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Revista de culturaAño XXVIII • Número 81

Buenos Aires, abril de 2005ISSN 0326-3061 / RNPI 159207

DirectoraBeatriz Sarlo

SubdirectorAdrián Gorelik

Consejo EditorRaúl BeceyroJorge DottiRafael FilippelliFederico MonjeauAna PorrúaOscar TeránHugo Vezzetti

Diseño:Estudio Vesc y Josefina Darriba

Difusión y representación comercial:Darío Brenman

Distribución: Siglo XXI Argentina

Composición, armado e impresión:Nuevo Offset, Viel 1444, Buenos Aires.

Suscripción anualPersonal Institucional

Argentina 24 $ 50 $Países limítrofes 20 U$S 40 U$SResto del mundo 30 U$S 50 U$S

Punto de Vista recibe toda sucorrespondencia, giros y cheques a nombre deBeatriz Sarlo, Casilla de Correo 39,Sucursal 49, Buenos Aires, Argentina.

Teléfono: 4381-7229Internet: BazarAmericano.comE-mail: [email protected]

81Sumario

Las ilustraciones de este númeroprovienen de la obra “Un solodibujo”, de Eduardo Stupía (BuenosAires, 1951). Se trata de la generaciónde una serie de obras autónomas(36, en este caso) a partir de lafragmentación arbitraria deun dibujo originario.La obra, con todas susmultiplicaciones y derivaciones,estuvo expuesta en la PapeleraPalermo / Casa de Oficios hastamarzo de 2005.

1 Punto de Vista, La partida de Susan Sontag

2 Martín Plot, Indivisible

8 Judith Butler, Explicación y exculpación

14 Raúl Beceyro, Rafael Filippelli, Hernán Hevia,Martín Kohan, Jorge Myers, David Oubiña,Santiago Palavecino, Beatriz Sarlo, SilviaSchwarzböck, Graciela Silvestri,Cine documental: la objetividad en cuestión

24 Ana Porrúa, César Aira: implosión y juventud

30 Alberto Sato, Demolición y clausura

35 Entrevista a Eduardo Passalacqua, por AdriánGorelik, Buenos Aires: el fracaso de la autonomía

42 Emilio Tenti Fanfani, La educación escolar y lanueva “cuestión social”

1

La muerte de Susan Sontag nos tocade modo particular y, por eso, des-pués de todo lo que se ha escrito, de-cidimos agregar algunas líneas. Mu-chos de los que hacemos Punto de Vis-ta admiramos a Sontag por susartículos pioneros sobre Godard yBresson, por su teoría del camp (unverdadero clásico que describe, antesde que se convirtiera en tema de tesisdoctorales, una sensibilidad), por susintervenciones sobre la pornografía osobre cuestiones de teoría crítica, es-tética y literatura (fue una de las pri-meras lectoras de Sebald). La más eu-ropea de los ensayistas norteamerica-nos contemporáneos, Sontag prolongabasin embargo una línea con la que a lavez discutía, la de Lionel Trilling, Cle-ment Greenberg, Edmund Wilson, opara decir un nombre en el que quizáSontag no habría pensado, la de Ri-chard Morse. Sensible como pocos ala fenomenología de la cultura moder-na, no se sometió a los caprichos desus capítulos finales ni, mucho me-nos, a la deriva posmoderna. Todo es-to se dirá de Sontag y se seguirá es-cribiendo sobre lo que ella escribió,muchas veces lapidaria.

Sin embargo, no es por eso queabrimos este número de Punto de Vis-ta recordándola. Es su condición deintelectual la que provoca estas líne-as, y de intelectual en un país comoEstados Unidos donde es difícil el ejer-cicio de la crítica más allá de las ins-tituciones académicas o de los littlemagazines. Sontag logró, como NoamChomsky y como Edward Said, unadimensión pública en un país dondela esfera pública es renuente a los dis-cursos intelectuales. Si las interven-ciones de Chomsky son fundamental-mente políticas y no tocan el campode su formación lingüística ni de losaportes a la disciplina; si Said fue du-

La partida de Susan Sontag

rante muchos años vocero oficial delos palestinos en Nueva York, las in-tervenciones políticas de Sontag sesostuvieron en el prestigio adquiridocomo crítica de la cultura contempo-ránea. Es decir que Sontag transfirióde un campo a otro el prestigio gana-do y supo hacerlo con un equilibrioaustero que le permitió mantenerse tanfirme en una como en otra dimensiónde escritura.

Desde el comienzo, no fue una aca-démica, a diferencia de Chomsky y deSaid, sino, para decirlo con la expre-sión con que se designan en el merca-do, una freelance writer (HannahArendt cubriendo para el New Yorkerel juicio de Eichmann en Jerusalem ha-ce pensar en las potencialidades de lacultura liberal norteamericana justamen-te allí donde eso parece, al mismo tiem-po y sin exageración, imposible). Estola liberó de las pequeñas disputas dis-ciplinarias de la academia, que acom-pañan los grandes debates como unaespecie de esquema organizativo pará-sito, donde se emplea más pasión queen las ideas puestas en juego.

También esto potencia la curiosi-dad de Sontag por los acontecimien-tos estéticos más diferentes: no estácondenada a ellos profesionalmente ypuede escribir sobre ellos con la sol-tura del ensayista. Por supuesto, Son-tag figura entre los mejores ensayistasnorteamericanos de las últimas déca-das, en primer lugar por el estado dealerta permanente ante la actualidad,esa cualidad que le permite situarsede modo estrictamente contemporáneoal presente y no por eso sucumbir alsnobismo de la novedad. También loes por su defensa de la alta cultura,sin concesiones y sin elitismo, algodifícil de conseguir porque las conce-siones y el elitismo parecen ser cami-nos en apariencia divergentes que ter-

minan intersectándose. Excepto en susobras literarias (sobre las que valdríala pena discutir, como sobre las deUmberto Eco, si fuera posible), Son-tag no practicó de manera convencio-nal ninguna de las ideologías a la mo-da: fue una feminista sin la exaspera-ción de la primera ola ni la blandurade la segunda; fue una crítica que tu-vo como objetos de elección la van-guardia y las nuevas sensibilidades pe-ro también se planteó ensayos de in-terpretación social, con base en lahistoria de las configuraciones simbó-licas, como La enfermedad y sus me-táforas; supo revisar las posiciones queenvían, de modo indefectible, toda re-petición (de fotografías, de textos sig-nificativos) a la insustancialidad.

Lo que hoy mueve estas líneas esla desaparición de una figura de inte-lectual: Sontag en Vietnam, en Pales-tina, Sontag en Sarajevo poniendo unaobra de Beckett entre las ruinas: esasson las pruebas del riesgo físico al quese sometió. Pero limpiándolas de lasospecha de una aventura cualquierade la notoriedad, están sus posicionessobre política exterior norteamerica-na, nítidas, reflexivas y valerosas, quele trajeron el repudio de la derecha ylas agresiones de quienes, por fin, po-dían decir abiertamente que esa mujerno era suficientemente norteamerica-na y quizá tuvieran razón: ella no per-tenecía a los Estados Unidos de la ine-quidad y la violencia globales.

Susan Sontag murió a fines del2004 y había nacido en 1933, año mal-dito para Alemania y Occidente (“Hit-ler es el sujeto del siglo XX”, dijo apropósito del film de Syberberg). Lasfechas señalan un arco del tiempo, enel que quedamos inscriptos y que Son-tag contribuyó a descifrar.

Punto de Vista

2

Indivisible

Martín Plot

I

Los guardias nos decían: “Podríamosmatarlos en cualquier momento. Elmundo no sabe que ustedes están acá.Nadie sabe que ustedes están acá. To-do lo que saben es que están desapa-recidos. Nosotros podríamos matarlosy nadie se enteraría”.1

En 1979, un editorial del Buenos Ai-res Herald acertadamente pronostica-ba que las violaciones a los derechoshumanos de los tres años previos se-rían el gran tema nacional de los diezque les seguirían. Hoy, pasado untiempo semejante desde el inicio enlos Estados Unidos de una “guerra

contra el terrorismo” que se ha basa-do en gran parte en una política siste-mática de secuestros y torturas en cen-tros clandestinos y no clandestinos dedetención en Estados Unidos, Afga-nistán, Irak, Guantánamo y otros lu-gares, lamentablemente no creo estaren condiciones de repetir el pronósti-co que el Herald hizo para la Argen-tina veinticinco años atrás. La formaen la que la sociedad estadounidenseparecería más bien dispuesta a no ocu-parse demasiado de algo que es ya co-nocido por todos fue sintetizada conbastante precisión en otro editorial, es-ta vez del New York Times, en el queBob Herbert decía: “Lo que consterna

es la manera en que la administración[Bush] ha aprovechado toda oportuni-dad desde el 11 de septiembre de 2001para usar el noble lenguaje de la liber-tad, la democracia y el estado de de-recho mientras que, en secreto, aplicapolíticas que son injustas y profunda-mente inhumanas. Es política de losEstados Unidos privar de debido pro-ceso a los detenidos en el escandalosocampo de interrogación de Guantána-mo, Cuba, donde los prisioneros, mu-chos de los cuales han resultado serinocentes, son rutinariamente tratadosde forma cruel y degradante. EstadosUnidos está también desarrollando lacondenable práctica conocida comorendición extraordinaria, por la quesospechosos de terrorismo son secues-trados y enviados, para su interroga-ción, a países donde se practica la tor-tura. Y la CIA utiliza prisiones clan-destinas locales o centros de detenciónubicados en otros países para los lla-mados detenidos de alto valor. Cual-quiera puede imaginar lo que ocurreen esos lugares. Es probable que lamayoría de los americanos prefiera noenterarse de estas prácticas, que sonni más ni menos que células malignasesparciéndose por el alma nacional. Lanegación es, a menudo, la primera res-puesta a las realidades más dolorosas.Pero muchos americanos también sa-ben lo que ocurre cuando ignoramos

1. Testimonio de Shafiq Rasul, ex detenido enel campo de Guantánamo. Todas las traduccio-nes de citas en inglés son mías.

3

la existencia de un cáncer”.2 En uneditorial posterior, el mismo autor, aúnmás desesperado por la falta de reac-ción ante las violaciones de derechoshumanos de las que se tiene noticiafrecuente, se pregunta insistentemen-te: “Como nación, ¿tienen los EstadosUnidos una conciencia? ¿O es que to-do está justificado en la América post11 de septiembre? ¿Si la tortura y lanegación de debido proceso son justi-ficables, por qué no el asesinato?Cuando el gobierno puede simplemen-te hacer desaparecer gente –puede ha-cerlo y lo hace–, ¿cuál es la línea quenosotros, como nación, no cruzaría-mos? [¿Cuántos] ciudadanos han de-saparecido a manos de la administra-ción Bush? ¿Cuántos han sido envia-dos, cual víctimas de una turba delinchamiento, a centros de tortura enel exterior? ¿Cuánta gente está deteni-da en las prisiones secretas de la CIAen otros países?”3

Las preguntas que algunos pocostienen el coraje de formular hoy sonmuy similares a las que, una vez, otrospocos se hicieron en latitudes más aus-trales. Pero, obviamente, ahora el co-raje requerido es de una naturaleza porcompleto diferente, y los medios decomunicación donde aparecen estaspreguntas son de una relevancia mu-cho mayor que la de aquellos pocosmedios que se animaron a denunciarlas violaciones a los derechos huma-nos en la Argentina.4 El coraje que senecesitaba en Argentina era el de de-safiar posibles represalias que podíanadoptar la forma del secuestro o el ase-sinato, peligros que personas como Ro-bert Cox o James Neilson del BuenosAires Herald enfrentaron durante losaños de la dictadura. El coraje que serequiere hoy en los Estados Unidos esel de desafiar un statu quo incapaz deliberarse de la camisa de fuerza dis-cursiva con la que, eficazmente, la ad-ministración Bush ha rodeado el espa-cio público norteamericano desde el11 de septiembre de 2001. Pero laspreguntas no sólo refieren a una situa-ción discursiva en la que ni actorespolíticos ni medios de comunicación–a más de tres años de los primerosindicadores de cuál sería la metodolo-gía en la lucha antiterrorista–5 han lo-grado plantear seriamente una alter-

nativa a la concepción oficial. Las pre-guntas se refieren también a la magni-tud concreta de la acción estatal ex-tralegal, un aspecto que resulta impres-cindible develar y que laadministración ha logrado, hasta aho-ra exitosamente, sustraer al escrutiniopúblico.

Más aún, la administración Bush ylos diseñadores de la estrategia de de-saparición, tortura y detención indefi-nida,6 paradójicamente pueden estarbeneficiándose por la falta de una cul-tura de derechos en Irak en particulary en el mundo islámico en general–consideración que también puede ca-berle al estatuto precario de una frac-ción significativa de la comunidad deorigen musulmán en los Estados Uni-dos, situación que coloca a sus miem-bros en una condición efectiva de sta-telessness, como diría Arendt,7 y porlo tanto al margen de la población conderecho a tener derechos, que es laciudadanía norteamericana en general.Esto se relaciona además con la deci-sión sobre qué hacer con los prisione-ros una vez agotada su utilidad para lamaquinaria de interrogación, que re-sulta un aspecto fundamental de la si-tuación de los detenidos en Camp Del-ta (Guantánamo), Camp Bucca, AbuGhraib y Camp Cropper (Irak)8 y mu-chos otros centros de detención, debi-do a que Estados Unidos no cuentacon la posibilidad cierta de su exter-minio, dado que lo que ocurriría tantoen la opinión pública nacional e inter-nacional como en el plano de las rela-ciones diplomáticas con otros estadossería catastrófico. De todas maneras,la falta de una cultura de derechos yel carácter de statelessness de muchosdetenidos podrían facilitar el silencio-so retorno a sus hogares de un grannúmero de aquellos sometidos a abu-sos y tortura durante los últimos años.Estos ex detenidos probablementeaceptarán como natural el ejercicio in-discriminado de la violencia por partede una fuerza de ocupación en unasituación de guerra.

Un ejemplo de cómo la diferenciaentre individuos con o sin experienciaen el goce de derechos puede resultarsignificativa a la hora de determinarel alcance potencial de la denuncia pú-blica de atrocidades, que la actual ad-

ministración norteamericana enfrenteen un futuro, es lo excepcional de laactitud adoptada por algunos de lospocos liberados del centro de deten-ción en Guantánamo. Por un lado, apesar de ser ya muy grande la canti-dad de ciudadanos iraquíes que hanpasado por centros de detención de lasfuerzas de ocupación –de los cuales,según informes oficiales de las mis-mas fuerzas armadas estadounidensesy de la prensa independiente, más deun 80% resultan ser inocentes de todaparticipación, militante o de apoyo, enla insurgencia armada–, son pocas lasvoces de denuncia en términos de vio-lación de derechos que se han hechooír en Irak. La práctica estadouniden-se de detención indiscriminada, en ba-rrios “difíciles”, de hombres en edadde combatir, y su posterior abuso ytortura en los centros de detención, haprofundizado de una manera decisivala hostilidad iraquí ante la ocupaciónpero no ha generado un movimientode derechos ni parecería plantearse laposibilidad de denunciar dicha políti-ca a la justicia, local o internacional.En cambio, los pocos detenidos que,

2. Bob Herbert, “Iraq, Then and Now”, NewYork Times, 21 de febrero de 2005.3. Bob Herbert, “It’s Called Torture”, New YorkTimes, 28 de febrero de 2005.4. En una entrevista realizada en 1993, RobertCox opinaba que, si medios como Clarín o LaNación se hubiesen hecho eco de lo que ellosdenunciaban en el Buenos Aires Herald, la ma-sacre no hubiese alcanzado las dimensiones quealcanzó. Ver “The Press Under the Dictator-ship”, en http://ukinet.com/media/text/cox-press.htm.5. Ver la orden militar del presidente Bush del13 de noviembre de 2001: “Detention, Treat-ment, and Trial of Certain Non-Citizens in theWar Against Terrorism”, en http://www.white-house.gov/news/releases/2001/11/20011113-27.html.6. Para una mirada distinta sobre el mismo fe-nómeno ver el interesante ensayo de Judith But-ler, “Indefinite Detension” incluido en Preca-rious Life, Londres, Verso, 2004. “Explanationand Exoneration”, del mismo libro, ha sido tra-ducido e incluido en este número de Punto deVista.7. Ver Hannah Arendt, The Origins of Totalita-rianism, New York, Harcourt, 1973; y Eich-mann in Jerusalem, New York, Penguin, 1994.8. Según la información más reciente, estos trescampos de detención tienen hoy unos 6.000,3.000 y 2.000 prisioneros respectivamente. VerEdward Wong, “American Jails in Iraq Burs-ting With Detainees”, The New York Times, 4de marzo de 2005.

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sobre todo en Guantánamo, son ciu-dadanos canadienses, australianos, bri-tánicos o franceses, han demostradouna actitud enteramente diferente unavez liberados.9 Como no son statelesspersons y, además, habían vivido yregresaban a sociedades con una ex-tensa historia de reconocimiento de de-rechos, estos ex detenidos, proporcio-nalmente muy escasos, no bien aban-donan el campo denuncian los abusosa los que fueron sometidos y encuen-tran, en dichas sociedades, institucio-nes y prácticas capaces de procesardichas denuncias.10 Gracias a ello, mu-chos de estos ex detenidos ya han ini-ciado causas judiciales contra el esta-do norteamericano, cosa que no haocurrido y difícilmente ocurrirá en Irako Afganistán.

Por el momento parecería poderafirmarse que la muerte de detenidosen prisiones estadounidenses se pro-duce casi exclusivamente en circuns-tancias que los interrogadores norte-americanos quieren, por lo general,evitar: durante la sesión de tortura. Loscasos conocidos con certeza son po-cos, pero la sospecha de un númeromayor y en definitiva indeterminadode casos es unánime en las organiza-ciones de derechos humanos con vozen los Estados Unidos –Human RightsWatch, Amnesty International, laAmerican Civil Liberties Union, TheCenter for Constitutional Rights y laCruz Roja Internacional. Para las fuer-zas armadas y de seguridad norteame-ricanas, el objetivo principal del se-cuestro, la concentración de detenidosy la tortura inmediata y prolongada esobtener información acerca de las ac-tividades insurgentes en Irak y Afga-nistán y de la existencia de células te-rroristas en Estados Unidos u otroslugares bajo efectivo control norteame-ricano. De todas maneras, dado que elexterminio de los miles de detenidosque hoy están en poder de los EstadosUnidos no parece ser parte de la polí-tica oficial, la cuestión era decidir quéhacer con aquellos que ya han agota-do su capacidad de contribuir con in-formación, puesto que seguramente al-gunos volverían –o se unirían comoresultado de la experiencia– a la luchay no todos retornarían silenciosamen-te a sus hogares sin denunciar públi-

camente las atrocidades sufridas. Enesa encrucijada nació el sistema doc-trinario que pone la detención indefi-nida de combatientes en relación conuna guerra contra el terrorismo cuyofin es indeterminable objetivamente.

Este aparato doctrinario es suma-mente complejo, pero se pueden defi-nir dos elementos que lo estructuran.En primer lugar, dada la visibilidadpública global que tiene la “guerracontra el terrorismo”, la posibilidad deeliminar a los detenidos incapaces deseguir proveyendo información se re-duce a casos muy específicos, pero nopuede ser aplicada de modo indiscri-minado. Debido a esta situación la ad-ministración Bush ha creado una cate-goría de prisioneros sui generis.11 Losdetenidos en la guerra contra el terro-rismo no son ni prisioneros de guerrani acusados de crímenes. Si fuesen pri-sioneros de guerra, las convencionesde Ginebra autorizarían su detencióndurante la duración del conflicto peroimpedirían su uso como fuente de in-formación extraída en interrogatorios,dado que en este marco legal los pri-sioneros son meramente mantenidos encautiverio para evitar que vuelvan aunirse a la lucha. Por otro lado, si losdetenidos fuesen acusados de críme-nes de cualquier tipo se los podría in-terrogar, pero habría que hacerlo enun estrado judicial y los acusados ten-drían derechos y garantías jurídicosque los protegerían del arresto arbitra-rio y de las detenciones prolongadasindefinidamente con independencia detodo proceso judicial, además de otor-garles acceso a una defensa legal yprotección contra el maltrato y la apli-cación de tortura. En estas circunstan-cias, la administración Bush decidiócrear unilateralmente la categoría de“combatiente extralegal”–categoríaque tiene existencia discursiva peroque carece de toda pretensión de in-gresar seriamente en el sistema jurídi-co local o internacional, dado que notiene sanción parlamentaria y los jue-ces están, poco a poco, haciendo ex-plícita su inexistencia jurídica. Loscombatientes extralegales son deteni-dos en tiempos de conflicto bélico pe-ro no son miembros formales de lasfuerzas armadas de una nación o esta-do signatario de las convenciones de

Ginebra. Debido a esto, según la ad-ministración Bush, estos detenidos nogozan de las protecciones de las con-venciones y, por lo tanto, pueden serinterrogados por sus captores. Por otrolado, como los detenidos son de todasmaneras prisioneros producto de unaguerra, pueden ser retenidos indefini-damente y no necesitan ser acusadosde ningún delito en particular ni serhallados culpables de nada –en conse-cuencia, no es necesario reconocerlesderecho a debido proceso o permitir-les ningún tipo de acceso a un aseso-ramiento legal o el más mínimo con-tacto con el mundo exterior al campo.Esta es la situación de detención inde-finida en la que se encuentran los pri-sioneros del campo de concentraciónde Guantánamo y de los muchos cen-tros de detención bajo control estadou-nidense esparcidos por distintos luga-res de los Estados Unidos y el mundo.

El segundo elemento fundamentalde este aparato doctrinario es el ca-rácter indeterminado que tiene la “gue-rra contra el terrorismo”. Dado queconcluirá cuando lo determine un po-der ejecutivo carente de toda limita-ción real en tiempos de guerra –en lajurisprudencia norteamericana, el po-der judicial tiende a autoexcluirse detoda intromisión en la conducción dela guerra por parte del poder ejecuti-vo, dedicándose sólo a revisar sus ac-ciones una vez terminado el conflic-to–,12 los detenidos, a pesar de que lamayoría no puede ser eliminada, pue-den ser mantenidos en un limbo judi-cial y una localización sustraída de to-do contacto con el mundo exterior porel tiempo que dure la guerra. Y dado

9. Es preocupante que la situación de los pocosex detenidos de ciudadanía norteamericana seamás parecida a la de aquellos liberados en Irako Afganistán que a la de los liberados en Cana-dá o Gran Bretaña, pero es probable que esesea un indicador importante de las tendenciasen las que la sociedad se encuentra atrapada.10. Ver Rachel Meeropol (ed.), America’s Di-sappeared, New York, Center for Constitutio-nal Rights and Human Rights Watch, 2005.11. Ver Karen Greenberg y Joshua Dratel, TheTorture Papers, New York, Cambridge Univer-sity Press, 2005; y Mark Danner (ed.), Tortureand Truth, New York, New York ReviewBooks, 2004.12. Ver Andrew Arato, “The Bush Tribunalsand the Specter of Dictatorship”, Constellations,vol. 9, número 4, 2002.

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que esta guerra no tiene un enemigodeclarado sino que está basada en laprolongación indefinida de los efectosdel 11 de septiembre de 2001–una ac-ción que sigue operando como justifi-cación de todo aquello que se le aso-cie legítima o ilegítimamente–, su du-ración está atada más a la efectividadde una formación discursiva que a losacontecimientos que ocurran en uno omuchos campos de batalla. Es a estaformación discursiva a la que me abo-caré a continuación.

II

One Nation, under God, indivisible.13

En la semana posterior a las eleccio-nes presidenciales de los Estados Uni-dos, el año pasado, una encuesta deboca de urna de la CNN y Edison Me-dia Research conmovió al mundo po-lítico. Aparentemente, decían los en-cuestadores, las elecciones no habían

sido decididas por el tema que se su-ponía fundamental –la guerra contrael terrorismo y la invasión a Irak, quela administración Bush presentó y pre-senta como marco general y frente par-ticular de una misma gran confronta-ción global–, sino por algo completa-mente inesperado: la cuestión moral ylos value voters. La encuesta pregun-taba cuál había sido el tema decisivoen la determinación del voto y ofrecíacuatro respuestas posibles de las cua-les se podía elegir sólo una. Los re-sultados fueron, según los encuesta-dores, asombrosos: un 22% decía quelo decisivo eran los “temas morales”;un 20%, “la economía”; un 19%, “elterrorismo”; y un 15%, “Irak”. Loasombroso, por supuesto, es que unaencuesta que arroja ese tipo de resul-tados –y que formula ese tipo de pre-guntas– sea tomada en serio. Para cual-quier observador no atrapado en lamiopía empirista de la ciencia y el pe-riodismo político de estos tiempos esobvio que esta pregunta y sus posi-

bles respuestas simplemente otorgabana los encuestados la opción de codifi-car de una forma alternativa su voto aBush (los temas morales y el terroris-mo) o a Kerry (la economía e Irak),aportando solamente el valor de for-zar la desagregación temática del re-sultado general de las elecciones. Pe-ro lo que ocurre es que la desagrega-ción del proceso de agregaciónpolítico, que es toda campaña electo-ral, no sólo viene limitada de origenpor el intento de tratar de subdividiren unidades elementales lo que en re-alidad es una Gestalt general sino quetambién expone a ese proceso al ries-go de ser interpretado, y no solamen-te identificado, desagregadamente. Enpocas palabras, la lectura dominantede esta encuesta puede haber ignora-do lo que quizás sea su único aportesignificativo, esto es, el de iluminar laarticulación –no la separación– entrela temática de los valores morales y eltemor al terrorismo. Si esto es así, esposible que la conmoción sufrida porlos establishments político y periodís-tico ante la encuesta, en realidad ten-ga el mérito, desde un punto de vistadiferente al ofrecido por encuestado-res y actores políticos, de echar luzsobre una dimensión más fundamen-tal del presente político y cultural delos Estados Unidos.

El 13 de septiembre de 2001, PatRobertson, fundador de la ChristianCoalition y conductor de un programatelevisivo de la derecha cristiana lla-mado The Club 700, y el reverendoJerry Falwell, pastor de la mismaorientación teológico-política, analiza-ron en el aire los trágicos aconteci-mientos que acababan de ocurrir enlas ciudades de Nueva York y Was-hington. En ese contexto, Robertsondijo: “Y nosotros que pensábamos queéramos invulnerables... Hemos insul-tado a Dios desde el nivel más altodel gobierno [léase Clinton] y ahoranos preguntamos ‘¿Por qué nos pasaesto?’ Bien, lo que ocurre es que Diostodopoderoso está dejando de prote-gernos... Pienso que estamos en la an-tesala del terror. No hemos ni siquieraempezado a ver lo que pueden llegar

13. [Una nación, bajo Dios, indivisible.] Jurade la bandera de los Estados Unidos.

6

a hacer a la población”.14 A lo queFalwell respondió: “Coincido total-mente contigo acerca de que el Señornos ha protegido maravillosamente es-tos 225 años... Me temo que, comodijo ayer Donald Rumsfeld, el Secre-tario de Defensa, esto es sólo el co-mienzo. Y con las armas biológicasdisponibles para estos monstruos y si,en efecto, Dios continúa retirándonossu protección, esto quizás permita alos enemigos de América darnos loque probablemente nos merecemos...Y la American Civil Liberties Uniontiene gran parte de la culpa... [Y] losabortistas también tienen que ser res-ponsabilizados por esto, porque Diosno puede ser desafiado... Realmentepienso que los paganos, y los abortis-tas, y las feministas, y los gays y laslesbianas que están tratando activa-mente de crear un estilo de vida alter-nativo... [a ellos] yo les apunto a lacara y les digo: ‘Ustedes ayudaron aque esto sucediera’. [Pat] has notadoque ayer la ACLU y todos los queodian a Cristo... fueron totalmente re-chazados por demócratas y republica-nos en el congreso cuando [los repre-sentantes] salieron a las escalinatas yen un rezo llamaron a Dios y cantaron‘God Bless America’ y dijeron ‘quela ACLU sea colgada’. En otras pala-bras, cuando la nación es puesta derodillas, la única cosa normal y natu-ral y espiritual que hay que hacer eslo que deberíamos hacer todo el tiem-po –acudir a Dios”.15

Me resulta comprensible que estasapocalípticas y desencajadas manifes-taciones de odio e intolerancia cultu-ral hayan sido descartadas en su mo-mento por muchos intérpretes comomarginales y poco representativas.16

De todas maneras no es cierto que laforma y el contenido sustancial de es-tas expresiones no formen parte de unadimensión históricamente significati-va, y sin dudas en ascenso, de la au-topercepción de la sociedad norteame-ricana. Andrew Murphy, por ejemplo,en un sutil trabajo sobre la relaciónentre los relatos de declinación moraly el castigo divino en los Estados Uni-dos, ilumina este punto.17 Afirma que“las premisas implícitas [en este tipode interpretación del 11 de septiem-bre] están mucho más profundamente

entremezcladas con la noción de losEstados Unidos como ‘pueblo elegi-do’ y ‘una nación bajo Dios’ –y porlo tanto son más fundamentalmente eincómodamente americanas– de lo quemuchos críticos quisieran admitir”.18

Más aún, una revisión detallada de lasprincipales características de las de-claraciones públicas y las decisionespolíticas más significativas de la ad-ministración Bush muestra que, lejosde ser marginal, este tipo de interpre-tación fue más bien estructurante delas representaciones dominantes delmomento crucial que Estados Unidosestaría viviendo en el período abiertopor los atentados terroristas del 11 deseptiembre. La principal fuerza detrásde la furia y la coherencia con las quela derecha religiosa se ha convertidoen el principal agente configurador delas políticas interiores de la adminis-tración –principalmente la ofensivacontra el aborto, la reforma constitu-cional para ilegalizar los matrimonioshomosexuales, el desvío de recursosde servicios públicos hacia institucio-nes religiosas, el acoso permanente ala separación entre la iglesia y el es-tado, y la prohibición de la investiga-ción científica con células embriona-rias–,19 y la disciplina con la que estosmismos sectores, hasta no hace mu-cho tiempo profundamente antisemi-tas, se volvieron abanderados de laalianza del equipo de gobierno con elpartido Likud en Israel con el propó-sito de “esparcir por la faz de la tierrala libertad que el todopoderoso regalóa la humanidad”,20 son aspectos de lamisma constelación de sentidos abier-tos por el 11 de septiembre, de la quelos comentarios de Robertson y Fal-well son una expresión constitutiva.

Luego del 11 de septiembre la iz-quierda ideológica de los Estados Uni-dos, por lo general ignorada, logrócierta notoriedad al formular pública-mente una pregunta que pocos se ani-maban a hacer: ¿por qué ha pasadoesto? ¿por qué nos odian? El proble-ma es que, para la izquierda, se trata-ba básicamente de una pregunta retó-rica cuya respuesta resultaba eviden-te: nos odian porque somos imperialistasy las acciones del 11 de septiembreson representativas del odio que sien-ten por nosotros los pueblos oprimi-

dos. El problema es que para la socie-dad norteamericana, fuertemente im-pactada por la atrocidad de un atenta-do terrorista que había mostrado suhorror ante los ojos de todos, no erauna pregunta retórica sino real, y surespuesta una cuestión de vida o muer-te. Más aún, el problema es que laspreguntas retóricas suelen convencera quienes las formulan de que susrespuestas son conocidas de antema-no –la característica fundamental dela ideología, también según nos ense-ñó Arendt– y, por lo tanto, la izquier-da cometió el error de sustraerse aldebate real que debía darse ante la ne-cesidad de desarrollar la política deestado que, sin duda, respondería a unacontecimiento de esa envergadura. Y,como ya todos sabemos, la respuestaque se materializó en políticas con-cretas no fue la que la izquierda teníaen mente. La respuesta puede leersecon claridad en el conjunto de políti-cas internas e internacionales de la ad-ministración Bush, entre las cuales es-tán, obviamente, las sistemáticas vio-laciones a los derechos perpetradas ennombre de la prioridad absoluta de laseguridad nacional por sobre cualquierconsideración legal o humana.21

14. Pat Robertson y Jerry Falwell, en The Club700, 13 de septiembre de 2001.15. Op. cit.16. Incluso, en parte, por mí. Ver “Provincia-nismo, ideología y simpatía por la revolución”,La ciudad futura, número 50, 2001.17. Andrew Murphy, “Three American Jere-miads: Moral Decline and Divine Punishmentin American Thought from New England to 9/11 and Beyond”, trabajo presentado como ejede discusión de la mesa redonda central del con-greso. Segundo Congreso Anual de la Associa-tion for Political Theory, Colorado, octubre de2004.18. Op. cit.19. No tengo espacio para desarrollarlo en esteartículo, pero estas políticas interiores de la ad-ministración Bush se caracterizan por el reem-plazo sistemático de los mecanismos de deci-sión democráticos por otros inspirados, alterna-tivamente, en la invisibilidad de la voluntad deDios o en la invisibilidad de la mano del mer-cado.20. Así suele referirse Bush a los principiosque inspiran su política exterior.21. Ver Ronald Dworkin, “Terror and the At-tack on Civil Liberties”, The New York Reviewof Books, vol. 50, número 17, 2003; y “Whatthe Court Really Said”, The New York Reviewof Books, volumen 51, número 13, 2004.

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A pesar del pesimismo expresadoen el párrafo inicial de este trabajo, lainterpretación futura del sentido de es-tas políticas todavía no puede prede-cirse. Los que no olvidamos que losacontecimientos no cambian sólo el fu-turo sino que, fundamentalmente, re-significan el pasado, sabemos que laforma en que la sociedad norteameri-cana se relacionará con los sentidos yprácticas abiertos por el 11 de sep-tiembre será en ultima instancia deter-minada por factores que aún no cono-cemos, que serán a su vez el resultadode hechos que aún no han ocurrido–factores tales, por ejemplo, como laactitud del gobierno que herede el pro-ceso político en curso en Irak, hoy yarelativamente autonomizado de las de-cisiones de Washington, o hechos ta-les como una posible corrida globalcontra el dólar, horizonte hoy temidopor muchos en el mundo financiero.La experiencia de la dictadura argen-tina nos indica que el mero conoci-miento de violaciones a los derechoshumanos puede no ser suficiente paraque un gobierno sea forzado a sufrirlas consecuencias de haber actuado co-mo una organización criminal, sinoque a veces una crisis de legitimidadde otro origen abre las puertas de laresignificación retrospectiva de las ac-ciones extralegales del estado.

Pero volviendo al relato del pue-blo elegido conmovido por los ataquesterroristas, Dios ha retirado su protec-ción ni más ni menos que por la de-gradación moral interna y la pasivi-dad militar externa que han caracteri-zado a los Estados Unidos en lasúltimas décadas (es decir, desde la dé-cada del 60) y particularmente duran-te los últimos años (es decir, durantelos años de la administración Clinton).Dado este diagnóstico, la respuesta de-be ser simétrica y la nación debe abo-carse a su purificación moral internay a la recuperación externa del prota-gonismo perdido en la misión reden-

tora de Dios. Esta visión de los acon-tecimientos, que de ninguna maneraes compartida por todos pero que sí esconsustancial al discurso de la admi-nistración Bush, logra con cierto éxitopresentar el corazón nacional comoUno y la identidad norteamericana –oal menos el origen mítico de la na-ción, un origen que debe ser recupera-do o, como muchos acertadamente te-men, está siendo reinventado– comopura y destinada a imponer el deseodivino. Dos ejemplos de la dificultadque tienen los representantes políticospara ofrecer una interpretación alter-nativa de la situación presente, difi-cultad que experimentan incluso aque-llos que están en profundo desacuerdocon la formulación explícita de estaposición, pueden verse en las únicasdos votaciones virtualmente unánimesque protagonizó el Congreso en el pe-ríodo histórico abierto por el 11 deseptiembre de 2001. El 12 de octubrede ese mismo año, el Senado aprobó,por 96 votos contra 1, la famosa USAPatriot Act, cuyo nombre surge de lasigla Uniting and Strengthening Ame-rica by Providing Appropriate ToolsRequired to Intercept and Obstruct Te-rrorist Acts (Uniendo y fortaleciendoAmérica proporcionando las herra-mientas apropiadas requeridas para in-terceptar y obstruir actos terroristas),cuyo contenido libera al poder ejecu-tivo de casi cualquier limitación legalen su lucha contra el terrorismo. Porotro lado, un año después, el 8 de oc-tubre de 2002, luego de que una cortefederal de apelaciones declarara la in-constitucionalidad de la frase “One Na-

tion, under God, indivisible” –inclui-da, en 1954, en la jura oficial de labandera para oponerse, de modo ex-plícito, a la concepción atea del blo-que enemigo–, la Cámara de Repre-sentantes se autoconvocó con la ur-gencia que demanda una naciónamenazada en su existencia y votó 401contra 5 una declaración en defensade la misión unificadora de la miradade Dios –acción que fue emulada deinmediato por el Senado, con una vo-tación de 99 a 0.22

¿Cómo es posible que los repre-sentantes de una sociedad política yculturalmente tan dividida como la es-tadounidense coincidan de modo casiunánime sólo en estos dos temas, to-mar medidas excepcionales como re-acción frente al terrorismo y defenderla identidad de pueblo elegido? Lasrazones son complejas y en parte hetratado de ocuparme de ellas en otrocontexto.23 Aquí sólo quiero agregarque, en la medida en que la constela-ción de sentidos operante desde el 11de septiembre mantenga su producti-vidad –y ello dependerá, como dije,de acontecimientos y acciones que aúnno han tenido lugar–, ni la opiniónpública norteamericana demandará lainvestigación y sanción de las viola-ciones a los derechos humanos orde-nadas por esta administración, ni losactores sociales y políticos obsesiona-dos por la purificación moral cesaránde obtener victorias. En definitiva, laparte de la nación que votó motivadapor “temas morales” y “terrorismo” se-guirá acercándose peligrosamente a suobjetivo de identificación con el todo.

22. Mientras escribo este artículo, la Corte Su-prema de Justicia trata otro caso semejante, es-ta vez vinculado con la posibilidad de instalarlos diez mandamientos en edificios públicos delos Estados Unidos.23. Ver Martín Plot, “Political Action and Speechin Election 2000”, Constellations, vol. 8, nú-mero 3, 2001; y El kitsch político, Buenos Ai-res, Prometeo, 2003.

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Desde el 11 de septiembre, asistimosa un auge del anti-intelectualismo y,al mismo tiempo, a una creciente acep-tación de la censura en los medios.Podría significar que la población deEstados Unidos apoya esas tendencias,pero también podría significar que losmedios funcionan como “voces públi-cas”, a relativa distancia de sus au-diencias, trayendo la “voz” del gobier-no, del que están próximos a causa dela unión o la identificación con esamisma voz. Dejando de lado, por elmomento, el modo en que los mediosactúan sobre el público y la preguntasobre si han tomado a su cargo la ta-rea de estructurar el sentimiento y la

fidelidad colectivas, parece crucial se-ñalar que una relación crítica con elgobierno ha sido severa, si no total-mente, suspendida, y que la “crítica”,incluso la independencia de los me-dios, está comprometida de manerainédita.

Aunque en los últimos tiempos seha informado sobre abusos en el tratorecibido por prisioneros y sobre “erro-res” de guerra, ni la justificación ni lacausa de la guerra definieron el focode la atención pública. Sólo hace po-co (en el otoño de 2003), comenzarona examinarse las razones de una gue-rra preventiva contra Irak. De modoinvariable, pensar intensamente en es-

tas causas suscitó temores de que, sise señalaba un conjunto de causas, sehabría encontrado también un conjun-to de excusas. Este argumento fue es-grimido por Michael Walzer, un de-fensor de la “guerra justa”, y funcionacomo censura implícita en las páginasde opinión de los diarios de todo elpaís. Del mismo modo, el vicepresi-dente Richard Cheney y EdwardRothstein del New York Times, entreotros, declararon que había llegado elmomento de reafirmar no sólo los va-lores americanos sino los valores fun-damentales y absolutos. Las posicio-nes intelectuales consideradas “relati-vistas” o “post” son juzgadas cómplicesdel terrorismo o un “eslabón débil” enla lucha contra éste. Difundir perspec-tivas críticas contrarias a la guerra seha vuelto difícil, no sólo porque elmainstream de los medios no las pu-blica (la mayoría aparece en la prensaalternativa o en internet), sino porqueconlleva el riesgo de la histeria y lacensura. En un sentido fuerte, el bina-rismo de Bush, que implica que sólodos posiciones bien definidas son po-sibles –“Se está con nosotros o conlos terroristas”– torna imposible unaposición que refute ambas alternati-vas y examine los términos de su con-traposición. Además, este binarismonos restituye a la anacrónica divisiónentre “Oriente” y “Occidente” que, ensu resbalosa metonimia, retoma laodiosa distinción entre civilización (lanuestra) y barbarie (codificada hoy co-mo “Islam”). En el comienzo del con-flicto, oponerse a la guerra significó,

Explicación y exculpación

Judith Butler

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para algunos, simpatizar con el terro-rismo o justificarlo. Ha llegado el mo-mento de ampliar un campo de discu-sión intelectual donde puedan escu-charse diferenciaciones másresponsables, contarse historias com-plejas y señalar responsabilidades in-dependientes de los gritos de vengan-za. Debería ser un campo en el cualuna perspectiva de cooperación glo-bal a largo plazo se convierta en guíade la reflexión y la crítica.

La respuesta desde la izquierda ala guerra en Afganistán enfrentó gra-ves problemas, en parte porque las ex-plicaciones que se dio a la pregunta“¿Por qué nos odian tanto?” fueroninterpretadas como otras tantas excul-paciones de los actos de terrorismo.Pero esto no es inevitable. Sin embar-go, es evidente que las tendencias mo-ralistas y anti-intelectuales se unierona la desconfianza respecto de la iz-quierda, al mismo tiempo que nuestracapacidad para reflexionar sobre lascausas del conflicto global fue consi-derada inadmisible. El grito de “Nohay excusas para lo sucedido el 11 deseptiembre” bloquea cualquier discu-sión seria sobre la política exterior nor-teamericana, que ha contribuido a pro-ducir un mundo donde tales actos deterrorismo son posibles. Esto es evi-dente de modo dramático en la sus-pensión de los intentos de ofrecer unainformación equilibrada del conflictointernacional y el rechazo del mains-tream periodístico a publicar críticasimportantes de la empresa militar es-tadounidense como las realizadas porArundhati Roy1 y Noam Chomsky, porejemplo. Esto sucede en paralelo conuna suspensión sin precedentes de laslibertades civiles de los inmigrantesilegales y de los sospechosos de terro-rismo, y el empleo de la bandera co-mo ambiguo signo de solidaridad conlos muertos del 11 de septiembre y laactual guerra, como si el duelo porunos se tradujera, de un solo golpesimbólico, en un apoyo a la interven-ción militar en Irak. La burla públicade que son objeto los movimientos pa-cifistas y la caracterización de cual-quier movilización anti-bélica comoanacrónica o nostálgica producen unconsenso que marginaliza el sentimien-to y el análisis anti-bélicos poniendo

fuertemente en cuestión el valor deldisenso como dimensión fundamentalde una cultura democrática.

La articulación de esta hegemoníatiene lugar en parte a través de un con-senso sobre el significado de algunostérminos, cómo deben ser usados y quélíneas de solidaridad se dibujan implí-citamente a través de ese uso. Reser-vamos la expresión “actos de terroris-mo” para acontecimientos tales comolos del 11 de septiembre, distinguien-do esos actos de violencia de aquellosque pueden justificarse por razones depolítica exterior o una declaración deguerra. Por otro lado, esos actos terro-ristas fueron representados como “de-claraciones de guerra” por el gobiernode Bush, que, en consecuencia, justi-ficó su repuesta militar como legítimadefensa. Entre tanto, persiste y se acre-cienta la ambigüedad del uso mismodel término “terrorista”, explotado porvarios de los poderes en guerra. El tér-mino “terrorista” es usado, por ejem-plo, por Israel para describir cualquie-ra de los actos de los palestinos, ex-cluyendo, por cierto, sus propiasprácticas de la violencia de estado.También lo usa Putin para referirse ala lucha chechena por la independen-cia, al tiempo que realiza actos de vio-lencia contra esa provincia, justificán-dolos como defensa nacional. EstadosUnidos, al emplear el término, se co-loca de modo exclusivo en el lugar devíctima de la violencia a partir del in-negable acto terrorista sufrido el 11de septiembre. Pero una cosa es habersido víctima de la violencia y otra biendistinta usar ese hecho para sostenerun razonamiento por el cual la violen-cia sufrida legitima una agresión ili-mitada contra blancos que pueden es-tar o no relacionados con sus orígenes.

Esta forma de presentar y enten-der la violencia se acopla a la expe-riencia y contribuye a obstruir ciertotipo de preguntas, cierto tipo de inda-gaciones históricas, funcionando co-mo justificación moral de la vengan-za. Es necesario prestar atención a es-ta forma del razonamiento ya quedecide, de manera impositiva, qué po-demos escuchar, qué perspectiva va afuncionar como explicación o comoexcusa, y si podemos atender a su di-ferencia y respetarla.

Existe también una dimensión na-rrativa de este esquema explicativo. EnEstados Unidos, se comienza la histo-ria invocando una narración en prime-ra persona, cuyo punto de vista defineel relato de lo sucedido el 11 de sep-tiembre. Es esa fecha y la inesperaday terrible experiencia de violencia laque da impulso al relato. Si alguientrata de comenzar la historia antes,quedan sólo pocas opciones narrati-vas. Podría narrarse, por ejemplo, có-mo era la familia de Mohammed Atta,cuáles bromas le hacían en su infan-cia, dónde se reunía mientras estuvoen Hamburgo y qué lo condujo, psi-cológicamente, al momento en que pi-loteó el avión que chocó contra elWorld Trade Center. O también, elmodo en que Bin Laden rompió consu familia y se mueve impulsado porla ira. Este tipo de historias son inte-resantes hasta un cierto punto, porquesugieren que existe algo así como unapatología personal. Parecen plausiblesen parte porque sitúan la acción entérminos de un sujeto, algo compren-sible, algo que se acuerda con nuestraidea de responsabilidad personal o conla teoría del liderazgo carismático.

Son historias más sencillas que lasde una red de individuos dispersos porel mundo, que se han conjurado paraimplementar ciertos actos. Si hay unared, debería haber un líder, un sujetoque fuera, en última instancia, el res-ponsable. Quizás podríamos escuchar,aunque de modo limitado, cómo Al-Qaedda usa la doctrina islámica y, pa-ra sostener una perspectiva liberal,concluir que no representa el Islam yque la mayoría de los musulmanes noexculpa sus actos. Al-Qaedda puedeser “el sujeto”, pero deberíamos pre-guntarnos por su origen. Si aislamos alos individuos, nos eximimos de la ne-cesidad de buscar una explicación másamplia. Perplejos porque no se escu-cha un repudio más fuerte por partede los líderes musulmanes (aunquemuchas organizaciones han expresadosu condena), no podemos entenderporqué podría ser difícil que los diri-gentes del mundo islámico se unan pú-blicamente a Estados Unidos aunque

1. The Guardian, septiembre 29, 2001.

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condenen claramente los actos de vio-lencia.

Nuestros propios actos de violen-cia no son informados gráficamentepor la prensa. Y pasan a ser sólo actosde justificada autodefensa, en una cau-sa noble como lo es la extirpación delterrorismo. Durante la guerra de Af-ganistán, se informó que la Alianzadel Norte podría haber destruido unaaldea: ¿El hecho debía ser investigadoy juzgado como crimen de guerra?Cuando un chico que se desangra oun cadáver afgano aparece en la pren-sa, no se lo presenta como parte delhorror de la guerra, sino como críticade la capacidad militar para arrojar susbombas como es debido. Nos castiga-mos por no apuntar mejor, como si lafinalidad fuera la puntería. No toma-mos en cuenta, como hechos que caenbajo nuestra responsabilidad, lossignos de una vida destruida o dealdeas que han perdido parte de sushabitantes. Nuestros propios actos nun-ca son juzgados como terroristas. Yno se hace la historia de los hechosrelevantes para la comprensión deacontecimientos terribles. No existeuna historia relevante de los aconteci-mientos que precedieron el 11 de sep-tiembre, dado que si se comenzara acontar la historia de modo diferente,si nos preguntáramos cómo llegaronlas cosas a ese punto, surgiría un in-terrogante sobre la acción que, sin du-da, nos enfrenta con la posibilidad delerror moral. Para condenar algunos ac-tos de modo inexcusable, para soste-ner la actual estructura afectiva (de vic-timización, por un lado, y de justifica-ción de nuestra causa, por el otro) lahistoria debe comenzar con la expe-riencia de nuestro propio sufrimiento.

Debemos sostener la perspectiva enprimera persona y evitar los relatosque suponen un descentramiento del“yo” en el espacio internacional pú-blico. Tal descentramiento es experi-mentado como parte de la herida su-frida, y ello hace que sea difícil ocu-par esa posición. Tal descentramientoes lo que buscamos rectificar por me-dio de un re-centramiento. Para com-pensar la enorme herida narcisísticaque se abrió con el develamiento pú-blico de nuestra vulnerabilidad física,emerge una forma narrativa. De acuer-

do con ella, nuestra respuesta fue noentrar en coaliciones internacionalesdonde deberíamos trabajar según unmodelo de construcción de consensoinstitucional. Relegamos las NacionesUnidas como si fueran un órgano de-liberativo de segunda clase e insisti-mos en el unilateralismo norteameri-cano. En consecuencia preguntamos:“¿Quién está con nosotros? ¿Quién es-tá contra nosotros?” Como resultado,al develamiento de una vulnerabilidadrespondemos con la afirmación del “li-derazgo” norteamericano, mostrandouna vez más el desprecio que senti-mos respecto de las coaliciones inter-nacionales que no sean construidas ydirigidas por nosotros, como confir-mación de nuestra supremacía, que tie-ne implicaciones de largo plazo sobrela forma y perspectiva de una futuracooperación global.

Quizá la pregunta sea inaudible,pero, como sea, me gustaría plantear-la: ¿es posible encontrar otro sentidoy otras posibilidades en el descentra-miento de la primera persona dentrode un esquema global? No digo que lahistoria del ataque que comienza conel 11 de septiembre no deba narrarse.Tal relato debe tener lugar, pese altrauma que debilita la capacidad na-rrativa. Pero si deseamos entendernoscomo actores globales, que se mue-ven en un campo establecido por suhistoria, un campo donde tienen lugarotras acciones, es preciso superar laperspectiva narrativa del unilateralis-mo norteamericano y sus estructurasdefensivas para reconocer que nues-tras vidas están profundamente impli-cadas en las vidas de otros. Mis ami-gos de la izquierda bromean acerca dehaber superado su condescendenciaprimermundista. Es verdad. Pero ¿noestamos tratando de restablecerla paracicatrizar nuestra herida? ¿Permitire-mos que la condescendencia primer-mundista nos impida construir una po-lítica diferente?

Creo que podríamos alcanzar unorden distinto de responsabilidad si nosabrimos a explicaciones, poco conoci-das en Estados Unidos, que nos ayu-den a plantearnos porqué el mundo al-canzó el estado actual. Nuestra com-prensión de las formas adquiridas porel poder global puede enriquecerse si

somos capaces de narrarnos no sólodesde el punto de vista de la primerapersona sino también desde la posi-ción de la tercera, o aceptar un relatoen segunda. Sin embargo, en vez deabrirnos a un descentramiento impor-tante del primermundismo, descarta-mos todo esfuerzo explicativo, comosi explicar los hechos implicara otor-garles racionalidad o nos comprome-tiera en una identificación con el opre-sor, como si la comprensión tuvieracomo consecuencia inevitable un es-quema justificatorio. Nuestro miedo acomprender un punto de vista traicio-na un temor más profundo, el de que-dar capturados en esa perspectiva ycontagiarnos con una modalidad depensamiento moralmente peligrosa,que atribuimos al enemigo. ¿De dón-de vienen estas creencias? Según Bushfuimos a la guerra para extirpar lasraíces del terror, pero ¿creemos real-mente que, si encontramos a los res-ponsables de los ataques del 11 de sep-tiembre, alcanzaremos esas raíces?¿Tomamos acaso en cuenta que la in-vasión de una nación soberana, mayo-ritariamente musulmana, el apoyo alrégimen militar de Pakistán que supri-me activa y violentamente las liberta-des, la destrucción de vidas y aldeas,hogares y hospitales, acrecentará unsentimiento antinorteamericano infle-xible al par que promoverá su organi-zación política? Desde una perspecti-va estratégica, ¿nos interesa o no per-feccionar la violencia? ¿No estamoséticamente obligados a detenerla, te-niendo en cuenta nuestro rol en queella se haya difundido? ¿No debemoscultivar y fomentar una cultura políti-ca global diferente?

Parte del problema es que los libe-rales se alinearon en silencio tras elesfuerzo bélico, y suministraron partede los argumentos que impiden consi-derar la violencia ejercida por EstadosUnidos como terrorista. No fueron só-lo los republicanos conservadoresquienes se negaron a hablar de “cau-sas”. La izquierda liberal que defen-dió la “guerra justa” tampoco quisoescuchar a quienes denominó “excu-seniks”. Este neologismo, que rehabi-lita la retórica de la guerra fría respec-to de la URSS, sugiere que quienesquieren comprender cómo y porqué el

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mapa global llegó a esta coyuntura,preguntándose de qué modo EstadosUnidos contribuyó a ese mapa, soncómplices del enemigo tanto por el es-tilo de sus preguntas como por su con-tenido. Sin embargo, indagar el modoen que algunas acciones políticas y so-ciales tuvieron lugar (por ejemplo losataques terroristas del 11 de septiem-bre) y tratar de encontrar un conjuntode causas no implica una parálisis denuestra capacidad para realizar juicioséticos.

Sin duda, algunos análisis hechosen la izquierda afirman simplementeque Estados Unidos ha cosechado susiembra. Se trata, también en este ca-so, de una explicación cerrada, soste-nida en la prioridad y la omnipotencianorteamericanas. Otras explicacionesindican que los hechos se originan enun sujeto único, que no es lo que pa-rece ser, que Estados Unidos ocupa laposición de ese sujeto y que no exis-ten otros o, si existen, sus acciones sesubordinan a las norteamericanas. Enotras palabras, una paranoia políticanutrida en fantasías omnipotentes sepone de manifiesto en las explicacio-nes más extremas del 11 de septiem-bre, que afirman que los ataques fue-ron diseñados por la CIA o la Mos-sad. Aunque Ben Laden fue unaprendiz de la CIA y Estados Unidosapoyó a los talibanes desde los no-venta, cuando se los consideraba es-tratégicamente útiles, esos lazos no sonexplicaciones causales, aunque formenparte de un esquema explicativo. Nosignifican que Estados Unidos está de-trás de sus actos, pero son obvias lasrazones por las que la relación es ob-jeto de una reducción causal, que for-talece la paranoia porque se cree ha-ber captado una parte significativa delcuadro.

Lo que generalmente se escuchacuando se expresan opiniones de estetipo es que Estados Unidos es el agenteculpable, o el autor de los hechos y,en consecuencia, único responsable deldesenlace a nivel global. Este tipo derazonamiento es inaceptable tanto pa-ra el periodismo como para la opiniónpública porque culpa a la víctima. Pe-ro no es éste el único modo de aten-der este punto de vista, ni es tampocola única forma que asume. Precisar es-

te aspecto, y difundirlo, es crucial pa-ra cualquier esfuerzo de la izquierdapor ofrecer un punto de vista antibéli-co en el interior del discurso contem-poráneo.

Si creemos que pensar de maneraradical acerca de la emergencia de laactual situación implica exculpar aquienes cometieron actos de violen-cia, congelaremos nuestras ideas ennombre de una presunta moral. Si pa-ralizamos de este modo el pensamien-to, en verdad nuestra respuesta moralserá fallida pero por otras razones: nopodremos hacernos responsables co-lectivamente de una comprensión pro-funda de la historia que nos ha condu-

sa. Esa condición del terrorismo pue-de ser necesaria o suficiente. Si es ne-cesaria, se trata de un estado de lascosas sin cuya presencia el terrorismono puede manifestarse, un estado queel terrorismo necesita de modo abso-luto. Si se trata de una condición su-ficiente, su presencia basta para queocurran actos terroristas. Las condi-ciones no “actúan” como actúan losagentes individuales; pero ningúnagente individual puede actuar sin de-terminadas condiciones que están pre-supuestas en lo que hacemos, aunquees un error considerarlas como si ope-raran en nuestro lugar. Así, debería-mos reconocer que el imperialismo

2. Mary Kaldor, The Nation, noviembre 1, 2001,p. 16.

cido a esta coyuntura. Por lo tanto,quedaremos privados de los recursoscríticos e históricos necesarios paraimaginar y actuar otro futuro, en elque el mundo se mueva más allá delcírculo de la venganza.

Cuando Arroyo, presidente de Fi-lipinas, el 29 de octubre de 2001, se-ñaló que “la mejor tierra de crianzapara el terrorismo es la pobreza”; ocuando Arundhati Roy señala que BenLaden fue “esculpido de la costilla deun mundo desolado a causa de la po-lítica norteamericana”, enfrentamos al-go menos que una explicación causalestricta. Una “tierra de crianza” no danecesariamente lo que se espera deella, pero puede hacerlo. Una “costi-lla” que emerge de un mundo devas-tado por la política norteamericanaproviene, por extraña alquimia, de hue-sos que serían los de los muertos, co-mo si sus esqueletos volvieran a lavida. Esta alquimia no es la de Dioscuando forma a Eva de la costilla deAdán, como vida que genera vida, si-no que debe entenderse como una fi-guración de la muerte que generamuerte. No es una explicación causalsino una imagen. En efecto, ambasafirmaciones recurren a figuras parareferirse a una generación que prece-de y excede un esquema causal. Am-bas señalan una condición, no una cau-

norteamericano es una condición ne-cesaria de los ataques a Estados Uni-dos, que serían imposibles fuera delhorizonte del imperialismo. Compren-der el modo en que el imperialismonorteamericano está presente en estepunto, obliga a entender no sólo cómolo experimentan aquellos que se con-sideran sus víctimas, sino también quees parte de su propia formación en tan-to sujetos.

Acá podría comenzar una explica-ción diferente. A ella parece apuntarMarie Kaldor cuando, en The Nation,afirma que “en muchas áreas dondetranscurren guerras y donde las redesextremistas incorporan nuevos reclu-tas que se suman a grupos criminaleso paramilitares, éstos son literalmentela única oportunidad ofrecida a los de-sempleados jóvenes que carecen de to-da educación formal”.2 ¿Cómo influ-yó sobre la imagen que los musulma-nes tienen de Estados Unidos lamatanza de alrededor de 200.000 ciu-dadanos iraquíes, incluyendo miles deniños, y la subsecuente hambruna depoblaciones musulmanas, que Concern(una organización consagrada al auxi-lio alimentario) considera que pudo al-canzar los seis millones hacia fines del

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2004? ¿La vida de un musulmán estan obviamente valiosa como la de unciudadano del primer mundo? ¿Laprensa y las políticas norteamericanasdan el trato de ser humano a los pa-lestinos? Esos cientos de miles de vi-das musulmanas ¿recibirán alguna vezel equivalente de los largos obituariosdel New York Times, que humanizan–con estrategias nacionalistas y recur-sos que remiten al espacio familiar– alos norteamericanos que sufrieronmuerte violenta? ¿Nuestra capacidadde duelo global está obturada precisa-mente porque no concebimos las vi-das musulmanas y árabes como vidas?

Las declaraciones del príncipe sau-dita Alwaleed bin Talal, a su llegadaa Nueva York, el 11 de octubre de2001, provocaron que el alcalde Ru-dolph Giuliani rozara la cuestión de laaceptación del discurso crítico. El prín-cipe llegaba con un cheque de diezmillones de dólares como contribuciónpara las víctimas del World Trade Cen-ter; expresó sus condolencias y su con-dena al terrorismo. Pero al mismotiempo que manifestaba su horror ycondena moral ante los ataques, pedíaque “Estados Unidos tome una posi-ción más equilibrada respecto de lacausa palestina”. Giuliani rechazó elcheque (según lo informa Forbes.com).Alwaleed había dicho: “Nuestros her-manos palestinos siguen siendo asesi-nados por Israel, mientras el mundopone la otra mejilla”. En una confe-rencia de prensa, Giuliani respondió:“Esos dichos no sólo son falsos, sinoque forman parte del problema. Noexiste equivalente moral del ataqueque hemos sufrido. Ni tiene ningunajustificación... Los que lo hicieron hanperdido todo derecho a la justificación,por su asesinato de cuatro o cinco milinocentes. Sugerir que existe una jus-tificación sólo abre el camino para quehechos de esta índole se repitan”.3

En un programa de televisión, Giu-liani anunció que las declaraciones deAlwaleed estaban “completamenteequivocadas”. En mi opinión, era im-posible que ambas perspectivas fue-ran escuchadas al mismo tiempo por-que el marco que permite escuchar pre-supone que una de ellas desestima porcompleto a la otra, de modo que laexpresión de dolor y el ofrecimiento

de ayuda parecen insinceros. Lo quese escucha es que la ausencia de unaconsideración equilibrada de la causapalestina por parte de Estados Unidosprovee una justificación a los ataques.Alwaleed había hablado con claridady siguió siendo muy explícito cuandodeclaró en el New York Times que noconsideraba que el fracaso político nor-teamericano respecto de la causa pa-lestina pudiera esgrimirse como unajustificación de los ataques. Pero tam-bién había dicho que las relaciones ára-be-norteamericanas mejorarían si Es-tados Unidos lograba adoptar una pers-pectiva más equilibrada. Incluso elgobierno de Bush, a su manera, con-firma esta opinión cuando considerala posibilidad de un estado palestino.Pero en el caso de la visita del prínci-pe saudita los dos puntos de vista nopudieron ser escuchados conjuntamen-te y eso también tiene que ver con lapalabra “masacre” utilizada en el con-texto israelí-palestino.

Como “terrorista”, “masacre” esuna palabra que, en el marco de lasemántica hegemónica, se reserva só-lo para actos violentos no justificadoscontra naciones del primer mundo.Cuando otros usan esa palabra, Giu-liani la atribuye a un discurso justifi-catorio. Afirma que las declaracionesestán “completamente equivocadas” noporque ignore que ha habido muertesdel lado palestino ni dude de que losisraelíes son responsables de ellas, si-no porque llamar a esas muertes “ma-sacre” supondría una equivalencia conlas muertes del World Trade Center.Pareciera que no debemos decir queambos grupos han sido masacradosporque ello implicaría una “equivalen-cia moral”, donde la muerte de un gru-po sería tan condenable como la delotro y ambas darían derecho a la auto-defensa.

Aunque poco más tarde el prínci-pe disminuyó su credibilidad demos-trando prejuicios antisemitas al seña-lar que existían “presiones judías” quehabían impulsado a Giuliani a recha-zar el cheque, de todos modos ya sehabían pronunciado palabras que tie-nen su propio sustento. ¿Por qué noson igualmente horribles las muertesisraelíes y las palestinas? ¿Hasta quépunto el rechazo a identificar las muer-

tes palestinas con una masacre no fo-menta la cólera de aquellos árabes quebuscan un reconocimiento legítimo yuna solución para un estado prolonga-do de violencia? No es necesario prac-ticar el odioso método de cuantificary comparar opresiones para compren-der lo que el príncipe saudita quisodecir: precisamente que Estados Uni-dos debe pensar de qué modo sus com-promisos y prácticas políticas colabo-ran en la creación de un mundo domi-nado por la furia y la violencia. Estepunto de vista no presupone que losactos de violencia del 11 de septiem-bre fueran una “falta” de Estados Uni-dos, ni exculpa a quienes los perpetra-ron. Lo que dijo el príncipe podía in-terpretarse como una afirmación delcarácter inequívocamente errado deesos actos, y también de que EstadosUnidos podría intervenir de maneramás productiva en la política globalpara sentar condiciones en cuyo mar-co las respuestas terroristas a su do-minio sean menos probables. Esto noequivale a sostener que Estados Uni-dos es el único responsable de la vio-lencia que se le infligió, pero sí re-quiere que el país asuma una respon-sabilidad en la producción decondiciones globales más igualitarias,que aseguren la soberanía y la equita-tiva redistribución de los recursos ma-teriales.

Del mismo modo, el New York Ti-mes considera que la crítica de Arund-hati Roy al imperialismo es antinorte-americana, dando por sentado quecualquier revisión de la política exte-rior o de la guerra es, en principio,antinorteamericana e, incluso, cómpli-ce del enemigo.4 Esto equivale a lasupresión del disenso y al rechazo na-cionalista a considerar los argumentoscríticos desarrollados en otras partesdel mundo. Está claro que Roy conde-na a Ben Laden, pero al mismo tiem-po se pregunta cómo se configuró. Lacondena de la violencia y la preguntasobre su emergencia son temas distin-tos, pero deben ser examinados en con-junto, contrapuestos, reconciliados enel marco de un análisis más amplio.Los límites impuestos al discurso, sin

3. Forbes.com, octubre 11, 2001.4. New York Times, noviembre 2, 2001.

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embargo, vuelven inaudible todo ra-zonamiento que maneje esos dos ni-veles: se lo rechaza por contradictorioo insincero y Roy misma recibe el tra-tamiento de una diva, una especie defigura de culto, más que el de alguiena quien se escucha como crítica polí-tica que sostiene una amplia perspec-tiva moral.

En términos de Roy, hay una for-ma de entender a Ben Laden comosalido de la costilla del imperialismonorteamericano, aunque a su emergen-cia confluyan otras fuentes. Ello noimplica que el imperialismo norteame-ricano sea el único responsable de susacciones o de las de su red. Para plan-tear las cosas desde esta perspectivaes necesario distinguir, provisional-mente, entre responsabilidades indivi-duales y colectivas. Luego situar lasresponsabilidades individuales en elmarco de las condiciones colectivas.Los que cometen actos de violenciason responsables; no se trata de hom-bres engañados o de mecanismos deuna fuerza social impersonal. Por otraparte, estos individuos han sido con-formados, y nos equivocaríamos si re-dujéramos sus acciones a actos de vo-luntad autogenerados o a síntomas deuna patología individual o de algún“Mal”. Tanto el discurso del indivi-dualismo como el del moralismo (en-tendidos como el momento en el cualla moral se agota en actos públicos dedenuncia) presuponen que el indivi-duo es el primer eslabón en una cade-na causal que le da sentido a su impu-tabilidad. Pero si tomamos los actosindividuales autogenerados como pun-to de partida del razonamiento moralobstruimos la posibilidad de interro-gar en qué mundo se originan esosindividuos. ¿Cuál es el proceso de“emergencia”? ¿Qué condiciones so-ciales contribuyen a las vías a lo largode las que se realizan las opciones ylas reflexiones? ¿Dónde y cómo pue-den contradecirse esas condiciones?¿Por qué la violencia radical es unaopción, la única opción viable para al-gunos? ¿A qué ofensas responden?¿Con qué recursos?

Plantearse estas preguntas no equi-vale a vaciar al individuo de toda res-ponsabilidad y otorgársela sólo a suscondiciones. Se trata más bien de re-

pensar la relación entre condiciones yactos. Nuestros actos no se autogene-ran, están condicionados. Actuamos almismo tiempo que actúan sobre noso-tros, y la “responsabilidad” reside enla sutura de estos dos niveles. ¿Quépuedo hacer con las condiciones queme constituyeron? ¿Cómo puedo cam-biarlas? El hecho de que se actúe so-bre nosotros no se sigue sin soluciónde continuidad con nuestra acción, ypor ello las fuerzas que actúan sobrenosotros no son finalmente responsa-bles de nuestras acciones. De ciertomodo paradójico, nuestra responsabi-lidad aumenta una vez que hemos si-do víctimas de la violencia de otros.Se ha actuado sobre nosotros, violen-tamente, y al parecer nuestra propiacapacidad para establecer el rumbopropio ha quedado debilitada. Sólodespués de sufrir esa violencia esta-mos obligados, éticamente, a pregun-tarnos cómo responderemos al daño.¿Qué papel asumiremos en la cadenahistórica de violencias, en quién nosconvertiremos cuando respondamos y,al hacerlo, estaremos atizando u obs-taculizando la violencia en razón pre-cisamente de nuestra respuesta? Res-ponder a la violencia con violencia po-dría parecer “justificable”, pero no esuna solución responsable. Del mismomodo, la denuncia moralista ofrecegratificaciones inmediatas, y purificaal denunciante alejándolo verbalmen-te de la culpa. Pero no presupone au-tomáticamente hacerse cargo del su-ceso ni participar en la transformacióndel mundo que lo ha hecho posible.

Nos planteamos estas cuestiones nopara exculpar a quienes cometen ac-tos de violencia, sino para asumir unaresponsabilidad diferente en funciónde condiciones globales de justicia. Enconsecuencia, parece atinado, despuésdel 11 de septiembre, seguir dos cur-sos de acción al mismo tiempo: en-contrar a quienes planearon e imple-mentaron la violencia y considerarlosimputables de acuerdo con los están-dares de los crímenes de guerra y lascortes internacionales, independiente-mente de nuestro escepticismo frentea esas instituciones (ya que el escep-ticismo es un buen suelo para soste-ner reformas o construir nuevas leyesy nuevas instituciones). Al seguir, en

cambio, un camino militar, EstadosUnidos despliega su propia violencia,fecundando la tierra para nuevas olasde jóvenes musulmanes terroristas. Talresolución es pobre tanto estratégicacomo moralmente. Cuando pasó poralto su propia imagen de enemigoodiado por muchos en la región, Esta-dos Unidos respondió a la violenciaconsolidando su reputación como po-der militar que no siente respeto porla vida fuera del primer mundo. Re-cordar la lección de Esquilo y recha-zar el ciclo de la venganza en nombrede la justicia significa no sólo buscarmedios legales para compensar el da-ño sufrido, sino tomar conciencia deque el mundo se ha conformado deeste modo e intentar conducirlo en unadirección no violenta.

Nuestra responsabilidad colectivano sólo como nación sino como partede la comunidad internacional, soste-nida en un compromiso de coopera-ción no violenta e igualitaria, requiereque nos preguntemos cómo surgieronlas condiciones presentes y tratemosde crear condiciones sociales y políti-cas sostenibles. Esto significa, en par-te, escuchar más de lo que hemos sidocapaces de escuchar. Y abrirse a lanarración que descentra nuestra supre-macía, tanto en sus formas de izquier-da como de derecha. ¿Podemos acep-tar que estos hechos tuvieron antece-dentes y que es urgente aprender deesos antecedentes al mismo tiempo queintentamos impedir que operen sobreel presente, al mismo tiempo que in-sistimos en que esos antecedentes no“justifican” los recientes hechos deviolencia? Los hechos no son com-prensibles sin esa historia, pero esono significa que la comprensión histó-rica proporcione una justificación mo-ral a los hechos mismos. Sólo enton-ces estaremos en condiciones de lle-gar a las “raíces” de la violencia,descubrir otra visión del futuro, dis-tinta de la que perpetúa la violenciaaunque crea refutarla, y nombrar lascausas que nos impiden pensar y ac-tuar radicalmente y bien en términosde opciones globales.

Traducción de B.S. El original es el primercapítulo de: Judith Butler, Precarious Li-fe, Londres, Verso, 2004.

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Cine documental: la objetividad en cuestión

Durante todo el año 2004, un grupo de críticos, directores e intelectuales seencontraron periódicamente en las oficinas de Punto de Vista, para discutirsobre el cine documental y lo documental en el cine. En el centro de laexperiencia estaba reunir, en la misma discusión, participantes de formacióncinematográfica, literaria, artística e histórica. Se acordó un corpus de films,algunos argentinos recientes, algunos clásicos del género y otros que suscita-ban la cuestión de lo documental en historias ficcionales. Ese fue el soporteinicial de las reuniones, que fueron encontrando, a veces por caminos nosospechados, los ejes que se extendieron a lo largo de ese año de acuerdos ynítidas polémicas, a las que se sumó la discusión con Emilio Bernini, directorde Kilómetro 111, de su vasto ensayo sobre lo documental en el cine argentinoreciente. La desgrabación de esas reuniones probó ser un material muy exten-so, que Beatriz Sarlo sintetizó y editó. Punto de Vista lo presenta ahora en dospartes. La primera, en este número, abarca tópicos formales y estéticos gene-rales. La segunda, que se publicará en el próximo número, focaliza sobre laprimera persona en el relato fílmico y lo que ella significa para las tendenciasactuales del documental. Participaron de las reuniones (aunque no todas susintervenciones hayan quedado en la presente versión, ni todos hayan estadoen todos los encuentros): Raúl Beceyro, Emilio Bernini, Rafael Filippelli, Her-nán Hevia, Raúl Illescas, Martín Kohan, Alejo Moguillansky, Jorge Myers,David Oubiña, Santiago Palavecino, Beatriz Sarlo, Silvia Schwarzböck y Gra-ciela Silvestri.

Género o estilo: cámaraexcéntrica y montaje discontinuo

Raúl Beceyro: El cine documental noes un género, porque no se encuentranen él ni el esquema básico repetitivo,ni las particularidades que caracteri-zan un cierto número de films, los di-ferencian de todos los otros y los co-locan aparte. La lucha, de MichelBrault, Marcel Carrière, Claude Four-nier y Claude Jutra, y Shoah, de Lanz-mann, se diferencian entre sí tanto co-mo La noche y El sacrificio, mientrasque el documental Moon over Broad-way de D. A. Pennebaker se parece enmuchas cosas al film de ficción Ope-ning night de John Cassavetes. Unosuponía, viendo Opening night, que erala arbitrariedad de la ficción la queimpedía recomponer sin dificultad esaobra de teatro cuyos fragmentos el filmmostraba. Pero sucede lo mismo conla obra “real” de Moon over Broad-way, donde también resulta difícil re-construir la obra sobre la cual trabajóPennebaker. Hay tanta diferencia en-tre documentales como entre films deficción. También debería hablarse dela “marca documental” en un cine queno es simplemente cine de registro ocine documental: en algunas películasde Kiarostami, por ejemplo, hay unamezcla extraña de materiales docu-mentales, hechos cuya materialidadpertenece al campo de lo real, comoun terremoto por ejemplo, elaboradosluego dentro de una sofisticada cons-trucción narrativa.

Lo que sí podría ser objeto de de-

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finición es el “estilo documental”, laserie de procedimientos narrativos quecuriosamente no son mostrados de lamanera más evidente por los mejoresdocumentales, sino por las películasde ficción que simulan ser documen-tales.

Todo el noticiero de El ciudadanoes un falso documental, y el extremode esto se evidencia en el plano dondevemos a Kane con Hitler, al “verda-dero” Kane con el “falso” Hitler, aun-que todo indique que sea también ver-dadero. En la parte final del noticierovemos tres tomas distintas (una a do-ble corte) con Kane en silla de ruedasen el parque de Xanadú; aquí se ad-vierten los rasgos centrales del estilodocumental: la cámara excéntrica yel montaje discontinuo, que se impo-nen porque responden a una dificultadde carácter material. La cámara “do-cumental” ocupa un lugar marginal,filma desde “donde puede”, del otrolado de las rejas. Es excéntrica no por-que lo haya decidido libremente, sinoporque está obligada a serlo. El mon-taje discontinuo presenta bloques se-parados que desarrollan de manerabrusca una ilación, que consiste sim-plemente en la yuxtaposición de dife-rentes momentos. Es por eso que, enprincipio, sería raro ver en un docu-mental un plano bien frontal, a la al-tura del personaje, y también sería ra-ro un empalme en movimiento.

Ante sus limitaciones materiales eldocumental tiene dos posibilidades: obien se resigna y adopta el carácterrugoso y aproximativo de la ortodoxiadel estilo documental, o bien procuraborrar sus huellas y busca lo imposi-ble: el estilo del film de ficción. ChrisHegedus, una de las realizadoras delextraordinario documental Startup.comdecía: “buscábamos el estilo del filmde ficción”. Me parece que, de unamanera general, la cámara excéntricadebería dejar insatisfecho al cineasta,salvo que quiera destacar algún rasgode la materialidad de la filmación do-cumental: por ejemplo, filmar desdeafuera, a través de ventanas o aguje-ros, un lugar al cual no se tiene acce-so. Si a un cineasta le alcanza con eselugar, y con las posibilidades que leofrece, entonces no hay ningún pro-blema. Pero si no le alcanza ese mar-

gen, tratará de luchar contra la excen-tricidad. Buscará una posición central,y además buscará, si también está in-satisfecho con el montaje discontinuo,formas de empalmar las tomas de ma-nera continua (entradas y salidas, em-palmes en movimiento, acercamientoo alejamiento en el eje sobre la mismaacción). La utilización de varias cá-maras puede resolver algunas cuestio-nes relacionadas con el montaje dis-continuo. Cuando, en La lucha, unode los contendientes es arrojado fueradel ring, la cámara que está abajo pue-de seguir la acción de manera conti-nua. Pero el uso de varias cámaras noresuelve el problema de la cámara ex-céntrica: dos cámaras marginales nohacen nunca una cámara central.

Ahora bien, es mucho más fácilimitar el estilo documental, fingir eldescontrol en una situación donde to-do está controlado, que a la inversa,porque, en una situación donde las co-sas no están controladas y suceden se-gún su propia lógica, se trata precisa-mente de evitar el descontrol. El falsodocumental, que finge el descontrol,cuando en realidad todo está controla-do, amontona, de manera deliberada,rasgos del estilo documental: no sólola cámara excéntrica, sino también to-mas desenfocadas, cortes de sonido,etc. El film documental que simula elestilo del film de ficción, en realidadno simula nada, simplemente busca(alcanzándolo o no) el control que su-pone el estilo del film de ficción, y silo logra, tendremos un plano “comoen la ficción”, controlado, deliberado,y tendremos también un montaje queconsigue la continuidad, la fluidez enla unión de las tomas. Depardon serefirió a otras formas de ese control.Antes, afirmó, si alguien se paraba yempezaba a caminar, él filmaba si-guiendo ese movimiento; ahora, pre-fiere dejar la cámara fija y que la per-sona salga de cuadro. Así está fingien-do un control.

Rafael Filippelli: Beceyro caracterizóel estilo documental por la cámara ex-céntrica y el montaje discontinuo. Sinembargo, Otar Ioselliani, en Pequeñomonasterio en Toscana, no muestraplanos que hayan resultado de una cá-mara invariablemente excéntrica ni se

somete al montaje discontinuo. Y sien la película de Pedro Costa sobreJean-Marie Straub y Danielle Huillet,la cámara está puesta en el único lu-gar que puede ocupar dentro de unamoviola, también pasan cosas queprueban que no se ha filmado simple-mente lo que se ha podido. En un mo-mento, Straub se para y cierra la puer-ta tapando la única luz que ilumina laescena, que llega desde el pasillo; en-seguida se da cuenta, camina hacia lapuerta y la abre, colocándose en el va-no, silueteado; su acción va en el sen-tido de que la película no se vea obli-gada a registrar cualquier cosa. Asi-mismo, cuando Depardon decide dejarde seguir al personaje y mantener elplano vacío, lo hace también porque,si el personaje volviera a entrar, el pla-no se completaría mucho mejor, aun-que no sé si ese completamiento seríapropio de la ficción o del documental.La directora de Startup.com, confiesa“buscamos el estilo del film de fic-ción”. Ahora bien: ¿por qué el docu-mental tendría que buscar en la fic-ción? ¿por qué hay films que tratan deparecerse a la ficción? ¿por qué no sesigue recusando la ficción?

Raúl Beceyro: Equivaldría a convertiruna imposibilidad en una profesión defe. El documental quiere visitar el vas-to paisaje del cine. Ioselliani, en Pe-queño monasterio en Toscana, lo ha-ce a través de diversos procedimien-tos. Pensemos en los planos fijoscenitales de la comida, donde no sesigue el acontecimiento, sino que semarcan entradas y salidas; sin embar-go, en esa secuencia se produce unimprevisto, cuando uno de los monjesse atraganta; allí, si el director se hu-biera atenido a los procedimientos delcine de ficción, debería haber dado laorden “Corten”. Pero no sólo siguiófilmando sino que conservó esa tomaen el film terminado. En esa escena te-nemos el extremo control del encuadrey la intromisión de lo incontrolable.

David Oubiña: Tengo la impresión deque Beceyro define el género por suscarencias y, en consecuencia, el méri-to del documental sería que no se noteque la cámara está al costado ni querecurre al montaje discontinuo para

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salvar aquellos momentos donde la ac-ción no se pudo registrar o no se re-gistró bien. Pensaba en el documentalde Pedro Costa sobre los Straub don-de la cámara no acepta de manera re-signada ese lugar atrás o de costado; ytodo el control está en el montaje, enla elección de lo que va a la película.O las películas de Benning, que con-sisten en planos fijos de paisaje, dedos minutos y medio; y el último pla-no de The Valley Centro, también deBenning, donde prácticamente no haypresencia humana, muestra una discu-sión de una pareja que viene cami-nando desde atrás de cámara; se pele-an y el hombre cruza una y otra vez lacalle mientras discute con la mujer.Imposible saber si se trata de un planopreparado pero, en cualquier caso, que-da muy claro que se lo eligió para elfinal. El control está en el lugar quese asigna a los materiales y qué sedecide tomar de ellos. Menciono es-tos ejemplos para compensar un énfa-sis excesivo sobre aquello de lo que eldocumental carece.

Raúl Beceyro: Creo que el lugar ex-céntrico de la cámara trae algunos pro-blemas y, al parecer, algunos cineas-tas trabajan para lograr una posiciónmás central y evitar esos rasgos ca-racterísticos del documental que que-dan tan en evidencia en los falsos do-cumentales. El vendedor de Biblias,de Albert y David Maysles y CharloteZwerin, tiene las características delfilm de ficción; hasta donde le es po-sible desarrolla una historia como deficción. En Startup.com, la más largasecuencia de montaje continuo es unaconversación telefónica: dos socios deuna empresa rompen su relación; labúsqueda de ficción comienza con ladecisión de que la filmación siga, na-turalmente por separado, a cada unode los socios que, poco después, sellaman por teléfono. Se registra la lla-mada en ambos lugares y, en conse-cuencia, tenemos el plano y el contra-plano de la conversación. Hay antece-dentes. Pienso en un documental deLeacock sobre la segregación racial enAlabama, cuando Kennedy era presi-dente y había llevado el programa deintegración racial a las escuelas. Estapelícula, treinta años antes de Star-

tup.com, también logró el milagro delplano y contraplano, uno en Washing-ton, donde estaba el ministro de justi-cia, y el otro en Alabama, desde don-de se comunicaba por teléfono el go-bernador racista.

David Oubiña: Pero, aparte de los ca-sos que cita Beceyro, me pregunto sies lo mismo que la toma se haya re-petido o que haya sido filmada simul-táneamente con dos cámaras, o quedos cámaras hayan estado simultáne-amente en diferentes lugares. En la ma-yoría de los documentales, el hechode que el montaje sea discontinuo re-vela que se está en presencia de unacontecimiento real, que no hay unaconstrucción en el sentido del cine deficción. Con “real” no quiero decir quesea más verdadero o más objetivo, si-no que, en el caso del documental, unevento real podría advertirse como fal-seado o construido justamente si hayun empalme en continuidad. La dis-continuidad sería la garantía de quealgo ha sucedido y que ha sucedidotal y como ha sido mirado por alguien;por eso la idea de la excentricidad dela cámara es importante, por lo menospara cierto tipo de documental; es lagarantía de que alguien mira. En laspelículas realistas de ficción, nunca setiene la sensación de que lo que suce-de está siendo mirado por alguien. Lomás artificioso del cine es lo que hapasado a considerarse una marca delrealismo. Como si se pensara: nadieestá mirando este acontecimiento por-que nadie podría ocupar todos estoslugares al mismo tiempo. Mientras queuna cámara afectada por la excentrici-dad o por la discontinuidad revela quelo que sucedió fue mirado por alguien.En las películas de ficción realista esindispensable el efecto de que lo quese muestra no es mirado por nadie,cuando en verdad resulta de un con-junto de operaciones; en cambio, eldocumental (al que tiende a atribuirsela objetividad del registro) pone en es-cena justamente una mirada. El docu-mental sería el encuentro de un even-to y una mirada: esto sucedió y al-guien lo miró. Aunque exista laposibilidad de un documental falsea-do, donde la acción se hubiera repeti-do varias veces para que pudiera ser

filmada o para lograr el empalme encontinuidad, como en la escena de lazambullida en La lucha.

Jorge Myers: Iría más lejos. Yo creoque el efecto de realidad tiene que vercon la intención con que se trabajanlos materiales. Imaginemos la filma-ción de una película de ficción y lafilmación de esa filmación por otra cá-mara, como en los making of, peroque filme lo que está filmando la cá-mara de la película de ficción. Anteun caso semejante, sería apropiada lapregunta de Geertz, que en realidadno es suya, sino de Gilbert Ryle:¿cuándo un guiño es un guiño, y nootra cosa? Sólo se puede hallar unarespuesta si se conoce la intención queestá detrás del gesto. Si se quiere de-finir con rigor en qué consiste la espe-cificidad del documental hay que to-mar la relación entre los medios y losmateriales, como decía David, y noquedar fijado en los materiales que su-puestamente garantizan la realidad ola objetividad. Es más importante laintención con la que se trabaja el ma-terial, porque éste puede ser el mismopara una película de ficción y un do-cumental. Hay momentos de El ven-dedor de biblias en que uno se sienteinclinado a pensar: podría ser una pe-lícula de Cassavetes, por ejemplo Hus-bands.

Santiago Palavecino: Está, por un la-do, el estatuto de la imagen cinemato-gráfica, y la discusión sobre si es máso menos significativa en tanto com-porte un plus de supuesta realidad, yaque la realidad ha sido una suerte debien deseado, por lo menos por ciertaideología modernista del cine. Estánlos modos de construcción realista ysus variantes en narraciones que pre-sentan prioritariamente una subjetivi-dad o no lo hacen; los modos de lossucesivos encuentros de realidad quecomienzan después de la segunda gue-rra, pero también antes. Y subsistendos problemas: cómo un acontecimien-to pertenecería inequívocamente al or-den de lo real (cosa que, por supuesto,en la imagen nunca está garantizado)y de qué modo un cineasta va al en-cuentro de aquello real. Esto, en losúltimos años se ha complicado. Todos

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estamos un poco cansados de la fór-mula sobre lo “indiscernible” entre do-cumental y ficción. Pero deberíamosser capaces de explicar porqué la in-corporación de lo real ha sido tan de-seada, convirtiendo al cine documen-tal en una suerte de sombra, subterrá-nea pero no por eso menos codiciada.

Rafael Filippelli: Estoy de acuerdo.Cuando hoy presentan sus películas,los directores no dicen: “He hecho undocumental”, sino “He filmado una pe-lícula”, reservándose el derecho de norecusar ni el documental ni la ficción.Un documental clásico implicaba unaforma de recusación de la ficción. Hoyse dice trabajar entre el ensayo y laficción, no entre el documental y laficción. Cambió el par de opuestos. Ytanto no hay una diferenciación que,cuando los cronistas premian el cineargentino, eligen como mejor docu-mental Los rubios y también premiancomo mejor actriz a la que trabaja enesa película. Los cronistas creen quees posible que una película sea el me-jor documental y que, al mismo tiem-po, tenga adentro a la mejor actriz.

Jorge Myers: Eso plantea otra vez elproblema del estatuto del registro:¿cuál es el estatuto del registro? Haycámara excéntrica y montaje disconti-nuo porque la voluntad de captar loque está ocurriendo en la realidad im-pone ciertas desventajas.

Sonido, tiempo, imagen

Hernán Hevia: En algunas ocasiones,Depardon suple la pérdida de la mo-vilidad de la cámara con la movilidaddel sonido. A medida que avanza suobra, el eje de cámara se vuelve másfijo, pero el micrófono comienza a de-sentenderse de un plano que, quizáspor su fijeza, ha dicho lo que teníaque decir; la movilidad del sonido con-tradice la fijeza visual. En New York,Depardon sonoriza el plano de una es-quina de la ciudad, que no tiene soni-do documental. En Afrique, commentça va avec la douleur? muchos de losplanos describen 360 grados: sólo nose nos muestra a Depardon mismo, queestá en el medio, y que, en paralelo, a

través de su voz, enuncia una suertede diario. Lo que me parece intere-sante es una relación que no está engeneral en la ficción. Algo así comosi el documental tuviera siempre lautopía de filmar todo el tiempo, noperderse nada de lo que está suce-diendo. La otra diferencia, me pare-ce, es que en la ficción existe el fue-ra de campo y, después, el fuera decuadro. En el documental, el fuera decuadro y el fuera de campo se super-ponen; en la ficción jamás. El docu-mental está sometido a la tentaciónde que cualquier cosa que aparezca osuceda sea, en definitiva, lo que bus-caba registrar.

Beatriz Sarlo: Me gustaría plantear laperspectiva de la línea de tiempo. Al-gunos documentales trabajan la líneade tiempo como las películas de fic-ción, en una sucesión que es argumen-tal y narrativa. Esa línea narrativa pue-de resolverse con materiales que le im-ponen límites y ausencias, pero el film,en su conjunto, quiere contar. Unejemplo sería la película de SergioWolf (codirigida con Lorena Muñoz)sobre Ada Falcón, Yo no sé qué mehan hecho tus ojos, que sigue el mo-delo narrativo del policial. Empiezacuando Aníbal Ford le informa de laexistencia de Ada Falcón, que Wolfno conocía o casi no conocía, y avan-

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za en la construcción primero de larelación de Wolf con las imágenes ysonidos de esa desconocida hasta queella se convierte en una suerte de ob-sesión, que sale a buscar y finalmenteencuentra. Con los mismos materialesel film hubiera podido ser otra cosa:una descripción, un retrato. En cam-bio, una película como Shoah no tieneesa línea de tiempo. Trabaja, a lo lar-go de ocho horas, sobre la acumula-ción; los testimonios no presentan unaprogresión temporal relevante. Shoahno propone una narración en términostemporales, sino la construcción de eseobjeto que es la máquina de los cam-pos de concentración y los problemastécnicos que presentó la gestión de lamuerte. La película construye su ob-jeto no a la manera narrativa, aunquese escuchen micronarraciones, sino ala manera ensayística y monográfica.Los films “normales”, tanto del mer-cado como relativamente independien-tes, excepto los experimentales y losque exploran la estética video, desa-rrollan una línea de tiempo, aunquesea intrincada. El cine, en general, na-rra, excepto un grupo de documenta-les que se apartan de la línea de tiem-po (por ejemplo, los films de Benningo de Emigholz). En el documental so-bre su obra, con cierto optimismo cán-dido, Benning dice que el cine se ocu-pó hasta ahora de solucionar los pro-blemas de la narración y que él lo tomaallí donde fue abandonado, en lo queconcierne a cuestiones de representa-ción y de imagen que no incluyen ne-cesariamente transformaciones de per-sonajes o sucesos en el tiempo.

La línea de tiempo, línea de la dié-gesis, no diferencia el documental delcine de ficción, sino las películas quenarran de las que no tienen la narra-ción como motor fundamental, pelí-culas que transcurren en el tiempo pe-ro que el objeto que construyen noestá sostenido narrativamente; cada fa-ceta de ese objeto transcurre en untiempo, que se ensambla con otras fa-cetas-tiempo, para alcanzar un concep-to o una figura, en vez de una narra-ción.

Graciela Silvestri: Desde la perspec-tiva planteada por Beatriz (películasque construyen un objeto y películas

que narran), encuentro relaciones mu-cho más estrechas entre La lucha ylas representaciones de la pintura, queentre éstas y la narración de El vende-dor de biblias. Las imágenes de la pin-tura no son argumentativas, sino am-biguas; crean una especie de piso cul-tural, no siempre del todo consciente,pero muy sólido. Cuando se discutiósobre la cámara excéntrica, creí en-tender que esa excentricidad es tantoformal como sustancial. Y eso tieneanalogías con lo que sucedía en el re-alismo del siglo XIX. Lo primero quecambia con el realismo es el tipo detema, entran los temas bastos, vulga-res, crueles, cotidianos. La cámara ex-céntrica daría lugar a un desencuadrecon respecto al encuadre de una ima-gen clásica. Un ejemplo de realismo,que suele colocarse en otra tradiciónplástica, es el Bar en Folies Bergères,de Manet. Es documental; aparecen co-sas que no debieran aparecer si el cua-dro se hiciera cargo, de manera clási-ca, de la figura de la mujer plantadaen el centro del rectángulo; su centra-lidad está perturbada por otras figu-ras, las que se ven en el espejo; sibien la mujer está en primer plano,todas las demás figuras también tie-nen dimensiones de primer plano, to-das comparten el mismo tratamientoplástico. No hay centralidad, a pesarde que la composición tiene una figu-ra en su centro. En los realistas norte-americanos siempre aparecen objetosque interceptan la mirada, como si elpintor no hubiera podido evitarlo, aun-que en el caso de la escuela norteame-ricana podría suponerse un sistema depréstamos con el cine. Pienso en unaserie de cuadros de la tradición realis-ta. Cuando Courbet pintó sus lucha-dores, su programa era la vida y elmovimiento, el verismo de la repre-sentación, que se perciban las váricesen las piernas de los hombres traba-dos en la lucha. Sin embargo, en lanitidez del dibujo de estas várices con-fluyen dos tradiciones: la culta, por-que el dibujo de las várices evoca eldibujo de la musculatura en la repre-sentación clásica; y la popular, las es-tampas de lucha sin perspectiva, sinfondo, sin gradación, sin planos suce-sivos que vayan guiando la mirada.Además, Courbet eligió pintar en gran

formato un tema que pertenece al mun-do bajo y al que le correspondía, porlo tanto, el pequeño formato o el gra-bado. En Luchadores, un cuadro deG. Luks, pintado en Estados Unidos aprincipios del siglo XX, lo que se evi-dencia es cierta imprecisión de la mi-rada, algo rugoso, no límpido, y esascualidades podrían remitir al documen-tal. Encontramos muchas escenas deboxeo o de espectáculos de masas enla pintura norteamericana (G. Bellows,Velada para hombres en Sharkey’s,1907 y Dempsey y Firpo, 1924), untema “bajo” que coincide en el tiem-po con la representación de interioresurbanos, de pequeñas ciudades y sugente. Este realismo se intensifica des-pués del crack de 1929. Hay una líneaque culmina, también en literatura, enlos años treinta norteamericanos, unalínea que no desaparece del todo y quecreo que se podría cruzar con el docu-mental.

Otro tema para pensar es el de lageometría en el cuadro, que implica elcontrol en la disposición de los ele-mentos y una construcción proporcio-nal del espacio. En Vendedor de fós-foros, de Otto Dix (1920), los perso-najes se están retirando y son captadosdesde un lugar insólito, desde abajo,como si estuvieran siendo expulsadosdel plano. Como en el montaje dis-continuo, muchos cuadros muestrancosas que, aparentemente, no tienenrelación entre sí. La ausencia de rela-ción entre los elementos proviene deuna idea de realidad, tendencia que esmuy evidente en el grabado más queen la pintura, aunque el cubismo bus-có esos mismos efectos de dislocación.

El impacto de la cultura visual estan profundo, que no llegamos ni si-quiera a preguntarnos sobre el sistemade préstamos. La pintura produce unaeducación del ojo.

Rafael Filippelli: La pintura incide demodos diferentes; hay cineastas com-pletamente convencidos, no importacuál sea su cultura plástica, de que lasimágenes del cine vienen del cine;otros que entablan, como Godard, di-ferentes relaciones según los períodos;y finalmente los que, como Antonio-ni, tienen la composición plástica co-mo referencia.

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Graciela Silvestri: En El desierto ro-jo, cuando los personajes van cami-nando por una calle hacia el lugar don-de Monica Vitti quiere poner su nego-cio, ¿por qué es difícil pensar que setrata de un documental? Porque lasimágenes están muy trabajadas desdeel punto de vista de la ponderaciónproporcional, como si las mirara unarquitecto refinado. Cualquiera de esasimágenes pone en evidencia un cuida-doso principio de composición del quepodría pensarse que atenta contra laverosimilitud de un registro directo delo real. Este rasgo, esta cualidad si sequiere, no se encuentra en las imáge-nes de los sesenta de Godard. Lo quequiero decir es que hay convencionesque el público relativamente culto co-noce y que le indican que ciertas imá-genes pertenecen a un registro y no aotro.

David Oubiña: De esa escena de Eldesierto rojo, tampoco yo puedo pen-sar que es documental. Aunque po-dría haber una escena similar en undocumental, estaría presentada de otromodo. En una película de ficción, hayalgo que es del orden de la previsión.En cambio, hay algo en el documentalque tiene que ver con el deseo de cap-tura.

Santiago Palavecino: A propósito deesa misma escena de El desierto rojo:no pensamos que es documental sobretodo porque ya hemos visto veinte mi-nutos de un film de ficción. Por eso elproblema de la duración y del monta-je tampoco me parece indiferente. Vol-vería a la cuestión que planteó Davidal principio: la relación de una miradacon sus materiales y qué estatuto lespropone o les adjudica, no necesaria-mente el estatuto que tienen como par-te del mundo exterior al film.

Beatriz Sarlo: Me gustaría señalar otradiferencia. El plano final de Bajo losolivos, de Kiarostami (que describióDavid en un artículo de Punto de Vis-ta), no podría ser tomado como docu-mental, porque un documental no pue-de tener un plano de ese extremo adel-gazamiento semántico-informativo;tanto por su duración como por su óp-tica no parece propio del documental,

es demasiado abstracto y se niega aproporcionar un grado de informaciónmínima sobre lo que está sucediendo.En cambio, la cámara excéntrica deldocumental busca la información, delmodo que sea posible, en lugar de em-peñarse, casi, en no ver. Si ese planohubiera sido breve, quizás no se po-dría decir esto, pero la extrema dura-ción indica la decisión de Kiarostamide editar un plano lejanísimo, larguí-simo y de bajo contenido semántico.Con esto quizás esté reintroduciendoel problema del tiempo.

Santiago Palavecino: ¿Dirías, enton-ces, que la in-significación no perte-necería al documental?

David Oubiña: La insignificancia sepodría leer como el efecto de lo realal que se refiere Barthes. Quizás loque parece in-significante dé pistas defuerte significación.

Subjetivo y objetivo

Rafael Filippelli: El tema de la reali-dad ha entrado y salido de esta discu-sión. El cine trató desde muy tempra-no y a lo largo de toda su historia deencontrar formas, y a veces fórmulas,que le permitieran mantener una rela-ción lo más estrecha posible con larealidad que, por otra parte, quiéraloo no, lo sobredetermina por el carác-ter analógico de la mayoría de las imá-genes. El documental surge tambiéncomo una recusación de la ficción, co-mo un modo hipotéticamente másefectivo de hacerse cargo “directamen-te” de la realidad.

Pero no me parece que el proble-ma deba ser planteado en términos demayor o menor realidad, sino en quées lo subjetivo y qué lo objetivo enlas condiciones del relato cinemato-gráfico. Obviamente, en esta cuestiónel “lugar” de la cámara es decisivo. Apartir de una convención, se llama “to-ma objetiva” a lo que ve la cámara y“toma subjetiva” a lo que ve un per-sonaje. Esta misma convención indicaque la cámara vea al personaje y queel personaje a veces vea y a veces seavisto. Además, la cámara puede mos-trar casi simultáneamente al personaje

visto y aquello que el personaje ve. Apartir de estas relaciones de imáge-nes, la puesta en escena cinematográ-fica consolidó, de Griffith hasta hoy,las condiciones de veracidad de todorelato. Este sistema narrativo (al queyo llamo “cine realmente existente”)tendió a homogeneizar la sintaxis delcine, obstaculizando posibilidades ex-presivas diferentes.

Sin embargo, otra forma de relatopone en cuestión la distinción entre losubjetivo y lo objetivo, y también suidentificación. El ciudadano es la pri-mera película que explora temática-mente esta posibilidad, porque Wellestiende a desvanecer la distinción entrelos dos tipos de imágenes que han vis-to los testigos interrogados para alcan-zar alguna certeza sobre la identidadde Kane que, finalmente, no se logra.También Pasolini, no siempre comodirector pero sí como teórico, avanzaen la misma dirección que Welles. Enlo que él llamaba “cine de poesía”, enoposición al “cine de prosa”, se esfu-ma la diferencia entre lo que ve sub-jetivamente el personaje y lo que veobjetivamente la cámara, ya que la cá-mara adquiere una perspectiva interior,una relación mimética con la manerade ver del personaje. El ejemplo quepropone Pasolini es El desierto rojo yel personaje representado por MonicaVitti. Allí se superan los dos elemen-tos del relato tradicional: Pasolini lla-ma “subjetiva indirecta libre” a la quetrasciende el relato indirecto objetivodesde el punto de vista de la cámara yel relato directo subjetivo desde el pun-to de vista del personaje. Ambos tiposde imagen se contaminan. En Anto-nioni, la distinción entre subjetivo yobjetivo pierde relevancia en la mis-ma medida en que la descripción vi-sual no sólo adquiere la misma im-portancia que la narración sino que,por momentos, la reemplaza.

El cine de Godard también afectalos fundamentos de un relato basadoen la alternancia de lo subjetivo y loobjetivo. Las relaciones entre los pla-nos de Godard muestran que las dife-rencias entre lo subjetivo y lo objeti-vo no tienen más que un valor provi-sional y relativo. Se trata de unafrontera móvil. Lo más subjetivo sevuelve perfectamente objetivo cuando

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una realidad resulta de la fuerza de ladescripción visual, como, por ejem-plo, en la escena del lavadero de au-tos en Dos o tres cosas que yo sé deella. Y en Masculino femenino, la en-trevista “ficticia” de los personajes yla entrevista “real” de los actores semezclan de tal modo que parecen ha-blarse los unos a los otros y hablarsea sí mismos, mientras le hablan al ci-neasta. También se podrían plantearestas mismas cuestiones en Cassave-tes y en Jean Rouch.

En cualquier caso, lo que los ejem-plos muestran es que, cuando ciertotipo de relato deja de remitirse a unideal que había constituido su propia

cen sobre el género de algunas pelícu-las que es “indecidible”. No parece ca-sual que mencionen también el térmi-no “ensayo”. En ese término se puederastrear la primera persona en la enun-ciación de muchos ¿documentales?que se filman actualmente.

Silvia Schwarzböck: Al final de lo queexpuso Rafael, aparece el que quizássea el verdadero problema: tanto parala ficción como para el documental elmodelo de verdad es el de la ficción.Los hechos, en tanto filmados, nuncason reales o irreales, sino verosímileso inverosímiles. Habría que pensar, en-tonces, si hay otro modelo de verdad,

tema narrativo probablemente no pue-da diferenciarlo del sistema narrativode un relato histórico: una batalla con-tada en una novela y contada por unhistoriador pueden no presentar dife-rencias en el orden de la narración.En ese caso me parece que correspon-dería también lo que Rafael señalabapara el cine, dejando de lado la cues-tión del carácter ficcional.

Rafael Filippelli: Por eso discuto lapremisa de que lo que diferencia aldocumental sea la cámara excéntricay el montaje discontinuo que, en algu-nos casos, caracterizan a un film do-cumental, pero no en otros. Como pa-radigma no funciona.

David Oubiña: También se podría pen-sar que en un documental no hay re-petición. El hecho es irrepetible. Cuan-do, en un documental, alguien le hacehacer algo a su personaje, utiliza re-cursos de la ficción. Un documentalsería aquella película donde lo que sefilma sucede una vez y la cámara estáallí observando lo que puede, sea o noexcéntrica. En un documental sobre unpartido de fútbol se podría colocar lacámara en varios lugares, y por lo tantono habría excentricidad. Pero lo queesa cámara capta sucede una vez ysólo una. Dejo de lado la palabra ex-céntrico y digo simplemente: en undocumental se ve lo que se puede ver;en una ficción, el control puede sermayor o menor pero siempre existe laposibilidad de repetir, aun cuando to-do sea improvisado.

Graciela Silvestri: Creo que hubo al-go así como tres enfoques, que vancambiando pero que parecen igual-mente indispensables. El enfoque deRaúl es formal-técnico; el de Rafaeles formal, pero en un sentido más am-plio, se trata de los problemas del ci-ne y en todo caso de la relación delojo que ve y de lo visto Estas dosposiciones obligan a moverse haciauna tercera que es, como planteaba Sil-via, el argumento de una explicación.Se trata, entonces, de retórica y, si bienes cierto que sus procedimientos noestablecen una verdad, también hayque recordar que la retórica se usabapara probar judicialmente algo, que

verosimilitud, se convierte en lo queDeleuze llama “una simulación de re-lato”, donde las imágenes objetivas ylas subjetivas pierden su cualidad di-ferencial.

Ningún tipo de cine documental esajeno a esta situación, se trate de unapelícula sobre un escritor o sobre unatribu, de un documental a la Flahertyo a la Grierson. Este cine, por un ladorecusaba la ficción y exploraba nue-vos caminos, por el otro, conservabay sublimaba un ideal de verdad quedependía de la sintaxis propia de laficción cinematográfica: lo que ve lacámara y lo que ve el personaje, elantagonismo posible y la resoluciónnecesaria. Se abandonaba la ficción pa-ra captar o descubrir una realidad y,al mismo tiempo, se conservaba unmodelo de verdad que dependía de laficción. Si esto es cierto, el problemano consiste sólo en pensar las diferen-cias entre ficción y documental sinoen imaginar un tipo de relato que losafecte a ambos. El sonido juega, eneste punto, un papel importante, pormotivos a los que se referió Hevia apropósito de Depardon y por las posi-bilidades que se abren cuando el soni-do y la imagen se independizan.

Tal vez, a estas cuestiones quieranreferirse cineastas y críticos cuando di-

que no sea ése. Rafael mencionó doscategorías: la descripción y la narra-ción. Yo agregaría una tercera: la ex-plicación que, al reordenar expositi-vamente los hechos, rompe con la tem-poralidad lineal: el orden lógico(verdadero) no coincide con el ordentemporal (aparente). La idea de quelas cosas suceden en un orden, perose explican en otro, desmiente los su-puestos más ingenuos de cualquier for-ma de realismo. Pero no por eso laexplicación deja de responder a un cri-terio de verosimilitud. La explicaciónes también un modelo de verdad ente-ramente ficcional. Se me ocurre, a par-tir de esto, que las categorías correc-tas para seguir adelante son precisa-mente las que sugería Rafael: subjetivo/objetivo. Si se parte de distinguir en-tre planos objetivos y subjetivos, y sedesarrolla la relación entre ambos conun sentido histórico-dialéctico, se en-frenta el problema de si la distinciónentre lo subjetivo y lo objetivo final-mente se pierde, o si en realidad sesupera bajo la forma del ensayo. Yahí se vuelve necesario plantear lacuestión de la primera persona.

Martín Kohan: Supongamos que yotomo una novela como narración, nocomo ficción. Tomándola como un sis-

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puede no ser la Verdad pero que tieneque ver con la realidad y no con laficción.

La realidad, la narración

Silvia Schwarzböck: Estaba pensandoen La manzana de Makhmalbaf. ¿Quées lo que haría aceptable una explica-ción de lo que muestra el film? Sesupone que es un caso real, no sóloporque la película lo dice, sino porqueen un momento se muestra un perió-dico donde aparecen las dos chicas yson las mismas que vemos actuandoen la película. Como pasó por los me-dios, como fue un caso público, pode-mos pensar que para cualquier iraníes como si acá se filmara el caso queocupó la semana pasada a la televi-sión. Podría decirse que para que algosea retóricamente convincente es pre-ciso que responda a ciertos niveles deaceptación comunitaria de la verdad.Un discurso es verdadero o falso paraquien tiene las herramientas propiasde una cultura para discernirlo. Paraalguien que siguió el caso a través delos medios, o para una periodista quelo investigó, la película puede alejarsemás o menos de los hechos. Así, haypúblicos más privilegiados que otrospara juzgar la relación entre un filmdocumental y los hechos externos.Mientras que quien no tiene ninguna cer-canía anterior con el caso filmado, pue-de no discernir absolutamente nada.

Jorge Myers: Pero eso no tendría quever con el estatuto de la película.Cuando se proyectaba La llegada deltren a la estación de la Ciotat, el pú-blico se asustaba, porque todavía noestaba claro que era una película, queno se trataba de un tren verdadero. Lamanzana tiene elementos propios deldocumental, pero, de todos modos, hayvarias secuencias que marcan clara-mente que, aunque se refieran a he-chos efectivamente sucedidos, se tratade un film de ficción: la metáfora dela manzana, el chico que guía a lasdos nenas hasta la zona comercial...

Beatriz Sarlo: Las escenas menciona-das por Jorge, por ejemplo la del neneque atrae a las chicas con la manzana

y las conduce como una especie deflautista de Hamelin, o la escena fi-nal, de carga fuertemente metafórica,con la ciega asediada, para decirlo dealgún modo, por la manzana, empujanhacia el lado ficcional. Pero otros ras-gos, sobre todo en el comienzo, pare-cen estar allí como una especie de imi-tación del documental. Por ejemplo,cuando la cámara entra a la casa, porprimera vez, pasando por encima delmuro; después la película encuentra laforma de entrar más cómodamente porla puerta... Un giro argumental evitaese forzamiento documental.

Rafael Filippelli: Claro, llegó el jefede producción con la llave.

Beatriz Sarlo: La cuestión de la reali-dad concierne también al espectador.No es simplemente porque sea “deépoca”, que podemos distinguir queen Kaspar Hauser hay un actor repre-sentando a un personaje, mientras quelas chicas de La manzana no son ac-trices. Hay algo que viene del lado dela recepción, que sucede allí, a partirde las expectativas del que mira y nodel que hizo el film. La manzana esuna película llena de trampas y de pac-tos que no se explican; sin embargo,pese a ello, estamos bastante segurossobre el carácter no ficcional o, por lomenos, sobre la relación no ficcionalentre algunos de sus personajes y susroles, es decir tendemos a creer queesos personajes son sus roles. Lo mis-mo sucede con Kiarostami, en Bajolos olivos.

David Oubiña: El caso de Kiarostamies interesante porque, todo del tiem-po, en Bajo los olivos muestra su con-ciencia de lo que está sucediendo.Cuando incluye escenas que podríandefinirse como claramente documen-tales (el viaje con las mujeres en lapickup, por ejemplo), la película de-clara, con honestidad, qué partes sondocumentales y qué partes son de fic-ción. Además el choque entre docu-mental y ficción le aporta algo a lapelícula, que trabaja sobre la tensiónentre los dos géneros.

Jorge Myers: La finalidad propagan-dística plantea otros problemas a la

alternancia de realidad y ficción en eldocumental. Por ejemplo, Sal paraSvanetia, de Mijail Kalatozov, 1930,parece un documental etnográfico so-bre un pueblito miserable, perdido enmedio del Cáucaso. Por el tema, elfilm sería etnográfico, pero por el mo-do en que está filmado, por la formaen que avanza su relato, y por su de-senlace queda en evidencia su propó-sito propagandístico. Svanetia es unpueblo, aislado en un valle entre mon-tañas, cuyos habitantes tienen todo loque necesitan para sobrevivir exceptosal. La película muestra cómo los hom-bres de Svanetia salen a trabajar enlas regiones aledañas, compran sal y,de regreso, atraviesan unas montañasgigantescas donde los sorprende unatormenta, mueren todos y, en conse-cuencia, el pueblo se queda sin sal.Pero, al final, aparecen los svanetia-nos comunistas que dinamitan lasmontañas y construyen un túnel pordonde pasará un ferrocarril que lleva-rá a Svanetia la sal que necesitan suspobladores. El objetivo propagandís-tico es bien evidente. En una vieja his-toria del cine documental, publicadaen 1935 por Paul Rotha, se puede leercómo se pensaba el documental en esemomento temprano. Rotha, que era fi-locomunista, tiene una posición muydecidida en contra de lo que llamaba“cine de ficción”, que identificaba conel cine industrial. Abogaba por un ci-ne alternativo, que llegara a las masasy compitiera con el cine de entreteni-miento y evasión. Sostiene que lo quedefine al documental no es el temasino el “método documentalista”. Ci-to: “La tarea inmediata del documen-talista es, creo, la de encontrar los me-dios que le permitan emplear su do-minio del arte de la persuasión paracolocar al pueblo y sus problemas, sutrabajo y sus servicios, ante su propiamirada. Su tarea consiste en mostrarleuna mitad de la población a la otra; enaplicar un análisis social más profun-do e inteligente a todo el arco de lasociedad moderna; en explorar sus de-bilidades, comunicar sus sucesos, dra-matizar sus experiencias, y sugerir unacomprensión más amplia y amigablea la clase prevaleciente en esta socie-dad. El no debe, creo, llegar a ningu-na conclusión, sino hacer una presen-

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tación del caso lo suficientemente efi-caz como para que sea posible llegara conclusiones a partir del mismo...La esencia del documental consiste ensu dramatización de ese material na-tural. Y el mero hecho de dramatizarfalsifica la relación que el enunciadofílmico mantiene con la realidad. De-bemos recordar que la mayor parte delcine documental expresa verdades só-lo en la medida en que representa unaactitud mental: el propósito de la pro-paganda es la persuasión, y la persua-sión exige una actitud mental particu-lar hacia el tema tratado, cualquieraque sea. Decir la verdad a través delas limitaciones técnicas de la cámaray del micrófono exige una descripción–el propósito fundamental del film pe-dagógico– y no una dramatización –elpropósito que define la esencia del mé-todo documental. Es por ello que enel documental, aun el mero enunciadode un hecho exige una interpretacióndramática para que pueda ‘cobrar vi-da’ (liberar su verdad) en la pantalla”.Como ven, la contradicción con la na-rración dramatizada de los hechos yaestaba instalada en los años treinta,cuando se problematiza por primeravez la cuestión del género. Hoy frentea películas soviéticas como Sal paraSvanetia, pensamos “esto es ficción”,y sin embargo, en los años treinta,quienes la veían pensaban “este es undocumental modelo”.

En el comienzo de esta discusión,Beatriz se refirió a la diferencia en eltratamiento del tiempo en películas quenarran y películas que construyen unobjeto que no está básicamente soste-nido en la narración. Por ejemplo, Ber-lín, sinfonía de una ciudad, de WaltherRuttmann, 1927, tiene microrrelatos,pero éstos se interrumpen a cada pa-so; en otras películas, el eje, en cam-bio, es narrativo, por ejemplo Sal pa-ra Svanetia. Volvería a esta cuestióndel tiempo como un modo de salir dela discusión acerca de verdad, narra-ción y ficción.

Silvia Schwarzböck: ¿Cuándo decístiempo narrativo te referís a un tiem-po interno a la ficción, un tiempo pro-pio de la ficción?

Jorge Myers: Berlín, sinfonía de una

ciudad empieza con un amanecer ytermina con la puesta del sol, la pelí-cula está atravesada por el paso deltiempo. Pero lo que no hay es un su-jeto que se proponga como personaje.En cambio, en Yo, un negro de Rouch,existen claramente personajes y peri-pecias. Hay narración. Tampoco enNew York de Depardon hay peripecia:lo que se ve es la ciudad de día en unadirección, y de noche, en la otra.

David Oubiña: De todos modos Ber-lín y New York presentan dos miradasmuy distintas. En un caso hay una ideade composición, de ritmo, de construc-ción, aunque no sea construcción na-rrativa; mientras que el otro es másuna contemplación, que responde a laidea de que ese documental es sim-plemente un trayecto en el telesféricodesde Manhattan a Roosevelt Island.En Berlín hay un trabajo de montaje,de definición de la duración de los pla-nos. Mientras que en la película deDepardon, el tiempo está determinadopor lo que tarda en ir y venir el teles-férico.

Rafael Filippelli: La diferencia entreBerlín y New York es fundamental. Noes que en una película haya tiempo yen la otra no. Lo que sucede es que,en la época de Berlín, el tiempo esta-ba subordinado al movimiento, mien-tras que en New York, el movimientoqueda subordinado al tiempo. Berlínrecurre a los procedimientos elípticosclásicos, a través del montaje (si no lohiciera, no podría contar un día en unaciudad); New York trabaja el tiempodespués del neorrealismo.

¿Reglas?

Beatriz Sarlo: ¿Qué se puede hacer yqué no se puede hacer en un docu-mental? En Yo, un negro pasa algointeresante y desconcertante al mismotiempo. Es una película hecha con elmismo programa que Exiles de Mac-kenzie: se toman algunas personas deuna minoría racial y social (indios nor-teamericanos o negros migrantes) y selos convierte en personajes y actoresde la película. Lo que me llamó laatención en Yo, un negro, es el uso

del off, porque Rouch hace cosas quehoy se considerarían completamenteprohibidas: sobre muchas escenas hayun off donde el personaje principalcuenta o comenta sus vicisitudes; pe-ro sobre algunas escenas de diálogo,incluso muy importantes, el off de al-gún modo mima el diálogo, o por lomenos la parte que le corresponde alpersonaje principal (en realidad, el otrointerlocutor no habla, lo cual refuerzala idea de la preparación del plano pa-ra que después ese off fuera agrega-do). El personaje hace una especie deplay-back defectuoso, fuera de sincro,pero muy próximo temáticamente a loque habría dicho en la escena previa-mente filmada. El off, de algún modo,simula que es el sonido de la escena.El recurso hoy parecería discutible...y eso también hace a la historia deldocumental, ya que la historia de ungénero es finalmente la de sus reglas.

Jorge Myers: Creo que Yo, un negropuede tomarse, en parte, como una res-puesta a observaciones de Bazin cuan-do critica algunos documentales etno-gráficos (hay un cazador de cabezasesperando al cineasta, transcurre la pe-lícula y el cineasta todavía conservasu cabeza). Rouch, en cambio, ponede manifiesto la puesta en escena co-mo modo de captar una realidad queestaría tergiversada en el documentalque pretenda haber resultado simple-mente de un registro. Godard escribiómucho sobre estas películas de Rouch,en Cahiers, subrayando la posición deRouch en contra del falso realismo.

Beatriz Sarlo: Hay artificios de lapuesta en escena en la película deRouch que recuerdan algunos artifi-cios de Exiles (y yo creo que ambasson películas muy afines, de la mismaépoca). En Exiles, la mujer del prota-gonista, que sabe que su marido novolverá hasta la madrugada, va a pa-sar la noche a la casa de una amiga.Se ve a las dos mujeres en la cama y,cuando comienza a amanecer, se oyengritos y carcajadas de gente que seaproxima. La mujer se incorpora y mi-ra por la ventana. El plano correspon-diente muestra al marido, otra mujer yun amigo, llegando de una juerga. Eseplano es, por la forma en que la pelí-

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cula se ha ido contando, espacialmen-te poco verosímil, pero sirve para ar-mar relato y a Mackenzie no se le ocu-rrió prescindir de él. Frente a la sub-jetiva de calle donde se muestra elregreso del marido, sentimos esa mo-lestia que quizás provenga de un sis-tema de supersticiones más que de re-glas. ¿Era necesario ese plano? ¿habíaque mostrarlo?

Rafael Filippelli: Estuve junto conChristian Pauls y Sergio Wolf en elseminario de Emilio Bernini. Y unade las cosas que más se objetó de lapelícula de Wolf fue que mostrara aAda Falcón. Se cuestionó el derechoque tenía el director a mostrar a unamujer, casi una ruina, que cuarentaaños antes había decidido recluirse yno volver a permitir fotografías ni apa-riciones en público. Se discutió estoen términos casi diría yo morales. Meresultó sorprendente, probablementeporque yo no impugno del mismo mo-do la aparición de Ada Falcón.

Beatriz Sarlo: Yo creo que el origende esa impugnación está en el legen-dario artículo de Rivette sobre el re-encuadre de Emanuelle Riva como ac-to abyecto; artículo, por lo demás,puesto en circulación más reciente porDaney. Y, en este punto, se puede vol-ver al documental de Rouch: allí hayuna escena que hoy también sería dis-cutida, cuando la amiga del protago-nista va con él a un cuartucho, sabe-mos que se van a acostar juntos, no esnecesario aclararlo; sin embargo,Rouch hace que la chica se desnudepara la cámara, la muestra sentada enla cama, mirando a cámara y sacándo-se la ropa. Le ha pedido algo a al-guien que, con toda probabilidad, nosabía bien cómo debía responder a eseseñor europeo que los estaba filman-do. Hoy esa escena también sería cues-tionada.

Graciela Silvestri: En ambos casos (elde la chica y el de Ada Falcón), lainterdicción se apoya en un plano mo-ral.

Rafael Filippelli: El artículo de Rivet-te, retomado por Daney, es uno solo.Nunca se volvió a escribir sobre el

tema. Pero creo que en el caso deldocumental, se trata de que el proble-ma ya está en las condiciones del gé-nero.

Graciela Silvestri: Porque en el géne-ro se presupone no la realidad tal cuales, pero sí la verdad. Y a la ficción nose le pide eso.

David Oubiña: Al margen de si esapetición moral afecta solo al documen-tal o al documental y a la ficción, detodos modos no me parece mal que seplantee. Yo no criticaría en ese puntola película de Wolf, pero sí me pare-ció algo objetable la mostración en Bo-nanza, la película de Ulises Rosell, deese especie de buen salvaje que es suprotagonista. Me parece que la discu-sión es pertinente en la medida en queel documental o el ensayo han queda-do en manos de gente que piensa quepuede hacer una película encontrandoy mostrando simplemente un objetosimpático, bizarro o freak. Rosell en-contró un tipo muy estrafalario y dijo“tengo la película”, y en efecto, cuan-do se ve la película, se tiene la certezade que descansa en el hecho de que elpersonaje va a hacerlo todo, sin que eldirector haya tomado ninguna decisiónsobre lo que muestra y por qué lomuestra. El director, simplemente, en-contró un filón. En muchos de los úl-timos documentales, no percibo quenadie se haya planteado previamenteel dilema de lo que se puede filmar.

Martín Kohan: Lo que Beatriz plante-aba es lo que puede o no hacerse en elnivel de los procedimientos. Mientras,por lo que comenta Rafael, a Wolf nole objetan lo que hizo en la película,sino que objetan lo que le hizo a AdaFalcón. Lo cual, en realidad, habla dela eficacia del efecto de verdad deldocumental: es Ada Falcón y el direc-tor estuvo ahí. Sobre la base de algoque es fehacientemente mostrado, sepasa a discutir si hizo bien Wolf almeterse en ese geriátrico, cuáles sonlos medios que empleó, etc. Me pare-ce, entonces, que las dos interdiccio-nes pertenecen a niveles distintos.

David Oubiña: ¿La película de Wolfhabría ganado si hubiera dicho “en-

contramos a Ada Falcón, pero no lafilmamos”? ¿O “la encontramos, la fil-mamos, pero no la mostramos”? ¿Có-mo hubiera funcionado la película sisuprimía esa parte? Yo no tengo de-masiado problema con la aparición deAda Falcón, pero lo que me preguntoahora es si la película se planteó eseproblema. A diferencia de la escenacon el nazi que es filmado ocultamen-te en Shoah y esto es tematizado en lapelícula, que lo dice de manera explí-cita, acá no hay rastros de que hubierahabido una deliberación.

Beatriz Sarlo: Creo recordar que elplano con Ada Falcón tiene una es-pecie de intimidad no invasiva, pesea ser un plano tan próximo. Lo quese ve de Ada Falcón no es horrible,se ve cómo el tiempo ha capturadouna fisonomía, cómo destruye un ros-tro, comenzando por los ojos que eranlo más bello de esa mujer. El planono resulta sólo de una cámara queespía a Ada Falcón, sino que tam-bién capta la turbación de Wolf por-que está cerca de ella. No tiene lafrialdad del voyeur, que siempre secoloca fuera de escena.

Silvia Schwarzböck: Las preguntastambién se pueden hacer a Contactsde Depardon: el papel de voyeur quemira una realidad que sabe que no pue-de modificar, pero que le aporta unaexcentricidad a él como artista. ¿Có-mo es ese momento en el que el vo-yeur deviene artista? Porque los alie-nados de un psiquiátrico tampoco sa-ben de la situación en la cual estánsiendo convertidos en objeto de unfilm; están posando para la cámara,pero, al mismo tiempo, no están po-sando con un criterio estético de símismos, sino con la fotogenia que tie-ne un niño o un loco. Depardon diceque el fotógrafo es voyeur y luego di-ce que, en un momento, deviene artis-ta. Ahora, ¿cuándo y cómo se haceese pasaje? ¿cuándo hacer desvestir auna villera sirve a los fines de que lapelícula parezca más veraz? ¿cuándomostrar a un loco? Es casi inevitableque los locos sean algo más interesan-tes que un ama de casa. Pero el desa-fío es filmar un ama de casa, no unloco.

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Poco, muy poco, se sabe de la vida deCésar Aira, que ha elegido el caminode la invisibilidad en los medios y, talvez, el de la fuerte construcción porafuera de ellos, en relatos que se repi-ten y que unen momentos luminososde su biografía a sus propios textos.Es común, en cierto círculo, conside-rar algunas de las cosas que hace Airacomo si fuesen pequeñas perlas. Escomún también, el juego detectivescopara encontrar relaciones entre ciertospersonajes de las novelas de Aira yalgunos de sus parientes o algún habi-tante de Pringles, su pueblo natal. Locomún, es válido aclararlo, es un diá-logo entre iniciados, entre los que se

César Aira: implosión y juventud

Ana Porrúa

aproximan al círculo Aira. Allí seconstruye una leyenda en vida. Peroademás de este diálogo casi secreto,Aira ha armado sus estrados (o ha si-do invitado a ellos). Su palabra públi-ca siempre es esperada: en los encuen-tros de literatura (incluso y sobre todoen los cerrados cercos de los congre-sos) y en los medios de la prensa es-crita. Estas intervenciones, cumplencon dos movimientos ejercidos con re-gularidad dispar. El primero de ellos,permite escuchar qué piensa Aira dela literatura y cuál es su idea de escri-tura; en esta línea deberían incluirsesus charlas sobre Alejandra Pizarniken el Rojas, así como sus ensayos so-

bre Arlt, Puig, Osvaldo Lamborghinio “La nueva escritura”, entre muchísi-mos otros.1 Este es el lugar de las elec-ciones; el espacio en el que Aira in-venta o reinventa la literatura argenti-na, en el que O. L. se convierte–editado por Aira– en el “escritor sal-vaje”, en el que mejor escribe (“¿Có-mo hace para escribir tan bien?”, sepregunta en el “Prólogo” a sus Cuen-tos y novelas); en el que Pizarnik dejade ser una mujer que escribe al bordedel abismo para convertirse en la quemaneja “una combinatoria de una can-tidad limitada de términos”, y sigue

1. Las charlas sobre Alejandra Pizarnik son lasque dieron como resultado el libro AlejandraPizarnik (Rosario, Beatriz Viterbo editora, Co-lección “El Escribiente”, 1998). “El sultán” (en-sayo dedicado a Puig) y “Arlt” fueron publica-dos en la revista Paradoxa, números 6 y 7 res-pectivamente (Rosario, Beatriz Viterbo editora,1991 y 1997). El “Prólogo” a Osvaldo Lam-borghini, Novelas y cuentos (Barcelona, del Ser-bal, 1998) es uno de los ensayos más conocidosde Aira. “La nueva escritura” apareció en Bo-letín del Centro de Estudios de Teoría y CríticaLiteraria, número 8, Rosario, octubre 2000. Ai-ra escribió muchos más ensayos, entre los que,en mi opinión, habría que destacar “Exotismo”,“La innovación”, Copi (1991), Edward Lear(2004) y el Diccionario de autores latinoame-ricanos (2001). No hablo hasta aquí y no ha-blaré en esta nota de las ficciones de Aira. Otroslo han hecho, sin lugar a dudas, mejor de lo queyo podría: Panesi, Giordano, Astutti, Podlubne,Contreras, Dalmaroni, son algunos de esos nom-bres. Creo, sin embargo, que las intervencionespúblicas de Aira permiten ver costados de lafigura de escritor que él construye y que produ-ce divisiones muy tajantes en el campo de loslectores. Por eso las he elegido, desde su esca-sez (dado que Aira interviene públicamente muypocas veces) y desde su contundencia.

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siendo, sin embargo, la última poeta(“Con ella muere la poesía”); un lugaren el que siempre reaparece el mitodel artista y Puig es el que cuenta elúltimo cuento. Los maestros, para sertales, deben estar muertos, tal comolo explica Sandra Contreras en Lasvueltas de César Aira. No porque lamuerte los haga ingresar al mundo delos clásicos, sino porque abre la posi-bilidad del mito personal del escritor.2

En el segundo de los movimien-tos, que se da en algunas notas, perosobre todo en las entrevistas, se perci-be lo que Aira piensa de los otros es-critores argentinos, del resto, podría-mos decir. Las menciones sonabundantes y ciertas focalizaciones,ineludibles, Piglia y Saer, sobre todo;sin embargo, no menos numerosas sonlas elisiones que suelen estar cubier-tas bajo el enunciado que tanto repe-tía Borges y que ha adoptado Aira co-mo propio: “No leo a mis contempo-ráneos”.

En este pequeño corpus de notas yentrevistas se diseña una teatralidadpeculiar.3 Como en las novelas o enlos ensayos de Aira, importa aquí elprocedimiento, la forma de la inter-vención que podría definirse en térmi-nos de implosión, como aquello quese rompe hacia adentro a partir de unapresión exterior más fuerte que lainterna. El procedimiento contrario–aunque sea su origen etimológico–es el de la explosión, y ambas, comofiguras metafóricas, deberían relacio-narse con una idea de campo intelec-tual. Materialmente, el campo en lasdécadas del 60 y el 70 (hasta el golpede estado del 76, aproximadamente)es un complejo de relaciones fuertesentre lectores, editores y escritores. Yes, además, un campo amplio. En elplano de las figuraciones, cualquiermovimiento importante en un campointelectual de estas características fun-ciona como una explosión y da lugara nuevas formaciones, nuevas líneas opoéticas (el ejemplo más claro seríaanterior, el de las vanguardias; perotambién en la década del 70 en la Ar-gentina, podría pensarse en la literatu-ra llamada de no ficción, en Walsh).El campo intelectual en los 80 y sobretodo en los 90 tiene otra configura-ción. Las relaciones entre sus com-

ponentes son más lábiles y desigua-les –la fuerza extrema del mercado esun ejemplo de esto. El campo litera-rio, en sí mismo, es más débil. Unsíntoma de su debilidad es que cadavez se hace necesario volver a Borges(retorno justificado si se trata de laimportancia de su poética); otro es laausencia clara de paternidades. En es-te espacio se mueve Aira, que ya noconsidera atendibles ninguna de las fi-guraciones colectivas. Por eso dice queno le interesa la “postura seria, res-ponsable hacia la sociedad y hacia lahistoria”.4 En este nuevo campo –de-finido generalmente en términos deposmodernidad, o calificado por susrasgos posmodernos–, el movimientoes implosivo. Si la explosión (el big-bang es una teoría de la explosión)expande la materia y genera la multi-plicidad, la implosión (el big-crunches el nombre que le da la ciencia aeste proceso hipotético) produciría unafuerza centrípeta, de concentración, yharía retornar el universo sobre sí mis-mo.

Explosión e implosión pueden serpensadas como efectos, pero tambiéna partir de las apariencias que produ-cen. La implosión es menos dramáti-ca, más controlada, más técnica y pre-cisa; si se la considera como productohumano, su finalidad es crear espaciovacío; la explosión, en cambio, es másheroica y supone, las más de las ve-ces, un proceso de reconstrucción pos-terior, no una gestión desde la tabularasa. Como figura de polemista en elcampo literario argentino, David Vi-ñas podría incluirse en el gesto explo-sivo, cuando dice, por ejemplo, “Si meapuran, digo que Walsh es mejor queBorges”.5 Viñas habla desde adentrodel campo, claramente; increpa, pro-voca desde allí. Para él (y para mu-chos otros) los debates del 70 conti-núan. Viñas se mueve en un campoliterario que aún conserva rasgos delanterior, aquél en el que se dieron losdebates de la revista Contorno; recons-truye permanentemente esa instanciahistórica y vuelve a poner sobre la me-sa la función de la escritura en la so-ciedad, la responsabilidad del escritor,una ética artística (en la que Walshpuede ser mejor que Borges). Aira, encambio, parece estar afuera del cam-

po literario –aunque es, sin lugar a du-das, su zona de pelea. Los dichos so-bre otros escritores –muchas veces in-sultantes– tienen un tono de naturali-dad que sería imposible encontrar enViñas. Aira, en realidad, desdibuja asu interlocutor, a él nadie lo “apura” yesto es lo que más irrita a algunos, laausencia de pasión en el decir. Airahabla, en estos casos, bajo la simula-ción del desencanto.

Como rasgo paralelo a este desen-canto habría que anotar que Aira nun-ca predica ni intenta convertir a nadie.En las entrevistas no hay una líneaque pueda funcionar como gesto edu-cativo hacia el lector –tampoco en losensayos en los que aborda la figura desus maestros, como Puig o Copi. Pen-sada en otros términos, es lógica lapostura de Aira cuando dice que no le

2. El libro de Sandra Contreras, publicado porBeatriz Viterbo editora en el año 2002, abordaeste tema en el capítulo IV, “La novela del ar-tista”, trazando los hitos de un ciclo vital en lasfiguras de los maestros de Aira: Osvaldo Lam-borghini, Copi, Alejandra Pizarnik, Manuel Puigy Arlt. Luego incorpora, desde un tipo de ana-cronismo diferente, a Jorge Luis Borges. Lacuestión de la figura del artista es, por otra par-te, la que articula el libro de Contreras, en estesentido ineludible como abordaje de la produc-ción de Aira.3. Dice Alan Pauls en una entrevista que lehicieron Alejandra Laera y Martín Kohan: “Escierto, otra de mis preocupaciones es cómo in-corporar la figura del escritor a la crítica litera-ria. Ése es uno de los desafíos más tentadores,porque hay que construir un objeto que efecti-vamente no sería el escritor como posición declase, como lugar en la sociedad, según lo de-finiría la sociología, y que tampoco sería el su-jeto biográfico tal como lo piensa implícitamentecualquier disciplina biográfica. Yo creo que lacrítica tendría que animarse a leer, en la figuradel escritor, cierta teatralidad que hay en la li-teratura. Y es verdad que, en esa teatralidad, lafigura de escritor se constituye con procedimien-tos retóricos, del mismo modo en que funcionala literatura”. Ver “Variaciones sobre la críti-ca”, revista milpalabras, número 1, Buenos Ai-res, primavera 2001. La idea de Alan Pauls re-sulta muy productiva; de todas maneras piensoque en esta teatralidad retórica también hay unmodo de inscripción sociológica en el campo,que es la que analiza (en relación a otros auto-res) María Teresa Gramuglio en “La construc-ción de la imagen” (AAVV, La escritura ar-gentina, Santa Fe, Universidad Nacional del Li-toral, Ediciones de la Cortada, 1992).4. Carlos Alfieri, “El mejor Cortázar es un malBorges” (entrevista a César Aira), en Ñ, núme-ro 54, octubre de 2004.5. Jorge Aulicino y Vicente Muleiro (entrevistaa David Viñas), Ñ, 26 de junio de 2004.

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interesa hacer que los jóvenes lean,que la lectura es una elección, un pla-cer y no tiene otra función social.6

Las listas. El resultado de las inter-venciones públicas de Aira es masivo:todos los nombres de la literatura ca-en casi simultáneamente (esta es unadiferencia entre implosión y explosión;mientras la última puede dejar zonassin destruir, la primera destruye unatotalidad). Como en algunas de sus no-velas –Fragmento de un diario en losAlpes sería un caso ejemplar– se tra-baja sobre la acumulación y luego seelige algo de la serie.7 En 1981, en suconocida nota de la revista Vigencia,“Novela argentina: nada más que unaidea”,8 Aira pasa revista a casi todoslos nombres que están sonando en esemomento: Rodolfo Rabanal, PachoO’Donnell, Rubén Tizziani, JorgeAsís, Juan Carlos Martini Real y, porsupuesto, Ricardo Piglia (el favorito,en este caso), cuya novela, Respira-ción artificial, había sido publicada unaño antes, con el mérito doble de cap-tar un público lector bastante amplioy de ser consagrada rápidamente porla crítica como puesta en clave de losaños del Proceso. A cada uno de estosnombres le dedica una pequeña frasedemoledora; de este modo, Jorge Asíspasa a ser “la adaptación del best-se-ller a la mentalidad argentina” y Ro-dolfo Rabanal “se saltea directamentela novela”, en tanto Piglia, es el autorde “una de las peores novelas de sugeneración”.

La revista Vigencia es un pequeñoestrado, pero un estrado al fin. La no-ta fue leída por aquellos que se supo-nía debían leerla: los escritores, los crí-ticos. Aira elige un lugar de enuncia-ción académico, en un momento enque su producción, tal como dice Mar-tín Prieto,9 no es conocida, ni por loslectores comunes ni por la crítica. Aca-ba de publicar Ema, la cautiva, su se-gunda novela, y algunos de los nom-bres sobre los que dispara (en una lis-ta bastante heterogénea, por cierto) sedieron a conocer en editoriales que es-tán armando en ese momento la nue-va o desconocida literatura argentina:Legasa, Bruguera, Losada, son algu-nas de ellas; el Centro Editor de Amé-rica Latina, la principal sin lugar a du-

das, será el sello a través del cual Airaaccedió, unos años después, a más re-conocimiento o, al menos, una mayorcirculación con La luz argentina(1983). Lo que sí parece hoy muyoportuno es el momento en el que Ai-ra decide salir al ruedo, adquirir visi-bilidad. Una instancia histórica de re-construcción del campo literario, a laque él decide presentarse solo, casi co-mo Rubén Darío en las “Palabras li-minares” de Prosas profanas. Y estaes una forma del vacío, propia de laimplosión.

Cortázar x Aira. Las declaracionesde Aira impactan fuertemente en uncampo literario de aguas tranquilas.Podría decirse que él dispara contraciertos escritores y luego saca el cuer-po. No se trata, entonces, de una po-lémica clásica, como ya he dicho. Ai-ra no vuelve a tomar la palabra sinoque deja los efectos de su interven-ción a la vista (los mira desde la leja-

nía o no los mira), respetando el ses-go despreocupado con que la inició.

El último sismo es el que produje-ron las declaraciones de un reportajeque Carlos Alfieri le hizo para la re-vista Ñ, en octubre de 2004. Allí, encontraste con el rostro siempre semi-sonriente que exhibe en las fotos, Ai-ra dice, entre otras cosas, “el mejorCortázar es un mal Borges”. Esteenunciado, elegido en el momento dela edición como título oportuno, es elque más irritación produjo si uno re-visa las cartas de lectores que se pu-blican en las ediciones siguientes.10

Las razones son variadas: Cortázar esuna de las figuras del panteón litera-rio argentino y, si bien la crítica hadecidido olvidarlo en los últimos añosy la academia ha destacado ya algunode los puntos que propone Aira en tér-minos negativos (el hecho de que Ra-yuela se haya convertido en una no-vela para adolescentes es casi una fra-se del sentido común de estas

6. Dice Aira: “En todas partes se lee poco. Nohay que preocuparse. Sobre todo, yo diría queno hay que intentar volverlo obligatorio. Quelean los que quieran, y que siga siendo un gestode libertad”. Encuentros digitales. “Ha estadocon nosotros ...”, 31 de mayo de 2004, entrevis-ta a César Aira on line en www.elmundo.es.7. El subtítulo de esta sección está tomado, enrealidad, de una reseña de Nora Avaro, justa-mente sobre Fragmentos de un diario en losAlpes. Allí leemos: “Las listas crean series yesas series, un relato. Dentro de la cadenciaenumerativa, el relato encuentra su elemento fa-vorito cuyo sonido y fulgor oscurece la lista yquiebra la linealidad para que, justamente, hayaun relato. Un elemento se agrega a otro, éste aotro, todos nivelados por su posición serial, pe-ro…el favorito desentona en una redistribucióninstantánea que es el relato y que es la realidad.De todos los novelistas, el favorito: Balzac”(nueve perros, número 2/3, Diciembre/Enero2002/2003, Rosario, pp. 31-32).8. César Aira, “Novela argentina: nada más queuna idea”, en Vigencia, Universidad de Belgra-no, número 51, agosto de 1981. La revista estabadirigida en ese momento por Avelino Porto.9. Martín Prieto. “César Aira de frente y deperfil. ¿Y ése quién es?”, revista TXT, número17, Buenos Aires, 11 de julio de 2003.10. Ver los números 55 y 56 de la revista (del16 y 23 de octubre de 2004). Allí, además deun artículo de Martín Kohan que responde a lanota de Garcés, publicada en el mismo númeroque la entrevista a Aira, “¿Por qué no nos quie-ren?”, aparece una carta de lector que me inte-resa retomar, por las cuestiones que pone enjuego. Miguel Dalmaroni escribe, como respues-ta a una carta anterior de Zanghellini: “Nadamás inapropiado que los símiles psicoanalíticos

o morales (narcisismo y cinismo, dice) para le-er lo que Aira escriba, diga o haga. Nada másinapropiado que el concepto de ‘gusto litera-rio’, que Zanghellini supone en los juicios deAira. Aira no es uno de los grandes escritoresargentinos actuales (como Saer: posiblementeel que más me gusta). Aira es, él mismo, elpresente de la literatura argentina, en la querepuso la figura del artista: una subjetividad de-sanudada, ajena a las nociones sanas o edifi-cantes de responsabilidad y de gusto…” (Ñ, nú-mero 56, “Los lectores juzgan a Aira”). Cierta-mente Aira propone una figura que no es la delescritor tal como se venía consolidando en latradición y a pesar de sus variantes. No puededejar de tomarse en cuenta su autodefinicióncomo escribiente (en oposición a Carrera, quesería el verdadero escritor), ni su idea de “escri-bir mal” y publicar una cantidad inusitada detextos de invención. Sobre todo, no puede olvi-darse, al hablar de Aira, la noción de continuo,de ir siempre hacia delante y de proponer cadatexto como parte de un gran relato. Aira entien-de la escritura como proceso de creación y nocomo resultado. Esta es la incomodidad de laque habla Pauls en la entrevista ya citada: “Ai-ra, para mí, es un punto de inflexión fuertísimoque todavía no llegamos a pensar bien. Creo quetodavía no nos damos una idea del nivel de vio-lencia de César en la tradición intelectual argen-tina. Es el primer escritor en mucho tiempo quenos enfrenta con algo desconocido. (…) La víade Aira es extraordinaria, sobre todo para esaespecie de pesadez de la cultura argentina”. Por-que, quisiera anotar en este momento, si bien escierto que Aira ataca en forma masiva el campoliterario, pareciera que nadie puede contestarle,al menos desde ciertas premisas que tienen quever con las nuevas conformaciones del campo.

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instituciones), lo cierto es que el pú-blico sigue fiel a Cortázar, que estárodeado por un aura distinta de la deotros escritores más cercanos a la crí-tica, como Saer o Piglia, a quienes Airatambién critica. Cortázar, además, tu-vo y sigue teniendo una relacióndiferente con el mercado. De hecho,cumplió en excelentes términos las ins-tancias de consagración propias de lasdécadas del 60 y 70 y podríamos agre-gar –no es un dato menor– que es unade las figuras más salientes del escri-tor comprometido.

Modulaciones polémicas. Si ajusta-mos un poco el oído, hay un movi-miento interesante en las declaracio-nes de Aira y es el pasaje de una vozde lector a una de crítico o escritor (sies que estos términos pueden separar-se en Aira). En la primera de las mo-dulaciones se escucha, por ejemplo:“Cortázar es un caso especial para losargentinos, también para los latinoa-mericanos y quizás para los españo-les, porque es el escritor de la inicia-ción, el de los adolescentes que se ini-cian en la literatura y encuentran en él–y yo también lo encontré en su mo-mento– el placer de la invención”. Deeste modo, Cortázar es algo que tam-bién le pasó a Aira; él también quedóembelesado por su inventiva cuandoera –seguramente– un adolescente. Eneste gesto, Aira se equipara con cual-quier lector común; por lo tanto, selee entre líneas que cualquier lectortiene “momentos evolutivos”, y esteno es un principio ajeno al mercado,si se atiende a las líneas de lecturapropuestas como hitos de complejidadcreciente, sobre todo por las editoria-les y más que nada, en ese bolsón quees la literatura infantil o juvenil.

Sin embargo, luego aparece la otramodulación de una voz que se cons-truye muy meditadamente, a pesar desu naturalidad: “Sus cuentos son bue-nas artesanías, algunas extraordinaria-mente logradas, como ‘Casa tomada’,pero son cuentos que persiguen siem-pre el efecto inmediato. Y luego, elresto de la carrera literaria de Cortá-zar es auténticamente deplorable”. Loque sostiene el pasaje de la experien-cia personal al juicio crítico es, nue-vamente, el Cortázar más conocido:

antes Rayuela, ahora su cuento másleído y escolarizado, “Casa tomada”de Bestiario. Uno podría pensar queestos cuentos eran del gusto de Bor-ges o de Silvina Ocampo. Aira, en-tonces, recorta allí donde la autoridadse expresó con anterioridad. Esto noes gratuito (por eso hablo de voz me-ditada), si se piensa que en esta últi-ma entrevista Aira dice que su litera-tura proviene de Borges y Arlt: “Militeratura viene de esa línea intelec-tual, borgeana, pero con unos vigoro-sos afluentes arltianos. De Arlt he to-mado el expresionismo, esa cosa quea Borges lo horrorizaría”. Tal vez aquíestá una de las tramas que Aira debe-

ción dada su falta de formación litera-ria, o dada la diversidad y heterodoxiade su formación cultural, en Aira esuna cuestión de principios, está natu-ralizado. “Escribir mal” es otra cosapara Aira –de cuya cultura hay prue-bas sobradas– que para Arlt. Uno lopresenta como dificultad y el otro co-mo virtud. Si bien uno puede decirque hay novelas de Aira malas, no creoque lo malo aquí pueda ser pensadocomo el que escribe mal, sino comoel que escribe en contra de la literatu-ra argentina que le es contemporánea.Con certeza, hay libros de Aira queson más importantes que otros. Estoes casi lógico en un escritor que desde

ría argumentar, en tanto a casi nadiese le escapa que la suya parece ser lamisma pareja espectacularizada por Pi-glia en Respiración artificial. El dúoinaugural es ahora el mismo para am-bos, aunque las lecturas de Borges yArlt sean notablemente distintas.

Arlt estuvo siempre presente co-mo maestro en las declaraciones deAira. Arlt es el que inventó el Mons-truo y el que escribía mal. Ahora bien,lo que en Arlt era, tal como lo analizaGramuglio, una verdadera preocupa-

los 90 en adelante publica tres y hastacuatro novelas por año, en un escritorque a los 56 años ha dado a conocermás de 40 títulos de ficción, teniendoen cuenta que si bien Moreira es de1975, Ema, la cautiva se publica re-cién en 1981.

El lugar de Borges, en cambio, havariado. En la entrevista que le hicie-ron Miguel Dalmaroni y Esteban Ló-pez Brusa en el año 1992, Aira decía:“Borges es un escritor para la juven-tud y para las masas, para el pueblo.

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Pero cuando uno quiere una cosa real-mente refinada y buena, ahí está Arlt,que es un artista incomparable”, y másadelante, “desalojé de los pedestales aJoyce, a Flaubert, y a Borges. Con esoya saqué carnet de lector maduro”.11

Juventud, divino tesoro. Cuando Ai-ra habla de Saer, el uso de la primerapersona pareciera tener otro valor: “ASaer sí lo leí mucho y lo aprecié mu-cho; es casi un clásico moderno ar-gentino. Después, me fui apartando desu poética y sé que él no aprecia mu-cho la mía. Saer también es un escri-tor serio, pero yo he buscado otros mo-delos. Saer ya no me atrae”. Quienhabla aquí, no es ya el lector medio,aquél que pasó –como todos– por Cor-tázar, sino el lector que usa lo que leeen relación a sus propios textos. Saeres descalificado como maestro por ser“un escritor serio”. En este punto dela crítica, Aira también es un joven:“En primer lugar debo aclarar que Sa-er y Piglia son diez años mayores queyo y pertenecen a otra generación, aotro mundo, otra atmósfera. De hechoyo los leía de jovencito (bueno a Saer;a Piglia prácticamente no lo he leído)”.

Los argumentos de este rechazo nonecesitan ser explicitados porque Airaya lo hizo en otros reportajes y en otrasnotas, entre las que se destaca la yacitada de la revista Vigencia y “Zonapeligrosa”, publicada en El Porteño,12

en la que se dedica fundamentalmentea Juan José Saer. Ambas, fueron abor-dadas por Sandra Contreras y MartínPrieto y son el centro de “Aira y Pi-glia”, uno de los capítulos del libroFricciones de Tomás Abraham.13

Sin embargo, interesa saber queson estas operaciones las que le per-miten a Aira instalarse en un presenteperpetuo y tensar su figura hacia elfuturo. Todos los escritores están ensu pasado. Borges fue, alguna vez, unalectura de juventud, como Cortázar,como Piglia y Saer. Incluso de esteúltimo dirá en la entrevista de Ñ quees “casi un clásico moderno argenti-no”. La pregunta es ¿cuáles son losescritores argentinos con los que semide Aira? Porque, aun teniendo encuenta la “relación de no-contempo-raneidad que informa el vínculo de Ai-ra con la literatura” y asumiendo que

“el escritor mientras vive, esto es, entanto que vivo y contemporáneo” noserá un maestro, un “artista en acción”sino un “eminente artífice”, como di-ce Sandra Contreras, lo que llama laatención en Aira es el vaciamiento depares. Salvo las menciones de ArturoCarrera (que por otra parte es un po-eta y no un narrador), la aislada deGuebel y su novela La perla del em-perador, o la más reciente de Cosa denegros de Washington Cucurto, Airano nombra a nadie como su contem-poráneo. Todos son anteriores; todosfueron leídos por él de joven. Jamásmenciona tampoco a los que están es-cribiendo en este momento: Bizzio,Pauls, Chejfec o Becerra, por nom-brar a algunos de ellos.

Aira está solo en un campo litera-rio implosionado. Este es, al menos, elefecto de sus intervenciones públicas.

El niño. A Aira no le interesa el mer-cado, al menos en términos explíci-tos.14 En sus declaraciones lo que serevisa y se desarma ferozmente –ges-to infrecuente en la narrativa de lasúltimas décadas– es la biblioteca delos argentinos. Cuando Aira habla deautores que venden –muy pocas ve-ces– el argumento demoledor se dapor el lado del resultado, de las nove-las. Esto se hace más claro cuando Pi-glia le contesta en un reportaje de larevista Ñ, ya que lo acusa de oportu-nista. Con certeza Piglia no se refiereen este caso a la oportunidad de des-tronar a Cortázar o a Saer. Estos des-

tronamientos no son exactamenteoportunos. Piglia está diciendo, encambio, que el gesto de Aira debe le-erse por su efecto. Y lee ese efecto entérminos de impacto en el mercado.Como un guiño de Aira para imponeruna nueva biblioteca que cuenta conmuy pocos nombres: Osvaldo Lam-borghini, Alejandra Pizarnik y ManuelPuig (y por supuesto, él mismo). Pi-glia no habla mal de los otros escrito-res, o lo hace sólo en relación a laszonas más asociadas al éxito del mar-keting, como la obra de Isabel Allen-de, por ejemplo. En realidad, casi nin-gún escritor habla mal públicamentede los otros escritores en Argentina,como si respetasen un código entre pa-res. Aquí adquiere un mayor signifi-cado, tal vez, la figura del “niño olfa”mediante la cual Piglia define irónica-mente a Aira. Un olfa es un buchón,y Aira “buchonea”, delata, a los otrosescritores argentinos; Aira dice –se-gún Piglia– “fueron ellos”, o son elloslos que escriben una literatura que es-tá demasiado pegada a la teoría o a laliteratura, son ellos los que no narran.Aira se sitúa como lector dado el usode la primera persona, pero es claroque está hablando de su propia escri-tura. Entonces, patea el tablero delcampo narrativo y no el de su biblio-teca personal. Porque además, Aira esun ensayista y desde los ensayos, queestán entre lo mejor de las últimas dé-cadas, consagra ciertas figuras.

Sin embargo, un buchón es tambiénun chupamedias y aquí es donde Piglia

11. Esteban López Brusa y Miguel Dalmaroni,“La noche tiene que ser como una marea deamor”, en La muela del juicio, La Plata, número3, 1992. Aquí tal vez habría que retomar la cartade lector de Dalmaroni cuando dice: “La tradi-ción argentina dominante es la de una literaturade gusto y de inteligencia; por eso es una trampaque Aira se ubique ahora en la línea borgeana…pero con la desmesura expresionista de Arlt!”.12. César Aira, “Zona peligrosa”, en El Porte-ño, abril de 1987.13. Tomás Abraham, Fricciones, Buenos Ai-res, Sudamericana, 2004. En este texto, Abra-ham habla de Piglia y Aira como experienciasde lectura personal. En este sentido, revisa losefectos que le produjeron los textos y las ideassobre la literatura de Aira (que en un momentoconsideraba “antidemocráticas”) para alcanzaruna revaloración de su figura: “Ahora que losmuertos se han llevado el genio, los vivos dehoy podemos jugar a inventar historias comonos salga, decir lo que se nos ocurre, experi-

mentar con formas y deshacerlas a nuestro an-tojo. Y de este modo, recuperar la esencia delarte, su fondo de niñez, su sustancia infantil”(p. 138). Creo, sin embargo, que lo que diceAbraham (al menos en esta cita) puede ser le-ído como una simplificación. Si bien es ciertoque las nociones de “genio” y de “originalidad”son totalmente ajenas al sistema Aira, tambiénlo es que no cualquiera puede inventar historiasy escribirlas. La capacidad de invención, de sa-lir siempre hacia otro lado, es la característicamás saliente de la producción de Aira y es lamarca de su talento.14. Es válido aclarar que Aira tiene, al menosde una década a esta parte, una muy buena re-lación con la crítica académica y con el perio-dismo cultural: sus libros son o fueron comen-tados en medios tan disímiles como la revistaBabel, El Porteño, o la Viva de Clarín. La crí-tica académica alrededor de su obra tuvo y tie-ne un centro geográfico fuerte en Buenos Ai-res, pero también –y tal vez más– en Rosario.

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se equivoca, porque Aira no se parece aun escritor que pide permiso o buscaprebendas.

El vampiro benévolo. Dije antes queAira se instala en una especie de pre-sente perpetuo, y tensa su figura haciael futuro. Un presente posible, ade-más, a partir de su figuración de es-critor siempre joven. En este sentido,Aira se presenta como el que puedeleer a los últimos, a los más nuevos,bajo el apotegma de que es mejor lonuevo que lo bueno.15 “Es que he ve-nido ocultando una faceta mía, que esde lo que yo llamaría un vampirismobenévolo: estoy muy en contacto conescritores jóvenes, jovencísimos, a losque sí leo y con mucho interés. Voy abuscar en ellos estímulo, inspiración,sangre joven. Y no les hago ningúndaño, creo, por eso hablo de vampi-rismo benévolo.”16

Los nombres de estos jóvenes, jo-vencísimos, se darán a conocer en elartículo de César Aira, “Los poetas del31 de diciembre de 2001”, el día 9 deenero del año 2002, en “Babelia”, elsuplemento del diario El País de Ma-drid. Allí dice, entre otras cosas, que lonuevo es Belleza y Felicidad, su edito-rial “favorita” y describe el espacio“propiedad de dos chicas de poco másde veinte años, Cecilia y Fernanda” (Pa-vón y Laguna, habría que agregar paralos no enterados), como un lugar má-gico que vende souvenirs, tiene atípi-cas salas de exposición y hace libritossin tapas o de sólo una página, agre-gando luego que se trata de “una bur-

buja, un sueño, igual que la realidad”.El encantamiento de Aira es un he-

cho; sin embargo hay algunas cosasque no quedan del todo claras. En pri-mer lugar, el título del artículo hablade “Los poetas del 31 de diciembre de2001”. De todos los grupos de poesía,de todas las experiencias individualeso colectivas rescata sólo los nombresde dos chicas que no tienen apellidoen la nota. La ausencia de apellidopuede leerse en más de un sentido:Aira es amigo de las ByF, pero a lavez las ByF no tienen nombre propio.

El artículo habla del cierre de unaño muy peculiar en la Argentina y sibien se centra en unos subsidiosestatales para editar que no se cobraron,la fecha, 2001, remite inmediatamente aotros acontecimientos de magnitud porlo menos un poco más trascendente,que Aira prefiere clasificar como “amedias históricos”. En este contexto,la idea de que el “nombre [Belleza yFelicidad] es todo un programa deresistencia” suena extraño, porquearma una paradoja difícil de leer. ¿Setrata de una forma de resistencia a loFeo y lo Triste? ¿Qué es lo Feo y loTriste? ¿Ser un escritor serio tal vez?¿Producir una escritura responsablecon la historia y la sociedad, comodice Aira? ¿O el abandono de lacultura por parte del estado? Laremisión casi ineludible a los hechosdel 20 de diciembre, convierte estafigura de la resistencia en un ejerciciode borramiento de lo político, porquede hecho hay textos poéticos, publicadosen esos años, que presentan la idea de

15. Dice Aira en una entrevista que le haceRaquel Garzón en el diario El País (Madrid) enabril de 2004: “Leo muy poca literatura con-temporánea, pero prefiero lo nuevo a lo bueno.P. ¿La novedad es en sí misma un valor litera-rio para usted?R. Sí, si tengo que elegir me quedo siempre conlo nuevo. Lo bueno es lo trillado, lo normaliza-do, lo que ya sabemos. Buscamos otra cosa:algo que aún no tiene nombre”.16. En www.elmundo.es.17. Es justamente a partir de estas mencionesque se puede discutir la afirmación de Aira deque los nuevos poetas son unos “chicos semia-nalfabetos formados por la televisión” que son“los eslabones inevitables que llevarán al futu-ro, y el mundo futuro tendrá su cultura”. Lafigura del bárbaro o el analfabeto que presentanGambarotta y Cucurto –por mencionar dos po-etas de los noventa– es sólo eso, una figura yno un dato de sus formaciones culturales. Hay,en todo caso, mucho de impostación. Sigo pen-sando que los escritores son, necesariamente,lectores y Aira es uno de ellos.

resistencia de un modo muy disímil alelegido por Belleza y Felicidad, comoPunctum de Martín Gambarotta o,mucho más cerca en el tiempo, Poesíacivil de Sergio Raimondi.17 Parecieraque lo político en “Los poetas del 31de diciembre de 2001”, queda debajode una figura, la de la burbuja, la delsueño de Belleza y Felicidad, querepite la composición de algunastopografías aireanas, el fortín de Ema,la cautiva o la villa en la novela delmismo nombre. Y esta es unatopografía insuficiente para pensar lonuevo. O en todo caso, esta es la formaque lo nuevo tiene desde hace años enla literatura de Aira. La pregunta –sies que nos interesa– es que será lonuevo después de Aira.

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Es difícil evitar el sobresalto provoca-do por una explosión y, cuando vaacompañado del espectáculo del des-moronamiento de un edificio, a esa pri-mera emoción se agrega un goce ínti-mo: el de haberse librado del pasado.Cabe aclarar que no me refiero a losublime, sino a la demolición de edi-ficios a objeto de despejar terreno pa-ra dar inicio a una construcción. Lasguerras urbanas del siglo XX produje-ron muchas víctimas, pero también es-combros; y después de una guerra, losgrandes empresarios de la construc-ción están tan dispuestos a prestar ayu-da, que hace sospechar que algo tu-vieron que ver con los bombardeos.

Demolición y clausura

Alberto Sato

Pero el tema que convoca, más allá decualquier placer íntimo y considera-ciones económicas y políticas, es elproceso proyectual contemporáneo.

El interés puesto en el tema de lademolición resulta de los enfoques, ide-as y realizaciones nacidas de la angustiapor la deflagración de un estatuto quese creía unitario. Desde los primerosaños de la segunda posguerra la arqui-tectura moderna se vio obligada a revi-sar su plataforma conceptual y sus me-todologías; entre el optimismo y la de-silusión, se erigió un rico andamiaje depropuestas que ha resurgido luego delagotamiento posmoderno. Muchas deaquellas ideas habían soportado una con-

dena que se amparaba tras la ideologíaque se ocupó de moralizar acerca de loque debía ser. Así, mientras la nostalgiahistoricista, las raíces nacionales y po-pulares y la banalidad desplegaban suscelebrados discursos, otras arquitecturasdebieron guardar silencio. ClaudeSchnaidt, refiriéndose a éstas, sentencia-ba: “Tales visiones son tranquilizadoraspara muchos arquitectos que, alentadospor tanta tecnología y por tanta confian-za en el futuro, se sienten seguros y jus-tificados en su abdicación social y polí-tica”.1 Pero dicha abdicación social ypolítica fue una anticipación de las con-diciones generales de la sociedad con-temporánea. Los programas de la ciu-dad lúdica y terciaria han dejado de serdivertidos y frívolos; hoy el juego es untema serio y aquellas ideas que desper-taron de su letargo, se validaron a me-dida que la sociedad se va pareciendocada vez más a ese mundo imaginadoallá, en los años sesenta.

Por estas razones, una reflexión so-bre el tema debe dar cuenta de esasproposiciones para conformar la pla-taforma sobre la cual se construye lademolición.

La demolición

Antes de construir dentro de la ciudadhay que demoler algo. No sucede lomismo en las periferias urbanas o en

1. Cit. en: Kenneth Frampton, Historia críticade la arquitectura moderna, Barcelona, Gusta-vo Gili, 1981, p. 290.

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la colonización de nuevos territorios,situaciones muy frecuentes en la ar-quitectura moderna. Las razones de es-ta acción demoledora son de diversotipo y, sin duda, los escombros se lle-van consigo algún recuerdo personalo colectivo. También la demoliciónconfirma que se es moderno y por ello,cuando se realiza con gran estrépito einstantáneamente, produce el goce ín-timo de quien abriga la esperanza deun futuro mejor y borra amargos pa-sados. En buena medida, esta prome-sa la ofrecen los arquitectos. No es po-ca esta responsabilidad autoasignada.

Pues bien, el arquitecto es produc-tor de indicaciones gráficas para quese realice un edificio, parte de él o unconjunto de ellos: en términos genera-les, su producto es una promesa. Paraello y por la supervivencia de la espe-cie y de la institución en la ciudad, elarquitecto deberá demoler algo que yaexistía como arquitectura. En síntesis,la primera acción productiva del ar-quitecto es destruir arquitectura. Ocu-rre con la producción en general: paraproducir leña o un mueble hay quedestruir un bosque.

Tiene interés volver los pasos so-bre el significado de esta acción, de-bido a que la arquitectura, como decíaArgan, se sobreentiende siempre co-mo arte metépsico, “que crea y no re-presenta, a diferencia de la pintura yla escultura, que son artes miméticas”.2

Así, la arquitectura se representa a símisma y se almacena como historia,porque la creación arquitectónica pu-ra no existe, sino que se apoya en supropia experiencia; de otro modo nose podría identificar un hecho comoarquitectónico más allá de su capaci-dad de albergar actividades humanas,y esto no ocurre siempre.

Por estas razones, la arquitecturaen la ciudad carga consigo la demoli-ción de su pasado construido paraconstruirse. Esto ocurrió durante siglosen Roma, en la Edad Media, en lasciudades del Renacimiento. La Romaimperial se construyó con piezas múl-tiples, como un bricolage, al decir deColin Rowe: “...lo físico y lo políticode Roma proporcionan lo que es talvez el ejemplo más gráfico de tejidosde colisión y desechos intersticia-les...”.3 En efecto, desde la construc-

ción del Forum Julium, en el año 54a.c; el de Augusto; el Transitorium; elde Nerva, hasta el de Trajano, cons-truido entre el 112 y 113 d.c., transcu-rrieron 159 años, con arcos triunfales,mercados, templos y basílicas. La fie-bre constructora fue, sin duda, muyalta. Mientras tanto, la civitas romanaconsumía el tiempo deambulando porlos foros, sorteando escombros y apa-rejos, no tanto por carencia de previ-sión, sino porque el proceso estaba na-turalizado. En realidad ese bricolageera un híbrido compuesto de fragmen-tos de otros edificios, que se demolíanparcialmente o se adosaban. La EdadMedia fue testigo de este continuumde apropiaciones, superposiciones yadiciones que los transeúntes vivíancon naturalidad, porque formaba partede la vida urbana.

Relataba el abate Suger acerca dela reconstrucción de St. Denis a me-diados del siglo X: “...después de ha-ber extraído de las torres y del techoque corría transversalmente entre ellascimientos materiales bastante sólidosy de haber puesto los cimientos espi-rituales aún más sólidos..., preocupa-dos en primer lugar de que la partevieja y la nueva se unieran sin desen-tonar ni contrastar, nos ocupábamosde dónde podríamos procurarnos co-lumnas de mármol... A fuerza de pen-sarlo y repensarlo no quedaba otra so-lución que hacerlas venir de Roma através de una flota bien protegida, yde allí a través de la Mancha y losmeandros del Sena, con gran cantidadde dinero de los amigos y hasta alqui-lando las naves a los enemigos sarra-cenos”.4 Es decir, demolición y rapiñapara nueva arquitectura.

Pero el momento estelar de las de-moliciones urbanas fue el siglo XIX,cuando la modernización celebró sutriunfo escribiendo un palimpsesto, notanto por falta de papel, sino porquehabía que borrar las huellas de un pa-sado insalubre, hacinado, pestilente,promiscuo, oscuro, húmedo, envilece-dor, que no permitía el despliegue delprogreso y sus manifestaciones urba-no-arquitectónicas. Así, los ensanches,los bulevares y los parques urbanos,las cloacas y los transportes subterrá-neos comenzaron a aparecer con el pri-mer acto sublime de la demolición: el

pasado fue borrado con pico y pala, ysobre el plano despejado se volvió aescribir un nuevo texto.

Este proceso se acelera en el sigloXX cuando las edificaciones tienenmenor duración, entre otras razones,por su propia condición moderna. Enefecto, en este siglo y el pasado, lamayoría de los edificios construidoscon el empleo de las tecnologías pro-porcionadas por su propio tiempo es-tán condenados a sufrir el veloz enve-jecimiento de sus componentes cons-tructivos, porque la modernidad fundóuna de sus bases sobre la innovacióntecnológica que, por su propia natura-leza, se renueva continuamente y enconsecuencia hace menos duradera lavida de los edificios que la albergan.Es sorprendente que cuando éstos en-vejecen no lo hacen con la dignidadde los antiguos. La ruina moderna, adiferencia de otras, se presenta comodespojo decadente de una civilizaciónfundada en el desvanecimiento: un edi-ficio antiguo sin uso y con fragmen-tos desparramados en el suelo es unbello y nostálgico monumento; un edi-ficio moderno con placas de cielorra-so caídos muestra simplemente un de-plorable abandono. La observación deBaudelaire: “La modernidad es lo tran-sitorio, lo fugitivo, lo contingente”, semanifiesta de modo intrínseco en laindustria, porque debe modificar con-tinuamente sus productos, mejorarlos,aplicar nuevos conceptos, nuevos ma-teriales, nuevas prestaciones, nuevaseconomías y para ello cambiar sus lí-neas de producción y sus máquinas.La experimentación e investigacióntecnológicas modifican materiales y ar-tefactos y, en consecuencia, la líneade producción y las máquinas que losproducen. Los materiales modernosson menos duraderos, tienen “fecha devencimiento”, son como materia or-gánica. Así, disponer de un material

2. Giulio Carlo Argan, Proyecto y destino, Ca-racas, Universidad Central de Venezuela, 1969,p. 71.3. Colin Rowe, Fred Koetter, Ciudad Collage,Barcelona, Gustavo Gili, 1981, p. 105.4. Cit. en: Luciano Patetta, Historia de la ar-quitectura; Antología crítica, Madrid, HermannBlume, 1984, p. 96.

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industrial o mecanismo producido ha-ce un par de décadas es una tarea enextremo difícil, porque obliga a repo-ner la industria que lo produjo. El nue-vo campo de investigación que es laarqueología industrial enfrenta la difi-cultad de trabajar en las entrañas defábricas en funcionamiento que se hanido transformando al punto que las se-ñales de sus orígenes son casi irreco-nocibles: sus viejas máquinas cedie-ron el paso a las nuevas y muchas fue-ron construidas en fundicionesalimentadas con su propia chatarra.Las líneas de producción son reem-plazadas, así como los recintos que lasalbergan. Alguien podría afirmar queel alma de la vieja máquina está pre-sente en el acero de la nueva, o que eledificio antiguo está presente en lanueva fábrica, pero como decía LingYu Tang, el jarrón chino reconstitui-do es otro jarrón. Así, la industria ex-pone una arquitectura que muta, vivela metamorfosis en sus propias entra-ñas.

La arquitectura moderna no es aje-na a este problema y por ello se po-dría aventurar que es más sencillo re-producir el fuste de una columna delPartenón que un perfil de acero stan-dard de las ventanas de la Bauhaus deDessau que Crittall Windows Ltd. re-alizó en 1926. En su restauración de1976 se hicieron de aluminio, pese aque la fábrica Crittall Windows toda-vía está en funcionamiento.5

De este modo, el edificio modernoestá condenado a su transformación oa su desaparición, pero en ambos ca-sos procede la demolición, a menosque se haya construido dentro de latradición tecnológica de los llamadosmateriales inertes. Si a esta condiciónse agrega la obsolescencia funcional yeconómica, en pocas décadas nadie po-drá salvarlo. Razonablemente, un edi-ficio contemporáneo realizado connuevas técnicas y materiales nuevostiene una fecha de vencimiento de cin-cuenta años. Asumiendo este destino,es evidente que los estatutos clásicosde la arquitectura deben ser revisados,porque la eternidad es un mito brutal-mente derribado por una realidad queno sólo es mercantil, sino intrínseca-mente moderna. No sin razón, ante eldebate acerca de la conservación del

Zonestraal de Duiker, algunos opina-ban que debía dejarse como una rui-na, abandonarse y permitir que lo de-vorara la maleza.6 También, más alláde los esfuerzos de Gropius y la ma-yoría de los arquitectos para evitar lademolición de los almacenes Schokende Stuttgart, en 1960, Louise Mendel-sohn, viuda del autor, aceptaba su des-tino declarando: “Cuando un edificioha sido acabado Eric terminaba conél. Su espíritu siempre aspiraba a co-sas por venir”. El objetivo de la ciu-dad de Stuttgart en los años sesentano era la preservación o la conserva-ción sino la progresión. Un especia-lista en conservación, Lars Scharnholz,comentaba: “Una característica delMovimiento Moderno es que la pre-servación del contexto histórico arqui-tectónico y el tratamiento sustentablede los edificios existentes son consi-derados menos importantes que suevolución”.

Paradójicamente, la obra de Miesvan der Rohe es una de las más con-servadas de la arquitectura moderna:las casas Lange y Esters en Krefeld;los Promontory Apartment, el conjun-to de Lake Shore Drive, la casa Farns-worth, y el Pabellón de Barcelona, asícomo las permanentes restauracionesdel campus del IIT (cuyos edificios seestán cayendo a pedazos). La restau-ración de estas piezas maestras obligóa invertir sumas considerables de di-nero, pero “Mientras se trataba de re-solver la complejidad tecnológica deestas restauraciones, la discusión so-bre los problemas de la preservaciónse mantenía ausente”.7

La evolución a la cual se referíaScharnholz era la política de adapta-ción del edificio es decir, una muta-ción a costa de los atributos arquitec-tónicos originales. Sin embargo, la au-sencia de debate y la fuerza delimprinting cultural continúa dentro delmundo de las restauraciones y los res-tauradores modernos actúan como sitrataran a la Malcontenta. Si bien estopuede tener un gran significado, co-mo en el caso de los paradigmas mie-sianos, esta misma consideración nopodría aplicarse a toda la arquitecturaque se construye en la ciudad moderna.

Como se adelantó, la demolición yotras especulaciones sobre la ciudad

contemporánea fueron formuladas ha-ce décadas y hoy se las propone conel propósito de someter a la arquitec-tura al desafío de dar continuidad a laciudad, y a la historia de la arquitec-tura, cerrando el paréntesis de una mo-dernidad entendida como obra exentarealizada ex novo, sobre sitios vacíos.

En la posguerra Peter Smithson de-cía: “La planificación es un problemade ‘andar’ más que de partir de unapágina en blanco. Nosotros aceptamoscomo un acto fijo lo que una genera-ción hace con mucho esfuerzo. Debe-mos seleccionar sólo los puntos conmayor significado sobre la totalidadde la estructura urbana, más que hacerfrente a una reorganización ideal de latotalidad. Nuestro deseo lógico y es-tético actual no es construir castillosen el aire sino una suerte de nuevorealismo y nueva objetividad: la con-secuencia de nuestra acción en una si-tuación dada”.8 Otro connotado repre-sentante del ICA, Lawrence Alloway,escribía en 1959: “Las ciudades son,citando a John Rannells, la acumula-ción de las actividades de la gente, yéstas cambian con más rapidez que losedificios o las ideas de los arquitec-tos. Louis Sullivan ... dijo que [la ar-quitectura es el] ‘drama de crear co-sas que van al olvido’. No hay lugardonde esto resulte más visible que enla poblada y sólida ciudad y en nin-gún sitio tienen menos posibilidadesde permanecer intactos los principiosformales permanentes. El pasado, pre-sente y el futuro... se trasladan en con-fusa configuración. Los arquitectosnunca pueden conseguir y mantenerel control de todos los factores de unaciudad que hay en las dimensiones de

5. David Blake, “Windows, Crittall and the Mo-dern Movement”, en: do.co.mo.mo. First Inter-national Conference, sept. 12-15, 1990, p. 76-79.6. Véase: Wessel Reinink, “Controversy betwe-en functionalism and restoration: keep Zonnes-traal for eternity as a ruin”, en: do.co.mo.mo.,op. cit. p. 50.7. Lars Scharnholz, “Preserving the memory”,do.co.mo.mo Journal n° 21, p. 55.8. Cit. en Günter Nitschke, “Cities stasis or pro-cess”, The Pedestrian in the City, ed. DavidLewis, London, Elek Books, 1965, p. 165.

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las formas en pedazos, en expansión yen desarrollo”.9

De estas citas se desprende la bús-queda de una estética del cambio. Ce-dric Price, en el edificio Inter-Actioninstaló la obsolescencia como estéti-ca. Había previsto instrucciones parasu demolición debido a que el Ayun-tamiento había arrendado el terrenopor 27 años y, de hecho, se demolióen el año 2001. Para ello, la estructu-ra, los cerramientos y las instalacio-nes conformaban un sistema genéricocuyos atributos formales daban inequí-vocas señales industriales. Decía Pri-ce: “Podremos reconocer más fácil-mente los cinco estados del tiempo ar-tificial (uso, abuso, re-uso, desuso yrechazo), si concedemos la misma im-portancia a los intervalos temporalescorrespondientes a la construcción yla demolición (duración) con el pro-pósito de introducir en el proceso deproyecto factores como el tiempo, latransformación y la reubicación tem-poral [...] La flexibilidad constructiva,o su alternativa, la obsolescencia pla-nificada, sólo pueden conseguirse sa-tisfactoriamente si incluimos el factortemporal como parámetro clave den-tro del proceso completo del diseño”.10

Cabe destacar la admirable previsio-nalidad inglesa ante nuestro “mientrastanto” latinoamericano, que podríaeternizar cualquier construcción pro-visional. Dejando en suspenso intimi-dades de nuestra cultura, la previsiónproyectual de Price determinó en bue-na medida los aspectos estético-for-males de la edificación. Esto fue co-rriente durante los años sesenta y se-tenta del viejo siglo pasado, desde elFun Palace de Price al Centro Pompi-dou de Piano & Rogers; la imagen delo transitorio y lo flexible programadoconstruyó una estética fundada en latécnica, al decir de Ezio Bonfanti, una“emblemática tecnológica” que tras-cendió sus propósitos iniciales.11 Enefecto, los edificios para durar “eter-namente” –dentro de la paradoja se-cular de nuestra institución arquitec-tónica– semejaban construcciones fa-briles y ferroviarias. De esto dancuenta las proposiciones de Cedric Pri-ce, de Archigram, de Yona Friedman,de Constant, cuyos argumentos se re-piten hoy como si fuesen nuevos: el

riesgo que amenaza ahora su credibi-lidad es, como ocurrió antes, que cuan-to más se aleje del mundo fáctico, másinofensiva resulta a su propia institu-ción.

Pero en ese debate, otras voces hanpropuesto algo más radical. MartinPawley adelantaba: “Los esfuerzos deHabraken para estabilizar el mundo enconstante evolución de los sistemas desostenimiento, están condenados an-tes de haberse iniciado. En este con-texto, el cambio no puede ser deteni-do –aunque éste sea el sueño desespe-rado de los preservacionistas. Todo loque puede hacerse es dotar al espaciohumano de mecanismos capaces de ab-sorber la evidencia del tiempo y delcambio, a fin de mitigar el horror alcambio mismo. Incorporando en cadaconfiguración sucesiva los elementosde todas las que la precedieron, se po-dría separar el cambio de la destruc-ción y la pérdida, y conseguir de estaforma un continuum en el campo pri-vado que está aún, en cierta medida,legal y económicamente protegido”.12

Es así, absorbiendo la evidencia deltiempo, incorporando los elementos detodas las que la precedieron, se podrásuperar la condición de emblemáticatécnica que caracteriza a la estética delcambio.

Este es un proceso de mutación queinterviene en el proyecto incorporan-do lo preexistente, extrayendo de allíatributos funcionales, tecnológicos yformales. Es evidente que el resultadopuede ser un híbrido, pero así son lasciudades actuales: la diferencia es queel híbrido urbano se distingue en lasuma de las edificaciones.

Sin duda, los edificios tradiciona-les siempre han soportado cambios: asísucedió y continúa sucediendo: untemplo puede ser una discoteca o unaoficina de correos, pero lo transitorioes una cualidad social o económica,más que arquitectónica: la apropiaciónsocial de la arquitectura modifica ytransforma usos, formas, disposiciones,apariencias y sentidos. Por ello, la pla-taforma de la demolición no habla só-lo de arquitecturas transformables, si-no de operaciones de intervención pro-yectual que actúen sobre la materiadada, que a su vez sabe que será trans-formada. Lo que existe será devorado

por los nuevos programas y el edifi-cio podrá resistir o no, podrá ser de-molido para ser sustituido por una nue-va construcción, o podrá mutar, en unproceso continuo dentro de la ciudad.

La paradoja se podría resolver siel proyecto albergara la demolición yde este modo se incorporara a un pro-ceso de mutaciones, de transformacio-nes progresivas, sin solución de con-tinuidad, como ocurre con la ciudaden general. El híbrido resultante de estaproyectación no está demasiado aleja-do de una condición general de la cul-tura. En efecto, se trata de acelerar unproceso de desintegración arquitectó-nica abortado en su etapa de banaliza-ción e historicismo.

Si se preguntara entonces cuál se-ría la tarea del arquitecto, pues bien,como hace tiempo, la respuesta es pro-yectar ciudad. Quizás ahora no tengasentido hacerlo por medio de un edi-ficio, porque si descorremos el veloque oculta nuestra tarea, se trata demejorar la calidad de vida, y esta vidano merece que, con una promesa, in-terrumpamos su fluir continuo.

La clausura

Estas reflexiones tienen su origen enotra paradoja: la vida urbana tiene unacontinuidad, a la que se opone su ar-quitectura, que es discontinua, cele-bratoria de acontecimientos aislados,fijos e inmutables. Esto lo decía YonaFriedman en los años sesenta. Para estacelebración, una obra en construcciónes protegida, no sólo por la seguridadde los transeúntes, también como obraque promete conmover cuando seades-cubierta. Es una ideología inau-gurada en el Renacimiento: el autor“devela”, corre el velo que ocultabasu proceso creativo y produce el pri-mer shock ante la mirada atónita y re-gocijada del mecenas y sus amistades.Los hechos arquitectónicos y artísti-

9. Lawrence Alloway, Architectual Design, ene-ro de 1959.10. Cedric Price, Architect´s Journal, sept. 5,1996, p. 38.11. Ezio Bonfanti, “Emblemática de la técni-ca”, en: Cuadernos Summa-Nueva Visión n° 43,1969, p. 14-31.

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cos eran concebidos como creaturashumanas: obras escultóricas, frescos yedificios guardaban celosamente sugestación y se develaban al públicosólo acabadas, como surgidas de unsolo impulso creador. Por estas razo-nes entre otras, durante su proceso pro-ductivo la obra conserva su secreto,se oculta con vallas y lienzos aguar-dando el milagro de la creación hu-mana.

El resultado de este ocultamientoes que pierda su carácter natural, pro-pio, uno de los acontecimientos másrelevantes de la ciudad contemporá-nea, que es su continuo proceso dedemolición y construcción. Pero, ade-más, implica la clausura de un frag-mento de ciudad que bloquea y res-tringe el fluir de los transeúntes, obs-taculiza el tránsito de vehículos y lacirculación del comercio, obliga a des-víos desorientadores e impide que laobra misma forme parte del espectácu-lo urbano. Se ruega respeto a “obrerosen la vía”, “hombres trabajando”, “dis-culpen las molestias, obra en construc-ción” y con estas ligerezas se cree re-solver, más que la incomodidad, laapropiación del espacio urbano, conla promesa de un mejor servicio, casisiempre albergado en arquitectura. Enrealidad, es arquitectura todo lo físicoy visible que se promete y se ocultatras las vallas de las llamadas instala-ciones de faena. Mientras esto sucede,la arquitectura agazapada, adquiereforma, se está gestando, hasta que fi-nalmente se devela. El transeúnte, an-tes que el arquitecto, se rinde ante es-ta admirable manifestación de progre-so. Algunos podrán decir: “Tantaespera para esto”, ya que la promesaarquitectónica no siempre se cumple.Sobre París del siglo XIX, Walter Ben-jamin señalaba: “La institución del se-ñorío mundano y espiritual de la bur-guesía encuentra su apoteosis en el ma-nejo de las arterias urbanas. Estasquedaban tapadas con una lona hastasu terminación y se las descubría co-mo a un monumento”.13

La ciudad contemporánea asiste sindescanso a un proceso de demolicióny construcción: cuando acaba la cons-trucción de algo, inmediatamente enotro lugar, se inicia alguna demolición:más que un hecho extraordinario, es

la condición contemporánea de la ciu-dad. Por esta razón debería naturali-zarse, incorporarse al cotidiano, por-que las molestias ocurren aquí, luegoallá y en todo lugar.

Así, para evitar la histeria metro-politana, es hora de acoger los ruidosy polvaredas de las demoliciones-cons-trucciones como parte de nuestra vidaen ciudad y resolver las discontinui-dades de una obra atravesándola conel uso de las instalaciones de faenacomo programa urbano. De este mo-do, las vallas cobrarían espesor, serí-an dispositivos, contendrían activida-des, permitirían el tránsito y nada seinterrumpiría. En este fantástico espec-táculo futurista, la circulación mone-taria tampoco habría de interrumpir-se: el comercio continuaría funcionan-do, el flâneur contemporáneo también.

La demolición que pretendía pro-porcionar continuidad al ritmo urbanoes seguida –como un fractal– por lacontinuidad urbana durante el procesomismo de demolición-construcción, ycon el aprovechamiento del utilaje deprotección para permitir nuevas acti-vidades. El resultado podría parecersea las llamadas utopías tecnológicasporque dicho utilaje está constituidopor andamios y estructuras metálicasde gran versatilidad, por su propia con-dición transitoria. Así, la transitorie-dad y la mutación se harían presentescomo obra de infraestructura, a la vezque, terminada esta operación, se pon-dría al descubierto la obra que oculta-ba. Sin duda, esta sucesión de obras,de obra dentro de obras, en una ende-moniada continuidad de máquinas, rui-dos y polvo, no es otra cosa que laaceleración del ritmo metropolitano.En las ciudades contemporáneas lati-noamericanas es difícil librarse de es-te destino, porque a diferencia de Eu-ropa, la población no decrece, por elcontrario, aumenta sostenidamente yla perspectiva futura no promete so-siego.

La continuidad programática de de-molición-construcción entendida comoproyecto constituye así un desarrollode las proposiciones iniciales hacia lahibridación que abandona la aspiraciónde construir un lenguaje técnico, y ra-dicaliza los procesos proyectuales, por-que obliga, como en la nouvelle cuisi-

ne de Paul Bocuse, a construir platoscon lo que ese día se encuentre en elmercado.

La metáfora del mercado atiende alas preexistencias y a lo nuevo, es de-cir, a los edificios actuales y a la ima-ginación, en la construcción de unaforma impura, azarosa, que nadie sa-be cuándo comenzó ni si está termi-nada, porque en realidad no tendríatanta importancia como la de vivir enedificios y ciudades que funcionen sinsolución de continuidad. Este ritmoquizás histérico es, quiérase o no, elde la ciudad contemporánea. Las ide-as aquí expuestas sólo reclaman quela arquitectura se incorpore a dichoritmo. En caso contrario, si la arqui-tectura es el lugar de la conciliación yel sosiego, debería irse a otro lugar,porque ella sola no podrá cambiar laciudad, aunque crea que la constituye.

Arribamos finalmente a la nociónde continuidad, que en realidad es lasucesión de eventos. Éstos, en térmi-nos arquitectónicos, pueden localizar-se en un punto de cierto interés: unaobra contemporánea se sostiene sincambios sustantivos durante 50 años;con cambios necesarios, 20 años; concambios imprescindibles, apenas el ar-quitecto entrega a sus clientes la obraconcluida; las instalaciones de infra-estructura constructiva se mantienendurante 2 años, que corresponden a laduración de la obra, pero podrían con-vertirse en infraestructuras con progra-mas urbanos activos y rentables. Aho-ra bien, para construir las instalacio-nes de infraestructura, se demora unpar de días, entonces ellas a su vez,podrían albergar programas para evi-tar la clausura urbana correspondien-te, ergo, la construcción de las obrasde infraestructura para la construcciónde un edificio es el verdadero evento,un espectáculo: sólo en ese momento,un sector de la ciudad se detiene, poresta razón, glosando a Pirandello, lospersonajes están buscando a un autor.

12. Martin Pawley, “La casa del tiempo”, en:El significado en arquitectura, ed. CharlesJencks & George Baird, Madrid, Blume, 1975,pp. 152.13. Walter Benjamin, Iluminaciones II, Madrid,Taurus, 1972, p. 187.

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Buenos Aires: el fracaso de la autonomía

Entrevista de Adrián Gorelik a Eduardo Passalacqua

A comienzos de diciembre de 2004Punto de Vista entrevistó a EduardoPassalacqua, especialista en políticaspúblicas, con el objetivo de indagaren las razones institucionales y políti-cas de la frustrada experiencia de ges-tión progresista en la Buenos Aires au-tónoma, un territorio que Passalacquaconoce como pocos. Apenas unas se-manas después ocurrió la tragedia dela discoteca de Once, República deCromañón, el incendio que provocómás de 190 muertes y que pareció pro-ducir un parteaguas en la sociedad yla política de Buenos Aires. La entre-vista que publicamos muestra que latrama que hizo posible estos sucesos

era evidente antes de la tragedia: unaadministración capturada por el clien-telismo, en la que nada escapa a lalógica punteril en la que se constitu-yen los partidos, tradicionales o nue-vos, con el resultado de una suerte deparálisis política por la cual ningunareforma seria y ningún tema estratégi-co pueden abordarse, más allá de laritual autorrepresentación de la políti-ca porteña como proverbialmenteavanzada. A lo que hay que agregaruna sociedad que ha decidido no mo-dificar su vínculo tradicional con lapolítica y el Estado, un vínculo hechode radical ajenidad y, simétricamente,reclamo universal, en una especie de

fetichismo invertido por el cual la so-ciedad pone en la política y en el Es-tado todos los vicios para conseguirasí una imagen virtuosa de sí misma.

Este es el fracaso de la autonomíaque enuncia Passalacqua. Diagnosti-cado antes de la tragedia, evidencia sucarácter estructural: de poco sirve de-nunciar ahora con histeria el sistemade inspecciones (denunciado en sole-dad durante años por la Defensoría delPueblo), si no se advierte que todo elsistema institucional y de infraestructurade la ciudad subsiste en idéntico pun-to de riesgo, desde la cuestión socio-habitacional a la red de cloacas. ¿Porqué “fracaso de la autonomía”, enton-ces, si justamente se pone el acentoen la larga duración de sus causas?Porque la autonomía, como lo señalaPassalacqua, no logró ser uno de esosmomentos únicos en que una socie-dad tiene la ocasión de repensar y re-formar sus instituciones y su relaciónpolítica con ellas. El debate sobre latragedia ha basculado sobre las dife-rentes responsabilidades en el gobier-no (el jefe de gobierno, los inspecto-res, la legislatura) o la sociedad (losempresarios inescrupulosos, las tribusrockeras y, más en general, la culturade la transgresión), pero no se ha per-cibido que toda esa trama reposa so-bre este monumental fracaso colecti-vo, producido por añadidura en la re-gión con mayor capital económico ycultural de la Argentina, su ciudad ca-pital.

El gobierno de Aníbal Ibarra tuvomás de cinco años para mostrar vo-

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Adrián Gorelik: Hacia el fin de losaños ochenta, en aquella euforia lo-calista de entonces, planteaste una se-rie de reparos en un artículo sobre laparticipación política en el municipio,mostrando, entre otras cosas, que laparticipación política de escala muni-cipal no había sido una panacea de-mocrática en la historia argentina, si-no que, por el contrario, se había sos-tenido en prácticas punteriles ycaudillistas y en visiones autoritarias–extendidas en toda la sociedad civil–cuyo ideal era eliminar la política através de la “buena administración”.1

Han pasado casi veinte años de eseartículo, y casi diez desde que se lo-gró la autonomía de la ciudad de Bue-nos Aires, y sería interesante conocertu balance, porque todo indica que nose ha fortalecido el municipio, que laautonomía debió haber convertido enun escenario de mayor participaciónde la sociedad y, sobre todo, de cons-trucción de una clase política propiade Buenos Aires. Al mismo tiempo esesentido común localista ha subsisti-do, como lo muestra el consenso acrí-tico sobre la idea de descentraliza-ción.

Eduardo Passalacqua: Hoy, el muni-cipalismo piadoso, romántico, lleno delugares comunes, dejó lugar a una in-vestigación más amplia y fundamen-tada. Sin embargo, tengo la impresiónde que, aun en ámbitos académicos,de no ser por la cantidad de fondosdisponibles para temas municipales enlos organismos de financiamiento pú-blicos y privados, no hubiera existidola epidemia de discurso sobre descen-tralización y desarrollo local que hu-bo. Por otra parte, el balance de laautonomía es muy malo. El Gobiernode la Ciudad Autónoma de Buenos Ai-res hace muchas menos cosas que lasque hacía la vieja Municipalidad. Elconjunto de facultades que ejerce esnotoriamente menor, y esto lo han se-ñalado sucesivos Defensores del Pue-blo adjuntos. En primer lugar, hay unproblema técnico, de capacidad de ges-tión. La década del noventa puede dis-cutirse en términos de pobreza, de re-distribución del ingreso..., pero lo quenadie puede discutir es que produjouna fenomenal precarización del em-

luntad por modificar alguna de las va-riables de este tejido de intereses eimposibilidades. Sin embargo, y másallá de las medidas indicadoras de sen-sibilidad social y jurídica que puso enpráctica durante los momentos más du-ros de la crisis en el 2002 (aunque sies por eso, lo actuado a nivel nacionalpor el gobierno de Eduardo Duhaldedebería merecer mayor consideración),el gobierno de Ibarra prefirió conti-nuar la práctica aliancista de reempla-zar la acción política por la imagenpublicitaria, sin modificar en absolutoel statu quo político e institucional dela ciudad. Es cierto que, como se hadicho, la tragedia podría haber ocurri-do con cualquier otro gobierno –y só-lo con extremo oportunismo la oposi-ción prefiere ignorar esa realidad. Pe-

ro, a diferencia de lo que piensa elgobierno, este argumento no es un des-cargo para Ibarra, porque él está allíporque encarnó la ilusión de que eseestado de cosas podía reformarse.

En este marco, la convocatoria alreferéndum pudo pensarse como una“solución”, sólo si se acepta que el“problema” es el que la propia lógicafue capaz de plantear. Y aquí se vetambién el modo en que el periodis-mo participó mayoritariamente de esamisma lógica, realimentándola: desta-car como un gesto de audacia e inte-ligencia política de Ibarra la convoca-toria al referéndum fue mantenersedentro de los límites que compartengobierno y oposición, preocupados ex-clusivamente por sus propias posicio-nes en un juego de suma cero, como

se vio meridianamente en el episodiode la interpelación, que puso en pri-mer plano la trivialidad de la Legisla-tura, a la que Passalacqua compara in-cluso con el viejo y denostado Conce-jo Deliberante. Ninguna de las causasde la tragedia de Once hubiera sidorozada por el referéndum, ya que ni elgobierno ni la oposición han demos-trado interés o capacidad en identifi-car esos problemas y abordarlos. Tan-to es así que hoy el referéndum pare-ce haberse desvanecido, una pruebamás de la inconsistente respuesta po-lítica del jefe de gobierno y sus con-sejeros. Así, el fracaso de la autono-mía es el de una política reformistapara Buenos Aires que no ha encon-trado todavía sus actores sociales y po-líticos.

1. Cfr. Eduardo Passalacqua, “Notas sobre par-ticipación política y partidos políticos en el mu-nicipio”, en Hilda Herzer y Pedro Pírez(comps.), Gobierno de la ciudad y crisis en laArgentina, IIED-GEL, Buenos Aires, 1988.

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pleo, que afectó mayormente a la ad-ministración pública. Los contratos ba-sura, usados de manera sistemática pordistintas administraciones, se sumarona un sindicato de perfil nítidamentevandorista que, en comparación a lologrado por los gobiernos de Córdobao Rosario en la modernización de susplantas de trabajadores, ha mantenidointacta su capacidad de impedir unagestión mínimamente eficaz.

La autonomía fue una oportunidadhistórica perdida para el cambio. LaConstitución de la Ciudad plantea, porejemplo, una innovación en el sistemade relaciones laborales. Es lo que ocu-rrió en España cuando se definieronlas autonomías, y todas las adminis-traciones provinciales alcanzaron cam-bios importantes en términos de capa-citación del personal, de relaciones la-borales más ajustadas a las nuevasnecesidades, sin producir despidos ma-sivos, simplemente introduciendo me-joras. Por el contrario, un ejemplo sig-nificativo en Buenos Aires fue el fra-caso de la primera camada delegisladores por reemplazar de raíz elsistema laboral y de contrataciones delantiguo Concejo Deliberante: no se pu-do con el clientelismo político, que ha-bía sido responsable de que la plantasuperara los 5000 empleados y que, almismo tiempo, impidió sistemática-mente la existencia de un núcleo deempleados con experiencia y saber téc-nico para sus funciones. En muchasadministraciones municipales del mun-do hay clientelismo, pero nunca faltaese cupo para los equipos técnicos quesostienen la gestión. En Buenos Ai-res, en cambio, con esa enorme canti-dad de empleados, cada vez que senecesitaba analizar un problema jurí-dico o financiero serio, un problematécnico, se debía contratar una con-sultoría externa. El intento por cam-biar ese estado de cosas fracasó, por-que toda la planta del viejo ConcejoDeliberante terminó efectivizada y hoytiene todavía más garantías. En el cor-to lapso en que yo fui secretario de laLegislatura, intenté poner un sistemade presentismo y lo logré hasta ciertopunto, pero me vi obligado a partirlos turnos de trabajo porque si veníantodos los que tenían que venir no so-lamente no había lugar físico, sino que

el edificio corría serios riesgos de co-lapsar.

Si examinamos el funcionamientode los poderes del Estado, en mi opi-nión, el problema principal es la tri-vialización. La Legislatura se esfuer-za por sintonizar cierto tipo de electo-rado que podría sentir un orgulloporteño con temas como que la ciu-dad sea la primera en el mundo queestablece el ciclo básico obligatoriohasta tercer año, la Ley de Unión Ci-vil, etc., etc. No quisiera minimizaresos logros, pero hay que señalar quela Legislatura se ocupa poco y nadade la agenda de problemas estructura-les. Si nosotros antes criticábamos alConcejo Deliberante por el tiempo quededicaba a discusiones intrascenden-tes, hoy tenemos que reconocer que elConcejo incidía mucho más en políti-cas públicas importantes que la nuevaLegislatura. En otro orden, creo quehan sido mucho más eficaces los De-fensores generales de la Nación en susacciones respecto de las tarifas de ser-vicios públicos, por ejemplo, que na-da de lo hecho por la Legislatura de laCiudad.

Para restarle todavía más inciden-cia a la Legislatura, el Jefe de Gobier-no vetó una norma que le fijaba pla-zos para contestar los pedidos de in-formes. Hoy ninguna obligaciónformal compromete al Jefe de Gobier-no a rendir cuentas ante la Legislatu-ra. En verdad, si pensamos en el sen-tido de la existencia de la Legislatura,un politólogo tendría serias dificulta-des para explicar cómo diferentes je-fes de gobierno, que han carecido casipor completo de mayorías legislativas,no han tenido ninguna traba para go-bernar: ¿qué clase de entramado polí-tico-institucional posibilita esta reali-dad?

Ahora bien, si pensamos ya no enlos límites de la Legislatura, sino enlos propios de la Jefatura de Gobier-no, uno de los aspectos desaprovecha-dos de la autonomía es no haber enca-rado una reforma del ejecutivo, comen-zando por una Ley de Ministerios.¿Qué importancia tiene esto? La Leyde Ministerios sería una ocasión parareparar el sistema agregativo y frag-mentario con que se fueron armandolas secretarías a lo largo de la historia,

desde las dos originales que tenía DeVedia y Mitre en la década de 1930(la de Hacienda y Administración y lade Obras Públicas, Higiene y Seguri-dad) hasta el entramado actual surgi-do de la creación, a lo largo de déca-das, de estructuras ad hoc para las ne-cesidades del equilibrio de fuerzaspartidarias, incluso a través del inven-to de cargos para personas determina-das, sin ninguna racionalidad ni de-mostración de que el interés persegui-do haya sido incrementar la eficaciade la gestión. Un caso característicoes la Secretaría de Promoción Socialque se armó como un patchwork a par-tir de programas dispersos y, en mu-chos casos, de casi nula operatividad.La autonomía era una posibilidad decambiar esto a través de una nuevaLey de Ministerios que habría permi-tido una gestión mucho más flexible,por programas, en lugar de esas es-tructuras jerárquicas que son las Se-cretarías, con sistemas tan pesados entérminos verticales y tan difíciles dearticular horizontalmente en funciónde objetivos de reforma de la ciudad.

Pero el problema de fondo es, enverdad, que la autonomía no respon-dió a ninguna necesidad interna de lasociedad ni de los actores políticos deBuenos Aires. Con la autonomía sedio más que lo que nadie pretendía,porque el pacto de Olivos, que originaambas constituyentes, la nacional y ladel nuevo estado de Buenos Aires, qui-so conformar al radicalismo de la ca-pital, fuertemente antipactista, inclu-yendo lineamientos mucho más am-plios que la elección directa delintendente de la ciudad, que era lo úni-co que hasta entonces se había recla-mado. Lo cierto es que el gobierno deBuenos Aires no ha ejercido su auto-ridad en ninguno de los problemas quequedaron pendientes con la autonomía:ni el puerto, ni las tierras vacantes delestado nacional, ni la policía, etc. Nisiquiera se intentó recuperar el mane-jo de la tradicional policía de tránsito.

Disposiciones de la nueva consti-tución de Buenos Aires despertaron,en su momento, expectativas y ríos dediscurso. Por ejemplo, el sistema deaudiencias públicas, que tendría quehaber sido un mecanismo para agili-zar la relación entre la Legislatura y

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las demandas sociales. Sin duda, elmecanismo de las audiencias fascinóa muchos, entre ellos a los enamora-dos platónicos de la participación queprobablemente no recordaron durantela asamblea estatuyente los límites conlos que podrían encontrarse más o me-nos rápidamente. No hay demasiadastradiciones participativas en la políti-ca argentina y en particular en la lo-cal. Además, el modo en que se im-plementa la participación no tiene encuenta factores como el tiempo nece-sario –en condiciones económicas crí-ticas– para garantizar una representa-ción de los diferentes sectores socia-les. El problema de la política es cómose crean mecanismos para garantizaruna participación que exceda la doblerestricción de un círculo de vecinoscon tiempo libre y tendencia asociati-va, y de los grupos de interés. Comomecanismo, la audiencia pública es ex-celente, pero hasta el momento sólofue eficaz en algún caso puntual, co-mo la incorporación de observacionesal Plan Urbano Ambiental a través deuna serie de consultas. Sin embargo,por el modo en que se redactó la Leyde Audiencias Públicas, estamos anteun fracaso en casi todos los otros te-mas sometidos a discusión; y su re-glamentación permite que las audien-cias terminen en escándalos sin otrarelevancia que la mediática.

–Mencionás como excepción el casodel Plan Urbano Ambiental, pero tam-bién podríamos pensar que no resultócontradictorio con el diagnóstico quetrazaste. Porque las consultas de lasaudiencias exasperaron sus rasgos decollage: todo entró en el Plan, desdelos megaemprendimientos que vienende la concepción del marketing urba-no de los noventa, hasta los viejos ob-jetivos progresistas de la tradición lo-cal de la planificación; todo quedaigualado sin que pueda saberse dedónde va a salir la voluntad políticapara decidir la prioridad de un obje-tivo u otro. De modo que la audienciapública favoreció una homogeneiza-ción temática sosteniendo, por una víadiferente, la falta de voluntad del go-bierno de construir una agenda clarade las prioridades de la ciudad, a tra-vés de la cual la política le muestre a

la sociedad los puntos importantes quedeben ser abordados.

Si hablamos de participación, esinevitable referirnos a los proyectosde descentralización. En este panora-ma del funcionamiento político-admi-nistrativo que has trazado, ¿cómo pen-sás que va a incidir la división de laciudad en comunas, de acuerdo a losproyectos en danza? En dos sentidos,¿cómo pensás que va a concluir elproceso de descentralización? Ha te-nido el máximo consenso en los dis-cursos generales pero, hasta ahora,ha encontrado enormes dificultadespara materializarse mínimamente (laLey de Comunas no ha podido tratar-se todavía en la Legislatura a pesarde que han vencido todos los plazosotorgados por la Constitución). Y ¿quésignificaría concretamente la descen-tralización, en caso de producirse?

–El de las comunas no es un tema sen-cillo. Requiere, entre otras cosas, unabuena Ley de Ministerios, porque so-bre la actual superposición de funcio-nes se agregaría otra, una superposi-ción ad infinitum, que volvería prácti-camente imposible delimitar conclaridad qué le corresponde a la admi-nistración central y qué a las comu-nas. Requiere también una buena LeyElectoral, porque hay distritos con re-alidades demográficas muy complejasy diferenciadas: en una circunscripcióncomo la 14, por ejemplo, que corres-ponde a la City, hay una poblacióndiurna de millones de personas y unapoblación nocturna inexistente, perobuena parte de esa población diurnatiene allí registrados sus domicilioselectorales, en sus estudios u oficinas.

Pero estas son cuestiones operati-vas. Desde el punto de vista de loscontenidos, yo creo que las comunasse pueden convertir en un gran pro-grama de empleo público (para em-plear amigos incluso en disciplinas depoca demanda: cada comuna podría,por ejemplo, armar una comisión his-tórica para resolver el problema de suslímites, para diseñar su escudo, etc.).Este es un riesgo cierto. Pero si lascomunas vienen acompañadas de unnuevo modelo de gestión, pueden seralgo realmente revolucionario. No esque me entusiasmen apriorísticamen-

te, pero podrían ser el instrumento pa-ra que cambien muchas cosas. De to-dos modos, la discusión para mí estáacotada por el hecho de que el mode-lo de administración central de la ciu-dad de Buenos Aires ha mostrado suagotamiento absoluto.

–¿Por qué lo afirmás de modo tan ca-tegórico? Esta es una ciudad relati-vamente pequeña, con una poblaciónque no ha crecido, dentro de sus lími-tes jurisdiccionales, en los últimos cin-cuenta o sesenta años, con una movi-lidad socio-geográfica muy limitada,y cuya principal incapacidad siempreha sido la resolución de problemasque podría pensarse que se resuelvenmejor con un gobierno central que conuna multitud de comunas, por ejem-plo, la relación con el Gran BuenosAires o un sistema racional de trans-porte público capaz de coordinar di-ferentes modalidades.

–Pero cuando hablo de comunas noestoy pensando en un aumento de lasegmentación y la fragmentación. Alos argentinos nos entusiasman las dis-cusiones metafísicas, y si son teológi-cas mejor. Para todo lo que aquí sepublicó sobre descentralización no nosalcanzarían diez bibliotecas, pero na-die se ha tomado el trabajo de anali-zar qué servicios pueden funcionar me-jor descentralizados y cuáles deberíanprácticamente mantenerse centraliza-dos. Yo no digo que la discusión pasesólo por la organización de los servi-cios, pero sí que es un tema ineludibleque en toda la discusión sobre las co-munas apenas se ha mencionado.

–Pero quizás sea el momento de revi-sar aquellos fundamentos metafísicosen la dirección inversa, dado que, anivel nacional, estamos viviendo la cri-sis de los programas de descentrali-zación, que fueron acentuados por ladictadura militar. Si pensamos en laeducación, hoy carecemos de un Mi-nisterio de Educación efectivo porqueahí se descentralizó con la consignade que cuanto más cerca de la gente,mejor iba a ser el servicio. El resul-tado fue que, cuanto más cerca de lagente, más cerca estaba del caudillolocal, sea provincial o municipal. Qui-

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zás entonces éste sea el momento derevisar, en términos teóricos y políti-cos, la misma consigna de descentra-lización, que es una consigna muy se-tentista en todo el mundo, y que aquícoincidió con las políticas de la dic-tadura militar. Sobre todo teniendo encuenta que la Argentina, como la pro-pia ciudad de Buenos Aires, está muyfragmentada por clivajes sociales yculturales –y podríamos decir que losclivajes en el capital cultural son de-finitorios a la hora de ver cómo fun-ciona la descentralización.

–Yo no discrepo en la necesidad de ladiscusión. El tema es muy amplio ycomplejo, porque además es un temaque cruza todas las líneas ideológicas:hay visiones descentralizadoras de de-recha y de izquierda, y viceversa. Unejemplo de lo poco asumido que estáes lo que ocurre con las discusionespresupuestarias en nuestro país. Si seanaliza estrictamente el presupuesto,se advierte que todo lo nacional se re-fiere al pasado: jubilaciones y pensio-nes, el pago de la deuda externa, etc.Y lo referido al futuro figura en elpresupuesto nacional, pero le corres-ponde claramente al actor provincial.Y esto no es incorporado, salvo ex-cepciones, en los debates políticos oacadémicos sobre el presupuesto.

Ahora bien, el problema más ge-neral es muy viejo. Frente a la idea deque en ciertas circunstancias socio-económicas el poder central equivalea la libertad frente al poder local quefunciona como una red de interesestradicionales, hay otras visiones. Des-de el punto de vista de la gestión, lacuestión es seria. ¿Cómo hace el Mi-nisterio de Salud, más allá de quién loocupe concretamente, para demostraralguna utilidad si no puede ejercercompetencias en el único lugar en elque le ha quedado alguna, que es enla ciudad de Buenos Aires? Esto inci-de sobre la ciudad. De hecho ningunode los dos ministerios, Salud y Educa-ción, han suprimido ninguna de susdirecciones nacionales que tienen tan-ta relevancia como el gabinete de laRepública española en el exilio, dichosea con el respeto que tengo por pro-fesionales que trabajan allí. Esto efec-tivamente es así. Pero lo que me pre-

ocupa es que es un tema que se abor-da en sus aspectos folklóricos o parael cruce de epítetos, pero sobre el queno hay ningún debate serio. Por ejem-plo, los grandes propulsores de la des-centralización en las últimas décadasen América Latina han sido los orga-nismos internacionales de crédito, aun-que hoy el Banco Mundial está mu-chísimo menos entusiasmado con estaposición. También sería importanteanalizar qué funcionó bien en otroscontextos de descentralización. Desdehace muchos años, los brasileñosconciben los diferentes niveles degobierno no como una torta de trespisos sino como una torta marmolada

tear con profundidad en la Argentina:¿para qué sirve un concejal? Puede ha-ber resistencias a admitir un sistemade tipo inglés, pero los miembros delas Juntas de las comunas si se dedi-can a una tarea específica pueden darpistas para rediscutir el armado de laslegislaturas locales a partir de ese prin-cipio. De hecho, un comienzo de estatendencia se descubre en los nuevosmunicipios del gran Buenos Aires cre-ados en los años noventa, donde losConcejos se integraron con 12 miem-bros, la mitad de los integrantes delos tradicionales, y no ha habido nin-gún inconveniente.

De todos modos, creo que, más allá

o veteada, donde diferentes instanciaspueden intersectarse de acuerdo conprogramas y necesidades específicas.

En mi opinión, el manejo centrali-zado de todos los servicios no va más,y hay que analizar cuidadosamentecuáles deben ser descentralizados, por-que funcionan mejor vinculados condeterminadas zonas geográficas, y cuá-les conviene que permanezcan en laórbita central. Es cierto que esta dis-cusión meditada no es favorecida porel modo en que el tema de las comu-nas aparece en la Constitución de Bue-nos Aires, porque allí no se prevé elmodo en que se articulan las comunasentre sí, falencia que puede favorecerla fragmentación. Sin embargo hay unelemento que quiero destacar del mo-do en que han sido establecidas lascomunas en la Constitución: la felizcoincidencia entre el número de miem-bros de las Juntas ejecutivas de cadacomuna (siete) y el número de sus atri-buciones específicas. De este modo,las comunas podrían servir para em-pezar a responder una pregunta quetodavía no hemos comenzado a plan-

de las discusiones de doctrina, esta-mos todavía muy lejos de que seapruebe algún sistema de comunas enBuenos Aires, y esto por las peoresrazones. Junto con el extendido senti-do común democratista sobre su nece-sidad, todo el espectro político sospe-cha que la división en comunas puedaimplicar un salto al vacío, en términosde sus conveniencias en el diseño delmapa electoral, y por eso no hay nin-guna coalición con fuerza suficientepara imponerlas. Como tampoco se sa-be cómo se las sustraería del modocorporativo en que se ha organizadola sociedad en los barrios que se hanorganizado. Y a esto se suma que noestá nada claro para qué van a servirlas comunas y, especialmente no estáclaro cómo delimitarlas. Un consensogeneralizado critica los límites admi-nistrativos, juzgándolos obsoletos y ar-tificiales, pero nadie sabe cuáles serí-an los límites “naturales” que deberí-an reemplazarlos, porque esos límites,en una ciudad como Buenos Aires, noexisten, y su discusión apela a mitolo-gías con tanto o tan poco sustento co-

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mo los límites administrativos. Rosa-rio, que ha hecho una muy interesanteexperiencia de descentralización, sibien incorporó otros criterios de divi-sión, lo hizo a partir de las viejas sec-ciones policiales, electorales y censa-les –que allí coincidían. En BuenosAires, me parece que después de tantodebate, se va a tener que aceptar unadivisión muy parecida a la de los ac-tuales 16 Centros de Gestión y Plani-ficación.

–Ya que has abierto la comparacióncon Rosario, sería interesante que re-tomaras, en relación con esa ciudad,algunas cuestiones que has planteadosobre un aspecto de la cultura políti-ca de Buenos Aires: los significadosdel progresismo. Todo parece indicarque, para las fuerzas políticas en con-diciones de gobernar la ciudad y pa-ra sectores importantes de la socie-dad civil, ser progresista en BuenosAires tiene que ver con cuestiones cul-turales y con cierto pensamiento jurí-dico –como mencionamos antes, la Leyde Unión Civil, o la defensa que hahecho el gobierno de la muestra deLeón Ferrari. Pero sorprende que nohaya ningún pensamiento progresistarespecto de cuestiones urbanas másgenerales que existe, más allá de susdificultades, en una ciudad como Ro-sario a lo largo del tiempo. Por ejem-plo, la intensa discusión latinoameri-cana sobre la necesidad de leyes derecuperación de plusvalías urbanas,que ha logrado imponer criterios le-gislativos muy progresistas en Colom-bia, y que en Brasil ha logrado unEstatuto de las Ciudades de jerarquíaconstitucional, en Buenos Aires no hayfuerzas políticas o sociales que, in-cluso considerándose progresistas, lastomen.

–En principio no comparto la visióncanónica de que, por definición, elelectorado de la ciudad de Buenos Ai-res es progresista. El electorado por-teño es díscolo e individualista, perono necesariamente progresista. Creoque, efectivamente, el progresismo dela ciudad de Buenos Aires se agota enesos temas culturales: es más simbó-lico que operativo. Hay muy pocas ini-ciativas progresistas que conciernan la

redistribución de ingresos. No hay cri-terios progresistas en temas que ya hansido tratados en todo el mundo, inclu-so con administraciones conservado-ras, como las normativas del suelo quesuponen diferentes formas de redistri-bución. Habría que preguntarse porqué habiendo funcionado relativamen-te bien una ordenanza de corte geor-gista en la década de 1920, sobre esocasi no hay bibliografía.

Falta, además, un proyecto de de-sarrollo económico. Buenos Aires esla jurisdicción que tiene más recursosgenuinos, con los que podría plantearuna cantidad de iniciativas de estilo,digamos, rooseveltiano. Sin embargo,no existe discusión al respecto. Lo quese considera más progresista es, ape-nas, tener las cuentas equilibradas, locual, más allá de su indudable impor-tancia, no puede ser considerado co-mo un bien en sí mismo, sino sólocomo instrumento para encarar políti-cas activas. Pareciera que la discusiónsobre ese tipo de políticas fuera perti-nente en las provincias pero no en lacapital.

Otra creencia, que revela los lími-tes ideológicos de la política de Bue-nos Aires, es la de que todos los ma-les vinculados con la pobreza –carto-neros, homeless, ocupantes ilegales,villeros– llegan del Gran Buenos Ai-res. Eso ya no es cierto. En 1991 sehizo evidente que la famosa divisiónnorte-sur se había hecho añicos, algoque el último censo ratificó mostran-do cómo se ha extendido y repartidola pobreza en toda la ciudad. A losporteños nos gusta considerarnos muymagnánimos porque hay gente delGran Buenos Aires que usa los hospi-tales de la ciudad, pero no empeza-mos siquiera a abordar los enormesproblemas derivados de la pobreza es-tructural que tenemos.

Con respecto a Rosario, un rasgomuy importante es la continuidad po-lítica y de gestión, señalamiento en elque coinciden todos los sectores, deizquierda a derecha. En líneas genera-les, el rosarino medio, más allá de susgustos políticos, reconoce que desdeel 83 en adelante ha tenido mejoresintendentes que la gran mayoría de lasciudades del país, y que se ha mante-nido cierta continuidad. Eso hizo po-

sible intentar un mix que busca hacercompatible la ciudad de los ricos conla ciudad de los pobres. Se han reali-zado obras monumentales, que han re-dundado en un embellecimiento nota-ble de la ciudad, junto con un pro-grama como Rosario Habitat, derehabilitación de los asentamientosmás pobres, en circunstancias muy di-fíciles, con un enorme crecimiento dela marginalidad y grandes corrientesde migración de las zonas más perju-dicadas del norte del país. Es un pro-grama interesante, que toma elemen-tos de los programas más avanzadosque se han intentado en el mundo, conuna combinación de acciones públi-cas y privadas, aunque su límite esque son soluciones pequeñas, difícilesde replicar a escala. También funcio-nó bien, más allá de las diferenciaspolíticas, la articulación municipal yprovincial.

Rosario, en comparación con Bue-nos Aires, ha tenido muchas más ideasen términos de proyecto de ciudad. ElPlan Estratégico de Rosario es un es-fuerzo serio, con algunos rasgos utópi-cos, más voluntaristas que realistas, pe-ro en comparación con el resto de lasciudades argentinas me parece franca-mente notable, y ha permitido muchoslogros. Por ejemplo, la Agencia de De-sarrollo Regional Rosario, a través deteóricos de diferentes colores (socialis-tas, peronistas, radicales, independien-tes) reunió lo mejor de las diferentesexperiencias de las agencias de desa-rrollo, y si bien no es una maravilla,algunas cosas se hicieron muy bien. Loque contrasta, en el caso de BuenosAires, con la actuación de la Corpora-ción del Sur que, más allá de las inten-ciones y de la capacidad de mucha gen-te que la ha integrado, no ha avanzadoprácticamente en nada concreto.

En Rosario, el fuerte consenso enlíneas estratégicas de larga duración,ha achicado el espectro de lo que pue-de hacerse, de modo que hasta alguienclaramente de centroderecha, comoUsandizaga, ha realizado políticas sen-satas y progresistas. De todos modos,hay dos problemas muy serios queamenazan estos logros: el Area Me-tropolitana, donde se han producidocambios socio-espaciales muy grandesy no hay políticas claras respecto de

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la pobreza, en un contexto de escasezde tierras para políticas públicas y, peoraún, de falta de un inventario cierto pa-ra constatar esa escasez; y el peso cadavez mayor de la Bolsa de Comercio ro-sarina sobre las políticas urbanas.

–Volviendo al tema de la Corporacióndel Sur. Si, como decís, tuvo gente es-timable y buenas intenciones, ¿cuálesson a tu juicio las causas por las queno pudo llevar adelante políticas queconsiguieran algún impacto en la ciu-dad de Buenos Aires?

–No fueron causas institucionales, por-que la Corporación del Sur fue creadacon tal cantidad de facultades queprácticamente formó un estado dentrodel estado. Tampoco fueron causas téc-nicas, más allá de algunos problemasen el inventario de bienes del dominiopúblico y privado, que fue una de lastareas centrales de la Corporación. Enmi opinión, la causa principal es queno se sabía bien qué hacer. Había unconjunto de proyectos, pero ningunaorientación política clara que señalarauna dirección para el sur. Tenían to-das las herramientas, pero no teníanun proyecto. Es evidente que, para lapolítica práctica de Buenos Aires, elsur ya se considera perdido (olvidan-do la línea de algunos intendentes delpasado, como el radical Rabanal y so-bre todo el peronista Sabaté). En elmejor de los casos, hay un esfuerzoresidual de resistencia, como quien di-ce que al sur no hay que abandonarlo,pero sin proyecto serio para desarro-

llar allí iniciativas que permitan rees-tablecer algún equilibrio en la ciudad.

–Respecto del Área Metropolitana deBuenos Aires, ¿por qué creés que Bue-nos Aires no ha logrado nunca, segu-ramente como excepción entre las gran-des metrópolis del mundo, una mínimacoordinación metropolitana?, al puntode que se produce este absurdo histó-rico y conceptual de que el “Gran Bue-nos Aires” no incluye a la ciudad deBuenos Aires del que surgió.

–Estudié el tema de las áreas metro-politanas y mostré que, de la pers-pectiva con que se lo tomó en Ar-gentina, surgen dificultades que ex-plican porqué no se ha logrado hacernada. Hace poco titulé un trabajo so-bre el tema “La aplicación de nocio-nes confusas a ámbitos difusos”. Téc-nicamente, hay cerca de dos docenasde mecanismos de funcionamiento deáreas metropolitanas, pero en la Ar-gentina sólo se ensayó uno y medio:una mirada desde el centro y clara-mente top-down. Y este modo mono-céntrico en el que se insistió una yotra vez pese a los reiterados fraca-sos, estaba condenado por razones degestión, porque opera con una canti-dad de presupuestos falsos. Aquí seprodujo una convergencia muy fuer-te entre ciertas visiones de planea-miento urbano y los gobiernos mili-tares, donde la tradición del planea-miento buscó resolver los problemasde coordinación a través de grandesdisposiciones institucionales, pero

DIARIO DE VARIACIONES BORGES

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REVISTA DE FILOSOFÍA, SEMIÓTICA Y LITERATURAEDITADA POR EL CENTRO DE ESTUDIOS Y DOCU-MENTACIÓN J. L. BORGES

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CHEQUES A LA ORDEN DE DANIEL SAMOILOVICHCorrientes 1312, 8º (1043) Buenos Aires

Nº 69 / Diciembre de 2004 a Marzo de 2005

nunca se dedicó a identificar proble-mas concretos para tratar de resol-verlos. Incluso para cosas de sentidocomún mínimo, como las calzadas dela General Paz que caen para el ladode la Provincia pero corresponden ju-risdiccionalmente a la Capital, y nun-ca se logró coordinar su limpieza.

Y esto se superpone a una realidadpolítica en la cual, por una parte, losmunicipios del Gran Buenos Aires sa-ben que, en cualquier escenario de co-ordinación metropolitana, perderíanfrente a la ciudad de Buenos Aires y,por otra parte, la ciudad de BuenosAires tampoco se esfuerza demasiado,porque concibe sus relaciones con elconurbano en términos completamen-te paternalistas. Una larga y falaz dis-cusión plantea que la ciudad financiaal conurbano, a través del uso de hos-pitales y escuelas por parte de habi-tantes del Gran Buenos Aires. Sin em-bargo, estudios económicos sólidosmuestran exactamente lo contrario, yaque por el sistema impositivo argenti-no, el IVA es la principal fuente derecaudación, y la cantidad de gente delGran Buenos Aires que consume dia-riamente en la ciudad puede decirse quepor ésa y otras vías paga con crecesaquellos gastos. Lo cierto es que nohay ni condiciones políticas ni condi-ciones técnicas para sentar las bases o,por lo menos abrir, las perspectivas deacuerdos –incluso cuando intervinieronlas Legislaturas, como con relación ala seguridad ciudadana limítrofe, conpropuestas sensatas pero finalmente re-ducidas a retórica.

Dossier Arnaldo CalveyraLautreamont: re-escrituras

Seamus Heaney: homenaje a MiloszLa carne al asador: jóvenes poetas argentinos

comentan sus influencias

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La educación en la agenda pública

El tema de la educación básica no escomo debiera ser un tema central ypermanente de la agenda pública delpaís. Por el contrario, aparece en for-ma esporádica y alrededor de deter-minados acontecimientos imprevistos(como los desórdenes más o menosdramáticos en la vida escolar) o muyrecurrentes, tales como los resultadosde las pruebas de ingreso a las institu-ciones de educación superior o de losestudios de valuación de la calidad dela educación realizados en el contextonacional o internacional.

La escuela también aparece siste-

La educación escolar y la nueva “cuestión social”

Emilio Tenti Fanfani

máticamente interpelada y acusadacuando se trata de buscar responsa-bles a los grandes problemas naciona-les. Todos ellos, los económicos (cre-cimiento de la economía, distribucióndel ingreso, empleo), los sociales (lapobreza, la exclusión social, la delin-cuencia, la violencia, la inseguridad,el alcoholismo, la mortalidad infantil),y los de índole política (la crisis de larepresentación, la corrupción, el clien-telismo) tendrían una raíz en el malfuncionamiento de la educación esco-lar. Si muchos ciudadanos no consi-guen empleo es porque “no están ca-pacitados”, si votan a caudillos queluego los engañan y malversan la con-

fianza que han depositado en ellos (ylos recursos públicos que administran)es “porque no han tenido una buenaformación cívica en la escuela”, si tie-nen conductas (en las calles y en lavida social en general) que no respe-tan ni la vida propia y menos la ajena“es porque no han recibido una buenaformación ética y moral en la escue-la”. Y los ejemplos podrían multipli-carse a saciedad.

¿Qué hay detrás de este recurso rei-terado, en especial, en los medios decomunicación de masas? ¿Se trata deuna simple irracionalidad? ¿Es tam-bién un problema de “mala formación”de los comunicadores sociales? ¿Laeducación escolar es la madre de to-dos los problemas y el principio detodas las soluciones? Me siento incli-nado a responder rápidamente que nitanto ni tan poco. Primero porque espreciso reconocer que, por una seriede razones estructurales, la escuela “demasas” no está en condiciones objeti-vas de cumplir con tan ambiciosas ex-pectativas. Pero, al mismo tiempo, nopuede caber la menor duda de que lasprestaciones actuales de esta vieja ins-titución están por debajo de lo que eslegítimo esperar de ella. Ambas pro-posiciones son válidas. Muchas cosashan cambiado en la sociedad que de-safían los dispositivos y modos tradi-cionales de hacer las cosas en las es-cuelas. Sin embargo, las subjetivida-des (representaciones, expectativas,valoraciones, predisposiciones) de losactores sociales no siempre han toma-do nota de estas transformaciones. To-

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do lo que sucede en la sociedad tieneimpacto en la escuela. En lo que sigueme propongo examinar algunos impac-tos que tienen las múltiples manifesta-ciones de “la cuestión social” contem-poránea en el mundo de la educaciónbásica y los dilemas que plantean aquienes tienen la responsabilidad deofrecer interpretaciones de la crisis dela escuela pública en clave progresista.

Escolarización con pobreza

¿Qué es lo nuevo en materia de esco-larización? La década de los años no-venta se caracterizó por la confluen-cia de dos fenómenos contradictorios.El empobrecimiento y la exclusión ma-sivos se juntaron con una masifica-ción de la escolarización de los niñosy adolescentes. Veamos unas pocas ci-fras. En mayo de 2002, cuando la cri-sis social alcanzó uno de sus picos másaltos, la pobreza alcanzó proporcionesnunca sospechadas entre los alumnosde escuelas públicas y privadas del co-nurbano bonaerense. Según los datosoficiales (INDEC) prácticamente el80% de los inscriptos en el primer ysegundo ciclo de la Educación Gene-ral Básica vivían en esa condición. Laproporción subía al 88.4% en los es-tablecimientos públicos de los mismosniveles. La pobreza alcanzaba al68.2% entre los alumnos que cursa-ban el Tercer Ciclo y el Polimodal(prácticamente el ex secundario) en es-tablecimientos administrados por elEstado. Estas cifras son dramáticas ensí mismas y marcan la dimensión delempobrecimiento de la Argentina.

La masificación de la escolariza-ción es muy notoria en la adolescen-cia. En la década del noventa, la co-bertura en la franja de edad de 15 a 17años creció un 22%. En el año 2000estaban escolarizados en algún niveldel sistema educativo el 85% de loschicos en esa franja de edad. Puededecirse que la absoluta mayoría de losescolarizados son pobres y que la ma-yoría de los pobres (niños de 6 a 12años y adolescentes de 13 a 18) estánescolarizados. Esta es una “novedad”en la evolución de nuestra educaciónbásica. Pero esta escolarización va dela mano con la exclusión escolar de la

mayoría de los adolescentes de secto-res populares, que tienen grandes difi-cultades para completar los ciclos dela obligatoriedad legal y social. La pri-mera es de 9 años (la EGB), la segun-da no la define la ley sino las condi-ciones reales de acceso a ciertos bie-nes estratégicos tales como el trabajo.Aunque no hay escolaridad que ga-rantice la inserción laboral, la pose-sión de determinadas certificaciones(por ejemplo el Polimodal o Secunda-rio completo) se convierte en una con-dición necesaria (no suficiente) paracualquier pretensión de obtener unpuesto formal de trabajo. Los datosdisponibles muestran que los hijos delas familias más desfavorecidas tienenpocas probabilidades de completar laescolaridad media. Por otro lado, me-nos de la mitad de los jóvenes argen-tinos de 18 a 24 años tienen estudiossecundarios completos.

Para apreciar mejor el sentido dela escolarización y los nuevos proble-mas que genera es preciso tener encuenta en qué condiciones se realizaesta masificación. En primer lugar, nosólo hay más alumnos en la educa-ción básica (a los efectos prácticos:los viejos niveles primario y secunda-rio o, si se prefiere la EGB y el Poli-modal, según la nomenclatura legal)sino que son diferentes, tanto desde elpunto de vista social como cultural.Pero también tenemos que preguntar-nos en qué condiciones se lleva a ca-bo esta masificación. Lo primero quesalta a la vista es que pese a las me-jores intenciones y también como efec-to de políticas erradas, el crecimientode la escolarización se realiza por pro-liferación, es decir, el sistema escolarcrece cuantitativamente pero sin mo-dificar sustancialmente las caracterís-ticas de la oferta escolar. Si la escuelacambió (y vaya si lo hizo durante ladécada del noventa), no fue como re-sultado de un programa, es decir, deuna política explícita, sino como efec-to de las circunstancias inéditas quetuvo que enfrentar. Los cambios deque hablamos tienen que ver con lavida real en las instituciones, con eluso del tiempo, la producción del or-den, el método y los contenidos quese enseñan y aprenden, los modelosde relación entre los agentes educati-

vos, los sistemas de evaluación y con-trol, los sistemas de administración ygestión de las instituciones, sus arti-culaciones con la sociedad local, etc.La masificación y el cambio en la mor-fología social de los alumnos han pro-ducido una especie de terremoto enlas prácticas escolares, en las identi-dades y subjetividades de los protago-nistas (docentes, alumnos) y en el sen-tido de la misma experiencia escolar.Para agregar mayor complejidad aúnhay que decir que estos cambios novan en una misma dirección, es decir,no son homogéneos en ese inmensoarchipiélago que solemos denominar“sistema educativo”. El carácter pro-fundo y relativamente abrupto de lastransformaciones sociales y la ausen-cia de una política pública capaz deorientar sus efectos en el campo esco-lar, dejaron librada a las institucionesy sus actores (básicamente los directi-vos y docentes) la responsabilidad deadaptarse a las nuevas circunstancias.Esta adaptación dependió básicamen-te de factores locales: el peso de cier-tas tradiciones, la disponibilidad demovilizar recursos de diverso tipo ysobre todo la capacidad de desplegarla creatividad y la acción colectiva al-rededor de un proyecto institucional.

Respuestas políticas insuficientese inadecuadas

Las respuestas más significativas des-de el punto de vista de las políticaspúblicas se concentraron en la aplica-ción de la Ley Federal de Educación.La misma contemplaba tres líneas bá-sicas de intervención.

a) La primera tenía que ver con laampliación de la oferta escolar parahacer frente a la creciente demandade escolarización, en especial la de losadolescentes de sectores populares (ur-banos y rurales). Las construccionesescolares, la ampliación de las plantasdocentes, los equipamientos escolares,son ejemplos de este tipo de interven-ción.

b) La segunda línea tiene que vercon el despliegue de las denominadas“políticas compensatorias” que buscanasegurar determinadas condiciones bá-sicas para garantizar la escolarización

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y el aprendizaje de los niños y adoles-centes de los grupos sociales más des-poseídos. Estos programas consistie-ron fundamentalmente en acciones desostén a la demanda de escolarización(básicamente becas escolares) y en elfortalecimiento de la oferta educativapara los grupos sociales más pobres.

c) La última línea, la más ambi-ciosa, compleja y también más criti-cada fue la que se proponía producircambios cualitativos en la oferta esco-lar. Buscaba cambiar el sentido de laescuela y adaptarlo a las nuevas cir-cunstancias del desarrollo nacional (laintegración social, la competitividad,la nueva ciudadanía, etc.). Los ejem-plos más salientes de estas políticasinnovadoras fueron el cambio en losniveles del sistema educativo, la reno-vación de contenidos y métodos deaprendizaje y las transformaciones enlos modos de gestión tanto en el nivelgeneral del sistema educativo como enlas instituciones escolares.

Cuando se intentaron cambiar lascosas fundamentales de la escuela(aquello que se enseña, cómo se loenseña, para qué se lo enseña, a cuán-tos se les enseña) se lo hizo en formaerrada y en circunstancias políticas ysociales tan desfavorables que los fra-casos que hoy se han vuelto evidentescontribuyen, paradójicamente, a bus-car las soluciones en improbables re-tornos a “viejas recetas” disciplina-rias.1 Esto último en el doble sentidodel término, es decir, como dispositi-vos más o menos autoritarios para pro-ducir el orden y como forma segmen-tada (las “disciplinas”) de organizar elcurriculum escolar. Cuando se exami-nan los resultados en términos de or-ganización y gestión de la educación,saltan a la vista los múltiples proble-mas de gobernabilidad del sistemaeducativo nacional. Desarticulado ydesigual, no ha encontrado todavía unmodelo institucionalizado que articulela autonomía posible y realista de suspartes constitutivas (sistemas provin-ciales, instituciones) con una necesa-ria dirección general que garantice uni-dad de sentido, aprendizajes básicoscomunes e igualdad de oportunidadeseducativas para todos los niños y ado-lescentes argentinos.

Hoy tanto la mayoría de los estu-

dios y evaluaciones “técnicas” de laspolíticas educativas de los años no-venta como las evidencias del sentidocomún indican que los resultados al-canzados no satisfacen las necesida-des y expectativas de la ciudadanía.

La cuestión educativa se complicacuando se observa que los certifica-dos y títulos que otorga el sistema yano son garantía de posesión efectivade conocimientos y competencias. Lasevaluaciones periódicas de calidadmuestran que la distribución efectivade aprendizajes significativos y social-mente útiles, tales como las matemá-ticas y las lenguas, reproduce las de-sigualdades sociales (de ingreso, capi-tal cultural, lugar de residencia, etnia)de las familias de los alumnos.

Hace mucho que los pedagogos sa-ben que la probabilidad de aprenderen la escuela depende de una serie decondiciones específicas. La acción pe-dagógica escolar no actúa en el vacío.No hay institución o método pedagó-gico ideal, en términos genéricos. Loque para unos niños es adecuado y“funciona”, para otros tiene efectosneutros o contrarios. Parece una pero-grullada, pero muchas veces se lo ol-vida. Como son diferentes las condi-ciones (sociales, culturales, cognitivas,lingüísticas, psicológicas) de los niñosque ingresan a las instituciones, no selos puede tratar a todos de la mismamanera, como se lo hacía en el mode-lo escolar tradicional.

Aquí hay que recordar que cuandose funda el sistema escolar de masasse impone un diseño institucional ho-mogéneo (aunque nunca totalmenteplasmado en la realidad). La “escuelatípica” se diseña en función de un“alumno” ideal. El niño de 6 años quese incorporaba a la escuela debía reu-nir una serie de requisitos tales comointerés y motivación por el estudio,saber hablar, mantener un comporta-miento básico, aseo, puntualidad, res-ponsabilidad, disciplina, salud, alimen-tación, contención afectiva. La insti-tución escolar confiaba que era lafamilia la encargada de desarrollar ymantener estas condiciones en los ni-ños. Los agentes escolares tenían múl-tiples maneras de manifestar estas ex-pectativas y a su vez las familias eranconscientes de cuál era su responsabi-

lidad específica en esta división deltrabajo.

Este igualitarismo ideal ocultaba unhecho fundamental: los niños que in-gresaban a la escuela, pese a la igua-lación formal del guardapolvo blanco,se diferenciaban según característicaspersonales, culturales y sociales de dis-tinta índole. En términos generales sedistribuían alrededor de dos polos tí-picos: por un lado estaban aquellos quese acercaban al polo del alumno ideal,es decir, al alumno tal como se lo ima-ginaban quienes diseñaban las institu-ciones y los programas escolares,mientras que otros se alejaban gran-demente de esta imagen. Los prime-ros eran más “educables” que los se-gundos. Estos últimos eran los respon-sables de su propia exclusión y fracasoescolar. La institución estaba abiertapara todos: unos ingresaban, progre-saban, terminaban sus estudios y sehacían acreedores a los títulos, otrosno ingresaban, o ingresaban más tar-de, tenían dificultades para mantener-se en la carrera, fracasaban, abando-naban y no alcanzaban las ansiadasrecompensas que el sistema ofrece alos exitosos. En todos los casos la ins-titución escolar y su parafernalia dedispositivos estaban más allá de todasospecha.

Este modelo de relación funcionórelativamente bien durante la etapa deexpansión de la escolarización prima-ria. Cuando todos los niños estuvie-ron en condiciones de ingresar y ter-minar el ciclo primario, el problemadel aprendizaje reemplaza al de la es-colarización en la agenda de las polí-ticas de educación básica. Estar en laescuela y terminar un ciclo o nivel noes sinónimo de desarrollo de conoci-mientos necesarios.

Si esto es así, hay que cambiarcompletamente el punto de vista deldiseño de las instituciones educativas.Si el objetivo es que todos tenganigualdad de oportunidades de apren-dizaje, la oferta educativa debe ser tan

1. Es triste comprobar una vez más que al fra-caso de las políticas innovadoras (que puedenser bienintencionadas, pero son equivocadas) lesigue una etapa que podríamos definir como“reaccionaria” ya que busca las soluciones enlas viejas recetas del pasado.

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variada como lo son las condicionesde vida y existencia de las nuevas ge-neraciones. Hoy la diversidad culturalno es un “problema” como lo era enel momento constitutivo de las repú-blicas modernas,2 sino una cualidadvalorada que es preciso preservar, res-petar e incluso fortalecer. El objetivode lograr una cierta igualdad de resul-tados en términos de valores y com-petencias sigue vigente, pero para ha-cerlo efectivo se requieren situacionesde aprendizaje bien diferenciadas ypertinentes. Esto es lo que algunos de-nominan “pedagogía racional”.

Situaciones límite

En las condiciones actuales, la hetero-geneidad y la desigualdad social estáncada vez más institucionalizadas yaque la condición de residencia, aso-ciada con otras características socia-les y culturales, determina el acceso alas instituciones educativas. Como de-cíamos en el prólogo al libro de Ga-briel Kessler La experiencia escolarfragmentada,3 los colegios y escuelasde los grupos sociales excluidos ya noson moldes que “dan forma” a losalumnos que los frecuentan, sino quetienden a ser “instituciones de plasti-lina” que adquieren la forma de aque-llo que contienen.

La mayoría de los padres de fami-lia tiene un conocimiento prácticoacerca de sus posibilidades de inver-sión escolar y “elige”4 el estableci-miento en función de un balance entresus posibilidades y sus aspiraciones.Y como la educación no es un servi-cio que se compra hecho, sino que secoproduce (es tan importante lo queestán en condiciones de poner, y po-nen, el aprendiz y su familia, como loque pone la escuela con sus recursosdocentes, pedagógicos, tecnológicos),no debería llamar la atención que lasdiferencias en la condición social delos alumnos se traduzcan en diferen-cias de aprendizaje en contenidos es-tratégicos del curriculum escolar (len-gua y matemáticas, ciencias, idiomasextranjeros).

La lenta decadencia de la escuelapública pareciera no tener fin. Duran-te el año 2004 muchos niños argenti-

nos no tuvieron ningún acceso al de-recho a la educación. Basta pensar enla cantidad de alumnos que no tuvie-ron los días de clase mínimos que elEstado se comprometió a ofrecerles.Quizás una de las situaciones más dra-máticas se presentó en muchas escue-las del Gran Buenos Aires ya que, se-gún una opinión ampliamente mayo-ritaria de los padres de familia,5 laescuela pública es ampliamente criti-cada por su funcionamiento intermi-tente. En estos casos lo que se denun-cia es una lisa y llana ausencia delservicio por diversos motivos. El pri-mero es la escuela cerrada, es decir, lafalta de clases por conflicto docente.

trabajo y volver con mi familia. Lasdos cosas no. Era otra enseñanza yotro criterio”. El presente pierde en lacomparación con un tiempo pasadoque se percibe como “mejor”. Los pro-blemas de aprendizaje se expresan me-diante frases tales como “los chicosno estudian nada”, “mi hijo está encuarto grado pero parece como si es-tuviese en segundo”, “en vez de ir pa-ra adelante, volvemos para atrás”.

También se presenta una imagende abandono de la institución escolarcuando se afirma que “Se descuida laeducación y la limpieza. En el colegiode mis chicos van todos al mismo ba-ño sin importar las edades”. En este

2. Basta pensar en la preocupación de los fun-dadores del estado nacional argentino por im-poner la lengua oficial (el español) a una pobla-ción que hablaba otros lenguajes (autóctonos oextranjeros). Es bien sabido que una lengua esal mismo tiempo una cultura asociada con unaidentidad y un sentido de pertenencia. En laprimera etapa de la construcción del Estado, la“argentinidad” fue en gran medida un productode la escuela. Hoy la escuela ya no tiene estemonopolio y la construcción de la “identidadnacional” es un proceso cada vez más azarosoy complejo.3. Gabriel Kessler, La experiencia escolar frag-mentada, IIPE/UNESCO, Buenos Aires, 2003.4. No adherimos a la denominada teoría de la“libre elección” de establecimientos. En primer

lugar porque en muchos casos no se dan lascondiciones mínimas de una elección. Por otraparte, no toda elección entre alternativas es “li-bre” según lo entiende la teoría de la elecciónracional, sino que está orientada por preferen-cias y metapreferencias (valores, tradiciones, in-clinaciones, obligaciones, etc.) que no tienennada de racional.5. Consulta informal a unos 75 padres y madresde familia de Laferrière, Partido de la Matanza,realizada durante los meses de octubre-noviem-bre de 2004 en el marco de un ejercicio peda-gógico de la cátedra de sociología de la educa-ción de la carrera de sociología de la Universi-dad de Buenos Aires con la cooperación delMovimiento de Trabajadores Desocupados deLa Matanza.

El segundo es el ausentismo docente.Si a estas dos razones se agrega elausentismo de los alumnos, el cuadroque resulta es más que preocupante.

Conviene traer a colación la pala-bra de los padres que por cierto esmás elocuente que muchos debates in-telectuales. En muchos de ellos pre-domina una visión extremadamentecrítica de los servicios que ofrecen al-gunas escuelas públicas de la zona. Porotra parte, existe una percepción de

decadencia de la institución escolar(“La enseñanza está cada vez peor”,“Los chicos en vez de que se edu-quen, no salen como uno quisiera”).La misma imagen de deterioro apare-ce cuando los entrevistados comparansu propia experiencia escolar con laque ahora tienen sus hijos: “Yo vengotambién de una escuela pública, pudeestudiar a sacrificio de mis padres. Pu-de llegar hasta primer año de medici-na y después tuve que largar, buscar

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mismo sentido se señala la existenciade un debilitamiento de las capacida-des que tienen las instituciones esco-lares para cumplir con su función edu-cativa y asistencial (“Tanto como elasistente social que tienen, los psico-pedagogos, los gabinetes que tienendejan mucho de que hablar”). Tam-bién el trato que reciben los chicos enlas escuelas es objeto de críticas reite-radas (“Porque no le prestan atencióna los chicos”; “Hay quejas y maltratosde los cocineros y maestros. Ya haymuchas quejas y pensamos llamar alos canales de televisión”). De igualmanera se cuestiona la capacidad delos docentes para hacer frente a las“problemáticas disciplinarias” que pre-sentan los chicos (el hecho de que noson “capaces” de sobrellevar el “malcomportamiento” de los alumnos), locual es valorado negativamente. En es-te sentido, la escuela pública aparececomo ámbito de “descontrol” y “bajasexigencias”.

Muchas de las críticas a la escuelapública se centran fuertemente en lafigura de los docentes, por la cantidadde paros que realizan y por la falta deatención, de contención, la “indiferen-cia” y la “falta de paciencia” hacia loschicos. Reclaman mayor contención,cuidados, asistencia y seguimiento per-sonalizado de los alumnos. Algunasexpresiones típicas son las siguientes:“De los diez meses que tienen de es-cuela, cinco van, se sientan en el co-legio y los otros quedan en el aire”;“buscan cualquier excusa para no darclases”. El mismo problema aparececuando se les pregunta qué cambia-rían de la escuela. Un entrevistado res-pondió “que se respeten las asisten-cias. Que sean por causas justas, nopor cualquier cosa”.

Frente a esta situación crítica, laescuela privada es vista como “me-jor” no tanto por sus cualidades in-trínsecas, sino porque simplementeofrece un servicio normal, es decir,garantiza el tiempo de clase y un or-den institucional básico. Podría decir-se que la escuela de gestión privadaes preferida no tanto por sus virtudes,sino por los graves defectos que se leachacan a muchas escuelas públicas.

Es difícil medir la importancia re-lativa de estos síntomas, pero es muy

probable que estén revelando la exis-tencia de un problema que va más alláde ciertas situaciones excepcionales.Existen evidencias de que este pano-rama, en gran medida es compartidopor una mayoría de los docentes quetrabajan en contextos de dificultad. Va-rios de ellos, reunidos en un grupo dediscusión6 decían que, para la comu-nidad, la escuela “es una guardería”,un lugar donde “se enseña poco, me-nos que antes. Los padres te lo dicen,buscan un lugar más formal, volver ala forma más tradicional”. Los docen-tes son conscientes de que no todaslas familias tienen las mismas capaci-dades y expectativas escolares. Mien-tras que “algunos solamente esperanque funcione como guardería, otrospresionan fuertemente para que la es-cuela levante el nivel, dicen directa-mente que se enseña poco”. Probable-mente, estas últimas familias, cuandotienen los recursos necesarios, optenpor una escuela privada popular, quegarantice esa “formalidad” (continui-dad del servicio, cierto “orden y con-tención”, reglas claras) que muchas es-cuelas públicas ya no están en condi-ciones de ofrecer.7 Claro que no todaslas demandas de las familias son com-patibles con ciertos objetivos genera-les, como el derecho que tienen todoslos chicos a recibir atención educati-va. Según los docentes, hay padres quedemandan “una escuela expulsora”, esdecir, una escuela que “eche a los ni-ños con problemas de conducta”.

La escuela pública aparece comouna institución que ha perdido el rum-bo y donde no están claras las respon-sabilidades que tienen sus diversas ins-tancias (maestro, director, supervisor,Consejo Escolar). El docente muchasveces se siente desautorizado, es de-cir, mellado en su autoridad cuando,en caso de conflicto, las familias “lepasan por encima como alambrado ca-ído”. Este debilitamiento de la institu-ción escolar también se manifiesta ensu incapacidad de imponer a las fami-lias un modelo pedagógico distinto deltradicional. Los maestros lo expresanclaramente cuando dicen que en tér-minos “modernos” lo que vale es “elrazonamiento lógico”, la actividad yla búsqueda del alumno y “la situa-ción problemática”, más que saber ha-

cer “la cuenta” (es decir, sumar, res-tar, dividir, multiplicar, etc.). Pero es-to no es comprendido por los padresque tienden a reproducir el modelo es-colar que ellos experimentaron cuan-do fueron a la escuela. Las nuevas es-trategias pedagógicas, más exigentesy complejas, alejan aún más la escue-la de las familias, en especial en estoscontextos social y culturalmente su-bordinados.

Pero los docentes también sonconscientes (más que muchos de sussupuestos “intelectuales orgánicos”) deque son parte del problema y tambiénun elemento central de su solución.“Nosotros somos los primeros que te-nemos la autoestima baja”, ya que“Hay una realidad social que nos haafectado a todos. No siempre estamoscon el mismo ánimo para dar clase ymuchas veces nosotros hemos dadomala imagen”.8 Mientras que recono-cen que “en la labor docente el asis-tencialismo supera a lo pedagógico”,encuentran que la salida está en “re-valorizar lo pedagógico para que nose pierda la fe en la escuela”.

Cuando se les pide que opinenacerca de las demandas de los chicosde 6to. año de la EGB (dicen que loque no les gusta de la escuela es queel docente “escriba dos pizarrones”,“que tenga preferida” y “que no faltela ‘seño’ en clase, que venga todoslos días”), afirman con mucha sensa-tez y sentido práctico: “En las peque-ñas cosas se puede empezar a cam-biar, la presencia en el salón, no en lagalería hablando, ser más equitativacon todos, buscar una forma que nohaya que copiar tanto del pizarrón,buscar algo que produzcan ellos, quetengan ganas de hacer”. He aquí todauna plataforma donde hacer pié paraencarar una vigorosa política de apo-yo a las iniciativas de los propios docen-tes en los establecimientos escolares.

La necesidad de entender mejorpara actuar mejor

En síntesis, estamos viviendo en unasociedad cada vez más desigual, enmuchos planos de la vida social y elsistema escolar tiende a diferenciarsereproduciendo las desigualdades socia-

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les. La pregunta que se impone anteestas circunstancias es qué hacer pararomper este círculo vicioso. Por otrolado, también es cierto que dadas lasmismas condiciones de dificultad, hayescuelas y maestros que tienen máseficacia que otros para “hacer que losniños aprendan”. Pero es preciso te-ner en cuenta que se trata de “islasfelices en un archipiélago bastante tris-te”, como escribió un colega italiano.En otras palabras, no hay dudas deque, pese a la gravedad de la cuestiónsocial, es preciso intervenir sobre laescuela potenciando sus capacidadespedagógicas para resolver los nuevosproblemas. Sería simplista sentarse aesperar que se den “las condicionessociales” necesarias para, entonces sí,emprender el trabajo de educar. La es-cuela popular que tenemos necesita serprofundamente renovada.

Es aquí donde tienden a imponer-se las visiones parciales y las polari-zaciones estériles, en especial en eseancho y desestructurado campo de lasdenominadas “ciencias de la educa-ción”. Mientras algunos tienden a en-fatizar las intervenciones en el campopolítico y social (políticas de empleo,redistribución de los ingresos, políti-cas sociales redistributivas, etc.) paragarantizar lo que llaman “condicionesde educabilidad”, otros critican ese“concepto” e insisten en las potencia-lidades de la política educativa paracontrarrestar la fuerza de los determi-nismos sociales. Ahora bien, es legíti-mo preguntarse ¿es tan difícil pensaren una política integral? ¿Por qué nopensar que es preciso hacer las doscosas al mismo tiempo? ¿Acaso se tra-ta de políticas excluyentes?

Pero no bastan las evidencias y vi-vencias de la crisis de la escuela públi-ca, ampliamente compartidas por mu-chas familias, alumnos y docentes. Espreciso ir más allá de la constatación,el lamento y los buenos deseos paradotarse de interpretaciones adecuadasde los problemas detectados. En otraspalabras es preciso entender mejor pa-ra actuar mejor. Aquí las visiones po-sibles son múltiples. Entre ellas pue-den mencionarse las tres siguientes.

La primera está inspirada por unareacción que podría ser calificada co-mo “populista”. En verdad, esta inter-

pretación consiste en negar la existen-cia misma del problema de la escuelapública. Desde esta perspectiva, todoseñalamiento crítico es “reaccionario”,ya que consistiría en atacar a una ins-titución que en verdad es víctima de unproceso que la trasciende (“el mode-lo”, los “intereses de quienes quierendestruir la escuela pública”, y otros ar-gumentos). Si existen padres de fami-lia que manifiestan cierto malestar conrespecto al servicio educativo públicoes porque son víctimas de campañasideológicas de desinformación. Muchasveces esta reacción se autodefine co-mo “popular” y progresista, pero en ver-dad es profundamente irracional, con-tradictoria y políticamente contrapro-ducente, ya que al negarse a reconocery rendir cuentas de las evidencias, dejael campo libre a las interpretaciones quetienden a presentarse como más “ra-cionales” y “objetivas”. Esta política“defensiva” está condenada al fracasopues todo indica que la escuela públi-ca, tal como ha quedado configurada,es a todas luces “indefendible”.

El vacío que deja el discurso popu-lista tiende a ser llenado por las inter-pretaciones de signo claramente neoli-beral. Estas insisten en utilizar las re-presentaciones críticas de “la gente”

como una nueva comprobación de esaespecie de “verdad eterna” que afirmaque el Estado es, por esencia, un maladministrador y que lo que hay que ha-cer es “devolver” la educación a la so-ciedad, es decir, al mercado o a la ini-ciativa social. Una prueba de ello esque “la gente” prefiere la escuela pri-vada. Esta visión lleva a políticas con-servadoras y reaccionarias ya que alconstituir la educación en una mercan-cía que se intercambia en el mercado obien que se produce en forma “autóno-ma”9 y con un mínimo de regulaciónpública, termina por formalizar la seg-mentación escolar (a cada uno la es-cuela que corresponde a sus posibili-dades económicas o de participación).

Por eso es preciso intervenir conuna visión crítica y progresista de losproblemas que atraviesa la escuela pú-blica popular. No se la defiende ne-gando las dificultades que atraviesa,sino afrontándolas con toda su crude-za y dramatismo. Los problemas es-tán allí a la vista de todos. Las per-cepciones y representaciones de las fa-milias no son irracionales niteledirigidas. No son un simple efectode la “ideología dominante” ni de“aquellos que tienen interés en des-truir la escuela pública”. Ellas expre-

6. Las miradas escolares. Un estudio explora-torio. Documento de la Dirección General deEducación y Cultura de la Provincia de BuenosAires (Gabinete Pedagógico Curricular), Perío-do 2000/2001. El estudio se basa en una con-sulta a 137 docentes de 6to. año de la EGB quetrabajan en 12 escuelas de dos Regiones delConurbano Bonaerense. Las citas son extraídasde la trascripción de un grupo de discusión,Anexo II del Informe cuyo contenido está dis-ponible en internet:http://abc.gov.ar/LaInstitu-cion/SistemaEducativo/EGB/EspacioPedagogi-co/EjesTransversales/200001miradasescola-res.pdf.7. En un trabajo inédito encontramos que sóloel 8.6% de los niños, adolescentes y jóvenesque viven en hogares urbanos por debajo de lalínea de la pobreza frecuenta establecimientoseducativos de gestión privada. Por otra parteconstatamos que “La asistencia a establecimien-tos de gestión privada es un poco más frecuenteen los hogares completos, con capital escolarmás elevado, que se perciben como no pobres,con un tamaño más pequeño, con menos meno-res de 18 años y que son hijos de la mismapareja”. La base de datos utilizada se conformócon los resultados producidos por un cuestiona-rio aplicado a una muestra de hogares con in-gresos por debajo de la línea de la pobreza si-tuados en ocho localidades urbanas de la Ar-

gentina (UNICEF/ IDAES-UNSAM, noviem-bre de 2001). Cf. Emilio Tenti Fanfani, “Estra-tegias educativas de los pobres”. Versión preli-minar, IIPE/UNESCO, Buenos Aires, 2004.8. Cabe recordar que, durante los últimos años,el cuerpo docente fue una de las categorías asa-lariadas que perdió más posiciones en la estruc-tura social. De hecho, una encuesta a una mues-tra nacional de docentes urbanos llevada a caboen el año 2000 muestra que los docentes argen-tinos son quienes más han vivido la triste expe-riencia de la “decadencia social”. Una mayoríarelativa de ellos (38%) percibe que su situaciónactual es “peor” que la que tenían sus padrescuando ellos eran niños. En el Brasil, por ejem-plo, la mayoría relativa de los docentes diceque está mejor (62%) y sólo una minoría (14%)afirma que está peor (Emilio Tenti Fanfani, Lacondición docente. Datos para el análisis com-parado en la Argentina, Brasil, Perú y Uru-guay, Siglo XXI/IIPE-UNESCO/FUNDACIONOSDE, Buenos Aires, en prensa).9. No está de más recordar que la tan mentada“autonomía” de las instituciones (propuesta porlos partidarios de las escuelas “charter” y elfinanciamiento a la demanda) cuando se aplicaen un contexto de pobreza y desigualdad es si-nónimo de un liso y llano abandono de las ins-tituciones a su propia suerte, es decir, a suspropios recursos y capacidades.

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san a su manera la existencia de pro-blemas bien reales: el desorden y eldebilitamiento de las instituciones, lapérdida de días de clase, el desinterés,la desidia, el maltrato, la falta de aten-ción a los niños con necesidades pe-dagógicas especiales y particulares,etc. Todos estos fenómenos existen ytienen una causalidad compleja que espreciso desentrañar. No basta la de-nuncia o la indignación moral. Tam-poco alcanza con reclamar la vigenciade ciertos “valores” eternos. Es preci-so explicar y al mismo tiempo encon-trar políticas que se traduzcan en dis-positivos, reglas y recursos específi-cos para orientar prácticas en lasinstituciones. Tampoco se trata de re-plicar en el campo analítico la lógicajudicial de la búsqueda de culpables(la “culpa” es de los maestros o de lasfamilias, o “del modelo”). Es precisoencontrar explicaciones racionales in-corporando tanto los factores socialesde orden estructural, que están más alládel campo de la política educativa, has-ta los que se pueden manejar desdelos ministerios de educación o desdelas mismas instituciones educativas.

Más allá de las visiones dualistasy parciales que demasiadas veces cir-culan entre “expertos” y “académicos”(el agente y la estructura, lo económi-co-social y lo cultural, los factores es-colares y los sociales, lo asistencial ylo pedagógico), es preciso mirar lascosas desde un punto de vista históri-co y relacional. Esta es una tarea paraauténticos intelectuales progresistas,tan alejados de la tecnocracia fría yeficientista como del humanismo ge-nérico y hueco o la actitud demagógi-ca que busca el aplauso fácil de lospolíticos de turno, de “la opinión pú-blica”, o del interés corporativo de losdocentes. Estos últimos, en su granmayoría saben o intuyen que sus au-ténticos y legítimos objetivos de me-joramiento profesional pasan por unaprofunda renovación de las condicio-nes institucionales, pedagógicas y la-borales que estructuran su trabajo enlas instituciones escolares. En las con-diciones actuales la lucha por una edu-cación pública de calidad para todoses la mejor estrategia para garantizarla defensa y jerarquización de suspuestos de trabajo.

Para detener la decadencia de laeducación pública es preciso generartres recursos estratégicos fundamenta-les. El primero tiene que ver con elpoder y la voluntad política. Aquí lapregunta es la siguiente: ¿a quién leinteresa una educación de calidad pa-ra todos? No por cierto a las clasesdominantes. Estas (y más allá de lossectores más clarividentes y/o solida-rios) en su gran mayoría resuelven elproblema de la apropiación del cono-cimiento mediante su compra en elmercado. Lo mismo hacen con otrosbienes estratégicos como la seguridado la salud. Sólo queda confiar en dosactores colectivos clásicos: la ciuda-danía políticamente organizada y lasorganizaciones gremiales docentes. Laprimera debe entender que el conoci-miento es un capital y que su distribu-ción igualitaria será objeto de lucha,como fue en otras épocas la distribu-ción de la tierra. Por su parte, los sin-dicatos y asociaciones docentes debe-rían entender que sus intereses corpo-rativos, en el mejor sentido de laexpresión (como defensa, jerarquiza-ción y expansión del oficio), necesa-riamente tienen que coincidir con losintereses generales de la ciudadanía(más y mejor educación para todos).Esta convicción debería permitirlesuna mayor apertura en el momento dediscutir y acordar nuevas estrategiasde formación profesional, nuevas con-diciones de trabajo y remuneración ynuevas reglas de estructuración de sucarrera profesional.

Sólo una fuerte alianza políticapuede generar las condiciones parareunir el segundo conjunto de recur-sos que requiere una política educati-va progresista. En efecto, no habrá másigualdad en la distribución del cono-cimiento sin más inversión. Más alláde la necesidad de hacer un uso máseficaz de los recursos, en este campono se pueden hacer milagros. La dis-tancia que hay entre las necesidadesde aprendizaje y las inversiones efec-tivamente realizadas para satisfacerlases tal que no podrán hacerse progre-sos significativos si no se aumentafuertemente la masa de recursos quela sociedad está dispuesta a destinar aestos fines. Es cierto que los recursosson limitados. Pero no hay ninguna

ley natural que determine cuál es ellímite en materia de inversión educa-tiva. Este lo pone la relación de fuer-za entre actores colectivos en lucha.

Por último, fuerza política y recur-sos financieros no son suficientes sino van acompañados de un saber ha-cer las cosas en materia de educación.Es aquí donde intervienen los exper-tos y especialistas de diverso tipo. Yestos recursos hay que generarlos. Enel campo de la educación, más que enotros campos análogos, como porejemplo el de la salud, es mucha laconfusión y el desconocimiento. Noexisten esos consensos mínimos acer-ca de cosas fundamentales como porejemplo qué es lo que tiene que saberun docente para ejercer su oficio. Mu-chas veces nos perdemos en el bosquede los contenidos escolares y perde-mos de vista lo esencial, casi podríadecirse lo obvio. Y luego todos nosrasgamos las vestiduras cuando nos en-teramos de que los chicos, luego depasar 12 años en la escuela, son inca-paces de comprender un texto o deexpresar ideas simples en forma escri-ta. Es aquí donde los expertos y espe-cialistas de las múltiples “ciencias dela educación” debemos asumir nues-tras propias responsabilidades. Dema-siadas veces nos dejamos llevar porlas modas y los esquematismos, porlos movimientos pendulares y un muybajo nivel de control colectivo de nues-tra propia producción intelectual. Elbajo nivel de conocimiento es reem-plazado por la creencia en ciertos prin-cipios que muchas veces se parecenmás a dogmas que no admiten la me-nor réplica que a proposiciones argu-mentadas y discutibles. En síntesis, nodisponemos de los conocimientos (enespecial, los pedagógicos) ni de losespecialistas necesarios y suficientespara encarrilar un sistema tan extensoy complejo como el educativo.

Estos tres recursos (políticos, finan-cieros y científico-tecnológicos) son ne-cesarios si se quiere revertir el procesode decadencia de la educación nacio-nal. Los tres deben ser “producidos” almismo tiempo. Pero la política es loprimero, porque, como se decía en otrostiempos, es allí donde se “concentran”las contradicciones y donde se encuen-tra el principio de la solución.

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