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Historia y evolución del pensamiento feminista en relación con las biografías de algunas de sus principales representantes En las últimas décadas, la Historia ha tenido la necesidad de revisar el clásico esquema de conocimiento que explicaba el progreso en términos lineales y universales, lo que ha motivado reacciones como la de reconstruir el pasado utilizando unos parámetros que reubiquen, en términos socioeconómicos, políticos y culturales, las experiencias de los grupos sociales que tradicionalmente han estado alejados de las esferas de poder, entre ellos las mujeres. Los orígenes y evolución la historia de las mujeres están ligados al pensamiento feminista, y algunas autoras han reconocido que éste está recorrido por influencias marxistas, estructuralistas, lacanianas y posmodernas. No se trata de un pensamiento feminista rígido y dogmático, sino plural y abierto, y a su vez, contaminado por teorías críticas y compromisos políticos. Hoy en día, el “giro lingüístico” ha originado numerosas interpretaciones sobre la realidad, el método histórico y el deconstruccionismo, así como una viva polémica a la hora de optar por una historia discursiva o una historia social de las mujeres. Este trabajo versa sobre la historia del pensamiento feminista y su evolución, a través de las biografías de seis de las mujeres que he considerado que pueden servir como paradigma de este movimiento emancipador. Comienza con una introducción y el concepto de feminismo, y se desarrolla siguiendo básicamente dos hilos conductores: por una parte, va enlazando el pensamiento feminista con las biografías de algunas de sus protagonistas y principales defensoras, así como los hitos y las conquistas resultantes de este proceso, reseñando su alcance y significación. En ocasiones se puede establecer un vínculo entre sus biografías y la postura intelectual que asumen en sus obras. Mediante estas biografías, se relacionan la evolución de su pensamiento con sus ideas y Página 1 de 12

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En las últimas décadas, la Historia ha tenido la necesidad de revisar el clásico esquema de conocimiento que explicaba el progreso en términos lineales y universales, lo que ha motivado reacciones como la de reconstruir el pasado utilizando unos parámetros que reubiquen, en términos socioeconómicos, políticos y culturales, las experiencias de los grupos sociales que tradicionalmente han estado alejados de las esferas de poder, entre ellos las mujeres.

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Historia y evolución del pensamiento feminista en relación con las biografías de algunas de sus principales

representantes

En las últimas décadas, la Historia ha tenido la necesidad de revisar el clásico

esquema de conocimiento que explicaba el progreso en términos lineales y universales, lo que ha motivado reacciones como la de reconstruir el pasado utilizando unos parámetros que reubiquen, en términos socioeconómicos, políticos y culturales, las experiencias de los grupos sociales que tradicionalmente han estado alejados de las esferas de poder, entre ellos las mujeres.

Los orígenes y evolución la historia de las mujeres están ligados al pensamiento feminista, y algunas autoras han reconocido que éste está recorrido por influencias marxistas, estructuralistas, lacanianas y posmodernas. No se trata de un pensamiento feminista rígido y dogmático, sino plural y abierto, y a su vez, contaminado por teorías críticas y compromisos políticos. Hoy en día, el “giro lingüístico” ha originado numerosas interpretaciones sobre la realidad, el método histórico y el deconstruccionismo, así como una viva polémica a la hora de optar por una historia discursiva o una historia social de las mujeres.

Este trabajo versa sobre la historia del pensamiento feminista y su evolución, a través de las biografías de seis de las mujeres que he considerado que pueden servir como paradigma de este movimiento emancipador.

Comienza con una introducción y el concepto de feminismo, y se desarrolla siguiendo básicamente dos hilos conductores: por una parte, va enlazando el pensamiento feminista con las biografías de algunas de sus protagonistas y principales defensoras, así como los hitos y las conquistas resultantes de este proceso, reseñando su alcance y significación. En ocasiones se puede establecer un vínculo entre sus biografías y la postura intelectual que asumen en sus obras. Mediante estas biografías, se relacionan la evolución de su pensamiento con sus ideas y la cultura política a la que pertenecen. En relación con ese pensamiento, surgen discrepancias, matices, puntos de vista contradictorios, y en ese contexto, veremos cómo las culturas políticas influyen en la falta de acuerdos en el seno de los movimientos de emancipación femenina.

Otro hilo conductor es ver cómo se va conformando esa emancipación, el proceso de aprendizaje, de asociacionismo, las diferentes estrategias, la salida hacía lo público de la mujer.

En la parte final, se establecen las conclusiones y unas observaciones sobre el interés que el pensamiento feminista puede tener para abordar algunos de los problemas actuales en relación con la integración e interacción social entre ambos sexos.

La evolución del pensamiento feminista en el siglo XX no puede entenderse al margen del desarrollo y de la dispersión, en múltiples corrientes, que ha vivido la

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filosofía a lo largo del este tiempo. De la misma manera, el devenir de los movimientos sociales de emancipación de la mujer ha tenido una influencia directa en los cambios de perspectiva que se ha ido produciendo en el pensamiento feminista. Veamos algunos de los antecedentes del feminismo contemporáneo.

Las primeras elaboraciones sistemáticas del feminismo se sitúan en el marco de la Ilustración, aunque ya con anterioridad hubo denuncias de la situación de opresión y discriminación que vivían las mujeres.

En el siglo XVIII la reivindicación de los derechos de las mujeres surge en el contexto de las revoluciones norteamericana y francesa. Olympe de Gouges (1748-1793), quien escribió “Los derechos de la mujer y de la ciudadana”, fue guillotinada por defender la necesidad de aplicar los principios liberadores revolucionarios a las mujeres. Mary Wollstonecraft, quien publicó en 1792 “Vindicación de los derechos de la mujer”, atribuía la subordinación y la ignorancia de las mujeres a la ambición de poder de los hombres, que, por su afán de dominio, las someten y explotan. Un siglo después, el movimiento sufragista protagonizó la lucha por el reconocimiento de la mujer como sujeto político. Desde las tres últimas décadas del siglo XIX, alcanzar los ideales democráticos también para las mujeres será el objetivo de un intenso movimiento que fue ampliando su radio de acción desde Estados Unidos e Inglaterra y que mantuvo su fuerza hasta, aproximadamente, 1930.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en la mayoría de las democracias occidentales se había logrado el objetivo del movimiento sufragista: en 1919, el Congreso de Estados Unidos aprobó la 19ª Enmienda a la Constitución, que reconocía el derecho las mujeres a votar, en 1928 lo reconocía el Parlamento Británico, España en 1931 y Francia en 1944, Suiza concedió este derecho en 1971.

El concepto de feminismo se refiere a los movimientos de liberación de la mujer que históricamente han ido adquiriendo diversas proyecciones. Y al igual que otros movimientos, ha generado pensamiento y acción, teoría y práctica.

El feminismo propugna un cambio en las relaciones sociales que conduzca a la liberación de la mujer –y también del varón– a través de eliminar las jerarquías y desigualdades entre los sexos. También puede decirse que el feminismo es un sistema de ideas que, a partir del estudio y análisis de la condición de la mujer en todos los órdenes, pretende transformar las relaciones basadas en la asimetría y opresión sexual, mediante una acción movilizadora. La teoría feminista se refiere al estudio sistemático de la condición de las mujeres, su papel en la sociedad y las vías para lograr su emancipación. Además de analizar y/o diagnosticar sobre la población femenina, busca explícitamente los caminos para transformar esa situación.

Las precursoras

La lucha de la mujer comienza a tener finalidades precisas a partir de la Revolución Francesa, ligada a la ideología igualitaria y racionalista del Iluminismo, y a las nuevas condiciones de trabajo surgidas a partir de la Revolución Industrial. Olympe de Gouges, en su “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” de 1791, afirma que los “derechos naturales de la mujer están limitados por la tiranía del hombre, situación que debe ser reformada según las leyes de la naturaleza y la razón”. En 1792 Mary

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Wollstonecraft escribe la “Vindicación de los derechos de la mujer”, planteando demandas inusitadas para la época: igualdad de derechos civiles, políticos, laborales y educativos, y derecho al divorcio como libre decisión de las partes. En el s. XIX, Flora Tristán vincula las reivindicaciones de la mujer con las luchas obreras. Publica en 1842 La Unión Obrera, donde presenta el primer proyecto de una Internacional de trabajadores, y expresa “la mujer es la proletaria del proletariado [...] hasta el más oprimido de los hombres quiere oprimir a otro ser: su mujer”. Sobrina de un militar peruano, residió un tiempo en Perú, y su figura es reivindicada especialmente por el feminismo latinoamericano.

Olympe de Gouges

La biografía de esta mujer no es muy amplia. Nació en Montauban, el 7 de mayo de 1748. Su origen es un tanto oscuro, quizá por el propio interés de Olympe de crearse un halo de misterio para ocultar sus humildes orígenes. Unos la hacen hija de una familia de carniceros, otros, la mayoría, estiman que fue el fruto de una relación pasajera entre una comerciante de tejidos llamada Olympe Mouisset y un tal Jean-Jacques Lefranc de Pompignan. En su época hubo infundados rumores de que era hija natural de Luis XV.

A la edad de 16 años ya era viuda de un tal Louis ó Pierre Auby, oficial de Intendencia. Tenía un hijo, y un caudal nada desdeñable, de unos sesenta mil francos, con los que llegó a Paris muy joven.

Testimonios de la época afirmaban que Olympe no sabía leer ni escribir. Pero, como en otros casos de mujeres que destacaron por su pluma y a las que se ha negado el conocimiento, esta afirmación debe cuestionarse. Máxime, si atendemos a la campaña de desprestigio desatada contra ella, que acabó con su ejecución como enemiga pública. En sus escritos manifiesta un acervo cultural que no encaja con la ignorancia, y habla, sin embargo, de una preparación más elevada que la media, no solo de las mujeres, sino de la mayoría de los varones contemporáneos. El uso de secretarios, que sirve para afirmar su falta de capacidades, tal vez pudiera deberse a la rapidez con que fluían sus ideas. Sea como fuere, pronto llegó a ser conocida en los círculos de la Comédie Française. Compuso alrededor de 30 obras que logró representar por sus buenas relaciones.

Su compromiso social es más visible en los innumerables folletos que sucedieron a las obras literarias, entre las que también se cuentan dos novelas. Asiduamente, además, escribía en el periódico “L’Impatient”, que llegó a dirigir. Recibió muchas críticas, algunas especialmente duras, como la de los autores del “Pequeño almanaque de las grandes mujeres”, que ponían en duda su capacidad para componer un drama en 24 horas sobre cualquier asunto que se le propusiese, tal y como había apostado. Lairtullier refiere que su vida literaria fue “una serie de disgustos y contratiempos, mezclados con cortísimos instantes de gloria”, pero que en sus composiciones “se anotan conceptos muy ingeniosos y a veces gérmenes de felicísimas ideas”. A decir del autor citado, Olympe era una mujer necesitada del elogio y la admiración popular, por lo que buscó gozar de ellos en la carrera dramática, después sustituidos por los que halló en “su nuevo destino” público.

Sus convicciones políticas eran moderadas y próximas a las opiniones girondinas, aunque a veces fue tachada de ultra republicana y otras de fanática realista o vendida

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al gobierno. Admiradora de La Fayette, inicialmente se inclinó por una monarquía constitucional, según dejó entrever en la columna titulada “El grito del sabio”, dónde negaba al Tercer Estado el derecho a legislar por sí solo. Cambió rotundamente, haciéndose republicana, desilusionada por la huida del rey. Sus palabras manifiestan una especie de conversión milagrosa.

A partir de este momento se multiplicó su actividad arropada por una gran capacidad de trabajo y una militancia comprometida. Fruto de ellas fue la fundación del primer club de mujeres “Sociedad popular de mujeres”. En sus tribunas y en otras muchas más, incluso en las nacionales, la explosiva personalidad de Olympe le hicieron destacarse como genial oradora. Se ocupó de cuanto llamaba su atención. Fue la primera en concebir el plan de contribución patriótica para paliar el déficit en que se hallaba sumida Francia por los desmedidos gastos de la monarquía. Sus propias ofrendas hicieron ejemplo de su palabra. Pidió la supresión por seis meses de los Estados Generales para que se suavizara la severidad del poder. Propuso un regente, invitando a quien se estimase digno de tal cargo a proponerse. Formuló la abolición de la mendicidad, la creación de talleres públicos para paliar la miseria de los obreros sin trabajo, y otras medidas recibidas con aplauso, sorpresa, disgusto o indiferencia. El ritmo y la osadía que fueron tomando sus palabras llevaron a sus amigos a advertirla y animarla a ser más comedida.

Escribió cartas al rey, a la reina, y a quienes consideró podían influir para movilizar hacia lo que ella consideraba la verdad y la justicia. Con ocasión de un acto en honor a un individuo asesinado en trágicas circunstancias, dirigió a sus conciudadanas una misiva en la que les exhortaba a tomar conciencia de los nuevos aires de libertad que ella respiraba con fruición, y a unirse como grupo para conseguir los frutos que el tiempo les ofrecía.

Su deseo de erigirse en defensora de la causa de las mujeres ya lo había manifestado en el prefacio de una de sus obras, indicando que “tenía intención de retirarse de la sociedad y meditar en soledad un plan que tenía concebido en beneficio de su sexo”. Más tarde, esas aspiraciones se concretaron en su “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana” que, en 1791 dirigió a María Antonieta solicitando su solidaridad y apoyo.

La audacia extrema de Olympe fue haciéndola cada vez más molesta a ojos de los dirigentes surgidos de la Revolución. Enemiga de los jacobinos y los franciscanos, no se sustraía a lanzar sus opiniones más corrosivas sobre ellos, aun siendo consciente de que podía cavarse su propia tumba. Su desgracia comenzó a fraguarse cuando defendió la figura del último de los Capetos. Su idea era establecer la diferencia entre el hombre y la función, pero no fue comprendida. Instó la celebración de un Plebiscito Nacional para elegir entre gobierno republicano unitario, federación o monarquía, sin percatarse de las enemistades que tales peticiones podían acarrearle.

Se perdió definitivamente cuando, sin poner freno a su lengua, arremetió contra quienes dictaban los destinos franceses. Pregonó sin medida su odio a Marat, a quien tachó de “engendro humano sin físico ni atributos morales de hombre”, y a Robespierre, a quién calificó de “animal anfibio” y le sugirió que se sumergiera en el Sena. En el colmo de su temeridad, publicó un libelo, ocultando por primera vez su nombre, en el que acusó a Robespierre de querer usurpar el poder e instalarlo sobre sus innumerables crímenes. Consciente de que nada podía ya salvarla dirigió un nuevo

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y ultrajante folleto a Marat y Robespierre. Sin demora, fue arrestada el 25 de julio de 1793, conducida prisión. En agosto se instruyó su proceso. Demostró gran fortaleza y asumió su propia defensa, aunque tuvo momentos de flaqueza. Subió animosa al carro que la llevaría al cadalso e hizo bromas sobre su aspecto. Antes de morir guillotinada, el 4 de noviembre de 1793, pidió venganza de su sangre al pueblo. Quince días antes había sido ajusticiada María Antonieta y cinco días después lo fue Mme. Rolland.

Aunque disponemos de testimonios que nos brindan la verdadera talla de esta gran mujer, otros intentaron aniquilar su imagen, ofreciendo de ella una visión denigratoria que dejó estigmatizado su nombre. No obstante, el deseo de sumirla en el oprobio, presentándola como pérfida, conspiradora y, sobre todo, como transgresora social, resultó fallido. Rescatada para la historia, aparece a nuestros ojos como la persona que sintetizó el alma de las mujeres revolucionarias, con su obra “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana”. Este texto delata que su autora no era una ignorante.

Consta dicho texto de una introducción, un preámbulo, diecisiete artículos y un epílogo. Precede al preámbulo una petición: “Para ser decretado por la Asamblea Nacional en sus últimas sesiones o en la próxima legislatura”. Va dirigido al “Hombre” que, presentado como paradigma de lo humano, se había olvidado que coexistía junto a otro sexo dotado de facultades intelectivas y que deseaba “gozar de la revolución y reclamar sus derechos a la igualdad”.

Se deduce de ello que Olympe, como tantas otras mujeres, no se sentía incluida en la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, publicada por la Asamblea el 26 de agosto de 1789. Tras el largo preámbulo se desgranan uno tras otro los artículos que recogen el anhelo de Olympe de sentirse incluida dentro de un ideario revolucionario que, intrínsecamente, y ya desde su propia formulación, excluía al sexo femenino. Así, declara: “La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”. Reclama el derecho al sufragio universal femenino en el artículo VI, al igual que el de ser elegible a todos los cargos, según capacidades, única limitación para acceder a ellos. Esta idea la reitera en el artículo XIII; mientras, en el XV exige la participación de las mujeres en el control del gasto público, argumentando que ellas también contribuyen al sostenimiento de la Administración. Congruente con sus postulados, en el artículo IX, opina que el peso de la ley debía caer, con todo rigor, sobre la delincuente.

Sus propios postulados sirven para efectuar el balance de los logros femeninos tras aquellos momentos decisivos. Podría afirmarse que fue negativo, pues, a nivel ideológico, como se ha indicado, triunfará el discurso de Rousseau; a nivel jurídico las mujeres vieron recortados todos sus derechos. Y, finalmente, en la recién saboreada actividad pública se estableció la tan típica, tópica y excluyente división mujer pública/hombre público. El año de la muerte de Olympe fueron cerrados los clubes femeninos. Este acto se vio precedido en la Asamblea por un discurso de los ciudadanos Chaumette y Amard, quienes dictaminaron sobre la necesidad de hacer volver a las mujeres al lugar de donde nunca debieron haber salido.

Con el dolor de la guillotina, la cárcel, el destierro, el manicomio o el olvido hubieron de cargar las mujeres que se destacaron en la lucha por la libertad y la igualdad.

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En vida, Olympe de Gouges tuvo que enfrentarse con la misoginia habitual de la época, y fue descreditada por la incomprensión de sus ideas por parte de muchos de sus contemporáneos. Su obra cayó en el olvido, mientras el desconocimiento y mala interpretación de sus escritos contribuyó a convertirla en objeto de desprecio y burla a lo largo del siglo XIX, donde gran parte de la intelectualidad francesa rechazaba frontalmente la idea de que una mujer hubiera sido ideóloga revolucionaria. Hubo que esperar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, para que Olympe de Gouges saliera del terreno de la caricatura y la anécdota pseudohistórica, y se convirtiera en una de las grandes figuras humanistas de Francia al final del siglo XVIII.

Durante muchos años la valerosa lucha de tantísimas mujeres quedó perdida en un rincón, junto a unas aspiraciones legítimas cimentadas sobre los principios de la Ilustración. Tal vez, el mayor obstáculo para el reconocimiento de la lucha que a través de la historia han protagonizado las mujeres sea la falta de memoria.

Mary Wollstonecraft (1759-1797)

Mary Wollstonecraft nació en el seno de una familia de clase media londinense en 1759. Su padre era un tejedor de seda que había heredado una importante cantidad de dinero. Su negocio y su herencia le habrían permitido a él y su familia tener una vida tranquila y acomodada sino hubiera sido por su mala cabeza. Dilapidó el dinero y llevó a su propio negocio a la ruina.

La precaria situación económica de la familia llevó a Mary a empezar a trabajar en lo primero que encontraba: costurera, institutriz o acompañante de damas de la alta sociedad. Su inteligencia y su amor por la lectura la llevaron a ejercer de profesora cuando tenía poco más de 20 años.

La infancia de Mary no sólo fue difícil por razones económicas. Ella misma recordaba cómo había tenido que defender a su madre de la violencia que su padre ejercía constantemente sobre ella.

Durante años Mary trabajó para sacar adelante y proteger a su familia de la pobreza. Harta de las pocas posibilidades laborales que se le ofrecía a una mujer, Mary decidió dedicarse a la escritura e intentar conseguir dinero por sus palabras. Pero a pesar de sus miedos, alcanzó su sueño. No sólo fue aceptada en el círculo literario de Londres, sino que consiguió que su editor le pagara por sus escritos.

Fue la primera escritora que consiguió tener un oficio remunerado como escritora y que vivió de su obra. Fue también traductora, ella sola había aprendido francés y alemán, y fue también redactora de artículos para la prensa cultural y radical del Reino Unido. Escribía artículos de prensa y entre sus obras destacan sobre todo una pequeña autobiografía sobre los primeros años de su vida.

Sobre todo nos centraremos en las obras sobre los temas: educativo, de la moral y la emancipación de las mujeres, tres eslabones de la misma cadena de liberación de la mujer. Su primera obra en torno a la educación es “Reflexiones sobre la educación de las hijas, de 1787, tuvo un éxito editorial importantísimo y tuvo que hacer una segunda edición. En este libro la autora se centra en cuatro aspectos fundamentales: el primero es el que trata sobre la moral, la doble moral social y la doble moral sexual, ella percibió desde joven que había diferentes raseros para las clases privilegiadas y las populares, otro elemento fue el problema de la doble moral sexual, lo que estaba

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permitido y bien considerado en los varones, era condenado y penalizado en las mujeres. Esto le preocupaba porque se daba cuenta de que por ser tan estricta y pacata, las mujeres vivían en una continua representación de los que eran y de lo que no eran, señaló que el poder de la moral no era solo comportarse bien, sino que se aparentaba aquello que no se era, para mantener las pautas de conductas sociales.

Por una parte es muy crítica y por otra daba las pautas convenientes para la clase social a la que pertenecía ella. El aspecto físico, la moda, el peinado, la compostura, las reglas sociales eran prácticas que las señoritas tenían para lograr el objetivo, que era casarlas con un buen marido. Abre la puerta para que las mujeres se formen intelectualmente o tengan un oficio para poder ser autónomas. Es un libro contradictorio, tiene una parte de progreso y otra acorde con las pautas convencionales de su mundo. Había un interés sobre la necesidad de que las mujeres se interesaran en la cosa pública, en la sociedad, en la política, las cuestiones relacionadas con la salud, como se gobiernan estos ámbitos por los hombres, y tratar de que pudieran incidir con sus ideas en el pensamiento de los varones que hacían política en ese momento. En el siglo XVIII las cosas eran más taimadas, indirectamente en esos círculos culturales se emiten ideas que luego pueden incidir en el pensamiento de los hombres y de la sociedad en general.

La siguiente obra “La vindicación de los derechos del hombre”, escrito en 1790, un año después de los primeros acontecimientos de la R.F. ensayo de tipo filosófico y político, además, por la novedad que suponía el que una mujer se introdujera en la arena política, no lo firma con su nombre y su primera edición será anónima. El libro era básicamente una respuesta política a otro libro que aparición el año anterior de un filosofo inglés, Edmund Burke, “Reflexiones sobre la Revolución Francesa”, en 1789, al hilo de los sucesos de Francia, se posiciona críticamente contra la revolución.

Precursora del feminismo y la igualdadMary Wollstonecraft se atrevió a defender la igualdad entre hombres y mujeres. No

sólo rechazaba el supuesto tradicional que definía de manera diferente las naturalezas femenina y masculina, sino que afirmaba con gran convencimiento que las mujeres no se desarrollaban más intelectualmente porque se les vetaba el acceso al conocimiento.

A pesar de que sus primeros escritos defendían las virtudes cristianas, con el inicio de la Revolución Francesa sus ideas se fueron radicalizando y derivando hacia una defensa de la razón por encima de la fe.

Hacia la revolución y el escándaloEntusiasmada por las ideas revolucionarias que habían levantado al pueblo francés,

Mary marchó a París en 1792 dispuesta a poner en práctica sus ideas. Fue entonces cuando conoció a un aventurero americano con el que viviría una tumultuosa historia de amor. Gilbert Imlay despertó en Mary las pasiones amorosas que ella misma había rechazado en su obra Vindicación de los derechos de la mujer. No sólo eso, sino que quedó embarazada sin haberse casado, algo que Imlay no tenía intención de hacer.

Tras la ejecución del último rey francés Luis XVI, la situación política en Francia se hizo cada vez más inestable. La declaración de guerra por parte de Inglaterra obligó a sus conciudadanos a huir si no querían terminar en la guillotina. De nuevo en Londres, con su hija Fanny, Mary fue rechazada por Imlay. Empezó entonces una etapa oscura

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en su vida que la llevó incluso al intento de suicidio. Poco después su amante volvía a su lado y le pidió que realizara un viaje de negocios por Escandinavia que no sirvió para recuperar el amor de Imlay.

Muerte y nacimiento de otra escritoraCuando Mary regresó a Londres reinició su carrera literaria y encontró un nuevo

amor, William Godwin. Su apasionante relación también terminó con la llegada de un nuevo hijo. Esta vez, sin embargo, William accedió a casarse con su amante aunque fijaron su residencia en apartamentos separados.

El verano de 1797, con 38 años, Mary Wollstonecraft moría tras dar a luz a otra niña. Nacía Mary Shelley, quien pasaría a la historia como una gran escritora.

Las memorias del escándaloDesaparecida su esposa, William Godwin decidió publicar su obra inacabada María

o las injusticias que sufre la mujer y unas memorias sobre Mary. No sólo sacó a la luz el escandaloso romance con Gilbert Imlay sino que publicó las desesperadas cartas que ella le había escrito a él. A partir de entonces y durante más de un siglo permaneció la imagen de una mujer que había roto con las normas establecidas, manteniendo relaciones fuera del matrimonio y dando a luz a hijos ilegítimos. Era el ejemplo que no se debía seguir.

Ideas rescatadasA finales del siglo XIX y gracias a otras escritoras como Virginia Woolf, las ideas y

creencias en la igualdad de hombres y mujeres que tiempo atrás había defendido Mary Wollstonecraft fueron rescatadas del olvido. Las corrientes feministas del siglo XX hicieron suyas sus palabras de defensa de los derechos de la mujer.

Durante mucho tiempo, prácticamente un siglo, la imagen de Mary Wollstonecraft se vio ensombrecida por la publicación que su marido había hecho de sus memorias. En ellas se hacía pública una relación escandalosa y una hija ilegítima. Su vida personal eclipsó sus ideas sobre la igualdad de hombres y mujeres hasta que las nuevas corrientes feministas del siglo XX y escritoras como Virginia Woolf la rescataron del olvido.

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