sofÍa la princesa duende - impresionado · era magia pura y daba vueltas y vueltas como la que...

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SOFÍA LA PRINCESA DUENDE 3 ÍNDICE Página CAPÍTULO I: SOFÍA………………………………5 CAPÍTULO II: MILO EL DUENDE……………...14 CAPÍTULO III: HARUND EL BRUJO…………..26 CAPÍTULO IV: EL HECHIZO DE HARUND…...38 CAPÍTULO V: LA TORRE OSCURA……………46 CAPÍTULO VI: GENDL………………………….73 CAPÍTULO VII: LA FUGA………………………96 CAPÍTULO VIII: UNA NUEVA VIDA………...107 CAPÍTULO IX: EL REINO DE LACH………….123 BIBLIOGRAFÍA…………………………………138

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SOFÍA LA PRINCESA DUENDE

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ÍNDICE

Página

CAPÍTULO I: SOFÍA………………………………5

CAPÍTULO II: MILO EL DUENDE……………...14

CAPÍTULO III: HARUND EL BRUJO…………..26

CAPÍTULO IV: EL HECHIZO DE HARUND…...38

CAPÍTULO V: LA TORRE OSCURA……………46

CAPÍTULO VI: GENDL………………………….73

CAPÍTULO VII: LA FUGA………………………96

CAPÍTULO VIII: UNA NUEVA VIDA………...107

CAPÍTULO IX: EL REINO DE LACH………….123

BIBLIOGRAFÍA…………………………………138

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BREVE RESEÑA:

La joven princesa Sofía se adentra en el bosque

encantado, donde le sorprende la noche y se encuentra

con los duendes. Estos la transforman en duende y

gracias a ello se salva de caer en manos del malvado

brujo Harund, que deseaba hacerla su esposa.

Con la ayuda del brujo Gendl, los duendes y un

puñado de soldados valientes, lucharan contra el

malvado brujo y su ejército para restablecer el bien y la

justicia en todos los reinos.

AUTORA: Juana Rodríguez Sánchez.

ILUSTRACIÓN: Juana Rodríguez Sánchez

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CAPÍTULO I

SOFÍA

Hace mucho, en el llamado tiempo medio, en un

valle escondido, había un pueblecito con muy pocos

habitantes.

Tenían un rey llamado Irkhu y la reina Illak,

ambos tenían una hija la princesa Sofía, muy curiosa,

que todos los días salía a montar en su caballo.

El pueblo era alegre y todos sus habitantes se

conocían, se saludaban a diario y si tenían algún

problema se lo exponían al rey, el cual con decisiones

salomónicas casi siempre arreglaba la situación.

Pero no todo era felicidad y alegría en el pueblo,

estaba rodeado por un bosque al que llamaban “el

bosque encantado” y es que nadie se atrevía a cruzarlo

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de noche, ya que los que habían osado hacerlo o bien

no habían vuelto o los que volvían contaban cosas

como para quitarle a uno las ganas de cruzarlo.

Un día, el rey, harto de escuchar tantas cosas

sobre aquel bosque, decidió pedir consejo a otro rey

amigo suyo y le envió un mensajero. Al cabo del

tiempo este volvió y le dijo a su rey:

-Majestad el rey de Lasca me ha aconsejado que

deberíais talar el bosque, pero él no tiene suficientes

leñadores.

-Entonces tendré que solicitar la ayuda de los

demás reyes y unir todos los leñadores de la comarca-

dijo el rey.

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Así que volvió a enviar al mensajero a todos los

pueblos vecinos a hablar con los reyes, y mientras

tanto, hacía cuentas de cuantos leñadores necesitaría

para talar el bosque lo antes posible, mientras miraba

por la ventana como su hija se paseaba en su caballo.

Pasaban los días y no obtenía respuesta alguna, o bien

el mensajero se había perdido o los otros reyes

tardaban mucho en responder. Ya se estaba

impacientando cuando la reina se acercó a su esposo.

-Esposo mío, no te impacientes tanto, ya sabes

que las cosas de palacio van despacio.

-¡Pero yo soy un rey!-exclamó- ¡estaría buena la

cosa que encima tuviese que esperar!

La reina al final consiguió que su esposo la

acompañase a pasear por el pueblo, donde todos los

ciudadanos le preguntaban que cuando llegarían los

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leñadores, y el rey la respuesta que les daba era

encogiéndose de hombros, como el que dice” yo que

sé”.

Al cabo de muchos días llegó el mensajero con la

respuesta de los otros reye, habían acordado enviar

cada uno de ellos cinco leñadores, pero lo harían una

vez pasado el invierno ya que las nieves lo cubrían

todo y era imposible de andar de un pueblo a otro.

-Pero estamos en otoño-dijo el rey.

-Sí majestad, pero son las fiestas en los otros

pueblos y nadie quiere venir.

-Pues cuando terminen las fiestas que vengan-

dijo el rey

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-Majestad-contestó el mensajero-cuando

terminan las fiestas de uno comienzan las de otro y los

leñadores quieren venir todos juntos.

El rey se sentó de golpe y pensó” increíble,

hombres hechos y derechos, y quieren venir todos

juntos”. Cuando ya salió de su asombro mandó

retirarse al mensajero y le comentó lo sucedido a su

esposa, la cual tampoco daba crédito a lo que su

marido le contaba.

La reina le comentó a su esposo que tal vez la fama

del bosque había llegado tan lejos que los leñadores no

se atrevían a talarlo en solitario, y aún con esta

explicación el rey pensaba que eran unos miedicas.

Los días iban transcurriendo, las hojas de los

árboles se caían cubriendo el suelo y los caminos,

todos menos los del bosque encantado que

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permanecían todo el año verde y frondoso y ni los más

ancianos de lugar daban una explicación coherente a

aquel fenómeno ya que a algunos árboles por

naturaleza se le debieran de caer las hojas, pero no,

continuaban verdes y en su sitio.

Había llegado ya el invierno y un manto blanco

cubría todo el pueblo, los caminos y el valle, todo

menos el bosque que parecía seguir estando en

primavera.

La joven princesa asomada a la ventana de su

habitación contemplaba el verde bosque y pensaba”

que bien lo pasaría allí paseando con mi caballo”.

Al atardecer fue al establo, ensilló su caballo y

sin que nadie la viese se dirigió al bosque. Una vez

hubo llegado a su linde, el animal se detuvo, no quería

avanzar más.

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La joven estuvo un rato mirando alrededor y

decidió desmontar y adentrarse un poco. La noche

comenzaba a caer y le entró un poco de miedo, pero

pronto se le disipó al ver unas luces brillantes que

revoloteaban frente a ella. Las luciérnagas formaban

coros como jugando y a Sofía le pareció que con sus

alas la invitaban a jugar con ellas, no lo dudó mucho y

sin apenas darse cuenta se adentraba cada vez más en

aquel laberinto de árboles que con sus ramas

revoloteando por el viento parecían acogerlas entre sus

brazos.

La princesa estaba encantada, para ella aquello

era magia pura y daba vueltas y vueltas como la que

está bailando en un salón donde ella era la única

bailarina. En ese estado estaba hasta que las

luciérnagas dejaron de brillar, los árboles dejaron sus

ramas quietas y el viento dejó de tocar su melodía.

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La noche se hizo oscura, dando paso al canto de

la lechuza, el aullido del lobo y el crujir de la tierra.

Sofía sintió miedo y se refugió tras un árbol, pegó su

espalda al tronco y poco a poco se fue agachando hasta

sentarse, encogió sus piernas y metió su cabeza entre

las rodillas a la vez que comenzó a llorar. De pronto

levantó la cabeza, escuchaba risas, pasos, y le parecía

ver correr a alguien entre los árboles, no sabía si sentía

alivio al no saberse sola allí o más bien miedo sin saber

que era aquello.

De repente algo se plantó delante de ella, no sabía

muy bien lo que era ya que las lágrimas no la dejaban

ver con claridad y además todo estaba muy oscuro.

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CAPÍTULO II

MILO, EL DUENDE

Se frotó los ojos con las manos y al fin pudo ver

que es lo que había allí. Era un hombrecillo que no

mediría más de unos cincuenta centímetros, con su cara

redondeada circundada por una gran barba marrón,

ojillos despiertos y nariz gorda. Las orejas un poquito

alargadas y sobre su cabeza un sombrero de copa color

verde adornado con una gran cinta negra y una hebilla

dorada. Vestía camisa blanca con chaqueta y pantalón

verdes y cinturón negro con una hebilla dorada. Los

zapatos negros también llevaban esa escandalosa

hebilla en el empeine. Aquel pequeño ser la miraba

fijamente, se echó las manos a la cara y comenzó a

llorar también, la muchacha dejó de llorar y se puso a

mirarlo fijamente y el pequeño hombrecillo hizo lo

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mismo. Parecía como querer jugar con ella o

simplemente la imitaba en todo como el que se está

burlando de alguien. De pronto le preguntó:

-¿Quién eres niña?

-Soy Sofía.

-¿Qué haces aquí?

-Me he perdido.

-Nadie se pierde en el bosque-gruñó.

La joven princesa comenzó de nuevo a llorar y el

hombrecillo de un salto se plantó en sus rodillas, sacó

un diminuto pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se lo

dio a Sofía diciendo-“estos humanos lloran por nada.

Anda, ven con migo y comerás algo caliente”.

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Sofía fue siguiendo al hombrecillo a lo largo del

bosque, unas veces giraban a la derecha, otras a la

izquierda y al final volvían al mismo sitio y seguían

rectos. Pensó que aquel hombre estaba loco o borracho

o lo mismo se había perdido y no encontraba el camino

de regreso a su casa.

Caminaron y caminaron hasta que llegaron a un

gran árbol, allí el hombrecillo dio dos puntapiés al

tronco y se abrió una especie de puerta de la cual salió

una señora del mismo tamaño que el hombrecillo, con

su vestido ancho y su delantal puesto, así como un

gorro blanco en la cabeza que le cubría la parte

superior.

-¿Has traído una humana aquí? ¿Te has vuelto

loco Milo?

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-Es que la vi tan aterrorizada, tiene frío y

hambre-respondió el hombre.

La mujer le dijo que habría que reunir al consejo

de ancianos y a ver qué ocurría con la joven, era una

humana y ellos eran duendes y los humanos no debían

de saber que existían.

Mientras se reunía el consejo Sofía se sentó

junto al árbol y Milo a su lado.

-Yo sí creo en los duendes-dijo Sofía.

-Pero solo creéis los niños, cuando os hacéis

mayores ya no os acordáis de nosotros.

-Es que no se os ve nunca-dijo Sofía

-No podemos mostrarnos a todo el mundo, nos

capturarían y nos encerrarían en jaulas como si

fuésemos mascotas.

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Sofía le dio la razón, pero ella estaba contenta de

haber encontrado un duende tan simpático y amable

que ya no le daba miedo.

Al cabo de un rato llegó otro duende

completamente vestido de rojo con una gran

campanilla en la mano que hacía sonar durante todo en

camino. Una vez llegó a donde estaban nuestros

amigos se detuvo y les dijo;

-El honorable consejo de ancianos Venerables os

espera. Seguidme.

Sofía y Milo siguieron al duende rojo hasta un

claro del bosque.

Allí estaban todos los duendes y en el centro tres

duendes de larga barba blanca vestidos de negro como

si fueran los jueces de un tribunal.

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Uno de ellos se levantó y se acercó a la niña, dio

vueltas a su alrededor y luego volvió a su sillón.

-Dime, ¿Quién eres? No pareces una muchacha

pobre.

-Soy la princesa Sofía, mi padre es el rey del

pueblo, del valle y de este bosque.

Un clamor recorrió el lugar donde estaban los

duendes y una voz se alzó entre todos-“es la hija del

asesino de árboles, condenémosla al barranco”.

Milo salió en defensa de la pequeña alegando

que no era culpable de lo que su padre quisiera hacer

con el bosque. El consejo de ancianos se retiró para

deliberar lo que debían de hacer con la joven humana,

bien lo que dictaba la ley o bien acogerla dentro de su

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comunidad. Tras una larga deliberación uno de los

duendes del consejo se acercó a Milo.

-La ley lo dice Milo, si un humano se adentra en

el bosque y nos ve debe de ir al barranco, o tomar la

poción mágica y renunciar a ser humano para

transformarse en duende. La muchacha aún es muy

joven para decidir por sí sola, tú debes tomar la

decisión es tu responsabilidad ya que la has traído.

Milo no sabía qué hacer y Sofía le miraba con

cara de no entender nada de lo que estaba pasando.

Milo le tiró del calcetín y la llevó a un lugar

algo apartado de donde se encontraban los demás

duendes.

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-Los duendes no somos tan malo como

parecemos, y esto lo hacemos obligados por las

circunstancias. Hace mucho tiempo los duendes y los

humanos vivíamos en paz, todos juntos y nos

ayudábamos en todo. Pero había un rey que quería

gobernarlo todo y ser el único. Convocó una asamblea

con todos los demás reyes y les propuso que como él

era el más fuerte de todos, debía de ser el rey de todos

también. Los demás reyes se negaron y los duendes

también nos negamos a ello. El malvado rey supo de la

existencia de un brujo que vivía en las praderas de

arena, donde nada crece ni nada hay, y que había sido

desterrado por su maldad y su ambición hacía mucho

tiempo por los demás reyes. El mismo rey en persona

fue a visitarlo y a pedirle ayuda para conseguir sus

siniestros planes. El brujo accedió a prestarle toda la

ayuda que necesitase a cambio de tres favores.

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Uno que le diese a todos los duendes como

esclavos para servirle. Dos que le otorgarse en

propiedad este bosque para hacer su morada en él.

Tercero que la princesa que naciera debería de casarse

con él. El rey firmó el documento con su propia sangre

y el pacto fue sellado.

Al poco tiempo volvió a convocar a los demás

reyes, pero cuando estaban reunidos apareció el brujo y

lanzándoles un hechizo los transformó a todos en

estatuas de arena.

Así el malvado rey consiguió su propósito, y el

brujo reclamó lo pactado, dando lugar a una

persecución de los duendes. Algunos lograron escapar

y refugiarse en el bosque, donde le hicieron frente al

malvado brujo quedando el bosque hechizado. El rey

no tuvo hijas y repartió su reino entre sus hijos que a su