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Sonata de Invierno Memorias del Marqués de Bradomín Por Ramón María del Valle-Inclán

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SonatadeInviernoMemoriasdelMarquésdeBradomín

Por

RamónMaríadelValle-Inclán

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Como soymuy viejo, he vistomorir a todas lasmujeres por quienes enotrotiemposuspirédeamor:Deunacerrélosojos,deotratuveunatristecartadedespedida,y lasdemásmurieronsiendoabuelas,cuandoyame teníanenolvido.Hoy,despuésdehaberdespertadoamoresmuygrandes,vivoenlamástristeymásadustasoledaddelalma,ymisojossellenandelágrimascuandopeino la nieve demis cabellos. ¡Ay, suspiro recordando que otras veces loshalagaron manos principescas! Fue mi paso por la vida como potenteflorecimientode todas las pasiones:Uno auno,misdías se caldeaban en lagranhogueradelamor:Lasalmasmásblancasmedieronentoncessuternuraylloraronmiscrueldadesymisdesvíos,mientraslosdedospálidosyardientesdeshojabanlasmargaritasqueguardanelsecretodeloscorazones.Porguardareternamenteunsecreto,queyotemblabadeadivinar,buscólamuerteaquellaniña a quien lloraré todos los días demi vejez. ¡Ya habían blanqueadomiscabelloscuandoinspiréamortanfunesto!

Yo acababa de llegar a Estella, donde el Rey tenía suCorte.Hallábamecansado de mi larga peregrinación por el mundo. Comenzaba a sentir algohastaentoncesdesconocidoenmividaalegreyaventurera,unavidallenaderiesgos y de azares, como la de aquellos segundones hidalgos que seenganchabanenlosterciosdeItaliaporbuscarlancesdeamor,deespadaydefortuna. Yo sentía un acabamiento de todas las ilusiones, un profundodesengañodetodaslascosas.Eraelprimerfríodelavejez,mástristequeelde la muerte. ¡Llegaba cuando aún sostenía sobre mis hombros la capa deAlmaviva,yllevabaenlacabezaelyelmodeMambrino!Habíasonadoparamílahoraenqueseapaganlosardoresdelasangre,yenquelaspasionesdelamor,delorgulloydelacólera,laspasionesnoblesysagradasqueanimaronalosdiosesantiguos,sehacenesclavasdelarazón.Yoestabaenesedeclinardelavida,edadpropiciaparatodaslasambicionesymásfuertequelajuventudmisma,cuandoseharenunciadoalamordelasmujeres.

¡Ay,porquénosupehacerlo!

**

Llegué a la Corte de Estella, huyendo y disfrazado con los hábitosahorcados en la cocina de una granja por un monje contemplativo, paraecharse al campo por Don Carlos VII. Las campanas de San Juan tocabananunciandolamisadelRey,yquiseoírlatodavíaconelpolvodelcamino,enaccióndegraciasporhabersalvado lavida.Entréen la iglesiacuandoyaelsacerdote estaba en el altar. La luz vacilante de una lámpara caía sobre lasgradas del presbiterio donde se agrupaba el cortejo. Entre aquellos bultososcuros,sincontornonifaz,misojossólopudierondistinguirlafiguraprócerdelSeñor,quesedestacabaenmediodesuséquito,admirabledegallardíaydenobleza,comounreydelosantiguostiempos.Laarroganciaybríodesu

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persona,parecíanreclamarunaricaarmaduracinceladapormilanésorfebre,yunpalafrénguerreroparamentadodemalla.Suvivoyaguileñomirarhubierafulguradomagníficobajo laviseradelcascoadornadoporcrestadacoronaylargos lambrequines. Don Carlos de Borbón y de Este es el único príncipesoberano que podría arrastrar dignamente el manto de armiño, empuñar elcetrodeoroyceñir lacoronarecamadadepedrería,conqueserepresentaalosreyesenlosviejoscódices.

Terminadalamisa,unfrailesubióalpúlpito,ypredicólaguerrasantaensulenguavascongada,antelosterciosvizcaínosqueacabadosdellegar,dabanpor primera vez escolta al Rey. Yo sentíame conmovido: Aquellas palabrasásperas, firmes, llenas de aristas como las armas de la edad de piedra, mecausabanimpresiónindefinible:Teníanunasonoridadantigua:Eranprimitivasy augustas, como los surcos del arado en la tierra cuando cae en ellos lasimientedeltrigoydelmaíz.Sincomprenderlas,yolassentíaleales,veraces,adustas, severas. Don Carlos las escuchaba en pie, rodeado de su séquito,vuelto el rostro hacia el fraile predicador. Doña Margarita y sus damaspermanecíanarrodilladas.Entoncespudereconoceralgunosrostros.Recuerdoque aquella mañana formaban el cortejo real los Príncipes de Caserta, ElMariscal Valdespina, la Condesa María Antonieta Volfani, dama de DoñaMargarita, el Marqués de Lantana, título de Nápoles, el barón de Valatié,legitimista francés, el Brigadier Adelantado, y mi tío Don Juan ManuelMontenegro.

Yo, temerosodeserreconocido,permanecíarrodilladoa lasombradeunpilar,hastaqueterminadalapláticadelfraile,losReyessalierondelaiglesia.Al ladodeDoñaMargaritacaminabaunadamadeaventajado talle,cubiertaconnegroveloquecasilearrastraba:Pasócercana,ysinpoderverlaadivinéla mirada de sus ojos que me reconocían bajo mi disfraz de cartujo. Unmomento quise darme cuenta de quién era aquella dama, pero el recuerdohuyó antes de precisarse: Como una ráfaga vino y se fue, semejante a esasluces que de noche se encienden y se apagan a lo largo de los caminos.Cuando la iglesiaquedódesiertamedirigí a la sacristía.Dosclérigosviejosconversabanenunrincón,bajotenuerayodesol,yunsacristán,todavíamásviejo,soplabalabrasadelincensarioenfrentedeunaventanaaltayenrejada.Medetuveen lapuerta.Losclérigosnohicieronatención,peroel sacristán,clavándomelosojosencendidosporelhumo,meinterrogóadusto:

—¿Vieneadecirmisaelreverendo?

—VengotansóloenbuscademiamigoFrayAmbrosioAlarcón.

—FrayAmbrosioaúntardará.

Unodelosclérigosintervino:

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—Sitieneprisaporverle,conseguridadlehallapaseandoalabrigodelaiglesia.

Enaquelmomentollamaronalapuerta,yelsacristánacudióadescorrerelcerrojo.Elotroclérigo,quehastaentonceshabíaguardadosilencio,murmuró:

—Parécemequeletenemosahí.

Abrióelsacristánydestacóseenelhuecolafiguradeaquelfamosofraile,quetodasuvidaaplicólamisaporelalmadeZumalacárregui.Eraungigantedehuesosydepergamino,encorvado,conlosojoshondosylacabezasiempretemblona,porefectodeuntajoquehabíarecibidoenelcuellosiendosoldadoenlaprimeraguerra.Elsacristán,deteniéndoleenlapuerta,leadvirtióenvozbaja:

—Ahílebuscaunreverendo.DebevenirdeRoma.

Yoesperé.FrayAmbrosiomemiródealtoabajo sin reconocerme,peroellonoestorbóqueamistosoyfrancomepusieseunamanosobreelhombro:

—¿Es a fray Ambrosio Alarcón a quien desea hablar? ¿No vieneequivocado?

Yo,portodarespuesta,dejécaerlacapucha.Elviejoguerrilleromemiróconrisueñasorpresa.Después,volviéndosealosclérigos,exclamó:

—¡EstereverendosellamaenelmundoelMarquésdeBradomín!

El sacristán dejó de soplar la brasa del incensario, y los dos clérigossentadosbajoelrayodesol,delantedelbrasero,sepusieronenpiesonriendobeatíficamente. Yo tuve un momento de vanidad ante aquella acogida quemostraba cuánta erami nombradía en la Corte de Estella.Memiraban conamor, y también con una sombra de paterno enojo. Eran todos gentes decogulla,yacasorecordabanalgunasdemisaventurasmundanas.

**

Todosmerodearon.Fueprecisocontarlahistoriademihábitomonacal,ycómo había pasado la frontera. Fray Ambrosio reía jovial, mientras losclérigosmemirabanporcimade losespejuelos,conungesto indecisoen labocadesdentada.Trasellos,bajoelrayodesolquedescendíaporlaangostaventana,elsacristánescuchabainmóvil,ycuandoelexclaustradointerrumpía,reconveníaleadusto:

—¡Déjelequecuente,hombredeDios!

Pero Fray Ambrosio no quería dar por bueno que yo saliese de unmonasterio adonde me hubiesen llevado los desengaños del mundo y elarrepentimientodemismuchasculpas.Másdeunavez,mientrasyohablaba,volviérasealosclérigosmurmurando:

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—Nolecrean:EsunadonosainvencióndenuestroilustreMarqués.

Tuvequeafirmarlo solemnementeparaquenocontinuasemostrando susdudas. Desde aquel punto aparentó un profundo convencimiento,santiguándoseenmuestradeasombro:

—¡Bien dicen que vivir para ver! Sin tenerle por impío, jamás hubierasupuestoeseánimoreligiosoenelSeñorMarquésdeBradomín.

Yomurmurégravemente:

—Elarrepentimiento,nollegaconanunciodeclarinescomolacaballería.

En aquelmomento oíase el toque de botasillas, y todos rieron. Despuésunodelosclérigosmepreguntóconamabletontería:

—¿Supongoqueelarrepentimientotampocohabrállegadocautelosocomolaserpiente?

Yosuspirémelancólico:

—Llegómirándomealespejo,yviendomiscabellosblancos.

Losdosclérigoscambiaronunasonrisa tandiscreta,quedesde luego lostuve por jesuitas.Yo crucé lasmanos sobre el escapulario demi hábito, enactitudpenitente,yvolvíasuspirar:

—¡Hoylafatalidaddemidestinomearrojadenuevoenelmardelmundo!Heconseguidodominartodaslaspasionesmenoselorgullo.Debajodelsayalmeacordabademimarquesado.

FrayAmbrosioalzólosbrazosylavoz,sugravevozqueparecíatempladaparalasclásicasconventualesburlas:

—ElCésarCarlosV,tambiénseacordabadesuImperioenelmonasteriodeYuste.

Losclérigos sonreíanapenas, conaquella sonrisadecatequizadores,yelsacristán, sentado bajo el rayo de sol que descendía por la angosta ventana,rezongaba:

—¡No,noledejaráquecuente!

Fray Ambrosio, luego de haber hablado, rióse abundantemente, y aúnquedabaenlabóvedadelasacristíalaoscuraeinformeresonanciadeaquellarisajocunda,cuandoentróunseminaristapálido,queteníalabocaencendidacomouna doncella, en contraste con su lívido perfil de aguilucho, donde lanariz corvay lapupila redonda,veladapor elpárpado, llegabana tenerunaexpresióncruel.FrayAmbrosio lerecibió inclinandoelaventajadotalle,conextremos de burla, y su cabeza siempre temblona pareció que iba adesprendersedeloshombros:

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—¡Bien venido, ignorado y excelso capitán! Nuevo Epaminondas dequien,andandolossiglos,narrarálashazañasotroCornelioNepote.¡SaludaalSeñorMarquésdeBradomín!

Elseminaristasequitó laboinanegra,que juntamenteconunasotanayamuytraídacompletabaelatavíodesugallardapersona,yponiéndoserojomesaludó.FrayAmbrosio asentándole unamano en el hombro, y sacudiéndoleconrudoafecto,medijo:

—Siestemozoconsiguereunircincuentahombres,darámuchoquehablar.SeráotroDonRamónCabrera.¡Esvalientecomounleón!

El seminarista se hizo atrás, para libertarse de la mano que aún pesabasobresuhombro,yclavándomelosojosdepájaro,dijocomosiadivinasemipensamientoylorespondiese:

—Algunoscreenqueparaserungrancapitánnosenecesitaservaliente,yacasotenganrazón.QuiénsabesiconmenostemeridadnohubierasidomásfecundoelgeniomilitardeDonRamónCabrera.

FrayAmbrosiolemiródesdeñosamente:

—Epaminondas, hijo mío, con menos temeridad hubiera cantado misa,comopuedesucederteati.

Elseminaristatuvounasonrisaadmirable:

—Amínomesucederá,FrayAmbrosio.

Losdosclérigossentadosdelantedelbrasero,callabanysonreían:Elunoextendíalasmanostemblonassobreelrescoldo,yelotrohojeabasubreviario.Elsacristánentornabalospárpadosdispuestoaseguirelejemplodelgatoquedormitabaensusotana.FrayAmbrosiobajóinstintivamentelavoz:

—Túhablasciertascosasporqueeresunrapaz,ycreesenlasarguciasconque disculpan su miedo algunos generales que debían ser obispos... Yo hevistomuchascosas.EraprofesoenunmonasteriodeGaliciacuandoestallólaprimeraguerra,ycolguéloshábitos,ycombatísieteañosenlosEjércitosdelRey...Ypormishábitostedigoqueparaserungrancapitán,hayprimeroqueserungransoldado.RíetedelosquedicenqueeracobardeNapoleón.

Losojosdelseminaristabrillaronconelbrillodelsolenelpavónnegrodedosbalas:

—FrayAmbrosio,siyotuviesecienhombreslosmandaríacomosoldado,pero si tuviese mil, sólo mil, ya los mandaría como capitán. Con ellosaseguraría el triunfo de la Causa. En esta guerra no hacen falta grandesejércitos, con mil hombres yo intentaría una expedición por todo el reino,comolarealizóhacetreintaycincoañosDonMiguelGómez,elmásgrande

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generaldelapasadaguerra.

FrayAmbrosioleinterrumpióconautoritariaydesdeñosaburla:

—¿Ilustre e imberbe guerrero, tú oíste hablar alguna vez de un tal DonTomás Zumalacárregui? Ese ha sido elmás grande general de la Causa. Situviésemoshoyunhombreparecido,eraseguroeltriunfo.

El seminarista guardó silencio, pero los dos clérigos mostráronse casiescandalizados:Elunodijo:

—¡Deltriunfonopodemosdudar!

Yelotro:

—¡LajusticiadelaCausaeselmejorgeneral!

Yoañadí,sintiendobajomisayalpenitenteaquelfuegoqueanimóaSanBernardocuandopredicabalaCruzada:

—¡ElmejorgeneraleslaayudadeDiosNuestroSeñor!

Hubo un murmullo de aprobación, ardiente como el de un rezo. Elseminaristasonrióseycontinuócallado.Atodoestolascampanasdejaronoírsugraveson,yelviejosacristánse levantósacudiéndose lasotanadondeelgatodormitaba.Entraronalgunosclérigosqueveníanparacantarunentierro.Elseminaristavistióseelroquete,yelsacristánvinoaentregarleelincensario:Elhumoaromático llenaba el vasto recinto.Oíase el gravemurmullode lascascadasvoceseclesiásticasquebarboteabanquedo,mientraseranvestidaslasalbasdelino,losroquetesrizadosporlasmonjas,ylasáureascapaspluvialesqueguardanensusoroselperfumede lamirraquemadahacecienaños.Elseminaristaentróenlaiglesiahaciendosonarlascadenasdelincensario.Losclérigos,yarevestidos,salierondetrás.Yoquedésoloconelexclaustrado,queabriendoloslargosbrazosmeestrechócontrasupecho,almismotiempoquemurmurabaconmovido:

—¡ElMarquésdeBradomínaúnseacuerdadecuandoleenseñabalatínenelMonasteriodeSobrado!

Ydespués,traselintroitodeunatos,volviendoacobrarsusonrisadeviejoteólogo,marrulleóenvozbaja,comosiestuvieseenelconfesonario:

—¿Meperdonaríaelilustreprócer,siledijesequenohecreídoelcuentoconquenosregalóhaceunmomento?

—¿Quécuento?

—Eldelaconversión.¿Puedesaberselaverdad?

—Dondenadienosoiga,FrayAmbrosio.

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Asintió con un grave gesto. Yo callé compadecido de aquel pobreexclaustradoquepreferíalaHistoriaalaLeyenda,ysemostrabacuriosodeunrelato menos interesante, menos ejemplar y menos bello que mi invención.¡Oh,aladayrientementira,cuándoseráqueloshombresseconvenzandelanecesidaddetutriunfo!¿Cuándoaprenderánquelasalmasdondesóloexistela luz de la verdad, son almas tristes, torturadas, adustas, que hablan en elsilencio con lamuerte, y tienden sobre la vida una capa de ceniza? ¡Salve,risueña mentira, pájaro de luz que cantas como la esperanza! ¡Y vosotrasresecas Tebaidas, históricas ciudades llenas de soledad y de silencio queparecéismuertasbajo lavozde lascampanas,no ladejéishuir,como tantascosas, por la rotamuralla!Ella es el galanteoen las rejas, y el lustre en loscarcomidosescudones,y losespejosenel ríoquepasa turbiobajo laarcadaromana de los puentes: Ella, como la confesión, consuela a las almasdoloridas, lashaceflorecer, lasvuelve laGracia. ¡Cuidadquees tambiénundon del Cielo!... ¡Viejo pueblo del sol y de los toros, así conserves por lossiglosdelossiglos,tugeniomentiroso,hiperbólico,jacaresco,yporlossiglosteaduermasalsondelaguitarra,consoladodetusgrandesdolores,perdidasparasiemprelasopadelosconventosylasIndias!¡Amén!

**

FrayAmbrosiotomócomoempeñodehonraelhospedarme,yfueprecisocederalagasajo.Salióacompañándomeyjuntosatravesamoslascallesdelaciudad leal, arca santa de la Causa. Había nevado, y al abrigo de las casassombríasquedabaunaestela inmaculada.Delosnegruzcosalerosgoteaba lalluvia, y en las angostasventanasque se abríandebajo asomaba, de raro enraro, alguna vieja: Tocada con su mantilla, miraba a la calle por ver si eltiempoclareabaysaliramisa.Cruzamosanteuncaserónflanqueadoporaltastapiasquedejabanasomarapenasloscipresesdelhuerto.Teníagranescudo,rejasmohosas y claveada puerta que, por estar entornada, descubría en unamedia luz el zaguán con escaños lustrosos y gran farol de hierro. FrayAmbrosiomedijo:

—AquívivelaDuquesadeUclés.

Yosonreí,adivinandolaintenciónladinadelfraile:

—¿Seconservasiemprebella?

—Dicenque sí... Pormisojosnada sé, puesva siempre cubierta conunvelo.

Nopudemenosdesuspirar.

—¡Enotrotiempofuegranamigamía!

Elfrailetuvounatossocarrona:

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—Yaestoyenterado.

—¿Secretodeconfesión?

—Secreto a voces.Unpobre exclaustrado comoyo, no tiene tan ilustreshijasespirituales.

Seguimosandandoensilencio.Yo,sinquerer,recordabatiemposmejores,aquellos tiempos cuando fui galánypoeta.Losdías lejanos florecían enmimemoriaconelencantodeuncuentocasiolvidadoque traearomade rosasmarchitasyunaviejaarmoníadeversos: ¡Ay,eran las rosasy losversosdeaquelbuentiempo,cuandomibellaaúnerabailarina!Jaculatoriasorientalesdondelacelebraba,yledecíaqueerasucuerpoairosocomolaspalmerasdeldesierto,yquetodaslasgraciasseagrupabanentornodesufaldacantandoyriendo al son de cascabeles de oro. La verdad es que no había ponderaciónpara su belleza: Carmen se llamaba y era gentil como ese nombre lleno degracia andaluza, que en latín dicepoesía y en arábigovergel.Al recordarla,recordétambiénlosañosquellevabasinverla,ypenséqueenotrotiempomihábito monástico hubiera despertado sus risas de cristal. Casiinconscientemente,ledijeaFrayAmbrosio:

—¿LaDuquesavivesiempreenEstella?

—EsdamadelaReinaDoñaMargarita...Perojamássaledesupalaciosinoesparaoírmisa.

—Tentacionesmevienendevolvermeyentraraverla.

—Tiempohayparaello.

Habíamos llegadoaSantaMaríay tuvimosqueguarecernosenelcancelde la iglesia para dejar la calle a unos soldados de a caballo que subían entropel: Eran lanceros castellanos que volvían de una guardia fuera de laciudad: Entre el cálido coro de los clarines se levantaban encrespados losrelinchos, y en el viejo empedrado de la calle las herraduras resonabanvalientesymarciales,conesenoblesonquetienenenelromancerolasarmasde los paladines.Desfilaron aquellos jinetes y continuamos nuestro camino.FrayAmbrosiomedijo:

—Estamosllegando.

Yseñalóhaciaelfondodelacalleunacasapequeñaconcarcomidobalcónde madera sustentado por columnas. Un galgo viejo que dormitaba en elumbral gruñó al vernos llegar y permaneció echado. El zaguán era oscuro,lleno de ese olor que esparce la yerba en el pesebre y el vaho del ganado.Subimosatientaslaescaleraquetemblababajonuestrospasos:Yaenloalto,elexclaustradollamótirandodelacadenaquecolgabaaunladodelapuerta,yalládentrobailoteóunaesquilaclueca.Seoyeronpasosylavozdelamaque

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refunfuña:

—¡Vayaunamaneradellamar!...¿Quéseofrece?

Elfrailerespondeconbreveimperio:

—¡Abre!

—¡AveMaría!...¡Cuántapriesa!

Y siguió oyéndose la voz refunfuñona del ama, mientras descorría elcerrojo.Elfraileasuvezmurmurabaimpaciente:

—¡Esinaguantableestamujer!

Franqueadalapuerta,elamaencrespósemás:

—¡Cómohabíadevenirsincompañía!¡Tienetantodesobra,quenecesitatraertodoslosdíasquienleayudeacomérselo!

FrayAmbrosio,pálidodecólera,levantólosbrazosescuetos,gigantescos,amenazadores:Sobre sucabeza siempre temblona,bailoteaban lasmanosderanciopergamino:

—¡Calla,lenguadeescorpión!...Callayaprendeatenerrespeto.¿Sabesaquién has ofendido con tus infames palabras? ¿Lo sabes? ¿Sabes quién estádelantedeti?...PideperdónalSeñorMarquésdeBradomín.

¡Ohinsolenciade lasbarraganas!Aloírminombreaquellamujeruca,nomostróniarrepentimientonizozobra:Meclavólosojosnegrosybrujos,comolos tienenalgunasviejaspintadasporGoya,yunpoco incrédula se limitóabalbucirconelbordedeloslabios:

—Sieselcaballeroquedice,pormuchosañoslosea.¡Amén!

Seapartóparadejarnospaso.Todavíalaoímosmurmurar:

—¡Vayaunbarroquetraenenlospies!¡DivinoJesús,cómomehanpuestolossuelos!

Aquellossueloslimpios,encerados,lucientes,purosespejosdondeellasemiraba,susamoresdeviejacasera,acababandeserbárbaramenteprofanadospor nosotros. Me volví consternado para alcanzar todo el horror de misacrilegio,ylamiradadeodioquehalléenlosojosdelamujerucafuetal,quesentímiedo.Todavíasiguiórezongando:

—Si estuviesenmatando petrolistas...Da dolor cómome han puesto lossuelos.¡Quéentrañas!

FrayAmbrosiogritódesdelasala:

—¡Silencio!...Aservirnosprontoelchocolate.

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Ysuvozresonócomounbélicoestampidoenelsilenciodelacasa.Eralavozconqueenotro tiempomandabaa loshombresdesupartiday laúnicaque les hacía temblar, pero aquella vieja tenía sin duda el ánimo isabelino,porque volviendo apenas el apergaminado gesto, murmuró más avinagradaquenunca:

—¡Pronto!...Pronto,serácuandosehaga.¡Ay,Jesús,damepaciencia!

FrayAmbrosio tosíaconunecocavernoso,yalláenel fondode lacasacontinuabaoyéndoseelmarullarconfusodelabarragana,yenlosmomentosdesilencioellatidodeunreloj,comosifueselapulsacióndeaquellacasadefraile donde reinaba una vieja rodeada de gatos: ¡Tac-tac! ¡Tac-tac! Era unrelojdeparedconelpénduloylaspesasalaire.Latosdelfraile,elrosmardelavieja,elsoliloquiodelreloj,meparecíaqueguardabanunritmoquiméricoygrotesco,aprendidoenelclavicordiodealgunabrujamelómana.

**

Despojémedelhábitomonacalyquedéenhábitodezuavopontificio.FrayAmbrosio me contempló con infantil deleite, haciendo grandes aspavientosconsusbrazoslargosydescoyuntados:

—¡Cuidadoqueesbizarroarreo!

—¿Ustednoloconocía?

—Solamenteenpintura,porunretratodelInfanteDonAlfonso.

Ycuriosodeaveriguarmisaventuras,conlatonsuradacabezatemblandosobreloshombros,murmuró:

—¿Enfin,puedesaberselahistoriadelhábito?

Yorepuseconindiferencia:

—Undisfrazparanocaerenmanosdelmalditocura.

—¿DeSantaCruz?

—Sí.

—AhoratienesusrealesenOyarzun.

—YyovengodeArimendi,dondeestuveenfermodecalenturas,ocultoenunacasería.

—¡VáleteDios!¿Yporquélequieremalelcura?

—SabequeobtuvedelReylaordenparaquelefusileLizárraga.

FrayAmbrosioenderezósuencorvadotalledegigante:

—¡Malhecho!¡Malhecho!¡Malhecho!

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Yorepuseconimperio:

—Elcuraesunbandido.

—Enlaguerrasonnecesariosesosbandidos.¡Peroclaro,comoestanoesguerrasinounafarsademasones!

Nopudemenosdesonreír.

—¿Demasones?

—Sí,demasones:Dorregarayesmasón.

—Pero quien quiere cazar a la fiera, quien ha jurado exterminarla, esLizárraga.

Elfrailevinohaciamí,cogiéndoseconlasdosmanoslacabezatemblona,comositemieseverlarodardeloshombros:

—DonAntoniosecreequelaguerrasehacederramandoaguabendita,envezdesangre.Todoloarreglaconcomuniones,yenlaguerra,sisecomulga,hadeserconbalasdeplomo.DonAntonioesunfrailucocomoyo,quédigo,muchomásfrailucoqueyo,auncuandonohayahecholosvotos.¡Losviejosqueanduvimosenlaotraguerra,yvemosesta,sentimosvergüenza,verdaderavergüenza!...Yamehadadolaalferecía.

Y se afirmóconmás fuerza lasmanos sobre la cabeza, sentándose en elsillónaesperarelchocolate,porqueyasonabanenelcorredor lospasosdelama y el timbre de las jícaras en elmetal de las bandejas. El ama entró yamudadoelgesto,mostrandolacaraplácidaysonrientedeesasviejasfelicesconloscuidadoscaseros,elrosarioylacalceta:

—¡SantosybuenosdíasnosdéDios!ElSeñorMarquésnoseacordabademí.Pueslehetenidoenmiregazo.YosoyhermanadeMicaelalaGalana.¿Seacuerda de Micaela la Galana? Una doncella que tuvo muchos años suabuelita,midueñalaCondesa.

Mirandoalavieja,murmurécasiconmovido:

—¡Ay,señora,sitampocorecuerdoamiabuela!

—Unasanta. ¡QuiénestuvieracomoellasentaditaenelCielo,al ladodeNuestroSeñorJesucristo!

Dejósobreelveladorlasdosbandejasdelchocolate,ydespuésdehablaraloídodelfraile,seretiró.Elchocolatehumeabacongratoyexquisitoaroma:Era el tradicional soconusco de los conventos, aquel que en otro tiempoenviaban como regalo a los abades, los señores visorreyesde las Indias.Miantiguomaestrodegramáticaaúnhacíamemoriade tantabienandanza. ¡Oh,regaladaholgura,eclesiásticaopulencia,jocundaglotonería,siempreañorada,

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delRealeImperialMonasteriodeSobrado!FrayAmbrosio,guardandoelrito,mascullóprimeroalgunoslatines,yluegoembocólajícara:Cuandolediófin,murmuróaguisadesentencia,conlaeleganteconcisióndeunclásico,enelsiglodeAugusto:

—¡Sabroso!¡NohaychocolatecomoeldeesasbenditasmonjasdeSantaClara!

Suspirósatisfecho,yvolvióalcuentopasado:

—¡VálemeDios!Haestadobiennodecirlahistoriadeldisfrazalláenlasacristía.LosclérigossonacérrimospartidariosdeSantaCruz.

Quedó unmomentomeditando. Después bostezó largamente, y sobre labocanegracomoladeunlobo,sehizolaseñaldelacruz:

—¡Váleme Dios! ¿Y qué desea de este pobre exclaustrado el SeñorMarquésdeBradomín?

Yomurmuréconsimuladaindiferencia:

—Luegohablaremosdeello.

Elfrailebarboteóladino:

—Tal vez no sea preciso... Pues sí señor, continúo ejerciendo oficios decapellán en casa de la SeñoraCondesa deVolfani. La SeñoraCondesa estábuena,auncuandounpocotriste...Precisamenteéstaeslahoradeverla.

Yohiceunvagogesto,ysaquédelalimosneraunaonzadeoro:

—Dejemos los negocios mundanos, Fray Ambrosio. Esa onza para unamisaporhabersalidoconbien...

Elfrailelaguardóensilencio,yfuésedespuésdeofrecermesucamaparaquedescabezaseunsueño,ymerepusiesedelcamino.Eraunacamaconsietecolchones,yunCristoalacabecera.Enfrenteunagrancómodapanzuda,untinterodecuernoencimadelacómoda,yenlapuntadeltinterounsolideo.

**

Todo el día estuvo lloviendo.En las breves escampadas, una luz triste ycenicientaamanecíasobrelosmontesquerodeanlaciudadsantadelcarlismo,dondeelrumordelalluviaenloscristales,esunrumorfamiliar.Detiempoentiempo,enmediodelatardellenadetedioinvernal,sealzabaelardientesonde las cornetas, o el campaneodeunasmonjas llamandoa lanovena.TeníaquepresentarmealRey,ysalícuandoaúnnohabíavueltoFrayAmbrosio.Unvelodenieblaondulabaenlasráfagasdelaire:Dossoldadoscruzabanporelcentrodelaplaza,conelandarabatidoylosponchoschorreandoagua:Seoíalacanturiamonótonadelosniñosdeunaescuela.Latardelívidadabamayor

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tristeza al vano de la plaza encharcada, desierta, sepulcral.Me perdí variasvecesen las calles,donde sólohalléunabeata aquienpreguntar el camino:Anochecidoya,lleguéalaCasadelRey.

—Prontoahorcasteloshábitos,Bradomín.

Tales fueron las palabras con que me recibió Don Carlos. Yo respondí,procurandoquesóloelReymeoyese:

—Señor,semeenredabanalandar.

ElReymurmuróenelmismotono:

—También a mí se me enredan... Pero yo, desgraciadamente, no puedoahorcarlos.

Meatrevíaresponder:

—Vosdebíaisfusilarlos,Señor.

ElReysonrióse,ymellevóalhuecodeunaventana:

—ConozcoquehashabladoconCabrera.Esas ideas son suyas.Cabrera,ya habrás visto, se declara enemigodel partido ultramontanoy de los curasfacciosos.Hacemal,porqueahorasonunpoderosoauxiliar.Créeme,sinellosnoseríaposiblelaguerra.

—Señor,yasabéisqueelgeneraltampocoespartidariodelaguerra.

ElReyguardóunmomentosilencio:

—Ya lo sé. Cabrera imagina que hubieran dadomejor fruto los trabajossilenciososde las Juntas.Creoque se equivoca...Por lodemás,yo tampocosoyamigode loscuras facciosos.A tiya tedijeesomismoenotraocasión,cuandomehablastedequeeraprecisofusilaraSantaCruz.Sidurantealgúntiempomeopuseaqueseleformaseconsejodeguerra,fueparaevitarquesereuniesen las tropas republicanasocupadas enperseguirle, y se nosviniesenencima.Yahasvistocomosucedióasí.ElCuraahoranoscuestalapérdidadeTolosa.

El Rey hizo otra pausa, y con la mirada recorrió la estancia, un salónoscuro, entarimado de nogal, con las paredes cubiertas de armas y debanderas, las banderas ganadas en la guerra de los siete años por aquellosviejosgeneralesdememoriaya legendaria.Allá enunextremoconversabanenvozbajaelObispodeUrgel,CarlosCalderónyDiegoVilladarias.ElReysonrió levemente, conuna sonrisa de triste indulgencia, que yonuncahabíavistoensuslabios:

—Ya están celosos de que hable contigo, Bradomín. Sin duda no erespersonagrataalObispodeUrgel.

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—¿Porquélodecís,Señor?

—Porlasmiradasquetedirige:Veabesarleelanillo.

Yameretirabaparaobedeceraquellaorden,cuandoelRey,enaltavozdesuertequetodosleoyesen,meadvirtió:

—Bradomín,noolvidesquecomesconmigo.

Yomeinclinéprofundamente:

—Gracias,Señor.

YlleguéalgrupodondeestabaelObispo.Alacercarmehabíasehechoelsilencio.SuIlustrísimamerecibióconfríaamabilidad:

—Bienvenido,SeñorMarqués.

Yo repuseconseñoril condescendencia,comosi fueseuncapellándemicasaelObispodelaSeodeUrgel:

—¡Bienhallado,IlustrísimoSeñor!

Yconunareverenciamáscortesanaquepiadosa,besélapastoralamatista.Su Ilustrísima, que tenía el ánimo altivo de aquellos obispos feudales quellevaban ceñidas las armas bajo el capisayo, frunció el ceño, y quisocastigarmeconunahomilía:

—SeñorMarqués deBradomín, acabo de saber una burda fábula urdidaesta mañana, para mofarse de dos pobres clérigos llenos de inocentecredulidad,escarneciendoalmismotiempoelsayalpenitente,norespetandolasantidaddellugar,puesfueenSanJuan.

Yointerrumpí:

—Enlasacristía,SeñorObispo.

SuIlustrísima,queestabayaescasodealiento,hizounapausa,yrespiró:

—Me habían dicho que en la iglesia... Pero aun cuando haya sido en lasacristía, esa historia es como una burla de la vida de ciertos santos, SeñorMarqués. Si, como supongo, el hábito no era un disfraz carnavalesco, enllevarlonohabíaprofanación.¡Perolahistoriacontadaalosclérigos,esunaburladignadelimpíoVoltaire!

Elpreladoiba,sinduda,adiscurrirsobreloshombresdelaEnciclopedia.Yo,viéndoleenaquelpaso,tembléarrepentido:

—Reconozcomi culpa, y estoy dispuesto a cumplir la penitencia que sedigneimponermesuIlustrísima.

Viendoeltriunfodesuelocuencia,elsantovarónyasonrióbenévolo:

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—Lapenitencialaharemosjuntos.

Yolemirésincomprender.Elprelado,apoyandoenmihombrounamanoblanca,llenadehoyos,sedignóesclarecersuironía:

—LosdoscomemosenlamesadelRey,yenellaelayunoesforzoso.DonCarlostienelasobriedaddeunsoldado.

Yorespondí:

—ElBearnés,suabuelo,soñabaconquecadaunodesussúbditospudiesesacrificar una gallina. Don Carlos, comprendiendo que es una quimera depoeta,prefiereayunarcontodossusvasallos.

ElObispomeinterrumpió:

—Marqués,nocomencemoslasburlas.¡ElReytambiénessagrado!

Yo me llevé la diestra al corazón, indicando que aun cuando quisieraolvidarlonopodría,puesestabaallísualtar.Ymedespedí,porqueteníaquepresentarmisrespetosaDoñaMargarita.

**

Alentrarenlasaleta,dondelaSeñoraysusdamasbordabanescapulariospara lossoldados, sentíenelalmaunaemocióna lavez religiosaygalante.Comprendí entonces todo el ingenuo sentimiento que hay en los libros decaballerías, y aquel culto por la belleza y las lágrimas femeniles que hacíapalpitarbajolacota,elcorazóndeTiranteelBlanco.Mesentímásquenunca,caballero de la Causa: Como una gracia deseémorir por aquella dama quetenía las manos como lirios, y el aroma de una leyenda en su nombre deprincesapálida,santa,lejana.EraunalealtaddeotrossigloslaqueinspirabaDoñaMargarita.Merecibióconunasonrisadenobleymelancólicoencanto:

—Noteofendassicontinúobordandoesteescapulario,Bradomín.Atiterecibocomoaunamigo.

Ydejandounmomentolaagujaclavadaenelbordado,mealargósumanoquebeséconprofundorespeto.LaReinacontinuó:

—Mehandichoqueestuvisteenfermo.Tehallounpocomáspálido.Túmeparecequeeresdelosquenosecuidan,yesonoestábien.Yaquenoporti, hazlo por el Rey que tanto necesita servidores leales como tú. Estamosrodeadosdetraidores,Bradomín.

Doña Margarita calló un momento. Al pronunciar las últimas palabras,habíaseempañado suvozdeplata,y creíque ibaa romperseenun sollozo.Acasohayasidoilusiónmía,peromeparecióquesusojosdemadona,bellosycastos,estabanarrasadosdelágrimas:LaSeñora,enaquelmomentoinclinabasucabezasobreelescapularioquebordaba,ynopuedoasegurarlo.Pasóalgún

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tiempo.LaReinasuspiróalzandolafrentequeparecíadeunablancuralunarbajolasdoscrenchasenquepartíasuscabellos:

—Bradomín,esprecisoquevosotrosloslealessalvéisalRey.

Yorepuseconmovido:

—Señora, dispuesto estoy a dar todami sangre, porque pueda ceñirse lacorona.

LaReinamemiróconunanobleemoción:

—¡Malhasentendidomispalabras!Noessucoronaloqueyotepidoquedefiendas, sino su vida... ¡Que no se diga de los caballeros españoles, quehabéis ido a lejanas tierras en busca de una princesa para vestirla de luto!Bradomín,vuelvoadecírtelo,estamosrodeadosdetraidores.

La Reina calló. Se oía el rumor de la lluvia en los cristales, y el toquelejanodelascornetas.LasdamasquehacíancortealaSeñora,erantres:DoñaJuanaPacheco,DoñaManuelaOzores yMaríaAntonietaVolfani:Yo sentíasobremí,comoamorosoimán,losojosdelaVolfani,desdequehabíaentradoenlasaleta:Aprovechandoelsilencioselevantó,yvinoconunainterrogaciónalladodeDoñaMargarita:

—¿LaSeñoraquierequevayaenbuscadelosPríncipes?

LaReinaasuvezinterrogó:

—¿Yahabránterminadosuslecciones?

—Eslahora.

—Puesentoncesveporellos.AsílosconoceráBradomín.

Me incliné ante la Señora, y aprovechando la ocasión hice tambiénmissaludosaMaríaAntonieta:Ellamuydueñadesí, respondiómeconpalabrasinsignificantes que ya no recuerdo, pero la mirada de sus ojos negros yardientesfuetal,quehizolatirmicorazóncomoalosveinteaños.SalióydijolaSeñora:

—Me tiene preocupada María Antonieta. Desde hace algún tiempo laencuentro triste y temo que tenga la enfermedad de sus hermanas: Las dosmurierontísicas...¡Luegolapobreestanpocofelizconsumarido!

La Reina clavó la aguja en el acerico de damasco rojo que había en sucosturerodeplata,ysonriendomemostróelescapulario:

—¡Yaestá!Esunregaloquetehago,Bradomín.

Yo me acerqué para recibirlo de sus manos reales. La Señora, me loentregódiciendo:

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—¡Quealejesiempredetilasbalasenemigas!

Doña Juana Pacheco y Doña Manuela Ozores, rancias damas queacordabanlaguerradelossieteaños,murmuraron:

—¡Amén!

Hubo otro silencio. De pronto los ojos de la Reina se iluminaron conamorosa alegría: Era que entraban sus dos hijos mayores, conducidos porMaríaAntonieta.Desdelapuertacorrieronhaciaella,colgándoseledelcuelloybesándola.DoñaMargaritalesdijoconunagraciosaseveridad:

—¿Quiénhasabidomejorsuslecciones?

La Infanta calló poniéndose encendida, mientras Don Jaime, másdenodado,respondía:

—Lashemossabidotodoslomismo.

—Esdecir,queningunolashasabido.

Y Doña Margarita los besó, para ocultar que se reía: Después les dijo,tendidahaciamísumanodelicadayalba:

—EstecaballeroeselMarquésdeBradomín.

LaInfantamurmuróenvozbaja,inclinadalacabezasobreelhombrodesumadre:

—¿ElquehizolaguerraenMéxico?

LaReinaacaricióloscabellosdesuhija:

—¿Quiéntelohadicho?

—¿NolocontóunavezMaríaAntonieta?

—¡Cómoteacuerdas!

Laniña,llenosdetimidezydecuriosidadlosojos,seacercóamí:

—¿Marqués,llevabaseseuniformeenMéxico?

YDonJaime,desdeel ladode sumadre, alzó suvozautoritariadeniñoprimogénito:

—¡Qué tonta eres! Nunca conoces los uniformes. Ese uniforme es dezuavopontificio,comoeldeltíoAlfonso.

Confamiliargentileza,elPríncipevinotambiénhaciamí:

—¿Marqués,esverdadqueenMéxicoloscaballosresistentodoeldíaalgalope?

—Esverdad,Alteza.

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LaInfantainterrogóasuvez.

—¿Yesverdadquehayunasserpientesquesellamandecristal?

—Tambiénesverdad,Alteza.

Losniñosquedaronunmomentoreflexionando:Sumadreleshabló:

—DecidleaBradomínloqueestudiáis.

Oyendoesto,elPríncipeseirguióantemí,coninfantilalarde:

—Marqués,pregúntamepordondequieraslaHistoriadeEspaña.

Yosonreí:

—¿Quéreyeshubodevuestronombre,Alteza?

—Unosolo:DonJaimeelConquistador.

—¿YdedóndeeraRey?

—DeEspaña.

LaInfantamurmuróponiéndoseencendida:

—DelaCoronadeAragón:¿Verdad,Marqués?

—Verdad,Alteza.

ElPríncipelamiródespreciador:

—¿YesonoesEspaña?

LaInfantabuscóánimoenmisojos,yrepusocontímidagravedad:

—PeroesonoestodaEspaña.

Yvolvióaponerseroja.Eraunaniñaencantadora,conojosllenosdeviday cabellera de luengos rizos que besaban el terciopelo de las mejillas.Animándosevolvióapreguntarmesobremisviajes:

—Marqués,¿esverdadquetambiénhasestadoenTierraSanta?

—Tambiénestuveallí,Alteza.

—¿YhabrásvistoelsepulcrodeNuestroSeñor?Cuéntamecómoes.

Ysedispusoaoír,sentadaenuntaburete,conloscodosenlasrodillasyelrostro entre las manos que casi desaparecían bajo la suelta cabellera. DoñaManuelaOzoresyDoñaJuanaPacheco,que traíanunaconversaciónenvozbaja,callaron, tambiéndispuestasaescucharel relato...Yenestasandanzasllega la hora de hacer penitencia, que fue ante los regios manteles segúnprofecíadeSuIlustrísima.

**

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TuveelhonordeasistiralatertuliadelaSeñora.Duranteella,envanofuebuscarunaocasiónpropiciaparahablarasolasconMaríaAntonieta.Salíconelvagotemordehaberlavistohuirtodalanoche.Aldarmeenrostroelfríodelacalleadvertíqueunasombraalta,casigigantesca,veníahaciamí.EraFrayAmbrosio:

—Bienlehantratadolossoberanos.¡Vaya,quenopuedequejarseelSeñorMarquésdeBradomín!

Yomurmurécondesabridotalante:

—ElReysabequenotieneotroservidortanleal.

Yelfrailemurmurótambiéndesabrido,peroentonomenor:

—Algúnotrotendrá...

Sentícrecermialtivez:

—¡Ninguno!

Caminamosensilenciohastadoblarunaesquinadondehabíaunfarol.Allíelexclaustradosedetuvo:

—¿Peroadóndevamos?...Ladamaconsabida,dicequelaveaestamismanoche,sipuedeser.

Yosentílatirmicorazón:

—¿Dónde?

—Ensucasa...Peroseráprecisoentrarcongransigilo.Yoleguiaré.

Volvimossobrenuestrospasos,recorriendootravezlacalleencharcadaydesierta.Elfrailemehablaenvozbaja:

—La Señora Condesa también acaba de salir... Esta mañana me habíamandado que la esperase. Sin duda quería darme ese aviso para el SeñorMarqués...TemeríanopoderhablarleenlaCasadelRey.

El fraile calló suspirando: Después se rio, con un reír extraño, ruidoso,grotesco:

—¡VáleteDios!

—¿Quélesucede,FrayAmbrosio?

—Nada, Señor Marqués. Es la alegría de verme desempeñando estosoficios,tandignosdeunviejoguerrillero.¡Ay!...Cómoseríenmisdiezysietecicatrices...

—¡Lastieneustedbiencontadas!

—¡Mejorrecibidaslastengo!

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Calló, esperando sin duda una respuesta mía, y como no la obtuviese,continuóenelmismotonodeamargaburla:

—Esosí,nohayprebendaqueigualeasercapellándelaSeñoraCondesadeVolfani. ¡Lástima que no pueda cumplirmejor sus promesas!... Ella dicequenoessuyalaculpa,sinodelaCasaReal...Allísonenemigosdeloscurasfacciosos,ynoselesdebedisgustar.¡Oh,sidependiesedemiprotectora!...

Noledejéproseguir.Medetuveylehabléconfirmeresolución:

—FrayAmbrosio,seacabómipaciencia.Notoleroniunapalabramás.

Agachólacabeza:

—¡VáleteDios!¡Estábien!

Seguimos en silencio. De largo en largo hallábase un farol, y en tornodanzaban las sombras.Al cruzar por delante de las casas donde había tropaalojada,percibíaserasgueodeguitarrasyvocesrobustasyjóvenescantandolajota.Despuésvolvíaelsilencio,sóloturbadoporlaalertadeloscentinelasyelladrido de algún perro. Nos entramos bajo unos soportales y caminamosrecatadosenlasombra.FrayAmbrosioibadelante,mostrándomeelcamino:Asupasounapuertaseabriósigilosa:Elexclaustradovolviósellamándomeconlamano,ydesaparecióenelzaguán.Yoleseguíyescuchésuvoz:

—¿Sepuedeencendercandela?

Yotravoz,unavozdemujer,respondióenlasombra:

—Sí,señor.

La puerta había vuelto a cerrarse. Yo esperé, perdido en la oscuridad,mientraselfraileencendíaunenroscadodecerilla,queardióesparciendoolorde iglesia. La llama lívida temblaba en el ancho zaguán, y al inciertoresplandorcolumbrábaselacabezadelfraile,tambiéntemblona.Unasombraseacercó:EraladoncelladeMaríaAntonieta:Elfrailehízoleentregadelaluzyme llevó a un rincón.Yo adivinaba,más que veía, el violento temblor deaquellacabezatonsurada:

—SeñorMarqués,¡voyadejaresteoficiodetercería,indignodemí!

Ysumanodeesqueletoclavóloshuesosenmihombro:

—Ahora ha llegado elmomento de obtener el fruto, SeñorMarqués. Esprecisoquemeentreguecienonzas:SinolasllevaencimapuedepedírselasalaSeñoraCondesa.¡Alfinyalcabo,ellamelashabíaofrecido!

Nome dejé dominar, aun cuando fue grande la sorpresa, y haciéndomeatráspusemanoalaespada:

—Haelegidoustedelpeorcamino.Amínosemepideconamenazasnise

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measustacongestosfieros,FrayAmbrosio.

Elexclaustradorio,consurisademofagrotesca:

—Noalcelavoz,quepasalarondaypodríanoírnos.

—¿Tieneustedmiedo?

—Nunca lo he tenido... Pero acaso, si ahora, fuese el cortejo de unacasada...

Yocomprendiendolaintenciónaviesadelfraile,ledijerefrenadayroncalavoz:

—¡Esunaviltramoya!

—Esunardiddeguerra,SeñorMarqués.¡Elleónestáenlatrampa!

—Fraileruin,tentacionesmevienendepasarteconmiespada.

El exclaustrado abrió sus largos brazos de esqueleto descubriéndose elpecho,yalzólatemerosavoz:

—¡Hágalo!Micadáverhablarápormí.

—Basta.

—¿Meentregaesosdineros?

—Sí.

—¿Cuándo?

—Mañana.

Callóunmomento,y luego insistióenun tonoquea lavezera tímidoyadusto:

—Esmenesterqueseaahora.

—¿Nobastamipalabra?

Casihumildemurmuró:

—Nodudodesupalabra,peroesmenesterqueseaahora.Mañanaacasonotuviesevalorparaarrostrarsupresencia.AdemásquieroestamismanochesalirdeEstella.Esedineronoesparamí,yono soyun ladrón.Lonecesitoparaecharmealcampo.Ledejaré firmadoundocumento.Tengodesdehacetiempo comprometida a la gente, y era preciso decidirse. FrayAmbrosio nofaltaasupalabra.

Yoledijecontristeza:

—¿Porquéesedineronomefuepedidoconamistad?

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Elfrailesuspiró:

—Nomeatreví.Yonosépedir:Medavergüenza.Primeroquedepedir,seríacapazdematar...Noespormalossentimientos,sinoporvergüenza...

Calló,rota,anudadalavoz,yechósealacallesincuidarsedelalluviaquecaíaenchaparrónsobrelaslosas.Ladoncella,temblandodemiedo,meguióadondeesperabasuseñora.

**

María Antonieta acababa de llegar, y hallábase sentada al pie de unbrasero,conlasmanosencruzyelcabellodespeinadoporlahumedaddelaniebla. Cuando yo entré alzó los ojos tristes y sombríos, cercados de unasombraviolácea:

—¿Porquétalinsistenciaenvenirestamismanoche?

Heridoporeldespegodesuspalabras,medetuveenmediodelaestancia:

—Sientodecirte,queesunahistoriadetucapellán...

Ellainsistió:

—Alentrar,leencontréacechándomeporordentuya.

Yocalléresignadoasusreproches,quecontarlemiaventura,yelardiddeFrayAmbrosio para llevarme allí, hubiera sido poco galante.Ellame hablóconlosojossecos,peroempañadalavoz:

—¡Ahora tantoafánenverme,yniunacartaen laausencia!... ¡Callas!...¿Quédeseas?

Yoquisedesagraviarla:

—Tedeseoati,MaríaAntonieta.

Susbellosojosmísticosfulminarondesdenes:

—Tehaspropuestocomprometerme,quemearrojedesu ladolaSeñora.¡Eresmiverdugo!

Yosonreí:

—Soytuvíctima.

Ylacogílasmanosconintentodebesarlas,peroellalasretirófieramente.MaríaAntonietaeraunaenfermadeaquelmalquelosantiguosllamabanmalsagrado,ycomoteníaalmadesantaysangredecortesana,algunasveceseninvierno, renegaba del amor: La pobre pertenecía a esa raza de mujeresadmirables,quecuandolleganaviejasedificanconelrecogimientodesuviday con la vaga leyenda de los antiguos pecados. Entenebrecida y suspirante

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guardó silencio, con los ojos obstinados, perdidos en el vacío. Yo cogí denuevosusmanosylasconservéentrelasmías,sinintentarbesarlas,temerosodequevolvieseahuirlas.Envozamantesupliqué:

—¡MaríaAntonieta!

Ellapermaneciómuda:Yorepetídespuésdeunmomento:

—¡MaríaAntonieta!

Sevolvió,yretirandosusmanosrepusofríamente:

—¿Quéquieres?

—Sabertuspenas.

—¿Paraqué?

—Paraconsolarlas.

Perdiódepronto suhieratismo, e inclinándosehaciamí conunarranquefiero,apasionado,clamó:

—Cuentatusingratitudes:¡Porqueesassonmispenas!

La llama del amor ardía en sus ojos con un fuego sombrío que parecíaconsumirla: ¡Eran los ojos místicos que algunas veces se adivinan bajo lastocas monjiles, en el locutorio de los conventos! Me habló con la vozempañada:

—MimaridovieneaservircomoayudantedelRey.

—¿Dóndeestaba?

—ConelinfanteDonAlfonso.

Yomurmuré:

—Esunaverdaderacontrariedad.

—Esmásqueunacontrariedad,porquetendremosquevivirlamismavida:LaReinameloimpone,yanteeso,prefierovolvermeaItalia...¿Túnodicesnada?

—Yonopuedohacerotracosaqueacatartuvoluntad.

Memiróconreconcentradosentimiento:

—¿Serías capaz de que me repartiese entre vosotros dos? ¡Dios mío,quisieraservieja,viejacaduca!...

Agradecido,besélasmanosdemiadoradaprenda.Auncuandonuncatuvecelosdelosmaridos,gustabaaquellosescrúpuloscomounencantomás,acasoelmejorquepodíaofrecermeMaríaAntonieta.Nosellegaaviejosinhaber

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aprendidoquelaslágrimas,losremordimientosylasangre,alarganelplacerdelosamorescuandoviertensobreellossuesenciaafrodita:Numensagradoqueexaltalalujuriamadredeladivinatristezaymadredelmundo.¡Cuántasveces, durante aquella noche, tuve yo en mis labios las lágrimas deMaríaAntonieta! Aún recuerdo el dulce lamento con que habló en mi oído,temblorososlospárpadosyestremecidalabocaquemedabaelalientoconsuspalabras:

—Nodebíaquererte...Debíaahogarteenmisbrazos,así,así...

Yosuspiré:

—¡Tusbrazossonundivinodogal!

Yellaoprimiéndomeaúnmásgemía:

—¡Oh!... ¡Cuánto tequiero!¿Porqué tequerré tanto?¿Québebedizomehabrásdado?¡Eresmilocura!...¡Dialgo!¡Dialgo!

—Prefieroelescucharte.

—¡Peroyoquieroquemedigasalgo!

—Tediríaloquetúyasabes...¡Quemeestoymuriendoporti!

MaríaAntonietavolvióabesarme,ysonriendotodaroja,murmuróenvozbaja:

—Esmuylargalanoche...

—Lofuemuchomáslaausencia.

—¡Cuántomehabrásengañado!

—Yatedemostrarélocontrario.

Ella,siemprerojayriente,respondió:

—Miraloquedices.

—Yaloverás.

—Miraquevoyasermuyexigente.

Confiesoquealoírla, temblé. ¡Misnoches,yanoeran triunfantes, comoaquellasnochestropicalesperfumadasporlapasióndelaNiñaChole!MaríaAntonietasoltósedemisbrazosyentróensutocador.Yoesperéalgúntiempo,y después la seguí: Al rumor de mis pasos, la miré huir toda blanca, yocultarseentreloscortinajesdesulecho:Unlechoantiguodelustrosonogal,tálamoclásicodondeloshidalgosmatrimoniosnavarrosdormíanhastallegaraviejos, castos, sencillos, cristianos, ignorantes de aquella ciencia voluptuosaquedivertíaelingeniomalignoyunpocoteológico,demimaestroelAretino.

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MaríaAntonietafueexigentecomounadogaresa,peroyofuisabiocomounviejo cardenal que hubiese aprendido las artes secretas del amor, en elconfesionarioyenunaCortedelRenacimiento.Suspirandodesfallecida,medijo:

—¡Xavier,eslaúltimavez!

Yocreíquehablabadenuestraamorosaepopeya,ycomomesentícapazde nuevos alardes, suspiré inquietando con un beso apenas desflorado, unafresadelseno.Ellasuspirótambién,ycruzólosdesnudosbrazosapoyandolasmanosenloshombros,comoesassantasarrepentidas,enloscuadrosantiguos:

—¡Xavier,cuándovolveremosavernos!

—Mañana.

—¡No!...Mañanaempiezamicalvario...

Callóunmomento,yechándomealcuelloelamantenudodesusbrazos,murmuróenvozmuybaja:

—LaSeñoratieneempeñoenlareconciliación,peroyotejuroquejamás...Medefenderédiciendoqueestoyenferma.

Era unmal sagrado el deMaría Antonieta. Aquella noche rugió enmisbrazoscomolafaunesaantigua.DivinaMaríaAntonieta,eramuyapasionadayalasmujeresapasionadasselasengañasiempre.Diosquetodolosabe,sabequenosonéstaslastemibles,sinoaquellaslánguidas,suspirantes,máscelosasdehacersentiralamante,quedesentirellas.MaríaAntonietaeracándidayegoísta comouna niña, y en todos sus tránsitos se olvidaba demí:En talesmomentos,conlossenospalpitantescomodospalomasblancas,conlosojosnublados,conlabocaentreabiertamostrandolafrescablancuradelosdientesentre las rosas encendidas de los labios, era de una incomparable bellezasensualyfecunda.MuysaturadadeliteraturaydeAcademiaVeneciana.

**

CuandomeseparédeMaríaAntonietaaúnnorayabaeldía,ylosclarinesyatocabandiana.Sobrelaciudadnevada,elclarodelalunacaíasepulcralydoliente. Yo, sin saber dónde a tal hora buscar alojamiento, vagué por lascalles, y en aquel caminar sin rumbo llegué a la plaza donde vivía FrayAmbrosio. Me detuve bajo el balcón de madera para guarecerme de lallovizna,quecomenzabadenuevo,yapocoobservéque lapuertahallábaseentornada. El viento la batía duro y alocado. Tal era la inclemencia de lanoche, que sin detenerme a meditarlo, resolví entrar, y gané a tientas laescalera, mientras el galgo preso en la cuadra se desataba en ladridos,haciendo sonar los hierros de la cadena. Fray Ambrosio asomó en lo alto,alumbrándose con un velón: Vestía el cuerpo flaco y largo con una sotana

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recortada,ycubríalatemblonacabezaconnegrogorropuntiagudo,quedabaatoda la figura cierto aspecto de astrólogo grotesco. Entré con sombríaresolución, sin pronunciar palabra, y el fraileme siguió alzando la luz paraesclarecer el corredor: Allá dentro sentíanse apagados runrunes de voces ydineros: Reunidos en la sala jugaban algunos hombres, con los sombrerospuestosylascapasterciadas,desprendiéndosedeloshombros:Porsusbarbasrasuradasmostrabanbienclaramenteperteneceralaclerecía:Labarajateníalaunmozo aguileño y cetrino, que cabalmente a tiempo de entrar yo, echabasobrelamesalosnaipesparaunalbur:

—Haganjuego.

Unavozllenadefereligiosa,murmuró:

—¡Quécaballomásguapo!

Yotravozsecreteócomoenelconfesonario:

—¿Quéjuegoseda?

—Puesnolove...¡Judías!...Vansieteporelmismocamino.

Elqueteníalabarajaadvirtióadusto.

—Hagan el favor de no cantar juego.Así no se puede seguir. ¡Todos seechancomolobossobrelacartacantada!

Unviejoconespejuelosysindientes,dijollenodeevangélicapaz:

—No te incomodes, Miquelcho, que cada cual lleva su juego: A DonNicolásleparecequesonjudías...

DonNicolásafirmó:

—Sietevanporelmismocamino.

Elviejodelosespejuelossonriócompadecido:

—Nueve si no lo toma a mal... Pero no son judías, sino bizcas ycontrabizcas,queeseljuego.

Otrasvocesmurmuraroncomoenunaletanía:

—Tira,Miquelcho.

—Nohagascaso.

—Loqueseaseverá.

—¿Noechasgallo?

Miquelchorepusodesabrido:

—No.

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Y comenzó a tirar. Todos guardaron silencio. Algunos ojos se volvíandesapacibles,fijándomeunamiradarápida,ytornabansuatenciónalascartas.Fray Ambrosio llamó con un gesto al seminarista que estaba peinando elnaipe,yquelosoltóporacercarse.HablóelFray:

—SeñorMarqués,nomerecuerdelodeestanoche...¡NomelorecuerdeporMaríaSantísima!Paradecidirmehabíaestadobebiendotodalatarde.

Aúnbarboteóalgunaspalabrasconfusas,yasentandosumanosarmentosaenelhombrodelseminarista,quesenoshabíajuntadoyescuchaba,dijoconunsuspiro:

—Estetienetodalaculpa...Lellevocomosegundodelapartida.

Miquelcho me clavó los ojos audaces, al mismo tiempo que enrojecíacomounadoncella:

—Eldinerohayquebuscarlodondelohay:FrayAmbrosiomehabíadichocuántaeralagenerosidaddesuamigoyprotector...

Elexclaustradoabriólanegraboca,contoscoyaduladorencomio:

—¡Muygrande!Enesoyentodo,eselprimercaballerodeEspaña.

Algunosjugadoresnosmirabancuriosos.Miquelchoseapartó,recogiólosnaipes y continuó peinándolos. Cuando terminaba, dijo al viejo de losespejuelos:

—Corte,DonQuintiliano.

Y Don Quintiliano, al mismo tiempo que alzaba la baraja con manotemblona,advertíarisueño:

—Cuidado,queyodoysiemprevizcas.

Miquelchoechóunnuevoalbursobrelamesa,ysevolvióhaciamí:

—Noledigoquejuegueporqueesunamiseriadedineroloquesetercia.

Yelviejodelosespejuelos,siempreevangélico,añadió:

—Todossomosunospobres.

Yotromurmuróamododesentencia:

—Aquí sólo pueden ganarse ochavos, pero pueden en cambio perdersemillones.

Miquelcho,viéndomevacilar,sepusoenpiebrindándomeconlabaraja,ytodoslosclérigosmehicieronsitioentornodelamesa.Yomevolvísonriendoalexclaustrado:

—FrayAmbrosio,meparecequeaquísequedanlosdinerosdelapartida.

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—¡NolopermitaDios!Ahoramismoseacabaeljuego.

Yelfraile,deunsoplomatólaluz.Porlasventanassefiltrabalaclaridaddelamaneceryunsondeclarinesalzábasedominandoelhuecotrotardeloscaballossobrelaslosasdelaplaza.EraunapatrulladeLanzasdeBorbón.

**

Don Carlos, a pesar del temporal de viento y de nieve, resolvió salir acampaña.Medijeronquedesdetiempoatrássóloseesperabaparaelloaquellegase lacaballeríadeBorbón. ¡Trescientas lanzasveteranas,quemás tardemerecieronserllamadasdelCid!ElCondedeVolfani,quehabíavenidoconaquellatropa,formabaentrelosayudantesdelRey.Alvernosmostramoslosdosmuchocontentopueséramosgrandesamigos,comopuedepresumirse,ycabalgamos emparejadas las monturas. Los clarines sonaban rompiendomarcha,elvientolevantabalascrinesdeloscaballos,ylagenteseagrupabaenlascallesparagritarentusiasmada:

—¡VivaCarlosVII!

En loaltode lasangostasventanasguarecidasbajo losalerosnegruzcos,asomabadelargoenlargo,algunavieja:Susmanossecassosteníanentornadalafallebaalmismotiempoqueconvozcasicolérica,gritaba:

—¡VivaelReydelosbuenoscristianos!

Ylavozrobustadelpueblocontestaba:

—¡Viva!

Enlacarreterahicimosaltouninstante.Elvientodelosmontesnosazotótempestuoso, helado, bravío, y nuestros ponchos volaron flameantes, y lasboinas,descubriendolastostadasfrentes, tendiéronsehaciaatrásconalgodefuria trágicayhermosa.Algunoscaballos relincharonencabritados,y fueunmovimientounánimeeldeafirmarseenlassillas.Despuéstodalacolumnasepusoenmarcha.Lacarreterasedesenvolvíaentrelomascoronadasdeermitas.Comovientoylluviacontinuaronbatiéndonoscongrandesráfagas,ordenóseel alto al cruzar el poblado deZabalcín. ElCuartelReal aposentóse en unagrancaseríaquesealzabaenlaencrucijadadedosmaloscaminos,deruedasunoydeherraduraelotro.Apenasdescabalgamosnosreunimosenlacocinaal amor del fuego, y una mujeruca corrió por la casa para traer la silla derespaldodondesesentabaelabueloyofrecérselaalSeñorReyDonCarlos.Lalluvianocesabadebatirloscristalesconruidosoazote,ylaconversaciónfuetodaparalamentarloborrascosodeltiempo,quenosestorbabacastigarcomoquisiéramos a la facción alfonsina que ocupaba el camino de Oteiza. Porfortuna cerca del anochecer comenzó a calmar el temporal. DonCarlosmehablóensecreto:

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—¡Bradomín,quéharíamosparanoaburrirnos!

Yomepermitíresponder:

—Señor, aquí todas las mujeres son viejas. ¿Queréis que recemos elrosario?

ElReymemiróalfondodelosojosconexpresióndeburla.

—Oye,dinoselsonetoquehascompuestoamiprimoAlfonso:Súbeteaesasilla.

Loscortesanosrieron:Yoquedéunmomentomirándolosatodos,yluegohablé,inclinándomeanteelRey:

—Señor,parajuglarnacímuyalto.

DonCarlosalprontodudó:Luego,decidiéndose,vinoamísonriente,ymeabrazó:

—Bradomín,nohequeridoofenderte:Debescomprenderlo.

—Señor,locomprendo,perotemíqueotrosnolocomprendiesen.

ElReymiróasuséquito,ymurmuróconseveramajestad:

—Tienesrazón.

Hubo un largo silencio, sólo turbado por el rafagueo del viento y de lasllamasenelhuecodelachimenea.Lacocinacomenzabaaserinvadidaporlassombras,peroatravésdelosvidriosllorosos,seadvertíaqueenelcampoaúneralatarde.Losdoscaminos,eldeherradurayelderuedas,seperdíanentrepeñascales adustos, y en aquella hora los dos aparecían solitarios por igual.DonCarlosmellamódesdeelhuecodelaventana,conungestomisterioso:

—Bradomín,túyVolfanivendréisacompañándome.VamosaEstella,peroesprecisoquenadieseentere.

Yo,reprimiendounasonrisa,interrogué:

—Señor,¿queréisqueaviseaVolfani?

—Volfaniestáavisado.Élhasidoquienpreparólafiesta.

Meincliné,murmurandounelogiodemiamigo:

—¡Señor,admirocómohacéisjusticiaalosgrandestalentosdelConde!

ElReyguardósilencio,comosiquisiesemostrardisgustodemispalabras:Luegoabriólavidriera,ydijoextendiendolamano:

—Nollueve.

En el cielo anubarrado comenzaba a esbozarse la luna. A poco llegó

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Volfani:

—Señor,todoestádispuesto.

ElRey,murmuróbrevemente:

—Esperemosaquecierrelanoche.

En el fondo oscuro de la cocina resonaban dos voces: Don AntonioLizárraga y Don Antonio Dorregaray, discurrían sobre arte militar:Recordaban las batallas ganadas, y forjaban esperanzas de nuevos triunfos:Dorregarayhablandodelossoldadosseenternecía:Ponderabaelvalorserenodeloscastellanosyelcorajedeloscatalanes,ylaacometidadelosnavarros.Deprontounavozautoritariainterrumpe:

—¡Esos,losmejoressoldadosdelmundo!

Yalotro ladodelfuego,sealza lentamente laencorvadafiguradelviejogeneral Aguirre. El resplandor rojizo de las llamas temblaba en su rostroarrugado, y los ojos brillaban con fuego juvenil bajo la fosca nieve de lascejas.Conlavoztemblona,emocionadocomounniño,continuó:

—¡NavarraeslaverdaderaEspaña!Aquílalealtad,lafeyelheroísmosemantienencomoenaquellostiemposenquefuimostangrandes.

Ensuvozhabíalágrimas.Aquelviejosoldadoeratambiénunhombredeotrostiempos.Yoconfiesoqueadmiroaesasalmasingenuas,queaúnesperande las ranciasyseverasvirtudes laventurade lospueblos:Lasadmiroy lascompadezco,porqueciegasatodaluznosabránnuncaquelospueblos,comolos mortales, sólo son felices cuando olvidan eso que llaman concienciahistórica,porel instintociegodelfuturoqueestácimerodelbienydelmal,triunfante de la muerte. Un día llegará, sin embargo, donde surja en laconcienciadelosvivos,laarduasentenciaquecondenaalosnonacidos.¡Quépueblo de pecadores trascendentales el que acierte a poner el gorro decascabeles en la amarilla calavera que llenaba de meditaciones sombrías elalma de los viejos ermitaños! ¡Qué pueblo de cínicos elegantes el querompiendolaleydetodaslascosas,laleysupremaqueunealashormigasconlos astros, renuncie a dar la vida, y en un alegre balneario se disponga a lamuerte!¿Acasonoseríaeseelmásdivertidofindelmundo,conlacoronacióndeSafoyGanimedes?...Yatodoestolanochehabíacerradoporcompleto,yelclarodelalunailuminabaelalféizar.Porlaventanaabiertaentrabaunairefrío y húmedo que tan pronto abatía como alzaba flameantes las llamas delhogar. Don Carlos nos indicó con un gesto que le siguiésemos: Salimos, ycaminamosapiedurantealgúntiempo,hastallegaralabrigodelospeñascalesdonde un soldado nos esperaba con los caballos del diestro. ElReymontó,arrancandoalgalope,ynosotrosleimitamos.Alpasarantelosguardias,unavozsealzabaenlanoche:

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—¿Quiénvive?

Yelsoldadorespondíaconungrito:

—¡CarlosVII!

—¿Quégente?

—¡Borbón!

Y nos dejaban paso. Los peñascales que flanquean la carretera parecíanllenos de amenazas, y de los montes cercanos llegaba en el silencio de lanoche el rumor de las hinchadas torrenteras. En las puertas de la ciudadhubimosdeconfiarloscaballosalsoldado,yrecatándonoscaminamosapie.

**

Nos detuvimos ante un caserón con rejas: Era el caserón de mi bellabailarina elevada aDuquesa deUclés. Llamamos con recato, y la puerta seabrió...Elgranfaroldehierroestabaencendido,yunhombremarchódelantede nosotros franqueando otras puertas, que francas se quedaban muchodespuésdepasar.Másdeunavezaquelhombrememirócurioso.Yotambiénle miraba queriendo reconocerle: Tenía una pierna de palo, era alto, seco,avellanado,conojosdecañí,y lacalvayelperfildeCésar.Deprontosentíesclarecersemimemoriaanteelsolemneademánconquedetiempoentiemposeacariciabalostufos.ElCésardelapatadepaloeraunfamosopicadordetoros,hombredemuchamajeza,amigodelasjuergasclásicasconcantadoresy aristócratas: En otro tiempo se murmuró que me había sustituido en elcorazóndelagentilbailarina:Yonuncaquiseaveriguarloporquesiempretuvecomoundeberdeandantecaballería, respetaresospequeñossecretosde loscorazones femeninos. ¡Con profundamelancolía recordé aquel buen tiempopasado! Parecía despertarse al golpe seco de la pierna de palo, mientrascruzábamos el vasto corredor, sobre cuyos muros se desenvolvía en viejasestampas la historia amorosa deDoñaMarina yHernánCortés.Mi corazónaúnpalpitócuandoenelfondodeunapuertasurgiólaDuquesa.DonCarloslainterrogó:

—¿Havenido?

—Yanotardará,Señor.

LaDuquesaquisoapartarsecediendoelpaso,peromuygalánlorehusóelRey:

—Lasdamasprimero.

Elsalón,apenasalumbradoporloscandelabrosdelasconsolas,eragrandey frío, con encerada tarima.Ante el sofá del estrado brillaba un brasero decobre sostenido por garras de león. Don Carlos murmuró, al tiempo que

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extendíasusmanossobreelrescoldo:

—Lasmujeressólosabenhacerseesperar...¡Essugrantalento!

Calló, y nosotros respetamos su silencio. La Duquesa me enviaba unasonrisa.Yo,alverlacontocasdeviuda,recordéaladamadelnegroveloquehabía salido de la iglesia en el cortejo de Doña Margarita. En el corredorvolvíaaresonarelgolpedelapatadepalo,yunmurmullodevoces.Apocoentrandosmujeresmuyrebozadasyanhelantes,conunvahodehumedadenlos mantos. Al vernos, una de ellas retrocede hasta la puerta mostrandodisgusto.DonCarlos se acerca, y después de algunas palabras en voz baja,saleacompañándola.Laotra,unadueñaqueandabasinruido,saledetrás,peroalospocosmomentosvuelve,yconlamanoasomandoapenasbajoelmanto,hace una seña a Volfani: Volfani se levanta y la sigue. Al vernos solos,murmurayríelaDuquesa:

—¡Setapandeusted!

—¿Acasolasconozco?

—Nosé...Nomepregunteustednada.

Callé,sinsentirlamenorcuriosidad,yquisebesarlasmanosducalesdemiamiga,peroellalasretirósonriendo:

—Tenformalidad.Miraquesomosdosviejos.

—¡Túereseternamentejoven,Carmen!

Memiróunmomento,yreplicómaliciosaycruel:

—Puesatinotesucedelomismo.

Ycomoeramuypiadosa,queriendorestañarlaheridameechóalcuellosuboa de marta, ofreciéndome los labios como un fruto. ¡Divinos labios quedesvanecían en un perfume de rezos el perfume de los olés flamencos! Seapartó vivamente porque el golpe de la pierna de palo volvía a sonardespertandolosecosdelcaserón.Yoledijesonriendo:

—¿Quétemes?

Yellafrunciendoelarcodesulindoceño,respondió:

—¡Nada!¿Tambiéntúcreesesacalumnia?

Y besando la cruz de sus dedos, con tanta devoción como gitanería,murmuró:

—¡Te lo juro!... Jamás he tenido nada con ese... Somos paisanos y leguardoley,yporesocuandountoroledejósinpoderseganarelpan,lerecogídecaridad.¡Túharíaslomismo!

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—¡Lomismo!

Aun cuando no estuviese muy seguro, lo afirmé solemnemente. LaDuquesa, como queriendo borrar por completo aquel recuerdo,me dijo conamorosoreproche:

—¡Nisiquieramehaspreguntadopornuestrahija!

Quedé un momento turbado, porque apenas hacía memoria. Luego micorazónpusoladisculpaenmislabios.

—Nomeatreví.

—¿Porqué?

—NoqueríanombrarlaviniendoenaventuraconelRey.

Unanubedetristezapasóporlosojosdelamadre:

—Nolatengoaquí...Estáenunconvento.

Yosentídeprontoelamordeaquellahijalejanaycasiquimérica:

—¿Separeceati?

—No...Esfeúcha.

Temiendounaburla,mereí:

—¿Perodeverasesmihija?

LaDuquesadeUclésvolvióajurarbesandolacruzdesusdedos,ytalvezhayasidomiemoción,peroentoncessujuramentomepareciólimpiodetodagitanería.Fijándomesusgrandesojosmorunos,dijoconunprofundoencantosentimental,elencantosentimentalquehayenalgunascoplasgitanas:

—Esacriaturaestanhijatuyacomomía.Nuncalooculté,nisiquieraamimarido.¡Ycómolaqueríaelpobrecito!

Seenjugóuna lágrima.Eraviudadesdeelcomienzode laguerra,dondehabíamuertooscuramente el pacíficoDuquedeUclés.La antiguabailarina,fielalatradicióncomounagrandama,seestabaarruinandoporlaCausa:Ellasolahabíacosteadolasarmasymonturasdecienjinetes:CienlanzasquesellamarondeDonJaime.Alhablardelherederoseenternecíacomositambiénfuesesuhijo.

—¿Demaneraquehasvistoamipreciosopríncipe?

—Sí.

—¿YacuáldelasInfantas?

—ADoñaBlanca.

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—¿Quésalada,verdad?¡Vaasermásbarbiana!

Y aún quedaba en el aire el aleteo gracioso de aquella profecía, cuandoallá,enel fondodelcaserón, resonó lavozdelRey.LaDuquesasepusodepie:

—¿Quépasará?

DonCarlosentró.Estabaunpocopálido.Nosotrosleinterrogamosconlosojos.Éldijo:

—AVolfani acabadedarleunaccidente.Ya sehabían idoesasdamasyestaba hablándole, cuando de pronto veo que cae poco a poco, doblándosesobreunbrazodelsillón.Yotuvequesostenerle...

Dicho esto salió, y nosotros, obedeciendo el mandato que no llegó aformular, salimos tras él. Volfani estaba en un sillón, deshecho, encogido,dobladoyconlacabezacolgante.DonCarlosseacercó,ylevantándoleensusbrazosrobustos,leasentómejor:

—¿Cómoestás,Volfani?

Volfani hizo visibles esfuerzos para contestar, pero no pudo.De su bocainerte,caída,hilábanselasbabas.LaDuquesaacudióalimpiarlas,caritativayexcelsa como la Verónica. Volfani posó sobre nosotros sus tristes ojosmortales.LaDuquesa,conelánimoquelasmujerestienenparatalestrances,lehabló:

—Esto no es nada, Señor Conde. A mi marido, como estaba un pocogrueso...

Volfaniagitóunbrazoquelecolgaba,yloslabiosexhalaronunronquidodonde se adivinaba el esbozo de algunas palabras. Nosotros nos miramoscreyendoverlemorir.Elronquido,manchadoporunaespumadesaliva,volvióapasarentreloslabiosdeVolfani:Delosojosnubladossedesprendierondoslágrimasquecorrieronescuetasporlasmejillasdecera.DonCarloslehablócomoaunniño,levantandolavozconcariñosaautoridad:

—Vasasertrasladadoatucasa.¿QuieresqueteacompañeBradomín?

Volfani siguió mudo. El Rey nos llamó aparte, y hablamos los tres ensecreto.Loprimero,comocumplíaacorazonescristianosymagnánimos,fuelamentar el disgusto de la pobreMaríaAntonieta:Después fue augurarle lamuerte del pobre Volfani: Lo último fue acordar de qué suerte había quetrasladársele para evitar todo comento. La Duquesa advirtió que no podíanllevarlecriadosde sucasa, convínoseenelloyal cabodealgunasdudas seacordóconfiarelcasoaRafaelelRondeño.ElCésardelapatadepalo,luegodeenterarse,seacariciólostufosydijoceceando:

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—¿Peroestamossegurosdequenoesvinoloquetiene?

LaDuquesa, poseída de justa indignación, le impuso silencio. El César,impasible, continuó acariciándose los tufos hasta que al fin se encaró connosotros dando por resuelto el caso. Cargarían con el cuerpo del CondeVolfanidossargentosqueestabanalojadosenlosdesvanes.Eranhombresdeconfianza,veteranosdelQuintodeNavarra,y le llevaríanasucasacomosiviniesen de camino. Y terminó su discurso con una palabra que, como unacañademanzanilla,dabatodoelaromadesuantiguavidadetoreroyjácaro:

¿Hace?

**

Nosvolvimosadondehabíamosdejadoloscaballos.ElReynoocultabasudisgusto:Frecuentementerepetía,condolidoyobstinado:

—¡PobreVolfani!Erauncorazónleal.

Durantealgúntiemposóloseescuchóelpasodelascabalgaduras.Laluna,una luna clara de invierno, iluminaba la aridez nevada delMonte-Jurra. Elvientoavendavaladoyfrío,nosbatíadefrente.DonCarloshabló,yunaráfagallevósedeshechassuspalabras.Apenaspudeentender:

—¿Creesquemorirá?...

Yohaciendotornavozconlamanogrité:

—¡Lotemo,Señor!...

Y un eco repitió mis palabras, borrosas, informes. Don Carlos guardósilencio,yduranteelcaminonohablómás.Descabalgamosalabrigode lospeñascales que había inmediatos a la casería, y entregando las riendas alsoldadoquenosacompañaba,caminamosapie.Enlapuertanosdetuvimosuninstante contemplando lasnubesnegrasque el vientohacíadesfilar sobre laluna.DonCarlosaunmurmuró:

—¡Malditotiempo!¡Erauncorazónleal!

Dirigióunaúltimamiradaalcielotorvo,queamenazabaventisca,yentró.Traspuesto el umbral, percibimos rumor de voces que disputaban. YotranquilicéalRey:

—Noesnada,Señor:Estánjugándoselasfuturassoldadas.

DonCarlostuvounasonrisaindulgente.

—¿Conocesquiénesson?

—Loadivino,Señor.TodoelCuartelReal.

Habíamosentradoen lasaladondeestabadispuestoelaposentodelRey.

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Unvelónalumbrabasobrelamesa,lacamaaparecíacubiertaporricapieldetopo,yelbrasero,colocadoentredossillasdecampaña,ardíaconencenizadosfulgores.DonCarlos,sentándoseadescansar,medijoconamableironía:

—Bradomín, sabes que esta noche me han hablado con horror de ti...Dicenquetuamistadtraeladesgracia...Mehansuplicadoquetealejedemipersona.

Yomurmurésonriendo:

—¿Hasidounadama,Señor?

—Una dama que no te conoce... Pero cuenta que su abuela siempre temaldijocomoalpeordeloshombres.

Sentíunavagaaprensión:

—¿Quiénerasuabuela,Señor?

—Unaprincesaromañola.

Callésobrecogido.Acababadelevantarseenmialma,penetrándolaconunfríomortal,elrecuerdomástristedemivida.Salídelaestanciaconelalmacubierta de luto. Aquel odio que una anciana transmitía a sus nietas, merecordabaelprimero,elmásgrandeamordemividaperdidoparasiempreenlafatalidaddemidestino.¡Concuántatristezarecordémisañosjuvenilesenlatierraitaliana,eltiempoenqueservíaenlaGuardiaNobledeSuSantidad!Fueentoncescuandoenunamanecerdeprimaveradondetemblabalavozdelas campanas y se sentía el perfumede las rosas recién abiertas, llegué a lavieja ciudad pontificia, y al palacio de una noble princesa que me recibiórodeada de sus hijas, como en Corte de Amor. Aquel recuerdo llenaba mialma.Todoelpasado,tumultuosoyestéril,echabasobremíahogándome,susaguasamargas.

Buscandoestarasolassalímealhuerto,ydurantemuchotiempopaseéenlanochecalladamisoledadymistristezas,bajolaluna,otrasvecestestigodemisamoresydemisglorias.Oyendoelrumordelashinchadastorrenterasquese despeñaban inundando los caminos, yo las comparaba conmi vida, unasveces rugiente de pasiones y otras cauce seco y abrasado.Como la luna nodisipasemisnegrospensamientos,comprendíqueeraforzosobuscarelolvidoenotraparte,ysuspirandoresignadomejuntéconmismundanosamigosdelCuartelReal.¡Ay,tristeesconfesarlo,peroparalasalmasdoloridasofrecelablanca luna menos consuelos que un albur! Con el canto del gallo tocarondiana las cornetas, y hube de guardarmi ganancia volviendo a sumirme encavilaciones sentimentales. A poco un ayudante vino a decirme que mellamabaelRey.Lehalléensucámaraapurandoasorbosunatazadecafé,yacalzadaslasespuelasyceñidoelsable:

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—Bradomín,ahorasoycontigo.

—Avuestrasórdenes,Señor.

ElRey apuró el último sorbo, ydejando la tazame llevó al huecode laventana:

—¡Conque nos ha salido otro cura faccioso!... Hombre leal y valiente,segúnmedicen,perofanático...ElcuradeOrio.

Yointerrogué:

—¿UnémulodeSantaCruz?

—No...Unpobreviejoparaquiennohanpasadolosaños,yquehacelaguerracomoentiemposdemiabuelo...Creoqueintentaquemarporherejesadosviajerosrusos,doslocossinduda...Yoquieroquetúteavistesconél,parahacerleentenderquesonotroslostiempos:Aconséjalequevuelvaasuiglesiayqueentreguelosprisioneros.YasabesquenoquierodisgustaraRusia.

—¿Yquédebohacersitienelacabezademasiadodura?

DonCarlossonrióconmajestad:

—Rompérsela.

Yseapartópararecibiruncorreoquellegaba.

Yoquedéenelmismositio,esperandounaúltimapalabra.DonCarlosalzóunmomento los ojos del parte que leía y tuvo paramí una de susmiradasafables,nobles,serenas,tristes.UnamiradadegranRey.

**

Salí, y unmomento después cabalgaba llevando por escolta diez lanzas,escogidas,deBorbón.NohicimosparadahastaSanPelayodeAriza.AllísupequeunafacciónalfonsinahabíacortadoelpuentedeOmellín:Preguntésierahacedero pasar el río, yme dijeron que no:El vado con las crecidas estabaimposible, y la barca había sido quemada. Hacíase forzoso volver atrás yseguirelcaminodelosmontesparacruzarelríoporelpuentedeArnáiz.Yoquería,antetodo,darcumplimientoalamisiónquellevaba,ynovacilé,auncuando suponía llena de riesgos aquella ruta, cosa que con los mayoresextremos confirmó el guía, un viejo aldeano con tres hijos mozos en losEjércitosdelSeñorReyDonCarlos.

Antesdeemprenderlajornadabajamosconloscaballosaquebebiesenenel río, y al mirar tan cerca la otra orilla, sentí la tentación de arriesgarme.Consultéconmishombres,ycomounossemostrasenresueltosmientrasotrosdudaban,puse fina talespláticasentrándomeríoadentroconmicaballo:Elanimal tembloroso sacudía las orejas: Ya nadaba con el agua a la cincha,

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cuando en la otra ribera asomó una vieja cargada de leña, y comenzó agritarnos.Alprontosupusequenosadvertíalopeligrosodelpaso.Amitaddelacorriente,entendímejorsusvoces.

—¡Tenéos,mishijos!NopaséisporelamordeDios.Todoelcaminoestácubiertodenegrosalfonsistas...

Yechandoalsueloelhazdeleña,bajóhastameterseconloszuecosenelagua, los brazos en alto como una sibila aldeana, clamorosa, desesperada yadusta:

—¡DiosNuestroSeñorquiereprobarnosy saber ansí la feque cadaunotieneenlasuánima,ylafirmeconcienciadelosprocederes!...¡Cuentanynoacabanquehanganadounagranbatalla!Abuín,Tafal,Endrás,Otáiz,todoesdelosnegros,mishijos...

Mevolvíamirareltalantequemostrabamigenteyhallémequeretrocedíaacobardada.Enelmismoinstantesonaronalgunostiros,ypudeverenelaguaelcírculode lasbalasquecaíancercademí.Apresurémeparaganar laotraorilla,ycuandoyamicaballoseerguíaasentandoloscascosenlaarena,sentíen el brazo izquierdoel golpedeunabalay correr la sangre calientepor lamanoadormecida.Misjinetes,dobladossobreelarzón,yatrepabanalgalopepor una cuesta entre húmedos jarales. Con los caballos cubiertos de sudorentramosenlaaldea.Hicellamarauncuranderoquemepusoelbrazoentrecuatrocañas,ysinmásdescansoniotraprevención,toméconmisdiezlanzaselcaminodelosmontes.Elguía,quecaminabaapiealdiestrodemicaballo,nocesabadeaugurarnuevosriesgos.

Los dolores quemi brazo heridome causaban eran tan grandes, que lossoldadosdelaescoltaviendomisojosencendidosporlafiebre,ymirostrodecera, y mis barbas sombrías, que en pocas horas simulaban haber crecidocomoenalgunoscadáveres,guardabanunsilenciollenoderespeto.Eldolorcasimenublabalosojos,ycomomicaballocorríaabandonadasobreelborrénlarienda,alcruzarunaaldeafaltópocoparaqueatropellaseadosmujeresquecaminaban juntas, enterrándose en los lodazales. Gritaron al apartarse,fijándomelosojosasustados:Unadeaquellasmujeresmereconoció:

—¡Marqués!

Mevolvíconungestodedoloridaindiferencia:

—¿Quéquiereusted,señora?

—¿Noseacuerdausteddemí?

Y se acercó, descubriéndose un poco la cabeza que se tocaba con unamantilladealdeananavarra.Yoviunrostroarrugadoyunosojosnegros,demujerenérgicaybuena.Quiserecordar:

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—¿Esusted?...

Ymedetuveindeciso.Ellaacudióenmiayuda:

—¡SorSimona,Marqués!...¿Parecementiraquenoseacuerde?

Yorepetídesvanecidalamemoria:

—SorSimona...

—¡SimehavistocienvecescuandoestábamosenlafronteraconelRey!¿Peroquétiene?¿Estáherido?

Portodarespuestalemostrémimanolívida,conlasuñasazulencasyfrías.Ellalaexaminóunmomento,yacabóexclamandoconbondadosoímpetu:

—Ustednopuedeseguirasí,Marqués.

Yomurmuré:

—EsprecisoquecumplaunaordendelRey.

—Aunque haya de cumplir cien órdenes. Tengo visto en esta guerramuchosheridos,yledigoqueesebrazonoespera...PorlotantoqueespereelRey.

Ytomóeldiestrodemicaballoparahacerletorcerdecamino.Enaquellacara arrugada y morena, los ojos negros y ardientes de monja fundadora,estabanllenosdelágrimas:Volviéndosealossoldados,lesdijo:

—Veniddetrás,muchachos.

Hablaba con ese tono autoritario y enternecido, que yo había escuchadotantasvecesalasviejasabuelasmayorazgas.Auncuandoeldolormerobabatoda energía, llevadodemis hábitos galantes hice un esfuerzopor apearme.Sor Simona se opuso con palabras que a la vez eran bruscas y amables.Obedecí, falto de toda voluntad, y entramos por una calle de huertos ycasuchasbajasquehumeabanenlapazdelcrepúsculo,esparciendoenelaireel olor de la pinocha quemada.Yo percibía como en un sueño las voces dealgunosniñosque jugaban,y losgritosfuribundosde lasmadres.Lasramasde un sauce que vertía su copa fuera de la tapia, me dieron en la cara.Inclinándomeenlasillapasébajosusombraadversa.

**

Nosdetuvimosanteunadeesashidalgascasonasaldeanas,conpiedradearmas sobre lapuertayanchozaguándonde sepercibeel aromadelmosto,queparecepregonarlagenerosavoluntad.Estabaenunaplazadondecrecíalayerba:Enelámbitodesiertoresonabaelmartillodelherradoryelcantodeunamujerucaqueremendabasurefajo.SorSimonamedijo,mientrasmeayudabaadescabalgar:

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—Aquí tenemos nuestro retiro, desde que los republicanos quemaron elconvento de Abarzuza... ¡La furia que les entró cuando la muerte de sugeneral!

Yointerroguévagamente:

—¿Quégeneral?

—¡DonManueldelaConcha!

Entonces recordéhaberoído,no sabíacuándonidónde,que lanuevadeaquelsuceso,unamonjacondisfrazdealdeana,hubodellevarlaaEstella.Lamonja,porganartiempo,habíacaminadotodalanocheapie,enmediodeunatormenta, y al llegar fue tomadapor visionaria.EraSorSimona.Al darse aconoceraunmelorecordósonriendo:

—¡Ay,Marqués,creíqueaquellanochemefusilaban!

Yosubía,apoyadoensuhombro,laanchaescaleradepiedra,ydelantedenosotros subía lacompañeradeSorSimona.Eracasiunaniña, con losojosaterciopelados,muyamorososydulces.Seadelantóparallamar,ynosabriólahermanaportera:

—¡Deogracias!

—¡ADiosseandadas!

SorSimonamedijo:

—Aquítenemosnuestrohospitaldesangre.

Yo distinguí en el fondo crepuscular de una sala blanca entarimada denogal, un grupo de mujeres con tocas, sentadas en sillas bajas de enea,haciendohilasyrasgandovendajes.SorSimonaordenó:

—DisponganunacamaenlaceldadondeestuvoDonAntonioDorregaray.

Dosmonjasselevantaronysalieron:Unadeellasllevabaalacinturaungran manojo de llaves. Sor Simona, ayudada por la niña que vinieraacompañándola,comenzóadesatarelvendajedemibrazo:

—Vamosavercómoestá.¿Quiénlepusoestascañas?

—UncuranderodeSanPelayodeAriza.

—¡VálgameDios!¿Ledolerámucho?

—¡Mucho!

Libre de las ligaduras que me oprimían el brazo, sentí un alivio, y meenderecéconsúbitaenergía:

—Háganmeunacuraligera,paraquepuedacontinuarmicamino.

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SorSimonamurmurócongranreposo:

—¡Siéntese!...Nohablelocuras.YamedirácuálesesaordendelRey...Sifuesepreciso,lallevaréyomisma.

Mesenté,cediendoaltonodelamonja:

—¿Quépuebloeséste?

—VillarealdeNavarra.

—¿CuántodistadeAmelzu?

—Seisleguas.

Yomurmuréreprimiendounaqueja:

—LasórdenesquellevosonparaelCuradeOrio.

—¿Quéórdenesson?

—Quemeentregueunosprisioneros.Esprecisoquehoymismomeavisteconél.

SorSimonamoviólacabeza:

—Yaledigoquenopienseentaleslocuras.Yomeencargodearreglareso.¿Quéprisionerossonlosquehadeentregarle?

—Dosextranjerosaquieneshaofrecidoquemarporherejes.

Lamonjariocelebrándolo:

—¡Quécosastieneesebendito!

Yo, reprimiendo una queja, también me reí. Un momento mis ojosencontraronlosojosdelaniña,queasustadosycompasivos,sealzabandemibrazoamarillentodondeseveíaelcárdenoagujerodelabala.SorSimonaleadvirtióenvozbaja:

—Maximina,quepongassábanasdehiloenlacamadelSeñorMarqués.

Saliópresurosa:SorSimonamedijo:

—Estaba viendo que rompía a llorar. ¡Es una criatura buena como losángeles!

Yo sentí el alma llena de ternura por aquella niña de los ojosaterciopelados, compasivos y tristes. La memoria acalenturada, comenzó arepetirunaspalabrascontercainsistencia:

—¡Esfeucha!¡Esfeucha!¡Esfeucha!...

Meacostéconayudadeunsoldadoyunaviejacriadadelasmonjas.SorSimonallegóapoco,y,sentándoseamicabecera,comenzó:

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—Hemandadounavisoalalcalde,paraquealojealagentequeustedtrae.Elmédicovieneahora,estáterminandolavisitaenlasaladeSantiago.

Yo asentí con apagada sonrisa. Pocodespués, oíamos en el corredor unavozcascadayfamiliar,hablandoconlasmonjasquerespondíanmelifluas.SorSimonamurmuró:

—Yaestáahí.

Todavía pasó algún tiempo hasta que el médico asomó en la puerta,tatareando un zorcico: Era un viejo jovial, de mejillas bermejas y ojoshabladores,deunamaliciaingenua:Deteniéndoseenelumbral,exclamó:

—¿Quéhago?¿Mequitolaboina?

Yomurmurédébilmente:

—No,señor.

—Puesnomelaquito.AuncuandoquiendebieraautorizarloeralaMadreSuperiora...Veamosquétieneelvalientecaporal.

SorSimonamurmuróconseveracortesíadeseñoraantigua:

—EstecaporaleselMarquésdeBradomín.

Losojosalegresdelviejo,memiraronconatención:

—Deoídasleconocíamucho.

Calló inclinándoseparaexaminarme lamano,ycomenzandoadesatarelvendaje,sevolvióunmomento:

—¿SorSimona,quierehacermeelfavordeaproximarlaluz?

La monja acudió. El médico me descubrió el brazo hasta el hombro, ydeslizósusdedosoprimiéndolo:Sorprendidolevantólacabeza:

—¿Noduele?

Yorespondíconvozapagada:

—¡Algo!

—¡Pues grite! Precisamente hago el reconocimiento para saber dóndeduele.

Volvióaempezardeteniéndosemucho,ymirándomealacara:Bordeandoelagujerodelabalamehincómásfuertelosdedos:

—¿Dueleaquí?

—Mucho.

Oprimiómás,ysintióseuncrujidodehuesos.Porlacaradelmédicopasó

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comounasombraymurmuródirigiéndosealamonja,quealumbrabainmóvil:

—Estánfracturadoselcúbitoyelradio,yconfracturaconminuta.

Sor Simona, asintió con los ojos. El médico bajó la mangacuidadosamente,ymirándomecaraacara,medijo:

—Yahevistoqueesustedunhombrevaliente.

Sonreícontristeza,yhubounmomentodesilencio.SorSimonadejólaluzsobrelamesaytornóalbordedelacama.Yoveíaenlasombralasdosfigurasatentasygraves.Comprendiendolarazóndeaquelsilencio,leshablé:

—¿Seráprecisoamputarelbrazo?

Elmédicoylamonjasemiraron.Leíensusojoslasentencia,ysólopenséenlaactitudquealoadelantedebíaadoptarconlasmujeresparahacerpoéticamimanquedad.¡Quiénlahubieraalcanzadoenlamásaltaocasiónquevieronlos siglos!Yo confieso que entoncesmás envidiaba aquella gloria al divinosoldado, que la gloria de haber escrito el Quijote. Mientras cavilaba estaslocuras volvió elmédico a descubrirme el brazo y acabó declarando que lagangrenanoconsentíaesperas.SorSimonalellamóconungesto,yapartadosen un extremo de la estancia vi conferenciar en secreto. Después la monjavolvióamicabecera:

—Hayqueteneránimo,Marqués.

Yomurmuré:

—Lotengo,SorSimona.

YvolvióarepetirlabuenaMadre:

—¡Muchoánimo!

Lamiréfijamente,yledije:

—¡PobreSorSimona,nosabecómoanunciármelo!

Lamonja guardó silencio y la vaga esperanza que yo había conservadohastaentonces,huyócomounpájaroquevuelaenelcrepúsculo:Yosentíqueeramialmacomoviejonidoabandonado.Lamonjasusurró:

—EsprecisotenerconformidadconlasdesgraciasquenosmandaDios.

Alejóseconleveandar,yvinoelmédicoamicabecera:Unpocorecelosoledije:

—¿Hacortadoustedmuchosbrazos,Doctor?

Sonrió,afirmandoconlacabeza:

—Algunos,algunos.

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Entrabandosmonjas,yseapartóparaayudarlasadisponersobreunamesahilas y vendajes. Yo seguía con los ojos aquellos preparativos, yexperimentabaungoceamargoycruel,dominandoelfemenilsentimientodecompasiónquenacíaenmíantelapropiadesgracia.Elorgullo,migranvirtud,me sostenía.No exhalé una queja ni cuandome rajaron la carne, ni cuandoserraronelhueso,nicuandocosieronelmuñón.Puestoelúltimovendaje,SorSimonamurmuróconunfuegosimpáticoenlosojos:

—¡Nohevistonuncatantoánimo!

Ylosacólitosquehabíanasistidoalsacrificio,prorrumpierontambiénenexclamaciones:

—¡Quévalor!

—¡Cuántaentereza!

—¡YnospasmábamosdelGeneral!

Yosospechéquemefelicitaban,ylesdijeconvozdébil:

—¡Gracias,hijosmíos!

Yelmédicoqueselavabalasangredelasmanos,lesadvirtiójovial:

—Dejadlequedescanse...

Cerrélosojosparaocultardoslágrimasqueacudíanaellos,ysinabrirlosadvertíquelaestanciaquedabaaoscuras.Despuésunospasostenuesvagaronen tornomío,ynosésimipensamientosedesvanecióenunsueñooenundesmayo.

**

Eratodosilencioentornomío,yalbordedemicamaunasombraestabaenvela.Abrílospárpadosenlavagaoscuridad,ylasombraseacercósolícita:Unosojosaterciopelados,compasivosytristes,meinterrogaron:

—¿Sufremucho,señor?

Eran losojosde laniña,yal reconocerlos sentí comosi lasaguasdeunconsuelo me refrescasen la aridez abrasada del alma.Mi pensamiento volócomo una alondra rompiendo las nieblas de la modorra donde persistía laconcienciadelascosasreales,angustiada,doloridayconfusa.Alcéconfatigaelúnicobrazoquemequedaba,yacariciéaquellacabezaqueparecíatenerunnimbo de tristeza infantil y divina. Se inclinó besándome la mano, y alincorporarseteníaelterciopelodelosojosbrillantedelágrimas.Yoledije:

—Notengaspena,hijamía.

Hizounesfuerzoparaserenarse,ymurmuróconmovida:

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—¡Esustedmuyvaliente!

Yosonreíunpocoorgullosodeaquellaingenuaadmiración:

—Esebrazonoservíadenada.

Laniñamemiró, con los labios trémulos, abiertos sobremí sus grandesojoscomodos florecillas franciscanasdeunaromahumildeycordial.Yo ledijedeseosodegustarotravezelconsuelodesuspalabrastímidas:

—Tú no sabes que si tenemos dos brazos es como un recuerdo de lasedadessalvajes,paratreparalosárboles,paracombatirconlasfieras...Peroennuestravidadehoy,bastaysobraconuno,hijamía...Además,esperoqueesa rama cercenada servirá para alargarme la vida, porque ya soy como untroncoviejo.

Laniñasollozó:

—¡Nohableustedasí,porDios!¡Medamuchapena!

La voz un poco aniñada se ungía con el mismo encanto que los ojos,mientras en la penumbra de la alcoba quedaba indeciso el rostro menudo,pálido, con ojeras. Yo murmuré débilmente, enterrada la cabeza en lasalmohadas:

—Háblame,hijamía.

Ella repuso ingenua y casi riente, como si pasase por sus palabras unaráfagadealegríainfantil:

—¿Porquéquiereustedquelehable?

—Porqueeloírtemehacebien.Tieneslavozbalsámica.

Laniñaquedóseunmomentopensativayluegorepitió,comosibuscaseenmispalabrasunsentidooculto:

—¡Lavozbalsámica!

Y recogida en su silla de enea, a la cabecera de mi lecho, permaneciósilenciosa,pasandolentamentelascuentasdelrosario.Yolaveíaaltravésdelos párpados flojos, hundido en el socavón de las almohadas que parecíancontagiarme la fiebre, caldeadas, quemantes. Poco a poco volvieron acercarme las nieblas del sueño, un sueño ingrávido y flotante, lleno deagujeros, de una geometría diabólica.Abrí los ojos de pronto, y la niñamedijo:

—Ahora se fue la Madre Superiora. Me ha reñido, porque dice que lefatigoaustedconmicharla,demaneraquevaustedaestarsemuycallado.

Hablaba sonriendo, y en su cara triste y ojerosa, era la sonrisa como el

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reflejodelsolenlasfloreshumildes,cubiertasderocío.Recogidaensusilladeenea,mefijabalosojosllenosdesueñostristes.Yoalverlasentíapenetradael almade una suave ternura, ingenua comoamor de abuelo quequiere darcalorasusviejosdíasconsolandolaspenasdeunaniñayoyendosuscuentos.Poroírsuvoz,ledije:

—¿Cómotellamas?

—Maximina.

—Esunnombremuybonito.

Memiróponiéndoseencendida,yrepusorisueñaysincera:

—¡Seráloúnicobonitoquetenga!

—Tienestambiénmuybonitoslosojos.

—Losojospodráser...¡Perosoytodayotanpocacosa!...

—¡Ay!...Adivinoquevalesmucho.

Meinterrumpiómuyapurada:

—No,señor,nisiquierasoybuena.

Tendíhaciaellamiúnicamano:

—Laniñamásbuenaqueheconocido.

—¡Niña!... Una mujer enana, SeñorMarqués. ¿Cuántos años cree ustedquetengo?

Ypuestaenpie,cruzabalosbrazosantemí,burlándoseellamismadesertanpequeña.Yoledijeconamablezumba:

—¡Acasotengasveinteaños!

Memirómuyalegre:

—¡Cómo se burla usted de mí!... Aún no tengo quince años, SeñorMarqués... ¡Si creí que iba usted a decir doce!... ¡Ay, que le estoy haciendohablarynomeprohibióotracosalaMadreSuperiora!

Sentósemuyapuradaysellevóundedoaloslabiosaltiempoquesusojosdemandabanperdón.Yoinsistíenhacerlahablar:

—¿Hacemuchoqueeresnovicia?

Ella,sonriente,volvióaindicarelsilencio:Despuésmurmuró:

—Nosoynovicia:Soyeducanda.

Ysentadaenlasilladeeneaquedóabstraída.Yocallaba,sintiendosobremíelencantodeaquellosojospobladosporlossueños.¡Ojosdeniña,sueños

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demujer!¡Lucesdealmaenpenaenminochedeviejo!

**

Las tropas leales cruzaban la calle batiendo marcha. Se oía el bramidofanáticodelpuebloqueacudíaaverlas.Unosgritaban:

—¡VivaDios!

Otrosgritabanarrojandoalairelasboinas:

—¡VivaelRey!¡VivaCarlosVII!

Recordédepronto lasórdenesque llevabayquise incorporarme,peroeldolor del brazo amputadome lo impidió:Era un dolor sordo queme fingíatenerlo aún, pesándome como si fuese de plomo. Volviendo los ojos a lanovicialedijecontristezayburla:

—HermanaMaximina,¿quieresllamarenmiayudaalaMadreSuperiora?

—NoestálaMadreSuperiora...¡Siyopuedoservirle!

Lacontemplésonriendo:

—¿Yteatreveríasacorrerpormíungranpeligro?

La novicia bajó los ojos, mientras en las mejillas pálidas florecían dosrosas:

—Yosí.

—¡Túmipobrepequeña!

Callé,porquelaemociónembargabamivoz,unaemocióntristeygrataalmismotiempo:Yoadivinabaqueaquellosojosaterciopeladosytristesseríanya los últimos que me mirasen con amor. Era mi emoción como la delmoribundoquecontemplalosencendidosorosdelatardeysabequeaquellatardetanbellaeslaúltima.Lanovicialevantandohaciamísusojos,murmuró:

—Nosefijeenquesoytanpequeña,SeñorMarqués.

Yoledijesonriendo:

—¡Amímeparecesmuygrande,hijamía!...Meimaginoquetusojosseabrenalláenelcielo.

Ellamemirórisueña,almismotiempoqueconunagraciosaseriedaddeabuelarepetía:

—¡Quécosas!...¡Quécosasdiceesteseñor!

Yocallécontemplandoaquellacabezallenadeunencantoinfantilytriste.Ella,despuésdeunmomentomeinterrogóconlaadorabletimidezquehacíaflorecerlasrosasensusmejillas:

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—¿Porquémehadichosimeatreveríaacorrerunpeligro?...

Yosonreí:

—Nofueesoloquetedije,hijamía.Tedijesiteatreveríasacorrerlopormí.

Lanoviciacalló,yvitemblarsuslabiosquesetornaronblancos.Alcabodeunmomentomurmurósinatreverseamirarme,inmóvilensusilladeenea,conlasmanosencruz:

—¿Noesustedmiprójimo?

Yosuspiré:

—Calla,porfavor,hijamía.

Yme cubrí los ojos con lamano, en una actitud trágica.Así permanecímucho tiempo esperando que la niña me interrogase, pero como la niñapermanecíamuda,medecidíaserelprimeroenromperaquellargosilencio:

—Quédañomehanhechotuspalabras:Soncruelescomoeldeber.

Laniñamurmuró:

—Eldeberesdulce.

—Eldeberquenacedelcorazón,peronoelquenacedeunadoctrina.

Losojosaterciopeladosytristesmemiraronserios:

—Noentiendosuspalabras,señor.

Y después de un momento, levantándose para mullir mis almohadas,murmuróapenadadevermiceñoadusto:

—¿Quépeligroeraese,SeñorMarqués?

Yolamirétodavíasevero:

—Eraunvagohablar,HermanaMaximina.

—¿YporquédeseabaveralaMadreSuperiora?

—Pararecordarleunofrecimientoquemehizoydelcualsehaolvidado.

Losojosdelaniñamemiraronrisueños:

—Yosécuáles:QuesevieseconelCuradeOrio.¿Peroquiénlehadichoquesehaolvidado?Entróaquíparadespedirsedeusted,ycomodormíanoquisodespertarle.

Lanoviciacallóparacorreralaventana.Denuevovolvíanaresonarenlacallelosgritosconqueelpueblosaludabaalastropasleales:

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—¡VivaDios!¡VivaelRey!

Lanoviciatomóasientoenunodelospoyosqueflanqueabanlaventana,aquellaventanaangosta,devidriospequeñosyverdeantes,únicaqueteníalaestancia.Yoledije:

—¿Porquétevastanlejos,hijamía?

—Desdeaquítambiénleoigo.

Ymeenviabalapiadosatristezadesusojossentadaalbordedelaventanadesdedondeseatalayabauncaminoentreálamossecos,yunfondodemontessombríos,manchados de nieve. Como en los siglosmedievales y religiososllegabandesdelacallelasvocesdelpueblo:¡VivaDios!

¡VivaelRey!

**

Exaltaba la fiebre mis pensamientos. Dormía breves instantes, ydespertábame con sobresalto, sintiendo aferrada y dolorida en un términoremoto, la mano del brazo cercenado. Fue para mí todo el día de un afánangustioso. Sor Simona entró al anochecer, saludándome con aquella vozgraveyenteraqueteníacomolevaduradelasranciasvirtudescastellanas:

—¿Quétalvanesosánimos,Marqués?

—Decaídos,SorSimona.

Lamonjasacudióbravamenteelaguaquemojabasumantilladealdeana:

—¡Vaya que me ha costado trabajo convencer a ese bendito Cura deOrio!...

Yomurmurédébilmente:

—¿Lehavisto?

—Deallávengo...Cincohorasdecamino,yunahoradesermónhastaquemecanséy lehablé fuerte...Tentaciones tuvedearañarle lacarayhacerdeInfanta Carlota. ¡Dios me lo perdone!... No sé ni lo que hablo. El pobrehombre no había pensado nunca en quemar a los prisioneros, pero queríaretenerlosparaversilosconvertía.Enfin,yaestánaquí.

Yomeincorporéenlasalmohadas:

—SorSimona,¿quiereustedautorizarlesaentrar?

LaMadreSuperioraseasomóalapuertaygritó:

—SorJimena,quepasenesosseñores.

Luegovolviendoamicabecera,murmuró:

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—Seconocequesonpersonasdecalidad.Unodeellospareceungigante.Elotroesmuy joven,concaradeniña,y sindudaeraestudiantealláen sutierra,porquehablaellatínmejorqueelCuradeOrio.

La Madre Superiora calló poniendo atención a unos pasos lentos ycansadosque se acercabancorredor adelante, yquedóesperandovueltos losojos a la puerta, dondeno tardó en asomarunamonja llenade arrugas, contocasmuyalmidonadasyundelantalazul:Enlafrenteyenlasmanosteníalablancuradelashostias:

—Madrecica, esos caballeros venían tan cansados y arrecidos que les hellevado a la cocina para que se calienten unas migajicas. ¡Viera cómo sequedancomiendounassopicasdeajoconquelesheregalado!Siparecequenohabían catado en tres días cosade sustancia. ¿LaMadrecicaha reparadocómoselesconoceenlasmanospulidasserpersonasdemuchacalidad?

SorSimonarepusoconunasonrisacondescendiente:

—Algodeesohereparado.

—El uno es tenebroso como un alcalde mayor, pero el otro es un bienrebonicozagalparasacarloenunpasodeprocesión,coneltontillodesedaylasalicasdepluma,enlaguisaquesaleelArcángelSanRafael.

La Madre Superiora sonreía oyendo a la monja, cuyos ojos azules ylímpidosconservabanuncandorinfantilentrelospárpadosllenosdearrugas.Conjovialenterezaledijo:

—Sor Jimena, con las sopas de ajo le sentará mejor que las alicas depluma,untragodevinorancio.

—¡Ytienerazón,Madrecica!Ahoravoyaencandilarlesconél.

SorJimenasalióarrastrandolospies,encorvadaypresurosa.LosojosdelaMadreSuperioralamiraronsalirllenosdeindulgentecompasión:

—¡PobreSorJimena,havueltoaserniña!

Después tomóasientoamicabeceraycruzó lasmanos.Anochecíay losvidrios llorosos de la ventana dejaban ver sobre el perfil incierto de losmontes,lamanchadelanieveargentadaporlaluna.Seoíalejanoeltoquedeunacorneta.SorSimonamedijo:

—Lossoldadosquevinieronconustedhanhechoverdaderoshorrores.Elpuebloestáindignadoconellosyconlosmuchachosdeunapartidaquellegóayer.AlescribanoArtetalehandadocienpalospornegarseadesfondarunapipayconvidarlosabeber,yaDoñaRosaPedrayeslahanqueridoemplumarporque su marido, que murió hace veinte años, fue amigo de Espartero.Cuentanquehan subido los caballos al piso alto, y que en las consolas han

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puestolacebadaparaquecomiesen.¡Horrores!

Seguíaseoyendoeltoquevibranteyluminosodelacornetaqueparecíadarsus notas al aire como un despliegue de bélicas banderas. Yo sentí alzarsedentrodemíelánimoguerrero,despótico, feudal, estenobleánimoatávico,que haciéndome un hombre de otros tiempos, hizo en éstos mi desgracia.¡Soberbio Duque de Alba! ¡Glorioso Duque de Sesa, de Terranova ySantangelo! ¡MagníficoHernánCortés!:Yohubiera sido alférez de vuestrasbanderasenvuestrosiglo.Yosiento,también,queelhorroresbello,yamolapúrpura gloriosa de la sangre, y el saqueo de los pueblos, y a los viejossoldadoscrueles,yalosqueviolandoncellas,yalosqueincendianmieses,ya cuantos hacen desafueros al amparo del fuero militar. Alzándome en lasalmohadasselodijealamonja:

—Señora,missoldadosguardanlatradicióndelaslanzascastellanas,ylatradiciónesbellacomounromanceysagradacomounrito.Siamívienenconsusquejas,asíselodiréaesoshonradosvecinosdeVillarrealdeNavarra.

Yovien laoscuridadque lamonjaseenjugabauna lágrima:Con lavozemocionada,mehabló:

—Marqués, yo también se lo dije así...No con esas palabras, que no séhablar con tanta elocuencia, pero sí en el castellano claro demi tierra. ¡Lossoldadosdebensersoldados,ylaguerradebeserguerra!

En esto la otramonja llena de arrugas, risueña bajo sus tocas blancas yalmidonadas, abrió la puerta tímidamente y asomó con una luz, pidiendopermiso para que entrasen los prisioneros. A pesar de los años reconocí algigante:Era aquel príncipe ruso que provocara un díami despecho, cuandoalláenlospaísesdelsolquisoseducirlelaNiñaChole.Viendojuntosalosdosprisioneros, lamentémásquenuncanopodergustardelbellopecado,regalode los dioses y tentación de los poetas. En aquella ocasión hubiera sidomibotíndeguerrayunahermosavenganza,porqueeraelcompañerodelgiganteelmás admirablede los efebos.Considerando la triste aridezdemidestino,suspiréresignado.Elefebomehablóenlatín,yensuslabioseldivinoidiomaevocaba el tiempo feliz en que otros efebos sus hermanos, eran ungidos ycoronadosderosasporlosemperadores:

—Señor,mipadreosdalasgracias.

Conaquellapalabrapadre,altaysonora,eratambiéncómosushermanosnombrabanalosemperadores.Yledijeenternecido:

—¡Quelosdiosestelibrendetodomal,hijomío!

Los dos prisioneros se inclinaron. Creo que el gigante me reconoció,porqueadvertíensusojosunaexpresiónhuidizaycobarde.

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Incapaz para la venganza, al verlos partir recordé a la niña de los ojosaterciopeladosy tristes,y lamentéconunsuspiro,queno tuviese las formasgrácilesdeaquelefebo.

**

Toda la noche hubo sobresalto y lejano tiroteo de fusilería.Al amanecercomenzaron a llegar heridos, y supimosque la facción alfonsinaocupaba elSantuariodeSanCernín.Lossoldadoscubiertosde lodoexhalabanunvahohúmedo,de losponchos:Bajaban sin formaciónpor loscaminosdelmonte:Desanimadosyrecelososmurmurabanquehabíansidovendidos.

Yohabíaobtenidopermisoparalevantarme,yconlafrenteapoyadaenloscristales de la ventana contemplaba los montes envueltos en la cortinacenicientadelalluvia.Mesentíamuydébil,yalvermeenpieconmibrazocercenado,confiesoqueeragrandemitristeza.Exaltábasemiorgullo,ysufríapresintiendo el gocede algunasviejas amigasdequiennohablaré jamás enmisMemorias.Pasétodoeldíaensombríoabatimiento,sentadoenunodelospoyosqueguarnecíanlaventana.Laniñadelosojosaterciopeladosytristes,mehizocompañíalargosratos.Unavezledije:

—HermanaMaximina,¿québálsamometraes?

Ella, sonriendo llena de timidez, vino a sentarse en el otro poyo de laventana.Yocogísumanoycomencéaexplicarle:

—Hermana Maximina, tú eres dueña de tres bálsamos: Uno lo dan tuspalabras,otrotussonrisas,otrotusojosdeterciopelo...

Conlavozapagadayunpocotriste,lehablabadeestasuerte,comoaunaniñaaquienquisieradistraerconuncuentodehadas.Ellamerespondía:

—Nolecreoausted,peromegustamuchooírle...¡Sabeusteddecirtodaslascosas,comonadiesabe!...

Y toda roja enmudecía. Después limpiaba los cristales empañados, ymirandoalhuertoquedábase abstraída.Elhuerto era triste:Bajo los árbolescrecía layerbaespontáneayhumildede loscementerios,y la lluviagoteabadelramajesinhojas,negro,adusto.Enelbrocaldelpozosaltabanesospájarosgentilesquellamandelasnieves,alpiedelatapiabalabaunaovejatirandodelajaretaquelasujetaba,yporelfondonubladodelcieloibaunabandadadecuervos.Yorepetíaenvozbaja:

—¡HermanaMaximina!

Volvióse lentamente, como una niña enferma a quien ya no alegran losjuegos:

—¿Quémandabausted,SeñorMarqués?

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Ensusojosdeterciopeloparecíahaberquedadotodalatristezadelpaisaje.Yoledije:

—HermanaMaximina,seabrenlasheridasdemialma,ynecesitoalgunodetusbálsamos.¿Cuálquieresdarme?

—Elqueustedquiera.

—Quieroeldetusojos.

Yselosbesépaternalmente.Ellabatiómuchasveceslospárpadosyquedóseria, contemplando sus manos delicadas y frágiles de mártir infantil. Yosentíaqueunaprofundaternuramellenabaelalmaconvoluptuosidadnuncagustada. Era como si un perfume de lágrimas se vertiese en el curso de lashorasfelices.Volvíamurmurar:

—HermanaMaximina...

Yella,sinalzarlacabezarespondióconlavozvagaydolorosa:

—Diga,SeñorMarqués.

—Digoqueeresavaradetustesoros.¿Porquénomemiras?¿Porquénomehablas?¿Porquénomesonríes,HermanaMaximina?

Levantólosojostristesylánguidoscomosuspiros:

—Estabapensandoquellevabaustedmuchashorasdepie.¿Noleharáausteddaño?

Yotomésusdosmanosylaatrajehaciamí:

—Nomeharádañosimehaceseldondetusbálsamos.

Por primera vez la besé en los labios: Estaban helados. Olvidé el tonosentimentalyconelfuegodelosañosjuvenilesledije:

—¿Seríascapazdequererme?

Ellaseestremeciósinresponderme.Yovolvíarepetir:

—¿Seríascapazdequererme,contualmadeniña?

—Sí...¡Lequiero!¡Lequiero!

Y se arrancó demis brazos demudada.Huyó y no volví a verla en todoaqueldía.Sentadoenelpoyodelaventanapermanecímuchotiempo.Lalunase levantabasobre losmontesenuncieloanubarradoyfantástico:Elhuertoestabaoscuro:Lacasaensantapaz.Sentíqueamispárpadosacudíaelllanto:Era la emoción del amor, que da una profunda tristeza a las vidas que seapagan.Comolamayorventurasoñéqueaquellaslágrimasfuesenenjugadaspor la niñade losojos aterciopeladosy tristes.Elmurmullodel rosarioque

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rezabanlasmonjasencomunidad,llegabahastamícomounecodeaquellasalmashumildesyfelicesquecuidabanalosenfermoscualalosrosalesdesuhuerto, y amaban aDiosNuestroSeñor.Por la sombradel cielo iba la lunasola,lejanayblancacomounanoviciaescapadadesucelda.¡EralaHermanaMaximina!

**

Despuésdeunanocheenluchaconelpecadoyelinsomnio,nadapurificaelalmacomobañarseenlaoraciónyoírunamisaalrayareldía.LaoraciónentoncesestambiénunrocíomatinalylacalenturadelInfiernoseapagaconél.Yocomohesidoungranpecador,aprendíestoenlosalboresdemivida,yen aquella ocasión no podía olvidarlo.Me levanté al oír el esquilón de lasmonjas,yarrodilladoenelpresbiterio, tiritandobajomi tabardodesoldado,atendílamisaquecelebróelcapellán.Algunosmocetonesflacos,envueltosenmantasyconlasfrentesvendadas,seperfilabanenlasombradeunoydeotromuro,arrodilladossobrelastarimas.Enelámbitooscuroresonabanlastosescavadasytísicas,apagandoelmurmullodellatínlitúrgico.Terminadalamisa,salí al patio que mostraba su enlosado luciente por la lluvia. Los soldadosconvalecientespaseaban:Lafiebreleshabíadescarnadolasmejillasyhundidolos ojos: A la luz del amanecer parecían espectros: Casi todos eran mozosaldeanosenfermosdefatigaydenostalgia.Heridoenbatallasólohabíauno:Yomeacerquéaconversarconél:Viéndomellegarsecuadrómilitarmente.Leinterrogué:

—¿Quéhay,muchacho?

—Aquí,esperandoquemeechenalacalle.

—¿Dóndetehanherido?

—Enlacabeza.

—Tepreguntoenquéacción.

—UnencuentroquetuvimoscercadeOtáiz.

—¿Quétropas?

—NosotrossoloscontradoscompañíasdeCiudadRodrigo.

—¿Yquiénessoisvosotros?

—Losmuchachosdelfraile.Yoeralaprimeravezqueentrabaenfuego.

—¿YquiéneselFraile?

—UnoqueestabaenEstella.

—¿FrayAmbrosio?

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—Creoqueése.

—¿Puestúnoleconoces?

—No, señor. Quien nos mandaba era Miquelcho. El Fraile decían queestabaherido.

—¿Túnoerasdelapartida?

—No, señor. Amí, junto con otros tres, me habían cogido al pasar porOmellín.

—¿Yosobligaronaseguirlos?

—Sí,señor.Hacíanleva.

—¿YcómosehabatidolagentedelFraile?

—A mi parecer bien. Les hemos tumbado siete a los del pantalónencarnado. Los esperamos ocultos en un ribazo del camino: Venían muydescuidadoscantando...

El muchacho se interrumpió. Oíase lejano clamoreo de femeniles vocesasustadas.Lasvocescorríanlacasaclamando:

—¡Quédesgracia!

—¡VirgenSantísima!

—¡DivinoJesús!

Elclamoreoseapagódepronto:Lacasavolvióaquedarensantapaz.Lossoldadoshicieroncomentariosyel sucesoobtuvodistintasversiones.Yomepaseababajolosarcosysinponeratenciónoíafrasesdesgranadasqueapenasbastaban a enterarme: Hablaban en este corro de una monja muy vieja yencamadaquehabíaprendidofuegoalascortinasdesulecho,yenaquelotrodeunanoviciamuertaensuceldaalpiedelbrasero.Fatigadodelpaseobajolosarcosdondeelvientometíalalluvia,medirigíhaciamiestancia.EnunodeloscorredoreshalléaSorJimena:

—¿Hermana,puedesabersequéhaocurridoparaesoslloros?

Lamonjavacilóunmomento,yluegorepusosonriendocandorosa:

—¿Cuáles lloros?... ¡Ay,nadasabía!...Ocupadicaen repartirun ranchoaloschicarros.¡VirgendelCarmelo,dapenavercómovienenlospobreticos!

Noquiseinsistiryfuiaencerrarmeenmicelda.Eraunatristezadepravadaysutil laque llenabamialma.Lujuria larvadademísticoydepoeta.El solmatinal,unsolpálidodeinvierno,temblabaenloscristalesdeaquellaventanaangostaquedejabaveruncaminoentreálamossecosyun fondodemontessombríosmanchados de nieve. Los soldados seguían llegando diseminados.

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Las monjas reunidas en el huerto los recibían con amorosa solicitud y lescuraban,despuésdelavarleslasheridasconaguasmilagrosas.Yopercibíaelsordo murmullo de las voces dolientes y airadas. Todos murmuraban quehabían sido vendidos. Presentí entonces el fin de la guerra, y contemplandoaquellascumbresadustasdedondebajabanlaságuilasylastraiciones,recordélas palabras de la Señora: ¡Bradomín, que no se diga de los caballerosespañoles, que habéis ido a lejanas tierras en busca de una princesa, paravestirladeluto!

**

Pulsaron con los artejos. Volví la cabeza, y en el umbral de la puertadescubrí aSorSimona.Nohabía reconocido lavoz, tal era sumudanza.Lamonja,clavándomelosojosautoritarios,medijo:

—SeñorMarqués,vengoacomunicarleunagratanoticia.

Hizounapausa, conánimodedarmás importancia a suspalabras,y sinadelantarunpaso,inmóvilenlapuerta,prosiguió:

—El médico le ha dado de alta, y puede usted ponerse en camino sinpeligroalguno.

Sorprendidomiré a lamonja queriendo adivinar sus pensamientos, peroaquel rostro permaneció impenetrable, envuelto en la sombra de las tocas.Lentamente,superandoeltonoaltaneroconquelamonjamehabíahablado,ledije:

—¿Cuándodebopartir,ReverendaMadre?

—Cuandoustedquiera.

SorSimonamostróintencióndealejarseyconungestoladetuve:

—Escucheusted,SeñoraReverenda.

—¿Quéseleofrece?

—Deseodecirleadiósalaniñaquemeacompañóenestosdíastantristes.

—Esaniñaestáenferma.

—¿Ynopuedoverla?

—No:Lasceldassonclausura.

Yahabía traspuestoelumbral,cuandovolviendoresueltasobresuspasosentródenuevoenlaestanciaycerrólapuerta.Conlavozvibrantedecólerayembargadadepena,medijo:

—Hacometidoustedlamayordesusinfamiasenamorandoaesaniña.

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Confieso que aquella acusación sólo despertó en mi alma unremordimientodulceysentimental:

—¡SorSimona,imaginaustedqueconloscabellosblancosyunbrazodemenosaúnsepuedeenamorar!

La monja me clavó los ojos, que bajo los párpados llenos de arrugasfulgurabanapasionadosyviolentos:

—Aunaniñaqueesunángel,sí.Comprendiendoqueporsubuentalleyanopuedehacerconquistas, ¡fingeustedunamelancolíavaronilquemuevealástimaelcorazón!¡Pobrehija,melohaconfesadotodo!

Yorepetí,inclinandolacabeza:

—¡Pobrehija!

SorSimonaretrocediódandoungrito:

—¡Losabíausted!

Sentíestuporyzozobra.Unanubepesadaynegraenvolviómialma,yunavoz sin eco y sin acento, la voz desconocida del presagio, habló dentrosonámbula. Sentí terror demis pecados como si estuviese próximo amorir.Losañospasadosmeparecieronllenosdesombras,comocisternasdeaguasmuertas. La voz de la corazonada repetía implacable dentro demí aquellaspalabrasyaotravez recordadascon terca insistencia.Lamonja juntando lasmanosclamóconhorror:

—¡Losabíausted!

Ysuvozembargadaporelespantodemiculpameestremeció.Parecíameestarmuertoyescucharladentrodelsepulcro,comounaacusacióndelmundo.Elmisteriodelosdulcesojosaterciopeladosytristeseranelmisteriodemismelancolíasenaquellostiempos,cuandofuigalánypoeta.¡Ojosqueridos!Yolos había amado porque encontraba en ellos los suspiros románticos de mijuventud,lasansiassentimentalesquealmalograrsemedieronelescepticismode todas las cosas, la perversión melancólica y donjuanesca que hace lasvíctimasylloraconellas.Laspalabrasdelamonja,repetidasincesantemente,parecíancaersobremícomogotasdeunmetalardiente:

—¡Losabíausted!

Yo guardaba un silencio sombrío. Hacía mentalmente examen deconciencia,queriendocastigarmialmaconelciliciodelremordimiento,yesteconsuelo de los pecadores arrepentidos también huyó de mí. Pensé que nopodíacompararsemiculpaconlaculpadenuestroorigen,yaunlamentéconJacoboCasanova, que los padres no pudiesen hacer en todos los tiempos lafelicidaddesushijos.Lamonja,conlasmanosjuntasyelacentodehorrory

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deduda,repetíasincesar:

—¡Losabíausted!¡Losabíausted!

Ydeprontoclavándomelosojosardientesyfanáticos,hizolaseñaldelacruzyestallóenmaldiciones.Yo,comosifuereeldiablo,salídelaestancia.Bajéalpatiodondeestabanalgunossoldadosdemiescoltaconversandoconlos heridos, y di orden de tocar botasillas. Poco después el clarín alzaba sucantoanimosoydominadorcomoeldeungallo.Lasdiezlanzasdemiescoltase juntaronen laplaza:Regidosporsus jinetespiafaban loscaballosanteelblasonado portón. Al montar eché mi brazo tan de menos que sentí unprofundodesconsuelo,ybuscandoelbálsamodeaquellosojosaterciopeladosmiréalasventanas,perolasangostasventanasdemontantedondetemblabaelsolde lamañana,permanecieroncerradas.Requerí las riendas,y sumidoendesengañadospensamientoscabalguéalfrentedemislanzas.Alremontaruncerro me volví enviando el último suspiro al viejo caserón donde habíaencontradoelmásbelloamordemivida.En loscristalesdeunaventanavitemblar el reflejo demuchas luces, y el presentimiento de aquella desgraciaque las monjas habían querido ocultar, cruzó por mi alma con un vuelosombríodemurciélago.Abandonélasriendassobreelborren,ymecubrílosojosconlamano,paraquemissoldadosnomeviesenllorar.Enaquelsombríoestadodedolor,deabatimientoydeincertidumbre,alamemoriaacalenturadavolvían con terca insistenciaunaspalabraspueriles: ¡Es feúcha! ¡Es feúcha!¡Esfeúcha!

**

Fue aquella la más triste jornada de mi vida. Mis dolores y mispensamientos no me daban un instante de paz. La fiebre tan pronto meabrasabacomomeestremecía,haciéndomechocardientecondiente.Algunasveces un confuso delirio me embargaba, y las ideas quiméricas,funambulescas, ingrávidas, se trasmudaban con angustioso devaneo depesadilla.Cuandoalanochecerentramospor lascallesdeEstella,yoapenaspodía tenerme sobre el caballo, y al apearme faltó poco para que diese entierra.Mealojéencasadedosseñoras,madreehija,viudalaviejadelfamosoDonMigueldeArizcun.Conservovivoelrecuerdodeaquellasdamasvestidasconhábitodeestameña,desurostromarchitoydesusmanosflacas,delandarsin ruidoyde lavozmonjil.Meatendieronconamorosa solicituddándomecaldos con vino generoso, y a cada momento entornaban la puerta de laestanciapormirarsiyodormíaodeseabaalgunacosa.Cerradayalanoche,ya continuación de fuertes aldabonazos que resonaron en toda la casa, lasolteronaentróalgoasustada:

—¡SeñorMarqués,aquílebuscan!

Unhombredeaventajadotalle,conlafrentevendadayeltabardosobrelos

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hombros,sedestacabaenlapuertademialcoba.Suvozlevantósegravecomoenunresponso:

—¡Saludoalilustreprócerydeplorosudesgracia!

EraFrayAmbrosioyelverlenodejóderegocijarme.Adelantósehaciendosonarlasespuelas,yconladiestraenlasienparaconteneruntantoeltemblorde la cabeza. La señora le advirtiómeliflua, almismo tiempo que saludabapararetirarse:

—Procurenocansaralenfermo,yháblelebajito.

Elexclaustradoasintióconungesto.Quedamossolos, tomóasientoamicabeceraycomenzóamascullarranciasconsideraciones:

—¡Válgame Dios!... Después de haber corrido tanto mundo y tantospeligros,veniraperderunbrazoenestaguerra,quenoesguerra...¡VálgameDios! No sabemos ni dónde está la desgracia, ni dónde está la fortuna, nidónde está lamuerte...No sabemos nada. ¡Dichoso aquel a quien la últimahoranolecogeenpecadomortal!...

Yo divertía mis dolores oyendo estas pláticas del fraile guerrillero:Adivinabasuintencióndeedificarmeconellas,ynopodíamenosdesentirelretozodelarisa.FrayAmbrosioalvermeexangüeydemacradoporlafiebre,habíamejuzgadoentrancedemuerte,ylecomplacíadeponerporunmomentosusfierosdesoldado,paraencaminaralotromundoelalmadeunamigoquemoríapor laCausa.Aquel fraile lomismo librababatallas contra la facciónalfonsistaquecontralafaccióndeSatanás.Habíaselecorridolavendaqueamodo de turbante llevaba sobre el cano entrecejo, y mostraba los labiossangrientosdeunacuchilladaquelehendíalafrente.Yogemísepultadoentrelasalmohadas,yledijeconlavozmoribundayburlona:

—FrayAmbrosio, todavíanomeha referidousted sushazañas,ni cómorecibióesaherida.

El fraile se puso en pie: Tenía el aspecto fiero de un ogro, y a mí medivertíaaligualquelosogrosdeloscuentos:

—¿Cómo he recibido esta herida?... ¡Sin gloria, como usted la suya!...¿Hazañas?Yanohayhazañas,niguerra,niotracosamásqueunafarsa.Losgenerales alfonsistas huyen delante de nosotros, y nosotros delante de losgenerales alfonsistas. Es una guerra para conquistar grados y vergüenzas.Acuérdesedeloqueledigo:Terminaráconunaventa,comolaotra.Hayenelcampo alfonsista muchos generales capaces para esas tercerías. ¡Hoy seconquistanasílostresentorchados!

Calló de mal talante, luchando por ajustarse la venda: Las manos y lacabezatemblábanlepor igual.Elcráneo,desnudoyhorrible,recordabaelde

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esosgigantescosmorosque se incorporanchorreando sangrebajoel caballodelApóstol.Yoledijeconunasonrisa:

—Fray Ambrosio, estoy por decir que me alegro de que no triunfe laCausa.

Memiróllenodeasombro:

—¿Hablasinironía?

—Sinironía.

Yeraverdad.Yohallésiempremásbellalamajestadcaídaquesentadaeneltrono,yfuidefensordelatradiciónporestética.Elcarlismotieneparamíelencantosolemnedelasgrandescatedrales,yaunenlostiemposdelaguerra,me hubiera contentado con que lo declarasen monumento nacional. Bienpuedo decir, sin jactancia, que comoyo pensaba también el Señor.El fraileabríalosbrazosydesencadenabaeltruenodesuvoz:

—¡LaCausanotriunfaráporquehaymuchostraidores!

Quedó unmomento silencioso y ceñudo, con la venda entre las manos,mostrando la temerosa cuchillada que le hendía la frente. Yo volví ainterrogarle:

—Enfin,sepamoscómoharecibidoesaherida,FrayAmbrosio.

Tratódeponerselavendaalmismotiempoquebarboteaba:

—Nosé...Nomeacuerdo...

Yolemirésincomprender.Elfraileestabaenpiealbordedemicama,yenlavagaoscuridadalbeabaelcráneodesnudoytemblón:Lasombracubríala pared. De pronto, arrojando al suelo la venda convertida en hilachas,exclamó:

—¡SeñorMarqués,nosconocemos!Ustedsabemuybiencómorecibíestaherida,ymelopreguntapormortificarme.

Aloírlemeincorporéenlasalmohadas,yledijeconaltivodesdeño:

—Fray Ambrosio, he sufrido demasiado en estos días para perder eltiempoocupándomedeusted.

Arrugóelentrecejoeinclinólacabeza:

—¡Esverdad!...Tambiénhatenidolosuyo...PuesestadescalabraduramelahainferidoeseladróndeMiquelcho.¡Untraidorquesealzóconelmandode la partida!... La deuda contraída yo la pagaré como pueda... Crea que elexabruptodeaquellanochemepesa.Enfin,yanohayquehacerle...ElSeñorMarquésdeBradomín,afortunadamente,sabecomprendertodaslascosas...

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Yoleinterrumpí:

—Ydisculparlas,FrayAmbrosio.

Sucóleraacabóenabatimiento,ysuspirandodejósecaerenunsillónquehabíaamicabecera.Alcabodealgúntiempo,mientrasseregistrababajoeltabardo,comenzó:

—¡Lohe dicho siempre!... El primer caballero deEspaña... Pues aquí leentregocuatroonzas.Supongoque el ilustreprócernoquerráver la leydeloro...Dicenqueesoesdejudaizantes.

Del aforro del tabardo había sacado el dinero envuelto en un papelmanchadode rapé, y reía con aquella risa jocunda que recordaba los vastosrefectoriosconventuales.Yoledijeconunsuspirodepecador:

—FrayAmbrosio,digaustedunamisaconesascuatroonzas.

Labocanegradelfraileabriósesonriente:

—¿Porquéintención?

—PoreltriunfodelaCausa.

Habíasealzadodelsillón,mostrando talantedeponer términoa lavisita.Yolefijabalosojosdesdeelfondodelasalmohadas,yguardabaunsilencioburlón,porqueleveíavacilar.Alcabomedijo:

—Tengoque trasmitirleunruegodeaquelladama...Sinquehayadejadodequererle,lesuplicaquenointenteverla...

Sorprendidoyviolentomeincorporéenlasalmohadas.Recordabalaotracelada que me había tendido aquel fraile, y juzgué sus palabras un nuevoengaño: Con orgullosomenosprecio se lo dije, y le señalé la puerta. Quisoreplicar, pero yo sin responder una sola palabra, repetí el mismo gestoimperioso. Salió amenazador y brusco, barboteando amenazas. El rumor seextendió por toda la casa, y las dos señoras se asomaron a la puerta,cándidamenteasustadas.

**

Dormítodalanocheconunsueñoreparadoryfeliz.Lascampanasdeunaiglesiavecinamedespertaronalamadrugada,yalgúntiempodespuéslasdosseñorasquemeatendían,asomaronalapuertademialcobatocadasconsusmantillasyel rosarioarrolladoa lamuñeca.Lavoz, el ademányelvestidoeran iguales en lasdos:Me saludaron con esaunciónunpoco ranciade lasseñoras devotas: Las dos sonreían con una sonrisa pueril y meliflua queparecíaextenderseenlasombramísticadelasmantillassujetasalpeinadocongrandesalfileronesdeazabache.Yomurmuré:

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—¿Vanustedesamisa?

—No,quevenimos.

—¿QuésecuentaporEstella?

—¡Quéquierequesecuente!...

Lasdosvocessonabanacordadascomoenunaletanía,ylamedialuzdelaalcobaparecíaaumentarsudejomonjil.Yomedecidíainterrogarsinrebozo:

—¿SabencómosigueelCondedeVolfani?

Semiraronycreoqueelrubortiñósusrostrosmarchitos.Hubounalagunadesilencio,ylahijasaliódemialcobaobedienteaungestodelavieja,quedesde hacía cuarenta años velaba por aquella pudibunda inocencia. En lapuertasevolvióconesasonrisacandorosayranciadelassolteronasintactas:

—Mealegrodelamejoría,SeñorMarqués.

Yconpulcroyrecatadoandardesaparecióenlasombradelcorredor.Yo,aparentandoindiferencia,seguílapláticaconlaotraseñora:

—Volfaniescomounhermanoparamí.Elmismodíaquesalimossufrióunaccidenteynohevueltoasabernada...

Laseñorasuspiró:

—¡Sí!...Puesnoharecobradoelconocimiento.Amíquienmedamuchapenaes laCondesita:Cincodías concinconochespasóa la cabecerade sumaridocuandoletrajeron...¡YahoradicenquelecuidaylesirvecomounaSantaIsabel!

Confiesoquemellenódeasombroydetristezaelamorcasipóstumoquemostraba por su marido María Antonieta. ¡Cuántas veces en aquellos díascontemplando mi brazo cercenado y dándome a soñar, había creído que lasangredemiheridayelllantodesusojoscaíansobrenuestroamordepecadoylopurificaban!Yohabíasentidoelidealconsuelodequesuamordemujerse trasmudaba en un amor franciscano, exaltado y místico. Con celosopalpitar,murmuré:

—¿YnohamejoradoelConde?

—Mejorado sí, pero quedóse como un niño: Le visten, le sientan en unsillónyallísepasaeldía:Dicenquenoconoceanadie.

La señora, al tiempo de hablar, despojábase de lamantilla, y la doblabacuidadosamenteparaclavarluegoenellalosalfilerones:Viéndomesilenciosojuzgóquedebíadespedirse:

—Hasta luego, Señor Marqués: Si desea alguna cosa no tiene más que

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llamar.

Alsalirsedetuvoenlapuerta,prestandoatenciónaunrumordepasosqueseacercaba.Miróhaciaafuera,yenteradamehabló:

—Ledejoenbuenacompañía.AquítieneaFrayAmbrosio.

Sorprendido me incorporé en las almohadas. El exclaustrado entróbarboteando:

—No debía volver a pisar esta casa, después de la manera como fuiafrentado por el ilustre prócer... Pero cuando se trata de un amigo todo loperdonaesteindignoFrayAmbrosio.

Yolealarguélamano:

—No hablemos de ello. Ya conozco la conversión de nuestra CondesaVolfani.

—¿Yquédiceahora?¿Comprendequeestepobre frailenomerecíaayersus arrogancias marquesiles?... Yo sólo era un emisario, un humildísimoemisario.

FrayAmbrosiome oprimía lamano hasta hacerme crujir los huesos.Yovolvíarepetir:

—Nohablemosdeello.

—Síquehemosdehablar.¿Dudarátodavíaquetieneenmíunamigo?

Elmomentoerasolemneyloaprovechéparalibertarmimanoyllevarlaalcorazón:

—¡Jamás!

Elfraileseirguió:

—HevistoalaCondesa.

—¿YquédicenuestraSanta?

—Dicequeestádispuestaaverleunasolavezparadecirleadiós.

Envezdealegríasentícomosiunasombradetristezacubriesemialma,alconocerlaresolucióndeMaríaAntonieta.¿Eraacasoeldolordepresentarmeantesusbellosojosdespoetizado,conunbrazodemenos?

**

ApoyadoenelbrazodelfrailedejémihospedajeparairalaCasadelRey.Unsolpálidoabría jironesen lasnubesplomizas,ycomenzabaaderretir lanieve que desde algunos días marcaba su blanca estela al abrigo de losparedonessombríos.Yocaminabasilencioso:Conrománticatristezaevocaba

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lahistoriademisamores,ygustabaelperfumemortuoriodeaqueladiósqueibaadarmeMaríaAntonieta.Elfrailemehabíadichoqueporunescrúpulodesantanoqueríavermeensucasa,yqueesperabaencontrarmeenlaCasadelRey.Yo,porotroescrúpulo,habíadeclaradosuspirandoquesiacudíaadondeella estaba, no era por verla sinopor presentarmis respetos a laSeñora.Alentrarenlasaletatemíquealosojosmeacudieseelllanto:Recordabaaqueldía,cuandoalbesar lamanoalbayrealdeazulesvenas,sentíconansiasdepaladíneldeseodeconsagrarmividaalaSeñora.Porprimeravezgustéantemi fea manquedad, un orgulloso y altivo consuelo: El consuelo de habervertidomi sangre por aquella princesa pálida y santa comouna princesa deleyenda,querodeadadesusdamasbordabaescapulariosparalossoldadosdelaCausa.Alentraryo,algunasdamassepusieronenpie,cualsolíancuandoentrabanloseclesiásticosderespeto.LaSeñoramedijo:

—He tenido noticia de tu desgracia, y no sabes cuánto he rezado por ti.¡Dioshaqueridoquesalvaseslavida!...

Meinclinéprofundamente:

—Diosnohaqueridoconcedermeelmorirporvos.

Las damas se limpiaron los ojos, emocionadas de oírme: Yo sonreítristemente, considerando que aquella era la actitud que a lo adelante debíaadoptarconlasmujeresparahacerpoéticamimanquedad.LaReinamedijoconnobleentereza:

—Los hombres como tú no necesitan de los brazos, les basta con elcorazón.

—¡Gracias,Señora!

Hubobrevesmomentosdesilencio,yunseñorobispoqueestabapresente,murmuróenvozbaja:

—DiosNuestroSeñorhapermitidoqueconservaselamanoderecha,queesladelaplumayladelaespada.

Laspalabrasdelprelado,movieronunmurmullodeadmiraciónentre lasdamas.Mevolví,ymisojostropezaronconlosojosdeMaríaAntonieta.Unvapor de lágrimas los abrillantaba. La saludé con leve sonrisa, y ellapermaneció seria, mirándome fijamente. El prelado se acercó pastoral ybenévolo:

—¿HabrásufridomuchonuestroqueridoMarqués?

Respondí con un gesto, y Su Ilustrísima entornó los párpados con gravepesadumbre:

—¡VálgameDios!

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Lasdamassuspiraron:SólopermaneciómudayserenaDoñaMargarita:Sucorazóndeprincesaledecíaqueparamialtivezeralomismocompadecermequehumillarme.Elpreladocontinuó:

—Ahoraque forzosamentehade tener algúndescanso,debía escribir unlibrodesuvida.

LaReinamedijosonriendo:

—Bradomín,seríanmuyinteresantestusmemorias.

YgruñólaMarquesadeTor:

—Lomásinteresantenolodiría.

Yorepuseinclinándome:

—Diríasólomispecados.

LaMarquesadeTor,mitíayseñora,volvióagruñir,peronoentendísuspalabras.Ycontinuóelpreladoentonodesermón:

—¡Se cuentan cosas verdaderamente extraordinarias de nuestro ilustreMarqués! Las confesiones cuando son sinceras, encierran siempre una granenseñanza: Recordemos las de San Agustín. Cierto que muchas veces nosciegaelorgulloyhacemosenesoslibrosostentacióndenuestrospecadosydenuestrosvicios:RecordemoslasdelimpíofilósofodeGinebra.Entalescasoslaclaraenseñanzaquesuelegustarseenlasconfesiones,el limpiomanantialdesudoctrina,seenturbia.

Las damas, distraídas del sermón, se hablaban en voz baja. MaríaAntonieta, un poco alejada, mostrábase absorta en su labor y guardabasilencio. La plática del prelado sólo a mí parecía edificar, y como no soyegoísta,supesacrificarmeporlasdamas,yhumildementeinterrumpirla:

—Yonoaspiroaenseñar,sinoadivertir.Todamidoctrinaestáenunasolafrase: ¡Viva la bagatela! Para mí haber aprendido a sonreír, es la mayorconquistadelaHumanidad.

Hubounmurmulloregocijadoyburlesco,poniendoendudaqueporlargossigloshubiesensidotodosloshombresabsolutamenteserios,yquehayépocasenterasdurantelascualesniunasonrisacélebrerecuerdalaHistoria.

Suilustrísimaalzólosbrazosalcielo:

—Es probable, casi seguro, que los antiguos no hayan dicho viva labagatela, como nuestro afrancesadoMarqués. SeñorMarqués de Bradomín,procure no condenarse por bagatela. En el Infierno debió haberse sonreídosiempre.

Yoibaareplicar,peromemiraronseveroslosojosdelaReina.Elprelado

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recogióse los hábitos con empaque doctoral, y en ese tono agresivo ysonriente, que suelen adoptar los teólogos en las controversias de losseminarios,comenzóunlargosermón.

**

LamarquesadeTor,conelgestofamiliarydesabridoquesolíanadoptarparahablarmetodasmisviejasydevotastías,mellamóalhuecodeunbalcón:Meacerquéreacioporquenadahalagüeñopresagiaba.Susprimeraspalabrasconfirmaronmistemores:

—Noesperabaverteaquí...Yateestásmarchando.

Yomurmurésentimental:

—Quisieraobedecerte,peroelcorazónmeloimpide.

—Nosoyyoquientelomanda,sinoesapobrecriatura.

YconlamiradamemostróaMaríaAntonieta.Yosuspirécubriéndomelosojosconlamano:

—¿Yesapobrecriaturapuedenegarseadecirmeadiós,cuandoesportodalavida?

Minobletíadudó:Bajosusarrugasysugestoadustoconservabaelcandorsentimentaldetodaslasviejasquefuerondamiselasenelañotreinta:

—¡Xavier, no intentes separarla de su marido!... ¡Xavier, tú mejor quenadie debes comprender su sacrificio! ¡Ella quiere ser fiel a esa sombradetenidaporunmilagrodelantedelamuerte!...

La anciana señorame decía esto emocionada y dramática, conmimanoentre las suyas amojamadas. Yo repuse en voz baja, temeroso de que laemociónmeanudaselagarganta:

—¿Quémalpuedehaberenquenosdigamosadiós?¡Sihasidoellaquienloquiso!...

—Porque tú lo exigiste, y la pobre no tuvo valor para negártelo.MaríaAntonietadeseavivirsiempreentucorazón:Quiererenunciarati,peronoatucariño.Yocomotengomuchosañosconozcoelmundo,yséquepretendeuna locura. Xavier, si no eres capaz de respetar su sacrificio, no intenteshacerlomáscruel.

LaMarquesadeTorseenjugóunalágrima.Yomurmuréconmelancólicoresentimiento:

—¡Temes que no sepa respetar su sacrificio! Eres injusta conmigo, bienqueenesonohacesmásqueseguir las tradicionesde la familia. ¡Cómomeapenaesaideaquetodostenéisdemí!¡Diosqueleeenloscorazones!...

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Mitíayseñorarecobróeltonoautoritario:

—¡Calla!... Eres el más admirable de los Don Juanes: Feo, católico ysentimental.

Era tan vieja la buena señora, que había olvidado las veleidades delcorazónfemenino,yquecuandosetieneunbrazodemenosylacabezallenade canas, es preciso renunciar al donjuanismo. ¡Ay, yo sabía que los ojosaterciopelados y tristes que se habían abierto para mí como dos florecillasfranciscanasenuna luzdeamanecer,serían losúltimosquememirasenconamor!Ya sólomeestababienenfrentede lasmujeres la actituddeun ídoloroto,indiferenteyfrío.Presintiéndoloporprimeravez,conunasonrisatristele mostré a la anciana señora la manga vacía de mi uniforme: De pronto,emocionadopor el recuerdode laniña recluida en el viejo caserónaldeano,tuvequementirunpoco,hablandodeMaríaAntonieta:

—MaríaAntonietaeslaúnicamujerquetodavíamequiere:Solamentesuamorme queda en elmundo: Resignado a no verla y lleno de desengaños,estaba pensando en hacerme fraile, cuando supe que deseaba decirme adiósporúltimavez...

—¿Ysiyotesuplicaseahoraquetefueses?

—¿Tú?

—EnnombredeMaríaAntonieta.

—¡Creíamerecerqueellamelodijese!

—¿Yella,pobremujer,nomerecequeleevitesesenuevodolor?

—Si hoy atendiese su ruego, acasomañaname llamase. ¿Crees que esapiedadcristianaqueahoralaarrastrahaciasumarido,durarásiempre?

Antesque laancianaseñorapudiese responder,unavozque las lágrimasenronquecíanyvelaban,gimióamiespalda:

—¡Siempre,Xavier!

MevolvíyhallémeenfrentedeMaríaAntonieta:Inmóvilyencendidoslosojos me miraba. Yo le mostré mi brazo cercenado, y ella con un gesto dehorror cerró los párpados.Había en su persona talmudanza que aparentabahaberenvejecidomuchosaños.MaríaAntonietaeramuyalta, llenadealtivamajestad en la figura, y con el pelo siempre fosco, yamezclado de grandesmechones blancos. Tenía la boca de estatua y las mejillas como floresmarchitas, mejillas penitentes, descarnadas y altivas, que parecían vivirhuérfanasdebesosydecaricias.Losojoserannegrosycalenturientos,lavozgrave,deunmetalardiente.Habíaenellaalgoextrañodemujerquepercibeelaleteo de las almas que se van, y comunica con ellas a la media noche.

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Despuésdeunsilenciodolorosoylargo,volvióarepetir:

—¡Siempre,Xavier!

Yolamiréintensamente:

—¿Másquemiamor?

—Tantocomotuamor.

LaMarquesadeTor,quetendíaporlasalasumiradacegata,nosadvirtióenvozquedayaconsejadora:

—Sihabéisdehablar,almenosquenoseaaquí.

María Antonieta asintió con los ojos, y severa y muda se alejó cuandoalgunas damas ya comenzaban a mirarnos curiosas. Casi al mismo tiempohacíanirrupciónenlasalalosdosperrosdelRey.DonCarlosentrómomentosdespués: Al verme adelantóse y sin pronunciar una sola palabrame abrazólargamente: Luego comenzó a hablarme en el tono que solía, de amablebroma,comosinadahubiesecambiadoenmí.Confiesoqueningunamuestradesuapreciopudieraconmovermetantocomomeconmovióaquellagenerosadelicadezadesuánimoreal.

**

Mi señora tía la Marquesa de Tor me hace seña de que la siga, y meconduceasucámara,dondellorosaysolaesperaMaríaAntonieta:Alvermeentrar se ha puesto en pie clavándome los ojos enrojecidos y brillantes:Respiraansiosa,yconlavozviolentayroncamehabla:

—Xavier, es preciso que nos digamos adiós. ¡Tú no sabes cuánto hesufridodesdeaquellanocheenquenosseparamos!

Yointerrumpoconunavagasonrisasentimental:

—¿Recuerdasquefueconlapromesadequerernossiempre?

Ellaasuvezmeinterrumpe:

—¡Tú vienes a exigirme que abandone a un pobre ser enfermo, y esojamás,jamás,jamás!Seríaenmíunainfamia.

—Son las infamias que impone el amor, pero desgraciadamente ya soyviejoparaqueningunamujerlascometapormí.

—Xavier,esprecisoquemesacrifique.

—Haysacrificiostardíos,MaríaAntonieta.

—¡Erescruel!

—¡Cruel!

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—Tú quieres decirme que el sacrificio debió ser para no faltar a misdeberes.

—Acasohubierasidomejor,peroalculparteatimeculpoamítambién.Ningunodelosdossuposacrificarse,porqueesacienciasóloseaprendeconlosaños,cuandosehielaelcorazón.

—¡Xavier,eslaúltimavezquenosvemos,yquérecuerdotanamargomedejarántuspalabras!

—¿Túcreesqueeslaúltimavez?Yocreoqueno.Siaccedieseaturuegovolveríasallamarme,mipobreMaríaAntonieta.

—¡Porquémelodices!Ysiyofuesetancobardequevolvieraallamarte,túnovendrías.Esteamornuestroesimposibleya.

—Yovendríasiempre.

María Antonieta levanta al cielo sus ojos, que las lágrimas hacen másbellos,ymurmuracomosirezase:

—¡Diosmío,yacasollegaráundíaenquemivoluntaddesfallezca,enquemicruzmecanse!

Yomeacercohastabebersualiento,ylecojolasmanos:

—Yallegó.

—¡Nunca!¡Nunca!...

Intentalibertarsusmanosperonoloconsigue.Yomurmurécasiasuoído:

—¿Quédudas?Yallegó.

—¡Vete,Xavier!¡Déjame!

—¡Cuántomehacessufrircontusescrúpulos,mipobreMaríaAntonieta!

—¡Vete!¡Vete!...Nomedigasnada...Noquierooírte.

Yolebesolasmanos:

—¡Divinosescrúpulosdesanta!

—¡Calla!

Con los ojos espantados se aleja de mí. Hay un largo silencio. MaríaAntonietasepasalasmanosporlafrenteyrespiraconansia.Pocoapocosetranquiliza:Ensusojoshayunaresolucióndesesperadacuandomedice:

—Xavier,voyacausarteunagranpena.Yoambicionéquetúmequisierascomoaesasnoviasdelosquinceaños.¡Pobreloca!Yteocultémivida.

—Sigueocultándomela.

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—¡Hetenidoamantes!

—¡Lavidaesasí!

—¡Nomedesprecias!

—Nopuedo.

—¡Perotesonríes!...

Yolerespondocuerdamente:

—¡MipobreMaríaAntonieta,mesonríoporquenohallomotivoparasersevero!Hayquienprefiereserelprimeramor:Yohepreferidosiempreserelúltimo.¿Peroacasoloseré?

—¡Quécruelessontuspalabras!

—¡Quécrueleslavidacuandonocaminamosporellacomoniñosciegos!

—¡Cuántomedesprecias!...Esmipenitencia.

—Despreciarte, no. Tú fuiste como todas las mujeres, ni mejor ni peor.Ahoraacabasensanta.¡Adiós,mipobreMaríaAntonieta!

MaríaAntonietasolloza,ydesgarraconlosdienteselpañolitodeencajes:Sehadejadocaerenelsofá:Yo,enpie,permanezcoanteella.Hayunsilenciolleno de suspiros. María Antonieta se enjuga los ojos, me mira y sonríetristemente:

—Xavier,sitodaslasmujeressoncomotúmejuzgas,yotalveznohayasidocomoellas¡Compadéceme,nomeguardesrencor!

—No es rencor lo que siento, es la melancolía del desengaño: Unamelancolía como si la nieve del invierno cayese sobremi alma, ymi alma,semejanteauncampoyermo,seamortajaseconella.

—Tútendráselamordeotrasmujeres.

—Temo que reparen demasiado en mis cabellos blancos y en mi brazocercenado.

—¡Quéimportatubrazodemenos!¡Quéimportantuscabellosblancos!...Yolosbuscaríaparaquererlosmás.¡Xavier,adiósportodalavida!...

—¿Quiénsabeloqueguardalavida?¡Adiós,mipobreMaríaAntonieta!

Estas palabras fueron las últimas. Después ella me alarga su mano ensilencio, yo se la beso y nos separamos. Al trasponer la puerta sentí latentacióndevolverlacabezaylavencí.Silaguerranomehabíadadoocasiónparamostrarmeheroico,me ladabaelamoraldespedirsedemí,acasoparasiempre.

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