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ITINERARIOS Vol. 8 / 2008 José Contel TLÁLLOC, EL CERRO, LA OLLA Y EL CHALCHIHUITL . UNA INTERPRETACIÓN DE LA LÁMINA 25 DEL CÓDICE BORBÓNICO Resumen: El objetivo del presente artículo es proponer, sin pretensiones de exhaustividad, una interpretación de la escena representada en la lámina 25 del Códice Borbónico. Después de la descripción de la pintura y de un breve estudio de las glosas, se propone un análisis de su simbolismo. Dicha lámina representa la procesión que se dirige hacia el cerro-templo de Tlálloc durante la fiesta del mes Huey Tozoztli o cuarta veintena del xiuhpoalli. Aunque se solía dedicar aquella fiesta a los dioses del maíz, aquí se trata obviamente de un ritual en honor del dios de la lluvia azteca. La “lectura” de la pintura nos permite establecer correspondencias con unas ofrendas del Templo Mayor de México-Tenochtitlan. Relacionándolo, además, con ciertas metáforas de la lengua náhuatl así como con representaciones iconográficas (en otras láminas del Códice Borbónico pero también con otros manuscritos pictográficos mexicas precolombinos o de la época colonial) y recipientes con efigie de Tlálloc procedentes del Huey Teocalli de la capital azteca, se pone de realce el vínculo estrecho entre el dios de la lluvia, el cerro, la olla y el chalchihuitl. Palabras clave: Códice Borbónico, manuscritos pictográficos mexica, religión del Centro de México, Templo Mayor, Tlálloc Title: Tlalloc, the Mountain, the vessel and the Chalchihuitl. An Interpretation of Codex Borbonicus folio 25 Abstract: e objective of this article is to propose by no means exhaustive, interpretation of the scene painted in the Codex Borbonicus folio 25. Aſter a description of the painting and a brief study of the glosses, we propose an analysis of its symbolism, by establishing a link with certain offerings of the Great Temple of Mexico-Tenochtitlan. It represents the procession which goes to the mountain-temple of Tlalloc during the feast of the month Huey Tozoztli, the fourth period of xiuhpoalli. Although this feast is usually dedicated to the god or goddess of maize, it is here apparently about a rite in honour of the Rain God. e “reading” of the painting allows us to establish correspondences with certain offerings of the Huey teocalli of Mexico-Tenochtitlan. Relying in addition on certain metaphors of the language nahuatl as well as on iconographic representations (in the other folios of the Codex Borbonicus but also in the other pre-Columbian or colonial Mexican pictographic manuscripts) and vessels with effigy of Tlalloc proceeding from the Huey Teocalli of the Aztec capital, it puts of embossment on the narrow link between the god of the rain, the hill, the vessel and the chalchihuitl. Key words: Codex Borbonicus, Mexican pictorial manuscripts, Central Mexico religion, Great Temple, Tlalloc

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ITINERARIOS Vol. 8 / 2008

José Contel

TLÁLLOC, EL CERRO, LA OLLA Y EL CHALCHIHUITL. UNA INTERPRETACIÓN DE LA LÁMINA 25 DEL CÓDICE BORBÓNICO

Resumen: El objetivo del presente artículo es proponer, sin pretensiones de exhaustividad, una interpretación de la escena representada en la lámina 25 del Códice Borbónico. Después de la descripción de la pintura y de un breve estudio de las glosas, se propone un análisis de su simbolismo. Dicha lámina representa la procesión que se dirige hacia el cerro-templo de Tlálloc durante la fi esta del mes Huey Tozoztli o cuarta veintena del xiuhpoalli. Aunque se solía dedicar aquella fi esta a los dioses del maíz, aquí se trata obviamente de un ritual en honor del dios de la lluvia azteca. La “lectura” de la pintura nos permite establecer correspondencias con unas ofrendas del Templo Mayor de México-Tenochtitlan. Relacionándolo, además, con ciertas metáforas de la lengua náhuatl así como con representaciones iconográfi cas (en otras láminas del Códice Borbónico pero también con otros manuscritos pictográfi cos mexicas precolombinos o de la época colonial) y recipientes con efi gie de Tlálloc procedentes del Huey Teocalli de la capital azteca, se pone de realce el vínculo estrecho entre el dios de la lluvia, el cerro, la olla y el chalchihuitl.

Palabras clave: Códice Borbónico, manuscritos pictográfi cos mexica, religión del Centro de México, Templo Mayor, Tlálloc

Title: Tlalloc, the Mountain, the vessel and the Chalchihuitl. An Interpretation of Codex Borbonicus folio 25

Abstract: Th e objective of this article is to propose by no means exhaustive, interpretation of the scene painted in the Codex Borbonicus folio 25. Aft er a description of the painting and a brief study of the glosses, we propose an analysis of its symbolism, by establishing a link with certain off erings of the Great Temple of Mexico-Tenochtitlan. It represents the procession which goes to the mountain-temple of Tlalloc during the feast of the month Huey Tozoztli, the fourth period of xiuhpoalli. Although this feast is usually dedicated to the god or goddess of maize, it is here apparently about a rite in honour of the Rain God. Th e “reading” of the painting allows us to establish correspondences with certain off erings of the Huey teocalli of Mexico-Tenochtitlan. Relying in addition on certain metaphors of the language nahuatl as well as on iconographic representations (in the other folios of the Codex Borbonicus but also in the other pre-Columbian or colonial Mexican pictographic manuscripts) and vessels with effi gy of Tlalloc proceeding from the Huey Teocalli of the Aztec capital, it puts of embossment on the narrow link between the god of the rain, the hill, the vessel and the chalchihuitl.

Key words: Codex Borbonicus, Mexican pictorial manuscripts, Central Mexico religion, Great Temple, Tlalloc

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En la lámina 25 del Códice Borbónico (Fig. 1), que ilustra una ceremonia ritual de Huey Tozoztli, cuarta veintena del xiuhpoalli, se ve a la derecha un cerro acostado, y en su base una doble banda roja y ocre, imagen que se repite en las láminas 24, 32 y 35 pero recogien-do en la falda del monte una ofrenda de papel. En la cumbre de la montaña verde reticu-lada está Tlálloc, sentado dentro de un santuario, un ayauhcalli, “casa de nieblas” (Paso y Troncoso 1985: 267) y no Tezcatlipoca, como lo indica equivocadamente la glosa (Fig. 2): El gran dios y principal llamado / tezcatepoca en mexico tenia gran / cu y su[n]tuoso (El gran dios y principal llamado Tezcatlipoca, en México tenía gran cu y suntuoso).

Fig. 1 Códice Borbónico (original), lám. 25 © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irè-ne Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

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En efecto, no cabe la menor duda de que aquí se trata de Tlálloc (Fig. 3) (Paso y Tron-coso 1985: 111; Contel 1999: 73, 84-85; Broda 2001: 298), ya que lleva los atavíos caracterís-ticos del dios: la cara pintada de negro (mixtlilcamaticac1) con el anillo ocular azul, boca, labio, bigote y nariz en forma de voluta azul, los colmillos blancos, los pómulos salpica-dos de granos de salvia (mozaticac tliltica in inacayo), el cuerpo también embadurnado de negro (mozaticac tliltica in inacayo), el tradicional vestido de papel con gotas de ulli y con un predominio del color azul, el tocado en forma de corona, rematado con plumas de gar-za (yyazaztatzon icpac contlaliticac) y la espiga de quetzal (quetzalmihuayo), el abanico de papel plegado (tlaquechpanyotl) en el cogote, el tilmatl y una estola de papel en la espalda y el cetro o bastón azul ondulado o serpentiforme (coatopilli) en la mano derecha.

1 La terminología en náhuatl procede mayoritariamente del f. 262r del Códice Matritense del Real Pala-cio (PM 1993).

Fig. 2 El cerro-templo de Tlálloc. Códice Borbónico (original), lám. 25, detalle. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

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Hacia el cerro-templo se dirigen dos grupos de personas. Los tres personajes de arri-ba participan en una procesión y van hacia la boca del cerro (Figs. 1, 4). A propósito del cerro, es interesante la descripción de Broda:

El cerro se representa cubierto con la piel del lagarto, es decir, del lagarto terrestre que tiene las fauces abiertas con fi losos colmillos propios del monstruo de la tierra. Es la entrada al inframundo, repleto de agua y riquezas; también es la representación del prototipo de la cueva como la entrada a este reino subterráneo sumergido en el agua. (Broda 2001: 298)

En efecto, la piel verde reticulada del cerro es parecida a la del monstruo terrestre cipactli, la cual simboliza la costra terrestre, la naturaleza terrosa del cerro, más aún, la naturaleza misma de Tlálloc-Tlallocan, como se verá más adelante. Aunque aquí no se ven “los fi losos colmillos del monstruo de la tierra”, sí se sugiere que se trata de “la boca” del cerro como lo veremos a continuación.

La escena está compuesta por un hombre a la izquierda vestido con un tilmatl blanco y con características de los sacerdotes de Tlálloc: el pelo largo, el cuerpo teñido de negro, una cinta en la cabeza y el tlaquechpanyotl, portando una bandera de papel (amapanitl). Delante de él, otro hombre vestido con un simple maxtlatl, con el oztopilin (bastón de junco), con unas tiras de papel salpicadas de ulli, el amateteuitl. Además, lleva a cuestas,

Fig. 3 Tlálloc sentado en el ayauhcalli. Códice Borbónico (original), lám. 25, detalle. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

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“a modo de tlameme”2, a un niño con la cara y el cuerpo pintados de negro, una cinta en la cabeza parecida a la del sacerdote, y atuendos habituales de Tlálloc tales como los ya citados tlaquechpanyotl y quetzalmihuayo que solían llevar los tlacateteuitl, los niños sa-crifi cados como ofrenda al dios de la lluvia según la descripción del Códice Matritense del Real Palacio (1906: f. 55r). La glosa correspondiente a la escena que acabamos de describir también parece errónea: a dar las gra[cia]s por este hijo q[ue] le nascio (a dar las gracias por este hijo que le nació). Desde luego, aquí sí se trata de agradecerle algo al dios, pagar-le la deuda, pero dándole el niño en sacrifi cio. Por lo tanto, si dicha glosa correspondiera a la procesión que se dirige hacia el cerro, habría de leerse: “a dar las gracias con este hijo que le nasció” (cursivas mías). Efectivamente, como escribe Broda, “los sacrifi cios de ni-ños se concebían como un contrato entre los dioses de la lluvia y los hombres: por medio de él los Mexicas obtenían la lluvia necesaria para el crecimiento del maíz. Por eso se lla-maban nextlahualli, «la deuda pagada»” (2001: 299; cf. Broda 1971: 276).

Otra hipótesis sería que la glosa pertenece a la escena de abajo (Fig. 5). Allí vemos a un macehualtin, un hombre con un manojo de antorchas, una mujer con tamales, car-gando a un niño pero que aquí no parece ser destinado al sacrifi cio ya que no lleva los

2 Como apunta Paso y Troncoso (1985: 114) “carga la criatura, no en litera y cubierta como los autores di-cen, sino descubierta y a modo de tlameme”.

Fig. 4 Procesión. Grupo 1 dirigiéndose hacia la boca del cerro. Códice Borbónico (original), lám. 25, deta-lle. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbio-teca de la Asamblea Nacional de París.

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atuendos correspondientes. Éstos llevan ofrendas, como lo sugiere la glosa: ofresçimi[ent]o promessa (ofrecimiento de promesa).

Johanna Broda (2001: 298) escribe respecto a la lámina 25 del Borbónico: “… mues-tra la procesión, con los niños…, que se dirige al santuario de Tlaloc sobre el cerro.” Añade después: “la procesión con el niño se dirige directamente hacia las fauces abier-tas del cerro…”. No se entiende si considera que los dos niños se destinan al sacrifi cio o sólo uno3. A mi parecer, aquí sólo el de arriba se destina al sacrifi cio. El de abajo par-ticipa de otro ritual.

En el Códice Magliabechiano (1970: f. 31v) el texto relativo a la fi esta Huey Tozoztli puntualiza que y en esta fi esta ofrecían mucho mahiz y tamales con frisoles (en esta fi es-ta ofrecían mucho maíz y tamales…), lo que se corresponde a la escena del Códice Bor-bónico aquí descrita.

¿HUEY TOZOZTLI: UNA FIESTA DEDICADA A TLÁLLOC?

El Códice Magliabechiano, al que acabo de referirme, asevera que dicha fi esta se ha-cía en honor de Cintéotl, dato que viene confi rmado por Sahagún: “En este mes hacían

3 Las cursivas son mías.

Fig. 5 Ofrendas. Grupo 2. Códice Borbónico (original), lám. 25, detalle. © Bibliothèque de l’Assemblée natio-nale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

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fi esta al dios de las mieses, llamado Cintéutl, y a la diosa de los mantenimientos, llama-do Cintéutl, llamada Chicomecóatl” (1989 II: 113).

Según Michel Graulich (1999: 328), las ceremonias se hacían en honor del maíz ma-duro bajo los nombres de Chicomecóatl y Cintéotl. Puntualiza en otro lado que “To-zoztontli y Huey Tozoztli eran las fi estas de las cosechas y de la abundancia”. En aquella ocasión “se ofrecían presentes y alimentos de todo tipo, primero a las «madres», el maíz, la tierra, Chicomecóatl y el agua, luego al maíz propiamente dicho”. Añade por fi n que “se purifi caban los campos y las mujeres que habían dado a luz. Al mismo tiempo, la co-secha y los niños recién nacidos están consagrados a los dioses” (Graulich 1999: 337). Por lo tanto, esto vendría ejemplifi cado en la pintura y con las ya citadas glosas 2 y 3 de la lámina 25 del Códice Borbónico.

Sin embargo, si se puede considerar que el segundo grupo sí participa en una cere-monia en honor de los dioses del maíz, reitero mis dudas en cuanto al primero. En efec-to, siguiendo a Broda (Broda 1971: 277-281), me consta que aquí se trata de una procesión en honor de Tlálloc, ya que en numerosas fuentes se señala que en este mes también sa-crifi caban niños al dios de la lluvia.

Como ya escribió repetidas veces Johanna Broda (1971: 268-269, 2001: 298), los sa-crifi cios de niños continuaban hasta el cuarto mes del xiuhpoalli, Huey tozoztli, cuando se celebraba la fi esta de la siembra que precedía a la caída de las primeras lluvias.

En efecto, Sahagún puntualiza que empezaban los sacrifi cios de niños en honor del dios de la lluvia en Atlcahualo/Cuauitlehua4, primer mes del año, y seguían sacrifi can-do hasta Huey Tozoztli, hasta que empezaban las lluvias:

Según relación de algunos, los niños que mataban juntabánlos en el primer mes, comprándolos a sus madres, y ibánlos matando en todas las fi estas siguientes hasta que las aguas comenzaban de veras. Y ansí mataban algunos en el primero mes, lla-mado cuahuitlehua, y otros en el segundo, llamado tlacaxipehualiztli, y otros en el tercero, llamado tozoztontli, y otros en el cuarto, llamado huey tozoztli, de manera hasta que comenzaban las aguas abundosamente, en todas las fi estas sacrifi caban niños… (Sahagún 1989 II: 84)

Así se entiende también en los Primeros Memoriales (PM 1993: f. 250v), ya que en el extremo superior izquierdo de la pintura que ilustra la fi esta Huey Tozoztli vemos den-tro de un cuadrete dos pequeñas cabezas humanas que llevan el clásico vestido de pa-pel, amatlaquémitl (Fig. 6), y que representan los tlalloque o tepictoton, visibles también en las pinturas relativas a Cuahuitlehua (PM 1993: f. 250r), a Tepeilhuitl, la fi esta de los cerros (PM 1993: f. 252r), y a Atamalcualiztli (PM 1993: f. 254r).

Además, por si esto no fuera sufi ciente, otras fuentes aluden a ceremonias con sacri-fi cios de niños en honor de Tlálloc en Huey Tozoztli. El Códice Magliabechiano (1970) en la página 31v: “ofrecían los padres a los niños de teta al demonio..” y el Vaticano A (1996)

4 Johanna Broda (1971: 268-269) asevera que los sacrificios de niños empezaban más bien en Atemoztli, décimo sexto mes.

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en la página 44r5: “En este mes volvían a adornar los templos y las imágenes, como en el anterior, y al fi nal de los 20 días sacrifi caban un niño al dios del agua…”.

De todas las fuentes, la de fray Diego Durán (1984 I: 83-86), me parece la más llama-tiva. Según el dominico, la fi esta Huey Tozoztli, “la gran vigilia”, se dedicaba al dios de la lluvia. En ella se sacrifi caba a un niño, lo cual coincide con el Vaticano A (1996) y el Códice Borbónico, con un matiz, sin embargo, el dominico puntualiza que en aquella ceremonia participaban los soberanos de la Triple Alianza y de Xochimilco. Estaban presentes Mote-cuhzoma Xocoyotzin (Tenochtitlan), Nezahualpilli (Tetzcoco) así como los reyes de Tlaco-pan y Xochimilco. En el santuario de Tlálloc, situado en la cumbre del Cerro del mismo nombre (Tlalocan en el texto de Durán), al amanecer, acudían todos al patio donde se en-contraba la estatua de Tlálloc, Tetzacualco, “el lugar de los buenos prodigios”. Los sacerdo-tes de Tlálloc eran los que se encargaban de sacrifi car al niño y, después, los reyes con sus propias manos eran los que vestían la estatua del dios y de los idolillos que se encontraban alrededor con las joyas y los atuendos más ricos y costosos. Les llevaban en ofrenda tam-bién las comidas más sofi sticadas en gran abundancia, e insiste Durán (1984 I: 83-86), en que ¡el tlatoani servía él mismo de “maestresala”! , aspecto que no aparece en el Códice Bor-bónico y que contrasta con la índole minimalista de la lámina que estamos analizando.

ANÁLISIS SIMBÓLICO

El presente análisis no pretende ser exhaustivo. Me centraré sólo en algunos aspectos que me llamaron la atención hace ya más de una década al leer los resultados de la mo-

5 Nos basamos aquí en la traducción de Anders y Jansen (1996: 209). El texto en italiano : In questo mese ritornava-no à ornare li Tempi e’ le immagine come nelo passato e’ infini delli xx di sacrificavano un puto al dio del aqua…

Fig. 6 Tepictoton en Huey Tozoztli. Primeros Memoriales, f. 250v (dibujo de Emilien Contel).

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nografía de Leonardo López Luján (1993) sobre las Ofrendas del Templo Mayor. En ése y otros trabajos (López Austin y López Luján 2004: 403-455) y en un artículo en parti-cular dedicado a las ollas o recipientes con efi gie de Tlálloc (López Luján 1997: 91-109), el arqueólogo mexicano insiste en la relevancia de la posición –pero también de la orien-tación– que daban los sacerdotes a las ofrendas. Señala que, entre las ollas encontradas in situ en el recinto del Huey Teocalli de México-Tenochtitlan, veintitrés habían sido in-tencionalmente tumbadas. En el interior había cuentas de piedras verdes que podrían simbolizar gotas de agua. Asevera el arqueólogo mexicano que “las bocas de las ollas de las ofrendas 26, 27, 28 y 35 fueron orientadas premeditadamente hacia el norte en tan-to que las ollas de las ofrendas 43 (Figs. 7.a-b) y 47 fueron dispuestas hacia el oeste. Las ofrendas con recipientes con efi gie de Tlálloc recostados son la 31 (una olla), la 48 (once jarras), la cámara 2, la cámara 3, la ofrenda S (Fig. 8), la T y la U (una olla en cada una). Es más, en la ofrenda 48, las 11 esculturas de tezontle imitando las jarras Tlálloc fueron descubiertas con los esqueletos de 42 niños sacrifi cados. Aquellos recipientes estaban también tumbados intencionalmente, con una dirección este-oeste.

A propósito del simbolismo de dichas ofrendas, López Luján (1993: 218, 1997: 99, 2006 I: 232) sugiere que los sacerdotes mexicas colocaron así los recipientes para simu-lar la acción de regar, de verter el agua preciosa sobre la superfi cie terrestre. También se trataba de imitar la acción de los tlalloque quienes, desde su morada cuatripartita, rega-ban la tierra con sus jarras. Según la descripción que se hace en la Historia de los mexi-canos por sus pinturas:

Del cual dios del agua dicen que tiene un aposento de cuatro cuartos, y en medio de un gran patio, do estan cuatro barreñones grandes de agua: la una es muy buena, y de ésta llueve cuando se crían los panes y semillas y enviene en buen tiempo. La otra es mala cuando llueve, y con el agua se crian telarañas en los panes y se añublan. Otra es cuando llueve y se hielan; otro cuando llueve y no granan y se secan.Y este dios del agua para llover crió muchos ministros pequeños de cuerpo, los cuales están en los cuartos de la dicha casa, y tienen alcancías en que toman el agua de aque-llos barreñones y unos palos en la otra mano, y cuando el dios de la lluvia les manda que vayan a regar algunos términos, toman sus alcancías con los palos, y cuando viene un rayo es de lo que tenían dentro, o parte de la alcancía (HMP 1985: 26)6.

Sahagún (Códice Florentino [CF] 1979 II: f. 40) puntualiza que un templo de los dio-ses de la lluvia llamado ayauhcalli, “casa de la niebla”, tenía cuatro aposentos rituales hacia los cuatro rumbos del mundo. La cuadruplicidad de Tlálloc-Tlallocan, encarnada también por Nappatecuhtli (El Señor Cuatro), otra advocación de Tlálloc, –o la quin-tuplicidad ya que el dios también está en el centro– está plasmada en el Códice Borgia (1993: láms. 27 y 28). En dicho manuscrito (Fig. 9.a), así como en una escultura en bajo-rrelieve de la caja de Ahuitzotl, el dios tiene una jarra en la mano con la que riega la tie-

6 Cf. López Luján (1993: 216).

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Fig. 7.a Olla tumbada con collar de piedras verdes. Ofrenda 43, Templo Mayor (foto del autor).

Fig. 7.b Olla tumbada con piedras verdes. Ofren-da 43, Templo Mayor (dibujo de Emi-lien Contel).

Fig. 7.c Jarra tumbada con agua. Códice Borbónico (original), lám. 6, detalle. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irè-ne Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

Fig. 8 Olla con efigie de Tlálloc. Se encontró tumbada. Ofrenda S, Templo Mayor (foto del autor).

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Fig. 9.a Tlálloc regando con jarra. Códice Borbónico, lám. 27 (detalle) (dibujo de Emilien Contel).

Fig. 9.b Tlálloc regando con jarra preciosa y collar de chalchihuitl. Caja de Ahuitzotl, British Museum (di-bujo del autor).

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rra (cf. López Luján 1993: 218, fi g. 89). La jarra de la última lleva un chalchihuitl graba-do (Fig. 9.b), como contenedor del agua preciosa7.

Son muchas las representaciones de Tlálloc, o de otros dioses de la lluvia de Meso-américa, regando con una jarra o simplemente con una jarra u otro recipiente en la mano, por lo menos desde la época clásica, como por ejemplo en Teotihuacan o entre los ma-yas (Couvreur 2005: 97-102; López Luján 2006 I: 232-233; 2006 II: Figs. 368-371). Por si esto fuera poco, Leonardo López Luján (2006: 233-235) presenta unas interesantísimas evidencias etnográfi cas contemporáneas, con una brillante demostración con ejemplos de “estas concepciones que perduran hasta nuestros días” compartidas por la socieda-des indígenas de México en la actualidad. Al igual que sus antepasados, “los recipientes de cerámica o las calabazas son para muchos los instrumentos divinos para hacer llo-ver” (2006: 234).

¿CUÁL ES EL VÍNCULO ENTRE LA LÁMINA 25 DEL CÓDICE BORBÓNICO Y LAS OFRENDAS DEL TEMPLO MAYOR?

Mi hipótesis es que el cerro de la pintura objeto de este estudio fue intencionalmen-te recostado por el tlacuilo, tal como lo hacían los sacerdotes en las ofrendas. Esto es, el cerro equivale a la olla y el niño al chalchiuitl, pero mientras en las ofrendas del Tem-plo Mayor se expresa la acción de verter o de regar, en el Códice Borbónico se expresa la acción contraria, es decir, la de llenar, la de proveer o abastecer el cerro con pequeñas ofrendas humanas (tlacateteuitl), proporcionarle al cerro el verdor necesario. Además, no se debe hacer caso omiso a que ambos contextos están íntimamente ligados a Tlálloc, como ya se ha sugerido más arriba y como se comprobará a continuación.

¿EXISTE UN LAZO ENTRE TLÁLLOC, EL CERRO Y LA OLLA?

De ello no cabe la menor duda por numerosos motivos. La respuesta radica en pri-mer lugar en la naturaleza terrosa del dios de la lluvia. Tlalloc signifi ca “El que está he-cho de tierra” o “El que encarna la tierra”8.

7 Son muchas las representaciones de Tlálloc regando con una jarra o simplemente con una jarra en la mano. Véase al respecto López Luján (2006 II: Figs. 368-371).8 El lector del presente trabajo habrá notado que he optado por escribir, aquí como en otros trabajos, el nombre del dios con ele doble (Tlálloc) y no con una sola ele (Tláloc) (con excepción de los textos citados en los que se respeta la ortografía elegida por su autor). Me apoyo en el ya muy conocido análisis etimo-lógico de Thelma Sullivan (1974), según el cual Tlalloc no es más que una forma adjetiva de tlalli, y por lo tanto habría de escribirse con dos eles como tlalli ya que el nombre Tlaloc (con sólo una ele) es exclusivo de la naturaleza terrosa del dios. Son muchos los estudiosos que desde hace tiempo se adhirieron a la tra-ducción de Sullivan pero no adoptaron la ortografía propuesta. En mi opinión, se debe al hecho de que la elle en español se pronuncia [j] y no [ll], por lo que Tlalloc se pronunciaría [tlajok] en vez de [tlallok]. Sin

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Tlálloc, el cerro, la olla y el chalchihuitl. Una interpretación de la lámina 25 del Códice… 165

A la luz de trabajos anteriores de Johanna Broda (1971, 1987a, 1987b, 1991) y Al-fredo López Austin (1994: 162, 190-193) en los que ya se identifi ca el complejo Tlálloc/Cerro/Tlallocan, y como ya lo hemos indicado en otras ocasiones (Contel 1999: 48-54; 2004: 73-93), Tlálloc es la Primera Montaña, el cerro arquetípico, los demás cerros no son más que réplicas del primero (López Austin 1994: 162 y 1990). Para los antiguos na-huas, el cerro es ante todo Tlálloc. Las fuentes no pueden expresarlo con más claridad: “a todos los cerros los llaman tlaloques”9 (Th évet 1905: 26). Para Sahagún (1989 I: 61) también, todos los cerros eran Tlalloque, “especialmente aquellos donde se arman nu-blados para llover…”. Punto de vista compartido también por fray Diego Durán que es-cribe a propósito de Tlálloc:

Llamaban del mesmo nombre de este ídolo a un cerro alto que está en términos de Coatlinchan y Coatepec y, por la otra banda, parte términos con Huexotzinco. Llaman hoy día a esta sierra Tlalocan, y no sabré afi rmar cuál tomó la denominación de cuál: si tomó el ídolo de aquella sierra, o la sierra del ídolo. Y lo que más probablemente pode-mos creer es que la sierra tomó del ídolo, porque como en aquella sierra se congelan las nubes y se fraguan algunas tempestades de truenos y relámpagos y rayos y granizos, llamáronla Tlalocan, que quiere decir “el lugar de Tláloc”. (Durán 1984 I: 82)

Describiendo el interior del templo, o santuario de Tlálloc que se ubicaba en la cum-bre del cerro del mismo nombre, Durán confi rma:

En medio de esta pieza, sentado en estradillo, tenían al ídolo Tláloc, de piedra (…). A la redonda de él había cantidad de idolillos pequeños, que lo tenían en medio, como a principal señor suyo, y estos idolillos signifi caban los demás cerros y quebradas que este gran cerro tenía a la redonda de sí. (Durán 1984 I: 82)

La naturaleza terrosa, la esencia telúrica de Tlálloc, es compatible con sus funcio-nes de proveedor de lluvias. Tlálloc-Cerro (Tlalloc-Tepetl) está hecho de tierra, encar-na la tierra. Pero también encarna las nubes que se amontonan en su cumbre, así como las cuevas húmedas de donde salen las aguas subterráneas (López Austin 1994: 184) y el verdor de la hierba o de los árboles que cubre su naturaleza terrosa.

En la imagen de Tlálloc, la parte superior, es decir, la cabeza y la cara, son nubes y lluvia, en la cumbre del cuerpo/cerro hecho de tierra, dentro, en el corazón del cerro, está el chalchihuitl (Contel 1999: 67-91; 2004: 73-93). La representación del dios que, a mi parecer, mejor ejemplifi ca lo arriba dicho es la famosa estatua con cara de serpientes de la Colección Uhde del Museo Etnográfi co de Berlín (Fig. 10.a) (Contel 2004 : 73-93).

embargo, a mi me consta que el estudioso conocedor de la lengua náhuatl no ha de seguir con convencio-nes exclusivas del significado de la palabra. ¡A quién se le ocurriría escribir tlalli con una ele! Es de no-tar que en los primeros textos en náhuatl, los vocablos se transcribieron en alfabeto latino muy a menudo con ele doble (Contel 1999: cap.1). En su traducción de la Relación breve de las fiestas de los dioses, Gari-bay (1948: 292, 299, 298, 319 y 320) vacilaba entre Tláloc, Tlálloc y Tlalloc. 9 … ils appellent tous les monts tlaloqs

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Esto queda también muy claro en un Tlálloc fi gurado en el f. 282v de los Primeros Memoriales (Fig. 10.b): su cuerpo es el cerro, está hecho de tierra, en su cima la cabeza del dios se compone de una corona almenada que signifi ca las nubes, ya que así se re-presentan en el f. 283r de la misma fuente. La cara tiene, sin lugar a dudas, los rasgos ca-racterísticos de Tlálloc –aunque aquí no tenga las anteojeras y los colmillos– esto es, el

Fig. 10 Tlálloc, nube, lluvia, cerro y chalchihuitl:a) Estatua de Tlálloc con cara de ofidio. Museo Etnográfico de Berlin (dibujo de Emilien Contel)b) Tlálloc con cuerpo de cerro y corona de nubes. Primeros Memoriales, f. 283r (dibujo de Emilien Contel).

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rostro-máscara de lluvia del dios, el quiyauhxayac, el tlaloca xayac (Sahagún 1985: 226-227). En la falda del cuerpo-cerro tres chalchihuites, gotas de agua o de lluvia. Al pie del cerro una doble banda colorada y blanca.

TLÁLLOC/TLALLOCAN: EL CERRO-CONTENEDOR DE AGUA

En varias ocasiones ya se ha expresado la difi cultad de establecer una distinción entre Tlálloc y Tlallocan. Según Alfredo López Austin (1994: 175): “La distinción entre Tlaloc y su reino Tlalocan era confusa en la antigüedad –como lo es hoy día– y a esta confusión se debe que tanto Tlalocan como sus réplicas, todos los cerros, fueron deifi cados”. Los cerros no son sólo la morada de los tlalloque sino los dioses mismos (Broda 1971: 254)10. Según Tim Knab (1991: 54), dicha confusión permanece hoy día entre los nahuas de San Miguel Tzinacapan, pueblo de la Sierra de Puebla: “Taloc (Tlálloc contemporáneo) no es sólo un residente del in-framundo, sino el mismo inframundo. No es un ser sino un concepto. Taloc es tlalocan”.

La traducción de Tlallocan es “lugar de Tlálloc”. Además, en la medida en que la postposición -can indica también la localización temporal, Tlallocan signifi ca además el tiempo de Tlálloc. Tlálloc/Tlallocan es un concepto que abarca el conjunto de los do-minios espacio-temporales bajo la infl uencia de Tlálloc. Tlallocan está “donde y cuando Tlálloc está presente”. Tlálloc y Tlallocan tienen la misma naturaleza, la misma cuali-dad, pues ambos están hechos de tierra.

Según el Códice Florentino, todas las aguas terrestres vienen de Tlallocan :

La gente de aquí, de la Nueva España, los ancianos, decían [que los ríos], que venían de allá, que venían de Tlallocan, ya que son propiedad de la diosa (teutl) llamada Chalchi-huitl Icue, ya que salen de ella. Y decían que el cerro no era más que una “piel”11; sólo la superfi cie estaba hecha de tierra, de piedra; pero es como una olla, como una casa llena de agua. Y si se le ocurriera a alguien destruir el cerro, se cubriría de agua el mundo. Por ello se dio el nombre de altépetl a los lugares en donde vivían los hombres. Decían de aquella montaña de agua: ese río de alli viene, brota desde el interior del cerro; Chalchihuitlicue lo deja escapar de sus manos12. (CF 1979 XI: f. 223v)13.

10 Aquí nos contentamos con citar la primera publicación de Johanna Broda, pero en muchos otros tra-bajos la especialista estudia lo que llamaré “el Complejo Tlálloc/Cerro/Tlallocan/LLuvia” (Broda 1971, 1987a, 1987b, 1991, 2001).11 Nahualyotl es un término que en náhuatl designa el poder mágico de transformación. El nahualli es el que tiene el poder de transformarse en otro ser. El nahualismo es por otro lado una facultad de metamor-fosis que pertenece a ciertos seres considerados sobrenaturales. Según López Austin (1967: 96), nahualli significaría literalmente “lo que me envuelve” o “lo que está en mi piel” .12 in nican nueva españa tlaca, in ye huecauh tlacva, quitoaya inin ca umpa huallauh, umpa hualehua in tlalocan, ca iiaxca, ca itech quiza in teutl, in itoca, chalchiuhtli icue. Ihuan quitoaya ca in tepetl zan nahualca, zan pani in tlallo, in teyo, ca zan yuhquin comitl, noce yuhquin calli, ca tentica in atl umpa ca ; intla quenman monequiz xi-tiniz in tepetl, ca apachihuiz icemanahuac. Auh ic contocayoque, inin necentlaliliztlaca, altepetl, quitoaya inin al-tepetl, inin atoyatl, ca ompa hualehua, in itic tepetl, ca umpa quihualihua, quihualmacahua in chalchiuitl icue.13 Cf. López Austin (1994: 184). Aquí propongo una traducción levemente diferente.

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La Montaña tiene “una naturaleza oculta, invisible”; “no es más que una piel”. La faz aparente está “hecha de tierra” o “de piedra” (in tlallo, in teyo). A semejanza de Tlálloc, el cerro está hecho de tierra. Parecido a un vaso, a un recipiente lleno de agua (ca zan yuhquin comitl), a una casa llena de agua (noce yuhquin calli). Tlálloc es, por lo tanto, un cerro lleno de agua (o vacío) y todos los cerros son sus réplicas. Asociado a Chalchi-huitlicue, es el altepetl arquetípico. El texto de los informantes de Sahagún no puede ser más explícito: Altepetl es el río (Chalchihuitlicue) que brota del interior del cerro (Tlá-lloc). Georges Raynaud (1907: 29) ya ofrecía dicha hipótesis en un opúsculo dedicado al dios de la lluvia a principios del siglo pasado: “De todos los dioses relacionados con Ci-pactli, sólo uno está relacionado como él con la tierra y el agua, el dios que podríamos califi car también del altepetl: Tláloc”.

TLÁLLOC, EL CERRO Y LA OLLA

Siguiendo a López Austin (1994: 161-163), Johanna Broda (1987: 231) y López Luján (1997: 92), y como lo demuestran las fuentes, los antiguos nahuas consideraban que la montaña era parecida a una olla llena de agua. Recíprocamente, ciertos recipientes, en particular aquellos con efi gie de Tlálloc o las ollas azules, son representaciones simbó-licas de los cerros o de las nubes, el mixcomitl, “el vaso de las nubes” en el que se depo-sitaba en ciertas ocasiones el corazón de los niños dedicados a Tlálloc. Efectivamente, si se observan esmeradamente las ollas con efi gie de Tlálloc de las ofrendas 21, 56 y 31 (Figs. 11.a-c) las tres llevan en la parte superior o boca del recipiente una doble banda de color rojo y blanco u ocre parecida a la que adorna la base de los cerros representados en el Códice Borbónico (cf. Fig. 1) y otros manuscritos pictográfi cos. La doble banda signi-fi ca, a mi parecer, “boca-labio”, tal como se puede comprobar en la doble banda de co-lor rojo y ocre que constituye los labios o boca de Tlaltecuhtli tragándose al sol poniente en la decimosexta trecena del Códice Borbónico (Fig. 12.a) o en el labio rojo de las fau-ces de una cueva en el Atlas de Durán (Fig. 12.b). Por ello, estoy convencido de que las ollas, vasijas o jarras representan los cerros, pero invertidos (boca arriba) o que los ce-rros son recipientes invertidos (boca abajo). En los Primeros Memoriales (1993: f. 267r), los tepictoton, las imágenes de las montañas divinizadas, a veces están desprovistos de brazos y tienen la forma globular de las vasijas (Fig. 13). Otros llevan una corona alme-nada blanca como la de las vasijas de las Ofrendas 21 y 56, igual que el Tlálloc-cerro del f. 282v de los Primeros Memoriales arriba citado (cf. Fig. 10.b).

En algunos casos, como en la duodécima trecena del tonalamatl del Códice Borbóni-co, las ollas están volteadas, boca abajo (Fig. 14). De allí sale, se vierte el agua contenida en el recipiente. Tal como sucede por ejemplo en el folio 4r del Códice Telleriano Remen-sis (1995) que muestra la parte superior de Tlálloc (cabeza y pechera) adosada a la falda de un cerro verde del que sale también agua (Fig. 15) o en la séptima trecena del Códice Borbónico en la que vemos a Tlálloc sentado en una montaña parecida (Fig. 16). Como ya hemos señalado, entre los recipientes que se encontraron tumbados en las ofrendas del Templo Mayor, algunos son vasijas con efi gie de Tlálloc, como por ejemplo la de la

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ofrenda S del Templo Mayor, excavada y publicada por Leonardo López Luján (2006 I: 141-143)14. El arqueólogo explica, a propósito de las cuatro ollas encontradas en la Casa de las Aguilas, que tres tenían esta posición horizontal: las procedentes de las ofrendas S, T, U, y puntualiza que “los sacerdotes que las enterraron las colocaron deliberada-mente con la máscara hacia abajo”. Según él, los sacerdotes mexicas representaron en esas ofrendas “las alcancías de los tlaloque en una posición tal que simulan verter agua sobre la superfi cie terrestre” (2006 I: 232-235)15.

14 Mis agradecimientos a Leonardo López Luján, gracias a quien pude sacar unas fotografías de dicha olla (ofrenda S, Casa de las Águilas, c. 1469 d.C., excavada por López Luján) durante una de mis estancias en México en 1995. 15 Cursivas de López Luján.

Fig. 11.a Olla con efigie de Tlálloc y banda roja. Ofrenda 21, Templo Mayor (dibujo del autor).

Fig. 11.b Olla con efigie de Tlálloc y banda roja. Ofrenda 31, Templo Mayor (dibujo de Emilien Contel).

Fig. 11.c Olla con efigie de Tlálloc y banda roja. Ofrenda 56, Templo Mayor (dibujo de Emilien Contel).

a) b)

c)

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En la undécima trecena del tonalamatl del Códice Borbónico (Ce ozomatli: 1-mono) y la decimoséptima (Ce Atl: 1-agua) hay dos ollas (Figs. 17.a-b), boca arriba esta vez, pero verdes, con borde rojo con una franja o collar de chalchihuitl. Ambas son ollas preciosas (Anders et al. 1991: 154 y 170). El verdor del recipiente es parecido al de los cerros fi gu-rados en este manuscrito pictográfi co, la banda roja también.

En cuanto al collar de chalchihuitl, me parece difícil no relacionarlo con el collar de piedras verdes que sale de la olla de la ofrenda 43 (Figs. 7.a-b). Fray Bernardino de Sa-hagún (1989 II: 133) habla, por un lado, de un recipiente llamado chalchiuhxicalli, una

Fig. 12.a Boca de Taltecuhtli. Códice Borbónico (original), lám. 16, detalle. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

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Fig. 13 Tepictoton con forma globular. Primeros Memoriales, f. 267r (dibujo de Emilien Contel).

Fig. 14 Olla invertida con agua. Códice Borbónico (original), lám. 12, detalle © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

Fig. 15 Tlalloc adosado a un cerro con agua. Códi-ce Telleriano Remensis, f. 4r (dibujo de Emi-lien Contel).

Fig. 12.b Boca de cueva. Atlas de Durán, lám. 3 ( dibujo de Emilien Contel).

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jícara de piedra verde donde echaban el corazón de la víctima que representaba a la dio-sa Huixtocíhuatl (Sahagún 1989 v. II, glosario: 880) y, por otro, de un chalchiuhtecomatl (CF 1950-1981 II: 152-153), recipiente hecho con una calabaza que servía para presentar ofrendas de pulque a las fi guritas modeladas que representaban los cerros, los tepictoton (los pequeños modelados) o xoxouhque tepicme, y que depositaban luego en el ayauhcalli. Todas estas entidades así como el contexto ritual están íntimamente ligadas a Tlálloc.

Notemos que la pechera que lleva Tlálloc en ciertos códices (Fig. 18.a) es de color ver-de como los cerros y el borde también es rojo. En ese caso la pechera es una abreviatura del cuerpo/cerro de Tlálloc, de donde brotan las aguas simbolizadas por el chalchiuhcoz-

Fig. 16 Tlalloc sentado en un cerro con agua. Códice Borbónico (original), lám. 7. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

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Fig. 17.a Olla verde chalchihuitl y amateteuitl mono. Códice Borbónico (original), lám. 11, detalle. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bil-bioteca de la Asamblea Nacional de París.

Fig. 17.b Olla de pulque verde chalchihuitl. Códice Bor-bónico (original), lám. 11, detalle. © Bibliothè-que de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

Fig. 18.a Forma abreviada del cuerpo-cerro de Tlalloc con collar de chalchihuitl. Códice Magliabe-chiano, f. 11r (dibujo de Emi-lien Contel).

Fig. 18.b Jarra: forma abreviada del cuer-po-cerro de Tlalloc con collar de chalchihuitl. Códice Maglia-bechiano, f. 59r (dibujo de Emi-lien Contel).

Fig. 18.c Jarra doble con forma abreviada del cuerpo-nube-cerro de Tlalloc con doble collar de chalchihuitl. Códi-ce Magliabechiano, f. 89r (dibujo de Emilien Contel).

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catl (el collar de piedras verdes)16. En el Códice Magliabechiano (1970: f. 59r) (Fig. 18.b), también vemos abreviado el cuerpo/cerro/recipiente del Dios de la lluvia, en una jarra asida por un sacerdote en la ilustración de la primera fi esta del año, Xilomaniztli (Cua-huitlehua/Atlcahualo), celebrada en honor de Tlálloc. En la misma fuente (Códice Ma-gliabechiano 1970: f. 89r), Tlálloc tiene una jarra doble (Fig. 18.c), evocación quizás de dos tipos de aguas: las terrestres y las pluviales. El recipiente simboliza a la vez el cerro (abajo) y la nube (arriba) ya que ambos son contenedores y proveedores de agua.

NIÑOS, CORAZONES Y PIEDRAS VERDES

El cerro –y la nube– son semejantes a la olla, lo acabamos de ver. Pero ¿cuál es el vínculo entre los niños y las piedras verdes? Creemos que la respuesta está plasmada en los textos en náhuatl de los Informantes de Sahagún. Allí se dice que los niños, cuando morían eran piedras verdes, piedras preciosas17 :

Y he aqui la palabra que se dice de los muchachitos y muchachitas que mueren en tie-rra, que no alcanzaron a saber, no vieron, no conocieron, no llegaron a la carnalidad, al polvo y la basura / Dicese que los quiso, que les hizo merced Nuestro Señor; van como joyas, como piedras verdes, muchachitos y muchachitas.Y otra palabra que se debe oir, recibir, guardar, es que los niños pequeños si mueren son como piedras verdes, turquesas, joyas, que no van al lugar espantoso del viento de obsdiana, a la region de los muertos, van más allá a la casa de Tonacatecuhtli; viven junto al árbol de nuestro sustento, chupan las fl ores de nuestro sustento. No en vano hijo mío, se entierra a los niñitos, a los pequeñitos frente a los trojes; esto quiere decir que ellos van al lugar bueno porque todavia son piedras verdes, todavia son joyas, toda-via son puros como turquesas18. (Sahagún 1995 VI: ff . 95v, 96r, 96v, 97r; cursivas mías)

Más lejos se alude una vez más al verdor de los niños que les otorga el privilegio de merecer la buena muerte:

Porque asi andan diciendo los viejos: es en la infancia, cuando todavia está verde la persona, cuando se apiada de ella Nuestro Señor, cuando le otorga sus dones, le

16 En otros casos, como en el folio 110v del Códice Ixtlilxóchitl (1976), toda la túnica representa el cerro.17 Me baso en la paleografía y la traducción de Salvador Díaz Cíntora (Sahagún 1995: 87-96), sin embar-go para ciertas palabras la versión es mía.18 Auh niman ye iz in tlatolli in impan mitoa in motlalmiquilia telputzintli ichputzintli in amo onmattiuh on tlachixtiuh tlalticpac, in amo quiximattiuh, in amo itech acitiuh teuhtli tlazulli, ca / mitoa oquimmotla-zoicnelili in totecuyo; maquiztitiuh, chalchiuhtitiuh in telputzintli in ichputzintli.Auh oc iz catqui cencamatl in pialoni in cuihuani in caconi, ca mitoa in coconetzitzinti momiquilía, chal-chiuhti teuhxiuhti maquizti in miqui, amo umpa hui in temamauhtica in itzehecaya in mictla; umpa hui in Tonacatecuhtli ichan, tonacacuahtitlan in nemi, quichichina in tonacaxuchitl, itech nemi in tonacaqu-ahuitl, itech tlachichina. Amo zan nen o, nopiltzé, in cuezcomatl ixpan toco coconetziinti in pipiltzinti ca yehuatl quinezcayotía in qualcan in yeccan hui in ipampa, in oc chalchiuhti, in oc maquizti, in oc huel mo-tquiticate, teuhxihti.

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hace merecer la estera, la carga del gobierno, la estera de las aguilas, y los jaguares; es entonces/ mismo, en la infancia, en los verdes años, cuando le da, la hace digna de la dulzura, de la fragancia de Tloque Nahuaque, y es en la infancia, en la edad de la pureza, cuando se merece la buena muerte19. (Sahagún; cursivas mías)

Recordemos que a Tlálloc se le llama también in tlacatl in xoxouhqui, “el señor ver-de” o Xoxouhqui, “el Verde” (CF 1979 VI: f. 95v; cf. también López Austin 1994: 176). Como lo escribe acertadamente Díaz Cíntora:

Aquí no hay ningún sentido fi gurado, sino la realidad física que produce la lluvia. Ciertamente, podrían habérsele sacrifi cado adultos como a los demás dioses, pero al Señor Verde se le ofrecerán precisamente personas verdes, tlacaxoxouque, es decir niños. Diríase que una simple expresión, ésta sí fi gurada, se reviste aquí de carácter litúrgico o mágico, de manera que pueda determinar la materia y forma de un rito. (en: Sahagún 1995: nota 124)

En períodos de sequía o cuando tardan en llegar las lluvias, los nahuas considera-ban que los dioses habían encerrado, ocultado el agua, los mantenimientos, tal como lo ilustra maravillosamente la oración a Tlálloc plasmada en el Libro sexto del Códice Florentino “donde se ponen las palabras que muy de corazón decían cuando suplicaban a Tlálloc, a quien atribuían la lluvia”:

Amo y señor nuestro, Proveedor, Verde, señor de Tlallocan… Nuestra subsistancia se ha acabado, se fue, se perdió, se la llevaron, la metieron los dioses, los proveedores, allá en Tlallocan. Metieron en cofre/ y en petaca su verdor, su frescura, todas las hierbas comestibles, todo lo fresco, lo verde, lo que fl orece, lo que germina, lo tierno, las yerbitas que vienen de ti, tu carne, tu verdor y tu frescura, el chalchiuitl (la piedra verde). (CF 1979 VI: ff . 28r-32v; cursivas mías)

A raíz de lo arriba expuesto, estoy convencido de que hay una analogía entre el niño de la procesión y las piedras verdes de las ofrendas, así como entre el cerro y la olla. La función del sacrifi cio es regenerar a xoxouhqui, sustentar a Tlálloc/cerro. Llenar el reci-piente divino de agua preciosa. Los hombres son los proveedores de los dioses (tlama-cazque) y viceversa (Tlalloc tlamacazqui).

Durante la fi esta Etzalcualiztli (Sahagún 1985: 231), sexto mes del tonalpoalli, los sa-cerdotes arrancaban los corazones de las víctimas y los colocaban en una olla azul llama-da mixcomitl, “la olla de nubes” que tiraban luego al remolino de Pantitlan, otra entrada al dominio de Tlálloc. Los corazones que se depositaban no eran sino las piedras verdes que necesitaba el dios, los corazones de los sacrifi cados a Tlálloc (Sahagún 1989 I: 130;

19 Cah yuh conitotihui in huehuetque: in pillopan, in oc tlacaxoxouhcayopan, uncan in moteicnoittilía totecu-yo, uncan in tetlamamaca, uncan quiteilhuiltía in petatl in icpalli, in tlatconi in tlamamaloni, in quappeteatl in ocelopetatl; auh/ niman uncan, niman pillopa, tlacaxoxouhcayopa, in quitemaca in quitemacehualtía in itzopelica in iahuiaca in Tloque Nahuaque; auh pillopan, oc chipahualizpan in macehualo qualli miquiztli.

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cf. López Luján 1993: 215-218). Por ello, como lo apunta acertadamente López Luján (1993: 215) refi riéndose a Sahagún (1989: II: 130), con las ollas azules tiraban a la laguna también cuentas de piedras verdes.

También los elegidos por Tlálloc, es decir, aquellos que morían ahogados, fulminados o de alguna enfermedad enviada por el dios, aquellos que el ahuitzotl, “el espinoso del agua”, monstruo acuático y probable metamorfosis del dios de la lluvia (López Austin, en Sahagún 1969: 197-198; Contel 1999: 136-141, 2008: 350-351)20, ahogaba en las aguas profundas de la laguna abastecían Tlallocan con sus piedras verdes. No puede ser más explícito el texto de los Informantes de Sahagún21 relativo a las víctimas del ahuitzotl:

Y dizque el sumergido había sido de buen corazón. Por eso lo llevaban allá a Tla-llocan, quizá [porque] había guardado piedras verdes; dizque por eso se disgustan los Tlalloque, porque dizque la piedra verde es su cuerpo, quizá su tonalli. Por esta razón era sumergido. Pero dicen que también iba allá, a Tlallocan; allá era enviado22. (Sahagún 1969: 108-109)

Como escribe acertadamente Marc Th ouvenot (1982: 241), Tlálloc “elige los que tie-nen chalchihuitl en sentido propio y fi gurado: aquellos que tienen un cualli in iyollo, esto es, los que tienen un corazón de jade [piedra verde]23, y también los que conservan la piedra preciosa misma”. Según el investigador francés no eran sólo los ahogados o los muertos por el rayo quienes eran elegidos por su corazón de chalchihuitl, sino también aquellos afectados por alguna enfermedad de Tlálloc. Es más, a la lista propuesta por Th ouvenot propongo que se añadan cuantos sacrifi caban a Tlálloc, víctimas adultas pero sobre todo los niños.

El llenar las ollas/cerros de corazones/piedras verdes mediante ritos o acontecimien-tos particulares es pedirle a Tlálloc lluvias y abundancia. Esto viene plasmado tanto en la lámina 25 del Códice Borbónico como en las citadas ofrendas del Templo Mayor.

Según fray Diego Durán:

..no había ídolo más adornado, ni más aderezado de piedras y joyas ricas que éste, a causa de que los más principales, valerosos y ricos hombres acudían a él con sus ofren-das de avantajadas piedras y joyas, ofreciéndolas a causa de que opinaban que cuando caía algún rayo, mataba a alguno que era herido con piedra. (Durán 1984 I: 82)

Uno de los ornamentos característicos de Tlálloc es el collar de piedras verdes, chal-chiuhcozcatl: “Al cuello tenía una sarta de piedras verdes por collar, de unas piedras que

20 En otros trabajos propongo otras traducciones posibles: “el castigo del agua” o “la penitencia del agua” (Contel 1999: 136-141 y 2008: 350-351 ).21 Me baso aquí en la traducción de López Austin (Sahagún 1969) con leves modificaciones tales como, entre otras cosas, el término “jade” que he sustituido por “piedra verde”, etc.22 Auh in elaquilo quil cualli in iyollo. Ic ipampa in umpa quihuica Tlallocan. Auh anoce quipia chalchihuitl; quil ic cualani in Tlaloque, ca quil nozo innacayo, manoce intonal in chalchihuitl. Ic ipampa in elquilo. Tel quil no umpa yauh in Tlallocan…23 Los corchetes son míos.

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se llaman chalchihuitl, con un joyel en medio, de una esmeralda redonda, engastada en oro” (Durán 1984 I: 81-82).

El chalchiuhcozcatl –¡notemos que el difrasismo in cozcatl, in quetzalli, “el collar, la pluma preciosa” es una metáfora que designa a los recién nacidos! (cf. CF 1950-1981 IV: 114)– es visible en numerosas representaciones pictográfi cas o plásticas y el chalchihuitl está omnipresente en la ornamentación del dios bajo forma de pendientes, orejeras, pul-seras, brazaletes, narigueras, cintas, adornos para las piernas y pectorales (Th ouvenot 1982: 312). Cuantas más piedras verdes y más joyas lleve la indumentaria del dios, tanto más abundantes y benéfi cas serán las lluvias. La acción constante en benefi cio del dios mediante ritos y ofrendas, esto es, los corazones –en sentido propio y fi gurado–, es im-prescindible para lograr a cambio su acción benéfi ca y generosa.

Según el autor del Códice Ixtlilxochitl (1976: f. 110r), refi riéndose al Tlálloc pintado en el f. 110v, “…todo su traje y vestidura, hera signifi car llubias y frutos en abundancia”. Cuando Tlálloc ostenta sus riquezas signifi ca que los seres mundanos cumplieron, que pagaron sus deudas y que dieron al dios cuanto necesitaba. El Tlálloc representado en la ya citada caja de Ahuítzotl (Fig. 9.b), que riega con abundancia la tierra con una jarra preciosa, es un dios rico. Ostenta un magnífi co collar de piedras verdes, expresión de su inmensa satisfacción.

Por el contrario, cuando a Tlálloc no se le hacen las debidas ofrendas, provoca la se-quía. En la lámina 26 del Códice Fejérváry Mayer (1985), se ve un Tlálloc casi desnudo, con un simple maxtatl, ya que es el regente del día mazatl (venado), símbolo de la se-quía. El cuerpo del dios es de color azul-verde, ya que encierra las aguas en su interior y se niega a liberarlas (Fig. 19).

Fig. 19 Tlalloc como regente del dia mazatl (venado), símbolo de sequía. Códice Fejérváry Mayer, lám. 26, mitad inferior (dibujo de Emilien Contel).

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Sahagún dice que las piedras verdes llamadas quetzaliztli, quetzalchalchihuitl y chal-chihuitl “tenían la doble propiedad de atraer y exudar la humedad” (CF 1950-1981 XI: 222-223; cf. López Luján 1993: 216). El franciscano puntualiza además que ¡“en el lugar donde se crían, yerba que está allí nacida está siempre verde. Y es porque estas piedras siempre echan de sí una exhalación fresca y húmeda…”! (1989 XI: 789; cf. López Luján 1993: 216).

RESULTADOS Y OTRAS CONCLUSIONES VISUALES

A modo de conclusión, con base en nuestras propuestas que confi rman y vienen completando las intrepretaciones de López Luján (1993, 1997, 2006), López Austin (1994) y Johanna Broda (1971, 1987a, 1987b, 1991, 2001), propongo en la Figura 20 un “cuadro iconográfi co” con las diferentes analogías reseñadas en el presente artículo. Arriba, la procesión con el niño/chalchihuitl/agua/corazón que se dirige hacia la boca roja del ce-rro verde tumbado (xoxouhqui), expresión de la acción de proveer el complejo Tlálloc-Tlallocan. Debajo, la olla verde con boca roja y collar de chalchihuitl (Códice Borbónico), que hemos recostado intencionalmente para poner de relieve las correspondencias. Más abajo, el collar de piedras verdes que cuelga de la boca de la olla tumbada de la Ofren-da 43 (Templo Mayor) . Por último, una olla recostada de la que sale un chorro de agua azul (Códice Borbónico).

Por lo tanto, propongo que en la lámina 25 del Códice Borbónico, el tlacuilo pintó el cerro acostado intencionalmente, no por cuestiones de convención, de presentación del espacio o de perspectiva, sino que quiso sugerir que la boca era la entrada a Tlálloc/Tla-llocan en el que se tenía que depositar la ofrenda humana, necesaria para que se cumpla la petición de lluvia, tal como en las ofrendas del Templo Mayor o en otras láminas del Códice Borbónico, sacerdotes y tlacuiloque las recostaron intencionalmente para expre-sar la acción de verter o regar.

Así se solían representar los cerros o las cuevas ya desde la más temprana antigüe-dad mesoamericana. La mejor ilustración es el relieve 1 de Chalcatzingo (Fig. 21) (Grove 1968: 486-491; Jiménez Moreno, en Heyden 1975: 139; Angulo 1987: 216), que representa una cueva o el interior de un cerro tumbado cuya entrada está simbolizada por las fau-ces estilizadas de un jaguar. Dentro, está sentado un personaje con pelo largo y el tocado distintivo y atributos de los dioses de la lluvia. Puede ser dios, sacerdote o sacerdotisa. Además, lleva en sus brazos una barra ceremonial que fi gura, desde mi punto de vista, una ofrenda humana, al igual que los niños que sacrifi caban a Tlálloc en el Posclásico (Contel 1999: 185-188). De la boca del cerro/cueva/recipiente salen tres grupos de volu-tas, que fi guran las corrientes húmedas que brotan del vientre de la tierra, del corazón del cerro. El rito y la ofrenda humana son los que acarrean la acción benéfi ca aquí tam-bién. Los fl ujos húmedos y fertilizadores están plasmados en los tres anillos que se des-prenden de las volutas identifi cables al glifo chalchihuitl. La escena está rematada por tres grupos de nubes de las que cae la lluvia. Jorge Angulo (1987: 216) opina que, si se tratase de un relieve del periodo posclásico, el personaje sentado podría ser Tepeyollotl,

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Fig. 20 Cuadro analógico. Cerro y ollas, tumbados (las ollas de las Figs. b y c fueron recostadas intencio-nalmente por el autor del presente artículo):

a) Códice Borbónico (original), lám. 25 © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène An-dréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París;

b) olla de pulque verde chalchihuitl (Códice Borbónico [original], lám. 11) © Bibliothèque de l’Assemblée na-tionale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París;

c) olla verde chalchihuitl y amateteuitl con efigie de ozomatli, (mono) (Códice Borbónico [original], lám. 11) © Bibliothèque de l’Assemblée nationale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París;

d) olla tumbada con collar de piedras verdes. Ofrenda 43, Templo Mayor (foto del autor);e) jarra tumbada con agua (Códice Borbónico [original], lám. 6, detalle) © Bibliothèque de l’Assemblée na-

tionale – 2008 – Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Bilbioteca de la Asamblea Nacional de París.

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el señor de las cuevas y corazón del cerro, intimamente vinculado a Tlálloc, el dios de la lluvia, de la tierra y del mundo subterráneo. El corazón del cerro es el jaguar24, uno de las numerosas metamorfosis de Tezcatlipoca (Olivier 1997: 109-130), esto es el propio corazón de Tlálloc, el que encierra en sus fauces el chalchihuitl. La piedra verde, “el agua preciosa petrifi cada” (López Luján 1997: 89), está encerrada en el corazón del cerro (te-peyolotl). En una ofrenda del Templo Mayor (Cámara II), los arqueólogos descubrieron el esqueleto de un jaguar con una piedra verde en sus fauces (Matos Moctezuma 1988: fi g. 101). Al lado de la calavera del felino, una estatua de piedra verde con rasgos de Tlá-lloc, probablemente Xoxouhqui, “el Verde, el Crudo”, el Cerro/Olla arquetipal. Un con-centrado de las sustancias frías y húmedas y fertilizantes proporcionadas, entre otras cosas, gracias a las ofrendas humanas, niño/corazón/chalchihuitl aquí representadas en la lámina 25 del Códice Borbónico.

24 A propósito de los lazos que unen el jaguar, Tlálloc y Tezcatlipoca, Guilhem Olivier (1997: 119) explica que el jaguar, las cuevas y Tlálloc remiten a imágenes de lluvia y de fecundidad cuyo mo-delo mítico es Tlallocan-Tamoanchan.

Fig. 21 Relieve 1, Cerro cueva de Chalcatzingo, Morelos (dibujo de Emilien Contel).

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