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EL ANÁLISIS DEL INCONSCIENTE Después de separarme de Freud comenzó para mí una época de inseguridad interior, de desorientación incluso. Me sentía enteramente en el aire, pues no había hallado todavía mi propio puesto. Principalmente me interesaba hallar una nueva actitud frente a mis pacientes. Así pues, me decidí a esperar, por vez primera incondicionalmente, lo que me explicaran de sí mismos. Me adaptaba, pues, a lo que la casualidad me brindaba. Pronto se vio que infor- maban espontáneamente sobre sus sueños y fantasías, y yo planteaba sólo un par de preguntas: «¿Qué le parece a us- ted esto?» o «¿Cómo entiende usted esto?», «¿De dónde proviene esto?». De las respuestas y asociaciones se des- prendían los significados por sí solos. Dejé a un lado los puntos de vista técnicos y sólo resultaba de utilidad para el paciente el comprender las imágenes que él mismo pro- porcionaba. Ya al cabo de poco tiempo comprendí que era correc- to aceptar los sueños tel quel como fundamento para su interpretación, pues éste es su fin. Constituyen hechos de los que hemos de partir. Naturalmente, de mi «método» se deducía una gran cantidad de aspectos. Cada vez resultaba más necesario adoptar un criterio, casi diría: la necesidad de una orientación previa e inicial. Entonces tuve un momento de extraordinaria lucidez, en el cual abarqué con la mirada el camino seguido hasta allí. Pensé: ahora posees la clave de la mitología y tienes po- 204

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EL ANÁLISIS DEL INCONSCIENTE

Después de separarme de Freud comenzó para mí unaépoca de inseguridad interior, de desorientación incluso.Me sentía enteramente en el aire, pues no había halladotodavía mi propio puesto. Principalmente me interesabahallar una nueva actitud frente a mis pacientes. Así pues,me decidí a esperar, por vez primera incondicionalmente,lo que me explicaran de sí mismos. Me adaptaba, pues, alo que la casualidad me brindaba. Pronto se vio que infor-maban espontáneamente sobre sus sueños y fantasías, y yoplanteaba sólo un par de preguntas: «¿Qué le parece a us-ted esto?» o «¿Cómo entiende usted esto?», «¿De dóndeproviene esto?». De las respuestas y asociaciones se des-prendían los significados por sí solos. Dejé a un lado lospuntos de vista técnicos y sólo resultaba de utilidad para elpaciente el comprender las imágenes que él mismo pro-porcionaba.

Ya al cabo de poco tiempo comprendí que era correc-to aceptar los sueños tel quel como fundamento para suinterpretación, pues éste es su fin. Constituyen hechos delos que hemos de partir. Naturalmente, de mi «método» sededucía una gran cantidad de aspectos. Cada vez resultabamás necesario adoptar un criterio, casi diría: la necesidadde una orientación previa e inicial.

Entonces tuve un momento de extraordinaria lucidez, enel cual abarqué con la mirada el camino seguido hasta allí.Pensé: ahora posees la clave de la mitología y tienes po-

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sibilidad de abrir entonces todas las puertas que dan a lapsiquis humana inconsciente. Pero entonces alguien susu-rró en mí: «¿Por qué abrir todas las puertas?» Surgióentonces la cuestión de qué era lo que yo había logradohasta entonces. Había explicado los mitos de los pueblosprimitivos, había escrito un libro sobre los héroes, sobre elmito en el que desde siempre vive el hombre. «¿Pero enqué mito vive el hombre de hoy?» «En el mito cristiano,podría decirse.» «¿Vives tú en él?», me preguntaba. Sidebo ser sincero, no. No es el mito en el que yo vivo.«¿Entonces ya no tenemos mito?» «No, al parecer ya notenemos mito.» «¿Pero cuál es, pues, tu mito, el mito enque tú vives?» Entonces me sentí a disgusto y dejé depensar. Había llegado al límite.

En 1912, durante las fiestas navideñas, tuve un sueño.Me encontraba en una bella logia italiana con columnas,pavimento de mármol y una balaustrada también en már-mol. Allí estaba yo sentado en una silla dorada de estiloRenacimiento y ante mí se hallaba una mesa de exquisitabelleza. Era de piedra verde, como de esmeralda. Yoestaba sentado y miraba hacia la lejanía, pues la logia sehallaba en lo alto de la torre de un castillo. Mis hijos seencontraban también junto a la mesa.

De repente se acercó un pájaro blanco, una pequeñagaviota o una paloma. Delicadamente se posó sobre lamesa y yo hice señas a mis hijos para que guardaran silen-cio y no asustaran al bello pájaro blanco. De pronto la pa-loma se transformó en una muchachita de cabellos dora-dos y de unos ocho años. Salió corriendo con los niños yjugaron juntos en el soberbio claustro del castillo.

Yo quedé absorto en mis pensamientos, meditandosobre lo que acababa de presenciar. Entonces volvió lachiquilla y con su brazo me rodeó cariñosamente elcuello. De repente desapareció, volvió a estar allí lapaloma y habló lentamente con voz humana: «Sólo en lasprimeras horas de la noche puedo adquirir forma humana,mientras la paloma está ocupada con los doce muertos.»En este momento escapó volando y surcó los aires. Yo medesperté.

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Lo único que podía decir acerca del sueno era quemostraba una extraordinaria vivificación del inconsciente.Pero no conocía ninguna técnica para poder examinar afondo el proceso interno. ¿Qué relación puede tener unapaloma con doce muertos? Respecto de la mesa esmeraldame acordé de la historia de la tabula smaragdina de la le-yenda de Hermes Trimegisto. Él había legado una mesa en laque estaba grabada en lengua griega la esencia de la sa-biduría alquímica. Pensé también en los doce apóstoles, enlos doce meses del año, en los signos del zodíaco. Pero nohallé solución al enigma. Finalmente tuve que rendirme. Nome quedaba otro recurso que esperar vivir más y prestaratención a mis fantasías. Entonces se repitió una fantasíaterrible: allí había algo muerto que todavía vivía. Porejemplo, se llevaban cadáveres a hornos crematorios y en-tonces se observaba que todavía vivían. Estas fantasías seagudizaron y se confundieron en un sueño:

Estaba en un lugar que me recordaba los Alyscampsjunto a Arles. Allí se encuentra una avenida de sarcófagosque se remontan hasta la época de los merovingios. En elsueño salía yo de la ciudad y veía ante mí una avenida pa-recida, con una larga hilera de tumbas. Se trataba de pe-destales cubiertos de losas, sobre los cuales estaban losmuertos de cuerpo presente. Yacían vistiendo antiguos se-pulcrales los caballeros en sus armaduras, pero con la di-ferencia de que los muertos de mi sueño no estaban escul-pidos en piedra, sino momificados de un modo extraño.

Me detuve ante la primera tumba y observé al muerto.Era un hombre de los años treinta del siglo XIX. Con interéscontemplé sus vestiduras. De repente se movió y volvió a lavida. Separó sus manos y supe que ello sucedía sólo porqueyo le estaba mirando. Con una sensación desagradableproseguí mi camino y llegué ante otro muerto que pertenecíaal siglo XVIII. Sucedió lo mismo: cuando lo miré, volvió ala vida y movió las manos. Así fui recorriendo toda la hilerahasta que llegué, por así decirlo, al siglo ΧΠ, a un cruzadoen cota de mallas, que también ya-

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cía con las manos juntas. Su semblante parecía tallado enmadera. Le contemplé largamente, convencido de que estabarealmente muerto. Pero de pronto vi que un dedo de la manoizquierda comenzaba lentamente a moverse.

El sueño me preocupó durante mucho tiempo. Natu-ralmente había aceptado anteriormente la idea de Freud deque en el inconsciente se hallan reliquias de antiguasexperiencias. Sueños como éste y la auténtica vivencia delinconsciente me llevaron a la opinión de que estos restos noson, sin embargo, formas muertas, sino que forman parte dela psiquis viva. Mis posteriores investigaciones confirmaronesta hipótesis y en el transcurso de los años surgió de ella lateoría de los arquetipos.

Los sueños me impresionaban, pero no podían ayu-darme a vencer mi sensación de desorientación. Por elcontrario, vivía como bajo una opresión interior. Con eltiempo se hizo tan fuerte que supuse debía existir en mí untrastorno psíquico. Por dos veces repasé todas las par-ticularidades de mi vida, especialmente los recuerdos de miinfancia; pues creía que quizás había algo en mi pasado quepudiera considerarse como causa de mi trastorno. Pero laojeada retrospectiva resultó infructuosa y tuve que aceptarmi ignorancia. Me dije: «No sé en absoluto lo que hagoahora, ni lo que me sucede.» Así pues, me abandonéconscientemente a los impulsos del inconsciente.

En primer lugar emergió un recuerdo de la infancia,quizás de mis diez u once años. Por entonces jugaba apa-sionadamente con piedras de sillería. Recuerdo claramentecómo construía casitas y castillos y puertas con arcos sobrebotellas. Posteriormente empleaba piedras sin tallar y barrocomo argamasa. Estas construcciones me fascinaron durantemucho tiempo. Para mi asombro, este recuerdo emergíaacompañado de una cierta emoción.

«Vaya», me dije, «¡aquí hay vida! El chiquillo está to-davía aquí y posee una vida fecunda que a mí me falta. ¿Perocómo puedo conseguirlo?». Me pareció imposible cruzar ladistancia entre la actualidad, el hombre adulto y

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mis once años. Pero si quería volver a establecer contactocon aquel tiempo, no me quedaba sino regresar allí y vol-ver a acoger al azar al niño con sus juegos infantiles.

Este instante constituyó un momento decisivo en midestino, pues, tras una inacabable resistencia, consentí fi-nalmente en jugar. Ello no sucedió sin una resignaciónextrema y sin la sensación dolorosa de humillación, de nopoder hacer en realidad nada más que jugar.

Así pues, comencé a reunir piedras apropiadas, enparte a orillas del lago, en parte en el agua, y después co-mencé a edificar: casitas, un castillo, toda una aldea.Faltaba todavía la iglesia y levanté un edificio cuadradocon una torre hexagonal y una cúpula cuadrada. En unaiglesia hay también un altar. Pero vacilaba en construirlo.

Preocupado por la cuestión de cómo podría realizaresta tarea, recorrí un día, como de costumbre, el lago y re-cogí piedras en la arenisca de la orilla. De pronto descubríuna piedra roja: una pirámide cuadrangular, de unos cua-tro centímetros de alto. Era un casco de piedra que habíaadoptado esta forma al rodar en el agua e impulsada porlas olas —puro fruto del azar. Lo sabía ya: he aquí elaltar. La coloqué, pues, en el centro bajo la cúpula ymientras hacía esto recordé el falo subterráneo de misueño infantil. Esta relación despertó en mí unsentimiento de satisfacción.

Cada día construía después de comer, si el tiempo melo permitía. Apenas terminaba de comer, jugaba hasta quellegaban los pacientes; y por la tarde, si el trabajo acabababastante temprano, volvía a mis construcciones. Con ellose aclaraban mis ideas y podía captar las fantasías quesospechaba iba a sentir en mí.

Naturalmente, reflexioné sobre el significado de mijuego y me pregunté: «¿Qué haces realmente? Construyesuna pequeña localidad y lo cumples como un rito.» Nosabía dar una respuesta al porqué de ello, pero poseía laíntima certeza de que estaba en camino de hallar mipropio mito. El edificar no era más que el principio.Desencadenó un alud de fantasías que luego anotécuidadosamente.

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Este tipo de acontecimiento continuó teniendo lugaren mí. Siempre que en mi vida posterior quedaba atasca-do, pintaba un cuadro o esculpía una piedra y ello consti-tuía siempre un rite d'entrée para las idas y trabajos subsi-guientes. Todo lo que escribí en el presente año,1 es decir,Gegenwart und Zukunft (Presente y futuro), Ein modernerMythus (Un mito moderno), Über das Gewissen (Sobre laconciencia), nació de mi labor de picapedrero que em-prendí después de la muerte de mi esposa.2 El último re-toque de mi esposa y su final, lo que con ello comprendí,me ayudaron de un modo prodigioso a salir del trance.Hacía falta mucho para recuperar mi estabilidad y el ocu-parme de estas construcciones me ayudó en gran medida.

Hacia el otoño de 1913 pareció que la opresión quehasta entonces sentía en mí se desplazaba hacia fuera,como si en el aire hubiera algo; en realidad a mí me pare-ció más oscuro que antes. Era como si ya no se tratase deuna situación psíquica, sino de una realidad concreta. Estaimpresión se afirmó cada vez más.

En octubre, cuando me hallaba solo de viaje, me so-brecogió una alucinación: vi una espantosa inundaciónque cubría todos los países nórdicos y bajo el nivel delmar entre el mar del Norte y los Alpes. La inundacióncomprendía desde Inglaterra hasta Rusia y desde lascostas del mar del Norte hasta casi tocar los Alpes.Cuando llegó a Suiza vi cómo las montañas crecían más ymás, como para proteger a nuestro país. Tenía lugar unaterrible catástrofe. Veía la enorme ola amarilla, los restosflotantes de la obra de la cultura y la muerte deincontables miles de personas. Entonces el mar se trocó ensangre. Esta alucinación duró aproximadamente una hora,me confundió y me hizo sentir mal. Me avergoncé de midebilidad.

Pasaron dos semanas y la alucinación volvió a presen-

1. 1957.2. 27 de noviembre de 1955.

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tarse bajo las mismas circunstancias, sólo que la transfor-mación en sangre era todavía más terrible. Oí una voz in-terna: «Míralo, es completamente real y así será; de estono hay duda.»

En el invierno siguiente alguien me preguntó quépensaba acerca de los futuros acontecimientos del mundo.Dije que no pensaban nada, pero vía torrentes de sangre.La alucinación no me dejaba tranquilo.

Me pregunté si las visiones aludían a una revolución,pero no podía acabar de creérmelo. Así pues, saqué laconclusión de que tenía algo que ver conmigo mismo ysupuse que estaba amenazado por una psicosis. La idea dela guerra no se me ocurrió.

Poco después de esto, durante la primavera y a princi-pios de verano de 1914, se repitió tres veces un sueño: queen pleno verano sobrevendría un frío ártico y dejaría alpaís completamente helado. Así veía helada, por ejemplo,toda la región lorenesa y sus canales. Todo el país estabadespoblado y los lagos y ríos se habían helado. Toda lavida vegetal estaba aletargada. Este sueño lo tuve en abrily mayo, y la última vez en junio de 1914.

En el tercer sueño sobrevenía nuevamente una terriblehelada procedente de los espacios interestelares. Tenía, sinembargo, un final inesperado: había un árbol con hojas,pero sin frutos (mi árbol de la vida, pensé yo) y estas ho-jas, por influencia de la helada, se convertían en dulcesgranos de uva llenos de saludable zumo. Tomé las uvas ylas regalé a una gran muchedumbre expectante.

A fines de julio de 1914 fui invitado a ir a Aberdeenpor la British Medical Association, donde, en uncongreso, debía dar una conferencia sobre «Laimportancia del inconsciente en psicopatología».3 Estabaconvencido de que algo iba a suceder, pues tales sueños yvisiones suelen ser pre-

3. La conferencia se publicó en inglés con el título On the Importance of theUnconscious in Psychopathology en el British Medical Journal, Londres, II, 1914.

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monitorios. En mi situación de entonces y con mistemores me pareció obra del destino el que tuviera quehablar precisamente entonces del significado delinconsciente.

El 1 de agosto estalló la guerra mundial. Entonces mitarea consistió en tener que intentar averiguar qué es loque sucedía y en qué medida mi propia vida dependía dela colectividad. Por ello debía ante todo reflexionar sobremí. En un principio se presentaron las fantasías que habíatenido mientras jugaba a las construcciones. Esta laborpasó ahora a primer plano.

A través de esto desapareció un incesante torrente defantasías e hice todo lo posible por no perder mi orienta-ción y hallar mi camino. Me encontraba desamparado enun mundo extraño y todo me parecía difícil e incompren-sible. Vivía constantemente en intensa tensión y me suce-día a menudo como si cayeran sobre mí enormes piedras.Una tormenta desencadenaba otra. Que pudiera soportarloera una cuestión de fuerza bruta. Otros se estrellaron aquí.Nietzsche y también Hölderlin, y muchos otros. Perohabía en mí una fuerza demoníaca y desde un principioestaba claro para mí que debía hallar el sentido de lo queexperimentaba en las fantasías. La sensación de estar so-metido a una voluntad superior, cuando hacía frente a lasembestidas del inconsciente, era innegable y conservósiempre un carácter determinante para cumplir las tareas.4

Me sentía muchas veces tan inquieto que debía domi-nar mis emociones mediante ejercicios de yoga. Perodado que mi objetivo era conocer qué pasaba en mí, loshacía solamente hasta que se recuperaba la tranquilidad ypodía reemprender mi trabajo con el inconsciente. Tanpronto como experimentaba la sensación de volver a seryo mismo dejaba de controlarme y volvía a dar la palabraa las imágenes y voces internas. Los indios, por elcontrario,

4. Cuando Jung habló de estos recuerdos se producía siempre la evocación.«Contento, estar a salvo de la muerte» (Odisea), propuso él como lema para elcapítulo. A. J.

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practican los ejercicios de yoga con el objeto de eliminar porcompleto la multiplicidad de cuestiones e imágenespsíquicas.

En la medida en que lograba traducir mis emociones enimágenes, es decir, hallar aquellas imágenes que seocultaban tras las emociones, sentía tranquilidad interna. Sime hubiera abandonado por completo a mis emociones, lomás probable es que hubiera sido destrozado por lasactividades del inconsciente. Quizás los hubiera podidoseparar, pero entonces habría caído irremisiblemente en unaneurosis y finalmente sus contenidos me hubieran destruido.Mi experimento me afirmó en la convicción de lo valiosoque es, desde el punto de vista terapéutico, hacer conscienteslas imágenes que se hallan detrás de las emociones.

Anoté las fantasías lo mejor que pude y me esforcé endar expresión a las condiciones psíquicas bajo las cualessurgían aquéllas. Sin embargo, sólo pude hacerlo en unlenguaje muy torpe. En primer lugar formulé las visiones talcomo las había percibido, en un «lenguaje poético», pues esel que corresponde al estilo de los arquetipos. Los arquetiposhablan de modo patético y hasta engolado. El estilo de sulenguaje me resulta penoso y va en contra de missentimientos, como si alguien araña con la uña una paredenyesada o rasca con un cuchillo en un plato. Pero yo nosabía de qué se trataba. Así pues, no tenía posibilidad algunade elección. No me quedaban más recursos que anotarlo todoen el mismo estilo elegido por el inconsciente. A veces eracomo si lo percibiese con mis propios oídos. A veces losentía en mi boca, como si mi lengua estuviera formulandolas palabras, e incluso me sucedió que me oía a mí mismomurmurando palabras. Bajo el umbral de la consciencia todoera vivo.

Desde el principio había iniciado la confrontación con elinconsciente como experimento científico que ensayaba enmí mismo y cuyo resultado era para mí de interés vital. Hoyciertamente podría decir también que fue un experi-

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mentó que tuvo lugar en mí. Una de las mayores dificultadesconsistía para mí en tener que arreglármelas con missentimientos negativos. Me entregaba espontáneamente a lasemociones que no podía admitir. Anotaba las fantasías, quecon frecuencia me parecían absurdas y contra las cualesofrecía yo resistencias, pues mientras no se comprende susentido constituyen una mezcla infernal de cosas sublimes yridiculas. Me costó mucho mantenerme firme, pero fuiforzado a ello por el destino. Sólo con ímprobos esfuerzospude finalmente evadirme del laberinto.

Para captar las fantasías que me movían subterránea-mente tuve, por así decirlo, que dejarme caer en ellas.Oponiéndome experimentaba no solamente resistencias, sinoque sentía incluso fuerte miedo. Temía perder mi au-tocontrol y convertirme en víctima del inconsciente, y lo queesto significa me resultaba, como psiquiatra, suficientementeclaro. Pero debía arriesgarme a apresar estas imágenes. Si nolo hacía, corría el riesgo de que me apresaran a mí. Unimportante motivo para estas reflexiones lo constituyó lacircunstancia de que no podía esperar de mis pacientes loque yo mismo no era capaz de hacer. La disculpa de que,junto al paciente, estaba quien le auxiliaba, no era válida.Sabía que el que le auxiliaba, es decir, yo, no conocía aún lamateria por propia concepción, sino que poseía sobre ellocomo máximo algunas ideas teóricas preconcebidas, dedudoso valor. La idea de que me arriesgaba en tan fabulosaempresa, en definitiva, no sólo por mí personalmente, sinotambién por mis pacientes, me ayudó poderosamente endiversas fases críticas.

Fue en la época de adviento del año 1913 cuando medecidí a realizar el primer paso (12 de diciembre). Estabasentado ante mi escritorio y meditaba una vez más sobre mistemores y me abandoné. Me ocurrió como si el suelo cedieraliteralmente bajo mis pies, y como si cayese en un oscuroabismo. No podía reprimir en mí una sensación de pánico.Pero de pronto y no a demasiada profundidad, me

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sentí sofocado y débil sobre mis pies, con lo que experi-menté una gran alivio. Sin embargo, me hallaba en unaoscuridad, que ahora parecía un profundo crepúsculo.Ante mí se hallaba la entrada a una cueva más oscura to-davía; allí había un gnomo. Me pareció que era de cuero,como si estuviera momificado. Me apresuré a pasar delan-te suyo a través de la estrecha entrada y vadeé unas aguasheladas que me llegaban a la rodilla hasta el otro extremode la caverna. Allí se encontraba sobre una roca un cristalrojo y resplandeciente. Tomé la piedra, la levanté y descu-brí que bajo ella había una cavidad. En un principio nopodía reconocer nada, pero finalmente en el fondo descu-brí una corriente de agua. Un cadáver pasó flotando, unmuchacho de rubios cabellos, herido en la cabeza. Le se-guía un enorme escarabajo negro y entonces apareció,emergiendo del fondo de las aguas, un sol rojo recién sali-do. Cegado por la luz quise colocar nuevamente la piedraen la abertura, pero se precipitó un líquido a través de lamisma. ¡Era sangre! Un grueso chorro saltó y sentí náu-seas. El flujo de sangre continuó durante un tiempo inso-portablemente largo para mí. Finalmente se extinguió ycon ello finalizó la visión.

Me sentía impresionado en lo más íntimo por las imá-genes. Naturalmente veía que la pièce de résistence era unmito de héroe y del sol, un drama de muerte y renovación.El renacimiento se explicaba por el escarabajo egipcio.Después de esto hubiera debido seguir el nuevo día. En lu-gar de ello llegó el insoportable flujo de sangre, un fenó-meno completamente anómalo. Pero entonces recordé misvisiones de sangre del otoño del mismo año y desistí decomprender todo intento posterior.

Seis días después (18 de diciembre de 1913) tuve elsiguiente sueño:

Me encontraba con un joven moreno desconocido, unsalvaje, en una solitaria montaña rocosa. Era antes deamanecer, el cielo del este era ya claro y las estrellas seextinguían. Entonces resonó por las montañas el cuernode

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Sigfrido y supe que debíamos matarle, íbamos armadoscon fusiles y le acechábamos en un estrecho acantilado.

De pronto apareció Sigfrido en lo alto de la cumbrede la montaña, con el primer rayo del sol naciente. En uncarro de osamenta descendía rápidamente por la pendienterocosa. Al doblar él una esquina, disparamos sobre él y sedesplomó, herido de muerte.

Lleno de asco de mí mismo y arrepentimiento por ha-ber destruido algo tan grande y bello, intenté huir, impul-sado por el miedo, pues podían descubrir el crimen. En-tonces comenzó a llover copiosamente y supe que todaslas huellas del crimen quedarían borradas. Había escapadoal peligro de ser descubierto, la vida podía continuar, peroquedaba un insoportable sentimiento de culpa.

Cuando desperté medité sobre este sueño, pero me re-sultó imposible comprenderlo. Intenté, pues, dormirmenuevamente, pero una voz dijo: «¡Tienes que comprenderel sueño e inmediatamente!» La agitación interior fue au-mentando hasta el terrible instante en que la voz dijo: «¡Sino comprendes el sueño tendrás que disparar sobre ti!» Enmi mesita de noche había un revólver cargado y sentí mie-do. Entonces volví a meditar y de pronto comprendí elsentido del sueño: «¡Éste es el problema que se le planteaal mundo!» Sigfrido representa lo que los alemanesquisieran realizar, a saber: imponer heroicamente supropia voluntad. «¡Donde hay una voluntad se encuentraun camino!» Lo mismo quería yo. Pero ahora ya no eraposible. El sueño mostraba que la actitud que seencarnaba por medio de Sigfrido, el héroe, ya no seadecuaba más a mí. Por ello él tenía que ser asesinado.

Después de esto experimenté gran compasión, comosi hubiesen disparado sobre mí. En ello se expresaba misecreta identidad con el héroe, así como el sufrimientoque el hombre experimenta cuando es forzado a sacrificarsu ideal y su actitud consciente. Pero había que dar fin aesta identidad con el ideal del héroe; pues existe algo másalto que la voluntad del Yo y a lo cual hay que someterse.

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Estas ideas me bastaron por el momento y me dormínuevamente.

El salvaje moreno que me había acompañado y quepropiamente había tomado la iniciativa del crimen es unaencarnación de la sombra* primitiva. La lluvia muestraque desaparecía la tensión entre lo consciente y loinconsciente.

A pesar de que entonces no me era posible todavíacomprender el significado del sueño por los escasos indi-cios, se liberaron nuevas fuerzas que me ayudaron a llevara su fin mi experimento con el inconsciente.

Para captar las fantasías me representé muchas vecesuna pendiente. Una vez, para llegar a las profundidades,fueron necesarios muchos intentos. La primera vez alcan-cé, por así decirlo, una profundidad de trescientos metros;la siguiente fue ya una profundidad cósmica. Era como unviaje a la luna, o como un descenso al vacío. En primer lu-gar se presentó la imagen de un cráter y tuve la sensaciónde estar en el país de los muertos. Al pie de una peña di-visé dos figuras, un anciano con barba blanca y una her-mosa chiquilla. Hice acopio de todo mi valor y fui a su en-cuentro como si fuesen hombres auténticos. Atentamenteescuché lo que me dijeron. El anciano explicaba que eraElias y ello me produjo un shock. ¡La muchacha me des-concertó aún más, pues se llamaba Salomé! Era ciega.¡Qué extraña paradoja: Salomé y Elias! Elias asegurabaque él y Salomé se pertenecían mutuamente desde laeternidad y ello me confundió totalmente. Con ellos vivíauna serpiente negra que manifestó visible inclinaciónhacia mí. Me dirigí a Elias porque parecía ser el mássensato de los tres y parecía disfrutar de buenainteligencia. Frente a Salomé sentía desconfianza. Elias yyo tuvimos una larga conversación, cuyo sentido yo nopodía captar.

Naturalmente, intenté explicarme la presencia de lasfiguras bíblicas en mi fantasía por el hecho de que mi pa-

* Cfr. Glosario.

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dre había sido un sacerdote. Pero con ello nada se explicabaaún. ¿Pues qué significa el anciano? ¿Qué significa Salomé?¿Por qué están juntos? Sólo años después, cuando supemuchas cosas más, me pareció natural la relación entre elanciano y la muchacha.

En tales incursiones al mundo de los sueños se halla confrecuencia un anciano que va acompañado de una joven y enmuchas narraciones míticas se hallan ejemplos de tal pareja.Así, por ejemplo, según la tradición gnóstica, Simón Magusandaba siempre en compañía de una joven que debió recogeren un burdel. Se llamaba Elena y pasaba por lareencarnación de la troyana Elena. Klingsor y Kundry,Laotsé y la bailarina, son otros tantos ejemplos.

En mi fantasía, como he dicho, junto a Elias y Salomé,una tercera figura, la gran serpiente negra. En los mitos laserpiente es con frecuencia la rival del héroe. Existen nu-merosos relatos sobre sus analogías. Así se dice, por ejem-plo, que el héroe tenía ojos de serpiente, o que después de sumuerte se transformó en una serpiente, y se levantó como tal,o que la serpiente era su madre, etc. En mi fantasía lapresencia de la serpiente anunciaba un mito de héroe.

Salomé es una figura anímica. Es ciega porque no ve elsentido de las cosas. Elias es la figura del viejo sabio profetay representa el elemento racional, Salomé el erótico. Sepodría decir que ambas figuras son encarnaciones del Logosy el Eros. Pero una definición de este tipo sería yademasiado intelectual. Es más razonable en un principiodejar en su lugar las dos figuras, tal como se me aparecieronentonces a mí, es decir, como manifestaciones de procesosinconscientes.

Poco después de estas imágenes emergió otra figura delinconsciente. Se había originado a partir de la figura deElias. La llamé Filemón. Filemón era un pagano que apor-taba una influencia egipcio-helenística con matiz gnóstico.Su figura se me apareció por vez primera en un sueño:

El cielo era azul, pero parecía el mar. Estaba cubierto —no por las nubes— por pardos terrones. Parecía como si

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los terrones se separaran y que entre ellos pudiera verse elagua azul del mar. Pero el agua era el cielo. De prontovino volando por la derecha un ser alado. Era un ancianocon astas de toro. Llevaba un traje con llaves y sosteníauna de ellas como si estuviese a punto de abrir la verja deun castillo. Era alado y sus alas eran las del alción con suscolores característicos.

Dado que no comprendía la imagen del sueño, la pin-té para hacérmela más comprensible. En los días en queme ocupaba de esto encontré a orillas del lago de mi jar-dín ¡un alción muerto! Me sentí como alcanzado por unrayo. Sólo muy excepcionalmente se encuentran alcionesen las cercanías de Zurich. Por ello me afectó tanto estacoincidencia aparentemente casual. El cadáver era todavíafresco, como máximo de dos o tres días, y no presentabaninguna herida exterior.

Filemón y otras figuras de la fantasía me llevaron alconvencimiento de que existen otras cosas en el alma queno hago yo, sino que ocurren por sí mismas y tienen supropia vida. Filemón representaba una fuerza que no erayo. Tuve con él conversaciones imaginarias y él hablabade cosas que yo no había imaginado saberlas. Me dicuenta de que era él quien hablaba, y no yo. Él meexplicaba que yo me comportaba con mis ideas como silas hubiera creado yo mismo, mientras que, en su opinión,estas ideas poseían su propia vida como los animales en elbosque o los hombres en una habitación, o los pájaros enel aire: «Si ves hombres en una habitación, no se teocurriría decir que los has hecho o que eres responsable deellos», me explicó. Así iba yo familiarizandopaulatinamente con la objetividad psíquica, la «realidaddel alma».

A través de las conversaciones con Filemón se mehizo patente la diferencia entre yo y mi objeto ideológico.También él se me presentaba objetivamente, por asídecirlo, y comprendí que hay algo en mí, que puedeexpresar cosas que yo no sé, ni sospecho, cosas que,quizás, vayan dirigidas incluso contra mí.

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Desde el punto de vista psicológico, Filemón repre-sentaba una actitud de superioridad. Era para mí una fi-gura misteriosa. A veces se me aparecía de un modo casireal. Me paseaba con él por el jardín, y era para mí lo quelos indios definen como gurú.

Cada vez que se perfilaba una nueva personificaciónexperimentaba yo casi un fracaso personal. Ello significa-ba: «¡Y entretanto tampoco sabías tú esto!» y me invadíael miedo de que quizás la serie de tales figuras era infinitay pudiera perderme en los abismos de la ilimitadaignorancia. Mi yo se sentía rebajado de valor, a pesar deque los numerosos éxitos externos podían hacerme sentirun «privilegiado». Entonces no deseaba en mis tinieblas(Hórridas nostrae mentis purga tenebras, dice la AuroraConsurgens)5 nada mejor que un concreto y verdaderogurú, una sabiduría y un poder supremos que medesenmarañasen las espontáneas creaciones de mifantasía. Esta tarea la emprendió Filemón, a quien, en esteaspecto, nolens volens, tuve que reconocer como maestrodel alma. De hecho, me transmitió pensamientosinspirados.

Más de quince años después me visitó un viejo y cul-to indio, un amigo de Gandhi y conversamos sobre la en-señanza india, en especial de la relación entre gurú y che-lah. Titubeando le pregunté si podía darme quizás infor-mación sobre la naturaleza y carácter de su propio gurú, alo que respondió en un tono matter-of-fact: «¡Oh, sí, fueshankaracharya!»

«¿No se refiere usted al comentarista de los Vedas?—observé yo—. Éste hace muchos siglos que murió.»

«Sí, a éste me refería», respondió, con gran asombropor mi parte.

«Así, pues, ¿usted se refiere a un espíritu?», pregunté.«Naturalmente, era un espíritu», corroboró él.En este instante recordé a Filemón.

5. Una fórmula alquímica que se atribuye a Tomás de Aquino. Tr: Lim-pia nuestro espíritu de las terribles tinieblas.

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«Existen también gurús espirituales —añadió—. Lamayoría tienen por gurú a un hombre viviente. Pero haysiempre quienes tienen por maestro a un espíritu.»

Esta noticia me resultó tan consoladora como aclara-toria. Así pues, yo no me había apartado en modo algunodel mundo de los hombres, sino que simplemente habíaexperimentado lo que les sucede a los hombres que se de-dican a trabajos de este tipo.

Posteriormente Filemón quedó condicionado a otrafigura que se presentó y a la que designé por Ka. En el an-tiguo Egipto imperaba el «Ka del rey» como su forma te-rrena, como el alma de la forma. En mi imaginación, el«alma de Ka» provenía de abajo, de la tierra, como de unpozo profundo. Lo pinté en su forma terrena, como unacolumna de Hermes, cuyo zócalo era de piedra y su capi-tel de bronce. En lo más alto del cuadro aparece un ala dealción, y entre él y la cabeza del Ka se extiende una redon-da y luminosa galaxia. La expresión del Ka tenía algo dia-bólico, podría decirse mefistofélico. En la mano sosteníaun objeto, parecido a una pagoda coloreada o un relicarioy en la otra una pluma con la que trabajaba, decía de símismo: «Yo soy el que sepulta a los dioses en oro ypiedras preciosas.»

Filemón tiene un pie paralizado, pero es un espíritualado, mientras que Ka representa una especie de demonioterrestre o metálico. Filemón es el aspecto espiritual, «elsentido»; Ka, por el contrario, un espíritu de la naturalezacomo el antroparion de la alquimia griega, que por ciertoentonces no conocía yo todavía.6 Ka es el que realmentelo hace todo, pero que oculta el espíritu del alción, elsentido, o lo sustituye por la belleza, el «eterno destello».

Con el tiempo pude integrar ambas figuras. A ello meayudó el sentido de la alquimia.

6. Antroparion es un «hombrecillo», una especie de homúnculo. En elgrupo de los antroparion se encuentran los hombrecillos de la tierra, los dakty-Icn de los antiguos, el homúnculo de los alquimistas. También el Mercurius ai-químico era, como espíritu del mercurio, un antroparion. A. J.

22O

Mientras anotaba mis fantasías, me pregunté una vez:«¿Qué hago realmente? Seguro que no tiene nada que vercon la ciencia. Entonces, ¿qué es?» Entonces una voz medijo a mí: «Es arte.» Quedé muy asombrado, pues no seme había ocurrido que mis fantasías tuvieran algo que vercon el arte, pero me dijo: «Quizás mi inconsciente haadoptado una personalidad que no soy yo y que desea te-ner ocasión de manifestar sus propias oposiciones.» Sabíaque la voz provenía de una mujer y reconocí en ella la vozde una paciente, una psicópata muy inteligente que teníagran confianza en mí. Había llegado a ser una forma vi-viente en mi interior.

Naturalmente que lo que hacía no era ciencia. ¿Puesqué otra cosa podía ser entonces sino arte? ¡En todo elmundo parecían existir sólo estas dos alternativas! Tal esel típico modo de argumentar femenino.

Con firmeza y lleno de reticencia expliqué a la vozque mis fantasías no tenían nada que ver con el arte.Entonces calló ella y yo continué escribiendo. Luego vinoel siguiente ataque; la misma afirmación: «Esto es arte.»Nuevamente protesté: «No, no lo es. Por el contrario, esnaturaleza.» Esperaba nuevas réplicas y discusiones, perocomo no ocurrió nada, pensé que la «mujer en mí» noposeía ningún centro del habla y le propuse servirse de milenguaje. Aceptó la propuesta y expuso su punto de vistaen una larga parrafada.

Me interesaba extraordinariamente que una mujer demi interior se mezclara en mis ideas. Probablemente, asílo pensé, se trataba del «alma» en el sentido primitivo yme pregunté por qué el alma se define como «ánima».¿Por qué se representaba como femenina? Posteriormentevi que la figura femenina que yo me representaba setrataba de una figura típica o arquetípica en elinconsciente del hombre, y la definí como «ánima».* Lafigura respectiva inconsciente de la mujer la llamé«animus».

* Cfr. Glosario.

221

En un principio era el aspecto negativo del ánima lo queme impresionó. Sentía timidez ante ella, como ante unapresencia invisible. Luego intenté relacionarme con ella deotro modo y consideré las manifestaciones de mi fantasíacomo cartas a ella dirigidas. Escribí, por así decirlo, a unaparte de mí mismo, que mantenía otro punto de vista distintoal de mi consciencia, y obtuve respuestas sorprendentes einusitadas. ¡Me sentí como un paciente analizado por unespíritu femenino! Cada noche hacía mis esquemas, pues,pensaba: si no escribo al ánima no podrá captar misfantasías. Sin embargo existía otra razón para miescrupulosidad: lo escrito al ánima no podía variarlo, de ellono podía tramar intriga alguna. En este aspecto se puedeestablecer una profunda diferencia sobre si se trata de contaralgo o si realmente se toma nota de algo. En mis «cartas»intentaba yo ser lo más sincero posible, según el refrángriego: «Despréndete de lo que posees y recibirás.»

Sólo paulatinamente aprendí a distinguir entre mis ideasy los argumentos de la voz. Así, por ejemplo, cuando queríadesviarme hacia cuestiones banales yo decía: «Esto estábien, ya lo he experimentado y pensado antes. Pero no estoyobligado a estar expuesto a esto hasta el fin de mis días.¿Para qué esta humillación?»

Lo más importante aquí es la diferenciación entre laconsciencia y el contenido del inconsciente. A éste hay queaislarlo, por así decirlo, y ello se logra más fácilmente si sepersonifica y luego se le pone en contacto con la cons-ciencia. Sólo de este modo se puede arrebatarle el poder,que, de lo contrario, se ejerce sobre la consciencia. Dado quelos temas del inconsciente poseen un cierto grado deautonomía, esta técnica no presenta dificultades especiales.Es algo distinto intimar con el hecho de la autonomía de lostemas inconscientes. Y precisamente aquí reside laposibilidad de entrar en relación con el inconsciente.

En realidad la paciente, cuya voz hablaba en mí, ejercíauna influencia funesta sobre los hombres. Había logradopersuadir a un colega mío de que era un artista incom-

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prendido. Él así lo había creído y se desanimó por ello. ¿Lacausa de este fracaso? Este hombre vivía no de su propioreconocimiento, sino del de los demás. Esto es peligroso.Ello le produjo inseguridad y lo dejó a merced de las insi-nuaciones del ánima; pues lo que ella dice posee muchasveces una fuerza tentadora y una astucia profunda.

Si las fantasías del inconsciente las hubiese consideradoun arte, las hubiera podido contemplar con mis ojos internoso proyectarlas como una película. No les hubiera sidoinherente la fuerza de convicción como a toda percepciónsensorial, y un deber moral frente a ellas no se me hubieraimpuesto. El ánima me hubiera podido convencer también deque era un artista incomprendido y mi soi-di-sant, vida deartista, me otorgaba el derecho a descuidar la realidad. Sihubiera seguido su voz, lo más probable era que me hubiesedicho un día: «¿Te imaginas quizás que el absurdo a que tededicas es arte? ¡En absoluto!» La doblez del ánima, altavozdel inconsciente, puede aniquilar completamente a unhombre. Decisiva es siempre en último término laconsciencia que comprende las manifestaciones delinconsciente y adopta una postura frente a ellas.

Pero el ánima tiene también un aspecto positivo. Es laque facilita a la consciencia las imágenes del inconsciente yante todo de ello se trataba en mí. Durante décadas me dirigísiempre al ánima cuando sentía que mi afectividad estabaalterada y me encontraba sumido en la inquietud. Entoncessiempre hallaba algo en el inconsciente. En tales instantespreguntaba al ánima: «¿Qué vuelves a tener ahora? ¿Quéves? ¡Quiero saberlo!» Tras ciertas resistencias, meproyectaba ella normalmente la imagen que veía. Tan prontocomo emergía la imagen desaparecía la desazón o laopresión. Toda la energía de mis emociones se convertía eninterés y curiosidad por su contenido. Entonces hablaba conel ánima de las imágenes; pues debía comprender lo mejorposible estas imágenes, al igual que los sueños.

Hoy ya no necesito más conversar con el ánima, pues yano experimento tales emociones. Pero si volvieran a

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presentarse volvería a obrar del mismo modo. Hoy lasideas me son inmediatamente conscientes porque heaprendido a aceptar y comprender los temas del incons-ciente. Sé cómo comportarme frente a las imágenes inter-nas. Puedo interpretar el sentido de las imágenes directa-mente a partir de mis sueños y ya no necesito para elloninguna intermediaria.

Las fantasías que se me presentaban entonces las es-cribí primeramente en el Schwarzes Buch (Libro negro) yposteriormente las trasladé al Rotes Buch (Libro rojo), elcual amplié también con ilustraciones.7 He emprendido elvano intento de disponer de un modo estético mis fanta-sías en el Rotes Buch, aunque todavía no lo he terminado.8

Era consciente de que no hablaba todavía el lenguaje ade-cuado, que debía todavía traducirlo. Así, pues, pronto re-nuncié a lo estético y me esforcé formalmente en com-prender. Veía que tantas fantasías requerían una base fir-me y que en primer lugar debía volver a la realidad huma-na. Esta realidad era para mí la comprensión científica. Delas razones que el inconsciente me había dado debía ex-traer las conclusiones concretas, y ello se convirtió en elobjetivo del trabajo de mi vida.

El retoque estético en el Rotes Buch era necesario pormás que ello me molestase; pues sólo gracias a ello tuveconocimiento de mi obligación moral respecto a lasimágenes. Influyó poderosamente en mi vida. Comprendíque ningún lenguaje es tan perfecto que pueda sustituir ala vida. Si se intenta sustituir la vida, no sólo no seconsigue, sino que a la vida se la arruina. Para conseguirliberarse de la tiranía de las premisas inconscientes sonnecesarias dos cosas: cumplir lo mismo con la obligaciónintelectual que con la moral.

7. El Schwarzes Buch comprende seis volúmenes encuadernados en pielnegra; el Rotes Buch, un infolio encuadernado en piel roja, contiene las mismasfantasías, pero en una forma y lenguaje retocados y en escritura gótica caligráfica, a la manera de los manuscritos medievales. A. ).

8. Cfr. Apéndice, pp. 446-447.

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Es naturalmente una ironía el que yo, como psiquia-tra, haya topado en mi experimento, por así decirlo, a cadapaso con aquel material psíquico que constituye los ele-mentos de una psicosis y que por ello se encuentra en elfrenopático. Es aquel mundo de las imágenes inconscien-tes que sume al enfermo mental en fatal confusión, perotambién a la vez una matriz de la fantasía creadora de mi-tos, que han desaparecido de nuestra época racional. Lafantasía mítica existe ciertamente en todas partes, pero estan mal vista como temida, y parece incluso una experien-cia arriesgada a una aventura equívoca confiarse a la sen-da insegura que conduce a las profundidades del incons-ciente. Pasa por una senda del error, de la doblez y delequívoco. Pienso en las palabras de Goethe: «Atrévete aabrir las puertas ante las cuales todos prefieren pasar delargo...» Fausto II es algo más que un ensayo literario. Esun eslabón en la Áurea Catena,9 que desde los inicios dela alquimia filosófica y del gnosticismo hasta elZaratustra de Nietzsche —casi siempre impopular,ambiguo y peligroso— representa un viaje de exploraciónhacia el otro polo del mundo.

Naturalmente necesité hacer un alto en «este mundo»mientras trabajaba en mis fantasías, y puedo decir que ellofue para mí la familia y la profesión. Me era vitalmentenecesario llevar también una vida evidentemente racional,como contrapeso al extraño mundo interior. La familia yla profesión continuaron siendo para mí la base a la quesiempre podía regresar y que me demostraba que era unhombre corriente que existía realmente. Los temas del in-consciente podían a veces sacarme de quicio, pero lafamilia y la profesión representaban: tengo un diploma demédico, debo asistir a mis pacientes, tengo una mujer ycin-

9. «Áurea Catena» (cadena de oro) es una alusión a la fórmula alquími-ca «Áurea Catena Homeri» (1723). Con ello se hace referencia a una fila dehombres sabios que, comenzando por Hermes Trimegistos, unen la tierra y elcielo. A. J.

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co hijos y vivo en la Seestrasse número 228, en Küsnacht,eran realidades que me reclamaban. Me demostraban díatras día que existía realmente y no sólo como una hojamovida por el soplo del espíritu como un Nietzsche.Nietzsche perdió el suelo bajo sus pies porque no poseíamás que el mundo interior de sus ideas, que además leposeían a él más que él a ellas. Estaba desarraigado yvolaba sobre la tierra y por ello cayó en la exageración yen la irrealidad. Esta irrealidad era para mí el conceptoinmanente del horror, pues yo me refería a este mundo y aesta vida. Incluso cuando muy absorto y desplazado sabíasiempre que todo cuanto me sucedía se refería a miverdadera vida, a cuya amplitud y sentido yo procurabaresponder, mi divisa era: Hic Rhodus, hic salta!

Así pues, mi familia y mi profesión eran siempre unarealidad feliz y una garantía de que yo existía normal yrealmente.

Muy paulatinamente se perfiló en mí un cambio. En elaño 1916 experimenté una inclinación por la creación li-teraria: me sentí por así decirlo impulsado desde dentro aformular y expresar lo que en cierto modo podría haberdicho Filemón. Así surgieron los Septem Sermones adMor-tuos con su típico lenguaje.10

Con ello comencé a experimentar una intranquilidad,que no sabía qué significaba, o qué es lo que «se» queríade mí. Existía una atmósfera extrañamente cargada a mialrededor y tenía la impresión de que el aire estaba llenode entes fantasmagóricos. Entonces comenzaron a rondarduendes por la casa: mi hija mayor veía por la noche unafigura blanca atravesar la habitación. Mi otra hija contaba—independientemente de la primera— que le habían le-vantado la manta de la cama dos veces por la noche y mihijo de nueve años tuvo un sueño terrorífico. Por la ma-ñana pidió lápices de colores a su madre y él, que nunca

10. Siete sermones a los muertos. Cfr. Apéndice, p. 447 y ss.226

había hecho un dibujo, dibujó el sueño. Lo llamaba «El di-bujo del pescador». En medio del dibujo había un río y en laorilla estaba un pescador con una caña de pescar. Habíaatrapado un pez. En la cabeza del pez se hallaba una chi-menea a través de la cual salía fuego y humo. Por la otraorilla llegaba el diablo volando por los aires. Juraba que lehabían robado el pez. Pero sobre el pescador se cernía unángel que decía: «Tú no puedes hacerle nada: ¡pesca sólo lospeces malos!» Este dibujo lo hizo mi hijo la mañana de unsábado.

El domingo por la tarde, hacia las cinco, en la puerta dela casa sonó la campanilla con insistencia. Era un domingoluminoso y las dos muchachas estaban en la cocina desdedonde se podía ver el espacio abierto ante la puerta de lacasa. Yo me encontraba cerca de la campanilla, la oí sonar yvi cómo se movía el martillo. Todos corrieron in-mediatamente hacia la puerta para ver quién llamaba ¡peroallí no había nadie! ¡Nos miramos como alelados! ¡Les digoque la atmósfera estaba cargada! Entonces supe que teníaque suceder algo. La casa estaba repleta de gentío, toda llenade espíritus. Los había hasta bajo la puerta y se tenía lasensación de apenas poder respirar. Naturalmente, meacuciaba la pregunta: «Por el amor de Dios, ¿qué es esto?»Entonces gritaron en coro: «Regresamos de Jerusalén, dondeno hallamos lo que buscábamos.» Estas palabrascorrespondían a las primeras líneas del Septem Sermones adMortus.

Entonces la inspiración comenzó a fluir de mí y en trestardes escribí este acontecimiento. Apenas hube dejado lapluma, desapareció la legión de espectros. El aquelarre habíaterminado. La habitación se volvió tranquila y pura laatmósfera. Así hasta la noche siguiente, en que nuevamentese amotinaron algo y se fueron del mismo modo. Esto fue en1916.

Este acontecimiento hay que aceptarlo tal como fue ocomo pareció ser. Posiblemente tuvo relación con el estadoemocional en que entonces yo me encontraba y en el

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que podían presentarse fenómenos parapsicológicos. Erauna constelación inconsciente, y la atmósfera característi-ca de tal constelación me era bien conocida como numende un arquetipo. «¡Es apto, se manifiesta!» El intelecto de-sea naturalmente apropiarse un conocimiento científicosobre un hecho de este tipo, o mejor todavía aniquilar todolo sucedido como una anomalía. ¡Qué desesperación seríaun mundo sin anomalías!

Poco antes de este acontecimiento escribí una fantasíaque se me fue el alma. Constituyó para mí un suceso muyimportante. El alma, el ánima, crea la relación en elinconsciente. En cierto sentido es también una relacióncon la colectividad de los muertos, pues el inconscientecorresponde al país mítico de los muertos, al país de lospresentimientos. Así pues, cuando el alma desaparece enuna fantasía ello significa que se ha retirado al incons-ciente o al «país de los muertos». Ello corresponde a ladenominada pérdida del alma, un fenómeno que se en-cuentra con relativa frecuencia entre los primitivos. En el«país de los muertos» el alma experimenta una secreta vi-vificación y da forma a las huellas ancestrales, a los temascolectivos del inconsciente. Igual que una médium, da alos muertos posibilidad de manifestarse. Por ello, muypronto después de la desaparición del alma aparecieron enmí los «muertos», y surgieron los Septem Sermones adMortuos.

Entonces, y a partir de tal momento, los muertos seme han convertido cada vez más claramente en voces delincontestado, del no-desligado y no-rescatado, puesto quelas preguntas y exigencias, a las que yo tenía fatalmenteque responder, no me vinieron de fuera, sino del mundointerior. Así, pues, las conversaciones con los muertos, losSeptem Sermones, constituyeron una especie de prólogode lo que yo tenía que comunicar al mundo acerca del in-consciente: un cierto croquis y resumen del contenido ge-neral del inconsciente.

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Cuando hoy vuelvo la vista atrás y medito sobre elsentido de lo que me sucedió en la época de mi trabajo sobrelas fantasías me parece como si se hubiese presentado antemí una embajada con plenos poderes. En las imágenes habíacosas que no sólo me afectaban a mí, sino también a muchosotros. De ello resultó que ya no pudiera considerar que mepertenecía a mí nada más. A partir de entonces mi vidapertenecía a lo universal. Los conocimientos que meafectaban o que yo buscaba en aquellos días no habíanentrado aún a formar parte de la ciencia. Yo mismo debíarealizar preexperimentos y además tenía que intentar situarlo experimentado en el terreno de la realidad, de lo contrariohubiera permanecido en una situación de condicionamientosubjetivo no viable. Entonces me supe al servicio del alma.La amé y la odié, pero constituía mi mayor riqueza. El queme supeditara a ella constituía la única posibilidad de vivir ymantener mi existencia como un todo relativo.

Hoy puedo decir: no me he alejado nunca de mis vi-vencias iniciales. Todos mis trabajos, todo cuanto he creadoespiritualmente, parte de mis imaginaciones y sueñosiniciales. En 1912 comenzó lo que hasta ahora ha duradocasi cincuenta años. Todo cuanto he hecho en mi vidaposterior está ya contenido en ellas, aunque sólo en forma deemociones o imágenes.

Mi ciencia fue el medio y la única posibilidad de salir deaquel caos. De lo contrario este material me hubieraaprisionado como lampazos o plantas de pantano. Invertítodas mis fuerzas para comprender todos los temas, cadaimagen en particular, en ordenarlas lo más racionalmenteposible y realizarlas en vida. Esto es precisamente lo quecasi siempre se descuida. Se deja emerger las imágenes y seasombra uno quizás de ellas, pero con ello se da uno porsatisfecho. No se esfuerza en comprenderlas, y menos ensacar las consecuencias morales. Ello es causa de los efectosnegativos del inconsciente.

Incluso aquel que comprende en cierto modo las imá-

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genes, pero cree sin embargo que lo ha logrado a sabien-das, incurre en un error peligroso. Pues quien no considerasu conocimiento como una obligación moral transgrede elprincipio de autoridad. Pueden resultar de ellos efectosdestructivos que no sólo destruyen a los demás sino almismo objeto de conocimiento. Con las imágenes del in-consciente se impone al hombre una difícil responsabili-dad. La no-comprensión, así como la carencia de obli-gación moral, arrebatan a la existencia su integridad yotorgan a muchas vidas individuales el penoso carácterfragmentario.

En la época en que me ocupaba de las imágenes delinconsciente decidí retirarme de la Universidad de Zurich,en la que durante ocho años había sido profesor auxiliar(desde 1905). La vivencia y experiencia de lo inconscienteme había coartado intelectualmente en grado extremo.Después de finalizar el libro sobre Wandlungen un Symbo-le der Libido (1911)11 me fue imposible leer un libro cien-tífico durante tres años. Así tuve la sensación de que nopodía ya tomar parte en el mundo del intelecto. Además,no hubiera podido hablar de lo que me preocupaba. Elmaterial proporcionado por el inconsciente me había de-jado, por así decirlo, atónito. No podía entonces com-prenderlo ni en modo alguno darle forma. Sin embargo, enla universidad ocupaba un puesto muy delicado y sentíque debía ante todo hallar una orientación nueva y to-talmente distinta, y que hubiese sido no jugar limpio en-señar a estudiantes jóvenes en un estado de ánimo domi-nado por las dudas.12

Con ello me vi situado ante la alternativa: o prosigo

11. Symbole der Wandlung, nueva edición revisada, 1952.12. Durante este intervalo de tiempo Jung escribió poco: algunos ar

tículos en inglés y el trabajo Das Unbewusste im normalen und knanken Seelen-Icben (Lo inconsciente en la vida del alma normal y enferma) [tras refundirlo,apareció con el título Über die Psychologie des Unbewussten (Sobre la psicologíadel inconsciente), 7.a edición, 1960]. El período finalizó con la publicación dellibro Psychologische Typen (Tipos psicológicos), 1921. A. ).

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con mi carrera académica, que entonces ante mí se abría, osigo a mi íntima personalidad, la «suprema razón», ycontinúo la maravillosa tarea, el experimento del análisisdel inconsciente.

Así pues, abandoné conscientemente mi carrera aca-démica, pues antes de que mi experimento hubiera termi-nado yo no podía presentarme en público.13 Sospechabaque era algo grande lo que a mí me sucedía y confié en loque me parecía sub specie aeternitatis más importante.Sabía que llenaría mi vida y por tal causa estaba dispuestoa correr cualquier riesgo.

¿Qué significaba que fuera profesor o no? Natural-mente que me disgustó, sentía incluso rabia por el destinoy en muchos aspectos lamenté el no poder circunscribirmea lo que es comprensible para todos. Pero emociones deeste tipo son pasajeras. En el fondo no significan nada.Por el contrario, lo otro es importante y si uno se concen-tra en lo que la íntima personalidad quiere y dice, desapa-rece el dolor. Así me sucedió siempre, no sólo cuando re-nuncié a mi carrera académica. Las primeras experienciasde este tipo las hice ya de pequeño. En mi juventud erairascible, pero siempre que la emoción llegaba a su puntoculminante cedía rápidamente y renacía la calma. Enton-ces me sentía alejado de todo y lo que me había irritadoparecía pertenecer a un lejano pasado.

La consecuencia de mi decisión y del ocuparme decosas que ni yo ni los demás podían comprender consistióen un gran aislamiento. Lo vi claro muy pronto. Mepreocupaban pensamientos sobre los cuales no podíahablar con nadie; sólo hubiesen sido mal entendidos.Experimenté,

13. En el año 1933 Jung reemprendió su actividad docente en la EscuelaSuperior Técnica de Zurich. En 1935 fue nombrado profesor titular. En 1942abandonó este cargo por motivos de salud, pero en 1944 siguió el nombra-miento de profesor numerario de la Universidad de Basilea en el marco de unacátedra de psicología médica fundada para él. Después de la primera dase tuvo,sin embargo, que abandonar también sus actividades docentes a causa de unagrave enfermedad y un año después dimitió. A. J.

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del modo más agudo, la posición entre el mundo exteriory el interior. La conjunción entre ambos mundos, que hoyconozco, no podía entonces concebirla. Sólo veía un irre-conciliable antagonismo entre lo interior y lo exterior.Pero desde un principio me resultó claro que sólo es-tablecería contacto con el mundo exterior y los hombres,si me esforzaba al máximo en mostrar que los contenidosde la experiencia psicológica son «reales» y ciertamenteno sólo como experiencias personales mías, sino comoexperiencias colectivas que pueden repetirse también enotros hombres. Ello intenté demostrarlo en mi posteriortrabajo científico. Pero al principio lo hice todo paraaportar a mis deudos una nueva maniere de voir. Sabíaque estaría condenado al aislamiento más absoluto si nolograba esto.

Sólo hacia el final de la primera guerra mundial co-mencé a salir progresivamente de la oscuridad. Fuerondos cosas las que contribuyeron a aclarar la atmósfera:rompí mi relación con la dama que quería sugerirme quemis fantasías tenían valor artístico. Pero ante todocomencé a comprender mis dibujos de mándalas.* Ellofue entre 1918 y 1919. El primero de estos dibujos lopinté después de haber escrito los Septem Sermones adMortuos. Naturalmente, no lo había comprendido.

En 1918-1919 fui al Château d'Oex Commandant dela Región Anglaise des Internes de Guerre. Allí esbozabatodas las mañanas en un carnet un pequeño dibujo circu-lar, una mándala, que me parecía corresponder a mi últi-mo estado de entonces. Con ayuda de los dibujos podíaobservar día a día las transformaciones psíquicas. Unavez, por ejemplo, recibí una carta de aquella dama estetaen la que volvía a exponer con firmeza su opinión de quelas fantasías que provenían del inconsciente poseían unvalor artístico y que por ello significaban arte. La carta mecrispó los nervios. No era tonta en absoluto y por elloresul-

* Cfr. Glosario.

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taba insinuante. El artista moderno pretende ciertamentehacer arte del inconsciente. El utilitarismo y la prosecuciónque se desprendían de las líneas de la carta despertaron unaduda en mí, concretamente la incertidumbre de si lasfantasías imaginadas eran realmente espontáneas y naturalesy no el resultado de mi propio trabajo arbitrario. No mesentía libre en absoluto del prejuicio general y de lapetulancia de la consciencia de que toda ocurrencia hastacierto punto importante será mérito propio y que sólo deaquel modo casual se producen débiles reacciones en contrao que proceden de fuentes extrañas. En este estado deirritación y de desacuerdo conmigo mismo dibujé otramándala al día siguiente: una parte de la curva estaba rota yla simetría quedaba destruida.

Sólo paulatinamente comprendí lo que realmente es elmándala: «Formación-transformación, el eterno pasatiempodel sentido eterno.» Y esto es la individualidad, la integridadde la personalidad, que, cuando todo va bien, es armónica,pero que no soporta autodecepción alguna.

Mis dibujos eran criptogramas del estado de mi indi-vidualidad, que diariamente me eran cursados. Vi cómo miindividualidad, todo yo estaba en la obra. Esto pudecomprenderlo al principio sólo a modo de intuición; sinembargo, ya entonces me parecían mis dibujos altamentesignificativos y los cuidaba como preciosas perlas. Tenía laclara sensación de algo central, y con el tiempo adquirí unaidea viva de mí mismo. Me representé la mónada que soy yoy que constituye mi mundo. El mándala representa estamónada y corresponde a la naturaleza microcósmica delalma.

No sé cuántos mándalas dibujé entonces. Fueron mu-chos. Mientras trabajaba en ello surgía una y otra vez lapregunta: «¿Adonde lleva este proceso en el que me hallo?¿Cuál es su objetivo?» Sabía por propia experiencia que pormí mismo no hubiera podido elegir un objetivo que mepareciera digno de confianza. Había experimentado que laidea de la superioridad del yo debía abandonarla

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por completo. En ello había fracasado: quería proseguir lainvestigación científica de los mitos, tal como había co-menzado en Wandlungen und Symbole der Libido. Tal erami objetivo. ¡Pero ni soñarlo! Me sentía forzado a soportaryo mismo el proceso del inconsciente. En primer lugartuve que dejarme arrastrar por esta corriente, sin saberadonde me conducía. Sólo cuando comencé a dibujarmándalas vi que todos los caminos que emprendía, y todoslos pasos que daba, conducían de nuevo a un punto,concretamente al centro. Es la expresión de todos loscaminos. Es el camino que lleva al centro, a la indivi-duación.*

En los años que van de 1918 a 1920, aproximadamen-te, vi claro que el objetivo del desarrollo psíquico es lapropia persona. No existe un desarrollo lineal, sólo existela circunvalación del uno mismo. Un desarrollo unilateralse da como máximo en un principio; posteriormente todotiende al centro. Este conocimiento me dio confianza yprogresivamente recuperé la tranquilidad interior. Sabíaque había alcanzado, con el mándala como expresión deluno mismo, el último eslabón para mí. Quizás alguiensepa más, pero no yo.

Una confirmación del pensamiento sobre el centro yel uno mismo la obtuve años más tarde (1927) por mediode un sueño. Su esencia la presenté en un mándala al de-finirlo como «ventana a la eternidad». El dibujo está re-producido en Das Geheimnis der Goldenen Blüte14 (El se-creto de la flor de oro). Un año después hice otro dibujo,igualmente un mándala en cuyo centro había un castillodorado.15 Cuando estuvo terminado me pregunté: «¿Porqué esto es tan chinesco?» Estaba impresionado por la for-ma y elección de colores, que me parecían chinos, a pesar

* Ctr. Glosario.14. II. 3. Cfr. también Gestaltungen des Unbewussten (Formaciones del

inconsciente), 1950, II. 6.15. Das Geheimnis der Goldenen Blütte, 1948, II. 10. Gestaltungen des

Unbewussten, 1950, II. 36.

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de que exteriormente en el mándala no había nada chino.Pero el dibujo me producía tal sensación. Fue una raracoincidencia recibir poco después una carta de RichardWilhelm. Me enviaba el manuscrito de un tratado taoísto-alquímico chino con el título Das Geheirmnis derGoldenen Blütte γ me rogaba que lo comentara. Leírápidamente el texto, pues aportaba una insospechadaconfirmación a mis ideas sobre el mándala y elmovimiento circular alrededor del centro. Éste fue elprimer acontecimiento que rompió mi soledad. Allí mesentía afín a algo y podía relacionarme con algo.16

Para recordar esta coincidencia en sincronicidadescribí entonces bajo el mándala: «1928, cuando hacía eldibujo que muestra el castillo evaluado en oro, RichardWilhelm me envió a Frankfurt el texto chino, cuyaantigüedad se remonta a varios siglos, del castilloamarillo, el germen del cuerpo inmortal.»

También el sueño que tuve en 1927 y al que ya me hereferido representaba un mándala:

Me hallaba en una ciudad, sucia, llena de hollín. Llo-vía y todo era oscuro, era invierno y de noche. La ciudadera Liverpool. Con otra gente, digamos una media docenade suizos, iba yo por las calles oscuras. Tenía la sensaciónde que veníamos del mar, del puerto, y la ciudad propia-mente dicha estaba allá arriba, sobre los cliffs. Hacia allííbamos nosotros. Me recordaba Basilea, allá abajo se divi-sa el mercado, y por la Totengassen se llega a unaplanicie, a la Petersplatz y a la grandiosa Peterniche.Cuando llegamos a la altiplanicie hallamos una ampliaplaza, débilmente iluminada por los faroles, dondedesembocaban muchas calles. Los barrios de la ciudaderan radiales y tenían por centro a esta plaza. En el centrose hallaba un estanque redondo y en su interior unapequeña isla central. Mientras todo estaba cubierto por lalluvia, la niebla, el

16. Sobre Richard Wilhelm, cfr. Apéndice, p. 433 y ss.

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humo y la noche escasamente iluminada, la pequeña islaresplandecía a la luz del sol. Allí había un árbol solitario,un magnolio recubierto de flores rojas. Era como si el ár-bol estuviese al sol y a la vez fuera luz. Mis compañeroscomentaban el terrible tiempo y al parecer no veían el ár-bol. Hablaban de otro suizo que vivía en Liverpool y seasombraban de que se hubiera trasladado precisamenteaquí. Yo estaba admirado por la belleza del árbol florido ypor la isla iluminada por el sol y pensé: Ya sé por qué, ydesperté.

Por último, debo agregar algunas particularidades delsueño: los barrios aislados de la ciudad eran a su vez ra-diales y distribuidos alrededor de un punto. Éste formabauna pequeña plaza abierta, iluminada por un gran farol yreproducía así una pequeña copia de la isla. Yo sabía queel «otro suizo» vivía en las cercanías de uno de estos cen-tros secundarios.

Este sueño representaba mi situación de entonces. Veotodavía el impermeable gris-amarillento que brillaba entreel gotear de la lluvia. Todo resultaba notoriamente antipá-tico, oscuro y tenebroso —tal como yo me sentía entonces.Pero yo poseía el rostro de la belleza supraterrena y porello podía vivir; después de todo, Liverpool es el pool oflife. Liver, «hígado»,* es según antiguas opiniones la sedede la vida.

La vivencia del sueño se vinculó con el sentimientode lo definitivo. Veía que aquí se expresaba el objetivo. Elcentro es el objetivo y más allá de él ya no se puede ir.Por el sueño comprendí que el Uno Mismo era unprincipio y un arquetipo de la orientación y del sentido.En él reside su saludable función. De este conocimientosurgió en mí un primer atisbo de mi mito.

Después del sueño dejé de dibujar o pintar mándalas.Aquél expresaba la cima del desarrollo de la consciencia.Me satisfacía por completo, pues daba una imagen acaba-

* Leter, en alemán. (N. de la t.)

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da de mi situación. Era consciente de que me ocupabaalgo importante, pero me faltaba todavía la comprensión,y a mi alrededor no había nadie que lo comprendiera. Laaclaración por medio del sueño me dio la posibilidad deconsiderar objetivamente lo que me satisfacía.

Sin una visión de este tipo hubiera perdido quizás miorientación y tenido que abandonar mi intento. Pero aquíestaba expresado el sentido. Cuando me separé de Freudsabía que caía en lo no conocido, en lo desconocido. Másallá de Freud; no sabía propiamente nada, pero había dadoel primer paso en la oscuridad. Cuando se presenta unsueño de este tipo, se le siente como un actus gratiae.

Me costó cuarenta y cinco años, por así decirlo,incluir en el costal de mi obra científica las cosas queentonces sentía y anotaba. Como hombre joven miobjetivo era conseguir algo en mi ciencia. Pero luegotropecé con esta corriente de lava, y las pasiones queexistían en su fuego transformaron y reestructuraron mivida. Tal era la materia prima de la cual se formó, y miobra constituye un esfuerzo más o menos acertado deinconstar esta materia candente en la ideología de miépoca. Las primeras imaginaciones y sueños eran comobasalto fundido; de ellas cristalizó la piedra que pude yaesculpir.

Los años en que ya trataba de aclarar las imágenes in-ternas constituyeron la época más importante de mi vidaen que se decidió todo lo esencial. Entonces comenzótodo y las posteriores particularidades son sólocomplementos y aclaraciones. Toda mi actividad posteriorconsistió en perfeccionar lo que brotó del inconsciente, yque comenzó inundándome a mí. Constituyó la materiaprima para la obra de mi vida.

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