suspiros de héroe

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Page 1: Suspiros de Héroe
Msdemiera
Cuadro de texto
"Suspi ro de Héroe" Autor: Samier Año 1997
Msdemiera
Para bellum
Msdemiera
Para bellum
Page 2: Suspiros de Héroe

Suspiro de Héroe

Kepa Garmendia se mostró

vulgar: amasijo de sangre, placenta y

grasa. Un ser inicialmente escuálido y

amoratado, que, en su hacer por la vida,

desencadenaba una fuerza comparable a

la de un océano embravecido, si se tenía

en cuenta la relación de su esfuerzo con

su dimensión chaparra, de no más de 35

centímetros al nacer.

Como un animal acorralado,

luchó contra el cordón umbilical que le

oprimía el cuello en sentido equivocado,

pues cuanto más intenso era su espasmo

por desembarazarse de semejante

aprieto, más se ceñía esa soga al tubo, ya

marcado, que le comunicaba con sus

pulmones.

Por fin, sin apenas ayuda, dejado

a su suerte por el descuido, y tras horas

de destino incierto, una madre

abandonada y moribunda salvó la vida

de Kepa antes de su primer amanecer,

dejando la suya en el intento. Desde el

esfuerzo, recordaría no muchos años

más tarde, en rápida ráfaga y antes de

caer en un profundo sueño, la dura luz

del artificio hospitalario con que se

abren las ventanas de nuestras caras al

mundo.

El orto clavó sus agujas con los

primeros brillos, prolongando la

canícula hasta la asfixia. Ese día sin fin,

con un proceder brutal, más de un

pulmón se despidió del oxígeno que le

ponía en movimiento. Mientras, Kepa

reclamaba su primer pecho con un

pequeño lagrimeo, al instante convertido

en legaña, y un grito estridente y

continuo que le dejó sin oxígeno: su

cabeza iba y venía en un tornasol, del

color rosáceo al violeta grana y de éste

al rosáceo.

Las imágenes de sus primeros

días se confundían con las de su recién

cumplidos 26 años, en un aturdimiento

surgido del ruido de su parabellum y la

vista del cuerpo, todavía con vida, que

yacía a sus pies, con un tiro en la nuca.

No tenía unas horas y su primera

fatiga cincelaba en Kepa un rictus

desesperado, con la boca entreabierta, el

labio superior curvado hacia el lado

derecho, y una exagerada línea

prematura que, partiendo de ese lado,

desfiguraba su cara desde la comisura

de los labios hasta el lagrimal del ojo.

Page 3: Suspiros de Héroe

El sonido de la

bala al cruzar el silenciador le devolvió

al primer momento en que tuvo

conciencia integral de sí mismo, cuando

a sus quince años, Kepa Garmendia,

trémulo por el intercambio de golpes -

"otra vez, este jodido dolor de oídos"- y

gruesas palabras con su padre, rasuró el

incipiente bello de su cara tortuosa, ante

el espejo roto de su adolescencia.

Con un impacto

seco, la cabeza que tenía frente a sí

parecía querer salir de su lugar. El

movimiento elástico y lento del cuello

hizo un vaivén de asentimiento

desbocado, junto a un cuerpo que

parecía querer morir de risa doblándose

sobre sí, antes de desplomarse en el

asfalto.

Un hilo granate salió por el

orificio que acababa de hacer en el

occipital de su víctima, dejando un

rastro perplejo e inhibitorio en Kepa.

Inició el paso sin una dirección

predeterminada, sin concierto, con

tranquilidad autómata, hasta perderse

en una de las bocas del metro de la

ciudad.

Bajo tierra, entre la indecisa luz

del vagón del tren, Kepa Garmendia

dejó vagar su mente con el compás de

las gotas que manaban del entresijo de

su cabellera revuelta. Se asió de uno de

los agarraderos próximos a un asiento

libre, y notó como el frío metal le

postraba con el recuerdo de aquél día

lejano en que cogía un arma por

primera vez, cuando Txiqui, el de

Zarautz, le llevó a Donosti y en lo alto

del monte Igueldo, sin previo aviso, le

puso entre sus manos la vieja

parabellum.

Aquél día el sol blandía su

impotencia. En el recogimiento de la

bahía de La Concha, las nubes bajas

rezumaban un ligero aguacero recibido

con indiferencia por una mar gris. –

"Cómo pesa", fue todo lo que dijo.

Page 4: Suspiros de Héroe

Un tic rápido de su mano

derecha le llevó a la penumbra de su

ahora. Su pistola estaba allí y nada

importaba, ni el quién, ni el por qué. El

plan se desarrollaba como estaba

previsto, aunque a contrapelo de su

memoria, tan empecinada como su

escasa conciencia del otro, del próximo,

del hermano.

Un Kepa confundido con el ayer

resentía aquéllos sudores dulces del

desierto argelino, donde robando al

sueño, corría en la noche no exenta de

riesgo hacia el contacto sedoso de una

mujer, que paliaba el duro

entrenamiento físico bajo el sol, el

aprendizaje de tiro con distintas armas,

los estudios sobre explosivos con carga

real, y las soflamas excesivas en ideales

nacionalistas para jóvenes cargados de

vanidad y ansia de reconocimiento

social entre los que consideraba suyos.

No huvo tiempo

para más. Una mano cayó con fuerza

sobre su hombro, mientras que el brazo

del otro lado era atrapado y doblado

hacia atrás con igual intensidad,

obligándole a levantarse con el tronco

paralelo al suelo y a pegar su cabeza

contra la ventana del vagón en que se

encontraba.

- "¡ No intentes nada, so cabrón, o te

rompo el brazo aquí mismo. Ya la has

cagao, hijo puta !".

No tuvo tiempo ni para un

suspiro. Cuando ya se empezaba a creer

seguro, pero sin tiempo para hacer

desaparecer el arma del delito, fue

detenido. El corazón le apretaba el

pecho produciendo a Kepa Garmendia

Fernández un agudo dolor, similar al de

la traición evidenciada por la forma en

que le atraparon.

Se debatía entre la traición y el

destino al que se enfrentaba encerrado,

pero con el apoyo de la falsa

trascendencia de sí mismo, el equívoco y

minoritario reconocimiento de lo que

sus correligionarios consideraban una

hazaña, y empezándose a creer la

propia heoricidad de su acto cobarde,

sin saber que la violencia no es más que

la manifestación extrema de la negación

propia, que conduce al encuentro con la

nada.

En su adiós, Kepa mostró el lado

oculto de sus ojos. Despertó de su

Page 5: Suspiros de Héroe

recuerdo con un sobresalto ante la

realidad de su boca seca, abierta, e

incapaz de emitir ruido alguno. El

lagrimeo casi seco y aquélla muestra de

su primera infancia en su cuello,

fundieron definitivamente su ayer con

su hoy. Y es que esta vez, la soga, si, era

cierta.

Madrid, 28 de mayo de 1997.

© Samier.