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VIII Seminario Regional (Cono Sur) ALAIC
“POLÍTICAS, ACTORES Y PRÁCTICAS DE LA COMUNICACIÓN: ENCRUCIJADAS DE LA INVESTIGACIÓN EN AMÉRICA LATINA”
27 y 28 de agosto 2015 | Córdoba, Argentina
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Textos impresos, textos digitales: soporte material
y sentido en la práctica de la lectura
Printed texts, digital texts: forms and meanings in reading
Lic. Silvina Marcela ANGELOZZI
Universidad Nacional de Córdoba (Argentina)
Resumen
Se propone una reflexión en torno al libro digital a la luz de la sociología de los textos y de la
lectura. Se asume que todo texto para poder ser compartido o comunicado, no puede
separarse de una materialidad. Así, las diversas formas materiales en las que se presentan
los textos se asocian a usos y a metáforas particulares. Se analiza la participación de las
condiciones materiales en la producción de sentido a partir de los hitos de la larga historia de
la cultura escrita y sus distintas líneas de transformaciones: las técnicas de reproducción, las
formas del texto, las prácticas de lectura. El análisis se focaliza en tres dimensiones: lo
sensorial o fisicalidad en la lectura; las funciones otorgadas al texto y la lectura; el orden de
los discursos y autoridad de lo escrito, todas cuestiones asociadas a las significaciones que
se construyen en la actividad lectora.
Abstract
This paper presents a reflection on the digital book in light of the sociology of texts and
reading on the premise that a text to be shared or communicated can not be separated from a
materiality . Thus, the various material forms in which texts are presented are associated with
particular uses and metaphors. Its analyses the participation of the material aspects in the
production of meaning, attending the long term history of written word and its various lines of
transformations: reproduction techniques, forms of texts and reading practices. The analysis
focuses on three dimensions: the sensory aspects or physicality of reading; the functions
conferred to texts and reading; the order of discourses and authority of texts, all issues
related to the production of meanings in reading.
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Palabras Clave: Lectura, Textos digitales, Textos impresos, Formas materiales y sentido
Key Words: Reading, Digital texts, Printed texts, Material forms and meanings
1. Introducción
Suele tomarse como el nacimiento del libro digital cuando Michael Hart, en julio de 1971,
digitalizó tipeando en el teclado de una computadora de la Universidad de Illinois el texto de
la Declaración de independencia de los Estados Unidos. Lo realizó en letras mayúsculas
porque las minúsculas aún no existían en el teclado. Poco después, definió la misión del
Proyecto Gutenberg: poner a disposición de todos, por vía electrónica, el mayor número
posible de obras literarias.
En una entrevista de 1998 1Hart expresa “Consideramos el texto digital como un nuevo
medio, sin relación verdadera con el papel salvo el hecho de presentar el mismo material,
pero no vemos cómo el papel podría competir una vez que la gente se haya acostumbrado a
los textos digitales, especialmente en las escuelas”. Desde 1971 han pasado 44 años, si bien
hay millones de textos digitalizados circulando en la red la presencia del papel aún es sólida
y especialmente en las escuelas.
Los textos plasmados en las diversas formas materiales adquieren significación a través de
la lectura. Si el interés es responder interrogantes acerca de la lectura en formato digital,
repasar ciertos acontecimientos en la cultura escrita puede resultar esclarecedor puesto que
las diversas formas materiales en que se presentan los textos se van asociando a usos y a
metáforas particulares.
Cuando se trata de analizar lo que sucede cuando se introduce una nueva tecnología, hay
que tener presente que los usos suelen estar desfasados en relación con las técnicas, que
las prácticas no dependen únicamente de la cuestión tecnológica sino que interviene un
mundo de percepciones y representaciones incorporadas, se dan en un contexto de
desigualdades sociales, económicas, culturales, hay siempre tensiones entre lo técnicamente
1 http://www.etudes-francaises.net/entretiens/hart.htm#1998. Texto original en inglés: “We consider e-text to be a new
medium, with no real relationship to paper, other than presenting the same material, but I don't see how paper can
possibly compete once people each find their own comfortable way to e-texts, especially in schools”
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posible y los intereses económicos. Por ello, es importante siempre tener en cuenta la
perspectiva histórica, como dice Chartier (2000, p.46) “debemos considerar en la larga
duración lo que ocurre con el paso del rollo al códice, y de éste a la pantalla, lo que sucede
en la historia de la larga duración de la lectura…”
Cuando se habla de cambios o transformaciones, no se debe pensar siempre en cambios
abruptos o absolutos, sino que como muestra la historia de los medios, formas anteriores
influyen en las nuevas formas y generalmente coexisten un tiempo. Así, como precisa Ong
(2006, p.117-119) en la cultura manuscrita hubo gran influencia de lo oral que se extendió
incluso hasta los primeros tiempos de la imprenta, hasta que predominó lo visual. Hubo
también una fuerte supervivencia de los manuscritos hasta el siglo XVIII en Europa
coexistiendo con los impresos (Chartier, 2000, p. 22). Lo mismo sucede hoy con los textos
digitales: no hay una sustitución total de los textos en papel y aún muchos tipos de textos
digitales siguen en buena medida atados a la lógica de lo impreso.
Chartier (2000) propone que en los estudios sobre el libro y la lectura se superen dos
limitaciones: la primera es que los textos no existen fuera de una materialidad (manuscrito,
impreso, dramatización, oralidad, pantalla), y que estos elementos materiales, corporales o
físicos pertenecen al proceso de producción de sentido; la segunda limitación es lo que
denomina la “abstracción del lector”, es decir pensar en una figura abstracta y universal. El
papel del lector no es menos importante en la producción de sentido, y hay necesidad de
tomar en cuenta su realidad sociocultural: “debe tomarse en consideración la materialidad del
texto y la corporeidad del lector… una corporeidad social y culturalmente construida” (p. 39)
2. Aspectos conceptuales
2.1 Texto y materialidad
En este trabajo se asume de que todo texto para poder ser compartido o comunicado, no
puede separarse de una materialidad y que ésta juega un papel importante en la producción
de sentido (Chartier, 2000, 2006, 2011; McKenzie, 1999)
La mirada se realiza desde la sociología de los textos y la lectura, a partir de ciertos hitos de
la historia de la cultura escrita. McKenzie (1999, p.12) define la sociología de los textos como
“la disciplina que estudia los textos como formas registradas, así como los procesos de su
transmisión, incluyendo su producción y su recepción”, donde se integran entonces las
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significaciones simbólicas y las formas materiales que las transmiten en un contexto social
dado.
En cuanto a la noción de texto, se sigue a McKenzie (1999, p. 13-14) donde se lo considera
en un sentido amplio, como una unidad de significado que se transmite de forma oral, visual,
digital plasmada en mapas, impresos, manuscritos, audios, videos, archivos de computadora.
Entonces, los libros representan sólo una de las formas que puede asumir el texto.
Ong (2006, p.22), entiende que texto es más compatible con la oralidad que con lo escrito:
“ ‘texto’, de una raíz que significa ‘tejer’, es, en términos absolutos, etimológicamente más
compatible con la expresión oral que con ‘literatura’ , la cual se refiere a las letras en cuanto
a su origen (literae) del alfabeto” …”el discurso oral por lo general se ha considerado, aún en
medios orales, como un tejido o cosido”. En la etapa de la oralidad, es la voz humana y el
propio cuerpo lo que da soporte y materialidad a los textos.
Se hace una distinción entre materialidad y soporte, según lo propuesto por Piquette
&Whitehouse (2013, p.3): materialidad incluye todos los aspectos materiales de los
artefactos, es más que un mero “soporte” para el texto. Incluye todas las operaciones que
van desde el material escriptorio en blanco, pasando por las técnicas de transformación de la
superficie para inscribir las marcas hasta las formas en que estos objetos físicos van a ser
mostrados, leídos, conservados o descartados. Es útil hablar de objetos textuales o
artefactos, para no perder de vista dicha materialidad.
Como señala Ong (2006,p.83-84) la escritura es una tecnología, un objeto o manufactura, y
relativamente nueva si pensamos en los miles de años que el homo sapiens lleva sobre la
Tierra. La escritura alfabética manuscrita, la imprenta y ahora los textos digitales, son todas
formas de tecnologizar la palabra y de externalizar la memoria humana.
La escritura además de un conjunto de signos y sus reglas para utilizarlos surgidos en un
contexto social, consta de aspectos técnicos y materiales que están también en estrecha
relación con la organización cultural y usos sociales del grupo humano, según las épocas, las
condiciones ambientales, geográficas, políticas, culturales y el juego de relaciones de poder.
Por una parte, los diversos soportes como arcilla húmeda, pieles de animales, corteza de
árboles, tablillas de madera encerada, papel, memorias de computadoras. Por otra, el
conjunto de habilidades y gestualidades asociadas a los soportes para inscribir y para leer
las marcas. Ambos aspectos confieren al texto diversas formas de existencia que se asocian
a distintos usos e interpretaciones.
Como dice Chartier (2000, p. 208) “Hay una ilusión que debe ser disipada, la ilusión de que
un texto es el mismo texto aunque cambie de forma”. Para una comprensión de los sentidos
vehiculizados por los textos es necesario ir más allá del estudio de las significaciones
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aportadas por el lenguaje y deben tomarse en cuenta los mundos materiales en los que los
textos están embebidos. La materialidad habla del mundo en que los textos fueron escritos,
comunicados, leídos.
La cuestión se hace evidente si se piensa en las inscripciones antiguas en piedra o en
tabletas de arcilla, o para citar un ejemplo actual, el caso de una placa recordatoria que se
coloca en una plaza, allí es clara la relación entre materialidad, función, usos: el material
debe resistir a la intemperie, las letras deben ser grandes para ser leídas al paso. Sin
embargo, cuando se piensa en un texto en papel y en ese mismo texto digitalizado (el
“mismo” en cuanto a los mismos signos alfabéticos) se dificulta pensar en los aspectos
materiales. La pantalla se propone como ventana o medio “transparente” capaz de mostrar
diversos objetos, la materialidad real de lo digital permanece oculta a simple vista.
2.2. Lecturas, apropiaciones.
Se entiende la lectura como una práctica cultural específica inscripta en un contexto histórico
y social, que implica además del desciframiento del significado de los signos, un régimen
comunicativo, sentidos compartidos socialmente, formas narrativas y materiales de los
textos, tipos de lectores. Por lo tanto, “la práctica lectora será la síntesis del conjunto de
acciones y operaciones con las que un sujeto interactúa con un discurso construido, a partir
de una serie de sistemas simbólicos y procesos de producción de significación” (Gutiérrez,
2008, p. 7-8).
Wolf & Barzillai (2009, p.32-33) que abordan la lectura desde la neurociencia cognitiva
afirman que el cerebro humano no nació preparado para la lectura. La lectura es una función
cognitiva nueva en la historia de la humanidad y la plasticidad del cerebro es la que le
permite generar nuevas conexiones y circuitos. Circuitos que toman diferentes formas para
los diferentes lenguajes y sistemas de escritura. Existen además diferencias entre lectores
novatos y lectores expertos, de modo que lectores entrenados activan porciones menores del
cerebro.
El ambiente digital, con cambios en la técnica de inscripción, presentación, difusión y en la
lectura, no desconoce la cultura escrita sino que la emula, transmite y multiplica. Lo que no
se sabe cabalmente es cómo se transforma la relación entre los lectores y lo escrito en esta
nueva materialidad, cómo son los nuevos usos y apropiaciones. En palabras de Chartier
(2011, p.21) “al romper el antiguo lazo anudado entre los textos y los objetos, entre los
discursos y su materialidad, la revolución digital obliga a una radical revisión de los gestos y
las nociones que asociamos con lo escrito”.
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Wolf & Barzillai (2009, p. 36) puntualizan que aún no se dispone de real evidencia sobre la
formación de los circuitos en los cerebros inmersos en el ambiente digital, sí se tiene en
cambio abundante evidencia sobre los cerebros lectores expuestos a los textos impresos.
Para estas autoras (p.34) las propiedades de lo impreso en sí mismas juegan un papel en la
formación de los circuitos cerebrales para la lectura. La estabilidad y linealidad de los textos
impresos junto con las capas de pensamientos y composición que representan, inducen a la
atención completa del lector hacia la página. Una vez que se consigue fluidez en la
decodificación, todos los recursos mentales se vuelcan a la comprensión y producción de
significado.
Dentro del contexto complejo en el que está inmersa la práctica lectora, en este trabajo se
analiza una dimensión que es la participación de la materialidad en la producción de sentido
y en la apropiación de los textos. Se tiene en cuenta la relación de la materialidad con: lo
sensorial o fisicalidad en la lectura; las funciones del texto y la lectura; orden de los discursos
y autoridad de lo escrito, todas cuestiones asociadas con la construcción de significaciones
en la actividad lectora.
3. Materialidad y producción de sentido
3.1 Lo sensorial, la fisicalidad de la lectura
El acto de lectura precisa del cuerpo, de los sentidos y lleva asociado un conjunto de gestos
y aprestos. La lectura no es una operación intelectual abstracta “es puesta en juego del
cuerpo, inscripción en un espacio, relación consigo mismo y con los otros” (Chartier, 2005, p.
29)
En la palabra hablada, parte de la materialidad está dada por la memoria y la voz humanas, y
como señala Ong (2006, p.71) “nunca existe dentro de un contexto simplemente verbal” sino
que el habla es una “situación existencial, total, que invariablemente envuelve al cuerpo… La
actividad corporal, más allá de la simple articulación vocal…[es]… natural e inevitable”.
Ong (2006) analiza como el paso de una cultura netamente oral a una con escritura
(entendida ésta última como sistema codificado de signos visibles), modifica los esquemas
de pensamiento y las formas de adquirir conocimiento. La palabra hablada es sonido, no hay
una representación visual aunque los objetos que represente sean visuales. La escritura
según Ong (2006, p.84) “Inició lo que la imprenta y las computadoras sólo continúan: la
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reducción del sonido dinámico al espacio inmóvil; la separación de la palabra del presente
vivo, el único lugar donde pueden existir las palabras habladas”
Los primeros escritos también se pensaron para ser leídos en voz alta y para ser
escuchados, con ritmo y musicalidad. En la Grecia arcaica hay evidencias de que la lectura
era en voz alta. Svenbro (2011, p.68-70) analiza más de diez verbos griegos asociados a la
lectura a partir de alrededor del año 500 a.C. Uno de ellos nemein que literalmente es
“distribuir”, por como aparece utilizado indica que se trataba de una lectura en voz alta ante
una asamblea a la cual se “distribuía” oralmente el contenido de las tablillas de escritura.
La scriptio continua, escritura sin separación entre palabras y sin signos de puntuación de los
primeros manuscritos, “hace que la lectura sea lenta y titubeante, provocando de modo
irresistible la intervención de la voz” (Svenbro, p.71), una cuestión material entonces
relacionada con un modo de leer. El lector era un intérprete cuya voz era casi el único medio
del que disponía para construir el sentido del texto. A través de la entonación, de la
modulación, de la cadencia, de la actitud adoptada en ese momento, debía dotar al texto de
un significado que transmitía a través de la voz (Monti, 2014, p.11)
La scriptio continua también tiene otra característica y es que deja en manos del lector
marcar las divisiones y pausas, indicar frases interrogativas o afirmativas, todas cuestiones
relacionadas con el sentido de lo leído (Cavallo, 2011, p.111). Después de la época arcaica
en Grecia, se emplearon otros verbos como por ejemplo anelíssein que literalmente significa
desenrollar (en relación al libro en forma de rollo), diexiénai (recorrer), se recorre un espacio,
una topografía, dos voces que refieren directamente a aspectos materiales (Svenbro, 2011,
p. 75)
En el mundo romano hasta los siglos II y III leer un libro era leer un rollo. “Se tomaba el rollo
en la mano derecha y se iba desenrollando con la izquierda, la cual sostenía la parte ya
leída; cuando la lectura terminaba, el rollo quedaba envuelto todo él en la izquierda” (Cavallo,
2011, p. 107) Solía utilizarse también un atril de madera que mantenía el rollo mientras se
leía. La parte desenrollada variaba de una a seis columnas, lo que permitía una continuidad y
una visión panorámica del texto. El largo del rollo podía variar y solía ajustarse a la
conveniencia o costumbre. Según destaca Guglielmo Cavallo, la lectura en voz alta implicaba
un esfuerzo físico considerable, ya que se la “acompañaba con movimientos más o menos
acentuados de la cabeza, el tórax y de los brazos… la voz y el gesto daban a la lectura el
carácter de una performance” (Cavallo, 2011, p. 110)
Si bien en la Grecia antigua ya se practicaba la lectura silenciosa eran muy pocos los que lo
hacían. Se difundió luego ampliamente en la Edad Media y una condición material necesaria
aunque no suficiente que ayudó a consolidarla fue el espaciado entre palabras. Según
Svenbro (2011, p. 85) hubo cambio cualitativo en la actitud respecto de lo escrito y la ciencia
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escolástica explotó sus ventajas para un tipo de lectura más “extensiva”. El lector que lee
para sus adentros no tiene que activar ni reactivar lo escrito mediante la intervención de su
voz. Le parece simplemente que la escritura habla” El lector la escucha dentro de sí mismo,
la voz lectora se interioriza.
Un cambio profundo en cuanto a las formas se dio en el paso del rollo (o volumen) al códice
en los primeros siglos de la era cristiana. En el mundo romano, a partir del s. II d.C. el libro
en forma de rollo comenzó a perder terreno hasta que el códice se impuso especialmente
para obras literarias, científicas y filosóficas. Cavallo (2011, p.121-122) ubica a finales del
siglo III la consolidación del códice en Occidente romano. Para obras teatrales y en ámbitos
administrativos o archivísticos siguieron utilizándose los rollos durante toda la Edad Media,
aunque con el formato denominado rotulus donde la escritura no era paralela a la longitud del
rollo sino perpendicular. El soporte predominante de la escritura de los códices fue el
pergamino, más flexible que el papiro y con posibilidad de utilizar las dos caras. Esta nueva
forma del libro se asocia a transformaciones en las prácticas y los modos de lectura, aunque
no de manera inmediata, y siempre ligadas a otras transformaciones sociales y culturales.
Con el códice, el lector consiguió más libertad de movimiento, al poder apoyarlo se podía leer
y escribir al mismo tiempo, ir de una página a otra o de un libro a otro más cómodamente.
También esta forma permitió la práctica de hacer anotaciones en el libro con la mano que
quedaba libre, en los márgenes y en otros espacios como hojas o partes que quedaban
vacías, las guardas y las caras internas de la encuadernación.
El rollo permitía una continuidad en la lectura ya que la vista iba recorriendo sin
interrupciones las columnas a medida que de desenrollaba, en el códice la porción de texto
que se podía leer sin pausa era la cantidad contenida en la página. Este fraccionamiento en
páginas favoreció también que se comenzaran a utilizar ciertos dispositivos para facilitar (o
regular) la comprensión, como apartados con letras capitulares, párrafos con sangría, con la
intención de hacer “más claro el sentido al lector” (Cavallo, 2011, p.127).
Con la imprenta, no hubo mayores cambios en la forma de presentación de los textos con
respecto al códice, incluso en los llamados incunables se observa cómo trataban de imitar los
manuscritos. De todos modos, en los primeros tiempos de la imprenta debido a limitaciones
técnicas hubo una pérdida del color y de las imágenes insertas entre los textos con respecto
a los manuscritos. Las páginas en blanco y negro y las imágenes en hojas separadas y
también en blanco y negro, sin duda también afectaron la recepción.
La imprenta, como señala Ong (2006, p.123-124) hace un uso mucho más refinado del
espacio para la organización visual del texto, aparecen también las primeras portadas. “Las
portadas son marbetes: manifiestan un concepto del libro como una especie de cosa u
objeto”. El espacio tipográfico influye en la imaginación científica, filosófica, y literaria
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atravesando toda la modernidad hasta nuestros días. La poesía concreta es un ejemplo
extremo que explota justamente la acción recíproca entre las palabras articuladas y el
espacio tipográfico. “La poesía concreta no es el producto de la escritura sino de la tipografía
“(Ong, 2006, p. 127-128)
Los impresos actuales, herederos del códice, cuentan con sólidos dispositivos dispuestos por
el autor y por el trabajo editorial que tratan de fijar los sentidos, de fijar una interpretación,
que por supuesto nunca se logra acabadamente. Si se reflexiona sobre las diversas
ediciones, adaptaciones, traducciones de un texto, queda claro como expresan Cavallo&
Chartier (2011, p. 29) que “Los autores no escriben libros: no, escriben textos que se
transforman en objetos escritos…” y que “las transformaciones de las formas y de los
dispositivos a través de los cuales un texto es propuesto autoriza a apropiaciones inéditas y
crea, por ende, nuevos públicos y nuevos usos”
Generalmente se ha dado preponderancia a los aspectos lingüísticos por sobre los
materiales, de modo que la lectura es vista como una actividad mental de desciframiento de
signos a través de la vista. En estos momentos en que los textos son mostrados en la
pantalla se tiende a prestar mayor atención al aspecto material de los objetos textuales. En el
intento de reconocer en la pantalla los objetos fìsicos conocidos, es que las tecnologías
digitales propuestas para la creación y manipulación de los textos han intentado imitar la
materialidad de lo impreso. Las notebooks y su semejanza a las máquinas de escribir
dactilográficas. El entorno “escritorio” de las computadoras y todo el vocabulario asociado a
la manipulación del textos: la hoja en blanco, los márgenes, cortar y pegar, subrayar, notas al
pie. Los e-readers y su referencia al libro en papel. Las investigaciones tendientes a
desarrollar pantallas táctiles con texturas, que trabajan con voltaje 'engañando' a nuestro
cerebro, que traduce esos impulsos eléctricos en información sensitiva. Es decir, buscando
que la imagen que se percibe a través de la pantalla evoque la fisicalidad.
Para Chartier, A.M.&Hebrard (2002, p. 153) al llevar el texto a la pantalla se privilegió el
“ingreso de imágenes” que conserva la forma original de los documentos al “ingreso de
textos” que hace desaparecer las formas pero que permite una manipulación más ágil de los
documentos. Detrás de ello, estaría la idea de repetir los gestos y acciones que se realizan
en los documentos impresos. En la lectura en pantalla, ya no hay un objeto en las manos del
lector. Los e-readers estarían devolviendo el objeto a las manos del lector, pero un objeto
que puede contener una biblioteca entera en su memoria. Las tablets también ponen un
objeto en la mano, que puede almacenar muchos textos y a su vez al estar conectada a
Internet puede proveer “acceso” a otros tantos. Se han desarrollado aplicaciones para estos
dispositivos móviles, que permiten subrayar o resaltar pasajes, poner un marcador o
señalador de páginas, e incluso insertar comentarios “al margen”, con el agregado de que
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estas notas del lector pueden ser socializadas con la comunidad de lectores que utilizan la
aplicación. También se comercializan cubiertas para los aparatos, que simulan las tapas de
un libro tradicional.
Entre los textos que emulan más fielmente los impresos en cuanto a su organización interna,
presentación y propuesta de lectura se encuentran por ejemplo los artículos de revistas en
PDF, las monografías en procesadores de textos, los e-books que proponen las editoriales
actualmente. Otro tipo son los hipertextos que se construyen a través de enlaces a partir de
bloques de textos, donde también existe la posibilidad de integrar audio y video. En el caso
del hipertexto, el lector va construyendo su lectura en lo que se denomina usualmente
“navegación” a través de los enlaces. Es una lectura interactiva en el sentido de que se
despliega un conjunto de recorridos posibles y el lector debe decidir el progreso de su
lectura. De todos modos la construcción de lecturas por navegación intertextual no es
privativa del ambiente digital, por ejemplo la citación de autores en un texto puede llevar a
realizar una lectura de fragmentos de diversos textos, al visionado de una película, a
escuchar un archivo de audio. Lo que sí conlleva un cambio en el ambiente digital es el
hecho de que todos los textos y cualquiera sea su naturaleza puedan estar integrados en el
mismo medio y puedan traerse a la pantalla casi instantáneamente, sin necesitar más
compromiso del cuerpo que un clic con el mouse o un toque a una pantalla táctil. También lo
es la pérdida de la referencia visible al todo al que pertenece el fragmento, lo cual provoca
una cierta desorientación. “…la información en pantalla empuja a perderse en una maraña de
enlaces; la información está derramada, no confinada” (Chartier&Rodríguez de Las Heras,
2001, p.32)
Chartier&Rodríguez de Las Heras (2001, p. 38) hacen notar que “las palabras … brotan del
fondo de la pantalla, alcanzan la superficie iluminada… se mantienen unos segundos ahí
sostenidas, hasta que un gesto del lector las devuelve al fondo de esta pantalla” . Es decir su
existencia en pantalla es transitoria, en los impresos quedan fijas.
Entonces, la escritura en tanto marcas sobre un material tiene componentes físicos que
proveen una experiencia sensorial, donde están involucrados todos los sentidos. El tacto de
los diversos materiales como arcilla, pergamino, papiro, papel con sus diferentes rugosidades
y peso. La vista en dos aspectos, en el acto de reconocer las marcas (jeroglíficas,
ideográficas, alfabéticas) y la visión de conjunto del objeto, el tipo de objeto como tablillas,
rollos, códice, impresos actuales y sus características: tamaño, grosor, cantidad de folios,
tipo de encuadernación. También cada material conlleva un olor especial: cuero, papel,
tintas. En la pantalla ciertos aspectos materiales se pierden: textura, olor, espesor, peso y
volumen, cuestiones que tratan de evocarse mediante emulación.
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3.2 Función del texto y la lectura
La función otorgada a los textos y sus lecturas, también tienen su historicidad y relación con
las formas materiales.
En la antigüedad las bibliotecas fueron creadas con el propósito de concentración y
apropiación de la cultura escrita por parte del poder, estaban destinadas a seleccionar y
conservar un cierto patrimonio literario o las memorias escritas, civiles y religiosas (Cavallo,
2011, p. 105)
En la época imperial romana se da un ingreso de la mujer al mundo de la palabra escrita, y
sus lecturas están destinadas a “revivir experiencias y sentimientos de mujer”, las imágenes
que se conservaron de Pompeya muestran una mujer que lee sola, en la intimidad del hogar,
probablemente en voz baja ya que los que leían en voz alta y en público eran los hombres
(Cavallo, 2011, p.115-118). En esta época aparece también la literatura de entretenimiento,
para la lectura “por placer”, que a menudo tenían una circulación transversal entre públicos
más cultos y de cultura media-baja. Para las lecturas de entretenimiento se fue imponiendo la
forma del códice, que permitía ahorrar material escriptorio, que generalmente era pergamino
y permitía escribir de las dos caras, se podía confeccionar un libro más pequeño y más
accesible a los menos adinerados.
Cuando el cristianismo decide utilizar el medio escrito para difundir la doctrina también eligió
la forma de códice. El hecho de añadir al códice elementos materiales que guiaran la
comprensión llevó según Cavallo (2011, p. 128) hacia una lectura concentrada y atenta, que
suele denominarse como “intensiva”, con el “sentido impuesto por dispositivos precisos,
adecuada para una captación total del texto, orientada a condicionar fuertemente los modos
de pensar y de actuar…una lectura orientada y normativa”. En la Europa de Alta Edad Media,
los libros se leían sobre todo para conocimiento de Dios y para la salvación del alma en una
“lectura meditada”. El libro se convierte además en “un bien patrimonial” y pasa a ser
“símbolo de lo sagrado y del misterio de lo sacro” (Cavallo&Chartier, 2011, p.43)
Los códices cortesanos era objetos de distinción, ostentación de riqueza, una verdadera
inversión patrimonial donde lo material jugaba parte importante, confeccionado por artistas,
con ilustraciones miniadas y ricas encuadernaciones.
El modelo escolástico de la lectura, entre fines del siglo XI y el XIV, el libro se puso al servicio
de la escuela, se utilizaba para el estudio, el comentario, la predicación, para escribir otras
obras (compilatio) y su morfología acompañó a sus funciones. La necesidad del lector de
encontrar con facilidad lo que buscaba sin necesidad de leer el libro completo generó
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cambios en la presentación. La página se dividió en dos columnas para facilitar la captación
del renglón completo, se establecieron divisiones, se añadieron signos para marcar párrafos,
titulación a los capítulos, subdivisiones entre texto y comentario, sumarios, índices de
contenido y alfabéticos, concordancias. (Hamesse, 2011, p.145-146). Se difundieron las
compilaciones, condensaciones, libros de sentencias, enciclopedias, para ofrecer lo esencial
de los conocimientos junto con glosarios y léxicos. Los estudiantes (y también los profesores)
se vieron tentados a leer estos compendios y no los textos originales de los autores, lo cual
se convirtió en la práctica de buena parte de ellos, que ha llegado hasta la actualidad en la
práctica universitaria. Se instauró el sistema de pecia, que consistía en la reproducción
(manual por ese entonces) de cuadernillos aislados de los libros. Los profesores se reunían
antes de comenzar el curso para decidir los textos que se debían incluir en cada materia y
realizaban estas compilaciones con pecias de diversos originales, práctica que actualmente
se realiza a través de la fotocopia o digitalización de extractos. El ambiente digital es ideal
para este tipo de prácticas y así los artículos de libros y fragmentos escaneados son los
textos más difundidos en la red. También lo es para enciclopedias y diccionarios ya que
permite la recuperación casi instantánea de los datos.
Un dispositivo interesante fue la “rueda de libros” un invento del Renacimiento, que permitía
tener muchos libros abiertos a la vez para confrontar y extraer los pasajes concebidos como
esenciales y el “cuaderno de lugares comunes” donde se anotaban citas, ejemplos,
sentencias. Ambos artefactos suponen e inducen a una lectura que se corta, fragmenta,
descontextualiza e inviste de una autoridad absoluta el sentido literal de lo escrito (Chartier,
1994, p. 58). El hipertexto permite llevar a un extremo la fragmentación y la práctica de
lectura extensiva, a ello se suma la portabilidad de los dispositivos móviles y la posibilidad de
interactuar con otros lectores a través de las redes sociales.
Entre los impresos modernos, hay ejemplos de formas físicas del objeto textual en relación a
la función y los usos: libros de bolsillo como un libro portable y accesible económicamente,
folletines o novelas por entrega para llegar a un público masivo, panfletos para ganar
adeptos a una causa, ediciones cuidadas encuadernadas en tapa dura como símbolo de
distinción para las clases media y alta, libros infantiles de cartón, coloridos y pequeños
También la estructuración interna del texto está en relación con los usos, como el esquema
de apartados de los artículos científicos, libros de texto con ejemplos e imágenes, etc.
Los textos digitales en el espacio de Internet, se presentan completamente funcionales a las
nuevas exigencias en materia de lectura de acuerdo con las necesidades de una sociedad de
la información: “procesar con rapidez y competencia las informaciones necesarias para la
vida social, profesional y cívica” (Chartier, A.M.&Hebrard,2002, p.17). El hipertexto está en
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consonancia con la sociedad red: compuesto por nodos conectados por enlaces entre los
cuales circulan los flujos de información, donde acceder a los datos es la clave.
Albarello (2011) en su investigación sobre lectura en pantallas llega a la conclusión de que la
pantalla y los impresos establecen relaciones diferentes con los lectores e invitan a leer de
distinto modo, y que los lectores eligen uno u otro medio según perciban se adapta mejor a
sus intenciones. Encuentra además que estos tipos de lecturas no son opuestas, sino
complementarias. Por ejemplo, una cuestión que los jóvenes manifiestan es que aprecian
leer en pantalla por la posibilidad de realizar otras actividades simultáneamente, como
chatear, consultar el mail, buscar otras informaciones, y es a la vez esa misma característica
la que los lleva al papel cuando quieren leer de forma intensiva, para estudiar y retener
conceptos sin “distraerse”.
Es similar el caso también de los investigadores que utilizan buscadores, bases de datos y
portales en Internet para localizar información y luego imprimen los artículos para una lectura
detenida. Del mismo modo, ciertos lectores de literatura buscan textos en Internet, los leen
superficialmente y en caso de que les interese realizar la lectura completa consiguen una
versión para descargar al ereader o adquieren el libro en papel.
.
3.3 Orden de los discursos y autoridad
En los primeros tiempos de la escritura, el status de lo escrito era diferente al de la
actualidad. Se seguía confiando más en la palabra hablada: “Los testigos eran prima facie
más creíbles que los textos, porque era posible cuestionarios y obligarlos a defender sus
afirmaciones, mientras que con los textos esto no podía hacerse” Ong (2006, p.98)
En la larga historia de lo escrito existió siempre una vinculación entre tipos de objetos, clases
de textos y prácticas de lecturas, que definía un orden de los discursos a partir de las formas
(libro, revista, periódicos, cartas, documentos legales). En relación a esto, según Chartier
(2011, p.19) en el ambiente digital los diversos tipos de textos, de naturaleza, géneros y usos
muy diferentes aparecen ante el lector en la misma pantalla, y se produce cierta
desorientación en cuanto a jerarquía, clasificación, diferenciación entre los repertorios
textuales. Las formas visibles de los textos son fraccionadas en la pantalla y no es posible
diferenciar los distintos tipos de discursos a partir de su materialidad propia. El lector puede
manipular la apariencia del texto (cambiar la tipografía, su tamaño, color, fondo), lo cual en
las anteriores formas del libro no era posible. El objeto impreso le impone al lector su forma,
su estructura, sus disposiciones, y no supone de ninguna manera la participación del lector
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en la apariencia, que en todo caso sólo puede subrayar, escribir en los márgenes o blancos.
(Chartier & Rodríguez de Las Heras, 2001, 13-14).
En el paso del rollo al códice un punto importante es el efecto sobre la noción misma de libro.
En el caso de los rollos, el libro era entendido como unidad de discurso y se albergaba en un
rollo de modo que el libro se asociaba al objeto, una obra usualmente estaba compuesta de
varios libros y estaba contenida en varios rollos. La noción de lectura total de un libro se
asociaba a la lectura del rollo completo y estaban estabilizadas las convenciones técnicas y
de contenido. En los primeros tiempos del códice se podían reunir en un solo contenedor una
serie de unidades textuales: una o dos obras de un mismo autor, o una miscelánea de
escritos. La “lectura completa” se asociaba al contenido de un códice entero, aún cuando
este contenía varios libros y más de una obra. Si bien se comenzaron a utilizar estrategias
de marcado para señalar el comienzo y final de cada unidad textual o divisiones de libros en
el interior, “el lector terminaba inevitablemente por considerar los textos individuales
contenidos en el libro que sostenía en las manos como un todo único” (Cavallo, 2011, p. 126)
Es interesante lo que explica Chartier (1995, p. 19) en cuanto a que en los primeros tiempos
del códice, fuera del uso que hizo el cristianismo, se impuso muy lentamente. Por ejemplo en
los círculos eruditos siguieron utilizándose los rollos, y en los códices se publicaron obras
“fuera del canon literario”. Algo similar está ocurriendo actualmente en el ambiente digital con
los autores nóveles y la autopublicación en plataformas digitales (hace unos años en los
blogs). En ciertos casos al ganar popularidad (canonización social) sus escritos son captados
por editoriales tradicionales que publican sus libros en papel.
En el ambiente digital “es la percepción de la obra como obra es lo que se vuelve más difícil”
(Chartier, 2011, p.19), ya que a través de la recuperación por palabras claves o temas se
propicia la lectura de fragmentos textuales que no necesariamente llevan a la percepción de
las obras en su identidad completa y singular. Si bien la fragmentación del texto ya se dio en
parte con el códice, al confinar cierta cantidad de texto en una página, se seguía teniendo
una visión de conjunto a través del objeto, lo cual ya no es posible en la pantalla.
La fragmentación de los textos, que se daba en la escolástica, traía ya aparejado el problema
de la “selección”, la figura del compilador y su autoridad era central para asegurar la calidad.
En el mundo impreso actual, el rol editorial funciona como respaldo de validación de lo
escrito, en el ambiente digital la inmediatez de la copia y la distribución hace que tambalee la
figura del editor ya que puede prescindirse de ese rol. Los procesos de filtro social en la red a
través de las folksonomías o etiquetado donde la comunidad es la que da el posicionamiento
a un cierto contenido es una alternativa que implica el rediseño de los criterios de validez
(Gutiérrez, 2008, p. 22)
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En la cultura impresa (y más precisamente “libresca”) hay un orden de los discursos
estabilizado con ciertas categorías como la propiedad intelectual, originalidad de la obra,
autoridad de saber, que se encuentran desafiados en el ambiente digital donde los textos son
maleables, abiertos, móviles. La navegación a mar abierto en Internet, como hacen notar
Wolf & Barzillai (2009, p.44) ofrece poco en cuanto a límites claros, normativa y organización
textual, la competencia para discernirlos queda en manos del lector. Ello le demanda una
serie de habilidades ejecutivas, organizacionales y críticas para navegar los textos y construir
significado.
El libro impreso es un objeto que no permite alterar el texto, si el lector hace anotaciones o
correcciones, debe hacerlo en los márgenes, en los espacios que dejó libre la composición
tipográfica, es en todo caso una participación marginal. “Lo impreso produce una sensación
de finitud, de que lo que se encuentra en un texto está concluido, de que ha alcanzado un
estado de consumación” (Ong, 2006, p.130), no invita a la participación del lector en su
escritura. En un texto digital (pensando en lo que es posible con la tecnología digital y
suponiendo que no se aplican restricciones a través del software) se puede intervenir el
texto, reescribirlo, alterar el orden, tomar fragmentos, modificarlos y reensamblarlos. Se borra
la frontera entre autor y lector, frontera bien definida y realzada por el trabajo editorial en los
impresos, “de modo que la intervención de otro puede modificar continua, profunda y
permanentemente una producción existente sin que necesariamente esto signifique violentar
o destruir la obra sino que en su naturaleza este nuevo objeto de creación está abierto a esa
posibilidad” (Gutiérrez, 2008, p. 23) .Más aún, queda abolido el espacio-tiempo que separaba
el autor del lector. Chartier, A.M. & Hebrard (2002, p.159) opinan que a raíz de la
simultaneidad e interactividad que puede darse entre escritura-lectura “se encuentran en tela
de juicio las escrituras como creaciones y las lecturas como apropiaciones lentas, pacientes,
diferidas…”
En el juego de tensiones entre las categorías heredadas y las mutaciones que las
desestabilizan Chartier (2009, p.70) observa “un intento por restituir no sólo la protección de
los derechos de autores y editores, sino también una cierta estabilidad de la obra en el
contexto de una tecnología abierta a la creación perpetua y a la intervención del lector sobre
unos textos que siempre son objeto de reescritura” es claramente la línea de los ebooks que
proponen actualmente las editoriales aplicando los criterios y categorías del libro impreso al
producto digital, generando archivos cerrados con la estructura de un libro tradicional
destinados principalmente a ser visualizados en un ereader, con diseño de una tapa y en
ciertos casos también se aplican restricciones de copia como el DRM (Digital Rights
Management). Otro ejemplo son las revistas científicas en línea, que han incorporado el
esquema de bases de datos, con palabras clave y buscadores para la recuperación, enlaces
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hipertextuales para la citación y puntos de acceso, pero conservan el texto de los artículos
con el mismo formato tradicional de la publicación impresa trasladado a formato PDF.
Derrida (1997) expresa: “Durante algún tiempo aún, un tiempo difícil de calibrar, el papel
ostenta pues la sacralidad del poder, tiene fuerza de ley, habilita, incorpora, encarna incluso
el alma de la ley, su letra y su espíritu.”
4. Reflexión final
Como se ha argumentado, los textos para ser compartidos van asociados a aspectos
técnicos y materiales en estrecha relación con la organización cultural y usos sociales, según
las épocas, las condiciones ambientales, geográficas, políticas, culturales y el juego de
relaciones de poder. Los textos y su materialidad se construyen y se leen en el seno de lo
social y a la vez construyen lo social en las lecturas y circulación de significados compartidos.
Para comprender cómo la materialidad digital está configurando nuevos modos de lectura y
nuevas formas de interpretar y mirar el mundo, a la par de las investigaciones empíricas de
qué y cómo se lee, hay dos cuestiones que no hay que perder de vista: por un lado revisar
cómo fueron las lecturas y la producción de sentido en las diversas formas materiales en la
historia y por otro, estudiar e interpretar las tecnologías digitales como parte constitutiva de
lo social, de modo de tener siempre presente el ecosistema de comunicación en el que están
inmersas las prácticas.
Una de las dificultades es que si bien actualmente la lectura no se asocia unívocamente con
el libro, en los ambientes de aprendizaje formal tiene aún gran centralidad. Así, como nos
es difícil comprender totalmente la oralidad primaria porque nuestra forma de pensar está
moldeada desde la escritura, tampoco nos es fácil abordar lo digital donde operan otros
códigos y lógicas. Convivimos con una variedad de medios y una fuerte presencia de las
tecnologías digitales en la vida cotidiana, pero también seguimos atados en gran medida a la
metáfora de la página.
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