad. Cada investigador selecciona las que considera más productiva para sus objetivos, de tal forma que en líneas generales todas son “abstractas”.

Definiendo la cultura

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directa con el entorno, en sentido estricto del término. Pero en la actualidad, dada las condiciones globales, no creo que sean las más importantes, como se planteaba en la perspectiva sistémica.

Las culturas como sistemas abiertos no son estáticas. Las variables cambian, cambian sus relaciones. En ocasiones los cambios responden a cuestiones más o menos azarosas, como puede ser una catástrofe natural. En otras circunstancias serán los individuos, como seres activos –como plateaban los procesualistas- los que intenten solucionar sus problemas. Para tal fin modificarán unos sistemas socioculturales - que ellos mismos han ido modelando según sus necesidades y objetivos, una veces de formas consciente y otras de forma inconsciente-

En este aspecto se puede establecer cierto sesgo funcionalista. Los sujetos que conforman una comunidad continuamente reestructuran sus sistemas socioculturales, con el fin de conseguir ma-yores rendimientos, fines. Rendimientos o fines que pueden significar cualquier cosa, desde una cantidad de dinero, a una mayor posición social.

Con la llegada del sistema turístico 9 evidentemente aparecen en escena nuevas variables que van desde la presencia estacional o constante de visitantes (de gente de otros lugares), hasta nue-vos empleos, nuevos usos de los espacios, otras formas de reestructurar las unidades domésticas y productivas, nuevos hábitos de consumo, y muchas más que dependen del área concreta a estu-diar. Asumiendo esta perspectiva, evidentemente una vez instalados en la comunidad, y teniendo en cuenta la información que previamente habremos recopilado y analizado, podremos analizar el problema concreto que nos interesa -los impactos socioculturales provocados por la llegada del turismo- seleccionando variables, analizando relaciones, reestructuraciones, y conflictos.

Utilizando la perspectiva sistémica-procesual podemos analizar los cambios, los procesos, las

reestructuraciones que se producen en una comunidad con la llegada del turismo. Podemos ela-borar modelos que nos facilitan la comprensión de una realidad concreta. Pero, ahora bien, si tenemos en cuenta que para nosotros el turismo, tal y como se desarrolla en nuestras sociedades es un fenómeno de masas, una forma peculiar de consumo que ocasiona procesos concretos tanto en las comunidades de destino como en las de origen, tenemos que recurrir entonces a desarrollos conceptuales realizados por los postmodernos.

Es decir, necesitamos asumir que el turismo en la actualidad, es una forma de “consumir”

9 Hablamos de la llegada del sistema turístico como una generalidad, sin embargo somos conscientes de que el desarrollo del sistema turístico presenta numerosas variaciones. Puede producirse de forma controlada o incontrolada, los turistas pueden ser de un tipo o de otro concreto, demandarán un tipo de u otro de infraestructuras... Este tipo de peculiaridades las analizaremos en capítulos posteriores.

Definiendo la cultura

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todas las formas imaginables de ocio, así como: “autentencidad”, “originalidad”, “diferencia”, “exotismo”. Las culturas, se reinventan, las tradiciones se reconstruyen, los paisajes naturales se conservan “intactos” para el turismo. Es como si la comunidad local se convirtiera en un gran teatro, en el que los locales representan lo que los turistas quieren ver. Esas representaciones muy pocas veces tienen algún vínculo común con la “supuesta cultura originaria de la comunidad”. La realidad se convierte en hiperrealidad, y todos soñamos con un “viaje imposible” que habría podido hacernos descubrir nuevos paisajes y nuevos hombres, que habría podido abrirnos el espa-cio de nuevos encuentros” (Augé,1998[1977:15). Mientras, en palabras del mismo autor, “el único viaje posible, es el que nos conduce a un espectáculo estereotipado de un mundo globalizado y en gran parte miserable.

Mientras los procesos de globalización nos remiten al sistema mundo, en el que las condicio-nes económicas, políticas, ecológicas y de cualquier tipo, no se reducen al interior de los estados nacionales soberanos, sino que traspasan sus fronteras, y sobre todo mientras las tecnologías de la comunicación y las corrientes icónicas culturales nos transmiten la idea de un mundo sin fron-teras y homogeneizado, la realidad se torna más compleja.

La globalización según algunos autores (Robertson, Appadurai, Albrow, Lash, Urry) no signi-fica que el mundo se haga más homogéneo culturalmente, sino que significa sobre todo “glo-calización”, es decir, un proceso lleno de muchas contradicciones, tanto por lo que respecta a sus contenidos como a la multiplicidad de sus consecuencias (Beck, U. 1998[1997]:56). Uno de los principales procesos de la “glocalización”, consiste en que como reacción a los procesos de globa-lización, las comunidades, reivindican cada vez más sus peculiaridades, sobre todo las referentes a su pasado. La nostalgia, la revitalización del patrimonio, de las artesanías, de la identidad, son procesos que conectan turismo con globalización, y que son analizados con herramientas aporta-das por el pensamiento postmoderno.

De esta forma podemos plantear que utilizamos una definición de cultura a dos niveles. Por un lado la perspectiva sistémica-procesual nos proporciona un modelo de la comunidad analizada, que mediante la selección de variables, de relaciones entre variables, y teniendo en cuenta el papel activo de los individuos, nos permite comprender, entender el funcionamiento concreto de dicha comunidad. Es decir, que está perspectiva nos resulta muy útil para identificar cual es la situación de la comunidad, estableciendo cuáles son los problemas que se desarrollan, las variables que in-fluyen, así como la evolución de los mismos. Pero, por otro lado, necesitamos una especie de marco general que nos proporcione claves para entender muchos de los procesos concretos que se desenca-denan en el seno de las comunidades. Personalmente creemos que son las aportaciones realizadas por los postmodernos las que mejor nos describen ese marco general, en el que se engloban procesos tan actuales y recurrentes como el avance de las telecomunicaciones, la estandarización cultural, el consumismo, el culto al cuerpo... La siguiente cita refleja con claridad nuestra posición con respecto a las aportaciones teóricas del postmodernismo: “Evidentemente hemos reconocido que el postmo-dernismo comete algunos errores, su desafiante oratoria o su defectuosa base lógica. Sin embargo este tipo de errores no son fatales. Los científicos sociales muy rara vez consideran como una base seria sus primeras premisas, y la evolución lógica de esas premisas no suele ser muy rigurosa. Lo que realmente es importante es que esas nuevas teorías proporcionan una productiva y novedosa manera de describir y entender los procesos actuales de la vida social” (Lindholm, C. 1997:753)

Por tanto, creemos que esta síntesis es la que mejor resultados nos puede aportar a la hora de analizar muchos de los procesos que sufren las culturas con la llegada del turismo. Por ejemplo, supongamos que estamos estudiando una comunidad concreta como puede ser Canarias en la actualidad, y observamos que continuamente desde los sectores políticos, principalmente, se bus-ca incentivar una identidad colectiva, lo que implica búsqueda de símbolos compartidas, revitali-zación de tradiciones, financiación de estudios encaminados a estos fines, creación de un himno regional, por señalar sólo algunos de los procesos que se pueden rastrear en cualquier periódico elegido al azar. Las razones, las causas para entender esta demanda de “historia” tenemos que buscarlas en análisis sobre los procesos de globalización, sobre las pautas de consumo de los tu-ristas, sobre el proceso de comercialización cultural, temas todos estos centrales en las obras de los autores influenciados por el postmodernismo.

Definiendo la cultura

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Cuadro resumen de las principales corrientes teóricas

Corriente teórica

Concepto de cultura

Principales teóricos y obras

Críticas fundamentales

Aspectos metodológicos

Evolucionismo (A partir de 1860, con anterioridad se producen acercamientos descriptivos)

“La cultura o civilización en sentido etnográfico amplio es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la socie-dad” (Tylor, 1871). Se trata de un concepto evolutivo de cultura, estudiando los pueblos primitivos se puede establecer como eran los pueblos civilizados en el pasado.

Bachofen, J. (1861), Das Mutterrecht.Maine, H. S. (1861), Ancient law.Mclennan, J. (1865), Primitive marriage..Morgan, L.H. (1869), Systems of consanguinity and affinity of the human family. (1877), Ancient society.Tylor, E.B. (1871), Primitive culture.Spencer, H. (1876), Principles of sociology..

Las reconstrucciones históricas eran más evidencias de buena fe que evidencias reales. Las compa-raciones las realizaban sin esta-blecer una unidad de referencia. Mantenían un esquema unilineal de desarrollo evolutivo, y tenían una visión etnocéntrica.

Desarrollaron el método compa-rativo, defendían la necesidad y posibilidad de establecer carac-terísticas generales atribuibles al conjunto de las culturas.

Difusionismo (Finales del siglo XIX principio del XX)

El concepto fundamental era el “Kultur Kreise” que suponía que las culturas se difundían desde esos “centros originarios” hacía diferentes regiones. Implicaba una concepción jerárquica de las sociedades. Al igual que los evo-lucionistas su objetivo era trazar la línea evolutiva de la sociedad

Ratzel, F. (1885), The history of mankind. (1882), Anthropogeographic.Schmitd, W. (1993), High good in Northamerica. (1934), Primitive Man. (1939), The culture historical method of ethno-logy.Gräebner, F.(1911), Die Methode der Ethnologie.

Su teoría reduce la capacidad de invención de las culturas y su visión etnocéntrica.

Elaboran el método histórico cultural.

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Definiendo la cultura

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Corriente teórica

Concepto de cultura

Principales teóricos y obras

Críticas fundamentales

Aspectos metodológicos

Particularismo Histórico (EEUU, principios del siglo XX)

Las culturas están determinadas por las condiciones históricas y las peculiaridades del entorno. Necesidad de estudiar particular-mente cada una de las culturas. En la cultura englobaban todos los aspectos recogidos en la defi-nición de Tylor, E. (1871)

Boas, F. (1897), The social organization and the secrets societies of the Kwa.....Indians. (1911), The mind of primitive man. (1948), Race, languaje and culture.Kroeber, A. (1917), “The superorganic”. (1923), Anthropologis. (1952), The nature of culture.Lowie, R. (1017), Culture and ethnology. (1920), Primitive society. (1927), The origen of state. (1937), The history of ethnology.

Su poca contribución teórica, dedicación exclusiva a la recopi-lación de datos.

Método historicista: Necesidad de estudiar las culturas en su entor-no concreto. Trabajo de campo, producción de etnografías. Con-sideraban más urgente recopilar datos que teorizar. Utilizan la observación participante más los informantes.

Funcionalismo (Inglaterra, la gran reacción al evolucionismo)

La cultura incluye los artefacto, bienes, procedimientos teóricos, ideas, hábitos heredados... estos pertrechos materiales del hom-bre... constituyen todo y cada uno de los aspectos más evidentes y tangibles de la cultura. Es una he-rramienta que le sirve al hombre para satisfacer un conjunto de necesidades básicas.

Brown, R. (1962), Structure an funtion in primitive society.Malinowsky, B. (1922), Argonauts of the western Pacific.(1927), Sex and represion in the savage society. (1944), A scientific theory of culture.Pritchard, E. y Foster, M.(1940), African political system.Leach, E.(1954), Political system of Highland Burma.Firth, R.(1957), Man and culture: the evolu-tion of the work of Malinowsky.(1961), Elements of social organi-zation.

Carácter sincrónico de sus estu-dios, concepción estática de las sociedades, y no tienen en cuenta la historia, los cambios.

Adjudicaron un carácter científico a la antropología. Desarrollo del trabajo de campo como técnica de investigación.

Definiendo la cultura

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Corriente teórica

Concepto de cultura

Principales teóricos y obras

Críticas fundamentales

Aspectos metodológicos

Escuela Cultura y Personalidad (EEUU)

La cultura: entidad mental que posibilita el desarrollo de la vida cotidiana. La cultura de puede estudiar atendiendo a universales psicológicos: Explicar al relativi-dad cultural en base a unas cate-gorías psicológicas que buscan la universalidad. La ley que explica-ra el comportamiento humano.

Benedict, R.1932, “Configurations of culture in North America”1934, Patterns of culture.1946, The chrysanthemun and the sword.Mead, M.1928, Coming of age in Samoa.1930, Growing up in New Guinea.1937, Cooperation andcompetition among primitive peoples.1950, Sex and temperament in three primitive societies.

Las derivadas de una concepción mentalista de la cultura que pretendía extrapolar la existencia de una rasgos personales básicos al conjunto de la comunidad (incluidas las comunidades más desarrollas). Se suponía que ese conjunto de afirmaciones consti-tuía el carácter de la comunidad.

Desarrollo del trabajo de campo y utilización de los medios tecnoló-gicos (fotos, grabaciones) conside-rando éstos como neutros.

Estructuralismo Francés

Los fenómenos socioculturales se pueden explicar reduciéndolos a estructuras simples y elementales. Esas estructura elementales son de carácter inconsciente.

Maus, M.1960, Sociologie et anthropologie.Levi-Strauuss, C.1949, Les structures élémentaries de la parenté.1958, Anthropologie structurale.1961, Tristes tropiques.1963, Totemism.1964, Mythologiques:le cru et le cuit.

Reducción de la cultura a as-pectos mentales, a las estructu-ras inconscientes que ordenan el comportamiento humano. ¿Cómo se pueden conocer?

Levi-Strauss retoma el modelo de la lingüística (Escuela de Praga) para afirmar que las diferencias culturales se pueden explicar en base a esas estructuras profundas del pensamiento humano.

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Definiendo la cultura

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Corriente teórica

Concepto de cultura

Principales teóricos y obras

Críticas fundamentales

Aspectos metodológicos

Nueva Etnografía.

“La cultura no debe confundir-se con las cosas que la gente hace habitualmente, ni con las opiniones dominantes ni con el estado de las cosas que caracteri-zará a la sociedad humana como un sistema de conducta material en el que interactúan personas y cosas, exhibiendo mayores o menores grados de equilibrio en relación con el paso del tiempo... Las definiciones que tienen de sus propósitos y de su situación y sus respuestas que son conside-radas como guías por los miem-bros de a comunidad y a su vez atribuidas al conjunto de todos los miembros, es lo que debe ser analizado como cultura”.

Goodenough, W.H.1956, “Componential analysis on the study of meaning”.1964, “Cultural anthropology and linguistic”.1967, “Componential analysis”.1970, Description and comparison in cultural anthropology.Conklin, H.C.1964, “Ethnogenealogical Method”

De nuevo la reducción de la cultura a modelos mentales que únicamente pueden ser descifra-dos a través del lenguaje.

Introducen la distinción “emic-etic”. “Emic” nos remite al punto de vista de los actores, mientras que “etic” implica el punto de vista de los observadores.

Neoevolucionismo.

“Consiste en objetos materiales herramientas utensilios, orna-mentos, amuletos, actos , creen-cias y actitudes que funcionan dentro de contextos caracteriza-dos por el uso de símbolos” A su vez la cultura es también” un sistema organizado, integrado dentro del cual se pueden separar tres subsistemas básicos: el tecno-lógico, el sociológico y el ideoló-gico. “La cultura además “evolu-ciona a medida que aumenta la cantidad de energía aprovechada anualmente per capita, o a medi-da que aumenta la eficiencia de los medios instrumentales usados para poner a trabajar la energía” (Leslie White, 1982[1949])

Leslie White,1949, The science of culture.1959, The evolution of culture1963, The ethnology and etno-graphy of Franz Boas.

Concepción de la cultura como un sistema cerrado, implicando flujos de energía en la evolución cultural.

Recuperación de la idea de evo-lución cultural y de los aspectos más materiales de la cultura.

Definiendo la cultura

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Corriente teórica

Concepto de cultura

Principales teóricos y obras

Críticas fundamentales

Aspectos metodológicos

Ecología cultural

La cultura pierde su autonomía y el entorno deja de ser estáti-co. Entre entorno y cultura se establece una relación de causa-lidad recíproca de manera que el entorno no sólo va a limitar, sino que juega un papel activo en el desarrollo de la cultura. Los as-pectos de la cultura relacionados con cuestiones tecno-económicas y tecno-ambientales, son los que más vinculados funcionalmente se encuentran con el entorno. És-tos determinan el núcleo cultural: la constelación de características que están más relacionadas con las actividades de subsistencia y las disposiciones económicas. El proceso de evolución cultural es multilineal, existencia de mode-los paralelos de desarrollo.

Steward, J.1936, “The economic and social basis of primitive bands”.1948, “A functional developmen-tal classification of American high culture”.1955, Theory of cultural Changes.1956, “Cultural evolution”.1960, “Review of White´s The evolu-tion of culture”.

Vaguedad del concepto de núcleo cultural. En última instancia es cada investigador el que debe se-leccionar que aspectos pertenecen al núcleo cultural.

Sistematiza la relación entre cul-tura y entorno.

Ecología sistémica.

La cultura es analizada como un sistema. Un sistema no es un conjunto de elementos relacio-nados en base a sus caracterís-ticas de tipo ontológico, sino un conjunto de variables en el cual el cambio de una de ellas o de su estado produce cambios en la menos una de las otras varia-bles , y por consiguiente en el sistema, (Martínez Veiga:1978). Se convierte en un mecanismo de adaptación al medio. Dentro del sistema se producen meca-nismos de feedback, para corregir los cambios que ocurren en el sistema. Importancia del equili-brio y de la concepción estática y aislada de las sociedades.

Rappaport, R.1979, Ecology, meaning and Reli-gion.1984, Pig for the Ancestors: Ritual in the ecology of a New Guinea People.Lee, D.1959, “Freedom and culture.”Vayda, A., Leeds, y Smith, D.1961, “The place of pigs in Melane-sian subsistence”.Vayda, A., Rappaport, R. Y An-drew. P. 1963, “Islands cultures”

Obsesión por las calorías, la ener-gía como único factor limitante. Las sociedades como sistemas aislados sin tener en cuenta las relaciones con el exterior, y como en continuo equilibrio.

El hombre como una especie más del sistema, la cultura como adaptación al medio.

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Definiendo la cultura

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Corriente teórica

Concepto de cultura

Principales teóricos y obras

Críticas fundamentales

Aspectos metodológicos

Procesualismo.

Consideran necesario estudiar los procesos de cambio que ocurren en las sociedades. Son los indivi-duos los que tienen la capacidad de decisión. Son los que eligen, los que seleccionan que hacer ante un determinado problema, “estrategias adaptativas”. Estas posibilidades de opción de los sujetos, son las que originan y explican los cambios dentro de comunidades abiertas, en las que se producen relaciones de causali-dad múltiples y variables.

Bennett, J.M.1976, The ecological Transition. Cultural Anthropolgy and Human adaptation.Orlove, B.1980, “Ecological Anthropology”.McCay, B. (1978), “System ecology, people eco-logy and the anthropology of fishing communities”

Su excesivo carácter funcionalis-ta.

Posibilitan el análisis del cambio. Concepción activa del entorno: acontecimientos, azares, proble-mas y oportunidades.

Materialismo cultural.

Cultura puede entenderse:” el re-pertorio aprendido de pensamien-tos y acciones que muestran los miembros de los grupos sociales, repertorios transmitidos inde-pendientemente de la herencia genéticaLos repertorios culturales de las sociedades contribuyen a la continuidad de la pobla-ción y su vida social” (Harris, 1993[1979]:393). Pretende reducir los patrones universales sociocul-turales a tres grandes componen-tes universales, la infraestructura, estructura y superestructura.

Harris, M.1969,The rise of anthropological theory. A history of therioes of cultures.1974, Cows, pigs, wars and witches.1978, Cannibals and Kings.1979, Cultural Materialism: The struggle for a sciencie of culture.

Excesivo determinismo de los factores englobadas en la infraes-tructura que pretende compensar con la elaboración de la ley de los “pesos causales”.

Concepción positivista de la antropología que nos permite un acercamiento objetivo a la reali-dad sociocultural de una determi-nada comunidad.

Definiendo la cultura

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Corriente teórica

Concepto de cultura

Principales teóricos y obras

Críticas fundamentales

Aspectos metodológicos

Postmodernismo

“El concepto de cultura que pro-pugno y cuya utilidad pretenden demostrar los ensayos que siguen es un concepto esencialmente semiótico. Creyendo con Max We-ber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que el mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha se ser por tanto no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significados. Lo que busco es la explicación, interpre-tando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie” (Geertz, 1995, [1973]:20)

Clifford, J y Marcus, G.1986, Writting culture.Dwyer, K.1982, Moroccan Dialogue. Anthro-pology in question.Rabinow, P.1977, Reflexions on fieldword in Morocco.Tyler, S.1978, The said and the unsaid. Mind, meaning and culture.Geertz, C.1973, The interpretation of culture.1988, The anthropologist as author.

Su excesiva retórica, su incorrecta interpretación de la ciencia y de la hermeneútica. Reducción de la antropología a la etnografía.

Plantean una forma nueva de ejercer la antropología, que pasa por difuminar las barreras entre antropólogo y entrevistado.

Concepto de cultura propuesto

Podemos plantear que utilizamos una definición de cultura a dos niveles. Por un lado retomamos la perspectiva sistémica-procesual para lograr un conocimiento de los procesos de cambio que ocurren en una comunidad en el seno de una comunidad con-creta. Es decir, creemos que esta perspectiva es la que mejor nos permite analizar, comprender lo que ocurre en una comuni-dad a nivel micro, identificando problemas, variables y conexio-nes entre variables. Pero a su vez consideramos que para enten-der muchos de los cambios que actualmente ocurren en el seno de las comunidades necesitamos retomar algunos de los análisis realizados desde la perspectiva de los postmodernos. Es decir, que aún reconociendo muchos de sus errores, consideramos que sus ideas constituyen un marco gene-ral que aporta comprensión a la mayoría de los procesos sociocul-turales actuales, especialmete los relacionados con el turismo como forma de consumo.

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Capítulo II

Definiendo el turismo y los impactos generados

El turismo pasa a convertirse en una demanda para la amplia mayoría de trabajadores de los países industrializados en torno a la década de los sesenta. Alrededor de estas fechas el turismo no sólo se convierte en una necesidad más, sino que las vacaciones pagadas y estipuladas en los convenios laborales pasan a ser un derecho de la ma-yoría. Desde entonces hasta la actualidad el flujo de turistas ha ido en continuo au-mento. A partir de esas mismas fechas también el interés por comprender el turismo

ha ido en aumento. Sin duda, resulta difícil plantear una definición conceptual de una actividad tan heterogénea como la turística. Es preciso articular los numerosos agentes que influyen en el desarrollo de la actividad turística: los turistas, los residentes, y toda una serie de intermediarios, con otro tipo de variables como las características del destino, las motivaciones que presentan los turistas para viajar, la competencia entre destinos, las actividades que demandan, los encuentros entre turistas y locales, así como también hay que tener en cuenta las consecuencias, los impactos que se desencadenan fundamentalmente en la comunidad anfitriona.

Será un conjunto de autores englobados en los que Jafar Jafari (1994:13 y ss) ha denominado plataforma basada en el conocimiento los que preocupados por la necesidad de abordar los es-tudios del turismo desde una perspectiva multidisciplinar aportan una estructura conceptual del turismo como un sistema en el que se tienen en cuenta los diferentes agentes implicados así como las distintas variables, sus relaciones y los impactos generados.

2.1. El sistema turístico

Los primeros acercamientos teóricos al turismo se producen en la década de los sesenta (concep-tualización optimista). Consideraban el turismo como la industria salvadora que generaría los empleos y divisas necesarios para impulsar las deprimidas economías de los países receptores (mayoritariamente países del tercer mundo). En la década siguiente el turismo se convierte en todo lo contrario (conceptualización pesimista), siendo analizado como una nueva forma de co-lonialismo que perpetúa e incluso agrava las diferencias económicas.

De tal forma, conforme avanza el desarrollo del turismo, y sus características y consecuencias se hacen más evidentes, las aportaciones teóricas se esfuerzan por comprender tales dimensiones. Surge en la década de los ochenta dos nuevos grupos de aproximación que Jafar Jafari (1994:13 y ss.) denomina plataforma de adaptación -que nutriéndose de las perspectivas anteriores busca alternativas de desarrollo turístico basadas en las necesidades y entornos de los anfitriones -y la plataforma basada en el conocimiento- que plantea la necesidad de abordar los estudios del tu-rismo desde un enfoque multidisciplinar, aunando perspectivas, teorías, técnicas de investigación que posibilitan la definición conceptual del turismo-.

De esta forma, será un conjunto de autores enmarcados en la plataforma del conocimiento

(Cohen,1984; Mathieson y Wall, 1986; Nash, 1987; Lea, 1988; Miller, 1989; Boullon,1990; Molina, 1991; Beni, 1993; entre otros) los que señalan la necesidad de establecer una definición de carácter holista del turismo, que permita acercamientos globales y no estudios basados en análisis de par-

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cialidades. Es necesario una base común que posibilite conectar elementos concretos, por ejemplo, analizar la relación que existe entre los cambios en la demanda turística y los cambios en las imágenes de los destinos, y como a su vez esto puede ocasionar consecuencias, crisis en destinos concretos que no se adaptan a los nuevos tiempos.

A partir de esta preocupaciones, el turismo comienza a analizarse como un proceso, como un sistema que los investigadores definen como abierto. Citando a Santana, A.(1997:50) “el sistema se constituye como un modelo referencial dinámico, flexible, adaptable y de fácil comprensión (Beni, 1993:8), sobre el cual pueden organizarse los estudios (Peck y Lepie, 1977: 159) que así enla-zados, facilitarán su análisis y podrá obtenerse una proposición con validez transcultural (Nash, 1987:3) superando la limitación a un tipo específico de turistas en un momento y lugar también específicos”.

Diseñar una estructura conceptual del turismo como un sistema conformado por multitud de elementos que se relacionan entre sí según patrones de consumo o reajustes empresariales, y que a su vez se inserta en redes más amplias, como pueden ser los factores económicos o políticos de diferentes escalas (locales, nacionales e internacionales), nos permite establecer una base sólida para acometer investigaciones en las que los problemas a investigar (por ejemplo el empleo ge-nerado por el turismo) se analizan en conexión con multitud de variables.

En el complejo sistema turístico ningún elemento se encuentra aislado, y además se asume no sólo el dinamismo de la realidad social y de la propia actividad turística, sino también el hecho de la multicausalidad de los fenómenos.

Mathieson, A. y Wall, G. (1986) defensores entre otros de esta perspectiva establecen con clari-dad las dimensiones y principales características del sistema turístico. Para nuestra reconstrucción seguiremos lo planteado en tal obra, así como las ampliaciones o sugerencias realizadas entre otros por Santana, A. (1997).

Para comenzar, en el sistema turístico pueden distinguirse tres elementos básicos y diferencia-dos: denominados dinámico, estático y consecuencial.

El elemento dinámico,”implicando viaje o desplazamiento, incluye a los componentes de las

sociedades generadoras de turistas, los individuos turistas potenciales y sus procesos de conversión a unas formas determinadas de turismo”, (Santana, 1997:54) ya que evidentemente no todos los turistas son iguales. La demanda se convierte en la variable fundamental del elemento dinámico, entendiendo por tal, no sólo al numero de personas que viajan, sino también a los que desean viajar (Mathieson y Wall, 1986: 28). En definitiva en los países desarrollados, debido a sus condi-ciones socioeconómicas actuales y teniendo en cuenta la variedad de destinos turísticos existentes, la gran mayoría de la población o viajan asiduamente o tienen deseos de hacerlo. Superado el umbral de las necesidades básicas, la mercadotecnia turística y sus efectivas campañas acaban consiguiendo que viajar, que hacer turismo, se convierta en una de las necesidades básicas, en algo así como una merecida recompensa al trabajo diario. La cantidad de dinero que hay que desembolsar para realizar un viaje, siempre variable, dependiendo de la posición económica de la persona, o de la familia, siempre va a ser un dinero bien gastado.

Fuertemente vinculado a la demanda, se encuentran las motivaciones que llevan a los tu-ristas a viajar. No todos los turistas buscan lo mismo, algunos se conforman (o es lo que está al alcance de sus posibilidades) con visitar lugares centrados en la oferta clásica del turismo de masas, de sol y playa, mientras otros se deciden por la montaña, por la práctica de deportes de riesgo, por la convivencia en un pueblo rural, la visita a ciudades históricas. Pero los turistas no sólo se diferencian por sus motivaciones, sino también por el modo de hacerlo, algunos prefie-ren viajar por su propia cuenta y riesgo, alejados de los destinos turísticos clásicos, mientras que otros se sienten más cómodos tomando un vuelo chárter y alojándose en un destino burbuja en el que el más mínimo detalle o imprevisto está controlado. Son varias las tipologías elaboradas por distintos autores que pretenden unificar bajo algún criterio esta variedad de posibles turistas. Existen de dos tipos básicos, las que por un lado enfatizan en las pautas de comportamiento que

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Definiendo el turismo y los impactos generados

manifiestan los visitantes en los destinos (de tipo interaccional) y las que en cambio se centran en el análisis de las motivaciones previas que manifiestan los turistas antes de viajar (las de tipo cognitivo normativo). Dentro del primer grupo se incluyen las realizadas por Cohen (1972 : 167-8), Wahab (1975:10) y Smith (1977c:2-3) y dentro del segundo las realizadas por Plog (1972) y Cohen (1979).

Tipologías de tipo cognitivo-normativo (Motivacionales): Se centran en establecer cuáles han sido las cau-sas o motivaciones del viaje.

Plog,S. (1972)

Alocéntrico-existencial: Suelen representar una pequeña proporción dentro del conjunto de los turistas. Se trata de individuos que no están social-mente integrados en su sociedad, (independientes y críticos con las normas socialmente aceptadas). Su impacto es muy reducido debido a la escasa necesidad de servicios que demandan. Normalmen-te constituyen el punto de partida para que otros se decidan a visitar el lugar.

Experimental: Se trata de viajeros que están per-fectamente socializados en su sociedad, que aceptan y comparten las normas impuestas, que buscan nuevas experiencias y demandan mejores servicios.

Visitantes psicocéntricos (turismo experien-cial): Se trata de individuos que además de encon-trarse perfectamente socializados en en el seno de la comunidad generadora de turistas, se convierten en transmisores y portadores de ese conjunto de normas impuestas. Con su llegada los destinos se popularizan, pasan a depender de la inversión extranjera. Los turista deben sentirse como en casa, con todas las comodidades más las atrarcciones necesarias para su entretenimiento, que poco tiene que ver con el entorno natural y social que encon-traron los alocéntricos.

Cohen, E. (1979)

Separa claramente lo que son visitas dirigidas al placer de aquellas que se caracterizan por la bús-queda de nuevas experiencias personales:

Hedonístico: Visitas claramente dirigidas al placer:

Viajes de diversión: La motivación principal es la ruptura con las tensiones relacionadas con el trabajo.

Viajes recreacionales: El objetivo principal del viaje es escapar de las rutinas acumuladas diariamente. Romper con el ritmo de vida cotidiano, con la mo-notonía diaria.

Peregrinación: Búsqueda de nuevas experiencias personales

Experienciales: Su principal meta es encontrar for-mas de vida “más auténticas” que las existentes en sus sociedades. Más auténticas puede significar más en contacto con la naturaleza, con la espiritualidad humana, etc.

Experimentales: Tienen la necesidad de experimen-tar, de sentir estilos de vida diferentes a los de sus propias sociedades.

Existenciales: Se caracterizan por ir más allá de los otros dos grupos, éstos demandan, necesitan un nuevo centro espiritual, un nuevo conjunto de creencias a partir del cual reconstruir su vida, sus valores.

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Cohen, E. (1972)

No institucionalizados:Turismo de mochila: Buscan entornos exóticos alejados de los núcleos turísticos son ellos mismos los que planean su viaje y otro de sus objetivos es integrarse en las comunidades que visitan.

Exploradores: Al igual que los anteriores se ale-jan de las atracciones tu-rísticas y diseñan su via-je. La diferencia radica en que los contactos con la población anfitriona se reduce únicamente a los necesarios para satis-facer sus necesidades.

Institucionalizado:Turismo de masas individual: El destino siempre es reconocido, la agencia es la encargada de todos los trámites y el individuo una vez en el destino organiza y distribuye el tiempo de sus vacaciones.

Turismo de masas organizado: Todo está controlado por los orga-nizadores, los itinerarios, las paradas, los lugares para comer. El turista no tiene que “tomar ninguna decisión”, sino dejarse llevar.

Wahab, S. (1975)

Teniendo en cuenta una amplia gama de variables, tales como sexo, significado del transporte, localización geográfica, edad clase social y precios, establece los siguientes tipos de turistas:- Turismo recreacional.- Turismo cultural.- Turismo de salud.- Turismo deportivo.- Turismo de conferen-

cias.

Como propiamente indican los nombres atribuidos a los distintos tipos de turista el factor principal no reside en los diferentes niveles de organización de la acti-vidad turística, sino en los tipos de actividades que los turistas prefieren realizar en los destinos concretos.

Smith, V. (1977)

Siguiendo la misma línea de clasificación planteada por Wahab, establece la siguiente clasificación:

Turismo recreacional: Asociado a los cuatro “S”, “sun, sand, sex, sea”.

Turismo cultural: Su objetivo es lo pintores-co, el colorido local , un vestigio del estilo de vida tradicional.

Turismo histórico: In-teresado en los vestigios de un pasado glorioso, iglesias, ruinas...

Turismo étnico: Interés por conocer otros pue-blos y sus costumbres.

Turismo medioambien-tal: Asociado al turis-mo étnico, el principal atractivo del viaje es la “educación” , compren-der la adaptación de la cultura material de un pueblo a su medio.

Smith, V. (1977)

Clasificación del turismo en base al número de turistas que visitan el destino, sus expectativas y el grado de aceptación de las normas locales:

Exploradores: El motivo de su viaje es convivir con los locales, no se consi-deran como turistas y normalmente viajan muy bien equipados, con tec-nología y alimentación.

Elite: Visitan lugares inusuales y realizan actividades poco frecuen-tes, que en ocasiones son contratadas por agencias. Son pocos y se acomodan con facilidad a las condiciones locales.

Excéntricos (ajenos a los circuitos): Son poco comunes, se alejan de la multitud y buscan emociones y riesgos se-micontrolados. También se adaptan a las condi-ciones del lugar.

Inusuales: Son viajeros ocasionales con prefe-rencia por lugares por explorar, contratan sus servicios con agencias. En las áreas de visita el impacto es pequeño, pero en las comunidades que sirven de base el im-pacto puede ser mayor.

Masa incipiente: Via-jeros individuales o en pequeños grupos, que buscan comodidad y autenticidad en destinos consolidados.

Masa: Afluencia masiva de visitantes. El turismo se convierte en la mayor fuente de ingresos y mo-difica considerablemente la escena local.

Chárter: Homogeneiza-ción y estandarización de los servicios turísticos, para atender a la llega-da masiva de buscadores de vacaciones baratas y controladas.

Tipologías de tipo interaccional (comportamentales): enfatizan las relaciones entre los visitantes y las áreas de destino.

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Definiendo el turismo y los impactos generados

Metodológicamente lo más habitual es establecer combinaciones entre unas u otras tipologías, e incluso tener que elaborar nuestra propio clasificación de los tipos de turistas que visitan el lugar.

El elemento estático, “tiene por componentes el destino como entorno global, la estructura empresarial de acogida y los propios turistas y sus actividades” (Santana, 1997:55). Un primer punto a tener en cuenta son las características de los destinos turísticos, no sólo una vez que se constituyen como tales sino previamente.

Es preciso etnografiar el destino, conocer los perfiles sociodemográficos de la población, aspec-tos ambientales, sectores productivos, relaciones políticas, estructuras sociales Así como analizar las características de los turistas, edad, procedencia, nivel socioeconómico, tiempo de estancia, tipo de actividades que demandan, y un largo etc. Dependiendo de las características de los des-tinos y del tipo del turismo, las consecuencias en el destino, entendido como entorno global, tomarán distintos cauces.

En este elemento se engloban aspectos tan interesantes como la capacidad de carga del desti-

no y, por supuesto, desde un punto de vista antropológico algo fundamental, los encuentros, las relaciones entre los turistas y los locales.

En relación al concepto de capacidad de carga, desde un punto de vista básicamente espacial es un término bastante intuitivo. Implica la existencia de unos límites, tanto en entornos natura-les como artificiales que, una vez excedidos, ponen en peligro la supervivencia o continuidad del entorno. Pero al mismo tiempo que resulta un concepto bastante intuitivo, en la práctica presenta bastantes dificultades, hasta tal punto que resulta difícil establecer cuando un destino ha supera-do su capacidad de carga. Si nos referimos a aspectos físico-espaciales son numerosas las muestras que determinan que el destino está al límite de sus posibilidades. Algunas son la generación de residuos por encima de la capacidad de tratamiento, construcción masiva, congestión en el tráfi-co, presencia continua de turistas y un largo etc. Sin embargo, desde un punto de vista sociocultu-ral las variables para establecer si un destino se encuentra saturado no son tan evidentes ¿Cómo se puede estimar el número de turistas que la población de un destino concreto puede soportar?

Por otro lado la relación entre turistas y locales, es un objetivo central en la antropología, ¿se produce realmente un contacto cultural entre ambos o por el contrario es una relación que no trasciende de las esferas comerciales y que está sustentada en estereotipos (tanto por parte de los residentes a los turistas, como de los turistas a los residentes)?

Partiendo de este tipo de encuentros las dimensiones que adquiere el proceso de aculturación resulta un factor fundamental para analizar los cambios que se producen en el seno de la pobla-ción local. De forma reiterada los locales asumen pautas10 , comportamientos y valores exhibidos por los turistas (efecto demostración), en especial los relacionados con los símbolos externos de ostentación y riqueza. Se asumen toda una serie de actitudes y valores que supuestamente sig-nifica ser más modernos, o lo que es sinónimo, más occidentales. Cambian formas de vestir, ac-titudes ante el sexo, ante la religión, el modo de relación con los mayores, las aspiraciones en la vida, etc. No nos interesa tanto establecer juicios de valor sobre este tipo de fenómenos, sino que más bien nos preocupa el contexto general en el que se desarrollan estos cambios, los procesos de desestructuración-estructuración que sufren las comunidades.

El elemeto consecuencial: “impacto resultante de los anteriores, incluye tanto a los efectos

primarios, ocasionados por el desarrollo inicial del turismo en un destino, como los rutinarios, que suceden lentamente en comparación con los anteriores, pero de manera mucho más firme, además de los distintos controles y correcciones efectuados, en su mayoría institucionalmente” (Santana, 1997: 58).

10 Este tipo de procesos se producen especialmente cuando la actividad turística se desarrolla en países subdesarrollados. En este caso la cultura local se encuentra subordinada a los patrones culturales de los visitantes. Pero en cambio este tipo de procesos no son tan radicales cuando los flujos turísticos se desplazan entre países con similar nivel socioeconómico.

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Desde la perspectiva planteada los impactos generados por el desarrollo del turismo no depen-den de una causa directa, sino que son fruto de multitud de conexiones entre diversas variables. Los impactos se producen básicamente en la comunidad anfitriona (no existen estudios sobre cómo afecta en los países de origen el retorno de los turistas) que se reestructura para asumir la llegada de los turistas.

2.2. Los impactos del turismo

Las comunidades anfitrionas sufren una serie de consecuencias con la llegada y desarrollo de la actividad turística. Desde las esferas empresariales promotoras del desarrollo turístico, grupos políticos o determinados sectores de la población, el turismo es promovido como una forma de enriquecimiento cultural, como la apertura a la diferencia, y por supuesto como un generador de empleo y riqueza. Desde otros sectores, generalmente minoritarios, sin embargo no se escatiman esfuerzos a la hora de afirmar lo contrario. Nuestro interés no radica en realizar juicios sobre la naturaleza malvada o bondadosa del turismo. .

Tradicionalmente los estudios sobre los impactos del turismo, “han consistido en poner de re-

lieve alguna asociación estadística, o de otro tipo, entre la aportación turística y otros desarrollos en las sociedades anfitrionas y, de ahí, concluir con más o menos acierto una serie de relaciones, mayoritariamente negativas, entre ambos” (Nash, 1987:5 cf. Santana:1997:66-67).

En la actualidad, los intentos por establecer una visión global de los impactos generados por el desarrollo del turismo son minoría, frente a la amplitud de estudios de caso que comúnmente se limitan a describir los impactos que consideran que el turismo ha generado. D. Pearce (1992 [1989]:15) establece: ”Por numerosas razones, la mayoría de los estudios de los impactos del turis-mo sólo se limitan a un grupo de impactos, y pocos pretenden ser exhaustivos y comprensivos. La mayoría de las veces los impactos analizados han sido previamente divorciados del proceso que los ha creado”.

Desde una concepción del turismo como sistema se pretende analizar los impactos ocasiona-dos por el turismo, teniendo en cuenta el proceso que los ha generado. Se es consciente de que los impactos dependen de la asociación de diferentes variables. Asociaciones que a su vez evolucio-nan con el paso del tiempo, y con la evolución de los destinos turísticos, que por supuesto no son estables, como ha puesto de manifiesto, la noción de ciclo turístico de los destinos11.

Los impactos originados por el desarrollo de la actividad turística no son los mismos, ni se pro-ducen con la misma intensidad, en las diferentes comunidades en las que se desarrolla.

Consideramos que son tres las variables fundamentales que determinan más directamente los impactos y la intensidad de los mismos.

La primera de estas variables son las características del destino, entendido en un sentido am-

plio, es decir, englobando tanto aspectos económicos, históricos, físicos, culturales. No se producen las mismas consecuencias en un destino que pertenece a la lista de los países ricos, que en otro situado en la periferia, ni en un destino con una cohesión sociocultural tradicional muy fuerte frente a regiones en las que por diferentes motivos la desestructuración social resulta evidente. Por ejemplo en los diversos artículos en los que se ha analizado el desarrollo del turismo en la isla de Bali, es reiterativo afirmar que la fuerte cohesión tradicional de la sociedad balinesa, en la que son numerosas las entidades tradicionales que conservan esferas de poder, se ha traducido en el mantenimiento de la cultura balinesa frente a la llegada del turismo de masas que visita la isla

11 La noción de ciclo turístico de los destinos ha sido elaborada entre otros por Butler, R. W. (1980), implica que los destinos a lo lar-go del tiempo pasan por distintas fases, en las que acontecen fenómenos diferentes. Las fases son las de exploración, participación, desarrollo, consolidación, estancamiento, declive o rejuvenecimiento. Cada una de las fases se caracteriza por unos hechos concretos, por ejemplo, en la fase de estancamiento, se alcanza el número máximo de visitantes. Las atracciones naturales y culturales genui-nas probablemente se han visto reemplazadas por otras artificiales. Los niveles de capacidad se habrán excedidos con los problemas ambientales, económicos y sociales esperados (Cf. Mathieson, A. y Wall, G. 1990 [1986]:151)

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(Noronha, R. (1991)[1979] McKean, F. (1992)[1989]; Maurer, J.L y Zeigler, A. (1988)) Es decir, pode-mos plantear que existen unos destinos que por sus características globales son más frágiles, más susceptibles a los cambios provocados por el desarrollo del turismo, tanto los positivos como los negativos. De esta forma etnografiar los destinos se convierte en un paso previo para luego poder entender la magnitud de los impactos que el desarrollo de la actividad turística ha ocasionado, pero no con el fin de describir un antes y un después de la llegada del turismo, sino con el fin de establecer posibles problemas y las soluciones a éstos.

La segunda de las variables a tener en cuenta es el tipo de turismo que se desarrolla en los destinos, el cual en ocasiones, aunque no siempre, va asociado a las características de éstos. Un turismo principalmente cultural tiene más posibilidades de desarrollarse en ciudades como Nueva York o Londres que una región como el archipiélago de las Seychelles o las islas de Cabo Verde, más orientadas a un turismo de sol y playa, o vinculado a actividades en la naturaleza.

Los diferentes tipos de turismo demandan distintos tipos de infraestructuras, por ejemplo un turismo de mochila no demanda evidentemente las mismas comodidades que un turismo in-ternacional de vuelo chárter. De igual forma las actividades, las ofertas de ocio, que demandan unos u otros no son las mismas, ni desencadenan las mismas sucesiones de hechos. No provoca las mismas consecuencias la proliferación de urbanizaciones turísticas, repletas de bares, restau-rantes, bingos, discotecas, que el turismo interesado en la visita y disfrute del patrimonio tanto natural, como cultural, de una comunidad concreta.

Por último, la tercera de las variables es el tipo de desarrollo turístico que se ha producido en los

destinos. El proceso de desarrollo turístico puede tomar distintas formas, tal y como ha quedado manifiesto en la recopilación realizada por D. Pearce (1992[1989]:57-76). Las tipologías analiza-das son la de Barbaza, (1970); Peck y Lepie, (1978[1989]); Préau, (1970), así como la propuesta por el propio autor. Teniendo en cuenta los objetivos de nuestra investigación, la tipología planteada por Peck y Lepie (1977-1989), recogida en una obra clásica en antropología del turismo, Host and Guest (Anfitriones e invitados), y centrada en un estudio de pequeñas comunidades costeras de Carolina del Norte (U.S.A.), “es tal vez de las más importantes y de mayor aplicación posible en el ámbito de la antropología que estudia el turismo, permitiendo, convenientemente acompañada por los tipos de turistas que visitan las áreas (ver tipologías según rol del turista), realizar genera-lizaciones en el tratamiento del desarrollo espacial del turismo y los efectos sobres las poblaciones locales” (Santana, 1997:33).

Los autores plantean que los tres criterios más importantes de cara a la “población indígena “ son: el poder, que implica la propiedad del terreno en el que se ha de construir, así como la fuente de financiación, la aportación de la población local y la relación de las tradiciones locales con los proyectos de desarrollo; la rentabilidad que implican los beneficios de la cultura anfitriona

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por parte del turismo, así como los cambios potenciales de la movilidad social dentro del orden social existente. Por último, la comercialidad implica sobre todo el impacto social que transforma la naturaleza de las comunidades, tales como las consecuencias del traslado de una economía basada en la agricultura y la pesca a una economía comercial, o un cambio que abarca a tres generaciones familiares y a núcleos familiares de tan solo dos generaciones, o el impacto de una amplia gama de normas y costumbres sobre los métodos de control social previamente existentes (Peck y Lepie, 1992 [1978]: 304-305). Partiendo de estos criterios plantean tres tipos de desarrollo turístico:

a) El crecimiento rápido se produce cuando son las compañías multinacionales las que adquieren

los terrenos, los que construyen, trayendo en ocasiones la mano de obra necesaria del exterior. Las nuevas construcciones son compradas a su vez por extranjeros, que en ocasiones instalan negocios para satisfacer las necesidades de sus compatriotas. La mayor parte de los beneficios son repatriados al exterior de la comunidad. El margen de actuación de los locales se ve redu-cido a ocupar algunos de los puestos laborales peor remunerados.

b) En el crecimiento lento, son las clases poderosas de las estructuras de poder tradicionales, (ca-ciques, terratenientes) los que inicialmente comienzan el proceso de construcción. Los recién llegados no son tan numerosos como en el desarrollo rápido y se integran en las estructuras de poder tradicionales de la comunidad.

c) El desarrollo transitorio va asociado a un turismo de temporadas o eventos concretos, tales como días festivos, fiestas, que proporcionan unos determinados ingresos a los empresarios locales, que pueden en principio acometer las infraestructuras demandadas por estos turistas.

Tasa de transformación

Crecimiento rápido

Crecimiento lento

Desarrollo transitorio

Base de poder

Comunidades “dormitorios”. Residentes veraniegos. Comercio especializado. (finan-ciación externa)

Proyectos individualesPropiedad localExpansión del comercio local.(financiación externa)

“Domingueros” de paso. Empresarios de temporada.(financiación local)

Efectos de la comercialidad y la rentabilidad en el estilo de la comunidad

Cambio rápido de las normas locales.Nueva estructura de poder y economía.

Cambio lento de normas.Expansión de la economía local.

Normas estables.Movilidad individual dentro de la estructura económica y de poder.

Tipología del desarrollo turístico elaborada por Peck, J.G. y Lepie, A. S. 1978 “Turismo y desarrollo en tres enclaves costeros de Carolina del Norte” en V. Smith, (comp.), Anfitriones e Invitados (1992 [1989]:304)

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La dependencia de los impactos del turismo de estas tres variables no se mantiene igualitaria a lo largo del proceso de evolución de los destinos turísticos (ciclo turístico de los destinos).

En las primeras etapas del ciclo turístico de los destinos, exploración, participación y desarrollo, será el tipo de desarrollo turístico la variable que más influencia ejerza en la generación de impac-tos. En estas primeras etapas, los cambios fundamentales estarán relacionados con la velocidad del desarrollo turístico, factores como el abandono de los sectores tradicionales de producción, aumento del precio de la tierra, demanda elevada de mano de obra en el sector de la construc-ción, son algunos de los cambios iniciales que se producen en las comunidades con la llegada de la actividad turística. Evidentemente en estas primeras etapas las características del destino son importantes y tenidas en cuenta para la elaboración de las primeras campañas publicitarias de lo que se supone un nuevo destino.

En la etapa de consolidación y estancamiento, una vez que el destino está desarrollado y que su imagen turística está elaborada y comercializada, los impactos que se producen están directa-mente vinculados al tipo de turismo que reciben. Es la afluencia continua de visitantes, las activi-dades que realizan, los encuentros que se producen los que determinan en este caso los impactos. En esta etapa los destinos se enfrentan a la difícil tarea de mantenerse, deben ser por lo tanto excesivamente flexibles y dinámicos para asumir nuevas demandas, lo que significa reconstruir su imagen turística, crear nuevas infraestructuras (desde casas rurales hasta parques temáticos), en definitiva, adaptarse a “nuevos tipos de turistas”.

Los impactos generados por el desarrollo de la actividad turística se han dividido en tres gran-des grupos:

a) Impacto económico: Costes y beneficios que resultan del desarrollo y uso de los bienes y ser-vicios turísticos.

b) Impacto físico: Alteraciones espaciales y del medio ambiente.

c) Impacto social y cultural: Cambio en la estructura colectiva y forma de vida de los residentes en las áreas de destino, incluyendo las consideraciones de este impacto sobre el nivel interper-sonal. Evidentemente esta división es metodológica, en el terreno no se puede establecer de una forma

tan tajante esta separación. Por ejemplo la destrucción de un paraje natural, inicialmente puede ser analizado como un impacto físico, pero implica consecuencias económicas (más terreno para urbanizar), y si además resulta que en ese lugar se celebraba una fiesta, o se practican actividades productivas las consecuencias sociales y culturales resultarán visibles. No obstante, pese a tener presente este tipo de relaciones, resulta imprescindible analizar más detenidamente en qué con-siste cada uno de los grupos, dedicando como ya hemos venido afirmando mayor interés a los impactos socioculturales.

2.2.1. El impacto económico del turismo

El desarrollo de la actividad turística siempre ha ido acompañado de mensajes que enfatizan su potencial como agente económico. Tradicionalmente, y en la actualidad, desde determinados sec-tores el turismo sigue considerándose como la solución a los problemas económicos de distintas comunidades, como si se tratara de una fuente inagotable de riquezas.

El turismo es actualmente uno de los agentes económicos más importantes a escala mun-dial. Pero a niveles más regionales, a niveles locales, el desarrollo de la actividad turística genera unas consecuencias que no siempre presentan unos balances positivos. En estos niveles, analizar las consecuencias económicas del turismo, consiste en un continuo ejercicio en el que se sopesan costes frente a beneficios.

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Una de las primeras manifestaciones económicas es su poder como desestabilizador de las economías. En la mayoría de los países del Tercer Mundo, en los que el turismo sigue conside-rándose como un agente benefactor, los sectores productivos tradicionales, agricultura y pesca, se encuentran en una situación desventajosa para competir con esta actividad, principalmente en lo referente a empleos y salarios. Como ejemplos ilustrativos, que reflejan la reestructuración de los sectores productivos nos sirven las cifras plateadas por Wilkinson, P. (1997:54) sobre la Re-pública Dominicana:”La agricultura ha declinado seriamente en términos relativos desde 1960. Entre1960 y 1970, el número de empleos en la agricultura pasó de 11.693 a 7.720... si lo plantea-mos en porcentaje de población activa la agricultura sufrió un descenso de un 38´1 % en 1970 a un 30´8% en 1981y por último si en 1974 los ingresos agrarios significaban un 35% del P.N.B. en 1983 se redujo la aportación a un 30´2%”; así como las recogidas por Wilson, D. (1994) en su artículo sobre el turismo en Seychellles en el que refleja la evolución de los puestos de trabajo por sectores de tal forma que: “En el sector primario (agricultura , pesca, aprovechamientos foresta-les) se ha pasado de 4.468 empleados en 1969 a 2.199 en 1990, mientras en el sector secundario (manufacturas ligeras y construcción ) se ha pasado de 1.545 empleos en 1969 a la cifra de 4.302 en 1990, pero sin duda los datos más sorprendentes se registran en el sector servicios en los que se produjo un aumento de los 3.813 empleos en 1969 a la cifra de 8.937 en 199012 .

Datos Terciaricizacion Economia Canaria

Se produce por tanto un abandono de los empleos en la agricultura y la pesca con el fin de en-contrar nuevos trabajos en el sector servicios, que aparentemente están “mejor remunerados”, “son menos duros”, y “más limpios”. Se acelera el proceso de urbanización, que implica el creci-miento de los asentamientos urbanos frente al declive de la vida rural, así como la difusión del modelo de vida urbano (en lo referente principalmente a patrones de consumo) (Zarkia, C. 1996: 144-145). Los empleos generados por el turismo constituyen por si sólo un tema de análisis que ha sido tratado por numerosos autores. Mathieson y Wall (1990[1986]:102) establecen una serie de preguntas básicas que deben ser respondidas en el desarrollo de esta problemática:

a) ¿Cuánta gente se emplea como resultado de la industria turística?

b) ¿De qué tipos de oportunidades de trabajo se dispone en la industria turística?

c) ¿Qué grado de especialización requieren y qué expectativas laborales tienen esos empleos?

d) ¿Qué distribución geográfica tienen los empleos generados?

e) ¿Qué inversión de capital requiere crear estos empleos?

f) ¿Qué contribución tienen estos empleos a la economía local, regional y nacional?

g) ¿Qué importancia futura tiene la actividad turística como generadora de empleo?

Los diferentes autores que se han interesado por los impactos económicos del turismo seña-lan unos u otros aspectos: “algunos autores se han centrado en plantear que un desarrollo incon-trolado del turismo a escala masiva genera más empleos para inmigrantes y para expatriados que para la población local, (Foster, 1964; de Kadt, 1979; MacNaught, 1982; Tsartas, 1989; Young, 1973). Otros se han centrado en argumentar que, mientras un gran número de locales son con-tratados como mano de obra sin cualificar o con escasa cualificación -que se caracterizan por ser de bajo estatus y estar mal remunerados (MacNaught, 1982)- ; la gran mayoría de trabajos en

12 Los datos han sido entresacados de una gráfica planteada en el artículo citado, D. Wilson (1994:30). Los datos que manejamos con respecto a Canarias año 1997 marcan la misma tendencia de tal forma que de los 3.304.310 millones de pesetas totales del P.I.B se dividen por sectores de la siguiente forma: Agricultura y Pesca,120.873; Industria, 287.521; Construcción, 358.289 y Servicios, 2.537627. De tal forma que un 76’7% del P.I.B. dependen del sector servicios.

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puestos de gestión son ocupados por expatriados, o por personas con la misma nacionalidad que los principales inversores (Mathieson Y Wall, 1982). La temporalidad del trabajo originado por el turismo, provoca fluctuaciones en los niveles de empleo local (Archer, 1973; Mathieson y Wall, 1982; Tsartas, 1989), además de que, por último, se incorporan al trabajo de sectores tradicional-mente alejados del mundo laboral, principalmente las mujeres, (Wilson, 1979; Andronicou, 1979; Boissevain y Iglott (1979)” (Haralambopoulos y Pizam, 1996:505).

A la hora de estimar el número de empleos generados por el desarrollo del turismo hay que te-ner presente que los teóricos ( Archer, 1973; Goffe, 1975; Vaugham, 1977; Mathieson y Wall, 1986, Lea, 1988) han establecido que se puede hablar de tres tipos de empleo:

a) El empleo directo: Es el originado por los gastos de los visitantes en los núcleos turísticos (ho-teles, apartamentos)

b) El empleo indirecto: No se origina del desembolso directo de los turistas, pero comprende todo lo que se refiere al suministro de turistas (bancos, agencias)

c) El empleo inducido: Es el empleo adicional que resulta de los efectos multiplicadores del turis-

mo –residentes locales- (por ejemplo cambio de moneda, suministro de mercancías desde otros sectores, comercio, etc.)

El efecto multiplicador del turismo, que se puede definir como la capacidad de la actividad turística de generar riqueza en otros sectores de la economía, es decir, el poder reproductor de los ingresos turísticos en otras áreas, ha sido un factor básico a la hora de promocionar la actividad turística. Pero ese efecto multiplicador del turismo se ve reducido por las “fugas de capital” asocia-das al desarrollo turístico. Las fugas de capital se producen entre otros factores por el aumento de las importaciones que se producen en los destinos. Las importaciones son básicamente productos destinados a satisfacer las demandas de los turistas -pero también destinados a un número mayor de locales que los consumen como señal de distinción-. Wilson, D. (1994:36), señala con respecto a la economía de Seychelles: “en el año 1990 la economía de estas islas era fuertemente depen-diente del turismo, que generaba al menos un 50% del P.N.B, así como el 15% del empleo formal y una alta proporción de empleo secundario. En 1983, el sector generaba más de un tercio de los ingresos gubernamentales. Sin embargo, se ha estimado que más del 60% de los ingresos brutos derivados del turismo abandonan el país para pagar los gastos de importación de comida y otras mercancías, así como para el pago de los tour-operadores”.

Otro factor influyente es el hecho de que las empresas turísticas son propiedad de grandes mul-

tinacionales. Las agencias, los hoteles, los restaurantes, los supermercados, e incluso las líneas áreas son de su propiedad. De tal forma, que si el turista compra el paquete de vacaciones en su país de origen -lo habitual-, ese dinero no llega al destino. Este tipo de fenómenos están vinculado a un desarrollo rápido y sin control del turismo, y asociado a su vez a un turismo de vuelo chárter, mayoritario en destinos como Canarias o Baleares, por citar ejemplos cercanos. En este círculo vicioso, el papel activo de los locales en el turismo, se reduce a los trabajos asalariados en los gran-des hoteles, y a un reducido porcentaje para la gestión de negocios propios(bares, restaurantes, tiendas de artesanías, pequeños grupos de apartamentos, etc.)

Las nuevas ofertas de turismo “alternativo” tienen como uno de sus objetivos reducir este tipo de consecuencias, aumentando el papel activo de los locales (decision making) en la gestión de las empresas turísticas. Tarea que se plantea difícil, entre otros factores, porque las grandes cor-poraciones turísticas han incorporado también a su oferta el producto turístico alternativo, tal y como plantea Ioannides, D. (1995:585): “Igual que ocurre con el turismo de masas, el ecoturismo -extensible al “turismo alternativo”- está controlado por algunas multinacionales. De tal forma que los destinos retienen una pequeña parte de los ingresos generados por las actividades”.

Establecer el porcentaje de fuerza laboral que proporciona la industria turística nos sirve para determinar el grado de dependencia de la economía con respecto al turismo. En muchas de las estadísticas este dato no aparece de forma específica, sólo en las que se centran en el análisis con-

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creto de los empleos, y en especial en estudios de caso específicos. Pero, si nos manejamos con las estadísticas más usuales, la dependencia de una economía con respecto al turismo se puede dedu-cir fácilmente analizando el porcentaje del P.N.B derivado del sector servicios. Se puede establecer que una economía es dependiente de la actividad turística cuando dicha actividad genera más de un 25% del P.N.B (Prod´homme, J. 1985:23).

Depender del turismo implica ser vulnerables a cualquier tipo de reestructuración tanto en el seno del sector -la aparición de destinos más baratos que proporcionan más beneficios a los tour-operadores, el cambio de los gustos de los turistas, la degradación del propio destino- como a otro tipo de factores como pueden ser guerras, terremotos, erupciones volcánicas, atentados, en los propios destinos o cercanías, además de los retrocesos económicos en los países emisores de turistas, o incluso a escala mundial.

Pese a este conjunto de consecuencias económicas negativas asociadas al desarrollo del turis-

mo -y en especial a un tipo de desarrollo específico, sin planificación y gestión-, es evidente que el turismo también ha contribuido al desarrollo, al aumento del bienestar social y a la calidad de vida de los habitantes de muchas regiones. La aportación del turismo a la economía española en los últimos años del franquismo y primeras etapas de la transición, (y sin duda en la actualidad, recordemos que España es un país dependiente del sector servicios) fueron fundamentales para el desarrollo del país. A su vez en las regiones europeas ribereñas del Mediterráneo, al igual que las islas, el turismo ha contribuido a la consecución de un “estado de bienestar”.

El ejemplo también puede ser extrapolable a Canarias. En otras regiones, sobre todo en las insertas en la periferia13 (La región Caribe, por ejemplo), el turismo opera igual que cualquier otra actividad económica, como puede ser la explotación de materias primas. El turismo es una acti-vidad económica y sus gestores quieren beneficios a corto plazo. Esta es la máxima fundamental; si secundariamente se mejora la calidad de vida de los locales, su poder económico, su sanidad, su educación, pues está bien, siempre y cuando no se interfiera en la suma de sus beneficios, es decir, siempre que siga siendo un destino barato, y eso sí, seguro. En definitiva, articular turismo y desarrollo no es una tarea imposible, pero si compleja, dependiendo de multitud de variables entre la que destaca la división entre países ricos y pobres, o lo que es igual la distribución de las riquezas.

2.2.2. El impacto físico del turismo

Los diferentes tipos de turistas deciden pasar sus vacaciones lejos de sus entornos cotidianos, de sus quehaceres diarios, de sus rutinas, para ello eligen destinos que se adapten tanto a sus ex-pectativas como a sus posibilidades económicas. Una vez instalados los turistas se convierten en consumidores del entorno natural, ocupando el espacio y utilizando los recursos. Esa actividad genera una serie de impactos sobre el entorno, directamente dependientes del número de turistas que reciben así como de las actividades que éstos realizan. Al referirnos al entorno, no lo esta-mos limitando a monumentos o recursos naturales, sino que incluimos también monumentos históricos, restos arqueológicos, así como la población que reside en ese espacio. Sobre todo este conjunto, la afluencia continua de turistas provoca una serie de consecuencias que conforman los impactos físicos.

El turismo demanda espacio, necesita tierras para construir toda la compleja red de infraes-

tructuras necesarias: aeropuertos, carreteras, muelles deportivos, hoteles, albergues, cabañas, pis-tas de esquí, campos de golf, senderos turísticos, centros comerciales, casinos, centros de visitantes, discotecas, gimnasios, centros de salud, casas de citas, tiendas de artesanía, museos y un largo etcétera en el que se puede incluir casi todo lo que nos imaginemos. De esta forma, el espacio físico, se sitúa en el centro del huracán.

13 Esta problemática la abordaremos con más detalle en el capítulo siguiente al analizar las consecuencias de la actividad turística en los ecosistemas insulares que en su mayoría constituyen regiones periféricas.

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Espacios dedicados a otros usos, como pueden ser las plantaciones agrícolas o un barrio de clase obrera en el centro de una gran ciudad, se convierten de pronto en sitios estratégicos para el desarrollo de una urbanización, o en una agradable zona de confortables hoteles en el medio de la gran urbe. Ambos espacios, así como zonas que tradicionalmente no tenían ningún tipo de valor, tierras no fértiles en primera línea de costas, sufren un proceso de revalorización, y son vendidas para el desarrollo de la industria turística.

Este tipo de urbanizaciones turísticas, de complejos, normalmente se sitúan en las zonas más favorables desde un punto de vista climático y paisajístico, produciendo como algunos autores han señalado una separación espacial, una estructura jerárquica, entre los turistas y los locales. Existen zonas “para la elite”, los turistas, frente a zonas para los locales. Este proceso se agrava con la presencia de un tipo de turistas definidos por Boissevain, J. Y Serracino, P. (1991[1979]:391) como “turistas residentes o afincados”, que compran su residencia, para pasar vacaciones, pero sobre todo para vivir los años de la jubilación.

En otro tipo de espacios, como los barrios de las grandes ciudades a los que nos referimos, la

llegada de turistas ocasiona lo que algunos teóricos han denominado proceso de “elitización so-cial” (Smith, N. 1996). Zonas tradicionalmente marginales pasan a ser codiciadas por los especu-ladores, y empieza todo un proceso de revalorización, que culmina con la instalación de hoteles, restaurantes, pisos de lujo y, por supuesto, con el desplazamiento de la gente que anteriormente habitaba en esa zona.

Otros lugares, como pueden ser playas, parques, áreas recreativas, caseríos, plazas, mercados

habitualmente usados por los locales en sus actividades cotidianas o en algún tipo de evento, al-gunos de ellos además con profundo valor simbólico, de pronto comienzan a ser objeto de visita y de uso por parte de los turistas. En este proceso puede ocurrir que bien los locales se adapten a la presencia -seguramente mayor- de turistas o que por el contrario decidan abandonar esa playa, ese mercadoy buscar otras alternativas, situación que en ocasiones puede ser bastante conflic-tiva, sobre todo en esos sitios que tradicionalmente han estado asociado a celebraciones o usos muy concretos.

En el primero de los casos se produce un uso compartido de los espacios. Se supone que si se produce este uso compartido de los espacios se pueden establecer algún tipo de contactos entre turistas y locales, más allá de las relaciones básicamente comerciales o laborales. Pero, normal-mente, en estos casos lo que suele ocurrir es que pese a que los locales sigan usando los mismos espacios sus actividades cambian, adquiriendo normalmente un matiz económico, por ejemplo se quedan en la playa pero porque instalan un bar, o se dedican al alquiler de hamacas, o siguen yendo al mercado, pero no a comprar productos sino, siempre que sea posible, como vendedores. Black, A. (1996:125-128) en su artículo sobre el turismo en Malta, dedica un apartado concreto a los cambios que se producen con la llegada del turismo y la asignación de espacios, planteando lo siguiente: “Mucha de la gente local siente tristeza o resentimiento por el proceso de reorganiza-ción que han padecido sus tierras para desarrollar los servicios turísticos con la inevitable destruc-ción del paisaje y tierras de cultivoEs cierto que para los habitantes de Mellieha (ciudad al norte de la isla de Malta en la que la autora desarrolla su trabajo de campo) es habitual trasladarse en los meses de verano a pequeñas casas cerca de la costacoincidiendo con los turistas de verano, produciéndose la masificación en algunas áreas, pero que no llegan a plasmarse en resentimien-to. Existen tres razones fundamentales. La primera de ella se debe a las diferencias entre los usos por parte de los locales y los turistas. La mayoría de los turistas y algunos de los locales prefieren las playas arenosas con bares y otros servicios cerca. Sin embargo, la mayoría de la población local se adaptan con mayor facilidad al medioambiente, prefiriendo con frecuencia zonas más rocosas. Afirmando a su vez que las playas de arena están más sucias y constituyen verdaderos focos de infecciones La segunda de las razones consiste en que con el aumento del nivel de vida, cada vez mayor número de locales se han comprado botes. Para muchos hombres salir a pescar se ha convertido en una actividad importante, bien como hobby o bien como forma de ganarse la vida, y otra de las principales actividades es disfrutar de los deportes náuticos Sin embargo, la mayoría de la gente no pasa la mayor parte de su tiempo, intentando escapar de los resortes turísticos. La tercera de las razones por las que el grado de resentimiento es inexistente, es que

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al aumentar el nivel de vida de los locales, estos comparten zonas de esparcimiento, tales como restaurantes, y discotecas importantes en los sectores más jóvenes de la población”.

Con respecto a las variadas infraestructuras necesarias para satisfacer las exigencias de los diferentes turistas, normalmente son justificadas como una mejora para la población local en ge-neral. Evidentemente algunas de las infraestructuras que se construyen o se mejoran, en especial con el desarrollo de la industria turística, han favorecido la calidad de vida de los locales, mejora en la comunicaciones, pero también es cierto que muchas de ellas son únicamente para el uso y disfrute de los turistas y sectores muy reducidos de la población local, como puede ser el caso de los campos de golf o los muelles deportivos.

El desarrollo de la actividad turística ha generado en los destinos, en especial en aquellos que por sus características específicas son considerados como más frágiles, tales como zonas de litorales, islas, o zonas de montañas (Mathieson y Wall, 1990[1986]: 146-149), así como reservas vegetales, marinas o animales, serios problemas medioambientales. La llegada masiva de turistas y el potencial constructivo que lleva aparejado, ha generado serios problemas en lo referente a la generación de residuos, aguas residuales que se vierten al mar, toneladas de basura que se alma-cenan en los rincones más inesperados, restos de fuel-oil en las zonas costeras derivados de las embarcaciones recreativas, congestiones de tráfico y un largo etc.

Ahora bien, si es cierto que el desarrollo del turismo ha provocado catástrofes irreversibles en algunas zonas, es igualmente cierto que la actividad turística o más concretamente, los ingresos generados por la explotación turística, han promovido la conservación de numerosos entornos, mediante su declaración como zonas de protección especial, Parques Nacionales, Reservas de la Bioesfera, Sitios Patrimonio de la Humanidad, etc. El uso y gestión turístico de estos entornos ha contribuido no sólo a su conservación, sino que ha provocado cambios significativos en las poblaciones que bien viven en el interior de los mismos y en las zonas aledañas, que han estado vinculadas de alguna forma, en especial productivamente con los recursos del entorno. En mu-chas ocasiones detrás de una denominación de Parque Nacional o Reserva de la Bioesfera existen serios conflictos entre una población local que ha visto reducida su capacidad de acción y que de cierto modo “se siente desplazada”, y las nuevas autoridades.

2.2.3. Los impactos socioculturales

Los impactos socioculturales los podemos definir como “el camino por el cual el turismo contri-buye a cambiar el sistema de valores, la conducta individual, las relaciones familiares, los estilos de vida colectivos, la conducta moral, las expresiones creativas, las ceremonias tradicionales y la organización comunitaria”(Pizam y Milman, Cf. Haralambopoulos, N. Y Pizam, A. 1996:) La distinción entre fenómeno social y cultural no está clara. A la hora de establecer una delimitación se ha planteado que los impactos sociales implican los más inmediatos cambios en la estructura social de la comunidad, mientras que los impactos culturales implican los cambios a largo plazo en lo referente a patrones de comportamiento sociales, así como a aspectos de la cultura mate-rial que emergen gradualmente en el seno de la comunidad. De esta forma los impactos sociales son más evidentes si los comparamos con aspectos más estrictamente culturales, que precisan el transcurso del tiempo para su desarrollo y un seguimiento a largo plazo por parte de los teóricos interesados en su análisis. Por ejemplo, los cambios en la vestimenta en un ritual concreto se pueden apreciar de una forma más fácil que los cambios simbólicos que se asociaban tradicional-mente a tal ritual y que se invierten o se trastocan con la llegada del turismo, y por supuesto la tarea se complica si intentamos analizar los procesos de endoculturación dirigidos a las nuevas generaciones. Desde nuestra perspectiva creemos que no se puede establecer con exactitud una delimitación entre ambos tipos de impactos por lo cual hablamos de impactos socioculturales.

En definitiva se trata de “impactos sobre la gente, esto es, los efectos que sobre los residentes habituales y fijos de la comunidad anfitriona tienen las asociaciones directas e indirectas con los visitantes, a los que habría que añadir los efectos de la actividad turística y los encuentros sobre los mismos individuos que practican el turismo y sus sociedades de origen” (Santana, A. 1997:90)

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Existen numerosos estudios de caso sobre poblaciones concretas en los que se intentan reflejar los principales impactos socioculturales que el desarrollo de la actividad turística ha desencade-nado. La mayoría de estos textos son básicamente descriptivos, es decir, se limitan a detallar los impactos socioculturales que ellos consideran que se producen, sin especificar metodología, y sin ofrecer un análisis causal de tales hechos.

Uno de los principales problemas con los que se encuentra el investigador interesado en ana-lizar los impactos socioculturales consiste en delimitar los efectos provocados por el desarrollo de la actividad turística de los originados por otras causas.

En líneas generales los impactos socioculturales han sido siempre considerados como negati-vos, son los costes frente a los posibles beneficios económicos que el desarrollo del turismo genera. En las últimas décadas han proliferado estudios sobre los impactos socioculturales: “Algunos han inventariado numerosos impactos concretos (Young, 1973; Jafari, 1974; Turner y Ash, 1975; Adams, 1992; Berghe, 1992, 1995; Black, 1996), otros se han concentrado sobre un tipo particular de ellos (Jud, 1975; Graburn, 1976; Eadintong, 1978), lo han localizado sobre zonas específicas, incluyendo las islas del Pacífico (Farrell, 1977; Finney y Watson, 1977; Chesney-Lind y Lind, 1986; Cessford y Dingwall, 1994), Asia (Francillon, 1975; Mckean, 1976; Cohen y Cooper, 1986), Espa-ña (Greenwood, 1972; Agudo Torrico, 1991; Santana Talavera, 1987, 1990), Europa (Boissevain, 1996; Bostedt y Mattsson, 1995), África (Ouma, 1970; Bachmann, 1988), el Ártico (Beck,1994), el Caribe (Bryden, 1973; Pérez, 1975;Lundberg, 1974); De Kadt en 1979 ya realizó una suncita reco-pilación sobre los tópicos que aparecen en diferentes autores; Smith (1977) y Nettckoven (1979) expusieron y discutieron acerca de los mecanismos de interacción intercultural, etc” (Santana Talavera, 1997: 91).

La amplitud de estudios también ha puesto de manifiesto que los impactos socioculturales

son numerosos y de distinta índole. Algunos autores como Cohen (1984) y Pearce, (1986) han establecido sendas clasificaciones sobre los impactos socioculturales. El primero de los autores argumenta que “la gran mayoría de ellos pueden ser clasificados en torno a diez tópicos princi-pales: la comunidad se ve envuelta en un sistema más amplio, la naturaleza de las relaciones interpersonales, las bases de la organización social, el ritmo de la vida diaria, la migración, la división del trabajo, la estratificación, la distribución del poder, la desviación de las costumbres y el arte (Cohen, 1984: 385). Pearce, D. (1994[1989]:217-218) establece la siguiente clasificación de los impactos socioculturales:

a) Impactos sobre la estructura de la población: tamaño de la población; composición por edad y sexo; modificación del tamaño de la familia, transformación de sociedades rurales en sociedades urbanas.

b) Transformaciones en las formas y tipos de ocupación: impactos sobre los niveles de cuali-ficación, impactos sobre la distribución de la fuerza laboral por sectores; demanda de empleo femenino, aumento de la temporalidad de los empleos.

c) Transformación de valores: políticos, sociales, religiosos, morales.

d) Influencia en el modo tradicional de vida: sobre el arte, la música, el folklore, hábitos y cos-tumbres, sobre la vida diaria.

e) Modificación de los patrones de consumo: alteraciones cualitativas y cuantitativas.

f) Beneficios del turismo: Relajación, recreación, ampliación de horizontes, contactos sociocul-turales.

Veamos ejemplos de esta amplitud de impactos socioculturales, utilizando algunos estudios de caso. El análisis realizado por Zarkia, C. (1996:143-173) sobre la pequeña isla griega de Skyros con

una extensión de 209 kilómetros cuadrados y con una población de 2.750 habitantes, ilustra los

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cambios provocados por la llegada del turismo sobre el sistema tradicional de reparto de las he-rencias (la dote). El aeropuerto de la isla funciona desde 1973, sin embargo la autora considera que el desarrollo turístico de la isla se ha producido de una manera paulatina hasta la década de los noventa, momento en el cual la isla comienza a recibir el turismo de masas a través de vuelos chárter. Antes de centrarse en el análisis concreto de los impactos establece algunos datos sobre la estructura tradicional de la sociedad isleña. Sólo resaltaremos algunos de los aspectos más básicos de lo que implica la dote. La primera de las hijas era depositaria de todo desde las casas, las tierras, los animales, así como otro tipo de objetos, joyas, muebles que han sido transmitidos de generación en generación por vía matrilineal. De acuerdo con la ley los hombres sólo podían administrar la dote con la autorización previa de la mujer. Esta costumbre se ha establecido mediante tradición oral, es decir, no existen leyes escritas. Sin embargo desde 1983 el estado ha elaborado leyes que se oponen a la costumbre de la dote, considerando que las herencias pasan a pertenecer a los esposos como una parte de su patrimonio. En Skyros sin embargo, la costumbre sigue superando las leyes, identificando siempre la dote como una pertenencia de las mujeres.

Este tipo de sistema basado en la dote ha tenido marcadas influencias en la situación de las mujeres en Skyros y en otras islas griegas. Las mujeres conservan su apellido, incluso después de casadas, y en algunos casos se lo transmiten a sus hijos –en lo referente a un uso social, no de cara a asuntos oficiales. En las áreas rurales el patrimonio es reconocido por símbolos y nombres, y el nombre familiar es una señal de distinción que debe ser mantenido en la memoria colectiva. Las mujeres como transmisoras del patrimonio también son las que transmiten todos los valores sim-bólicos asociados al nombre de familia. Ellas pueden administrar sus pertenencias y tomar toda la serie de decisiones que consideren oportunas. De hecho la gran mayoría de las tiendas situadas en el centro de la villa pertenecen a mujeres. Debe quedar claro, que este estatus excepcional de la mujer en las islas griegas no significa que tengan privilegios en la vida doméstica y social. Las mujeres siguen manteniendo el papel tradicional de amas de casas y cuidadoras de niños. El poder sigue estando en manos de los hombres, de igual modo que en un sistema patriarcal. La diferencia consiste en que las mujeres pueden tomar decisiones en lo referente a un patrimonio y las casas, pero no en la producción.

La llegada del turismo a la isla desencadenó una serie de impactos sobre el uso de la tierra y

por consiguiente ha cambiando el valor de ésta, así como de otras propiedades, en especial las casas. El turismo ha revalorizado tales propiedades. De esta forma la institución de la dote ha sido afectada directamente por la nueva situación. El sistema tradicional ha sido cuestionado. Ellos reclaman una repartición más igualitaria del patrimonio, usando argumentos como la moderni-dad y la emancipación de las mujeres. Las hijas han pasado a ser el centro de las disputas ocasio-nadas por la repartición de las herencias. Este ejemplo nos muestra como una práctica como la dote, que regulaba el funcionamiento de la sociedad tradicional griega, con la llegada del turismo y en especial con la revalorización que sufren las tierras destinadas a la construcción, así como

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las casas tradicionales que se convierten en posibles hoteles y otros objetos que se convierten en objetos tradicionales, pierden su papel estructurador de la sociedad.

Rosenberg, D. (1995:159-176) en su estudio sobre la isla de Ibiza –Baleares- establece las ca-

racterísticas fundamentales del desarrollo turístico de la isla, citando algunos ejemplos concretos de impactos socioculturales. El desarrollo e incremento del turismo ha generado tres tipos de mo-vimientos básicos. El primero es el movimiento intersectorial, que significa el abandono de la agri-cultura a favor de la construcción, el trabajo en hoteles y el sector terciario en general. También se produce una movilidad espacial, implicando el éxodo de las zonas rurales hacía los centros urbanos y nuevos núcleos turísticos. El tercero de estos movimientos se produce en términos de la estratificación social, implica la acentuación de las desigualdades en una sociedad que hasta ahora por ser “supuestamente tradicional” había sido más igualitaria14 ... Este proceso ha tenido implicaciones en la totalidad del sistema de sucesión, la costumbre de otorgar la herencia al pri-mogénito varón ha sido abandonada a favor de una repartición más igualitaria entre todos los hijos. La granja ha dejado de ser la unidad central de producción y consumo. La familia extensa se ha visto sustituido por la familia nuclear. Los matrimonios han dejado de estar restringidos por factores espaciales, aumentado el número de matrimonios entre locales y extranjeros.

La dependencia de la tierra y del calendario agrícola, que imponía el ritmo de vida, ha sido sustituido por la economía racional de tipo capitalista. El modo de producción industrial asociado con las nociones de productividad, cálculo de beneficios, valor cuantitativo del tiempo, que van asociados con el desarrollo del turismo ha reestructurado la sociedad ibicenca. El empleo remu-nerado ha transformado la relación entre la gente y el trabajo. Paralelamente estos procesos han provocado la diferenciación espacial del lugar de trabajo y del hogar.

Con el aumento de los ingresos se ha producido un incremento de los patrones de consumo domésticos -equipamientos para las casas, coches;-, también muchos de los trabajos que antes se realizaban mediante redes sociales de ayuda, ahora se han convertido en trabajos asalariados. La nueva importancia del dinero y la multiplicación del significado de los transportes ha iniciado el proceso de automatización de las relaciones sociales, desarrollando actitudes individualistas entre las generaciones más jóvenes -en términos de residencia, ocupación, patrones de ocio-.

El estudio realizado por Byrne, M. (1992 [1989]:139-169) sobre la comunidad Kuna en Pa-namá y la comercialización de sus tejidos artesanales (molas) incide en la problemática que se crea cuando un actividad artesanal se convierte en uno de los principales reclamos turísticos. La autora considera que “las molas conservan una imagen comercialmente positiva de autenticidad étnica””las molas se han convertido en productos turísticos pero también son símbolos materia-les de nuevas formulaciones de identidad”.

Crystal, E. (1992 [1989]:217-253) analiza el proceso de comercialización cultural de un ritual funerario en Toraya (sulawesi, Indonesia), Greenwood, D. (1992[1989]:257-300) se centra en el análisis de la transformación que sufre uno de los principales rituales públicos que se celebra en Fuenterrabía (España): El Alarde que con la llegada del turismo se ve transformado en una mer-cancía más.

De igual forma, partiendo de los mismos intereses son numerosos los investigadores que ana-

lizan el turismo en la isla de Bali, (Indonesia) partiendo de la misma preocupación, es decir cuestionándose si la “cultura balinesa se ha convertido en un producto turístico más” y las po-sibles implicaciones de tal proceso. Veamos de forma más detallada el caso concreto de esta isla que se ha convertido en un clásico en lo referente a impactos socioculturales ocasionados por el

14 En este punto me parece oportuno puntualizar que constituye una práctica común en muchos estudios de caso centrados en analizar las consecuencias del desarrollo turístico, el considerar las comunidades antes de la llegada del turismo como “tradicionales” y en ese sentido parece ser que eran estáticas y sin demasiados conflictos. Evidentemente con la llegada del turismo, al igual que otro tipo de actividad nueva, se desencadenan cambios, algunos de ellos realmente graves en el sentido de desestructuradores, pero de igual modo antes de la llegada del turismo, en las sociedades también se producían conflictos, para nada se pueden considerar como las “comunidades ideales”.

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desarrollo de la actividad turística. La isla de Bali, situada en la compleja región de Indonesia, archipiélago con más de 3000 islas entre grandes y pequeñas que se agrupan en el archipiélago de la Sonda (Sumatra, Java, Borneo y Célebes) e islas menores (Bali, Lambok, Sumbawa, Flores y Timor). La superficie de este fragmentado territorio es de 1.919.270 kilómetros cuadrados (cuatro veces más la extensión de España), y su población supera los 130 millones de habitantes. Eviden-temente no se trata por tanto de un territorio homogéneo, las islas que lo componen presentan notables diferencias en el nivel de desarrollo económico, cultural, produciéndose en ocasiones tendencias separatistas. La isla de Java constituye el eje central de la actividad política, económi-ca y cultural, siendo a su vez junto a la isla de Bali las más pobladas –registran una densidad de población de 650 habitantes por kilómetro cuadrado-.

La isla de Bali es sin duda la más desarrolla turísticamente, desde que en 1969 se construye el aeropuerto internacional, y en 1972 el gobierno indonesio fundó la Comisión para el Desarrollo Turístico de Bali (BTDB). Desde estas fechas el número de turistas va en aumento. En 1975 se re-gistró un total de 275.000 habitantes, en 1980 la cifra ascendió a 400.000, y en la década de los noventa la cifra ha superado el millón de visitantes, provenientes en su mayoría de países como Alemania, Francia, Japón y Australia. Los principales núcleos turísticos de la isla son Sanur, Kuta y Denpasar.

Bali constituye una entidad cultural única en el marco indonesio. Se conoce como “la isla de

los dioses” por su elevado número de templos budistas, frente al resto de la región que son prac-ticantes del islamismo. Además de por sus templos, la isla y sus habitantes son conocidos por sus peculiares ritos, principalmente a través de la danza, así como por sus habilidades para la talla de madera. En la isla existe a su vez una fuerte vinculación a comunidades tradicionales, bien como centros de poder, o bien como organizadores de tarea comunales, tales como los “band-jares”, comunidades dedicadas al mantenimiento de uno o varios santuarios, que vincula a los individuos a través de determinadas relaciones de poder, las comunidades de irrigación “subaks”, las labores comunales “gotong royong” y algunas más (Wall, G. 1996:126). Estos factores posi-bilitan la existencia de una fuerte tradición cultural, que se ha mantenido pese a las excesivas influencias exteriores, el imperio colonial, la dominación javanesa sobre el resto de las minorías étnicas, y actualmente el turismo. La unicidad de la cultura balinesa se ha convertido en el atrac-tivo fundamental para los turistas, veamos cuáles han sido las consecuencias fundamentales de ese proceso de comercialización.

Mientras para algunos teóricos el turismo ha contribuido a la revitalización de la cultura ba-linesa, para otros ha provocado su destrucción. Éstos últimos no escatima esfuerzos a la hora de afirmar sus conclusiones: “el turismo en Bali se ha convertido en un fenómeno comercial, provo-cando una tragedia cultura, las tradiciones se han visto empaquetadas conforme a las expecta-tivas de los turistas, el arte balinés ha sido barrido para la creación de souvenirs y los antiguos ritos religiosos se han trasladado a los hoteles” (Picard, M. 1995:45). En cambio los partidarios de la tesis de la revitalización cultural consideran que “el advenimiento de la industria turística ha significado una adicción de nuevos roles, la llegada de los turistas a Bali ha venido a fortalecer la supervivencia de lo folklórico, lo étnico o lo local, lo típicamente balinés en vez de imponer la homogeniezación del mundo occidentalizado, el núcleo familiar ha cobrado una mayor impor-tancia”, “los balineses han contestado a esta última incursión, igual que en las incursiones del pasado, individualizándose más si cabe, acendrando su identidad” (McKean, P.1992[1977]:196).

Evidentemente no tenemos los recursos suficientes para decantarnos por una de las posturas

enfrentadas con respecto a las consecuencias que para la cultura balinesa ha tenido el desarrollo de la actividad turística. Sin embargo reconocemos que el debate entre estas dos posturas enfren-tadas va a ser la línea dominante en la mayoría de los estudios de caso que intentan analizar las transformaciones que sufren determinadas culturas con el desarrollo de la actividad turística.

Resulta obvio que las culturas cambian, se transforman, se adaptan a las nuevas circunstan-cias, entre las que se incluye el turismo. Personalmente creo que el hecho de que determinadas prácticas culturales se convierten en un recurso rentable de cara a su explotación turística, no tie-ne por que ser negativo, ni evidentemente tampoco va a ser la solución a todos los problemas. En

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este tipo de procesos de comercialización cultural, frecuentes al desarrollarse la actividad turística, hay que tener en cuenta numerosas variables, que inciden en cada caso concreto, no se pueden establecer generalizaciones. Analizar más detalladamente este tipo procesos de comercialización que sufren las culturas, especialmente determinadas manifestaciones culturales tales como las artesanías, la gastronomía, o una manifestación religiosa y las consecuencias de estos procesos en la construcción de la identidad cultural, constituye la problemática que desarrollaremos a continuación, dejando a un margen la recopilación de impactos socioculturales específicos en comunidades concretas.

2.3. Las culturas como productos turísticos

Para poder comprender las características y consecuencias del turismo es preciso tener en todo momento presente las dimensiones generales del contexto mundial en el que se desarrolla. Son muy pocas las fronteras que existen para los turistas ávidos de conocer los más variados rincones de un mundo que en ocasiones parece quedarse pequeño. El turismo es una consecuencia de los procesos de globlalización- como ya hemos planteado- Ahora bien, hablar de la aldea global y de un mundo casi sin límites por conocer, es posible sólo para una pequeña parte de los habi-tantes de este planeta, - los habitantes de los países desarrollados-, para la otra gran mayoría el turismo implica en muchas ocasiones una muestra más del reparto desigual de las riquezas, la ostentación de los ricos frente a los pobres y en muchos casos hambrientos. No estamos afirman-do tajantemente que el turismo sea el causante de los males del mundo, ni mucho menos, ya que reconocemos que en determinadas zonas su contribución al desarrollo ha sido vital. Nuestra pretensión consiste en dejar de manifiesto que el turismo se desarrolla también dentro de este contexto de sistema- mundo, en el que existen desigualdades. Lanfant, M. (1995) afirma que el turismo constituye en la actualidad un fenómeno de expansión unilineal, vehículo para sostener la ideología del placer de las sociedades industrializadas.

En los países desarrollados viajar, hacer turismo, se ha convertido en una forma de consumo

específica y por supuesto en una “necesidad vital”. La experiencia turística de la actualidad está orientada en exclusivo hacía una actividad, consumir. La experiencia turística15 está íntimamen-te conectada con el “ver” y con el “consumo”. El turista necesita captar, atrapar- nos referimos al concepto de tourist gaze planteado por Urry, J. (1990) -cualquier fenómeno que ocurra alrededor de su radio de acción. Guiados por este afán, en ocasiones compulsivo de apropiarse del momen-to, del entorno, los turistas se dedican a comprar todo tipo de objetos, realizar fotografías, y cua-lesquiera otro tipo de actividades que les permita apropiarse simbólicamente del “entorno”. Las fotografías, las grabaciones de vídeo, ocupan un papel central en la experiencia turística, en tanto que constituyen la perfecta aliada para captar el momento, dejando constancia de la realidad de la experiencia y garantizando su supervivencia en el futuro. Desde el momento inicial en el que decidimos convertirnos por un periodo de tiempo concreto16 en turistas, nuestra actividad básica consiste en consumir. Los objetos de consumo van desde el billete de algún medio de transporte hasta el alojamiento, pasando por las cosas más variadas tales como atracciones recreativas, comidas, paisajes, sexo y, por supuesto cuantos elementos culturales se nos puedan ocurrir: ar-tesanías, edificios patrimoniales, fiestas, rituales... La cultura en la actualidad, sobre todo las formas culturales diferentes se han convertido en el elemento central de numerosos paquetes turísticos. “El aparato de producción de la industria turística se ha extendido a través de todo el planeta, transformando sociedades y culturas en productos turísticos” (Lanfant, M. 1995: 29).

15 Evidentemente nos estamos refiriendo a la experiencia turística en general, somos conscientes que al igual que hemos hablado de distintos tipos de turistas se puede hablar de diferentes tipos de experiencia turística, pero la necesidad de apropiación vinculada al consumo es inherente a cualquier tipo de experiencia turística, teniendo en cuenta, por supuesto diferentes matices.

16 Convertirse en turista es un proceso de auténtica conversión, en el que cambian nuestras actividades diarias, nuestras responsa-bilidades e incluso nuestra forma de vestir. Se trata además de una etapa momentánea, puede durar desde horas hasta años, pero luego se vuelve de nuevo con algunos matices a la situación inicial.

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¿Qué implica que las culturas se convierten en productos turísticos? Si identificamos la cultu-ra con “el modo de vida de un grupo humano e incluye su repertorio de creencias, costumbres, valores, y símbolos” (Comas,1998:30), afirmar que con la llegada del turismo la cultura se comer-cializa, implica a grandes rasgos que pierde parte de sus valores esenciales, de su razón de ser, en pro del beneficio económico. Pasa a ser vista como una configuración de recursos que pueden ser comercializados a cambio de beneficios económicos.

Creemos que la concepción de cultura que hemos propuesto nos permite analizar este proceso

“de comercialización” de una forma acertada.

La utilización de la perspectiva sistémica-procesual nos proporciona una base analítica sólida. La cultura es concebida como un sistema conformado por la conexión de multitud de variables, sujetas a procesos de cambios continuos. El turismo es, por tanto, una variable más que, cuando aparece en el seno de una comunidad, implica una reestructuración de variables, es decir, pro-voca una serie de fenómenos, de procesos, a los cuáles los individuos de esa sociedad tienen que hacer frente, adaptarse, tratar de establecer un nuevo sistema cultural, que de nuevo les permita identificarse, comprenderse a sí mismos y a los demás. A su vez, cómo hemos venido planteado, para entender muchos de los procesos que se desarrollan en el seno de las culturas con la llegada del turismo, son precisos los análisis realizados por los postmodernos, en especial si queremos comprender, qué significa que las culturas, ciertos elementos culturales, se conviertan en produc-tos turísticos y, a su vez, cómo estos cambios afectan a de los locales.

Reconocemos que no todos los pueblos viven de la misma forma, hacen las mismas activida-des, se identifican con los mismos valores, o tienen las mismas aspiraciones. Las culturas son par-ticulares a cada entorno propio, ahora bien, la necesidad de los seres humanos de tener referentes culturales es universal. Sin embargo en la actualidad nos encontramos que el marco en el que los pueblos deben construir sus identidades culturales es el de la globalización. Ninguna sociedad puede aislarse del resto de las sociedades, es decir, que lo que ocurre en su seno –así se trate de una comunidad perdida en el centro de la Amazonia- depende o está en estrecha conexión con diná-micas, con procesos de escala mundial, que trasciende las fronteras tanto regionales como na-cionales. Esta idea es perfectamente recogida en la siguiente cita de Comas, D. (1998: 46-47) “La noción de sistema global pone de manifiesto que la situación de un determinado grupo humano no es una mera cuestión de características propias y de iniciativas locales, sino de posición global. Y siempre ha habido sistemas globales y, por tanto, posiciones diferenciadas en el sistema; es hoy cuando este sistema global alcanza dimensiones mundiales y abarca a todas las sociedades”.

Pero a su vez la globalización también implica que desde los países más desarrollados, a través

de los medios de comunicación de masas se generan una serie de corrientes repletas de imágenes culturales, que se convierten para muchas personas de distintas partes del mundo en modelos a imitar. Los turistas al desplazarse a los lugares de destino también se convierten en portadores del modo de vida occidental17 . Para los locales, especialmente para los de los países subdesarrollados, los turistas representan el ideal de la vida buena, la eterna felicidad, que sólo deben preocuparse de disfrutar de sus vacaciones. No obstante los turistas antes de convertirse en tales y trasladarse al lugar elegido como destino para disfrutar de sus vacaciones, tienen que realizar una serie de actividades prefijadas, comprar los billetes, preparar el viaje, el desplazamiento mismo. Pero a su vez el viaje también implica asumir toda una serie de valores simbólicos con respecto al mismo, y también con respecto al destino elegido, crearse unas expectativas a satisfacer, “raro es que haya viajes sin objeto” (Graburn, N. 1992[1989]:55).

Como no todos los turistas son iguales, tampoco resultan iguales los modos de viajar, las ex-pectativas creadas sobre los destinos, así como tampoco realizan las mismas actividades, ni ma-nifiestan las mismas actitudes ni por supuesto, tampoco asumen los mismos valores simbólicos,

17 Algunos autores consideran que el término “occidentalización” es más adecuado que hablar de globalización , porque se esta forma queda implícito que no se trata sólo de la adopción de nuevas costumbres y formas de vida sino la hegemonía económica, política y cultural de occidente. (D. Comas: 1998:43)

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con respecto al viaje. No todos los turistas buscan lo mismo, eso es cierto, pero aún teniendo en cuenta la amplitud de experiencias turísticas, podemos plantear que en líneas generales todos los turistas que deciden pasar unas vacaciones pretenden encontrar de algún modo, lugares autén-ticos, culturas auténticas, experiencias auténticas. Unos buscan la más perfecta playa de arena blanca, los mejores centros comerciales, las mejores ruinas del pasado, la gente más extraña, pura o virginal, las discotecas más excepcionales, los cuerpos más perfectos, la naturaleza más prístina aún sin colonizar por el hombre En definitiva, con independencia de lo que en primera instancia cada tipo de turismo puede demandar, por encima de todo se necesita que la experiencia turística en sí misma sea auténtica, pero también que la cultura visitada –convertida en producto turístico- sea auténtica.

De esta forma muchos autores- MacCannell, 1973; Graburn, 1977; Urry, 1991- han conside-

rado que el viaje en la actualidad puede ser visto como algo sagrado, como la versión actual del peregrinaje, como algo necesario que nos libera de las tensiones diarias y nos transporta a una realidad más lúdica y más auténtica, más real, menos contaminada por el stress y otro tipo de presiones. Graburn (1992[1989]:45-68) partiendo de la figura de Durkheim y de sus ideas sobre lo sagrado – “experiencia que se sale de lo corriente”- y lo profano, considera que a grandes rasgos, “la repetición periódica de lo sagrado y lo profano jalona importantes periodos de la vida social e incluso aporta un patrón para la medida del tiempo mismo”. De esta forma en el contexto ac-tual los periodos vacacionales, el viaje18 –normalmente anual- se ha convertido en sagrado, en el sentido liberador del trabajo, de la rutina.

Las obras de MacCannell, (1973,1976) fueron sin duda de las primeras en incluir el concepto

de autenticidad en los estudios sobre las motivaciones y las experiencias turísticas.

Urry, (1991) afirma que “la búsqueda de la autenticidad es la manera más simple de explicar el turismo contemporáneo”. ¿Qué significa “autenticidad” en el campo turístico?, ¿Qué implica que un destino sea auténtico?, ¿Qué significa que una cultura es auténtica?, ¿Es posible hablar de autenti-cidad cuando las culturas, determinados elementos culturales se convierten en productos turísticos? MacCannell considera que la inautenticidad de la vida en la sociedad moderna, sometida a constric-ciones de todo tipo, conduce a la sacralización de las otras sociedades -en especial las situadas en el tercer mundo al considerarlas como más auténticas, aunque eso sí también más atrasadas19 -.

De esta forma, viajar hacia esas otras comunidades supone reencontrarnos con lo que irreme-diablemente nuestras sociedades han perdido, con el ideal de la vida de campo, con la naturaleza salvaje, con la bondad de la gente, con su espíritu religioso, con la sensualidad. Cuando este tipo de demandas se canalizan a través de la industria turística, es decir, cuando las culturas se comercializan, pierden su carácter auténtico y se convierten en autenticidad representada para la ocasión –staged authenticity-. El turismo en definitiva tal y como han planteado Turner, L. y Ash, J. (1991[1976]) es enemigo de la autenticidad.

De la definición de autenticidad planteada por MacCannell se puede deducir que cualquier

elemento cultural es auténtico, originario, antes de la llegada del turismo, y que con la llegada de éste se torna en representación. Es decir, que de cierto modo sugiere la posibilidad de que las culturas existan en un estado originario, y que con la llegada del turismo se ven alteradas en pro del espectáculo. La autenticidad cultural en la obra de MacCannell, por tanto, es una realidad objetiva, al menos antes de la llegada del turismo. Es precisamente esta parte de las tesis de Mac-Cannell la que no compartimos. Creemos que con respecto a la cultura, entendida como un sis-tema, sometida a continuos cambios, no se puede establecer la existencia de un estado originario de la cultura, en el sentido de prístino, de tradicional, en definitiva de auténtico.

18 Estar de vacaciones implica categóricamente viajar, el propio autor manifiesta que estar de vacaciones y no viajar implica no hacer nada, o más concretamente no hacer nada especial.

19 Cuando se trata de viajes hacia culturas bastantes similares, como los europeos que visitan Norteamérica o viceversa, no se busca tanto ese “exotismo radical” reservado para “las otras regiones”, que normalmente son países o regiones subdesarrolladas, sino que se conforman con la diferencia, algo así “como iguales pero un poco diferentes”.

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Greenwood, D. (1992 [1989]:276) establece: “Hablar de la cultura tradicional al margen de sus problemas es algo que lisa y llanamente no resulta permisible. Lo que en una cultura puede parecer tradicional es sobre todo cuestión de polémica interna, a medida que los distintos grupos integrantes de una misma sociedad se debaten por la hegemonía de la misma, y cuestión tam-bién de enjuiciamiento externo cuando el antropólogo constituye una particular imagen de dicha cultura en tanto su “forma” verdadera”. Es decir, lo que queremos plantear es que los valores de autenticidad cultural, de tradicional, no existen objetivamente, sino que cada cultura, atendien-do a pautas concretas, a determinados procesos, desde determinados sectores, y justificado desde distintas fuentes de conocimiento, bien la religión, la arqueología, la historia, elabora un modelo de lo que supuestamente constituye su auténtica base cultural.

La siguiente cita de Comas, D. 1988 (46-47) es bastante tajante y clara con respecto a este punto: “Tampoco tiene sentido identificar la especificidad de un grupo humano con la tradición, ni con la especificidad cultural como esencia. Lo que entendemos como tradicional sólo adquiere significado en el presente y es producto de él. Los rasgos que dotan de especificidad a un deter-minado grupo humano no son necesariamente originarios de éste: basta con que sean asumidos como constitutivos de tal grupo En definitiva, no hay culturas puras, sino configuraciones que son resultado de determinadas prácticas sociales y de la posición relativa en el sistema global”.

Asumir estas ideas, reconocer que las tradiciones, la supuesta unidad cultural auténtica, es en

definitiva una construcción, justificada y en muchos casos necesaria, es ante todo una crítica a determinadas posturas, digamos puristas, que consideran que las culturas son estáticas y que por supuesto sus valores tradicionales son inamovibles y algo así como designados por un ser social su-premo. Evidentemente nosotros lo que queremos dejar de manifiesto es que lo que en determinadas sociedades se concibe como auténtico, tradicional y puro, es arbitrario, depende de multitud de fac-tores, en especial tal y como ha afirmado Comas, del presente a partir del cual se elabora el pasado. En ese presente a partir de cual se construye el pasado el turismo y la demanda de culturas diferentes que suele llevar asociado, constituye un eje central a partir del cual se pueden comprender muchos de los procesos que se desarrollan en torno a la construcción de las identidades, tales como revitali-zación de todo tipo tradiciones, la proliferación de movimientos nacionalistas.

Ahora bien, asumir esta perspectiva constructivista no implica negar importancia a este tipo de procesos. Es evidente que los individuos necesitan tener un referente cultural que los identifique y los asemeje, de alguna forma posible, con sus antepasados. Reconocer cuáles son las causas, los intereses, normalmente implícitos en este tipo de procesos resulta fundamental. Es decir, toda “identidad” es construida, pero el proceso de construcción responde a intereses variados, políticos, económicos, de claseEsos intereses confluyen en la construcción de una “identidad” en detrimento de “otras posibles”.

Para los turistas no obstante todo este tipo de procesos o consideraciones no resultan nada in-

teresantes. Ellos están de vacaciones y uno de sus principales objetivos es disfrutar de sus vacacio-nes, de culturas diferentes, exóticas y por supuesto reales y auténticas. Esa búsqueda de autentici-dad, esa curiosidad por los “otros”, esa necesidad de vivir nuevas experiencia con gente diferente, siempre que quede constancia de ello, guía a la mayoría de los turistas, y a su vez refleja a la perfección la frase de Oscar Wilde que afirmaba que “todo hombre mata aquello que ama”. Jafar Jafari considera que esta sentencia debería estar grabada encima de las puertas de las oficinas nacionales y regionales de turismo (Cf. Crick, M. 1992[1989]:345). Los turistas se adentran en el seno de las comunidades, se trata de vivir la autenticidad, la aventura, el exotismo “in situ”. Los primeros grupos de turistas que visitan una región determinada –que supongamos que ha estado alejada del mercado turístico- puede que observen como se desarrolla la vida cotidiana dentro de esa comunidad, sus rituales, sus celebraciones, de una forma digamos espontánea. Pero cuando el número de turistas empieza a aumentar guiados en principio por esa espontaneidad, por lo auténtico del ritual mediante el cual celebran el matrimonio, o la fiesta que realizan en nombre de tal santo, o por lo peculiar de sus ropas, de sus casas, esa espontaneidad se pierde.

Los locales se acostumbran al tránsito continuo de turistas y asumen que su peculiaridad puede dejarle ingresos, asumen “la tendencia de los nativos ha desempeñar el papel de nativo

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profesional con la preocupación central de obtener beneficios por tal actividad” (Cohen, E. cf. Dearden, P y Harron S. 1994:84) de tal forma que comienzan a representar y a ser lo que los turis-tas demandan. Los bailes se representan a tales horas y en tales locales, a los vestidos les damos más coloridos, en la música introducimos instrumentos eléctricos que le dan más fuerza y viveza, esta talla de madera se hace más pequeña para que se la puedan llevar, la cerámica la pintamos de colores para que sea más vistosay un largo etc. Este conjunto de cambios elegidos al azar pueden desarrollarse por la propia dinámica de la comunidad, es decir, no siempre van a venir determinados y guiados por parte de las compañías turísticas o determinados sectores de la pobla-ción, sino que pueden venir del seno mismo de la comunidad como una forma comprensible de sacar beneficios del turismo. El texto de Greenwood, D. citado repetidas veces, representa un ejemplo clásico de un ritual (El Alarde) muy integrado en la vida diaria de los habitantes de Fuenterrabía (España) que se convierte en espectáculo para los turista por decisión de las autoridades. El mismo proceso ha ocurrido con otras celebraciones cómo el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, o el de las Palmas, Las fiestas de San Fermín en Pamplona, las Semana Santa de Sevilla, por citar ejemplos conocidos por todos. De esta forma se pasa de una esfera que podemos denominar “privada” o al menos restringida a los individuos de la comunidad, a la esfera pública, a convertirse en dominio de los turistas. Deja de constituir un elemento de unidad comunitaria para convertirse en un espectá-culo manipulado por las élites, en la que los individuos puede que “no se sienten a gusto”. En otros lugares, sin embargo, como en la isla de Bali, según algunos de los autores que ya también hemos citado con anterioridad, el proceso se ha producido sin la intervención estatal. Han sido los propios balineses los que han decidido sacar beneficio económico realizando para los turistas lo que siempre han hecho para si mismo, pintar, tallar, bailar(Noronha, D.1991[1979]. No obstante, siguiendo con la misma isla otro autor ya también citado (Picard, M. 1995) plantea que desde las instituciones es-tatales se impulsan medidas que contribuyan a que los “balineses conserven su balinidad”, es decir, sigan siendo lo que los turistas quieren que sean.

Ahora bien con el paso del tiempo y con el continuo fluir de los turistas, un lugar, una comuni-dad que era “auténtica” se convierte en algo “inauténtico” y las industrias turísticas, los turistas se marchan a buscar la autenticidad perdida en otro destino. Esta evolución está relacionada con el ciclo vital de los destinos turísticos. De tal forma que en las etapas iniciales coinciden con la época de autenticidad, en cambio las últimas etapas cuando el destino ya está consolidado digamos que se produce la “autenticidad escenificada”. La comunidad ha pasado a englobar la lista de la homege-neización cultural. Dearden, P. y Harrron, S. (1994:88) en su análisis del turismo en las “hilltribes” del norte de Thailandia, plantean: “Cuando ciertas villas han llegado a estar bastante aculturadas, las compañías turísticas las abandonan y emprenden la búsqueda de áreas más auténtico.

El concepto de durabilidad cultural –cultural durability- (Sofield, T. 1991:70) de los destinos

está en estrecha relación con la capacidad de éstos para mantener la “supuesta autenticidad cul-tural”. Este concepto bastante intuitivo, implica que la supuesta originalidad, autenticidad de los destinos se pierde, se degrada como una consecuencia más del ciclo vital de los mismos. Esta idea es muy importante en las nuevas ofertas de turismo alternativo.

En estas “nuevas formas de turismo” el principal señuelo turístico lo constituye bien la natura-leza o bien las peculiaridades culturales, y más en concreto una síntesis entre ambas. Este recurso turístico es sin duda más frágil que el de la oferta clásica de sol y playa. Esta idea es necesaria tenerla en cuenta cuando actualmente las “formas de turismo alternativo” se promocionan como la solución a todos los “males” causados por el turismo de masas.

Es preciso señalar que las “formas de turismo alternativo” -ecoturismo, turismo cultural- se desarrollan en el seno de sectores del entorno o de la sociedad excesivamente vulnerables de cara a las posibles consecuencias del turismo. Las “formas de turismo alternativo” buscan una relación más directa con la naturaleza, quieren conocerla desde su interior, vivir en ella, al mismo tiempo que el contacto con la población local pretende también ser más directo. Este contacto más directo -menos superficial que el asociado al turismo convencional, en el que las fronteras entre clientes y trabajadores, y entre zonas de uso turístico y zonas no turísticas están claramente delimitados- que en principio pretende aumentar el papel de la población local como entidades activas de la actividad turística es un arma de doble filo.

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Evidentemente correctamente gestionado, estas nuevas “formas de turismo” pueden contribuir a la mejor integración de la población local en el negocio turístico, y en especial a la mejora de sus ingresos sin la necesidad de tener que abandonar sus entornos, ni sus actividades. Pero por otro lado, las consecuencias negativas que pueden ir asociadas a una incorrecta planificación, pueden generar también una masificación de los destinos, la destrucción del entorno, desestruc-turaciones socioculturalesen unas áreas excesivamente frágiles.

No obstante, nuestro interés pretende analizar lo que ocurre en los destinos consolidados -Ca-narias, Baleares, Seychelles, Italia- acostumbrados a la presión diaria de turistas que en ocasiones supera en número a los locales. En estos destinos totalmente “aculturados” el turismo ha pasado a constituir un elemento más de su cultura, inserto en la cotidianidad (Picard, 1997).

Se ha asumido que el turismo representa un elemento más de la realidad cultural, y en muchos casos –como en Canarias- incluso se ha convertido en el elemento central a partir del cual se cons-truyen aspectos tan importantes como la identidad, retomando una visión particular del pasado, de la naturaleza, impulsando una determinada gastronomía, artesanía y demás.

Estos tipos de destinos turísticos tienen que ser competentes para mantenerse operativos. Están

sometidos a un continuo proceso de adaptación a las demandas cambiantes de los turistas y a los intereses económicos de los touroperadores, que son, en última instancia, los que deciden.

Como consecuencia las tradiciones, lo supuestamente folklórico, se representa y se adapta para satisfacer la demanda de los turistas. Los rituales se someten a horarios, se representan en los hoteles y no en los lugares tradicionales, las artesanías reducen su tamaño, etc. Pero este es un paso más de un estado evolutivo, y como si de una segunda etapa se tratara, las tradiciones no sólo pasan a ser reestructuradas, modificadas sustancialmente o no, para su representación turística, sino que se reinventan totalmente.

La invención de las tradiciones (Hobsbawn, E. 1983) puede realizarse retomando elementos de la realidad social que se reconstruyen para satisfacer un nuevo fin, o bien de una forma ad hoc, es decir, no manteniendo ningún tipo de conexión con la realidad social. Inventar en este sentido evidentemente implica manipular. Significa generar un reclamo turístico, que se comercializa, es decir, se ofrece a los turistas “como una muestra de lo que este pueblo fue, o es actualmente”, pero sin ningún tipo de fundamento histórico20.

Existe, por tanto, una clara diferencia, entre los procesos de reconstrucción de la historia, en los que evidentemente se añaden adornos, exageraciones de la historia real, tales como suponer que los “guanches además de gozar de unas espléndidas condiciones físicas eran terriblemente bondadosos”, y ese otro tipo de procesos en los que se implanta, se importa una supuesta identi-dad, unas determinadas artesanías o costumbres, sin ningún tipo de vinculación con la historia concreta de cada pueblo. Para que nos quede más clara esta diferencia, podemos tomar como ejemplos las artesanías que “posee fuertes contenidos emanados de la tradición y la cultura pro-pia, constituyéndose, en origen, en la expresión material de la cultura y su propia percepción. Es la representación de lo exótico no mutable por excelencia” (Santana, A. 1997:101) Supongamos, como ejemplo, que una bordadora o una ceramista realiza algunas modificaciones en su trabajo con respecto a lo que se ha venido considerando como “modo tradicional”. Puede incluir más colores en los bordados, materiales nuevos, modernizar alguna parte del proceso, cambiar los elementos decorativos, es decir, acometer los acondicionamientos necesarios para rentabilizar sus actividades. Evidentemente este tipo de cambios, que para algunos pueden ser considerados como auténticas barbaridades, y que desde nuestro punto de vista además de comprensibles pueden considerarse como necesarios, son claramente diferentes a los procesos implícitos y las conse-

20 Evidentemente la historia también está sujeta a múltiples interpretaciones, no se puede establecer que ha haya una única verdad histórica. Las líneas y las causas de los acontecimientos históricos pueden tomar distintos matices dependiendo de los intereses cien-tíficos y no científico. Es decir, que la historia siempre va a ser una historia construida en base a multitud de variables, pero algunas construcciones estarán más próximas a la “realidad” que otras.

Definiendo el turismo y los impactos generados

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cuencias derivadas de la importación de tejidos y cerámicas desde Taiwan, China, o diferentes regiones, que pasan a ser vendidos como elementos de identidad.

Nuestro objetivo fundamental no va a consistir en juzgar negativamente o positivamente este

tipo de procesos que se desarrollan cuando la cultura se convierte en un producto turístico más. Sino más concretamente nos interesa señalar cuáles son los mecanismos concretos implicados en la construcción de las identidades culturales cuando el turismo ha llegado a formar parte de la realidad cotidiana. Evidentemente seleccionar y adornar parte de la historia cultural de un pueblo resulta a simple vista más ético que importar o inventar la historia cultural de un pueblo y todo lo que esto conlleva. Pero quizá desde un punto de vista económico, tal vez sea más “ético”, en el sentido de rentable, inventar la historia, lo que significa inventar las tradiciones, en defini-tiva inventar una cultura.

Dejando a un margen juicios de valor lo interesante es señalar, identificar y analizar cómo en los destinos turísticos estos dos tipos de pautas o de procesos coexisten, y se solapan de tal forma que en ocasiones resulta difícil, para los propios locales, establecer los límites entre la “historia adornada” y la “historia inventada”, especialmente en el caso de las generaciones más jóvenes.

A su vez también resulta imprescindible tener en cuenta que este tipo de procesos no se gene-

ran ni de forma espontánea, ni desinteresada. Son procesos que necesitan tiempo, y que a su vez responden a intereses concretos. Tomemos de nuevo un ejemplo de nuestra realidad cotidiana, los “juegos tradicionales canarios”. ¿Cuánto tiempo ha tenido que transcurrir para que la gente acu-diera a las exhibiciones de estos juegos? ¿Qué medidas se han impulsado para que la población, principalmente jóvenes, muestren interés por su práctica? ¿Desde que sectores políticos se han venido impulsando este tipo de medidas? ¿Cómo se les ofertan a los turistas?

Con este tipo de planteamientos o cuestiones no estamos considerando cómo negativos este tipo de procesos, esta especie de epidemia por revitalizar, por convertir en patrimonio “cualquier señal de lo que pudimos haber sido” o incluso “de lo que ni siquiera fuimos” –si se trata de la invención-.

Nuestra intención es dejar claro, la estrecha vinculación existente entre éstos fenómenos y el turismo, y sobre todo recalcar que se trata en todo momento de construcciones no de entidades inamovibles. Son procesos que responden a determinados intereses.

Por una lado, un interés meramente turístico, la urgente necesidad de ser “turísticamente dife-rentes”, en un contexto, que a su vez intenta convertirnos a todos iguales, sobre todo en cuanto a necesidades se refiere, - en cuanto a recursos la situación es diferente -.

Y por otro lado, detrás de esa “identidad turísticamente diferente” también existen intereses políticos y de determinados segmentos sociales. Es decir, que existen razones no excesivamente objetivas, es decir, bastante aleatorias en el hecho de que tal elemento sea considerado como un componente de la identidad concreta de un pueblo frente a otros que se dejan en olvido; y que en épocas posteriores pueden pasar el centro del huracán. Tal vez tan sólo sea necesario un cambio en los variables gustos turísticos, o en los intereses políticos. De esta forma será otra la “identidad collage” construida en base a retales tomadas de cada visión particular de la historia, así como de otras fuentes de invención. En definitiva lo que “somos hoy” o intentan que “seamos hoy”, es decir que los valores con los que una determinada población se identifica y asumen como pro-pios, especialmente de cara a su contacto con el turismo dependen de los intereses actuales, en definitiva de algunas variables a partir de las cuáles se rastrea en la “historia”, o se “inventan historias”.

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Los ecosistemas insulares, especialmente los situados en las zonas tropicales del plane-ta, se han convertido en importantes destinos turísticos a escala internacional. Ana-lizar algunas de las peculiaridades, de la problemática de esta relación entre las islas y el desarrollo de la actividad turística resulta fundamental, máxime si tenemos en cuenta el hecho diferencial de que vivimos en una de ellas. En el capítulo anterior planteamos el carácter heterogéneo de la actividad turística, y la necesidad de partir

de una conceptualización sistémica del turismo como única vía para poder establecer una com-presión global de su desarrollo y consecuencias. En nuestro análisis sobre las peculiaridades del desarrollo de la actividad turística en los ecosistemas insulares, evidentemente realizaremos un proceso de selección, centrándonos en las variables que consideramos fundamentales y deter-minantes a la hora de establecer diferencias claras entre las consecuencias del desarrollo de la actividad turística en los ecosistemas insulares frente a las áreas continentales.

Los ecosistemas insulares presentan una serie de características físicas, económicas y socio-culturales específicas, que son centrales y determinantes para poder comprender algunas de las dimensiones del desarrollo de la actividad turística. Como punto de partida veamos cuáles son esas características.

3.1. Características de los Ecosistemas Insulares

En torno a las islas existe un cúmulo de información, de afirmaciones, en los que la realidad y la leyenda se confunden en más de una ocasión. Hemos oído hablar del carácter apacible de los isleños, de las bellezas inusuales de las islas y un amplio número de estereotipos que pueden apli-carse, con algún que otro retoque, tanto a un isleño de Canarias como a otro de Bali.

Los ecosistemas insulares no son una realidad homogénea. No obstante, pese a la gran di-versidad, nos preguntamos si se puede hablar de una problemática común. Por ejemplo, ¿qué pueden tener en común las islas Malvinas con el archipiélago de las Seychelles? Lejos de ser una mera invención, la problemática de los ecosistemas insulares se ha abordado desde perspectivas tan variadas como la ecológica, la económica, la biológica y los aspectos más socioculturales, constituyéndose en un sólido cuerpo teórico. Se pretenden concretar los elementos que caracteri-zan los ecosistemas insulares y sus problemas, dejando al margen los aspectos concretos y exclu-sivos de cada isla, y aludiendo a las peculiaridades comunes. Características como la escasez de recursos, el aislamiento, la vulnerabilidad a desastres naturales, la dependencia del exterior, la alta concentración de especies vegetales y animales endémicas, las fluctuaciones de la población mediante ciclos de emigración-inmigración, parecen ser, entre otras, algunas de las condiciones compartidas por la mayoría de tales ecosistemas.

Capítulo III

Algunas peculiaridades del sistema turístico en los ecosistemas insularesPASOS edita nº3 · www.pasosonline.org

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El interés por ellas experimentó un notable auge con el inicio de los procesos de independen-cia de la mayoría de las colonias insulares, en torno a las décadas de los 60-70. Una fecha clave fue el año 1960 con la “Declaration on the Granting of Independence to Colonial Countries and People” de las Naciones Unidas.

La creación de estos nuevos, y pequeños, estados independientes constituía un reto. Co-

menzaron a surgir obras que abordaban cuestiones tan básicas e importantes cómo: ¿qué sig-nificaba ser pequeño y qué consecuencias se derivan de ello? ¿cómo establecer cuáles eran los recursos económicos principales con los que contaban este tipo de estados?, etc. Los primeros acercamientos teóricos se sistematizaron en las obras de E. Robinson, (ed) (1960), Economic Consequences of the Size of Nations y W. Demas (1965), The Economic of Development in Small Countries with Special Reference to the Caribbean. Desde otra perspectiva el conjunto de ensayos compilados por B. Benedict (1967) Problems of Small Territories, representó uno de los primeros acercamientos que analizaban los problemas de los pequeños territorios desde un punto de vista no exclusivamente económico, interesándose por los aspectos sociológicos de “ser pequeños”. Para establecer si un estado puede ser considerado “pequeño”, se barajaban una serie de variables tales como el área, datos referentes a la población, aspectos vinculados a la accesibilidad, recursos económicos, tamaño del mercado, grado del desarrollo político (Clarke, C. y Payne T. 1987:9). Hay que tener presente que las definiciones que intentan ser excesivamente estrictas, no eran eficaces en el terreno de la práctica. Es decir, desde nuestro punto de vista y nuestros intereses manejar una definición de “pequeño estado insular como aquella que mide aproximadamente 10.000 kilómetros cuadrados o menos y que tiene una población de 500.000 o menos habitantes” (Hess, A. 1990:3) puede cerrarnos las puertas a algunas islas que tengan más población, o sobrepase la extensión, no obstante, es la definición estándar y evidentemente nos proporciona un importante marco de referencia general a la hora de delimitar si se trata o no, de una “pequeña isla”, aunque en ocasiones se tengan que establecer algunos matices.

La conferencia de Barbados en 1972, significó el primer foro internacional en el que se deba-

tían los problemas “de ser pequeño” y “estar aislados”. Al año siguiente la UNESCO en el marco del programa MAB sobre el hombre y la bioesfera, elaboró el proyecto de “Ecología y aprove-chamiento racional de los ecosistemas insulares”. En el seno del programa, ha quedado de manifiesto la dificultad y necesidad de establecer modelos de desarrollo sostenibles en este tipo de ecosistemas insulares. Estos modelos se plantean como objetivo el desarrollo de las regiones, considerando necesaria la conservación del medio ambiente, el respeto de las peculiaridades so-cioculturales de las poblaciones, así como aumentar la calidad de vida de la gente, posibilitando no sólo la mejora de las condiciones económicas, sino también las medidas sanitarias, sociales, y educativas, teniendo en cuenta tanto las generaciones presentes, como el compromiso con las futuras. Otra de las reuniones de vital importancia fue la desarrollada en Puerto Rico durante Noviembre de 1986, “Interoceanic Workshop on Sustainable Development and Environmental Management of Small Islands”.

Los teóricos han coincidido desde entonces en afirmar que uno de los problemas básicos de las regiones insulares, con independencia de que se hayan convertido en estados soberanos o permanezcan vinculados a territorios más amplios, (como por ejemplo las islas Azores al estado portugués, o la isla de Reunión al gobierno francés), es el de establecer planes de desarrollo, teniendo en cuenta la escasez de recursos, la dependencia histórica del exterior, y por supuesto las exigencias de un desarrollo sostenible.

A la hora de establecer las características de los ecosistemas insulares por una cuestión meto-dológica, las dividiremos en tres grandes grupos:

1. Características físicas-ambientales.2. Características económicas.3. Características socioculturales.

Sobre el terreno, sin embargo resultará difícil delimitar de un modo preciso entre factores económicos, físicos y socioculturales. Para poder extraer una idea general de la problemática de

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las islas, estos tres factores no se pueden analizar aisladamente como si de componentes estanco se tratase. Entre ellos se producen numerosas relaciones e interconexiones que conforman la rea-lidad de estos ecosistemas. Por ejemplo, el aislamiento de los ecosistemas insulares es un hecho físico, pero sus consecuencias se experimentan tanto en el terreno económico como en el social. No obstante, pasemos a detallar las características de cada uno de esos bloques, aunque tengamos que estar continuamente puntualizando relaciones.

3.1.1. Características físicas

La primera característica que se ha tener en cuenta es que las islas presentan unos límites geo-gráficos bien delimitados, fuera de estos límites está el mar, y a distancias muy variadas otras islas, o zonas continentales. El espacio físico de una isla está claramente constreñido por el límite con el mar, que además las convierte en terrenos aislados. Las islas no sólo están limitadas, sino también sufren el aislamiento debido a que para llegar a sus costas es preciso franquear las ba-rreras marítimas. La combinación de estos dos elementos, que definen principalmente la noción de insularidad, han otorgado al problema de la colonización de los ecosistemas insulares una especie de halo misterioso. Los teóricos se preguntan: ¿cómo han llegado a las islas oceánicas -volcánicas o coralinas21 -alejadas de todo, las especies animales, vegetales y, por supuesto, tam-bién los humanos? Dentro de las obras pioneras en esta temática, destaca la de Macarthur, R.H. y Wilson, E. O. The theory of islands biogeographic, (1967) en la que se establecen algunas de las condiciones básicas que han tenido que superar las especies animales y vegetales para llegar a instalarse en este tipo de islas.

El primer obstáculo con el que se encontraban las especies era atravesar la barrera oceánica. Las aves, y animales acuáticos, evidentemente, lo tenían relativamente más fácil. Las semillas de las plantas necesitaban de los animales para su transporte, principalmente en los intestinos o bien pegadas a su plumaje. Una vez atravesados los océanos, y llegados a las costas, las especies debían superar duros procesos de adaptación. Unas conseguían adaptarse a los nuevos entornos, mientras que otros no se podían desarrollar adecuadamente en esas nuevas condiciones. Como ejemplo de inadaptación podemos nombrar a los grandes carnívoros, que no existen en ninguna de las islas más pequeñas, porque necesitan de grandes espacios para su alimentación.

“Alcanzar y colonizar una isla no es una empresa sencilla, ni que se consiga con la misma

facilidad por parte de todas las especies. El éxito en este campo exige atributos muy especiales, capacidad de dispersión, la potencialidad de aumentar rápidamente y suavemente en número y la capacidad de integrase con las posibles especies ya presentes” (Gorman, M. 1991[1979]: 18-19) Siguiendo el mismo autor, y como caso ilustrativo de lo complejo que ha resultado que las islas presenten el grado de biodiversidad actual: “En las islas Galápagos, que recientemente se han datado con el método del potasio-argón en unos tres millones de años de edad, la llegada de una especie vegetal cada 8.000 años sería suficiente para dar cuenta de la flora indígena actual. En el grupo de las Hawaii más remoto, en el que las islas mayores tienen unos cinco millones de años de edad, las plantas vasculares sólo hubieran precisado llegar al ritmo de una especie cada 30.000 años, los caracoles terrestres al de una especie cada 200.000 y las aves de una especie cada 350.000 años” (Gorman, M. 1991 [1979]: 3-4).

Con respecto a la colonización de las islas por la especie humana, existe un conjunto de prin-cipios lógicos, según establecen autores como Keegan, W. y Diamond, J. (1987: 52).

1. Las islas cercanas fueron colonizadas antes que las lejanas.2. Las islas grandes lo fueron antes que las pequeñas.3. Las islas fueron colonizadas por las personas que estaban más próximas.4. Las islas más desarrolladas tecnológicamente conquistaron las islas más remotas y viceversa.

21 El problema de la colonización de las islas por especies animales, vegetales y por los humanos es un tema que no afecta a las islas de origen continental. Por ejemplo, cuando Tasmania se desprendió del continente australiano en el pleistoceno, hace 12.000 años, contaba con especies animales y vegetales, así como un grupo de humanos que se quedaron “aislados”.

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Ahora bien, estos mismo autores plantean algunas evidencias históricas que contradicen estos principios lógicos tales como: “¿por qué Samoa fue colonizada 1500 años antes que Madagascar, más grande y menos lejana?, ¿ por qué la isla de Pascua, que es una de las más remotas y escar-padas tierras del mundo fue colonizada 500 años antes que Islandia, más cercana y mayor?, ¿por qué Madagascar fue colonizada por habitantes de la lejana Indonesia y no por habitantes de la cercana Africa?” (Keegan, W. Y Diamond, J. 1987:52).

Sólo muy pocas veces se presenta la oportunidad de observar la colonización de una isla de

nueva creación. Un ejemplo actual no los proporciona la pequeña isla volcánica de Krakatoa situada en el suroeste de Indonesia, en el estrecho de la Sonda, entre Java y Sumatra. Esta isla desapareció la noche del 26 de Agosto de 1883 debido a numerosas erupciones volcánicas. En 1927 comenzaron nuevas erupciones en el fondo del mar, surgiendo una nueva isla en el mismo lugar conocida como Anak Krakatoa (hijo de Krakatoa). Sobrepasó la superficie del mar en 1928, y en 1973 ya alcanzaba una altura de 190 metros. Actualmente es una isla deshabitada, que constituye un laboratorio perfecto para el estudio de los procesos de colonización por las diferentes especies, animales y vegetales, procedentes en su mayoría de Java y Sumatra, que seguramente desvelará nuevos datos a los estudios de la colonización insular.

La combinación de estos dos factores, aislamiento y límites específicos, también ha contribuido a expandir la idea de “la isla como laboratorio” en el seno de numerosas disciplinas. En antropo-logía, las islas han sido el centro de investigación de obras clásicas, que han contribuido a la evo-lución de la disciplina tanto en los aspectos teóricos como en los prácticos. El interés por las islas data desde los orígenes mismos de la disciplina, en las que este tipo de sociedades isleñas -al igual que el resto de las sociedades no europeas- eran un claro ejemplo de “pueblos primitivos”. En tiempos más recientes Bronislaw Malinowski desarrollo su monografía Argonauts of the western Pacific (1922) en las islas Trobiand, estableciendo el análisis del Kula, (el famoso ciclo comercial entre las diversas comunidades melanesias). Margared Mead, con otro esquema de investigación, acomete en sus obras Coming age in Samoa (1928) y Growing up in New Guinea, (1930) el es-tudio de la adolescencia. Raymond Firth, en su obra We, the Tikopia, (1936), establece el estudio de esta sociedad como si se tratase de un sistema cerrado -la noción de sistema no era empleada en el contexto funcionalista- en el que la evolución se debía únicamente a factores internos. La idea de “isla como laboratorio” era evidente, y facilitaba el estudio de las poblaciones insulares. En tiempos más recientes este interés continúa aún generando etnografías.

Sin duda, será con el desarrollo de la antropología ecológica cuando más fuerza adquiera la

idea de “la isla laboratorio”. Desde esta perspectiva las islas eran la unidad de estudio perfecta para establecer de manera precisa la vinculación recíproca entre cultura y entorno. Al estar física-mente aisladas se podían establecer –con mayores posibilidades de acierto- los cálculos de energía necesario, y evidentemente se reducían los agentes externos que provocaban el desequilibrio, el cambio. En las islas se podían estudiar mejor las transformaciones experimentadas por los siste-mas culturales para adaptarse al medio. Las reflexiones básicas en este punto se expusieron en un simposio celebrado en Honolulu, Hawaii, en Septiembre de 1961 “Man´s place in the island ecosystem”, actas que se han editado por F.R. Fosberg. Los principales bloques temáticos emergi-dos a partir de esta reunión, han sido perfectamente resumidos por Bayliss- Smith, T., Bedford, R., Brookfield, H., y Latham, M. (1988:14-15):

1. Las islas reúnen méritos suficientes para constituirse en un tema de estudio: han desempeña-do un papel importante en el desarrollo de la temática “el lugar del hombre en el orden de la naturaleza”. Además son perfectas, especialmente si se visitan con regularidad, para el estudio de los efectos de las actividades del hombre en el paisaje.

2. Los habitantes de las islas tienen una clara percepción de las posibilidades y los límites de su naturaleza: la población insular es plenamente consciente de las posibilidades de sus recursos, y han desarrollado buenos sistemas de adaptación.

3. Las islas presentan adaptaciones ecológicas y sociales específicas a los problemas ambienta-les... Existen numerosas pautas tecnológicas y organizaciones de la producción que nos pueden

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ayudar a comprender la relación entre los isleños y los recursos, por ejemplo en la Polinesia (Vayda y Rappaport, 1963:137)

4. En los últimos años se han dado claras evidencias desde el Pacífico, (extrapolables a cualquier

área) de desastres considerables en la gestión de los recursos insulares.

El texto clásico, Islands Cultures, (1963) de Vayda, A. y Rapapport, R., inserto en este simposio se encabeza con una pregunta: ¿qué influencia han tenido el relativo aislamiento y los límites territoriales en la evolución y diferenciación de las culturas? Marshall Sahlins, discípulo de J. Steward, en su obra Social estratification in Polinesia (1958), incidía en los mismos puntos al es-tablecer que las diferencias de estructuras sociales entre las islas del Pacífico se debían a procesos de adaptación a las variadas condiciones ecológicas.

Ahora bien, es preciso puntualizar que por el hecho de que las islas tengan unos límites espe-

cíficos y estén aisladas no significa que se trate de sociedades cerradas (de sistemas semiabiertos como intentaban demostrar los enfoques sistémicos, frente a las áreas continentales, sistemas abiertos en los que se producían numerosas conexiones) y sin contacto con el exterior, en muchos casos lejanos, pero siempre existente. La analogía isla como laboratorio no representa la comple-jidad de estos ecosistemas que obviamente se encuentran insertos en redes globales22, tal y como recoge la siguiente cita: “lo que parece claro es que la dinámica de las sociedades insulares se basa en dos necesidades contradictorias: la de afirmar su personalidad y la de integrarse en una red de relaciones externas. Las islas, por remotas que sean se abren cada día más al mundo” (Dommen, E. y Hein P. 1986: 5-6). Es preciso partir del hecho de que las islas se encuentran insertas en el sistema mundo, para poder entender algunos de los procesos que determinan la realidad insular. Las islas exportan hacía el exterior, importan del exterior, sus habitantes emigran, o por el contra-rio se convierten en zonas de inmigrantes, establecen lazos políticos con países mayores, reciben inversiones, ayudas, se constituyen como puertos importantes, y por supuesto no olvidarnos de la influencia de los medios de comunicación, así como del continuo flujo de turistas que circulan por los aeropuertos insulares. Considerando todo este tipo de conexiones, de relaciones con el exterior, resultaría ilusorio considerar las islas como un sistema cerrado, y aislado (el aislamiento se reduce a la situación geográfica de las islas y por supuesto a la normal en cualquier estado de la periferia23).

Otra característica física de los ecosistemas insulares consiste en que presentan una alta con-

centración de endemismos, tanto vegetales como animales. Este amplio grado de biodiversidad las convierte en ecosistemas únicos. Entre otros factores esto se debe a que las especies, una vez que llegaban a las islas, para su adaptación debían sufrir importantes procesos de mutación. Se convertían, por tanto, en nuevas especies propias de los entornos insulares concretos en los que se habían desarrollado. Las islas actúan como una especie de burbuja. En la actualidad estos ecosis-temas únicos, que a la vez, y es otra características de los ecosistemas insulares, son los más frági-les, sufren numerosas amenazas, de ahí el interés derivado de organismo internacionales como la UNESCO en su conservación. La fragilidad de estos entornos se debe a que una vez dañados tienen

22 Incluso si nos remontamos en el tiempo, encontramos evidencias que demuestran que muchas de las islas no han estado ais-ladas, por ejemplo las islas del Mediterráneo, mantenían relaciones comerciales con pueblos europeos, africanos, y asiáticos. Más cercanos en el tiempo, pero al menos cinco siglos atrás, desde el periodo de los grandes descubrimientos, las islas siempre se han mantenido fuertemente vinculadas a las metrópolis.

22 Según I. Wallerstein, (1982) los países ocupan tres posiciones diferentes dentro del sistema mundial : núcleo, periferia y semiperi-feria. El núcleo... lo integran los países más fuertes y poderosos, con sistemas de producción avanzados... Se especializan en la produc-ción de los bienes más avanzados... Los países de la periferia y semiperiferia, que se corresponden aproximadamente con lo que se denomina Tercer Mundo, tienen menos poder, riqueza e influencia. La semiperiferia es intermedia entre el núcleo y la periferia. Los países contemporáneos de la semiperiferia están industrializados... pero carecen del poder y del dominio de los países núcleo... Las actividades económicas de la periferia están menos mecanizadas y utilizan trabajo humano más intensamente... Los países periféricos están ahí para servir los intereses del núcleo... La relación entre núcleo y periferia es fundamentalmente de explotación”. (Kottat, P. 1996:187-188). Las islas en general forman parte de esta periferia no sólo económica sino también cultural en el sentido de producción y consumo, los productos culturales de masas, televisión, publicaciones... se realizan en las países del núcleo, con la visión que al núcleo le interesa transmitir. Además siguiendo la obra de Turner, L. Y Ash, J. (1991) [1976], La horda dorada, las islas también se engloban en la “periferia del placer”, resultan destinos baratos y confortables para los turistas procedentes en su mayoría de los países ricos.

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poco poder de regeneración. Si se pierde una especie animal o vegetal, no existe en ningún otro sitio un animal igual, ni una semilla, con la que el proceso pueda originarse de nuevo, e incluso, aún suponiendo que se encontrarán, seguiríamos teniendo un problema, las condiciones que ori-ginaron esa evolución nunca serían las mismas. “El destino último de la mayoría de poblaciones es la eventual extinción, pero las especies insulares parecen ser particularmente susceptibles a ella. Por ejemplo, de las 94 especies de aves que se sabe que se han extinguido desde 1600, sólo 9 vivían en continentes, el resto eran especies endémicas de islas. Para comprender en toda su enormidad este dato debemos recordar que las especies insulares representan sólo el 10% de la avifauna mundial” (Gorman, M. 1979, [1991]: 57)

Las principales amenazas contra este frágil equilibrio de los ecosistemas insulares son los deri-

vados de la sobreexplotación por parte del hombre. En este terreno, el turismo puede ser una seria amenaza. Pero existen otras, la mayoría de las islas son zonas desfavorecidas económicamente, con lo cual si la población tiene necesidades no escatimarán esfuerzos en explotar de cualquier manera el entorno que les rodea, es simplemente un proceso de adaptación a condiciones desfa-vorables. Por ejemplo las zonas de arrecife de coral son brutalmente explotadas, con la utilización de venenos como el cianuro para aturdir y capturar peces, provocando daños irreversibles en el entorno de áreas como Indonesia o Filipinas, (National Geographic, Enero 1999, 4 (1):7-37). Estas especies son pagadas a buenos precios - aunque sea una ínfima parte de su valor real- y ese es un motivo suficiente para explotar sus fondos marinos, aunque se trate de ecosistemas únicos, y de vital importancia para no contribuir a la pérdida de biodiversidad que está padeciendo el planeta. Se trata de una cuestión de prioridades. Las islas por su situación geográfica en las zonas tropicales, principalmente, son vulnerables a fenómenos meteorológicos de la envergadura de tifones, ciclones, huracanes, sobre todo en la época de cambio de estaciones. Estos fenómenos provocan daños considerables, en las infraestructuras, las plantaciones e incluso se cobran vidas humanas. Por citar un dato en el periodo comprendido entre 1875 y 1975 las islas Fiji se vieron en la influencia de un una tormenta tropical o huracán por año, Bayliss- Smith, T., Bedford, R., Brookfield, H. and Latham, M. (1986: 83). En esta misma obra se relatan las desastrosas conse-cuencias del huracán Val que azotó las islas Fiji en 1975 y que ha pasado a la historia por ser uno de los más intensos (1986: 85-88). Esta vulnerabilidad, por si fuera poco, se extiende también a otros tipos de fenómenos como erupciones volcánicas y terremotos.

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3.1.2. Características económicas

Las principales características económicas de los ecosistemas insulares sin duda vienen determi-nadas por la carencia de recursos explotables económicamente. Las islas dependen de una limi-tada colección de actividades económicas, que además están claramente orientadas y dependen del exterior. No obstante existen diferencias “entre islas muy pequeñas, (Niue, Tokelau, Tuvalu, Montserrat, Turks and Caicos y Anguila) y otras islas como Fiji y las Salomón, que aún siendo pe-queñas, cuentan con extensiones considerables de tierra que proporcionan la posibilidad de recur-sos económicos importantes, como los bosques” (Hein, P. 1990:35). Además de estas diferencias, es necesario reconocer la existencia de islas –excepciones- que cuentan con importantes recursos económicos, por ejemplo: las riquezas petrolíferas de las Antillas Holandesas, la industria minera de Nueva Caledonia que exporta níquel principalmente, o las minas de fosfatos de la pequeña isla de Nauru (República de Micronesia situada a unos 4000 kilómetros al noroeste de Australia). Pero, en definitiva, se trata de excepciones y podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la mayor parte de los ecosistemas insulares se enfrentan al problema de la carencia de recursos ex-plotables económicamente.

En el esfuerzo por sintetizar las características económicas de las islas Bertram, I. y Watters, R. (1985) han propuesto un modelo, denominado MIRAB, que engloba las peculiaridades económi-cas de estos ecosistemas. De tal forma que las islas dependen de la libertad de emigración (MI), de los giros que realizan esos emigrantes (R), de la ayuda exterior (A), y por último de la existencia de una burocracia subsidiaria, (B), (Cf. Brookfield, H. 1990: 30).

Tradicionalmente las islas han sido productoras de materias primas, principalmente de pro-

ductos agrícolas. La agricultura de monocultivo, ha condicionado, y condiciona, muchos de los aspectos no sólo económicos, sino incluso sociales de la mayoría de los ecosistemas insulares. Los ingresos generados por este tipo de actividades se han visto claramente reducidos. De esta forma los gobiernos han tenido la obligación de reconducir sus economías hacía otros sectores produc-tivos. El problema está en descubrir cuáles son esos otros sectores productivos que se pueden ac-tivar en las islas. Intentar diversificar las limitadas economías insulares se ha convertido en una tarea de titanes. La diversificación de las economías reduciría la dependencia económica de un solo producto24. De esta forma si se producen fluctuaciones en uno de los sectores económicos los otros ayudarían a compensar las pérdidas, minimizando las desastrosas consecuencias. Eviden-temente una economía diversificada, que dependa de varios recursos, tiene en principio garantías de mayor solidez. En sus esfuerzos por diversificar sus economías muchas de las islas –o tal vez inversores- han decidido instalar pequeñas industrias manufactureras. Pero estos planes de desa-rrollo industrial en los ecosistemas insulares se encuentran con diferentes obstáculos: la escasez de capital local, la escasez de recursos humanos, la pobreza infraestructural, la inexistencia de mercados grandes en las islas y por supuesto los costes de transporte, que en muchos casos se com-pensan con la reducción de los costos laborales25 (Lockhart, D. Y Drakakis-Smith, D. 1997:6-7).

Otra medida impulsada por muchos estados insulares en pro de la diversificación económica ha sido la de impulsar el sector financiero. Se han creado las medidas financieras necesarias para la creación de compañía “off Shore”26 , es decir, auténticos paraísos fiscales.

24 Resaltar que las islas no sólo dependen de la exportación de uno o varios recursos, sino que además exportan a un número de mercados muy reducidos, principalmente la antigua metrópolis.

25 Claro ejemplo de este tipo de industria lo constituyen las multinacionales como Nike, cuyo caso ha sido el más denunciado por la utilización de mano de obra infantil.

26 Las principales regiones off shore son las siguientes: Las Bahamas, Belize, Delaware LLC´s (Estados Unidos), Gibraltar, Gran Bretaña, Hungria, Isla de Man (Gran Bretaña), Islas Vírgenes Británicas, Islas Caymán, Islas Cook, Islas Seychelles, Jersey, Labuan, Liechtenstein, Luxemburgo, Madeira (Portugal), Mauricio, Panamá, Singapur, St. Kitts y Nevis, Suiza, y Vanautú. Como se puede comprobar un alto porecentaje, un 36´36% son regiones insulares, bien estados independientes o vinculados a otro país.

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Por ejemplo en las islas Cayman existen más de 500 licencias de bancos y compañías. Vanau-tu también se ha convertido en un centro financiero importante, pasadando de 185 compañías re-gistradas en 1989 a más de 1500 en 1994, que contribuyen con un 10% al P.N.B. y emplea a más de 450 personas, de las cuáles un 85% son de Vanautu (Lockhart, D. And Drakakis, S. 1997:7).

Existen sin embargo autores que consideran que la diversificación económica de los ecosis-temas insulares, no constituye una panacea a la fragilidad de sus economías. Doumenge, F. (1986:11) expone que “... no se crea que esta fragilidad económica de los pequeños países insu-lares es siempre óbice para su desarrollo. Su viabilidad depende de que sean capaces de prever la evolución de la economía mundial y adaptarse a ella pasando de una o otra especialización, en vez de orientarse hacía una diversificación de su economía que la escasa magnitud de ésta vuelve aleatoria. De ahí que necesiten una estructura y un sistema de gestión originales que no siempre son los que convienen a los estados continentales”.

En líneas generales, el conjunto de las islas se ha especializado en un solo sector productivo,

normalmente el sector servicios, en el que se incluye el turismo. Citemos algunos ejemplos. En las islas Seychelles, en 1996 un 75’1% del P.N.B. dependía del sector servicios, en isla Mauricio un 58’2 %, en las islas Fidji un 49’8%, en Santa Lucía un 69’6 %, en la República Dominicana un 55’4 %, en las islas de Cabo Verde un 74’9%. Partiendo de tales porcentajes, evidentemente la contribu-ción de otros sectores, como la agricultura, o las actividades industriales, son notables, pero en el caso de una crisis en el sector servicios su aportación no sería suficiente para de mantener estable la situación económica. Es decir, queda claramente reflejado su alto grado de especialización.

Otra característica económica de los sistemas insulares es que presentan déficits económicos históricamente establecidos, es decir, los gastos de importación superan con creces los de exporta-ción, más los generados por otro tipo de actividades. Las islas exportan materias primas, que tie-nen unos precios más bajos que la inmensa cantidad de productos elaborados que necesitan im-portar, desde alimentos, medicinas, ropas, coches, electrodomésticos, muebles, materias primas, y un largo etcétera. Estos gastos en importación en ocasiones aumentan con la llegada del turismo, por la sencilla razón de que los turistas comienzan a demandar productos, principalmente de su país de origen, que se necesitan importar, y que antiguamente la población local antes no sólo no demandaba, sino que en ocasiones no sabía ni de su existencia. En ocasiones estos gastos en im-portación aumentan tanto con la llegada del turismo, que los ingresos generados por los turistas se ven reducidos drásticamente. Son las “fugas de capital” que genera el desarrollo del turismo. Esta dependencia del exterior establecida en las islas desde las épocas coloniales, ha generado una especie de síndrome de dependencia y de subdesarrollo, que se traduce sobre todo en ámbitos de economía política (Blackman, C. 205).

De nuevo, las estadísticas nos muestran los importantes déficit comerciales de numerosos es-tados insulares. Las islas Fidji presentaban en 1986 un déficit entre importaciones-exportaciones de170 millones de dólares U.S.A., la pequeña isla de Reunión 2.483 millones, Vanuatu, 132 millo-nes, las Antillas Holandesas, 1.312 millones, las Bahamas 3.077 millones, Barbados 616 millones, Chipre 3.468 millones. Malta 1.055 millones, y un largo etcétera.

De esta forma, otra de las características de las islas es su alta dependencia de la ayuda exte-

rior. Esta ayuda muy pocas veces resulta gratuita, por el contrario el pago se realiza a través de ciertos servicios estratégicos que, normalmente, las islas prestan a los antiguos países metrópolis, en el caso de que se hayan convertido en estados independientes, o a los países con los que se mantienen asociados o vinculados, como por ejemplo la parte americana de Samoa, incorporada al territorio americano desde el siglo XIX. Poirine, B. (1999), establece un análisis detallado de la ayuda, por supuesto interesada, que se presta a los estados insulares. Los estados insulares son los que más ayuda per cápita reciben y, ésta, aumenta si es un estado asociado o disminuye si se trata de un estado que ha alcanzado la independencia. Los servicios prestados por las islas a cam-bio de la ayuda económica son muy variados. Por su situación estratégica, algunas constituyen importantes bases militares, zonas de escala de aviones y barcos, ampliación de zonas marítimas nacionales y, en algunos casos, como laboratorios de experimentos nucleares (los más recientes, al menos conocidos, las realizadas por el gobierno francés en el atolón de Moruroa). “Debido a

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sus posiciones de ultramar, un estado de modesto tamaño como Francia, si se le compara con Estados Unidos, Canada, Australia, China o Rusia, es la tercera potencia mundial en cuanto a zonas marítimas de uso exclusivo, 10’8 millones de kilómetros cuadrados. Esto explica porqué el 30% de la ayuda francesa al desarrollo se destine a sus territorios de ultramar, del mismo modo Australia destina un 36% de su programa de ayuda a Papua Nueva Guínea, la más cerca de las islas vecinas, que además cuenta con recursos minerales importantes” (Poirine, 1999:835).

Las islas también cuentan con problemas específicos de gestión, que se traducen en consecuen-

cias político-sociales importantes. No están situadas en los centros neurálgicos de información, a lo que se le suma la carencia de recursos humanos necesarios para acometer determinadas empresas, obras de infraestructuras o diseños de planes políticos. De ahí que, en ocasiones, las decisiones se tomen en el exterior (en especial en las islas vinculadas a territorios más amplios, “mainland”), las inversiones provengan del exterior y, por supuesto, también los técnicos y la mano de obra necesaria para acometer infraestructuras concretas, u ocupar puestos de gestión importantes. Este hecho está estrechamente vinculado a factores como el síndrome de dependen-cia de las islas, o la “actitud prepotente” de las administraciones centrales, pero también influye los ciclos demográficos que sufren estos territorios, en especial la emigración selectiva. Los jóve-nes que han conseguido costearse una formación superior (que exige en ocasiones trasladarse a estudiar a otras islas que cuentan con las instituciones educativas, o a otros países) normalmente no regresan a las islas porque, entre otros factores, no encontrarían trabajo en sus especialidades. “En las pequeñas isla, la gente conoce demasiado a sus vecinos. Esto tiene ventajas cuando se trata de controlar el crimen o conductas antisociales, sin embargo en el terreno administrativo y de gestión ocasiona ciertos problemas. Resulta mucho más difícil formular y aplicar políticas en sus propios méritos, y las decisiones están fuertemente influenciadas por relaciones personales” (Hein: 1990:37).

En las islas, debido a lo fragmentado de su territorio, en ocasiones se ven en la necesidad de duplicar, o triplicar, administraciones. Esto, sin duda, genera unos costes de mantenimiento con-siderables, pero es fundamental para en ocasiones contribuir al equilibrio de las diferencias inte-rinsulares. Cuando no se multiplican esas instituciones, se suelen establecer medidas, como las visitas periódicas de funcionarios para tales gestiones. En Canarias, por ejemplo, se ha establecido un servicio de helicóptero para trasladar enfermos de las islas menores a las capitalinas, Gran Canaria y Tenerife, y, por supuesto, resulta costoso mantener la “doble capitalidad”, el hecho de que algunas funciones gubernamentales se trasladen de una capital de provincia a otra, y un largo etcétera.

3.1.3. Características Socioculturales

Establecer las peculiaridades socioculturales de las poblaciones insulares puede resultar excesiva-mente arriesgado, es relativamente fácil caer en estereotipos, conocidos por todos, tales como; “los isleños son de carácter apacible”, “sienten más vinculados a su tierra” y una larga serie de comentarios que nos pueden remitir a teorías ambientalistas de épocas pasadas. Desde un punto de vista antropológico, los procesos de construcción de las identidades socioculturales, el refuerzo de las tradiciones, los mecanismo de cohesión social, son los mismos en las diferentes poblaciones, bien se trate de islas o de áreas continentales.

Con respecto a las islas, no obstante, somos conscientes de que existen dos procesos reiterativos en la construcción de las identidades insulares, las implicaciones de la insularidad, del espacio reducido, que como hemos visto antiguamente forjaba una estrecha vinculación entre entorno e isleños, –vinculación hoy suavizada en el sentido de que los avances tecnológicos han permitido que en las islas la población se desarrolle por encima de las limitaciones del entorno-. De esta vin-culación deriva el estereotipo que manifiesta que un habitante de una isla, por ejemplo Sulawesi se siente más vinculado a su tierra que un habitante de Nueva York. Evidentemente vinculación que no consideramos acertada, pero que sin embargo se esgrime en los procesos de construcción de discursos nacionalistas. El otro gran factor que ha incidido e incide en los procesos de construc-ción de identidades insulares, ha sido el hecho histórico del colonialismo.

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En la actualidad las islas se configuran como áreas de puertas abiertas hacía cualquier tipo de fenómeno que provenga del exterior, sean estos económicos, o por supuesto socioculturales, la influencia de los medios de comunicación, el flujo continuo de personasTenemos que ser capaces de hablar de las islas socioculturalmente teniendo en cuenta este tipo de procesos, así como fac-tores ya nombrados como la insularidad, la pequeñez, la localización geográfica, la fragmenta-ción territorial, etc. Esta idea está perfectamente recogida en la cita de A. Galván (1993:200) que plantea: “En síntesis desde una perspectiva tanto ecológica como económica, las islas constituyen sistemas abiertos, integrados en el sistema regional, nacional y mundial, pero a la vez son muy vulnerables a las influencias externas de orden económico, técnico y social, que alteran fuerte-mente su medio natural y derivan en culturas caracterizadas por una construcción y reconstruc-ción constantes, en una manera propia de percibir su medio natural y una gestión específica de los recursos medioambientales”.

Un proceso histórico como el colonialismo27 , con sus sistemas de explotación específicos, ha determinado, sin duda, algunos aspectos identitarios de las poblaciones isleñas. El principal, o al menos el más evidente, es el mestizaje. Los sistemas de producción colonial se mantenían con la mano de obra esclava llevada de diferentes lugares. Además, existía un flujo importante de colonos procedentes de los países conquistadores que se instalaban para ocupar los puestos de gobierno y gestión. De tal forma que en muchas de las islas, por ejemplo en el Caribe, se podían diferenciar claramente distintos grupos étnicos28 :los restos de población originaria, los blancos, procedentes de los países europeos, y los negros, llevados como esclavos, más las combinaciones que durante siglos se han producido entre ambos grupos29 .

Otro proceso definitorio, lo constituyen los patrones demográficos de las poblaciones insulares

vinculados a fluctuaciones determinadas por las oportunidades laborales. Estas fluctuaciones han pasado a denominarse como patrones “zig-zag” de la demografía insular (M. Cruz, P.G. D’Ayala, E. Marcus, J.L. McElroy y O.Rossi:1987:110).

En líneas generales las poblaciones insulares –al igual que muchas otras regiones económica-mente deprimidas- se han caracterizado por la emigración, principalmente a los países con los que durante el colonialismo mantuvieron fuertes lazos económicos y culturales, en principio por un factor práctico fundamental, el lenguaje. Debido a estos lazos también resulta más sencillo conseguir la nacionalidad que, por ejemplo, en el caso de los departamentos de ultramar fran-ceses es la misma, facilitándose aún más la tarea. En algunas islas, el porcentaje de emigrantes puede alcanzar incluso más de un 50% de la población -por ejemplo en las islas Cook o en las islas de Cabo Verde- contrastando con la situación de las zonas continentales. Esta alta tasa de emigrantes genera importantes inyecciones económicas para las islas, a través del dinero que envían a sus familiares, manteniéndose los lazos socioculturales (Beller, W. D’Ayala, P. y Hein, P. 1990:377).

En las islas, también se ha constatado que con frecuencia, las personas que adquieren una formación específica, universitaria o no, son los que en ocasiones más problemas encuentran a la hora de encontrar trabajo en los restringidos y especializados mercados laborales insulares. Lo normal es que los puestos necesarios en su especialidad ya estén ocupados, o que ni siquiera exis-ta tal demanda. “La mayoría de la islas sufren de ciclos de desempleo crónicos, particularmente en sectores como la agricultura, y en el campo de los trabajos profesionales” ( Beller, W. D’ Ayala, P. y Hein, P. 1990)

27 También es evidente que el colonialismo genero influencias ( y sus consecuencias pueden rastrearse actualmente) en grandes países continentales, Argelia, Senegal, La India, México,….etc.

28 Definir un grupo étnico, puede ser tema para una investigación aparte, pero de una forma resumida nos vale la definición planteada por Kottat, C. P. (1996: 60) “los miembros de un grupo étnico comparten ciertas creencias, valores, hábitos, costumbres y normas debido a un sustrato

29 Evidentemente estos procesos de mestizaje también se han producido en zonas continentales, por ejemplo, Venezuela, Perú. En este punto no nos detendremos a analizar que tipos de contactos culturales se producían entre los distintos grupos étnicos, ni tampo-co en desarrollar los posibles conflictos entre ambos.

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En ocasiones se produce el proceso contrario y las islas pasan a convertirse en importantes cen-tros receptores de inmigrantes, tal y como ocurre actualmente en Canarias. Normalmente estos fenómenos se producen cuando se instala en su territorio algún tipo de recurso económicamente importante, como puede ser el turismo.

La inmigración asociada al aumento poblacional, también puede generar serios problemas en los ecosistemas insulares. Problemas de sobreexplotación de los recursos, construcción exce-siva, reducción de espacios naturales, problemas específicos de gestión de residuos, además de las posibles reacciones xenófobas de determinados sectores de la población. Este tipo de compor-tamientos, en el caso del turismo, ha sido perfectamente analizado y, normalmente, mientras la situación económica sea estable, esas reacciones se minimizan30 . Los problemas, especialmente los relacionados con comportamientos xenófobos, se manifiestan cuando la estabilidad econó-mica se tambalea.

En las islas, derivado del sistema de producción colonial, han existido y aún perviven restos de estructuras caciquiles, o servilismo. Los propietarios de las tierras, de los medios de producción, formaban parte de la minoría, descendiente de los primeros conquistadores y colonos, que des-pués de la conquista se repartieron las riquezas, tierra y agua, básicamente.

Los coletazos de estos condicionantes históricos llegan hasta la actualidad, en archipiélagos como Canarias, estas diferencias se han igualado, debido al desarrollo económico, y son evidencias de nuestro pasado, pero en otras regiones insulares, tales como el Caribe, no se trata de evidencias del pasado, sino de descripciones de la realidad de su sistema productivo. Existe una gran masa de des-favorecidos que trabajan en las grandes multinacionales dedicadas al comercio de frutos tropicales, o en los nuevos puestos creados por una industria turística, que a grandes rasgos ha importado las condiciones laborales del sistema tradicional. Existen por supuesto, excepciones, y si consultamos a los trabajadores vinculados ahora al sector turístico, es probable que nos comenten que para ellos ha significado un avance cuantitativo y cualitativo considerable, pero sus condiciones laborales, para cualquiera de nosotros, serían consideradas cuando menos “injustas”

En las islas debido a su tamaño “no sólo hay menos roles, sino que, además, debido a lo reducido del ámbito social total, muchos roles son desempeñados por un número relativamente reducido de individuos. Los mismos individuos entran en contacto una y otra vez en sus diversas actividadesde ésta forma es frecuente que las relaciones tiendan a desplazarse hacía el polo personalse hace más difícil que un sociedad a gran escala el anonimato” (Beneditc, B. 1980:43-44).

Esto genera que en ocasiones, los gobiernos insulares sean de cierta forma, omnipresentes, y generen una cantidad de empleos importantes en las islas. Es decir, se aprecia con mayor inciden-cia el carácter subsidiario de muchos de los gobiernos de los estados o regiones insulares.

3.2. El turismo en las islas

A partir de este punto la tarea de generalización se centrará en establecer las directrices comunes que presentan las regiones insulares en su vinculación con la actividad turística.

Consideramos que en los ecosistemas insulares por sus características, algunas más influyentes que otras, el desarrollo de la actividad turística presenta unas dimensiones específicas. Su mayor dependencia del desarrollo vinculado a la actividad turística y su fragilidad a las consecuencias derivadas de ese desarrollo, las convierte en entidades diferenciadas, con problemas y expectati-vas comunes, frente a las grandes áreas continentales.

27 Uno de los textos clásicos es de Doxey, G. V. (1976), “When enough’s enough: The naitves restless in Old Niagara, (Cf. Mathie-son, A. y Wall, G. (1990)[1986]:178)

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Uno de los aspectos comunes, y más difundido desde nuestro punto de vista, es la imagen que se transmite de las regiones insulares. A grandes rasgos, la gran mayoría de las islas, son conce-bidas como auténticos paraísos terrenales. Analizar algunas claves de este proceso va a constituir nuestro punto de partida.

3.2.1. La imagen turística de las islas: Las islas como “Jardines del Edén.

El mercado turístico se caracteriza por su elevada competitividad, cualquier punto del planeta en el que pensemos, puede ofertarse como destino turístico. De esta forma, para llevarse “los turistas al agua” los destinos tienen continuamente la difícil y costosa tarea de ofertarse de una forma atractiva, sugerente, y al ser posible de lo más original.

De esta forma la imagen turística que se construye de los destinos turísticos y que se promocio-na en el exterior constituye uno de los principales “ganchos” para atraer a los turistas hacia sus geografías concretas.

La imagen tiene que transmitirse de una forma clara y directa, sembrando los deseos de viajar hacia el destino concreto. Su objetivo, convertir a los turistas potenciales en turistas reales. La ima-gen de los destinos tiene que satisfacer el mayor número de expectativas que las personas puedan tener, o se puedan construir de lo que significan sus vacaciones soñadas y también merecidas.

Evidentemente esta imagen no es homogénea, es decir, se adapta a los distintos tipos de turis-tas que pueden estar interesados en conocer el lugar. En líneas generales, un mismo destino, a través de su imagen exterior, intenta satisfacer distintas demandas turísticas. Puede ser un destino centrado en la oferta de sol y playa, pero que además cuenta con otro tipo de atractivos, tales como lugares para practicar el senderismo, ofertas de turismo cultural, turismo de salud, por sólo citar algunas.

Además esta imagen del destino no es estática, tiene que estar continuamente adaptándose a las modas turísticas. En el sistema turístico, el dinamismo suele ser la clave del éxito, los destinos deben reconvertirse y prácticamente a partir de la década de los ochenta con el “despertar de la conciencia ecológica” ya no sólo bastaba con tener sol y buenas playas. Los turistas han pasado a demandar ocio activo, cultura, respeto medioambiental, etc. En estos casos, la imagen de los des-tinos se tiene que reconvertir rápidamente para incluir en sus folletos estas nuevas demandas. A su vez en los destinos, tampoco estáticos, se tienen que desarrollar las transformaciones necesarias para ofertar esos nuevos productos. Las imágenes turísticas y los destinos están en continuo pro-ceso de reestructuración, cambios, para adaptarse a las inestables demandas de los turistas, y por supuesto a los intereses de los tour-operadores, que en última instancia son los que determinan y controlan el proceso de flujo turístico32 .

Si establecemos un recorrido por la zona geográfica inserta entre los trópicos de Cáncer y el de

Capricornio, observaremos que la mayoría de las islas-destino se encuentran en la misma, o bien en la cercanía, como las islas Canarias o las del mar Mediterráneo. Es decir, en líneas generales la mayoría de las islas-destino se encuentran en las zonas cálidas de la Tierra33 . Estas islas han estado vinculadas al turismo de masas y, en torno a ellas se ha construido la imagen turística de paraísos terrenales, repletos de sol, playas de agua cristalinas, gentes alegres, culturas coloristas, y una larga serie de atributos conocidos por todos.

32 La imagen de un destino puede ser muy apetecible para los turistas, pero son los tour-operadores los que ofrecen los destinos a un precio asequible. En un momento determinado los tour-operadores pueden decidir llevarse a “sus turistas” a otro nuevo desti-no más barato. Primero se creará la necesidad de visitar ese nuevo destino, luego se expandirá su imagen, y comenzará un nuevo proceso. Mientras los “viejos destinos turísticos”, tendrán que aceptar precios más baratos, lo que se traduce en un turismo de “peor calidad”, con menos poder adquisitivo ( Fase de declive), al mismo tiempo que por todos los medios se intentará crear una nueva imagen del destino, crear nuevos productos... ( Fase de revitalización)

33 Existen un conjunto de islas, las del Atlántico Norte, y las próximas al Polo Sur, que no encajan en la imagen de las islas como paraísos tropicales Pero, sin embargo sus condiciones son ideales para desarrollar las nuevas formas de turismo alternativo, ahora tan demandadas. Islandia es un claro ejemplo.

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Las islas han representando, y representan, la materialización de la idea de la buena vida que muchos de los turistas potenciales tienen en su mente. De esta forma, los destinos insulares siguen siendo enclaves turísticos de primer orden internacional, y son millones de turistas los que deciden pasar sus vacaciones en las islas, encontrándoles un glamour diferenciado en comparación con las áreas continentales. La fuerte dependencia de las islas con respecto al turismo, queda ma-nifiesta en la cita de Cazes ( 1987) “ De los sesenta destinos en los que los ingresos generados por la actividad turística, son los más elevados en comparación con los otros sectores productivos, los cinco primeros son islas. Esto evidencia la alta dependencia del turismo que experimentan las is-las tropicales, que frecuentemente no cuentan con otros recursos económicos” (Cf. King, B.(1997): 154). Teniendo en cuenta esta dependencia, la imagen turística que se promocione de las islas es de vital importancia para garantizar los ingresos generados por el turismo.

De esta forma en torno a las regiones insulares se ha construido una imagen idílica. Es curioso

señalar como esta imagen de las islas, tan actual y eje central, de las principales promociones turísticas34 , comenzó a fraguarse desde la antigüedad.

Las grandes civilizaciones primitivas del Mediterráneo -cuna de la civilización europea- en sus incursiones marítimas se cree que llegaron a islas relativamente lejanas como las Canarias, deno-minándolas Islas Afortunadas, Jardín de las Hespérides. Leyenda o realidad, en el caso concreto de las Canarias, la alusión a esta época dorada, sigue figurando como un reclamo turístico aún en nuestros días. Pero sin duda, fue con el descubrimiento de los “nuevos pueblos”, Asia, América y más concretamente durante el siglo XVIII, con la Ilustración, y con el Romanticismo de inicios del siglo XIX, cuando la imagen de paraísos terrenales de las islas termina por consolidarse y ge-neralizarse, es decir, expandirse a través de la naciente clase acomodada europea.

El movimiento romántico europeo consideraba como idílicas las condiciones de vida del cam-pesinado europeo, pero sobre todo comenzaron a sentir admiración por las bellezas de la na-turaleza. Les invadía una especie de sobrecogimiento, admiración, respeto, agradecimiento, al contemplar el esplendor de la naturaleza. Anteriormente al movimiento romántico este interés digamos emocional – para diferenciarlo del interés productivo- por la naturaleza no se reflejaba de una forma tan abrumadora, a través de numerosos obras, tanto desde la literatura como desde la pintura. La vinculación Hombre-Naturaleza, es el eje angular de muchas de las obras del mo-vimiento romántico.

El mito del buen salvaje rousseanniano, parecía haber elegido las islas para desarrollar su per-fecta educación. Se situaba en una naturaleza en estado prístino, lejos de las complejas y alienantes relaciones sociales y morales que en la Europa industrial se comenzaban a vislumbrar. Los román-ticos en sus esfuerzos por encontrar y reclamar la naturaleza idílica de la forma de vida de los campesinos europeos -que se convertían en asalariados en el mejor de los casos- consideraron que las comunidades más aisladas, entre las que se encontraban las islas, aún seguían conservando el espíritu idílico de una forma de vida más entroncada con esa naturaleza que tanto admiraban.

Obras de la literatura, como Treasure Islands (1883), South Sea Tales, (1911), relatos de viaje-

ros-científicos como Humbolt, Wallace o Darwin, contribuyeron a difundir la imagen de natura-leza exuberante y virginal de las islas. Desde otro ámbito pinturas como las de Paul Gauguin (1848-1903) dedicado a reflejar el carácter exótico de las mujeres y del entorno de la Polinesia; contribuyeron a difundir la misma idea. A su vez fue de vital importancia en la difusión de esta imagen de las regiones insulares la disposición de las clases acomodadas de Europa para conocer cualquier, ave, planta o incluso ser humano traído de allende los mares. Las clases acomodadas celebraban reuniones, “especies de presentación en sociedad”, para dar a conocer desde una nueva planta hasta nuevas gentes. En este sentido las islas eran auténticos almacenes de mer-cancías agradablemente exóticas. Pero este tipo de reuniones no sólo eran una especie de frívola

34 Es necesario señalar que actualmente muchos regiones turísticas intentan desvincularse del turismo de masas, asociado a todo lo negativo. Asociación que tiene sus defensores y sus detractores, para estos últimos el turismo de masas no es tan malo, ni las nuevas formas alternativas de turismo son tan buenas.

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curiosidad de las clases acomodadas, sino que también las incipientes sociedades científicas o humanística, celebraban este tipo de eventos, contribuyendo a difundir la imagen exótica y exu-berante de las islas.

De esta forma, las regiones insulares adquirieron la imagen de paraísos anclados en el tiempo,

en los que la vida se encauzaba entre siesta y siesta, al son de plácidos ritmos, rodeados de explo-siones de color y sonidos. Se constituían como entornos repletos de exuberancia y esplendor en los que, casi de forma espontánea, se generaba el alimento necesario para la vida; como recoge la cita de Eliade, M. en su obra, Images et Symboles (1952): “que 150 años de literatura europea han creado el sentido de paraísos tropicales en los grandes océanos, refugio para la felicidad, donde la realidad es bastante diferente. Esta imagen de las islas las ha relegado a una posición fuera del tiempo y de la historia, donde el hombre es feliz, libre, no tiene que trabajar para vivir, la mujer es bella y eternamente joven; la perfecta condición del hombre, de Adán antes de caer” (Cf. King, B. 1997:154). Ahora bien, es necesario tener presente que esa admiración por las islas, sus paisajes y en especial por sus gentes, se reducía a una especie de contemplación “de objetos de feria”. Evidentemente, los “isleños”, al igual que cualquier otro habitante de las “nuevas tierras”, llevaban añadida una carga de exotismo, sensualidad, y sexualidad, pero esto no significaba que fueran aceptados como individuos con los mismo derechos, recordemos que pertenecían a “pueblos primitivos”

Resulta curioso señalar como este tipo de afirmaciones - quizá sería más correcto hablar de sentimientos- sobre las islas que han contribuido a idealizar no sólo la naturaleza de las regiones insulares, sino también a sus habitantes, y sus peculiares estilos de vida, constituyen el eje central a partir del cual se construye la imagen turística actual de las regiones insulares.

La imagen turística de los destinos se construye en base a un referente real conformado por el espacio físico que ocupa el destino, su población, más las características ambientales, económicas y socioculturales que se establecen. Sobre esta base real se articula toda una imaginería turística, con el fin de enmascarar lo más desagradable, al mismo tiempo que recrea, e idealiza los aspectos más “exportables” del destino. La imagen turística se construye por tanto seleccionando las peculiarida-des más “interesantes” de los lugares, provocando un proceso de disección. Los lugares se dividen en lo que es turísticamente rentable y lo que no (división sujeta también a modificaciones).

En el proceso de creación de la imagen turística de los destinos se distorsionan las caracterís-ticas reales de éstos. Ahora bien, en el proceso de distorsión no sólo se adulteran y edulcoran las cualidades reales, sino que incluso si se diagnóstica una carencia de valores turísticamente renta-bles, éstos se inventan sin escatimar esfuerzos. Los límites, las fronteras entre la imagen real del destino y la imagen turística se confunden. El referente real se disuelve, el destino como entidad real se difumina. La imagen turística, la invención, sustituye a la realidad. Es el proceso de “hi-perrealidad” teorizado por Umberto Eco (1986) Travels in Hyperreality, o por J. Baudrillard (1978) La Precession des simulacres. Disneylandia, es sin duda, el ejemplo por excelencia en la que una invención acaba superando la realidad.

Este proceso de disección, de selección y exaltación de las características reales de los destinos para construir su necesaria imagen turística se realiza teniendo en cuenta una máxima funda-mental: la imagen turística debe satisfacer el mayor número de expectativas que los turistas en general consideran que deben reunir unas vacaciones. Siguiendo esta máxima King, B. (1997:168-169) plantea en su estudio sobre dos enclaves turísticos del pacífico Sur, las islas Mamanucas y las islas Whitsundays, un cuadro general en el que conecta las principales expectativas del turista sobre las islas que han de ser satisfechas, y como éstas son reflejadas, articuladas en la promoción turística de los destinos concretos. Estableciendo algunas modificaciones, creemos que el cuadro nos puede servir como una herramienta analítica importante en el análisis de la imagen turística de los destinos insulares35 .

35 Evidentemente como herramienta analítica también una vez realizados las adaptaciones necesarias también puede ser útil en el análisis de la imagen turística de otro tipo de destinos, que no sean necesariamente insulares.

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Expectativas a satisfacer

1. Experimentar, sentir la belle-za. La idea de que el destino es un lugar elegido por el “plan divino”, un sitio privi-legiado.

2. La búsqueda de experiencias compartidas.

3. La búsqueda de la diversión, de distracción.

4. Satisfacción de la curiosidad, ampliar nuestro conocimien-to del mundo.

5. Poder experimentar sensa-ciones fuertes en un entorno libre de culpas y en una situación controlada.

6. Mejorar, aumentar nuestra personalidad, e incluso, des-cubrir facetas desconocidas.

7. Identificarse con modelos a imitar. Parecerse, sentirse más cerca de algunos personajes históricos vinculados al desti-no.

¿Qué se transmite?

La sensación de que estás en un lugar único, de bellezas inusuales ocultas en cada rincón, esperan-do a ser descubiertas.

La idea de que en ese lugar nunca estarás solo, a menos que quieras. La gente resulta amiga-ble, es fácil relacionarte y hacer buenos amigos.

La imposibilidad de sentirse aburrido. La idea de que en todo momento puedes hacer activida-des satisfactorias, entretenidas, divertidas, que te harán disfrutar la “cara alegre de la vida.

Se refleja la posibilidad de ver cosas nuevas, -plantas, animales, museos- conocer culturas, gentes diferentes.

La idea del destino como un lugar en el que tienen cabida todos los “vicios”.

El lugar es ideal para reflexio-nar acerca de nosotros mismos, replantearnos nuestra vida, afirmarnos como sujetos. Al mis-mo tiempo que podemos vernos obligados a realizar tareas, acti-vidades que anteriormente nunca hemos hecho; la posibilidad de superarnos.

La creencia de que estando en los mismo lugares que gente desta-cada o distinguida puedes sentir lo que ellos sentían Que eres afortunado porque puedes por un momento sentirte como ellos, tener las mismas vivencias, -en el caso de que sean positivas- o comprender mejor su desgracia, sus penurias, -en los casos en los que se trate de negativas-El destino se convierte en el

¿Cómo se transmite?

Principalmente mediante una selección de los paisajes más exóticos. También se utiliza en el lenguaje escrito adjetivos como, inusual, único...

Mediante la utilización constante del “nosotros”, y mostrando siem-pre imágenes de parejas o grupos de gentes que parecen divertirse juntos.

Se presenta el destino como un gran parque de atracciones, con la posibilidad de realizar todas las actividades que siempre has soñado.

Mostrando las posibles cosas ex-trañas que puedes ver: esa planta que sólo se da en ese lugar, ese rito ancestral realizado única-mente por esa cultura...

Se presentan imágenes de casi-nos, lugares para beber, multitud de gente en las calles...

Se ofertan un conjunto de activi-dades que son consideradas como extremas, por poco habituales, tales como tirarse en parapente... La realización con éxito de estas actividades te hace descubrirte a ti mismo. Asimismo observar “otras realidades” puede hacerte comprender mejor tu “lugar en el mundo”.

Se presenta la posibilidad de rea-lizar las mismas cosas que ellos hacían, en los mismo lugares. Comer en tal restaurante frecuen-tado por tal personaje, sentarse en la misma mesa, inspirarse en los mismos paisajes que tal pin-tor, sentir el mismo aire que un escritor concreto...

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8. Necesidad de creer, revivir o encontrar un amor románti-co.

9. Participar, revivir parte de la historia de la humanidad.

10. Depurarse olvidándose de las malas experiencias y sensa-ciones vividas.

11. Reforzar nuestro sistema de creencias, en aspectos tal vez olvidados, como puede ser la justicia, la bondad, lo maravilloso, lo mágico. Todo ese tipo de valores que se le atribuyen a una vida idílica.

12. Obtener satisfacción de nuestro instinto sexual en un ambiente libre del sentido de la culpabilidad.

decorado perfecto para el desa-rrollo de la más romántica de las películas, pero en este caso tu vas a ser la protagonista, con el acompañante que desees, que siempre que lo necesites podrás encontrarlo en nuestro entorno.

La sensación de que puedes disfrutar de vestigios del pasado, la posibilidad de abarcar lo que “hemos sido”.

La idea del destino como el mejor bálsamo para aliviar cualquier problema. Es el lugar perfecto para reconciliarte con la vida.

El destino es un lugar diferente apartado, donde aún existe la “bondad humana”, donde no parecen existir conflictos.

Los destinos se convierten en lugares en los que aún existe “el sexo libre”. En los sitios ideales para dar rienda suelta a las más diversas fantasías sexuales, sin sentir luego sentimientos enfren-tados.

Se ofertan paquetes especiales de luna de miel, para los que “ya tienen su amor” . Para los que necesitan encontrarlo el destino es de nuevo el ambiente ideal, la “calidez” tanto de hombres como mujeres, “su sensualidad”, “es-pontaneidad” más esos lugares de ensueño que invitan a sentir...

Se oferta la historia rescatada y más esplendorosa de los destinos.

Se presentan las comodidades del destino, los servicios, el personal, todos están a tu disposición para ayudarte amable y generosamen-te en tus problemas.

Se intentan transmitir imágenes que reflejen esta serenidad, la calma, el espíritu comunitario, solidario.

Se muestran imágenes en las que hombres y mujeres son auténti-cos objetos sexuales, cuerpos con poca ropa esculturales, broncea-dos. Se recalca su carácter abier-to, promiscuo

Elaboración propia, siguiendo el texto de King, B. (1997).

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En líneas generales la aplicación de este cuadro analítico en el análisis de la imagen turística de los destinos, nos obliga a partir de un elemento central, las expectativas que los turistas se construyen de lo que significa unas vacaciones.

De esta forma, los especialistas en marketing tienen que actuar del mismo modo que en cual-quier otra campaña publicitaria. Necesitan partir del reconocimiento de las necesidades básicas de los compradores potenciales, en este caso los turistas potenciales. Una vez reconocidas las “necesidades” básicas de los turistas que pueden ir cómo recoge perfectamente el cuadro, desde la diversión hasta la depuración de malas experiencias, pasando por el conocimiento de otras “culturas”, otra “historia” o incluso soñar con la posibilidad de encontrar la pareja ideal, el paso siguiente consiste en “bombardear” publicitariamente. Se tiene que trasmitir por todos los medios que “las vacaciones ideales”, las encontrarás únicamente en “ese destino concreto”.

Además de intentar englobar el mayor número de expectativas posibles, en el proceso de creación de la imagen turística de los destinos se tienen que incluir otro tipo de factores necesarios para garantizar el éxito de la campaña turística. Es decir, no basta únicamente con presentar los destinos como los lugares en los que podrás materializar todos tus sueños, sino que además es preciso recalcar la existencia de otro tipo aspectos que nosotros hemos dividido en tres grandes grupos:

a) Aspectos relacionados con los factores psicológicos.La imagen turística de cualquier destino debe transmitir la sensación de que se trata de la re-creación material de las vacaciones que en este momento se necesitan. Cuando se contempla por ejemplo un folleto turístico debe invadirnos el deseo incontenible de estar allí. Para causar estos efectos, en las imágenes turísticas de los destinos – al igual que en el resto de los reclamos publi-citarios- se utilizan claves que directamente inciden en nuestra configuración psicológica, que trastocan nuestras expectativas, nuestras emociones.

El primer paso es utilizar un lenguaje tanto escrito como visual que recree esas sensaciones, que nos transmita emoción. Ese mensaje si además lleva asociado connotaciones apocalípticas, será sin duda más efectivo. Se tiene que transmitir la sensación de que el lugar que visitas es el último eslabón de algún proceso. Bien puede ser el último hábitat de algún animal, contar con las últimas playas vírgenes, o bien porque en su seno se desarrollen las más prístinas tradiciones culturales, ritos de vudú, cultos budistas, ritos funerarios. “No pierdas la oportunidad de visitar las últimas playas vírgenes del Pacífico Sur” o “visita el Parque Nacional de Garajonay, la mejor muestra de la Laurisilva, una reliquia del Terciario”.

Este mensaje, también como requisito ineludible, debe remitirnos a facetas relacionadas con

la exclusividad de la experiencia, lo placentera, lo auténtica. Viajar a un determinado destino, debe aportar sensación de exclusividad, o incluso elitismo, en el sentido de que sólo “los elegidos” pueden visitar “un destino concreto”.

b) Aspectos relacionados con factores estratégicos.En la imagen turística de los destinos también resulta de vital importancia señalar las condicio-nes estratégicas del lugar. Además de representar la materialización de tus deseos, la imagen del destino debe dejar patente el hecho de que éste cuenta con las mejores redes de comunicaciones, las más modernas infraestructuras, las medidas necesarias para garantizarte tu seguridad, tu sa-lud, en definitiva tu absoluto bienestar. Y por supuesto dentro de este bloque también se incluye la exaltación de factores como: el clima, el carácter de la población local, los accidentes natura-les, los centros comerciales, la gastronomía, las artesanías y un largo etc.

c) Aspectos relacionados con factores prácticos.En este apartado se engloban los aspectos relacionados con la promoción y éxito de las campañas turísticas que acometen los destinos. Es fundamental que las estrategias de marketing, y promo-ciones turísticas lleguen a los turistas potenciales adecuados, y que en última instancia constitu-yan una oferta competitiva. Se debe señalar que la imagen que se oferta de cada destino turístico está perfectamente diseñada y destinada a determinados tipos de turistas. Por ejemplo, muchos

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habitantes de “estas latidudes” podemos “soñar” con visitar el Pacífico Sur, pero su promoción turística va claramente destinada a un segmento social con alto poder adquisitivo, que se puede costear el viaje.

Además de incluir en la construcción de la imagen turística de las islas, este tipo de variables, también es preciso señalar que siempre existen un conjunto de características compartidas por las regiones insulares, que son usualmente retomadas y convenientemente exaltadas por parte de los promotores turísticos.

La primera de estas características ha sido la lejanía geográfica o, en algunos casos, basta con

la simple separación del área continental. En este último, como puede ser por ejemplo viajar a la isla de Man, para los ingleses, que viven en la isla “madre patria”; representa salir del entorno propio. De esta forma la isla de Man es “inglesa, pero un poquito diferente”, entre otros facto-res porque está separada por el mar, y necesita de medios de transporte no cotidianos en la vida diaria de un inglés, el ferry. El viaje, el desplazamiento en sí, significa algo diferente, no tiene la misma carga simbólica realizar un desplazamiento en barco, que usar un transporte cotidiano, como son los coches, o trenes.

En las islas, la necesidad de usar el barco o el avión como únicos medios de transportes posibles para acceder a ellas, lejos de ser un inconveniente constituye una ventaja. En las islas lejanas, como las de los Mares del Sur, si se trata de un habitante de cualquier país europeo, esa lejanía, no va a constituir un impedimento para sus vacaciones, sino todo lo contrario, llegará a conver-tirse en su principal aliciente.

La promoción turística se encarga de hacerle creer que viajar hasta esas remotas islas, Palau, Nauru, Islas del Almirantazgo, por citar algunos ejemplos, les garantiza encontrarse con lo des-conocido, con pueblos que por estar tan alejados tienen que ser completamente diferentes y exó-ticos. Esa supuesta “experiencia cultural” con pueblos diferentes significa en algunas ocasiones encontrarse con formas de vida “más tradicionales”. Para algunos turistas –los preocupados por la búsqueda de experiencias personales- el entrar en contacto con este tipo de comunidades puede ocasionarles una reconversión, tal vez momentánea, de valores. Después del viaje sentirán que son “otras personas” y, lo más importante, los otros también los verán como “una nueva perso-na”. El turista creerá haber encontrado la tan ansiada “autenticidad”.

Para otros turistas -los más convencionales- esos contactos con culturas diferentes, no les cau-sará reconversiones espirituales, pero sintiendo admiración o repulsa, en ambos caso tendrán pruebas suficientes, fotos, grabaciones de vídeos, recuerdos de que han estado en otros lugares y conocen otros pueblos. Sentirán que simbólicamente se han apropiado de un “trocito especial y exclusivo de mundo”.

Las condiciones climáticas de los ecosistemas insulares, situados en las zonas templadas del

planeta, junto con el mar como elemento central de numerosas actividades turísticas, es también reflejado y adulterado en la imagen de las islas.

Las islas se convierten en lugares en los que el sol sólo se pone para provocar maravillosos atardeceres. Del resto, siempre va a estar presente, acompañado por suaves brisas, con efecto suavizador. Las islas se reducen a exóticas playas con todos sus accesorios. En ellas se pueden practicar todos los deportes acuáticos conocidos hasta la fecha, o la simple relajación tomando el sol y el respectivo cóctel debajo de una agradable sombrilla o cocotero, dependiendo de la calidad del entorno.

En este panorama los habitantes de las islas o son fornidos deportistas, o mujeres esculturales. Esta imagen concreta de los isleños, repetida una y otra vez en los folletos turísticos internacio-nales, refuerzan la idea de que las islas, con sus climas cálidos, sus puestas de sol, y ese tipo de habitantes, son el lugar idóneo para la mejor de las aventuras amorosas. Es sintomático que muchas de los paquetes turísticos que se ofertan a los recién casados sean hacía alguna que otra isla; al igual que los destinos preferidos por los jóvenes solteros de ambos sexos.

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El hecho de que las islas tengan unos límites geográficos claramente limitados, y en general sean más pequeños que grandes zonas continentales, las convierte en destinos más cómodos. Con unos pocos días, una semana en una isla como Tenerife con 2057 kilómetros cuadrados permite ser “vista” en su totalidad con relativa facilidad. En destinos continentales en los que las distan-cias, no están tan controladas, ni limitadas, resulta más difícil tener la sensación de que se ha “visto “ y “fotografiado” todo. Recordemos que una de las mayores insatisfacciones de los turistas es quedarse con la sensación de que algo fundamental, se les ha quedado por ver. Las islas, en este sentido, parecen trasmitir una sensación de plenitud.

En definitiva creemos que estos son los aspectos fundamentales que se incluyen en el diseño y promoción de la imagen turística de los destinos insulares.

3.2.2 La otra cara de la realidad insular: El turismo en las islas, entre el desarrollo, la dependencia y la vulnerabilidad.

Sin duda la idea de las islas como paraísos terrenales en los que los turistas se sentirán como en casa y dónde serán siempre bien recibidos constituye su imagen más difundida. En el apartado anterior intentamos plantear algunas de las claves básicas que emplean las grandes empresas turísticas, así como los gobiernos implicados, en el diseño y comercialización de la imagen turís-tica de las islas. Pero la realidad de muchas de las regiones insulares no puede resultarnos tan simplista como la visión que normalmente guían las vacaciones de los millones de turistas que se desplazan hasta sus costas. En este punto pretendemos definir algunos de los problemas fun-damentales a los que se enfrentan los ecosistemas insulares, en especial los relacionados con el desarrollo y con la dependencia del turismo generada.

Teniendo en cuenta las características que comparten la mayoría de los ecosistemas insulares resulta comprensible que constituyan un caso específico en temas de desarrollo. La manera de establecer planes de desarrollo en los ecosistemas insulares ha representado como hemos visto, la piedra angular de numerosos programas auspiciados por organismos internacionales, como la UNCTAD (Congreso de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), al mismo tiempo que constituye la preocupación central de la mayoría de los gobiernos insulares. Dada la esca-sez de recursos explotables económicamente, así como otro tipo de constricciones que ya hemos planteado, las islas tienen un potencial limitado en lo referente a fuentes de ingresos, es decir a actividades económicas que resulten lo suficientemente rentables para conseguir cierto grado de desarrollo.

Al iniciarse los procesos de independencia de la amplia mayoría de los ecosistemas insulares,

algunos en fechas tan recientes como Jamaica en 1962 o Las Bahamas en 1973, los nuevos e incipientes gobiernos se encuentran con unas regiones fuertemente vinculadas a los países me-tropolitanos, con unos sistemas productivos y económicos dependientes, y además insuficientes para acometer los procesos de modernización necesarios. Estos nuevos estados insulares se ven in-cluidos en la lista de países que conforman el Tercer Mundo, eufemísticamente también llamados países en vías de desarrollo36 .

En este mismo contexto histórico, década de los 60-70, el turismo se consolida como una indus-tria en expansión que únicamente parece provocar efectos positivos. De esta forma, las regiones insulares son vistas por los inversores y promotores de la actividad turística como lugares estraté-gicos, tal vez por la posibilidad de sacar beneficios a corto plazo. A su vez los gobiernos insulares guiados por la necesidad urgente de divisas que contribuyan a mejorar su economía comienzan a diseñar su rumbo hacía el desarrollo turístico. Durante estas décadas, años 60-70, se inicia la andadura turística de los destinos insulares actualmente consolidados. Es la fecha en la que los gobiernos insulares contratan consultoras para establecer la viabilidad y diseñar planes de desa-rrollo turístico, creándose oficinas de información turística, departamentos de turismo y un largo

36 Unas vías al desarrollo que para muchas regiones insulares siguen sin conducirlas a su objetivo.

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etc.37 Comienza por tanto a producirse un proceso de terciarización, común en todas las islas. Se abandona, o se ve drásticamente reducido, el sector primario -la agricultura de exportación- bá-sicamente para desarrollar el sector servicio38 .

En este contexto, resulta obvio que el turismo fuera considerado como un generador de ri-

quezas, y por ende, como un agente de desarrollo fundamental para las regiones insulares. Ac-tualmente, transcurridos aproximadamente unos cuarenta años y conocidos algunos aspectos negativos que el desarrollo de la actividad turística puede llevar asociados, nos surgen algunas cuestiones básicas:

1. ¿Sigue siendo el turismo inevitable para el desarrollo de los ecosistemas insulares?

2. ¿Ha generado realmente el turismo un “estado de bienestar”? Es decir, ¿se puede hablar de cierto grado de desarrollo en los ecosistemas insulares generado por la actividad turística?

Antes de pasar a discutir estas dos cuestiones, consideramos preciso establecer algunos aspec-tos fundamentales sobre el debate acaecido en torno al concepto de desarrollo, en otras palabras intentar responder ¿qué entendemos por desarrollo?

De nuevo nos encontramos ante un concepto complejo, cambiante a lo largo de la historia, y variable según las diferentes corrientes teóricas. Pese a esta complejidad en las últimas dos déca-das el concepto de desarrollo ha ocupado un lugar central en investigaciones acometidas desde distintos ámbitos. La idea de desarrollo ha experimentado una especie de revolución. Se ha dejado atrás una concepción de desarrollo que únicamente incluía como variable al crecimiento económico, para apostar por una nueva manera de entender el concepto.

Las teorías contemporáneas sobre el desarrollo se originaron después de la segunda Guerra Mundial, fundamentalmente la Teoría de la Modernización que consideraba que el desarrollo se alcanzaba impulsando el paso de sociedades tradicionales a sociedades modernas. Las principales aportaciones realizadas desde esta teoría se reflejan en la obra de uno de sus principales teóricos, Rostow, W (1960), The Stages of the Economic Growth: a non-comunist manifiesto, en la que se plantean los sucesivos estadios que tienen que atravesar las sociedades para dejar atrás su estado de miseria y convertirse en sociedades modernas, sinónimo de desarrolladas. Los estadios de desa-rrollo elaborados por el autor son los siguientes: la sociedad tradicional, las precondiciones para el despegue, el despegue, la tendencia a la madurez y finalmente la edad del consumo de masas. (Barnett, T.1988:26-7).

Evidentemente en este planteamiento el desarrollo se concebía únicamente como crecimiento

económico. Pero además de esta limitación hay que señalar que tampoco se tenían en cuenta otros aspectos que actualmente son básicos para poder hablar de desarrollo. Cometían al menos otras dos limitaciones; por un lado, su concepción lineal del desarrollo y la excesiva simplificación de las sociedades reducidas a patrones de producción y consumo básicamente; al mismo tiempo que consideraban el problema del subdesarrollo como una cuestión interna de cada país.

Paralelamente en el tiempo, el turismo que comienza a consolidarse como un fenómeno de masas, es visto por algunos teóricos, principalmente economistas, como el único vehículo capaz de llevar el bienestar a los países subdesarrollados. Se produce por tanto una comunión de pen-samiento entre la Teoría de la Modernización y los primeros teóricos interesados por el turismo –economistas en su mayoría-. Este paralelismo se recoge en un artículo de Kurt Krapf, (1961)

37 Durante ese mismo periodo más concretamente durante 1969 y 1979 el Banco Mundial subvencionó 24 proyectos en 18 países diferentes en los que se incluyen las zonas españolas de La Costa Brava y La Costa del Sol, las zonas del Mar Negro de Bulgaria y Rumania, Túnez, Méjico, Thailandia, y algunas regiones del Caribe (Lanfant, M. y Graburn, N. 1992:96)

38 Durante esta época también resultaban dominantes las concepciones neoclásicas sobre el desarrollo, -La teoría de la Moderniza-ción que detallemos más adelante- que consideraban entre otros aspectos que para que un país se desarrollara era preciso pasar de una economía tradicional centraa en la agricultura a una economía moderna basada en la industria y el sector servicios. Evidente-mente esta idea implicaba que apostar por el turismo, sector servicios, llevaba asociado la consecución del desarrollo.

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presentado ante la Asociación Internacional de Expertos Científicos en Turismo en la que afirma tajantemente lo que por aquellas fechas parecía ser una idea revolucionaria: “el turismo es una contribución vital en la economía de los países subdesarrollados” (cf. Lanfant, M. y Graburn, N. 1992:95), no sólo por la contribución directa que éste genera, sino también por su manifiesto potencial como dinamizador de las economías, mediante el “efecto multiplicador”. Idea también explícita en las declaraciones de organismos internacionales como la O.N.U. o el F.M.I. Por tanto, es obvio concluir que el pensamiento dominante implicaba que cualquier medida necesaria para impulsar el crecimiento del turismo estaba perfectamente justificada, en pro de los beneficios eco-nómicos que esta actividad reportaría, las “culturas tradicionales” debían ser “sacrificadas” en beneficio de la economía.

De esta forma son numerosas las regiones de los países en vías de desarrollo que vinculan su

futuro al desarrollo de la actividad turística, ansiosas por sentir los beneficios “prometidos”.

No obstante, una vez superadas las etapas iniciales, cuando ya son muchas las regiones depen-dientes de la industria turística, sus efectos negativos comienzan a ser visibles. Al mismo tiempo, que los teóricos centrados en analizar el comportamiento de la actividad turística sacan a relucir el potencial destructor del turismo, -o más concretamente el turismo desarrollado sin ningún tipo de planificación- generador de dependencia, destructor de entornos, consumidor de recursos... se origina en el debate sobre el desarrollo, la conocida Teoría de la Dependencia39 , y por supuesto se amplia una concepción de desarrollo no limitada únicamente a criterios económicos, sino que se introduce la preocupación por el entorno, y por las culturas desarrollas en tales entornos. Se comienza a hablar de la necesidad de un “desarrollo sostenible”.

Es decir, se postula una noción de desarrollo no limitada únicamente al crecimiento econó-mico, sino que se asume la necesidad de que tal crecimiento se produzca en conjunción con la mejora de la calidad de vida, la conservación del medioambiente y el compromiso con las gene-raciones futuras. La siguiente cita refleja con claridad la idea de desarrollo actual: “En los foros internacionales de los años noventa ha ido cobrando fuerza la necesidad de ligar el desarrollo a la sostenibilidad, y a la dimensión humana de la vida, vinculada a las prácticas cotidianas y al uso de los recursos y conocimientos locales y regionales como eje de un desarrollo endógeno, más que a nivel nacional” (Monreal, P y Gimeno, C. 1999:8).

El crecimiento económico no es una variable suficiente, pero si necesaria para la consecución de otro tipo de medidas englobadas en el “desarrollo social”. Todaro, M. (1988[1985]:122) conside-ra que “el desarrollo debe tener, al menos, los tres objetivos siguientes en todas las sociedades:1. Aumentar la disponibilidad de bienes que sirven de sustento vital tales como alimento, vivien-

da, sanidad y protección, así como ampliar su distribución. 2. Elevar el nivel de vida, que abarca, además de rentas más altas, la creación de más puestos

de trabajo, mejoras en la educación y una mayor atención a los valores culturales y humanís-ticos, todos los cuales servirán no sólo para aumentar el bienestar material sino también para generar una mayor autoestima tanto individual como nacional.

3. Aumentar el margen de posibilidades de elección económico y social, librándose de la ser-vidumbre y la dependencia no sólo de otras gentes y otros países sino también de la miseria humana”.

En un informe realizado por el Development Assitance Committee (DAC): Shaping the 21 st Century: The contribution of Development Co-operation, (1996), además de reconocer como

39 Los orígenes de esta Teoría se remontan a los años cincuenta cuando un grupo de investigadores sociales agrupados en torno a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) proponen unos nuevos planteamientos en torno a la idea de desarrollo. Pero sin duda su principal sistematización está representada en la obra de I. Wallertein, The Modern World System (1974), a la que ya hemos aludido en páginas anteriores haciendo referencia a su división entre centro y periferia. Las implicaciones de esta teoría en relación con la problemática entre, turismo, desarrollo y países subdesarrollados las retomaremos más adelante, analizando el caso concreto de las regiones insulares.

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necesario el crecimiento económico para poder reducir en al menos la mitad el número de perso-nas que viven en la extrema pobreza40 para el año 2015, se marcan otra serie de objetivos tales como: instaurar la educación primaria en todos los países, eliminar la disparidad entre géneros, la reducción en dos tercios de la tasa de mortalidad infantil para niños de cinco años, desarrollar sistemas sanitarios eficaces, y por último conservar el medioambiente (1996:2)41 .

No obstante, además de este tipo de medidas, es necesario tener en cuenta un aspecto que teóricamente se ha venido denominado “participacionismo”. Es decir, que no resultarán válidos los planes de desarrollo, dictaminados desde arriba –desde cualquier organismo oficial, o entidad foránea- que previamente no hayan tenido en cuenta los problemas y necesidades de los locales. Son los planes de desarrollo los que deben adaptarse a las personas y no las personas a los planes de desarrollo. Sus intereses, sus preocupaciones y sus conocimientos deben ser el punto de partida de cualesquiera medidas que intenten impulsar el desarrollo. La “población local” debe estar im-plicada en los procesos de toma de decisión, debe ser activa.

Evidentemente nadie parece poner en duda que este tipo de desarrollo, al que se le pueden

atribuir adjetivos como “sostenible”, “integral” o “endógeno”, debe constituir el objetivo final de cualquier país, tanto los que están en vías de desarrollo, como los desarrollados42 .

Ahora bien, la realidad continuamente parece darnos muestras de que nos seguimos movien-do con un rumbo equivocado. Nos preguntamos, por tanto, ¿si tal vez este tipo de desarrollo no constituye una nueva utopía? ¿Es compatible este modelo de desarrollo con las exigencias del sis-tema capitalista? ¿Qué medidas podemos emprender para articular objetivos enfrentados? ¿Cómo se inserta la actividad turística en esta problemática? ¿Puede contribuir la actividad turística a este tipo de desarrollo, en especial en los ecosistemas insulares? o por el contrario ¿también resul-tará pertinente cambiar algunos patrones básicos del funcionamiento de la actividad turística, inserta en el marco capitalista?

Una vez aclarados algunos presupuestos básicos sobre el desarrollo, y en especial señalados algunos de los posibles problemas, retomemos de nuevo las cuestiones iniciales que nos remitían más concretamente al problema del desarrollo en los ecosistemas insulares y la dependencia de éstos con respecto de la actividad turística.

La primera de las preguntas que nos hacíamos se refería a si el turismo es un recurso inevitable

para el desarrollo de las islas. En la actualidad analistas como Wilkinson, P. (1997), Pearce, D. (1994[1989]), Crick, M. (1996[1989]), Sinclair, T. (1998) siguen afirmando que las regiones insula-res dependen del turismo. Es decir, que para muchas de las regiones insulares el turismo es, si no el único recurso posible, si al menos el más importante. Las regiones insulares no están en situación de poder rechazar el desarrollo de la actividad turística en sus territorios. Nosotros compartimos esta idea, creemos que teniendo en cuenta las condiciones actuales, en especial las económicas, y las múltiples constricciones que presentan las islas a la hora de diversificar sus economías, la contribución que la actividad turística puede aportar es fundamental, tal y como se refleja en la siguiente cita planteada por Connell (1993:128-129) “las islas estados –desde nuestro punto de vista se pueden incluir las regiones insulares vinculadas a terceros países- que no han desarrolla-do la industria turística, como por ejemplo Tonga, son sin duda los países más pobres del Tercer Mundo” (Cf. Bianchi, R. 1999:40)

Compartir esta idea no implica negar la posibilidad de que en el futuro la situación mundial, y especialmente los flujos del capital, se transforme y las islas se conviertan en territorios rentables

40 El Banco Mundial ha establecido como medida estándar que todo país que no supere una renta per-cápita de 370$, más o menos 1$ por día, puede calificarse como extremadamente pobre.

41 Los países miembros del Development Assistance Committee gastan aproximadamente 60 billones de dólares cada año para la ejecución de sus programas de desarrollo. (1996:6)

42 Evidentemente reconocemos que en muchos de los países desarrollados, algunos de estos criterios relacionados con la conserva-ción del medio, con la igualdad entre sexo... brillan por su ausencia.

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de cara a desempeñar otro tipo de actividades que reporten beneficios. Pero, a corto plazo, no pa-recen existir muchas alternativas al turismo, tal y como se demuestra en el hecho de que las islas pioneras en el negocio turístico sigan promocionándose y que surjan continuamente nuevos desti-nos insulares que ofrecen las vacaciones soñadas y que aumentan la alta competencia existente.

El hecho de haber aceptado que el turismo constituye para la mayoría de las regiones in-

sulares la fuente de ingresos más importante, no significa necesariamente que tales ingresos se traduzcan en una mejora de la calidad de vida de la mayoría de la población, es decir, no nos garantiza que se consiga un estado “de desarrollo social” en las principales regiones insulares, en especial en aquellas que representa un alto porcentaje del P.N.B.43 Evidentemente, en algunas regiones insulares, como pueden ser las islas del Mediterráneo, (Malta, Chipre, Córcega, Cerdeña, las islas Griegas, Baleares) o regiones como Canarias, las islas Hawaii, las Seychelles, altamente dependientes del turismo, se ha logrado instaurar un nivel de vida considerable, se han estableci-do medidas de compensación social, en definitiva se puede hablar de “un estado de bienestar”44. Pero esta situación no es extensible, y en otras regiones como pueden ser las incluidas en el área Caribe, en las que también se da una fuerte dependencia del sector turístico como generador de ingresos, no se puede establecer que se haya conseguido este grado de “desarrollo social”, es decir, los ingresos generados por el desarrollo de la actividad turística no se han visto traducidos en la mejora de la calidad de vida de la mayor parte de la población. En otras palabras, “es preciso ponerse a considerar si el desarrollo deliberado y a gran escala del turismo concebido como medio principal de obtención neta de divisas, conduce a resultados consecuentes con la nueva meta con la que se identifica –mejor hemos identificado- el desarrollo”(de Kadt, E. 1991[1979]:20).

Son varias las causas que hay que tener en cuenta para poder comprender el porqué de esta situación desigual. Creemos que se pueden establecer una serie de características comunes que influyen en la desfavorecida situación de algunos de los ecosistemas insulares, respecto a los in-gresos derivados de la actividad turística.

Autores como Britton, S. (1989) establecen que para analizar la problemática entre desarrollo y turismo en los países subdesarrollados hay que tener en cuenta dos factores, por un lado las características de la actividad turística, y por el otro las características económicas de estos países, o más concretamente retomar de nuevo la Teoría de la Dependencia.

Esto implica que para hablar de la contribución al desarrollo ocasionado por los ingresos deri-vados de la actividad turística, uno de los primeros aspectos a tener en cuenta es la situación -cen-tro o periferia- de las regiones concretas. Tenemos que considerar los planteamientos de autores englobados en esta teoría (I. Wallerstein, S. Amir) que creían necesario analizar “los problemas particulares de desarrollo y subdesarrollo en términos históricos, sociológicos, económicos, y a luz de lo que ocurre en contextos más amplios, la sociedad mundial, en particular el desarrollo del capitalismo” (Barnett, T. 1988:47).

La situación diferenciada entre centro y periferia es por tanto determinante a la hora de ana-lizar la contribución al desarrollo que pueden generar los ingresos derivados por el turismo, y por supuesto también los derivados de cualquier otro tipo de actividad económica.

Para los teóricos afines a los planteamientos realizados desde esta perspectiva la base de las

desigualdades existentes entre los países centrales y periféricos, o lo que es lo mismo el desarrollo del Norte frente al subdesarrollo del Sur, se origina desde la época de los grandes imperios colo-niales. Desde esta época hasta la actualidad, aunque oficialmente la mayor parte de los países hayan dejado de ser colonias, los intercambios comerciales siguen siendo desigualitarios y desfa-vorecedores para los países más pobres.

43 Se considera que una economía es dependiente de alguna actividad cuando esta contribuye en más de un 25% del P.N.B.

44 Aunque teniendo en cuenta algunos de los problemas que presentan estas regiones son numerosos los autores que se han califi-cado este “grado de bienestar” como un “bienestar aparente”. Aspecto que retomaremos más adelante.

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Partiendo de este marco teórico el turismo pasa a ser considerado como una nueva relación comercial. Es decir, el turismo representa una nueva forma de explotación de los países más po-bres por parte de los países más ricos.

Es por tanto una nueva forma de neocolianismo –la cara hedonista del colonialismo, tal y como ha afirmado Crick, M. (1992[1989)- que perpetúa las relaciones de dependencia con el país metropolitano y subordina las necesidades económicas y sociales de los destinos a favor de sus propios intereses económicos, y a su vez refuerza la estructura social de las periferias dependientes de capital, de tecnología y por supuesto de la llegada de los turistas (Bianchi, R. 1999:34).

Si asumimos como válido el marco general que nos proporciona la Teoría de la Dependencia y consideramos al turismo como una forma más de explotación del Sur por parte del Norte, nos resultan sin duda más compresibles algunas de las consecuencias analizadas que el desarrollo de la actividad turística ha generado en estas regiones, en las que se incluyen las islas. Nos pregun-tamos por tanto: ¿si es posible, si existe alguna forma de conjugar los intereses económicos de los inversores turísticos con la necesidad de impulsar medidas de desarrollo en los países receptores del turismo? O si por el contrario, ¿las relaciones de explotación por vía del turismo seguirán sien-do la tónica dominante?

Este tipo de análisis “pesimista” del turismo lo podemos encontrar en obras como la realizada

por Bryden, J. (1973), Tourism and development: A case study of the Commomwealt Caribbean, en la que pone de manifiesto el alto porcentaje de propietarios extranjeros que existe en la región Caribe, y como esto se traduce en la reducción drástica de los ingresos generados por la actividad turística debido a la repatriación de beneficios. Hills,T. Y Lundgren, J. (1977) en su artículo titu-lado: ”The Impact of Tourism in the Caribbean” continuando con la misma línea elaboran un sofisticado modelo centro-periferia con el objetivo de ilustrar las relaciones de dependencia entre algunos países del Caribe convertidos en destinos y los metropolitanos mercados de Norteamérica. Por otro lado, Wood, R. (1979) establece en su estudio del subdesarrollo en el Sureste asiático que “la industria turística tiende a distorsionar las estructuras de desarrollo local como resultado de su énfasis en la inversión de hoteles de lujo, y a su vez exacerba las desigualdades internas existentes entre clases y refuerza la conservación de las elites locales que garantizan la continuidad del siste-ma”. Husbands, W. (1981) en su artículo:”Centre, Peripheries, and Social-Spatial Development”, enfatiza de nuevo en esta problemática, afirmando tajantemente que: ”el turismo es usado como una herramienta para el desarrollo de los países periféricos, pero la entera organización y control de la industria reside en los países metropolitano. Weaver, D.(1988) en su artículo titulado: ”The evolution of a “plantiation”tourism landscape on the caribbean island of Antigua”, en el que es-tablece las similitudes existentes entre las estructuras de las grandes explotaciones agrícolas y las estructuras turísticas; por citar sólo algunos.

Dejando a un margen las consideraciones sobre si se trata o no de una visión pesimista, lo cier-to es que la mayoría de las regiones insulares que en su momento apostaron por el turismo, y las que en la actualidad lo siguen haciendo, son regiones insertas en la periferia, tanto económica, como política, educativa, sanitaria y demás.

En éstas regiones evidentemente no existe lo que podemos denominar como una “plataforma

previa que impulse el desarrollo”. Esta especie de plataforma previa debe incluir aspectos tales como ser gobiernos democráticos, contar con medidas de compensación social: fondos de pensio-nes, seguridad social, educación, respeto de los derechos humanos, sistema de justicia, derechos de los trabajadores, por citar sólo algunos de los aspectos que a muchos de nosotros nos parecen obvios. Este tipo de medidas tienen la función de compensar, de paliar las dinámicas de las ac-tividades económicas, el turismo entre ellas. Es decir, es la encargada de intentar compaginar, contrarrestar por un lado los intereses de los inversores turísticos y las necesidades de la población local. En definitiva, lo que estamos planteando es que para la consecución de un estado de desa-rrollo que pueda ser calificado de óptimo, en el que evidentemente siempre existirán problemas, es necesario que previamente se den una serie de medidas fundamentales que incidan positiva-mente potenciando “el desarrollo”. Sin esta estructura previa, sin estas medidas de planificación, los ingresos derivados de la actividad turística –al igual que los derivados de otro tipo de activi-

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dades económicas- sólo favorecen de nuevo a unos pocos, a las pequeñas élites locales, a las em-presas inversoras y a los turistas porque de ésta forma con la pobreza de la gente y la riqueza de los centros metropolitanos, los destinos pueden seguir ofreciendo unas vacaciones baratas (Crick, M.1992 [1989]:360).

Podemos por tanto concluir que existen estudios suficientes que demuestran “que no es el tu-rismo el que permite el desarrollo, sino que es el desarrollo general de una sociedad el que hace el turismo rentable” (Mello e Sousa, (1991:20). De esta forma cuanto mayor grado de subdesarrollo, o más en la periferia se encuentran las regiones insulares, mayor integración vertical presenta la actividad turística y por supuesto menores son las políticas de redistribución económica. En estos casos las diversas actividades turísticas se desenvuelven en las regiones insulares- principalmente en los mejores entornos costeros formando auténticos “guetos turísticos” -los famosos “mega-resort” turísticos que incluyen todo-. Para su instalación, seguramente, han contado con políticas fiscales favorables, ya que si no se corre el peligro de que se invierta en otro lado. Consecuente-mente las ya mermadas ganancias de la actividad turística son aún más reducidas, y los únicos beneficiarios de éstas son los escasos empleados contratados para satisfacer las necesidades de los turistas en los grandes complejos. Empleos que normalmente son mal remunerados, y que dadas las características de las principales regiones insulares –de nuevo la situación de periferia- no lle-van asociados algunos de los derechos básicos de los trabajadores.

A su vez este tipo de procesos no incentiva el aumento del efecto multiplicador del turismo, en

el sentido de que fuera de los “resort”, y de los circuitos turísticos asociados, no existen demasiadas posibilidades para el desarrollo de actividades turísticas que generen beneficios. Esas “otras regio-nes” al margen de lo turísticamente aceptable no existen para la mayoría de los turistas, a excep-ción de los más “aventureros” que en algunas áreas tienen que enfrentarse a diversos problemas de inseguridad45. En definitiva que la actividad turística esté controlada por “una minoría”, favo-rece en estos casos también a una minoría y fuera de su radio de acción, las posibilidades para de-sarrollar actividades económicas ligadas al sistema son muy reducidas, limitándose a algún tipo de actividades marginales, como venta de todo tipo de objetos. Se trata de una actividad turística concentrada y controlada, mayoritaria en las numerosas regiones insulares en vías de desarrollo: Jamaica, República Dominicana, Tonga, Maldivas y un largo etcétera.

Este tipo de destinos insulares resultan muy rentables para los inversores, y significan una dura competencia para regiones como Baleares o Canarias en las que existen ciertas medidas de regulación que las convierten en destinos más caros para los inversores. El suelo apto para la construcción y la mano de obra resultan más costosas, y por supuesto, los impuestos a pagar por las actividades económicas también resultan más elevados. Este conjunto de medidas y la vincu-lación directa a estados mayores desarrollados, o la cercanía a Europa en islas estados insulares como Malta y Chipre, han influido en que en este tipo de regiones se haya conseguido un nivel de desarrollo aceptable, ya que hay que tener en cuenta efectos no tan positivos para el desarrollo, tales como la contaminación medioambiental, la desestructuración sociocultural, asociados a la sobreexplotación turística y por supuesto a una planificación que resume su principio de ac-tuación en la cantidad.

Para nosotros el nivel de desarrollo alcanzado en estas regiones insulares resulta obvio. Evi-dentemente, reconocemos la existencia de problemas, es preciso cuestionarnos los límites del crecimiento turístico que estas regiones sufren y además precisan, podemos afirmar que los costes en aspectos ambientales y socioculturales han sido demasiado altos, etc. Pero además de este tipo de problemas a tener en cuenta e intentar solucionar mediante políticas de planificación, algunos teóricos han señalado que debemos ser muy cautelosos cuando nos referimos a este desarrollo originado por el turismo como agente principal: “ la expansión económica de los núcleos recep-tores, basados prioritariamente en el turismo, no representará un desarrollo real. Antes bien, mos-trará una apariencia de tal, amenazada por la fragilidad del sistema que le sustenta” (Santana,

45 Este tipo de problemas han sido analizados especialmente en el área Caribe por autores como Albuquerque, K. y McElroy, J. (1999), que tratan de establecer la relación entre turismo y el aumento de la tasa de delincuencia.

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1997:79). Es decir, que el grado de bienestar económico-social que se puede apreciar en Canarias o Baleares, por ser los casos más cercanos, no es un desarrollo estructuralmente consolidado, sino que parece estar continuamente en la cuerda floja. Siempre dependiendo de la llegada de los turistas, de los intereses de los touroperadores, vulnerables a cualquier cambio ocasionados fuera de sus fronteras... Pero aún reconociendo la “fragilidad de este desarrollo”, la situación de este tipo de regiones es positiva si la comparamos con el conjunto de las otras islas que hemos clasificado más insertas en la periferia, en las cuáles además de ser dependientes del turismo siguen siendo subdesarrolladas, lo que implica alta tasa de mortalidad infantil, inexistencia de programas sa-nitarios, educativos, epidemias y demás.

A modo de conclusión podemos plantear que en las islas se produce una situación un tanto

paradójica, una especie de círculo vicioso con respecto a su relación con la actividad turística. En principio, la escasez en recursos que padecen la amplia mayoría de regiones insulares, las convierten en regiones dependientes de los ingresos derivados del turismo para la consecución de cierto grado de desarrollo. Pero, a su vez, por sus características de regiones periféricas, los ingresos generados por la actividad turística no se traducen en la mejora de la calidad de vida de la mayoría de los habitantes. Por otro lado, el desarrollo de la actividad turística en este tipo de ecosistemas insulares, realizado sin ningún tipo de planificación, ha desencadenado una serie de impactos negativos, no sólo a nivel económico, sino también físicos y socioculturales. Y por último tales impactos ocasionados por el desarrollo de la actividad turística sin ningún tipo de planifi-cación adquieren –como hemos visto anteriormente- dimensiones mayores que las que pueden adquirir en regiones continentales. Es decir, se encuentran entre una dependencia total y una vulnerabilidad excesiva. ¿Qué medidas se pueden diseñar?, ¿es posible plantear soluciones?

Creemos que un punto de partida consiste en establecer una diferencia entre regiones insulares que inician su andadura turística, o que son relativamente recientes, y regiones que llevan inser-tas en el mercado turístico mucho más tiempo. La antigüedad del destino turístico es un factor importante a tener en cuenta. En las regiones insulares con una larga trayectoria como Baleares, Canarias, Bali, Seychelles, la actividad turística además de ser el principal generador de ingresos, ha transformado otros factores de la vida social. El turismo en estos casos se ha insertado en la realidad cotidiana de la mayoría de los habitantes. Todos, en mayor o menor grado, conviven e interactúan con la actividad turística. Digamos que por ser destinos pioneros muestran cicatrices provocadas por un desarrollo sin planificación de la actividad turística, y que por diversas razones se han convertido en receptores del turismo de masas. Entre otras se sitúa el que necesitan atraer cada vez a un número mayor de visitantes para sostener o aumentar el nivel de empleos, la can-tidad de ingresos generados, en definitiva el nivel de vida de la población. Además si tenemos en cuenta el ciclo turístico, comprenderemos que la mayoría de ellos al estar en una fase de estanca-miento o en continua revitalización, se han convertido en destinos baratos, con lo cual el número de turistas necesario sigue aumentando.

En este tipo de destinos se ha generado un grado de dependencia absoluta con respecto al

turismo, además han figurado en primera línea de fuego en cuanto a impactos se refiere, y no pueden comenzar de nuevo. Es decir, tienen que seguir aumentando el número de turistas, de construcciones, de ofertas de ocio en las que se tienen que incluir las de último diseño46 . A su vez se “supone” que no deben cometer los mismos errores que en el pasado, es decir, diseñar, plani-ficar su futuro turístico de una manera realista, e intentar reparar el daño causado, en muchos casos irreversible.

Sin embargo, esta situación a su vez tampoco es igual en todos los destinos insulares con, digamos, “solera turística”47. Consideramos que hay que establecer diferencias entre las regiones

46 Nos referimos a las “nuevas formas de turismo”, “turismo alternativo” que en caso de este tipo de islas como ya hemos visto constituye más una oferta complementaria que alternativa.

47 Dentro de una misma isla, este análisis a su vez también es aplicable, ya que existen regiones que han resultado pioneras en el desarrollo de la actividad turística –las regiones costeras- frente a regiones que en virtud de las nuevas demandas se incorporan más recientemente –las zonas más interiores, que cuentan con otro tipo de bellezas, lagos, ríos, vegetación, pueblos “exóticos”...

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en las que es posible hablar de “cierto grado de desarrollo social” frente a las regiones en las que, pese a todo este tipo de fenómenos negativos, además hay que incluir la pobreza en la que aún continúan la mayoría de sus habitantes. En este último tipo de regiones insulares, la situación es más desesperada, y tal vez la única solución posible, pasa por diseñar nuevas formas de relacio-nes comerciales y empresariales, que en definitiva proporcionen mayor grado de igualdad entre las regiones centrales y periféricas, -en las que el turismo representa una actividad más-.

Las islas que hayan iniciado más recientemente su andadura turística presentan hasta cierto

punto una situación aventajada; cuentan con la experiencia de los destinos turísticos antiguos como un ejemplo a no seguir. Se encuentran en una posición más realista porque pueden contar con material suficiente para entender la gravedad, y el carácter irreversible de las consecuencias negativas asociadas a un desarrollo turístico sin planificación. Se supone que tienen la posibilidad de iniciar una andadura turística más “sostenible”, es decir, más coherente con las necesidades de la población local y a su vez más respetuosa con el entorno.

Ahora bien, este tipo de aspectos tal vez constituya de nuevo una situación idílica. Recordemos que para establecer este tipo de actividades económicas siempre es necesaria la inversión de ca-pital. Es cierto que en las primeras etapas del desarrollo turístico, cuando se puede hablar de un número de turistas que llegan “espontáneamente” a los destinos, y que son acomodados “espon-táneamente” por la población local, las inversiones necesarias no son muy elevadas, y pueden ser acometidas por los mismos locales, de tal forma que son ellos los que controlan el negocio turís-tico. Pero esta etapa suele durar bastante poco, el desarrollo turístico evoluciona rápidamente, el turismo se institucionaliza. Cada vez son más los que llegan, más bienes y servicios los demanda-dos. El destino se convierte en un lugar clave para los inversores extranjeros, que además son los únicos que en ocasiones pueden acometer las obras de infraestructuras que un número cada vez mayor de turistas demandan.

De esta forma el negocio turístico comienza a ser más rentable, pero a su vez pasa a estar a su vez en mano de foráneos ¿Es por tanto posible escapar a este tipo de procesos, o por el contrario más tarde o más temprano esta situación se producirá?

El problema aparece de nuevo, los intereses de las grandes multinacionales turísticas no son compatibles con los objetivos de un desarrollo turístico “sostenible”. Desde el momento en el que los inversores extranjeros entren en escena el objetivo fundamental para mantener el negocio

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turístico es que resulte rentable, y en nombre de esta rentabilidad, de “puestos de trabajos” si se trata de justificar ante la población local, se puede realizar cualquier movimiento empresarial.

A su vez con respecto a las nuevas ofertas de turismo alternativo, rural, ecológico... que preten-

de minimizar los efectos ocasionados por el desarrollo del turismo de masas, y entre sus objetivos se encuentra que sean los locales los que gestionen y controlen las actividades turísticas, también se presentan problemas similares. Muchas empresas multinacionales48 también se han introduci-do en este nuevo mercado turístico “alternativo”, que resulta también bastante lucrativo, con lo cual los locales quedan de nuevo al margen.

De esta forma, en estas islas que inician su andadura turística, lo único ventajoso con lo que pueden contar es con la posibilidad de planificar el desarrollo turístico, e intentar que los intereses de las empresas turísticas multinacionales se adapten más a los objetivos afines con el desarrollo del turismo sostenible. Un trabajo complicado, pero que aún puede arrojar resultados positivos. En regiones como en Canarias o Baleares, por citar nuestras realidades más cercanas, más de cin-co décadas de desarrollo turístico, nos han generado un nivel de bienestar, de desarrollo, sin duda envidiable, para muchas otras regiones que apuestan por el turismo como motor principal de sus economías, pero nos han dejado un síndrome de destinos turísticos estresados, continuamen-te intentando minimizar los resultados negativos, adaptando la imagen a los nuevos tiempos, obligados a llenar el número de camas…y un largo etc. También en este caso, arrojar resultados positivos se convierte en una difícil tarea.

48 Un caso que nos puede resultar familiar, es el que ocurre en la isla de La Gomera, con la compañía Fred Olsen que además de ser propietaria del principal medio de transporte de la isla, que ahora ha intensificado con la introducción de un “fast ferry”, de contar con uno de los hoteles más importantes de la isla, un restaurante y terrenos en los que se proyecta construir un mega-resort turístico, también cuenta con algunas casas rurales de su propiedad.

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Conclusiones

La conclusión principal de esta publicación considera que las islas son entidades dife-rentes a las regiones continentales. No sólo nos referimos a diferencias obvias, como el hecho de estar rodeadas de agua, sino que existen otro tipo de características com-partidas por todas, y que por tanto, las identifican como regiones insulares y las dife-rencian con respecto a las grandes áreas continentales. Lejos de estereotipos, aunque estos, como hemos señalado, se reinterpreten continuamente en el marketing turísti-

co. Algunas de estas características son el aislamiento, el espacio limitado, la carencia de recursos económicamente rentables, la dependencia de la ayuda exterior, la vulnerabilidad a desastres naturales, la alta concentración de endemismos, la fuerte vinculación histórica con los países que las convirtieron en colonias, por citar sólo algunas de las que hemos desarrollado a largo de esta publicación. Factores de este tipo nos permiten teorizar sobre la antropología del turismo en las regiones insulares, o más concretamente sobre, el Turismo en ecosistemas insulares: Antropología en el paraíso, tal y como hemos titulado esta publicación.

Las regiones insulares se caracterizan por su alto grado de dependencia y vulnerabilidad con respecto a la actividad turística. Es decir, y aunque resulte un planteamiento difícil de asumir, la actividad turística, es en la mayoría de los casos sino el único, si el principal recurso económico con el que cuentan las regiones insulares. Solamente con realizar pequeñas comparativas entre la situación que presentan las islas que se han convertido en destinos turísticos y las que perma-necen al margen.

Ahora bien, esta mayor dependencia del turismo, también se traduce en una mayor vulnera-bilidad. Los impactos negativos que se pueden desarrollar de la aplicación de políticas turísticas más centradas en la especulación y beneficios a corto plazo, son sin duda más graves en las islas que en los territorios continentales. No estamos afirmando que una playa de República Domi-nicana, por citar sólo una isla, tenga más valor que la costa Mediterránea, por citar un destino turístico continental importante, sino que lo que hemos intentado reflejar a lo largo de esta publi-cación, es que las islas presentan dimensiones que hacen que los efectos negativos generados por actividades sin planificar se agudicen.

La estructura económica de la mayor parte de las regiones insulares se han caracterizado desde la época de los imperios coloniales por su carácter dependiente del exterior. Dependientes, no sólo de la exportación de uno o varios productos, normalmente materias primas de carácter agrícola, sino también de unos mercado únicos, que en líneas generales se limitaban a los países metropolitanos.

Con el desarrollo de la actividad turística hemos visto como la economía de las regiones insula-res pasa a articularse y a depender únicamente o principalmente de este sector. De esta forma las islas pasan a depender de los controladores del flujo turístico -los touroperadores- y de los intereses de los inversores, al mismo tiempo que se ven en la necesidad de evitar la expansión de noticias relacionada con aspectos que pueden afectar negativamente al destino.

A su vez en las islas existen algunos aspectos que la convierten en más vulnerables con res-pecto a los impactos asociados al desarrollo de la actividad turística. Por ejemplo, si tenemos en

PASOS edita nº3 · www.pasosonline.org

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cuenta lo limitado de su espacio, el efecto expansivo del turismo es mayor, es decir e prácticamen-te imposible que quede algún rincón del territorio insular sin que haya sido descubierto y explo-tado turísticamente. Esto implica que las consecuencias del turismo, en especial las negativas, se desarrollen a lo largo y ancho del área insular. A su vez, al tratarse de espacios reducidos y con ecosistemas excesivamente frágiles, resulta relativamente fácil superar el umbral de saturación. La capacidad de carga, concepto con limitaciones, es bastante gráfico para reflejar, la saturación de estos espacios, que normalmente presentan altos índices de biodiversidad. Las islas continúan siendo auténticos laboratorios de biodiversidad. En el proceso, y una vez superado éste, se ocasio-nan problemas relacionados con la carencia física de espacio: construcción masiva, congestión del tráfico, generación de residuos, consumo de recursos escasos, por citar sólo algunos que es fácil rastrear en nuestra geografía regional.

Esta vulnerabilidad física y económica de las regiones insulares, también tiene su continuidad en el ámbito sociocultural. No obstante, resulta complicado afirmar que las islas y más en el contexto globalizado actual, constituyen también regiones socioculturalmente más frágiles. Nos movemos en un campo en el que las afirmaciones de este tipo, ( igual que las anteriores pero en menor medi-da porque existen indicadores de alguna manera cuantificables) pueden ser malinterpretas, en una época actual en la que proliferan posturas xenófobas. La globalización implica procesos globales. El mundo cada vez se nos queda más pequeño y al menos de manera ilusoria todos parecemos ser “más iguales”, aunque siempre hay “unos que nos parecemos más que otros”. Pero la globalización, también implica la expansión de los procesos de “localización” o “diferenciación”. Son dos caras de una misma moneda. En las islas estos procesos, sino se acrecientan al menos son más evidentes. Los turistas, o al menos un alto porcentaje de los turistas, como máximos exponentes de la globa-lización, reclaman donde quieran que vayan, la expansión de las comodidades occidentales y la permanencia de lo exótico, diferente, auténtico. Estos procesos repetitivos en cualquier destino turís-tico, resultan más evidentes en las regiones insulares, los procesos de homogeneización se asumen rápidamente como propios, y los procesos para construir o reconstruir identidades diferenciadas se convierten en objetivo central de cualquier gobierno insular.

Siguiendo con la vinculación islas-turismo, nuestra siguiente conclusión se centra en aspectos metodológicos. Consideramos que en cualquier estudio de caso que pretenda analizar el desarro-llo y los consiguientes efectos del turismo en las diferentes regiones insulares, debe tener en cuen-ta que se trata de regiones excesivamente dependientes de la actividad turística, al mismo tiempo que altamente vulnerables. Este afirmación, que nos puede resultar obvia, no es tenida en cuenta en la mayor parte de los estudios de caso que se acercan a las islas como objeto de análisis.

Es decir, que es preciso tener plena conciencia de que el turismo no adquiere las mismas dimen-siones en una isla que una región continental, y que a partir de estas diferencias pueden resultar más comprensibles los efectos del turismo en las regiones insulares.

No estamos planteando que la metodología para analizar el impacto del turismo en áreas insulares tenga que ser diferente a la empleada en regiones continentales. Reclamamos, la ne-cesidad de tener en cuenta los aspectos diferenciales entre las islas y las regiones continentales en su vinculación con la actividad turística, y sobre todo a la hora de establecer planes de desarrollo turístico en los ecosistemas insulares.

De esta forma consideramos necesario afirmar que los numerosos estudios de casos consulta-dos en los que se analiza el desarrollo del turismo en diferentes regiones insulares, no tienen en cuenta este tipo de factores.

La tónica dominante de los estudios de casos consiste en limitarse a establecer un análisis des-criptivo de las consecuencias asociadas al desarrollo de la actividad turística, teniendo siempre como punto de comparación la situación previa a la llegada del desarrollo turístico.

Es decir, realizan un estudio comparativo entre la situación antes y después del desarrollo de la actividad turística, incidiendo en unos u otros tipos de impactos, económicos, ambientales, o socioculturales, claramente determinados por la formación teórica de los analistas.

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Reconocemos que para captar la verdadera dimensión de los cambios forjados por el desarro-llo de la actividad turística, resulta fundamental etnografiar el destino antes de su incursión en el mundo del turismo. Pero consideramos que los objetivos no deben limitarse únicamente a des-cribir lo ocurrido, sino que es preciso, partiendo de una concepción conceptual del turismo como sistema, establecer cuáles han sido las variables principales implicadas en tales cambios, es decir, plantear causas, y, si se trata de problemas, buscar posibles soluciones.

Continuando con el análisis general de los estudios de casos sobre el turismo en las islas, lo

cierto es que además de su exclusivo carácter descriptivo, se pueden rastrear, desde mi punto de vista, otros fallos metodológicos. En principio son muy pocos los análisis que especifican las con-diciones en las que ha transcurrido la investigación, es decir no sabemos si lo que están plantean-do es consecuencia de un trabajo de campo, en el que se emplearon tales técnicas, o si por el con-trario son impresiones recogidas durante unas vacaciones, o resúmenes de artículos de periódicos, o de informes sobre la situación del turismo en determinadas regiones. A su vez tampoco suele resultar frecuente especificar los presupuestos teóricos a partir de los cuáles se ha desarrollado tal investigación. Evidentemente la visión de los problemas, las soluciones que se aporten, así como las técnicas de investigación empleadas están determinadas por los distintos presupuestos teóricos desde los que se aborda el análisis.

Normalmente en estos análisis únicamente se tienen en cuenta variables de tipo cuantitativo, tales como número de turistas, estimaciones sobre el crecimiento turístico, número de camas, número de habitantes, datos económicos sobre la población residente, evolución de la renta per cápita de los locales con la llegada del desarrollo turístico, porcentajes del P.N.B. generados por la actividad turística... Éste tipo de variables son realmente importantes y es preciso tenerlas en cuenta, pero no son las centrales si nuestro objetivo son los impactos socioculturales. Las princi-pales variables implicadas en este tipo de impactos no son cuantificables. Nos estamos refiriendo a variables como tipos de turistas, grado de satisfacción, imagen del destino, usos compartidos del espacio, evolución de las artesanías, cambios asociados a rituales o costumbres, encuentros entre turistas y locales, niveles de tolerancia, cambios en las unidades domésticas y productivas, por citar sólo algunas.

Con independencia de las condiciones impuestas por la especificidad de los problemas, las características generales de los destinos y la descripción de los tipos de turistas y de las activida-des que demandan son fundamentales en cualquier análisis de impactos. Las características del destino, en sentido amplio, se refiere tanto a peculiaridades de los núcleos poblaciones, como a aspectos físicos, históricos del destino, su relación con el turismo, cómo se produjo el desarrollo turístico, descripción de los principales atractivos turísticos así como de las infraestructuras. Por otro lado analizar el tipo de turistas que visitan el destino es un punto de partida básico, ya que hemos plateado que los impactos dependen del tipo de turismo. Es decir, que no generan los mismos impactos la oferta turística centrada en sol y playa, que los que se dedican a disfrutar de museos y lugares históricos.

Actualmente los destinos turísticos, al menos los más novedosos, ya no centran sus esfuerzos de promoción en destacar las bondades del destino, sino que sus esfuerzos, se centran en resaltar los productos, las actividades que el destino oferta. Ya no es tan importante señalar que has estado en tal sitio o tal otro, sino dejar claro que has estado buceando, escalando, disfrutando de la playa, jugando al golf, en un destino concreto. Es decir se ha pasado de comprar el destino o comprar las actividades que el destino oferta. El caso de la promoción turística de Tenerife, resulta en este aspecto un claro ejemplo de los nuevos cambios en la promoción turística.

Con esta publicación esperamos haber aportado ideas que contribuyan a una mejor compre-sión del turismo en ecosistemas insulares, y a reclamar una antropología “en y desde el paraíso”. Una disciplina que tiene mucho que aportar en el difícil reto de comprender mejor el turismo, y en ocasiones, ha quedado relegada a un plano secundario. El turismo sigue siendo un elemento clave en un mundo globalizado, y las islas continúan siendo destinos turísticos de primer orden internacional. Nos encontramos, por tanto, con una temática actual y dinámica, que esperamos seguir revisando en aportaciones futuras.

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Licenciada en Filosofía por La Universidad de la Laguna. Cursa estudios de doctorado en el departamento de Antro-pología de la misma universidad, mientras disfrutaba de una Beca de Investigación FPI durante el periodo 1998-2001. En el año 2002 obtiene el título de Experto Universitario en Planificación y Gestión Cultural de la Universidad de la La-guna y la Fundación Pedro García Cabrera. Las islas, el turismo y la cultura se han convertido en temas centrales en sus investigaciones y en sus lecturas cotidianas.

Destacar algunas de sus publicaciones El turismo en ecosis-temas insulares: Reflexiones desde la Insularidad; Turismo y gestión cultural en Canarias, Apuntes para una reflexión; Los fondos marinos de la isla de EL Hierro: Patrimonio na-tural y producto turístico; Nuevos turistas en busca de un nuevo producto: el patrimonio cultural; La imagen turística de las regiones insulares: Las islas como paraísos. Por sus artículos sobre la isla de El Hierro en 2004 fue ganadora del 2º Premio del III Premio de Periodismo Mare Nostrum Resort bajo el título: Turismo, Sociedad y Desarrollo Sostenible en Canarias.

Laboralmente ha trabajado en el sector turístico y en la ges-tión cultural. Durante varios años trabajó en la empresa Turismo de Tenerife, S.A, lo que le permitió complementar sus conocimientos teóricos sobre el turismo con la realidad práctica de un sector que avanza y se transforma continua-mente.

Actualmente trabaja como gestora cultural en la Universi-dad de La Laguna.

Colección PASOS edita, nº 3

Beatriz Martín de la [email protected]

www.pasosonline.org