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Teoria de la Guerra U NIDAD DIDACTICA 6 La Guerra Hoy Robert Grainger Ker Thompson David Kilcullen David Galula ES T RA T EGIAS Y TAC T I- CAS - Mao Zedong

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Teoria de la Guerra

UNIDAD DIDACTICA 6 La Guerra Hoy

Robert Grainger Ker Thompson

David Kilcullen

David Galula

ES T RA T EGIAS Y TAC T I-CAS - Mao Zedong

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UUNIDAD DIDACTICA 6 La Guerra Hoy

1Las Guerras de Descolonización. El re-nacer de la Guerra Irregular. Insurgencia, terrorismo y guerri-lla. Respuestas de las fuerzas regulares. Las Fuerzas Especiales.a Mao Zedong (1893-1976)b Ho Chí Minh (1890-1969)c Võ Nguyên Giáp (1911-2013)d Ernesto Guevara (1928-1967)e Robert Thompson (1916–1992)f David Galula (1919–1967)g David Kilcullen (1967)2 La Guerra en Crisis en el Siglo XXI. La Gue-rra de las Teorías Militares. La lla-mada “Guerra Moderna”. Guerra Asimétrica. Guerra de Cuarta Generación.a Antulio Joseph Echevarria, II. (1959)b Hew Francis Anthony Strachan (1949)c Colin S. Gray (1943)d Milan N. Vego 3 El Hombre en la Guerra. El paso de la guerra a la paz, los cambios en el frente de batalla y el frente interno. Moral y Espíritu de Cuerpo en las fuerzas arma-das y la sociedad. El soldado en combate su-pervivencia, camaradería, discplina, instrucción y rendimiento.a Charles Jean Jacques Joseph Ar-dant du Picq (1821 –1870)b S.L.A. Marshall (1900-1977)c El Trauma de Combate o Stress Postraumáti-co. 5 El discurso de la guerra y su deconstruc-ción en el tercer milenio. Drones, Armas Inteligentes y Héroes. Qué es la Guerra hoy?

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ContenidosESTRATEGIAS Y TACTICAS 9PRINCIPIOS MILITARES 9La situación actual y nuestras tareas. (25 de diciembre de 1947), Obras Escogidas, t. IV OBJETIVO DE LA GUE-

RRA 9Sobre la guerra prolongada (mayo de 1938), Obras Escogidas, t. II. SORPRESA 10Sobre la guerra prolongada. (mayo de 1938), Obras Escogidas, t. II. GUERRA Y POLITICA 10Problemas de la guerra y de la estrategia (6 de noviembre de 1938), Obras Escogidas, tomo II. LA VICTORIA 10PROBLEMAS ESTRATEGICOS DE LA GUERRA REVOLUCIONARIA DE CHINA 10COMO ESTUDIAR LA GUERRA 10I. LAS LEYES DE LA GUERRA SE DESARROLLAN 102. EL OBJETIVO DE LA GUERRA ES ELIMINAR LA GUERRA 123. LA ESTRATEGIA ESTUDIA LAS LEYES QUE RIGEN LA SITUACION DE GUERRA EN SU CONJUN-

TO 124. LO IMPORTANTE ES SABER APRENDER 14Guerra Revolucionaria 17La Doctrina de la Guerra Revolucionaria 27El Foquismo 31La respuesta contrarrevolucionaria 32El futuro 34Teorías de 37Contrainsurgencia 37Robert Grainger Ker Thompson 37Biografía 37Derrotar la insurgencia comunista: experiencias en Malasia y Vietnam 37Elementos del enfoque moderado de Thompson: 37David Galula 39Carrera militar 39Teoría e influencia 39David Kilcullen 40Educación 40Carrera militar australiana 41Carrera en los Estados Unidos 41Contribuciones a la contrainsurgencia 41Lucha de Combate Compleja 41“La lucha contra la insurgencia global” 42“Contrainsurgencia Redux” 42“Veintiocho artículos” 42Etnografía de conflictos 42Contrainsurgencia 42Posiciones en la política americana 42Guerra de irak 42Criticando la política estadounidense 43Uso de Drones 43Sistemas Modernos de Guerra 44EBO 45EBO 46SDO 47

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ESTRATEGIAS

Y TACTICASMAO TSE TUNG

PRINCIPIOS MILITARESHe aquí nuestros principios militares:1. Asestar golpes primero a las fuerzas enemigas disper-

sas y aisladas, y luego a las fuerzas enemigas concentradas y poderosas.2. Tomar primero las ciudades pequeñas y medianas y

las vastas zonas rurales, y luego las grandes ciudades.3. Tener por objetivo principal el aniquilamiento de la

fuerza viva del enemigo y no el mantenimiento o conquista de ciudades o territorios. El mantenimiento o conquista de una ciudad o un territorio es el resultado del aniquilamiento de la fuerza viva del enemigo, y, a menudo, una ciudad o territorio puede ser mantenido o conquistado en definitiva sólo después de cambiar de manos repetidas veces.4. En cada batalla, concentrar fuerzas absolutamente

superiores (dos, tres, cuatro y en ocasiones hasta cinco o seis veces las fuerzas del enemigo), cercar totalmente las fuerzas enemigas y procurar aniquilarlas por completo, sin dejar que nadie se escape de la red. En circunstancias especiales, usar el método de asestar golpes demoledores al enemigo, esto es, concentrar todas nuestras fuerzas para hacer un ataque frontal y un ataque sobre uno o ambos flancos del enemigo, con el propósito de aniquilar una parte de sus tropas y des-

baratar la otra, de modo que nuestro ejército pueda trasladar rápidamente sus fuerzas para aplastar otras tropas enemigas. Hacer lo posible par evitar las batallas de desgaste, en las que lo ganado no compensa lo perdido o sólo resulta equivalen-te. De este modo, aunque somos inferiores en el conjunto (hablando en términos numéricos), somos absolutamente superiores en cada caso y en cada batalla concreta, y esto nos asegura la victoria en las batallas. Con el tiempo, llegaremos a ser superiores en el conjunto y finalmente liquidaremos a todas las fuerzas enemigas.5. No dar ninguna batalla sin preparación, ni dar nin-

guna batalla sin tener la seguridad de ganarla; hacer todos los esfuerzos para estar bien preparados para cada batalla, hacer todo lo posible para que la correlación existente entre las condiciones del enemigo y las nuestras nos asegure la vic-toria.6. Poner en pleno juego nuestro estilo de lucha: valen-

tía en el combate, espíritu de sacrificio, desprecio a la fatiga y tenacidad en los combates continuos (es decir, entablar com-bates sucesivos en un corto lapso y sin tomar reposo.7. Esforzarse por aniquilar al enemigo en la guerra de

maniobras. Al mismo tiempo, dar importancia a la táctica de ataque a posiciones con el propósito de apoderarse de los puntos fortificados y ciudades en manos del enemigo.8. Con respecto a la toma de las ciudades, apoderarse

resueltamente de todos los puntos fortificados y ciudades dé-bilmente defendidas por el enemigo. Apoderarse, en el mo-mento conveniente y si las circunstancias lo permiten, de todos los puntos fortificados y ciudades que el enemigo de-fienda con medianas fuerzas. En cuanto a los puntos fortifi-cados y ciudades poderosamente defendidos por el enemigo, tomarlos cuando las condiciones para ello hayan madurado.9. Reforzar nuestro ejército con todas las armas y la ma-

yor parte de los hombres capturados al enemigo. La fuente principal de los recursos humanos y materiales para nuestro ejército está en el frente.10. Aprovechar bien el intervalo entre dos campañas

para que nuestras tropas descansen, se adiestren y consoli-den. Los períodos de descanso, adiestramiento y consolida-ción no deben, en general, ser muy prolongados para no dar, hasta donde sea posible, ningún respiro al enemigo.Estos son los principales métodos que emplea el Ejército

Popular de Liberación para derrotar a Chiang Kai-shek. Han sido forjados por el Ejército Popular de Liberación en largos años de lucha contra los enemigos nacionales y extranjeros, y corresponden completamente a nuestra situación actual. (...) Nuestra estrategia y táctica se basan en la guerra popular y ningún ejército antipopular puede utilizarlas.La situación actual y nuestras tareas. (25 de diciembre de 1947), Obras Escogidas, t. IV

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OBJETIVO DE LA GUERRAEl objetivo de la guerra no es otro que conservar las fuerzas

propias y destruir las enemigas (destruir las fuerzas enemigas significa desarmarlas o privarlas de su capacidad para resistir, y no significa aniquilarlas todas físicamente).La defensa tiene como objetivo inmediato conservar las

fuerzas propias, pero al mismo tiempo es un medio de com-plementar el ataque o prepararse para pasar al ataque. La retirada pertenece a la categoría de la defensa y es una con-tinuación de ésta, en tanto que la persecución es una conti-nuación del ataque.Hay que señalar que la destrucción de las fuerzas enemigas

es el objetivo primario de la guerra y la conservación de las fuerzas propias, el secundario, porque sólo se puede conser-var eficazmente las fuerzas propias destruyendo las enemigas en gran número.Por lo tanto, el ataque, como media principal para destruir

las fuerzas del enemigo, es lo primario, en tanto que la de-fensa, como media auxiliar para destruir las fuerzas enemigas y como uno de los medios para conservar las fuerzas propias, es lo secundario. Es cierto que en la práctica de la guerra, la defensa desempeña el papel principal en muchas ocasiones, mientras que en las demás lo desempeña el ataque, pero si la guerra se considera en su conjunto, el ataque sigue siendo lo primario.Sobre la guerra prolongada (mayo de 1938), Obras Escogidas, t. II. SORPRESA Sin preparación, la superioridad de fuerzas no es superio-

ridad real ni puede haber tampoco iniciativa. Sabiendo esta verdad, una fuerza inferior pero bien preparada, a menudo puede derrotar a una fuerza enemiga superior mediante ata-ques por sorpresa.Sobre la guerra prolongada. (mayo de 1938), Obras Escogidas, t. II. GUERRA Y POLITI-CALa guerra es la continuación de la política. En este sentido,

la guerra es política, y es en sí misma una acción política. No ha habido jamás, desde los tiempos antiguos, ninguna guerra que no tuviese un carácter político. (...)Pero la guerra tiene sus características peculiares, y en este

sentido, no es igual a la política en general. La guerra es la continuación de la política por otros medios. Cuando la po-lítica llega a cierta etapa de su desarrollo, más allá de la cual no puede proseguir por los medios habituales, estalla la gue-rra para barrer el obstáculo del camino. (...) Cuando sea eli-minado el obstáculo y conseguido nuestro objetivo político, terminará la guerra. Mientras no se elimine por completo el obstáculo, la guerra tendrá que continuar hasta que se logre totalmente el objetivo. (...) Se puede decir entonces que la política es guerra sin derramamiento de sangre, en tanto que la guerra es política con derramamiento de sangre.Sobre la guerra prolongada (mayo de 1938), Obras Escogi-

das, t. II. Todos los comunistas tienen que comprender esta verdad: El Poder nace del fusil.Problemas de la guerra y de la estrategia (6 de noviembre de 1938), Obras Escogidas, tomo II. LA VICTORIA La victoria de ningún modo debe hacernos relajar la vi-

gilancia. Quienquiera que relaje la vigilancia quedará desar mado políticamente y se verá reducido a una posición pasiva. Discurso pronunciado en la Reunión Preparatoria de la Nue-va Conferencia Consultiva Política (15 de junio de 1949), Obras Escogidas, t. IV. Luchar, fracasar, volver a luchar, fra-casar de nuevo volver otra vez a luchar, y así hasta la victoria Desechar las ilusiones, prepararse para la lucha (14 de agosto de 1949), Obras Escogidas, t. IV.Los mandos y combatientes de ningún modo deben relajar

ni en lo más mínimo su voluntad de combate; toda idea que tienda a relajar la voluntad de combate o a subestimar al enemigo, es errónea.Un jefe militar no puede pretender ganar la guerra traspa-

sando los limites impuestos por las condiciones materiales, pero si puede y debe esforzarse para vencer dentro de ta-les límites. El escenario de acción para un jefe militar está construido sobre las condiciones materiales objetivas, pero en este escenario puede dirigir magnificas acciones de épica grandiosidad.Informe ante la II Sesión Plenaria del Comité Central ele-

gido en el VII Congreso Nacional del Partido Comunista de China (5 de enero de 1949), Obras Escogidas, t. IV.

PROBLEMAS ESTRATEGICOS DE LA GUERRA REVOLUCIO-

NARIA DE CHINADiciembre de 1936 CAPITULO ICOMO ESTUDIAR LA GUERRA

I. LAS LEYES DE LA GUERRA SE DESA-RROLLAN

Las leyes de la guerra constituyen un problema que debe estudiar y resolver quienquiera que dirija una guerra.Las leyes de la guerra revolucionaria constituyen un proble-

ma que debe estudiar y resolver quienquiera que dirija una guerra revolucionaria.Las leyes de la guerra revolucionaria de China constituyen

un problema que debe estudiar y resolver quienquiera que dirija la guerra revolucionaria de China.Estamos haciendo una guerra. Nuestra guerra es una guerra

revolucionaria, y ésta se desarrolla en China, país semicolo-nial y semifeudal. Por lo tanto, debemos estudiar no sólo las leyes generales de la guerra, sino también las leyes específicas

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de la guerra revolucionaria y las leyes aún más específicas de la guerra revolucionaria de China. Es bien sabido que, al hacer una cosa, cualquiera que sea, a menos que se compren-dan sus circunstancias reales, su naturaleza y sus relaciones con otras cosas, no se conocerán las leyes que la rigen, ni se sabrá cómo hacerla, ni se podrá llevarla a feliz término.La guerra, que ha existido desde la aparición de la propie-

dad privada y las clases, es la forma más alta de lucha para resolver las contradicciones entre clases, naciones, Estados o grupos políticos, cuando estas contradicciones han llegado a una determinada etapa de su desarrollo. Si no se compren-den las circunstancias reales de la guerra, su naturaleza y sus relaciones con otros fenómenos, no se conocerán sus leyes, ni se sabrá cómo dirigirla, ni se podrá triunfar.La guerra revolucionaria, ya sea una guerra revolucionaria

de clases o una guerra nacional revolucionaria, además de las circunstancias y naturaleza inherentes a la guerra en ge-neral, tiene sus circunstancias y naturaleza específicas. Por lo tanto, aparte de las leyes generales de la guerra, tiene sus leyes específicas. Si no se comprenden estas circunstancias y naturaleza específicas, si no se comprenden estas leyes espe-cíficas, es imposible dirigir una guerra revolucionaria y lograr la victoria en ella.La guerra revolucionaria de China, ya sea una guerra civil o

una guerra nacional, se desarrolla en las circunstancias pro-pias de China, y tiene sus circunstancias y naturaleza espe-cíficas, que la distinguen tanto de la guerra en general como de la guerra revolucionaria en general. Por lo tanto, además de las leyes de la guerra en general y de las leyes de la guerra revolucionaria en general, tiene sus leyes específicas. Si no se comprende todo esto, es imposible conquistar la victoria en la guerra revolucionaria de China.Por consiguiente, debemos estudiar las leyes de la guerra en

general, estudiar también las de la guerra revolucionaria y es-tudiar, finalmente, las de la guerra revolucionaria de China.Ciertas personas sostienen un punto de vista erróneo, que

ya refutamos hace tiempo. Afirman que sólo es necesario estudiar las leyes de la guerra en general, o dicho más con-cretamente, que basta sólo con seguir los manuales milita-res publicados por el gobierno reaccionario chino o por las escuelas militares reaccionarias de China. No ven que esos

manuales exponen únicamente las leyes de la guerra en general y, además, son copiados enteramente del extranjero. Si los copiamos y aplicamos al pie de la letra, sin el menor cambio de forma ni de contenido, seremos como quien "se recorta los pies para que le quepan en los zapatos" y sufriremos derrotas. Argumentan: ¿Por qué no han de ser-virnos los conocimientos adquiridos en el pasado a costa de sangre? No com-prenden que, si bien debemos apreciar la experiencia adquirida en el pasado a costa de sangre, debemos también apre-ciar la experiencia que hemos pagado con nuestra propia sangre.Otras personas sostienen un punto de

vista igualmente erróneo, que también refutamos hace tiempo. Dicen que sólo es necesario estudiar la experiencia de la guerra revolucionaria de Rusia, o dicho más concretamente, que basta sólo con

seguir las leyes que rigieron la dirección de la guerra civil de la Unión Soviética y los manuales militares publicados por las instituciones militares soviéticas. No se dan cuenta de que esas leyes y manuales reflejan las características particulares de la guerra civil y del Ejército Rojo de la Unión Soviética.Si los copiamos y aplicamos al pie de la letra, sin hacer nin-

gún cambio, también seremos como quien "se recorta los pies para que le quepan en los zapatos" y sufriremos derrotas. Estas personas razonan así: Si nuestra guerra es una guerra revolucionaria, como la de la Unión Soviética, y si ésta ha triunfado, ¿qué alternativa cabe sino seguir en todo su ejem-plo? No saben que, si bien debemos tener en especial esti-ma la experiencia de la guerra de la Unión Soviética, porque es una experiencia de la guerra revolucionaria de la época contemporánea, experiencia adquirida bajo la dirección de Lenin y Stalin, igualmente debemos apreciar la experiencia de la guerra revolucionaria de China, pues la revolución chi-na y el Ejército Rojo de China tienen muchas condiciones particulares.Hay también personas que sostienen otro punto de vista

no menos erróneo, que hace tiempo igualmente refuta-mos. Dicen que la experiencia de la Expedición al Norte de 19261927 es la más valiosa y que debemos aprender de ella, o dicho más concretamente, debemos imitar a la Expedición al Norte en su avance impetuoso y en la conquista de las grandes ciudades. No comprenden que, si bien debemos es-tudiar la experiencia de la Expedición al Norte, no debemos copiarla ni aplicarla en forma mecánica, dado que nuestra guerra actual se lleva diferentes. Debemos tomar de la expe-riencia de la Expedición al Norte sólo lo que aún es aplicable hoy y, a la luz de las condiciones actuales, elaborar algo que sea nuestro.Así, las leyes de la dirección de la guerra cambian en fun-

ción de las condiciones de la guerra, o sea, tiempo, lugar y carácter de la misma. En cuanto al factor tiempo, tanto la guerra como las leyes de su dirección se desarrollan. Cada etapa histórica tiene sus características, y, por lo tanto, las leyes de la guerra en cada etapa histórica tienen las suyas y no pueden ser trasladadas mecánicamente de una etapa a otra. Desde el punto de vista del carácter de la guerra, ya que la guerra revolucionaria y la contrarrevolucionaria tienen sus

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respectivas características, también las tienen sus leyes, las que no pueden trasladarse mecánicamente de una guerra a la otra. Desde el punto de vista del lugar, como cada país o nación, y en especial un país o nación grande, tiene sus propias características, las leyes de la guerra en cada país o nación también tienen sus particularidades y tampoco pue-den trasladarse mecánicamente de uno a otro. Al estudiar las leyes de la dirección de las guerras que se producen en dife-rentes etapas históricas, que son de diferente carácter y que se sostienen en diferentes lugares y por diferentes naciones, debemos concentrar nuestra atención en sus características y en su desarrollo y oponernos a todo enfoque mecánico del problema de la guerra.Y esto no es todo. Para un comandante, es signo de progreso

y desarrollo el pasar de ser capaz de dirigir inicialmente sólo una pequeña agrupación a ser capaz de dirigir una grande. Es también diferente operar en una sola localidad que hacerlo en muchas localidades. Para un comandante, es igualmen-te signo de progreso y desarrollo el pasar de ser capaz de operar inicialmente en una sola localidad que conoce bien, a ser capaz de operar en muchas localidades. En virtud del desarrollo técnico, táctico y estratégico tanto del enemigo como nuestro, las condiciones en distintas etapas de una misma guerra también son diferentes. Significará un progre-so y desarrollo aún mayores el que un comandante capaz de ejercer el mando en la etapa inferior de una guerra, muestre capacidad para ejercerlo también en su etapa superior. Si un jefe no pasa de ser capaz de dirigir sólo una determinada agrupación, en una determinada localidad y en una determi-nada etapa de desarrollo de una guerra, eso muestra que no ha hecho ningún progreso ni alcanzado ningún desarrollo. Hay personas que, satisfechas con una sola habilidad y una visión estrecha, jamás hacen progreso alguno. Tales personas, aunque pueden desempeñar algún papel en la revolución en un lugar y momento dados, no pueden desempeñar un gran papel. Necesitamos jefes militares que puedan desempeñar un papel importante. Todas las leyes de la dirección de la guerra se desarrollan a medida que se desarrollan la historia y la guerra misma. Nada es inmutable.2. EL OBJETIVO DE LA GUERRA ES ELI-MINAR LA GUERRA

La guerra, ese monstruo de matanza entre los hombres, será Analmente eliminada por el progreso de la sociedad huma-na, y lo será en un futuro no lejano. Pero sólo hay un medio para eliminarla: oponer la guerra a la guerra, oponer la gue-

rra revolucionaria a la guerra contrarrevolucionaria, oponer la guerra revolucionaria nacional a la guerra contrarrevolu-cionaria nacional y oponer la guerra revolucionaria de clase a la guerra contrarrevolucionaria de clase. La historia conoce sólo dos tipos de guerras: las justas y las injustas. Apoyamos las guerras justas y nos oponemos a las injustas. Todas las guerras contrarrevolucionarias son injustas; todas las guerras revolucionarias son justas. Con nuestras propias manos pon-dremos fin a la época de las guerras en la historia de la hu-manidad, y la guerra que ahora hacemos es indudablemente parte de la guerra final. Pero la guerra que enfrentamos es al mismo tiempo, sin duda alguna, parte de la más grande y más cruel de todas las guerras. Se cierne sobre nosotros la más grande y más cruel de todas las guerras injustas contra-rrevolucionarias. Si no levantamos la bandera de la guerra justa, la gran mayoría de la humanidad será devastada. La bandera de la guerra justa de la humanidad es la bandera de la salvación de la humanidad. La bandera de la guerra justa de China es la bandera de la salvación de China. Una guerra sostenida por la gran mayoría de la humanidad y del pueblo chino es indiscutiblemente una guerra justa, es la empresa más sublime y gloriosa para salvar a la humanidad y a Chi-na, y un puente que conduce a una nueva era en la historia mundial. Cuando la sociedad humana progrese hasta llegar a la extinción de las clases y del Estado, ya no habrá guerras, ni contrarrevolucionarias ni revolucionarias, ni injustas ni justas. Esa será la era de la paz perpetua para la humanidad. Al estudiar las leyes de la guerra revolucionaria, partimos de la aspiración de eliminar todas las guerras. Esta es la línea divisoria entre nosotros, los comunistas, y todas las clases explotadoras.3. LA ESTRATEGIA ESTUDIA LAS LEYES QUE RIGEN LA SITUACION DE GUERRA EN SU CONJUNTO

Dondequiera que haya guerra, existe una situación de gue-rra en su conjunto. Una situación de guerra en su conjunto puede abarcar el mundo entero, un país, una zona guerri-llera independiente o un importante frente de operaciones independiente. Toda situación de guerra de carácter tal que requiera una consideración global de sus aspectos y etapas, es una situación de guerra en su conjunto.Estudiar las leyes de la dirección de la guerra que rigen una

situación de guerra en su conjunto, es tarea de la estrategia. Estudiar las leyes de la dirección de la guerra que rigen una situación parcial de guerra, es tarea de la ciencia de las cam-pañas y de la táctica.¿Por qué es necesario que el comandante de una campa-

ña militar o de una operación táctica comprenda en cierto grado las leyes de la estrategia? Porque la comprensión del conjunto le facilita el manejo de la parte, y porque la parte está subordinada al conjunto.La idea de que la victoria estratégica está determinada por

los éxitos tácticos es errónea, porque pasa por alto el hecho de que la victoria o la derrota de una guerra dependen, prin-cipalmente y antes que nada, de si se toman adecuadamente en cuenta la situación en su conjunto y cada una de las eta-pas de la guerra. Si se cometen faltas o errores graves a este respecto, la guerra se perderá inevitablemente. En ajedrez, "un movimiento imprudente hace perder la partida": esto se refiere a un movimiento que afecta al todo, es decir, a un movimiento que tiene importancia decisiva para el todo, y no a un movimiento de carácter parcial, no decisivo para el

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todo. Así es en ajedrez, así es también en la guerra.Pero el todo no puede existir aislada e independientemente

de sus partes, ya que está compuesto de todas ellas. A veces la destrucción o derrota de ciertas partes no acarrea serias con-secuencias al todo, porque esas partes no tienen importancia decisiva para él. Algunas derrotas o fracasos en las operacio-nes tácticas o en las campañas a menudo no conducen al deterioro de la situación de guerra en su conjunto, porque estas derrotas no son de importancia decisiva. Pero la pérdida de la mayoría de las campañas que constituyen la situación de guerra en su conjunto, o de una o dos campañas decisivas, cambia inmediatamente toda la situación. Aquí "la mayoría de las campañas" o "una o dos campañas" son decisivas. En la historia de las guerras, ha habido casos en que después de una serie de victorias, una sola derrota redujo a la nada todos los éxitos logrados; ha habido también casos en que después de numerosas derrotas, una sola victoria produjo una nue-va situación. Aquí la "serie de victorias" y las "numerosas derrotas" eran de carácter parcial y no decisivas para la si-tuación en su conjunto, en tanto que la "sola derrota" y la "sola victoria" fueron factores decisivos. Todo esto explica la importancia que tiene el tomar en cuenta la situación en su conjunto. Para quien tiene el mando general, lo más impor-tante es concentrar su atención en la situación de guerra en su conjunto. Lo principal es considerar, a la luz de las cir-cunstancias, los problemas de la formación de unidades y de agrupaciones de tropas, así como de las relaciones entre dos campañas, entre las distintas etapas de operaciones y entre el conjunto de nuestras actividades y el de las actividades ene-migas. Todos estos problemas requieren sus mayores esfuer-zos; si los abandona y se pierde en problemas secundarios, difícilmente podrá evitar reveses.La relación entre el todo y la parte se refiere no sólo a la re-

lación entre la estrategia y la campaña militar, sino también a la relación que hay entre la campaña militar y la táctica. La relación entre las operaciones de una división y las de sus regimientos y batallones, y la relación entre las operacio-

nes de una compañía y las de sus pelotones y escuadras son ejemplos concretos. El jefe militar, a cualquier nivel, debe concentrar su atención en los problemas o acciones más im-portantes y decisivas para toda la situación que está bajo su dirección, y no en otros problemas o acciones.Para determinar qué es importante y decisivo, no hay que

partir de condiciones generales o abstractas, sino de condi-ciones concretas. En una operación militar, la dirección y el punto de asalto deben elegirse con arreglo a la situación real del enemigo, al terreno y a la fuerza de nuestras tropas en el momento dado. Donde el avituallamiento es abundante, hay que cuidar de que los soldados no coman demasiado; pero donde es insuficiente, hay que cuidar de que no pasen hambre. En las zonas blancas, la filtración de una sola infor-mación puede ocasionar la derrota en un combate posterior, mientras que en las zonas rojas, tal filtración de ordinario no es lo más grave. Es necesario que los mandos superiores participen personalmente en ciertas campañas, pero en otras no. Para una academia militar, lo más importante es elegir el director y los instructores y establecer la orientación de la en-señanza. Para un mitin de masas, lo principal es movilizar a éstas para que asistan, y plantear consignas apropiadas. Aún se podrían citar más ejemplos. En una palabra, el principio consiste en concentrar nuestra atención en los factores im-portantes de los que depende la situación en su conjunto.El estudio de las leyes de la dirección de una guerra en su

conjunto, sólo es posible mediante una profunda reflexión. Porque lo que corresponde a una situación en su conjunto no es visible, y sólo se puede comprender mediante una re-flexión profunda; no hay otro medio. Pero como el todo está compuesto por sus partes, quien tenga experiencia en las par-tes, experiencia en las campañas y la táctica, podrá compren-der cosas de un orden superior, siempre que esté dispuesto a pensar seriamente. Entre los problemas estratégicos figuran los siguientes:Tomar en consideración la relación entre el enemigo y no-

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sotros.Tomar en consideración la relación entre las diversas cam-

pañas y entre las diversas etapas de operaciones. Tomar en consideración ciertas partes que son importantes (decisivas) para la situación en su conjunto. Tomar en consideración las características específicas de la situación general.Tomar en consideración la relación entre el frente y la reta-

guardia.Tomar en consideración la distinción así como la conexión

entre las pérdidas y su reposición, entre el combate y el des-canso, entre la concentración y la dispersión de las fuerzas, entre el ataque y la defensa, entre el avance y la retirada, entre cubrirse y exponerse, entre el ataque principal y los ataques secundarios, entre el asalto y la contención, entre la centralización y la descentralización del mando, entre la gue-rra prolongada y la guerra de decisión rápida, entre la guerra de posiciones y la guerra de movimientos, entre las fuerzas propias y las vecinas, entre una y otra arma del ejército, entre los mandos superiores y los inferiores, entre los cuadros y los soldados rasos, entre los veteranos y los bisoños, entre los cuadros superiores y los inferiores, entre los cuadros vetera-nos y los nuevos, entre las zonas rojas y las blancas, entre las zonas rojas antiguas y las nuevas, entre la región central y las periféricas de una base de apoyo dada, entre el tiempo frío y el caluroso, entre la victoria y la derrota, entre las agrupa-ciones grandes y las pequeñas, entre el ejército regular y las fuerzas guerrilleras, entre el aniquilamiento del enemigo y el ganarse a las masas, entre el engrosamiento de las Alas de Ejército Rojo y su consolidación, entre el trabajo militar y el político, entre las tareas del pasado y las presentes, entre las tareas actuales y las futuras, entre una y otra tarea en diferen-tes condiciones, entre frentes estables y frentes fluidos, entre la guerra civil y la guerra nacional, entre una etapa histórica y otra, etc., etc. Todos éstos son problemas que no pode-mos ver con los ojos, pero si reflexionamos cuidadosamente, podemos comprenderlos, captarlos y dominarlos todos, es decir, resolver todos los problemas importantes de la guerra o de las operaciones militares elevándolos a un nivel superi- guerra.¿Dónde reside, entonces, el quid de la cuestión?En la vida real, no podemos exigir ge-

nerales invictos. La historia conoce muy pocos generales así. Necesitamos gene-rales valerosos y sagaces que por lo co-mún ganen sus batallas en el curso de una guerra, generales dotados de saga-cidad y coraje.Para llegar a ser así, es necesario asimi-

lar un método, método que es indis-pensable tanto en el estudio como en la aplicación de lo aprendido.¿Cuál es ese método? Consiste en co-

nocer a fondo todos los aspectos de la situación del enemigo y de la nuestra, descubrir las leyes que rigen las acciones de ambos lados y aplicarlas en nuestras propias acciones.Los manuales militares publicados en

numerosos países contienen indicacio-nes sobre la necesidad de "aplicar con flexibilidad los principios de acuerdo con la situación que se enfrenta. Esta-

mos a favor en principio. Nuestra tarea en el estudio de los problemas estratégicos es conseguir este objetivo.4. LO IMPORTANTE ES SABER APREN-DER

¿Con qué fin hemos organizado el Ejército Rojo? Con el fin de utilizarlo para derrotar al enemigo. ¿Para qué estudiamos las leyes de la guerra? Para aplicarlas en la guerra.Aprender no es fácil, y aplicar lo que se ha aprendido es aún

más difícil. Al tratar de la ciencia militar en las aulas o en los libros, muchas personas parecen ser igualmente compe-tentes, pero, en la guerra real, algunas ganan batallas y otras las pierden. Esto lo demuestran tanto la historia de las gue-rras como nuestra propia experiencia de las circunstancias, y otras sobre las medidas a tomar en caso de derrota. Las primeras previenen al mando contra errores de carácter sub-jetivo que puedan nacer de una aplicación demasiado rígida de los principios. Las segundas señalan al mando cómo hacer frente a la situación después de haber cometido errores sub-jetivos o cuando se hayan producido cambios inesperados e ineluctables en las condiciones objetivas.¿Por qué se cometen errores subjetivos? Porque la manera de

disponer y dirigir las fuerzas en una guerra o en un combate no corresponde a las condiciones de un momento y de un lu-gar dados, porque la dirección subjetiva no corresponde a las condiciones reales objetivas, no concuerda con ellas, o dicho en otros términos, porque no se ha resuelto la contradicción entre lo subjetivo y lo objetivo. Es difícil evitar semejante si-tuación en toda tarea que se realice; sin embargo, algunos de-muestran ser más competentes que otros para realizarla. En todo trabajo exigimos un grado relativamente alto de com-petencia; en el dominio militar, exigimos relativamente más victorias o, en otras palabras, menos derrotas. Aquí la clave es conseguir que lo subjetivo concuerde con lo objetivo.Tomemos un ejemplo en el terreno de la táctica. Suponga-

mos que el punto elegido para el ataque se encuentre en uno de los flancos de la posición enemiga, que ese flanco resul-te ser precisamente su punto débil y que, por consiguiente, el asalto termine con una victoria. Esto es lo que se llama

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correspondencia de lo subjetivo con lo objetivo, o sea, co-rrespondencia del reconocimiento, el juicio y la decisión del comandante con la situación real del enemigo y la disposi-ción de sus fuerzas para el combate. Si el punto elegido para el ataque se encuentra en el otro flanco o en el centro y, por consiguiente, las fuerzas atacantes se dan contra el muro y no pueden avanzar, esto quiere decir que falta esa correspon-dencia. Si el momento del ataque es elegido acertadamente, si las reservas son utilizadas a tiempo, si todas las medidas tomadas en el curso del combate y todas las operaciones re-sultan favorables para nosotros y desfavorables para el ene-migo, entonces la dirección subjetiva a lo largo de todo el combate corresponde por completo a la situación objetiva. Esta completa correspondencia es extremadamente rara en una guerra o en un combate, porque las dos partes beligeran-tes son grupos de seres vivos armados, y cada una se guarda para sí sus secretos. Es muy distinto a manejar objetos ina-nimados o asuntos de la vida cotidiana. Pero si la dirección ejercida por el comandante corresponde en líneas generales a la situación real, es decir, si los elementos decisivos de dicha dirección corresponden a la situación real, se tendrá la base para la victoria.Toda disposición correcta de un mando proviene de su de-

cisión justa; la decisión justa proviene de su juicio correcto sobre la situación, y el juicio correcto proviene de un reco-nocimiento minucioso e indispensable y de un examen sis-temático de todas las informaciones recogidas a través del reconocimiento. El mando emplea todos los medios de reco-nocimiento posibles y necesarios, y examina las informacio-nes recogidas acerca de la situación del enemigo, desechando la cáscara para quedarse con el grano, descartando lo falso para conservar lo verdadero, pasando de un aspecto a otro y de lo externo a lo interno; luego, considerando las con-diciones de su propio campo, hace un estudio comparativo de la situación de ambas partes y de sus mutuas relaciones; de este modo, forma su juicio, toma su decisión y elabora su plan. Este es el proceso completo del conocimiento de una situación, proceso que debe recorrer un jefe militar antes de formular su plan estratégico, de campaña o de comba-te. Pero, en lugar de proceder así; un jefe militar negligente basa sus planes militares en sus propios deseos y, por lo tan-to, semejantes planes resultan ilusorios y no corresponden

a la realidad. Un jefe militar impulsivo que confíe sólo en su entusiasmo caerá inevitablemente en las trampas tendidas por el enemigo, se dejará tentar por los datos superficiales o parciales acerca de la situación de éste, o bien se dejará in-fluir por sugerencias irresponsables de sus subordinados que no están basadas en un conocimiento real ni en una visión profunda, y, por consiguiente, se estrellará inevitablemente contra el muro, porque no sabe o no quiere saber que todo plan militar debe basarse en un indispensable reconocimien-to y en un esmerado estudio de la situación del enemigo, la situación propia y las interrelaciones de ambas.El proceso del conocimiento de una situación no sólo tie-

ne lugar antes, sino también después de la formulación del plan militar. Entre el momento en que el plan comienza a aplicarse y el fin del combate, media otro proceso de cono-cimiento de la situación, el de la aplicación del plan. En este lapso es necesario comprobar de nuevo si el plan trazado en el proceso anterior corresponde a la situación real. Si el plan no corresponde a la realidad o no corresponde plenamente, es necesario, a la luz del nuevo conocimiento, establecer un nuevo juicio, tomar una nueva decisión y modificar el plan inicial de modo que corresponda a la nueva situación. Ocu-rre que en casi todas las operaciones el plan es rectificado parcialmente, y a veces, incluso por completo. Una persona impulsiva que no comprenda la necesidad de rectificar su plan o no quiera hacerlo, sino que actúe a ciegas, se romperá inevitablemente la cabeza contra el muro.Lo dicho anteriormente se aplica a una operación estraté-

gica, a una campaña o a un combate. Un jefe militar ex-perimentado, si estudia con modestia, llegará a conocer perfectamente las características de sus propias fuerzas (los mandos, los combatientes, las armas, el avituallamiento, etc., y la suma de todos estos factores), las de las fuerzas enemigas (también los mandos, los combatientes, las armas, el avitua-llamiento, etc., y la suma de todos estos factores) y todas las demás condiciones relativas a la guerra, tales como las condiciones políticas, económicas, geográficas y climáticas; un jefe militar como éste tendrá más seguridad al dirigir una guerra o un combate y mayores posibilidades de conquistar victorias. Todo esto lo logrará porque, en el transcurso de un largo período, habrá llegado a conocer la situación del ene-migo y la propia, habrá descubierto las leyes de la acción y

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resuelto la contradicción entre lo subjetivo y lo objetivo. Este proceso del conocimiento es de suma importancia; sin una experiencia así, acumulada durante largo tiempo, es difícil comprender y dominar las leyes que rigen una guerra en su conjunto. Ni un principiante en el arte de la guerra, ni una persona que sólo conoce este arte en el papel, pueden ser co-mandantes de alto rango realmente competentes; para llegar a serlo es necesario aprender este arte en el curso mismo de la guerra.Todas las leyes o teorías militares que tienen carácter de

principio, son la síntesis de la experiencia de las guerras pa-sadas, realizada por nuestros antecesores o nuestros contem-poráneos. Debemos estudiar con seriedad estas lecciones que nos han legado las guerras pasadas y que han sido pagadas con sangre. Esta es una tarea. Pero hay otra: comprobar con nuestra propia experiencia las conclusiones extraídas, asimi-lar lo útil, rechazar lo inútil y agregar lo que es específica-mente nuestro. Esta última tarea es muy importante, pues de no cumplirla, no podremos dirigir la guerra.Leer es aprender; practicar también es aprender, y es una

forma más importante de aprender. Nuestro método princi-pal es aprender a combatir en el curso mismo de la guerra. Una persona que no ha tenido oportunidad de ir a la escuela también puede aprender a combatir, aprender en el curso mismo de la guerra. La guerra revolucionaria es una empresa del pueblo; en ella, ocurre con frecuencia que la gente, en vez de actuar después de haber aprendido, comienza por actuar y después aprende. Actuar es aprender. Entre un civil corriente y un militar hay cierta distancia, pero no una Gran Muralla, y esta distancia puede ser superada con rapidez. Participar en la revolución y en la guerra es el medio de superarla: Al decir que aprender y practicar no es fácil, nos referimos a que aprender a fondo y practicar con habilidad no es fácil. Al decir que los civiles pueden convertirse con rapidez en

militares, nos referimos a que no es difícil cruzar el umbral. Para resumir estas dos afirmaciones, conviene recordar la vie-ja sentencia china: "Nada en el mundo es difícil para el que se propone hacerlo." Cruzar el umbral no es difícil, y per-feccionarse también es posible con tal que uno se proponga hacerlo y sepa aprender.Las leyes de la guerra, como las de todos los demás fenóme-

nos, son el reflejo en nuestra mente de la realidad objetiva. Todo lo que existe fuera de nuestra mente es realidad obje-tiva. Por consiguiente, lo que debemos estudiar y conocer comprende tanto la situación del campo enemigo como la del nuestro, y los dos campos de-

ben ser considerados como el objeto de nuestro estudio; sólo nuestro cerebro (nuestra facultad de pensar) es el sujeto que realiza el estudio. Hay gentes que son capaces de conocerse bien a sí mismas, pero no a su adversario; hay otras con las que sucede lo contrario.Ni aquéllas ni éstas pueden resolver el problema de aprender

y aplicar las leyes de la guerra. Sun Tsi[2], gran teórico mi-litar de la antigua China, escribió en su libro: "Conoce a tu adversario y conócete a ti mismo y podrás librar cien batallas sin correr ningún riesgo de derrota." Esta sentencia se refiere a dos etapas: la etapa de aprendizaje y la etapa de aplicación; se refiere tanto al conocimiento de las leyes del desarrollo de la realidad objetiva como a la determinación, con arreglo a estas leyes, de nuestra acción para vencer al enemigo que enfrentamos. No debemos menospreciar esta sentencia.La guerra es la forma más alta de lucha entre naciones, Esta-

dos, clases o grupos políticos, y todas sus leyes son utilizadas por las naciones, Estados, clases o grupos políticos en guerra con el propósito de conquistar la victoria. No cabe duda que el desenlace de una guerra está determinado principalmente por las condiciones militares, políticas, económicas y natura-les en que se desarrolla.

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Guerra

RevolucionariaJohn Shy y Thomas W. CollierEn “Creadores de la Estrategia Moderna”, edición en inglés de 1986, revisión de la edición de 1941

En 1941, cuando el semi-nario de Princeton en los asuntos militares se inició la labor que llevó a la publi-cación de la versión original de “Creadores de la Estrate-gia Moderna”, no existía el tema de este ensayo.Por supuesto, la historia

moderna estaba llena de re-voluciones, y la mayoría de ellas había implicado algún tipo de guerra. Por lo me-nos desde el siglo XVII, el fenómeno de la revolución había despertado conside-rable interés intelectual, y el interés aumentó con cada época revolucionaria -1776, 1789, 1848, 1917. La evidencia del creciente interés por la revolución y de la estrecha vinculación entre los brotes de la revo-lución y la teoría militar, se aprecia dispersa a través de los ensayos de los primeros “Creadores de la Estrategia Moderna”. Pero en ningu-na parte en ese volumen, ni en los ensayos sobre Marx, Trotsky o los estrategas de la guerra colonial francesa, encontramos un tratamien-to sistemático de ideas en el uso de la fuerza armada para efectuar el cambio político y social radical. La ausencia no fue culpa del profesor Earle y sus colegas, sino que refleja el hecho de que no existía tal cuerpo de teoría en 1941, o, mejor di-cho, que tal teoría se ve que existiese o, si existía, para merecer espacio en un libro sobre el pensamiento mili-tar de Maquiavelo a Hitler.Por qué la “guerra revolu-

cionaria“ como una rama importante del pensamien-

to militar ha surgido sólo en el último medio siglo La pre-gunta correlativa - por qué el tema no parecía ni importante ni definido claramente aún en 1941- nos advierte en contra de aceptar respuestas fáciles o evidentes. La Segunda Guerra Mundial provocó y catalizó un gran número de brotes y agi-taciones revolucionarias, cuyos resultados y secuelas siguen cambiando el mundo. Pero igualmente importante, para res-ponder a nuestras preguntas, ha sido el rápido cambio de perspectiva. La Guerra Revolucionaria, como un problema para el análisis independiente y un conjunto de técnicas que han dado lugar a un conjunto de contra técnicas, ahora pa-rece importante, incluso urgente, de una manera que no lo fue para, por ejemplo, JFC Fuller o Schlieffen o Jomini. ¿Por qué?Una respuesta satisfactoria debe considerar el papel de la

teorización militar en la historia de la nación- estado moder-na. El sistema de Estado-nación, que se formó en Europa en el siglo XVII, ha sido continuamente amenazado y energiza-do por presiones revolucionarias. Pero el sistema ha impues-to sus propias prioridades. La competencia y de conflicto, a menudo violento, entre los estados ha determinado el desti-no de estados en sí mismos. Suecia y España quedaron atrás, Inglaterra y Prusia se abrieron paso al frente, mientras que Polonia y la monarquía Austro- Húngara desaparecieron.El comportamiento de las coaliciones sucesivas formadas

para luchar contra la Revolución Francesa demuestra lo difí-cil que resulta al Estados-nación, no importa cuán grande es la amenaza de la ideología y de los movimientos revolucio-narios, subordinar sus propios intereses vitales en conflicto con los de la coalición. Para períodos breves y de objetivos li-mitados, los Estados- nación han puesto freno a sus instintos competitivos, por ejemplo para derrotar a Napoleón o Hit-ler, o para restaurar el orden después de 1815 o 1918. Pero la primacía de la competencia internacional, el conflicto inhe-rente a los intereses vitales nacionales, pronto volvió a apare-cer. La nación- estado exitosa, en última instancia, y tal vez, por definición, es un organismo para hacer la guerra. Incluso el peligro de revolución interna puede aparecer dependiente del resultado de un conflicto internacional; la derrotar pue-de excitar la rebelión, pero la victoria deja sumergidos a los descontentos en una campaña en orgullo nacional. Los teó-ricos militares y estrategas han tratado sólo incidentalmente los temas de la revolución debido a que los Estados-nación, cuyo interés se trataba de servir, estaban abrumadoramente preocupados por la guerra entre ellos. A fnales del siglo XIX, un puñado de ganadores virtualmen-

te dominaba el mundo. Los países europeos con más éxito, reunidos con los Estados Unidos y Japón, parecían irresis-tibles. La competencia constante había perfeccionado sus habilidades, aumentado su poder, despertado su apetito, y construyó una enorme confianza en su capacidad para ex-

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pandirse a través de Asia, África, y (para los Estados Uni-dos) del hemisferio occidental. Nada, excepto el poder de negociación de sus principales competidores podría limitar el alcance de las ambiciones imperiales. Luego, en tres dé-cadas, el sistema colapsó. Su confianza y la base económica sacudida por una la Primera Guerra Mundial y destrozada por la Segunda, mostraron que el sistema nunca había sido tan invencible como parecía. Su naturaleza intensamente competitiva fue la causa fundamental de su caída, como la experiencia napoleónica anterior podía sugerir. Pero está cla-ro que el repentino declive en el poder y prestigio del sistema de Estado-nación tradicional da cuenta no sólo de la epide-mia mundial de ataques revolucionarios desde 1941 sobre el sistema, sino también impulsa el surgimiento de la guerra revolucionaria como una rama específica del pensamiento militar. El derrumbe de los imperios europeos en virtud de asalto colonial e incluso doméstico, y la rápida aparición en medio de las ruinas imperiales de nuevos estados, a menudo débiles, son los principales razones por las cuales que vemos esta nueva dimensión de la teoría militar que para nadie fue aparente en 1941.“Guerra revolucionaria” se refiere a la toma del poder políti-

co por el uso de la fuerza armadaNo todo el mundo aceptaría una definición tan simple, y de

hecho el término tiene otras connotaciones: que la toma del poder es un movimiento político popular o de base amplia, que la crisis conlleva un período bastante largo de un con-flicto armado, y que el poder es tomado con el fin de llevar a cabo un programa político o social anunciado. El término también implica un alto grado de conciencia acerca de los objetivos y métodos, la conciencia de que se libra una guerra “revolucionaria”. Hay confusión persistente entre la guerra revolucionaria y la guerra de guerrillas. La confusión es com-prensible, porque la guerra revolucionaria incluye la guerra de guerrillas. Pero las tácticas de guerrilla de ataque y fuga, evitando costosas batallas campales, eludiendo la búsqueda del enemigo, escondiéndose en las montañas, en los bosques, o entre la población, son simplemente un medio para el ejer-cicio de la guerra revolucionaria. Otros van desde la movili-zación política no violenta de las personas, la acción política legal, huelgas, agitación, y el terrorismo, a las batallas a gran escala y operaciones militan convencionales. Operaciones de Guerrilla, a su vez, pueden no tener ningún objetivo revo-lucionario, a pesar de su potencial político revolucionario nunca está ausente. Vital para cualquier definición de guerra revolucionaria, sin embargo, es la existencia de un objetivo revolucionario, los medios específicos que se emplearán son una cuestión secundaria.La guerra revolucionaria se distingue también por lo que

no es. No se trata de “guerra” en el sentido generalmente entendido de la palabra, no la guerra internacional o guerra entre naciones, con su usual aunque no invariable expecta-ción que la lucha llevará, tarde o temprano, en algún acuerdo negociado entre los poderes beligerantes. En la práctica, la distinción clara entre los dos tipos de guerra puede llegar a ser confuso. Guerras revolucionarias pueden ocurrir dentro de las naciones, y tienen como objetivo la toma del poder estatal. Pero una vez que la definición llega a esta simple dis-tinción entre “guerra internacional” y “guerra revoluciona-ria”, la claridad da paso a la oscuridad. Más a menudo que no, uno o varios poderes “extranjeros” intervendrán en una guerra revolucionaria, influyendo el cambio de su curso y, a menudo el resultado. Por poner un ejemplo, el movimiento comunista militar encabezado por Tito contra un régimen

dictatorial y feudal en Yugoslavia era más conocido como resistencia contra la invasión alemana y la ocupación, pero también era una lucha de los croatas contra la dominación serbia y fue fuertemente afectada por la simultánea “guerra” Anglo- Americana-Soviética contra Alemania. Sin embargo la guerra fue sin duda revolucionaria, como lo fue la revuelta árabe contra el dominio otomano en 19161918, tan estre-chamente vinculada con el nombre de T.E. Lawrence, quien era un agente británico empeñado en el ataque a Turquía, un aliado de Alemania el principal enemigo de Gran Breta-ña en la Primera Guerra Mundial. Las definiciones perfectas se descomponen rápidamente al contrastarlas con los casos históricos reales.Una escuela de pensamiento sostiene que la guerra revolu-

cionaria ha prosperado en la era nuclear, precisamente por-que las nuevas armas han hecho la guerra entre las grandes potencias militares imposible o muy peligrosa. Corolario de estos argumentos son que las grandes potencias, pesadamen-te armadas para una gran guerra, han quedado vulnerables a las tácticas de la guerra revolucionaria, y que la distinción clásica entre guerra internacional (lamentable, pero legítima) y de la guerra revolucionaria (un fenómeno nacional en que las medidas el derecho internacional no se aplican) está crea-da en favor de las grandes potencias militares e industriales. El valor de estos argumentos reconocidos, todavía podemos afirmar que, la teoría y la práctica de la guerra revolucionaria son fundamentalmente diferentes de la “guerra”, como esa palabra se entiende en los otros ensayos de este volumen.Más allá del problema de definir adecuadamente los térmi-

nos, hay otra más sutil dificultad, en el planteamiento de la cuestión para su estudio. La dificultad radica en la tendencia natural del historiador de en el pasado. El historiador asume que el sujeto, ya sea una persona o una comunidad o un estado, tiene algo así como una memoria, que da sentido a

Thomas Edward Lawrence

1888-1935

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la idea de la continuidad histórica. Incluso “estrategia”, tra-tada como una idea, tiene una historia con-continua en la publicación de libros y el mundo de los estados mayores, o por lo menos el descubrimiento de discontinuidades es en sí históricamente interesante. Pero la guerra revolucionaria, tratada históricamente como un conjunto de ideas, desafía la noción de continuidad. Propias guerras revolucionarias son episodios, con poco para institucionalizar de manera efec-tiva como cuerpos de pensamiento y experiencia, y mucho que suprimen o distorsionan en términos de memoria. Si tiene éxito, el vencedor mitifica la guerra para mantener la identidad nacional o social de la causa revolucionaria vic-toriosa, mientras que el perdedor quiere olvidar la doloro-sa, a menudo desastrosa y humillante experiencia. Si una guerra revolucionaria falla, se convierte en una “rebelión” o “rerebelión”, de interés en gran parte como una lección de “errores” para los estudiantes de la revolución. En cualquier caso, las revoluciones son llevadas a cabo en una atmósfera de secreto, la traición y el engaño. Documentos de archivo son pocos, y los sobrevivientes que escriben memorias rara vez se pueden comprobar y rara vez son dignos de confianza. Treinta años después de su estallido en 1954, sabemos poco de confianza en el lado insurgente de la revolución argelina. Incluso cuando estrategas revolucionarios parecen haber sido influenciados por la experiencia de anteriores revoluciona-rios, como en el caso de los vietnamitas, siguiendo el ejemplo de China, la conexión tiende a ser aceptable y no definitoria y está inevitablemente cuestionada por algunos de los mejor capacitados para conocer. El erudito que escribe la historia de la “estrategia” revolucionaria puede atribuir una realidad falsa al desarrollo temporal de su tema, que la distorsionan de manera fundamental.En estrecha relación con nuestra tendencia a buscar cone-

xiones históricas puede existir alguna otra dificultad. “Re-volución” desde 1776 y 1789 ha proyectado una imagen de gran alcance, altamente emotiva. Su poder emocional para atraer y para asustar ha contribuido a la frecuencia y la inten-sidad de los conflictos revolucionarios de la historia moder-na. Para abstraerse de este fenómeno y hacerlo más limitado y técnico, más intelectual y menos emocional, la “estrategia de la guerra revolucionaria” puede ser que pierda la parte más importante de la materia específica social, política y psicoló-gica, condiciones que hacen posible una revolución.Sin esas condiciones, la técnica estratégica no tiene sentido;

y cualquier estrategia de la revolución que no las refleje y explote, tal como existen, en un tiempo y lugar específico, es casi seguro que termine en fracaso. Los intentos comunis-tas chinos para ajustarse a la ortodoxia marxista fracasaron a principios de 1930. El pensamiento estratégico y la planifi-cación para la guerra internacional han fracasado, como en 1914, sobre el mismo problema de la relación técnica mili-tar y las condiciones subyacentes, pero al menos el Estado moderno se ha desarrollado la capacidad de transformar las volátiles fuerzas sociales en elementos más o menos prede-cibles y en instrumentos militares manejables. Pero no así la guerra revolucionaria; las revoluciones, por definición, no las producen los Estados y sus burocracias, sino las energías sociales básicas, dirigida por líderes que tienen que improvi-sar, adaptarse rápidamente, y con frecuencia actuar antes de que tengan tiempo para pensar, si pretenden ganar o inclu-so sobrevivir. Las Guerras Revolucionarias, como dijo Mao, no son fiestas o banquetes, ni son estudios del estado mayor general, ni ensayos en revistas especializadas. Es, hasta cier-to punto difícil para el escritor y el lector no-revolucionario

entender, la calidad única de cada guerra revolucionaria; de-jando al estudiante de su “estrategia” que lucha por encon-trar un punto de vista razonable, mucho menos verdad para decirles a los lectores.Existe el peligro, especialmente en la apreciación de la im-

portancia contemporánea de las guerras revolucionarias, de dar excesivo énfasis a la teoría en detrimento de la experiencia real. La teoría permite un cierto grado de simplificación que es atractivo cuando se enfrentan con la frecuencia, la com-plejidad y variedad de las luchas armadas que son, en cierto sentido “revolucionarias” o “contrarrevolucionarias”. Pero la reducción formal de la revolución a “etapas”, por ejemplo, o de la contrarrevolución para aislar los rebeldes de la “gente”, a ganar sus “corazones y mentes”, distorsiona la realidad de la experiencia moderna. Al mismo tiempo, hay que reconocer que la “teoría”, aunque simplista o poco sólida, ha jugado un papel central en la conformación de esa experiencia, y en el continuo debate sobre cómo, exactamente, esta expe-riencia debe ser interpretada. Aunque teniendo cuidado de no sucumbir a la seducción de simplismo teórico, debemos aceptar su poder y apelar de la teoría como una de las prin-cipales facetas del fenómeno de la guerra revolucionaria / contrarrevolucionaria.Cada lado de estos conflictos ha tenido problemas con una

pregunta doctrinal central; y la pregunta para cada lado se plantea como recíproca de la cuestión crónicamente proble-mática para el otro lado. Para los revolucionarios, ha sido la cuestión de cuándo y cómo llevar a cabo una acción militar, las respuestas van desde aquellos que ven la acción militar como poco más que una etapa Anal de intensa preparación política prolongada y de acción, a los que, como los expo-nentes del “foquismo “en América Latina que argumentan que la violencia puede, en efecto, sustituir y catalizar el pro-ceso político de la revolución. Una y otra vez, el liderazgo revolucionario se ha dividido entre los que abogan por la inmediata acción militar y los que quieren posponerla.Por otro lado, el lado de la contrarrevolución la cuestión

social se refiere a la importancia relativa de la violencia y la persuasión, en efecto, la posibilidad de elegir entre la guerra y la política. ¿En qué medida un movimiento revolucionario depende del apoyo político popular, y por lo tanto qué tan vulnerable es a la acción política destinada a socavar el apoyo popular? Esta es la pregunta recurrente de los adversarios de la revolución. El 23 de octubre de 1983, un gran camión cargado con ex-

plosivo de alto poder fue lanzado a alta velocidad, a través de una puerta custodiada, directamente contra el cuartel central de hormigón de un batallón de Marines de EE.UU. en el aeropuerto de Beirut, Líbano. La explosión destruyó las instalaciones, mató a 231 marines, y pronto dio desafío de una “nueva” clase de guerra. El informe -al igual que el Presidente- define este nuevo tipo de guerra muy estrecha-mente como “el terrorismo apoyado por el Estado”, y no como un caso específico de lo que realmente es el fenómeno mucho más antiguo de la guerra revolucionaria. Palabras, ideas y percepciones han jugado un papel excepcionalmente importante en la guerra revolucionaria, cuya historia moder-na comenzó con las guerras napoleónicas. Esfuerzos violen-tos para derrocar los gobiernos, tomar el poder, e incluso cambiar la sociedad, el uso de medios militares ortodoxos, es por definición políticamente perjudicial. Unidad políti-ca y apoyo son por lo general presunciones más que valores explícitos en las teorías clásicas de la guerra internacional,

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Teoría de la Guerra 2017

pero el lenguaje de la guerra revolucionaria es políticamente hiperbólico e hipersensible. Los soldados revolucionarios a menudo son llamados “bandidos”, con el efecto negarles la condición jurídica de los combatientes, y a sus partidarios se los describe como “criminales” o “traidores”. Las fuerzas del gobierno se convierten en “enemigos del pueblo” o “merce-narios”, el propio gobierno pasa a ser “fascista”, “corrupto”, o un “gobierno títere”. “Terrorismo” es la palabra que designa los ataques a objetivos no militares, o ataques -como en Bei-rut- utilizando métodos sorpresivos e inusuales. En la guerra revolucionaria no puede haber, vocabulario neutral y apolíti-co; las mismas palabras son armas. Describir las acciones de guerra revolucionaria como “nuevas”, o como sin preceden-tes en su crueldad (o afirmando que la estrategia revolucio-naria está profundamente arraigada en la filosofía antigua) ilustra además cómo el lenguaje mismo se convierte en un arma de la guerra revolucionaria. El lenguaje se utiliza para aislar y confundir a los enemigos, reunir amigos y motivarlos para conseguir el apoyo de los espectadores vacilantes. Pero el mismo idioma dirige -o desorienta- el esfuerzo militar; la retórica del conflicto político se convierte en la realidad de la teoría estratégica. Adaptarse rápidamente a los cambios tecnológicos resulta fácil a las fuerzas armadas de Europa y Estados Unidos. Pero aprender a hacer frente a un tipo muy diferente de la guerra, en el que las palabras hacen más para ocultar o distorsionar la realidad militar que para esclarecer-la, ha demostrado ser mucho más difícil. La falta de voluntad del presidente de Estados Unidos y el Pentágono a admitir que el desastre Beirut fue un incidente de la guerra revolu-cionaria es poco comprensible. Para utilizar el término más preciso sería reconocer la legitimidad del ataque. Sin embar-go, para utilizar uno menos preciso, el lenguaje moralista podría haber creado una situación más difícil para su propio bando que para el enemigo. Este dilema en sí se convierte en una característica única de la guerra revolucionaria moderna, y por lo tanto en un problema importante en el análisis del asunto como un conjunto de ideas. Así que no podemos co-menzar con las hipótesis simples sobre la naturaleza objetiva de la teoría, o incluso sobre la relación de la teoría con la práctica, se trata de cuestiones de investigación.Debido a que gran parte del lenguaje de la guerra revolucio-

naria es polémico y altamente cargado de emocionalidad, un enfoque estrictamente analítico parece condenado a tomar partido por una posición u otra, de forma implícita, y tal vez sin darse cuenta, en el continuo del debate. Prácticamente la totalidad de la literatura sobre el tema se refiere, ya sea con la forma de llevar a cabo o cómo derrotar a la guerra revolu-cionaria. El propósito de este ensayo es examinar el tema con la mayor objetividad posible, identificar las cuestiones y los problemas aún sin resolver, y sobre todo no ofrecer otra guía para la política y las operaciones de la guerra revolucionaria. Aproximarse a su objeto desde los histórico no escapa al jui-cio, pero al menos es una oportunidad para dar un paso atrás en la polémica, que describe lo que se ha dicho y hecho sin la pretensión de establecer la verdad operativa, política y ética de la guerra revolucionaria. Escribir la historia de un tema aún tan vivo en el presente, y cuyo futuro desafía incluso conjeturas, siempre es peligroso, incluso el enfoque histórico puede no alcanzar el desapego necesario. Pero al menos este enfoque proporciona la mejor oportunidad para separar el análisis sobre “¿Qué pasó?” del juicio sobre “¿Qué debería haber sucedido?”El enfoque histórico, analítico y neutral, a pesar de sus di-

versas dificultades, nos permite ver todos los hechos y su

contexto. Este enfoque también sugiere que la “guerra revo-lucionaria” puede ser en sí misma una historia, no un fenó-meno intemporal, con un principio discernible y un término imaginable. Emergentes en el 1930 como un conjunto de ideas únicas sobre cómo llevar a cabo la revolución armada, las ideas ampliamente promulgadas tanto por su aparente éxito como por su calidad intrínseca, la “guerra revoluciona-ria” como fórmula para la victoria política y militar que ya puede mostrar signos de vacilación. Es cierto que esto no es más que una conjetura, tal vez una equivocada. Pero al me-nos llama la atención sobre el vínculo vital entre la “guerra revolucionaria” como un conjunto de ideas o teorías, y las condiciones históricas concretas que han hecho de esa teo-ría una práctica. Los Antecedentes La guerra revolucionaria, como un concepto plenamente desarrollado, es un fenómeno relativamente reciente, en gran medida debido a que está tan estrechamente asociado a dos aspectos de la modernidad, la industrialización y el imperialismo. Marxistas y otros credos radicales del orden industrial, económico y social moderno se encontraban entre los primeros en analizar el problema de la movilización y el empleo de la fuerza armada para derrotar a la policía y el ejército de las clases capitalistas y de gobierno. Mientras los revolucionarios radicales de Anales del siglo XIX estudiaron el problema en el contexto industrial de Europa y América del Norte, radicales defensores de la resistencia co-lonial en Asia estaban empezando a hacer frente al problema no muy diferentes defensores intelectuales del concepto mo-derno de la guerra revolucionaria también sugiere por qué aparece tan tarde. Los estudiantes de las culturas asiáticas han argumentado que hace más de dos milenios Sun Tzu, el filósofo militar chino, formuló las principios estratégicos de la guerra revolucionaria debilidad-ataque, evitar la fuerza, ser paciente . También han hecho hincapié en que en la historia china y vietnamita, la creencia popular en el “mandato del cielo” por el cual los regímenes ganan y pierden legitimidad, ha sido durante siglos un elemento crítico recurrente en apo-yo a la revolución popular. Hacer que la gente se una, luche hasta morir por la causa revolucionaria y con fervor popular bajo la forma de una estratégica eficaz han sido -y siguen siendo- los puntos clave de toda reflexión seria sobre la gue-rra revolucionaria. Sun Tzu y el “mandato del cielo” por lo tanto son más que curiosos artefactos intelectuales, cada uno se ocupa de cuestiones centrales. Pero lo que no queda claro que tan importantes son Sun Tzu y el “mandato del cielo” la continuidad no occidental en favor de la integración de los aspectos políticos, sociales y militares de la estrategia sólo podría haber surgido en una situación revolucionaria, y va-ticinaba una característica principal de las ideas posteriores sobre guerra revolucionaria.La Revolución Francesa dio lugar a “la nación en armas”,

que vinculan el nacionalismo con el servicio militar en el primer gran paso para los ejércitos de masas de ciudadanos, pero la revolución se desarrolló de una manera que nunca alcanzó el nivel de “guerra revolucionaria” en el sentido mo-derno del término.Las guerras de la Revolución Francesa fueron principalmen-

te extranjeras, lucharon para defender a Francia y debilitar a sus enemigos externos. Una nueva audacia caracteriza estra-tegia francesa y sus operaciones, pero los objetivos estratégi-cos, mientras que son más ambicioso, no se diferencia de los objetivos de guerra de antes de 1789. El Gobierno Monár-quico de Francia se había hundido antes de que comenzara la guerra, de modo que la resistencia armada contra el nuevo gobierno de París era, por definición, contra-revolucionaria.

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Ya sea en la Vendée -región del oeste de Francia-, en las mon-tañas de Italia y Austria, o en España y Rusia, las guerrillas y partidarios lucharon para expulsar a las fuerzas de la revolu-ción y para ayudar en la restauración del gobierno legítimo de los poderes conservadores aliados contra Francia.Sólo una vez, muy brevemente, la Revolución tuvo un en-

foque similar al concepto moderno de la guerra revolucio-naria. En 1793, durante el reinado del Terror, las facciones extremistas exigían la creación de Ejércitos Revolucionarios. Estos “Ejércitos Revolucionarios” no tenían la intención de defender las fronteras contra la coalición invasora, sino más bien eran bandas armadas del “pueblo” auto dirigidas para encontrar y atacar a los “traidores” aristócratas, sacerdotes recalcitrantes, especuladores, contrarrevolucionarios france-ses o quien sea y dondequiera que estén, aunque sin duda alguna, ocupando un alto cargo. Originalmente planteado por Robespierre, la idea de les “Ejércitos Revolucionarios” se volvió contra él y sus colegas del Comité de Seguridad Pública cuando intentaban centralizar y controlar el estado francés devastado por la guerra. Según como se los conci-be, los “Ejércitos Revolucionarios” podrían haber tomado el poder de la Comisión de Seguridad Pública y de la Asam-blea Nacional, y dárselo a los elementos más radicales de la Revolución Francesa. Eventualmente, el golpe conservador de 1794, poniendo fin al reinado del terror, redujo a los “Ejércitos Revolucionarios” a un momento de pesadilla en la historia francesa. Pero la idea en sí misma, sin embargo abortada, de la gente común armadas para librar una guerra dentro de su propia sociedad, incluso en contra de su pro-pio régimen revolucionario, ofrece una fascinante visión del lejano futuro.Después de Waterloo, con el advenimiento de los regímenes

represivos a través de una Europa obsesionada por los peli-gros del descontento popular, algo así como una teoría de la conciencia de la guerra revolucionaria en realidad comenzó a surgir, sólo para desaparecer a mediados de siglo. En base a su fe en el efecto unificador y la movilización del naciona-lismo revolucionarios polacos e italianos sostuvieron que los ejércitos de masas, aunque mal entrenados y mal equipados, podrían por su entusiasmo nacionalista y sus números abru-madores derrotar a cualquier cuerpo imaginable de tropas gubernamentales. Un análisis del potencial revolucionario de sus propias sociedades no fue suficiente para exponer las profundas divisiones entre los objetivos liberales de las cla-ses medias, las esperanzas radicales de un proletariado cada vez mayor, y los miedos a menudo conservadores de artesa-nos, tenderos y campesinos . Esas divisiones, junto con la lealtad y la habilidad de las fuerzas del gobierno, detuvieron en varias ocasiones los movimientos revolucionarios de los años 1820 y 1850, Analmente, aplastándolos en 1848-1849. Cualquier duda sobre la insuficiencia de la teoría revolucio-naria existente se resolvió mediante las nuevas tecnologías: las armas rayadas, las comunicaciones eléctricas y la potencia del vapor, todo lo cual dio a los gobiernos a partir de 1850 aumentó enormemente los medios para desplegar la fuerza contra las insurrecciones populares.Este nuevo armamento, constantemente mejorado y desa-

rrollado, también dio a los estados europeos los medios para desarrollar su notable penetración de Asia y África en el siglo XIX de manera relativamente fácil. Dentro de Europa, los revolucionarios ahora guiados por Marx, Engels y otros cam-biaron el enfoque del pensamiento revolucionario de la gue-rra a la política. La organización, la educación, y la agitación se convirtieron en las principales tareas de un movimiento

Karl Marx 1818-1883

revo luc ionar io , menos romántico y más realista. La violencia todavía podría tener lu-gar en las huelgas, terrorismo a pe-queña escala, o de asesinato político, pero sólo como un medio para un fin político específico. Los retrasos del levantamiento po-pular espontáneo parecían haber ter-minado. Violencia excesiva o prema-tura se percibía como contrapro-ducente, alertando al enemigo sobre el peligro y permitiéndole llevar todo el peso de la represión armada contra la pequeña organización revolucionaria, sin armas, y muy vulnerable. Pero también hubo momentos raros, sobre todo la Comuna de París de 1871, cuando los revolucionarios lucharon abiertamente y ninguna teoría estratégica para la guerra revolucionaria, sino más bien una relación concisa de las condiciones en que se libran las guerras y los objetivos para los que hay que com-batir. Como era de esperar, el análisis es radical, y el tono amargo. La violencia no es, dice Marx, la especialidad de la gente común, que son siempre las víctimas. La guerra es la invención de los monarcas, el deporte de los aristócratas, y el sello distintivo del imperialismo. Dos ejecuciones y la su-presión de un solo disturbio eran toda la violencia cometida por la Comuna antes de caer bajo el ataque sin cuartel del gobierno. El gran volumen de la matanza, muchas de ellas atroces y algunas hasta sádicas, hechas por el gobierno cuan-do se quebró la Comuna durante la primavera de 1871 había sido ya anunciada por la violenta represión gubernamental junio de 1848 .La lección era clara. Una vez amenazado por las personas

armadas, los grupos dominantes no se detendrían ante nada para desarmarlos y para aterrorizarlos hasta la sumisión. Ningún compromiso fue posible, excepto quizás como una táctica a corto plazo.La duplicidad del Gobierno “radical” de la defensa nacional,

y de sus representantes en París, ha demostrado que las me-didas y los objetivos moderados fueron una farsa, diseñada para atrapar y desarmar a la gente. El aparato del Estado y de sus estructuras de soporte de la sociedad, no pueden sim-plemente tomados, tenían que ser destruidos y reconstruidos bajo principios revolucionarios.Uno no necesita ser un marxista para reconocer el poder

de este análisis. Sin embargo Marx pudo haber sido selecti-vo en su testimonio, había amplia experiencia reciente de la más brutal clase, en 1871, en 1849/49, y en otros muchos brotes y fracasos revolucionarios desde 1815 para persuadir a sus lectores que la historia había enseñado algunas dolo-rosas lecciones a los estrategas de la revolución popular. La moderación era una tontería; Engels en su introducción a la edición 1891 de La Guerra Civil en Francia deploró “El santo temor” con el que la Comuna “se mantuvo en pie el respetuosamente fuera de las puertas del Banco de Francia.”

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La organización disciplinada y la planificación era esenciales, y los seguidores de Blanqui y Proudhon que dominaron el liderazgo Comunero habían sido engañados por las fantasías de la reunión espontánea y el levantamiento del pueblo “li-bre”. La violencia era un arma, pero sólo una entre muchas. Nadie podía inmutarse frente a la violencia, pero no podía ser romántica, o su potencial desperdiciado en gestos inúti-les. El folleto de Marx se caracteriza por una fusión de realis-mo y pasión que lo convirtió en un paso importante en el de-sarrollo de una teoría consciente de la guerra revolucionaria.Lenin, en varias observaciones sobre la Comuna y el pan-

fleto de Marx, señaló y endureció las lecciones. A diferencia de Plekhánov en la Revolución Rusa de 1905, Marx había previsto que una insurrección popular en 1870 sería “una locura”, pero después de que el evento fracasó no lo utilizó para anunciar su propia sabiduría, sino para analizado con simpatía y con realismo. En este sentido (como en otros), la capacidad de Marx para evaluar tanto las perspectivas y las consecuencias de la violencia sin dejarse llevar por las es-peranzas, temores u otras emociones era un modelo para el liderazgo revolucionario. Los grandes errores de la Comu-na, como Lenin los vio, ampliando el comentario de Marx y Engels, eran moderación y magnanimidad. No tomar los bancos, y mantener las viejas normas de “intercambio justo”, fueron el autoen- gaño de los “sueños de establecer una jus-ticia superior” en una Francia unida. No destruir todos los enemigos, con la esperanza de ejercer una “influencia moral” en ellos, era cometer el error mayor de subestimar “la im-portancia de las operaciones militares directas en la guerra”.Al final,los enemigos se habían unido a las fuerzas del go-

bierno en el aplastamiento de la Comuna. Pero la Comuna era simplemente una batalla perdida, el valor de los vencidos una inspiración constante para los camaradas que, a la larga, ganar la victoria fnal.La Comuna ha demostrado lo mucho que se podría hacer

por la acción revolucionaria, incluso sin condiciones favora-bles ni organización adecuada. En el futuro, la construcción de la organización revolucionaria, el esperar con paciencia para crear las condiciones adecuadas para la acción revolu-cionaria sería las tareas propias de la estrategia revoluciona-ria. Una y otra vez, Lenin sigue a Marx en su insistencia en la necesidad de “romper”, “golpear” o “aplastar” la “máquina del Estado burgués”, que comienza con su ejército perma-nente y sustituirlo por una organización creada por el “pue-blo en armas”.Trotsky, no Lenin, utiliza las lecciones de la Comuna de

París y la Revolución Rusa de 1905 para buscar una estra-tegia para la guerra revolucionaria. La inevi- tabilidad de un enfrentamiento armado con las fuer-zas del gobierno era evidente.Los gobiernos han

aprendido la lección de 1789, cuando la monarquía france-sa había dudado en utilizar su ejército, lo que permite a las personas armarse y organizarse ellos Friedrich Engels 1820-1895

mismos y subvertir las guarniciones militares de París y otras ciudades. En 1848, 1871 y 1905 se había demostrado, que incluso un régimen débil e ineficiente podía contar con mano dura ante el movimiento revolucionario que estaba listo para un enfrentamiento armado. ¿Cómo lidiar con este problema? Entre 1905 y 1917, Trotsky, más que cualquier otro revolucionario ruso, intentó responder a esta cuestión.Dos respuestas surgían por sí mismas: fortalecer la fuerza

armada de la revolución, y debilitar el ejército gubernamen-tal. Atacar la moral y la disciplina eran formas evidentes de debilitamiento de las tropas enemigas, pero cuáles tácticas específicas serían eficaces? Los campesinos conscriptos no te-nían conciencia política, y por lo tanto eran menos suscepti-bles a los llamamientos políticos revolucionarios. En Moscú, durante la revolución de 1905, la guerrilla había utilizado para maximizar el efecto militar de las fuerzas revoluciona-rias limitados tácticas de golpear y correr, pero este tipo de acciones también había enfurecido a las tropas del gobierno y aumentado la energía de la represión. El terrorismo tiene sus defensores, pero otros, como Plekhánov, argumentaba que el terror nunca atraería a las masas. Una huelga gene-ral que paralice los sistemas de telégrafo y ferroviario que daban a las fuerzas gubernamentales gran parte de su poder en contra de la revolución parecía prometedora, pero pro-bablemente no sería decisivo. Un método alternativo des-esperado para debilitar al ejército era resistir pasivamente, para persuadir a las personas para hacer frente a las tropas del gobierno como compatriotas rusos, si es necesario morir por sus creencias en la esperanza de que su martirio sería rom-per los lazos de la disciplina que hicieron que los soldados dispararan a los trabajadores. Pero ninguna de estas diversas tácticas parecía más factible ni eficaz que cualquier otro para debilitar la fuerza armada abrumadora del régimen, y antes de 1917 a todo le faltaba mucho apoyo en la experiencia real. Los motines en Kronstadt y en otros lugares dentro de las fuerzas armadas imperiales en 1906 fueron alentadores, pero susceptible a interpretaciones contradictorias de los teóricos revolucionarios. Los enfrentamientos entre bandas de partisanos y las fuerzas gubernamentales en el país conti-nuaron, pero la línea entre la resistencia popular simple y los bandidos no se identificaba con facilidad. El debate después de 1905 sobre la estrategia militar era en realidad un debate político, las partes estaban polarizadas entre los que, como Lenin, apoyaron la acción militar directa (que podía desper-tar a las masas, entrenar a los combatientes revolucionarios, y romper la moral del ejército imperial), y aquellos que, como Plekhánov, quien hizo hincapié en la necesidad de apoyo de las masas (y por lo tanto temían los efectos “prematuro” de insurrección armada). En este debate Trotsky jugó un pa-pel mediador creativo. Incapaz de decidir la mejor manera de debilitar a las fuerzas armadas del régimen, los revolu-cionarios concentran naturalmente en el fortalecimiento de su brazo militar. Aquí hubo menos desacuerdo. Debido a que muchos eran escépticos de los partisanos rurales, cuyas operaciones tiende a degenerar en terrorismo y bandidaje in-controlado, y muchos otros fueron igualmente escépticos del concepto cauteloso, un tanto romántico de la revolución de “masas” cuando las condiciones eran “apropiadas”, podrían centrarse en el acuerdo de la necesidad de organizar, armar y entrenar a las partes más altamente motivadas y políticamen-te conscientes del proletariado. De esta manera, el Partido, a diferencia de la Comuna de 1871, o los revolucionarios de 1905, estaría tan listo como fuese posible para la lucha armada, cuando y como ocurriese. Pero el resultado de ese

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acuerdo era hacer hincapié en el aspecto urbano industrial, incluso tecnocrático de la guerra revolucionaria, con batallas concebidas como breves encuentros, luchas distintivas por el control de los centros neurálgicos de la sociedad moderna. En este sentido, la teoría de la guerra revolucionaria emer-gente después de 1905 en Rusia refleja una tradición mucho más antigua de pensamiento militan occidental.La experiencia de Trotsky como periodista en la guerra de

los Balcanes reforzó su creencia de que sólo un ejército revo-lucionario bien armado, entrenado y bien dirigido podía as-pirar a derrotar al ejército del gobierno, y que las fuerzas po-

pulares, basándose en el número y entusias-mo, eran obsoletos. Grupos guerrilleros, como los Chetniks que operaban en las montañas de Mace-donia, podría a lo sumo tener un papel auxiliar en la gue-rra revolucionaria. Eventualmente, las presiones extremas generadas por la Pri-mera Guerra Mun-dial hicieron más que teorizar la revolución y la agitación para debilitar al ejército imperial ruso como el principal obstáculo para la revolución, la

deserción de gran parte de ese ejército a la causa revoluciona-ria aseguró la victoria bolchevique.La Guerra Civil, en la que Trotsky ganó fama como líder

militar de la Revolución Rusa, se libró no con una estrate-gia revolucionaria única, sino con una “moderna” -es decir convencional- metodología militar. La herencia directa de la Revolución Rusa a la teoría militar era, entonces, rechazar la idea de que una estrategia para la guerra revolucionaria podría basarse en principios distintos de los vigentes en los colegios del estado mayor de las potencias capitalistas. La guerra, en ese sentido, implicaba una serie de demandas en gran medida técnicas que la colocan más allá de la crítica revolucionaria y de la ideología burguesa.Fuera de su propio continente, las potencias europeas veían

las revueltas e insurrecciones más como problemas de polí-tica imperial que como expresiones de descontento popular. En sus esfuerzos por mantener la paz y el orden, los gobier-nos coloniales tendían a ver a los líderes “nativos” no como patriotas o radicales políticos, sino como agitadores y ban-didos. Las fuerzas militares de las colonias, también vieron a sus enemigos tan diferentes de los ejércitos de Europa, eran tribus inquietas, Insurrectos, dacoits (miembro de una ban-da de ladrones o pandilla en la India o Myanmar) en lugar de personas armadas. Estas actitudes son bastante fáciles de entender; luchar a través de una emboscada bien diseñada enseña mucho sobre las armas y las tácticas de un adversario, pero muy poco acerca de sus objetivos políticos, el sentido de la justicia, o la cosmología. Por otra parte, los poderes imperiales utilizan comúnmente un enfoque organizacional en lugar de doctrinal en las guerras coloniales. Se organi-zaron ejércitos coloniales especializados, por lo general con

Vladimir Ilich Lenin 1870-1924

una alta proporción de tropas locales, liderados por los eu-ropeos, dejando que ellos se preocuparan por los problemas prácticos, del día a día y en luchar y ganar pequeñas guerras en lugares distantes. La organización separada dividió la ex-periencia militar colonial del problema de la guerra europea, y ayudó a mantener a los pensadores de las escuelas de guerra nacionales indiferentes a las estrategias para hacer frente a las revoluciones.El punto de vista militar colonial está bien expresado por

el Mayor Charles E. Callwell, de la Royal Artillery, que es-cribió a Anales del siglo. En “Pequeñas Guerras”, Callwell distingue claramente esas guerras de las campañas periódicas entre ejércitos organizados. Luego pasa a explicar cómo lle-var a cabo “expediciones contra los salvajes y razas semi-ci-vilizadas.” Él hace esto minuciosamente y muy bien, y no pretende que los guerreros irregulares y guerrillas pueden ser simplemente intimidados. Pero también deja claro que está hablando las operaciones militares que son de importancia sólo en las colonias. Así que el rico legado de experiencia operativa en las colonias se mantuvo en gran parte separado de la teoría y la práctica de los ejércitos de origen antes de la Segunda Guerra Mundial.Hubo excepciones. Gran Bretaña movilizó contingentes de

todo su imperio para combatir la Guerra Bóer, y en Irlan-da se enfrentaron en una cruenta guerra contra las guerrillas en las puertas del imperio. En Francia, el mariscal Lyautey publicó un artículo muy leído en el ejército colonial “Du role colonial de l’Armée”. Norteamérica amplió su ejército regular y creó veinticinco regimientos de voluntarios durante la “Insurrección” filipina. Pero incluso estas excepciones de tropas involucradas en la lucha guerrillas en lugar de trabajar con sus experiencias se aislaron, por lo que tuvo poco impac-to en el pensamiento militar en el país. Una excepción, sin embargo, fue ampliamente destacada. Se trataba de librar, en vez de contrarrestar, la guerra de guerrillas: la revuelta árabe de 1916-18.La experiencia de TE Lawrence con las fuerzas árabes de

Sherif Hussein y sus hijos se produjo un ejemplo y una teoría de la guerra que se convirtió en leyenda. Lawrence era sólo un asesor británico, no un comandante, de los rebeldes ára-bes contra el dominio otomano, pero coordinaba sus objeti-vos políticos y las operaciones militares para complementar los objetivos diferentes de las operaciones de los británicos. También integra la última tecnología con los caballos y los camellos de los árabes: ametralladoras, morteros, artillería li-gera, vehículos blindados, aviones, tanto de reconocimiento y ataque a tierra y fuego naval y el apoyo logístico. Aunque él nunca afirmó que su pequeña guerra era más que “un es-pectáculo de barraca de feria,” nos proporcionó una valiosa asistencia a las principales fuerzas británicas a muy bajo costo en recursos británicos y vidas árabes. Es significativo que sus muchos detractores no incluyen ni los que lucharon con él ni sus superiores británicos y árabes.En el aspecto teórico, Lawrence estableció una visión muy

diferente de la guerra de guerrillas del esbozado por Callwe-ll. Aplicando su considerable conocimiento de fondo de la historia militar a los problemas específicos de la revuelta árabe, Lawrence desarrolló una base teórica que tenía una aplicación más general de lo que para él significaba. Definió claramente los objetivos políticos de la guerra, analizó cui-dadosamente los puntos fuertes y débiles de las fuerzas en oposición, reconoció la importancia de una estrategia de ma-nejo de destacamentos operando desde una base segura (“el

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Teoría de la Guerra 2017

Louis Hubert Lyautey 1845-1934

poder del desierto “), utilizó la iniciativa atacar con tácticas de ataque y huida, usó la inteligencia y contrainteligencia, y la guerra psicológica y la propaganda. En resumen escribió que “ concedida la movilidad, la seguridad... el tiempo, y la doctrina,” los insurgentes pueden ganar. El fracaso Anal de Lawrence para preparar la Gran Bretaña para hacer la gue-rra revolucionaria fuera del continente fue el resultado de su propia personalidad dramática. Su imagen pública distraía y ocultaba sus ideas, así como sus logros reales. El niño mima-do del mundo de la literatura y de la perdición de comedor de oficiales, no fue tomado en serio como un profeta militar por casi nadie, y murió en 1935, al tiempo en que Francia y Gran Bretaña comenzaron a enfrentarse a la perspectiva de una nueva guerra mundial, no en absoluto del tipo de guerra que Lawrence había luchado.Para ser justos con los pensadores y planificadores milita-

res europeos, había más que suficiente para preocuparlos a Anales de 1930. La Regia Aeronáutica italiana y la alema-na Luftwaffe, más el espectro de la guerra del gas, hacen de defensa civil una preocupación dominante. Formaciones de tanques y ataques con bombas habían resultado temibles a los observadores de la Guerra Civil española, mientras que los ataques de torpedos de aviones, lanchas rápidas y subma-rinos preocupa al personal naval. Añadir a estos problemas la crisis económica de la depresión y los sentimientos antibéli-cos populares que la Gran Guerra había generado, rematado con la creencia natural que los planes de guerra se hacen para ganar victorias, no para compensar las derrotas, habría sido una persona excepcionalmente sabia quien se hubiese pre-parado durante la década de 1930 para las operaciones de la guerrilla. Con la excepción de Mao Tse-tung, cuya estrategia aún no se ha discutido, ni vencedores ni víctimas anticiparon la importancia y magnitud de los movimientos de resistencia que se opusieron a las fuerzas del Eje en la Segunda Gue-rra Mundial. En Inglaterra, por ejemplo, ninguna persona o institución reparó en el estudio de la guerra de guerrillas que Lawrence había personificado. Winston Churchill había empleado a Lawrence en la Oficina Colonial 1921-1922, ha-bía mantenido correspondencia con él durante los años, y lo había incluido en su libro, Grandes Contemporáneos. Pero

Churchill no pa-rece haber tenido en cuenta la uti-lidad futura de Lawrence para el tipo de guerra que Gran Breta-ña debía afrontar de nuevo contra una fuerte poten-cia continental. Del mismo modo, el crítico militar B.H. Liddell Hart había mantenido correspondencia con Lawrence, intercambió libros con él, y se vio los fines de semana en los años 1930. Pero Liddell Hart considera la estra-tegia guerrillera de

Lawrence más como la validación de su propia estrategia de “aproximación indirecta” que en su uso en el futuro inmedia-to. Por lo tanto, cuando Gran Bretaña comenzó a prepararse seriamente para la guerra después de la Crisis de Munich de 1938, la guerra de guerrillas fue medio olvidado, ninguna organización para llevarla a cabo sobrevivió, y no había un corpus disponible de la experiencia adquirida o de operado-res capacitados en este campo de las hazañas de TE Lawrence de Arabia, una de las últimas ofensivas armadas británicas irregulares, se había convertido en una leyenda romántica. ...No fue hasta el verano de 1940, después de que todos los

demás medios de devolver el golpe a los alemanes habían fracasado, que los británicos, instados por Churchill, crearon el “Special Operations Executive”, para coordinar todas las acciones, a través de la subversión y sabotaje, contra el ene-migo extranjero. Presente en la creación estuvo George C.L. Lloyd, el Secretario Colonial y un viejo amigo de Lawrence de la época de la Oficina Árabe en El Cairo, y J.C.F. Holland del MIR (Militar Investigación de Inteligencia), que había ganado una medalla al volar para Lawrence en Arabia. Su casi accidental presencia meramente destacó la falta de con-tinuidad en la estrategia de la guerra revolucionaria.Un año más tarde, poco después de que el ejército alemán

invadió la Unión Soviética, Stalin emitió un llamado a su pueblo: “Las unidades de partisanos, montadas y a pie, se debe formar; divisiones y grupos deben organizarse para combatir unidades enemigas, fomentar la guerra partisa-na en todas partes... “. La verdad es que los planes secretos soviéticos para la guerra partisana nunca se habían imple-mentado y ninguna organización de partisanos existía. Con una trampa Panzer que ya rodea casi un cuarto de millón de soldados soviéticos al este de Minsk, y Grupos de Ejércitos Norte y Sur alemanes ganando el momentum, ya era dema-siado tarde para la planificación ordenada; apelación directa de Stalin a la población para conseguir algo, cualquier cosa , se inició inmediatamente.En Yugoslavia, toda la invasión alemana requirió sólo once

días.En Grecia, duró diecisiete días, y en Francia cuarenta y dos.

Con tales colapsos rápidos de los ejércitos y la ausencia ge-neral de planificación antes de la guerra, es sorprendente lo rápido que los movimientos de resistencia nacional surgieron en toda Europa. Los propios alemanes merecen gran parte del crédito por esto, ya que se hizo evidente en todas partes -brutal y rápidamente claro en regiones eslavas- que las doc-trinas nazis del Lebensraum y raza significaba explotación en el mejor caso y en el peor el exterminio de las poblaciones conquistadas. Bajo los impactos gemelos del colapso del go-bierno local y la instalación de un régimen ajeno y hostil, muchos ciudadanos de las naciones derrotadas fueron sacu-didos de su vida normal. Algunos se volvieron a la resisten-cia como una forma de expresar sus nuevas incertidumbres, temores y esperanzas, usando las estrategias específicas que estuviesen disponibles en su particular región de Europa.Dos estrategias generales se desarrollaron, una conservado-

ra, otra revolucionaria. La Unión Soviética es el mejor ejem-plo de una estrategia conservadora, en la que el objetivo de la resistencia era restaurar el antiguo régimen. La estrategia conservadora exigía el restablecimiento de comunicaciones con el gobierno, ya sea en la capital o en el exilio, aceptando misiones operativas dictadas por funcionarios del gobierno, recibiendo toda la ayuda pudiera obtenerse, y la construc-

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ción hacia un eventual enlace con un ejército nacional y el restablecimiento del sistema político nacional. La estrategia revolucionaria, en cambio, desarrolló más claramente en Yu-goslavia, donde los partisanos de Tito luchaban por tomar el poder del régimen en el exilio. Los partisanos de Tito lucha-ban contra las guerrillas Chetniks del general Draja Mihailo- vitch, así como contra los alemanes, sólo siete meses después de que la invasión terminó. Aunque Mihailovitch fue nom-brado oficialmente ministro de la guerra, el comandante en jefe del ejército, y el receptor principal del apoyo aliado, Tito continuó siendo independiente y hostil. Organizó el Frente Antifascista de Liberación de los Pueblos en 1942, y en 1943 el consejo del Frente se declaró a sí mismo el gobierno de Yugoslavia, con Tito como primer ministro y comandante en jefe.A pesar de su constante conflicto con los Chetniks, el com-

bate desesperado de Tito contra los alemanes finalmente ganó el apoyo aliado, Gran Bretaña envió una misión en 1943, y la Unión Soviética y los Estados Unidos lo hicieron a principios de 1944. En septiembre de 1944, el Ejército Rojo se acercaba a Belgrado y el Allied Mediterranean Air Force golpeaba las líneas de comunicación alemanas a través de los Balcanes; a Anales del mes de octubre, Tito estaba en Belgrado a la cabeza del Gobierno Popular de Liberación. En Yugoslavia, el objetivo revolucionario se había centrado las acciones de la resistencia desde el principio hasta el fin.En otras partes de Europa, las estrategias de resistencia esta-

ban menos claramente definidos que en la Unión Soviética y Yugoslavia. Aunque todos ellos buscaban la restauración de su gobierno nacional, las políticas de esos gobiernos fueron motivo de controversia. Los movimientos de resistencia son, en mayor o menor grado, una coalición de grupos políticos rivales, y en muchos países ocupados el Partido Comunista fue uno de los combatientes más fuerte y más difícil. Era ge-neralmente aceptada la coordinación por parte del gobierno en el exilio con el fin de recibir el apoyo de los aliados y para acelerar la derrota de los alemanes, pero todos ellos también mantienen un ojo en la política de posguerra de sus nacio-nes. En algunos casos, como los Chetniks yugoslavos, esto llevó a evitar el combate con los alemanes y para conservar sus recursos para la lucha interna. En otros, como el Parti-do Comunista Francés, que los llevó a establecer un récord frente a los alemanes que fortalecería su posición después de la guerra. Independientemente de las estrategias específicas, es evidente que una de las mayores consecuencias de la “Re-sistencia” estaba en la política nacional después de la guerra. Durante años después de la guerra los que habían colaborado con los alemanes tendían a sufrir infortunios, mientras que a los héroes de la resistencia les iba muy bien, sin importar la eficacia nacional de la propia resistencia. Como Lawrence pudo haber predicho, las consecuencias políticas y psicológi-cas de la Resistencia tornaron actuar más sobre tiempo pro-longado que sobre sus resultados militares directos.Los movimientos de resistencia del sudeste asiático revelaron

una sorprendente diferencia de las europeas: los invasores ja-poneses eran asiáticos, mientras que los gobiernos derrotados eran europeos o americanos -los legatarios de anteriores inva-siones. Esto dio a los japoneses una gran ventaja, que tenían la intención de explotar. La “ Esfera de Prosperidad de la Gran Asia Oriental “ era un concepto que muchos japoneses creían con entusiasmo y sinceridad, y para muchos otros asiá-ticos les parecía ser una alternativa razonable al imperialismo occidental. Los japoneses habían sido una fuente de orgullo y esperanza secreta para los asiáticos, ya que su victoria so-

bre Rusia en 1905, y sus triunfos repentinos e inesperados en 1941 - 1942 hizo del lema “Asia para los asiáticos” una realidad del día a la noche. La realidad subyacente, en una guerra desesperada, y su esperan za de ganar solo se apoyaba en la rápida explotación de los recursos de las tierras recién liberadas. Japón no sólo estaba decidido a hacer que la guerra pagase la guerra en 1942, sino que había apostado su futuro nacional en continuar con ese sistema para la lucha contra las naciones y los imperios más ricas del mundo. Añadido a esta necesidad de recursos estaba la visión etnocéntrica del resto del mundo. Japón tenía un orgulloso registro singular de nunca haber sido conquistado o invadido, y en los últi-mos cuarenta años había derrotado cómodamente sus gigan-tes vecinos, China y Rusia. Es justo decir que los japoneses, especialmente los soldados del ejército imperial, no vieron a los pueblos asiáticos que habían liberado como a sus iguales. Este sentido de superioridad hizo la difícil amar y aceptar la ocupación japonesa, aunque podrían ser temidos fácilmente e incluso respetados. Las antiguas potencias coloniales tam-poco habían sido queridas, y por lo tanto las poblaciones basaban adecuadamente sus decisiones en su propio interés, guiado por las actuaciones y las promesas de las partes en conflicto. Excepciones importantes fueron los partidos co-munistas locales, que apoyaron al lado donde los soviéticos estaban; las minorías chinas, que apoyaban el lado que Chi-na eligiera, y muchos funcionarios militares y civiles de los regímenes coloniales desplazadas, que continuaron en apoyo de sus ex empleadores lealmente. En esta compleja mezcla de lealtad y el interés propio, no había a principios de 1942 la posibilidad de que surgieran movimientos de resistencia anti-japoneses; y la probabilidad aumentó con el tiempo, en parte porque los japoneses aumentaron sus demandas econó-micas y sus abusos, y en parte debido a un aumento simultá-neo de la credibilidad de la victoria de los aliados. Diferente a Europa, las estrategias de resistencia en Asia tenían una va-riedad de objetivos. En Birmania, por ejemplo, al principio la mayoría de birmanos étnicos sin embargo, era que Japón se había sobre extendido demasiado no veían la necesidad de resistencia. Treinta jóvenes patriotas birmanos, los “Treinta Héroes” que habían salido de Birmania cuando cayó bajo el dominio británico, regresaron junto al Ejército japonés en 1942. Ellos reclutaron a un Ejército de la Independencia Birmana, establecieron un gobierno autónomo en Rangún, y se les concedió la independencia por los japoneses en 1943. Finalmente desilusionados con los japoneses formaron un partido de oposición secreta, una fuerza de resistencia de la guerrilla a Anales de 1944, y colaboraron con el ejército bri-tánico que retomó Birmania de los japoneses en 1945. Apro-vechando la base de poder político y militar obtenida por la colaboración con los japoneses y la resistencia contra ellos, los birmanos negociaron su independencia en el período de posguerra. En un legado desafortunado pero no poco común de la Resistencia, las diversas tribus que habían sido armados en contra de los japoneses, así como dos grupos comunistas diferentes, continuaron la guerra de guerrillas contra el go-bierno de Rangún durante años después de la guerra.La Mancomunidad de Filipinas tuvo una experiencia dife-

rente. Con un nuevo ejército filipino en entrenamiento en 1941 y una fecha fijada para la independencia dentro de los cinco años, los filipinos lucharon al lado de los estadouni-denses hasta su derrota en la Península de Bataan en abril de 1942. Después de eso, muchos de los políticos de Manila aceptaron servir en la República Filipina patrocinada por los japoneses, mientras que miles de filipinos comunes siguieron

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luchando con y apoyando a la guerrilla filipino- estadouni-dense. Los muy destructivos combates de 1944-1945, cuan-do las fuerzas estadounidenses volvieron y la división entre la élite política y las masas -exacerbada por la guerra-, dejaron a la izquierda de Filipinas con un futuro incierto cuando la independencia fue concedida.Tanto malayos y vietnamitas se resistieron a los japoneses,

pero de maneras muy diferentes. El Ejército Popular Antija-ponés Malayo, era étnicamente chino -no malayo- y cons-truido en torno al Partido Comunista Malayo, aunque que estaba dispuesto a aceptar la ayuda británica. Se disolvió en 1945, pero volvió a aparecer como el Ejército de Liberación de Razas Malayas poco después de la guerra para luchar con-tra los británicos durante doce años antes de reconocer la derrota. El líder vietnamita Ho Chi Minh fundó el partido Vietminh en 1941 en una reunión en China del Partido Co-munista Indochino en el exilio. Más de tres años pasaron mientras Ho formo gradualmente un ejército y una organi-zación política en el norte de Vietnam.En agosto de 1945, cuando los japoneses entregaron el poder

al emperador Bao Dai, el Vietminh era la única organización política trabajando en el país, y Bao Dai abdicó, cediendo su autoridad al partido. En septiembre de 1945 la República Democrática Independiente de Vietnam fue proclamada en Hanoi, pero tendría que luchar durante treinta años antes de convertirse en un país unificado e independiente.En Indonesia y Tailandia no hubo ningún movimiento im-

portante de resistencia. Tailandia era independiente, y optó por colaborar con los japoneses, manteniendo contactos se-cretos con los americanos y británicos. Indonesia era dema-siado importante estratégica y económicamente para que se

le concediese la independencia, por lo que el ejército japonés se hizo cargo del sistema administrativo holandés y gobernó el país hasta agosto de 1945. Su gobierno era Arme, pero alentó el nacionalismo projaponés con el apoyo de Sukar-no y Mohamed Hatta. También capacitaron a un ejército indonesio de aproximadamente 65.000 hombres. Dos días después de la abrupta rendición japonesa en agosto de 1945, Sukarno y Hatta anunciaron la independencia de Indonesia, pero tomó nueve más años de guerras civiles y guerras contra los británicos y holandeses antes de Indonesia se unificase independiente.Los movimientos de resistencia durante la Segunda Guerra

Mundial eran tan diversos que toda generalización resulta peligrosa, pero tenían una característica común, pocas ve-ces señalada, la tecnológica. Es un lugar común decir que las guerrillas luchan contra los enemigos tecnológicamente más avanzados, y con frecuencia son capaces de explotar las debilidades que crea dependencia de la tecnología avanzada. Pero también es cierto que la tecnología moderna ha facilita-do la guerra de guerrillas, la resistencia durante la guerra en Europa y Asia le debe sus triunfos, así como su superviven-cia en gran medida a dos nuevas herramientas de la guerra -la radio y el avión-. La radio hizo de los combatientes de la resistencia de relevantemente estratégicos y tácticamente eficaces, mientras que los aviones los abastecían y, a menudo los protegían. Sin radio, el control desde Londres, Moscú, o de cualquier otro lugar habría sido imposible. Al mismo tiempo, muchas de las operaciones de la guerrilla dependían de rápidas comunicaciones. Los informes de inteligencia ha-brían sido demasiado lentos sin la radio, y lanzamientos des-de el aire, rescates y aterrizajes de hombres, y la acción coor-

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dinada de tierra habría sido mucho más difícil. El desarrollo de las radios pequeñas, de largo alcance y la capacitación de los operadores de radio fueron funciones importantes del comando del Special Operations Executive, mientras que los alemanes y los japoneses trabajaban en buscadores direc-cionales de equipos; descifrado de códigos, intercepción, y técnicas engañosas en su guerra contra el eslabón clave de la resistencia. Aviones de apoyo de la guerrilla necesita alcance y cargas útiles adecuados, y la capacidad ya sea para dejar gente y bultos en paracaídas, o para despegar y aterrizar en campos cortos, o ambos. Bombarderos obsoletos, como los británicos Wellington, funciononaron bien, al igual que los transportes estadounidenses C-46 y C-47. Para el trabajo más ligero, el venerable Soviética PO-2 biplano biplaza po-dría aterrizar un comisario en cualquier campo pequeño, y luego despegar con dos guerrilleros heridos atados a las alas. La formación de tripulaciones para estas misiones era im-portante, y los equipos sin habilidades especiales nocturnas y de navegación tenían poco éxito. Las fuerzas aéreas aliadas desarrollaron escuadrones entrenados y equipados específica-mente para estas misiones. Aunque los detalles tecnológicos ahora pueden parecer poco importantes, la experiencia en sí creó un conjunto de habilidades y, en cierta medida, una colección de hardware, que en la posguerra se convirtió en parte de una nueva conciencia que la “guerra revolucionaria “ ya no podía ser considerada como de menor significancia.

La Doctrina de la Guerra Revolu-cionaria

Se puede mirar hacia atrás y ver el fenómeno de la guerra revolucionaria que emerge en el siglo XVIII a partir de la primera ola de revoluciones modernas de América y Fran-cia. Catalizada por las guerras napoleónicas, las demandas de independencia nacional, de los derechos democráticos y la justicia social fusionado en el siglo XIX para dar un pode-roso impulso a la revolución armada. En los primeros años del presente siglo, el problema específico de la lucha militar revolucionaria estaba recibiendo una atención considerable, y la Revolución Rusa de 1917 vería la culminación de un lar-go proceso histórico. Pero esta perspectiva verosímil es erró-nea; la fusión vital de las ideas y las condiciones reales, de la teoría y la práctica, nunca se llevó a cabo, ni siquiera en la revolución de 1917. La verdadera historia, hasta la década de 1940, es una de pasos en falso, callejones sin salida, y breves destellos del futuro; no la aparición anticipada de una forma radicalmente nueva clase de guerra, cuya finalidad y méto-dos distanciado considerablemente de la larga tradición de la guerra occidental. Ni siquiera en 1941 existía este nuevo tipo de guerra, ya se considere como una clase de acontecimien-tos militares o como un cuerpo de pensamiento estratégico perceptible. Desde entonces, el conocimiento ha aumentado considerablemente. La victoria de los comunistas chinos en 1949, con la consiguiente publicidad de los escritos sobre la guerra revolucionaria de su líder, Mao Tse-tung, el más o menos violento desmantela- miento de los grandes imperios europeos en Asia y África, y la Guerra Fría se han combinado para dar el tema una relevancia sin precedentes en el pensa-miento militar occidental contemporáneo. Lo que es nuevo no es el fenómeno en sí, pero nuestra percepción si.Por mucho que se busque, el texto base para las ideas sobre

la guerra revolucionaria son los escritos de Mao Tse-tung. Cuando el movimiento revolucionario comunista chino se

dio cuenta de que el modelo marxista de la revolución pro-letaria no se aplicaba a China, una sociedad agraria con de-bilidad del sector industrial; se apartó de las ciudades y los trabajadores del campo y el campesinado fueron el principal apoyo para la revolución. En su lucha violenta con el gobier-no nacionalista, y aún más en su lucha contra los japoneses a partir de 1937, Mao y los chinos construyeron una nueva doctrina para la revolución en torno a las tácticas y técnicas para librar una guerra de guerrillas basada en el campesina-do. Las guerrillas, más débiles que su enemigo, no podían ser eficaces o incluso sobrevivir sin un apoyo popular fuerte y bien organizado. La movilización de ese apoyo fue una tarea más política que militar, y la primacía de política sobre las preocupaciones militares se convirtió en un sello distintivo de la teoría de Mao sobre la guerra. A este respecto, diver-gieron notablemente del pensamiento militar occidental tradicional, con sus distinciones relativamente rígidas entre la guerra y la paz, y entre los asuntos políticos y militares. Mao se separó en otros aspectos importantes y, sobre todo, en los valores dados en tiempo y espacio. En la tradición occidental, personificada por Napoleón, la victoria militar debía lograrse rápidamente, y la incautación o la defensa del territorio era fundamental para el propósito mismo de la guerra. Para Mao, sin los medios para tomar y controlar el territorio o para lograr la victoria rápida, el espacio y el tiempo se convirtieron en armas en lugar de metas. Con la “Lucha prolongada” se comprometió a agotar al enemigo, si no militarmente al menos políticamente, ya que no podía lograr la victoria rápida que exige la tradición occidental. Del mismo modo, tratar de mantener el territorio podría ser sui-cida para la guerrilla, pero podía operar en terreno vasto y di-fícil, más conocido para ellos que para sus enemigos, donde podría atraer, engañar, y desgastarlo, creando oportunidades para ataques sorpresa perjudiciales. Estas fueron las ideas cla-ve maoístas centradas en la política, el tiempo y el espacio. Su gran victoria en 1949 aseguró que estas ideas, tan divergentes de los conceptos militares que supuestamente subyacían en la predominancia militar europea, podían ser ampliamente difundidas, atraer una enorme atención por parte de los re-volucionarios y contrarrevolucionarios por igual.El problema en el análisis del pensamiento de Mao sobre la

guerra revolucionaria está en entender que lo que dijo es dis-tinto de lo que generalmente se entiende que dijo. Al igual que con otros teóricos militares influyentes, como Jomini, Clausewitz y Mahan, admiradores y enemigos han tomado las ideas de Mao fuera del contexto en que se desarrollaron, expresaron, y desde donde debe ser comprendido. Es bue-no recordar que las ideas mismas se elaboraron en medio de grandes peligros y dificultades: la feroz guerra civil contra los nacionalistas y la resistencia igualmente desesperado contra la invasión japonesa.El recurso a la guerra de guerrillas fue, en un principio, un re-

conocimiento pragmático de que los nacionalistas, como los japoneses, eran más fuertes militarmente. Ya en 1930,Mao escribió: Las nuestras son las tácticas de guerrilla... Dividir nuestras fuerzas para movilizar a las masas, concentrarlas para hacer frente al enemigo. El enemigo avanza, nosotros retro cedemos; los campamentos enemigos, los arrasamos; el enemigo se fatiga, lo atacamos; el enemigo se retira, lo perseguimos... Levantar el mayor número de las masas en el menor tiempo posible y con los mejores métodos posibles.Casi al mismo tiempo, en un mensaje llamado “Sobre la

rectificación de las ideas erróneas en el Partido”, se explayó sobre su fin de movilizar a las masas: “El Ejército Rojo no

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sólo lucha por la causa de los combates, sino con el fin de llevar a cabo la propaganda entre los masas, organizarlas, ar-marlas y ayudarlas a establecer el Poder revolucionario. Sin estos objetivos, la lucha pierde su significado y el Ejército Rojo pierde la razón de su existencia.’ Así refutó una opinión en su propio campo que pidió una división del trabajo entre las tareas militares y políticas. Que su propia opinión era más pragmática que ideológica se indica mediante un pasaje anterior en el mismo ensayo: “Sobre todo en la actualidad, el Ejército Rojo no debe sin duda se limitarse a la lucha...”Más tarde en la década de 1930, después de la Gran Mar-

cha y de la invasión japonesa, el pragmatismo se estaba convirtiendo en la ortodoxia del partido. En una entrevista de 1937 con un periodista británico, habló en términos de “principios” que guían el trabajo político del Octavo Ejérci-to de Marcha. El segundo de los tres principios era el de la unidad entre el ejército y el pueblo, lo que significa el man-tenimiento de una disciplina que prohíbe la menor violación de los intereses del pueblo, hacer propaganda entre las ma-sas, organizarlas y armarlas, aligerar sus cargas económicas y la supresión de la traidores y colaboradores que hacen daño al ejército y el pueblo como resultado de lo cual el ejército resulta estrechamente unido con el pueblo y recibe la bienve-nida a todas partes. En otro lugar escribió sobre las leyes de la guerra revolucionaria.No sólo el énfasis en su pronunciamientos cambio la dog-

mática en pragmática de (en parte, sin duda, porque en tér-minos marxistas-leninistas Mao estaba predicando la hete-rodoxia), pero el énfasis también se desplazó desde el rol del ejército en la politización de la gente a la dependencia del ejército del pueblo. Las ciudades, donde vivía el proletariado revolucionario, fueron ocupadas por los reaccionarios y los imperialistas, por lo que la revolución debe volver los pueblos atrasados en avanzadas, consolidar las bases de apoyo. Y otra vez: “Sin estas bases estratégicas, la realización de cualquiera de nuestras tareas estratégicas y lograr el objetivo de la guerra no tendrá nada que lo apoye.” Que otros líderes comunistas chinos (Chou En-lai) vieron las cosas de modo diferente re-sulta aparente: “La lucha revolucionaria prolongada en las bases de apoyo revolucionarias consiste principalmente en la guerra de guerrillas campesina dirigida por el Partido Co-munista Chino. Por lo tanto es un error hacer caso omiso de la necesidad de la utilización de los distritos rurales, las bases de apoyo revolucionarias, descuidar el trabajo arduo entre los campesinos es descuidar la guerra de guerrillas”. En todo momento, Mao ataca a aquellos que pretenden moverse de los pueblos a las ciudades, de las fuerzas regionales para el grueso del ejército, de la motivación humana para la técnica militar y de la guerra a la acción política. “El poder político”, repite, “surge del cañón de un arma.” Todas estas declaraciones sobre la guerra revolucionaria se

toman de Obras escogidas de Mao, traducido a muchos idio-mas y distribuido a través del mundo. También se encuentran en el pequeño libro rojo “Guerra

Popular”, publicado en 1967, cuando Lin Piao fue ascendi-do. El pequeño libro rojo es, entre otras cosas, un cuidado-samente organizado conjunto de citas, con interpolaciones por el propio Lin, para reforzar la controvertida política de la ideología china contra la tecnología estadounidense, y defender Mao por el desencadenamiento de la Revolución Cultural en 1966. Aunque las citas se suman a una imagen esencialmente precisa del pensamiento de Mao en la guerra revolucionaria, todos los matices, las califican e interpretan

la estrategia de Mao; “el huidismo”, “el desesperadismo”, “el oportunismo” y “el guerillaismo” son algunas de las muchas herejías denunciados por Mao, y los lectores pueden tener la tentación de considerar estos ataques como un simple reflejo de las luchas políticas de la Revolución China en la época de Mao escribió.Pero si se lee de otra manera, como un medio fundamental

de abordar el problema de la estrategia que se manifiesta en una variedad de situaciones específicas estratégicos, enton-ces estas secciones polémicas, junto con otras partes de sus escritos aparentemente sin relación a los asuntos militares, llegar a ser muy interesante e importante, tanto más cuanto que muchos de los que han mirado a Mao como el teóri-co seminal de la guerra revolucionaria han descuidado esta parte de su teoría. Mao estaba obsesionado por el proble-ma del conocimiento, y sus ataques polémicos sobre puntos de vista heréticos, y dirigido contra objetivos personales y políticos, se ocupa de los fallos de aprendizaje sistemático y pensamiento. En el ámbito estresante y emocional de la acción revolucionaria, los líderes se dejaban llevar fácilmente por sus sentimientos, embriagados por la victoria, abatidos por la derrota, confundidos por lo inesperado. La estructura social de la revolución agrava la dificultad: los intelectuales sólo sabían lo que recibieron de los libros y de entrevistas, los campesinos confiaban sólo sus cinco sentidos y experien-cia personal. Incluso la acción revolucionaria hizo poco más que endurecer esas preconcepciones. Amargo faccionalismo, errores graves, y el fracaso revolucionario eran los frutos pre-decibles de esta enfermedad profundamente arraigada, esta incapacidad de comprender la realidad revolucionaria.Mao escribió como si sólo él, con su enorme fuerza y su vi-

sión, tuviera la capacidad de reconocer el problema del cono-cimiento superficial y decisión impulsiva y para hacer frente a ella. En estos largos ensayos, muchos de ellos escritos en las circunstancias físicas más difíciles, con poca comida y sueño, él reitera que cada situación debe ser totalmente entendida y rigurosamente analizada antes de tomar acción. El lenguaje, extensión, y frecuencia de estos pasajes elimi-

nan toda sospecha de que estaba simplemente aceptando el obligatorio encantamiento marxista-leninista; estos pasajes revelan claramente cómo es posible en forma impresa tra-ducida con frialdad, la pasión del evangelista revoluciona-rio tratando de enfrentar el pecado original de la pereza y el pensamiento subjetivo. Los clichés de su ahora famosa doc-trina estratégica eran, para él, no más que pautas sencillas que podían establecer la dirección correcta para la estrate-gia revolucionaria y advertir en contra de los peores tipos de errores estratégicos. Sin embargo, sólo la aplicación real, que requiere el máximo esfuerzo intelectual, podría convertir estas fórmulas estratégicas en victoria real. Es este aspecto vital de la estrategia maoísta que se pierde de vista en gran parte de su posterior discusión. Teóricos occidentales clási-cos de estrategia, sobre todo Jomini y Clausewitz, abordaron el mismo problema: cómo cerrar la brecha entre la teoría y su aplicación. Para Clausewitz, la clave era mantener la teoría unida a sus raíces empíricas, no dejar que el lenguaje, la lógica, y la polémica del discurso teórico se apartasen de la desordenada y heterogénea realidad de la guerra real. Su mayor temor- su contemporáneo Bülow es el buen ejemplo que evitar- era crear una teoría militar que no tuviese ningún valor en el mundo real de la acción militar, una teoría que fuese sólo un ejercicio intelectual estéril. Como Clausewitz, Jomini reconocía la dicotomía entre la teoría y la práctica, pero Jomini no dudó en desarrollar su teoría en forma sim-

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plificada y más abstracta. Para Jomini, el cierre de la brecha entre la teoría y la práctica era un problema del comandante, y advirtió regularmente a sus lectores que por verdaderas que fuesen las máximas científicas de la estrategia, la clave radica en su correcta aplicación.Mao, a este respecto, parece estar más cerca de Jomini que

de Clausewitz.Mao, como Jomini, parece imperturbable por el problema

de la “teoría” como tal, la existencia y la naturaleza de una verdadera teoría de la estrategia que preocupaba a Clausewitz, pero no a Jomini y Mao. Su preocupación, una vez que la teoría ha sido entendida, era su aplicación. Para Jomini, la teoría estratégica podría ser captada por cualquier persona inteligente y receptiva, pero sólo un “genio” podría aplicarla consistentemente en el mundo real de la guerra. Mao ofrece, al menos implícitamente, una respuesta similar: el líder re-volucionario debe fusionar el conocimiento, la inteligencia, la pasión y la disciplina para dirigirse a un único propósito, sólo la fragilidad humana crea la brecha entre la teoría y la práctica, entre el pensar y el actuar. Correctamente entendi-do, no existía separación entre la teoría y la práctica; teorizar sobre la estrategia revolucionaria es en sí mismo parte de la revolución, y no -como este ensayo- un intento equivocado de la observación individual. La principal diferencia entre Jomini y Mao en este punto fue que, para Mao, “genio” era él mismo, y los otros no podían hacer nada mejor que escu-charlo y seguirlo adonde los lideraba.Los lectores en Occidente y en otras partes han dado persis-

tentemente gran peso a las máximas de la estrategia revolu-cionaria de Mao, pero poco a sus ideas sobre la forma en que deben aplicarse. Su reiterado mensaje de que la teoría estraté-gica sólo tiene sentido en términos de las concretas circuns-tancias políticas, sociales e internacionales en el momento en que la teoría está siendo elucidada parece haber caído en oídos sordos. La falta de conocimiento experto sobre China en la década de 1930, cuando fueron escritos todos sus gran-des tratados, explica en parte esta selectividad crónica de la percepción occidental.Pero también la influencia omnipresente de las ideas jomi-

nianas sobre el pensamiento estratégico occidental también debe explicar esa situación. Superficialmente, Mao parece un Jomini asiático: encontramos máximas similares, repeticio-nes y exhortaciones, no es la misma composición deliberada del análisis y de la prescripción, la misma unidad didáctica, la misma invocación del “genio” -a Napoleón idealizado de Jomini, y el propio de Mao- que puede convertir la teoría estratégica en victoria.Es en el punto donde Mao trata de explicar exactamente

cómo la victoria nace de la teoría -una pregunta que fascinó Clausewitz, pero no atrajo Jomini- que los lectores occiden-tales parecen dejar de escuchar. Son incapaces o no están dis-puestos a renunciar a los supuestos confortables de la dicoto-mización de la estrategia que compartimentan la teoría y la práctica, del mismo modo que persisten en la separación de los asuntos militares y políticos. “Teoría”, en este punto de vista, existe aparte de la práctica; más importante, la “teoría” -si no es defectuosa- contiene todos los posibles elementos intelectuales que pueden permitir su aplicación, lo que es visto como un proceso secundario, depende principalmen-te de la solidez de la teoría. Mao no invierte esta relación, pero lo cambia radicalmente, primero por negar la dicoto-mía entre teoría y práctica, y después (para los incorregibles no-marxistas occidentales) integrando eficazmente la teoría

y la práctica, el tratamiento de las dos cosas en uno, en el mismo plano, a menudo golpeando anteojeras de sus colegas occidentalizados. La dificultad para los lectores posteriores radica en la pérdida del contexto específico de su argumento y de ser incapaces de renunciar a su propio punto de vista de la teoría. El concepto occidental de la teoría, que se deriva de la ciencia natural y simplemente incorporada por Jomini en su influyente trabajo sobre la estrategia, asigna a la teoría el principal esfuerzo intelectual, dejando a la práctica cualida-des muy diferentes como la atención, el coraje, la intuición y la suerte. Mao, por el contrario, asigna igual o mayor esfuer-zo intelectual para la aplicación que para la teoría. Estudiar, escuchar, aprender, pensar, evaluar y reevaluar, estas son las claves para la victoria maoísta. Su arrogancia monumental estaba, en parte, en su absoluta confianza en que hacía estas cosas mejor que cualquiera de sus rivales. Pero el punto, de alguna manera, se ha perdido en la mayoría de sus discípulos declarados.Expansión de la doctrina La caída del régimen nacionalis-

ta chino en 1949 a manos de los comunistas liderados por Mao, más que cualquier otro evento, creó en occidente una nueva conciencia de cómo el prolongado conflicto armado, utilizando tácticas de guerrilla y guiada por una versión he-terodoxa del marxismo-leninismo, podría lograr la victoria revolucionaria decisiva. Otros acontecimientos prepararon el camino para esta nueva conciencia, y otros reforzaron su influencia. La resistencia armada contra la ocupación alema-na y japonesa durante la Segunda Guerra Mundial se había convertido rápidamente en parte de la memoria colectiva de esa lucha. Guerrillas filipinas, partisanos yugoslavos y los maquis franceses se encontraban entre los grupos que habían desempeñado papeles heroicos, a veces exagerado para fines políticos en la “liberación” de su “pueblo” de la regla tirá-nica del invasor extranjero. Antes de que la guerra hubiera terminado, algunos de estos movimientos de resistencia se convirtieron en revolucionarios, con fin de tomar el poder, destruir el feudalismo o el capitalismo o el colonialismo, y la construcción de una nueva sociedad. Durante la década de posguerra los imperios europeos enfrentaron movimientos armados de liberación que eran casi indistinguibles en doc-trina, tácticas y muchas veces en el personal de la Resistencia admirados durante la guerra. El impacto de las ideas de Mao y, más importante aún, la gran victoria de Mao sobre estos eventos durante la guerra y la posguerra, unió a todos en un nuevo sentido asombroso de que el mundo estaba cambian-do por una técnica militar ortodoxa junto a un programa político radical. Mientras que los chinos estaban peleando su guerra civil, -guerra revolucionaria- real e imaginarios- es-taba irrumpiendo en otro lugar del mundo la guerra desco-lonizadora. Las organizaciones judías en Palestina forzaban a los británicos en 1948 con una campaña audaz y hábil de terror, una estrategia que se utilizaría otra vez por los greco-chipriotas unos años más tarde. En Grecia, una guerra civil revolucionaria se decidió en gran medida sobre la base de la ayuda extranjera. El apoyo de Yugoslavia para los rebeldes comunistas griegos era sospechoso debido a la disputa en-tre Yugoslavia y Grecia sobre Macedonia; el apoyo se detuvo bruscamente en 1949, al tiempo en que el mariscal de campo Alexandros Pápagos estaba llevando todo el peso de su ejérci-to -con equipamiento norteamericano- para presionar en el área de la base más importante de los rebeldes. En el Sudeste de Asia era el centro de gravedad de las guerras revoluciona-rias a partir de 1945, facilitado por la finalización de la con-quista japonesa, e inspirado por la teoría y el ejemplo de Mao

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y el Ejército Popular de Liberación de China. Una serie de revueltas estallaron en Birmania a lo largo de las montañosas fronteras del norte. En las Indias Orientales, las guerras esta-llaron, murieron y volvieron a encenderse contra británicos, holandeses, y las facciones indonesias que luchaban entre sí. Dirigidos por los comunistas partidarios del frente popular en Malasia y Filipinas reactivaron la guerrilla durante la gue-rra para amenazar a los gobiernos centrales. Sólo a fuerza de programas civiles y militares bien concebidas y coordinadas llevadas a cabo durante muchos años estabilizó el régimen británico en Malaya y respaldado por Estados Unidos el go-bierno de Filipinas derrota a los insurgentes. En muchas de estas campañas, las ideas de Mao aparecieron poco a poco en la estrategia, en la organización y en la prioridad dada al adoctrinamiento político revolucio nario, y en todos ellos, su ejemplo victorioso elevó la moral guerrillera, al igual que preocupó a los gobiernos en el poder y sus partidarios inter-nacionales. Pero el desarrollo total de lo que puede llamarse el maoísmo tuvo lugar en Indochina, donde los vietnamitas libraron una lucha revolucionarias contra los franceses desde 1941 hasta 1954. Esa lucha merece un examen cuidadoso.Las hazañas de los guerrilleros comunistas chinos e inclu-

so los propios escritos de Mao eran muy conocidos, sobre todo en el este y el sudeste Asia. El líder vietnamita, Ho Chi Minh, no sólo había leído acerca de Mao, sino que lo visitó en Yenán en 1938, y más tarde instruyó las tropas naciona-les chinas en la táctica guerrilla de Mao. Vo Nguyen Giap, el futuro comandante militar de la revolución vietnamita, y Ho se conocieron en Kunming, en 1940, juntos en el sur de China planeabaron una respuesta a la caída de Francia y el ocupación japonesa de Tonkin, al norte de región de Vietnam. Giap reclutó a un pelotón de refugiados vietnami-tas, su primer mando, y los entrenó en tácticas de guerrilla en la preparación para volver a cruzar la frontera.A principios de 1941 Ho proclamó la primera “zona libera-

da” en las montañas escarpadas de la parte vietnamita de la frontera, y allí fundó la Liga para la Independencia Vietna-mita o Vietminh, se comprometieron a derrocar a los japo-neses y a los franceses. Para el resto del año, Ho escribió folle-tos sobre la guerra de guerrillas y de los cuadros capacitados, mientras que Giap organizó equipos de propaganda y escri-bió artículos para el periódico del partido. A finales de 1941, se habían trasladado sus cuarteles generales más al interior del país y ampliaron sus programas de formación como las noticias del Vietminh en la lucha contra el régimen Japo-nés -con reclutas franceses-. Ho pasó los próximos dos años en las cárceles chinas, mientras que Giap siguió ampliando operaciones lentamente hacia el sur, encontrando creciente resistencia de las guarniciones francesas, y respondiendo a ella con emboscadas contra las fuerzas francesas, represalias contra sus colaboradores vietnamitas, y la propaganda de los aldeanos. En el verano de 1944 Giap estaba listo para ex-tender su sistema de guerrillas en todo Vietnam. Cuando Ho regresó a Anales de 1944, sin embargo, cambió esos pla-nes basándose en que la preparación política más profunda era necesaria antes de la decisión de más expansión militar. La decisión de Ho fue sólo la primera de varias resoluciones críticas en las que la política revolucionaria vietnamita llevó a cabo la idea de Mao sobre la necesidad del cuidado y pre-caución en la puesta en práctica de la teoría revolucionaria.Después de la toma japonesa de control directo en Indochi-

na, y el desarme de las fuerzas francesas en marzo de 1945, el comando del Vietminh se acercó a la ciudad capital del norte Hanoi, y las operaciones de política aumentaron en

todo Vietnam en previsión de una rendición japonesa in-minente. Cuando la rendición llegó en agosto de 1945, Ho realizó rápidamente un golpe de estado contra los japoneses que apoyaban al emperador Bao Dai, quien abdicó y entregó su autoridad al Vietminh. Giap dirigió a sus tropas en Ha-noi y se hizo cargo de los edificios públicos, por medio de diarios y folletos proclamó un levantamiento general y Ho Chi Minh fue juramentado como presidente de la República Democrática de Vietnam. Este rápido cambio de la guerra prolongada al golpe de Estado revolucionario indica que Ho era un maestro, no un esclavo de la doctrina maoísta.Para el próximo año Ho trabajó entre las varias fuerzas en

juego en Vietnam: los poderosos ejércitos de ocupación de los británicos en el sur y el Ejército Nacionalista de China en el norte, las tropas francesas que regresaban bien arma-dos, y la pasión generada por la independencia Vietnamesa, en campesinos y líderes por igual. Con la como el objetivo final independencia, Ho se negó a ser desviado por las de-nuncia de los colonialistas franceses o las presiones para una guerra prematura. Si bien las largas y difíciles negociaciones con los franceses no pudieron producir el resultado deseado, Ho consolidó su base política, amplió el ejército de Giap, aceleró el retiro de japoneses, británicos, y especialmente de los ejércitos chinos, y trató sin éxito de que otras naciones se interesaran en la difícil situación de Vietnam. Su tarea más difícil fue medir intenciones y capacidades políticas y militares franceses, y responder efectivamente a ellos. Hay poca evidencia disponible de este período difícil, pero parece que Giap estaba presionando para el uso de la fuerza contra los enemigos internos y externos, mientras que Ho buscaba un lo objetivo político más amplio y atractivo basado sim-plemente en la idea de la independencia. Discutir con los negociadores franceses parecía preferible a atacar al ejército francés.Las conversaciones se prolongaron, con evidente mala fe por

ambas partes y la violencia esporádica dio lugar a un gra-ve incidente en noviembre, un alto el fuego, un ultimátum francés, y finalmente el bombardeo francés en diciembre de la ciudad portuaria de Haiphong. El ejército francés sacó de las ciudades costeras a sus enemigos en pocos días de lucha, mientras que Giap ordenó a sus fuerzas se replegasen a las ba-ses en el norte de Tonkín. Después de quince meses de nego-ciaciones, ambas partes estaban preparados para una guerra.Ho y Giap tenían un dominio firme en ese momento de

los costos, así como el potencial de la guerrilla revoluciona-ria. Su gran fuerza radica en el atractivo político de la inde-pendencia vietnamita, un punto en el que los franceses no podían competir. La guerra fue larga y reñida, una posición política correcta no garantiza la victoria. Dentro de la doctri-na maoísta de la guerra revolucionaria, las preguntas claves recurrentes, continuamente se referían a la fuerza relativa de las dos partes, y la mejor estrategia para un momento deter-minado. Por ejemplo, en diciembre de 1946, el Vietminh atacó ciudades en poder francés, no para lograr la victoria militar, sino para simbolizar el fin de la negociación y el ini-cio de la guerra, y para demostrar al francés y al vietnamita que tenían la voluntad y los medios para combatir. Después de un período de operaciones de guerrilla a pequeña escala, pero en todo el país, el Vietminh se enfrentó a una ofensiva francesa a finales de 1947 en contra de sus áreas de base, con retiradas, contraataques menores, y acciones guerrilleras locales en Vietnam y en otras partes.Los combates de 1948 y 1949 continuaron en baja intensi-

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dad, las tropas del Vietminh continuaron su entrenamiento y la construcción de su moral -debilitando la de los franceses en cada oportunidad ofrecida- y la consolidación de la po-sición revolucionaria. La correlación de fuerzas cambió en 1949 cuando el Ejército Rojo de China apareció en la fron-tera norte. Nuevas armas y zonas de entrenamiento seguras permitieron a Giap para organizar unidades más grandes, de tamaño de división. Las Divisiones Vietminh en 1950 golpearon puestos franceses en la frontera con China, captu-rando grandes cantidades de equipo y asegurando los enlaces con China.Animados por este éxito en 1950, Ho y Giap parecen ha-

ber cometido un error en su aplicación de la teoría maoísta. Decidieron lanzar una ofensiva contra posiciones franceses en el delta del río Rojo. En tres grandes batallas, el Vietminh sufrió grandes pérdidas, Ho y Giap perdieron la iniciativa estratégica y sus maltrechas fuerzas se retiraron a las bases del norte. Pero la fuerza de la estrategia maoísta y la com-prensión vietnamita de sus principios se demostraron en lo que siguió. Con el uso de abastecimientos chinos, una fuerte base política y la organización de guerrillas generalizada re-

construyeron sus fuerzas en 1951. Giap dejó siguiente movimiento al co-mandante francés, el mariscal de Lat-tre de Tas signy. De Lattre estaba bajo presión para explotar su reciente éxito; tanto la Asamblea Francesa como el Congreso de los EE.UU. debatían los presupuestos militares para la guerra de Indochina, y su propia reputación de brío y élan exigían más victorias, y no una vuelta a la guerra defensiva. En Hoa Binh veinticinco kilómetros más allá de sus defensas del delta, de Lattre estableció en noviembre de 1951 una gran guarnición destinada a atraer al Vietminh a una batalla decisiva. Des-pués de un mes en el que Giap planeó, reconoció, y cuidadosamente desplegó sus fuerzas, el Vietminh atacó, pero no en Hoa Binh, sino en su línea de sumi-nistro a lo largo del río Negro. En dos meses de lucha costosa para ambos ban-dos, la guarnición francesa de Hoa Binh estaba siendo estrangulada lentamente. Un gran contraataque francés en febrero de 1952, Analmente, logró la reapertura de la línea del río Negro, pero sólo el tiempo necesario para retirar la guarni-ción al delta desde donde habían salido cuatro meses antes. Hoa Binh estable-ció el patrón: la movilidad y potencia de fuego Francés podrían tomar casi cual-quier lugar en Vietnam, pero no podían sostenerse y permanecer, realizando un gasto inútil de recurso, tiempo perdido y refuerzos. El tiempo, a los franceses, era un recurso menguante, así como la paciencia se agotaba en París. Para los vietnamitas, el tiempo construía con-fianza, y permitía la transformación del apoyo popular por la independencia en apoyos más tangibles para la fuerza del movimiento: la instrucción de tropas, suministros y efectivos. Errores de jui-

cio de Ho y Giap aún podrían ser costosos, como lo ha-bían sido en 1950, pero una correcta aplicación de la teoría maoísta hizo posible la recuperación. Al cambiar el tempo y la localización de operaciones, cambiar las tácticas y armas, aprovechar al máximo las oportunidades, Giap desgastó a los franceses y sus apoyos norteamericanos en los próximos años hasta que la impaciencia y la presión produjeron la batalla decisiva en Dien Bien Phu en 1954. Los mismos métodos, construidos por la teoría maoísta, servirían igual de bien para los próximos veinte años, en la Segunda Guerra de Indochi-na.

El FoquismoLa variante Guevara-Debray del maoísmo ha tenido conse-

cuencias importantes en América Latina y en el Tercer Mun-do tal vez más que en otros lugares. De acuerdo con Mao y Giap, la primera fase de la guerra revolucionaria debe ser la movilización política-el largo y laborioso proceso de reclutar y organizar el apoyo popular, la construcción de un cuadro

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revolucionario dedicado y disciplinado en las aldeas. Duran-te esta primera fase, sólo el uso más limitado y selectivo de la violencia es admisible, es mejor evitar por completo la acción militar abierta, ya que corre el riesgo de despertar al gobierno moverlo a ejecutar una represión armada hacia las bases de la organización revolucionaria, que aún no está lista.Pero tal “primera fase” de preparación no había tenido lugar

en Cuba. En cambio, la pequeña banda guerrillera de Castro se había establecido en la remota región oriental de la isla, y había reunido el apoyo a medida que avanzaba hacia La Ha-bana. El régimen de Batista era tan impopular entre todas las clases sociales cubanas que se derrumbó ante el avance de la creciente fuerza de Castro hacia la capital cubana. Este espec-tacular resultado era casi seguro un resultado de condiciones únicas, pero se convirtió en la base para la desviación de la ortodoxia maoísta tan grande como la propia que hizo Mao partiendo de la doctrina marxista-leninista. La variante cu-bana se conoce como “Foquismo”. “Foco” se refiere al “pun-to de insurrección móvil”; el concepto, una generalización de la peculiar experiencia cubana, es que la larga preparación política a nivel de aldea, según lo prescrito por Mao y Giap, no es esencial. Una pequeña fuerza revolucionaria, median-te el uso de la violencia, puede movilizar el apoyo popular mucho más rápidamente, que la lenta movilización política que conduce Analmente a la violencia; la violencia transfor-ma la situación política. Despertados y emocionados por los ataques tipo foco, enfurecidos y animados por la brutalidad y la ineptitud de la respuesta gubernamental, alienados si el gobierno busca la ayuda de un poder extranjero, las personas del pueblo se movilizarán para la revolución en un proceso en sación, entran en los países -de manera no muy diferente a la de los viejos imperialistas- dispuestos a cambiar la vida de las masas oprimidas, pero son insensibles a si esa opresión puede adaptarse o no a las abstracciones preconcebidas.El propio Mao, que escribió en 1930, anticipó y rechazó la

herejía de lo que más tarde y en otro lugar sería conocido como foquismo: Algunos camaradas de nuestro Partido aún no saben cómo valorar correctamente la situación y la forma de resolver la cuestión consiguiente de las acciones a tomar. A pesar de que creen que un auge revolucionario es inevi-table, no creen que sea inminente... al mismo tiempo, ya que no tienen un conocimiento profundo de lo que significa establecer una Política Roja en las áreas de guerrilla, ellos no tienen un conocimiento real de la idea de acelerar a nivel nacional el auge revolucionario a través de la consolidación y expansión del poder político rojo. Ellos parecen pensar que, puesto que el auge revolucionario es todavía remoto, será trabajo perdido tratar de establecer el poder político por el trabajo duro. En su lugar, quieren extender nuestra in-fluencia política a través del método más fácil de acciones itinerantes de guerrillas, y, una vez que las masas en todo el país se hayan ganado, o más o menos ganado, quieren lanzar con alcance nacional una insurrección armada que, con la participación del Ejército Rojo, pondría a toda la nación en estado de revolución. Su teoría de que primero tenemos que ganar a las masas en todo el país a gran escala y en todas las regiones y luego establecer el poder político no se ajusta a la situación real de la revolución china ... . El establecimiento y la expansión del Ejército Rojo de la guerrilla y las zonas rojas es la forma más elevada de la lucha campesina ... . La política que se limita al llamado de acciones guerrilleras errantes no puede cumplir con la tarea de acelerar la revolución de toda la nación...Su crítica de lo que sería la variante el que la violencia en sí

es el catalizador.La experiencia hasta ahora indica que foquismo, por plausi-

ble, no es efectivo, y los resultados han sido, desde el punto de vista revolucionario, desastroso. Mao y Giap podrían ha-berle explicado a Guevara y Debray que la violencia del foco, en lugar de catalizar la revolución, expone al movimiento revolucionario en su momento más débil a un aplastante contraataque, como ocurrió en Bolivia. Las personas que po-drían haber sido reclutadas para la guerra revolucionaria, se asustaron y desalentaron por el fracaso del foco. Tal vez el error más grave de foquismo es que ignora la naturaleza re-cíproca de la primera fase ortodoxa de la guerra revoluciona-ria: el largo trabajo de preparación política no sólo organiza el campesinado y el proletariado, sino que también entrena al revolucionario activista -generalmente jóvenes citadinos e intelectuales- acerca de las personas, los pueblos, las actitu-des y las quejas, incluso el terreno en el que debe basarse la guerra revolucionaria. La pura ignorancia de las condiciones locales jugó un papel importante en el fiasco de Bolivia. Los críticos han sugerido que la herejía del foquismo refleja tan-to la impaciencia característica de la cultura latinoamericana (en contraste con la paciencia china del Asia oriental) y la arrogancia característica de jóvenes intelectuales. Movidos a la acción por lo que han aprendido sólo a través de la lectura y la Guevara-Debray de la estrategia maoísta apunta direc-tamente a su negligente énfasis en conseguir la imagen más completa y precisa de la situación estratégica, y luego pensar en, tan desapasionadamente como sea posible, el problema estratégico. No sólo Mao otorgó su asombrosa energía y fuerza de su liderazgo a la Revolución China, también sabía que su mente trabajaba más duro y mejor que los que le rodean en los problemas intelectuales de la estrategia revo-lucionaria.

La respuesta contrarrevoluciona-ria

La toma de conciencia occidental de la guerra revoluciona-ria como un problema estratégico comenzó con la Guerra Fría, alcanzando su primera expresión clara en el ejército francés. Indochina, donde el ejército francés estaba decidido a vengar la humillación de 1940, y donde el

pueblo vietnamita proporcionó una base excepcionalmente fuerte para la guerra revolucionaria, se convirtió en el caldero de la que surgió la teoría contrarrevolucionaria denominada Guerre Révolutionnaire. Con la Unión Soviética y, a partir de 1949, China apoyando a los revolucionarios vietnamitas, y los Estados Unidos cada vez más detrás del esfuerzo francés para “contener al comunismo”, la guerra había durado ocho años. A pesar de la ayuda estadounidense y su exhortación, el gobierno francés en 1954 decidió que la guerra no se po-día ganar, y renunció a su pretensión de gobernar Indochi-na. Pero dentro de los cuerpos de oficiales franceses, frente a una nueva derrota, surgió una preocupación obsesiva con el aprendizaje de las lecciones de la guerra de Indochina para que las futuras guerras revolucionarias, ya inminentes en otros lugares en el Imperio francés, pudieran ser ganadas.Guerre Révolutionnaire es más que la expresión francesa

para la guerra revolucionaria, sino que describe un diagnós-tico y una receta de lo que un influyente grupo de militares de carrera francés vio como una grave enfermedad del mun-do moderno -la insuficiencia occidental para afrontar el reto del comunismo ateo subversivo. Políticamente muy conser-

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vador, se basó en un catolicismo místico y una fe inquebrantable en la misión civilizadora del co-

lonialismo francés para discutir, con lógica cartesiana, que la Tercera Guerra Mundial ya había comenzado. Mientras que Estados Unidos y sus aliados estaban encandilados por la posibilidad de una guerra nuclear, el comunismo estaba flanqueando las defensas occidentales del sur, y si no se lo detenía en última instancia podía destruir la civilización oc-cidental. El comunismo, desde su base en la Unión Soviética, había ganado su primera victoria en China, la segunda en Indochina, y fue ganando sus otras batallas en Asia.La guerra había alcanzado el norte de África, donde el golpe

de Nasser en Egipto fue visto como otra victoria comunis-ta, y el estallido de la guerra en la Argelia francesa en 1954 como otra ofensiva comunista. Con movimientos simila-res en el África subsahariana y en América Latina, obvios blancos a futuro, Europa Occidental y los Estados Unidos pronto quedarían aislados, sus poderosos armamentos nunca podrían ser empleados en una guerra mundial ya perdida.La receta que ofrece la guerre révolutionnaire refleja el diag-

nóstico, ambos reflejan la visión militar francés del comu-nismo en el mundo contemporáneo. El comunismo era vis-to como una religión secular, llenando el vacío dejado por el declive de la religión tradicional de las masas. La fe y la disciplina del comunismo fueron admiradas, incluso mien-tras se lo combatía como una idea totalmente dedicada a mal. El nacionalismo, el anticolonialismo, y las exigencias de la justicia social fueron considerados como no más que actitudes limitadas y superficiales que el comunismo estaba explotando a fin de que todas las áreas subdesarrolladas, no occidentales, se reunieran en una región dirigida por la coali-ción comunista mundial contra el Occidente cristiano. Para ofrece la esperanza de un futuro mejor para las masas pobres e ignorantes, los comunistas utilizaron todos los medios, aún los más cruel, para alcanzar sus objetivos; ninguna barrera legal o ética los detuvo. El Occidente, con su fe religiosa mu-cho tiempo en declive, su confianza sacudida por dos guerras mundiales, la gama de acciones militares del gobierno seve-ramente limitada por su estructura democrática liberal, no había encontrado una respuesta eficaz a la guerra revolucio-naria comunista. En efecto, la lucha del fuego contra el fuego era la única respuesta. Ningún admirador de Mao y Ho hizo más para presentar la guerra revolucionaria como práctica-mente invencible como lo hicieron los teóricos franceses con la guerre révolutionnaire. Su prescripción detallada refleja lo que consideraban doctrina revolucionaria en cada punto. En primer lugar, una fe renovada en la contra-cruzada contra el comunismo (y el mal) era esencial; la resurrección cristiana estaría necesariamente en el corazón de esta fe. El humanis-mo de liberal y el nacionalismo, eran demasiado blandos y fraccionados cuando la unidad y el coraje se necesitaban ante todo. Un programa ampliado de la guerra psicológica para promulgar la fe renovada y exponer la maldad del comunis-mo fue el siguiente paso. Un programa paralelo de acción social y económica también debía tratar enérgicamente con problemas como la educación, la salud pública, y la pobreza que crean las condiciones propicias para la explosión comu-nista. Re-organización y la reorientación de las fuerzas arma-das, algunas en unidades antiguerrilleras móviles y otros en las fuerzas de guarnición cuasi-gubernamentales, fue la parte militar de la prescripción, que en efecto pasó el poder admi-nistrativo de civil a manos de los militares. Sólo en un punto los teóricos del guerre révolutionnaire tuvieron un desacuer-do: el uso del terror y la tortura. Algunos lo rechazaron por

razones morales, mientras que otros argumentaron que era contraproducente para el gobierno aterrorizaría a sus propios súbditos; sin embargo más que unos pocos estaban dispues-tos a seguir la lógica del guerre révolutionnaire y llevarla a su espantoso Anal de la confrontación última entre el Bien y el Mal, los fines se justificaban todos los medios.Las versiones más extremas del guerre révolutionnaire pres-

tan fácilmente, por sí mismas a ser clasificadas como para-noicas, totalitarias y fascistas. Aplicados en cierta medida en la guerra de Argelia, los métodos de guerre révolutionnaire no resultaban eficaces en el campo, como en la famosa bata-lla de Argel. Pero también dio lugar a una profunda división en la propia Francia, con el golpe de Estado de mayo de 1958, y la organización del Armée Secrete, que durante va-rios años llevó a cabo una campaña terrorista contra la Quin-ta República de De Gaulle. Al final fue De Gaulle, traído de vuelta al poder por el golpe de 1958, quien decidió que la guerra de Argelia debí terminar concediendo la independen-cia a este antiguo “departamento” de Francia. Incluso ahora, los teóricos de la guerre révolutionnaire insisten en que el movimiento revolucionario argelino había perdido la guerra, cuando De Gaulle le regalo la victoria.Los británicos, a diferencia de los franceses, enfrentaron la

guerra revolucionaria maoísta sólo una vez, en una pequeña escala en Malasia, a pesar de que las tácticas utilizadas contra ellos en Palestina, Chipre y Kenia llevaban ciertas similitu-des. La respuesta británica no tenía nada del fervor ideoló-gico de guerre révolutionnaire, sino que era más parecido al de su tradición colonial en su mejor momento: la estrecha integración de la autoridad civil y militar, fuerza mínima empleando la policía en vez de ejército utilizada cuando era posible, una buena inteligencia del tipo producida por los operativos de la “Sección Especial”, orden administrativo en cuestiones tales como el reasentamiento de los civiles en los campamentos habitables, sanitarios y una disposición gene-ral a negociar por algo menos que la victoria total. En el aspecto militar, la experiencia colonial británico mostró una vez más su capacidad para entrenar eficaces fuerzas locales, una paciente vista del tiempo necesario para el éxito, y la preferencia por el empleo de las pequeños gropos de tropas, altamente cualificados en operaciones bien planificadas y ne-gar el uso masivo de grandes números y de poder de fuego pesado. Explotando las divisiones étnicas para movilizar con-tra los rebeldes malayos chinos, los británicos aún necesita-ron más de una década para acabar con la rebelión malaya. Por qué sus flexibles y pacientes métodos habrán tenido éxito contra un movimiento revolucionario más poderoso sigue siendo un interrogante.La respuesta estadounidense a la guerra revolucionaria es-

tará siempre ligada a Vietnam, y a la experiencia de una de-rrota dolorosa. Un esfuerzo bastante exitoso en apoyo del gobierno filipino contra la rebelión Huk había creado una medida de confianza de los líderes civiles y militares nortea-mericanos sobre que tales guerras podrían ser ganadas por las actitudes y tácticas correctas. El desprecio por la actuación de Francia en Indochina, donde los estadounidenses tam-bién habían proporcionado ayuda material considerable, fue ampliamente expresada, sobre todo en la novela popular y el cine como “El americano feo” de Graham Greene. Después del acuerdo franco-vietnamés a la partición de Vietnam en 1954, los Estados Unidos siguen apoyando un gobierno an-ticomunista de Vietnam del Sur contra el nuevo régimen de Ho Chi Minh en Hanoi y en contra de sus partidarios en el sur. Eventualmente, la confianza estadounidense resultó

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estar fuera de lugar. Ni el Departamento de Estado Nortea-mericano ni los diversos organismos estatales de EE.UU. (USOM, JUSPAO, CORDS y otros) mostraron capacidad suficiente para hacer frente a los problemas políticos fun-damentales, los americanos no tenían ninguna organización civil comparable a los servicios coloniales británicos y fran-ceses, ni mucho menos comparable al disciplinado, partido de vanguardia Comunista de Vietnam. Los civiles estadouni-denses reunieron la información y presentaron sus informes, pero no tenían ni la formación ni la tradición necesaria para operar directamente en contra de un movimiento revolu-cionario. En ese sentido, el esfuerzo de “contrainsurgencia” estadounidense en Vietnam no era diferente del “foquismo” de América Latina -serio, ingenuo, e impaciente, incapaz de satisfacer la demanda maoísta de que las operaciones que se basan en cerca razonado análisis político y social; románticos condenados en el mundo brutal de la guerra revolucionaria, no muy diferente de la figura central en la novela popular de la época “El americano feo”.En el aspecto militar, los estadounidenses mostraron defi-

ciencias similares. En 1962 el presidente Kennedy animó un breve coqueteo con “Guerra Especial”, pero la base de la organización de élite de las Fuerzas Especiales del Ejército no era fuerte, y se debilitó aún más por su rápida expansión. Los mandos del Ejército EE.UU. desconfiaba de un grupo entrenado para operaciones irregulares, y el distanciamiento Anal sobrevino cuando las unidades de las Fuerzas Especia-les comenzaron a trabajar en estrecha colaboración con la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. El arresto y el encarcelamiento por las autoridades del Ejército del oficial al mando de las Fuerzas Especiales en Vietnam indican el grado en el que el ejército estadounidense no pudo unificar su estrategia contrarrevolu cionaria. Técnicos estadounidenses y asesores militares en

las fuerzas armadas de Vietnam del Sur aceptaron su misión con la conciencia tranquila, pero asumieron que los asuntos políticos -el corazón de la guerra revolucionaria- no eran su responsabilidad. Aunque la eficacia de combate de los viet-namitas del sur mejoró notablemente con la tutela y el apoyo de Estados Unidos, no se hizo nada para enfrentar el atrac-tivo político de la talla nacional de Ho, los problemas de la sociedad vietnamesa del sur, y la corrupción de un régimen que dependía de la ayuda extranjera.El ataque aéreo sostenido sobre Vietnam del Norte y el en-

vío de grandes fuerzas de combate estadounidenses en el Sur fueron los síntomas en 1965 de la quiebra estratégica. Si una guerra americanizada podría haber sido ganada, sin llegar a destruir el país y su población, sigue siendo una cuestión debatida. Pero sin duda la masiva intervención militar esta-dounidense agravó las condiciones básicas políticas, socia-les y económicas, que dieron a la guerra revolucionaria en Vietnam y en otros lugares, un mayor ímpetu. Y america-nizar la guerra se hacía casi imposible sin el esfuerzo políti-co importante, necesariamente un esfuerzo civil, para hacer frente a cualquier hecho con tantos vietnamitas listos para emprender o apoyar una guerra revolucionaria. En cambio, las divisiones del Ejército de Estados Unidos, por lo general con poca inteligencia, pero con una gran movilidad, poten-cia de fuego y determinación, trataron de encontrar y des-truir las formaciones enemigas comparables. Los altos man-dos militares estadounidenses no tomaron en serio la idea de que el esfuerzo político, que debía estar detrás de la pantalla de seguridad proporcionada por las operaciones de combate a gran escala, requería igual o mayor prioridad. La “contrain-

surgencia” norteamericana, los estadounidenses. Intelectual-mente, era superficial, carente ya sea la fusión de misticismo y racionalismo de la guerre révolutionnaire, o el flemático pragmatismo de coordinación civil-militar británico. Era un enfoque casi puramente militar, como el desembarco de Nor- mandía o la liberación de Luzón en 1944, dirigida a un enemigo que se veía erróneamente como un reflejo de las unidades de combate estadounidenses, con los campesi-nos esperando pasivamente a las bendiciones de la liberación norteamericana. La estrategia estadounidense desafiaba seve-ramente a Ho y Giap, pero al Anal no logró derrotarlos, en gran parte porque nunca comprendió el tipo de guerra que estaba luchado ni las condiciones particulares vietnamitas que dieron a la guerra su carácter revolucionario.

El futuroLa teoría de la guerra revolucionaria se discute a menudo,

por revolucionarios y contrarrevolucionarios por igual, como si se tratara de una doctrina de aplicabilidad universal. Por supuesto, la discusión incluye rutinariamente la mención de la necesidad de flexibilidad, adaptando la doctrina a las condiciones políticas, sociales, geográficas e internacionales específicos. Sin embargo, sólo recientemente se ha planteado la posibilidad de que la doctrina, al menos en su formula-ción maoísta clásica, es válida sólo en un número limitado de circunstancias. Gerard Chaliand, cuya amplia experien-cia de las guerras revolucionarias en los años 1960 y 1970, junto con su simpatía profesada por los movimientos revo-lucionarios, lo que da peso a sus opiniones de precaución sobre el tema, ha expresado serias dudas acerca de la validez global de la doctrina. Señala que, con la excepción peculiar de Cuba (y quizás ahora Irán), la guerra revolucionaria ha tenido éxito sólo en partes asociada a la cultura china de Asia y Vietnam. Identidad nacional y cohesión social son mucho más débiles que en el resto de Asia, África y América Latina, probablemente demasiado débiles para soportar la terrible tensión prolongada de librar una guerra revolucionaria. En otros lugares, las guerras revolucionarias se han derrumbado en la cara de la represión, o se han dividido en facciones ét-nicas, regionales o tribales cuya hostilidad entre sí parece más fuerte que el objetivo revolucionario común. Ni siquiera en Argelia puede decir que ha ganado la guerra revolucionaria. Chaliand está lejos de ser dogmático en su opinión, pero

plantea una pregunta vital. Preguntar lo que ha llevado a la victoria o la derrota en las decenas de guerras revolucionarias que se lucharon desde 1945 es una forma de llevar la cues-tión de la validez doctrinal al centro del tema. La Victoria Rebelde se ha logrado muy probablemente contra la ocu-pación extranjera o un régimen colonial, donde los senti-mientos nacionales ya veces raciales se reunieron frente a un gobierno de extranjeros y sus colaboradores. Las posibilida-des de victoria también son buenas contra un régimen que es impopular, corrupto y débil, como el de Batista en Cuba o el Sha de Irán, en donde incluso las fuerzas del gobierno forzadas pronto pierden el corazón y se unen a la rebelión. Pero más allá de estos bastante claros puntos de referencia, la respuesta a la pregunta es incierta. La doctrina de la guerra revolucionaria se desarrolló en las sociedades de campesinos que cultivan arroz, con su poderosa tradición de la solida-ridad familiar y la cooperación comunitaria. La guerra de guerrillas, que ha sido el método militar central de la guerra revolucionaria, se basa necesariamente en esos campesinos. Pero los campesinos son básicamente conservadores, más

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dispuestos a padecer que a arriesgarse a ganar todo. No son más receptivos a los agitadores rebeldes, usualmente educa-dos y urbanos, de lo que lo son a los agentes de un gobierno distante y poco confiable. De hecho, casi toda la teoriza-ción post-Mao sobre la guerra revolucionaria ha venido de tan sólo de intelectuales, cuya incapacidad para entender el mundo campesino es notoria. En ese sentido, la doctrina de la guerra revolucionaria se vuelve mitológica, dando espe-ranza a una pequeña vanguardia revolucionarios cuando las posibilidades reales de victoria resultan remotas.Parece que los campesinos pueden movilizarse para la gue-

rra revolucionaria sólo cuando su vida se ha deteriorado tan rápidamente y tan radicalmente que se sienten desesperados. En parte para escapar de este dilema de un campesinado no revolucionario, la guerra de guerrillas urbana ha recibido una cierta cantidad de atención, su arma principal que se emplea suele llamar “terrorista”. Pero el terrorismo aún no ha gana-do una victoria en ninguna parte, y las guerrillas urbanas han encontrado supervivencia física tan difícil como la teoría maoísta indicó que sería.Pasando del debate teórico a las especificidades de experien-

cias reales, desde 1945, la situación internacional a menudo parece ser el factor decisivo para explicar el resultado de la guerra revolucionaria. La victoria de los comunistas chinos en 1949, que debía poco o nada a la Unión Soviética (a pesar de las leyendas populares en sentido contrario), es la gran excepción. La guerra civil libanesa, que Marines de EE.UU. y otras fuerzas de “mantenimiento de la paz” no pudieron contener en 1983, es un caso extremo en el sentido opuesto. Líbano se convirtió en un campo de batalla entre Israel y Siria, los palestinos y los “voluntarios” de Irán. También es posible argumentar que el Líbano era una “guerra de poder” entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que apoyaban a los respectivos lados. En cualquier caso, las guerras revolu-cionarias entrelazadas, de los palestinos a recuperar su patria de los israelíes y de la mayoría musulmana del Líbano para tomar el poder de los cristianos, eran totalmente dependien-tes del choque entre potencias más fuertes.Otros levantamientos civiles, desde Irlanda a Sri Lanka,

donde los movimientos revolucionarios dependen en ma-yor medida de apoyo del exterior que de una amplia base de apoyo interno movilizado, sugieren que a menudo no hay más que una floja relación retórica entre las realidades de la rebelión y la teoría de la guerra revolucionaria. Y cuan-do las circunstancias urgentes han obligado a las realidades operativas, que difieren mucho de la teoría clásica maoísta, las posibilidades de victoria revolucionaria -salvo por algún evento de mayor “externo”, el equivalente revolucionario de un acto de Dios- parecen ser escasas.En un famoso discurso de 1965, el líder chino Lin Piao des-

cribe los poderes capitalistas como las “ciudades” del mundo y Asia, África y América Latina como el “campo”. Los movi-mientos guerrilleros revolucionarios en este campo mundial, liderados por China, organizarían, movi-

lizarían y lucharían en una guerra prolongada, como Mao había hecho, hasta que las ciudades, no más que bastiones aislados de reacción en un mundo revolucionado se vendrían abajo, hambrientas de recursos vitales que sólo el campo puede proporcionar. Esta profecía, en su grandeza así como las visiones extremas de los defensores franceses de la guerre révolutionnaire, alarmó a muchos habitantes de la “ciudad” en todo el mundo, y sí fue un factor importante en el rápido aumento de los intereses occidentales en la teoría y la doc-

trina de la guerra revolucionaria. Pero no mucho después de la muerte de Lin Piao, el mundo apenas igualó alarmante su profecía. En todos los estados del sudeste asiático, la más cer-cana a la fuente de liderazgo revolucionario y apoyo en Chi-na, hubo movimientos guerrilleros que intentaban derrocar los gobiernos no comunistas, a menudo conservadores. Sin embargo, estos movimientos recibieron al apoyo más sim-bólico de China. Las relaciones de China con los gobiernos asociados de Asia Sudoriental (ASEAN) fueron claramente más importante para los líderes chinos que su compromiso con la guerra revolucionaria globalizada, y los movimientos de la guerrilla comunista de influencia en el sudeste de Asia eran ahora más una vergüenza para Pekín que un arma en su arsenal.Los historiadores, tal vez mejor que nadie, deben entender

los riesgos de la profecía. Sin embargo, un intento de con-cluir de ubicar la idea de la guerra revolucionaria implica históricamente una estimación del futuro, así como una explicación del pasado. En 1941 Edward Mead Earle y su seminario de Princeton no estaban impresionados por la im-portancia de la guerra revolucionaria. En comparación con el impac to de una guerra mundial y el comienzo de otra. Los levantamientos armados para derrocar gobiernos parecían un aspecto periférico de la estrategia. Tres décadas más tarde todo había cambiado, a excepción de los explosivos nucleares aerotransportados -demasiado destructivas considerar el uso- el problema más urgente y desconcertante para la estrategia contemporánea fue la notable ubicuidad y el éxito de las gue-rras revolucionarias.Ya hemos sugerido algunas explicaciones de este rápido

cambio en la percepción estratégica. Los imperios de Eu-ropa occidental, debilitados por la guerra mundial, se des-moronaron rápidamente después de 1945. Si este proceso en cualquier colonia particular empleó violencia, es natural que enfrentase a las guerrillas y terroristas contra las fuerzas gubernamentales. Después de la descolonización, los regíme-nes sucesores a menudo gobernaron con dificultad, preocu-pados por la falta de recursos y por las divisiones internas de fronteras estatales definidas artificialmente. Contra estos regímenes poscoloniales, los movimientos de resistencia ar-mada, similares a los organizados antes contra las potencias coloniales europeas, a menudo aparecieron. Y detrás de la continua inestabilidad en las antiguas regiones coloniales del mundo, incluyendo América Latina, estaba la división de los países industrializados, principalmente del norte en dos campos armados hostiles entre sí, cada uno con miedo de arriesgarse a una guerra nuclear, pero ambos demasiado listo para enfrentar una guerra indirecta, en los campos de batalla del “Tercer Mundo”.Si la imagen del pasado reciente es esencialmente correcta,

entonces apunta hacia algunas de las posibilidades para el futuro de la guerra revolucionaria.Los viejos imperios europeos han prácticamente desapare-

cido, y con ellos el intenso nacionalismo la xenofobia y sus objetivos vulnerables que dieron a la guerra revolucionaria gran parte de su energía. Los regímenes post-coloniales si-guen teniendo problemas, pero puede ser que después de un período de conflicto violento, la guerra revolucionaria a es-cala real se convertirá en una manifestación menos frecuente de problemas en aquellas partes del mundo. Y, por último, las grandes potencias no han ganado mucho con su partici-pación en estos costosos, prolongados, y a menudo inmane-jables luchas. La guerra de Vietnam fue un desastre para los

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Estados Unidos y la Unión Soviética tiene poco que mostrar por sus frecuentes intervenciones en conflictos anticoloniales y revolucionarios. Si las operaciones soviéticas en curso con-tra la resistencia guerrillera en el vecino Afganistán y las ma-niobras estadounidenses comparables en América Central y el Caribe no son más de lo que parecen -limitadas aventuras militares para asegurar las áreas fronterizas sensibles de reco-nocida esfera de influencia- quizás torpes pero no sorpren-dentes, entonces la Guerra Fría aparentemente interminable no promete que la guerra revolucionaria seguirá siendo tan importante como lo fue en los años 1950 y 1960.Una generación de experiencias costosas puede haber teni-

do un efecto aleccionador en los entusiastas -en los centros militares de Washington y Moscú, así como en las selvas y montañas del Tercer Mundo- de la estrategia revolucionaria de Giap y Mao. Las carreras y la escritura de estos hombres, estudiados en profundidad, sugieren que la guerra revolu-cionaria librada contra todo gobierno, aún el régimen más débil, no es una receta mágica para la victoria militar y polí-tica. En China y Vietnam, la guerra revolucionaria significó millones de muertos y una generación de sufrimiento para millones de personas más, la disciplina brutal requerida para la resistencia revolucionaria excede las capacidades de com-prensión. Como él mismo Mao dijo, “una revolución no es una cena, o escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un bordado, no puede ser tan refinada, tan pausada y suave, tan apacible, amable, cortesana, restringida y magnánima. Una revolución es una insurrección, un acto de violencia... “. Ha habido, inevitablemente, un superficial, romántico elemento en el origen de la guerra revolucionaria y su fama internacio-nal. Este romanticismo es visible en la deificación de Mao mismo, en los estados más extremos de “expertos” franceses y americanos en la guerre révolutionnaire y la contrainsurgen-cia, y en los puntos de vista de algunos de los que apoyan las causas revolucionarias desde la relativa seguridad de Londres, París, o Nueva York. El romanticismo, en sí mismo es un hecho histórico aunque transitorio, se lo puede simplemente señalar y asignale un lugar en un fenómeno más amplio.Una última cuestión debe plantear algunas dudas sobre

nuestra estimación de una función decreciente de la guerra revolucionaria. Las regiones conocidas como el tercer mundo han sido, y con toda probabilidad seguirán siendo, el lugar de la guerra revolucionaria, cualquiera que sea la importan-cia que este tipo de acción militar puede tener en el futuro. Algunos datos básicos y las tendencias relativas a las regiones deben ser observados: la brecha económica entre el Tercer Mundo y los países industrializados sigue aumentando. Al mismo tiempo, la población de la mayoría de estas regio-nes ha estado creciendo a un ritmo que, incluso según las estimaciones más optimistas, significará que dentro de unas décadas números muy grandes de personas no sea sostenerlos con los ya escasos recursos. Si los sistemas políticos de estas regiones resultan generalmente estables y eficaces, y su sis-tema social bastante equitativo, un esfuerzo concertado por parte de grupos dominantes para evitar una catástrofe econó-mica y demográfica es de esperar. Pero las realidades políticas y sociales en el Tercer Mundo no alientan dicha expectativa, ni el comportamiento de las naciones más ricas ofrece mucha esperanza para la salvación de esa región.Para citar una reciente descripción de las condiciones pro-

pias de ciertas partes de América Latina:“La incautación de la gran mayoría de la riqueza por

una oligarquía de propietarios privados de la conciencia

social, la práctica ausencia o las deficiencias de un Estado de Derecho, los dictadores militares haciendo una burla de los derechos humanos elementales, la corrupción de ciertos poderosos funcionarios, las prácticas salvajes de algunos intereses de capitales extranjeros, son factores que alimentan la pasión por la revuelta entre los que así se consideran las víctimas impotentes de un nuevo colo-nialismo en el orden tecnológico, financiero, monetario o económico.” Este pasaje no es de una vía revolucionaria o una denuncia liberal de la explotación neocolonial, sino una declaración papal oficial de 1984, advirtiendo al clero cató-lico de no involucrarse en movimientos revolucionarios del Tercer Mundo. El pronunciamiento papal, a pesar de su ob-jetivo conservador, reconoce la existencia generalizada de las condiciones que se describen, que, convenientemente modi-ficado, es aplicable a gran parte del Tercer Mundo, más allá de América Latina. Las tendencias actuales no dan ninguna razón para creer que cualquier forma de gradual proceso evo-lutivo va a cambiar estas condiciones.Mao, en 1917, describió las terribles condiciones de los po-

bres campesinos chinos en la provincia de Hunan. Teniendo problemas con la línea ortodoxa que decía que los campesi-nos tenían, como máximo, un potencial revolucionario limi-tado; Mao insistió en que las condiciones eran tan malas en Hunan, y en la China rural, que la revolución podría basarse en el desesperado campesinado chino. Estas personas, a dife-rencia de los campesinos europeos del siglo XIX, no tenían nada que perder. Una década más tarde, después de amargas batallas dentro del Partido Comunista Chino, Mao había ganado la discusión, y fue líder indiscutible del movimiento revolucionario. Nadie, ni siquiera el propio Mao, creía en 1937 que en doce años sería ganada la guerra revolucionaria china. Al inspeccionar el mundo, sus perspectivas, el posible papel de la violencia en esas perspectivas, y sobre todo las ideas estratégicas que guían el uso de la fuerza armada, la experiencia de Mao es sugerente. Sólo podemos preguntar-nos: si un gran número de personas, en grandes partes del mundo, se hunden hasta el nivel del campesinado de Hunan en 1927, crearía un gran potencial explosivo de la guerra revolucionaria.

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Robert Grainger Ker ThompsonSir Robert Grainger

Ker Thompson KBE CMG DSO MC (1916-1992) fue un militar británico y ex-perto en contrainsur-gencia y "fue amplia-mente considerado a ambos lados del At-lántico como el prin-cipal experto mundial en la lucha contra la técnica de Mao Tse-tung de insurrección guerrillera rural”. Biografía

Thompson era hijo de Canon W. G. Thompson. Fue a la universidad de Marlborough y tomó una MA en la univer-sidad de Sidney Sussex, Cambridge. Estando en Cambridge él creó el escuadrón del aire de la universidad y aprendió a volar. Lo comisionaron en la reserva real de la fuerza aérea en 1936. En 1938 él ensambló el servicio civil malayo como cadete.Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial Thomson se

unió a la RAF, y estaba sirviendo en Macao cuando los japo-neses atacaron. Se escapó de los japoneses y con una maleta llena de dinero y un conocimiento de cantonés, que jugó su camino a través de China a Birmania.Él era un oficial de enlace con el Chindit en la Campaña

de Birmania, siendo concedido el DSO y el M.C. (la últi-ma una decoración inusual del ejército para un oficial de la RAF). Más adelante en la campaña él voló Hurricanes y fue promovido al grado de líder del escuadrón en 1945. Al final de la guerra volvió a la administración pública ma-

laya, convirtiéndose en comisionado auxiliar de trabajo en el estado de Perak en 1946. Después de asistir a la Escuela de Personal de Servicios Conjuntos en Latimer y con el rango local de Teniente Coronel, fue miembro del personal del di-rector de operaciones británico durante la Emergencia Mala-ya. Más tarde diría que gran parte de lo que había aprendido sobre las operaciones de contrainsurgencia fue aprendido mientras servía bajo el Teniente General Sir Harold Briggs y su reemplazo Sir Gerald Templer.En 1959, después de la independencia de Malaya, Thomp-

son se convirtió en el secretario permanente para la defensa para Tun Abdul Razak (que más tarde se convirtió en primer ministro malayo). En respuesta a una petición del presidente Ngo Dinh Diem de Vietnam del Sur, Tunku Abdul Rah-man, el primer ministro malayo envió un equipo a Vietnam

Teorías de

Contrainsurgenciadel Sur para asesorar a Diem sobre cómo contrarrestar sus problemas de insurgencia. Thompson encabezó ese equipo que impresionó tanto a Diem que pidió a los británicos que dejaran a Thompson al gobierno de Vietnam del Sur como consejero. En septiembre de 1961, el primer ministro británico Harold

Macmillan lo nombró jefe de la recién creada BRIAM (Mi-sión Asesora Británica) en Vietnam del Sur y, por extensión, Washington. Thompson concibió una iniciativa que él llamó el Plan Delta, pero cuando vio los efectos de la iniciativa de aldeas estratégicas, iniciada en febrero de 1962, se convirtió en un entusiasta, diciendo al Presidente Kennedy en 1963 que sentía que la guerra podía ser ganada. Bajo el liderazgo de Thompson BRIAM presionó económicamente al gobier-no vietnamita del sur que Thompson describió como "una invitación directa a un golpe de estado". Kennedy era receptivo a las ideas de Thompson, pero el

establishment militar estadounidense era extremadamente reacio a implementarlas. Su advertencia de no bombardear pueblos no fue atendida y su desestimación de la supremacía aérea estadounidense fue ignorada. "La guerra será ganada por el cerebro y a pie", le dijo a Kennedy, pero intereses en conflicto en Washington y Saigón actuaron para marginar a Thompson y, en última instancia, sus estrategias no tuvie-ron ningún efecto real en el conflicto. Abandonó BRIAM en 1965 y la organización, privada del hombre que era esencial-mente su razón de ser, se plegó a su alrededor.A pesar de su crítica relativamente acrimoniosa de la política

de Estados Unidos en Vietnam, Thompson volvió a un pues-to que asistía al gobierno americano en 1969 cuando él hizo consejero especial en la “pacificación” del presidente Nixon.En la vida posterior Thompson escribió extensamente sobre

el uso de los comandos y de las operaciones de contrainsur-gencia en la guerra asimétrica.Derrotar la insurgencia comunista: expe-riencias en Malasia y VietnamCiertos principios de la guerra contra la insurgencia son

bien conocidos desde los años cincuenta y sesenta. El trabajo ampliamente distribuido e influyente de Sir Robert Thomp-son ofrece varias de estas directrices. El supuesto subyacente de Thompson es el de un país mínimamente comprometi-do con el imperio de la ley y una mejor gobernabilidad.

Elementos del enfoque moderado de Thomp-son:

1. La gente es la base clave que ser protegida y defen-dida, en lugar de atender al territorio ganado o las ba-jas de cuerpos enemigos contados. Contrariamente al enfoque de la guerra convencional, el territorio gana-do, o los recuentos de víctimas no son de importancia primordial en la guerra de contraguerrilla. El apoyo de

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la población es la variable clave. Dado que muchos in-surgentes dependen de la población para reclutar, ali-mentar, albergar, financiar y otros materiales, la fuerza contrainsurgente debe concentrar sus esfuerzos en pro-porcionar seguridad física y económica a esa población y defenderla contra los ataques y la propaganda insur-gentes.

2. Debe haber una contra-visión política clara que pue-da ensombrecer, igualar o neutralizar la visión de la guerrilla. Esto puede ir desde la concesión de autono-mía política a medidas de desarrollo económico en la región afectada. La visión debe ser un enfoque integra-do, que incluya medidas políticas, sociales y económi-cas y de influencia de los medios de comunicación. Una narrativa nacionalista, por ejemplo, podría ser utilizada en una situación, un enfoque de autonomía étnica en otra. Una campaña mediática agresiva también debe ser montada en apoyo de la visión competitiva o el régimen contrainsurgente parecerá débil o incompetente.

3. La acción práctica debe ser tomada en los niveles inferiores para emparejar la visión política competi-tiva. Puede ser tentador para el lado contrainsurgente simplemente declarar a los guerrilleros “terroristas” y perseguir una dura estrategia de liquidación. La fuer-za bruta sin embargo, puede no tener éxito en el largo plazo. Acción no significa capitulación, pero medidas sinceras como la eliminación de funcionarios corruptos o arbitrarios, la limpieza del fraude, la construcción de más infraestructura, la recaudación de impuestos ho-nestamente o el abordaje de otros agravios legítimos pueden hacer mucho para socavar la apelación de las guerrillas.

4. Economía de la fuerza. El régimen contrainsurgente no debe reaccionar de manera exagerada ante las pro-vocaciones guerrilleras, ya que esto puede ser lo que pretenden para crear una crisis de moral civil. El uso indiscriminado del poder de fuego sólo puede servir para enajenar el enfoque clave de la contrainsurgencia: la base del pueblo. Las acciones a nivel policial deben guiar el esfuerzo y tener lugar en un marco claro de le-galidad, incluso si se encuentra bajo un estado de emer-gencia. Las libertades civiles y otras costumbres de los tiempos de paz pueden tener que ser suspendidas, pero una vez más, el régimen contrainsurgente debe ejercer moderación y atenerse a procedimientos ordenados. En el contexto de la contrainsurgencia, las “botas sobre el terreno” son aún más importantes que las proezas tec-nológicas y el poder de fuego masivo, aunque las fuerzas antiguerrillas deben aprovechar al máximo los medios modernos de aire, artillería y guerra electrónica.

5. A veces puede ser necesaria una gran acción de fuer-zas. Si la acción de la policía no es suficiente para de-tener a los guerrilleros, pueden ser necesarios barridos militares. Esas operaciones de “gran batallón” pueden ser necesarias para romper importantes concentraciones de guerrillas y dividirlas en pequeños grupos donde la acción cívico-policial combinada puede controlarlas.

6. Movilidad agresiva. La movilidad y la acción agresiva de las pequeñas unidades son extremadamente impor-tantes para el régimen contrainsurgente. Las formacio-nes pesadas deben ser aligeradas para localizar, perse-guir y arreglar agresivamente las unidades insurgentes. Amontonarse en puntos fuertes estáticos simplemente concede el campo a los insurgentes. Deben mantenerse en la carrera constantemente con patrullas agresivas, in-cursiones, emboscadas, barridos, cordones, bloqueos de carreteras, arreos de prisioneros, etc.

7. Incorporación e integración a nivel local. En tándem con la movilidad es la incorporación de unidades con-tra-insurgentes o tropas con fuerzas de seguridad locales y elementos civiles. Los Marines de EE.UU. en Vietnam también vieron algún éxito con este método, en virtud de su PAC (Combined Action Program), donde los ma-rines se unieron como entrenadores y “refuerzos” de los elementos locales en el terreno. Las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos en Vietnam como los Boinas Verdes, también causaron problemas locales significa-tivos para sus oponentes por su liderazgo e integración con fuerzas móviles tribales e irregulares. La División de Actividades Especiales de la CIA creó exitosas fuer-zas guerrilleras de la tribu Hmong durante la guerra en Vietnam en la década de 1960 y de la Alianza del Norte contra los Talibanes durante la guerra en Afganistán en 2001 y de la Peshmerga kurda contra Ansar al-Islam y las fuerzas de Saddam Hussein durante la guerra en Irak en 2003. En Irak, la estrategia de “empuje” de Estados Unidos de 2007 vio la incorporación de tropas de fuer-zas regulares y especiales entre las unidades del ejército iraquí. Estos grupos incondicionales también fueron in-corporados en los puestos de avanzada locales del barrio en un intento de facilitar la recopilación de inteligencia y fortalecer el apoyo de nivel básico entre las masas.

8. Sensibilidad cultural. Las fuerzas contrainsurgentes requieren familiaridad con la cultura local, las costum-bres y el lenguaje, o experimentarán numerosas difi-cultades. Los estadounidenses experimentaron esto en Vietnam y durante la invasión estadounidense de Irak y ocupación, donde la escasez de intérpretes y traducto-res de habla árabe impedía tanto las operaciones civiles como las militares

9. Esfuerzo de inteligencia sistemática. Se deben hacer todos los esfuerzos posibles para reunir y organizar in-teligencia útil. Debe establecerse un proceso sistemá-tico para hacerlo, desde interrogatorios casuales de ci-viles hasta interrogatorios estructurados de prisioneros. También deben usarse medidas creativas, incluyendo el uso de agentes dobles, o incluso falsos grupos de “libe-ración” o de simpatizantes que ayuden a revelar el per-sonal o las operaciones de los insurgentes.

10. Metódico, claro y paciente. El régimen de lucha contra insurgentes debe utilizar una estrategia clara de “man-cha de tinta”, dividiendo el área de conflicto en sectores y asignando prioridades entre ellos. El control debe ex-

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pandirse hacia afuera como un punto de tinta en el pa-pel, neutralizando sistemáticamente y eliminando a los insurgentes en un sector de la red, antes de continuar con el siguiente. Puede ser necesario llevar a cabo accio-nes de defensa o de detención en otros lugares, mientras que las áreas prioritarias son despejadas y mantenidas.

11. Despliegue cuidadoso de fuerzas populares de masas y unidades especiales. Las fuerzas de masas incluyen grupos de autodefensa de aldeas y milicias ciudadanas organizadas para la defensa de la comunidad y pueden ser útiles para proporcionar movilización cívica y se-guridad local. Las unidades especializadas pueden uti-lizarse de manera rentable, incluyendo escuadrones de comandos, reconocimiento de largo alcance y patrullas de “cazadores asesinos”, desertores que pueden rastrear o persuadir a sus antiguos colegas como las unidades de Kit Carson en Vietnam y grupos paramilitares.

12. Los límites de la asistencia extranjera deben definirse claramente y utilizarse cuidadosamente. Dicha ayuda debería limitarse por el tiempo, o por el apoyo material y técnico, por el personal, o por ambos. Si bien la ayuda externa o incluso las tropas pueden ser útiles, la falta de límites claros, en términos de un plan realista para la victoria o estrategia de salida, puede encontrar el ayu-dante extranjero “asumir” la guerra local, y ser absorbido en un largo compromiso, por lo tanto proporcionando a las guerrillas valiosas oportunidades de propaganda como el precio de los extranjeros muertos. Tal escenario ocurrió con los EE.UU. en Vietnam, con el esfuerzo estadounidense creando dependencia en Vietnam del Sur, y el cansancio de la guerra y las protestas en casa. Las interferencias extranjeras pesadas también pueden no funcionar eficazmente dentro del contexto cultural local, estableciendo condiciones para el fracaso.

13. Tiempo. Un factor clave en la estrategia de la guerri-lla es un largo y prolongado conflicto que desgasta la voluntad de las fuerzas opuestas contrainsurgentes. Las democracias son especialmente vulnerables al factor tiempo. La fuerza contrainsurgente debe tener tiempo suficiente para hacer el trabajo. Las impacientes de-mandas de victoria centradas en los ciclos electorales a corto plazo juegan en manos de la guerrilla, aunque es igualmente importante reconocer cuando una causa se pierde y las guerrillas han ganado.

David GalulaDavid Galula (1919-1967) era un oficial y un erudito fran-cés muy influyente en desarrollar la teoría y la práctica de la guerra de la contrainsurgencia.Nacido en Sfax, entonces parte del protectorado francés de Túnez en una familia de comerciantes judíos, Galula obtuvo su baccalauréat en Casablanca en el Lycée Lyautey.Carrera militar

Galula se graduó de la École Spéciale Militaire de Saint-Cyr en la promoción número 126 de 1939-1940. En 1941, fue expulsado del cuerpo de oficiales franceses, de acuerdo con el Estatuto de los Judíos del Estado de Vichy. Después de vivir como un civil en el norte de África, se unió al I Cuerpo del Ejército de la Liberación, y sirvió durante la liberación de Francia, recibiendo una herida durante la invasión de Elba en junio de 1944.

Galula partió para China en 1945 para trabajar como agre-gado militar auxiliar en la embajada francesa en Beijing. Allí continuó su cálida relación con Jacques Guillermaz, un ofi-cial de una antigua familia militar francesa con la que había servido en Francia. La esposa de Galula recordó que su espo-so fue a China para seguir a Guillermaz quien era, “sin lugar a dudas, la persona más influyente en la vida de David”. Galula presenció el ascenso al poder del Partido Comunis-ta Chino. En abril de 1947, fue capturado por comunistas chinos durante un viaje en solitario al interior. Aunque era ferozmente anticomunista, sus captores lo trataron bien y finalmente lo liberaron con la ayuda de la misión Marshall. En 1948, participó en el Comité Especial de las Naciones Unidas sobre los Balcanes (UNSCOB) durante la Guerra Civil griega. De 1952 a febrero de 1956, se desempeñó como agregado militar en el consulado francés en Hong Kong. Visitó Filipinas y estudió la guerra de Indochina sin participar en ella.De agosto de 1956 a abril de 1958, durante la Guerra de Ar-gelia, Galula, entonces capitán, dirigió la 3ª Compañía del 45º Bataillon d’Infanterie Coloniale. Él se distinguió apli-cando táctica personal en la contrainsurgencia a su sector de Kabylie, en Djebel Mimoun, cerca de Tigzirt, eliminando con eficacia la insurgencia nacionalista en su sector y ganan-do la promoción acelerada de este punto.En 1958, Galula fue trasladado a la Sede de la Defensa Nacional en París. Dio una serie de conferencias en el extranjero y asistió al Colegio de Per-sonal de las Fuerzas Armadas.Galula renunció a su comisión en 1962 para estudiar en los Estados Uni-dos, donde obtuvo un puesto de inves-tigador asociado en el Centro de Asun-tos Internacionales de la Universidad de Harvard.Murió en 1967 de cáncer de pulmón. Teoría e influenciaGalula describió sus experiencias en dos libros, Pacification in Argélia, publicado por la RAND Corporation en 1963, y Counterinsurgency Warfare: Theory and Practice en 1964. Sus libros analizan sus experiencias en Indochina, Grecia y Argelia, dando una taxonomía de escenarios favorables y desfavorables para una guerra revolucionaria desde el punto de vista de las fuerzas revolucionarias (insurgentes) y leales (contrainsurgentes). Galula cita la observación de Mao Ze-dong de que “la guerra evolutiva es una acción política del 80 por ciento y sólo un 20 por ciento militar”, y pro-pone cuatro “leyes” para la contrainsurgencia: 1. El objetivo de la guerra es ganar el apoyo de la pobla-

ción en lugar de controlar el territorio.2. La mayoría de la población será neutral en el con-

flicto; el apoyo de las masas se puede obtener con la ayuda de una minoría amistosa activa.

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3. El apoyo de la población puede perderse. La pobla-ción debe ser eficientemente protegida para permi-tirle cooperar sin temor a represalias por parte de la parte contraria.

4. La aplicación de la orden debería hacerse progresi-vamente eliminando o expulsando a los opositores armados, ganando apoyo de la población y, eventual-mente, fortaleciendo posiciones mediante la construc-ción de infraestructura y estableciendo relaciones a largo plazo con la población. Esto debe hacerse área por área, utilizando un territorio pacificado como base de operación para conquistar un área vecina.

Las leyes de Galula toman así un valor aparente y reconocen la importancia del aforismo, basado en las ideas de Mao, de que “El pueblo es el mar en el que nace el revolucionario”. Afirma que:Una victoria [en una contrainsurgencia] no es la destruc-

ción en un área dada de las fuerzas del insurgente y su organización política. ... Una victoria es eso más el aisla-miento permanente de los insurgentes de la población, el aislamiento no impuesto a la población, sino mantenido por y con la población. ...En la guerra convencional, la fuerza se evalúa según cri-terios militares u otros criterios tangibles, como el número de divisiones, la posición que ocupan, los recursos indus-triales, etc. En la guerra revolucionaria, la fuerza debe ser evaluada por el grado de apoyo de la población medida en términos de organización política en la base. El contrain-surgente alcanza una posición de fortaleza cuando su poder está inmerso en una organización política que emana de la población y está firmemente apoyada por ella.Con sus cuatro principios en mente, Galula continúa des-cribiendo una estrategia militar y política general para po-nerlos en operación en un área que está bajo control insur-gente total:En un área seleccionada1. Concentrar suficientes fuerzas armadas para destruir

o expulsar al cuerpo principal de insurgentes armados.2. Reservar para el área suficientes tropas para oponerse

al regreso de un insurgente en fuerza, instalar estas tropas en las aldeas, villas y pueblos donde vive la población.3. Establecer contacto con la población, controlar sus mo-

vimientos con el fin de cortar sus vínculos con la guerrilla.4. Destruir la organización política insurgente local.5. Establecer, mediante elecciones, nuevas autoridades

locales provisionales.6. Pruebe a esas autoridades asignándoles varias tareas

concretas. Reemplazar los blandos y los incompetentes, dar pleno apoyo a los líderes activos. Organizar unidades de autodefensa.7. Agrupar y educar a los líderes en un movimiento polí-

tico nacional.8. Ganar o suprimir los últimos restos insurgentes.Algunos de estos pasos pueden ser omitidos en áreas que

están sólo parcialmente bajo control insurgente, y la mayoría de ellas son innecesarias en áreas ya controladas por el go-bierno. Así, la esencia de la guerra de contrainsurgencia es resumida por Galula como “Construir (o reconstruir) una máquina política de la población hacia arriba”. Galula ha sido considerado un teórico importante por ex-

pertos contemporáneos de la defensa. En particular, los mi-

litares de los Estados Unidos usaron sus experiencias como ejemplos en el contexto de la guerra de Irak y él se cita a menudo en el manual de la contrainsurgencia del ejército americano. La Guerra de la Contrainsurgencia de Galula: Teo-ría y Práctica es una lectura muy recomendada para los estu-diantes del Comando del Ejército de los EE. UU. Y Colegio del Estado Mayor.El trabajo de Galula sobre la contrainsurgencia se basa en

gran medida en las experiencias y lecciones de 130 años de guerra colonial francesa, especialmente la obra de Joseph-Si-mon Gallieni y Hubert Lyautey. También fue influenciado por Jacques Guillermaz, con quien discrepó sobre el manejo de la guerra contrarrevolucionaria, pero que le dio a Galula mentor intelectual durante los años siguientes a 1945 cuan-do sirvieron en China. El soldado mayor impartió un enfo-que intelectual al análisis militar y geopolítico.

David KilcullenDavid John Kilcullen

FRGS (nacido en 1967) es un autor australiano, estratega y experto en contrainsurgencia y ac-tualmente es el presidente no ejecutivo de Caerus Associates, una empresa de consultoría de estrate-gia y diseño que fundó.De 2005 a 2006, fue

Estratega Principal en la Oficina del Coordinador para el Contraterrorismo en el Departamento de

Estado de los Estados Unidos. Kilcullen fue un asesor de contrainsurgencia del General David Petraeus en 2007 y 2008, donde ayudó a diseñar y supervisar la oleada de tropas de la Guerra de Irak. Fue entonces un asesor especial para la contrainsurgencia de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice. Kilcullen ha sido un miembro mayor del Centro para una Nueva Seguridad Americana y un Profesor Adjunto en la Escuela Paul H. Nitze de Estudios Internacionales Avan-zados en la Universidad Johns Hopkins. Altamente crítico de la decisión de invadir Iraq, él está convencido de que “allí indudablemente no habría ninguna ISIS si no hubíera-mos invadido Iraq.” Kilcullen ha escrito cuatro libros: La guerrilla accidental, contrainsurgencia, fuera de las montañas y Año de la SangreEducación

Kilcullen se graduó en el Colegio San Pío X en 1984. Lue-go asistió a la Academia Australiana de Fuerza de Defensa y completó un Bachillerato en Artes con Honores en Arte y Ciencias Militares a través de la Universidad de Nueva Gales del Sur y se graduó como Graduado Distinguido Defence Force Army Prize en 1989. Se formó como oficial del ejército entrenando en el Royal Military College, Duntroon. Des-pués de doce meses de formación en Indonesia, Kilcullen se graduó de la Escuela Australiana de Fuerza de Defensa de Idiomas en 1993 con un Diploma Avanzado en Lingüística Aplicada. Habla fluido en indonesio y habla algo de árabe y francés. Kilcullen recibió un doctorado en política de la Acade-

mia Australiana de Fuerza de Defensa en la Universidad de

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Nueva Gales del Sur en el año 2000. Su tesis, titulada “Las consecuencias políticas de las operaciones militares en Indone-sia 1945-99: Un análisis de campo del poder político-Difusión Efectos del Conflicto Guerrilla“, se centró en los efectos de la guerra de guerrillas en los sistemas políticos no estatales en las sociedades tradicionales. Se basó en métodos etnográficos para investigar los sistemas tradicionales de gobernanza en Timor Oriental y Papúa Occidental.Su investigación se centró en la investigación de la difusión

del poder en Indonesia durante la era Darul Islam de 1948 a 1962 y la ocupación indonesia de Timor Oriental de 1974 a 1999. Kilcullen sostiene que las operaciones de contrain-surgencia causan la difusión del poder político central a los líderes locales y que las poblaciones son los principales actores de la insurgencia y la dinámica de la contrainsur-gencia. Carrera militar australiana

Kilcullen fue comisionado como Segundo Teniente en el Ejército Australiano y sirvió en una serie de posiciones ope-racionales, estratégicas, de mando y de personal en el Real Cuerpo Australiano de Infantería y la Fuerza de Defensa Australiana. Sirvió en varias operaciones de contrainsurgen-cia y de mantenimiento de la paz en Timor Oriental, Bouga-inville y el Medio Oriente. Kilcullen alcanzó el rango de teniente coronel en el ejérci-

to australiano y sirvió como oficial de personal en el cuar-tel general de la fuerza de defensa australiana. En 2004, se desempeñó como Analista Senior en la Oficina Australiana de Evaluaciones Nacionales, donde sirvió en el equipo de redacción para el Libro Blanco del Terrorismo de 2004 del Gobierno Australiano, “Terrorismo Transnacional: La Amena-za a Australia”. Él dejó el deber activo en 2005 y se comisiona como tenien-

te coronel en la reserva australiana del ejército.Carrera en los Estados Unidos

Kilcullen fue secundado al Departamento de Defensa de Estados Unidos en 2004, donde escribió la estrategia contra el terrorismo para la Revisión de Defensa Cuadrenaria que apareció en 2006. Después de ir al estado de la reserva en el ejército australiano, Kilcullen trabajó para el Departamen-to de Estado de Estados Unidos en 2005 y 2006, sirviendo como estratega principal en la oficina del coordinador para

contraterrorismo. Trabajó en el campo en Pakistán, Afganis-tán, Irak, el Cuerno de África y el Sudeste Asiático. Él ayudó a diseñar e implementar la Iniciativa Estratégica Regional. Kilcullen ayudó a escribir el Manual de Campo del Ejército de los Estados Unidos 3-24, Contrainsurgencia, publicado en diciembre de 2006. También escribió un apéndice, titula-do “Una Guía para la Acción”.A principios de 2007, Kilcullen se convirtió en miembro de

un pequeño grupo de expertos civiles y militares, entre ellos el Coronel H. R. McMaster, que trabajaba en el personal del General David Petraeus, Comandante de la Fuerza Multi-nacional - Iraq. Allí, Kilcullen se desempeñó como Asesor Senior de Contrainsurgencia hasta 2008 y fue responsable de planificar y ejecutar la estrategia y operaciones de con-trainsurgencia. Él era un arquitecto principal del plan de la campaña conjunta que guió la oleada de la tropa de la guerra de Iraq 2007. También ha servido como Asesor Especial de Contrainsur-

gencia a la Secretaria de Estado Condoleezza Rice en 2007 y 2008.Kilcullen fue un miembro de la Casa Blanca 2008 Revisión

de la estrategia de Afganistán y Pakistán. De 2009 a 2010, fue Asesor de Contrainsurgencia de la OTAN y de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán. Kilcullen también ha asesorado al Gobierno británico, al Gobierno australiano ya varias instituciones y empresas del sector privado.Fue miembro de la Junta Asesora del Centro para una Nue-

va Seguridad Americana. Él era un socio en el grupo de Crumpton, pero se fue debido a las diferencias morales y de principios. También ha sido profesor adjunto de Estudios de Seguridad en la Escuela Johns Hopkins de Estudios Interna-cionales Avanzados. Kilcullen fundó Caerus Associates, LLC en 2010. Caerus es

una empresa de consultoría estratégica y de diseño basada en Washington, DC que se especializa en trabajar en entornos complejos y fronterizos.

Contribuciones a la contrainsur-gencia

Lucha de Combate ComplejaEn el 2004, Kilcullen escribió Complex Warfighting, que se

convirtió en la base del Futuro del Ejército Australiano que funciona el concepto de funcionamiento, aprobado el año próximo. Identifica un entorno operativo fuertemente in-fluenciado por la globalización y el dominio militar con-vencional de los Estados Unidos. El concepto afirma que los futuros conflictos contarán con amenazas asimétricas que requieren que las fuerzas terrestres sean flexibles, pue-dan desplegarse rápidamente y operar en terreno urbano. El documento apunta a “fuerzas modulares, altamente edu-cadas y capacitadas, con capacidad para operar en red, optimizadas para el combate cuerpo a cuerpo en equipos de armas combinadas, pequeñas, semiautónomas y alta-mente conectadas, incorporando elementos tradicionales de las armas combinadas así como los elementos no tra-dicionales como los asuntos civiles, la inteligencia y la ca-pacidad de guerra psicológica, y tendrán capacidad para realizar operaciones independientes prolongadas dentro de un marco conjunto interinstitucional “. Aunque no

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se limita estrictamente a la lucha contra la insurgencia, la contrainsurgencia y otras acciones no tradicionales iban a componer una mayor parte de la guerra en el siglo 21. “La lucha contra la insurgencia global”“Contrarrestar la Insurgencia Global” propuso un nuevo

enfoque estratégico para la Guerra contra el Terrorismo. Fue publicado por primera vez en el Diario de Pequeñas Guerras en 2004 y luego una versión más corta apareció en el Diario de Estudios Estratégicos en 2005. El documento argumenta que al-Qaeda es mejor entendida como una “insurgencia islámica global” que busca promover su versión takfiri del Islam y aumentar su papel en el orden mundial. Por lo tanto, las estrategias y tácticas de contrainsurgencia deben actuali-zarse para hacer frente a un movimiento globalizado como al-Qaeda, especialmente aumentando la participación y coo-peración de las agencias de inteligencia y policía de muchos estados.“Contrainsurgencia Redux”El trabajo de Kilcullen en 2006 “Contrainsurgencia Redux”

cuestiona la relevancia de la teoría clásica de la contrainsur-gencia en el conflicto moderno. Se argumenta a partir de las pruebas de campo reunidas en Irak, Afganistán, Pakistán y el Cuerno de África que:Las insurgencias del día difieren considerablemente de

las de los años sesenta. Los insurgentes no pueden tratar de derrocar al Estado, no pueden tener una estrategia co-herente o pueden perseguir un enfoque basado en la fe di-fícil de contrarrestar con los métodos tradicionales. Puede haber numerosas insurgencias competidoras en un teatro, lo que significa que el contrainsurgente debe controlar el ambiente en general en lugar de derrotar a un enemigo específico. Las acciones de los individuos y el efecto pro-pagandístico de una “narrativa única” subjetiva pueden superar con creces el progreso práctico, haciendo que la contrainsurgencia sea aún más no lineal e impredecible que antes. Los contrainsurgentes, no los insurgentes, pue-den iniciar el conflicto y representar las fuerzas del cam-bio revolucionario. La relación económica entre los insur-gentes y la población puede ser diametralmente opuesta a la teoría clásica. Y las tácticas insurgentes, basadas en la explotación de los efectos propagandísticos del bombar-deo urbano, pueden invalidar algunas tácticas clásicas y hacer que otros, como patrullar, sean contraproducentes bajo ciertas circunstancias. Así, la evidencia de campo su-giere, la teoría clásica es necesaria pero no suficiente para el éxito contra las insurgencias contemporáneas

“Veintiocho artículos”El artículo de Kilcullen “Veintiocho artículos” es una guía

práctica para oficiales subalternos y suboficiales que parti-cipan en operaciones de contrainsurgencia en Afganistán e Irak. La historia de la publicación del documento es una ilustración de los nuevos métodos de propagación del cono-cimiento en la comunidad militar-profesional. Apareció por primera vez como un correo electrónico que fue ampliamen-te difundido informalmente entre el Ejército de EE.UU. y los oficiales de Marina en abril de 2006, y posteriormente fue publicado en Military Review en mayo de 2006. Versio-nes posteriores de la misma fueron publicadas en IoSphere y Marine Corps Gazette, ha sido traducido al árabe, al ruso, al pashtu y al español. Posteriormente se formalizó como Apéndice A a la FM 3-24, la doctrina de la contrainsurgen-

cia del ejército estadounidense, y está siendo utilizado por los ejércitos estadounidenses, australianos, británicos, cana-dienses, holandeses, iraquíes y afganos como un documento de capacitación.Etnografía de conflictosKilcullen ha argumentado en la mayoría de sus trabajos para

una comprensión cultural más profunda del ambiente del conflicto, un acercamiento que él ha llamado la etnografía del conflicto: “una comprensión profunda, específica de la situación de las dimensiones humanas, sociales y cultu-rales de un conflicto, entendido no por analogía con otro conflicto, pero en sus propios términos “. En el mismo en-sayo,” Religion and Insurgency “, publicado en mayo de 2007 en el Small Wars Journal, amplió este punto de vista:La conclusión es que ningún manual libera a un contra-

insurgente profesional de la obligación personal de estu-diar, internalizar e interpretar el entorno físico, humano, informativo e ideológico en el que se produce el conflicto. La etnografía de conflicto es la clave; para tomar prestado un término literario, no hay sustituto para una “lectura cercana” del ambiente. Pero es una lectura que no resi-de en ningún libro, sino a su alrededor; en el terreno, en el pueblo, en sus instituciones sociales y culturales, en su modo de actuar y de pensar. Tienes que ser un observador participante. Y la clave es ver más allá de las diferencias de superficie entre nuestras sociedades y estos entornos (de los cuales la orientación religiosa es un elemento clave) a los conductores sociales y culturales más profundos del conflicto, conductores que los lugareños entenderían en sus propios términos.

ContrainsurgenciaEn 2010, Kilcullen reunió sus escritos en su libro Contra-

insurgencia y desarrolló su comprensión de la contrainsur-gencia para hacer frente a la amenaza globalizada del Islam radical. Sostiene que una contrainsurgencia exitosa trata de superar al enemigo y ganar la batalla de adaptación para pro-porcionar medidas integradas para derrotar las tácticas insur-gentes a través de medios políticos, administrativos, milita-res, económicos, psicológicos e informativos.Posiciones en la política americana

Guerra de irak

En una entrevista con Spencer Ackerman del Washington Independent en 2008, Kilcullen llamó a la decisión de in-

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vadir Irak “jodidamente estúpida” y sugirió que si los po-líticos aplican las lecciones de su manual, guerras similares pueden evitarse en el futuro. “La idea más estúpida”, dijo Kilcullen, “fue invadir Irak en primer lugar”. Kilcullen no negó haber dicho, sino que “puedo decir categóricamente que la palabra ‘fucking’ registro “. Kilcullen explicó su co-mentario al día siguiente: En mi opinión, la decisión de invadir Iraq en 2003 fue un

error estratégico extremadamente grave. Pero la tarea del momento no es llorar por la leche derramada, sino ayudar a limpiarla: una tarea en la que la oleada, el enfoque de contra-insurgencia integral y nuestras tropas sobre el terreno están teniendo un éxito admirable.... La cuestión de si estábamos en lo correcto para invadir

Irak es un debate fascinante para los historiadores y los polí-ticos, y una cuestión válida para el pueblo estadounidense a considerar en un año electoral. Como sucede, creo que fue un error. Pero esa no es mi principal preocupación. El tema para los practicantes en el campo no es adivinar una decisión de hace seis años, sino seguir adelante con el trabajo en la mano que, creo, es lo que tanto los estadounidenses como los iraquíes esperan de nosotros. A este respecto, la nueva estrategia y tácticas implementadas en 2007 y que se basaron para su efectividad en el número de tropas extra, tienen éxito y necesitan ser apoyadas. En su libro Blood Year (Año de la Sangre), publicado en

2016, Kilcullen deja muy clara su opinión de que “sin duda no habría Isis si no hubiéramos invadido Irak”. En una entrevista de marzo de 2016 en el Channel 4 News del Reino Unido, continuó diciendo: Ahora nos enfrentamos no a una sino a dos organizacio-

nes terroristas globales en un ambiente mucho menos esta-ble y mucho más fragmentado que en 2001.

Criticando la política estadounidense

El 6 de marzo de 2009, Kilcullen publicó una pieza en Sma-ll Wars Journal titulada “Guerrilla Accidental: Lea Antes de Quemar”. La pieza respondió a la revisión de Andrew Bace-vich del libro de Kilcullen, La guerrilla accidental: La lucha de las pequeñas guerras en medio de una grande, y también dirigió sus críticas de las administraciones americanas. Kil-cullen escribió:... mis opiniones han estado en el registro público durante

años, ya que mucho antes de venir a trabajar para el gobierno y desde antes he servido en el campo en Irak, Afganistán y Pa-kistán. Me contrataron de todos modos. Y en segundo lugar, por sorprendente que sea, la última administración -como la actual administración- era lo suficientemente grande, lo su-ficientemente abierta y lo suficientemente intelectual como para tolerar y, de hecho, acoger la crítica constructiva y los auténticos intentos de solucionar los problemas políticos. Nunca encontré que necesitaba mucho coraje moral para ser honesto acerca de mis opiniones - la honestidad no partidista era exactamente lo que la Secretaria Rice quería de mí, y ella me lo dijo más de una vez. La capacidad de tolerar e integrar diferentes opiniones, y por lo tanto autocorregirse, es una de las principales fortalezas de nuestra forma de gobierno, y sospecho que esto es cierto para todas las administraciones, aunque tal vez sea cierto para algunos más que para otros. Uso de Drones

Kilcullen sostiene que los asesinatos selectivos con ata-ques con aviones no tripulados en Afganistán y Pakistán

son un error. En 2009 dijo: “Estos ataques son totalmente contraproducentes, es un error estratégico personalizar el conflicto de esta manera, fortalecer al enemigo y debilitar a nuestros amigos ¿Cómo podemos esperar que la pobla-ción civil nos apoye si nosotros matamos a sus familias y destruimos sus casas “.

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Sistemas Modernos de Guerra

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Orden recibida por la DI 91 (Israel):

Lanzar Oleadas de ata-ques multidimensionales y

simultáneos

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