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Textos escogidosSan Ignacio de Loyola

Vicerrectoría del Medio Universitario

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Textos escogidos San Ignacio

de Loyola

Pontificia Universidad Javeriana

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Contenido

PRIMERA PARTE

Ignacio, el fundador21

SEGUNDA PARTE

Ignacio, acompañante espiritual149

TERCERA PARTE

Ignacio, estratega pastoral241

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Lista de abreviaturas y siglas

Cons Constitutiones S. I., (MHSI).

Epp Epistolae Sti. Ignatii de Loyola, 12 vols. (MHSI).

IHS Monograma del nombre de Jesu-cristo, o también llamado cristo-grama. Símbolo de la Compañía de Jesús (Societas Jesu, S. J.).

MI Monumenta Ignatiana (escritos de San Ignacio de Loyola, que tam-bién hacen parte de la MHSI, di-vididas en cuatro series: Cartas e Instrucciones, 12 vols.; Ejercicios y Directorios; Constituciones y Reglas,

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4 vols. y Escritos sobre San Ignacio, 2 vols.).

MHSI Monumenta Historica Societatis Iesu (colección de 157 documen-tos históricos de la Compañía de Jesús).

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Introducción

Jorge Enrique Salcedo, S. J.Luis Alfonso Castellanos, S. J.

Para este tercer libro hemos seleccionado una serie de documentos de San Ignacio de Loyola, quien plasmó sus experiencias espirituales en los Ejercicios espirituales y la Autobiografía, ya publicados en esta colec-ción. Además de estos, San Ignacio redac-tó las dos Fórmulas del Instituto, el Examen General, las Constituciones de la Compañía de Jesús y más de 7000 cartas, escritos todos en los que se puede apreciar su profunda experiencia de Dios. Dicha experiencia lo convirtió en maestro y acompañante espiritual, hombre de gobierno, superior general y líder que, junto con los primeros

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San Ignacio de Loyola

jesuitas, en la deliberación de 1539 y en las Fórmulas del Instituto, propuso el ideal de la vida que anheló para aquellos hombres que se comprometieran a vivir el segui-miento de Jesucristo.

Los documentos se presentan tal como los escribió San Ignacio. No se le ha hecho ninguna modificación al lenguaje de la época, el cual, con sus tonos arcaicos, evo-ca otros sentidos que enriquecen nuestro español contemporáneo.

Igualmente conservamos para cada texto las divisiones y el aparato técnico que los es-tudiosos de la obra de San Ignacio han estan-darizado en Monumenta Historica S. I. Para las cartas, mantenemos además el orden (número arábigo en el título de la carta) que dispuso la edición de las Obras completas de San Ignacio de Loyola de la Biblioteca de Autores Cristianos, el texto de divulgación y estudio

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Textos escogidos

más conocido en lengua castellana y que ga-rantizará, a quien desee, mayor información.

Con esta selección de documentos cree-mos que nos podemos adentrar en el pro-fundo y rico mundo del espíritu y gobierno de San Ignacio, y que, al leerlo, reflexionarlo e interiorizarlo, podremos ponerlo en prác-tica en la vida espiritual personal y comuni-taria de nuestra universidad.

En la presente edición, tres partes in-tegran diferentes textos con destinatarios, tiempos y preocupaciones diversas. En la primera, “Ignacio, el fundador”, incluimos aquellos textos que fueron escritos por él y sus primeros compañeros para darle es-tructura e institucionalidad a la Compañía de Jesús, y que, en el marco del ordena-miento canónico y eclesiástico, dan cuenta de su proyecto misional. En la segun-da, “Ignacio, acompañante espiritual”,

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San Ignacio de Loyola

recogemos algunas de sus cartas más co-nocidas y apreciadas en la tradición igna-ciana, a través de las cuales vemos su ma-nera de acceder a problemas concretos; en ellas, dirigiéndose a destinatarios específi-cos en casos particulares, genera horizon-tes de compromiso que han sido referentes fundamentales en la historia de los jesuitas y sus obras. En la tercera parte, “Ignacio, estratega pastoral”, presentamos varias cartas e instrucciones que responden a de-safíos particulares de la misión y que nos dan acceso a diferentes elementos tácticos y estratégicos que hoy día siguen siendo útiles para desarrollar de la mejor manera y aun en circunstancias adversas nuestros propósitos más grandes.

En estos documentos, directivos, profe-sores, estudiantes y personal administrativo encontrarán elementos que les permitirán

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entender el “modo de proceder” de una uni-versidad regentada por jesuitas, una insti-tución que enseña, investiga y se proyecta socialmente para ayudar a transformar la realidad de cada uno de sus miembros den-tro de una experiencia que no se reduce a los límites geográficos de la universidad, sino que trasciende a la sociedad colombia-na y al mundo. Apropiándose de los ideales de San Ignacio, la Compañía de Jesús y la comunidad javeriana apuestan por la razón de ser de las facultades, institutos y centros de la universidad, cual es formar hombres y mujeres integrales que aporten verdade- ramente a la comunidad.

San Ignacio, hombre profundamente espiritual y a la vez sumamente práctico, nos enseña a usar los medios, tanto en cuanto que nos ayudan a encontrar la vo-luntad de Dios. Según Walter Kasper,

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San Ignacio de Loyola

Ignacio de Loyola no parte de la doc-

trina, sino de la situación concreta.

Por supuesto, no pretende acomodarse

sin más a la situación; antes bien, in-

tenta juzgarla según las reglas del dis-

cernimiento de los espíritus, tal como

se formula en el libro de los Ejercicios

Espirituales de Ignacio. Con la ayuda de

tal discernimiento espiritual llega lue-

go a concretas decisiones prácticas.*

De acuerdo con la experiencia de Ignacio, Dios quiere que los hombres encuentren sentido en lo que hacen y lo pongan al ser-vicio de los más vulnerables de la sociedad o, en palabras de su época, “ayuden a las ánimas”. Por ejemplo, en una sociedad como la nuestra es urgente apostar por las posibilidades para todos, por las oportu-nidades de acceso a la tierra, al techo y al

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trabajo, por la búsqueda del bien común, de la solidaridad, de la justicia. Solo des-de esa perspectiva se entiende una uni-versidad regentada por la Compañía de Jesús. En estos textos el lector encontrará elementos de discernimiento personal para crecer en la diná-mica de la formación in-tegral de la que hablan los documentos constitutivos de nuestra Universidad Javeriana. En ellos también encontrará experiencias vitales para acom-pañar todo proceso formativo en el cual se halle comprometido, ya sea como res-ponsable o como beneficiario.

San Ignacio parte de la realidad del ser humano. Quiere una formación integral, quiere que la totalidad del ser humano se

* Walter Kasper. El papa Francisco. Revolución de la ternura y el amor. Raíces teológicas y perspectivas pasto-rales. Cantabria: SalTerrae, 2015, p. 25.

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encuentre con Dios. Quiere que el hombre busque el sentido de su existencia, que se logra en el encuentro con el Dios de la vida. Quiere una espiritualidad centrada en Jesucristo y que, con la ayuda del Espíritu Santo, salga a las “periferias existencia-les”. Este encuentro personal con Dios exige que se parta de la realidad de lo que es el hombre: su contexto histórico, sus condiciones sociales, sus luces y sus som-bras, para que, saliendo de sí, construya su proyecto de vida y se enriquezca en senti-dos mayores.

Para San Ignacio es muy importante el ejercicio del discernimiento, y con esta herramienta tanto los directivos como los profesores y el personal administrativo estamos llamados a coadyuvar en la for-mación de nuestros estudiantes. En el es-tilo epistolar ignaciano podemos ver a un

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maestro cercano y delicado que acompa-ña a jesuitas y amigos en la especificidad de cada caso. Sus inspiradoras cartas sin duda nos ayudarán a crecer personalmen-te y a la vez a ejercer el acompañamiento personal, la cura personalis.

A través de este legado seguimos ali-mentando nuestro interés por discernir los signos de los tiempos en medio de las alegrías y las tristezas de nuestro país, de manera que podamos darle a nuestra universidad el magis deseado, sabiendo que es una institución que se renueva conti-nuamente. De igual manera, estos do-cumentos nos permiten ver los trazos primeros que abrieron para el mundo el desarrollo de la Compañía de Jesús como una orden que privilegia y estima la edu-cación universitaria. Estos lineamientos siguen inspirando nuestros compromisos

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actuales, si bien las estructuras presentes distan mucho de parecerse al contexto histórico vivido por San Ignacio, el cual podremos conocer en gran parte gracias a estas páginas.

Invitamos a los lectores de estos escri-tos a realizar una lectura meditativa, re-flexiva, libre de prejuicios; a dejarse inter-pelar por estas líneas, que provienen de una profunda experiencia espiritual, y a que, a través de un ejercicio de discernimiento, descubran cómo poner en práctica en la vida cotidiana, tanto a nivel personal como comunitario, este gran legado de San Ignacio de Loyola.

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PRIMERA PARTE

Ignacio, el fundador

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1

Deliberación delos primeros padres*

La deliberación de los primeros jesuitas, de 1539,

llevada a cabo en la ciudad de Roma durante

varios meses, nos muestra el proceso de discerni-

miento que siguieron para decidir sobre el modo

de vida que debían llevar en adelante y la forma

en que debían proceder los nuevos miembros de la

que se llamaría Compañía de Jesús para buscar

y hallar la voluntad de Dios. Para este dis-

cernimiento, durante el día

Ignacio y los primeros com-

pañeros se dedicaban a los

ministerios apostólicos y a pedir limosna para

su sustento. En las noches se reunían para orar y

luego manifestaban sus pros y contras respecto a

los asuntos relativos a la estructura de la nueva

*MI, Series Ter-tia, I, 15 abril de 1539, pp. 1-7.

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San Ignacio de Loyola

orden, a los votos que cada uno de los miembros

haría, a la forma como se sostendrían y al cuarto

voto de obediencia que harían al vicario de Cristo.

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La Cuaresma recién pasada, como se nos viniera encima el tiempo en que sería necesario dividirnos y separar-

nos unos de otros —lo que también esperá-bamos con los mayores deseos, para llegar cuanto antes al fin que habíamos prefijado y pensado de antemano, y con vehemencia deseado— determinamos reunirnos, por muchos días antes de separarnos, para tra-tar unos con otros de esa vocación nuestra y modo de vivir. Habiéndolo hecho ya mu-chas veces, y como unos de nosotros fuesen franceses [Paschase Broët, Jean Codure], otros españoles [Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla, Simão Rodrigues (portugués)], otros saboyardos [Pierre Favre, Claude Jay], otros cántabros [Ignacio de Loyola, Francisco Javier], es-tábamos divididos en varias sentencias y opiniones sobre este estado nuestro, si bien

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todos teníamos una misma mente y volun-tad común, a saber, buscar la voluntad de Dios que fuera perfectamente de su agrado, conforme al objeto de nuestra vocación; sin embargo, en los medios más acertados y de mayor fruto tanto para nosotros como para nuestros demás prójimos, había algu-na pluralidad de sentencias. Y a ninguno debe parecer extraño que entre nosotros, débiles y frágiles, ocurriera esta plura-lidad de sentencias, ya que también los mismos Príncipes y columnas de la Iglesia Santísima, los Apóstoles y muchos otros varones de elevada perfección, con los cua-les somos indignos de ser comparados, ni de lejos, difirieron en pareceres y aún los tuvieron opuestos entre ellos, y consigna-ron por escrito sus sentencias contrarias. Así, pues, juzgando también nosotros de varios modos, y como estábamos solícitos y

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vigilantes para encontrar un camino plena-mente abierto por el cual nos ofreciéramos todos nosotros en holocausto a Nuestro Dios, en cuya alabanza, honor y gloria ce-diera todo lo nuestro, determinamos, y de común acuerdo resolvimos ocuparnos con más fervor de lo acostumbrado en oracio-nes y sacrificios y meditaciones, y después de poner de nuestra parte la diligencia po-sible, en lo demás arrojar en el Señor todos nuestros proyectos, poniendo nuestra es-peranza en El, puesto que siendo tan bueno y liberal que a ninguno que a El acude con humildad y simplicidad de corazón niega el buen espíritu, antes a todos les da con largueza sin hacer reproches a nadie, de ninguna manera nos fallaría a nosotros, más aún, que nos asistiría, conforme a su benignidad, con mayor sobreabundancia de lo que pedimos o entendemos.

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Por eso empezamos a emplear nuestros esfuerzos humanos y a proponer entre no-sotros algunas dudas, dignas de diligente y madura consideración y providencia so-bre las que solíamos pensar y meditar du-rante el día, investigándolas también por medio de la oración. Y por la noche, lo que cada uno había juzgado más recto y más conveniente, lo proponía en común, para que la sentencia verdadera, y examinada y aprobada por los votos de la mayoría y por las razones más eficaces, la abrazáramos todos a una.

La primera noche que nos reunimos se propuso la siguiente duda: si conven-dría más que después de haber ofrecido y dedicado nuestras personas y vida a Cristo Nuestro Señor y a su verdadero y legítimo Vicario, para que él disponga de nosotros y nos envíe a donde juzgue que podamos

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dar mayor fruto, ya sean (turcos), o indios, o herejes, o cualesquiera otros fieles o no creyentes, si convendría más, digo, que es-tuviéramos de tal modo unidos o ligados entre nosotros formando un solo cuerpo, que ninguna división corporal, por gran-de que fuese, nos separara; o si quizá no conviniera de este modo. Para que esto se aclare con un ejemplo, tenemos que el Sumo Pontífice envía ahora a dos de no-sotros [Broët y Rodrigues] a la ciudad de Siena: ¿debemos tener nosotros cuidado de los que van allá y ellos de nosotros, y reconocernos mutuamente, o tal vez no cuidar de ellos más que de los de fuera de la Compañía? Finalmente determina-mos la parte afirmativa, es decir, después que el clementísimo y piadosísimo Señor se había dignado unirnos unos a otros y congregarnos, así débiles y oriundos de tan

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diversas regiones y costumbres, que no de-beríamos romper la unión y congregación hecha por Dios, sino más bien confirmarla y asegurarla cada día más, agrupándonos en un cuerpo, y teniendo cuidado y com-prensión unos de otros para mayor fruto de las almas, ya que para buscar con ahínco cualesquiera bienes arduos, la misma fuer-za unida tiene más vigor y fortaleza que si estuviera fragmentada en muchas partes. Sin embargo, todo lo dicho y lo que se dirá, queremos que se entienda de esta manera: absolutamente nada afirmamos por im-pulso y ocurrencia nuestra, sino solo, sea lo que sea, lo que el Señor inspire y la Sede Apostólica confirme y apruebe.

Habiendo decidido y resuelto esta pri-mera duda, se llegó a otra más difícil, digna de no menor consideración y provi-dencia; a saber, si después que habíamos

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emitido el voto de castidad perpetua y el voto de pobreza en manos del Reverendísimo Legado de Su Santidad, cuando estábamos en Venecia, convendría emitir un tercero, o sea el de obediencia a alguno de nosotros, para que más sinceramente y con mayor alabanza y mérito pudiéramos cumplir en todo la voluntad del Señor, Nuestro Dios, y juntamente lo que libremente quiera man-dar Su Santidad, a quien con sumo gusto habíamos ofrecido todo lo nuestro, la vo-luntad, el entendimiento, la capacidad, etc.

A fin de resolver esta duda, como des-pués de haber orado y pensado muchos días, y nada nos ocurriera que satisf i-ciere nuestros ánimos, con la esperanza en Dios, empezamos a discutir algunos medios para mejor resolver la duda. Y en primer lugar: ver si convendría que todos nos retiráramos a un lugar solitario y allí

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permaneciéramos treinta o cuarenta días entregados a meditaciones, ayunos y pe-nitencias, a fin de que el Señor escuchara nuestros deseos, y se dignara fijar en nues-tras mentes la solución de la duda; o si tres o cuatro, en nombre de todos, debieran ir allá para el mismo efecto; o si ninguno fuera al lugar solitario, que permaneciendo todos en la urbe dedicáramos la mitad del día úni-camente a nuestro negocio, de suerte que hubiera más comodidad y amplitud para meditar, reflexionar y orar, y el resto del día lo empleáramos en los ejercicios acostum-brados de predicar y oír confesiones.

Finalmente, habiéndolo discutido y examinado, decidimos que todos perma-neciéramos en la urbe, principalmente por dos razones: primera, para que no se pro-dujera rumor o escándalo en la ciudad y en la gente, y se formaran el juicio —así suele

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ser la inclinación de los hombres a juzgar temerariamente— de que o habíamos hui-do, o tramábamos algo nuevo, o éramos inestables y poco firmes y constantes en lo ya comenzado. La segunda, que entretanto no sufriere daño el fruto que entonces veía-mos se hacia grande con las confesiones, predicaciones y los demás ejercicios espiri-tuales, y tan grande, que aun siendo cuatro veces más de los que éramos, no podría-mos, como ni ahora podemos, satisfacer a todos. Lo segundo de que empezamos a discutir para encontrar el camino de solu-ción, fue proponer a todos y a cada uno las tres siguientes preparaciones. La primera, que cada uno de tal modo se preparara con oraciones, sacrificios y meditaciones, que se esforzara por encontrar gozo y paz en el Espíritu Santo acerca de la obediencia, tra-bajando, en lo que depende de sí mismo,

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por tener la voluntad más aficionada a obe-decer que a mandar, donde se siga igual gloria de Dios y alabanza de Su Majestad. La segunda preparación del ánimo es que ninguno de los compañeros hablara con otro de ellos acerca de esta cuestión ni le preguntara razones, para que por ninguna persuasión ajena uno se moviera o incli-nara más a obedecer que a no obedecer, o al contrario, sino que cada quien buscara únicamente lo que en la oración y medita-ción sacara como lo más conveniente. La tercera, que cada uno hiciera cuenta de ser ajeno a esta congregación nuestra, y que nunca esperara ser recibido en ella, para que con esta consideración absolutamente ningún afecto lo lleve a opinar y juzgar más según tal afecto: sino, como extraño, expresara libremente su opinión acerca del propósito de obedecer o no obedecer, y

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finalmente con su juicio confirme y aprue-be aquello que crea será mayor servicio de Dios y más segura conservación perma-nente de la Compañía.

Con estas previas disposiciones de áni-mo, arreglamos que el día siguiente acu-dieran todos preparados para decir todos los inconvenientes que pudieran darse contra la obediencia, todas las razones que ocurrieran, y las que cada uno de los nuestros había hallado a solas pensando, meditando, orando, y cada uno por su orden manifestaba lo que había sacado. Por ejemplo, decía uno: parece que este nombre de religión u obediencia no tiene buena fama en el pueblo cristiano, por nuestros deméritos y pecados, como debía tenerla. Otro decía: sí queremos vivir bajo obediencia, quizá nos obligará el Sumo Pontífice a vivir bajo otra Regla ya hecha y

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establecida; con esto sucedería que, al no darse igual oportunidad y lugar de actuar en lo que toca a la salvación de la almas, que es lo único que buscamos después del cuidado de nosotros mismos, se frustra-rían todos nuestros deseos, según nues-tro juicio aceptos al Señor Dios Nuestro. Igualmente otro: si damos obediencia a alguno, no entrarán tantos en nuestra congregación para trabajar fielmente en la viña del Señor, en la cual, a pesar de ser tan grande la mies, se encuentran pocos verda-deros operarios, y muchos, así es la debili-dad y fragilidad humana, más buscan su conveniencia y propia voluntad, que la de Jesucristo y la plena negación de sí. Igual-mente otro de otro modo, y un cuarto, y un quinto, etc., explanando los inconvenien-tes que se ofrecían contra la obediencia. El día subsiguiente razonábamos en sen-

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Textos escogidos

tido contrario, aportando en común las ventajas y frutos de la misma obediencia, que cada uno había recogido en la oración y meditación; y, por turno, cada uno adu-cía lo meditado, sea llevando las cosas a lo imposible, sea afirmando sencillamente. Por ejemplo: alguno llevaba el asunto a lo absurdo e imposible. Si esta congregación nuestra tuviera el cuidado de cosas prác-ticas sin el suave yugo de la obediencia, ninguno tendría cuidado puntual de ellas, pues uno le echaría a otro la carga, como muchas veces lo hemos experimentado. Igualmente, si esta congregación existie-ra sin obediencia, no podría permanecer y perseverar por mucho tiempo, lo cual se opone a nuestra primera intención de con-servar perpetuamente nuestra Compañía; por tanto, puesto que con ninguna cosa se conserva más una congregación que con la

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San Ignacio de Loyola

obediencia, nos parece necesaria, princi-palmente para nosotros, que hemos hecho voto de perpetua pobreza, y nos ocupamos en trabajos de atención continua, así espi-rituales como temporales, en los que me-nos se conserva la Compañía. Otro, afir-mando, decía así: la obediencia produce actos y virtudes heroicas, aun continuas. Porque el que verdaderamente vive bajo la obediencia, está muy dispuesto a ejecutar todas las cosas que se le ordenen, aunque sean sumamente difíciles, o causen con-fusión o risa y espectáculo para el mundo; como, por ejemplo, si se me impusiera que anduviera sin vestido o vestido con ropas desusadas por calles o plazas; aunque esto nunca se mande, mientras uno está verda-deramente pronto para hacerlo, negando su propio juicio y toda su voluntad, estará siempre en actos heroicos y que aumentan

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el mérito. Igualmente, nada debilita tanto toda soberbia y arrogancia como la obe-diencia. Pues la soberbia tiene en mucho seguir el propio juicio y la propia voluntad, no ceder ante nadie, andar en cosas más grandes y admirables de lo que a sí con-viene; a esto se opone diametralmente la obediencia; porque sigue siempre el juicio ajeno y la voluntad de otro, cede a todos, y se acompaña estrechísimamente con la humildad, que es enemiga de la soberbia. Y aunque nosotros hemos entregado al Sumo Pontífice y Pastor toda obediencia, tanto universal como particular, sin embargo no podría ocuparse de todas nuestras cosas particulares y que vayan ocurriendo, que son innumerables, ni, aunque pudiera, se-ría decoroso que se ocupase.

Por tanto, muchos días discutimos en uno y otro sentido acerca de la solución

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San Ignacio de Loyola

de esta duda, ponderando y examinan-do las razones de más trascendencia y las más eficaces, entregados a los ejercicios acostumbrados de oración meditación, reflexión; después, finalmente, dándo-nos auxilio el Señor, concluimos, no por parecer de la mayoría, mas sin que nadie disintiera: que nos es más expeditivo y más necesario dar obediencia a alguno de nosotros, para poder realizar mejor y más exactamente nuestros primeros deseos de cumplir en todo la Divina Voluntad, y para que se conserve más seguramente la Compañía, y, finalmente, para que se pue-da proveer como conviene a los negocios particulares que se ofrezcan, tanto espiri-tuales como temporales.

Conservando de modo semejante al mismo orden de discusión y procedimien-to en las cosas restantes, siempre delibe-

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rando en pro y en contra de cada una, nos detuvimos en estos y en otros asuntos durante casi tres meses, desde mitad de la Cuaresma hasta la fiesta de San Juan Bautista inclusive. Ese día llevamos a tér-mino y concluimos todos los asuntos con suavidad y profundo acuerdo, no sin que grandes vigilias, oraciones y trabajos de alma y cuerpo precedieran antes de que los determináramos y decidiéramos.

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2

Fórmulas del Instituto

Este documento y el siguiente son las dos fórmu-

las del Instituto aprobadas por los papas Pablo

III en 1540, y Julio III en 1550, respectivamente.

En ellas se enfatiza que la nueva orden religiosa

es un medio para servir a Dios Nuestro Señor y

su representante en la tierra, el romano pontífice.

Según los textos, quien entre a esta nueva insti-

tución está llamado a conseguir su propia salva-

ción y la salvación de las demás personas, y todo

esto se logrará mediante la predicación pública

de la palabra de Dios, los ejercicios espirituales

y las obras de caridad. En estos dos documentos

se invita a los jesuitas a instruir a los niños y a

todos los hombres y mujeres en las verdades del

cristianismo, a acompañarlos y a consolarlos en

sus búsquedas espirituales.

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Textos escogidos

Para San Ignacio, el nuevo Instituto es un medio

y no un fin en sí mismo. Por eso, todo aquel que

emprenda esta experiencia espiritual deberá co-

locar todos los medios posibles para lograr el fin

para el cual fue creado. San Ignacio quiere hom-

bres muy obedientes al superior general y local

y una especial obediencia a todos los romanos

pontífices que tendrá la Iglesia a lo largo de los

siglos. Según las fórmulas, los sujetos tendrán

que vivir bajo tres votos de pobreza, castidad y

obediencia, y algunos de ellos harán un cuarto

voto de obediencia al papa. El sentido de los tres

votos es una experiencia de anonadamiento y en-

trega total a Dios.

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I. Regimini militantis Ecclesiae*

Formula aprobaday confirmada por el Papa Paulo III

el 27 de septiembre de 1541

Cualquiera que bajo el estandarte de la Cruz pretenda militar como soldado de Dios en nuestra Compañía, que

deseamos se distinga con el nombre de Jesús, sirviendo solamente al Señor y al Romano

Pontíf ice, su Vicario en la Tierra, después del so-lemne voto de perpetua castidad, persuádase que es miembro de una Com-pañía fundada principal-mente para aprovechar

a las almas en la vida y doctrina cristiana, para propagar la fe por medio de la pública

1.

* Ricardo García-Villoslada. San Ignacio de Loyola. Nueva Biografía. Madrid: Biblio-teca de Autores Cristianos, 1986, pp. 468-469.

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Textos escogidos

predicación y el ministerio de la palabra de Dios, ejercicios espirituales y obras de ca-ridad, y singularmente para instruir a los niños y a los rudos en las verdades del Cris-tianismo, y para consolar espiritualmente a los fieles oyendo sus confesiones. Procuren todos tener siempre ante los ojos primero a Dios, y después la naturaleza de este Institu-to, que es un camino para llegar a El, y pro-pongan con todas sus fuerzas alcanzar este fin que Dios les propone, cada uno según la gracia que el Espíritu Santo le comuni- care... En manos del Prepósito o prelado que hemos de elegir estará el señalar a cada uno su grado y el distribuir los oficios que debe ejercitar, para que se guarde el concierto ne-cesario en toda comunidad bien formada.Este Prepósito, con el consejo de sus com-pañeros, tendrá autoridad para estable-cer en congregación “Constituciones”

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San Ignacio de Loyola

conducentes a la consecución del f in que nos hemos propuesto, siempre a mayoría de votos en la congregación. Este consejo o congregación se hará, en las cosas más graves y perpetuas, por la mayor parte de toda la Compañía que el Prepósito podrá cómodamente convocar; y, en las meno-res y transitorias, por todos aquellos que estén presentes en el lugar donde reside nuestro Prepósito, en cuyas manos estará todo el derecho de mandar.

Sepan todos los compañeros y reca-paciten diariamente, no solo en los co-mienzos de su profesión sino en toda la vida, que toda esta Compañía y cada uno de sus miembros militan por Dios, bajo la f iel obediencia de nuestro Santísimo Señor el Papa y de los demás Romanos Pontíf ices, sus sucesores. Y aunque el Evangelio nos enseña y por la fe ortodoxa

2.

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Textos escogidos

sabemos y firmemente confesamos que todos los fieles cristianos están sujetos al Romano Pontífice como a cabeza y Vicario de Jesucristo, sin embargo, para mayor humildad de nuestra Compañía, para más perfecta mortificación de cada uno y abne-gación de nuestras voluntades, juzgamos en sumo grado conducente obligarnos a esto con voto particular, además del víncu-lo común de todos los cristianos; de suerte que, sin tergiversaciones ni excusas, este-mos obligados a cumplir, en cuanto nos sea posible, todo lo que el actual Pontífice Romano y sus futuros sucesores nos man-daren para bien de las almas y propaga-ción de la fe en cualesquier provincias adonde nos quiera enviar, bien sea a los turcos o a cualesquiera otros infieles, bien a las partes que llaman Indias o a países de herejes, cismáticos o de fieles cristianos...

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San Ignacio de Loyola

Todos hagan voto de obedecer al Prepósito de la Compañía en todas las cosas que pertenecen a la observancia de esta nuestra Regla. Y él mande lo que crea oportuno para alcanzar el fin que Dios y la Compañía le han señalado. En su gobierno se acordará siempre de la benignidad, man-sedumbre y caridad de Cristo, y de la norma que dan San Pedro y San Pablo. Y tanto él como sus consejeros miren asiduamente a esa norma. Y tengan por especialmente recomendada la instrucción de los niños y gente ruda en la doctrina cristiana y en-señanza de los Diez Mandamientos y en otros rudimentos semejantes de la religión, como les parecerá más oportuno según las circunstancias de personas, lugares y tiem-pos. Muy necesario es que el Prepósito y sus consejeros cuiden con especial vigilancia de este ministerio, pues el edificio de la fe

3.

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49

Textos escogidos

no puede surgir en los prójimos sin funda-mento; y en los nuestros existe el peligro de que cuanto fueren más doctos, quizá rehúsen más este trabajo como menos bri-llante a primera vista, siendo así que ningu-no hay tan fructuoso, ya para edificar a los prójimos, ya para que los nuestros ejerciten las virtudes de la caridad y humildad.

Conociendo por experiencia que la vida es tanto más agradable, pura y edi-ficante cuanto más apartada de cualquier sombra de avaricia y más semejante a la pobreza evangélica; y sabiendo que nues-tro Señor Jesucristo ha de suministrar lo necesario para el sustento y el vestido a sus siervos que sólo buscan el Reino de Dios, hagan todos y cada uno voto de perpetua pobreza, declarando que ni en privado ni comunitariamente podrán recibir bienes inmuebles, o rentas, o entradas, o dere-

4.

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chos civiles para el sustento y uso de la Compañía; sino que en todo se contenta-rán con el uso de las cosas que les den para satisfacer las necesidades de la vida.

Esto no obstante, pueden tener en las uni-versidades uno o más colegios que posean rentas, censos o posesiones, que se aplica-rán a los usos y necesidades de los estudian-tes, reteniendo el Prepósito y la Compañía el gobierno omnímodo y la superintendencia sobre dichos colegios y estudiantes, en lo que toca a la elección de superior o superio-res y estudiantes; a la admisión, recepción o exclusión de los mismos; a la ordenación de estatutos para la instrucción, erudición, edificación y corrección, gobierno y cuidado de los mismos estudiantes; para el modo de proporcionarles alimento y vestido… Es-tos estudiantes, después de manifestarse aprovechados en espíritu y letras, y una vez

5.

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probados suficientemente, podrán ser admi-tidos en nuestra Compañía.

Todos los nuestros ordenados in sa-cris, aunque no posean beneficios o rentas eclesiásticas, están obligados a decir el oficio divino, en particular y no en común, según el rito de la Iglesia.

Estas son las cosas que, con el bene-plácito de nuestro Señor el Pontífice Paulo III y de la Sede Apostólica, pudimos expli-car, como en esbozo, acerca de nuestro propósito. Lo hicimos sumariamente para responder por escrito a los que desean informarse de nuestra profesión y a los ve-nideros que, si Dios lo quiere, serán imita-dores de nuestro género de vida.

“No hallando en lo que antecede nada que no sea piadoso y santo... Nos, en vir-tud de nuestra autoridad apostólica, por tenor de las presentes y de ciencia cierta

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aprobamos, confirmamos, bendecimos y con sello de perpetua firmeza corrobo-ramos todas y cada una de las cosas ante-dichas; y a los miembros de la Compañía los recibimos bajo nuestra protección y de la Santa Sede Apostólica. Dada en Roma, junto a la iglesia de San Marcos, año 1540 de la Encarnación, 27 de septiembre, sexto de nuestro pontificado. Pablo III”.

2. Exposcit debitum*

Fórmula del Instituto aprobada y confirmada por el Papa Julio III

el 21 de julio de 1550

Todo el que quiera militar para Dios bajo el estandarte de la cruz en nuestra Com-pañía, que deseamos se distinga con el

1.

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nombre de Jesús, y servir solamente al Señor y a su Esposa la Iglesia bajo el Romano Pon-tífice, Vicario de Cristo en la Tierra, per-suádase que, después del voto solemne de perpe-tua castidad, pobreza y obediencia, es ya miem-bro de esta Compañía, fundada principalmente para emplearse en la de-fensa y propagación de la fe y en el provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana, sobre todo por medio de las públicas predicaciones, lecciones y cualquier otro ministerio de la palabra de Dios, de los ejercicios espirituales, de la doctrina cristiana a los niños y gente ruda, y del consuelo espiritual de los fieles, oyen-do sus confesiones y administrándoles los otros sacramentos. Y, con todo, se muestre

* Ignacio de Loyo-la. Obras. Edición revisada y actuali- zada por Manuel Ruiz Jurado, S. J. Madrid: Biblio-teca de Autores Cristianos, 2013, pp. 390-394.

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disponible a la pacificación de los desave-nidos, al socorro de los presos en las cár-celes y de los enfermos en los hospitales y al ejercicio de las demás obras de mise-ricordia, según pareciere conveniente para la gloria de Dios y el bien común; haciendo todo esto gratuitamente, sin recibir esti-pendio ninguno por su trabajo. Procure, mientras viviere, poner delante de sus ojos ante todo a Dios, y luego el modo de ser de este su Instituto, que es camino para ir a Él, y alcanzar con todas sus fuerzas el fin que Dios le propone, aunque cada uno según la gracia con que le ayudará el Espíritu Santo y según el propio grado de su vocación. Por tanto, para que ninguno se guíe por su celo propio, sin discreción, estará en manos del Prepósito General o del prelado que en cada tiempo eligiéremos, o de los que este pondrá en su lugar, el dar y señalar a cada

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uno el grado y el oficio que ha de ejercitar a fin de que se conserve el debido orden, necesario en toda sociedad bien consti-tuida. El cual Prepósito, con el consejo de sus compañeros, tendrá autoridad para hacer “Constituciones” encaminadas a la realización del fin que nos hemos pro-puesto, tocando siempre a la mayoría de votos el derecho de tomar la decisión. Y tendrá también autoridad para declarar las dudas que surgieren en nuestro Instituto, compendiado en esta fórmula. Y se entien-da que el consejo que se ha de congregar necesariamente para hacer o cambiar las “Constituciones” y para resolver los pun-tos más importantes, como son enajenar o deshacer casas y colegios una vez funda-dos, ha de estar formado por la mayor par-te de toda la Compañía profesa (según la declaración de nuestras “Constituciones”),

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que sin grave inconveniente se podrá con-vocar por el Prepósito General. En las otras cosas que no son de tanta importancia, el mismo Prepósito tendrá todo el derecho para ordenar y mandar lo que juzgare que conviene para la gloria de Dios y el bien común, contando con el consejo de sus hermanos, en la forma que en las mismas “Constituciones” se explicará.

Todos los que emitieren la profesión en esta Compañía tengan presente, no solo al principio, sino durante toda su vida, que esta Compañía y todos los que en ella profesan son soldados de Dios, que militan debajo de la fiel obediencia de nuestro santísimo señor el Papa Paulo III y de los otros Romanos Pontífices, sus su-cesores. Y aunque el Evangelio nos enseña y por la fe ortodoxa sabemos y firmemen-te creemos que todos los fieles cristianos

2.

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están sometidos al Romano Pontífice como a su cabeza y como a Vicario de Jesucristo, con todo, por una mayor devoción a la obediencia de la Sede Apostólica, para mayor abnegación de nuestras voluntades y para ser más seguramente dirigidos por el Espíritu Santo, hemos creído que será sumamente conducente que cada uno de nosotros y todos aquellos que en adelan-te harán la misma profesión, además del vínculo común de los tres votos, se obli-guen con voto especial a cumplir todo lo que el actual Romano Pontífice y sus su-cesores nos mandaren respecto al prove-cho de las almas y propagación de la fe, y a ir inmediatamente, en cuanto estará de nuestra parte, sin tergiversaciones ni ex-cusas, a cualquier parte del mundo adonde nos quieran enviar, o a los turcos o a cua-lesquiera otros infieles, aun a aquellas

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partes que llaman Indias, o a otras tierras de herejes, cismáticos o fieles cristianos.

Por lo cual, los que quieran agregarse a nosotros, aún antes de echar sobre sus espaldas esta carga, ponderen bien y des-pacio, según el consejo del Señor, si tienen tanto caudal de bienes espirituales, que puedan dar cima a la construcción de esta torre; es decir, si el Espíritu Santo, que los mueve, les promete tanta gracia que puedan esperar que, con su auxilio, po-drán soportar el peso de esta vocación. Y después que, con la divina inspiración, se hubieren alistado en esta milicia de Cristo, deben estar preparados de día y de noche, ceñida la cintura, para pagar esta deuda tan grande. Y para que no pueda entrar entre nosotros la ambición o el rechazo de estas misiones o destinos, entiendan todos que no han de procurarse con el

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Romano Pontífice, por sí ni por otro, nada que a ello se refiera, sino que han de dejar este cuidado a Dios y al Papa, como a su Vicario, y al Prepósito de la Compañía. El cual, como los demás, tampoco procura-rá, en un sentido u otro, con el Sumo Pon-tífice acerca de su misión, si no fuere con el consejo de la Compañía.

Hagan también todos voto [de] que, en todas las cosas pertenecientes a la guarda de esta nuestra Regla, obedecerán al Pre-pósito de la Compañía. Para el cual cargo se elegirá, a mayoría de votos, el que fue-re más apto para desempeñarlo, como se declarará en las “Constituciones”. Y él ten-drá toda aquella autoridad y poder sobre la Compañía que convendrá para la bue-na administración, corrección y gobierno de la misma. Y mande las cosas que viere ser oportunas para la consecución del fin

3.

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que Dios y la Compañía le han señalado. Y en su gobierno acuérdese siempre de la benignidad, mansedumbre y caridad de Cristo y del modelo de San Pedro y San Pablo. Y tanto él como su consejo tengan siempre delante de los ojos esta norma. Y cada uno de los súbditos, tanto por los grandes bienes que lleva consigo el orden, como por el nunca bastantemente alaba-do ejercicio constante de la humildad, no solo sean obligados a obedecer siempre al Prepósito, en todas las cosas que pertene-cen al Instituto de la Compañía, sino que reconozcan en él, como presente, a Cristo, y le reverencien cuanto conviene.

Y porque hemos experimentado que aquella vida es más feliz, más pura y más apta para la edificación del prójimo, que más se aparta de todo contagio de avari-cia y se asemeja más a la pobreza evangé-

4.

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lica; y porque sabemos que nuestro Señor Jesucristo proveerá de las cosas necesarias para el sustento y vestido de sus siervos que no buscan más que el reino de Dios, hagan todos y cada uno el voto de perpetua pobreza de tal modo que ni los profesos, en particular o en común, ni alguna casa o iglesia de los mismos puedan adquirir ningún derecho civil para retener entra-das, rentas o posesiones o bienes algunos estables, fuera de los que serán oportunos para su uso propio y habitación, conten-tándose con lo que por caridad les será dado para el uso necesario de la vida.

Pero, porque las casas que Dios nos diere se han de destinar para trabajar en su viña, y no para ejercitar los estudios, y porque, por otra parte, parece muy con-veniente que algunos de entre los jóvenes en quienes se descubre inclinación a la

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piedad y aptitud para los estudios se pre-paren para operarios de la viña del Señor, que sean como seminario, aun de la Com-pañía profesa, pueda la Compañía profesa tener colegios de estudiantes, donde quie-ra que algunas personas se movieren, por su devoción, para construirlos y dotarlos. Y suplicamos que estos colegios, en cuanto fueren construidos y dotados (aunque no con los bienes cuya concesión pertenece a la Sede Apostólica), se tengan por erigidos con autoridad Apostólica. Y estos colegios pueden tener rentas, censos o posesiones, que se hayan de aplicar a los usos y necesi-dades de los estudiantes, quedando al Pre-pósito o a la Compañía todo el gobierno y superintendencia sobre dichos colegios y estudiantes, respecto a la elección de los rectores o directores y de los estudiantes, en lo que toca a su admisión, despido,

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recepción y exclusión, a la ordenación de los estudios, a la instrucción, enseñanza, edif icación y corrección de los mismos estudiantes, al modo de darles alimento, vestido y las demás cosas necesarias, y a todo lo referente al gobierno, dirección y cuidado de los estudiantes; de tal modo que ni los estudiantes puedan usar mal de los dichos bienes, ni la Compañía pro-fesa los pueda aplicar para uso propio, sino para socorrer a las necesidades de los estudiantes. Y estos estudiantes deben dar tales muestras de talento y de buenas cos-tumbres, que se pueda justamente esperar que, acabados los estudios, serán aptos para los ministerios de la Compañía, y así finalmente, una vez conocido su aprove-chamiento en virtud y letras y después de una suficiente probación, puedan ser ad-mitidos en nuestra Compañía.

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Y todos los miembros de la Compa-ñía, dado que han de ser presbíteros, sean obligados a decir el oficio divino según el rito común de la Iglesia, pero en privado y no en común o en coro. Y en todo lo que se refiere al comer, vestir y las demás co-sas exteriores, seguirán el uso común y aprobado de los honestos sacerdotes, de manera que lo que de esto se quitare, o por necesidad o por deseo del provecho espiri-tual, se ofrezca por devoción y no por obli-gación, como un ofrecimiento razonable del cuerpo a Dios. Estas son las cosas que, sometiéndolas al beneplácito de nuestro señor Paulo III y de la Sede Apostólica, he-mos podido explicar, a modo de imagen de nuestra profesión. La cual hemos trazado para poder informar brevemente, tanto a los que nos preguntan sobre nuestro modo de vida, como también a nuestros suceso-

5.

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res, si Dios quiere que tengamos imitado-res que nos sigan en este camino. Y como hemos experimentado que este tiene mu-chas y grandes dificultades, nos ha pare-cido ordenar que nadie sea admitido para hacer la profesión en esta Compañía si su vida y doctrina no hubieren sido probadas con largas y diligentísimas probaciones, como se declarará en las “Constituciones”. Porque, en realidad, este Instituto exige hombres del todo humildes y prudentes en Cristo, y señalados en pureza de vida cris-tiana y en letras. Más aún, también los que serán admitidos para coadjutores, tanto espirituales como temporales, y para esco-lares —los cuales, unos y otros, después de suficientes probaciones y del tiempo que en las “Constituciones” se determinará, harán sus votos para devoción y mayor mé-rito, pero no solemnes (excepto algunos

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que, con licencia del Prepósito General, por su devoción personal y la cualidad de las personas, podrán hacer estos tres votos solemnes) sino tales que los obliguen por el tiempo que el Prepósito general juzgará que se han de retener en la Compañía (se-gún se explicará más ampliamente en las “Constituciones”)— solamente después de ser diligentemente examinados y hallados aptos para este mismo fin de la Compañía, sean admitidos a esta milicia de Jesucristo.

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3

Examen primero y general

Que se ha de proponer a todoslos que pidieren ser admitidos

en la Compañía de Jesús*

El Examen General se propone a todos los que pi-

dan ser admitidos en la Compañía de Jesús. Este

documento consta de ocho

capítulos. Para este libro,

hemos seleccionado algu-

nos fragmentos de los capí-

tulos uno y cuatro. Como

su nombre lo indica, es un

examen de conciencia que

se le pide al candidato que

quiere ingresar a la Compa-

ñía de Jesús. En estos capí-

* San Ignacio de Loyola. Obras completas. Edi-ción revisada y actualizada por Manuel Ruiz Ju-rado, S. J. Ma-drid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 2013, pp. 401-432.

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tulos se habla de la ascesis, es decir, del ejerci-

tarse en la humildad, en la abnegación, en la

generosidad, en la entrega, en el poner toda su

confianza y su esperanza en la bondad de Dios

y en los superiores y maestros espirituales que

ayudarán a guiar a los nuevos sujetos en este

camino espiritual.

En este documento hay un doble movimiento: por

un lado, los superiores enseñan a los que desean

ser miembros qué es la Compañía de Jesús y cuál

es su fin. Por otro, se les pide a los nuevos sujetos

una completa claridad y transparencia al deve-

lar su conciencia al superior, pues este medio le

permitirá a la Compañía de Jesús saber quiénes

son sus miembros, y al nuevo religioso, crecer es-

piritualmente en este nuevo estilo de vida.

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Capítulo 1. Del Instituto dela Compañía de Jesús y diversidad

de personas en ella

Esta mínima Congregación, que por la Sede Apostólica en su primera institución fue llamada la Compa-

ñía de Jesús, fue primeramente aprobada por el Papa Paulo III, de feliz memoria, en el año 1540, y por el mesmo después confirmada en el 43, y por Julio III, su successor, en el 50; sin otras veces que en diversos Breves y Letras Apostólicas se ha-bla della, concediéndole diversas gracias, presupuesta mucha aprobación y confir-mación della.

El f in desta Compañía es no sola-mente atender a la salvación y perfec-ción de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la mesma intensamente

1.

2.

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procurar de ayudar a la salvación y per-fección de las de los próximos.

Así mismo la Compañía Professa, sin los tres dichos, hace voto expresso al Sumo Pontífice, como a Vicario que es o fuere de Cristo nuestro Señor, para ir dondequiera que Su Sanctidad le mandare entre fieles o entre infieles, sin excusación y sin demandar viático alguno, para cosas que conciernen el culto divino y bien de la religión cristiana.

En lo demás la vida es común en lo exterior, por justos respectos, mirando siempre al mayor servicio divino; ni tiene algunas ordinarias penitencias o aspere-zas que por obligación se hayan de usar, pero puédense tomar las que a cada uno paresciesse, con approbación del Superior [C], que más le han de ayudar en su spíritu, y las que por el mesmo fin los Superiores podrán imponerles.

5.

6.

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Este juicio estará en el superior. Y él po-drá delegar sus veces al Confessor o a otras personas, quando le paresciere convenir.

Capítulo 4. De algunas cosasque más conviene saber a los que entran, de lo que han de observar

en la Compañía

Séales propuesto cómo la intención de los primeros que se juntaron en esta Compa-ñía fue que se recibiesen en ella personas ya deshechas del mundo, y que hubiesen determinado de servir a Dios totalmen-te, agora sea en una religión, agora sea en otra. Y conforme a esto, que todos los que pretenden entrar en la Compañía, antes que en alguna Casa o Colegio della comiencen a vivir en obediencia, deben

C.

1.

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distribuir todos los bienes temporales que tuvieren, y renunciar y disponer de los que esperaren. Y esto primeramente en cosas debidas y obligatorias, si las hubiese, y en tal caso quan presto sea posible se provea; y sino las hubiese, en cosas pías y sanc-tas, iuxta illud: Dispersit, dedit pauperibus; y aquello de Cristo: Si vis perfectus esse, vade, vende omnia quae habes, et da pauperibus, et sequere me; haciendo la tal distribución con-forme a la propia devoción y apartando de sí toda confianza de poder haber en tiempo alguno los tales bienes.

Cada uno de los que entran en la Compañía, siguiendo el consejo de Cristo nuestro Señor: Qui dimiserit patrem, etc., haga cuenta de dexar el padre y la madre y hermanos y hermanas, y quanto tenía en el mundo; antes tenga por dicha así aquella su palabra: qui non odit patrem et

7.

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matrem, insuper et animam suam, non potest meus esse discipulus.

Y assí debe procurar de perder toda la affición carnal, y convertirla en spiritual con los deudos, amándolos solamente, del amor que la caridad ordenada requie-re, como quien es muerto al mundo y al amor proprio, y vive a Cristo nuestro Señor solamente, teniendo a El en lugar de pa-dres y hermanos y de todas cosas.

Para más aprovecharse en su spíritu, y specialmente para mayor baxeza y humil-dad propria, le será demandado si se ha-llará contento que todos errores y faltas, y qualesquiera cosas que se notaren y supie-ren suyas, sean manifestadas a sus Mayores por qualquiera persona que fuera de Con-fesión las supiere; siendo él mismo y cada uno de los otros contento de ayudar a corre-gir y de ser corregido, descubriendo el uno

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al otro con debido amor y caridad, para más ayudarse en spíritu, mayormente quando le sea demandado por el Superior que dellos tuviere cuidado a mayor gloria divina.

Su comer, beber, vestir, calzar y dormir, si a la Compañía le place seguir, será como cosa propria de pobres; persuadiéndose que será lo peor de la casa, por su mayor abnegación y provecho spiritual, y por venir a una igualdad y medida entre todos. Que donde los primeros de la Compañía han passado por estas necessidades y mayores penurias corporales, los otros que vinieren para ella, deben procurar por allegar quan-to pudieren adonde los primeros llegaron, o más adelante en el Señor nuestro.

Asimismo demás de las otras peregri-naciones y probaciones así declaradas, an-tes que hagan professión los Professos, y sus votos los Coadjutores, y, pareciendo al

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27.

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Superior, los Scolares, antes de ser approba-dos y de hacer sus votos y promessa arriba dicha, por espacio de tres días, a sus tiem-pos concertados, siguiendo a los tales pri-meros, deben pedir por las puertas por amor de Dios nuestro Señor; porque al contrario del común sentir humano, en su divino ser-vicio y alabanza se puedan más humiliar y más en spíritu aprovechar, dando gloria a la su divina Magestad; asimismo porque se hallen más dispuestos para hacer lo mes-mo, quando les fuere mandado o les fuere conveniente o necessario, discurriendo por unas partes y por otras del mundo, según les fuere ordenado o señalado por el Summo Vi-cario de Cristo nuestro Señor, o en su lugar por el que se hallare Superior de la Compa-ñía, como la nuestra professión demanda que seamos prevenidos y mucho aparejados para quanto nos fuere mandado en el Señor

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nuestro sin demandar ni esperar premio alguno en esta presente y transitoria vida, esperando siempre aquella que en todo es eterna, por la summa misericordia divina.

Con esto, particularizando, se requiere en las probaciones de humildad y abnega-ción de sí mismo, haciendo officios baxos y húmiles (assí como la cocina, limpiar la casa y todos los demás servicios), tomar más prontamente aquellos en los quales hallare mayor repugnancia; si le fuere or-denado que los haga.

Quando alguno entrare a hacer la co-cina o para ayudar al que la hace, ha de obedecer con mucha humildad al mismo Cocinero en todas cosas de su officio, guardándole siempre entera obediencia. Porque si assí no hiciese, tampoco parece la guardaría a Superior alguno; como la vera obediencia no mire a quién se hace,

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mas por quién se hace; y si se hace por solo nuestro Criador y Señor, el mismo Señor de todos se obedece. Por donde ninguna cosa se debe mirar si es Cocinero de casa o Superior della; o si es uno o si es otro el que manda; pues a ellos ni por ellos (to-mando con sana inteligencia) no se hace obediencia alguna, mas a solo Dios y por solo Dios nuestro Criador y Señor.

En el tiempo de las enfermedades, no solo debe observar la obediencia con mu-cha puridad a los Superiores spirituales, para que gobiernen su ánima; mas aun con la misma humildad a los médicos cor-porales y enfermeros, para que gobiernen su cuerpo; pues los primeros procuran su entera salud spiritual, y los segundos toda su salud corporal. Así mesmo el tal enfermo, mostrando su mucha humildad y paciencia, no menos procure edificar en

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el tiempo de su enfermedad a los que le vi-sitaren, conversaren y trataren, que en el tiempo de la su entera salud, a mayor glo-ria divina.

Considerando en el Señor nuestro, nos ha parecido en la su divina Magestad, que mucho y en gran manera importa que los Superiores tengan entera inteligencia de los inferiores; para que con ella los pue-dan mejor regir y gobernar, y mirando por ellos enderezarlos mejor in viam Domini.

Así mismo, quanto estuvieren más al cabo de todas cosas interiores y exterio-res de los tales, tanto con mayor diligen-cia, amor y cuidado, los podrán ayudar, y guardar sus ánimas de diversos inconve-nientes y peligros que adelante podrían provenir. Más adelante, como siempre, debemos ser preparados, conforme a la nuestra professión y modo de proceder,

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para discurrir por unas partes y por otras del mundo, todas veces que por el Sumo Pontífice nos fuere mandado o por el Su-perior nuestro immediato; para que se acierte en las tales missiones, en el im-biar a unos y no a otros, o a los unos en un cargo y a los otros en diversos; no solo importa mucho, mas sumamente, que el Superior tenga plena noticia de las incli-naciones y mociones, y a qué defectos o peccados han seído o son más movidos y inclinados los que están a su cargo; para según aquello enderezarlos a ellos mejor, no los poniendo fuera de su medida en mayores peligros o trabajos de los que en el Señor nuestro podrían amorosamente sufrir; y también, porque (guardando lo que oye en secreto) mejor pueda el Superior ordenar y proveer lo que conviene al cuerpo universal de la Compañía.

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Asimesmo es mucho de advertir a los que se examinan (encareciendo y ponde-rándolo delante de nuestro Criador y Se-ñor), en quánto grado ayuda y aprovecha en la vida spiritual, aborrecer, en todo y no en parte, quanto el mundo ama y abraza; y admitir y desear con todas las fuerzas possibles quanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Como los mundanos que siguen al mundo, aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña; así los que van en spíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor, aman y desean in-tensamente todo el contrario; es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor por su debido amor y reverencia; tanto que, donde a la su divina Magestad no le fuese offensa alguna, ni al próximo

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imputado a peccado, desean passar inju-rias, falsos testimonios, afrentas, y ser tenidos y estimados por locos (no dando ellos occasión alguna dello), por desear parecer y imitar en alguna manera a nues-tro Criador y Señor Jesu Cristo, vistiéndo-se de su vestidura y librea; pues la vistió El por nuestro mayor provecho spiritual, dándonos exemplo que en todas cosas a nosotros posibles, mediante su divina gracia, le queramos imitar y seguir, como sea la vía que lleva los hombres a la vida. Por tanto, sea interrogado si se halla en los tales desseos tanto saludables y fruc-tíferos para la perfección de su ánima.

Donde por la nuestra flaqueza humana y propria miseria no se hallase en los tales desseos assi encendidos en el Señor nues-tro, sea demandado si se halla con desseos algunos de hallarse en ellos. Si respondiere

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affirmative, desseando hallarse en los tales y tan sanctos desseos; para mejor venir al effecto dellos, sea interrogado si se halla determinado y aparejado para admittir y sufrir con paciencia, mediante la gracia di-vina, quandoquiera que las tales injurias, ilusiones y oprobios inclusos en la tal li-brea de Cristo nuestro Señor y qualesquiera otros se le hiciessen, agora sea por quien-quiera dentro de la Casa o Compañía (don-de pretiende obedecer, humilliarse, y ganar la vida eterna), agora sea fuera della por qualesquier personas desta vida, no dando a ninguno mal por mal, mas bien por mal.

Para mejor venir a este tal grado de per-fección tan precioso en la vida spiritual, su mayor y más intenso officio debe ser buscar en el Señor nuestro su mayor abne-gación y continua mortificación en todas cosas possibles; y el nuestro ayudarle en

46.

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ellas, quanto el Señor nuestro nos admi-nistrare su gracia, para mayor alabanza y gloria suya.

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Proemio de las constituciones*

Cons 1:134. 1. Aunque la suma Sapiencia y bondad de Dios nuestro Criador y Señor es la que ha de conservar y regir y llevar adelante en su santo servicio esta mínima Compañía de Jesú, como se dignó comen-

zarla, y de nuestra parte más que ninguna exterior constitución, la interior ley de la caridad y amor que el Spíritu Sancto es-cribe y imprime en los corazones, ha de ayudar para ello: todavía por-que la suave disposición de la divina Providencia pide cooperación de sus

* San Ignacio de Loyola. Obras Completas. 4.a

edición revisadapor Ignacio Ipa-rraguirre, S. I., yCándido de Dal-mases, S. I. Ma-drid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 401-432.

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criaturas, y porque así lo ordenó el Vica-rio de Cristo nuestro Señor, y los exem-plos de los santos y razón así nos lo en-señan en el Señor nuestro, tenemos por necessario se escriban Constituciones que ayuden para mejor proceder confor-me a nuestro instituto en la vía comenza-da del divino servicio.

Proemio de las declaraciones y avisos sobre las “Constituciones”

Cons 1:136. Siendo el fin de las Constitucio-nes ayudar todo el cuerpo de la Compañía y particulares della a su conservación y aumento a gloria divina y bien de la uni-versal Iglesia, ultra de que todas y cada una dellas en sí sean convenientes para el dicho fin, requiérense en ellas tres cosas.

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La primera, que sean cumplidas, para que se provea a todos casos, quanto se puede.

La 2.a, que sean claras, porque se dé menos ocasión a scrúpulos.

La 3.a, que sean breves, quanto el cum-plimiento y claridad compadescen, para que puedan tenerse en la memoria.

Por mejor observar estas tres cosas, sin las Constituciones más universales y sumarias, que para observar dentro y mostrar, quando conviene, fuera de casa, serán manuales; nos ha parecido en el Señor nuestro se hagan estas Declaracio-nes y Avisos, que teniendo la mesma fuerza que las otras Constituciones, puedan ins-truir más en particular a los que tienen cargo de los otros, de algunas cosas que la brevedad y universalidad de las otras hacía menos claras. Pero sin las unas y las otras, que son de cosas inmutables y que

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universalmente deben observarse, son ne-cessarias algunas otras Ordenanzas que se pueden accomodar a los tiempos, lugares y personas en diversas Casas y Collegios y officios de la Compañía, aunque retenien-do, en quanto es possible, la uniformidad entre todos. Destas tales Ordenanzas o Re-glas no se dirá aquí; solamente avisando que debe cada uno observarlas hallándose donde se observan, según la voluntad del que le fuere superior.

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5

Cuarta parte principal*

Del instruir en letras y en otros medios de ayudar a los próximos que

se retienen en la Compañía

De las universidades de la Compañía

En la parte IV de las Cons-

tituciones de la Compañía,

destinada a la formación

de los futuros jesuitas, en-

contramos 69 numerales

destinados a la Gestión

de las Universidades. Es-

tos 7 capítulos (11 al 17)

expresan la preocupación

de los primeros padres por

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Bibliote-ca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 538-550.

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formar a los jesuitas. Por ello, se incluyen como

un tercer bloque, luego de las directrices sobre la

formación para los escolares

jesuitas y de las normas so-

bre fundación y conducción

de colegios, pues tanto los

colegios como las universi-

dades tenían su intenciona-

lidad primera en la forma-

ción de los mismos jesuitas,

espíritu vigente aún en

nuestro tiempo. Ahora bien,

gran parte de estos números han sido derogados

o modificados por las Congregaciones Generales

de la Compañía de Jesús o por las directrices de la

misma Iglesia católica. Pero “hay muchas cosas,

sin embargo, que permanecen como criterios y

consejos oportunos y útiles que deben ser consi-

derados atentamente en nuestro apostolado de la

Educación Superior”.*

* Véase Consti-tuciones, cuarta parte principal, capítulo XI, p. 6. Recuperado deh t t p : / / w w w . sjweb.info/docu-ments/education/Constituciones% 2 0 I V,% 2 0 7_10-17.pdf

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Capítulo 11

Del acceptar Universidades

Cons 4:440. Por la misma razón de caridad con que se aceptan Colegios, y se tienen en ellos scuelas públicas para la edifica-ción en doctrina y vida no solamente de los Nuestros, pero aun más de los de fue-ra de la Compañía, se podrá ella estender a tomar assumpto de Universidades, en las quales se estienda más universalmen-te este fructo, así en las facultades que se enseñan como en la gente que concurre, y grados que se dan para en otras partes con auctoridad poder enseñar lo que en estas bien aprendieren a gloria de Dios Ntro. Señor.

Cons 4:441 2. Pero con qué condiciones y obligaciones [A] y en qué lugares hayan

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de aceptarse, quedará al parescer de quien tiene cargo universal de la Compañía; el qual entendido el parecer de sus Asisten-tes y los demás de cuyo consejo se querrá ayudar, podrá por sí determinarse al acep-tar, [aunque no al deshacer, sin el Capítulo General, después de aceptadas, las tales Universidades].

Cons 4:442 A. Quando el fundador quisiese que la Compañía hubiese de dar tanto número de Lectores o tomar algu-nas otras obligaciones, adviértase que si se aceptan, paresciendo que siempre tor-ne bien a la Compañía para sus fines en servicio de Dios nuestro Señor; que no se debe faltar de cumplirlas, como tampoco fácilmente hacer más en esta parte de lo que es obligatorio (specialmente si se pu-diese interpretar como si fuese un inducir sobre sí nueva obligación) sin consensu

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del General; el qual tampoco debrá ser fácil, antes consultándolo con sus Assis-tentes, mire por no gravar la Compañía; y ya que se condescienda en algo, que conste no inducirse obligación ninguna, sino ser voluntario lo que se añade.

Cons 4:443 3. Mas porque la quietud re-ligiosa y occupaciones spirituales no per-mitten a la Compañía la distración y otros inconvenientes, que se seguirían teniendo el officio de juez en lo civil o criminal; no se acepte tal jurisdición, que por sí ni por otros que de sí dependan, haya de exercitar la Compañía; aunque para lo que toca pro-priamente el bien ser de la Universidad [B], convenga que la justicia ordinaria seglar o ecclesiástica execute acerca de los Scolares la voluntad del Rector de la Universidad que le fuere significada en el punir, y en general sea en favorescer las cosas de los studios,

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specialmente siéndole por el Rector enco-mendadas [C].

Cons 4:444 B. Tocaría al bien ser de la Universidad propriamente si un Scolar fuese rebelde o scandaloso, que convi-niese echarle no solamente de las scue-las, pero fuera de la ciudad o en la cárcel, que avisada la justicia ordinaria, luego lo pusiese por obra. Y para esto y cosas se-mejantes convernía tener del Príncipe o potestad suprema tal auctoridad en scrip-to. También la encomienda del Rector en favor de algún Scolar debría de ser de mo-mento acerca de los ministros de justicia, para que no sean los Scolares opprimidos.

Cons 4:445 C. Porque la exempción de los ordinarios no puede atraer número de Scolares, en otras indulgencias y privi-legios se procure recompensar esto.

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Capítulo 12

De las facultades que se han de enseñar en las Universidades de la Compañía

Cons 4:446 1. Como sea el fin de la Compañía y de los studios ayudar a los próximos al co-noscimiento y amor divino y salvación de sus ánimas, siendo para esto el medio más proprio la Facultad de Teología, en esta se debe insistir principalmente en las Univer-sidades de la Compañía, tratándose diligen-temente por muy buenos Maestros lo que toca a la doctrina scolástica y sacra Scriptu-ra, y también de la positiva lo que conviene para el fin dicho, sin entrar en la parte de Cánones que sirve para el foro contencioso.

Cons 4:447 2. Y porque así la doctrina de Teología como el uso della requiere, spe-cialmente en estos tiempos, cognición de

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Letras de Humanidad [A] y de las lenguas latina y griega; destas habrá buenos Maes-tros y en número sufficiente. Y también de otras, como es la hebrea, caldea, arábiga y indiana, los podrá haber donde fuesen necessarios o útiles para el fin dicho, aten-tas las regiones diversas y causas que para enseñarlas pueden mover [B].

Cons 4:448 A. Debaxo de Letras de Hu-manidad, sin la Gramática se entiende lo que toca a Retórica, Poesía y Historia.

Cons 4:449 B. Quando se hiciese diseño en un Colegio o Universidad de preparar suppósitos para entre Moros o Turcos, la arábiga sería conveniente o la caldea; si para entre Indios, la indiana; y así de otras por semejantes causas podría haber utili-dad mayor en otras regiones.

Cons 4:450 3. Así mismo porque las Artes o sciencias naturales disponen los

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ingenios para la Teología, y sirven para la perfecta cognición y uso della, y también por sí ayudan para los fines mismos; tra-tarse han con la diligencia que conviene [C] y por doctos Maestros, en todo bus-cando sinceramente la honra y gloria de Dios nuestro Señor.

Cons 4:451 C. Tratarse ha la Lógica, Fí-sica y Metafísica y lo moral, y también las Matemáticas con la moderación que con-viene para el fin que se pretiende. Enseñar a leer y screbir también sería obra de caridad, si hubiese tantas personas de la Compañía que pudiesen atender a todo; pero por falta dellas no se enseña esto ordinariamente.

Cons 4:452 4. El studio de Medicina y Leyes, como más remoto de nuestro Insti-tuto, no se tratará en las Universidades de la Compañía, o a lo menos no tomará ella por sí tal assumpto.

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Capítulo 13

Del modo y orden de tratar las facultades dichas

Cons 4:453 1. Para tratar así las Facultades inferiores como la Teología, haya el con-cierto y orden que conviene así a la maña-na como a la tarde.

Cons 4:454 2. Y aunque según las re-giones y tiempos pueda haber variedad en la orden y horas que se gastan en es-tos studios, haya conformidad en que se haga en cada parte lo que allí se juzgare que más conviene para más aprovechar en las letras [A].

Cons 4:455 A. De las horas de las lec-ciones y orden y modo, y de los exerci-cios, así de composiciones (que debrán ser emendadas por los Maestros) como de

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diputaciones en todas Facultades, y pro-nunciar públicamente oraciones y versos, en particular se dirá en un tratado de por sí, approbado por el General, al qual se re-mite esta Constitución, con decir que debe aquello accomodarse a los lugares y tiem-pos y personas, aunque sea bien, en quan-to se podrá, llegar a aquella orden.

Cons 4:456 3. Y no solamente haya lec-ciones que públicamente se lean, pero haya Maestros diversos según la capacidad y número de los oyentes [B], y que tengan cuenta con el aprovechamiento de cada uno de sus Scolares, y les demanden razón de sus lecciones [C], y se las hagan repetir [D]; y también a los humanistas hagan exercitar en hablar latín ordinariamen-te, y en componer y pronunciar bien lo que compusieren; y a estos, y mucho más a los de las Facultades Superiores, hagan

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disputar a menudo; para lo qual debrá ha-ber días y horas deputadas, donde no so-lamente con sus condiscípulos, pero los que están algo más baxos, disputen con los que están más adelante en lo que ellos alcanzan, y también al contrario los más provectos con los menos, condescendien-do a lo que tratan los menos provectos, y los Maestros unos con otros, siempre guardando la modestia que conviene, y presidiendo quien ataje la contención y resuelva la doctrina.

Cons 4:457 B. Por ordinario habrá tres Maestros en tres clases diversas de Gra-mática, y otro que lea Humanidad, y otro Retórica; en el auditorio de los dos últi-mos se leerá la lengua griega y la hebrea, y si otra alguna se aprendiese; de manera que serán siempre cinco classes. Si hubiere tan-to que hacer en algunas dellas que no baste

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un maestro solo, darásele un coadjutor. Si el número de los auditores no sufre que un Maestro solo attienda a ellos, aunque ten-ga ayudas, podráse doblar la classe que así abundare, en manera que haya dos quintas o dos quartas; y todos los Maestros si es possible, sean de la Compañía, aunque a necesidad pueden ser de otros. Si el poco auditorio o disposición de los oyentes no pide tantas classes ni Maestros, en todo tendrá lugar la discreción para moderar el número, dando los que basten y no más.

Cons 4:458 C. Si sin los ordinarios Maes-tros que tienen particular cuenta con los oyentes, deba haber alguno o algunos que lean como Lectores públicos de Filosofía o Matemáticas o otra alguna facultad, con más apparato que los Lectores ordinarios, la prudencia conforme a los lugares y per-sonas con quienes se trata, lo determinará,

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mirando siempre la mayor edificación y servicio de Dios nuestro Señor.

Cons 4:459 D. No solamente habrá re-peticiones de la leción última, pero las ha de haber de la semana, mes y año.

Cons 4:460 4. Así mismo será siempre del Rector, por sí o por el cancelario, mi-rar que los que de nuevo vienen, sean exa-minados, y se pongan en aquellas classes y con aquellos Maestros que les convienen; y a su discreción (habido el consejo de los deputados para tal effecto) se remitte si deban más tiempo detenerse en la misma classe o pasar adelante a otra. Y así del stu-dio de las otras lenguas, fuera de la latina, si se deba anteponer a las Artes y Teología o postponerse, y quánto en ellas cada uno se deba detener. Así mismo en las otras sciencias Superiores, por la desigualdad de los ingenios y edades y otros respectos

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necessarios, será del mismo [E] mirar quánto deba cada uno entrar o detenerse en ellas; aunque los que tienen edad y ap-titud, es mejor que en todo se aprovechen y señalen a gloria de Dios nuestro Señor.

Cons 4:461 E. Ya podrá ser alguno de tal edad o ingenio que baste sola la lengua la-tina para él, y de las otras facultades quan-to para oír Confessiones y conversar con los próximos se requiera; quales podrán ser algunos que tienen cura de ánimas y no son capaces de mucha erudición. Y también otros pasarán más adelante en las sciencias, aunque el dexar unas y to-mar otras será del Superior juzgar quánto conviene; y diciéndolo a los Scolares de fuera, si ellos todavía quisiesen proceder de otra manera, no se les haga fuerza.

Cons 4:462 5. Como es menester conti-nuación en el exercicio de letras, así también

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alguna remissión. Quánta deba ser ésta y en qué tiempos [F], quedará a la discreta con-sideración del Rector, attentas las circuns-tancias de personas y lugares.

Cons 4:463 F. A lo menos un día haya entre semana de reposo después de comer; en lo demás confiérase con el Provincial la orden que se ha de tener quanto a las vaca-ciones o intermissiones ordinarias de los studios.

Capítulo 14

De los libros que se han de leer

Cons 4:464 1. En general, como se dixo ha-blando de los Colegios, aquellos libros se leerán que en cada facultad se tuvieren por de más sólida y segura doctrina, sin entrar

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en algunos que sean suspectos ellos o sus auctores [A]. Pero estos en particular sean nombrados en cada universidad. En la Teo-logía leeráse el viejo y nuevo Testamento y la doctrina scolástica de Sancto Tomás [B]; y de lo possitivo escogerse han los que más convienen para nuestro fin [C].

Cons 4:465 A. Aunque el libro sea sin sos-pecha de mala doctrina, quando el auctor es sospechoso, no conviene que se lea, por-que se toma affición por la obra al auctor, y del crédito que se le da en lo que dice bien, se le podría dar algo después en lo que dice mal. Es también cosa rara que algún vene-no no se mezcle en lo que sale del pecho lleno dél.

Cons 4:466 B. También se leerá el Maes-tro de las Sentencias. Pero si por tiempo paresciese que de otra teología no con-traria a esta se ayudarían más los que

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studian, como sería haciéndose alguna suma o libro de Teología scolástica que parezca más accomodada a estos tiempos nuestros, con mucho consejo y muy mi-radas las cosas por las personas tenidas por más aptas en toda la Compañía, y con approbación del Prepósito General de-lla, se podrá leer. Y también quanto a las otras sciencias y letras de Humanidad, si algunos libros hechos en la Compañía se acceptaren como más útiles que los que se usan comúnmente, será con mucho mira-miento, teniendo siempre ante los ojos el fin nuestro de mayor bien universal.

Cons 4:467 C. Como de alguna parte de los Cánones y Concilios etc.

Cons 4:468 2. Acerca de los libros de Humanidad latinos o griegos, escúsese también en las Universidades como en los Colegios, quanto será possible, de leer

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a la juventud ninguno en quien haya cosas que ofendan las buenas costumbres, si no son primero limpiados de las cosas y pala-bras deshonestas [D].

Cons 4:469 D. Si del todo algunos no se pudiesen limpiar, como Terencio, antes no se lean, porque la qualidad de las cosas no offenda la puridad de los ánimos.

Cons 4:470 3. En la Lógica y Filosofía natural y moral y Metafísica seguirse ha la doctrina de Aristóteles, y en las otras Artes Liberales; y en los comentarios, así destos auctores como de los de Humanidad, tén-gase delecto, y nómbrense los que deben ver los discípulos, y también los que deben más seguir en la doctrina que enseñan los Maestros. Y el Rector en todo lo que or-dena, procederá conforme a lo que en la Compañía universal se juzga más convenir a gloria de Dios nuestro Señor.

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Capítulo 15

De los cursos y grados

Cons 4:471 1. En las letras de Humanidad y Lenguas no puede haber curso determinado de tiempo para acabar el studio dellas, por la diversidad en los ingenios y doctrina de los que oyen, y muchas otras causas que no per-mitten otra limitación de tiempo, sino la que para cada uno dictare convenir la prudente consideración del Rector o Cancelario [A].

Cons 4:472 A. Para buenos ingenios que comenzasen, se vea si bastaría medio año en cada una de las quatro classes más baxas, y dos en la primera, entre la Retórica y las len-guas, pero regla cierta no se podrá dar.

Cons 4:473 2. Para en las Artes será me-nester ordenar los cursos en que se lean las sciencias naturales. Y para ellas paresce

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no bastará menos tiempo de tres años [B]; y otro medio quedará para repetir y hacer sus actos y tomar grado de magisterio los que habrán de ser graduados. En manera que el curso todo durará tres años y medio hasta hacerse uno maestro en las artes; y cada año comenzará uno y acabará otro curso con la divina ayuda [C].

Cons 4:474 B. Si alguno hubiese oído en otra parte algo de las Artes, podríase tomar en cuenta, pero comúnmente es menester, para que uno sea graduado, que haya studiado los tres años que se dicen, y así de los quatro de Teología para admitir-se a los actos y para ser graduado en ella.

Cons 4:475 C. Si no hubiese disposición para tanto, por no haber gente o otras causas, haráse lo mejor que se podrá con parecer del General, o a lo menos del Pro-vincial.

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Cons 4:476 3. Para la Teología el curso será de seis años. En quatro dellos se lee-rá todo lo que se ha de leer: y en los otros dos, ultra del repetir, se harán los actos sólitos para el doctorato en los que le han de tomar. El comenzar será cada quatro años ordinariamente [D], partiendo en tal modo los libros que se han de leer, que cada año de los quatro se pueda en-trar, y oyendo lo que queda del curso y del siguiente hasta allí, haya en quatro años oído todo el curso.

Cons 4:477 D. Si hubiese disposición tal en algún Colegio o Universidad de la Com-pañía que cada dos años pareciese mejor comenzar o algo después de quatro, con voluntad del General o Provincial se podrá hacer lo que se hallare más convenir.

Cons 4:478 4. En los grados, tanto de magisterio en Artes, quanto de doctorato

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en Teología, tres cosas se observen: una, que ninguno sea promovido sin ser dili-gente y públicamente examinado [E] por personas para esto deputadas, que hagan bien su officio, y hallado idóneo para leer en aquella facultad, ahora sea el tal de la Compañía, ahora de fuera della; la otra, que se cierre la puerta a la ambición, no se dando lugares ningunos determinados a los que toman los grados, antes honore invicem preveniant, y los más doctos procu-ren los ínfimos lugares; la 3.a, que como enseña, así dé los grados del todo gratis la Compañía, y se permitta muy poco gasto [F], aun voluntario, a los de fuera; porque la costumbre no venga a tener fuerza de ley, y se haga en esta parte excesso con el tiem-po. También el Rector mire que no se con-sienta a Maestros ni otros de la Compañía ningunos, para sí ni para el Colegio, tomar

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nuestro Señor, según nuestro Instituto, qui est merces nostra magna nimis.

Cons 4:479 E. Si por causas sufficientes paresciese que alguno no debría exami-narse públicamente, con licencia del Ge-neral o Provincial podráse hacer lo que el Rector juzgare será a mayor gloria de Dios nuestro Señor.

Cons 4:480 F. Y así no se permitan ban-quetes ni otras fiestas costosas y inútiles para nuestro fin, ni se den bonetes o guan-tes o otra cosa alguna.

Capítulo 16

De lo que toca a buenas costumbres

Cons 4:481 1. Téngase muy particular cui-dado que los que vienen a aprender letras

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a las Universidades de la Compañía, jun-tamente con ellas aprendan buenas y cris-tianas costumbres. Y para esto ayudará mucho que todos se confiesen a lo menos cada mes una vez, oyan Misa cada día, y sermón cada día de fiesta que le hubiere; de lo qual tendrán los Maestros cuidado cada uno de los suyos [A].

Cons 4:482 A. Los que pueden fácilmen-te ser constreñidos, constríñanse a lo que se dice de la Confessión, Missa y ser-món y doctrina cristiana y declamación. Los otros amorosamente se persuadan, y no se fuercen a ello, ni se expelan de las scuelas por no lo hacer, con que no se vea en ellos dissolución o scándalo de otros.

Cons 4:483 2. Leerse ha también en el Colegio algún día de la semana la doc-trina cristiana, y tendráse cargo de ha-cerla aprender y recitar a los niños, y que

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todos la sepan, aun los mayores, si pos-sible fuere.

Cons 4:484 3. También habrá cada se-mana (como se dixo de los colegios), una declamación de alguno de Studiantes, de cosas que den edificación a los que oyen, y los combiden a desear augmento en toda puridad y virtud; porque no solamente se exercite el stilo, pero aun se ayuden las costumbres [B]; todos los que entienden latín debrán hallarse presentes.

Cons 4:485 B. Aunque más comúnmente sea de la primera clase el que ha de hacer esta declamación, ahora sea de los Scolares de la Compañía, ahora de los que vienen de fuera, podría a veces alguno otro que pare-ciese al Rector, hacerla o pronunciar la que otro hiciese. Pero por ser cosa pública, de-berá ser tal que se juzgue no será indigna de tal lugar por quienquiera que se pronuncie.

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Cons 4:486 4. No se permitan en las scue-las juramentos ni injuria de palabras ni obras ni cosa alguna deshonesta o dissolución en los que de fuera vienen a la scuela. Y tengan los Maestros particular intención, así quan-do se offresciere occasión en las lecciones como fuera dellas, de moverles al amor y ser-vicio de Dios nuestro Señor y de las virtudes con que le han de agradar, y que enderecen todos sus studios a este fin. Y para reducír-selo a la memoria, antes que la lección se comience, diga uno alguna breve oración [C] para esto ordenada, estando el Maestro y dis-cípulos todos descubiertos y attentos.

Cons 4:487 C. La oración se diga en ma-nera que dé edificación y devoción, o no se diga, sino hágase el Maestro la señal de la cruz quitado el bonete, y comience.

Cons 4:488 5. Para los que en algo fal-taren así de la diligencia debida en sus

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studios, como en lo que toca a buenas cos-tumbres, y con quienes solas buenas pa-labras y amonestaciones no bastan, haya un corrector de fuera de la Compañía, que tenga en temor y castigue los que hubieren menester, y fueren capaces de castigo. Y quando palabras ni corrector no bastasen, y se viere alguno ser incorregible y scan-daloso a otros, es mejor despedirle de las scuelas que tenerle donde él no se ayuda y otros reciben daño [D]. Y este juicio queda-rá al Rector de la Universidad, porque todo vaya como conviene a gloria y servicio de Dios nuestro Señor.

Cons 4:489 D. Si fuese caso alguno donde no bastase despedir de las scuelas para re-mediar al scándalo, mirará el Rector lo que más conviene proveer; aunque quanto fuere possible se deba proceder in spiritu lenita-tis y mantener la paz y caridad con todos.

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Capítulo 17

De los officiales o Ministrosde la Universidad

Cons 4:490 1. El cargo universal o superinten-dencia y gobierno de la Universidad tendrá el Rector [A], que podrá ser el mismo que lo fuere del Colegio principal de la Compañía, y con las partes que dél se han dicho, para poder satisfacer al officio que se le comete, de enderezar en letras y costumbres toda la Universidad. La elección dél estará en el Ge-neral o en otro a quien él lo cometiese (como sería el Provincial o el Visitador), y la confir-mación será siempre del General. Y tendrá el Rector quatro Consiliarios o Asistentes [B], que en las cosas de su officio general-mente le puedan ayudar, y con quienes él trate las cosas de importancia.

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Cons 4:491 A. Con esto no mudará los Lectores principales ni Officiales, como el Canciller, sin avisar el Provincial o Ge-neral si está más cerca, si a él no se hubiere remitido, al qual de todas cosas debe pro-curar tener informado.

Cons 4:492 B. Destos Consiliarios el uno podrá ser Colateral, si así parescie-re necessario al Prepósito General; y si no hubiese disposición para tantos, haráse lo mejor que se podrá.

Cons 4:493 2. Ansí mismo habrá un Can-ciller [C], persona que se señale en letras y buen celo, que pueda tener juicio en las co-sas que se le han de cometer, cuyo officio sea ser instrumento general del Rector para ordenar bien los studios, y enderezar las dis-putaciones en los actos públicos, y juzgar de la sufficiencia de los que se han de admittir a los actos y grados, los quales dará él mismo.

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Cons 4:494 C. Si bastase el mismo Rec-tor para hacer sin su officio el del Cancela-rio, podrían estos dos cargos concurrir en una persona.

Cons 4:495 3. Haya un Secretario de la misma Compañía que tenga la matrícula, donde se scriban los Scolares todos que continúan las scuelas [D], y reciba su pro-messa de obedecer al Rector y guardar las Constituciones, las quales él mismo proporná [E], y tenga el sigilo del Rector y Universidad; pero esto todo se haga sin costa de los Scolares.

Cons 4:496 D. Como vienen de una semana arriba continuamente, es bien convidarles a screbirse en la matrícula, y leérseles han las Constituciones, no to-das, sino las que cada uno debe guardar, y tomárseles ha promesa y no juramento, de obedecer y guardar las Constituciones

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propuestas. Si no quisiesen algunos obli-garse con promessa, ni screbirse en la ma-trícula, no por esto se les cerrará la puerta de las scuelas, con que pacíficamente y sin scándalo conversen en ellas, y así se les podrá decir, pero que se tiene más parti-cular cargo de los Scolares scriptos en la matrícula.

Cons 4:497 E. Aunque después las que todos deben observar se pondrán donde públicamente se puedan leer, y las de cada classe, en ella misma.

Cons 4:498 4. Habrá también Notario [F] para dar fe pública de los grados y lo de-más que ocurrirá; y dos o tres Bedeles [G], uno de la Facultad de las Lenguas, otro de las Artes, otro de la Teología.

Cons 4:499 F. Este podrá tener algún de-recho de los que de fuera de la Compañía habrá, que querrán fe de sus grados; pero

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sea cosa moderada y nada venga en utili-dad de la Compañía. Para los della bastará la patente del Rector.

Cons 4:500 G. Estos no serán de la Compañía; mas porque tendrán mucho que hacer, serán bien salariados, y uno dellos podrá ser Corrector.

Cons 4:501 5. Partiráse la Universidad en estas tres facultades; y en cada una habrá un Decano y dos otros deputados de los que mejor entienden las cosas de la Facultad, que llamados por el Rector, puedan decir lo que sienten que conviene para el bien de su Facultad; y entre sí ha-llando algo tal, avisen al Rector aun sin ser llamados.

Cons 4:502 6. En las cosas que tocan a una Facultad sola, llamará el Rector, ultra del Canciller y sus Asistentes, al Decano y deputados de la tal Facultad; en lo que

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toca a todas, llamarse han los Decanos y deputados de todas [H]. Y si el Rector paresciere, podrá también llamar a otros de la misma Compañía y de fuera della a la Congregación, para que viendo lo que todos sienten, mejor se determine lo que conviene.

Cons 4:503 H. Aunque no perderá la de-terminación de los votos de los tales, con-viene que sean llamados y oídos, y el Rector hará quenta que conviene del parescer de los más entendidos. Pero si todos fuesen del parecer contrario al suyo, no vaya contra todos sin conferir la cosa con el Provincial.

Cons 4:504 7. Habrá un Síndico general [I], que así de las personas como de las cosas que le parescerá, dé aviso al Rector y al Prepósito Provincial y al General; y sea persona de mucha fidelidad y juicio. Sin este tendrá sus Síndicos particulares

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el Rector, para que le refieran lo que en cada classe interviene que haya menes-ter provisión [K]. Y él [scribirá] de todos los Maestros y otras personas de la Com-pañía, y el Colateral y Síndico y consejo scribirán dél y de los otros cada año al Prepósito General, y dos veces al Provin-cial, que avisará al General de lo que con-viene [L], para que en todo se proceda con más circunspeción y cuidado de hacer lo que cada uno debe.

Cons 4:505 I. Este officio de Síndico po-dría convenir con el de Colateral o Consi-liario, si así paresciese convenir por no haber otro en la Universidad más conve-niente que alguno dellos.

Cons 4:506 K. Y aunque los Síndicos no tengan cosa que sea de momento, cada Sá-bado a lo menos refieran al Superior que no tienen nada.

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Cons 4:507 L. Embíense las tales letras de tal manera cerradas, que uno no sepa lo que otro scribe. Y quando quisiese el Pre-pósito General o el Provincial más entera información, no solamente scribirán el Colateral, Síndico y consejo, del Rector y de los otros todos, pero cada uno de los Maestros Scolares approbados, y también de los Coadjutores formados scribirá lo que siente de todos y entre ellos del Rector. Y porque no parezca esto cosa nueva, cada tres años a lo menos esta información se haya de hacer como ordinaria.

Cons 4:508 8. De algunas señales, si el Rector y Canciller y Bedeles y también los Doctores y Maestros deben tenerlas para ser conoscidos en la Universidad o a lo me-nos en los actos públicos, y quales deban ser si las tienen, quedará a la considera-ción del que fuere General, quando alguna

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Universidad se admite [M]. El qual por sí o por otro, miradas las circunstancias, or-denará lo que juzgare ser a mayor gloria y servicio de Dios nuestro Señor y bien uni-versal, que es el solo fin que en esta y todas las otras cosas se pretende.

Cons 4:509 M. Con esto lo que parecerá en cada parte convenir destas insignias, se pondrá distintamente en las reglas de cada Universidad.

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Séptima parte principal*

De lo que toca a los ya admitidos en el cuerpo de la compañía para con los

próximos, repartiéndose en la viñade cristo nuestro señor

De manera particular en la primera Compañía de

Jesús, la elección de apostolados y escenarios

de trabajo fue una de las

grandes preocupaciones.

En la séptima parte de las

Constituciones, Ignacio de-

fine desde su vida práctica

de servicio unos criterios

para el discernimiento en

la elección y ubicación del

servicio. A continuación

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 578-581.

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presentamos aquellos de las notas D y F al nume-

ral 618, donde busca proveer al Superior General

para “poder socorrer a las necesidades spirituales

de las ánimas con más facilidad en muchas par-

tes”, criterios que siguen siendo válidos hoy y di-

namizan el tipo de servicio que las instituciones

jesuitas definen en su institucionalidad. Las cur-

sivas son nuestras.

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Capítulo 2

De las missiones del Superiorde la Compañía

Cons 7:622 D. Para acertar mejor en el im-biar a una parte o a otra, tuviendo ante los ojos como regla para enderezarse el mayor servicio divino y bien universal, parece que se debe escoger en la viña tan spaciosa de Cristo nuestro Señor caeteris paribus (lo qual se debe entender en todo lo siguiente) la parte della que tiene más necessidad, así por la falta de otros operarios, como por la miseria y enfermedad de los próximos en ella y peligro de su entera condenación. Tanbién se debe mirar dónde es verisímil que más se fructificará con los medios que usa la Compañía, como sería donde se vie-se la puerta más abierta y mayor disposición y

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facilidad en la gente para approvecharse; la qual consiste en su mayor devoción y deseo (que se puede en parte juzgar de la instan-cia que hacen) o en la condición y qualidad de las personas más idóneas para aprove-charse y conservar el frutto hecho a gloria de Dios nuestro Señor. Donde hay mayor deuda, como es donde hubiese Casas o Co-legio[s] de la Compañía o personas della que studiasen y recibiesen buenas obras del tal pueblo (dando caetera paria cerca el provecho spiritual), sería más convenien-te haber algunos Operarios, preferiendo por tal causa, conforme a la perfecta ca-ridad, estos lugares a otros. Y porque el bien quanto más universal es más divino, aquellas personas y lugares que, siendo aprovechados, son causa que se estienda el bien a muchos otros que siguen su au-toridad o se gobiernan por ellos, deben ser

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preferidos. Así la ayuda spiritual que se hace a personas grandes y públicas (ahora sean seglares como Príncipes y Señores y Magistrados o administradores de justicia, ahora sean ecclesiásticas como perlados) y la que se hace a personas señaladas en letras y auctoridad, debe tenerse por más de importancia, por la mesma razón del bien ser más universal; por la qual tanbién la ayuda que se hiciese a gentes grandes como a las Indias, o a pueblos principales o a Universidades, donde suelen concurrir más personas que ayudadas podrán ser Operarios para ayudar a otros, deben pre-ferirse. Así mesmo donde se entendiese que el enemigo de Cristo nuestro Señor ha sem-brado cizaña, y specialmente puesto mala opinión o voluntad contra la Compañía para impedir el fructo que ella podría hacer, se debría cargar más la mano,

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specialmente si es lugar de importancia y de quien se deba hacer cuenta, imbiando allí tales personas, si se puede, que con vida y doctrina deshagan la mala opinión fundada en falsas informaciones.

Cons 7:624 F. Aunque la summa Provi-dencia y dirección del Santo Spíritu sea la que efficazmente ha de hacer acertar en todo, y en imbiar a cada parte los que más convengan y sean proporcionados a las personas y cosas por que se imbían; esto se puede en general decir:

- Primeramente, que a cosas de más im-portancia y donde más va en no errar (quanto fuere de la parte de quien ha de proveer, mediante su divina gracia), se deben imbiar personas más escogidas y de quienes se tenga más confianza.

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- En las cosas donde hay más trabajos corporales, personas más recias y sanas.

- En las que hay más peligros spiritua-les, personas más probadas en la vir-tud y más seguras.

- Para ir a personas discretas que tienen gobierno spiritual o temporal, parece convienen más los que se señalan en discreción y gracia de conversar, con lo exterior de apariencia (no faltando lo interior) que ayude a la autoridad, porque puede ser de mucha impor-tancia su consejo.

- Para con personas de ingenio delgado y letras, son más proporcionados los que en ingenio así mismo y en letras

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tienen don special, que en lecciones y conversaciones podrán más ayudar.

- Para pueblo, commúnmente serán más aptos los que tienen talento de predicar y confessar, etc.

Quanto al número de los tales Operarios que se han de imbiar y mezcla dellos, tan-bién haya consideración, y primeramente quando se pudiese, sería bien que no fuese uno solo, sino dos a lo menos; así porque entre sí ellos más se ayuden en las cosas spirituales y corporales, como porque pue-dan ser más fructuosos a los que son im-biados, partiendo entre sí los trabajos en servicio de los próximos. Y hubiendo de ir dos, parece iría bien con un Predica-dor o Lector un otro que cogiese la mies que el tal le preparase, en Confessiones y

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Exercicios Spirituales, y le ayudase en el conversar y los otros medios que se usan para con los próximos. Así mesmo, im-biándose alguno menos exercitado en el modo de proceder de la Compañía y en el tratar con los próximos, parece se debría juntar con otro que tuviese más experien-cia en esto, a quien pudiese imitar, y con quien pudiese conferir y aconsejarse en las cosas que le occurren dubias. Con uno muy ferviente y animoso parece iría bien otro más circunspecto y recatado; y así de otras mesclas como esta, en manera que la differencia, unida con el vínculo de la ca-ridad, ayudase a entrambos, y no pudiese engendrar contradicción o discordia entre ellos ni los próximos. Imbiar más núme-ro que dos, quando la importancia de la obra que se pretiende fuese más grande en servicio de Dios nuestro Señor, y pidiese

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más multitud, y la Compañía pudiese pro-veer de más Operarios, sin prejuicio de otras cosas de más gloria divina y bien universal; podrá el Superior hacerlo, como la unción del Santo Spíritu le inspirare, o en la su divina Magestad mejor y más con-veniente sintiere.

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7

Nona parte principal*

De lo que toca a la cabezay gobierno que della desciende

Los siguientes numerales definen en las Constitu-

ciones de la Compañía de Jesús el perfil de quien

debe ser su superior general, cualidades y rasgos

que en la historia de la orden están en la base de

la elección de los superiores

tanto provinciales como

locales. Por supuesto, en

el horizonte de las mismas

instituciones de la Compa-

ñía de Jesús se convierten

en un referente para sus

directivos y jefes. Las cur-

sivas son nuestras.

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 606-608.

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Capítulo 2

Quál haya de ser el Prepósito General

Cons 9:723 1. Quanto a las partes [A] que en el Prepósito General se deben desear, la primera es que sea muy unido con Dios nuestro Señor y familiar en la oración y to-das sus operaciones, para que tanto mejor dél como de fuente de todo bien, impetre a todo el cuerpo de la Compañía mucha par-ticipación de sus dones y gracias, y mucho valor y efficacia a todos los medios que se usaren para la ayuda de las ánimas.

Cons 9:724 A. A estas seis partes se redu-cen como a principales las demás; pues en ellas consiste la perfección del Prepósito para con Dios, y lo que perficciona su affec-to y entendimiento y execución; y tanbién lo que le ayuda de los bienes del cuerpo y

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externos; y según la orden con que se po-nen, así se estima la importancia dellas.

Cons 9:725 2. La segunda, que sea perso-na cuyo exemplo en todas virtudes ayude a los demás de la Compañía, y en special debe resplandecer en él la caridad para con todos próximos, y señaladamente para con la Compañía, y la humildad ver-dadera, que de Dios nuestro Señor y de los hombres le hagan muy amable.

Cons 9:726 3. Debe tanbién ser libre de todas passiones, teniéndolas domadas y mortificadas, porque interiormente no le perturben el juicio de la razón, y exterior-mente sea tan compuesto, y en el hablar specialmente tan concertado, que ninguno pueda notar en él cosa o palabra que no le edifique, así de los de la Compañía, que le han de tener como espejo y dechado, como de los de fuera.

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Cons 9:727 4. Con esto sepa mezclar de tal manera la rectitud y severidad nece- ssaria con la benignidad y mansedumbre, que ni se dexe declinar de lo que juzgare más agradar a Dios nuestro Señor, ni dexe de tener la compassión que conviene a sus hijos; en manera que aun los reprehendi-dos o castigados reconozcan que procede rectamente en el Señor nuestro y con cari-dad en lo que hace, bien que contra su gus-to fuese según el hombre inferior.

Cons 9:728 5. Y así mesmo la magna-nimidad y fortaleza de ánimo le es muy necessaria para suffrir las flaquezas de muchos, y para comenzar cosas grandes en servicio de Dios nuestro Señor, y per-severar constantemente en ellas quanto conviene, sin perder ánimo con las con-tradicciones (aunque fuesen de personas grandes y potentes), ni dexarse apartar de

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lo que pide la razón y el divino servicio por ruegos o amenazas dellos, siendo Superior a todos casos, sin dexarse levantar con los prósperos ni abatirse de ánimo con los ad-versos, estando muy aparejado para resci-bir, quando menester fuesse, la muerte por el bien de la Compañía en servicio de Iesu Cristo Dios y Señor nuestro.

Cons 9:729 6. La tercera es que debría ser dotado de grande entendimiento y jui-cio, para que ni en las cosas speculativas ni en las práticas que occurrieren le falte este talento. Y aunque la doctrina es muy necessaria a quien tendrá tantos doctos a su cargo, más necessaria es la prudencia y uso de las cosas spirituales y internas, para discernir los spíritus varios y acon-sejar y remediar a tantos que tendrán ne-cessidades spirituales; y así mesmo la dis-creción en las cosas externas, y modo de

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tratar de cosas tan varias, y conversar con tan diversas personas de dentro y fuera de la Compañía.

Cons 9:730 7. La cuarta, y muy necessa-ria para la execución de las cosas, es que sea vigilante y cuidadoso para comenzar y strenuo para llevar las cosas al fin y per-fección suya, no descuidado y remisso para dexarlas comenzadas y imperfectas.

Cons 9:731 8. La quinta es acerca del cuerpo, en el qual quanto a la sanidad, appariencia [B] y edad, debe tenerse res-pecto de una parte a la decencia y auctori-dad, de otra a las fuerzas corporales que el cargo requiere, para en él poder hacer su officio a gloria de Dios nuestro Señor.

Cons 9:732 B. Y así parece que la edad ni deba ser de mucha vejez, que no suele ser idónea para trabajos y cuidados de tal cargo; ni tampoco de mucha juventud,

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a quien no suele acompañar la auctoridad ni experiencia conveniente.

Cons 9:733 9. La sexta es acerca de las cosas externas [C], en las quales las que más ayudan para la edificación y el servi-cio de Dios nuestro Señor en tal cargo, se deben preferir. Y tales suelen ser el crédi-to, buena fama y lo que para la auctoridad con los de fuera y de dentro ayuda de las otras cosas.

Cons 9:734 C. Cosas externas son la no-bleza, riqueza tenida en el século, honra y semejantes. Y estas, caeteris paribus, vienen en alguna consideración; pero otras hay más importantes que, aunque estas falten, podrían bastar para la elección.

Cons 9:735 10. Finalmente, debe ser de los más señalados en toda virtud, y de más méritos en la Compañía, y más a la larga conocido por tal. Y si algunas de las

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partes arriba dichas faltasen, a lo menos no falte bondad mucha y amor a la Com-pañía, y buen juicio acompañado de bue-nas letras. Que en lo demás las ayudas que tendrá, de que se dirá abajo, podrían mu-cho supplir con la ayuda y favor divino.

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SEGUNDA PARTE

Ignacio, acompañante espiritual

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[Insertar ilustración 4 como portadilla]

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Cartas a Sor Teresa Rejadell, en Barcelona*

Tres cartas envió San Ignacio en distintos años a

Sor Teresa de Rajadell, del monasterio benedicti-

no de Montserrat. En estas

cartas, el santo aplica las

reglas del discernimiento de

espíritus y sobre los escrú-

pulos que están consigna-

das en los Ejercicios espi-

rituales. De cómo se debe

proceder cuando se está en

los estados de consolación

y de desolación y de cómo

para enfrentarse al “enemi-

go de natura humana”.

* San Ignacio de Loyola. Obras. Nueva edición, revisada y actua-lizada por Ma-nuel Ruiz Jurado, S. J. Madrid: Biblio- teca de Autores Cristianos, 2013. Cartas e instruc-ciones, 5 (MHSJ, MI, Epp. I, 99-107), pp. 662-666.

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5. Carta n.° 1

Venecia, 18 de junio de 1536 (Epp. 1,99-107)

IHS. La gracia y amor de Cristo Nuestro Señor sea siempre en nuestro favor y en nuestra ayuda. Los días pasados, reci-

bida vuestra letra, con ella me gocé mucho en el Señor a quien servís, y deseáis más servir, a quien debemos atribuir todo lo bueno que en las criaturas parece. Como en la vuestra decís que [Lope de] Cáceres me informará luego de vuestras cosas, así lo hizo, y no solo dellas, mas aun de los medios o parecer que para cada una dellas os daba. Leyendo lo que me dice, no hallo otra cosa que escribir pueda, aunque más quisiera la información por vuestra letra; porque ninguno puede dar a entender bien

1.

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las pasiones propias como la misma per-sona que padece.

Decís que por amor de Dios Nuestro Señor tome cuidado de vuestra persona. Cierto que muchos años ha que Su Divina Majestad, sin yo lo merecer, me da deseos de hacer todo placer que yo pueda a todos y a todas que en su voluntad buena y be-neplácito caminan. Asimismo de servir a los que en su Divino Servicio trabajan; y porque yo no dudo que vos seáis una de-llas, deseo hallarme donde, lo que digo, en obras lo pudiese mostrar.

Asimismo me pedís interamente os escriba lo que el Señor me dice, y deter-minadamente diga mi parecer; y lo que siento en el Señor, y determinado diré de mucha buena voluntad; y si en alguna cosa pareciere ser agrio, más seré contra aquel que procura turbaros que contra vuestra

2.

3.

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persona. En dos cosas el enemigo os hace turbar, mas no de manera que os haga caer en culpa de pecado, que os aparte de vuestro Dios y Señor, mas os hace turbar y apartar de su mayor servicio y vuestro ma-yor reposo. La primera es que pone y [per]suade a una falsa humildad. La segunda pone extremo temor de Dios adonde de-masiado os detenéis y ocupáis.

Y en cuanto a la primera parte, el cur-so general que el enemigo tiene con los que quieren y comienzan [a] servir a Dios Nuestro Señor, es poner impedimentos y obstáculos, que es la primera arma con que procura herir es, a saber: ¿Cómo has de vivir toda tu vida en tanta penitencia, sin gozar de parientes, amigos, posesiones, y en vida tan solitaria sin un poco de reposo?, como de otra manera te puedas salvar sin tantos peligros; dándonos a entender que hemos

4.

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de vivir en una vida más larga por los traba-jos que antepone, que nunca hombre vivió, no nos dando a entender los solaces y con-solaciones tantas que el Señor acostumbra dar a los tales, si el nuevo servidor del Señor rompe todos esos inconvenientes, eligien-do querer padecer con su Criador y Señor.

Luego procura el enemigo con la se-gunda arma, es a saber: Con la jactancia o gloria vana, dándole a entender que en él hay mucha bondad o santidad, ponién-dole en más alto lugar de lo que merece. Si el siervo del Señor resiste a estas fle-chas, resiste con humillarse y abajarse, no consintiendo ser tal cual el enemigo [per]suade, trae la tercera arma, que es de falsa humildad, es a saber: como ve al siervo del Señor tan bueno y tan humilde que, ha-ciendo lo que el Señor manda, piensa que aún todo es inútil, y mira sus flaquezas, y no

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gloria alguna, pónele en el pensamiento que si alguna cosa halla de lo que Dios Nuestro Señor le ha dado, así en obras como en pro-pósitos y deseos, que peca por otra especie de gloria vana, porque habla en su favor propio. Así procura que no hable de cosas buenas recibidas de su Señor, porque no haga ningún fruto en otros, ni en sí mis-mo; tanto porque, acordándose de lo que ha recibido, siempre se ayuda para ma-yores cosas, aunque este hablar debe ser con mucha mesura, y movido por el ma-yor provecho dellos, digo de sí mismo, y de los otros si halla tal aparejo, y creyen-do serán crédulos y aprovechados: así en hacernos humildes, procura de traernos en falsa humildad, es a saber: a una extre-ma y viciada humildad; de esto dan vues-tras palabras apto testimonio. Porque después que narráis algunas f laquezas

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y temores que hacen al propósito, decís: soy una pobre religiosa, paréceme de-seosa de servir a Cristo Nuestro Señor, o el Señor me da deseos de servirle; mas decís paréceme ser deseosa. Si bien mi-ráis, bien entendéis que aquellos deseos de servir a Cristo Nuestro Señor no son de vos, mas dados por el Señor; y así ha-blando, “el Señor me da crecidos deseos de servirle al mismo Señor”, le alabáis, porque su don publicáis, y en El mismo os gloriáis, no en vos, pues a vos misma aquella gracia no atribuís.

Así debemos mirar mucho, y si el enemigo nos alza, abajarnos, contando nuestros pecados y miserias; si nos abaja y deprime, alzarnos en verdadera fe y espe-ranza en el Señor, y numerando los bene-ficios recibidos y con cuánto amor y volun-tad nos espera para salvar; y el enemigo no

5.

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cura si habla verdad o mentira, más solo que nos venza. Mirad bien cómo los már-tires, puestos delante de los jueces idó-latras, decían que eran siervos de Cristo; pues vos, puesta delante del enemigo de toda natura humana, y por él así tentada, cuando os quiere quitar las fuerzas que el Señor os da, y os quiere hacer tan flaca y tan temerosa con insidias y con engaños, ¿no osaréis decir que sois deseosa de ser-vir a Nuestro Señor? Antes habéis de decir y confesar sin temor que sois su servidora, y que antes moriréis que de su servicio os apartéis; si él me representa justicia, yo luego misericordia; si él es misericordia, yo al contrario digo la justicia. Así es me-nester que caminemos para que no seamos turbados, que el burlador quede burlado, allegándonos de aquella autoridad de la Sa-grada Escritura, que dice: “Guarde no seas

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así humilde, que así humillado te convier-tas en estulticia” (Eclo 13,10).

Viniendo a la segunda, como el ene-migo ha puesto en nosotros un temor con una sombra de humildad, la cual es falsa, y que no hablemos ni aun de cosas buenas, santas y provechosas, trae después otro temor mucho peor, es a saber: Si estamos apartados, segregados y fuera del Señor Nuestro; y esto se sigue en mucha parte de lo pasado; porque así como en el primer te-mor alcanzó victoria el enemigo, halla fa-cilidad para tentarnos en este otro; para lo cual en alguna manera declarar, diré otro discurso que el enemigo tiene. Si halla a una persona [que] tiene la conciencia an-cha y pasa los pecados sin ponderarlos, hace cuanto puede que el pecado venial no sea nada, y el mortal venial, y el muy gran mortal poca cosa, de manera que se

6.

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ayuda con la falta que en nosotros siente; es a saber: por tener la conciencia dema-siadamente ancha. Si a otra persona halla de conciencia delgada, que por ser delgada no hay falta, y como ve que no solo echa de sí los pecados mortales, y los veniales posibles, que todos no están en nosotros, y que aún procura echar de sí toda seme-janza de pecado menudo, imperfección y defecto, entonces procura envolumar [embolatar] aquella conciencia tan buena, haciendo pecado donde no es pecado, y poniendo defecto donde hay perfección, a fin de que nos pueda desbaratar y afligir; y donde no puede muchas veces hacer pecar ni espera poderlo acabar, a lo menos pro-cura de atormentar.

Para más en alguna manera declarar el temor cómo se causa, diré, aunque breve, de dos lecciones que el Señor acostumbra

7.

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dar o permitir. La una da, la otra permite. La que da es consolación interior, que echa toda turbación, y trae a todo amor del Se-ñor, y a quiénes ilumina en tal consolación, a quiénes descubre muchos secretos, y más adelante. Finalmente, con esta divina con-solación todos trabajos son placer, y todas fatigas descanso. El que camina con este fervor, calor y consolación interior, no hay tan grande carga que no le parezca ligera; ni penitencia, ni otro trabajo tan grande, que no sea muy dulce. Esta nos muestra y abre el camino de lo que debemos seguir, y huir de lo contrario; ésta no está siempre en nosotros, mas camina siempre sus tiempos ciertos según la ordenación [divina], y todo esto para nuestro provecho.

Pues, quedando sin esta tal consola-ción, luego viene la otra lección, es a saber: Nuestro antiguo enemigo poniéndo-

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nos todos inconvenientes posibles por desviarnos de lo comenzado, y tanto nos vexa, y todo contra la primera lección, poniéndonos muchas veces a tristeza sin saber nosotros por qué estamos tristes, ni podemos orar con alguna devoción, con-templar, ni aun hablar, ni oir de cosas de Dios Nuestro Señor con sabor o gusto in-terior alguno; que no solo esto, mas, si nos halla ser flacos, y mucho humillados a es-tos pensamientos dañados, nos trae pen-samientos como si del todo fuésemos de Dios Nuestro Señor olvidados; y venimos en parecer que en todo estamos apartados del Señor Nuestro; y cuanto hemos hecho, y cuanto queríamos hacer, que ninguna cosa vale; así procura traernos en descon-fianza de todo, y así veremos que se causa nuestro tanto temor y flaqueza, mirando en aquel tiempo demasiadamente nuestras

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miserias, y humillándonos tanto a sus fa-laces pensamientos.

Por donde es menester mirar quién combate: si es consolación, bajarnos y hu-millarnos, y pensar que luego viene la prue-ba de la tentación; si viene la tentación, os-curidad o tristeza, ir contra ella sin tomar resabio alguno, y esperar con paciencia la consolación del Señor, la cual sacará todas turbaciones, tinieblas de fuera.

Agora resta hablar de lo que sentimos seyendo de Dios Nuestro Señor; cómo lo hemos de entender, y entendido sabernos aprovechar. Acaece que muchas veces el Señor Nuestro mueve y fuerza a nuestra áni-ma a una operación o a otra abriendo nues-tra ánima; es a saber: hablando dentro della sin ruido alguno de voces, alzando[la] toda a su Divino Amor; y nosotros a su sentido, aunque quisiéramos, no pudiendo resistir; y

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el sentido suyo que tomamos, necesario es conformarnos con los Mandamientos, pre-ceptos de la Iglesia y obediencia de nuestros mayores, y lleno de toda humildad porque el mismo Espíritu Divino es en todo. Donde hartas veces nos podemos engañar es que después de la tal consolación o espiración, como el ánima queda gozosa, allégase el enemigo todo debajo de alegría y de buen color para hacernos añadir lo que hemos sentido de Dios Nuestro Señor, para hacer-nos desordenar en todo y desconcertar.

Otras veces nos hace disminuir la lec-ción recibida, poniéndonos embarazos e inconvenientes porque enteramente no cumplamos todo aquello que nos ha sido mostrado. Y es menester más advertencia que en todas las otras cosas; muchas ve-ces refrenando la mucha gana de hablar de las cosas de Dios Nuestro Señor; otras

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veces hablando más de lo que la gana o movimiento nos acompaña; porque en esto es menester más mirar el sujeto de los otros que los mis deseos, cuando así el enemigo ayuda a crecer o menguar el buen sentido recibido; de manera que así vayamos tentando para aprovechar a los otros, como quien pasa el vado: si halla buen paso, o camino, o esperanza que se seguirá algún provecho, pasar adelante; si el vado está turbado, y que de las buenas palabras se escandalizarán, tener rienda siempre, buscando el tiempo o la hora más dispuesta para hablar.

Materias se han movido que no se pueden así escribir, a lo menos sin muy crecido pro-ceso, y aún con todo quedarían cosas que me-jor se dejan sentir que declarar, cuánto más por letras. Si al Señor Nuestro así place, es-pero que presto nos veremos allá, donde más

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adentro en algunas cosas podremos enten-der; entretanto, pues tenéis más vecino a[l Doctor Juan] Castro, creo que sería bien os escribiésedes con él, que, donde daño no se pueda seguir, algún provecho pueda venir. Y pues en todo me decís os escriba lo que en el Señor sintiere, digo seréis bienaventurada si lo que tenéis sabéis guardar.

Ceso rogando a la Santísima Trinidad por la su infinita y suma bondad nos dé gracia cumplida, para que su santísima voluntad sintamos, y aquella enteramente la cumplamos.

De Venecia, a 18 de Junio de 1536. De bondad pobre, Ignacio.

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6. Carta n.° 2

Venecia, 11 de septiembre de 1536(Epp. 1,107-109)

IHS. La gracia y amor de Cristo N. S. sea siempre en nuestro favor y en nuestra ayu-da. Dos letras vuestras tengo recebidas por diversas veces: a la primera respon-dí, a mi parescer, largo, y según razón la ternéis ya recibida; en la segunda me di-cís lo mismo que en la primera, quitadas algunas palabras, a las cuales solamente responderé en breve. Decís que halláis en vos tanta ignorancia y poquedades, et-cétera, lo que es mucho conoscer, y que os paresce que a éste ayudan los muchos paresceres y poco determinados; yo soy con vuestra sentencia, que quien poco determina, poco entiende y menos ayuda;

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mas el Señor que ve, El mismo es el que favoresce.

Toda meditación en la cual trabaja el en-tendimiento, hace fatigar el cuerpo; otras meditaciones ordenadas y descansadas, las cuales son aplicables al entendimiento y no trabajosas a las partes interiores del ánimo, que se hacen sin poner fuerza in-terior ni exterior, éstas no fatigan al cuer-po, mas hacen descansar, si no es por dos maneras: la primera, cuando os quita el natural sustentamiento y recreación que al cuerpo habéis de dar. Llamo sustenta-miento cuando por ocuparse alguno en las tales meditaciones no se acuerda de dar al cuerpo su refección natural, pasando las horas requisitas. Llamo recreación más pía, dejar al entendimiento que discurra donde quiera, en cosas buenas o indiferen-tes, solo que no sean malas.

2.

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La segunda, a muchos acaece, dados a la oración o contemplación, que antes que hayan de dormir, por hacer ejercitar mucho al entendimiento, no pueden después dor-mir, pensando después en las cosas con-templadas y imaginadas; donde el enemi-go asaz procura entonces de tener cosas buenas, porque el cuerpo padezca, como el sueño se le quita, lo que totalmente se ha de evitar. Con el cuerpo sano podréis hacer mucho, con él enfermo no sé qué podréis. El cuerpo bueno en gran manera ayuda para hacer mucho mal y mucho bien: mu-cho mal a los que tienen la voluntad depra-vada y hábitos malos; mucho bien a los que tienen la voluntad toda a Dios N. S. aplicada y en buenos hábitos acostumbrada. Así, si yo no supiese cuáles son las meditaciones o ejercicios y para cuánto tiempo, y aparte lo que Cáceres os dijo, yo no podría hablar

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enteramente más de lo que os tengo escrito, y en ésta otra vez confirmo yo; sobre todo, que penséis que el Señor vuestro os ama, lo que yo no dudo, y que le respondáis con el mismo amor, no haciendo caso alguno de cogitaciones malas, torpes o sensuales, poquedades o tibiezas, cuando son contra vuestro querer; porque todo esto o parte dello, que no viniese, nunca lo alcanzó Sant Pedro ni Sant Pablo; mas, aunque no del todo, alcánzase mucho con no hacer caso a ninguna cosa dellas. Porque así como no me tengo de salvar por las buenas obras de los ángeles buenos, así no me tengo de da-ñar por los malos pensamientos y flaquezas que los ángeles malos, el mundo y la carne me representan. Mi ánima sola quiere Dios N. S. se conforme con la Su Divina Majes-tad, y así el ánima conforme, hace andar al cuerpo, quiera que no quiera, conforme a

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su divina voluntad, donde consiste nuestro mayor batallar, y [el] placer de la eterna y suma bondad. Quien por la su infinita pie-dad y gracia nos quiera tener siempre de su mano.

De Venecia, 11 de septiembre 1536. De bondad pobre, Íñigo.

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23. Carta n.° 3

Roma, 15 de noviembre de 1543 (Epp. 1,274-276)

IHS. La suma gracia y amor de Cristo N. S. sea siempre en nuestro continuo favor y ayuda.Primero. Habiendo entendido su divina voluntad ser cumplida en llevar y sacar, de los trabajos presentes de esta vida a la vuestra y nuestra en El Señor nuestro her-mana Luisa, con muchas razones y señales teniendo por cierto que está en la otra, lle-na de gloria para siempre sin fin, de donde (nosotros no la olvidando en las nuestras aunque indignas y pobres oraciones) es-pero nos favorecerá y pagará con santa usura; por tanto, si, alargando, hablase palabras de consolaros, en alguna manera

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pensaría haceros injuria, juzgando que en todo os conformáis (como debéis) con la suma y eterna providencia, toda para nuestra mayor gloria.

Cuanto al hábito y observancia: donde habéis tenido una sentencia por vuestra parte, y aunque no la hubiésedes habido, teniendo confirmación de la Sede Apostóli-ca, no hay que poner duda alguna, es cierto que estáis conformes al servicio y voluntad divina; porque tanto puede obligar a peca-do cualquier regla del bienaventurado san-to, cuanto es confirmada por el vicario de Cristo N. S., o con su auctoridad por otro. Y así la regla de Sant Benito, de Sant Fran-cisco o de Sant Jerónimo no puede por sus propias fuerzas obligar a pecado alguno; mas entonces obliga, cuando es confirma-da y auctorizada con la Sede Apostólica por la virtud divina que a la tal regla infunde.

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Cuanto al comulgar cada día, atento que en la primitiva Iglesia todos se comul-gaban cada día, y que después acá no hay ordenación ni escritura alguna de la nues-tra santa madre Iglesia, ni de los santos doctores escolásticos ni positivos, que no puedan comulgar cada día las personas que fueren movidas por devoción; y si el bienaventurado Sant Agustín dice que co-mulgar cada día ni lauda ni vitupera, en otra parte deciendo que exhorta a todos a comulgar todos los días de domingos, más adelante dice, hablando del cuerpo sacratísimo de Cristo Nuestro Señor: este pan es cotidiano; luego así vivid como cada día podáis recibir. Esto todo siendo así, aunque no hubiese tantas buenas se-ñales ni tan sanas mociones, el bueno y entero testimonio es el propio dictamen de la conciencia, es a saber: después que

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todo os es lícito en el Señor nuestro, si juz-gáis, apartada de pecados mortales claros, o que podáis juzgar por tales, que vuestra ánima más se ayuda y más se inflama en el amor de vuestro Criador y Señor, y con tal intención os comunicáis, hallando por experiencia que este santísimo manjar es-piritual os sustenta, quieta y reposa, y con-servando os aumenta en su mayor servicio, alabanza y gloria, no dubitando, os es lí-cito, y os será mejor comulgaros cada día.

Y porque de esto y de otras cosas ha-biendo comunicado asaz con el licenciado Araoz, que ésta dará, al cual en todo remi-tiéndome en el Señor nuestro, ceso, rogan-do a Dios N. S. por la su infinita clemencia en todas cosas seáis guiada y gobernada por la su infinita y suma bondad.

De Roma, 15 de noviembre de 1543. De bondad pobre, Íñigo.

4.

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[Insertar ilustración 5 en página par]

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35. A los hermanos estudiantes del colegio de Coimbra

“De la Perfección”*

Roma, 7 de mayo de 1547(Epp. 1,495-510)

Suscitan la escritura de este texto las noticias que

llegan a Roma sobre los problemas concernien-

tes a la manera de vivir la

disciplina y a las exagera-

das mortificaciones de los

jesuitas que pertenecían a

la comunidad del Colegio

de Coimbra. Este estable-

cimiento se erigió en 1542,

gracias a la bondad de Juan

III de Portugal, rey entre

* San Ignacio de Loyola. Obras. Edición revisa-da y actualiza-da por Manuel Ruiz Jurado, S. J. Madrid: Biblio-teca de Autores Cristianos, 2013, pp. 723-733.

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1521 y 1557. En esta carta, San Ignacio enseña

a sus miembros el modo como se ha proceder en

las etapas de estudio, para lograr y hallar la vo-

luntad Dios. A aquellos que han exagerado en sus

disciplinas y mortificaciones en detrimento de la

salud física, los exhorta a ejercitarse en el voto de

la perfecta obediencia con las siguientes palabras:

Así que para tener el medio entre el extremo de la

tibieza y del fervor indiscreto, conferid vuestras

cosas con el superior, y ateneos a la obediencia.

Y si tenéis mucho deseo de mortificación, em-

pleadle más en quebrar vuestras voluntades y

subyugar vuestros juicios debajo el yugo de la

obediencia, que en debilitar los cuerpos y afligir-

los sin moderación debida, especialmente ahora

en tiempo de estudio.

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La gracia y amor eterno de Cristo Nuestro Señor sea siempre en favor y ayuda nuestra. Amén.

Por cartas de Maestro Simón [Rodri-gues] y también de [Martín de] Santa Cruz tengo a la continua nuevas de todos, y sabe Dios, de quien todo lo bueno desciende, cuánto consuelo y alegría yo recibo con sa-ber lo que El os ayuda así en el estudio de las letras como en el de las virtudes, cuyo buen olor aún en otras partes muy lejos de esa tierra anima y edifica a muchos.

Y si de esto todo cristiano debería go-zarse por la común obligación que tene-mos todos a amar la honra de Dios y el bien de la imagen suya, redimida con la sangre y vida de Jesucristo, mucha razón es que yo en especial de ello me goce en el Señor Nuestro, siendo tan obligado a teneros con especial afición dentro de

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mi ánima. De todo sea siempre bendito y alabado el Criador y Redentor Nuestro, de cuya liberalidad infinita mana todo bien y gracia; y a él plega cada día abrir más la fuente de sus misericordias en este efec-to de aumentar y llevar adelante lo que en vuestras ánimas ha comenzado. Y no dudo de aquella suma bondad suya, sumamen-te comunicativa de sus bienes y de aquel eterno amor con que quiere darnos nues-tra perfección mucho más que nosotros recibirla, que lo hará; que si así no fuese no nos animaría Jesucristo a lo que de sola su [mano podemos haber diciendo:] “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48). Así que de su parte cierto es que El está presto, con que de la nuestra haya vaso de humildad y deseo para recibir sus gracias, y con que él nos vea bien usar de los dones

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recibidos y rogar industriosa y diligente-mente su gracia.

Parte primeraEstímulos para avanzar

[1. Excelencia de la vocación]

Y en esta parte no dejaré de dar espuelas aún a los que corren de vosotros; porque cierto os puedo decir que mucho habéis de extremaros en letras y virtudes, si habéis de responder a la expectación en que tenéis puestas tantas personas, no solo en este reino pero aun en otros muchos lugares; que, vistos los socorros y aparejos interio-res y exteriores de todas suertes que Dios os da, con razón esperan un muy extraor-dinario fruto. Y es así que a tan grande

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obligación de bien hacer como tenéis, no satisfaría cosa ordinaria. Mirad vuestra vocación cuál sea, y veréis que lo que en otros no sería poco, lo será en vosotros. Porque no solamente os llamó Dios “de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2,9) “y os pasó al Reino del Hijo de su amor” (Col 1,13), como a todos los otros fieles; pero, porque mejor conservásedes la puridad y tuviésedes el amor más unido en las cosas espirituales del servicio suyo, tuvo por bien sacaros del golfo peligroso de este mundo porque no peligrase vuestra conciencia en-tre las tempestades que en él suele mover el viento del deseo, ahora de haciendas, ahora de honras, ahora de deleites; o el contrario, del temor de perder todo esto.

Y además de esto dicho, porque no tu-viesen estas cosas bajas ocupado vuestro entendimiento y amor, ni lo esparciesen

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en varias partes, para que pudiésedes todos unidos convertiros y emplearos en aquello para que Dios os crió, [que] es la honra y gloria suya y la salvación vuestra y ayuda de vuestros prójimos.

Y aunque a estos fines vayan endereza-dos todos los institutos de la vida cristiana, Dios os ha llamado a este donde, no con una general dirección pero poniendo en ello toda la vida y ejercicios de ella, habéis de hacer vosotros un continuo sacrificio a la gloria de Dios y salud del prójimo, coope-rando a ella no solo con ejemplo y deseosas oraciones pero con los otros medios exte-riores que su Divina Providencia ordenó para que unos ayudásemos a otros. Donde podréis entender cuánto sea noble y real el modo de vivir que habéis tomado; que no solamente entre hombres pero entre ánge-les no se hallan más nobles ejercicios que

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el glorificar al Criador suyo y el reducir las criaturas suyas a él, cuanto son capaces.

[2. Ventajas del fervor]

Así que mirad vuestra vocación para, de una parte, dar a Dios muchas gracias de tanto beneficio, y de otra, pedirle especial favor para poder responder a ella y ayudaros con mucho ánimo y diligencia, que nos es har-to necesaria para salir con tales fines; y la flojedad y tibieza y fastidio del estudio y los otros buenos ejercicios, por amor de Nues-tro Señor Jesucristo, reconocedlos por ene-migos formados de vuestro fin.

Cada uno se ponga adelante para ani-marse, no los que son a su parecer para menos, sino los más vehementes y estre-nuos. No consintáis que os hagan ventaja los hijos de este mundo en buscar con más

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solicitud y diligencia las cosas temporales que vosotros las eternas. Avergonzaos que ellos corran con más prontitud a la muerte que vosotros a la vida. Teneos para poco si un cortesano sirve con más vigilancia por haber la gracia de un terreno príncipe que vosotros por la del celeste; y si un soldado por honra del vencimiento y algún despo-jo se apercibe y pelea más animosamente que vosotros por la victoria y triunfo del mundo, demonio y de vosotros mismos junto con el Reino y Gloria eterna.

Así que no seáis, por amor de Dios, re-misos ni tibios; que, como dicen, “el afloja-miento quiebra el ánimo, como la tirantez el arco”; y, al contrario, “el alma de los que trabajan se llenará de vigor y lozanía”, se-gún Salomón (Prov 13,4). Procurad entrete-ner el fervor santo y discreto para trabajar en el estudio así de letras como de virtudes:

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que con el uno y con el otro vale más un acto intenso que mil remisos; y lo que no alcanza un flojo en muchos años, un dili-gente suele alcanzar en breve tiempo.

En las letras, clara se ve la diferencia del diligente y negligente; pero hay la mis-ma en el vencer de las pasiones y flaque-zas, a que nuestra natura es sujeta, y en el adquirir de las virtudes. Porque es cierto que los remisos, por no pelear contra sí, tarde o nunca llegan a la paz del ánima ni a poseer virtud alguna enteramente; donde los estrenuos y diligentes en breve tiempo pasan muy adelante en lo uno y lo otro.

Pues el contentamiento que en esta vida puede haberse, la experiencia muestra que se halla, no en los flojos, sino en los que son fervientes en el servicio de Dios. Y con razón, porque esforzándose de su parte [a] vencer a sí mismos y deshacer el amor propio, [quiten]

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con él las raíces de las pasiones y molestias todas; y, también, con alcanzar los hábitos virtuosos, vienen naturalmente a obrar con-forme a ellos fácil y alegremente.

Pues de la parte de Dios, Consolador Piadosísimo, dispónense con lo mismo a recibir sus santas consolaciones, “porque al que venciere, le daré del maná escondi-do” (Ap 2,17). Por el contrario, la tibieza es causa de siempre vivir con molestias, no dejando quitar la causa de ella, que es [el] amor propio, ni mereciendo el favor divi-no. Así que debríades animaros mucho a trabajar en vuestros loables ejercicios, pues aun en esta vida sentiréis el provecho del fervor santo no solo en la perfección de vuestras ánimas pero aun [en] el contenta-miento de la presente vida. Pues si miráis al premio de la eterna, como debríades mi-rar muchas veces, fácilmente os persuadirá

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San Pablo “que no son de comparar los tra-bajos de esta vida temporal con la gloria venidera que ha de manifestarse en noso-tros” (Rom 8,18). Porque “la tribulación nuestra de ahora, momentánea y ligera, nos acarrea para las alturas de los cielos un peso eterno de gloria” (2 Cor 4,17).

Y si esto es en todo cristiano, que a Dios honra y sirve, podéis entender cuánta será vuestra corona si respondéis a nuestro ins-tituto que es, no solamente servir a Dios por vosotros mismos, pero atrayendo otros muchos al servicio suyo y honra; porque de los tales dice la Escritura: “Quienes ense-ñaron a muchos la justicia, brillarán como las estrellas por siempre eternamente” (Dan 12,3). Lo cual entiendan por sí los que pro-curaren diligentemente hacer su oficio, así después en ejercitar las armas como antes en aparejarlas; porque otramente es cierto

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que no basta entender en obras de suyo bue-nas, que nos dirá Jeremías: “maldito quien hace la obra de Dios con incuria” (Jer 48,10), y San Pablo: “que en el estadio todos co-rren, más uno solo recibe el premio” (1 Cor 9,24) y “que no será coronado sino quien lucha conforme a la ley” (2 Tim 2,5), y este es quienquiera que bien trabajare.

[3. Múltiples beneficios recibidos de Dios]

Pero sobre todo querría os excitase el amor puro de Jesucristo y deseo de su honra y de la salud de las ánimas que redimió, pues sois soldados suyos con especial título y sueldo en esta Compañía. Digo especial, porque hay otros muchos generales que cierto mucho os obligan a procurar su hon-ra y servicio. Sueldo suyo es todo lo natural que sois y tenéis, pues os dio y conserva el

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ser y la vida, y todas las partes y perfeccio-nes de ánima y cuerpo y bienes externos; sueldo son los dones espirituales de su Gracia con que tan liberal y benignamen-te os ha prevenido, y os los continúa sién-dole contrarios y rebeldes; sueldos son los inestimables bienes de su Gloria la cual, sin poder él aprovecharse de nada, os tie-ne aparejada y prometida, comunicándoos todos los tesoros de su Felicidad para que seáis, por participación eminente de su Di-vina Perfección, lo que él es por su esencia y natura; sueldo es, finalmente, todo el uni-verso y lo que en él es contenido corporal y espiritual, pues no solamente ha puesto en nuestro ministerio cuanto debajo el cie-lo se contiene pero toda esa sublimísima corte suya sin perdonar a ninguna de las celestes jerarquías, que “todos son espíri-tus servidores, destinados a servir en bien

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de aquellos que han de recibir la herencia de la salvación” (Heb 1,14). Y si por sí todos esos sueldos no bastasen, sueldo se hizo a Sí Mismo, dándosenos por Hermano en nuestra carne, por precio de nuestra salud en la cruz, por mantenimiento y compañía de nuestra peregrinación en la eucaristía. ¡Oh cuánto es mal soldado a quien no bas-tan tales sueldos para hacerle trabajar por la honra de tal Príncipe! Pues cierto es que, por obligarnos a desearla y procurarla con más prontitud, quiso Su Majestad prevenir-nos con estos tan estimables y costosos be-neficios deshaciéndose en un cierto modo Su Felicidad Perfectísima de sus bienes por hacernos partícipes de ellos, y toman-do todas nuestras miserias para hacernos exentos de ellas: queriendo ser vendido por rescatarnos, infamado por glorificarnos, pobre por enriquecernos, tomando muerte

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de tanta ignominia y tormento por darnos vida inmortal y bienaventurada. ¡Oh cuán demasiadamente es ingrato y duro quien no se reconoce con todo esto muy obligado de servir diligentemente y procurar la hon-ra de Jesucristo!

[4. Miserable condición de tantas almasy estado desolador del mundo]

Pues si la obligación conocéis y deseáis em-plearos en adelantar esta su honra, en tiem-po sí estáis que es bien menester mostrar por obras vuestro deseo. Mirad dónde sea hoy honrada la Divina Majestad, ni dónde aca-tada su Grandeza inmensa; dónde conocida la Sapiencia y dónde obedecida su santísima Voluntad. Antes ved con mucho dolor cuánto es ignorado, menospreciado, blasfemado su Santo Nombre en todos los lugares; la doc-

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trina de Jesucristo es desechada, su ejemplo olvidado, el precio de su sangre en un cierto modo perdido de nuestra parte, por haber tan pocos que de él se aprovechen. Mirad también vuestros prójimos como una ima-gen de la Santísima Trinidad y capaz de su gloria, a quien sirve el universo, miembros de Jesucristo redimidos con tantos dolores, in-famias y sangre suya; mirad, digo, en cuánta miseria se halla en tan profundas tinieblas de ignorancia, y tanta tempestad de deseos y timbres vanos y otras pasiones, combatidos de tantos enemigos visibles e invisibles, con riesgo de perder, no la hacienda o vida tem-poral, sino el Reino y Felicidad eterna y caer en tan intolerable miseria del fuego eterno.

Digo que, por resumirme en pocas pa-labras, que [si] bien mirásedes cuánta sea la obligación de tornar por la honra de Jesucristo y por la salud de los prójimos, veríades cuán

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debida cosa es que os dispongáis a todo tra-bajo y diligencia por haceros idóneos instru-mentos de la Divina Gracia para tal efecto; especialmente habiendo tan pocos hoy ver-daderamente operarios, “que no busquen su interés, sino el de Jesucristo” (Flp 2,21); que tanto más debéis esforzaros por suplir lo que otros faltan, pues Dios os hace gracia tan par-ticular en tal vocación y propósitos.

Parte segundaNecesidad de precaverse

del fervor indiscreto

[5. Daños del fervor indiscreto]

Lo que hasta aquí he dicho para despertar a quien durmiese, y correr más a quien se detuviese y parase en la vía, no ha de ser

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para que se tome ocasión de dar en el extre-mo contrario del indiscreto fervor: que no solamente vienen las enfermedades espi-rituales de causas frías, como es la tibieza, pero aun de calientes, como es el demasia-do fervor. “Sea vuestro culto racional”, dice San Pablo (Rom 12,1); porque sabía ser ver-dadero lo que decía el salmista: “La majes-tad del rey ama el juicio” (Sal 98,4), esto es, la discreción; y lo que se prefiguraba en el Levítico diciendo: “En todo sacrificio tuyo ofrecerás sal” (Lev 2,13). Y es así que no tie-ne máchina ninguna el enemigo, como dice Bernardo, tan eficaz para quitar la verdade-ra caridad del corazón cuanto el hacer que incautamente, y no según razón espiritual, en ella se proceda. El “Nada en demasía”, dicho del filósofo, débese en todo guardar, aun en la justicia misma, como leéis en el Eclesiástico: “No seas justo en demasía”

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(Ecl 7,17). A no tener esta moderación, el bien se convierte en mal y la virtud en vicio, y síguense muchos inconvenientes contra-rios a la intención del que así camina.

El primero, que no puede servir a Dios a la larga; como suele no acabar el cami-no el caballo muy fatigado en las primas jornadas, antes suele ser menester que otros se ocupen en servirle a él.

El segundo, que no suele conservarse lo que así se gana con demasiado apresu-ramiento, porque [como dice la Escritura:] “Hacienda que muy aprisa se allega, dismi-nuirse ha” (Prov 13,11). Y no solo se dismi-nuye, pero es causa de caer: “Quien el paso acelerado lleva, tropezará” (Prov 13,19) y si cae, tanto con más peligro cuanto de más alto, no parando hasta el bajo de la escala.

El tercero, que no se curan de evitar el peligro de cargar mucho la barca; y es así

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que, aunque es cosa peligrosa llevarla vacía, porque andará fluctuando con tentaciones, más lo es cargarla tanto, que se hunda.

El cuarto, acaece que por crucificar el hombre viejo se crucifica el nuevo, no pu-diendo por la flaqueza ejercitar las virtu-des. Y, según dice Bernardo, cuatro cosas se quitan con este exceso: “Quita al cuerpo el efecto de la buena obra, al alma el afec-to, al prójimo el ejemplo, a Dios el honor”. Donde infiere que es sacrílego y culpado en todo lo dicho quien así maltrata al tem-plo vivo de Dios. Dice Bernardo que quitan ejemplo al prójimo porque la caída de uno, después el escándalo, etc., dan escán-dalo a otros, según el mismo Bernardo [y a la causa] los llama divisores de la unidad, enemigos de la paz; y el ejemplo de la caí-da de uno espanta a muchos y los entibia en el provecho espiritual; y para sí mismos

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corren peligro de soberbia y vanagloria, prefiriendo su juicio al de los otros todos, o a lo menos usurpando lo que no es suyo, haciéndose jueces de sus cosas, siéndolo por razón el Prepósito.

Sin éstos hay aún otros inconvenien-tes, como es cargarse tanto de armas que no pueden ayudarse de ellas, como David de las de Saúl, y proveer de espuelas y no de freno a caballo de suyo impetuoso: en manera que en esta parte es necesaria discreción, que modere los ejercicios vir-tuosos entre los dos extremos. Y como avisa bien Bernardo: “No es bien se crea siempre a la buena voluntad, más hase de enfrentar, hase de regir, y mayormente el que comienza”, porque no sea malo para sí quien quiere ser bueno para otros; “por-que el que para sí es malo, ¿para quién será bueno?” (Ecl 14,5).

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[6. La obediencia, medio infalible para conseguir la discreción]

Y si os pareciere rara ave la discreción y difícil de haber, a lo menos suplidla con obediencia, cuyo consejo será cierto. Quien quisiese seguir más su parecer, oiga lo que San Bernardo le dice: “Cuanto sin el con-sentimiento y voluntad del padre espiritual se hace, pondráse a cuenta de la vanaglo-ria, no para recibir galardón”. Y acuérdese “que el crimen de la idolatría es no querer sujetársele, y el pecado de magia es desobe-diencia”, según la Escritura (1 Sam 15,23). Así que para tener el medio entre el extremo de la tibieza y del fervor indiscreto, conferid vuestras cosas con el superior, y ateneos a la obediencia. Y si tenéis mucho deseo de mortificación, empleadle más en quebrar vuestras voluntades y subyugar vuestros

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juicios debajo el yugo de la obediencia, que en debilitar los cuerpos y afligirlos sin mo-deración debida, especialmente ahora en tiempo de estudio.

Parte terceraModo de ejercitar el celo en tiempo

de los estudios

[7. Ofreciendo el mérito del trabajo a Dios]

No querría que con todo lo que he escrito pensásedes que yo no apruebo lo que me han hecho saber de algunas vuestras morti-ficaciones; que estas y otras locuras santas sé que las usaron los santos a su provecho, y son útiles para vencerse y haber más gracia, mayormente en los principios; pero a quien tiene ya más señorío sobre el amor propio,

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lo que tengo escrito de reducirse a la medio-cridad de la discreción, tengo por lo mejor, no se apartando de la obediencia, la cual os encomiendo muy encarecidamente, junto con aquella virtud y compendio de todas las otras que Jesucristo tanto encarece, lla-mando el precepto de ella propio suyo: “Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Y no solamente que entre vosotros mantengáis la unión y amor continuo, pero aun le extendáis a todos, y procuréis encender en vuestras áni-mas vivos deseos de la salud del prójimo, es-timando lo que cada uno vale del precio de la sangre y vida de Jesucristo que costó: porque de una parte aparejando las letras, de otra aumentando la caridad fraterna, os hagáis enteros instrumentos de la Divina Gracia y cooperadores en esta altísima obra de redu-cir a Dios, como a supremo fin, sus criaturas.

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Y en este comedio que el estudio dura, no os parezca que sois inútiles al próji-mo; que además de aprovecharos a voso-tros, como lo requiere la caridad orde-nada, “apiádate de tu alma, contentando a Dios” (Eclo 30,24), le servís a honra y gloria de Dios en muchas maneras.

La primera, con el trabajo presente [y] la intención, con la cual le tomáis y orde-náis todo a su edificación: que los solda-dos, cuando tienden a bastecerse de ar-mas y municiones para la empresa que se espera, no se puede decir que su trabajo no sea en servicio de su príncipe. Y aun-que la muerte atajase a alguno antes que comenzase [a] comunicarse al prójimo ex-teriormente, no por eso dejará de le haber servido en el trabajo de prepararse. Mas, además de la intención de adelante, debría cada día ofrecerse a Dios por los prójimos;

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que siendo Dios servido de aceptarlo, no menos podría ser instrumento para ayudar al prójimo que las prédicas o confesiones.

[8. Haciéndose virtuosos, condición esencial para el apostolado]

La segunda manera es de haceros muy vir-tuosos y buenos, porque así seréis idóneos a hacer los prójimos tales cuales sois; porque el modo que quiere Dios se guarde en las generaciones materiales, quiere proporcio-nalmente en las espirituales. Muéstraos la filosofía y experiencia, que en la generación de un hombre u otro animal, además de las causas generales, como son los Cielos, se requiere otra causa o agente inmediato de la misma especie, porque tenga la misma for-ma que quiere transfundir en otro sujeto, y

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así se dice que “el sol y el hombre engendran al hombre” (Aristóteles, en Física II). De la misma manera, para poner en otros la for-ma de humildad, paciencia, caridad, etc., quiere Dios que la causa inmediata que él usa como instrumento, como es el predica-dor o confesor, sea humilde, paciente y cari-tativo. En manera que, como os decía, apro-vechando a vosotros mismos en toda virtud, grandemente servís a los prójimos; porque no menos, antes más apto, instrumento para conferirles gracias, aparejáis en la vida buena que en la doctrina, bien que lo uno y lo otro requiere el perfecto instrumento.

[9. Dando buen ejemplo]

El tercer modo de ayudarles es el buen ejemplo de vida; que en esta parte, como

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os decía, por la Gracia Divina el buen odor de ahí se difunde y edifica aun en otras partes fuera de ese reino; y espero en el Autor de todo bien que continuará y au-mentará sus dones en vosotros, para que cada día, pasando adelante en toda perfec-ción, crezca, sin buscarlo, el odor santo y edificación que de él se sigue.

[10. Fomentando los santos deseosy oraciones]

El cuarto modo de ayudar a los prójimos, y que mucho se extiende, consiste en los santos deseos y oraciones. Y aunque el es-tudio no os dé tiempo para usarlas muy largas, puede en deseos recompensarse el tiempo a quien hace oración continua de todos sus ejercicios, tomándolos por solo

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servicio de Dios. Pero en esto y todas otras cosas, más de cerca tendréis con quién conferirlas en particular. Y a la causa, aun se pudiera excusar parte de lo escri-to; pero, como lo hago tan pocas veces, he querido esta consolarme con vosotros, escribiendo largo.

[11. Conclusión]

No otro por ahora, sino que ruego a Dios, Nuestro Criador y Redentor, que, como le plugo haceros tanta Gracia en llamaros y daros voluntad eficaz para que quisiéredes enteramente emplearos en Su Servicio, así le plega continuar en todos y aumen-tar sus dones, para que constantemente perseveréis y crezcáis en Su Servicio para mucha honra y gloria suya y ayuda de su

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Iglesia Santa. Vuestro en el Señor Nuestro, Ignacio. De Roma, a 7 de Mayo de 1547.

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86. A los padres y hermanosde Portugal “De la Obediencia”*

Roma, 26 de marzo de 1553 (Epp. 4,669-681)

Esta carta, valorada desde los inicios de la Com-pañía de Jesús como el gran texto sobre la obe-diencia, brinda elementos preciosos de reflexión

a cualquier institución contemporánea. Más allá de los conceptos renova-dos de la nueva gerencia o gestión humana, existen trazos y palabras en las valoraciones ignacianas del siglo XVI respecto las relaciones corporativas

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 851-860.

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que permiten consolidar el cumplimiento de pro-yectos institucionales.

Nuestras instituciones educativas en la búsqueda de una mejor comprensión y ejer-cicio de sus procesos participativos y demo-cráticos; en la consolidación de sus órganos colegiados de gobierno y en la humanización de sus autoridades personales de gobier-no requieren “discernir” continuamente. Decisiones, adhesiones, contradicciones e interlocuciones están siempre en continua revisión, y las preocupaciones de Ignacio, al escribir a sus hermanos de Portugal en 1553, siguen siendo en las instituciones jesuitas un aporte insalvable para cualificar mejor los cargos y funciones. Las reflexiones perti-nentes de este documento sobre la obediencia nos permiten adentrarnos en la problemática de saber mandar y saber obedecer, uno de los grandes tópicos de la consolidación de equipos

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eficientes y de la estabilidad organizacional de cualquier institución; y bien sabemos que solamente quien sabe obedecer sabrá mandar.

La virtud de la autoridad se gesta, en primer lugar, desde las prácticas ordina-rias a las cuales cualquier ciudadano, estu- diante, docente, obrero, creyente o socio de clubes debe asumir. Nos anteceden siempre normas, costumbres o reglamentos; de la misma manera que en nuestra gestión siem-pre estaremos en diálogo con jefes, coordina-dores, superiores, gerentes, directores, etc. Un grado de autoridad superior a mi potes-tad. Corpus legislativos y personas frente a los cuales debemos conservar una sana revi-sión, superación, resignificación o actualiza-ción. Por otra parte, en variados momentos y roles, estaremos con autoridad superior sobre otros, con un grado de responsabili-dad sobre usuarios, estudiantes, pacientes

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o familiares; autoridad a la que debemos saber apropiarnos.

Alguien en un cargo superior al mío y la norma ineludible nos serán encontradizos; ya sea que los padezcamos o ejerzamos. Ojalá siempre pudiéramos incluir como horizonte mayor en nuestras adhesiones instituciona-les y familiares aquello que Ignacio desarro-lla como obediencia de entendimiento. De la misma manera, encontraremos en el texto elementos que salvaguardan la libertad. En varios párrafos se destaca el derecho a repre-sentar (disentir) y a conversar sobre los obje-tos de conciencia que configuran la sagrada autonomía y la dignidad del sujeto.

En la versión de nuestra edición conser-vamos la estructura en siete partes, como los estudiosos de la Compañía la han anali-zado; disposición que nos permite una mejor apropiación de sus temas fundamentales.

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IHS. La suma gracia y amor eterno de Cristo nuestro Señor os salude y visi-te con sus santísimos dones y gracias

espirituales.Mucha consolación me da, Hermanos

carísimos en el Señor nuestro Jesucristo, entender los vivos deseos y eficaces, que de vuestra perfección y su divino servicio y gloria os da el que por su misericordia os llamó a este Instituto y en él os conserva y endereza al bienaventurado fin adonde allegan sus escogidos.

Y aunque en todas virtudes y gracias espirituales os deseo toda perfección, es verdad (como habréis de mí oído otras veces) que en la obediencia más parti-cularmente que en ninguna otra, me da deseo Dios nuestro Señor de veros seña-lar, no solamente por el singular bien que en ella hay, que tanto en la Sagrada

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Escritura con ejemplos y palabras en el Viejo y Nuevo Testamento se encarece, pero porque (como dice San Gregorio) “la obediencia es una virtud, que sola ella ingiere en el ánima las otras virtudes, e impresas las conserva”; y en tanto que ésta floreciere, todas las demás se verán florecer y llevar el fruto que yo en vuestras ánimas deseo, y el que demanda el que re-dimió por obediencia el mundo perdido por falta de ella, “hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

En otras religiones podemos sufrir que nos hagan ventaja en ayunos, y vigilias, y otras asperezas que, según su Instituto, cada una santamente observa; pero en la puridad y perfección de la obediencia, con la resignación verdadera de nuestras vo-luntades y abnegación de nuestros juicios, mucho deseo, Hermanos carísimos, que

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se señalen los que en esta Compañía sir-ven a Dios nuestro Señor, y que en esto se conozcan los hijos verdaderos de ella; nunca mirando la persona a quien se obe-dece, sino en ella a Cristo nuestro Señor, por quien se obedece.

[1. Principio fundamental de la obediencia.]

Pues ni porque el Superior sea muy pru-dente, ni porque sea muy bueno, ni por-que sea muy cualificado en cualesquie-ra otros dones de Dios nuestro Señor, sino porque tiene sus veces y autoridad debe ser obedecido, diciendo la eterna verdad. “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia”; ni, al contrario, por ser la

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persona menos prudente se le ha de dejar de obedecer en lo que es Superior, pues representa la persona del que es infalible sapiencia, que suplirá lo que falta a su mi-nistro; ni por ser falto de bondad y otras buenas cualidades; pues expresamente Cristo nuestro Señor, habiendo dicho: “En la cátedra de Moisés se sentaron y leyeron los Escribas y Fariseos”, añade: “Guardad, pues, y haced las cosas todas que os dijeren, pero no hagáis conforme a sus obras”.

Así que todos querría os ejercitáse-des en reconocer en cualquiera Superior a Cristo nuestro Señor, y reverenciar y obedecer a su divina majestad en él con toda devoción; lo cual os parecerá menos nuevo, si miráis que San Pablo, aun a los Superiores temporales y étnicos, man-da obedezcan como a Cristo, de quien

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toda ordenada potestad desciende, como escribe a los Efesios: “Los que sois sier-vos, obedeced a vuestros amos y señores temporales con temor y temblor, y con sencillo corazón, como a Cristo; no sir-viéndoles tan solamente en su presencia, como quien quiere aplacer a hombres, sino como siervos de Cristo, que hacen en esto la voluntad de Dios con gana y volun-tad buena, como quien sirve al Señor, y no a solos hombres”.

De aquí podéis inferir, cuando un reli-gioso toma a uno, no solamente por Supe-rior, mas expresamente en lugar de Cristo nuestro Señor, para que le enderece y go-bierne en su divino servicio, en qué grado le deba tener en su ánima, y si debe mirarle como a hombre, o no, sino como a vicario de Cristo nuestro Señor.

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[2. Grados de la obediencia.]

También deseo que se asentase mucho en vuestras ánimas, que es muy bajo el pri-mero grado de obediencia, que consiste en la ejecución de lo que es mandado, y que no merece el nombre, por no llegar al va-lor de esta virtud, si no se sube al segundo, de hacer suya la voluntad del Superior; en manera que no solamente haya ejecución en el efecto, pero conformidad en el afecto con un mismo querer y no querer. Por eso dice la Escritura que “es mejor la obedien-cia que no los sacrificios”; porque, según San Gregorio: Por otros sacrificios mátase carne ajena; mas por la obediencia sacrifí-case la voluntad propia”.

Y como esta voluntad es en el hombre de tanto valor, así lo es mucho el de la obla-ción, en que ella se ofrece por la obediencia

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a su Criador y Señor. ¡Oh, cuánto engaño toman y cuán peligroso, no digo solamen-te los que en cosas allegadas a la carne y sangre, mas aun en las que son de suyo muy espirituales y santas, tienen por lícito apartarse de la voluntad de sus Superiores, como es en los ayunos, oraciones y cuales-quiera otras pías obras! Oigan lo que bien anota Casiano en la colación de Daniel abad: “Una misma manera, sin duda, es de desobediencia quebrar el mandato del Su-perior por gana de trabajar, como por gana de estarse ocioso; y tan dañoso es quebrar los estatutos del monasterio por dormir, como por velar; y finalmente, tan malo es dejar de hacer lo que te manda tu abad por irte a leer, como por irte a dormir”.

Santa era la acción de Marta, santa la contemplación de Magdalena, santa la pe-nitencia y lágrimas con que se bañaban

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los pies de Cristo nuestro Señor; pero todo ello hubo de ser en Betania, que interpretan casa de obediencia; que parece nos quiere dar a entender Cristo nuestro Señor (como anota San Bernardo), “que ni la ocupación de la buena acción, ni el ocio de la santa contemplación, ni el lloro de la penitencia le pudieron juera de Betania ser agradables”.

Así que, Hermanos carísimos, procu-rad de hacer entera la resignación de vues-tras voluntades; ofreced liberalmente la libertad, que él os dio, a vuestro Criador y Señor en sus ministros. Y no os parez-ca ser poco fruto de vuestro libre albedrío que le podáis enteramente restituir en la obediencia al que os le dio: en lo cual no le perdéis, antes le perfeccionáis, confor-mando del todo vuestras voluntades con la regla certísima de toda rectitud, que es la divina voluntad, cuyo intérprete os es el

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Superior que en su lugar os gobierna. Y así no debéis procurar jamás de traer la volun-tad del Superior (que debéis pensar ser la de Dios) a la vuestra; porque esto sería no hacer regla la divina voluntad de la vuestra, sino la vuestra de la divina, pervirtiendo la orden de su sapiencia. Engaño es grande, y de entendimientos oscurados con amor propio pensar que se guarda la obediencia cuando el súbdito procura traer al Supe-rior a lo que él quiere. Oíd a San Bernardo, ejercitado en esta materia: “Quienquiera que descubierta o mañosamente negocia que su Padre espiritual le ordene lo que él quiere, él mismo se engaña, si se tie-ne y alaba de obediente con vana lisonja; porque en aquello no obedece él al Prela-do, sino el Prelado a él”. De manera que, concluyo, que a este segundo grado de obediencia, que es (además de la ejecución)

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hacer suya la voluntad del Superior, antes despojarse de la suya y vestirse de la divina por él interpretada, es necesario que suba quien a la virtud de la obediencia querrá subir. Pero quien pretende hacer entera y perfecta oblación de sí mismo, además de la voluntad es menester que ofrezca el entendimiento (que es otro grado y supre-mo de obediencia), no solamente teniendo un querer, pero teniendo un sentir mismo con su Superior, sujetando el propio juicio al suyo, en cuanto la devota voluntad pue-de inclinar el entendimiento.

Porque, aunque éste no tenga la liber-tad que tiene la voluntad, y naturalmente da su asenso a lo que se le representa como verdadero, todavía, en muchas cosas, en que no le fuerza la evidencia de la verdad conocida, puede con la voluntad inclinar-se más a una parte que a otra; y en las tales

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todo obediente verdadero debe inclinarse a sentir lo que su Superior siente.

Y es cierto, pues la obediencia es un holocausto, en el cual el hombre todo en-tero, sin dividir nada de sí, se ofrece en el fuego de caridad a su Criador y Señor por mano de sus ministros; y pues es una re-signación entera de sí mismo, por la cual se desposee de sí todo, por ser poseído y gobernado de la divina Providencia por medio del Superior, no se puede decir que la obediencia comprende solamente la ejecución para efectuar y la voluntad para contentarse, pero aun el juicio para sentir lo que el Superior ordena, en cuan-to (como es dicho) por vigor de la voluntad puede inclinarse.

Dios nuestro Señor quisiese que fuese tan entendida y practicada esta obediencia de entendimiento, como es a quienquiera

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que en religión vive necesaria, y a Dios nuestro Señor muy agradable. Digo ser ne-cesaria, porque, como en los cuerpos ce-lestes, para que el inferior reciba el movi-miento e influjo del superior, es menester le sea sujeto y subordinado con convenien-cia y orden de un cuerpo a otro; así en el movimiento de una criatura racional por otra (cual se hace por [la] obediencia) es menester que la que es movida sea sujeta y subordinada, para que reciba la influencia y virtud de la que mueve. Y esta sujeción y subordinación no se hace sin conformidad del entendimiento y voluntad del inferior al Superior.

Pues, si miramos el fin de la obedien-cia, como puede errar nuestra voluntad, así puede el entendimiento en lo que nos conviene; y a la causa, como para no torcer con nuestra voluntad se tiene por

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expediente conformarla con la del Superior, así, para no torcer con el entendimiento, se debe conformar con el del mismo. “No es-tribes en tu prudencia”, dice la Escritura.

Y así, aun en las otras cosas huma-nas, comúnmente lo sienten los sabios, que es prudencia verdadera no f iarse de su propia prudencia, y en especial en las cosas propias, donde no son los hombres comúnmente buenos jueces por la pasión.

Pues siendo así que debe [el] hombre antes seguir el parecer de otro (aunque Su-perior no sea) que el propio en sus cosas, ¿cuánto más el parecer de su Superior, que en lugar de Dios ha tomado para regirse por él, como intérprete de la divina voluntad?

Y es cierto que en cosas y personas espi-rituales es aún más necesario este consejo, por ser grande el peligro de la vía espiritual cuando sin freno de discreción se corre por

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ella. Por lo cual dice Casiano en la colación del abad Moisén: “Con ningún otro vicio trae tanto el demonio al monje a despeñarle en su perdición, como cuando le persuade que, despreciados los consejos de los más ancia-nos, se fíe en su juicio, resolución y ciencia”.

Por otra parte, si no hay obediencia de juicio, es imposible que la obediencia de voluntad y ejecución sea cual conviene. Porque las fuerzas apetitivas en nuestra ánima siguen naturalmente las aprensivas; y así será cosa violenta obedecer con la vo-luntad, a la larga, contra el propio juicio; y cuando obedeciese alguno un tiempo, por aquella aprensión general, que es menester obedecer aun en lo no bien mandado, a lo menos no es cosa para durar, y así se pier-de la perseverancia; y si ésta no, a lo menos la perfección de la obediencia, que está en obedecer con amor y alegría; que, quien va

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contra lo que siente, no puede durante tal repugnancia obedecer amorosa y alegre-mente. Piérdese la prontitud y presteza, que no la habrá tal, donde no hay juicio lle-no, antes duda si es bien, o no, hacer lo que se manda. Piérdese la simplicidad, tanto alabada, de la obediencia ciega, disputan-do si se le manda bien o mal, y por ventura condenando al Superior, porque le manda lo que a él no le va a gusto. Piérdese la hu-mildad, prefiriéndose por una parte, aun-que se sujeta por otra, al Superior. Piérdese la fortaleza en cosas difíciles; y por abre-viar, todas las perfecciones de esta virtud.

Y al contrario, hay en el obedecer, si el juicio no se sujeta, descontento, pena, tardanza, flojedad, murmuraciones, ex-cusas, y otras imperfecciones e incon-venientes grandes, que quitan su valor y mérito a la obediencia. Pues dice San

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Bernardo, con razón, de los tales que en cosas no a su gusto mandadas del Supe-rior reciben pena. “Si esto lo comienzas a llevar pesadamente, a juzgar a tu Prelado, a murmurar en tu corazón, aunque exte-riormente hagas lo que manda, no es esto virtud verdadera de paciencia, sino velo de malicia”.

Pues, si se mira la paz y tranquilidad del que obedece, cierto es que no la habrá quien tiene en su alma la causa del desaso-siego y turbación, que es el juicio propio contra lo que le obliga la obediencia.

Y por esto, y por la unión con que el ser de toda congregación se sustenta, ex-horta tanto San Pablo que “todos sientan y digan una misma cosa” (Rom 15,5), por-que con la unión del juicio y voluntades se conserven. Pues si ha de ser uno el sentir de la cabeza y los miembros, fácil es de ver,

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si es razón que la cabeza sienta con ellos, o ellos con la cabeza. Así que por lo dicho se ve cuán necesaria sea la obediencia de entendimiento.

Pues quien quisiese ver cuánto sea en sí perfecto y agradable a Dios nuestro Señor, verálo de parte del valor de la obla-ción nobilísima que se hace de tan digna parte del hombre; y porque así se haga el obediente todo, hostia viva y agradable a su divina majestad, no reteniendo nada de sí mismo; y también por la dif icultad con que se vence por su amor, yendo contra la inclinación natural que tienen los hom-bres a seguir su propio juicio. Así que la obediencia, aunque sea perfección de la voluntad propiamente (la cual hace pron-ta a cumplir la voluntad del Superior), es menester, como es dicho, que se extien-da hasta el juicio, inclinándole a sentir

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lo que el Superior siente; porque así se proceda con entera fuerza del ánima, de voluntad y entendimiento, a la ejecución pronta y perfecta.

[3. Medios generales para consecución de la obediencia.]

Paréceme que os oigo decir, Hermanos ca-rísimos, que veis lo que importa esta vir-tud; pero que querríades ver cómo podréis conseguir la perfección de ella. A lo cual yo os respondo con San León Papa: “Ninguna cosa hay difícil a los humildes, ni áspera a los mansos”. Haya en vosotros humildad, haya mansedumbre; que Dios nuestro Se-ñor dará gracia, con que suave y amorosa-mente le mantengáis siempre la oblación que le habéis hecho.

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[4. Medios particulares.]

Sin éstos, tres medios en especial os repre-sento, que para la perfección de la obedien-cia de entendimiento mucho os ayudarán.

El primero es que (como al principio dije) no consideréis la persona del Supe-rior como hombre sujeto a errores y mi-serias; antes mirad al que en el hombre obedecéis, que es Cristo, sapiencia suma, bondad inmensa, caridad infinita, que sabéis ni puede engañarse, ni quiere en-gañaros. Y pues sois ciertos que por su amor os habéis puesto debajo de obedien-cia, sujetándoos a la voluntad del Superior por más conformaros con la divina, que no faltará su fidelísima caridad de endere-zaros por el medio que os ha dado. Así que no toméis la voz del Superior, en cuanto os manda, sino como la de Cristo, conforme

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a lo que San Pablo dice a los Colosenses, exhortando los súbditos a obedecer a los Superiores: “Todo lo que hacéis, hacedlo de buena gana, como quien lo hace por servir al Señor y no a hombres; y entendiendo que habéis de recibir en pago la eterna herencia de Dios, servir a Cristo nuestro Señor”. Y a lo que San Bernardo dice: “Ora sea Dios, ora sea el hombre, vicario suyo, el que die-re cualquier mandato, con igual cuidado debe ser obedecido, con igual reverencia respetado; cuando empero el hombre no manda cosas contra Dios”. De esta ma-nera, si miráis, no al hombre con los ojos exteriores, sino a Dios con los interiores, no hallaréis dificultad en conformar vuestras voluntades y juicios con la regla que habéis tomado de vuestras acciones.

El segundo medio es, que seáis prontos a buscar siempre razones para defender

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lo que el Superior ordena, o a lo que se inclina, y no para improbarlo; a lo cual ayudará el tener amor a lo que la obedien-cia ordena; de donde también nacerá el obedecer con alegría y sin molestia alguna; porque, como dice San León: “No se sirve con forzada servidumbre cuando se ama y quiere lo que se manda”.

El tercer medio para sujetar el entendi-miento es aún más fácil y seguro y usado de los santos Padres, y es: presuponiendo y creyendo (en un modo semejante al que se suele tener en cosas de fe) que todo lo que el Superior ordena es ordenanza de Dios nuestro Señor, y su santísima voluntad;

a ciegas, sin inquisición ninguna, proceder, con el ímpetu y prontitud de

la voluntad deseosa de obedecer, a la eje-cución de lo que es mandado. Así es de

* Cf. S. Greg., Dialog. 1.2 c.7: PL 66,146A-B.

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creer procedía Abrahán en la obediencia que le fue dada de inmolar a su hijo Isaac; y asimismo en el Nuevo Testamento algu-nos de aquellos santos Padres, que refiere Casiano, como el abad Juan, que no mira-ba si lo que le era mandado era útil o inútil, como en regar un año un palo seco con tanto trabajo; ni si era posible o imposible, como en procurar tan de veras de mover, como le mandaban, una piedra, que mu-cho número de gente no pudiera mover.

Y para confirmar tal modo de obedien-cia vemos que concurría algunas veces con milagros Dios nuestro Señor; como en Mauro, discípulo de San Benito, que, entrando en el agua por mandato de su Su-perior, no se hundía en ella*; y en el otro, que mandado traer la leona, la tomó y tra-jo al Superior suyo y otros semejantes que sabéis. Así que quiero decir que este modo

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de sujetar el juicio propio, con presuponer que lo que se manda es santo y conforme a la divina voluntad, sin más inquirir, es usado de los Santos, y debe ser imitado de quien quiere perfectamente obedecer en todas las cosas, donde pecados no se viese manifiestamente.

[5. La representación.]

Con esto no se quita que, si alguna cosa se os representase diferente de lo que al Su-perior, y haciendo oración os pareciese en el divino acatamiento convenir que se la representásedes a él, que no lo podáis ha-cer. Pero, si en esto queréis proceder sin sospecha del amor y juicio propio, debéis estar en una indiferencia antes y después de haber representado, no solamente para la

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ejecución de tomar o dejar la cosa de que se trata, pero aun para contentaros más y tener por mejor cuanto el Superior ordenare.

[6. Observaciones finales.]

Y lo que tengo dicho de la obediencia, tan-to se entiende en los particulares para con sus inmediatos Superiores, como en los Rectores y Prepósitos locales para con los Provinciales, y en éstos para con el Gene-ral, y en éste para con quien Dios nuestro Señor le dio por Superior, que es el Vicario suyo en la tierra, porque así enteramente se guarde la subordinación y consiguien-temente la unión y caridad, sin la cual el buen ser y gobierno de la Compañía no puede conservarse, como ni de otra alguna congregación.

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Y este es el modo con que suave-mente dispone todas las cosas la divina Providencia, reduciendo las cosas ínfimas por las medias, y las medias por las su-mas, a sus fines. Y así en los Angeles hay subordinación de una jerarquía a otra; en los cielos y en todos los movimientos cor-porales reducción de los inferiores a los superiores, y de los superiores, por su or-den, hasta un supremo movimiento.

Y lo mismo se ve en la tierra en todas policías seglares bien ordenadas, y en la jerarquía eclesiástica, que se reduce a un universal Vicario de Cristo nuestro Señor. Y cuanto esta subordinación mejor es guardada, el gobierno es mejor, y de la falta de ella se ven en todas congregacio-nes faltas tan notables.

Y a la causa en ésta, de que Dios nues-tro Señor me ha dado algún cargo, deseo

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tanto se perfeccione esta virtud, como si de ella dependiese todo el bien de ella.

[7. Exhortación final.]

Y así como he comenzado quiero acabar en esta materia, sin salir de ella, con ro-garos por amor de Cristo nuestro Señor que no solamente dio el precepto, pero precedió con ejemplo de obediencia, que os esforcéis todos a conseguirla con gloriosa victoria de vosotros mismos, venciéndoos en la parte más alta y difícil de vosotros, que son vuestras voluntades y juicios; porque así, el conocimiento y verdadero amor de Dios nuestro Señor posea enteramente y rija vuestras ánimas por toda esta peregrinación, hasta con-duciros con otros muchos por vuestro

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medio al último y felicísimo fin de su eterna bienaventuranza.

En vuestras oraciones mucho me enco-miendo.

De Roma, 26 de marzo 1553.De todos in Domino,Ignacio.

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TERCERA PARTE

Ignacio, estratega pastoral

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[Insertar ilustración 6 en página par]

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14. A los pp. Broet y Salmerón*

Del modo de negociar y conversaren el Señor

Roma, principio de septiembre de 1541 (Epp. 1,179-181)

Ignacio, por indicación del cardenal Pole, envió

a Irlanda a los PP. Broet

y Salmerón. Las exigen-

cias heréticas de Enrique

VIII habían creado una

situación muy lamenta-

ble, razón por la cual de-

seaba el papa que, sobre el

terreno, procuraran poner

remedio a los males que

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 678-679.

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había provocado el nuevo estado de cosas. Debían

visitar a los obispos, reformar los monasterios,

reanimar a los fieles, conversar con las personas

de autoridad. Salieron los padres de Roma el 10

de septiembre de 1541, pero no pudieron llegar a

su destino. Esta carta, escrita por aquellos días,

acompañaba la misión de los jesuitas.

En esta instrucción, San Ignacio da las nor-

mas que deben seguir en el apostolado: deben po-

nerse a disposición de todos y atraer a todos por

medio de la conversación, que debe acomodarse

al carácter y modo de ser del interlocutor. Han de

procurar, a imitación del enemigo, “entrar con el

otro para salirse consigo”, y usar de otras normas

de prudencia y caridad que va señalando el Santo.

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En el negociar con todos, y máxime con iguales o menores según dig-nidad o autoridad, hablar poco y

tarde, oír largo y con gusto, oyendo largo hasta que acaben de hablar lo que quieren, después respondiendo a las partes que fueren, dar fin, dispidiéndose; si replica-ren, cortando las réplicas cuanto pudiere; la despedida presta y graciosa.Para conversar y venir en amor de algunos grandes o mayores en mayor servicio de Dios nuestro Señor, mirar primero de qué condición sea y haceros della, es a saber: si es colérico y habla de presto y regocijado, tener alguna manera en conversación su modo en buenas y santas cosas, y no mos-trarse grave, flemático o melancólico. Que a natura son recatados, tardos en hablar, graves y pesados en sus conversaciones, tomar el modo dellos con ellos, porque

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aquello es lo que les agrada: “Me he hecho todo a todos” (Cor 9,22).

Es de advertir que, si uno es de com-plexión colérico y conversa con otro co-lérico, si no son en todo de un mismo espíritu, hay grandísimo peligro que no desconcierten en sus conversaciones sus pláticas; por tanto, si uno conosce ser de complexión colérica, debe de ir aun en todos los particulares cerca conversar con otros, si es posible, mucho armado con examen o con otro acuerdo de sufrir y no se alterar con el otro, máxime si lo conosce enfermo. Si conversare con fle-mático o melancólico, no hay tanto peli-gro de desconcertar por vías de palabras precipitadas.

En todas conversaciones que queremos ganar, para meter en red en mayor servicio de Dios nuestro Señor, tengamos con otros

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la mesma orden que el enemigo tiene con una buena ánima todo para el mal, nosotros todo para el bien, es a saber: el enemigo en-tra con el otro y sale consigo; entra con el otro no le contradiciendo sus costumbres, mas alabándoselas; toma familiaridad con el ánima, trayéndola a buenos y santos pensamientos, apacibles a la buena ánima; después poco a poco procura salir consigo, trayéndole bajo capa de bien a algún incon-veniente de error o ilusión, siempre al mal; ansí nosotros podemos para el bien alabar o conformar con uno cerca alguna cosa particular buena, disimulando en las otras cosas que malas tiene, y ganando su amor hacemos nuestras cosas mejor; y así, en-trando con él, salimos con nosotros.

Con los que sintiéremos tentados o tristes, habernos graciosamente con ellos, hablando largo, mostrando mucho placer

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y alegría, dentro y fuera, por ir al contrario de lo que sienten, para mayor edificación y consolación.

En todas conversaciones, máxime en poner paz y en pláticas espirituales, estar advertidos, haciendo cuenta que todo lo que se habla puede o verná en público.

En el expedir negocios ser liberales de tiempo, es a saber: prometiendo para ma-ñana, hoy, si fuere posible, sea hecho.

Dado que tengáis superintendencia, sería bien que M. Francisco tuviese cargo de las tasas, por mejor excusar y cumplir con todos, no tocando dineros ningunos de los tres, mas enviándolos con alguno a la persona abonada; o veramente, después que el mesmo que quiera dispensación diere los dineros a la persona abonada, y trajere la quitanza de ellos, que se diesen las dispensaciones o expediciones, o por

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otra vía que más expediente sea, de manera que cada uno de los tres pueda decir que no ha tocado dineros algunos de esta misión.

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[Insertar ilustración 7 en página par]

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34. Al p. Miguel de Torres*

Roma, 2 de marzo 1547 (Epp. 1,462-470)

Como experiencia extraña a la cultura de la épo-

ca, en la naciente Compañía de Jesús, Ignacio

solicitó a los jesuitas “no aspirar a cargos o dig-

nidades eclesiásticas”. Petición que implicaba

mantenerse fuera del go-

bierno directo en la misma

Iglesia Católica; un pro-

ceder aún hoy común en

la Compañía de Jesús. En

esta carta encontramos

algunos de los temas y

razonamientos del fun-

dador para conservar este

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 715-716.

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principio. Valoraciones que enriquecen nuestra

reflexión en la apropiación de los cargos de go-

bierno en nuestras instituciones.

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Hablando nuestro Padre y no hallan-do lo que deseaba, determinó irse a la fuente y hablar al Papa, porque la

conciencia no le acusase de no haber puesto todos los medios posibles en este negocio; y, haciéndolo así, con mucha humildad dio lar-ga cuenta a Su Santidad de todo, mostrando con muchas razones no convenir tal elección ni a la Compañía ni al bien de las ánimas.

La primera que hacía por la Compañía era en esta forma. Esta Compañía comenzó con espíritu de bajeza y humildad, y con esto espirito es asaz manif iesto cuánto nuestro Señor se ha dignado obrar por ella; por lo que, dejando al presente su principio y devoción primera, procediendo con es-pirito a ella muy contrario, como es aceptar y sobir en dignidades, claro es que no podrá conservarse en su paz y buenas obras sin que venga a gran ruina de sí misma.

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San Ignacio de Loyola

La segunda razón: como sean tan pocos los profesos desta Compañía, no hay que pensar sino que, aceptándose esta digni-dad, puede venir por ello a gran destruc-ción; porque, tomándose el dicho obispa-do por el Padre Claudio, otro profeso haría lo mismo, y a éste, otro le seguiría, y así de los demás, hasta no quedar ninguno. Y confírmase lo dicho: porque, de sete años a esta parte, se han ofrecido cuatro obis-pados a cuatro de los nuestros, de los cua-les si uno solo se admitiera, fácilmente le seguirían los otros, lo que Dios lo impida.

La tercera: que hace al bien de las áni-mas: en esto se ofendería mucho al bien dellas y al provecho universal del prójimo; porque a la postre Mtro. Claudio no pode-ría ayudar más ánimas que las que tuvie-se en su obispado, aceptándolo; mas, no siendo así, podría por muchas ciudades,

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provincias y reinos hacer gran fruto en el Señor; porque, si en una no se recibe la palabra de Dios, en otra es muy bien sem-brada y da ciento por uno, como consta de las cosas que por los particulares de la Compañía son hechas, cooperando el Señor, por las partes de Italia, España, Alemania, Hungría, Portugal y sus Indias.

La cuarta: siendo así que la Compañía está por todas estas partes tenida en gran crédito y veneración en el Señor por proceder con espirito de humildad y simplicidad y tan ajeno de codicia, que no hay duda sino que, tomando ahora dignidades, podría causar en ello más escándalo, desedif icación y murmuración por doquiere que fuere cono-cida, de lo que es el provecho que se puede hacer en uno particular obispado.

La quinta: podríase causar otro daño notable en la Compañía, aceptando la

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dignidad, que es que, siendo en ella al pie de doscientos entre novicios y estudian-tes, que, dejadas todas las cosas seglares, se han deliberado para entrar en ella con pobreza, castidad y obediencia, podría ser que muchos dellos, escandelizados porque tomábamos obispados mudando nuestro propósito, volverían atrás; otros tendrían ocasión de quedar y entrar en la Compañía con aquel pensamiento y fluctuación, que a su tiempo también podrían ser obispos; y ansí la devoción de la Compañía se podría convertir en separación y ambición...

[...] De Roma, 2 de marzo de 1547.Siervo de V. Merced en el Señor nues-

tro, Bertolomé Ferrón.

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52. A los padres enviadosa Alemania*

Roma, 24 de septiembre de 1549(Epp. 12,239-242. Original latino)

En esta carta, en la que da instrucción a los pa-

dres Jayo, Salmerón y Canisio, se dirige a quie-

nes son enviados como profesores de teología

a la Universidad de Ingolstadt, en Alemania.

Esta universidad, fundada en 1472, había decaído

académicamente desde la

muerte de Juan Eck (1486-

1543), profesor de teología

que, desde allí, defendió

la doctrina católica de los

cuestionamientos hechos

por los fundadores de la

* San Ignacio de Loyola. Obras. Edi-ción revisada y actu-alizada por Manuel Ruiz Jurado, S. J. Ma-drid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2013, pp. 784-791.

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San Ignacio de Loyola

Reforma protestante, entre ellos Lutero, Karlstadt

y Melanchthom. En Alemania se había iniciado

una nueva reflexión teológica que cuestionaba la

jerarquía católica y sus enseñanzas dogmáticas;

por tal motivo, a través de este documento San Ig-

nacio invita a que se proceda con sumo cuidado y

cariño con la sociedad de Ingolstadt:

Procuren todos tener a mano aquellos puntos del

dogma controvertidos con los herejes, sobre todo

en estos tiempos, y los sitios donde se encuen-

tran; y, cuando sea oportuno, afirmen y con-

firmen la verdad católica con las personas que

tratan, e impugnen los errores; y a los dudosos y

vacilantes, fortifíquenlos, tanto en los sermones

y lecciones como en las confesiones y conversa-

ciones particulares.

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Cosas que parecen poder ayudar a los que van a Alemania

El fin que sobre todo ha de tenerse ante los ojos es aquel que preten-de al enviarlos el Sumo Pontíf ice

[Paulo III (Alessandro Farnese, papa entre 1534 y 1549)], a saber, ayudar a la Univer-sidad de Ingolstadt y, en lo posible a toda Alemania en lo pertinente a la pureza de la fe, obediencia a la Iglesia y, en fin, a la só-lida y sana doctrina y buenas costumbres.Como fin secundario tendrán el promo-ver la Compañía en Alemania, cuidando particularmente se erijan Colegios de la Compañía en Ingolstadt y en otras partes, siempre a gloria de Dios y bien común.

Aunque los medios que ayudan a estos f ines estén muy unidos, como los f ines mismos lo están, sin embargo, algunos

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ayudan a ambos casi igualmente, y otros más al primero, y otros más al segundo, y con este orden se propondrán.

Medios comunes para ambos fines

Lo que primera y principalmente ayu-dará es que, desconfiando de sí mismos, confíen con gran magnanimidad en Dios, y tengan un ardiente deseo, excitado y fomen-tado por la obediencia y la caridad, de con-seguir el fin propuesto, lo cual hará que sin cesar se acuerden y tengan ante los ojos el tal fin y lo encomienden a Dios en sus sacri-ficios y oraciones, y pongan con diligencia todos los otros medios que sean oportunos.

Lo segundo, es la vida muy buena y, por lo tanto, ejemplar; de modo que no solamente

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lo malo, sino aun la especie de mal se evite, y se manifiesten como dechados de modestia, caridad y de todas las virtudes. Porque Ale-mania, así como necesita mucho de estos ejemplos, así se ayudará mucho de ellos, y aun callando ellos, las cosas de la Compañía se aumentarán, y Dios peleará por ellos.

Tengan y muestren a todos afecto de sincera caridad, y principalmente a los que tienen más importancia para el bien común, como es el mismo Duque [Guillermo IV de Baviera (1493-1550)], con quien se debe ex-cusar el llegar tan tarde y a quien se ha de manifestar el amor que tanto el Sumo Pon-tífice y la Sede Apostólica, como nuestra Compañía, le tienen; y para la ayuda de sus súbditos deben prometerle cortésmente todo el esfuerzo y trabajo propio, etc.

Con obras y verdad muestren el amor, y sean benéficos con muchas personas, ora

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sirviéndolas en lo espiritual, ora en lo tem-poral, como después se dirá.

Que comprendan cómo no buscan sus propios intereses sino los de Jesucristo (Flp 2,21), o sea, Su Gloria y el bien de las almas; y, conforme a eso, no reciban esti-pendios por misas, o predicar o adminis-trar los sacramentos, ni pueden tener ren-tas de ninguna clase.

Háganse amables por la humildad y caridad, haciéndose cada uno todo para todos (1 Cor 9,22); manifiéstense, cuanto lo sufre el Instituto religioso de la Com-pañía, conformes con las costumbres de aquellos pueblos, y no dejen ir a nadie triste, en lo posible, si no es para bien de su alma; pero en tal modo procuren agra-dar, que tengan cuidado con la concien-cia, y con que la demasiada familiaridad no degenere en desprecio.

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Donde haya facciones y partidos diver-sos, no se opongan a ninguno, sino que muestren estar como en medio y que aman a unos y otros.

Ayudaría mucho tener autoridad y opi-nión (fundada en la verdad) de buena doc-trina, y eso tanto de la Compañía en ge-neral cuanto de los particulares mismos; y eso para con todos, pero especialmente con el Príncipe y personas principales. Para la cual autoridad ayuda muchísimo no solamente la interior gravedad de las cos-tumbres sino también la exterior en el an-dar, en los gestos, en el vestido decoroso y, sobre todo, en la circunspección de las pa-labras y madurez de los consejos, tanto en lo que se refiere a las cosas prácticas como en lo que toca a la doctrina. A esta madurez pertenece no dar su parecer con precipita-ción, si la cosa no es fácil, sino tomarse

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tiempo para pensarla, o estudiarla, o con-ferirla con otros.

Hay que procurar conservar la amis-tad y benevolencia con los que gobiernan. Para lo cual ayudaría no poco si el Duque y los principales de su casa se confesasen con ellos y, en cuanto lo permitiesen sus ocupaciones, hiciesen los ejercicios espi-rituales. Se debe ganar a los doctores de la Universidad y a las personas de auto-ridad, con humildad, modestia y buenos oficios.

Por consiguiente, si entendiesen que ellos o la Compañía estuviesen en mala opinión con algunos, sobre todo si son per-sonas de autoridad, opónganse con pru-dencia, y hagan entender sus cosas y las de la Compañía a Gloria de Dios.

Ayudará tener bien conocida la índo-le de los hombres, y pensar lo que en las

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varias ocasiones puede ocurrir, sobre todo en cosas de importancia.

Ayudará que todos los compañeros no sólo sientan lo mismo y digan lo mismo, sino también que vistan del mismo modo, y en todo lo exterior observen idénticos modales y ceremonias.

Tengan cuidado los hermanos de pen-sar cada uno lo que sea conveniente para los fines dichos, y de conferirlo entre sí; y el Superior, oídos los pareceres, determine lo que se ha de hacer u omitir.

Escriban a Roma, ya pidiendo consejo, ya declarando el estado de las cosas; y esto hágase con frecuencia, porque no poco podrá ayudar para todo.

Lean alguna vez esta instrucción, y lo que se dirá después, y lo que a ellos se les ocurra, para que se les renueve la memoria de todo cuanto empiece a olvidárseles.

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Medios más propios del fin primario, esto es, la edificación

de aquellas gentes en la fe, doctrina y vida cristiana

En las lecciones públicas, para las que sin-gularmente han sido pedidos por el Duque y enviados por el Papa, compórtense bien y propongan doctrina sólida sin muchos términos escolásticos, que suelen hacerla odiosa, sobre todo si son difíciles de enten-der; y las lecciones sean doctas, y a la vez claras; asiduas, pero no prolijas; y acompa-ñadas de alguna elegancia en el decir. Las disputas y los demás ejercicios escolares, se usarán según dicte la prudencia.

Para que haya muchos oyentes, y se ayuden lo más que puedan, con las ver-dades que dan pábulo al entendimiento mézclense cosas prácticas para entretener

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el afecto; de modo que los discípulos vuel-van de las lecciones a sus casas no sólo más doctos, sino mejores.

Además de las lecciones escolásticas, parece oportuno que los domingos y fies-tas haya sermones o lecciones sacras, que tengan por intento más bien mover el afec-to y formar las costumbres que ilustrar el entendimiento. Lo cual parece lo podrá hacer Maestro Canisio, ya en las aulas en latín, ya en alemán en la iglesia, donde asiste todo el pueblo.

En cuanto las predichas ocupaciones lo permitan, se ocuparán en las confe-siones, con las que se suele coger el fruto de aquellas plantas que se cuidan con las lecciones y predicaciones. Con las confe-siones, digo, no tanto de mujeres bajas y de la plebe (que deben remitirse a otros), cuanto de jóvenes de buena índole que

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puedan ellos ser operarios [en la Viña de Jesucristo] y de otros que tengan mayor importancia para el bien común si son ayudados en su espíritu. Porque, cuando a todos no se puede satisfacer, han de prefe-rirse aquellos de quien[es] se espera en el Señor mayor provecho.

Cuiden de atraer a los discípulos a la amistad espiritual y, si pueden, a la confe-sión y a hacer los ejercicios [espirituales], y mejor enteros, si es que parecen aptos para el Instituto de la Compañía. A los ejerci-cios de la primera semana y algún modo de orar pueden admitirse más y aun invitarse, sobre todo a aquellos de quienes puede es-perarse mayor bien y cuya amistad más se debe desear por Dios Nuestro Señor.

Hay que tener con esta clase de hom-bres mucho trato y familiaridad por la misma causa; y aunque en ocasiones haya

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que inclinarse algo a lo humano, condes-cendiendo con el natural de los hombres, sin embargo, para que las conversaciones no sean inútiles, hay que traerlos siempre a algo de edificación.

Alguna vez empléense en las obras pia-dosas que más se ven, como de hospitales y cárceles y socorro de otros pobres, que suelen edificar mucho en el Señor; así mis-mo en hacer paces y enseñar a los rudos la doctrina cristiana. Todo lo cual la pru-dencia dictará cuándo conviene hacerlo, y si por sí mismos o por otros, según las circunstancias de lugar y personas.

A los que son cabezas de los adversa-rios, si los hay, y aquellos que sobresalen entre los herejes o entre los sospechosos, y no parecen del todo obstinados, cuiden de hacérselos amigos y de ir poco a poco y con destreza, y con muestras de mucho amor,

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apartándoles de sus errores; para lo cual en otra parte se escriben algunas reglas.

Sean instruidos en casos de concien-cia. Si ocurriesen algunos difíciles, tomen tiempo, como antes se dijo, para estudiar-los o consultarlos; porque así como no conviene ser muy escrupulosos y angus-tiosos, así tampoco, con peligro de sus almas y de las de los prójimos, demasiado remisos e indulgentes o negligentes.

Procuren todos tener a mano aquellos puntos del dogma controvertidos con los herejes, sobre todo en estos tiempos, y los sitios donde se encuentran; y, cuando sea oportuno, afirmen y confirmen la ver-dad católica con las personas que tratan, e impugnen los errores, y a los dudosos y vacilantes fortifíquenlos, tanto en los sermones y lecciones como en las confe-siones y conversaciones particulares.

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Acuérdense, por lo que hace al modo, de proveer con prudencia y conveniencia, acomodándose a los ingenios y afectos de las personas, no echando vino nuevo en odres viejos, etc. (Mc 2,22; Lc 5,37).

De tal modo defiendan la Sede Apostó-lica y su autoridad, que atraigan a todos a su verdadera obediencia; y por defensas imprudentes no sean tenidos por papis-tas, y por eso menos creídos. Y, al contra-rio, con tal celo se han de impugnar las herejías, que se manifieste con las perso-nas de los herejes amor, deseo de su bien y compasión, más que otra cosa.

Ayudará el buen uso de las gracias con-cedidas por el Sumo Pontífice, tanto a la Compañía como a ellos en particular, que las han de dispensar para edificación y no para destrucción (2 Cor 10,8), con genero-sidad, pero con discreción.

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Ayudará en lo posible disponer a las per-sonas a recibir la Gracia de Dios, exhortán-dolas a buenos deseos, oraciones, limosnas y obras piadosas que aprovechan para con-seguir y aumentar la Gracia del Señor.

Para que los oyentes reciban mejor, conserven y ejerciten lo que se les propon-ga, vean si conviene que se les dé algo por escrito y a quiénes.

Será muy oportuno elegir un lugar có-modo donde celebren, oigan confesiones y prediquen; y donde, cuando los buscan, los puedan hallar. Ya se haga eso por obra del Duque, ya por [Leonardo von] Eck [1480-1550; canciller, comisionado para tratar en Roma lo relativo al envío de los profesores jesuitas a Ingolstadt], o por otros amigos.

Ayudará conferir entre los mismos sa-cerdotes de la Compañía los estudios y los

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sermones y juzgar las lecciones para que, si en estas se hallaren algunos defectos, se co-rrijan en casa, y salgan más útiles y gratas a todos.

Medios para el fin secundario, a saber, para promover la Compañía

en Alemania

A lo antes dicho, que tal vez bastaría, aun-que nada más se hiciera, se agregarán aquí otros medios más propios, que se reducen casi a uno: a que el Duque y los demás que pueden, quieran tener en sus tierras Semi-narios de la Compañía.

Téngase cuidado de fundar el Colegio de modo que los nuestros no parezca que intervienen, o se vea que lo hacen por el bien de Alemania, sin especie ninguna de

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ambición o codicia; y entonces convendrá también advertir que de sus Colegios la Compañía no quiere para sí sino el trabajo y el ejercicio de la caridad; pues consume las rentas en el uso de los pobres que estu-dian para que, acabados los estudios, sean útiles operarios en la Viña de Jesucristo.

Cuídese de que los que puedan mover al Duque de Baviera y a otros que están con él, como [Leonardo von] Eck, a fun-dar allí un Colegio, no hagan mención de esto, sino que de tal modo impriman las ideas en sus almas, que ellos mismos sa-quen la consecuencia.

Para esto contribuirá el sentir bien del Instituto de la Compañía, declarando de las cosas que le pertenecen las que más pueden agradarles, y contando los progre-sos que han hecho por la Gracia de Dios en estos pocos años en tantas partes del

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mundo; lo cual podrán con más eficacia contar cuando el Duque empiece a enten-derlo por experiencia en sus estados.

Entienda el Duque cuán útil ha de ser a los suyos y a toda Alemania tener Semi-narios de tales personas que, procediendo sin ambición ni avaricia, ayuden a los otros con doctrina sana y ejemplo de vida, y cuán bien le ha sucedido al Rey de Portugal [Juan III, rey entre 1521 y 1557 que a tantos sitios de la India, Etiopía y Africa, aún fuera de su Reino, ha proveído de operarios espiri-tuales solo con un Colegio de la Compañía que tiene en su Reino [Colegio de Jesús, en Coimbra; establecido en 1542].

Entienda también que la Universidad de Ingolstadt se podría no poco ayudar si tuviera allí un Colegio como los de Gan-día [fundado en 1546] y Mesina [erigido en 1548], donde se enseñasen Lenguas y

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Filosofía, y no solo Teología, ejercitándo-se escolásticamente al modo de París.

Entienda también cuán grande ha de ser su gloria si él es el primero que intro-duce en Germania estos Seminarios y Co-legios para provecho de la sana doctrina y de la piedad.

Para que también se muestre lo fácil de esta empresa, hágasele ver que estos Cole-gios se pueden fundar y dotar con la unión de algunos beneficios o abadías, o de otra obra pía, ya de poca utilidad; sobre todo aprobando con tanto calor el Papa y los principales cardenales semejantes funda-ciones de Colegios.

Si algunos se agregasen al Instituto de la Compañía, y creciese el cuerpo de la congregación y el Duque lo sustentase con sus limosnas, entonces tal vez sería más fácil atraer al Duque a que, exonerando de

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expensas y salarios de los lectores, procu-rase una fundación perpetua.

Mucho de esto se podría hacer mejor y con más decoro por medio de otros que tengan autoridad con el Duque, como se-rían [Leonardo von] Eck y otros amigos, sobre todo caballeros de su Corte, y asi-mismo cardenales que podrían escribir sobre la mente del Sumo Pontífice; y con más eficacia cuando el fruto empezare a dar ocasión mayor y más oportuna.

Si pareciese inclinarse el Duque y otros a que los Colegios fuesen más libres y que pu-diesen admitirse en ellos para vivir algunos que no fuesen religiosos, indíquesele que se pueden fundar de modo que parte sean reli-giosos y parte no; con tal que la administra-ción esté en manos de los que, por su ejem-plo y doctrina, puedan espolear a los otros en el aprovechamiento en letras y virtud.

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Debería verse también si algunas per-sonas particulares que tuviesen rentas o hacienda para dar principio al Colegio eran movidas por Dios a ello; y entonces se tra-taría el asunto y se trabajaría en disponer otras personas principales de Alemania, para procurar el bien de toda ella.

Además de los Colegios, se pueden promover los intereses de la Compañía con la juventud y con otras personas de mayor edad y doctas, incitándolos a se-guir nuestro Instituto. Esto se hará con buenos ejemplos, con el trato por medio de los ejercicios [espirituales] y de conver-saciones espirituales, y por otros caminos de que se habló en otra parte. Y si ahí no pudieran sustentarse, o no conviniera que se quedasen, deberían enviarse a Roma o a otros sitios de la Compañía; como también, si son necesarios, podrán ser

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llamados de otras partes, v. gr., de Colonia y Lovaina, etc., y traídos a Ingolstadt.

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143. Al p. Juan Nuñes, patriarca de Etiopía*

Roma, 7 de abril de 1555(Epp. 8,680-690)

Para los europeos de aquella época, Etiopía, y de

manera particular el reino del Preste Juan, era el

estado mítico por excelencia; les creían creyentes

originarios de la evange-

lización realizada por el

cristianismo primitivo. Un

pueblo sabio y rico que

habría permanecido fiel y

en un esplendor inusitado

a pesar de encontrarse ro-

deado de paganos. Llegar

a esta terra incognita

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 957-964.

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fue el reto máximo para la Compañía naciente.

Por ello el exquisito cuidado que sugiere Ignacio

para ganarse de la forma más adecuada este pue-

blo. Esta carta de abril de 1555 anunciaba la que

fue una de las misiones más codiciadas, idealiza-

das y exigentes de los primeros jesuitas.

El centro de este escrito es ganarse de la mejor

manera el corazón de los “abisinios”: poco a poco,

de manera metódica y fraterna, integrando los

principios de redención de la época y disponién-

dose ante todo desde la caridad. Una mirada que

hoy veríamos integral en lo cultural, social y re-

ligioso y que nos da pistas para nuestra interven-

ción en la pluralidad de contextos, autonomías

y culturas.

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IHS

Recuerdos que podrán ayudar para la reducción de los reinos

del Preste Juan a la unión de la Iglesia y Religión Católica, enviados

al P. Juan Nuñes

Porque en el Preste Juan, o rey de Etio-pía, humanamente consiste lo prin-cipal de este asunto que se pretende,

y después en el pueblo, daránse algunos recuerdos, primero, de lo que parece ayu-dará para ganar al Preste; después, de lo que ayudará para con el pueblo y con el rey juntamente.

Para ganar el ánimo del Preste, además de las Bulas que el Papa le endereza, ayudarán las letras que de acá se le escriben hacien-do memoria de la obediencia que su padre

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David envió a esta Sede, y encomendán-doles los que se envían y acreditándolos, y otras cosas amorosas. Pero la principal y suma ayuda, después de la de Dios Nuestro Señor, para ganar el ánimo del Preste, ha de venir del rey. Y no solamente letras de S. A., pero, si le pareciese, sería necesa-rio también embajador propio, que de su parte vaya a visitar al Preste y a ofrecerle el Patriarca y obispos coadjutores y los demás sacerdotes, diciendo la orden que se tendrá para que no sea menester más tomar los pa-triarcas de tierras de moros ni de cristianos cismáticos. Y cuanto con más solemnidad fuese hecha esta presentación de parte de S. A., más autoridad parece tendría el Patriar-ca para el divino servicio.

Quedará también a mirar a S. A. si algunos presentes de cosas, que allá se estiman, le pareciese debrían enviarse, y

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ofrecerle que entonces tendría la unión y amistad con los príncipes cristianos ver-dadera, cuando todos tendrán uniforme religión, y que entonces se le enviarán todos géneros de oficiales, que él desea, y Dios le dará gracia para ser superior y vencer a los moros, en cuanto sea para el divino mayor servicio.

Ayudarán asimesmo algunas letras del rey para personas, con quienes tiene el Preste Juan más amistad, y con quienes se aconseja, especialmente portugueses, haciendo cuenta dellos. Y podrán ir, si pareciese a S. A., algunas letras no sobre escritas, para que allá se pusiesen los so-brescritos como conviniese; y por vía de las letras y sin ellas es de procurar la amistad de los tales.

El virrey de la India asimesmo con le-tras y con hombre propio (si el rey no lo

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enviase), podrá mucho autorizar al Pa-triarca para con el Preste Juan.

Procuren de tomar familiaridad con el Preste, el Patriarca y les que allá fueren; y con todos medios honestos hacerse que-rer bien dél; y hubiendo buena comodidad y mucha disposición en él, le hagan capaz cómo no hay esperanza de salvarse fuera de la Iglesia católica romana; y lo que ella determina acerca la fe y las costumbres es ne-cesario, para salvarse, creerlo. Y en este general, si se le puede persuadir, se ganan muchos particulares, que dél dependen y poco a poco se pueden deducir.

Si se pudiesen atraer algunas perso-nas grandes, y que mucho valgan con el Preste Juan, o también él mesmo a hacer Ejercicios, y gustar de la oración y medi-tación y cosas espirituales, parece sería el más eficaz medio de todos para hacerles

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estimar menos y aun dejar los extremos que tienen en cosas corporales.

Adviértase que ellos tienen profecía que, en estos tiempos, un rey destas par-tes de poniente (y no piensan, parece, en otro que en el de Portugal) ha de destruir los moros; y así para tener más amistad con él, se le [per]suadirá mejor la unifor-midad; pues no se contradiciendo en las cosas de la religión, habrá entre ellos ma-yor unión de amor, etc.

Adviértase que hasta aquí el Preste Juan tiene la jurisdicción eclesiástica y seglar; y mírese si convendría informarle que el rey y príncipes grandes de la Iglesia católica suelen tener la presentación de algunas piezas principales; pero el confe-rir éstas y las otras, que es del Sumo Pon-tífice, y de los obispos y arzobispos y pa-triarcas en sus diócesis; y el conformarse

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con la Iglesia Romana y príncipes della le podría en esto mucho ayudar.

Para con el pueblo y rey juntamente

Que lleven y puedan mostrar sus poderes muy cumplidos; y las Bulas o Breves sean cuan vistosos de fuera se pudiere; y si se tradujesen en lengua abejina, sería mejor.

Que lleven, cuanto se podrá, a punto las resoluciones acerca de los dogmas en que ellos yerran, con la definición de la Sede apostólica o concilios, donde la hubiere; porque como se hagan capaces de esta sola proposición, que en las cosas que tocan a la fe y costumbres no puede errar esta Sede cuando va definiendo judicialmente, después en lo demás se dejarán más fácil-mente persuadir. Y así, para probar esta

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proposición en modo que cuadre a aque-llas gentes y a cualquiera entendimiento, vayan bien prevenidos.

Cuanto a los abusos que tienen, pri-mero procuren hacer capaz poco a poco al Preste y algunos particulares de más autoridad, y después, sin tumulto, siendo éstos dispuestos, se mire se podrá hacer ayuntamiento de los que más estimados son en doctrina en aquellos reinos; y sin que se les quitase interese ninguno ni cosa que ellos mucho estimen, hacerles capa-ces de las verdades católicas y de lo que se debe tener en la Iglesia, y animarlos a que procuren ayudar el pueblo a la conformi-dad con la Iglesia católica romana.

Quitados los abusos sustanciales en cuanto perjudican a la fe sincera (cual es la observación de la Ley Vieja como obliga-toria), de los otros abusos, por el principio,

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si pudieren quitarse o disminuirse con fa-vor del Preste Juan, es mejor; si no pudiere ser, a lo menos hágase esto constar cuanto se pudiere, que no hay obligación para ob-servarlos, y que es mejor no los observar, aunque se permitan; y así se caerán presto, en especial dando ejemplo algunos de los mejores, si se podrán ganar.

Las asperidades, que en el ayuno y otros ejercicios corporales usan, parece se pueden con suavidad moderar, y reducir a la medida de la discreción por cuatro vías. Una es alabar más con testimonios de las Escrituras los ejercicios espirituales que los corporales, que son útiles para poco, aun-que no dejen de aprobarse los corporales, que hasta un cierto término son necesa-rios; y esto, porque con no estimar lo que ahora mucho estiman entre ellos, caerán-se de suyo, pues a la carne antes repugna.

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La segunda es, alabar más y preferir la mediocridad que sus extremos. La terce-ra es de razones, mostrando ser contra la caridad y contra el bien común, que por tanto ayunar estén tan débiles para las buenas obras, que los enemigos entren a matarlos y a hacer tantas ofensas a Dios Nuestro Señor; y desto el Preste se hará, como parece, capaz fácilmente, y los otros que más entienden. La cuarta vía para esto es, de los ejemplos que podrán darles al-gunas personas que ellos tengan por san-tos, a las cuales haciéndolas capaces que conviene que así lo hagan para más servi-cio divino, es de creer lo harán. Y adviérta-se que, aunque hay algunos particulares, que Dios Nuestro Señor llama por vía de penitencia y asperezas corporales (en los cuales se deben mucho aprobar cuando así fuese), que en general la medida de la

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discreción es necesaria para que semejan-tes asperezas sean loables.

Parece mucho les ayudarían para de-jar sus abusos algunas f iestas sensibles, como serían procesiones del Cuerpo de Cristo Nuestro Señor, o otras usadas en la Iglesia católica, en lugar de sus baptismos, etc. ; porque aun nuestro vulgo, que es me-nos grosero, se ayuda con esto.

En el decir de los oficios divinos, como de la misa y vísperas, tengan también grande advertencia a hacerlo en manera que aquel pueblo se edifique, y despacio y distinto, porque ellos hacen lo contrario, y tienen lo nuestro por más perfecto. Si al rey pareciese que hubiese capilla de canto-res y órganos, aunque parece ayudarían en estos principios, como cosa fuera de nues-tro Instituto, se debría tratar por personas de fuera de la Compañía.

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Los ornamentos de sacerdote, diácono y subdiácono y del altar, los cálices, aras y instrumentos de hacer hostias, parece de-ben ser escogidos; y procúrese de traerles a esta costumbre de hacer las hostias del Santísimo Sacramento al modo de acá; y en el comulgar enderecen que sea después de la confesión, y no cada día quienquiera que viene a la Iglesia; y que a los enfermos que no pueden venir se le lleve a casa el Sacramento.

La administración del sacramento del Baptismo con sus ceremonias, sería bien se les enseñase; y que ha de ser uno y no muchos, como ellos hacen, usando baptizarse cada año.

La confirmación, que no se ha usado, se debría dar a todo el pueblo, haciéndole capaz deste sacramento; y también in-troducirse la Extrema Unción, que no la saben allá.

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La confesión a los principios se po-drá practicar con los que pudieren enten-der; para los otros será bien esforzarse a tomar la lengua abejina; y también se pue-den instruir por intérpretes los confesores que hay entre ellos, del modo que han de tener; y adviértase en la reservación de los casos que deben reservarse a los obispos y patriarca, y ponerse gravísimas penas a los confesores, si revelasen confesión nin-guna (que dicen se usa allá). Y, finalmente, los abusos acerca destos sacramentos, con diligencia se enmienden.

Las órdenes han menester reformación cuanto a la edad, integridad y suficiencia, y otras partes de los que se ordenan, cuan-to sufre la disposición de la tierra.

En el Matrimonio (y generalmente en todos los Sacramentos) se advierta en las formas que necesariamente se han de

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observar. Las ceremonias se podrán intro-ducir poco a poco, como para más edifi-cación dellos conviene; y parece debrían ser no pocas las exteriores por ser la gente dada a esto.

Ayudaría para la reducción entera de aquellos reinos, así para los principios como para todo tiempo, que allá en Etiopía hiciesen muchas escuelas de leer y escribir, y otras letras y colegios para instituir la ju-ventud, y también los demás que lo habrán menester, en la lengua latina, y costumbres y doctrina cristiana, que esto sería la salud de aquella nación; porque éstos, creciendo, tendrían afición a lo que al principio hu-biesen aprendido, y en lo que le parecería exceder a sus mayores, y en breve caerían y se extinguirían los errores y abusos de los viejos. Y si pareciese difícil entre los de aquel reino, tan habituados a su modo de

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proceder, que los niños se instituyesen como deben, mírese si sería bien que el Preste en-viase muchos de ellos, de buenos ingenios, fuera de sus reinos, haciendo un colegio en Goa; y si pareciese, otro en Coimbra, y otro en Roma, y otro en Chipre, por la otra parte del mar, para que con buena doctrina y cató-lica, tornando a sus reinos, ayudasen los de su nación; y tomando amor a las cosas de la Iglesia latina, tanto más firme estarían en el modo de proceder della.

El Patriarca por sí, con intérprete o por otro, podría comenzar a razonar y exhor-tar aquella gente según la capacidad della, y así los obispos y los demás.

También el enseñar la doctrina cristia-na en muchas partes por buenos minis-tros sería de importancia grande.

Los que entre aquellas gentes tuviesen más ingenio o auctoridad de buena vida,

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convendría ganarlos con hacer cuenta de-llos, y darles renta y dignidades eclesiásti-cas; pero no sin que tuviesen probabilidad que serían fieles ministros; y estos tales podrían hacerse predicar.

Algunos portugueses, que saben la lengua abejina, serían buenos para intér-pretes, si los nuestros predicasen, y para refirir cómo lo hacen los predicadores abejinos. De Goa también se podrían traer algunos, o de otras partes de la India; y si hubiese niños de la doctrina cristiana en la India, que diesen principio a colegios de niños en los reinos del Preste Juan, serían al propósito.

Mírese por hacer a su tiempo algunas universidades o estudios generales.

Miren los abusos o desórdenes que pueden reformarse suavemente, y en modo que los de la tierra vean claramente que la

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reformación era necesaria, y de aquéllos se comience, porque será ganar autoridad para la reformación de otros.

Ya que los nuestros les han de disminuir la estimación de las penitencias corporales que ellos estiman y usan con extremos, póngales delante con ejemplos y palabra la caridad; y por eso convendría hacer hospi-tales, donde se recogiesen peregrinos y en-fermos de males curables e incurables, dar y hacer dar limosnas secretas y públicas a pobres, y ayudar a casar pupilas, hacer con-fraternidades para redimir cautivos y criar niños expósitos y niñas, etc.; de manera que sensiblemente vean obras mejores que sus ayunos, etc. Y el Preste Juan (que da limosnas muchas) parece se debría meter en todas estas pías obras, si se pudiese.

También para en las obras de miseri-cordia espirituales vean los de aquellas

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regiones solicitud en ayudar y consolar las ánimas, como enseñarles letras y virtudes, y todo gratis y por amor de Cristo; y estas tales obras se alaben en los sermones y conversaciones con testimonios de las Escrituras, y ejemplos, y dichos de san-tos, etc., como arriba se tocaba.

Aunque se tenga ojo al reducirlos a uniformidad con la Iglesia católica, váya-se suavemente y sin hacer violencia a los ánimos, muy habituados en otro modo de vivir; y procuren ser amados de los de la tierra, y tener auctoridad con ellos, con-servando la estimación de letras y virtud, sin perjuicio de la humildad, porque ellos tanto más se ayuden, cuanto más estima-ren aquellos de quienes se han de ayudar.

Lleven buenos libros y especialmente pontificales, y otros que dan razón de los ritos exteriores de la Iglesia, y decretos de

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la Sede apostólica y concilios, en los cuales debran ser avisados, sabiendo el número de los obispos que se ayuntaban (porque tie-nen mucha cuenta con esto), y serán para ellos muy eficaces. Lleven también vida de santos, y sépanlas bien, especialmente la de Cristo Nuestro Señor, y los milagros, por la razón dicha, y los calendarios de las fiestas; y, finalmente, en estas cosas ecle-siásticas, aun menudas, es bien vayan muy instruidos, porque es la ciencia que allá entienden más, y así la estiman más que otras más sotiles, de las cuales no en-tenderían nada.

Ayudará también que vayan bien pro-veídos de ornamentos de iglesia, así para altares como para los sacerdotes, diáco-nos y subdiáconos, y acólitos; asimesmo de cálices, cruces, acetres, y otras cosas que sirven al culto exterior.

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Podráse mirar y representar a S. A. en Portugal si sería bien que fuesen con ellos algunos hombres de ingenio para darles industrias de hacer puentes para pasar ríos, y fabricar y cultivar las tierras, y pescar, y otros oficiales, y algún médico o cirujano, porque les pareciese que su bien todo, aun corporal, les viene con la religión.

Mírese también si parecería conve-niente llevar algunos escogidos libros de leyes civiles o ordenaciones, para que con más policía se gobernasen, y se adminis-trase la justicia entre ellos.

De algunas reliquias de santos tam-bién se mire si convendría llevar para la devoción de las gentes.

Adviértase que según sus profecías o tradiciones, después de cien patriarcas tomados de Alejandría, se esperaban de Roma; y éstos se acabaron en Abunamarco,

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y así aceptaron un pseudo-patriarca, que fue en nombre desta Sede Apostólica. Así que estarán, como parece, dispuestos para rescibir bien al Patriarca, y, por consiguien-te, su doctrina. Y por todos buenos respetos vayan bien instruidos de la historia de las cosas que se saben de aquellos reinos, que para guardarse de peligros y para ayudar más aquella gente, conviene el saberlas.

Mírese si sería bien de las abadías y otras rentas que vacasen, de que pudiese disponer el patriarca, remunerar los bue-nos ministros entre ellos.

Los obispos, de la pompa y regalos, por sí mesmos debrían, en cuanto se pudiese, hacer oficio de pastores; y tanto ellos como los ministros dellos, huyan toda especie de avaricia. Tendrá el Patriarca su conse-jo, con quien se trate de lo que importa, y, oyéndole, se determine; el consejo será de

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cuatro, y entre ellos serán, por ahora, los dos coadjutores; y estarán ordinariamen-te con el Patriarca, si por alguna cosa de importancia no se apartasen para presto tornar, especialmente a los principios; y faltando uno por tiempo no largo, los tres con el Patriarca parece debrían escoger otro en su lugar.

Si muriese, o se hubiese de ausentar por causas necesarias alguno de los cua-tro elegidos en Portugal, el Patriarca y los demás que con él se envían de la Compañía parece debrían escoger otro a más votos.

Haciéndose distribución de las dióce-sis, mírese quiénes de la tierra podrían ser aptos para obispos y arzobispos; y puédense consagrar los que se hallaren tales; y si no se hallan, se escriba al rey de Portugal y a Roma para que se procure en-viarlos de acá.

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También parece se deben instituir los beneficios curados, dándose a personas de buen ejemplo y doctrina, cuanto se podrá; y asígnenseles sus rentas, confiriéndose por elección de los obispos con aproba-ción del Patriarca.

Procuren quitar auctoridad al libro de Abitilis, que tiene los cánones de los após-toles (como ellos dicen), con destreza; por-que es la origen de sus abusos y extremos; y por tenerle por escritura canónica, y en la cual no se puede dispensar, han sido como irremediables hasta aquí sus errores.

Miren si será bien que coman aparta-dos, porque la gente es muy ayunadora y por ordinario no suelen comer hasta la noche, por no les dar mal ejemplo ni ellos padecer.

Visítense las iglesias de canónigos, y monasterios de religiosos de ambos sexos,

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y mírese la que en ellos ha menester refor-mación, y provéase cuanto se podrá.

Todo esto propuesto servirá de aviso; pero el Patriarca no se tenga por obligado de hacer conforme a esto, sino conforme a lo que la discreta caridad, vista la disposi-ción de las cosas presentes y la unción del Santo Espíritu, que principalmente ha de enderezarle en todas cosas, le dictare. Y así con oraciones suyas, y de la Compañía toda y de los fieles, en unas partes y otras convendrá instar ante la divina clemencia y bondad, que, apiadándose de aquellas naciones, se digne reducirlas a la unión de su Santa Iglesia y verdadera religión y vía de salvar sus ánimas a honor y gloria suya.

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149. Instrucción sobreel modo de tratar o negociar

con cualquier superior*

Roma, 29 de marzo de 1555 (Epp. 9,90-92)

La Compañía de Jesús, como orden religiosa, ha re-

visado la manera de ejercer la autoridad sin minar

la relación o el respeto de las

partes. Ejercicio que para

el siglo XVI en contextos

de monarquías y volunta-

des absolutas requerían un

especial tacto; mucho más

cuando el mismo Ignacio

había definido a los jesuitas

como una sociedad vertical

* San Ignacio de Loyola. Obras Com-pletas. 4.a edición revisada por Igna-cio Iparraguirre, S. I., y Cándido de Dalmases, S. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cris-tianos, 1982, pp. 972-973.

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y jerárquica. Esta carta rescata algunas estrategias

para tratar asuntos con autoridades superiores y

bien puede ayudarnos a reflexionar sobre la manera

de valorar el papel de quien ejerce el gobierno.

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El que ha de tratar con superior, traiga las cosas digestas y miradas por sí, o comunicadas con otros, según que

fuere[n]. Con esto, en las cosas mínimas o de mucha priesa, faltando tiempo para mi-rar o conferir, se deja a su buena discreción, si, sin comunicarlas o mucho mirarlas, deba representarlas al superior, o no.

Así digestas y miradas, propóngalas, diciendo: este punto se ha mirado por mí, o con otros, según que fuere; y ocurríame o mirábamos si sería bien así o así. Y nun-ca diga al superior, tratando con él: esto o aquello es o será bien ansí; mas dirá con-dicionalmente si es o si será.

Así propuestas las cosas, del superior será determinar o esperar tiempo para mirar en ellas, o remitirlas a quien o a quienes las han mirado, o nombrar otros que miren en ellas o determinen, según

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que la cosa fuere más o menos importante o difícil.

Si a la determinación del superior, o lo que él tocare, replicare alguna cosa que bien le parezca, tornando el superior a de-terminar, no haya réplica ni razones algu-nas por entonces.

Si, después de así determinado el su-perior, sintiese el que trata con él que otra cosa sería más conveniente, o se le repre-sentase con fundamento alguno, aunque suspendiese el sentir, después de tres o cuatro horas, o otro día, puede represen-tar al superior si sería bien esto o aquello, guardando siempre tal forma de hablar y términos, que no haya ni parezca disención ni alteración alguna, poniendo silencio a lo que fuere determinado en aquella hora.

Con esto, aunque sea la cosa determi-nada una y dos veces, de ahí a un mes o

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tiempo más largo, puede representar asi-mesmo lo que siente o le ocurriere por la orden ya dicha; porque la experiencia con el tiempo descubre muchas cosas; y tam-bién hay variedad en ellas con el mesmo.

Item, se acomode el que trata a la dispo-sición y potencias naturales del superior, hablando distincto y con voz inteligible, y claro, y a tiempos que le sean oportunos, cuando fuere posible...

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Reservados todos los derechos© Pontificia Universidad JaverianaVicerrectoría del Medio Universitario

Primera edición:Bogotá, D. C., agosto de 2016Número de ejemplares: 500Impreso y hecho en Colombia

ISBN: 978-958-716-964-5

Editorial PontificiaUniversidad JaverianaCarrera 7 n.° 37-25, oficina 1301Edificio LutaimaTeléfono: 3208320 ext. 4752www.javeriana.edu.co/editorialBogotá, D. C.

Coordinador editorial:Miguel Ángel Pineda

Diseño:Manuel Botía

Diagramación:Sandra Staub

Portada:Sandra Staub

Ilustraciones:Alejandra Céspedes

Impresión:Javegraf

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