todorov la memoria amenzada

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    La memoria amenazada

    Tzvetan Todorov *

    Los regmenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un peligroantes insospechado: la supresin de la memoria. Y no es que la ignorancia nopertenezca a cualquier tiempo, al igual que la destruccin sistemtica de documentosy monumentos: se sabe, por utilizar un ejemplo alejado de nosotros en el tiempo y elespacio, que el emperador azteca Itzcoatl, a principios del siglo XV, haba ordenado ladestruccin de todas las estelas y de todos los libros para poder recomponer latradicin a su manera; un siglo despus, los conquistadores espaoles se dedicaron asu vez a retirar y quemar todos los vestigios que testimoniasen la antigua grandeza delos vencidos. Sin embargo, al no ser totalitarios, tales regmenes slo eran hostiles alos sedimentos oficiales de la memoria, permitiendo a sta su supervivencia bajo otrasformas; por ejemplo, los relatos orales o la poesa. Tras comprender que la conquistade las tierras y de los hombres pasaba por la conquista de la informacin y la

    comunicacin, las tiranas del siglo XX han sistematizado su apropiacin de lamemoria y han aspirado a controlarla hasta en sus rincones ms recnditos. Estastentativas han fracasado en ocasiones, pero es verdad que, en otros casos (que pordefinicin somos incapaces de enumerar), los vestigios del pasado han sidoeliminados con xito.

    Los ejemplos de una apropiacin menos perfecta de la memoria soninnumerables, aunque conocidos. Toda la historia del Reich milenario" puede ser

    releda como una guerra contra la memoria, escribe con razn Primo Levi1

    peropodramos decir otro tanto de la URSS o de la China comunista. Las huellas de lo queha existido son o bien suprimidas, o bien maquilladas y transformadas; las mentiras ylas invenciones ocupan el lugar de la realidad; se prohbe la bsqueda y difusin de laverdad; cualquier medio es bueno para lograr este objetivo. Los cadveres d loscampos de concentracin son exhumados para quemarlos y dispersar luego lascenizas; las fotografas, que supuestamente revelan la verdad, son hbilmente

    * En: Todorov, Tzvetan.Los Abusos de la memoria, Paidos, 2000, Barcelona, pp. 11-60.1 Primo Levi,Les Naufrags et les rescaps , Pars, Gallimard,1989, pg. 31(trad. cast.:Los hundidos y los salvados , Barcelona, Muchnik,1989, pg. 28).

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    manipuladas a fin de evitar recuerdos molestos; la Historia se reescribe con cadacambio del cuadro dirigente y se pide a los lectores de la enciclopedia que eliminenpor s mismos aquellas pginas convertidas en indeseables. Se cuenta que en las islasSolovetskiye se acababa a tiros con las gaviotas para que no pudiesen llevar consigo

    los mensajes de los prisioneros. La necesaria ocultacin de actos que, sin embargo,se consideran esenciales conduce a posiciones paradjicas, como aqulla que seresume en la clebre frase de Himmler a propsito de la solucin foral: Es unapgina gloriosa de nuestra historia que nunca ha sido escrita y que jams lo ser.2

    Debido a que los regmenes totalitarios conciben el control de la informacincomo una prioridad, sus enemigos, a su vez, se emplean a fondo para llevar esapoltica al fracaso. El conocimiento, la comprensin del rgimen totalitario, y msconcretamente de su institucin ms radical, los campos, es en primer lugar un modode supervivencia para los prisioneros. Pero hay ms: informar al mundo sobre loscampos es la mejor manera de combatirlos; lograr ese objetivo no tiene precio. Sinduda sa fue la razn por la que los condenados a trabajos forzados en Siberia secortaban un dedo y lo ataban a uno de los troncos de rbol que flotaban por el cursodel ro; mejor que una botella arrojada al mar, el dedo indicaba a quien lo descubraqu clase de leador haba talado el rbol. La difusin de la informacin permite salvarvidas humanas: la deportacin de los judos de Hungra ces porque Vrba y Wetzlerconsiguieron escapar de Auschwitz y pudieron informar sobre lo que estaba pasando.Los riesgos de una actividad semejante no son en modo alguno desdeables: a causade su testimonio, Anatoly Martchenko, un veterano del Gulag, regres al campo,donde encontrara la muerte.

    Desde entonces se puede comprender fcilmente por qu la memoria se havisto revestida de tanto prestigio a ojos de todos los enemigos del totalitarismo, por

    qu todo acto de reminiscencia, por humilde que fuese, ha sido asociado con laresistencia antitotalitaria (antes de que una organizacin antisemita se apropiara deella, la palabra rusapamjat' , memoria, serva de ttulo a una notable serie publicada ensamizdat* la reconstruccin del pasado ya era percibida como un acto de oposicin alpoder). Tal vez, bajo la influencia de algunos escritores de talento que han vivido enpases totalitarios, el aprecio por la memoria y la recriminacin del olvido se hanextendido estos ltimos aos ms all de su contexto original. Hoy en da se oye a

    2 Himmler, en Procs des grands criminels de guerre devant le tribunal militaire international, Nuremberg,1947, tomo III, pg. 145.* En la URSS, obra censurada y difundida clandestinamente.(N. del t.)

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    menudo criticar a las democracias liberales de Europa occidental o de Norteamrica,reprochando su contribucin al deterioro de la memoria, al reinado del olvido.Arrojados a un consumo cada vez ms rpido de informacin, nos inclinaramos aprescindir de sta de manera no menos acelerada; separados de nuestras tradiciones,

    embrutecidos por las exigencias de una sociedad del ocio y desprovistos de curiosidadespiritual as como de familiaridad con las grandes obras del pasado, estaramoscondenados a festejar alegremente el olvido y a contentarnos con los vanos placeresdel instante. En tal caso, la memoria estara amenazada, ya no por la supresin deinformacin sino por su sobreabundancia. Por tanto, con menor brutalidad pero mseficacia -en vez de fortalecerse nuestra resistencia, seramos meros agentes quecontribuyen a acrecentar el olvido-, los Estados democrticos conduciran a lapoblacin al mismo destino que los regmenes totalitarios, es decir, al reino de labarbarie.

    Morfologa

    No obstante, al generalizarse hasta ese punto, el elogio incondicional de lamemoria y la condena ritual del olvido acaban siendo, a su vez, problemticos. Lacarga emocional de cuanto tiene que ver con el pasado totalitario es enorme, yquienes lo han vivido desconfan de los intentos de clarificacin, de los llamamientos aun anlisis previo a la valoracin. Sin embargo, lo que la memoria pone en juego esdemasiado importante para dejarlo a merced del entusiasmo o la clera.

    En primer lugar hay que recordar algo evidente: que la memoria no se oponeen absoluto al olvido. Los dos trminos para contrastar son lasupresin (el olvido) y laconservacin ; la memoria es, en todo momento y necesariamente, una interaccin deambos. El restablecimiento integral del pasado es algo por supuesto imposible (pero

    que Borges imagin en su historia deFunes el memorioso ) y, por otra parte,espantoso; la memoria, como tal, es forzosamente una seleccin: algunos rasgos delsuceso sern conservados, otros inmediata o progresivamente marginados, y luegoolvidados. Por ello resulta profundamente desconcertante cuando se oye llamarmemoria a la capacidad que tienen los ordenadores para conservar la informacin: aesta ltima operacin le falta un rasgo constitutivo de la memoria, esto es, la seleccin.

    Conservar sin elegir no es una tarea de la memoria. Lo que reprochamos a los

    verdugos hitlerianos y estalinistas no es que retengan ciertos elementos del pasadoantes que otros -de nosotros mismos no se puede esperar un procedimiento diferente-,

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    sino que se arroguen el derecho de controlar la seleccin de elementos que deben serconservados. Ninguna institucin superior, dentro del Estado, debera poder decir:usted no tiene derecho a buscar por s mismo la verdad de los hechos, aquellos queno acepten la versin oficial del pasado sern castigados. Es algo sustancial a la

    propia definicin de la vida en democracia: los individuos y los grupos tienen elderecho de saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; nocorresponde al poder central prohibrselo o permitrselo. Por ello la ley Gayssot*, quesanciona las elucubraciones negacionistas, no es bienvenida, incluso si responde abuenas intenciones: no corresponde a la ley contar la Historia; le basta con castigar ladifamacin o la incitacin al odio racial.

    A partir de lo dicho, se impone una primera distincin: la que hay entre larecuperacin del pasado y su utilizacin subsiguiente. Puesto que es esencialconstatar que ningn automatismo vincula ambos gestos: la exigencia de recuperar elpasado, de recordarlo, no nos dice todava cul ser el uso que se har de l; cadauno de ambos actos tiene sus propias caractersticas y paradojas. Esta distincin, porneta que sea, no implica aislamiento. Como la memoria es una seleccin, ha sidopreciso escoger entre todas las informaciones recibidas, en nombre de ciertoscriterios; y esos criterios, hayan sido o no conscientes, servirn tambin, con todaprobabilidad, para orientar la utilizacin que haremos del pasado. Sin embargo, desdeotro punto de vista, de legitimidad y no ya de origen, existe una gran discontinuidad: nose puede justificar un uso engaoso por la necesidad de recordar. Nada debe impedirla recuperacin de la memoria: ste es el principio que se aplica al primer proceso.Cuando los acontecimientos vividos por el individuo o por el grupo son de naturalezaexcepcional o trgica, tal derecho se convierte en un deber: el de acordarse, el detestimoniar. Existe, en Francia, un ejemplo perfecto de esa tarea de recuperacin: elmemorial de los deportados judos, creado por Serge Klarsfeld. Los verdugos nazis

    quisieron aniquilar a sus vctimas sin dejar rastro; el memorial recupera, con unasencillez consternadora, los nombres propios, las fechas de nacimiento y las departida hacia los campos de exterminio. As restablece a los desaparecidos en sudignidad humana. La vida ha sucumbido ante la muerte, pero la memoria salevictoriosa en su combate contra la nada.

    * Ley francesa del 13 de julio de 1990, aprobada con el fin de sancionar todo acto racista, antisemita oxenfobo.(N. del t.)

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    Sin embargo, no se puede formular algo tan sencillo en relacin con el segundoproceso, de la utilizacin de la memoria; y, en consecuencia, del papel que el pasadodebe desempear en el presente.

    Entre tradicin y modernidad

    Hay que decir a este respecto que incluso la mirada histrica ms superficialnos revela enseguida que las diferentes sociedades aplican a este problema unassoluciones muy diversas. El pasado y su recuerdo no pueden asumir la misma funcinen una sociedad sin escritura, como las antiguas civilizaciones africanas, y en unasociedad tradicional alfabetizada, como la Europa de la Edad Media. Ahora bien, comotodos sabemos, desde el Renacimiento y ms an desde el siglo XVIII se ha creadoen Europa un tipo de sociedad, del que no exista ningn ejemplo anterior, que hadejado de apreciar incondicionalmente las tradiciones y el pasado, que ha arrancado laedad de oro, como deca el utopista Saint-Simon, para ubicarla en el porvenir, que hahecho retroceder a la memoria en beneficio de otras facultades. En ese sentido,quienes deploran la falta de consideracin hacia la memoria en las sociedadesoccidentales contemporneas no van desencaminados: se trata de las nicassociedades que no se sirven del pasado como de un medio privilegiado delegitimacin, y no otorgan un lugar de honor a la memoria. An habra que aadir queen nuestra sociedad esta caracterstica es constitutiva de su misma identidad, y quepor consiguiente no podramos excluir una sin transformar la otra en profundidad.

    Por lo dems, el lugar de la memoria y el papel del pasado tampoco son losmismos en las diferentes esferas que componen nuestra vida social, sino queparticipan en configuraciones diferentes. En nuestra comprensin general de la vidapblica, hemos pasado, como dicen los filsofos, de la heteronoma a la autonoma, de

    una sociedad cuya legitimidad procede de la tradicin, luego de algo que le es externo,a una sociedad regida por el modelo del contrato, al que cada cual aporta -o no- suadhesin. Ese contrato, como se sabe, carece de toda realidad histrica oantropolgica; pero nutre el modelo que regula nuestras instituciones. El recurso a lamemoria y al pasado es sustituido por el que se origina en el consentimiento y en laeleccin de la mayora. Todas las huellas de legitimacin mediante la tradicin no soneliminadas, nada ms lejos, pero, y esto es esencial, es lcito oponerse a la tradicinen nombre de la voluntad general o del bienestar comn: continuos ejemplos se

    presentan a nuestra vista. La memoria es aqu destronada, no en provecho del olvido,

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    por descontado, sino de algunos principios universales y de la voluntad general. Otrotanto se dir del mbito jurdico en su conjunto.

    La ciencia es otra esfera donde la memoria ha perdido muchas de sus

    prerrogativas. No sera errneo sostener que la ciencia moderna se constituy en elRenacimiento mediante un franqueamiento progresivo de la tutela en exceso puntillosade la memoria. Al dejar de repetirse el saber escolstico, la supuesta sabidura de losantiguos, dejando de lado el sistema de Ptolomeo y las clasificaciones de Aristteles,las ciencias pudieron emprender un nuevo vuelo. Al decidir no pensar ms en laantigua representacin del mundo, se logr integrar los resultados de los grandesdescubrimientos geogrficos en una visin nueva (y que sigue siendo la nuestra).Descartes afirmar, de manera concluyente, que es posible progresar en elconocimiento por medio de una reduccin de las cosas a las causas, y que, enconsecuencia, no es necesaria la memoria para todas las ciencias3 La memoria esahora rechazada en provecho de la observacin y de la experiencia, de la inteligenciay de la razn. Una vez ms, ese reinado no es absoluto y no debe serlo (las mismasciencias poseen un pasado que no deja de incidir sobre su presente), pero elpredominio es incuestionable: no hay ms que ver el lugar ocupado en nuestraeducacin general por las matemticas, disciplina del razonamiento, en comparacincon la historia, la geografa o las letras, disciplinas de la memoria.

    El arte occidental se distingue de las otras grandes tradiciones artsticas, porejemplo en China e India, por el lugar reservado a la innovacin, a la invencin, a laoriginalidad. Hasta el punto de que en el siglo XIX surgi la idea de vanguardiaartstica, movimiento que se articulara en torno al futuro en vez del pasado; y que elcriterio de novedad se ha convertido en ocasiones en la nica (y, por tanto, absurda)condicin de valor artstico. En nuestros das, el viento ya no sopla a favor de las

    vanguardias, y se prefiere la esttica llamada posmoderna, que exhibe por el contrariosu conexin, a veces ldica, con el pasado y la tradicin. En realidad, las cosas no sontan diferentes como pretenden los manifiestos de los creadores: hay posibilidades deinnovacin en el seno de la potica medieval o de la pintura clsica china, y losautores, incluso los ms vanguardistas, siempre le deben mucho a la tradicin, aunquesea porque intentan distinguirse de ella. En general, el papel de la memoria en lacreacin artstica es subestimado; el arte realmente olvidadizo con el pasado noconseguira hacerse comprender. Pero es importante sealar que, una vez ms, la

    3 Citado en J. Le Goff,Histoire et mmoire . Pars, Gallimard, 1988, pg. 154.

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    oposicin no se da entre la memoria y el olvido, sino entre la memoria y otro aspiranteal lugar de honor: la creacin o la originalidad.

    La cultura, en el sentido que los etnlogos atribuyen a dicha palabra, es

    esencialmente algo que atae a la memoria: es el conocimiento de cierto nmero decdigos de comportamiento, y la capacidad de hacer uso de ellos. Estar en posesinde la cultura francesa es antes que nada conocer la historia y la geografa de Francia,sus monumentos y sus documentos, sus maneras de obrar y de pensar. Un serdesprovisto de cultura es aquel que no ha adquirido jams la cultura de susantepasados, o que la ha olvidado y perdido. Pero las culturas occidentales poseenuna especificidad ms: primero porque, a pesar del etnocentrismo de sus miembros,han sido impulsadas desde tiempo atrs a reconocer la existencia y el valor de lasculturas extranjeras, y a aceptar la mezcla con ellas; despus porque han valorado, almenos desde el siglo XVIII, la capacidad de desprenderse de la cultura de origen. Losfilsofos de la Ilustracin terminan por ver en esa capacidad -en laperfectibilidad - elrasgo distintivo del gnero humano. Los individuos que consiguen superar lasdesventajas de su entorno de partida, las sociedades que se arrojan a la revolucin,son prejuzgados favorablemente. Nosotros no creemos hoy, a diferencia de algunosde aquellos filsofos, que el espritu del hombre sea una tabla rasa, independiente desu cultura de origen, y que, ente indeterminado, todas sus opciones sean igualmenteprobables; pero seguimos anteponiendo la libertad a la memoria.

    No vale la pena proseguir esta enumeracin: cualquiera que, en concreto, seael lugar de la memoria en cada una de esas esferas, se desprenden algunas certezasgenerales. Primero, aqulla referente a la pluralidad y diversidad propias de lasesferas. Despus, el hecho de que la memoria se articula con otros principios rectores:la voluntad, el consentimiento, el razonamiento, la creacin, la libertad. Queda

    finalmente claro que, en las sociedades occidentales, la memoria no ocupa, por reglageneral, una posicin dominante. Qu decir entonces de la esfera de las conductaspblicas, ticas y polticas?

    El buen uso

    La vida afectiva del individuo nos ofrece a este respecto un paralelismoclarificador. Es sabido que el psicoanlisis atribuye un lugar central a la memoria. As,

    se considera que la neurosis descansa sobre ese trastorno particular en la relacincon el pasado que consiste en la represin. El sujeto ha apartado de su memoria viva,

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    de su conciencia, algunos hechos y sucesos sobrevenidos en su primera infancia yque le resultan, de un modo u otro, inaceptables. Su curacin -mediante el anlisis-pasa por la recuperacin de los recuerdos reprimidos. Pero qu har con ellos elsujeto, a partir del momento en que los haya reintegrado a su conciencia? No tratar

    de atribuirles un lugar dominante -el adulto no podra regular su vida segn susrecuerdos de infancia-sino que ms bien los har retroceder a una posicin perifricadonde sean inofensivos; a fin de controlarlos y poder desactivarlos. Mientras estabansiendo reprimidos, los recuerdos permanecan activos (obstaculizaban la vida delsujeto); ahora que han sido recuperados, no pueden ser olvidados pero s dejados delado. Otra forma de marginacin de los recuerdos se produce en el duelo: en un primermomento, nos negamos a admitir la prdida que acabamos de sufrir, peroprogresivamente, y sin dejar de aorar a la persona fallecida, modificamos el estatutode las imgenes, y cierto distanciamiento contribuye a atenuar el dolor.

    La recuperacin del pasado es indispensable; lo cual no significa que el pasadodeba regir el presente, sino que, al contrario, ste har del pasado el uso que prefiera.Sera de una ilimitada crueldad recordar continuamente a alguien los sucesos msdolorosos de su vida; tambin existe el derecho al olvido. Al final de su asombrosacrnica ilustrada de doce aos pasados en el Gulag, Euphrosinia Kersnovskaaescribe: Mam. T me habas pedido que escribiera la historia de aquellos tristes"aos de aprendizaje". He cumplido tu ltima voluntad. Pero no hubiese sido mejorque todo ello cayera en el olvido?.4 Jorge Semprn ha explicado, enLa escritura o la vida , cmo, en un momento dado, el olvido lo cur de su experiencia en los campos deconcentracin. Cada cual tiene derecho a decidir.

    Lo cual no quiere decir que el individuo pueda llegar a ser completamenteindependiente de su pasado y disponer de ste a su antojo, con toda libertad. Tal cosa

    no ser posible al estar la identidad actual y personal del sujeto construida, entre otras,por las imgenes que ste posee del pasado. El yo presente es una escena en la cualintervienen como personajes activos un yo arcaico, apenas consciente, formado en laprimera infancia, y un yo reflexivo, imagen de la imagen que los dems tienen denosotros -o ms bien de aquella que imaginamos estar presente en sus mentes-. Lamemoria no es slo responsable de nuestras convicciones sino tambin de nuestrossentimientos. Experimentar una tremenda revelacin sobre el pasado, sintiendo laobligacin de reinterpretar radicalmente la imagen que uno se haca de sus allegados

    4 E. Kersnovskaa,Coupable de rien , Pars, Plon, 1994, pg. 253.

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    y de s mismo, es una situacin peligrosa que puede hacerse insoportable y que serrechazada con vehemencia.

    Volvamos ahora a la vida pblica y pensemos en aquella historia contada por el

    explorador del continente americano Amrico Vespuccio. Tras haber descrito losencuentros de los europeos con la poblacin indgena, que oscilan bien hacia lacolaboracin, bien hacia el enfrentamiento, explica que los diferentes grupos indgenashacen a menudo la guerra entre ellos. Cul es la razn? Vespuccio propone lasiguiente explicacin: Ellos no luchan ni por el poder ni por extender su territorio niimpulsados por algn otro deseo irracional, sino a raz de un odio antiguo, alojado enellos desde hace largo tiempo.5 Si Vespuccio estaba en lo cierto, no deberamosdesear que tales poblaciones olvidaran un poco el odio para poder vivir en paz, quedejaran de lado su rencor y hallaran un mejor uso para la energa as liberada? Sinembargo, eso sera sin duda quererlos distintos a cmo son.

    A este ejemplo casi mtico de abuso de la memoria, se pueden aadir otrosextrados de la actualidad. Una de las grandes justificaciones de los serbios paraexplicar su agresin contra los otros pueblos de la ex Yugoslavia se basa en laHistoria: los sufrimientos que ellos han causado no seran ms que un desquite por loque los serbios han sufrido en el pasado; cercano (la Segunda Guerra Mundial), olejano (las luchas contra los turcos musulmanes). Si el pasado debe regir el presente,quines, entre judos, cristianos y musulmanes, podran renunciar a sus pretensionesterritoriales sobre Jerusaln? Acaso israeles y palestinos no tenan razn, reunidosen torno a una mesa, en Bruselas en marzo de 1988, al expresar el convencimiento deque simplemente para comenzar a hablar, hay que poner el pasado entreparntesis?6 En Irlanda del Norte, hasta hace bien poco, los catlicos nacionalistasmanifestaban su voluntad de no olvidar y no perdonar, y sumaban cada da nuevos

    nombres a la lista de vctimas de la violencia, lo que a su vez provocaba unacontraviolencia represiva, una venganza inacabable que jams podran interrumpir unnuevo Romeo y una nueva Julieta. Y se escucha afirmar a voces convincentes queuna parte no desdeable del infortunio de los negros americanos proviene no de lasdiscriminaciones que sufren en el presente, sino de su incapacidad para superar elpasado traumtico de la esclavitud y las discriminaciones de que fueron vctimas; y de

    5 A. Vespuccio y otros,Le Nouveau Monde , Pars, Les Belles Lettres, 1992, pg. 90.6 Citado en N. Loraux, Pour quel consensus?,Politiques de l'oubli. Le Genre humain , 18, Pars, Seuil,1988.

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    la tentacin subsiguiente, como escribe Shelby Steele, de explotar aquel pasado desufrimientos como una fuente de poder y de privilegios.7

    En el mundo moderno, el culto a la memoria no siempre sirve para las buenas

    causas, algo que no tiene por qu ser sorprendente. Como recuerda Jacques Le Goff,la conmemoracin del pasado conoce un punto culminante en la Alemania nazi y laItalia fascista, y se podra aadir a esta lista la Rusia estalinista: sin duda, un pasadocuidadosamente seleccionado, pero un pasado pese a todo que permite reforzar elorgullo nacional y suplir la fe ideolgica en declive. En 1881, Paul Droulde, fundadorde la Liga de patriotas y militarista convencido, proclam:

    J'en sais qui croient que la haine s' apaise:

    Mais non! l'oubli n'entre pas dans nos coeurs, *

    Allanando de esa forma el terreno para la carnicera de Verdn. Sin saberlo,sus palabras confirmaban una formulacin de Plutarco8 segn la cual la poltica sedefine como aquello que sustrae al odio su carcter eterno -dicho de otra manera, quesubordina el pasado al presente.

    Memoria y justicia

    La simple exposicin de estos ejemplos, ofrecidos desordenadamente, bastapara mostrar, tambin en la esfera de la vida pblica, que no todos los recuerdos delpasado son igualmente admirables; cualquiera que alimente el espritu de venganza ode desquite suscita, en todos los casos, ciertas reservas. Es legtimo preferir el gestodel presidente polaco Lech Walesa de invitar a los representantes de los gobiernosalemn y ruso para conmemorar el cincuenta aniversario de la insurreccin deVarsovia: El tiempo de la divisin y de la confrontacin ha llegado a su fin. Por tanto,la pregunta que debemos hacernos es: existe un modo para distinguir de antemanolos buenos y los malos usos del pasado? O, si nos remitimos a la constitucin de lamemoria a travs de la conservacin y, al mismo tiempo, la seleccin deinformaciones, cmo definir los criterios que nos permitan hacer una buenaseleccin? 0 tenemos que afirmar que tales cuestiones no pueden recibir una

    7 Sh. Steele, The Content of Our Character , Nueva York, Harper Perennial, 1991, pg. 118.* S que creen que el odio se aplaca:De ningn modo! El olvido no entra en nuestros corazones.(N. del t.)8 Citada en N. Loraux,Usages de l'oubli , Pars, Seuil, 1988.

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    respuesta racional, debiendo contentarnos con suspirar por la desaparicin de unatradicin colectiva que nos somete y que se encarga de seleccionar unos hechos yrechazar otros, y resignndonos por consiguiente a la infinita diversidad de los casosparticulares?

    Una manera -que practicamos cotidianamente- de distinguir los buenos usos delos abusos consiste en preguntarnos sobre sus resultados y sopesar el bien y el malde los actos que se pretenden fundados sobre la memoria del pasado: prefiriendo, porejemplo, la paz a la guerra. Pero tambin se puede, y es la hiptesis que yo quisieraexplorar ahora, fundar la crtica de los usos de la memoria en una distincin entrediversas formas de reminiscencia. El acontecimiento recuperado puede ser ledo demanera literal o de manera ejemplar. Por un lado, ese suceso -supongamos que unsegmento doloroso de mi pasado o del grupo al que pertenezco- es preservado en suliteralidad (lo que no significa su verdad), permaneciendo intransitivo y no conduciendoms all de s mismo. En tal caso, las asociaciones que se implantan sobre l sesitan en directa contigidad: subrayo las causas y las consecuencias de ese acto,descubro a todas las personas que puedan estar vinculadas al autor inicial de misufrimiento y las acoso a su vez, estableciendo adems una continuidad entre el serque fui y el que soy ahora, o el pasado y el presente de mi pueblo, y extiendo lasconsecuencias del trauma inicial a todos los instantes de la existencia.

    O bien, sin negar la propia singularidad del suceso, decido utilizarlo, una vezrecuperado, como una manifestacin entre otras de una categora ms general, y mesirvo de l como de un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentesdiferentes. La operacin es doble: por una parte, como en un trabajo de psicoanlisis oun duelo, neutralizo el dolor causado por el recuerdo, controlndolo y marginndolo;pero, por otra parte -y es entonces cuando nuestra conducta deja de ser privada y

    entra en la esfera pblica-, abro ese recuerdo a la analoga y a la generalizacin,construyo unexemplum y extraigo una leccin. El pasado se convierte por tanto enprincipio de accin para el presente. En este caso, las asociaciones que acuden a mimente dependen de la semejanza y no de la contigidad, y ms que asegurar mipropia identidad, intento buscar explicacin a mis analogas. Se podr decir entonces,en una primera aproximacin, que la memoria literal, sobre todo si es llevada alextremo, es portadora de riesgos, mientras que la memoria ejemplar espotencialmente liberadora. Cualquier leccin no es, por supuesto, buena; sin embargo,

    todas ellas pueden ser evaluadas con ayuda de los criterios universales y racionalesque sostienen el dilogo entre personas, lo que no es el caso de los recuerdos literales

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    e intransitivos, incomparables entre s. El uso literal, que convierte en insuperable elviejo acontecimiento, desemboca a fin de cuentas en el sometimiento del presente alpasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado con vistas alpresente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que

    se producen hoy da, y separarse del yo para ir hacia el otro.

    He hablado de dos formas de memoria porque en todo momento conservamosuna parte del pasado. Pero la costumbre general tendera ms bien a denominarlascon dos trminos distintos que seran, para la memoria literal, memoria a secas, y,para la memoria ejemplar, justicia. La justicia nace ciertamente de la generalizacin dela acusacin particular, y es por ello que se encarna en la ley impersonal, administradapor un juez annimo y llevada a la prctica por unos jurados que desconocen tanto ala persona del acusado como a la del acusador. Por supuesto que las vctimas sufrenal verse reducidas a no ser ms que una manifestacin entre otras del mismo signo,mientras que la historia que les ha ocurrido es absolutamente nica, y pueden, como amenudo hacen los padres de nios violados o asesinados, lamentar que los criminalesescapen a la pena capital, la pena de muerte. Pero la justicia tiene ese precio, y no espor casualidad que no puede ser administrada por quienes hayan sufrido el dao: es lades-individuacin, si as se puede llamar, lo que permite el advenimiento de la ley.

    El individuo que no consigue completar el llamado perodo de duelo, que nologra admitir la realidad de su prdida desligndose del doloroso impacto emocionalque ha sufrido, que sigue viviendo su pasado en vez de integrarlo en el presente, yque est dominado por el recuerdo sin poder controlarlo (y es, con distintos grados, elcaso de todos aquellos que han vivido en los campos de la muerte), es un individuo alque evidentemente hay que compadecer y ayudar: involuntariamente, se condena a smismo a la angustia sin remedio, cuando no a la locura. El grupo que no consigue

    desligarse de la conmemoracin obsesiva del pasado, tanto ms difcil de olvidarcuanto ms doloroso, o aquellos que, en el seno de su grupo, incitan a ste a vivir deese modo, merecen menos consideracin: en este caso, el pasado sirve para reprimirel presente, y esta represin no es menos peligrosa que la anterior. Sin duda, todostienen derecho a recuperar su pasado, pero no hay razn para erigir un culto a lamemoria por la memoria; sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estril. Unavez restablecido el pasado, la pregunta debe ser: para qu puede servir, y con qufin?

    Singular, incomparable, superlativo

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    Sin embargo, son muchos quienes rechazan la memoria ejemplar. Suargumento habitual es como sigue: el suceso del que estamos hablando esabsolutamente singular, perfectamente nico, y si intentan compararlo con otros, eso

    slo se puede explicar por su deseo de profanarlo, o bien incluso de atenuar sugravedad. Este argumento es particularmente frecuente en el debate sobre elgenocidio de los judos perpetrado por los nazis en el curso de la Segunda GuerraMundial, sobre lo que tambin se conoce, para subrayar su singularidad, como elholocausto o laShoah. Sucedi incluso que en diciembre de 1993 acud a un congresoorganizado por el museo de Auschwitz, en Polonia, y donde se sostena La unicidad yla incomparabilidad del holocausto.

    Defender que un suceso como el genocidio de los judos es a la vez singular eincomparable es una afirmacin que probablemente esconde otra, ya que, tomada alpie de la letra, resulta demasiado banal o absurda. En efecto, cada suceso, y no sloel ms traumtico de todos, es absolutamente singular. Para seguir con el registro delo horrible, no es acaso nica la destruccin casi completa de la poblacin de todo uncontinente, Amrica, en el siglo XVI? No es nica la reduccin masiva a la esclavitudde la poblacin de otro continente, frica? El confinamiento de quince millones dedetenidos en los campos estalinistas, no es acaso nico? Adems, se podra aadirque, al ser examinados con ms detalle, los acontecimientos que llenan de jbilo noson menos nicos que las atrocidades.

    A menos que, por otro lado, se entienda por comparacin identidad o cuantomenos equivalencia, no se ve con claridad en nombre de qu principio admitido en eldebate pblico se podra rechazar cualquier comparacin de un hecho con otro. Hablode debate pblico porque est claro que, en otras circunstancias, el uso de la

    comparacin se puede revelar inconveniente, incluso ofensivo. No diremos a unapersona que acaba de perder a su hijo que su pena es comparable a la de muchosotros padres infortunados. Hay que insistir por encima de todo y no desdear estepunto de vista subjetivo: para el individuo, la experiencia es forzosamente singular, y,adems, la ms intensa de todas. Hay cierta arrogancia de la razn, insoportable parael individuo al verse desposedo, en nombre de consideraciones que le son ajenas, desu experiencia y del sentido que le atribua. Se comprende tambin que quien se halleinmerso en una experiencia mstica rechace, por principios, cualquier comparacin

    aplicada a su experiencia, incluso cualquier utilizacin del lenguaje con esa intencin.

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    Una experiencia as es, y debe permanecer, inefable e irrepresentable, incomprensiblee incognoscible, por ser sagrada.

    En s mismas, tales actitudes merecen respeto, pero son ajenas al debate

    racional. Para ste la comparacin, lejos de excluir la unicidad, es, al contrario, elnico modo de fundarla: en efecto, cmo afirmar que un fenmeno es nico si jamslo he comparado con algo? No seamos como aquella esposa de Usbek, en lasCartas persas de Montesquieu, que le dice en un mismo suspiro que l es el ms bello de loshombres y que ella jams ha visto a otro. Quien dice comparacin dice semejanzas ydiferencias. Hablando de los crmenes del nazismo, varias comparaciones acuden a lamente, y todas ellas nos permiten -aunque en grados diferentes- avanzar en sucomprensin. Algunas de sus caractersticas se repiten en el genocidio de losarmenios, otras, en los campos soviticos, y otras, en la reduccin de los africanos a laesclavitud.

    Por supuesto, hay que tomar algunas precauciones: pero stas no contradicenel gobierno del sentido comn. Est claro, por ejemplo, que no hay que confundir lasrealidades histricas (rgimen hitleriano y rgimen estalinista, para ceirnos a esteejemplo tan particularmente sensible) y las representaciones ideolgicas que estosregmenes eligieron darse a s mismos: una cosa es comparar dos doctrinas, nazismoy leninismo, y otra, Auschwitz y Kolyma. Recordemos tambin que comparar nosignifica explicar (mediante una relacin causal), y mucho menos perdonar: loscrmenes nazis no se explican por los crmenes estalinistas, como tampoco al revs, y,ya se ha dicho a menudo, la existencia de unos no convierte de ningn modo enmenos culpable la perpetracin de los otros. La apertura de los archivos secretossoviticos, de los cuales ya se posee una primera impresin, nos ensear sin dudamucho sobre la complicidad secreta que una a ambos regmenes en los aos treinta

    de nuestro siglo; la condenacin de cada uno de sus crmenes no sigue siendo menosabsoluta.

    Si realmente se creyera que un suceso como el genocidio de los judos secaracteriza por su singularidad nica, que sera incomparable a cualquier otrosuceso pasado, presente o futuro, estaramos en el derecho de denunciar lasequiparaciones llevadas a cabo en todas partes; pero no de utilizar aquel genocidiocomo ejemplo de esa iniquidad cuyas otras manifestaciones tambin hay que rechazar

    -lo que, sin embargo, no deja de hacerse-. Es imposible afirmar a la vez que el pasadoha de servirnos de leccin y que es incomparable con el presente: aquello que es

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    singular no nos ensea nada para el porvenir. Si el suceso es nico, podemosconservarlo en la memoria y actuar en funcin de ese recuerdo, pero no podr serutilizado como clave para otra ocasin; igualmente, si desciframos en un pasadosuceso una leccin para el presente, es que reconocemos en ambos unas

    caractersticas comunes. Para que la colectividad pueda sacar provecho de laexperiencia individual, debe reconocer lo que sta puede tener en comn con otras.Proust, gran conocedor de la memoria, haba sealado claramente esta relacin: Perono hay leccin que aproveche -escriba-, porque no se sabe descender hasta logeneral y siempre se figura uno que se encuentra ante una experiencia que no tieneprecedentes en el pasado. 9

    Estos principios parecen obvios; pero todos sabemos que cuando sonaplicados al nazismo se desencadenan las pasiones y hay una legin de desacuerdos.Por un lado se afirma, como le recientemente en un pequeo texto difundido por unafederacin de deportados en Francia: El sistema nazi no tiene equivalente en laHistoria. No puede ser comparado con ningn otro rgimen, por "totalitario" e inclusosanguinario que ste sea. Por el otro, la posibilidad de la comparacin es esgrimida,como si se tratase de una justificacin, de una minimizacin de lo sucedido. No setrata, evidentemente, de una discusin abstracta sobre la metodologa cientfica. Dequ, entonces?

    Cuando se habla de una cualidad singular, lo que ha sido visto ms a menudoes, en realidad, una cualidadsuperlativa : se afirma que es el mayor o el peor crimende la historia de la humanidad; lo cual, dicho sea de paso, es un juicio que no puederesultar ms que de una comparacin. En nuestra poca, el hitlerismo apareci comouna encarnacin perfecta del mal; como tambin se afirma al respecto en el mismotexto de la federacin de deportados, sigue siendo el smbolo del horror absoluto. Un

    privilegio tan triste hace que cualquier otro suceso comparable sea percibido a su vezen relacin con aquel mal absoluto. Lo cual, segn sea el punto de vista en que nossituemos, el del hitlerismo o el del estalinismo, toma dos significados opuestos: porparte hitleriana, toda comparacin es percibida como una justificacin; por parteestalinista, como una acusacin. En realidad las cosas son un poco ms complejas,porque hay que distinguir, en cada campo, a los verdugos y a las vctimas; o, msexactamente, porque el paso del tiempo provoca que nosotros tengamos cada vez

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    M. Proust,A la recherche du temps perdu , Gallimard, Bibliothque de la Pleiade, 1987, tomo II, pg. 713(trad. cast.:En busca del tiempo perdido , tomo III:El mundo de Guermontes , Madrid, Alianza, 1998, pgs.524-525).

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    menor relacin con las vctimas y los verdugos reales, con los grupos que, por razonesde pertenencia nacional o ideolgica, se reconocen, aunque sea inconscientemente,en uno u otro papel. Lo que nos lleva a distinguir cuatro reacciones tpicas frente a lacomparacin entre Auschwitz y Kolyma, hallndose paradjicamente prximos los

    verdugos de un lado y las vctimas del otro.

    1. Los verdugos del lado hitleriano estn a favor de la comparacin, porque lessirve de justificacin.

    2. Las vctimas del lado hitleriano estn en contra de la comparacin, porqueven en ella una justificacin.

    3. Los verdugos del lado estalinista estn en contra de la comparacin, porqueven en ella una acusacin.

    4. Las vctimas del lado estalinista estn a favor de la comparacin, porque lessirve de acusacin.

    Naturalmente hay excepciones a este determinismo psicopoltico, y volver aello. Sin embargo, en una primera aproximacin, existen muchas posibilidades de quepodamos adivinar la opinin de una persona sobre el tema si sabemos en qu grupose reconoce. Para los disidentes y opositores del rgimen comunista en los deceniosanteriores, por ejemplo, la comparacin era evidente, hasta el punto de que quienluego fue presidente de Bulgaria, Jliu Jlev, a la sazn oscuro investigador de historiay ciencias polticas, se haba limitado a escribir, para combatir al rgimen comunista enBulgaria, una obra tituladaLe Fascisme , dedicada a los movimientos polticos de losaos treinta en Europa occidental. La censura oficial haba comprendidoperfectamente su contenido implcito y prohibi el libro; Jlev fue, adems, despedidode su empleo! En su prefacio a la reedicin del libro, en 1989, tras la cada de losregmenes comunistas, Jlev, pudiendo ya llamar a las cosas por su nombre, contina

    hablando de la coincidencia absoluta de las dos variantes del rgimen totalitario, laversin fascista y la nuestra, comunista; si es necesario sealar a toda costa unadiferencia, sta ser a favor del fascismo: No solamente perecieron antes losregmenes fascistas, sino que fueron instaurados ms tarde, lo que demuestra que noson ms que una plida imitacin, un plagio del rgimen totalitario verdadero,autntico, perfecto y logrado.10

    10 J. Jlev, Le Fascisme , Ginebra, Rousseau, 1993, pgs. 12-15.

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    Aquellos que se sienten cercanos a las tesis o a los poderes comunistas, en eleste y en el oeste, estn en contra de la comparacin; igual que quienes se reconocenen las vctimas judas del hitlerismo. Los alemanes, por su parte, se pueden proyectaren los dos tipos de actitud provocada por el hitlerismo y valorar, como ha mostrado el

    reciente debate de los historiadores, bien las semejanzas, bien las diferencias entrelos dos regmenes. Los mencionados grupos 2 y 3 estn, por tanto, a favor de lamemoria literal; los grupos 1 y 4, de la memoria ejemplar.

    La ejemplaridad

    Ante todo, digamos una palabra sobre esa reivindicacin del superlativo. Estpermitido, creo, no interesarse por loshit-parades del sufrimiento, por las jerarquasexactas en el martirologio. Una vez superado cierto umbral, los crmenes contra lahumanidad se esfuerzan innecesariamente por seguir siendo especficos, por conduciral horror sin matices que suscitan y a la condenacin absoluta que merecen; algoigualmente vlido, en mi opinin, tanto para el exterminio de los amerindios o para elsometimiento a la esclavitud de los africanos, como para los horrores del Gulag y delos campos nazis.

    Entonces, para qu la ejemplaridad? Ello obedece a que no hay mrito algunoen ponerse en el lado acertado de la barricada, una vez que el consenso social haestablecido firmemente dnde est el bien y dnde el mal; dar lecciones de moralnunca ha sido una prueba de virtud. Sin embargo, hay un mrito indiscutible en dar elpaso desde la propia desdicha, o de la de quienes nos rodean, a la de los otros, sinreclamar para uno el estatuto exclusivo de antigua vctima. Quisiera ilustrar mipropuesta a favor de la ejemplaridad mediante algunas figuras, que son ejemplares nonicamente por haber sabido luchar contra las injusticias actuales, sino tambin por

    haberse elevado por encima del determinismo un poco limitado al que me refer antes,el de la pertenencia.

    David Rousset fue un prisionero poltico deportado a Buchenwald; tuvo lafortuna de sobrevivir y regresar a Francia. Pero no se content con ello: escribi varioslibros en los cuales se esforzaba por analizar y comprender el universo de los camposde concentracin; esos libros le proporcionaron notoriedad. Y no se qued en eso: eldoce de noviembre de 1949 hace pblico un llamamiento a los antiguos deportados de

    los campos nazis para que se encarguen de la investigacin sobre los campossoviticos todava en actividad. Ese llamamiento produce el efecto de una bomba: los

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    comunistas estn fuertemente representados entre los antiguos deportados y laeleccin entre ambas lealtades en conflicto no es fcil. Despus de este llamamiento,numerosas federaciones de deportados se escinden en dos. La prensa comunistacubre de injurias a Rousset, lo que lleva a ste a emprender, con xito, un proceso por

    difamacin. Dedica entonces varios aos de su vida a luchar contra los campos deconcentracin comunistas, reuniendo y publicando informaciones sobre ellos.

    Si se hubiera inclinado por la memoria literal, Rousset habra pasado el restode su vida sumergindose en su pasado, restaando sus propias heridas, yalimentando su resentimiento hacia quienes le haban infligido un dolor inolvidable. Alinclinarse por la memoria ejemplar, escogi utilizar la leccin del pasado para actuaren el presente, dentro de una situacin en la que l no es actor, y que no conoce msque por analoga o desde el exterior. Es as como l entiende su deber de antiguodeportado, y por ello se dirige antes que nada, esto es esencial, a otros antiguosdeportados. Vosotros no podis rechazar este papel de juez -escribe-. Para vosotros,antiguos deportados polticos, es precisamente la labor ms importante. Los dems,aquellos que no fueron nunca recluidos en campos de concentracin, pueden argir lapobreza de la imaginacin, la incompetencia. Nosotros somos unos profesionales,unos especialistas. Es el precio que hemos de pagar el resto de vida que nos ha sidoconcedida.11

    No hay otro deber para los antiguos deportados que investigar sobre loscampos existentes.

    Una eleccin as implica evidentemente que se acepta la comparacin entre loscampos nazis y los campos soviticos. Rousset conoce los riesgos de la operacin.Algunas diferencias son irreductibles; no hubo en la URSS ni en otro lugar campos de

    exterminio; stos no se prestan a ninguna extrapolacin, a ninguna generalizacin.Pero, al mismo tiempo, tampoco motivan ninguna accin en el presente; solamentedespiertan un estupor mudo y una compasin sin fin por sus vctimas. Ahora bien, elfenmeno de los campos de concentracin es, ste s, comn a ambos regmenes, ylas otras diferencias, reales a pesar de todo, no justifican el abandono de lacomparacin. Cabe entonces una segunda cuestin: no deberamos acasogeneralizar y asimilar los sufrimientos en los campos al universal lamento secular delos pueblos, a toda desgracia, a toda injusticia? Existe efectivamente el peligro para la

    11 E. Copfermann, David Rousset, Pars, Plon, 1991, pgs. 199, 208.

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    memoria ejemplar de quedar diluida en la analoga universal, donde todos los gatos dela miseria son pardos. Esto sera no solamente condenarse a la parlisis ante laenormidad de la tarea; sera, adems, ignorar el hecho de que los campos norepresentan una injusticia entre las otras sino el mayor envilecimiento a que el ser

    humano haya sido conducido en el siglo XX. Como dijo Rousset en su causa: Lacatstrofe de los campos de concentracin no tiene parangn con ninguna otra.12 Lamemoria ejemplar generaliza, pero de manera limitada; no hace desaparecer laidentidad de los hechos, solamente los relaciona entre s, estableciendocomparaciones que permiten destacar las semejanzas y las diferencias. Y sinparangn no quiere decir sin relacin: lo extremo cohabita en germen con locotidiano. Hay que saber distinguir, no obstante, entre germen y fruto.

    En 1957 un funcionario francs, Paul Teitgen, tambin un antiguo deportado deDachau, dimiti de su puesto de secretario de la prefectura de Argel; un gesto, explic,motivado por el parecido entre las seales de tortura que observaba en el cuerpo delos prisioneros argelinos y las de los malos tratos que l mismo haba sufrido en losstanos de la Gestapo de Nancy. Se trataba de una comparacin abusiva?

    Quisiera recordar tambin la figura de Vassily Grossman, el gran escritor judosovitico. l deba tener muchos problemas para elegir entre las vctimas de los dosregmenes y para reconocerse entre unas vctimas antes que entre las otras: viva enla URSS y poco a poco haba adquirido un conocimiento profundo de sus crmenes;pero su propia madre haba sido asesinada por su condicin de juda por losEinsatzkommandos que operaban detrs del frente germano-ruso; con los primerosbatallones del ejrcito rojo, Grossman vio ante sus ojos el campo de Treblinka.Describi, enVie et destin , la abominacin de ambos sistemas, sus puntos comunes ysus diferencias. Sin embargo, en otro momento de su vida, tuvo oportunidad de tomar

    partido: fue al marchar a Erivn y conocer, con todo detalle, el genocidio armenio.Explic entonces su encuentro con un anciano, emocionado porque un judo tambinse interesara vivamente por la tragedia de otro pueblo y quisiera escribir la historia. lquera que fuese un hijo del pueblo armenio mrtir quien escribiera sobre los judos.13 Grossman fue secundado en su eleccin, aproximadamente en la misma poca, porotro gran escritor de origen judo, el francs Andr Schwarz-Bart, que explicaba deeste modo por qu se haba interesado, a partir de Le Dernier des Justes , por el

    12 David Rousset y otros,Pour la vrit sur les camps concentrationnaires , Pars, Ramsay, 1990, pg.244.13 V Grossman,Dobro vam!, Mosc, Sovetskij Pisatel, 1967, pg. 270.

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    mundo de los esclavos negros: Un gran rabino a quien preguntaban: "Por qu si lacigea, en hebreo, fue llamada Hassida (piadosa) porque amaba a los suyos, estsituada, sin embargo, en la categora de las aves impuras?". Respondi: Porque slodispensa su amor a los suyos.14

    Mencionar finalmente a un polaco clebre, Marek Edelman, que fue, como sesabe, uno de los lderes del levantamiento del gueto, en Varsovia. Quisiera recordarahora su comentario lapidario acerca de la reciente guerra en Bosnia-Herzegovina: Esuna victoria pstuma de Hitler. Habra que reprochar al hroe de 1943 haber cadoen la trampa de la equiparacin? No le retiremos nuestra confianza porque no se trataen absoluto de eso. Sin embargo, antes que insistir en su papel de vctima delhitlerismo (o del estalinismo), Edelman ha preferido recordar el nexo comn, lalimpieza tnica, puesto que eso es lo que permite actuar en el presente.

    Es superfluo, lo hemos visto, preguntarse si es o no necesario conocer laverdad sobre el pasado: la respuesta es siempre afirmativa. Sin embargo, no soncoincidentes los objetivos a los que se intenta servir con ayuda de la evocacin delpasado; nuestro juicio al respecto procede de una seleccin de valores, en lugar dederivar de la investigacin de la verdad; hay que aceptar la comparacin entre losbeneficios pretendidos a travs de cada utilizacin particular del pasado. Recordemosde nuevo el proceso de David Rousset: quienes se oponan a su tentativa de lucharcontra los campos existentes no haban olvidado su experiencia pasada. Pierre Daix,Marie-Claude Vaillant-Couturier, los otros antiguos deportados comunistas, habanvivido el infierno de Mauthausen o de Auschwitz y el recuerdo de los campos estabamuy presente en sus memorias. Si se negaban a combatir el Gulag, no era debido auna prdida de memoria, sino a que sus principios ideolgicos se lo prohiban. Comodeca la diputada comunista, ella se negaba a considerar la cuestin porque saba

    que no existen campos de concentracin en la Unin Sovitica. De este modo, esosantiguos deportados se transformaban en verdaderos negacionistas, an mspeligrosos que quienes niegan hoy da la existencia de cmaras de gas, porque loscampos soviticos estaban por entonces en plena actividad y denunciarlospblicamente era el nico modo de combatirlos.

    Y no se trata tan slo de acciones abiertamente polticas, sino tambin deaqullas que se ufanan de los logros de la ciencia. No basta recomendar a los

    14 Citado en Alfred Grosser,Le Crime et la mmoire , Pars, Flammarion, 1989, pg. 239.

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    investigadores que se dejen guiar por la sola bsqueda de la verdad, sin preocuparsede ningn inters; por tanto, que establezcan tranquilamente sus comparaciones, paraapreciar las semejanzas y las diferencias, y que ignoren el uso que se har de susdescubrimientos. Quien crea que esto es posible sufre un anhelo de pureza extrema y

    est postulando un contraste ilusorio. El trabajo del historiador, como cualquier trabajosobre el pasado, no consiste solamente en establecer unos hechos, sino tambin enelegir algunos de ellos por ser ms destacados y ms significativos que otros,relacionndolos despus entre s; ahora bien, semejante trabajo de seleccin y decombinacin est orientado necesariamente por la bsqueda no de la verdad sino delbien. La autntica oposicin no se dar, por consiguiente, entre la ausencia o lapresencia de un objetivo exterior a la propia bsqueda, sino entre los propios ydiferentes objetivos de la misma; habr oposicin no entre ciencia y poltica, sino entreuna buena y una mala poltica.

    El culto a la memoria

    En este fin de milenio, los europeos, y en particular los franceses, estnobsesionados por un nuevo culto, a la memoria. Como si estuviesen embargados porla nostalgia de un pasado que se aleja inevitablemente, se entregan con fervor a ritosde conjuracin con la intencin de conservarlo vivo. Por lo que parece, un museo esinaugurado a diario en Europa, y actividades que antes tuvieron carcter utilitario hansido convertidas ahora en objeto de contemplacin: se habla de un museo de la crpeen Bretaa, de un museo del oro en Berry.. No pasa un mes sin que se conmemorealgn hecho destacable, hasta el punto de que cabe preguntarse si quedan bastantesdas disponibles para que se produzcan nuevos acontecimientos... que seconmemoren en el siglo XXI. Entre sus mismos vecinos, Francia se distingue por sudelirio conmemorativo, su frenes de liturgias histricas.15 Los recientes procesos

    por crmenes contra la humanidad, as como las revelaciones sobre el pasado dealgunos hombres de Estado, incitan a pronunciar cada vez ms llamamientos a lavigilancia y al deber de guardar memoria; se nos dice que sta tiene derechosimprescriptibles y que debemos constituirnos en militantes de la memoria.

    Esa preocupacin compulsiva por el pasado puede ser interpretada como signode salud de un pas pacfico donde no sucede, felizmente, nada (la Historia se hacetodos los das en la ex Yugoslavia: quin querra vivir all?), o como la nostalgia por

    15 Como las llama Jean-Claude Guillebaud,La Trahison des Lumires , Pars, Seuil, 1995, pg. 21.

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    una poca que ya no existe cuando Francia era una potencia mundial; sin embargo,puesto que ahora sabemos que estos llamamientos a la memoria no poseen en smismos legitimidad alguna mientras no sea precisado con qu fin se pretendeutilizarlos, podemos tambin preguntarnos sobre las motivaciones especficas de tales

    militantes. Algo que no han dejado de hacer, recientemente, varios comentaristasatentos (como Alfred Grosser, Paul Thibaud, Alain Finkielkraut, ric Conan y HenryRousso); dentro del mismo marco se inscriben las observaciones que siguen.

    En primer lugar, hay que sealar que la representacin del pasado esconstitutiva no slo de la identidad individual -la persona est hecha de sus propiasimgenes acerca de s misma- sino tambin de la identidad colectiva. Ahora bien,guste o no, la mayora de los seres humanos experimentan la necesidad de sentir supertenencia a un grupo: as es como encuentran el medio ms inmediato de obtener elreconocimiento de su existencia, indispensable para todos y cada uno. Yo soy catlico,o de Berry, o campesino, o comunista: soy alguien, no corro el riesgo de ser engullidopor la nada.

    Incluso si no somos particularmente perspicaces, no podemos no darnoscuenta de que el mundo contemporneo evoluciona hacia una mayor homogeneidad yuniformidad, y que esta evolucin perjudica a las identidades y pertenenciastradicionales. Homogeneizacin en el interior de nuestras sociedades debida, enprimer lugar, a un aumento de la clase media, a la necesaria movilidad social ygeogrfica de sus miembros, y a la extincin de la guerra civil ideolgica (losexcluidos, por su parte, no desean reivindicar su nueva identidad). Pero tambinuniformidad entre sociedades, a consecuencia de la circulacin internacionalacelerada de las informaciones, de los bienes de consumo cultural (emisiones de radioy televisin) y de las personas. La combinacin de las dos condiciones -necesidad de

    una identidad colectiva, destruccin de identidades tradicionales- es responsable, enparte, del nuevo culto a la memoria: al constituir un pasado comn, podemosbeneficiarnos del reconocimiento debido al grupo. El recurso del pasado esespecialmente til cuando las pertenencias son reivindicadas por primera vez: yo medeclaro de la raza negra, del gnero femenino, de la comunidad homosexual, siendopor tanto preciso que yo sepa quines son. Las nuevas reivindicaciones sern tantoms vehementes cuanto ms se sienta que van a contracorriente.

    Otra razn para preocuparse por el pasado es que ello nos permitedesentendernos del presente, procurndonos adems los beneficios de la buena

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    conciencia. Recordar ahora con minuciosidad los sufrimientos pasados, nos hacequiz vigilantes en relacin con Hitler o Petain, pero adems nos permite ignorar lasamenazas actuales -ya que stas no cuentan con los mismos actores ni toman lasmismas formas-. Denunciar las debilidades de un hombre bajo Vichy me hace

    aparecer como un bravo combatiente por la memoria y por la justicia, sin exponerme apeligro alguno ni obligarme a asumir mis eventuales responsabilidades frente a lasmiserias actuales. Conmemorar a las vctimas del pasado es gratificador, mientras queresulta incmodo ocuparse de las de hoy en da: A falta de emprender una accin realcontra el "fascismo" actual, sea real o fantasmagrico, el ataque se dirigeresueltamente contra el fascismo de ayer.16 Esta exoneracin de las preocupacionesactuales mediante la memoria del pasado puede ir ms lejos incluso: como escribeRezvani en una de sus novelas, la memoria de nuestros duelos nos impide prestaratencin a los sufrimientos de los dems, justificando nuestros actos de ahora ennombre de los pasados sufrimientos.17 Los serbios, en Croacia y en Bosnia,recuerdan de muy buen grado las injusticias de las que fueron vctimas susantepasados, porque ese recuerdo les permite olvidar -eso esperan- las agresionespor las que se convierten ahora en culpables; y no son los nicos en actuar de esemodo.

    Una ltima razn para el nuevo culto a la memoria sera que sus practicantesse aseguran as algunos privilegios en el seno de la sociedad. Un antiguo combatiente,un antiguo miembro de la Resistencia, un antiguo hroe no desea que su pasadoherosmo sea ignorado, algo muy normal despus de todo. Lo que s es mssorprendente, al menos a primera vista, es la necesidad experimentada por otrosindividuos o grupos de reconocerse en el papel de vctimas pasadas, y de quererasumirlo en el presente. Qu podra parecer agradable en el hecho de ser vctima?Nada, en realidad. Pero si nadie quiere ser una vctima, todos, en cambio, quieren

    haberlo sido, sin serlo ms; aspiran al estatuto devctima . La vida privada conoce bienese guin: un miembro de la familia hace suyo el papel de vctima porque, enconsecuencia, puede atribuir a quienes le rodean el papel mucho menos envidiable deculpables. Haber sido vctima da derecho a quejarse, a protestar y a pedir; excepto siqueda roto cualquier vnculo, los dems se sienten obligados a satisfacer nuestraspeticiones. Es ms ventajoso seguir en el papel de vctima que recibir una reparacinpor el dao sufrido (suponiendo que el dao sea real): en lugar de una satisfaccin

    16 Eric Conan y Henry Rousso,Vichy, un pass qui ne passe pas , Pars, Fayard, 1994, pg. 280.17 S. Rezvani,La Travease des Monts Noirs , Pars, Stock, 1992, pg. 264.

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    puntual, conservamos un privilegio permanente, asegurndonos la atencin y, portanto, el reconocimiento de los dems.

    Algo cierto en el caso de los individuos y ms an en el de los grupos. Si se

    consigue establecer de manera convincente que un grupo fue vctima de la injusticiaen el pasado, esto le abre en el presente una lnea de crdito inagotable. Como lasociedad reconoce que los grupos, y no slo los individuos, poseen derechos, hay quesacar provecho; ahora bien, cuanto mayor fuese el dao en el pasado, mayores sernlos derechos en el presente. En vez de tener que luchar para obtener un privilegio,ste es recibido de oficio por la sola pertenencia al grupo antes desfavorecido. De ahla desenfrenada competicin para lograr no la clusula de nacin ms favorecida,como entre pases, sino la del grupo ms desfavorecido. Los negros americanossuministran un ejemplo elocuente de semejante conducta. Vctimas sin discusin de laesclavitud y de sus secuelas, como la discriminacin racial, y deseosos de salir de esasituacin, se niegan en cambio a abandonar el papel de vctimas que les asegura unprivilegio moral y poltico duradero. Qu son seis millones de judos muertos, ademsfuera de Amrica!, parece preguntarse Louis Farrakhan, lder de la Nacin del Islam,cuando exclama: El holocausto de la poblacin negra ha sido cien veces peor que elholocausto de los judos. Cada grupo se considera la principal vctima.

    Es importante advertir que las gratificaciones obtenidas mediante el estatuto devctima no tienen por qu ser materiales; al contrario, las reparaciones acordadas porel responsable del infortunio, o por sus descendientes, permiten extender la deudasimblica. Eso es lo que cuenta y, a su lado, las ventajas materiales son irrisorias. Losbeneficios obtenidos por el miembro del grupo que ha adquirido el estatuto de vctimason de una naturaleza distinta, como ha sabido apreciar Alain Finkielkraut: Otroshaban sufrido, y como yo era su descendiente, recoga todo el beneficio moral. [...] El

    linaje me converta en el concesionario del genocidio, en su testigo y casi en suvctima. [...] Comparado con dicha investidura, cualquier otro ttulo me parecamiserable o ridculo.18

    El culto a la memoria no siempre sirve a la justicia; tampoco es forzosamentefavorable para la propia memoria. Ha habido en Francia, estos ltimos aos, unosprocesos judiciales por crmenes contra la humanidad, que, al parecer y segn se nosdeca, reanimaran la memoria nacional. Sin embargo, algunas voces, como la de

    18 Alain Finkielkraut,Le Juif imaginaire , Pars, Seuil, 1980, pg. 18 (trad. cast.:El judo imaginario ,Barcelona, Anagrama, 1982, pgs. 19-20).

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    Simone Veil o Georges Kiejman, se han alzado para preguntarse -me parece que conrazn- si eran absolutamente necesarios los procesos judiciales para mantener viva lamemoria. Adems de que existe el riesgo de hacer justicia para servir de ejemplo, porla enseanza que pudiese derivarse, hay otros lugares donde la memoria se preserva:

    en las conmemoraciones oficiales, la enseanza escolar, losmass media , los libros dehistoria. El desembarco de 1944 fue celebrado estruendosamente, estando presenteen todas las memorias; habra sido necesario que hubiese, adems, un proceso judicial para que nos acordemos mejor?

    Pero, sobre todo, no es seguro que tales procesos judiciales sean muy tilespara la memoria, que ofrezcan una imagen precisa y matizada del pasado: lostribunales son menos adecuados para esa labor que los libros de historia. Al aceptar elprocesamiento de Barbie por sus acciones contra los miembros de la Resistencia, noslo se tergiversaba el Derecho, que distingue entre crmenes de guerra y crmenescontra la humanidad; tampoco se haca ningn servicio a la memoria: es un hecho queBarbie torturaba a los miembros de la Resistencia, pero stos hacan otro tantocuando se apoderaban de un oficial de la Gestapo. Adems, la tortura fue usadasistemticamente por el ejrcito francs, despus de 1944, por ejemplo en Argelia, ysin embargo nadie ha sido condenado por esa razn por crmenes contra lahumanidad. Por otra parte, la eleccin de un polica alemn para el primer proceso deese tipo haca menos visible la implicacin de los franceses en la poltica nazi, en untiempo en que los milicianos eran, al decir de numerosos testigos, peores que losalemanes.

    Finalmente, no haba sido enturbiada la significacin histrica de esos actospor la presencia de testigos como Marie-Claude Vaillant-Couturier, antigua deportadade Auschwitz que tambin se haba distinguido por su lucha contra las revelaciones

    sobre el Gulag? En el proceso Touvier, la presencia del letrado Nordmann entre losabogados de las partes civiles tena un efecto del mismo orden: este jurista, defensordesignado por el PCF durante largos aos, haba ganado fama por un comportamientoparticularmente agresivo en el curso de los procesos Kravchenko y Rousset, en 1948 y1949, cuando era cuestin de negar la existencia de campos en la URSS. Se puedencondenar los campos en un sitio, defendindolos en otro lugar? Para esto debe servirla memoria? Es cierto que en el tribunal de Nuremberg los representantes de Stalinparticipaban en el juicio a los colaboradores de Hitler, situacin particularmente

    obscena puesto que unos y otros eran culpables de crmenes igualmente atroces.

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    En la actualidad ya no hay redadas de judos ni campos de exterminio. Noobstante, tenemos que conservar viva la memoria del pasado: no para pedir unareparacin por el dao sufrido sino para estar alerta frente a situaciones nuevas y sinembargo anlogas. El racismo, la xenofobia, la exclusin que sufren los otros hoy en

    da no son iguales que hace cincuenta, cien o doscientos aos; precisamente, ennombre de ese pasado no debemos actuar en menor medida sobre el presente. Hoymismo, la memoria de la Segunda Guerra Mundial permanece viva en Europa,conservada mediante innumerables conmemoraciones, publicaciones y emisiones deradio o televisin; pero la repeticin ritual del no hay que olvidar no repercute conninguna consecuencia visible sobre los procesos de limpieza tnica, de torturas y deejecuciones en masa que se producen al mismo tiempo, dentro de la propia Europa.Alain Finkielkraut seal no hace mucho que la mejor manera de conmemorar elquincuagsimo aniversario de la redada de Vel' d'Hiv' sera, ms que clamando unatarda solidaridad con las vctimas de antao, combatiendo los crmenes cometidos porSerbia contra sus vecinos. Aquellos que, por una u otra razn, conocen el horror delpasado tienen el deber de alzar su voz contra otro horror, muy presente, que sedesarrolla a unos cientos de kilmetros, incluso a unas pocas decenas de metros desus hogares. Lejos de seguir siendo prisioneros del pasado, lo habremos puesto alservicio del presente, como la memoria -y el olvido- se han de poner al servicio de la justicia.